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LA PRINCESA Y LA REINA

por George R. R. Martin.

La historia de las causas, orígenes, batallas y traiciones de la trágica masacre conocida como la
Danza de los Dragones, relatada por el Archimaestre Gyldayn de la Ciudadela de Antigua.
La Danza de los Dragones es el altisonante nombre que se confiere a la salvaje lucha interna
por el Trono de Hierro de Poniente que enfrentó a dos ramas rivales de la Casa Targaryen
desde el año 129 al 131 Después de la Conquista (DC). Describir los oscuros, turbulentos y
sangrientos eventos de este período como “danza” nos resulta grotescamente inapropiado; sin
duda, la frase tiene su origen en algún bardo. “La Muerte de los Dragones” sería desde luego
más adecuado, pero la tradición y el tiempo han grabado a fuego la denominación más poética
en las páginas de la Historia, así que tendremos que seguirles la corriente al resto.
Había dos principales aspirantes al Trono de Hierro tras la muerte del Rey Viserys I Targaryen:
su hija Rhaenyra, la única descendiente viva de su primer matrimonio; y Aegon, el mayor de los
hijos que le dio su segunda esposa. En medio del caos y la carnicería causada por su
enfrentamiento, otros aspirantes a reyes reivindicarían también sus derechos, pavoneándose
como titiriteros en el escenario durante una quincena o una luna, sólo para caer tan
rápidamente como se habían alzado.

La Danza dividió los Siete Reinos en dos, ya que los señores, caballeros y el pueblo llano se
manifestaron a favor de uno u otro bando y tomaron las armas contra el contrario. Incluso la
propia Casa Targaryen acabó dividida cuando los parientes, amigos y descendientes de cada
aspirante se vieron implicados en la pelea. Durante los dos años de lucha, los grandes señores
de Poniente sufrieron terribles pérdidas y daños, como también sus banderizos, caballeros y el
pueblo llano. Pese a que la dinastía sobrevivió, al final del conflicto el poder de los Targaryen
había disminuido mucho, y el número de dragones que quedaban en el mundo se había visto
radicalmente reducido.

La Danza fue una guerra diferente de cualquier otra jamás librada en la larga Historia de los
Siete Reinos. Aunque hubo marchas y cruentas batallas entre ejércitos, gran parte de la
masacre tuvo lugar en el agua, y especialmente en el aire, ya que hubo enfrentamientos de
dragón contra dragón, con diente, garra y llama. Fue también una guerra marcada por el sigilo,
el asesinato y la traición, una guerra luchada en las sombras y los rincones de las escaleras, las
cámaras del Consejo y los patios de los castillos con cuchillos, mentiras y veneno.
El conflicto, que hacía tiempo que permanecía latente, estalló abiertamente al tercer día de la
tercera luna de 129 DC, cuando el rey Viserys, que estaba enfermo y postrado en su cama,
cerró sus ojos para echar una siesta y murió sin volverse a despertar. Su cuerpo fue
descubierto por un sirviente a la hora del murciélago, cuando era costumbre del rey beber una
copa de hidromiel. El sirviente corrió a informar a la Reina Alicent, cuyos aposentos se
encontraban un piso por debajo de los del rey.

El sirviente reveló la terrible noticia directamente a la reina y sólo a ella, sin levantar la alarma
general: la muerte del rey llevaba tiempo esperándose, y la Reina Alicent y sus partidarios, los
llamados “verdes”*, se habían ocupado de dar instrucciones a los guardias y sirvientes de
Viserys sobre lo que tenían que hacer cuando llegase el día.
(* En el año 111 DC, se celebró un gran torneo en Desembarco del Rey por el quinto aniversario
de bodas del rey y la reina Alicent. En el banquete inaugural, la reina lució un vestido verde,
mientras que la princesa iba llamativamente vestida en el rojo y negro de los Targaryen. Esto
no pasó desapercibido, y desde ese momento se convirtió en costumbre referirse a los “verdes”
y los “negros” al hablar del bando de la reina y el de la princesa, respectivamente. En el propio
torneo, los negros salieron bastante mejor parados cuando Ser Criston Cole, que llevaba la
prenda de la princesa Rhaenyra, derrotó a todos los paladines de la reina, incluyendo a dos de
sus primos y a su hermano pequeño, Ser Gwayne Higtower.)

La reina Alicent acudió enseguida a los aposentos del rey, acompañada por Ser Criston Cole,
Lord Comandante de la Guardia Real. Una vez que hubieron confirmado que Viserys estaba
muerto, Su Alteza ordenó que su habitación fuese sellada y que se apostasen guardias en su
puerta. El sirviente que había encontrado el cadáver del rey fue hecho preso, para asegurarse
de que no extendiese la noticia. Ser Criston regresó a la Torre de la Espada Blanca y envió a sus
hermanos de la Guardia Real a buscar los miembros del Consejo Privado del rey. Era la hora del
búho.

En aquel entonces, al igual que ahora, la Hermandad Juramentada de la Guardia Real estaba
formada por siete caballeros, hombres de probada lealtad e indudable destreza que habían
jurado solemnemente dedicar su vida a defender la persona y la familia del rey. Sólo cinco de
los Capas Blancas se encontraban en Desembarco del Rey en el momento de la muerte de
Viserys: el propio Ser Criston, Ser Arryk Cargyll, Ser Rickard Thorne, Ser Steffon Darklyn y Ser
Willis Fell. Ser Erryk Cargyll (el gemelo de Ser Arryk) y Ser Lorent Marbrand, en Rocadragón con
la princesa Rhaenyra, continuaban al margen de todo, sin saber nada, mientras sus hermanos
se adentraban en la noche para sacar a los miembros del Consejo Privado de sus camas.
Reunidos en los aposentos de la reina, mientras el cuerpo de su marido se enfriaba sobre sus
cabezas, estaban: la misma Reina Alicent; su padre Ser Otto Hightower, Mano del Rey; Ser
Criston Cole, Lord Comandante de la Guardia Real; el Gran Maestre Orwyle; Lord Lyman
Beesbury, el octogenario Consejero de la Moneda; Ser Tyland Lannister, Consejero de Barcos y
hermano del Señor de Roca Casterly; Larys Strong, apodado Larys el Patizambo, Señor de
Harrenhal y Consejero de los Rumores; y Lord Jasper Wylde, apodado Barra de Hierro,
Consejero de Leyes.

El Gran Maestre Orwyle comenzó la reunión repasando los acostumbrados procedimientos y


trámites necesarios a la muerte de un rey. Dijo: “El Septón Eustace debe ser convocado para
que lleve a cabo los últimos ritos y rece por el alma del rey. Un cuervo debe ser enviado a
Rocadragón enseguida para informar a la princesa Rhaenyra del fallecimiento de su padre. ¿Tal
vez Su Alteza la reina querría escribir el mensaje, para suavizar estas tristes noticias con
algunas palabras de condolencia? Las campanas siempre suenan para anunciar la muerte de
un rey, alguien debería encargarse de ello; y, por supuesto, tenemos que comenzar los
preparativos para la coronación de la Reina Rhaenyra…”
Ser Otto Hightower lo interrumpió. “Todo esto debe esperar”, declaró, “hasta que el asunto de
la sucesión se aclare”. Como Mano del Rey, estaba autorizado a hablar con la voz del rey, e
incluso a sentarse en el Trono de Hierro en ausencia del rey. Viserys le había otorgado la
autoridad de gobernar los Siete Reinos, y “hasta el momento en el que nuestro nuevo rey sea
coronado”, ese gobierno continuaría.
“Hasta que nuestra nueva reina sea coronada” dijo Lord Beesbury, con tono mordaz.
“Rey”, insistió la reina Alicent. “El Trono de Hierro por derecho debe pasar al hijo varón
legítimo de mayor edad de Su Alteza”.

La discusión que siguió duró casi hasta el amanecer. Lord Beesbury habló en favor de la
princesa Rhaennyra. El anciano Consejero de la Moneda, que había servido al Rey Viserys
durante todo su reinado, y a su padre Jaehaerys el Viejo Rey previamente, recordó al Consejo
que Rhaenyra era mayor que sus hermanos y tenía más sangre Targaryen, que el difunto rey la
había escogido como su sucesora, que se había negado repetidamente a alterar el orden de
sucesión pese a las súplicas de la Reina Alicent y sus verdes, que cientos de señores y
caballeros habían prometido obediencia a la princesa en el año 105 DC, y jurado
solemnemente defender sus derechos.
Pero estas palabras cayeron en oídos de piedra. Ser Tylan apuntó que muchos de los señores
que habían jurado defender la sucesión de la Princesa Rhaenyra llevaban mucho muertos. “Fue
hace 24 años” dijo. “Yo mismo hice tal juramento. Era un niño por entonces”. Barra de Hierro,
consejero de leyes, citó el Gran Concilio de 101 y la elección del Viejo Rey de Baelon antes que
Rhaenys en 92, discurriendo largo y tendido sobre Aegon el Conquistador y sus hermanas, y la
sagrada tradición Ándala sobre los derechos preferentes de los hijos sobre las meras hijas. Ser
Otto les recordó que el marido de Rhaenyra no era otro que el Príncipe Daemon, y “todos
conocemos su naturaleza. No se equivoquen, si Rhaenyra se sienta en el Trono de Hierro será
Daemon el que nos gobernará, un rey consorte tan cruel e implacable como lo fue Maegor. Mi
propia cabeza será una de las primeras en ser cortadas, no lo dudo, pero vuestra reina, mi hija,
pronto me seguiría.”

La Reina Alicent se hizo eco. “Tampoco le sobrarán mis hijos”, declaró. “Aegon y sus hermanos
son hijos legítimos del rey, con más derechos al trono que su camada de bastardos. Daemon
encontrará un pretexto para hacerlos matar. Incluso Helaena y sus pequeños. Uno de esos
Strong le quitó el ojo a Aemond, nunca lo olvidaré. Era un niño, si, pero el chico es el padre del
hombre, y los bastardos son monstruos por naturaleza.”
Ser Criston Cole tomó la palabra. En caso de que la princesa reinara, les recordó, Jacaerys
Velaryon gobernaría tras ella. “Que los siete salven el reino si sentamos a un bastardo en el
Trono de Hierro.” Habló de las maneras lascivas de Rhaenyra y de la infamia de su marido.
“Convertirán la Fortaleza Roja en un burdel. Ninguna hija estará a salvo, ni la esposa de
cualquier hombre. Incluso los chicos… que sabemos lo que era Laenor.”
No está registrado que Lord Larys Strong dijera una palabra durante el debate, pero no era
inusual. Aunque muy elocuente cuando era necesario, el maestro de los susurros atesoraba
sus palabras como un avaro acapara monedas, prefiriendo escuchar en lugar de hablar.
“Si hacemos eso,” cuestionó al consejo el Gran Maestre Orwyle, “nos conducirá a la guerra. La
princesa no se hará a un lado mansamente, y tiene dragones.”
“Y amigos,” declaró Lord Beesbury. “Hombres de honor, que no olvidarán los juramentos que
le hicieron a ella y a su padre. Soy un hombre viejo, pero no tan viejo como para sentarme
mansamente mientras conspiráis para robarle la corona.” Y diciendo esto se levantó para irse.
Pero Ser Criston Cole obligó a Lord Beesbury a sentarse de nuevo y la abrió la garganta con una
daga.

Y así la primera sangre derramada en la Danza de los Dragones perteneció a Lord Lyman
Beesbury, Consejero de la moneda y Lord tesorero de los Siete Reinos.
Ninguna disensión más se escuchó después de la muerte de Lord Beesbury. El resto de la
noche se pasó haciendo planes para la coronación del nuevo rey (que debía hacerse pronto,
convinieron todos), y escribiendo listas de posibles aliados y enemigos potenciales, en el caso
de que la Princesa Rhaenyra se negara a aceptar la ascensión del Rey Aegon. Con la princesa
confinada en Rocadragón, a punto de dar a luz, los verdes de la Reina Alicent disfrutaron de
una ventaja; cuanto más tiempo permaneciera Rhaenyra ignorante de la muerte del rey, más
lenta sería en actuar. “Quizá la puta muera en el parto,” dijo la Reina Alicent.
Ningún cuervo voló esa noche. Ninguna campana sonó. Los criados que conocían la muerte del
rey fueron enviados a los calabozos. A Ser Criston Cole se le dio la tarea de tomar en custodia a
los ‘negros’ que permanecían en la corte, aquellos señores y caballeros que podían sentirse
inclinados a favorecer a la Princesa Rhaenyra. “Hacedlo sin violencia, a menos que se resistan,”
le ordenó Ser Otto Hightower. “Todo hombre que doble la rodilla y jure lealtad al Rey Aegon
no sufrirá daño en nuestras manos.”
“¿Y aquellos que no lo hagan?” preguntó el Gran Maestre Orwyle.
“Son traidores,” dijo Barra de Hierro, “y deben morir como traidores.”
Lord Larys Strong, Consejero de los susurros, habló entonces por primera y única vez. “Seamos
los primeros en jurar,” dijo, “no sea que haya traidores entre nosotros.” Sacando su daga,
Patizambo se cortó la palma. “Un juramento de sangre,” instó, “nos une a todos hasta la
muerte.” Y así cada uno de los conspiradores cortó sus palmas y entrelazaron las manos unos
con otros, jurando hermandad. Solo la Reina Alicent fue excusada de hacer el juramento, por
su condición de mujer.

Amanecía sobre la ciudad cuando la Reina Alicent envió a la Guardia Real para traer a sus hijos
al Consejo. El Príncipe Daeron, el más apacible de sus hijos, lloró por la muerte de su abuelo. El
Príncipe Aemond Un-Ojo, de diecinueve años, fue encontrado en la armería poniéndose la
malla y la coraza para el entrenamiento matutino en el patio del castillo. “¿Es Aegon rey,” le
preguntó a Ser Willis Fell, “o tenemos que arrodillarnos y besar el coño de la vieja puta?”. La
Princesa Helaena estaba rompiendo su ayuno con sus hijos cuando la Guardia Real se acercó a
ella… pero cuando se le preguntó sobre el paradero del Príncipe Aegon, su hermano y marido,
solo dijo: “No está en mi cama, puede estar seguro. Siéntase libre de buscar debajo de las
mantas.”

El Príncipe Aegon estaba con una amante cuando lo encontraron. Al principio, el príncipe
rechazó formar parte de los planes de su madre. “Mi hermana es la heredera, no yo,” dijo.
“¿Qué clase de hermano roba el derecho de nacimiento de su hermana?”. Solo cuando Ser
Criston le convenció de que la princesa seguramente le ejecutaría junto con sus hermanos
cuando se coronara, le hizo vacilar. “Mientras cualquier verdadero Targaryen siga con vida,
ningún Strong podrá esperar sentarse en el Trono de Hierro,” dijo Cole. “Rhaenyra no tiene
más remedio que cortarte la cabeza si quiere que sus bastardos gobiernen tras ellas.” Fue esto,
y solo esto, lo que persuadió a Aegon a aceptar la corona que el pequeño consejo le ofrecía.
Ser Tyland Lannister fue nombrado Consejero de la moneda en lugar del fallecido Lord
Beesbury y trabajó para calibrar el tesoro real. El oro de la corona estaba dividido en cuatro
partes. Una parte había sido confiada al cuidado del Banco de Hierro de Braavos para su
custodia, otra enviada bajo fuerte vigilancia a Roca Casterly, una tercera a Antigua. La riqueza
restante se iba a utilizar para sobornos y regalos, y la contratación de mercenarios si fuera
necesario. Para ocupar el puesto de Ser Tyland como Consejero de los barcos, Ser Otto miró
hacia las Islas del Hierro, despachando un cuervo para Dalton Greyjoy, el Kraken Rojo, el audaz
y sanguinario Lord Segador de Pyke de dieciséis años, ofreciéndole el ministerio de marina y un
asiento en el consejo por su alianza.

Pasó un día, luego otro. Ni septones ni hermanas silenciosas fueron convocados a la alcoba
donde el Rey Viserys yacía, hinchado y en descomposición. Ninguna campana sonó. Los
cuervos volaron, pero no a Rocadragón. En su lugar fueron a Antigua, Roca Casterly,
Aguasdulces, Altojardín y hacia muchos otros señores y caballeros de los que la Reina Alicent
tenía motivos para pensar que podían sentir simpatía hacia su hijo.

Los anales del Gran Concilio de 101 fueron tomados y examinados, y se anotó que señores
habían hablado por Viserys, y cuales por Rhaenys, Laena o Laenor. Los señores reunidos habían
favorecido al reclamante varón sobre la mujer con una ventaja de veinte a uno, pero no había
habido disidentes, y esas mismas casas era más probables que prestaran su apoyo a la Princesa
Rhaernya en caso de que fuera a la guerra. La princesa podría tener a la Serpiente Marina y su
flota, opinó Ser Otto, al igual que muchos otros señores de la costa oriental como los señores
Bar Emmon, Massey, Celtigar y Crabb, quizá incluso el Lucero de la Tarde de Tarth. Todos de
poco poder, salvo los Velaryon. Los norteños eran una preocupación mayor: Invernalia había
hablado por Rhaenys en Harrenhal, al igual que los vasallos de Lord Stark, los Dustin de Fuerte
Túmulo y los Manderly de Puerto Blanco. Tampoco se podía confiar en la Casa Arryn, porque el
Nido de Águilas estaba entonces gobernado por una mujer, Lady Jeyne, la Doncella del Valle,
cuyos propios derechos podían ser puestos en entredicho si la Princesa Rhaenyra era dejada
de lado.

El mayor peligro se consideró que estaba en Bastión de Tormentas, porque la Casa Baratheon
siempre había sido fiel al apoyar las pretensiones de la Princesa Rhaenyra y sus hijos. A pesar
de que el viejo Lord Boremund había muerto, su hijo Borros era incluso más beligerante que su
padre, y los señores menores de las Tierras de la Tormenta seguramente los seguirían a donde
los condujera. “Entonces tenemos que hacer que los llevé a nuestro rey,” declaró la Reina
Alicent. Con lo cual mandó llamar a su segundo hijo.
Así que no fue un cuervo lo que voló a Bastión de Tormentas ese día, sino Vhagar, el más viejo
y más grande de los dragones de Poniente. Lo montaba el Príncipe Aemond Targaryen, con un
zafiro en el lugar de su ojo perdido. “Tu propósito es ganar la mano de una de las hijas de Lord
Baratheon,” le dijo su abuelo Ser Otto, antes de su vuelo. “Cualquiera de las cuatro servirá.
Cortéjala y cásate con ella, y Lord Borros entregará las Tierras de la Tormenta a tu hermano.
Falla…”
“No fallaré,” se jactó el Príncipe Aemond. “Aegon tendrá Bastión de Tormentas y yo tendré esa
chica.”

En el momento en que el Príncipe Aemond se despidió, el hedor de la habitación del rey


muerto había flotado a lo largo del Torreón de Maegor, y muchas historias y rumores se
extendían a través de la corte y el castillo. Las mazmorras bajo la Fortaleza Roja habían tragado
tantos hombres sospechosos de deslealtad que incluso el Septón Supremo había comenzado a
preguntarse sobre estas desapariciones, y envió un mensaje desde el Septo Estrellado de
Antigua preguntando por algunos desparecidos. Ser Otto Hightower, el hombre más metódico
que nunca sirvió como Mano, quería más tiempo para hacer los preparativos pero la Reina
Alicent sabía que no se podía retrasar más. El Príncipe Aegon se había cansado del secreto.
“¿Soy un rey o no?” le preguntó a su madre. “Si soy el rey, entonces coronadme.”

Las campanas comenzaron a tañer en el décimo día de la tercera luna de 129 DC, anunciando
el final de un reinado. Al Gran Maestre Orwyle se le permitió al fin enviar sus cuervos, y los
pájaros negros volaron por cientos, difundiendo la noticia de la ascensión de Aegon a cada
rincón del reino. Las hermanas silenciosas fueron enviadas para preparar el cuerpo para la
incineración y salieron jinetes montados en caballos pálidos para difundir la noticia a los
habitantes de Desembarco del Rey, llorando, “El Rey Viserys ha muerto, ¡larga vida al Rey
Aegon!”. Al escuchar los gritos algunos lloraban mientras otros animaban, pero la mayor parte
del pueblo llano miraba en silencio, confundidos y cautelosos, y de vez en cuando una voz
gritaba: “Larga vida a nuestra reina.”

Mientras tanto, se apresuraron con los preparativos para la coronación. Se eligió Pozo Dragón
como lugar. Bajo su poderosa cúpula había bancos de piedra suficientes para asentar a
ochenta mil personas, y sus paredes gruesas, fuertes techos y altísimas puertas de bronce lo
hacían defendible, en el caso de que traidores intentaran interrumpir la ceremonia.

En el día señalado Ser Criston Cole colocó la corona de hierro y rubíes de Aegon el
Conquistador sobre la frente del hijo mayor del Rey Viserys y la Reina Alicent, proclamándolo
Aegon de la Casa Targaryen, el Segundo de Su Nombre, Rey de los Ándalos, los Rhoynar y los
Primeros Hombres, Señor de los Siete Reinos y Protector del Reino. Su madre la Reina Alicent,
amada por el pueblo llano, colocó su propia corona sobre la cabeza de su hija Helaena,
hermana y esposa de Aegon. Después de besar sus mejillas, la madre se arrodilló ante la hija,
inclinó la cabeza y dijo “Mi reina.”
Con el Septón Supremo en Antigua, demasiado viejo y frágil para viajar a Desembarco del Rey,
le tocó al Septón Eustace ungir la frente del Rey Aegon con los santos óleos y bendecirle en los
siete nombres de dios. Algunos de los asistentes, con ojos más agudos que la mayoría,
notarían que no había más que cuatro capas blancas asistiendo al nuevo rey, no cinco como
hasta entonces. Aegon II había sufrido las primeras defecciones la noche anterior, cuando Ser
Steffon Darklyn de la Guardia Real se había deslizado de la ciudad con su escudero, dos
mayordomos y cuatro guardias. Bajo el amparo de la oscuridad se dirigieron a una poterna
donde un bote de un pescador esperaba para llevarlos a Rocadragón. Llevaban con ellos una
corona robada: una banda de oro amarillo adornado con siete gemas de diferentes colores.
Esta era la corona que había ceñido el Rey Viserys, y el Jaehaerys el Viejo Rey antes que él.
Cuando el Príncipe Aegon decidió llevar la corona de hierro y rubíes de su tocayo, el
Conquistador, la Reina Alicent había ordenado guardar la corona de Viserys, pero el
mayordomo encargado de la tarea se había hecho con ella en su lugar.

Tras la coronación, el resto de la Guardia Real escoltó a Aegon hasta su montura, una
espléndida criatura con relucientes escamas de oro y con las membranas de las alas de color
rosa pálido. Sunfyre era el nombre dado a este dragón del amanecer dorado. Munkun nos dice
que el rey voló tres veces alrededor de la ciudad antes de aterrizar en el interior de los muros
de la Fortaleza Roja. Ser Arryk Cargyll llevó a Su Alteza a la sala del trono iluminada por
antorchas, donde Aegon II subió los peldaños del Trono de Hierro ante un millar de señores y
caballeros. Los gritos resonaron en la estancia.

En Rocadragón, no se oyó ningún grito de alegría. En cambio, los gritos hicieron eco a través de
los salones y escaleras de la Torre del Dragón Marino, hacia las estancias de la reina dónde la
fatigada Rhaenyra Targaryen se estremecía en su tercer día de parto. El niño no debería nacer
hasta el siguiente cambio de la luna, pero la noticias de Desembarco de Rey le habían
provocado a la princesa una furia negra, y su cólera parecía apurar el nacimiento, como si el
bebé dentro de ella también estuviera furioso, y luchando por salir. La princesa chilló todo tipo
de maldiciones durante su parto, rogando que la maldición de los dioses cayera sobre sus
medio hermanos y su madre la reina, y detallando los tormentos que les infligiría antes de
matarlos. Ella maldijo al niño en su interior también. “¡Fuera!,” gritó, arañando su hinchado
vientre cuando su maestre y su partera intentaron contenerla. “¡Monstruo, monstruo, fuera,
fuera, fuera, FUERA!”
Cuando la niña nació por fin, demostró ser un monstruo de hecho: una criatura muerta,
retorcida y malformada, con un agujero en el pecho dónde debía estar su corazón y una gruesa
cola cubierta de escamas. La niña muerta había sido llamada Visenya, anunció la Princesa
Rhaenyra al día siguiente, cuando la leche de la amapola había embotado el filo de su dolor.
“Era mi única hija, y ellos la mataron. Robaron mi corona y asesinaron a mi hija, y responderán
por ello.”

Y así la danza comenzó, cuando la princesa reunió a su propio concilio. “El concilio negro,”
oponiéndolo al “concilio verde” de Desembarco del Rey. Rhaenyra presidió el concilio, con su
tío y marido el Príncipe Daemon. Sus tres hijos estaban presentes, aunque ninguno había
alcanzado la edad de la madurez (Jace tenía quince, Luke catorce, Joffrey doce). Dos Guardias
Reales estaba con ellos: Ser Erryk Cargyll, gemelo de Ser Arryk; y un hombre del oeste, Ser
Lorent Marbrand. Treinta caballeros, cien ballesteros y trescientos hombres de armas
componían el resto de la guarnición de Rocadragón. Siempre había sido considerado suficiente
para una fortaleza de dicha fuerza. "Como instrumento de conquista, sin embargo, nuestro
ejército deja un poco que desear," observó con amargura el Príncipe Daemon.
Una docena de señores menores, banderizos y vasallos de Rocadragón también estaban
sentados en el concilio negro: Celtigar de Isla Zarpa, Staunton de Grajal, Massey de Danza de
Piedra, Bar Emmon de Punta Aguda, y Darklyn de Valle Oscuro entre otros. Pero el señor más
importante que empeñó su fuerza a favor de la princesa era Corlys Velaryon de Marcaderiva.
Aunque la Serpiente Marina había envejecido, le gustaba decir que estaba aferrándose a la
vida “como un marinero que se aferra a los restos de un barco hundido. Quizás los Siete me
han conservado para esta última batalla.” Con Lord Corlys vino su esposa la Princesa Rhaenys,
de cincuenta años, todavía feroz e intrépida como había sido a los veintidós, una mujer a veces
conocida entre el pueblo llano como “La Reina Que Nunca Fue.”

Aquellos que se sentaban en el concilio negro se consideraban leales, pero sabían


perfectamente bien que el Rey Aegon II los llamaría traidores. Cada uno ya había recibido una
citación de Desembarco del Rey, exigiendo que se presentasen en la Fortaleza Roja para jurar
su lealtad al nuevo rey. Todos sus ejércitos combinados no podrían igualar el poder que podría
presentar los Hightower en el campo de batalla. Los verdes de Aegon también disfrutaban de
otras ventajas. Antigua, Desembarco del Rey y Lannisport eran las ciudades más grandes y más
ricas del reino; y las tres se proclamaron por los verdes. Cada símbolo visible de legitimidad
pertenecía a Aegon. Él estaba sentado en el Trono de Hierro. Vivía en la Fortaleza Roja. Llevaba
la corona del Conquistador, tenía la espada del Conquistador, y había sido ungido por un
septón de la Fe ante los ojos de docenas de miles de personas. El Gran Maestre Orwyle se
sentaba en sus concilios, y el Lord Comandante de la Guardia Real había puesto la corona en su
cabeza. Y era un hombre, lo que a los ojos de muchos hacía de él el legítimo rey, y a su media
hermana una usurpadora.

Contra todo eso, las ventajas de Rhaenyra eran pocas. Algunos señores mayores aun podían
recordar los juramentos que habían prestado cuando se convirtió en Princesa de Rocadragón y
fue nombrada heredera de su padre. Hubo un tiempo en que había sido muy querida por los
de alta cuna y por el pueblo por igual, cuando la habían vitoreado como la Delicia del Reino.
Más de un joven señor y noble caballero había buscado su favor entonces… aunque cuantos
todavía lucharían por ella, ahora que era una mujer casada, con su cuerpo envejecido y
engrosada por seis partos, era una pregunta que ninguno pudo contestar. Aunque su medio
hermano había saqueado el tesoro de su padre, la princesa tenía a su disposición la riqueza de
la Casa Velaryon, y las flotas de la Serpiente Marina le daban superioridad en el mar. Y su
consorte el Príncipe Daemon, probado y templado en los Peldaños de Piedra, tenía más
experiencia de guerra que todos sus enemigos juntos. Por último, pero no menos importante,
Rhaenyra tenía sus dragones.
“Como Aegon,” apuntó Lord Staunton.
“Nosotros tenemos más,” dijo la Princesa Rhaenys, la Reina que Nunca Fue, que había sido
jinete de dragón mucho más tiempo que todos los demás. “Y los nuestros son más grandes y
fuertes, salvo por Vhagar. Los dragones prosperan mejor aquí en Rocadragón.” Los enumeró
para el concilio. El Rey Aegon tenía a Sunfyre. Una bestia espléndida, aunque joven. Aemond
Un-Ojo montaba a Vhagar, y el peligro que representaba la antigua montura de la Reina
Visenya no podía ser contradicho. La Reina Helaena montaba Dreamfyre, el dragón hembra
que una vez había llevado a la hermana del Viejo Rey a través de las nubes. El dragón del
Príncipe Daeron era Tessarion, con sus alas oscuras como el cobalto y sus garras, cresta y
escamas del vientre tan brillantes como el cobre batido. “Eso hace cuatro dragones con
tamaño para combatir,” dijo Rhaenys. Los gemelos de la Reina Helaena también tenían sus
propios dragones, pero no eran más que crías; el hijo más joven del usurpador, Maelor, solo
poseía un huevo.

