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iINatTNall Wad Critcl Los vencidos Los indios del Pert frente a la conquista espafiola (1530-157( Alianza Universidad BYEMGOBIERNO. AAA Capitulo 1 LAS ESTRUCTURAS DEL ESTADO ENCA 2Qué sociedad encontraron los espafioles en el Perti? No se tra- ta, aqui, de presentar una descripcién exhaustiva del Imperio inca, descripcién imposible, por lo demés, en el estado actual de nuestros conocimientos. Nos proponemos solamente analizar ciertos rasgos que son esenciales en la perspectiva de nuestro estudio El «espejismo incaico» ' ha suscitado interpretaciones diversas, a menudo arbitrarias. La cuestién més debatida se tefiere a la na- turaleza misma de la sociedad. gSe trataba de un Estado socia- lista? ?, sDe una sociedad esclavista? >. ¢De una sociedad feudal? *. éDe una monarquia de tipo asidtico? §. Las formulas demasiado sim- plificadoras caen en el anacronismo o dejan escapar la complejidad de lo real. Es preciso ante todo cuidarse de proyectar sobre una civilizacién tan alejada en el tiempo y en el espacio categorfas nacidas de nuestras sociedades industriales. Se habla asi del «colectivismo» de la sociedad inca; pero es preciso no olvidar que este colectivismo tiene como foco de apli- 1 A, Metraux, Les Incas, Paris, 1962, pag. 3. 2 Ci Louis Baudin, L’Empire socialiste des Inka, Parts, 1928 3 Cf. Carlos Nufier Anavitarte, Teorias del desarrollo incdsico, interpretacién esclavista patriarcal de su proceso bistérico natural, Cuzco, 1955. «Cf. una primera interpretacién de J. V. Murra, en «The historic tribes of Enuadors Handbook of Soutb ‘American Indians, Washington, 1940, vol. II, . 785-821. SA. Métraux, ob cit, pég. 98: «...¢1 asf Unmado Estado socislista se ase- meja mucho a una monarquia de tipo asidtico». 95 96 Segunda parte: Los cambios sociales en el Perd cacién la comunidad rural (ayllu), y que reposa sobre los vinculos primitivos de patentesco entre sus miembros, Reagrupadas en uni- dades més vastas, tribus o reinos de extension variable, los ayllus entraron con sus tradiciones y sus dinastias propias, en épocas di- versas, en la organizacién politica formada por los incas a medida que progresaban sus conquistas. Estas impusieron a la multiplicidad de ayllus un sistema centralizador que en la mayoria de los casos respetaba las particularidades locales. Existe ciertamente un «inode. lo» inca, una otganizacién consciente y racionalizada de Ja sociedad; pero se trata de un plan ideal mds que de una realidad. Partiendo de la antigua organizacién de los ayilus, los incas proyectaron sus Propias categorias e intentaron armonizar las instituciones preincai- cas con su esquema unificador. Es evidente que no claboraron su «modelo» como pura abstraccién, y que se inspiraron en los ptincipios de cooperacién vigentes en las comunidades, aunque adap- tandolos en su propio beneficio. Como consecuencia, no nos halJa- mos en presencia de una sociedad homogénea, sino ante una superpo- sicién de, por lo menos, dos tipos de instituciones: se reorientan las particularidades locales, pero no siempre tesultan integradas dentro de la unidad tedrica del Imperio. I. Reciprocidad y redistribucién Las estructuras econédmicas del Imperio inca, diversas en el espacio y estratificadas en el tiempo, pueden en un primer andlisis caracterizatse por la combinacién de dos principios: los de recipto- cidad y redistribucién *, Teéricamente’, el concepto de reciprocidad se aplica a las re- laciones entre individuos 0 grupos simétricos, donde los deberes econémicos de unos implican los deberes de otros, en un intercam- bio mutuo de dones y contradones *. El concepto de redistribucidn, en cambio, supone una jerarqufa; por una parte, se aplica a gru- Pos, ¥ por otra, a un centro coordinador; la vida econémica es def- ¢ Cf. Karl Polanyi y otros, Trade and Markets in the Early Empires, Glen- coe, 1956, pags. 250-256, Recordemos el «Ensayo sobre el don» de Marcel Mauss. A John V, Murra corresponde el inmenso mérito de haber aplicado por ptimera vex estas categorias al Imperio inca en su tesis inédita: The economic organization of the Inca State, Chicago, 1956. 7 Puede parecer arbitratio definir de antemano nuestras categorias analiticas, cuando debieran emerger de una descripcida empirica, Pero en el presente resu- men del «estado de la cuestidn», el orden de la exposicién no es el de la in- vestigacin, ® Karl Polanyi, ob. cif., pags. 252-253. i. Las estructuras del Estado inca 97 nida aqui por un doble movimiento, centripeto y centrifugo: agru- pacién en el centro de los productos y posterior difusién de aque- Ilos aportados por los grupos hacia otros grupos 2, Empiricamente, podemos decir que en la sociedad inca la reci- procidad caracteriza la vida econdmica al nivel de las comunidades rurales, y que la redistribucién proviene de ja organizacién estatal, hallandose encarnado el centro coordinador por el Inca. Pero la redistribucién no se opone a la reciprocidad, sino que se inscribe en su prolongacién y funda sobre ella su ideologia. En este esquema debe atribuitse un lugar especial a los jefes locales, cuya importancia ha sido muy descuidada: constituyen_precisamente la bisagra entre Ja reciprocidad comunal y la redistribucién estatal. Los dos ptincipios antes definidos se combinan en el proceso de la produccién, en la distribucién de la propiedad y en el re- parto del tributo. 1. La produccién El] Estado, por una parte, y la comunidad rural, por la otra, imponen su huella a 1a economia inca desde el nivel de la produc- cién. En efecto, la ecologia y la tecnologia no bastan para dar cuenta del proceso productivo, que superpone (al menos) dos siste- ~ mas, que se definen no sdlo en términos geograficos, sino también en términos sociales y cronoldgicos. Fl anilisis de las fuerzas pto- ductivas en el Imperio inca es inseparable del de las telaciones de produccién ®. Geogréficamente, el Peri se nos aparece como un pais de con- trastes: desde el nivel del mar hasta las més grandes alturas habi- tadas, une el desierto desnudo y la selva frondosa, el calor perma- nente y !a nieve eterna, Bn este conjunto suelen distinguirse, para simplificar, tres zonas fandamentales: en el oeste, la costa drida del Pacifico; en el centro, la sierra andina, fria y relativamente seca; al este, las cotinas y llanuras de la selva tropical, himedas y ca- lientes. Pero la altura matiza constantemente este esquema: la sie- tra esté cortada por valles profundos, sobre cuyas laderas se esca- Jonan numerosas variedades climaticas. En la regién central convie- ne distinguir, por lo menos, también dos subcategorias: por una ® Karl Polanyi, ob. cit., pag. 254, Esta «redistribuciéa» puede ser solo par cial, en bencficio de un grupo privilegiado (aut, el de los incas y los jefes tor cales). 1 Este pardgrafo se inspira en el articulo de John V, Murra, «Rite and crop in the Inca State», en Culture in History, Nueva York, 1960, pags. 394-407 Ce Gal mismo autor, The economic arganization of the Inca State, Chicago, 1956 (tesis inédita), capitulo T: «Agriculture», pags. 9-52. 98 Segunda parte: Los cambios sociales en el Peri parte, la zona del altiplano, fria y recubierta por una estepa herbosa (la puna); por otra parte, las pendientes medias de !a zona quechira, templada y tapizada por una estepa arbustiva mds rica. Al norte del Peri, el altiplano esté constituido por bandas estrechas, a partir de 3.400 metros; se amplia considerablemente al sur, alrededor del lago Titicaca, donde se eleva a més de 4.000 metros y posee un cli- ma mds seco. La zona privilegiada de los declives quechuas, donde tiende a concentrarse la poblacién, se sittia también a alturas va- tiables de acuerdo con Ia altitud: de 2.000 a 2.700 metros, al norte: de 2.300 a 3.000 metros, en el centro; de 3.000 a 3.500 metros al sur. No es una casualidad que el valle del Cuzco (a 3.400 metros) haya sido Ia cuna de Ja civilizacién inca: aprovecha tanto las ven- tajas de la zona media y de la proximidad de la puna, asi como de las correspondientes a la selva oriental. La variedad de los suelos y de los climas asegura la diversidad de los recursos: maiz, patata, quinoa, oca, crianza de las lamas, etcétera. De ahf el cardcter «vertical» de la economia andina, que asocia los productos complementarios de parcelas de cultivo es- calonadas en altitud. El altiplano dio nacimiento a la planta andina por definicién: la patata. Gracias a siglos de experiencia, los indios han Iegado a crear casi 700 variedades, adaptadas a las condiciones locales; ciertas especies silvestres crecen hasta los 3.000 metros. El clima de la puna permite la elaboracién del chufio, patata secada alternativamente con {rfo intenso y con sol, que se conserva durante muchos afios. Es evidente que sin el cultivo de tubérculos (asocia- do a la crianza de las llamas) no habria podido poblarse el alti- plano. Pues el maiz, el otro elemento esencial de la agricultura andina, tiene limites maximos muy precisos, de frio y clima seco; nacié en las regiones calientes y htiimedas de América Central y sdlo fue introducido en los Andes siglos después de baberse domesticado la patata. De hecho, no puede normalmente sobrepasar en la sierra el nivel de los 3.500 metros, a causa del frio, ni descender por de- bajo de 1.500 metros a causa de la sequia; su lugar idéneo corres- ponde a la zona quechua; pero incluso en las regiones medias su cultivo exige irrigacién; ademés, las laderas abruptas se prestan mal a fa labranza: es preciso construir terrazas pata poderlas utilizar. Dicho de otro modo, la extensién de! cultivo del maiz en los Andes implica una politica de grandes obras". Desde Iuego, el maiz era conocido en el Peri mucho antes de constituirse e] Estado inca; aparece primero en los oasis de Ja costa, hacia el siglo vim antes de nuestra eta; pero durante mucho tiempo " Cf. J. V. Murra, «Rite and crop in the Inca State», pags. 394-397. 