Contra estos, el Príncipe Daemon tenía a Caraxes y la Princesa Rhaenyra a Syrax, bestias
grandes y formidables. Caraxes era sobre todo terrorífico, y no le eran desconocidos la sangre
y el fuego después de los Peldaños de Piedra. Los tres hijos de Rhaenyra y Laenor Velaryon
eran jinetes de dragones; Vermax, Arrax, y Tyraxes estaban creciendo cada vez más grandes.
Aegon el Joven, el mayor de los dos hijos de Rhaenyra y el Príncipe Daemon, poseía a
Stormcloud un dragón joven, aunque tenía que montarlo todavía; su hermano pequeño
Viserys iba a todas partes con su huevo. El propio dragón hembra de Rhaenys, Meleys la Reina
Roja, se había vuelto perezosa, pero seguía siendo fiera cuando despertaba. Los gemelos del
príncipe Daemon y Laena Velaryon también podrían ser jinetes de dragones. Moondancer, el
dragón de Baela, pronto sería lo bastante grande como para llevar a la chica en su lomo… y
aunque el dragón de su hermana Rhaena salió del cascarón, era una cosa rota que se murió a
las pocas horas de surgir del huevo, Syrax había producido otra nidada recientemente. Rhaena
recibió uno de sus huevos y se comentaba que la chica dormía con él todas las noches, y
rezaba por un dragón para igualar a su hermana.

Es más, otros seis dragones hicieron sus nidos en las cavernas humeantes de Montedragón
sobre el castillo. Estaba Ala de Plata, la antigua montura de la Bondadosa Reina Alysanne;
Seasmoke, la pálida bestia gris que había sido el orgullo y la pasión de Ser Laenor Velaryon; y el
viejo canoso Vermithor, sin jinete desde la muerte del Rey Jaehaerys. Y detrás de la montaña
moraban tres dragones salvajes, nunca reclamados, ni montados por ningún hombre, vivo o
muerto. Los campesinos los habían llamado Ladrón de Ovejas, Fantasma Gris, y Caníbal.
“Encontrad jinetes para domar a Ala de Plata, Vermithor y Seasmoke, y tendremos nueve
dragones contra los cuatro de Aegon. Montemos sus parientes silvestres y tendremos doce,
incluso sin Stormcloud,” apuntó la Princesa Rhaenys. “Así es como ganaremos esta guerra.”
Lord Celtigar y Lord Staunton estuvieron de acuerdo. Aegon el Conquistador y sus hermanas
habían demostrado que los caballeros y los ejércitos no podían resistir contra el fuego de los
dragones. Celtigar urgió a la princesa a volar contra Desembarco del Rey de una vez, y reducir
la ciudad a cenizas y huesos. “¿Y eso de qué nos servirá, mi señor?” exigió saber la Serpiente
Marina. “Queremos gobernar la ciudad, no quemarla hasta los cimientos.”
“Nunca llegaremos a eso,” insistió Celtigar. “El usurpador no tendrá más remedio que
oponerse a nosotros con sus propios dragones. Nuestros nueve seguramente abrumarán a sus
cuatro.”
“¿A qué precio?” preguntó la Princesa Rhaenyra. “Mis hijos estarían montados sobre tres de
esos dragones, os recuerdo. Y podrían no ser nueve contra cuatro. Yo todavía no estaré lo
suficientemente fuerte para volar durante algún tiempo. ¿Y quién montará a Ala de Plata,
Vermithor y Seasmoke? ¿Vos, mi señor? No lo creo. Serán cinco contra cuatro, y uno de los
cuatro será Vhagar. Eso no es una ventaja.”

Sorprendentemente el Príncipe Daemon estuvo de acuerdo con su esposa. “En los Peldaños de
Piedra mis enemigos aprendieron a correr y esconderse cuando veían las alas de Caraxes o
escuchaban su rugido… pero ellos no tenían sus propios dragones. No es una cosa fácil para un
hombre convertirse en un matadragones. Pero los dragones pueden matar dragones, y lo
hacen. Cualquier maestre que haya estudiado alguna vez la historia de Valyria puede decírselo.
No voy a lanzar nuestros dragones contra el usurpador a menos que no tenga otra opción. Hay
otras maneras de utilizarlos, mejores maneras.” El príncipe Daemon propuso su propia
estrategia al concilio negro. Rhaenyra debería tener una coronación propia, para responder a
Aegon. Después enviarían a los cuervos, llamando a los señores de los Siete Reinos para que
declararan su lealtad a su verdadera reina.
“Debemos luchar esta guerra con palabras antes de ir a batallar,” declaró el príncipe. Los
señores de las Grandes Casas tienen la llave de la victoria, insistió Daemon; sus hombres y
vasallos los seguirían. Aegon el Usurpador había ganado la obediencia de los Lannister de Roca
Casterly, y Lord Tyrell de Altojardin era un lloriqueante chaval oculto tras las faldas de su
madre, quien actuaba como su regente y quizás la mayoría del Dominio se habían aliado con
sus vasallos, los Hightowers… pero el resto de los grandes señores del reino todavía tenían que
declararse.
“Bastión de Tormentas estará con nosotros,” declaró la Princesa Rhaenys. Ella tenía la misma
sangre por el lado de su madre y el difunto Lord Boremund siempre había sido el más fiel de
sus amigos.

El Príncipe Daemon tenía buenas razones para esperar que la Doncella del Valle también
pudiera traer el Nido de Águilas a su bando. Aegon buscaría el apoyo de Pyke ciertamente,
juzgó; sólo las Islas de Hierro podrían emparejar la fuerza de la Casa Velaryon en el mar. Pero
los hombres de hierro eran notoriamente inconstantes, y Dalton Greyjoy amaba la sangre y la
batalla; fácilmente podría ser persuadido para apoyar a la princesa.
El norte era demasiado remoto para ser de mucha importancia en la lucha, juzgó el concilio;
cuando los Starks reunieran a sus banderizos y marchasen al sur, la guerra podría haber
terminado. Lo que dejaba sólo a los señores rivereños, notoriamente pendencieros y
gobernados, nominalmente al menos, por la Casa Tully de Aguasdulces. “Tenemos amigos en
las Tierras de los Ríos,” dijo el príncipe, “aunque no todos se atreven a mostrar todavía sus
colores. Necesitamos un lugar dónde puedan reunirse, un lugar en el continente lo bastante
grande como para alojar a un ejército de tamaño regular, y bastante fuerte para responder
cualquier ataque que el usurpador pudiese enviar contra nosotros.” Les mostró un mapa a los
señores. “Aquí. Harrenhal.”

Y así se decidió. El Príncipe Daemon conduciría el ataque desde Harrenhal, montando a


Caraxes. La Princesa Rhaenyra permanecería en Rocadragón hasta recuperar sus fuerzas. La
flota de Velaryon cerraría el Gaznate, saliendo de Rocadragón y Marcaderiva para bloquear
todo el transporte que entrara o saliera de la Bahía de Aguasnegras. “No tenemos la fuerza
para tomar Desembarco del Rey por asalto,” dijo el Príncipe Daemon, “no más de lo que
nuestros enemigos esperarían capturar Rocadragón. Pero Aegon es un muchacho verde, y los
muchachos verdes son fácilmente provocables. Quizá le podamos llevar a atacar
imprudentemente.” La Serpiente Marina comandaría la flota, mientras la Princesa Rhaenys
volaría sobre ella para impedir que sus enemigos atacaran los barcos con los dragones.
Entretanto, los cuervos volarían a Aguasdulces, Nido de Águilas, Pyke y Bastión de Tormentas
para ganar la obediencia de sus señores.

Entonces habló Jacaerys, el hijo mayor de la reina. “Nosotros debemos llevar esos mensajes,”
dijo. “Los dragones ganarían a esos señores más rápido que los cuervos.” Su hermano Lucerys
estuvo de acuerdo, insistiendo que él y Jace ya eran hombres, o lo suficientemente mayores
como para que no importara. “Nuestro tío nos llama Strongs, y afirma que somos bastardos,
pero cuando los señores nos vean en el lomo del dragón, sabrán que es una mentira. Sólo los
Targaryen montan dragones.” Incluso el joven Joffrey intervino, ofreciéndose a montar su
propio dragón Tyraxes y unirse a sus hermanos.
La Princesa Rhaenyra lo prohibió; Joff solo tenía doce años. Pero Jacaerys tenía quince y
Lucerys catorce; muchachos fuertes y fornidos, expertos en armas, que durante mucho tiempo
habían servido como escuderos. “Si vais lo haréis como mensajeros, no como caballeros,” les
dijo. “No tomareis parte en ningún combate.” Hasta que ambos chicos no hicieron un
juramento solemne sobre una copia de La Estrella de Siete Puntas, Su Alteza no consintió en
usarlos como enviados. Se decidió que Jace, siendo el mayor de los dos, tomaría la tarea más
larga y más peligrosa, volando primero al Nido de Águilas para tratar con la Señora del Valle,
luego a Puerto Blanco para atraer a Lord Manderly, y por último a Invernalia para encontrarse
con Lord Stark. La misión de Luke sería más corta y más segura; volaría al Bastión de
Tormentas, dónde —era de esperar— Borros Baratheon le daría una cálida bienvenida.

Al día siguiente se llevó a cabo una apresurada coronación. La llegada de Ser Steffon Darklyn,
el tardío Guardia Real de Aegon, fue motivo de mucha alegría en Rocadragón, sobre todo
cuando se supo que él y sus compañero leales (“cambiacapas”, los llamaría Ser Otto al ofrecer
una recompensa por su captura) habían llevado la corona robada del Rey Jaehaerys el
Conciliador. Trescientos pares de ojos observaron al Príncipe Daemon Targaryen colocando la
corona del Viejo Rey en la cabeza de su esposa, proclamándola Rhaenyra de la Casa Targaryen,
Primera de Su Nombre, Reina de los Ándalos, los Rhoynar, y los Primeros Hombres. El príncipe
reclamó para él el título de Protector del Reino, y Rhaenyra nombró a su hijo mayor Jacaerys
Príncipe de Rocadragón y heredero al Trono de Hierro.

Su primero acto como reina fue declarar a Ser Otto Hightower y a la Reina Alicent traidores y
rebeldes. “Como mis medio hermanos, y mi dulce hermana Helaena,” anunció, “que han sido
desviados por el consejo de hombre malos. Que vengan a Rocadragón, doblen la rodilla y
pidan perdón y perdonaré gustosamente sus vidas y los traeré de vuelta a mi corazón, porque
son de mi propia sangre, y ningún hombre o mujer es tan maldito como el asesino de su propia
sangre.”
La noticia de la coronación de Rhaenyra alcanzó la Fortaleza Roja al día siguiente, para gran
disgusto de Aegon II. “Mi media hermana y mi tío son culpables de alta traición,” declaró el
joven rey. “Los quiero capturados y arrestados, y los quiero muertos.”
Las cabezas más serenas del concilio verde deseaban parlamentar. “Se le debe hacer ver a la
princesa que su causa no tiene esperanza,” dijo el Gran Maestre Orwyle. “El hermano no debe
hacer la guerra a la hermana. Enviadme a ella, para que podamos hablar y llegar a un acuerdo
amistoso.”
Aegon no quería oír hablar de ello. El Septón Eustace nos dice que Su Alteza acusó al Gran
Maestre de deslealtad y habló de arrojarlo a una celda negra “con vuestros amigos negros.”
Pero cuando las dos reinas —su madre la Reina Alicent y su esposa la Reina Helaena—
hablaron a favor de la propuesta de Orwyle, el rey cedió a regañadientes. El Gran Maestre
Orwyle fue despachado por la Bahía de Aguasnegras bajo un estandarte de paz, llevando un
séquito que incluía a Ser Arryk Cargyll de la Guardia Real y Ser Gwayne Hightower de los capas
doradas, junto con una veintena de escribas y septones.

Los términos ofrecidos por el rey eran generosos. Si la princesa accedía a reconocerle como rey
y hacerle una reverencia ante el Trono de Hierro, Aegon II la confirmaría en la posesión de
Rocadragón y permitiría que la isla y el castillo pasaran a su hijo Jacaerys después de su
muerte. Su segundo hijo, Lucerys, sería reconocido como el heredero legítimo de Marcaderiva,
y las tierras y feudos de la Casa Velaryon; sus hijos con el Príncipe Daemon, Aegon el Joven y
Viserys, tendrían plazas de honor en la corte, el primero como escudero del rey, el último
como su copero. Se concederían indultos a los señores y caballeros que habían conspirado
traicioneramente con ella en contra de su verdadero rey.
Rhaenyra oyó las condiciones en silencio sepulcral, y entonces le preguntó a Orwyle si
recordaba a su padre, el Rey Viserys. “Por supuesto, Alteza,” respondió el maestre. “Quizá
podríais decirnos a quien nombró su heredero y sucesor,” dijo la reina con la corona sobre la
cabeza. “Vos, Alteza,” replicó Orwyle. Y Rhaenyra asintió y dijo, “Con vuestra propia lengua
admitís que soy vuestra legítima reina. ¿Por qué servís entonces a mi medio hermano, el
pretendiente? Decidle a mi medio hermano que tendré mi trono, o tendré su cabeza,” dijo
enviando a los mensajeros de regreso.
Aegon II, de veintidós años, era rápido para encolerizarse y lento para perdonar. “Yo le ofrecí
una paz honorable, y la puta la escupió en mi cara,” declaró. “Lo que pasará ahora será por su
culpa.”

Y así como él dijo, la Danza empezó. En Marcaderiva, los barcos de la Serpiente Marina
tendieron velas partiendo desde Hull y Spicetown para cerrar el Gaznate, ahogando el
comercio hacia y desde Desembarco del Rey. Poco después, Jacaerys Velaryon volaba al norte
en su dragón, Vermax, y su hermano Lucerys al sur en Arrax, mientras el Príncipe Daemon
montó a Caraxes hacia el Tridente.
Harrenhal ya había demostrado una vez ser vulnerable desde el cielo, cuando Aegon el Dragón
la había hecho caer. Su anciano castellano Ser Simon Strong se apresuró a rendir sus banderas
cuando Caraxes prendió la cima de la Torre de la Pira Real. Además de con el castillo el
Príncipe Daemon se hizo con la riqueza nada despreciable de la Casa Strong y capturó a una
docena de valiosos rehenes, entre ellos Ser Simon y sus nietos.
Entretanto, el Príncipe Jacaerys voló al norte en su dragón, convocando a Lady Arryn del Valle,
a Lord Manderly de Puerto Blanco, a Lord Borrell y Lord Sunderland de Tres Hermanas, y
Cregan Stark de Invernalia. Tan encantador era el príncipe, y tan terrorífico su dragón, que
cada uno de los señores que visitó declaró su apoyo a su madre.
Si el vuelo de su hermano “más corto, más seguro” hubiera ido tan bien, mucho
derramamiento de sangre y dolor podrían haberse evitado.

La tragedia que ocurrió con Lucerys Velaryon en Bastión de Tormentas nunca fue planeada, en
eso coinciden todas nuestras fuentes. Las primeras batallas en la Danza de los Dragones se
lucharon con plumas y cuervos, con amenazas y promesas, decretos y lisonjas. El asesinato de
Lord Beesbury en el consejo verde aún no era muy conocido; la mayoría creía que su señoría
languidecía en algún calabozo. Mientras diversas caras familiares habían dejado de verse en la
corte ninguna cabeza había aparecido por encima de las puertas del castillo, y muchos todavía
tenían la esperanza de que la cuestión de la sucesión pudiera resolverse pacíficamente.

El Desconocido tenía otros planes. Porque ciertamente estaba su mano detrás de la siniestra
ocasión que llevó a los dos príncipes juntos a Bastión de Tormentas, cuando el dragón Arrax
corrió delante de una tormenta que se avecinaba para llevar a Lucerys Velaryon a la seguridad
del patio del castillo, solo para encontrarse con Aemond Targaryen allí antes que él.
El poderoso dragón del Príncipe Aemond, Vhagar, sintió su llegada primero. Los guardias que
caminaban por las almenas de los poderosos muros del castillo agarraron sus lanzas con terror
cuando se despertó, con un rugido que hizo temblar los cimientos mismos de Durran
Pesardedioses. Incluso Arrax se acobardó ante ese sonido, se nos dice, y Luke utilizó su látigo
para forzarlo a descender.
Los rayos iluminaban el este y una lluvia intensa caía cuando Lucerys descendió de su dragón,
con el mensaje de su madre agarrado en la mano. Debía saber con seguridad lo que la
presencia de Vhagar significaba, así que no se llevó ninguna sorpresa cuando Aemond
Targaryen se enfrentó a él en la Sala Redonda, ante los ojos de Lord Borros, sus cuatro hijas, su
septón y su maestre, y dos veintenas de caballeros, guardias y sirvientes.
“Mirad a esta lamentable criatura, mi señor,” gritó el Príncipe Aemond. “El pequeño Luke
Strong, el bastardo.” Para Luke dijo, “Estás mojado, bastardo. ¿Está lloviendo o te has meado
encima de miedo?”
Lucerys Velaryon sólo se dirigió a Lord Baratheon. “Lord Borros, le he traído un mensaje de mi
madre, la reina.”
“La puta de Rocadragón, quiere decir.” El Príncipe Aemond se adelantó y le arrebató la carta
de la mano a Lucerys, pero Lord Borros rugió una orden y sus caballeros intervinieron, tirando
de los príncipes para separarlos. Uno llevó la carta de Rhaenyra al estrado, donde su señoría
estaba sentado sobre el trono de los Reyes de la Tormenta de la antigüedad.
Ningún hombre puede saber realmente lo que sintió Borros Baratheon en ese momento. Los
relatos de los que estaban allí difieren notablemente unos de otros. Algunos dicen que su
señoría estaba con la cara roja y avergonzado, como un hombre encontrado por su legítima
esposa con otra mujer en la cama. Otros declaran que Borros parecía estar saboreando el
momento, porque agradó a su vanidad tener tanto al rey como a la reina buscando su apoyo.
Sin embargo todos los testigos están de acuerdo en lo que dijo e hizo Lord Borros. Nunca había
sido un hombre de letras, así que le entregó la carta de la reina a su maestre, quien rompió el
sello y le susurró el mensaje al oído de su señoría. El ceño se frunció en el rostro de Lord
Borros. Se acarició la barba, frunció el ceño al mirar a Lucerys Velaryon y dijo, “Y si hago lo que
tu madre manda ¿con cuál de mis hijas te casarás, chico?” Hizo un gesto hacia las cuatro niñas.
“Elige una.”
El Príncipe Lucerys solo pudo sonrojarse. “Mi señor, no soy libre para casarme,” replicó. “Estoy
prometido con mi prima Rhaena.”
“Es lo que pensé,” dijo Lord Borros. “Vete a casa, cachorro, y dile a la zorra de tu madre que el
Señor de Bastión de Tormentas no es un perro al que puede silbar cuando necesita ponerlo
contra sus enemigos.” Y el Príncipe Lucerys se volvió para salir de la Sala Redonda.
Pero el Príncipe Aemond desenvainó su espada y le dijo. “¡Espera, Strong!”
El Príncipe Lucerys recordó su promesa a su madre. “No voy a pelear. Vine aquí como enviado,
no como caballero.”
“Has venido aquí como cuervo y como traidor,” le respondió el Príncipe Aemond. “Tendré tu
vida, Strong.”
Ante eso Lord Borros se inquietó. “No aquí” refunfuñó. “Vino como enviado. No quiero sangre
derramada bajo mi techo.” Así que sus guardias se colocaron entre los príncipes y escoltaron a
Lucerys Velaryon de la Sala Redonda de vuelta al patio del castillo donde su dragón Arrax se
encorvaba bajo la lluvia, esperando su regreso.
La boca de Aemond Targaryen se retorció de rabia, y se volvió una vez más a Lord Borros,
solicitando su permiso para irse. El señor de Bastión de Tormentas se encogió de hombros y
respondió, “No soy quien para decirte qué hacer cuando no estás bajo mi techo.” Y sus
caballeros se apartaron cuando el Príncipe Aemond corrió hacia las puertas.

Afuera, la tormenta estaba en su apogeo. Los truenos retumbaban a través del castillo, la lluvia
caía en cortinas cegadores, y de vez en cuando grandes relámpagos blanquiazules volvían el
mundo tan brillante como si fuera de día. Era mal tiempo para volar, incluso para un dragón, y
Arrax luchaba por mantenerse en el aire cuando el Príncipe Aemond montó en Vhagar y fue
tras él. Si el cielo hubiera estado en calma el Príncipe Lucerys podría haber huido de su
perseguidor, porque Arrax era más joven y rápido… pero el día era negro, y así sucedió que los
dragones se encontraron en la Bahía de los Naufragios. Observadores en los muros del castillo
vieron distantes explosiones de llamas, y oyeron un grito cortando los truenos. A continuación
las dos bestias se enredaron juntas, rodeadas por el chisporroteo de los relámpagos. Vhagar
era cinco veces del tamaño de su enemigo, el endurecido superviviente de cien batallas. Si
hubo una lucha, no pudo durar mucho.
Arrax cayó, roto, para ser tragado por las turbulentas y tormentosas aguas de la bahía. Su
cabeza y cuello aparecieron después en los precipicios debajo de Bastión de Tormentas, tres
días después, para convertirse en festín de cangrejos y gaviotas. También apareció el cadáver
del Príncipe Lucerys.
Y con su muerte, la guerra de cuervos y mensajeros y pactos de matrimonio se acabó, y la
guerra de fuego y sangre comenzó en serio.

En Rocadragón, la Reina Rhaenyra se derrumbó cuando oyó de la muerte de Luke. El hermano


menor de Luke, Joffrey (Jace seguía lejos en su misión al norte) hizo un terrible juramento de
venganza contra el Príncipe Aemond y Lord Borros. Solo la intervención de la Serpiente Marina
y la Princesa Rhaenys detuvo al chico de montar a su propio dragón. Cuando el concilio negro
se sentó para considerar cómo devolver el golpe, un cuervo llegó de Harrenhal. “Ojo por ojo,
hijo por hijo,” escribió el Príncipe Daemon. “Lucerys será vengado.”
En su juventud, el rostro de Daemon Targaryen y su risa eran conocidos por cada ladrón, puta
y mercenario en el Lecho de Pulgas. El príncipe todavía tenía amigos en los bajos fondos de
Desembarco del Rey, y seguidores entre los Capas Doradas. El Rey Aegon, la Mano y la Reina
Viuda, desconocían que él también tenía aliados en la corte; incluso en el concilio verde… y a
un intermediario, un amigo personal en quien confiaba absolutamente, quién conocía los
sumideros de vino y los agujeros de ratas que se ocultaban a la sombra de la Fortaleza Roja.
Entre los guisos del Lecho de Pulgas, el intermediario del Príncipe Daemon encontró los
instrumentos convenientes. Uno había sido un sargento de la Guardia de la Ciudad; grande y
brutal, había perdido su Capa Dorada por golpear a una prostituta hasta la muerte en una furia
etílica. El otro era un cazador de ratas en la Fortaleza Roja. Sus verdaderos nombres se
perdieron para la historia. Son recordados como “Sangre” y “Queso”.
Las puertas ocultas y túneles secretos que Maegor el Cruel había construido eran tan
familiares para el cazador de ratas como para las ratas que cazaba. Usando un pasadizo
olvidado, Queso llevó a Sangre al corazón del castillo, ambos inadvertidos por los guardias.
Algunos dicen que su presa era el propio rey, pero Aegon era acompañado por la Guardia Real
donde quiera que fuera, e incluso Queso sabía que no había ningún otro camino para entrar o
salir del Torreón de Maegor que el puente levadizo que cruzaba el foso seco y sus formidables
púas de hierro.

La Torre de la Mano era menos segura. Los dos hombres entraron a través de las paredes,
pasando por alto a los lanceros apostados en las puertas de la torre. Las habitaciones de Ser
Otto no eran interesantes para ellos. En su lugar, se deslizaron en las cámaras de su hija, un
piso más abajo. La Reina Alicent había fijado su residencia allí después de la muerte del rey
Viserys, cuando su hijo Aegon se trasladó al Torreón de Maegor con su propia reina. Una vez
dentro, Queso ató y amordazó la Reina Viuda, mientras Sangre estrangulaba a su doncella de
alcoba. Luego se sentaron a esperar, porque sabían que era la costumbre de la reina Helaena
traer a sus hijos a ver a su abuela todas las noches antes de acostarse.
Ciega al peligro, la reina apareció cuando el crepúsculo cayó sobre el castillo, acompañada de
sus tres hijos. Jaehaerys y Jaehaera tenían seis años, Maelor dos. Al entrar en las habitaciones,
Helaena sostenía su pequeña mano y diciendo en voz alta el nombre de su madre. Sangre
atrancó la puerta y mató al guardia de la reina, mientras que Queso aparecía para arrebatarle
a Maelor. "Grita y todos morirán," dijo Sangre a Su Alteza. La Reina Helaena mantuvo la calma,
se dice. "¿Quién eres tú?", exigió de los dos. "Los cobradores de deudas", dijo Queso. "Ojo por
ojo, hijo por hijo. Sólo queremos uno, para igualar las cosas. No le haremos daño al resto de
ustedes, buena gente, no les tocaremos ni un pequeño pelo. ¿Cuál quieres perder,
Excelencia?".
Una vez que se dio cuenta de lo que quería decir, la Reina Helaena suplicó a los hombres que
la mataran a ella en su lugar. "Una mujer no es un hijo", dijo Sangre. "Tiene que ser un niño."
Queso advirtió la reina que tomara una decisión pronto, antes de que Sangre se aburriera y
violara a su pequeña niña. "Elija", dijo, "o los matamos a todos." De rodillas, llorando, Helaena
nombró al más joven, Maelor. Tal vez pensó que el muchacho era demasiado joven para
entender, o tal vez fue porque el chico mayor, Jaehaerys, era el hijo y heredero primogénito
del rey Aegon, el siguiente en línea sucesoria para el Trono de Hierro.
“¿Oíste eso, pequeño?”, le susurró Queso a Maelor. “Tu mamá te quiere muerto.” Entonces
hizo un gesto a Sangre, y el tosco espadachín mató al Príncipe Jaehaerys, seccionando la
cabeza del chico con un solo golpe. La reina empezó a gritar.

A pesar de que Sangre y Queso le perdonaron la vida, no se puede decir que la Reina Helaena
sobreviviera a ese fatídico anochecer. Después de eso Helaena no comía, ni se bañaba, ni
dejaba sus aposentos, y ya no podía mirar a su hijo Maelor, sabiendo que lo había elegido para
morir. El rey no tuvo más remedio que apartar al niño de ella y dárselo a su madre, la Reina
Viuda Alicent, para que lo criara como si fuera suyo. Después de eso Aegon y su mujer dormían
separados, y la Reina Helaena se hundió más y más profundamente en la locura, mientras el
rey se enfurecía, y bebía y bramaba.
Ahora el derramamiento de sangre comenzó en serio.

La caída de Harrenhal en manos del Príncipe Daemon causó un gran sobresalto a Su Alteza.
Hasta ese momento Aegon II había creído que la causa de su medio hermana era desesperada.
Harrenhal hizo que Su Alteza se sintiera vulnerable por primera vez. Rápidas derrotas
posteriores como las de Molino Quemado y Seto de Piedra cayeron como golpes, e hicieron al
rey darse cuenta de que su situación era más peligrosa de lo que parecía. Este miedo se hizo
más profundo cuando los cuervos volvieron del Dominio, donde los verdes se creían más
fuertes. La Casa Hightower y Antigua eran firmes partidarios del Rey Aegon, y Su Alteza tenía el
Rejo también… pero en diversos lugares del sur otros señores se declararon a favor de
Rhaenyra, entre ellos Lord Costayne de Tres Torres, Lord Mullendore de Tierras Altas, Lord
Tarly de Colina Cuerno, Lord Rowan de Sotodeoro y Lord Grimm de Escudo Gris.
Otros golpes los siguieron: el Valle, Puerto Blanco, Invernalia. Los Blackwood y otros señores
rivereños fluyeron hacia Harrenhal y los estandartes del Príncipe Daemon. La flota de la
Serpiente Marina tenía cerrada la bahía del Aguasnegras, y cada mañana el Rey Aegon recibía
a mercaderes gimoteantes. Su Alteza no tenía respuestas para sus quejas, más allá de otra
copa de vino fuerte. “Haced algo,” pedía a Ser Otto. La Mano le aseguró que se estaba
haciendo algo; que había urdido un plan para romper el bloqueo Velaryon. Uno de los
principales pilares de apoyo de la reclamación de Rhaenyra era su consorte, sin embargo el
Príncipe Daemon representaba una de sus mayores debilidades también. El príncipe había
hecho más enemigos que amigos durante el curso de sus aventuras. Ser Otto Hightower, que
había estado entre los principales de sus enemigos, cruzó el Mar Angosto hacia otros de los
enemigos del príncipe, el Reino de las Tres Hijas, con la esperanza de persuadirlos a actuar
contra la Serpiente Marina.