1. Las estructuras del Estado inca 99 los indios de la sierra no lo cultivaron sino en pequeias cantidades, con fines esencialmente rituales. A diferencia de la patata, el maiz constituye el alimento noble, oftecido a los dioses durante las ce- remonias teligiosas; sucede lo mismo con la chicha, licor fermentado que se extrae de él. Ahora bien, el Estado inca necesitaba abundan- tes reservas de viveres para mantener su ejército y sus funcionarios, La patata habria podido suministrar seguramente este excedente, pero el maiz se conserva todavia mejor; por otra parte, su prestigio casi sagrado le predestinaba de alguna manera a alimentar los depé- sitos del Inca para ser distribuido Juego a titulo de don real. Hay, pues, cotrelacién entre la extensién de las superficies cultivadas de maiz y el desartollo del Estado ”. Las herramientas individuales del campesino (pala de madera o taclla, azadén provisto de una l4mina de bronce) no se modificaron, pero la organizacién politica fuerte- mente centralizada facilitaba la concentracién de miles de tributa- rios para realizar grandes obras. Es cierto que Jas técnicas de irri- gacién y construccién de las terrazas existian también antes de constituitse el Imperio inca; pero las instituciones estatales permi- tfan pasar a otra escala; los centenares de kilémetros de la red de ittigacién y las montafias verdaderamente esculpidas suscitan. aun hoy en dfa, nuestra admiracion La leyenda y el rito atestiguan una relacién privilegiada entre ef maiz y el Inca, Es Mama Huaco, la mujer del primer Inca, quien habria introducida el cultivo del maiz. En el valle del Cuzco, cada afio, asistido por los miembros de la familia real, el Inca rei- nante inauguraba el ciclo agrario en el mes de agosto, con siembras en el campo consagrado a Mama Huaco; a continnacién venia ef tur- no de las tiertas del Sol. La tradicién atribuye a los Incas sucesivos la multiplicacién de los canales y de las terrazas cultivadas; todas las fuentes confirman que estaban principalmente destinadas al cultivo del maiz; la tradicién atribuye también a la ensefianza de Jos Incas el estimulo para Ia utilizacién del guano: el abono permitia evitar los barbechos *. Sobre Ja pena, en cambio, el cultivo de la patata dependia unicamente del agua de Iluvia, y los campos exigian un reposo periddico; en efecto, en la zona del altiplano los trios corren hacia abajo y la irrigacidn resulta dificil; a pesar de la resistencia del tubérculo, la cosecha es siempre aleatoria. En resumen, la vida econémica en el Imperio irica se define por la coexistencia de dos sistemas de produccién. El primero, fun- W [bid., pag. 401. WB Thid., pags. 398-399. Le) Segunda parte: Los cambios sociales en ei Perti dado sobre el cultivo de la patata (y la crianza de las Hamas)'', se desarrolla sobre el altiplano (puna) después de largos siglos de adap- tacién al medio natural; este tipo autéctono de produccién sumi- nistra a los indios su alimentacién bdsica; lo practican en el cuadro de la comunidad rural, el ayllu; es un sistema de subsistencia. El segundo, fundado sobre el cultivo del maiz (originario de las regio- nes calientes), se desarrolla en la zona media (quechua) més tar- diamente, gracias a una politica de grandes obras, es un sistema es- tatal, orientado hacia la creacién de un excedente. El Imperio inca no introdujo ninguna técnica nueva en los Andes, pero impuso formas sociales y politicas al proceso de produccién que miodificaron su sentido y su escala; integrd los elementos preexistentes en una nueva estructura. 