Las demoras no le sentaban bien al joven rey. Aegon II había perdido la paciencia con las
precauciones de su abuelo. Aunque su madre la Reina Viuda Alicent habló en defensa de Ser
Otto, Su Alteza hizo oídos sordos a sus súplicas. Convocó a Ser Otto al Salón del Trono, arrancó
la cadena de su cuello y se la puso a Ser Criston Cole. “Mi nueva Mano es un puño de acero,”
alardeó. “Hemos terminado con eso de escribir cartas.” Ser Criston no tardó en demostrar su
temple. “No debes implorar el apoyo de los señores, como un mendigo pidiendo limosna,” le
dijo a Aegon. “Eres el legítimo rey de Poniente, y aquellos que lo nieguen son traidores. Ya es
hora de que aprendan el precio de la traición.”
El Consejero de los rumores del Rey Aegon, Larys Strong el Patizambo, había elaborado una
lista de todos los señores que se habían reunido en Rocadragón para asistir a la coronación de
la Reina Rhaenyra y sentarse en su consejo negro. Lord Celtigar y Lord Velaryon tenían sus
sedes en las islas; ya que Aegon II no tenía fuerza en el mar, estaban más allá del alcance de su
ira. Sin embargo, aquellos señores “negros” cuyas tierras estaban en el continente, no
disfrutaban de tal protección.

Valle Oscuro cayó fácilmente, tomado por sorpresa por las fuerzas del Rey; el pueblo fue
saqueado, quemaron los barcos en el puerto, y Lord Darklyn fue decapitado. Grajal fue el
siguiente objetivo de Ser Criston. Prevenido de su venida, Lord Staunton cerró sus puertas y
desafió a los asaltantes. Detrás sus muros, su señoría sólo pudo mirar como sus campos,
bosques y pueblos fueron quemados; sus ovejas, ganado y campesinos pasados por la espada.
Cuando las provisiones dentro del castillo empezaron a escasear, despachó un cuervo a
Rocadragón, suplicando ayuda.

Nueve días después de que Lord Staunton despachó su súplica, el sonido de alas correosas se
oyó sobre el mar, y el dragón Meleys apareció sobre Grajal. La Reina Roja, se llamaba, por las
escamas de color escarlata que la cubrían. Las membranas de sus alas eran rosadas, su cresta,
cuernos y garras refulgentes como el cobre. Y en su espalda, en armadura de acero y cobre,
resplandeciente en el sol, montaba Rhaenys Targaryen, la Reina Que Nunca Fue.
Ser Criston Cole no se desanimó. La Mano de Aegon había esperado esto, y contaba con ello.
Los tambores tronaron una orden, y salieron los arqueros, y hombres con lanzas, llenando el
aire con flechas y lanzas. Los escorpiones fueron tensados para disparar pernos de hierro de la
misma especie de los que habían derribado a Meraxes en Dorne. Meleys sufrió una veintena
de golpes, pero las flechas solo sirvieron para hacerlo enojar. Descendió, escupiendo fuego a
derecha e izquierda. Los caballeros se quemaron en sus sillas, mientras el pelo, el cuero y los
arneses de los caballos fueron pasto de las llamas. Los hombres de armas arrojaron sus lanzas
y se dispersaron. Algunos trataron de esconderse tras sus escudos, pero ni el roble ni el hierro
podían soportar el aliento del dragón. Ser Criston montó en su caballo blanco gritando
“Apuntad al jinete,” a través del humo y las llamas. Meleys rugió, el humo se arremolinó en sus
narices, un semental pateó sus mandíbulas envuelto en lenguas de fuego.

Entonces llegó un rugido de respuesta. Otras dos formas aladas aparecieron: el rey a
horcajadas sobre Sunfyre el Dorado, y su hermano Aemond sobre Vhagar. Criston Cole había
colocado la trampa y Rhaenys había venido a por el cebo. Ahora, los dientes se cerraron en
torno a ella.
La Princesa Rhaenys no hizo ningún intento de huir. Con un grito de alegría y un chasquido de
su látigo, volvió a Meleys contra el enemigo. Solo contra Vhagar podría haber tenido alguna
oportunidad, porque la Reina Roja era vieja y astuta, y no desconocía la batalla. Contra Vhagar
y Sunfyre juntos, la muerte era segura. Los dragones se encontraron violentamente a mil pies
sobre el campo de batalla; las bolas de fuego estallaron y florecieron, tan brillantes que los
hombres juraron después que el cielo estaba lleno de soles. Las mandíbulas de color carmesí
de Meleys se cerraron alrededor del cuello dorado de Sunfyre por un momento, hasta que
Vhagar cayó sobre ellos desde arriba. Los tres animales giraron hacia el suelo. Lo golpearon
con tanta fuerza que algunas piedras de las almenas de Grajal cayeron a media legua de
distancia.

Los más cercanos a los dragones no vivieron para contarlo. Los que estaban más lejos no
podían ver, por las llamas y el humo. Pasaron horas antes de que se apagaran las llamas. Pero
de las cenizas, sólo Vhagar se levantó ileso. Meleys estaba muerto, roto en pedazos por la
caída. Y Sunfyre, la espléndida bestia dorada, tenía la mitad de un ala colgando de su cuerpo,
mientras que su real jinete tenía algunas costillas y la cadera rotas, y quemaduras que cubrían
la mitad de su cuerpo. Su brazo izquierdo era el que estaba peor. Las llamas de los dragones
habían sido tan ardientes que la armadura del rey se había fundido en su carne.
Un cuerpo, que creyeron que era el de Rhaenys Targaryen, se encontró después al lado del
cadáver de su dragón, pero tan carbonizado que nadie podía estar seguro de que fuera ella. La
amada hija de Lady Jocelyn Baratheon y el Príncipe Aemon Targaryen, la fiel esposa de Lord
Corlys Velaryon, madre y abuela, la Reina Que Nunca Fue vivió intrépidamente, y murió entre
sangre y fuego. Tenía cincuenta y cinco años.
Ochocientos caballeros, escuderos y gente común también perdieron la vida ese día. Otros
cien perecieron no mucho después cuando el Príncipe Aemond y Ser Criston Cole tomaron
Grajal y pasaron a su guarnición por la espada. La cabeza de Lord Staunton fue llevada de
vuelta a Desembarco del Rey y colocada sobre la Puerta Vieja… pero fue la cabeza del dragón
Meleys, llevada a la ciudad en un carro, la que asombró y silenció a la multitud del pueblo
llano. Miles huyeron de Desembarco del Rey después, hasta que la Reina Viuda Alicent ordenó
cerrar a cal y canto las puertas de la ciudad.

El Rey Aegon II no murió, pero sufrió tales quemaduras que rezó por la muerte. Llevado de
vuelta a Desembarco del Rey en una litera cerrada para ocultar la gravedad de sus heridas, Su
Alteza no se levantó de la cama en lo que quedaba del año. Los septones oraron por él, los
maestres lo asistieron con pociones y leche de la amapola, pero Aegon dormía nueve horas de
cada diez, despertando solo el tiempo suficiente para tomar un poco de alimento antes de
dormirse de nuevo. Nadie perturbó su descanso, salvo su madre la Reina Viuda y su Mano, Ser
Criston Cole. Su esposa nunca hizo el intento de acudir, por lo perdida que estaba Helaena en
su propio dolor y locura.
El dragón del rey, Sunfyre, demasiado grande y pesado para moverlo, e incapaz de volar con su
ala dañada, permaneció en los campos más allá de Grajal, arrastrándose a través de las cenizas
como una gran sierpe dorada. En los primeros días, se alimentó de los cadáveres quemados de
los muertos. Cuando se acabaron, los hombres que Ser Criston había dejado atrás para
protegerlo le llevaron terneros y ovejas.
“Ahora debes gobernar el reino, hasta que tu hermano esté lo suficientemente fuerte para
ponerse la corona de nuevo,” le dijo la Mano del Rey al Príncipe Aemond. No hizo falta que Ser
Criston se lo dijera dos veces. Y así Aemond Un-Ojo el Mataparientes tomó la corona de hierro
y rubíes de Aegon el Conquistador. “Me queda mejor que a él,” proclamó el príncipe. Sin
embargo Aemond no asumió el título de rey, pero se nombró a si mismo Protector del Reino y
Príncipe Regente. Ser Criston Cole permaneció como Mano del Rey.

Mientras tanto, las semillas que Jacaerys Velaryon había plantado en su vuelo al norte estaban
empezando a dar frutos, y los hombres se estaban reuniendo en Puerto Blanco, Invernalia,
Fuerte Túmulo, Villahermana, Puerto Gaviota y en las Puertas de la Luna. Si llegaban a unir sus
fuerzas con la de los señores rivereños que se habían reunido en Harrenhal con el Príncipe
Daemon, incluso los fuertes muros de Desembarco del Rey no sería capaces de resistirlos,
advirtió Ser Criston al nuevo Príncipe Regente.
Muy seguro de su propia destreza como guerrero y del poder de su dragón Vhagar, Aemond
estaba ansioso por llevar la batalla el enemigo. “La puta de Rocadragón no es la amenaza,”
dijo. “No más que Rowan y esos traidores del Dominio. El peligro es mi tío. Una vez Daemon
esté muerto, todos esos tontos abandonaran la bandera de nuestra hermana, correrán de
nuevo a sus castillos y no habrá más problemas para nosotros.”

Al este de la Bahía del Aguasnegras, la Reina Rhaenyra también se sentía mal. La muerte de su
hijo Lucerys había sido un duro golpe para una mujer ya rota por el embarazo, el parto y el
aborto. Cuando la noticia de que la Princesa Rhaenyra había caído alcanzó Rocadragón se
cruzaron duras palabras entre la reina y Lord Velaryon, que la culpaba por la muerte de su
esposa. “Deberías haber sido vos,” le gritó la Serpiente Marina a Su Alteza. “¡Staunton os
llamó, pero dejasteis responder a mi esposa y prohibisteis a vuestros hijos a unirse a ella!”
Porque como todo el castillo sabía, los príncipes Jace y Joff habían estado ansiosos por volar
con la Princesa Rhaenys a Grajal con sus propios dragones.
Fue Jace quien saltó a la palestra ahora, a finales del año 129 DC. Primero llevó al Señor de las
Mareas de vuelta al redil nombrándolo la Mano de la Reina. Juntos, él y Lord Corlys empezaron
a planear un asalto a Desembarco del Rey.

Consciente de la promesa que le había hecho a la Doncella del Valle, Jace ordenó al Príncipe
Joffrey que volara a Puerto Gaviota con Tyraxes. Munkun sugiere que el deseo de Jace de
mantener a su hermano lejos de los combates fue de suma importancia en esta decisión. Esto
no le sentó bien a Joffrey, que estaba determinado a probarse en la batalla. Solo cuando le dijo
que era enviado para defender el Valle contra los dragones del Rey Aegon, consintió en ir.
Rhaena, la hija de trece años del Príncipe Daemon y Laena Velaryon, fue elegida para
acompañarle. Conocida como Rhaena de Pentos, por la ciudad donde había nacido, no era
jinete de dragón, ya que su cría había muerto algunos años antes pero llevó al Valle tres
huevos de dragón, donde rezó todas las noches por su eclosión. El Príncipe de Rocadragón
también se preocupó por la seguridad de sus medio hermanos, Aegon el Joven y Viserys, de
nueve y siete años respectivamente. Su padre, el Príncipe Daemon, había hecho muchos
amigos en la Ciudad Libre de Pentos durante sus visitas allí, así que Jacaerys los envió a través
del Mar Angosto al Príncipe de la ciudad, quien accedió a acoger a los dos chicos hasta que
Rhaenyra hubiera asegurado el Trono de Hierro. En los últimos días de 129 DC los jóvenes
príncipes abordaron la coca Alegre Abandonado –Aegon con Stormcluod, Viserys agarrado a su
huevo- para embarcarse hacia Essos. La Serpiente Marina envió siete de sus buques de guerra
con ellos como escolta para asegurarse de que llegaran a Pentos sin peligro.
Con Sunfyre herido e incapaz de volar cerca de Grajal y Tessarion con el Príncipe Daeron en
Antigua, solo dos dragones maduros permanecieron para defender Desembarco del Rey… y el
jinete de Dreamfyre, la Reina Helaena, pasaba sus días en la oscuridad, llorando, y
seguramente no podía ser considerada una amenaza. Eso dejaba solo a Vhagar. Ningún dragón
vivo podía competir con Vhagar en tamaño o ferocidad, pero Jace razonó que si Vermax, Syrax
y Caraxes descendieran a la vez sobre Desembarco del Rey incluso “esa vieja perra canosa”
sería incapaz de resistirse a ellos. Sin embargo, tan grande era la reputación de Vhagar que el
príncipe vaciló, teniendo en cuanta como podría añadir más dragones a su ataque.

La Casa Targaryen había gobernado Rocadragón durante más de doscientos años, desde que
Lord Aenar Targaryen llegó de Valyria con sus dragones. A pesar de que siempre había sido su
costumbre casarse el hermano con la hermana y primo con prima, la sangre joven corre
ardiente y no era raro que los hombres de la casa buscaran placer entre las hijas (e incluso las
esposas) de sus súbditos, el pueblo llano, que vivía en los pueblos debajo de Montedragón,
labradores de la tierra y pescadores del mar. De hecho, hasta el reinado del Rey Jaehaerys y la
Bondadosa Reina Alysanne, la antigua ley de la primera noche había prevalecido en
Rocadragón, como lo hizo en todo Poniente, por lo que era el derecho de todo señor llevarse a
la cama a cualquier doncella de sus dominios en su noche de bodas.

Aunque esta costumbre estaba muy mal vista en el resto de los Siete Reinos, por hombres de
temperamento celoso que no comprendían el honor que se les confería, tales sentimientos
eran desconocidos en Rocadragón, donde los Targaryen eran considerados como seres más
cercanos a los dioses que el común de los hombres. Aquí, las desposadas así bendecidas en su
noche de bodas eran envidiadas, y los niños nacidos de tales uniones se valoraban sobre todos
los demás, por lo que los Señores de Rocadragón a menudo celebraban el nacimiento con
abundantes regalos en oro y seda y tierras para la madre. Se decía que estos afortunados
bastardos habían “nacido de la semilla de dragón,” y eran conocidos como “las semillas.”
Incluso después del final del derecho a la primera noche, ciertos Targaryen continuaron
divirtiéndose con las hijas de los posaderos y las mujeres de los pescadores, por los que las
semillas y los hijos de las semillas eran abundantes en Rocadragón.

El Príncipe Jacaerys necesitaba más jinetes de dragón, y más dragones, y fue a los nacidos de la
semilla de dragón a los que acudió, y prometió que a cualquier hombre que pudiera dominar
un dragón se le concederían tierras y riquezas y sería armado caballero. Sus hijos serían
ennoblecidos, sus hijas se casarían con príncipes y tendría el honor de luchar al lado del
Príncipe de Rocadragón contra el pretendiente Aegon II Targaryen y sus traidores partidarios.
No todos los que acudieron en respuesta de la llamada del príncipe eran semillas, ni siquiera
hijos o nietos de semillas. Una veintena de los propios caballeros sin hogar de la reina se
ofrecieron como jinetes de dragón, entre ellos el Lord Comandante de la Guardia Real, Ser
Steffon Darklyn, junto con escuderos, pinches, marineros, hombres de armas, titiriteros y dos
criadas.

Los dragones no son caballos. No aceptan con facilidad a hombres sobre sus espaldas, y
cuando se enojan o se sienten amenazados, atacan. Dieciséis hombres perdieron sus vidas
durante el intento por convertirse en jinetes de dragones. Tres veces esa cifra fueron los
quemados o mutilados. Steffon Darklyn fue quemado hasta la muerte cuando se disponía a
montar al dragón Seasmoke. Lord Gormon Massey corrió la misma suerte cuando se acercó a
Vermithor. Un hombre llamado Denys el Plateado, cuyo cabello y ojos daban credibilidad a su
afirmación de ser un hijo bastardo del Rey Maegor el Cruel, perdió un brazo arrancado por
Ladrón de Ovejas. Cuando sus hijos luchaban por restañar la herida, el Caníbal descendió sobre
ellos, obligando a retirarse a Ladrón de Ovejas, y el padre y los hijos fueron devorados por
igual.
Sin embargo Seasmoke, Vermithor y Ala de Plata estaban acostumbrados a los hombres y
toleraban su presencia. Habiendo sido montados una vez, eran más receptivos a nuevos
jinetes. Vermithor, el dragón del Viejo Rey, inclinó su cuello al bastardo de un herrero, un
hombre muy alto llamado Hugh Hammer (Martillo), o Hugh el Duro, mientras que un hombre
de cabello pálido llamado Ulf el Blanco (por su pelo) o Ulf el Beodo (por la bebida) montó a Ala
de Plata, el dragón de la Reina Alysanne.
Y Seasmoke que había llevado una vez a Laenor Velaryon, aceptó en su lomo a un tal Addam
de Hull de quince años, cuyos orígenes siguen siendo motivo de controversia entre los
historiadores hasta el día de hoy. No mucho después de que Addam de Hull se probara a si
mismo montando a Seasmoke, Lord Corlyss llegó a pedir a la Reina Rhaenyra que quitara la
mancha de la bastardía de él y su hermano. Cuando el Príncipe Jacaerys añadió su voz a la
demanda, la reina consintió. Addam de Hull, semilla de dragón y bastardo, se convirtió en
Addam Velaryon, heredero de Marcaderiva.

Los tres dragones salvajes de Rocadragón fueron menos fáciles de reclamar que aquellos que
ya habían tenido jinetes, sin embargo se hicieron sobre ellos los mismos intentos. Ladrón de
Ovejas, un dragón notablemente feo de un marrón “fangoso” que nació cuando el Viejo Rey
era aún joven, tenía gusto por la carne de cordero, bajando en picado sobre los rebaños de los
pastores desde Marcaderiva hasta el río Rodeo. Rara vez dañaba a los pastores, a menos que
intentaran interferir, pero era conocido por devorar ocasionalmente algún perro pastor.
Fantasma Gris tenía su nido en una alta grieta humeante en la ladera oriental de
Montedragón, prefería los peces y se le solía ver volando bajo sobre el Mar Angosto,
arrebatando presas del mar. Este dragón era una bestia de un pálido blanco-grisáceo del color
de la niebla de la mañana, notablemente tímido que evitaba a los hombres y sus obras desde
hacía años.
El más grande y viejo de los dragones salvajes era Caníbal, que se llamaba así porque se
alimentaba de los cadáveres de los dragones muertos, y descendía sobre los nidos de
Rocadragón para hartarse de dragones recién nacidos y huevos. Los aspirantes a domadores
de dragón habían hecho intentos de montarlo una docena de veces; su guarida estaba llena de
sus huesos.

Ninguno de las semillas de dragón pudo montar a Caníbal (ninguno de los que fueron volvió
para contar su historia). Algunos buscaron a Fantasma Gris pero no lo encontraron, porque era
una criatura escurridiza. Ladrón de Ovejas resultó más fácil de encontrar, pero seguía siendo
una bestia cruel de mal carácter que mató a más semillas que los tres “dragones de castillo”
juntos. Uno que esperaba domarlo (después de buscar infructuosamente a Fantasma Gris) fue
Alyn de Hull. Ladrón de Ovejas no quiso saber nada de él. Cuando tropezó en la guarida del
dragón con su capa en llamas, solo una rápida acción de su hermano le salvó la vida. Seasmoke
apartó al dragón salvaje mientras Addam usaba su propia capa para apagar las llamas. Alyn
Velaryon llevaría las cicatrices del encuentro en la espalda y las piernas para el resto de su
larga vida. Sin embargo se consideró afortunado, porque sobrevivió. Muchas de las otras
semillas y solicitantes que aspiraban a montar sobre la espalda de Ladrón de Ovejas
terminaron en su lugar en su estómago.

Al final el dragón marrón fue doblegado por la astucia y la persistencia de una “pequeña chica
de piel oscura” de dieciséis años, llamada Netty, quien le entregó una oveja recién sacrificada
todas las mañanas hasta que Ladrón de Ovejas aprendió a aceptarla y esperarla. Era de pelo
negro, ojos marrones, piel morena, flaca, malhablada, sucia y sin miedo… y el primer y último
jinete del dragón Ladrón de Ovejas.
Esto hizo que el Príncipe Jacaerys lograra su objetivo. Pese a toda la muerte y el dolor que
causó, las viudas que quedaban atrás y los hombres quemados que llevarían sus cicatrices
hasta el día de su muerte, se habían encontrado cuatro nuevos jinetes de dragón. Cuando el
año 129 DC llegaba a su fin, el príncipe estaba preparado para volar contra Desembarco del
Rey. La fecha que eligió para el ataque fue la primera luna llena del año nuevo.
Pero los planes de los hombres no son sino juguetes para los dioses. Porque así como Jace
preparó sus planes, una nueva amenaza se acercaba desde el este. Los ardides de Otto
Hightower habían dado frutos; reunido en Tyrosh, el Alto Concilio de los Triarcas había
aceptado su oferta de alianza. Noventa buques de guerra salieron de los Peldaños de Piedra
con los estandartes de las Tres Hijas, remando hacia el Gaznate… y como la oportunidad y los
dioses lo quisieron, la coca de Pentos Alegre Abandonado, llevando a dos príncipes Targaryen,
navegó directamente a sus dientes. Los barcos escoltas enviados para protegerla se hundieron,
o fueron capturadas, y el Alegre Abandonado también fue capturado.

La historia se supo en Rocadragón sólo cuando el Príncipe Aegon llegó aferrándose


desesperadamente al cuello de su dragón, Stormcloud. El chico estaba blanco de terror,
temblando como una hoja y apestando a orina. De sólo nueve años, nunca había volado
antes… y nunca volvería a volar de nuevo, porque Stormcloud había sido terriblemente herido
cuando huía, llegando con innumerables flechas incrustadas en su vientre y un perno de
escorpión atravesándole el cuello. Murió menos de una hora después, silbando mientras la
sangre caliente brotaba negra y salía humo de sus heridas. El hermano más joven, el Príncipe
Viserys, no tuvo ninguna posibilidad de escapar de la coca. Un muchacho inteligente, escondió
el huevo de su dragón y cambió sus prendas por ropas rotas y manchada de sal, pretendiendo
ser un grumete del barco, pero uno de los chicos de la nave real lo traicionó, y fue apresado.
Fue un capitán tyroshi quien primero se dio cuenta de quién era pero el almirante de la flota,
Sharako Lohar de Lys, pronto lo alivió de su premio.

Cuando el Príncipe Jacaerys voló sobre la flota de galeras de Lys montado en Vermax, una
lluvia de lanzas y flechas se levantó a su encuentro. Los marineros de la Triarquía se habían
enfrentado a dragones antes cuando estaban en guerra con el Príncipe Daemon en los
Peldaños de Piedra. Ningún hombre podría criticar su valor; estaban dispuestos a enfrentarse
al fuegodragón con sus propias armas como habían hecho antes. “Matad al jinete y el dragón
se marchará,” les dijeron sus capitanes y comandantes. Un barco se incendió, y luego otro.
Aun así los hombres de las Ciudades Libres lucharon… hasta que un grito resonó y miraron
hacia arriba para ver más formas aladas que venían de los alrededores de Montedragón y
giraban hacia ellos.

Una cosa es hacerle frente a un dragón, otra muy diferente hacerle frente a cinco. Cuando Ala
de Plata, Ladrón de Ovejas, Seasmoke y Vermithor descendieron sobre ellos, los hombres de la
Triarquía sintieron como su coraje los abandonaba. La línea de buques de guerra se rompió
cuando una galera tras otra fue rechazada. Los dragones cayeron como rayos, escupiendo
bolas de fuego, azul y naranja, rojo y oro, cada una más brillante que la anterior. Uno detrás de
otro los buques estallaron o fueron consumidos por las llamas. Hombres gritando saltaban al
mar, envueltos en fuego. Altas columnas de humo negro se levantaron del agua. Todo parecía
perdido… todo estaba perdido…
…hasta que Vermax voló demasiado bajo, y fue a estrellarse en el mar.

Después se contaron diversas historias sobre cómo y por qué cayó el dragón. Algunos
afirmaron que un ballestero le atravesó un ojo con un perno de hierro, pero esta versión
parece sospechosamente similar a la forma en que Meraxes encontró su fin, tiempo atrás en
Dorne. Otro relato nos dice que un marinero en la cofa de una galera de Myr le lanzó un ancla
a Vermax cuando se acercó a la flota. Uno de sus dientes se enganchó entre dos escamas, y se
clavó profundamente por la propia velocidad del dragón. El marinero había enrollado su
extremo de la cadena alrededor del mástil y el peso de la nave y el poder de las alas de Vermax
abrió un largo corte en el vientre del dragón. El alarido rabioso del dragón se oyó tan lejos
como Spicetown, incluso a través del estrépito de la batalla. Su vuelo acabó en un violento
final y Vermax cayó humeando y chillando, arañando el agua. Los supervivientes dijeron que
luchó por levantarse, solo para estrellarse de cabeza contra una galera en llamas. La madera se
astilló, el mástil se vino abajo y el dragón, destrozado, se enredó en el aparejo. Cuando el
barco escoró y se hundió, Vermax se hundió con él.
Se dice que Jacaerys Velaryon saltó y se aferró a un pedazo de restos humeantes durante unos
instantes, hasta que unos ballesteros en un barco de Myr cercano comenzaron a lanzarle
cuadrillos. El príncipe fue alcanzado una y otra, y otra vez. Más y más myrienses trajeron
ballestas cargadas. Finalmente un cuadrillo le alcanzó en el cuello y Jace fue tragado por el
mar.

La Batalla del Gaznate continuó con rabia durante la noche al norte y al sur de Rocadragón, y
permanece entre las más sangrientas batallas marinas de toda la historia. El almirante de la
Triarquía Sharako Lohar había llevado una flota combinada de noventa buques de guerra
myrienses, lysenos y tyroshis desde los Peldaños de Piedras; solo veintiocho sobrevivieron para
regresar arrastrándose a casa.
Aunque los atacantes pasaron de largo de Rocadragón, sin duda por la creencia de que la
antigua fortaleza Targaryen era demasiado poderosa para ser asaltada, se cobraron un cruel
peaje en Marcaderiva. Spicetown fue brutalmente saqueada, los cuerpos de hombres, mujeres
y niños masacrados en las calles y dejados como forraje para gaviotas, ratas y cuervos, sus
edificios quemados. La ciudad nunca fue reconstruida. Marea Alta también fue incendiada.
Todos los tesoros que la Serpiente Marina había traído desde el este fueron consumidos por el
fuego, sus siervos asesinados cuando trataban de huir de las llamas. La flota Velaryon perdió al
menos la tercera parte de sus fuerzas. Miles murieron. Sin embargo ninguna de esas pérdidas
se sintió tan profundamente como la de Jacaerys Velaryon, Príncipe de Rocadragón y heredero
del Trono de Hierro.

Una quincena después, en el Dominio, Ormund Hightower se encontró atrapado entre dos
ejércitos. Thaddeus Rowan, Señor de Sotodeoro, y Tom Flores, el Bastardo de Puenteamargo,
estaban presionándolo desde el nordeste con un gran ejército de caballeros montados;
mientras Ser Alan Beesbury, Lord Alan Tarly, y Lord Owen Costayne habían unido sus fuerzas
para cortar su retirada a Antigua. Cuando sus ejércitos se cerraron a su alrededor en las orillas
del río Vinomiel, atacado a la vez por delante y por detrás, Lord Hightower pensó que la
derrota era inminente… hasta que una sombra barrió el campo de batalla y un rugido terrible
resonó sobre las cabezas. Un dragón había venido.
El dragón era Tessarion, la Reina Azul, de cobalto y cobre. En su espalda montaba Daeron
Targaryen, el más joven de los tres hijos de la Reina Alicent, de quince años, y escudero de
Lord Ormund.

La llegada del Príncipe Daeron y su dragón invirtió la marea de la batalla. Ahora estaban
atacando los hombres de Lord Ormond, gritando maldiciones a sus enemigos, mientras los
hombres de la reina huían. Al final del día, Lord Rowan estaba retirándose al norte con los
restos de su ejército, Tom Flores estaba muerto y quemado entre las cañas, ambos Alan
habían sido tomados prisioneros, y Lord Costayne estaba agonizando por una herida dada con
la negra hoja de Jon Roxton el Audaz, Hacedora de Huérfanos. Mientras los lobos y los cuervos
se alimentaban de los cadáveres, Lord Hightower agasajó al Príncipe Daeron con carne de uro
y vino, y lo armó caballero con su larga espada de acero valiryio, Vigilancia, llamándolo “Ser
Daeron el Atrevido.” El príncipe respondió modestamente, “Mi señor es amable por decirlo,
pero la victoria pertenece a Tessarion.”