2. La propiedad La tierra constituye el medio principal de produccién; ¢a quién pertenece? Segtin el cuadro clasico de Garcilaso de la Vega, que da de la sociedad una imagen retrospectivamente racionalizada, la tierra se divide en tres partes: la del Inca, Ja del Sol y la de las comunidades. Pero aqui debemos evitar también una posible pro- yeccién de nuestras propias categorfas; en la sociedad inca'’, la propiedad de Ia tierra no constituye un derecho absoluto; al con- ttatio, es preciso concebirla como una superposicién de diferentes derechos. Segtin las descripciones de Santillan” 0 de Cobo", cuando el Inca conquistaba una provincia, proclamaba sobre el conjunto de Jas tierras lo que podriamos llamar su «derecho eminente» signo de su soberania. Después tenia lugar Ja distribucién tripartita: una parte para las necesidades del Estado, otra para el culto y el resto para las comunidades, gracias a la «gencrosidad» del Inca; el ayllu disBone, pues, de un derecho de uso sobre una tierra cuya propiedad 14 En la América precolombina el rea de fos Andes disfruta de una ventaja nica gracias a a domesticacién de tas lamas y Jas alpacas. La Mama sitve como animal de transporte (en un mundo que ignora el uso de la rueda): lleva una carga de veinticinco kilos para ctapas de unos 15 km. La alpaca suministra abun- dante lana, El consumo de carne parece reservado a Jos «nobles», pero se im ponen aqui los matices'regionales. 15 Garcilaso de la Vega, Comentarios reales, Obras completas, Madrid, 1960, tomo II, pag. 150. 16 Como en otras muchas sociedades y, en particular, la feudal de Europa occidental. 17 Fernando de Santillin, Relacién del origen, descendencia, politica y gobier- no de los Incas, Coleccién de libros y documentos referentes a la historia del Peri, Lima, 1927, pags. 44-45. #8 B. Cobo, Historia del Nuevo Mundo, Biblioteca de Autores Espafioles, Ma- drid, 1956, tomo II, pag. 120. 1, Las estructuras del Estado inca 101 tedrica corresponde al emperador. A cambio de la gracia que éste concede, Jos miembros del ayllu le deben un tributo. Ciertamente, puede parecer ficticio el «don» del Inca, porque jas tierras perte- necian ya a las comunidades antes de la Conquista. No obstante, esta ficcién resulta necesaria para dar al tributo su caracter de obliga- cién reciproca. El ayllu fue definido por Rowe como «un grupo de parentesco teéricamente endégamo, de descendencia patrilineal, que posee un territorio determinado» ®, El sistema de parentesco del ayllu sdlo resulta conocida en sus rasgos generales; pero importa hacer notar que la «posesién» de la tierra es colectiva y se basa en los vinculos de parentesco, implicando relaciones de mutua ayuda. En efecto, los miembros de! ayllz heredan en comtin su territorio, que petmanece jnalienable en su totalidad. Pero Ia tierra se distribuye, para su ex- plotacién, en parcelas de extensién variable y proporcional a las familias que de ella se benefician; dicha distribucidén es periddica y tedricamente anual (aunque es probable que la costumbre difiriese de una regién a otra). Cada familia dispone, pues, unicamente de un usufructo, poseyendo en propiedad su casa, quizé un campito particular y algunos animales domésticos. El trabajo de cada terreno resulta asegurado en Io esencial por la familia que de él se beneficia, pero también es complementado por un sistema de cooperacién entre parientes y amigos. Esta ayuda mutua (que existe todavia hoy bajo el nombre de cyst} toma diferentes formas”; el trabajo pro- visto por un aliado puede ser retribuido inmediatamente por medio de un «don» de alimento, de ropas u otros bienes; puede también jugar el papel de una «deuda» que se reembolsaré mds tarde con un trabajo equivalente. Esta cooperacién de los miembros del ayllu en el trabajo expresa claramente los vineulos de reciprocidad. Mas atin; es comunitariamente como acuden los tributarios del ayllu a las tierras del Inca y del Sol, para cultivarlas al ritmo de cantos y danzas de cardcter religioso. JH, Rowe, «Inca Culture at the time of Spanish Conquest», Handbook of South American Indians, Washington, 1946, tomo II, pég. 255. 2 Cf. Poma de Ayala, ob. cit., pags. 842-843: «Que In ley y horden de los yndios que an tenido y lo tienen desde el primer yndio que dios puso en este Yrundo.. hasta agora la ley de misericordia de ayudarse a unos y a otro act tomo n tico como-a pobre en comunidad de travajar las sementeras de iodas las especies de comidas... y se ayudan unos y otros para que tengan de comer todos fin interes de plata como espafioles... el que haze minca tiene obligacién de dalle de aimosar y de comer a mediodia, de comer y vever a la tarde...» 2 Cf. F. Bourricaud, Changements a Puno. Etude de soctologie andine, Pa- ris, 1962, pags. 111-113 102 Segunda patte: Los cambios sociales en el Peri Se plantea una cuestién decisiva: ¢cudl es la extensién relativa de las tierras del Inca, del Sol y de la comunidad? ¢Significa la divisién tripartita un reparto en tercios iguales? =, Cobo plantea el problema sin resolverlo™. En cuanto a Polo, éste asegura que el dominio estatal era mucho més extenso que las tierras de las otras dos categorias™; este juicio es seguramente vdlido para la regién del Cuzco, pero no para las otras provincias. Asi, Castro y Ortega Morején nos dan indicaciones precisas, aunque parciales, sobre el valle de Chincha®. Segin su descripcién, en una guaranga —uni- dad de mil tributarios— se reservaban al Inca «diez hanegas». Su- pongamos que la fanega equivale a un twpu, es decir, a la superficie atribuida a cada tributario?’