En Rocadragón un aire de desaliento y derrota se cernió sobre el consejo negro cuando se tuvo
conocimiento del desastre del Vinomiel. Lord Bar Emmon incluso llegó a sugerir que quizás
había llegado el momento de doblar la rodilla ante Aegon II. Sin embargo, la reina no quiso
saber nada del asunto. Sólo los dioses conocen realmente los corazones de los hombres, y los
de las mujeres están llenas de misterio. Rota por la pérdida de un hijo, Rhaenyra Targaryen
parecía encontrar nuevas fuerzas después de la pérdida de un segundo. La muerte de Jace la
endureció, quemando sus miedos, dejando solo su furia y su odio. Todavía poseía más
dragones que su medio hermano y Su Alteza decidió usarlos ahora, sin importar el precio.
Haría llover fuego y muerte sobre Aegon y todos aquellos que lo apoyaban; lo quitaría del
Trono de Hierro, o moriría en el intento.

Una resolución similar se arraigó en el pecho de Aemond Targaryen al otro lado de la bahía,
gobernando en nombre de su hermano Aegon mientras este yacía en la cama. Despectivo con
su medio hermana Rhaenyra, Aemond Un-Ojo veía una mayor amenaza en su tío, el Príncipe
Daemon, y el gran ejército que había reunido en Harrenhal. Convocando a sus vasallos y
consejo, el príncipe anunció su intento de llevar la lucha hasta su tío y castigar a los señores
rivereños rebeldes.
No todos los miembros del consejo verde estaban a favor del audaz golpe del príncipe.
Aemond tenía el apoyo de Ser Criston Cole, la Mano, y de Ser Tyland Lannister, pero el Gran
Maestre Orwyle le instó enviar un mensaje a Bastión de Tormentas y añadir el poder de la Casa
Baratheon al suyo antes de hacer nada, y Barra de Hierro, Lord Jasper Wylde, declaró que
debería convocar a Lord Hightower y al Príncipe Daeron desde el sur, ya que “dos dragones es
mejor que uno.” La Reina Viuda también apoyó la cautela, instando a su hijo a que esperara
hasta que su hermano el rey y su dragón Sunfyre el Dorado estuvieran sanos, para que
pudieran unirse al ataque.

No obstante, el Príncipe Aemond no tenía intenciones de aplazar las cosas. No necesitaba de


sus hermanos, o sus dragones, aseguró; Aegon estaba demasiado herido, Daeron era
demasiado joven. Caraxes era una bestia temible, feroz y astuta, y probada en combate… pero
Vhagar era mayor, más feroz y el doble de grande. El Septón Eustace nos dice que el
Matapariente estaba determinado a que ésta debía ser su victoria; no tenía ningún deseo de
compartir la gloria con sus hermanos, ni con ningún otro hombre.
Tampoco podía ser contradicho, porque hasta que Aegon II se levantara de la cama para tomar
la espada, la regencia y el gobierno eran de Aemond. Fiel a su determinación, quince días
después el príncipe cabalgó desde la Puerta de los Dioses a la cabeza de un gran ejército de
cuatro mil hombres.

Daemon Targaryen era demasiado veterano y experimentado en las batallas como para
permanecer dentro de los muros de Harrenhal. El príncipe todavía tenía amigos en
Desembarco del Rey, y las noticias sobre los planes de su sobrino le habían llegado antes
incluso de que Aemond hubiera partido. Cuando se enteró que Aemond y Ser Criston Cole
habían salido de Desembarco del Rey, se dice que el Príncipe Daemon se rió y dijo, “Llegó el
momento,” porque él había anticipado eso hacía mucho tiempo. Una bandada de cuervos voló
desde las retorcidas torres de Harrenhal.
En otra parte del reino, Lord Walys Mooton lideraba a cien caballeros desde Poza de Doncella
para unirse con los medio salvajes Crabbs y Brunes de Punta Zarpa Rota y los Celtigar de Isla
Zarpa. A través de bosques de pinos y colinas amortajadas por la niebla, se acercaron a Grajal,
dónde su súbita aparición tomó por sorpresa a la guarnición. Después de volver a tomar el
castillo, Lord Mooton llevó a sus hombres más valientes al campo de cenizas al oeste del
castillo, para acabar con el dragón Sunfyre.

Los aspirantes a matadragones obligaron a retirarse con facilidad al cordón de guardias que se
había quedado para alimentar, servir y proteger al dragón, pero Sunfyre demostró ser más
formidable de lo esperado. Los dragones son criaturas torpes en tierra, y el ala rota del gran
dragón dorado le impedía volar. Los atacantes esperaban encontrar a la bestia agonizando. En
cambio, lo encontraron durmiendo, pero el ruido de las espadas y el trueno de los caballos lo
despertó, y la primera lanza que la golpeó lo enfureció. Resbaladizo por el barro y retorcido
entre los huesos de innumerables ovejas, Sunfyre se retorcía y enroscaba como una serpiente,
azotaba con su cola, enviando ráfagas de fuego dorado contra sus atacantes mientras luchaba
por volar. Tres veces se levantó, y tres veces volvió a caer a tierra. Los hombres de Mooton lo
rodearon con espadas, lanzas y hachas, causándole muchas heridas graves… pero cada golpe
solo parecía enfurecerlo aún más. El número de muertos llegó a sesenta antes de que los
supervivientes huyeran.
Entre los muertos se encontraba Walys Mooton, Señor de Poza de la Doncella. Cuando su
hermano Manfyrd encontró su cadáver una quincena después, no quedaba nada, salvo la
carne carbonizada dentro de la armadura fundida, repleta de gusanos. Sin embargo, en
ninguna parte de ese campo de cenizas, lleno de los cuerpos de hombres valientes y los
cadáveres quemados e hinchados de un centenar de caballos, pudo encontrar Lord Manfyrd al
dragón del Rey Aegon. Sunfyre se había ido. Tampoco encontraron ningún rastro, ya que
seguramente no estaban cuando el dragón se arrastró lejos. Sunfyre el Dorado había
emprendido el vuelo de nuevo, parecía… pero a dónde, ningún hombre vivo podría decirlo.
Entretanto, el Príncipe Daemon Targaryen voló al sur en las alas de su dragón, Caraxes.
Volando sobre la orilla occidental del Ojo de Dioses, lejos de la línea del ejército de Ser Criston,
evitó la hueste enemiga, cruzó el río Aguasnegras, luego giró al este, siguiendo el río hacia
Desembarco del Rey. Y en Rocadragón, Rhaenyra Targaryen se puso una armadura de
fulgurantes escamas negras, montó a Syrax, y voló como una tempestad azotando las aguas de
la Bahía del Agusasnegras. A una gran altura sobre la ciudad, la reina y su príncipe consorte
llegaron juntos, dando vueltas sobre la Colina Alta de Aegon.

Esta visión llenó de terror las calles de la ciudad a sus pies, porque el pueblo llano no tardó en
darse cuenta de que el ataque que habían temido al fin había llegado. El Príncipe Aemond y
Ser Criston habían despojado Desembarco del Rey de los defensores cuando marcharon para
recuperar Harrenhal… y el Mataparientes se había llevado a Vhagar, una bestia temible,
dejando solo Dreamfyre y un puñado de crías a medio crecer para oponerse a los dragones de
la reina. Los dragones jóvenes nunca habían sido montados, y el jinete de Dreamfyre, la Reina
Helaena, era una mujer rota; la ciudad había quedado sin dragones.
Miles de habitantes corrieron hacia las puertas de la ciudad acarreando a sus niños y
posesiones en sus espaldas, buscando la seguridad en el campo. Otros excavaron hoyos y
túneles debajo de sus cabañas, esperando esconderse aunque la ciudad fuese quemada. Los
disturbios brotaron en el Lecho de Pulgas. Cuando se vieron las velas de los barcos de la
Serpiente Marina al este en la Bahía del Aguasnegras, acercándose al río, las campanas de cada
septo en la ciudad empezaron a sonar, y la chusma surgió a través de las calles, saqueando
cuanto podía. Decenas murieron antes de que los Capas Doradas pudieran restaurar la paz.
Con el Lord Protector y la Mano del Rey ausente, y el propio Rey Aegon quemado, postrado, y
perdido en el sueño de la amapola, recayó en su madre, la Reina Viuda, velar por las defensas
de la ciudad. La Reina Alicent ordenó cerrar las puertas del castillo y de la ciudad, enviando a
los Capas Doradas a los muros, y despachando a los jinetes más veloces para encontrar al
Príncipe Aemond y traerlo de regreso.
También ordenó al Gran Maestre Orwyle enviar a los cuervos “a los señores leales”,
convocándolos a defender a su verdadero rey. Sin embargo, cuando Orywle regresó a sus
aposentos, se encontró con cuatro capas doradas esperándoles. Con una bolsa puesta sobre su
cabeza, el Gran Maestre fue escoltado abajo a las celdas negras.

Los jinetes de la Reina Alicent solo consiguieron llegar hasta las puertas, dónde fueron
apresados por más capas doradas. Sin el conocimiento de Su Alteza, los siete capitanes al
mando de las puertas, elegidos por su lealtad al Rey Aegon, habían sido encarcelados o
asesinados en el momento en que Caraxes apareció en el cielo por encima de la Fortaleza
Roja… porque la tropa de la Guardia de la Ciudad aún amaba a Daemon Targaryen, quien los
habían comandado antiguamente.
El hermano de la reina, Ser Gwayne Hightower, segundo en el mando de los capas doradas,
corrió hacia los establos con la intención de hacer sonar la alarma; fue capturado, desarmado y
llevado ante su comandante, Luthor Largent. Cuando Hightower lo llamó cambiacapas, Ser
Luthor se rió. “Daemon nos dio estas capas,” dijo, “y son de oro, no importa porque lado las
pongas.” Y entonces clavó su espada en la barriga de Ser Gwayne y ordenó que las puertas de
la ciudad se abrieran para los hombres que bajaban de los barcos de la Serpiente Marina.

A pesar de la cacareada fortaleza de las murallas de la ciudad, Desembarco del Rey cayó en
menos de un día. Una corta y sangrienta lucha tuvo lugar en la Puerta del Río, donde trece
caballeros Hightower y un centenar de hombres armados que se quitaron las capas doradas
resistieron durante casi ocho horas, frente a los ataques de dentro y fuera de la ciudad, pero
sus hazañas fueron en vano porque los soldados de Rhaenyra entraban por las otras seis
puertas sin ser molestados. La visión de los dragones de la reina en el cielo quitó el valor a los
que se le oponían, y el resto de los partidarios del Rey Aegon se escondieron o huyeron o
doblaron la rodilla.

Uno por uno, los dragones descendieron. Ladrón de Ovejas aterrizó encima de la Colina de
Visenya, Ala de Plata y Vermithor en la Colina de Rhaenys, cerca de Pozo Dragón. El príncipe
Daemon rodeó las torres de la Fortaleza Roja antes de tomar tierra con Caraxes en el patio
exterior. Sólo cuando estuvo seguro de que los defensores no les atacarían, hizo una señal a su
esposa, la reina, para que descendiera con Syrax. Addam Velaryon permanecía arriba sobre
Seasmoke, volando alrededor de los muros de la ciudad, el batir de las anchas alas de cuero de
su dragón como advertencia a los de debajo de que cualquier desafío se encontraría con
fuego.

Comprendiendo ya que la resistencia era inútil, la Reina Viuda Alicent salió del Torreón de
Maegor con su padre, Ser Otto Hightower, Ser Tyland Lannister, y Lord Jasper Wylde ‘Barra de
Hierrro’. (Lord Larys Strong no estaba con ellos. El Consejero de los rumores había ideado un
plan para desaparecer.) La reina Alicent intentó negociar con su hijastra. “Juntas deberíamos
convocar un gran concilio, como lo hizo el Viejo Rey antaño,” dijo la Reina Viuda, “y exponer el
asunto de la sucesión ante los señores del reino.” Pero la Reina Rhaenyra rechazó la propuesta
con desdén. “Ambas sabemos qué decidiría ese concilio.” Entonces ofreció a su madrastra
escoger: rendirse, o ser quemada.
Inclinando la cabeza y reconociendo su derrota, la Reina Alicent entregó las llaves del castillo, y
pidió a sus caballeros y hombres de armas bajar las espadas. “La ciudad es tuya, princesa,” se
cuenta que dijo, “pero no la mantendrás por mucho tiempo. Las ratas juegan cuando el gato se
ha ido, pero mi hijo Aemond volverá con fuego y sangre.”

El triunfo de Rhaenyra todavía estaba lejos de ser completo. Sus hombres encontraron a la
esposa de su rival, la Reina Helaena completamente loca, encerrada con llave en su alcoba…
pero cuando abrieron las puertas de los apartamentos del rey, sólo descubrieron “su cama,
vacía, y su orinal lleno.” El Rey Aegon II había huido. Tampoco encontraron a sus hijos, la
Princesa Jaehaera de seis años y el Príncipe Maelor de dos, junto con los caballeros Willis Fell y
Rickard Thorne de la Guardia Real. Ni siquiera la Reina Viuda parecía saber adónde habían ido,
y Luthor Largent juró que ninguno había atravesado las puertas de la ciudad.
No había forma de hacer desaparecer el Trono de Hierro, sin embargo. La Reina Rhaenyra no
quería dormir hasta haber reclamado el asiento de su padre. Así que las antorchas se
encendieron en la sala del trono, y la reina subió los escalones de acero y se sentó donde el
Rey Viserys se había sentado antes, y el Viejo Rey antes que él, y Maegor y Aenys y Aegon el
Dragón en días anteriores. De rostro severo, aún con su armadura, se sentó en lo alto y todo
hombre y mujer de la Fortaleza Roja fue traído y obligado a ponerse de rodillas ante ella, para
rogar perdón y jurar por sus vidas, espadas y honor que ella era su reina.
La ceremonia siguió durante toda la noche. Pasaba del amanecer cuando Rhaenyra Targaryen
se levantó e hizo su descenso. “Y cuando su señor esposo, el Príncipe Daemon la escoltó por el
salón, se vieron los cortes en las piernas de Su Alteza y en la palma de su mano izquierda. Las
gotas de sangre cayeron al suelo mientras caminaba, y los sabios se miraron entre sí, aunque
ninguno se atrevió a decir la verdad en voz alta: el Trono de Hierro la había rechazado con
desprecio, y sus días sobre él serían pocos.”

Todo esto estaba ocurriendo mientras el Príncipe Aemond y Ser Criston Cole se adentraban en
las Tierras de los Ríos. Llegaron a Harrenhal después de diecinueve días de marcha… y
encontraron las puertas del castillo abiertas, y el Príncipe Daemon y toda su gente
desaparecidos.

El Príncipe Aemond había mantenido a Vhagar con la columna principal a lo largo de la marcha,
pensando que su tío podría intentar atacarlos con Caraxes. Llegó a Harrenhal un día después
que Cole, y esa noche se celebró una gran victoria; Daemon y su ‘escoria rivereña’ habían
huido en lugar de enfrentarse a su ira, proclamó Aemond. No es de extrañar entonces que
cuando la noticia de la caída de Desembarco del Rey llegó hasta él, el príncipe se sintiera
triplemente estúpido. Su furia fue terrible de contemplar.

Al oeste de Harrenhal, la lucha continuaba en las Tierras de los Ríos cuando al fin avanzó el
ejército de los Lannister. La edad y la enfermedad de su comandante, Lord Lefford, habían
retardado su marcha, pero cuando se acercaron a las orillas occidentales del Ojo de Dioses, se
encontraron con un nuevo gran ejército cortándoles el paso.
Roddy la Ruina y sus Lobos del Invierno se habían unido con Forrest Frey, Señor del Cruce, y
Robb Ríos el Rojo, conocido como el Arquero de Árbol de los Cuervos. El número de los
norteños era de dos mil; Frey lideraba a doscientos caballeros y seiscientos soldados; Ríos trajo
a trescientos arqueros a la batalla. Y mientras Lord Lefford se detenía por un breve lapso para
enfrentarse al enemigo, aparecieron más al frente y al sur dónde Hojalarga, el Mataleones, y
una andrajosa banda de supervivientes de las batallas anteriores se habían unido a Lord
Bigglestone, Chambers y Perryn.
Cogido entre estos dos enemigos, Lefford dudó en marchar contra cualquiera de ellos. En su
lugar se puso de espaldas al lago, cavó trincheras y envió cuervos al Príncipe Aemond en
Harrenhal pidiendo su ayuda. A pesar de que una docena de pájaros alzaron el vuelo, ni uno
solo llegó al príncipe; Robb Ríos el Rojo, del que se decía que era el mejor arquero de todo
Poniente, los reunió todos del ala.

Más hombres rivereños se vieron al día siguiente, liderados por Ser Garibald Grey, Lord Jon
Charlton, y el nuevo Señor de Árbol de los Cuervos, Benjicot Blackwood de once años. Con sus
filas aumentadas por estas nuevas levas, los hombres de la reina estaban de acuerdo en que
había llegado el tiempo de atacar. “Es mejor acabar con estos leones antes de que lleguen los
dragones,” dijo Roddy la Ruina.

La batalla terrestre más sangrienta de la Danza de Dragones empezó al día siguiente, al


amanecer. En los anales de la Ciudadela es conocida como la ‘Batalla a orillas del Lago’, pero
para aquellos hombres que vivieron para contarlo, siempre fue ‘Alimento de los Peces’.
Atacados desde tres flancos, los hombres de oeste retrocedieron paso a paso hacia las aguas
de Ojo de Dioses. Centenares murieron allí, a golpe de espada y luchando entre los juncos;
cientos más se ahogaron cuando intentaron huir. Al anochecer, dos mil hombres estaban
muertos, entre ellos muchos notables, incluyendo a Lord Frey, Lord Lefford, Lord Bigglestone,
Lord Charlton, Lord Swyft, Lord Reyne, Ser Clarent Crakehall, y Ser Tyler Colina, el Bastardo de
Lannisport. El ejército de los Lannister fue destruido y masacrado, pero a tan alto precio que el
joven Ben Blackwood, el muchacho que era Señor de Árbol de los Cuervos, lloró cuando vio los
montones de muertos. Las pérdidas más dolorosas fueron sufridas por los norteños, pues los
Lobos del Invierno habían solicitado el honor de liderar el ataque, y habían cargado cinco veces
contra las líneas de lanzas de los Lannister. Más de dos tercios de los hombres que habían
cabalgado al sur con Lord Dustin estaban muertos o heridos.

En Harrenhal, Aemond Targaryen y Criston Cole debatieron cual era el mejor plan para
responder a los ataques de la reina. Aunque la fortaleza de Harren el Negro era demasiado
fuerte para ser tomada por asalto, y los señores rivereños no se atrevieron a ponerle sitio por
temor a Vhagar, los hombres del rey se fueron quedando sin alimentos y forraje, y perdieron
hombres y caballos por el hambre y la enfermedad. Solo campos quemados y aldeas
carbonizadas quedaban a la vista de los enormes muros del castillo, y aquellos que se
aventuraban en partidas para forrajear no volvían. Ser Criston insistió en una retirada al sur,
dónde el respaldo a Aegon era más fuerte, y unir sus fuerzas con las de Lord Hightower, pero el
príncipe se negó, diciendo, “Sólo un cobarde huye de los traidores.” La pérdida de Desembarco
del Rey y del Trono de Hierro lo habían llenado de ira, y cuando las noticias de la batalla de
‘Alimento de los Peces’ llegaron a Harrenhal el Lord Protector casi ahogó al escudero que le dio
la noticia. Solo la intervención de su compañera de lecho, Alys Ríos, salvó la vida del chico. El
Príncipe Aemond estaba a favor de un ataque inmediato a Desembarco del Rey. Ninguno de
los dragones de la reina serían problema para Vhagar, insistió.
Ser Criston lo calificó de locura. “Uno contra seis es una pelea para tontos, mi príncipe,”
declaró. Insistió una vez más en que marcharan al sur, y unieran sus fuerzas a las de Lord
Hightower. El Príncipe Aemond podría reunirse con su hermano Daeron y su dragón. El Rey
Aegon había escapado de las garras de Rhaenyra, eso se sabía, así que seguramente
recuperaría Sunfyre y se uniría a sus hermanos. Y tal vez sus amigos de dentro de la ciudad
podrían encontrar una manera de liberar a la Reina Helaena, por lo que podría traer a
Dreamfyre a la batalla. Cuatro dragones quizá podrían prevalecer contra seis, si uno de ellos
era Vhagar.
El Príncipe Aemond se negó a considerar este “camino cobarde.”

Ser Criston y el Príncipe Aemond decidieron partir por caminos diferentes. Cole comandaría su
ejército y los llevaría al sur para unirse con Ormund Hightower y el Príncipe Daeron, pero el
Príncipe Regente no los acompañaría. En cambio él quiso luchar su propia guerra, haciendo
llover el fuego desde el aire sobre los traidores. Tarde o temprano, “la reina puta” enviaría un
dragón o dos para detenerle, y Vhagar podría destruirlos. “No se atreverá a enviar a todos sus
dragones,” insistió Aemond. “Eso dejaría Desembarco del Rey indefenso y vulnerable.
Tampoco arriesgará a Syrax, o al último de sus dulces herederos. Rhaenyra puede llamarse a sí
misma reina, pero tiene las partes de una mujer, el corazón débil de una mujer y los temores
de una madre.”

Y así fue como el Hacedor de Reyes y el Mataparientes partieron, cada uno hacia su propio
destino, mientras en la Fortaleza Roja la Reina Rhaenyra Targaryen se dedicaba a recompensar
a sus amigos e infligía salvajes castigos a aquellos que habían servido a su medio hermano.
Se ofrecieron grandes recompensas por dar información que condujera a la captura de “el
usurpador que se auto titula Aegon II”, su hija Jaehaera, su hijo Maelor, los “falsos caballeros”
Willis Fell y Rickard Thorne, y Larys Strong el Patizambo. Cuando esto no logró el resultado
deseado, Su Alteza envió partidas de caza de “caballeros inquisidores” para buscar a los
“traidores y villanos” que habían escapado, y castigar a cualquier hombre que pudiera haberles
ayudado.

La Reina Alicent fue encadenada de muñecas y tobillos con cadenas doradas, aunque su
hijastra le perdonó la vida “por nuestro padre que la amó una vez.” Su padre fue menos
afortunado. Ser Otto Hightower, quien había servido a tres reyes como Mano, fue el primer
traidor en ser decapitado. Barra de Hierro lo siguió hasta el tocón, aunque insistiendo en que
por ley el hijo de un rey debe ir antes que su hija. Ser Tyland Lannister fue entregado a los
verdugos para ser torturado, con la esperanza de recuperar algo del tesoro de la corona.
Ni Aegon, ni su hermano Aemond habían sido amados por la gente de la ciudad, y muchos
ciudadanos habían dado la bienvenida al retorno de la reina… pero el amor y el odio son dos
caras de la misma moneda, y cuando más cabezas frescas empezaron a aparecer a diario en las
picas sobre las puertas de la ciudad, acompañadas por impuestos cada vez más exigentes, la
moneda se volteó. La chica que una vez fue aplaudida como la Delicia del Reino se había
convertido en una avara y vengativa mujer, dijeron los hombres, una reina tan cruel como
cualquier rey anterior a ella. Un bufón la llamó Rhaenyra “Rey Maegor con tetas”, y durante
los cien años siguientes “tetas de Maegor” se convirtió en una maldición común entre los
desembarqueños.

Con la ciudad, el castillo y el trono en su posesión, defendido por no menos que seis dragones,
Rhaenyra se sintió bastante segura como para traer a sus hijos. Una docena de barcos
zarparon de Rocadragón, llevando a las doncellas de la reina y a su hijo Aegon el Joven.
Rhaenyra lo nombró su copero, por lo que nunca podía estar lejos de ella. Otra flota partió
desde Puerto Gaviota con el Príncipe Joffrey, el último de los tres hijos de la reina con Laenor
Velaryon, junto con su dragón Tyraxes. Su Alteza empezó a hacer planes para la celebración
fastuosa del nombramiento formal de Joffrey como Príncipe de Rocadragón y heredero al
Trono de Hierro.

En la plenitud de su victoria, Rhaenyra Targaryen no sospechaba los pocos días que le


quedaban. Sin embargo, cada vez que se sentaba en el Trono de Hierro sus crueles hojas la
hacían sangrar por manos, brazos y piernas, una señal que todos podían leer.
Más allá de las murallas de la ciudad, la lucha continuó a lo largo de los Siete Reinos. En las
tierras de los ríos, Ser Criston Cole marchaba al sur a lo largo de la orilla occidental del Ojo de
Dioses con tres mil seiscientos hombres tras él (la muerte, las enfermedades y la deserción
habían reducido las filas de los que habían cabalgado desde Desembarco del Rey). El Príncipe
Aemond también había partido, volando en Vhagar. Sin ninguna atadura a castillo o hueste, el
príncipe tuerto era libre de volar donde quisiera. Como en la guerra que Aegon el
Conquistador y sus hermanas habían librado hacía tiempo, luchó con fuegodragón, con Vhagar
descendiendo del cielo otoñal una y otra vez para arrasar las tierras, pueblos y castillos de los
señores rivereños.

La Casa Darry fue la primera en conocer la cólera del príncipe. Los hombres que cultivaban la
cosecha fueron quemados o huyeron de los cultivos cuando se alzaron las llamas, y Castillo
Darry se consumió en una tormenta de fuego. Lady Darry y sus hijos más jóvenes lograron
sobrevivir resguardándose en las bóvedas debajo del castillo, pero su esposo y su heredero
murieron en las almenas, junto con cuarenta de sus espadas juramentadas y arqueros. Tres
días después, fue Aldea de Lord Harroway la que ardió. Molino del Señor, Hebillanegra,
Hebilla, Poza de Barro, Swynford, Bosquearaña... la furia de Vhagar cayó sobre cada uno de
ellos, hasta que la mitad de las Tierras de los Ríos estuvieron ardiendo.

Ser Criston Cole también se enfrentó a los fuegos. Mientras guiaba a sus hombres al sur a
través de la Tierra de los Ríos, el humo se alzaba ante él y tras él. Cada pueblo al que llegaba lo
encontraba quemado y abandonado. Su columna se movió a través de bosques de árboles
muertos que pocos días antes estaban llenos de vida, debido a los incendios ordenados por los
señores rivereños a lo largo de su línea de marcha. En cada arroyo, estanque y pozo de pueblo
encontró la muerte: caballos muertos, vacas muertas, hombres muertos, hinchados y
hediendo en aguas fétidas. En otra parte sus exploradores se encontraron con un cuadro
horrible: los cadáveres con armaduras estaban sentados bajo los árboles vestidos con ropas
podridas, en una burla grotesca de un banquete. Los comensales eran hombres que habían
caído en la batalla, los cráneos sonrientes debajo de los cascos oxidados y su verde y podrida
carne desprendida de los huesos.

Cuatro días después de abandonar Harrenhall, empezaron los ataques. Arqueros escondidos
entre los árboles, escogían a los jinetes rezagados y los rastreadores con sus arcos largos. Más
hombres murieron. Otros huyeron, abandonando sus escudos y lanzas para desaparecer en los
bosques. Otros se pasaron al enemigo. En el pueblo de Cruce de Olmos encontraron otro de
los horribles banquetes. Familiarizados con cosas así, los jinetes de Ser Criston hicieron muecas
y siguieron marchando, sin prestar atención a los muertos pudriéndose… hasta que los
cadáveres saltaron y cayeron sobre ellos. Una docena murió antes de que comprendieran que
todo había sido una táctica.

Todo esto no era más que un preludio, porque los señores del Tridente habían estado
reuniendo sus fuerzas. Cuando Ser Criston dejó atrás el lago, cruzando la tierra en dirección al
Aguasnegras, los encontró esperándole en lo alto de una cresta de piedra.; trescientos
caballeros montados con armadura, tres mil arqueros, tres mil harapientos rivereños con
lanzas, cientos de norteños blandiendo hachas, mazos, mazas con clavos y antiguas espadas de
hierro. Sobre sus cabezas ondeaban los estandartes de la Reina Rhaenyra.
La batalla que siguió fue tan desigual como ninguna otra en la Danza. Lord Roderick Dustin se
llevó un cuerno de guerra a los labios y tocó para cargar, y los hombres de la reina atacaron,
bajando del cerro y gritando, liderados por los Lobos del Invierno en sus lanudos caballos
norteños y los caballeros en sus caballos de guerra blindados. Cuando Ser Criston fue atacado
y cayó muerto al suelo, los hombres que lo habían seguido desde Harrenhal perdieron el valor.
Se desmadraron y huyeron, arrojando sus escudos mientras corrían. Sus enemigos los
persiguieron, asesinándolos por cientos.

En el Día de la Doncella del año 130 DC, la Ciudadela de Antigua envió trescientos cuervos
blancos anunciando la llegada del invierno, pero para la Reina Rhaenyra Targaryen éste era el
gran verano. A pesar del descontento de los ciudadanos de Desembarco del Rey, la ciudad y la
corona eran suyas. Al otro lado del Mar Angosto, la Triarquía había empezado a despedazarse.
Los mares pertenecían a la Casa Velaryon. Aunque la nieve había cerrado los caminos a través
de las Montañas de la Luna, la Doncella del Valle había demostrado ser fiel a su palabra,
enviando a sus hombres por mar para unirse a los ejércitos de la reina. Otras flotas trajeron a
los guerreros de Puerto Blanco, liderados por los propios hijos de Lord Manderly, Medrick y
Torrhen. El poder de la Reina Rhaenyra aumentaba, mientras el del Rey Aegon había
menguado.