. Si admitimos esta hipétesis, parece que en la guaranga las tierras comunales representan por lo menos mil fanegas (porque los contribuyentes pueden recibir parcelas suplementarias en proporcién al ntimero de sus hijos) y que la parte del Inca se eleva a menos del 1 por 100 de las tierras””. Por su- puesto, el ejemplo del valle de Chincha se refiere tinicamente a una regién restringida, y la situacién varia de un lugar a otro en funcién de Ia fertilidad del suelo o de las circunstancias histdricas de la conquista inca. En Chucuito se reservaban veinte tupus al Inca en cada _mitad, mientras que los curacas disponian de cincuenta a cien®, Podemos suponer que, en el conjunto del Imperio, las partes del Estado y del Sol eran inferiores a la de las comunidades. eee 2 B. Cobo, Historia del Nuevo Mundo, Biblioteca de Autores Espafoles, Madrid, 1956, tomo If, pag. 120: «No se ha podido averiguar si estas partes en cada pueblo y provincia, eran iguales.» 2 Indica solamente que los graneros del Inca eran en todas partes mis gtandes que los def Sol: supone asi que las tierras de! primero eran por lo ge- neral mds extensas que Jas del segundo. Cf. Ibid., tomo Il, pag. 124. 21], Polo de Ondegatdo, Informaciones acerca de la religin y gobierno de los Incas, Coteccién de libros y documentos referentes a la historia del Peré, Lima, 1916, pdgs. 59-60. 3 Fray Crisiébal de Castro, Diego de Ortega Morején, Relacién y declara- cin del modo que este Valle de Chincha y sus comarcas se gobernaban antes que bubiese incas 9 después que los hubo basta que los cristianos entraron cn esta tierra (1558), Coleccién de documentos inéditos para la historia de Espatia, Madrid, 1867, tomo L, cf. pég. 217. % Véase Sally Falk Moore, Power and property in Inca Peru, New York. 1958, pag. 37. La superficie del évpw varia con la fertilidad dei suclo. En Chu- cuito, el tupy alcanza tres fanegas: incluso admitiendo esta equivalencia, la parte del Inca sigue siendo mfnima por fo que respecta al valle de Chincha. ® Para este problema, véase S, F. Moore, ob. cit., pag, 37. 2 Visita becha a la provincia de Chucuto por Garet Diez de San Miguel en el ato 1567, editado por Waldemar Espinosa Soriano, Lima, 1964, cf. f. 41 r Para los curacas, véase cl pardgrafo siguiente. 1. Las estructuras del Estado inca 103 Hemos presentado el esquema cldsico, tripartito, de la propie- dad en el mundo inca. Pero los hechos son mds complejos; es in- discutible que existi6 también Ja propiedad privada, individual. Con dos tipos de beneficiarios, por una parte, el Inca y, por otra, los jefes locales y provinciales, es decir, los curacas. Consideremos las tierras llamadas del Inca; entre ellas es pre- ciso distinguir tres categorias diferentes. Las tierras de la primera categoria se cultivan en comén, como hemos visto, por los miem- bros del ayllu, y su producto es almacenado para jas necesidades del Estado, Las tierras de la segunda categoria pertenecen colectivamen- te a las panacas, es decir, a los linajes de origen real. Por tltimo, Jas tierras de la tercera categoria son propiedad del Inca en un sentido individual. Asif es como, en el valle de Chincha, algunas tie- tras son Ilamadas del primer Inca, del segundo, etc. ”. Cerca del Cuzco, ciertas tierras particularmente extensas pertenecen a las mo- mias de los emperadores; no son cultivadas por tributarios (cuyo tiempo de trabajo esté limitado en el afio), sino por «servidores perpetuos», los yanas ”; su producto asegura, ademés de la subsis- tencia de estos ultimos, el culto del Inca muerto y el mantenimien- to de sus descendientes *, Patalelamente, los curacas poseen tierras particulares. Es cierto gue, segin la descripcién clésica de la burocracia inca, los jefes lo- cales se mantenian gracias a las reservas de los graneros estatales *. Pero Cobo, en su descripcién, no menciona esta costumbre*. Y abundan los textos que atestiguan la existencia de campos pertene- cientes a los curacas y cultivados por los miembros de la comuni- dad ™, Sin embargo, un pasaje de Cobo suscita un problema; alli declara que «ninguna persona, noble o plebeya, posefa més tierra que Ja necesaria para Ja subsistencia de su familia» *. :Debemos concluir que la tierra de un curaca, como la de todo miembro del ayllu, equivale a un tupu? ¢Y que sdlo tiene derecho a esta parte ® Castro y Ortega Morején, ob. cit, pag. 217 % Cieza de Ledn, Segunda parte de la Cronica del Pert, Madrid, 1880, pa gina 69. 