Sin embargo ninguna guerra puede darse por ganada mientras los enemigos siguen invictos. El
Hacedor de Reyes, Ser Criston Cole, había caído, pero en algún lugar del reino de Aegon II el
rey que había coronado seguía vivo y libre. La hija de Aegon, Jaehaera, estaba igualmente en
libertad. Larys Strong Patizambo, el miembro más enigmático y astuto del consejo verde, se
había desvanecido. Bastión de Tormentas todavía seguía en manos de Lord Borros Baratheon,
que no era amigo de la reina. Los Lannister tenían que contarse entre los enemigos de
Rhaenyra, aunque con Lord Jason muerto y la mayor parte de la caballería del oeste muerta o
dispersada, Roca Casterly se encontraba en considerable desorden.

El Príncipe Aemond se había convertido en el terror del Tridente, descendiendo del cielo para
hacer llover fuego y muerte en las Tierras de los Ríos, desapareciendo luego solo para atacar
de nuevo al día siguiente cincuenta leguas más allá. Las llamas de Vhagar redujeron Viejo
Sauce y Sauce Blanco a cenizas, y Hogg Hall a piedras ennegrecidas. En Merrydown Dell treinta
hombres y trescientas ovejas murieron por el fuegodragón. Después el Mataparientes regresó
inesperadamente a Harrenhal, donde quemó toda la estructura de madera del castillo. Seis
caballeros y cuarenta hombres de armas perecieron tratando de matar al dragón. Cuando las
noticias de estos ataques se extendieron, otros señores miraron al cielo con miedo,
preguntándose quién sería el siguiente. Lord Mooton de Poza de la Doncella, Lord Darklyn de
Valle Oscuro, y Lord Blackwood de Árbol de los Cuervos enviaron mensajes urgentes a la reina,
pidiéndole que enviara a sus dragones para defender sus feudos.
No obstante, la más grande amenaza al reino de Rhaenyra no era Aemond Un-Ojo, si no su
hermano más joven, el Príncipe Daeron el Atrevido y el gran ejército sureño liderado por Lord
Ormund Hightower.

El ejército de Hightower había cruzado el Mander, y estaba avanzando lentamente hacia


Desembarco del Rey, aplastando a los leales a la reina dondequiera que estuviesen tratando de
impedir su avance, y forzando a cada señor a doblar la rodilla y unirse a su hueste. Volando
sobre Tessarion por delante de la columna principal, el Príncipe Daeron había demostrado ser
inestimable como explorador, advirtiendo a Lord Ormund de los movimientos enemigos. A
menudo, los hombres de la reina desaparecían al vislumbrar las alas de la Reina Azul en vez de
enfrentar el fuego del dragón en la batalla.

Enterado de todas estas amenazas, la Mano de la Reina Rhaenyra, el anciano Lord Corlys
Velaryon, sugirió a Su Alteza que había llegado el tiempo de hablar. Instó a la reina a ofrecer
perdones a Lord Baratheon, Hightower y Lannister, si doblaban la rodilla, juraban lealtad, y
ofrecían rehenes al Trono de Hierro. La Serpiente Marina propuso permitir que la Fe se hiciera
cargo de la Reina Alicent y la Reina Helaena, para que pudieran pasar el resto de sus vidas en la
oración y la vida contemplativa. Podría tomarse a Jaehaera, la hija de Helaena como pupila, y a
su debido tiempo casarla con el Príncipe Aegon el Joven, uniendo las dos mitades de la Casa
Targaryen una vez más. “¿Y qué hay de mis medio hermanos?” peguntó Rhaenyra cuanto la
Serpiente Marina expuso su plan. “¿Qué hacemos con este falso rey Aegon, y el mataparientes
Aemond? ¿Me harías perdonarlos también, cuando fueron los que robaron mi trono y
masacraron a mis hijos?”
“Perdónalos, y envíalos al Muro,” contestó Lord Corlys. “Déjalos vestir el negro y que vivan sus
vidas como hombres de la Guardia de la Noche, ligados por sus sagrados votos.”
El Príncipe Daemon apoyó los recelos de la reina. Dar el perdón a rebeldes y traidores sólo
sembraría las semillas de las futuras rebeliones, insistió. “La guerra acabará cuando las cabezas
de los traidores estén puestas en picas sobre la Puerta del Rey, y no antes.” Aegon II sería
encontrado a su tiempo, “escondido bajo alguna roca,” pero podían y debían llevar la guerra a
Aemond y Daeron. Los Lannister y Baratheon también debían ser destruidos, para que sus
tierras y castillos pudieran entregarse a hombres que habían probado ser más leales. El
príncipe propuso otorgar Bastión de Tormentas a Ulf el Blanco y Roca Casterly a Hugh Hammer
el Duro… para horror de la Serpiente Marina. “La mitad de los señores de Poniente se volverán
contra nosotros si somos tan crueles como para destruir a dos antiguas y nobles casas,” dijo
Lord Corlys.

Recayó en la reina en persona elegir entre su consorte y su Mano. Rhaenyra decidió seguir un
camino intermedio. Enviaría emisarios a Bastión de Tormentas y Roca Casterly ofreciendo
“términos razonables” y perdones… después de que acabara con los hermanos del usurpador,
que estaban en el campo contra ella. “Cuando ellos estén muertos, el resto doblarán la rodilla.
Matad a sus dragones, para que pueda colocar sus cabezas sobre las paredes de mi salón del
trono. Que los hombres las miren en los años por venir, para que puedan conocer el precio de
la traición.”
Desembarco del Rey no se podía dejar sin defensas, eso era seguro. La Reina Rhaenyra
permanecería en la ciudad con Syrax, y con sus hijos Aegon y Joffrey, que eran personas que
no podían ponerse en riesgo. Joffrey, que no llegaba a los trece años, estaba ansioso por
probarse como guerrero, pero cuando le dijeron que Tyrexes era necesario para ayudar a su
madre para guardar la Fortaleza Roja en caso de un ataque, el chico juró solemnemente
hacerlo. Addam Velaryon, el heredero de la Serpiente Marina, también permaneció en la
ciudad, con Seasmoke. Tres dragones deberían ser suficientes para defender Desembarco del
Rey; el resto serían llevados a la batalla.

El príncipe Daemon llevaría a Caraxes al Tridente, junto con la chica Nettles y Ladrón de
Ovejas, para encontrar al Príncipe Aemond y Vhagar y acabar con ellos. Ulf el Blanco y Hugh
Hammer el Duro volarían a Ladera, a unas cincuenta leguas al sudoeste de Desembarco del
Rey, la última fortaleza leal entre Lord Hightower y la ciudad, para ayudar en la defensa del
pueblo y el castillo y para destruir al Príncipe Daeron y Tessarion.
El Príncipe Daemon Targaryen, y la pequeña chica morena llamada Nettles, intentaron cazar a
Aemond Un-Ojo durante largo tiempo sin éxito. Habían tomado como base Poza de la
Doncella, debido a la invitación de Lord Manfryd Mooton que vivía aterrorizado de que Vhagar
descendiera sobre su pueblo. En su lugar el Príncipe Aemond atacó Cabeza de Piedra en las
estribaciones de las Montañas de la Luna; en Sauce Dulce en el Forca Verde y Danza de Sally en
el Forca Rojo; quemó Puente Viejo y Molino de la Bruja; destruyó la Casa de la Madre en
Bechester, desapareciendo siempre en el cielo antes de que los cazadores llegaran. Vhagar
nunca se quedó, ni tampoco los supervivientes solían estar de acuerdo sobre en cuál dirección
había volado el dragón

Cada amanecer Caraxes y Ladrón de Ovejas volaban desde Poza de la Doncella, subiendo alto
sobre las Tierras de los Ríos, volando en amplios círculos con la esperanza de descubrir a
Vhagar debajo… solo para regresar derrotados al anochecer. Lord Mooton fue tan audaz como
para sugerir que los jinetes de dragón dividieran su búsqueda, a fin de cubrir el doble de
terreno. El Príncipe Daemon se negó. Vhagar era el último de los tres dragones que habían
venido a Poniente con Aegon el Conquistador y sus hermanas, le recordó a su señoría. Aunque
era más lenta de lo que había sido un siglo antes, había crecido tanto como el Terror Negro de
mayor. Sus fuegos eran lo bastante calientes para fundir la piedra, y ni Caraxes, ni Ladrón de
Ovejas podrían igualar su ferocidad. Sólo juntos podían esperar combatirlo. Y por eso procuró
tener a la muchacha Nettles a su lado, día y noche, en el cielo y en el castillo.
Entretanto, al sur, la batalla llegó a Ladera, un próspero pueblo dedicado al comercio en el río
Mander. El castillo en lo alto del pueblo era robusto pero pequeño, guarnecido por no más de
cuarenta hombres, pero miles más habían venido de Puenteamargo, Granmesa, y del sur más
lejano. La llegada de un fuerte ejército de señores rivereños aumentó sus tropas, y endureció
su resolución. Todos decían que las fuerzas reunidas bajo los estandartes de la Reina Rhaenyra
en Ladera sumaban cerca de nueve mil hombres. Los hombres de la reina estaban fuertemente
excedidos en números por los de Lord Hightower. Sin ninguna duda, la llegada de los dragones
Vermithor y Ala de Plata con sus jinetes eran muy bienvenidos por los defensores de Ladera.
Poco podían saber ellos sobre los horrores que les esperaban.

El cómo, cuándo y por qué de lo que se conoce como las Traiciones de Ladera sigue siendo
motivo de mucha discusión, y la verdad de todo lo que pasó probablemente nunca se
conocerá. Al parecer, es cierto que aquellos que anegaron el pueblo huyeron antes de la
llegada del ejército de Lord Hightower, pero en realidad era una parte de ese ejército, una
avanzada para infiltrarse en las filas de los defensores. Aun así, sus traiciones habrían sido
contadas como nimias, si no fuese por Ser Ulf el Blanco y Ser Hugh Hammer, quienes
escogieron este momento para cambiar su fidelidad.
Como ninguno de los dos hombre sabía leer ni escribir, nunca sabremos qué movió a los Dos
Traidores (como la historia los ha llamado) para hacer lo que hicieron. De la Batalla de Ladera
sabemos mucho más, sin embargo.

Seis mil hombres de la reina formaron para enfrentar a Lord Hightower en el campo, y
lucharon valientemente durante un tiempo, pero una lluvia de flechas de los arqueros de Lord
Ormund menguó sus filas, y un ataque ensordecedor de la caballería las rompió, enviando a los
supervivientes a correr de regreso hacia los muros del pueblo. Cuando la mayoría de los
supervivientes estaban seguros dentro tras las puertas, Roddy la Ruina y sus Lobos del Invierno
atravesaron la poterna, gritando sus terroríficos alaridos de guerra norteños y barriendo todo
el flanco izquierdo de los asaltantes. En el caos que siguió, los norteños se abrieron camino a
través de diez veces su propio número hacia dónde Lord Ormund Hightower estaba sentado en
su caballo de guerra debajo del dragón dorado del Rey Aegon y los estandartes de Antigua y
Hightower. Los bardos cuentan que Lord Roderick estaba ensangrentado de la cabeza a los
pies, cuando llegó con el escudo astillado y el yelmo resquebrajado, todavía tan ebrio de la
batalla que ni siquiera parecía sentir sus heridas. Ser Bryndon Hightower, el primo de Lord
Ormund, se situó entre el norteño y su soberano, cercenándole el brazo del escudo de la Ruina
desde el mismo hombro con un terrible tajo de su alabarda… pero el salvaje señor de Fuerte
Túmulo siguió luchando, matando a Ser Bryndon y Lord Ormund, antes de morir. Los
estandartes de Lord Hightower fueron derribados, y los pueblerinos gritaron con gran alegría,
pensando que la marea de la batalla había cambiado. Ni siquiera la aparición de Tessarion por
el campo los desanimó, porque sabían que ellos tenían dos dragones… pero cuando Vermithor
y Ala de Plata subieron en el cielo y lanzaron sus fuegos sobre Ladera, esa alegría se
transformó en alaridos.

Ladera fue envuelto en llamas: las tiendas, casas, septos, la gente, todo. Los hombres se
desplomaban quemados desde la puerta de entrada a las almenas, o tropezaban chillando a
través de las calles como antorchas vivientes. Los Dos Traidores azotaron el pueblo con látigos
de llamas de un extremo al otro. El saqueo que siguió fue tan salvaje como cualquiera en la
historia de Poniente. Ladera, el próspero pueblo de mercaderes, fue reducido a cenizas y
ascuas para nunca ser reconstruido. Miles se quemaron, y otros tantos murieron ahogados,
cuando intentaron cruzar el río. Algunos dirían después que eran los afortunados, pues no
hubo piedad para los sobrevivientes. Los hombres de Lord Footly arrojaron sus espadas y se
rindieron, sólo para ser atados y decapitados. Las mujeres del pueblo que sobrevivieron a los
fuegos fueron violadas repetidamente, incluso las chicas jóvenes de ocho y diez años. Pasaron
por la espada a los ancianos y a los chicos, mientras los dragones se alimentaron con los
retorcidos cadáveres humeantes de sus víctimas.

Aproximadamente en este tiempo llegó al puerto de Rocadragón una maltrecha coca mercante
llamada Nessaria para efectuar reparaciones y cargar provisiones. Viajaba a la Antigua Volantis
de retorno de Pentos cuando una tormenta la alejó de su rumbo, dijo su tripulación… pero a
esta historia habitual de peligro en el mar, los volantinos añadieron una nota extraña. Cuando
el Nessaria se escoró hacia el oeste, Montedragón se alzó ante ellos, enorme contra el sol
poniente… y los marineros vieron a dos dragones luchando, sus rugidos retumbando desde los
empinados y negros precipicios de las humeantes laderas orientales de la montaña. En cada
taberna, posada y lupanar a lo largo de la costa se contó el relato, se volvió a contar, y se
adornó, hasta que cada hombre de Rocadragón la hubo oído.

Los dragones eran una maravilla para los hombres de la Antigua Volantis; la visión de dos de
ellos en lucha fue algo que los hombres del Nessaria nunca olvidarían. Los nacidos y criados en
Rocadragón habían crecido con esas bestias… pero aun así, la historia de los marineros les
resultó interesante. A la mañana siguiente algunos pescadores locales llevaron sus barcazas
alrededor de Montedragón, y volvieron para informar sobre los restos quemados y rotos de un
dragón muerto al pie de la montaña. Por el color de sus alas y escamas, era el cadáver de
Fantasma Gris. El dragón estaba partido en dos pedazos y había sido devorado parcialmente.
Al oír estas noticias, Ser Robert Quince, el obeso, amable y afamado caballero a quien la reina
había nombrado castellano de Rocadragón a su partida, rápidamente acusó a Caníbal como el
asesino. A Caníbal se le conocía por haber atacado en el pasado a dragones más pequeños,
aunque rara vez tan salvajemente. Algunos de los pescadores, por temor a que el asesino
pudiera volverse contra ellos la próxima vez, instaron a Quince a mandar caballeros a la
guarida de la bestia para acabar con él, pero el castellano se negó. “Si no lo molestamos, el
Caníbal no nos molestará,” declaró. Para asegurarse, prohibió pescar en las aguas debajo de la
ladera oriental de Montedragón dónde yacía el putrefacto cadáver del dragón.
Entretanto, en la orilla occidental de la Bahía de Aguasnegras, la noticia de la batalla y la
traición en Ladera había alcanzado Desembarco del Rey. Se dice que la Reina Viuda Alicent se
rio cuando la oyó. “Todo lo que han sembrado, ahora lo van a cosechar,” prometió. En el Trono
de Hierro, la Reina Rhaenyra empalideció y se desmayó, y ordenó cerrar y atrancar las puertas
de la ciudad; de aquí en adelante, a nadie le sería permitido entrar o dejar Desembarco del
Rey. “No permitiré a ningún cambiacapas en mi ciudad abrir mis puertas a los rebeldes,”
proclamó. El ejército de Lord Ormund podría estar fuera de sus muros al día siguiente, o el día
después; los traidores, las semillas de dragón, podrían llegar incluso antes.
Esta perspectiva emocionaba al Príncipe Joffrey. “Que vengan,” anunció el muchacho. “Iré a su
encuentro con Tyraxes.” Esa forma de hablar alarmó a su madre. “No lo harás,” declaró. “Eres
demasiado joven para la batalla.” Aun así, dejó que el niño permaneciera en el concilio negro
cuando se discutió la mejor forma de lidiar con el enemigo que se aproximaba.

Seis dragones permanecían en Desembarco del Rey, pero el único dentro de los muros de la
Fortaleza Roja era el propio dragón hembra de la reina, Syrax. Un establo en el patio exterior
fue vaciado de caballos y preparado para él. Pesadas cadenas lo ataron al suelo. Aunque eran
lo suficientemente largas para permitir que se moviera, le impedían volar sin jinete. Syrax
hacía mucho que se había acostumbrado a las cadenas; excesivamente bien alimentado, no
había cazado en años.

Los otros dragones estaban custodiados en Pozo Dragón, la colosal estructura que el Rey
Maegor el Cruel había construido exclusivamente para ese propósito. Bajo su gran domo, se
habían tallado cuarenta enormes bóvedas subterráneas debajo de la Colina de Rhaenys en
forma de un gran anillo. Las gruesas puertas de hierro cerraban estas cuevas artificiales por
ambos lados; las puertas internas daban a las arenas del hoyo, la puerta exterior de cara a la
ladera. Caraxes, Vermithor, Ala de Plata y Ladrón de Ovejas habían anidado allí antes de volar a
la batalla. Ahora moraban cinco dragones: Tyraxes del Príncipe Joffrey, Seasmoke el gris pálido
de Addam Velaryon; los jóvenes dragones Morghul y Shrykos, ligados a la Princesa Jaehaera
(huida) y a su gemelo el Príncipe Jaehaerys (muerto)… y Dreamfyre, el amado de la Reina
Helaena. Desde hacía mucho tiempo existía la costumbre de que por lo menos un jinete de
dragón residiera en el hoyo, para ser capaz de subir en defensa de la ciudad en caso de
presentarse esa necesidad. Cuando la Reina Rhaenyra prefirió mantener a sus hijos a su lado,
ese deber recayó en Addam Velaryon.

Pero ahora se elevaron voces en el concilio negro cuestionando la lealtad de Ser Addam. Las
semillas de dragón Ulf el Blanco y Hugh Hammer se habían pasado al lado enemigo… ¿pero
eran los únicos traidores entre ellos? ¿Qué había de Addam de Hull y la chica Nettles? Ellos
también habían nacido bastardos. ¿Podrían confiar en ellos?
Lord Bartimos Celtigar pensaba que no. “Los bastardos son traicioneros por naturaleza,” dijo.
“Está en su sangre. La traición surge con la misma facilidad en un bastardo, que la lealtad en
un hijo legítimo.” Urgió a Su Alteza a detener a los dos jinestes de dragón inmediatamente,
antes de que pudieran unirse al enemigo con sus dragones. Otros se hicieron eco de su punto
de vista, entre ellos Ser Luthor Largent, comandante de la Guardia de la Ciudad, y Ser Lorent
Marbrand, Lord Comandante de la Guardia de la Reina. Incluso los dos hombres de Puerto
Blanco, el temible caballero Ser Medrick Manderly y su inteligente y corpulento hermano Ser
Torrhen, instaron a la reina a la desconfianza. “Es mejor no darles ninguna oportunidad,” dijo
Ser Torrhen Manderly de Puerto Blanco. “Si el enemigo gana dos dragones más, estamos
perdidos.”

Sólo Lord Corlys habló en defensa de las semillas de dragón, declarando que Ser Addam y su
hermano Alyn eran “verdaderos Velaryon,” dignos herederos de Marcaderiva. En cuanto a la
chica, aunque podría ser mal parecida y estar sucia, había luchado valientemente en la Batalla
de Gaznate. “Como hicieron los dos traidores,” contraatacó Lord Celtigar.
Las apasionadas protestas de la Mano fueron en vano. Se habían despertado todos los miedos
y sospechas de la reina. Había sido traicionada tan a menudo, por tantos, que era rápida en
creer lo peor de cualquier hombre. La traición ya no tenía poder para sorprenderla. Había
llegado a esperarla, incluso de aquellos a los que más amaba.
La Reina Rhaenyra ordenó a Ser Luthor Largent conducir a veinte Capas Doradas a Pozo Dragón
y arrestar a Ser Addam Velaryon. Y así la traición engendró más traición, para la ruina de la
reina. Cuando Ser Luthor Largent y sus Capas Doradas subieron la Colina de Rhaenys con la
orden de detención, las puertas de Pozo Dragón se abrieron ante ellos, y Seasmoke extendió
sus pálidas alas grises y se elevó en el aire, con el humo subiendo de sus orificios nasales. Ser
Addam Velaryon había sido prevenido a tiempo para poder escapar. Frustrado y furioso, Ser
Luthor regresó en seguida a la Fortaleza Roja, dónde irrumpió en la Torre de Mano y puso sus
ásperas manos sobre el anciano Lord Corlys, acusándolo de traición. El anciano no lo negó.
Amarrado y abatido, pero todavía silencioso, fue bajado a los calabozos y arrojado en una
celda negra para esperar el juicio y la ejecución.

Mientras tanto las historias de la matanza en Ladera estaban extendiéndose a través de la


ciudad… y con ellas el terror. Desembarco del Rey podría ser el siguiente, se decían los
hombres unos a otros. Los dragones lucharían contra dragones, y en esta ocasión la ciudad
seguramente se quemaría. Temerosos de la llegada del enemigo, cientos trataban de huir, solo
para ser rechazados en las puertas por los capas doradas. Atrapados dentro de las murallas de
la ciudad, algunos buscaron refugio en los sótanos más profundos contra la tormenta de fuego
que temían que se avecinaba, mientras que otros recurrieron a la oración, la bebida y los
placeres que se encuentran entre los muslos de una mujer. Al anochecer las tabernas de la
ciudad, los burdeles y los septos estaban llenos a rebosar de hombres y mujeres que buscaban
el consuelo o la evasión o intercambiaban historias de terror.

Una clase diferente de caos reinaba en Ladera, a sesenta leguas al sudoeste. Mientras el terror
atemorizaba Desembarco del Rey, los enemigos temían tener que avanzar hacia la ciudad,
porque los leales del Rey Aegon se encontraban sin dirigentes, asediados por la división, el
conflicto y la duda. Ormund Hightower estaba muerto, junto con su primo Ser Bryndon, el
principal caballero de Antigua. Sus hijos permanecían lejos, en Torrealta, a mil leguas, y,
además, ambos eran chicos verdes. Y aunque Lord Ormund había llamado a Daeron Targaryen
“Daeron el Atrevido” y alabó su valor en la batalla, el príncipe todavía era un muchacho.
Siendo el más joven de los hijos del Rey Viserys, había crecido a la sombra de sus hermanos
mayores, y valía más siguiendo las órdenes, que dándolas. El mayor de los Hightower que
permanecía con el ejército era Ser Hobert, otro de los primos de Lord Ormund, a quien se le
asignó el cuidado de la caravana de la impedimenta. Un hombre “tan robusto como lento,”
Hobert Hightower había vivido sesenta años sin distinguirse, no obstante ahora asumió que
era el comandante del ejército por el derecho de su parentesco con la Reina Alicent.
Rara vez algún pueblo o ciudad en la historia de los Siete Reinos ha sido objeto de un saqueo
tan largo, cruel o salvaje como el que sufrió Ladera después de las Traiciones. El Príncipe
Daeron enfermó después de todo lo que vio y mando a Ser Hobert Hightower para poner fin al
mismo, pero los esfuerzos de Hightower resultaron tan ineficaces como el mismo hombre.

Los peores crímenes fueron aquellos cometidos por los Dos Traidores, los jinetes de dragón
bastardos Hugh Hammer y Ulf el Blanco. Ser Ulf se entregó completamente a la embriaguez,
ahogándose en vino y carne. Aquellos que no le agradaban sirvieron de alimento a su dragón.
El título de caballero que la Reina Rhaenyra le había conferido, ya no le bastaba. Ni tampoco
cuando el Príncipe Daemon lo nombró señor de Puenteamargo. El Blanco tenía un premio
mayor en mente: deseaba nada menos que una sede en Altojardin, asegurando que los Tyrell
no habían tomado parte en la Danza, y por consiguiente deberían ser tratados como traidores.
Las ambiciones de Ser Ulf pueden considerarse modestas comparadas con aquéllas de su
compañero cambiacapas, Hugh Hammer. El hijo de un herrero, Hammer era un hombre
grande, con las manos tan fuertes que se decía que era capaz de torcer barras de acero para
convertirlas en torques. Aunque principalmente inexperto en el arte de la guerra, su tamaño y
fuerza le hicieron un enemigo temible. Su arma predilecta era un martillo de guerra con el que
daba golpes aplastantes, mortales. En la batalla cabalgaba a Vermithor, que había sido la
montura del Viejo Rey; de todos los dragones de Poniente, sólo Vhagar era más viejo, o más
grande. Por todas estas razones, Lord Hammer (como se llamaba ahora a sí mismo) empezó a
soñar con coronas. “¿Por qué soy un señor, cuándo puedo ser un rey?” le dijo a los hombres
que empezaron a reunirse a su alrededor.

Ninguno de los Dos Traidores parecía con ganas de ayudar al Príncipe Daeron a atacar
Desembarco del Rey. Tenían una gran hueste, y tres dragones juntos, sin embargo la reina
también tenía tres dragones (como bien sabían), y podría tener cinco cuando el Príncipe
Daemon regresara con Nettles. Lord Peake prefería retrasar cualquier avance hasta que Lord
Baratheon pudiera traer sus fuerzas desde Bastión de Tormentas para unirse a ellos, mientras
Ser Hobert deseaba retroceder al Dominio para reponer la rápida disminución de sus
suministros. Ninguno parecía preocupado de que su ejército se redujera cada día,
desvaneciéndose como el rocío de la mañana a medida que más y más hombres desertaban,
robando para el hogar y la cosecha todo el botín que podían cargar.

Muchas leguas al norte, en un castillo sobre la Bahía de los Cangrejos, otro señor se encontró
deslizándose sobre el filo de una espada. De Desembarco del Rey llegó un cuervo llevando un
mensaje de la reina para Manfryd Mooton, señor de Poza de la Doncella: debía enviarle la
cabeza de Nettles, la chica bastarda, que se decía que se había convertido en la amante del
Príncipe Daemon y a quien la reina había declarado culpable de alta traición. “Ningún daño se
le hará a mi señor esposo, el Príncipe Daemon de la Casa Targaryen,” ordenó Su Alteza.
“Mandadlo de vuelta cuando lo escrito este hecho, porque tenemos urgente necesidad de él.”
El maestre Norren, guardián de la Crónica de Poza de la Doncella, dice que cuando su señoría
leyó la carta de la reina temblaba tanto que perdió la voz. No volvió a leerla hasta que hubo
bebido tres jarras de vino. Entones Lord Mooton envió a por el capitán de su guardia, su
hermano, y su campeón Ser Florian Acerogrís. También le pidió a su maestre que se quedara.
Les leyó la carta y pidió su consejo.
“Esto se resuelve fácilmente,” dijo el capitán de su guardia. “El príncipe duerme al lado de ella,
pero ha envejecido. Tres hombres deberían ser suficientes para dominarlo si intentara
interferir, pero yo llevaré a seis para asegurarme. ¿Mi señor desea que esto se haga esta
noche?”
“Seis hombres, o sesenta, todavía es Daemon Targaryen,” objetó el hermano de Lord Mooton.
“Un trago de somníferos en su vino de la tarde sería el curso más sabio. Cuando despierte, la
encontrará muerta.” “El Viejo Rey nunca habría pedido esto a ningún hombre honorable”, dijo
Ser Florian, el anciano caballero, gris y duro.
“Éstos son tiempos inmundos,” dijo Lord Mooton, “y esta es la opción inmunda que esta reina
me ha dado. La chica es una invitada bajo mi techo. Si obedezco, Poza de la Doncella será
maldecida para siempre. Si me niego, nosotros seremos los traidores y los destruidos.”
A lo cual su hermano respondió “Puede ser que nos destruya cualquier elección que hagamos.
El príncipe está más que aficionado a esta chica morena, y su dragón está al alcance de la
mano. Un señor sabio los mataría a los dos, para que el príncipe no quemara Poza de la
Doncella en su ira.”
“La reina ha prohibido que se le haga ningún daño,” les recordó Lord Mooton, “y asesinar a
dos invitados en sus camas es el doble de vil que asesinar a uno. Sería doblemente maldito.”
Entonces suspiró y dijo “Desearía no haber leído nunca esta carta.”
Y el Maestre Norren dijo, “Quizás nunca lo hizo.”

Lo que se dijo después de esto nos es desconocido. Todo lo que sabemos es que el maestre, un
joven de veintidós años, encontró al Príncipe Daemon y la chica Nettles en la cena de esa
noche y les mostró la carta de la reina. Después de leer la carta, dijo el Príncipe Daemon, “Las
palabras de una reina, el trabajo de una puta.” Entonces sacó su espada y preguntó si los
hombres de Lord Mooton estaban esperando detrás de la puerta para detenerlos. Cuando el
maestre le dijo que había venido solo y en secreto, el Príncipe Daemon envainó su espada,
diciendo, “Eres un mal maestre, pero un buen hombre,” y entonces pidió que los dejara a
solas, ordenándole que “no diga una palabra de esto al señor, ni a nadie hasta el día
siguiente.”