31 Acerca de estas tres categorias, véase Maria Rostworowski de Diez Can- seco, «Nuevos datos sobre tenencia de tierras reales en cl Incario», Revista del Museo Nacional, Lima, tomo XXX; 1962, pags. 130-159. 3 CE, J. M. Rowe, Handbook, tomo II, pag. 261. 8 CE Cobo, ob. cit, tomo II, pag. 124-126: El cronista meaciona solamente jos dones concedidos por el Inca a los curacas (trajes de cumbi, joyas, piedras preciosas, etc.), # CE. Ortiz de Zitfiga, Garci Diez y la mayoria de los cronistas (Santillén, Falcén, Polo, etc.). 35 Cobo, ob. cit., tomo II, pag. 121. Lut Segunda parte: Los cambios sociales en el Peri como miembro de un ayllu (Io cual limita el car4cter individual de su posesién)? En realidad, la situacién varia sein las regiones y, sobre todo, segin el rango del curaca. El texto de Cobo vale quizd para el jefe de un ayllu, pero no para los curacas principales. En el valle de Chincha, Castro y Ortega Morején precisan que los jefes locales disponian de partes que iban de 20 a 12 «hanegas», sobrepasando asi el tupu del miembro del ayllu *. En Ia regién del lago Titicaca, don Martin Cari declara que los indios de la mitad Hanan de Chucuito, de la cual es jefe, le cultivan de 70 a 100 tupus segtin los afies; él «posee» también ticrras en las otras mitades Hanan de la pro- vincia: en Acora, Ilave, Yunguyo, Juli, Pomata y Zepita: 20 tupus en cada una de estas comunidades”. Lo mismo sucede con don Martin Cusi, que dispone de 50 mpus en la mitad Hurin de Chucui- to, y partes que varian de 2 a 10 tupus en las otras mitades Hurin de la provincia®. Lo mismo sucede también con los curacas de las otras comunidades, cuyo rango es inferior: Francisco Vilcacutipa, jefe centenario de Ilave, posee 20 tupus en su mitad Hanan ®; Garcia Galamaguera, jefe de Hurin Tave, 15 tupus; Francisco Nina Chambilla y Baltasar Paca, curacas de Hanan Juli, 30 tupus cada uno; Felipe Chui y Carlos Calisaya, curacas de Hurin Juli, 20 y 15 tupus; Ambrosio Tira y Carlos Viesa, curacas de Ayanca Juli, 15 tupus cada uno®. Un caso particular nos es presentado en las Relaciones geogréficas; en ciertos valles cdlidos del norte, los cu- racas posefan toda la tierra y Ja dividfan en parcelas cultivadas por colonos, que les debian una parte de la cosecha. Nuestra fuente subraya el cardcter excepcional de esta situacién: em otras partes prevalece el sistema comunitario*!, El] ejemplo confirma la dis- tincién general entre tierras de los curacas y tierras de los ayllus. Es mds, segiin Santillén, es el curaca de la ptovincia quien, du- rante la conquista inca, toma ciettos lotes de las comunidades para % Castro y Ortega Morején, ob. cit., pag. 218. 37 Garci Diez, ob. cit, f. 9 +. Ver también f. 45 1; «don Martin Cari tiene en este pueblo chacatas» y f. 57 v.; «las tierras tiene sefialadas». B Ibid. f. 15 ty 15 v- » Y 20 tupus en la otra mitad Huria, en razén de su muy grande anciani- dad. Cf. Garci Diez, ob. cit., f. 52 v. © Ibid. £. 46 1, £. 52 v., £. 54 v, £57 v, £. 59 v. Relaciones geogrdficas de Indias-Perd, Madrid, 1965, tomo II, pég. 43 (San Miguel de Piura): «En algunos valles de yungas tenian pro propias las tie- rras y heredades que habfa los caciques, y las daban 4 indios pot manera de arrendamientos, para que acudiesen con cierta parte de lo que en las dichas tie tras cogiesen; y to habia indio particular que tuviese propiedad de la tierra; esto en los de los anos y yungas, como est4 dicho». 1 1. Las estructuras del Estado inca 105 ofrecérselos al emperador y al Sol. gCon qué derecho hacia esta donacion ef jefe local? gEs que antes de la conquista inca deten- taba un derecho absoluto sobre los terrenos de las comunidades? Y el Inca ¢heredé después de Ja conquista ese derecho de los curacas? Si admitimos tales hipdtesis, la organizacién del Estado inca estarfa calcada de la vigente para la provincia preincaica. El curaca se encuentra en adelante desposeido de su derecho eminente, pero conserva sus tierras familiares “. La existencia de chacras per- sonales del Inca confirma este paralelismo. eee El modo de apropiacién de las otras riquezas presenta los mis- mos catacteres que la apropiacién de la tierra. Tomemos el ejem- plo del ganado; encontramos aqui Ja imagen clasica de la divisién ttipartita entre el Inca, el Sol y las comunidades. Sin embargo, San- tilldn precisa que el derecho eminente del Inca, establecido después de la conquista, no sdlo se extendfa a Ia tierra, sino también a los tebaiios: «como el inga lo conquistaba y subyugaba, se ensefioreaba de todo que en ella habia, asi tierras como ganados, en sefial de sefiorfo y vasallaje» *. Esta apropiacién tedrica permitia al Inca ins- taurar las relaciones de reciprocidad y —al igual que en el caso de la tierra—- aparecer como generoso donante de los rebafios de las comunidades *. Las Tamas abundaban en el sur del Imperio, especialmente alre- dedor del lago Titicaca. La inspeccién de Garci Diez en 1567 nos instruye acerca de su crianza en la regién de Chucuito. Tanto el Inca como las huacas (lugares sagrados) poseian ganado, pero en 1567 habla desaparecido como consecuencia de las confiscaciones espafiolas. La mayor parte de los rebafios, estimados en 80.000 cabezas para 15.000 tributarios ”, pertenecfan entonces a las comuni- dades, Es de notar que la reparticién de los rebafios sigue la or- ganizacién de los grupos de parentesco: cada mitad posee sus ani- males segin el régimen de comunidad. Asf, la mitad Hanan de Chucuito dispone de 2.000 cabezas; la mitad opuesta, Hurin, ® Santillan, ob. cit., pég. 45. . 4 Serfa necesario distinguir, ademas, entre tierras de funcién y tierras fa miliares. 4 Santillan, ob. cit., pag. 45. . ® Cf. J. V. Murra, «Rebafios y pastores en la economfa de Tahuantinsuyu», Revista peruana de cultura, 1964, pags. 76-101. 4 Cf. Garci Diez, ob. cit., £. Li r. # Ibid, £. 108 r. ® Ibid, £. 32 r., £. 85 v. 106 Segunda parte: Los cambios sociales en el Peré cuenta con 8.000%; en Juli, 4.700 para Henansaya y 3.800 para Hurinsaya®. Pero a estos animales de la comunidad es preciso aiiadir los posefdos por las familias a titulo privado y en cantidades variables: de 2 a 10 6 100 cabezas, y a veces mds *. Entre los mds ricos figuran los curacas y sus parientes préximos, Asi, don Martin Cari declara poseer un rebafio de 300 cabezas *, Consideremos un ultimo ejemplo, el del oro y fa plata. Tam- bién aqui se pone de manifesto la importancia de los curacas. Cier- tamente, todas las minas pertenecen al Inca®. Pero, segin Cobo, son los curacas quienes explotan los yacimientos situados en su tertitorio, permitiéndoles su producto hacer dones al Inca *. La ex- plotacién de los metales preciosos sefiala asi, en definitiva, un «con- trol local m4s que un control nacional» ®, eke La apropiacién de los bienes en el Imperio, lejos de reducirse a una férmula simple, muestra entonces el entrecruzamiento de dere- chos diferentes, Para los miembros del ayllu, derechos particula- res sobre los bienes familiares (campito, casa, ganado) y derechos més amplios sobre la tierra y los rebafios de la comunidad. Para los curacas, derechos patticulares también sobre un patrimonio fa- miliar y derechos superiores sobre la comunidad. Para el Inca, derechos especificos sobre las tierras y rebafios llamados «del Inca», y derecho eminente sobre todos los recursos del Impetio. Los de- tentadores de estos derechos estén ligados entre sf por vinculos complejos de reciprocidad. Pero, como hemos visto, la reciprocidad no interviene solamente entre individuos iguales (los miembros del ayllu}, sino que también actia en una jerarquia (dones del Inca superior, deberes de los ayllus como retribucién). En el Estado inca, el principio de reciprocidad sdlo adquiere su sentido asociado al concepto de tedistribucién, como lo muestra también el sistema del tributo. ® Ibid, £. 85 v. % Ibid, £. 60 13 es preciso afiadir 8.200 cabezas para la parte Ayanca Juli 41 Garci Diez, ob. cit., fol. 47 v.. «Generalmente todos tienen ganado de la tierra, y cien cabezas y més y a cincuenta y veinte y diez y tres y dos y por esta borden y que algunos indios no tignen ganado aun muy poquitos.> ® Garci Diez, ob. cit., £.9 1.9 v. % Acerca de este punto, véase S. F. Moore, ob. cit., pégs. 39-40. % Cobo, ob. cit., tomo II, pag. 141. SS. F. Moore, ob. cit., pdg. 40. 1. Las estructuras del Estado inca 107 3. El tributo La economia inca no conoce la moneda. Sin embargo, los bienes circulan a través del Imperio, aunque sea de modo limitado; en principio, por medio del trueque y, fundamentalmente, a través del tributo, En efecto, los cultivos varian de acuerdo con la altitud, y los campesinos de las montafias cambian sus productos por aquellos de los valles inferiores; sabemos que la complementariedad entre tierras bajas y altas fundamenta una «economia vertical» *. Asi es como los habitantes de Chucuito, sobre el lago Titicaca, cambian la lana de llama, el charqui® y el chufio * por el mafz de las regiones de Sama y Moquega, en la costa, y a cambio de fa coca de Larecaja y Capinota, en fos valles célidos del intetior. Se recotren asf distan- cias_considerables *. Por lo general, es cl tributo debido al Inca lo que asegura la citculaci6n de los bienes a través de todo el Imperio; ya sea que el producto de las tierras