Cómo pasaron la noche el príncipe y su chica bastarda bajo el techo de Lord Mooton no fue
registrado, pero cuando llegó el alba, aparecieron juntos en el patio, y el Príncipe Daemon
ayudó a Nettles a ensillar a Ladrón de Ovejas por última vez. Era su costumbre alimentarlo
cada día antes de volar. Esa mañana ella le alimentó con un carnero negro, el más grande de
Poza de la Doncella, embutiendo la carne en su garganta. Cuando montó sobre su dragón, sus
prendas de cuero estaban manchadas con sangre, recordó el Maestre Norren, y “sus mejillas
estaban manchadas con lágrimas.” Ninguna palabra de adiós se dijo entre el hombre y la
doncella, pero cuando Ladrón de Ovejas plegó sus alas coriáceas de color castaño y subió en el
cielo del alba, Caraxes levantó su cabeza y pegó tal bramido, que resquebrajó cada ventana en
la Torre de Jonquil. Desde una gran altura sobre el pueblo, Nettles dirigió a su dragón hacia la
Bahía de Cangrejos, y desapareció en las neblinas de la mañana, para nunca ser vista de nuevo
en la corte o el castillo.

Daemon Targaryen regresó al castillo solo el tiempo suficiente para tomar el desayuno con
Lord Mooton. “Ésta es la última vez que me verá,” le dijo a su señoría. “Gracias por vuestra
hospitalidad. Que se sepa a través de todas sus tierras que vuelo a Harrenhal. Si mi sobrino
Aemond se atreve a enfrentarme, me encontrará allí, solo.”
Y así, el Príncipe Daemon partió de Poza de la Doncella por última vez. Cuando se hubo
marchado el Maestre Norren le dijo a su señor “Quitadme la cadena del cuello y atadme las
manos con ella. Debe entregarme a la reina. Cuando avisé a un traidor y le permití escapar, me
convertí en un traidor también.” Lord Mooton se negó. “Quedaos vuestra cadena” le dijo.
“Todos somos traidores aquí.” Y esa noche, los estandartes de la Reina Rhaenyra, que
ondeaban sobre las puertas de Poza de la Doncella, fueron descolgados y los dragones dorados
del Rey Aegon II ocuparon su lugar.

Ningún estandarte ondeaba sobre las oscuras torres de Harrenhal, cuando el Príncipe Daemon
descendió del cielo para tomar el castillo. Un puñado de ocupantes de habían encontrado
refugio en las bóvedas y sótanos del castillo, pero el sonido de las alas de Caraxes los hizo huir.
Cuando el último de ellos se hubo marchado, Daemon Targaryen paseó solitario por los
cavernosos salones del asentamiento de Harren, sin más compañía que su dragón. Cada
noche, al crepúsculo, hacia un corte en el árbol corazón del bosque de dioses marcando el
paso de otro día. Todavía pueden verse trece marcas en ese arciano; heridas viejas, profundas
y oscuras, y todavía, según dicen los señores que han gobernado Harrenhal desde los días de
Daemon, vuelven a sangran todas las primaveras.
En el decimocuarto día de la vigilia del príncipe, una sombra apareció sobre del castillo, más
negra que cualquier nube pasajera. Todos los pájaros en el bosque de dioses salieron volando
asustados, y un viento caliento azotó las hojas caídas a través del patio. Vhagar había venido
por fin, y en su lomo montaba el príncipe tuerto Aemond Targaryen, en armadura negra como
la noche y ribeteada en oro.
No había venido solo. Alys Ríos volaba con él, su largo cabello negro fluyendo a su espalda, su
vientre hinchado por el embarazo. El Príncipe Aemond rodeó dos veces las torres de
Harrenhal, entonces Vhagar bajó en el patio exterior a cien yardas de Caraxes. Los dragones se
miraron ominosamente, y Caraxes extendió sus alas y siseó, las llamas bailando en sus dientes.
El príncipe ayudó a su mujer bajar del lomo de Vhagar, entonces se volvió para enfrentar a su
tío.
“Tío, he oído que has estado buscándonos.”
“Sólo a ti,” respondió Daemon. “¿Quién te dijo dónde encontrarme?”
“Mi señora,” contestó Aemond. “Ella te vio en una nube de tormenta, en un charco
montañoso al crepúsculo, en el fuego que encendimos para cocinar nuestra cena. Ella ve
mucho y más, mi Alys. Eres un necio al venir solo.”
“Si no estuviera solo, tú no habrías venido,” dijo Daemon.
“Aun así aquí estas, y aquí estoy yo. Has vivido demasiado tiempo, tío.”
“En eso estamos de acuerdo,” contestó Daemon. Entonces el príncipe mayor hizo a Caraxes
doblar su cuello y subió firmemente en su lomo, mientras el príncipe más joven besó a su
mujer y se acercó a Vhagar, teniendo cuidado de sujetar las cuatro cortas cadenas entre el
cinturón y silla de montar. Daemon dejó que sus propias cadenas se balancearan en el aire.
Caraxes siseó nuevamente, llenando el aire de llamas, y Vhagar contestó con un rugido. Como
si fueran uno, ambos dragones saltaron al cielo.

El Príncipe Daemon llevó a Caraxes arriba rápidamente, azotándolo con un látigo con puntas
de acero, hasta que ambos desaparecieron en un banco de nubes. Vhagar, más viejo y mucho
más grande, también era más lento por su tamaño, y ascendió más gradualmente,
ensanchando los círculos mientras se elevaba por encima de las aguas del Ojo de Dioses. Era al
atardecer, el sol estaba cerca del cenit, y el lago estaba tranquilo, su superficie brillando como
una hoja de cobre pulido. Arriba y arriba voló Vhagar, buscando a Caraxes, cuando Alys Ríos,
situada sobre la Torre de la Pira Real en Harrenhal, miró hacia abajo.
El ataque llegó súbito como un rayo. Caraxes se lanzó sobre Vhagar con un chillido penetrante,
cubierto por la luz intensa de la puesta del sol, y por el lado ciego del Príncipe Aemond. El
Wyrm Sangriento atacó al dragón más viejo con una fuerza terrible. Sus rugidos resonaron por
el Ojo de Dioses, cuando ambos se trenzaron y se lanzaron zarpazos, oscuros contra el cielo
rojo como la sangre. Tan brillantes eran sus llamas que los pescadores de debajo creyeron que
las nubes mismas estaban ardiendo. Enroscados, los dragones fueron cayendo hacia el lago.
Las mandíbulas del Wyrm Sangriento se cerraron sobre el cuello de Vhagar, sus negros dientes
hundidos profundamente en la carne del dragón más grande. Mientas las garras de Vhagar le
abrían la barriga, y los dientes de Vhagar le arrancaban un ala, Caraxes mordió más y más
profundamente en la herida, mientras el lago se acercaba debajo de ellos a una velocidad
terrible.

Y fue entonces, nos dicen las historias, cuando el Príncipe Daemon Targaryen pasó una pierna
por encima de su silla de montar y brincó de un dragón a otro. En su mano tenía a Hermana
Oscura, la espada de la Reina Visenya. Cuando Aemond Un-Ojo lo miró aterrorizado,
manoseando las cadenas que lo ataban a su silla de montar, Daemon arrancó el yelmo de su
sobrino y clavó la espada en su ojo ciego, con tanta fuerza, que la punta salió por la parte de
atrás de la garganta del joven príncipe. Instantes después, los dragones golpearon el lago,
enviando una ola de agua tan grande, que se dijo que había sido tan alta como la Torre de la
Pira Real.

Ni el jinete, ni el dragón podrían haber sobrevivido a tal impacto, dijeron los pescadores que lo
habían presenciado. Ni lo hicieron. Caraxes vivió el tiempo suficiente para arrastrarse hacia la
tierra. Destripado, con un ala colgando de su cuerpo y las humeantes aguas del lago
envolviéndole, el Wyrm Sangriento encontró la fuerza para arrastrarse hacia la orilla del lago,
expirando bajo los muros de Harrenhal. El cadáver de Vhagar se hundió en el fondo del lago; la
sangre caliente de la herida abierta en su cuello hizo hervir el agua en su último lugar de
descanso. Cuando fue encontrado algunos años después de finalizar la Danza de los Dragones,
los huesos acorazados del Príncipe Aemond aún permanecían encadenados a su silla de
montar, con Hermana Oscura clavada hasta la empuñadura a través de la cuenca de su ojo.

El Príncipe Daemon murió también, de eso no podemos dudar. Nunca se encontraron sus
restos, pero hay corrientes raras en ese lago, y también peces hambrientos. Los juglares nos
dicen que el príncipe mayor sobrevivió a la caída y después regresó con la chica Nettles, y pasó
el resto de sus días a su lado. Estas historias hacen canciones encantadoras, pero mala historia.
Era el día vigesimosegundo de la quinta luna del año 130 CA cuando los dragones bailaron y
murieron sobre el Ojo de Dioses. Daemon Targaryen tenía cuarenta y nueve años el día de su
muerte; el Príncipe Aemond sólo veinte. Vhagar, el más grande de los dragones de los
Targaryen desde la muerte de Balerion el Terror Negro, había sumado ciento ochenta y un
años sobre la tierra. Así había muerto la última criatura viviente de los días de la Conquista de
Aegon, como la oscuridad y las tinieblas se habían tragado la maldita sede de Harren el Negro.
Sin embargo muy pocos estuvieron presentes para dar testimonio por lo que pasaría algún
tiempo antes de que la noticia de la última batalla del Príncipe Daemon llegara a ser
ampliamente conocida.

En Desembarco del Rey, la Reina Rhaenyra se encontraba más aislada que nunca con cada
nueva traición. Addam Velaryon, sospechoso de ser un cambiacapas, había huido antes de que
pudiera ser interrogado. Ordenando el arresto de Addam Velaryon, había perdido no sólo un
dragón y un jinete, si no la Mano de la Reina también… y más de la mitad del ejército que
había navegado desde Rocadragón para apoderarse del Trono de Hierro eran, de hecho, los
hombres juramentados de la Casa Velaryon. Cuando se conoció que Lord Corlys languidecía en
un calabozo bajo la Fortaleza Roja, empezaron a abandonar su causa por centenares. Algunos
se dirigieron a la Plaza de los Zapateros para unirse a las multitudes reunidas allí; aunque otros
se escaparon a través de las puertas de la poterna, o por encima de los muros, intentando
regresar a Marcaderiva. No podía confiar ni en aquellos que se quedaron a su lado.
Ese mismo día, no mucho tiempo después del ocaso, otro horror visitó la corte de la reina.
Helaena Targaryen, hermana, esposa, y reina del Rey Aegon II y madre de sus hijos, se arrojó
desde su ventana en el Torreón de Maegor, muriendo empalada en las púas de acero que
bordeaban el foso seco. Tenía veintiún años.

Al anochecer una historia más oscura se contaba en las calles y callejas de Desembarco del
Rey, en las tabernas, burdeles y comercios, incluso en los sagrados septos. La Reina Helaena
había sido asesinada, se susurraba, como sus hijos antes que ella. El Príncipe Daeron y sus
dragones pronto estarían antes las puertas de la ciudad, y con ellos llegaría a su fin el reinado
de Rhaenyra. La vieja reina estaba determinada a que su media hermana menor no viviera
para deleitarse con su caída, por lo que había enviado a Ser Luthor Largent a atrapar a Helaena
con sus ásperas y enormes manos, y arrojarla desde la ventana a las picas de abajo.
El rumor del ‘asesinato’ de la Reina Helaena pronto estuvo en labios de la mitad de
Desembarco del Rey. Esto demuestra que rápidamente toda la ciudad se había vuelto en
contra de su otrora amada reina. Rhaenyra era odiada; Helaena había sido amada. Nadie del
pueblo llano de la ciudad había olvidado el cruel asesinato del Príncipe Jaehaerys por Sangre y
Queso. El fin de Helaena había sido misericordiosamente dulce; una de las púas le atravesó la
garganta y murió sin emitir un sonido. En el momento de su muerte, al otro lado de la ciudad
en la cima de la Colina de Rhaenys, su dragón Dreamfyre se levantó repentinamente con un
rugido que hizo temblar Pozo Dragón, rompiendo dos de las cadenas que lo ataban. Cuando la
Reina Alicent fue informada de la muerte de su hija, se rasgó sus vestidos y pronunció una
terrible maldición contra su rival.
Esa noche Desembarco del Rey estalló en un motín sangriento.

El alboroto empezó en las callejas y callejones de Lecho de Pulgas, cuando los hombres y
mujeres fluyeron de las tabernas, los hoyos de ratas, y tiendas de comida por centenares,
furiosos, ebrios y asustados. De allí los alborotadores se extendieron a lo largo de la ciudad,
reclamando justicia para los príncipes muertos y su madre asesinada. Se volcaron carretas y
carros, se saquearon y quemaron las tiendas y las casas. Los capas doradas que intentaron
sofocar las rebeliones, fueron abatidos y golpeados salvajemente. Nadie fue perdonado, de
nacimiento alto o bajo. Arrojaron basura a los señores y los caballeros fueron arrancados de
sus sillas de montar. Lady Darla Deddings vio a su hermano Davos apuñalado en un ojo cuando
intentó defenderla de tres ebrios que intentaron violarla. Marineros impedidos de regresar a
sus barcos atacaron la Puerta del Río y lucharon con la Guardia de la Ciudad. Le tocó a Ser
Luthor Largent y unos cuatrocientos lanceros poder dispersarlos. Por entonces la mitad de la
puerta había sido rota en pedazos y cien hombres estaban muertos o agonizando.
En la Plaza de los Zapateros se oían los sonidos del alboroto desde cada distrito. La Guardia de
la Ciudad había llegado con todo su poder, quinientos hombres ataviados en negras cotas de
malla, cascos de acero, y largas capas doradas, armados con espadas cortas, lanzas y garrotes
con clavos. Formaron en el lateral sur de la plaza, detrás de una pared de escudos y lanzas. A la
cabeza montaba Ser Luthor Largent en un caballo de guerra blindado, con una larga espada en
su mano. Su mera visión fue suficiente para enviar a centenares de regreso a los callejones y
callejas y calles laterales. Cientos más huyeron cuando Ser Luthor ordenó avanzar a los capas
doradas.

Sin embargo, diez mil se quedaron. La presión era tan intensa que muchos que podrían haber
huido con gusto se vieron incapaces de moverse, empujados y apretados y pisoteados. Otros
se lanzaron hacia delante, agarrados de los brazos, y comenzaron a gritar y maldecir cuando
las lanzas avanzaron con el lento ritmo de un tambor. “Abrid paso, malditos estúpidos,” rugió
Ser Luthor. “Iros a casa. No se os hará daño. ¡Iros a casa!”

Algunos comentaron después que el primer hombre que murió era un panadero, que gruñó de
sorpresa cuando una punta de lanza agujereó su carne y vio que su delantal se ponía rojo.
Otros afirman que era una pequeña chica, pisada por el caballo de guerra de Ser Luthor. Una
piedra voló de la muchedumbre, golpeando a un lancero en la frente. Se oyeron gritos y
maldiciones, llovieron palos y piedras y orinales desde las azoteas; un arquero en la plaza
empezó a soltar sus flechas. Una antorcha fue arrojada a un guardia, y rápidamente su capa
dorada estaba ardiendo.
Los Capas Doradas eran hombres grandes, jóvenes, fuertes, disciplinados, bien armados y bien
acorazados. Por veinte yardas o más, su pared de escudos los sostuvo, y se abrieron un camino
sangriento a través de la muchedumbre, dejando muertos y agonizantes a su alrededor. Pero
eran sólo quinientos, y se habían reunido docenas de miles de rebeldes. Un guardia cayó,
luego otro. De repente los alborotadores estaban pasando a través de los huecos en las filas,
atacando con cuchillos y piedras, incluso con los dientes, como un enjambre encima de la
Guardia de la Ciudad y alrededor de sus flancos, atacando desde atrás, arrojando tejas desde
los techos y balcones.

La batalla se volvió un alboroto, que se convirtió en matanza. Rodeados por todos lados, los
capas doradas se encontraron desbordados y derribados, sin espacio para manejar sus armas.
Muchos murieron por los filos de sus propias espadas. Otros fueron despedazados, pateados
hasta la muerte, pisoteados, tajados con las azadas y hachas de carnicero. Ni siquiera el
terrorífico Ser Luthor Largent logró escapar de la carnicería. Empuñando su espada, Largent
fue arrojado de su silla de montar, apuñalado en los intestinos, y golpeado hasta la muerte con
un pedrusco; su yelmo y cabeza estaban tan aplastados, que fue reconocido sólo por el
tamaño de su cuerpo, cuando los carros de los cadáveres vinieron al día siguiente.
Durante esa larga noche, el caos siguió en la mitad de la ciudad, aunque extraños señores y
reyes, en medio del desorden, reñían por el liderazgo. Un caballero errante llamado Ser Perkin
del Lecho de Pulgas coronó a su propio escudero Trystane, un jovencito de dieciséis años,
declarando que era un hijo natural del difunto Rey Viserys. Cualquier caballero puede hacer a
un caballero, y cuando Ser Perkin empezó a nombrar caballero a cada mercenario, ladrón, e
hijo de carnicero que se reunieron bajo el astroso estandarte de Trystane, aparecieron
centenares de hombres y chicos para plegarse a su causa.

Al despuntar el alba, los fuegos ardían a todo lo largo de la ciudad, la Plaza de los Zapateros
estaba repleta de cadáveres, y las bandas de hombres sin ley recorrían el Lecho de Pulgas,
irrumpiendo en los comercios y casas y atacando a cada persona honrada que encontraban.
Los capas doradas supervivientes se habían retirado a sus cuarteles, aunque los caballeros
callejeros, reyes bufones, y profetas dementes gobernaban las calles. Se asemejaban a las
cucarachas; los peores huían antes de la primera luz del día, retirándose a los agujeros y
sótanos para dormir sus borracheras, distribuir sus pillajes, y lavar la sangre de sus manos. Los
capas doradas de la Puerta Vieja y la Puerta del Dragón marcharon bajo el mando de sus
capitanes, Ser Balon Byrch y Ser Garth el Labio Leporino, y al mediodía habían logrado
restablecer una apariencia de orden en la calles al norte y al este de la Colina de Rhaenys. Ser
Medrick Manderly, liderando a cien hombres de Puerto Blanco, hizo lo mismo en la zona
noreste de la Colina Alta de Aegon, frente a la Puerta de Hierro.

Cuando Ser Torrhen Manderly llevó a sus norteños al Garfio, encontraron la Plaza del Pescado
y el Paseo del Río repletos de caballeros callejeros de Ser Perkin. En la Puerta del Río, el
harapiento estandarte del ‘Rey’ Trystane ondeaba sobre las almenas, y los cadáveres del
capitán y tres de sus sargentos colgaban de la puerta. La restante guarnición del Lodazal se
había ido con Ser Perkin. Ser Torrhen perdió un cuarto de sus hombres abriéndose camino de
regreso a la Fortaleza Roja… pero escapó con pocas perdidas, comparado con Ser Lorent
Marbrand, quien llevó a cien caballeros y hombres armados al Lecho de Pulgas. Volvieron
dieciséis. Ser Lorent, Lord Comandante de la Guardia de la Reina, no estaba entre ellos.
Al atardecer, Rhaenyra Targaryen se encontró dolorosamente asediada; su reino en ruinas. La
reina se había enfurecido cuando supo que Poza de la Doncella se había unido al enemigo; que
la chica Nettles había huido y que su propio amado consorte la había traicionado, y tembló
cuando Lady Mysaria le advirtió de la llegada de la oscuridad, que esta noche sería peor que la
anterior. De madrugada, un centenar de hombres la atendieron en el salón del trono, pero uno
a uno se fueron escabullendo.

Su Alteza pasó de la ira a la desesperación y de vuelta, agarrándose desesperadamente al


Trono de Hierro hasta que a la puesta de sol sus dos manos estuvieron ensangrentadas. Le dio
el mando de los capas doradas a Ser Balon Byrch, capitán de la Puerta de Hierro, envió cuervos
a Invernalia y al Nido de Águilas pidiendo más ayuda, ordenó que se elaborara un decreto de
proscripción en contra de los Mooton de Poza de la Doncella, y nombró al joven Ser Glendon
Lord Comandante de la Guardia de la Reina. (Aunque solo tenía veinte años y había sido
miembro de los Espadas Blanca menos de una luna, Goode se había distinguido durante los
combates del Lecho de Pulgas ese mismo día. Fue él quien trajo de vuelta el cuerpo de Ser
Lorent, manteniendo a los alborotadores lejos de él.)

Aegon el Joven estaba siempre al lado de su madre, sin embargo rara vez decía algo. El
Príncipe Joffrey, de trece años, se puso la armadura de escudero y le pidió a la reina que le
permitiera cabalgar a Pozo Dragón y montar en Tyraxes. “Quiero luchar por ti, Madre, como
mis hermanos. Permíteme demostrar que soy tan valiente como fueron ellos.” Sin embargo
sus palabras solo profundizaron la resolución de Rhaenyra. “Eran valientes y están muertos, los
dos. Mis dulces chicos.” Y una vez más, Su Alteza prohibió al príncipe abandonar el castillo.
Con la puesta del sol, las alimañas de Desembarco del Rey salieron más una vez de sus
agujeros de ratas, escondites y sótanos, en cantidades aún mayores que la noche anterior.
En la Puerta del Río, Ser Perkin festejó con sus caballeros callejeros con la comida robada y
luego los llevó por la orilla del río, saqueando los muelles y almacenes y cualquier barco que
estuviese amarrado. A pesar de que Desembarco del Rey se jactaba de sus enormes muros y
robustas torres, habían sido diseñadas para repeler ataques desde fuera de la ciudad, no desde
dentro de sus muros. La guarnición de la Puerta de los Dioses era especialmente débil, ya que
su capitán y una tercera parte de sus fuerzas habían muerto con Ser Luthor Largent en la Plaza
de los Zapateros. Los que quedaban, muchos de ellos heridos, fueron fácilmente vencidos por
las hordas de Ser Perkin.

Antes de que pasara una hora, la Puerta del Rey y la Puerta del León también estaban abiertas.
Los Capas Doradas huyeron en la primera, mientras que los ‘leones’ de la segunda se habían
unido con las turbas. Tres de las siete puertas de Desembarco del Rey estaban abiertas a los
enemigos de Rhaenyra.

Sin embargo, la amenaza más grave al gobierno de la reina resultó estar dentro de la ciudad. Al
anochecer, otra muchedumbre se había reunido en la Plaza de los Zapateros, dos veces más
populosa y tres veces más terrible que la noche anterior. Igual que la reina, la chusma estaba
observando el cielo con miedo, temiendo que los dragones del Rey Aegon llegarían antes del
amanecer, con un ejército detrás. Ya no creían que la reina pudiera protegerlos.
Cuando un profeta loco y manco llamado el Pastor empezó a delirar en contra de los dragones,
no sólo contra los que estaban viniendo a atacarlos, sino contra todos los dragones por todas
partes, la muchedumbre, medio enloquecida también, lo escuchó. “Cuando los dragones
lleguen,” chilló, “vuestras carnes se quemarán y se llenarán de ampollas y se convertirán en
cenizas. Vuestras esposas bailarán con prendas de fuego, chillando cuando ardan, lascivas y
desnudas bajo las llamas. Y veréis llorar a vuestros niños pequeños, llorando hasta que sus ojos
se derritan y resbalen como gelatina por sus caras; hasta que sus carnes rosadas se vuelvan
negras y crepiten sus huesos. El Desconocido viene, él viene, él viene, para flagelarnos por
nuestros pecados. Las oraciones no pueden frenar su furia, no más que las llamas de los
dragones pueden apagar las lágrimas. Sólo la sangre puede hacerlo. Su sangre, mi sangre, tu
sangre.” Entonces levantó el muñón de su brazo derecho, y apuntó hacia la Colina de Rhaenys
detrás de él, a Pozo Dragón, negro contra las estrellas. “Allí moran los demonios, allí. Ésta es su
ciudad. ¡Para hacerla suya, primero deben destruirlos! ¡Para limpiarse de pecado, primero
deben bañarse en la sangre de dragón! ¡Sólo con la sangre los fuegos del infierno se
apagaran!”

De diez mil gargantas subió un grito. “¡Mátalos! Mátalos!” Y como alguna inmensa bestia con
diez mil piernas, los corderos del Pastor empezaron a moverse, empujando y avanzando,
ondeando las antorchas, blandiendo espadas y cuchillos y otras armas más rudimentarias,
caminando y corriendo a través de las calles y callejas hacia Pozo Dragón. Algunos lo pensaron
mejor y se deslizaron hacia sus casas, pero por cada hombre que se fue, tres más aparecieron
para unirse a los mata-dragones. En el momento que llegaron a la colina de Rhaenys, su
número se había duplicado.

En la cima de la Colina Alta de Aegon al otro lado de la ciudad, la Reina vio desplegarse el
ataque desde lo alto del Torreón de Maegor con sus hijos y los miembros de su corte. La noche
era oscura y nublada, las antorchas tan numerosas que era como si todas las estrellas hubieran
bajado del cielo para asaltar Pozo Dragón. Tan pronto como le llegó la noticia de que la
multitud enfurecida estaba en marcha, Rhaenyra envió jinetes a Ser Balon en la Puerta Vieja y
a Ser Garth en la Puerta del Dragón, ordenándoles dispersar la chusma y defender a los
dragones reales… pero con la ciudad en tal confusión, era poco probable que los jinetes
llegaran. Cuando el Príncipe Joffrey suplicó a su madre permitirle montar con sus propios
caballeros y los de Puerto Blanco, la reina se negó. “Si toman esa colina, esta será la siguiente,”
dijo. “Necesitaremos cada espada aquí para defender el castillo.”
“Matarán a los dragones,” dijo el Príncipe Joffrey, angustiado.
“O los dragones los matarán a ellos,” le dijo su madre, impasible. “Déjalos quemarse. El reino
no los extrañará por mucho tiempo.”
“Madre, ¿y si matan a Tyraxes?” dijo el joven príncipe.
La reina no lo creyó posible. “Son alimañas. Borrachos y necios y ratas del canal. Una poco de
fuego de dragón y saldrán corriendo.”
A lo que Champiñón, el bufón de la corte respondió, diciendo, “Pueden ser borrachos, pero un
hombre ebrio no conoce el miedo. Necios, sí, pero un necio puede matar a un rey. Ratas
también, pero mil ratas pueden derrumbar un oso. Yo lo vi una vez, allí en el Lecho de Pulgas.”
Su Alteza regresó a los parapetos.

Solo cuando los guardias del tejado oyeron a Syrax rugir se dieron cuenta de que el príncipe se
había escabullido. “No,” se escuchó decir a la reina, “se lo prohibí, se lo prohibí,” pero incluso
mientras hablaba, el dragón aleteó hacia arriba desde el patio, alzándose en solo medio latido
por encima de las almenas del castillo, para luego lanzarse a la noche con el hijo de la reina
aferrándose a su espalda con una espada en la mano.
“Detrás de él,” Rhaenyra gritó, “todos, cada hombre, cada muchacho, a los caballos, a los
caballos, persíganlo. Devuélvanmelo, devuélvanmelo, él no sabe. Mi hijo, mi dulce, mi hijo…”
Pero era demasiado tarde.
No vamos a pretender comprender la unión entre el dragón y su jinete; los más sabios han
ponderado ese misterio durante siglos. Sabemos, sin embargo, que los dragones no son
caballos, para ser montados por cualquier hombre que arroja una silla de montar en su lomo.
Syrax era el dragón de la reina. Nunca había conocido a otro jinete. Aunque conocía al Príncipe
Joffrey por la vista y el olor, una presencia familiar manoseando sus cadenas no provocó
ninguna alarma, sin embargo, el gran dragón hembra amarillo no quería sentirlo a horcajadas
sobre ella. En su prisa por estar lejos antes de ser detenido, el príncipe había subido en Syrax
sin la ventaja de la silla de montar, o el látigo. Su intención, debemos presumir, o era volar con
Syrax a la batalla o, más probablemente, cruzar la ciudad hasta Pozo Dragón y su dragón
Tyraxes. También, quizás quiso soltar a los otros dragones del pozo.
Joffrey nunca alcanzó la Colina de Rhaenys. Una vez en el aire, Syrax se retorció debajo de él,
luchando por liberarse de este jinete poco familiar. Y desde abajo, las piedras y lanzas y flechas
volaron hacia él de las manos de los alborotadores, enloqueciendo incluso aún más al dragón.
A doscientos pies sobre el Lecho de Pulgas, el Príncipe Joffrey se resbaló del lomo del dragón y
cayó a tierra.

Cerca de la unión de cinco callejas, el príncipe tuvo un sangriento final. En primer lugar, chocó
contra un techo empinado, antes de rodar y caer otros cuarenta pies entre una lluvia de tejas
rotas. Nos dicen que su caída le rompió la espalda; los fragmentos de tablas llovieron sobre él
como cuchillos; que su espada se soltó de su mano y agujereó su vientre. En el Lecho de
Pulgas, los hombres hablan todavía de la hija de un fabricante de velas llamada Robin, que
acunó al destrozado príncipe en sus brazos y le dio consuelo cuando murió; pero hay más de
leyenda que de historia en ese cuento. “Madre, perdóname,” dijo supuestamente Joffrey, con
su último aliento… aunque los hombres todavía discuten de si él estaba hablando de su madre
la reina, u orando a la Madre en el cielo.
Y así pereció Joffrey Velaryon, el Príncipe de Rocadragón y heredero al Trono de Hierro, el
último de los hijos de Reina Rhaenyra y Laenor Velaryon… o el último de sus bastardos con Ser
Harwin Strong, dependiendo de qué verdad escoja creer uno.

Y mientras la sangre fluía en los callejones del Lecho de Pulgas, otra batalla se extendió
alrededor de Pozo Dragón, en la cima de la Colina de Rhaenys.
Champiñón no estaba equivocado: de hecho, los enjambres de ratas hambrientas derrumban
toros y osos y leones, cuando son suficientes. No importa a cuántas el toro o el oso puedan
matar, siempre hay más, mordiendo las patas de la gran bestia, aferrándose a su barriga,
corriendo por su espalda. Y eso ocurrió esa noche. Estas ratas humanas estaban armadas con
lanzas, hachas, garrotes con clavos, y con cincuenta clases de armas, incluyendo arcos y
ballestas.

Los Capas Doradas de la Puerta del Dragón, obedeciendo las órdenes de la reina, salieron de
sus barracones para defender la colina, pero les resultó imposible atravesar las turbas, y se
volvieron, mientras que el mensajero enviado a la Puerta Vieja nunca llegó. Pozo Dragón tenía
su propio contingente de guardias, pero eran pocos y pronto fueron sobrepasados y
asesinados cuando la chusma acometió a través de las puertas (las puertas principales muy
altas, reforzadas con hierro y bronce eran demasiado sólidas; pero el edificio tenía algunas
entradas menores) y entraron, trepando por las ventanas.

Quizás los amotinados esperaban matar a los dragones mientras dormían, pero el estruendo
del ataque lo hizo imposible. Aquellos que vivieron para contarlo después, relataron los gritos,
el olor de la sangre en el aire, el ruido de las puertas de roble y hierro astilladas bajo los golpes
de bastos arietes e innumerables hachas. “Raramente tantos hombres corren tan ávidamente
hacia sus piras fúnebres,” escribió después el Gran Maestre Munkun, “pero la locura se
apoderó de ellos.” Había cuatro dragones alojados dentro de Pozo Dragón. Cuando entró el
primero de los agresores, saltando a las arenas, los cuatro se despertaron, alertas e irritados.
Ninguna crónica coincide en cuántos hombres y mujeres murieron esa noche bajo el gran
domo de Pozo Dragón: doscientos o dos mil. Por cada hombre que pereció, diez sufrieron
quemaduras y aun así, algunos sobrevivieron. Atrapados dentro del foso, cercados por los
muros y la cúpula, y sujetos con gruesas cadenas, los dragones no podían volar lejos, o usar sus
alas para evadir los ataques y atacar a sus enemigos. En cambio, lucharon con los cuernos y
garras y dientes, girando igual que toros en un agujero de ratas del Lecho de Pulgas… pero
estos toros podían respirar fuego. El Pozo Dragón se transformó en un infierno ardiente,
dónde los hombres quemados se tambaleaban gritando a través del humo, la carne
desprendiéndose de sus huesos ennegrecidos; pero por cada hombre que moría, aparecían
diez más, gritando que los dragones debían morir. Y los mataron, uno por uno.
Shrykos fue el primer dragón en sucumbir, muerto por un guardabosques conocido como
Hobb el Talador, que saltó a su cuello clavando su hacha en el cráneo de la bestia, mientras
Shrykos rugía y se retorcía, tratando de quitárselo de encima. Siete golpes tuvo que dar Hobb
con sus piernas rodeando el cuello del dragón, y cada vez que su hacha descendía gritaba el
nombre de uno de los Siete. Fue el séptimo golpe, el golpe del Desconocido, el que mató al
dragón, atravesando escamas y huesos hasta el cerebro de la bestia.

Según los relatos, Morghul fue asesinado por el Caballero Ardiente, un enorme bruto con una
pesada armadura, que corrió precipitadamente hacia las llamas del dragón con lanza en la
mano, clavando repetidamente la punta en el ojo de la bestia, incluso mientras el fuego del
dragón había derretido su armadura de acero a su alrededor y se fundió con la carne en su
interior.
Tyraxes, el dragón del príncipe Joffrey, se retiró a su guarida, asando a tantos asesinos de
dragones que corrieron hacia él, que su entrada pronto fue intransitable por sus cadáveres.
Pero hay que recordar que cada una de estas cuevas artificiales tenían dos entradas, una
frente a las arenas del foso, otra que daba a la ladera, y pronto la turba irrumpió por la “puerta
trasera” aullando a través del humo con espadas y lanzas y hachas. Como Tyraxes se volvió, sus
cadenas se enredaron envolviéndolo en una red de acero que limitó sus movimientos. Media
docena de hombres (y una mujer) afirmaron después haber dado el golpe mortal al dragón.
El último de los cuatro dragones del pozo no murió tan fácilmente. La leyenda dice que
Dreamfyre había roto dos de sus cadenas cuando la muerte de la Reina Helaena. Ahora hizo
reventar las ataduras restantes, arrancando los postes de los muros, cuando la chusma se le
acercó, arremetiendo con dientes y garras, cortando a los hombres en pedazos, mientras
lanzaba sus terribles fuegos. Como otros lo rodearon se lanzó a volar, rodeando el interior
cavernoso de Pozo Dragón y descendiendo para atacar a los hombres de debajo. Tyraxes,
Shrykos, y Morghul mataron a muchos, sin duda, pero Dreamfyre mató a más que los tres
juntos.

Cientos huyeron aterrorizados de sus llamas… pero cientos más, borrachos, locos o poseídos
por el valor del propio Guerrero, se lanzaron al ataque. Incluso en el vértice de la cúpula, el
dragón estaba a poca distancia de arqueros y ballesteros, y las flechas y cuadrillos volaron a
Dreamfyre dondequiera que fuera, a tan corta distancia que algunos pocos incluso perforaron
sus escamas. Cada vez que lanzaba sus llamas, los hombres la rodeaban al ataque, haciéndola
volver de nuevo al aire. Dos vece voló el dragón hacia las grandes puertas de bronce de Pozo
Dragón, solo para descubrir que estaban cerradas a cal y canto y defendidas por filas de lanzas.
Incapaz de huir, Dreamfyre volvió al ataque, masacrando a sus verdugos hasta que las arenas
del foso estuvieron sembradas de cadáveres carbonizados, y el aire estuvo cargado de humo y
olor a carne quemada, y aun así las lanzas y flechas siguieron volando. El final llegó cuando una
flecha de ballesta golpeó uno de los ojos del dragón. Medio ciega y enloquecida por una
docena de heridas menores, Dreamfyre extendió sus alas y voló directamente hacia la cima del
gran domo en un último y desesperado intento de irrumpir en el cielo abierto. Ya debilitado
por las explosiones del fuegodragón, el domo crujió bajo la fuerza de impacto, y un momento
después la mitad se derrumbó, aplastando al dragón y a los asesinos de dragones bajo
toneladas de piedras y cascotes.

El Ataque a Pozo Dragón terminó. Cuatro de los dragones de los Targaryen estaban muertos,
aunque a un precio espantoso. El propio dragón de la reina aún seguía vivo y libre… y cuando
los quemados y ensangrentados sobrevivientes de la carnicería en el pozo salieron tropezando
de las ruinas humeantes, Syrax descendió sobre ellos.
Mil gritos y chillidos resonaron por toda la ciudad, mezclándose con el rugido del dragón. En lo
alto de la Colina de Rhaenys, Pozo Dragón tenía una corona de fuego amarillo, ardiendo con
tanto brillo que parecía como si el sol estuviera saliendo. Incluso la reina se estremeció
mientras observaba, las lágrimas brillando en sus mejillas. Muchos de los acompañantes de la
reina en la azotea huyeron por temor a que los incendios no tardarían en afectar a toda la
ciudad, incluso a la Fortaleza Roja en la cumbre de la Colina Alta de Aegon. Otros fueron al
septo del castillo para rezar por la salvación. Rhaenyra envolvió con sus brazos a su último hijo
vivo, Aegon el Joven, agarrándolo con fuerza contra su pecho. No lo soltó… hasta el momento
terrible en que Syrax cayó.
Desencadenada y sin jinete, Syrax podría haber volado fácilmente lejos de la locura. El cielo era
suyo. Podría haber regresado a la Fortaleza Roja, o abandonar la ciudad, volando hacia
Rocadragón. ¿Fue el ruido y el fuego lo que la atrajeron a la Colina de Rhaenys, los rugidos y
gritos de los dragones agonizantes, el olor de la carne ardiente? No podemos saberlo, no más
del porqué Syrax escogió descender sobre la chusma, rasgándolas con dientes y garras y
devorando docenas de personas, cuando pudo fácilmente hacer llover el fuego sobre ellos
desde arriba, pues en el cielo ningún hombre podría dañarla. Sólo podemos contar lo que
pasó.

Más de una historia contradictoria se contó sobre la muerte del dragón de la reina. Algunos se
la adjudican a Hobb el Talador y su hacha, aunque esto es casi seguro un error. ¿Realmente
podía el mismo hombre haber matado dos dragones en la misma noche y de la misma
manera? Algunos hablan de un lancero sin nombre, “un gigante ensangrentado”, que saltó de
la cúpula rota de Pozo Dragón sobre la espalda del dragón. Otros relatan como un caballero
llamado Ser Warrick Wheaton cortó un ala de Syrax con una espada de acero valyrio. Un
ballestero llamado Bean reclamó la muerte después, alardeando en muchas tabernas y bares,
hasta que uno de los leales a la reina se cansó del movimiento de su lengua y se la cortó. La
verdad del asunto nunca la sabrá nadie; excepto que Syrax murió esa noche.
La pérdida de su dragón y de su hijo dejó a Rhaenyra Targaryen cenicienta e inconsolable. Se
retiró a sus aposentos aunque sus consejeros siguieron conferenciando. Todos estaban de
acuerdo en que el Desembarco del Rey estaba perdido; necesitaban abandonar la ciudad.
Renuentemente, Su Alteza fue persuadida de abandonarla al día siguiente, al amanecer. Con la
Puerta del Lodazal en manos de sus enemigos, y todos los barcos quemados o hundidos a lo
largo del río, Rhaenyra y un pequeño sequito de seguidores salieron a través de la Puerta del
Dragón, con la intención de ir por la costa hacia Valle Oscuro. Con ella cabalgaban los
hermanos Manderly; cuatro Guardias de la Reina supervivientes; Ser Balon Byrch y veinte
capas doradas; cuatro damas de compañía de la reina, y su último hijo sobreviviente, Aegon el
Joven.

Mucho más estaba pasando en Ladera, y es allí donde debemos dirigir nuestra mirada. Cuando
la noticia de la insurrección en Desembarco del Rey alcanzó al ejército del Príncipe Daeron en
Ladera, muchos jóvenes señores quisieron avanzar de nuevo hacia la ciudad enseguida. Sus
jefes eran Ser Jon Roxton, Ser Roger Corne y Lord Unwin Peake… pero Ser Hobert Hightower
aconsejó cautela, y los Dos Traidores se negaron a unirse a cualquier ataque, a menos que
fueran consideradas sus propias demandas. Ulf el Blanco, se recordará, deseaba que le fuese
concedido el gran castillo de Altojardin con todas sus tierras e ingresos, mientras que Hugh
Hammer el Duro deseaba nada menos que una corona.

Estos conflictos llegaron a hervir cuando a Ladera llegó tardíamente la noticia de la muerte de
Aemond Targaryen en Harrenhal. El Rey Aegon II no había sido visto desde la caída de
Desembarco del Rey en manos de su media hermana Rhaenyra, y eran muchos lo que temían
que la reina lo había asesinado en secreto, ocultando el cadáver, para no ser condenada como
asesina de su sangre. Con su hermano Aemond muerto también, los verdes se encontraron sin
reyes y sin líderes. El Príncipe Daeron era en siguiente en la línea de sucesión. Lord Peake
declaró que el muchacho debía ser proclamado en seguida como Príncipe de Rocadragón;
otros, creyendo muerto a Aegon II, deseaban coronarlo como rey.

Los Dos Traidores también sentían la necesidad de un rey… pero Daeron Targaryen no era el
rey que ellos querían. “Necesitamos a un hombre fuerte para liderarnos, no a un chico,”
declaró Hugh Hammer el Duro. “El trono debe ser mío.” Cuando Jon Roxton exigió saber con
qué derecho intentaba coronarse a sí mismo rey, Lord Hammer contestó, “El mismo derecho
que el Conquistador. Un dragón.” Y verdaderamente, muerto Vhagar, el dragón vivo más viejo
y más grande en todo Poniente era Vermithor, que fue la montura del Viejo Rey y ahora era de
Hugh el Duro, el bastardo. Vermithor era tres veces más grande que Tessarion, el dragón
hembra del Príncipe Daeron. Ningún hombre que los vio juntos pudo negar que Vermithor era
la bestia más terrorífica.
Aunque la ambición de Hammer era indecorosa en alguien de tan baja cuna, el bastardo sin
duda poseía algo de sangre Targaryen y había demostrado ser feroz en la batalla y generoso
con los que le seguían, mostrando el tipo de generosidad que atrae a los hombres a los líderes
como un cadáver atrae las moscas. Eran hombres de la peor clase: mercenarios, caballeros
ladrones, chusma, hombre de sangre mezclada y nacimiento incierto que amaban la batalla
por sí misma y vivían de la rapiña y el saqueo.

Los señores y caballeros de Antigua y el Dominio estaban ofendidos por la arrogancia de los
Traidores, pero ninguno tanto como el Príncipe Daeron Targaryen mismo, cuya ira creció tanto
que le lanzó una copa de vino a la cara a Hugh el Duro. Mientras Lord Blanco decía que era una
pérdida de buen vino, Lord Hammer dijo, “Los chiquillos deberían ser más educados cuando
los hombres hablan. Creo que tu padre no te golpeó con la suficiente frecuencia. Procura que
no compense su falta.” Los Dos Traidores se alejaron juntos, y empezaron a hacer planes para
la coronación de Hammer. Al día siguiente, cuando Hugh el Duro apareció llevando una corona
de hierro negro, provocó la furia del Príncipe Daeron y de los señores de noble cuna y los
caballeros.
Uno de ellos, Ser Roger Corne, hizo una broma derribando la corona de la cabeza de Hammer.
“Una corona no hace rey a un hombre,” dijo. “Debes llevar una herradura en tu cabeza,
herrero.” Fue una estupidez hacerlo. A Lord Hugh no le hizo gracia. Bajo sus órdenes, sus
hombres derribaron a Ser Roger, después de lo cual el bastardo del herrero le clavó no una,
sino tres herraduras en el cráneo al caballero. Cuando los amigos de Corne intentaron
intervenir, las dagas y las espadas fueron desenfundadas, dejando tres muertos y una docena
de heridos.

Esto era más de lo que los señores leales al Príncipe Daeron estaban preparados para
aguantar. Lord Unwin Peake y Hobert Hightower, un poco reacio, convocaron a otros once
señores y caballeros a un concilio secreto en el sótano de una posada de Ladera, para hablar
de lo que se podría hacer para frenar la arrogancia de los jinetes de dragón bastardos. Los
conspiradores estuvieron de acuerdo que sería fácil disponer de Blanco, que solía estar
borracho más tiempo que sobrio y que nunca había mostrado ninguna gran habilidad con las
armas. Hammer planteaba un peligro mayor, porque últimamente se veía rodeado día y noche
por lameculos, seguidores del campamento y mercenarios ávidos de su favor. De poco les
serviría que mataran a Blanco y dejaran a Hammer vivo, señaló Lord Peake; Hugh el Duro debía
morir el primero. Largas y ruidosas fueron las argumentaciones en la posada bajo el signo de
los Abrojos Sangrientos, mientras los señores discutían como podían lograr ese objetivo.
“Cualquier hombre puede ser asesinado,” declaró Ser Hobert Hightower, “pero ¿qué pasa con
los dragones?” Dada la confusión reinante en Desembarco del Rey, dijo Ser Tyler Norcross,
Tessarion solo debería ser suficiente para que pudieran retomar el Trono de Hierro. Lord Peake
respondió que la victoria sería mucho más segura con Vermithor y Ala de Plata. Marq Ambrose
sugirió que tomaran la ciudad primero, y eliminaran a Blanco y Hammer después de que la
victoria hubiera sido asegurada, pero Richard Rodden insistió que comportarse así sería
deshonroso. "No podemos pedir a estos hombres que derramen su sangre con nosotros, y
luego matarlos." John Roxton resolvió la disputa. "Mataremos a los bastardos ahora", dijo.
"Después de eso, dejaremos a los más valientes de nosotros reclamar sus dragones y volar a la
batalla." Ningún hombre en ese sótano dudó de que Roxton estaba hablando de sí mismo.

Aunque el príncipe Daeron no estuvo presente en el consejo, los Abrojos (como los
conspiradores llegaron a ser conocidos) fueron reacios a proceder sin su consentimiento y
bendición. Owen Fossoway, Señor de La Sidra, fue enviado al amparo de la oscuridad para
despertar al príncipe y llevarlo al sótano, para que los conspiradores le pudieran informar de
sus planes. El príncipe otrora apacible no titubeó cuando Lord Unwin Peake le hizo entrega de
las órdenes para la ejecución de Hugh Hammer el Duro y Ulf el Blanco, sino que rápidamente
puso su sello.

Los hombres pueden trazar y planificar, pero hubieran hecho mejor en rezar, porque ningún
plan hecho por el hombre ha resistido jamás los caprichos de los dioses. Dos días más tarde, el
mismo día en el que los Abrojos planeaban atacar, Ladera despertó en lo más negro de la
noche entre gritos y chillidos. Fuera de las murallas de la ciudad, los campos estaban ardiendo.
Columnas de caballeros armados fluían desde el norte y el oeste, masacrando a su paso, desde
las nubes llovían flechas, y un dragón descendió sobre ellos, terrible y feroz.
Así empezó la Segunda Batalla de Ladera.
El dragón era Seasmoke, su jinete Ser Addam Velaryon, determinado a demostrar que no
todos los bastardos eran cambiacapas. ¿Qué mejor manera de hacerlo que retomando Ladera
de los Dos Traidores, cuya traición lo había manchado? Los bardos dicen que Ser Addam había
volado desde Desembarco del Rey hasta el Ojo de Dioses, dónde aterrizó en la sagrada Isla de
los Rostros y fue aconsejado por los Hombres Verdes. Los eruditos no se ponen de acuerde
sobre ese hecho, y lo que sabemos es que Ser Addam voló lejos y rápido, descendiendo sobre
castillos grandes y pequeños cuyos señores eran fieles a la reina, para reunir un ejército.
Muchas batallas y escaramuzas habían tenido lugar en las tierras regadas por el Tridente, y
eran escasos los castillos y pueblos que no habían pagado su deuda de sangre… pero Addam
Velaryon era implacable, determinado y locuaz, y los señores del río supieron más de los
horrores que habían ocurrido en Ladera. Cuando Ser Addam estuvo listo para descender sobre
Ladera, tenía a casi cuatro mil hombres detrás.

El gran ejército acampado alrededor de los muros de Ladera excedía en número al de los
atacantes, pero había estado demasiado tiempo en ese lugar. Su disciplina se había vuelto
laxa, y las enfermedades también habían hecho estragos; la muerte de Lord Ormund
Hightower los había dejado sin un líder, y los señores que desearon dirigir en su lugar no se
ponían de acuerdo. Así que inmersos en sus propios conflictos y rivalidades se habían olvidado
de sus verdaderos enemigos. El ataque nocturno de Ser Addam los tomó completamente
desprevenidos. Incluso antes de que los hombres del ejército del Príncipe Daeron supieran que
estaban en una batalla, el enemigo ya estaba sobre ellos, masacrándolos cuando salían
tambaleándose de sus tiendas, tratando de ensillar sus caballos y ponerse las armaduras,
abrochándose los cinturones de las espadas.

La mayor devastación la produjo el dragón. Seasmoke descendía atacando una y otra vez,
lanzando llamas. Pronto cien tiendas estaban ardiendo, incluso los espléndidos pabellones de
seda de Ser Hobart Hightower, Lord Unwin Peake, y del propio Príncipe Daeron. Ni siquiera el
pueblo de Ladera fue perdonado. Las tiendas, casas y septos que se habían salvado la primera
vez fueron engullidas por el fuegodragón.
Daeron Targaryen estaba durmiendo en su tienda cuando empezó el ataque. Ulf el Blanco
estaba dentro de Ladera, durmiendo la borrachera en una posada llamada el Tejón Obsceno
que había tomado para sí mismo. Hugh Hammer también estaba dentro de los muros del
pueblo, en la cama con la viuda de un caballero muerto durante la primera batalla. Los tres
dragones estaban fuera del pueblo, en los campos más allá de los campamentos.
Aunque se hicieron intentos para despertar a Ulf el Blanco de su ebrio letargo, fue imposible.
Infamemente, rodó debajo de una mesa y roncó durante todo el combate. Hugh Hammer el
Duro fue más rápido para responder. A medio vestir, se precipitó por las escaleras hasta el
patio, pidiendo a gritos su martillo, su armadura, y un caballo, con el que podría cabalgar fuera
y montar a Vermithor. Sus hombres se apresuraron a obedecer, incluso cuando Seasmoke
prendió fuego a los establos. Pero Lord Jon Roxton ya estaba en el patio.

Cuando divisó a Hugh el Duro, Roxton vio su oportunidad y dijo, “Lord Hammer, reciba mi
pésame.” Hammer se volvió, mirándolo ceñudo. “¿Por qué?” exigió saber. “Moriste en la
batalla,” contestó Jon blandiendo Hacedora de Huérfanos y clavándola profundamente en la
barriga de Hammer, antes de abrir al bastardo desde la ingle hasta la garganta.
Una docena de los hombres de Hugh el Duro llegaron corriendo a tiempo para verle morir.
Incluso una espada de acero Valyrio como Hacedora de Huérfanos es poco útil para un hombre
cuando se enfrenta con diez. Jon Roxton el Audaz mató a tres antes de ser asesinado. Se dice
que murió cuando su pie resbaló en las entrañas de Hugh Hammer, pero quizás ese detalle es
demasiado irónico para ser cierto.
Existen tres relatos contradictorios acerca de la manera en que murió el Príncipe Daeron
Targaryen. La más conocida relata que el príncipe salió tropezando de su pabellón con sus
ropas de dormir ardiendo, sólo para ser asesinado por el mercenario myriense Trombo el
Negro quien se dice que destrozó su rostro con un golpe de su maza de pinchos. Esta versión
fue la preferida de Trombo el Negro, quien la contó a lo largo y ancho. La segunda versión es
más o menos la misma, salvo que el príncipe fue asesinado con una espada, no una maza, y su
asesino no era Trombo el Negro, sino un guerrero desconocido que a lo mejor ni siquiera se
dio cuenta de a quién había matado. En la tercera alternativa, el valiente muchacho conocido
como Daeron el Atrevido ni siquiera logra salir del todo, porque murió cuando su pabellón
quemado se derrumbó sobre él.

Desde el cielo, Addam Velaryon podía ver que la batalla se convertía en una derrota bajo él.
Dos de los tres jinetes de dragón enemigos estaban muertos, pero él no tenía ninguna manera
de saberlo. Sin embargo, podía ver sin duda a los dragones enemigos. Desencadenados, se
mantenían más allá de las murallas de la ciudad, libres de volar y cazar como solían hacerlo;
Ala de Plata y Vermithor normalmente enrollados sobre sí en los campos del sur de Ladera,
mientras Tessarion dormía y se alimenta en el campamento del príncipe Daeron al oeste de la
ciudad, a menos de cien metros de su pabellón.

Los dragones son criaturas de fuego y sangre y los tres despertaron cuando la batalla floreció a
su alrededor. Un arquero hizo volar una saeta hacia Ala de Plata y dos docenas de caballeros
montados atacaron a Vermithor con espadas, lanzas y hachas, esperando matar a la bestia
mientras estaba medio dormida y sobre la tierra. Pagaron por esa locura con sus vidas. En otra
parte del campo, Tessarion se lanzó al aire, chillando y escupiendo fuego, y Addam Velaryon
giró a Seasmoke para enfrentarlo.
Las escamas de un dragón son en gran parte (aunque no del todo) impermeable a las llamas;
protegen la carne más vulnerables y la musculatura de debajo. Conforme el dragón se hace
mayor, sus escamas se hacen más gruesas y crecen con más fuerza, proporcionando una
protección aún mayor, así como sus llamas queman más calientes y con más ferocidad
(mientras las llamas de una cría pueden prender fuego a la paja, las llamas de Balerion o
Vhagar en la plenitud de su poder podían, y lo hicieron, fundir acero y piedra). Cuando dos
dragones se encuentran en combate mortal, a menudo emplearán otras armas además de su
fuego: las negras garras iguales al hierro, largas como espadas y afiladas como navajas de
afeitar; mandíbulas tan poderosas que podían aplastar una armadura de acero; colas como
látigos cuyos azotes reducían los carros a astillas, quebraban las espaldas de pesados caballos
de guerra, y enviaban a los hombres a cincuenta pies volando por el aire.

La batalla entre Tessarion y Seasmoke fue diferente.


La historia llama la disputa entre el Rey Aegon II y su hermana Rhaenyra la Danza de los
Dragones, pero sólo en Ladera los dragones danzaron realmente. Tessarion y Seasmoke eran
dragones jóvenes, más ágiles en el aire de lo que habían sido sus hermanos más viejos. Una y
otra vez se acercaron entre sí, sólo para que uno u otro virara alejándose en el último
momento. Volando como águilas, inclinándose igual a halcones, se rodeaban, chasqueando y
rugiendo, escupiendo fuego, pero nunca de cerca. Una vez la Reina Azul desapareció en un
banco de nubes, sólo para reaparecer un momento después, detrás de Seasmoke
chamuscando su cola con un estallido de llamas color cobalto. Entretanto, Seasmoke rodaba y
giraba. En un momento estaba debajo de su enemiga, y de repente giraba en el cielo y volaba
detrás de ella. Más y más alto volaron los dos dragones, mientras centenares de hombres los
observaban desde los techos de Ladera. Una que las cosas que se comentaron después fue que
el vuelo de Tessarion y Seasmoke parecía más una danza de apareamiento que una batalla.
Quizás lo era.
La danza se acabó cuando Vermithor subió rugiendo en el cielo.
Casi cien años más viejo y tan grande como los dos dragones jóvenes juntos, el dragón de
bronce estaba furioso cuando se lanzó a volar, con la sangre humeando de una docena de
heridas. Sin jinete, no distinguía entre amigos o enemigos, así que desató su furia sobre todos,
escupiendo fuego a ambos lados, quemando a cualquier hombre que se atrevió a arrojar una
lanza en su dirección.
Un caballero intentó huir delante de él, sólo para que Vermithor lo atrapara en sus
mandíbulas, así como a su caballo, en pleno galope. Lord Piper y Lord Deddings, sentados
juntos encima de una colina baja, fueron quemados con sus escuderos, criados, y escudos
juradamentados cuando la Furia de Bronce acertó a verlos. Un momento después, Seasmoke
cayó sobre ellos.

De los cuatro dragones presentes en el campo ese día, sólo Seasmoke tenía un jinete. Ser
Addam Velaryon había venido a demostrar su lealtad destruyendo a los Dos Traidores y sus
dragones, y aquí estaba uno debajo de él, atacando a los hombres que se le habían unido para
esta batalla. Debió sentir que era su deber protegerlos, aunque ciertamente sabría en su
corazón que su montura Seasmoke no podría igualar al dragón más viejo.
Ésta no fue ninguna danza, sino una lucha a muerte. Vermithor no había volado más de veinte
pies sobre la batalla cuando Seasmoke lo golpeó chillando desde arriba derribándolo al barro.
Los hombres y los muchachos corrieron aterrorizados o fueron aplastados cuando los dos
dragones rodaron y se lanzaron zarpazos entre sí. Las colas chasquearon y las alas batieron en
el aire, pero las bestias estaban tan enredadas que ninguna pudo liberarse. Benjicot Blackwood
observó el forcejeo desde su caballo a unas cincuenta yardas de distancia. El tamaño y el peso
de Vermithor fueron demasiado para que Seasmoke pudiera competir, dijo Lord Blackwood
muchos años después, y seguramente habría desgarrado al dragón gris en pedazos… si
Tessarion no hubiera caído del cielo en ese mismo momento para unirse a la lucha.