del Inca llegue directamente al Cuzco, o que el Inca transfiera de una regién a otta los bienes acumulados en sus graneros. Pero se trata de una circulacién relativamente limitada; por una parte, es preciso tener en cuenta la importancia del consumo local; por otra parte, los campesinos no sélo deben tributo al Inca, sino también a toda la jerarquia de los curacas. Son tributarios, Aatunruna, todos los hombres de la comunidad de 25 a 50 afos, y antes de los 25 afios si estén casados®. El ca- rdcter esencial del tributo consiste en que los campesinos deben su fuerza de trabajo y no el producto de las tierras del ayliu®. (Pero se entremezclan dos hechos: de acuerdo con el principio de reciproci- dad, la obligacién del tributo se confunde con el derecho a la tierra comunitaria.) Todos los curacas, desde ef gobernador de provincia % Cf, J. V. Murra, «Rite and crop in the Inca State» en Culture and Histo- ry, pags. 393-407. 3? Charqui: carne de Uama seca. 58 Chufio: patatas secadas. % Chucuito se encuentra aproximadamente a 250 km. de 1a costa en linea recta. © Cobo, ob. cit., tomo II, pag. 119. 4 Polo, ob. cit, pég. 73: «Ningtin contribuyé de cosa que coxicse de Ja chécara 0 roca que le cauia para sembrar de la comunydad y de la quel poseyese por propia. Lo mismo Cobo, ob. cit., tomo II, pag. 119: «Todo el tributo que pagaban era servicio personal, trabajando corporalmente». Ejemplo concteto en Ortiz de Zufiga, «Visita fecha por mandato de Su Majestad», Revista del Ar- chive Nacional del Perd, 1925, pig. 24: «... dindole maiz que sc lo ponfan ep Guanuco el Viejo, y la otra mitad en el , que era lo que se cogia en este valle en tierras del inga, que ellos beneficiaban, é que de sus tierras le daban ninguna cosas» (el subrayado es nuestro). 108 Segunda parte: Los cambios sociales en el Peri hasta el jefe de cien hombres, son exentos de trabajo manual y tributo ©. Existe, sin embargo, una categoria particular de tributa- trios: los artesanos. Estos (olleros, plateros, etc.) sdlo deben el pro- ducto de su trabajo especializado y estan libres de toda otra obli- gacién, Hay paralelismo también entre el tributo al Inca y el tributo al curaca. En efecto, para el campesino, las obligaciones son de los tres tipos siguientes: 4° EI trabajo colectivo de la tierra. Los campos del Inca y de los curacas sdlo tienen valor si sus poseedores disponen de una fuerza de trabajo. Esta fuerza les es suministrada, en principio, por el conjunto de la comunidad: !os miembros del ayllu van juntos a las tierras del Inca para cultivarlas en comin. Su trabajo se acom- cafia de cantos y danzas de cardcter religioso, y se integra en una visién global del mundo“. Lo mismo sucede con las tierras del curaca ©, Asf se ponen al servicio del Estado y de su aparato admi- nistrativo Jos vinculos de solidaridad de los miembros del ayllu. El producto de los campos del Inca es almacenado en los graneros locales o provinciales®. Parece que curacas, por lo menos los més importantes, posefan también sus graneros 7 2° La mita, servicio personal y periddico, El Estado recluta un cierto mimero de tributarios para el ejército y los grandes trabajos (construccién de carreteras, puentes, templos, etc.), segtin las nece- sidades y durante un tiempo limitado. Los miembros del ayllu, de acuerdo con las reglas de la solidaridad, cultivan los campos de los @ Recordemos que un grupo de 100 jefes de familia corresponde teérica- mente al ayllu. © Cobo, ob. cit., tomo II, pag. 119. * Cf, Garcilaso de la Vega, ob. cit., tomo XI, pags. 150-151. Cf. también Cobo, 0b. cit., tomo IT, pég. 121: «Al tiempo que se hacfan estas sementeras © beneficiaban los campos, cesaban todas las demas labores y oficios, de mancra que todos los tributarios juntos, sin faltar ninguno, entendian en elias.» Garci Diez, ob. cit., £. 46 1.: «Fueron preguntados qué servicio y tribuio dan al presente a don Felipe Cauana su cacique dijeron que entre todos los in- dios de su parcialidad fe hacen en cada un afio veinte topos de tierra de sem- bradura.» , Lo mismo en Juli: «Preguntados qué servicio y tibuto dan a don Francisco Nina Chambilla ya don Baltazar Paca sus caciques dijeron que hacen siembras y benefician a cada uno de los dichos dos caciques treinta topos de tiertas de Papas y quinua y cafiagua y ponen los caciques ja simiente y que para hacer estas sementeras se juntan todos Jos indios y mujeres y muchachos por hacerlo Presto y que les dan muy bien de comer papas y chufio y carne y coca y chicha Jos dias que trabajan en ellass (f. 57 v.). " Cobo, ob. cit, tomo II, pags. 124.126. © Véase 8. F, Moote, ob. cit, pdgs. 27-33. ie

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