¿Quién puede conocer el corazón de un dragón? ¿Era simplemente la avidez por la sangre que
hizo atacar a la Reina Azul? ¿Vino la dragona a ayudar a uno de los combatientes? En ese caso,
¿a cuál? Algunos afirman que la atadura entre un dragón y el jinete es tan profunda, que la
bestia comparte los amores y odios de su amo. ¿Pero quién era el aliado aquí, y quién el
enemigo? ¿Un dragón sin jinete distingue el amigo del enemigo?
Nunca tendremos las respuestas a esas preguntas. De toda esa historia lo que sabemos es que
tres dragones lucharon entre el barro, la sangre y el humo de la Segunda Batalla de Ladera.
Seasmoke fue el primero en morir, cuando Vermithor clavó sus dientes en su cuello y le
arrancó la cabeza. Después el dragón de bronce intentó volar con su premio en las mandíbulas,
pero sus alas rasgadas no pudieron alzar su peso. Después de un momento se derrumbó y
murió. Tessarion, la Reina Azul, resistió hasta el ocaso. Tres veces intentó regresar el cielo, y
tres veces fracasó. Al caer la tarde parecía estar sufriendo, por lo que Lord Blackwood llamó a
su mejor arquero, un hombre que portaba un arco largo conocido como Billy Burley, que tomó
posición a unos cien yardas de distancia (más allá del alcance de los fuegos del dragón
moribundo) y clavó tres flechas en su ojo mientras yacía indefenso en el suelo.

Al crepúsculo, la lucha finalizó. Aunque los señores rivereños perdieron menos de un centenar
de hombres mientras que mataron a más de un millar de los hombres de Antigua y el Dominio,
la Segunda Batalla de Ladera no podía contarse como una victoria completa para los atacantes,
ya que no tomaron la ciudad. Los muros de Ladera todavía estaban intactos, y una vez que los
hombres del rey regresaron a su interior y cerraron las puertas, las fuerzas de la reina no
tenían forma de abrir una brecha, ya que carecían de equipo de asedio y dragones. Aun así,
causaron una gran matanza en sus confusos y desorganizados enemigos, le prendieron fuego a
sus tiendas de campaña, quemaron o capturaron casi todos sus vagones de forraje y
provisiones, se hicieron con tres cuartas partes de sus caballos de batalla, mataron a su
príncipe, y acabaron con dos de los dragones del rey.

En la mañana después de la batalla, los conquistadores de Ladera miraron fuera de las


murallas de la ciudad para descubrir que sus enemigos se habían marchado. Los muertos
estaban esparcidos alrededor de la ciudad y entre ellos yacían los cadáveres de los tres
dragones. Todavía quedaba uno: Ala de Plata, el dragón de Reina Alysanne, había subido al
cielo cuando empezó la carnicería, rodeando el campo de batalla durante horas, volando en
los vientos cálidos que subían desde los fuegos de debajo. Solo después del anochecer
descendió, aterrizando al lado de sus primos muertos. Más tarde, los bardos dijeron que
levantó tres veces el ala de Vermithor con su nariz, como para hacerle volar de nuevo, pero
esto parece más una fábula. El sol naciente la encontraría batiendo las alas con indiferencia
por el campo, alimentándose de los restos quemados de caballos, hombres y bueyes.
Ocho de los trece Abrojos habían muerto, entre ellos Lord Owen Fossoway, Marq Ambrose y
Jon Roxton el Audaz. Richard Rodden, con una herida de flecha en el cuello, moriría al día
siguiente. Quedaban cuatro de los conspiradores, entre ellos Ser Hobert Hightower y Lord
Unwin Peake. Y aunque Hugh Hammer el Duro había muerto, y sus sueños de realeza con él,
aún quedaba el segundo Traidor. Ulf el Blanco había despertado de su sueño ebrio para
descubrir que era el último jinete de dragón, y el amo del último dragón.
“Hammer murió, y tu chico también,” le dijo, supuestamente, a Lord Peake. “Todo lo que te
queda soy yo.” Cuando Lord Peake le preguntó por sus intenciones, el Blanco contestó,
“Marcharemos, justo cómo querías. Tú tomas la ciudad, y yo tomaré el maldito trono, ¿qué te
parece?”

A la mañana siguiente Ser Hobert Hightower lo llamó para discutir a fondo los detalles del
ataque a Desembarco del Rey. Trajo dos cubas de vino como regalo, uno tinto de Dorne y un
dorado del Rejo. Aunque Ulf el Beodo nunca había probado un vino que no le gustara era
conocido por tener una inclinación por las más dulces añadas. Sin duda Ser Hobert esperaba
que probar el agrio tinto, mientras Lord Ulf bebía el dorado del Rejo. Sin embargo, algo del
comportamiento de Hightower —estaba sudando y tartamudeando y era demasiado cordial,
testificó después el escudero que los sirvió— encendió las sospechas de Blanco. Cauto, ordenó
que el tinto dorniense se dejara de lado para más adelante, e insistió que Ser Hobert
compartiera con él el dorado.

La historia tiene pocas cosas buenas que contar sobre Ser Hobert Hightower, pero ningún
hombre puede cuestionar la forma de su muerte. En lugar de traicionar a sus compañeros
Abrojos, permitió al escudero llenar su jarra, bebió y pidió más. Una vez que vio que Hightower
bebía, Ulf el Beodo hizo honor a su nombre, vaciando tres copas antes de empezar a bostezar.
El veneno en el vino era dulce. Cuando Lord Ulf se fue a dormir, para no despertar nunca, Ser
Hobert se puso en pie y trató de vomitar, pero era demasiado tarde. Su corazón se paró en una
hora.
Después, Lord Unwin Peake ofreció mil dragones de oro a cualquier caballero de noble
nacimiento que pudiera domar a Ala de Plata. Tres hombres aceptaron. Cuando el primero se
quedó sin un brazo y el segundo murió quemado, el tercer hombre lo reconsideró. Por
entonces el ejército de Peake, los restos de la gran hueste que el Príncipe Daeron y Lord
Ormund Hightower habían liderado desde Antigua, estaba cayéndose a pedazos mientras los
desertores huían de Ladera con todo el pillaje que podían cargar. Asumiendo la derrota, Lord
Unwin convocó a los señores y sargentos y ordenó la retirada. Addam Velaryon, nacido como
Addam de Hull, acusado de ser un cambiacapas, había salvado Desembarco del Rey de los
enemigos de la reina… al precio de su propia vida.

Sin embargo la reina no supo nada sobre su valentía. La huida de Rhaenyra de Desembarco del
Rey había estado plagada de dificultades. En Rosby, se encontró con que las puertas del
castillo habían sido atrancadas al acercarse. El joven castellano de Lord Stokeworth les
concedió su hospitalidad, pero sólo por una noche. La mitad de sus capas dorada desertaron
por el camino, y una noche su campamento fue atacado por hombres quebrados. Aunque sus
caballeros golpearon a los atacantes, Ser Balon Byrch fue derribado por una flecha, y Ser
Lyonel Bentley, un joven caballero de la Guardia de la Reina, sufrió un golpe en la cabeza que
le rompió el yelmo. Pereció delirar al día siguiente. La reina siguió adelante hacia Valle Oscuro.
La Casa Darklyn había estado entre los partidarios más firmes de Rhaenyra, pero el precio de
esa lealtad había sido alto. Sólo la intercesión de Ser Harrold Darke persuadió a Lady Meredyth
Darklyn de permitir el ingreso a la reina dentro de sus muros (los Darke eran parientes
distantes de los Darklyn, y Ser Harrold había servido como escudero del difunto Ser Steffon), y
sólo con la condición de que no se quedaría por mucho tiempo.

La Reina Rhaenyra no tenía oro ni barcos. Cuando envió a Lord Corlys a los calabozos, perdió su
flota, y había huido de Desembarco del Rey aterrorizada por su vida, sin nada más que unas
monedas. Desesperada y temerosa, Su Alteza se tornó más gris y macilenta que nunca. No
podía dormir y no comía. Tampoco podía soportar estar separada del Príncipe Aegon su último
hijo vivo; día y noche, el muchacho permanecía a su lado, “como una pequeña sombra pálida.”
Rhaenyra fue obligada a vender su corona para poder comprar pasaje en un buque mercante
de Braavos, el Violande. Ser Harrold Darke le aconsejó buscar refugio con Lady Arryn en el
Valle; mientras que Ser Medrick Manderly intentó persuadirla de acompañarlo a él y a su
hermano Ser Torrhen a Puerto Blanco, pero Su Alteza se negó. Se mostró inflexible en regresar
a Rocadragón. Allí encontraría huevos de dragón, les dijo a sus partidarios; debía tener otro
dragón, o todo estaba perdido.

Los fuertes vientos empujaron al Violande más cerca de las costas de Marcaderiva de lo que la
reina hubiera querido, y tres veces pasó al alcance de la voz de los buques de guerra de la
Serpiente Marina, pero Rhaenyra procuró mantenerse fuera de la vista. Finalmente el navío
braavosi entró en el puerto debajo del Montedragón a la caída de la tarde. La reina había
enviado un cuervo para dar aviso de su llegada, y encontró una escolta esperándola mientras
desembarcaba con su hijo Aegon, sus damas y tres caballeros de la Guardia de la Reina, todo lo
que quedaba de su bando.
Estaba lloviendo cuando el grupo de la reina desembarcó, y había poca gente en el puerto.
Incluso los burdeles del muelle parecían oscuros y abandonados, pero Su Alteza no prestó
atención. Enferma de cuerpo y espíritu, destrozada por la traición, Rhaenyra Targaryen sólo
quería regresar a su propia fortaleza, dónde imaginó que ella y su hijo estarían seguros. Nada
hizo sospechar a la reina de que estaba a punto de sufrir la última y más dolorosa traición.
Su escolta, una fuerza de cuarenta, estaba al mando de Ser Alfred Broome, uno de los hombres
que quedó atrás cuando Rhaenyra había lanzado su ataque sobre Desembarco del Rey.
Broome era el más veterano de los caballeros en Rocadragón, habiéndose unido a la
guarnición durante el reinado del Viejo Rey. Como tal, esperaba ser nombrado castellano
cuando Rhaenyra partió para apoderarse del Trono de Hierro... pero la disposición hosca de
Ser Alfred y sus maneras agrias no inspiraban ni afecto ni confianza, por lo que la reina le había
pasado por alto en favor del más afable Ser Robert Quince.

Cuando Rhaenyra preguntó por qué el castellano Lord Quince no había venido a recibirla, Ser
Alfred le respondió que la reina podría ver a “nuestro gordo amigo” en el castillo. Y ella lo
hizo… aunque el cadáver carbonizado de Quince estaba quemado más allá del reconocimiento,
colgando de las almenas de la caseta del guardabarrera junto al maestro de armas y el capitán
de los guardias. Solo por el tamaño pudieron reconocerlo, porque Ser Robert era
enormemente gordo.
Se dice que la sangre desapareció de las mejillas de la reina cuando vio los cuerpos, pero el
joven Príncipe Aegon fue el primero en comprender lo que eso significaba. “¡Madre, huye!”
gritó, pero era demasiado tarde. Los hombres de Ser Alfred se abalanzaron sobre los
protectores de la reina. Un hacha le cortó la cabeza a Ser Harrold Darke antes de que su
espada pudiera salir de la vaina, y Ser Adrián Redfort fue atravesado por la espalda con una
lanza. Sólo Ser Loreth Lansdale se movió lo bastante rápido para atacar en defensa de la reina,
cortando a los dos primeros hombres que le atacaron antes de ser muerto. Y así murió el
último hombre de la Guardia de la Reina. Cuando el Príncipe Aegon le arrebató la espada a Ser
Harrold, Ser Alfred apartó la hoja a un lado con desprecio.
El chico, la reina, y sus damas marcharon a punta de lanza a través de las puertas de
Rocadragón hasta el patio del castillo. Allí se encontraron cara a cara con un hombre muerto y
un dragón agonizante.

Las escamas de Sunfyre todavía brillaban como oro batido a la luz del sol, yaciendo
desparramado sobre las fundidas piedras negras Valyrias del patio, y se veía claramente que
era una cosa rota, el que había sido alguna vez el dragón más magnífico que había volado por
los cielos de Poniente. El ala casi arrancada de su cuerpo por Meleys sobresalía en un ángulo
incómodo, mientras que las cicatrices frescas a lo largo de su espalda todavía humeaban y
sangraban cuando se movía. Sunfyre estaba enrollado en una bola cuando la reina y su grupo
lo vieron por primera vez. Cuando se agitó y levantó la cabeza, vieron enormes heridas a lo
largo de su cuello, donde otro dragón le había arrancado trozos de carne. En su vientre había
lugares donde las costras habían reemplazado las escamas, y donde debería estar su ojo
derecho sólo había un agujero vacío, una costra de sangre negra.
Uno preguntaría, como Rhaenyra ciertamente hizo, cómo pasó todo esto.

Nosotros sabemos ahora mucho más que la reina. Fue Lord Larys Strong, el Patizambo, quien
sacó al rey y sus niños fuera de la ciudad cuando el primero de los dragones de la reina
apareció en el cielo sobre Desembarco del Rey. Para no atravesar ninguna de las puertas de la
ciudad, dónde podrían ser vistos y reconocidos, Lord Larys los llevó a través de algún pasaje
secreto de Maegor el Cruel que sólo él conocía.
Fue Lord Larys quien también decretó que el grupo de los fugitivos debía dividirse, para que
aun cuando uno fuese atrapado, los otros lograran ser libres. Se le ordenó a Ser Rickard Thorne
entregar al Príncipe Maelor, de dos años de edad, a Lord Hightower. La Princesa Jaehaera, una
dulce e inocente chica de seis, fue puesta a cargo de Ser Willis Fell, quién juró llevarla a salvo a
Bastión de Tormentas. Ninguno sabía a dónde iba destinado el otro, para que no pudieran
traicionarlo si eran capturados.
Y sólo el propio Larys supo que el rey, despojado de su galas y envuelto en una capa de
pescador manchada de sal, había estado oculto entre una carga de bacalao en un esquife de
pesca al cuidado de un caballero bastardo con familiares en Rocadragón. Una vez que
comprendiera que el rey había huido, razonó Patizambo, Rhaenyra seguramente enviaría a sus
hombres a buscarlo… pero un barco no deja ninguna estela en las olas, y pocos cazadores
pensarían en buscar a Aegon en la propia isla de su hermana, a la misma sombra de su
fortaleza.

Y allí Aegon habría permanecido, escondido pero inofensivo, embotando su dolor con vino y
ocultando las cicatrices de las quemaduras bajo una pesada capa, si Sunfyre no se hubiera
dirigido a Rocadragón. Podemos preguntarnos qué le atrajo de nuevo a Montedragón, como
muchos lo han hecho. ¿Fue el dragón herido, con su ala rota medio-curado, impulsado por un
instinto primario para volver a su lugar de nacimiento, la montaña humeante en donde había
eclosionado de su huevo? ¿O es que de alguna manera sintió la presencia del Rey Aegon en la
isla, a través de las largas leguas y los mares tormentosos, y voló allí para reunirse con su
jinete? Algunos van tan lejos como para sugerir que Sunfyre sintió la desesperada necesidad
de Aegon. Pero, ¿quién puede presumir de conocer el corazón de un dragón?

Después de que el nefasto ataque de Lord Walys Mooton lo espantó del campo de cenizas y
huesos fuera del Grajal, la historia pierde de vista a Sunfyre por más de medio año. (Ciertos
cuentos en los salones de los Crabb y los Brune sugieren que el dragón pudo haberse refugiado
en los oscuros bosques de pino y las cuevas de Punta Zarpa Rota por algún tiempo.) Aunque su
ala rota se había remendado lo bastante para que pudiera volar, había sanado a un ángulo feo,
y seguía débil. Sunfyre ya no podía volar, no podía permanecer en el aire durante mucho
tiempo, pero podría, por necesidad, esforzarse en volar distancias cortas. Todavía, de algún
modo, él había cruzado las aguas de la Bahía de Aguasnegras… pues era Sunfyre al que vieron
los marineros del Nessaria atacando a Fantasma Gris. Ser Robert Quince había culpado al
Caníbal… pero Tom Lenguaenredada, un tartamudo que oía más de lo que decía, había
escuchado a los Volantinos, tomando nota de las veces que mencionaron las escamas doradas
del atacante. El Caníbal, como sabía bien, era negro como el carbón. Y así los Dos Tom y sus
“primos” (una verdad a medias, ya que solo Ser Marston compartía su sangre, siendo el hijo
bastardo de la hermana de Tom Lenguaenredada con el caballero que tomó su virginidad)
zarparon en su pequeño bote en busca del asesino de Fantasma Gris.

El rey quemado y el dragón mutilado, cada uno encontró un nuevo objetivo en el otro. Desde
una yacija oculta en las desoladas cuestas orientales de Montedragón, Aegon se aventuró cada
día al alba, volando de nuevo por primera vez desde el Grajal, mientras los Dos Toms y su
primo Marston Mares habían regresado al otro lado de la isla para buscar a hombres
dispuestos a ayudarles a tomar el castillo. Incluso en Rocadragón, por mucho tiempo la sede y
fortaleza de la Reina Rhaenyra, encontraron a muchos desconformes con la reina por razones
buenas y malas. Algunos estaban afligidos por sus hermanos, hijos, y padres muertos durante
la Siembra, o durante la Batalla del Gaznate, algunos esperaban conseguir un botín o
promoción, mientras otros creían que un hijo debía venir antes que una hija, otorgándole el
justo derecho a Aegon.
La reina había llevado consigo a Desembarco del Rey a sus mejores hombres. En su isla,
protegida por los barcos de la Serpiente Marina y sus altos muros Valyrios, Rocadragón parecía
inexpugnable, por lo que la guarnición que Su Alteza dejó para defenderla era pequeña,
compuesta en gran parte de hombres que se consideraba que no servían para otra cosa:
barbas grises y niños verdes, los cojos, lentos y lisiados, los hombres que se recuperaban de las
heridas, hombres de dudosa lealtad y hombres sospechosos de cobardía. Sobre todos ellos
Rhaenyra colocó a Ser Robert Quince, un hombre capaz que había envejecido y engordado.
Quince era un firme defensor de la reina, todos están de acuerdo, pero algunos de los
hombres bajo su mando eran menos leales, y albergaban ciertos resentimientos y rencores por
viejos agravios reales o imaginarios. Entre los más destacados estaba Ser Alfred Broome.
Broome demostró ser el más deseoso de traicionar a su reina a cambio de una promesa de
señorío, tierras y oro una vez que Aegon II recobrara el trono. Su largo servicio en la guarnición
le permitió aconsejar a los hombres del rey sobre las fuerzas y debilidades de Rocadragón; los
guardias que podrían sobornarse, o persuadirse, y a quienes debían matar, o encarcelar.
Finalmente, la caída de Rocadragón duró menos de una hora. Los infames hombres de Broome
abrieron La puerta de la poterna durante la hora del fantasma para permitir a Ser Marston
Mares, Tom Lenguaenredada y sus hombres entrar en el castillo inadvertidamente. Mientras
un grupo tomó la armería, el otro capturó a los guardias leales de Rocadragón y al maestro de
armas; Ser Marston sorprendió al Maestre Hunnimore en su nido de cuervos, para evitar que
ninguna noticia del ataque pudiera escapar. El propio Ser Alfred lideró a los hombres que
irrumpieron en las habitaciones del castellano para sorprender a Ser Robert Quince. Cuando
Quince trató de bajar de su cama, Broome clavó una lanza en su pálida barriga con un empujón
tan fuerte, que la lanza salió por la espalda de Ser Robert, a través del colchón de plumas y
paja, hasta el suelo de debajo.

Sólo en un aspecto el plan falló. Cuando Tom Lenguaenredada y sus rufianes tiraron abajo la
puerta de la alcoba de Lady Baela para tomarla prisionera, la chica se deslizó fuera por la
ventana, corriendo por las azoteas y bajó por los muros, hasta que llegó al patio. Los hombres
del rey habían tenido el cuidado de enviar a los guardias a custodiar el establo, dónde los
dragones del castillo habían sido guardados, pero Baela había crecido en Rocadragón y conocía
caminos en el interior y el exterior que ellos no. Cuando sus perseguidores la alcanzaron, ya
había soltado las cadenas de Moondancer y atado una silla de montar.

Cuando el Rey Aegon II voló con Sunfyre por encima de la humeante cresta de Montedragón e
hizo su descenso, seguramente esperando hacer una entrada triunfante en un castillo en
manos de sus propios hombres, con los leales a la reina muertos o capturados, se encontró
con Baela Targaryen, la hija del Príncipe Daemon y Lady Laena, e intrépida como su padre.
Moondancer era un dragón joven, verde pálido, con los cuernos, cresta y membranas de sus
alas de color perla. Aparte de sus grandes alas, no era mayor que un caballo de guerra, y
pesaba menos. Sin embargo era muy rápido y Sunfyre, aunque mucho más grande, todavía se
esforzaba con un ala malformada, y tenía heridas frescas de su lucha con Fantasma Gris.
Se encontraron en la oscuridad que viene antes del alba, sombras en el cielo iluminando la
noche con sus fuegos. Moondancer eludió las llamas de Sunfyre, eludió sus mandíbulas y sus
garras; entonces giró alrededor y rajó al dragón más grande desde arriba, abriendo una larga
herida humeante en su lomo y desgarrando su ala herida. Los observadores de debajo
relataron que Sunfyre estuvo tambaleándose en el aire, luchando para conservar la altura,
mientras Moondancer giró y regresó a por él, escupiendo fuego. Sunfyre contestó con una
explosión de llamas doradas tan brillante, que iluminó el patio debajo como un segundo sol,
una explosión que alcanzó a Moondancer justo en los ojos. En ese momento la joven dragona
quedó ciega, no obstante siguió volando, cayendo de golpe sobre Sunfyre en un enredo de alas
y garras. Cuando ambos cayeron, Moondancer atacó repetidamente el cuello de Sunfyre,
arrancando bocados de carne, aunque el dragón mayor hundió sus garras en su bajo vientre.
Cubierta de fuego y humo, ciega y sangrando, las alas de Moondancer batieron
desesperadamente cuando intentó separarse, pero a pesar de todos sus esfuerzos fue cayendo
lentamente. Los observadores en el patio corrieron por su seguridad, cuando los dragones
cayeron de golpe en la dura piedra, todavía luchando. En la tierra, la agilidad de Moondancer
era poco útil contra el tamaño y peso de Sunfyre. El dragón verde pronto quedó inmóvil. El
dragón dorado gritó su victoria e intentó alzarse de nuevo, sólo para derrumbarse con sus
heridas vertiendo sangre caliente.
El Rey Aegon saltó de la silla de montar cuando los dragones todavía estaban a veinte pies de
la tierra, rompiéndose ambas piernas. Lady Baela se quedó con Moondancer todo el tiempo.
Quemada y maltrecha, la muchacha todavía encontró fuerzas para desatar las cadenas de la
silla de montar y arrastrarse lejos, cuando su dragón se enroscó en los estertores de la muerte.
Cuando Alfred Broome blandió su espada para matarla, Martson Mares le quitó la hoja de la
mano. Tom Lenguaenredada la llevó al maestre.

Y así el victorioso el Rey Aegon II ocupó el sitial hereditario de la Casa Targaryen, pero el precio
que pagó fue horrible. Sunfyre nunca volaría de nuevo. Permaneció en el patio dónde había
caído, alimentándose del cadáver de Moondancer, y después de ovejas sacrificadas para él por
la guarnición. Y Aegon II vivió el resto de su vida sufriendo grandes dolores… aunque en su
honor, Su Alteza se negó a beber la leche de amapola. “No recorreré ese camino de nuevo,”
aseguró.

No mucho tiempo después, cuando el rey estaba en el gran salón del Tambor de Piedra con las
piernas rotas vendadas y entablilladas, el primero de los cuervos de la Reina Rhaenyra llegó de
Valle Oscuro. Cuando Aegon supo que su media hermana volvía en el Violande, ordenó a Ser
Alfred Broome que organizara una “bienvenida conveniente” para su regreso al hogar.
Todo esto ya lo conocemos. Nada de esto sabía la reina cuando bajó a tierra, cayendo en la
trampa de su hermano.
Rhaenyra rio cuando vio la ruina de Sunfyre el Dorado. “¿De quién es trabajo esto?”, dijo.
“Debemos agradecérselo.”
“Hermana,” llamó el Rey desde un balcón. Incapaz de caminar, o incluso de estar de pie, había
sido llevado en una silla. La cadera fracturada en Grajal había vuelto a Aegon encorvado y
contrahecho; sus rasgos -una vez bellos- se habían hinchado por la leche de amapola y las
cicatrices de las quemaduras cubrían la mitad de su cuerpo. Sin embargo Rhaenyra lo
reconoció en seguida y dijo, “Estimado hermano. Esperaba que estuvieras muerto.”
“Después de ti,” contestó Aegon. “Eres la mayor.”
“Me agrada saber que recuerdas eso,” contestó Rhaenyra. “Al parecer somos tus prisioneros…
pero no pienses que nos retendrás por mucho tiempo. Mis señores leales me encontrarán.”
“Si buscan en los siete infiernos, quizás,” respondió el Rey, cuando sus hombres alejaron a
Rhaenyra de los brazos de su hijo. Algunas historias dicen que era Ser Alfred Broome quien la
sostenía de su brazos; otros nombran a los dos Toms, Lenguaenredada padre y
Lenguaenredada hijo. Ser Marston Mares fue testigo también, vestido con la capa blanca, pues
el Rey Aegon lo había incluido en su Guardia Real por su valor.

No obstante ni Mares ni ninguno de los otros caballeros y señores presentes en el patio dijo
una palabra de protesta cuando el Rey Aegon II entregó a su media hermana a su dragón. Al
principio, se dice, Sunfyre parecía no mostrar ningún interés por la ofrenda, hasta que Broome
pinchó el pecho de la reina con su daga. El olor de la sangre despertó entonces al dragón, que
olfateó a Su Alteza y la bañó con una explosión de llamas, tan de repente, que la capa de Ser
Alfred se prendió y tuvo que saltar para alejarse. Rhaenyra Targaryen tuvo tiempo para
levantar la cabeza hacia el cielo y gritar una última maldición a su medio hermano antes de
que las mandíbulas de Sunfyre se cerraran a su alrededor, arrancándole el brazo y el hombro.
El dragón dorado devoró a la reina en seis mordiscos, dejando sólo su pierna izquierda por
debajo de la espinilla “para el Desconocido.” El hijo de la reina lo vio todo horrorizado, incapaz
de moverse. Rhaenyra Targaryen, la Delicia del Reino y Reina por Medio Año, pasó por este
velo de lágrimas el día vigesimosegundo de la décima luna del año 130 después de la
Conquista de Aegon. Tenía treinta y tres años de edad.

Ser Alfred Broome sugirió que también asesinaran al Príncipe Aegon, pero el Rey Aegon lo
prohibió. Declaró que el chico de diez años todavía podría ser valioso como rehén. Aunque su
media hermana estaba muerta, todavía tenía partidarios con los que debería negociar antes de
que Su Alteza pudiera sentarse en el Trono de Hierro de nuevo. Así que el Príncipe Aegon fue
esposado por el cuello, las muñecas y los tobillos y llevado a los calabozos debajo de
Rocadragón. Las damas de compañía de noble nacimiento de la difunta reina fueron
encerradas en las celdas de la Torre del Dragón Marino a la espera del rescate. “Se acabó el
tiempo de esconderse,” declaró el Rey Aegon II. “Que vuelen los cuervos para que el reino se
entere de que la impostora está muerta, y su verdadero rey vuelve a casa para reclamar el
trono de su padre.” Pero incluso los verdaderos reyes pueden proclamar algunas cosas más
fácilmente que cumplirlas.

En los días que siguieron a la muerte de su media hermana el rey se aferró a la esperanza de
que Sunfyre se recuperara lo suficiente para volar de nuevo. En cambio, el dragón sólo parecía
debilitarse más y más, y pronto las heridas en su cuello empezaron a heder. Incluso el humo
que exhalaba tenía un hedor nauseabundo y hacia el final ya no comía. En el noveno día de la
duodécima luna de 130 DC, el magnífico dragón dorado que había sido la gloria del Rey Aegon
murió en el patio de Rocadragón dónde había caído. Su Alteza lloró.
Cuando su pesar hubo pasado, el Rey Aegon II convocó a sus leales e hizo planes para su
retorno a Desembarco del Rey, para reclamar el Trono de Hierro y reunirse una vez más con su
señora madre, la Reina Viuda, quien por fin había surgido triunfante sobre su gran rival,
aunque solo para sobrevivirla.
“Rhaenyra nunca fue reina,” declaró el rey, insistiendo que de aquí en adelante, en todas las
crónicas y archivos de la corte, su media hermana sería nombrada únicamente como
“princesa” y el título de reina sería reservada sólo para su madre Alicent y su finada esposa y
hermana Helaena, “las verdaderas reinas.” Y así fue decretado.

El triunfo de Aegon todavía demostraría ser tan efímero como agridulce. Rhaenyra estaba
muerta, pero su causa no había muerto con ella, y nuevos ejércitos de los “negros” estaban en
marcha incluso después de que el rey regresara a la Fortaleza Roja. Aegon II se sentaría en el
Trono de Hierro nuevamente, pero nunca se recuperaría de sus heridas; no tendría ni alegría,
ni paz. Su restauración duraría sólo medio año.
La historia de cómo cayó el Segundo Aegon y fue sucedido por el Tercero será contada en otro
momento, sin embargo. La guerra por el trono seguiría, pero la rivalidad que empezó en un
baile en la corte, cuando una princesa se vistió de negro y una reina de verde se ha acabado, y
con esto concluye esta parte de nuestra historia.

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