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El olvido teórico del Estado y su relación con el capital.

Una forma de indagar sobre la explotación

Carlos Ricardo Aguilar Astorga

El ser, decía Heidegger, se manifiesta ocultándose. Ni más ni


menos es esto lo que caracteriza al movimiento del capital.

GERARDO ÁVALOS TENORIO


La política del capital

Introducción

En la actualidad existe una paradoja nada casual. Por un lado, la categoría


Estado se confunde con gobierno, milicia, aparato administrativo, burocracia,
aunado a todo aquello que oprime la libertad humana. Por otro lado, el concepto
de capital es cada vez menos entendido y cada vez se le llama menos por su
nombre. ¿No acaso la dinámica propia del capital desplaza al Estado (entendido
como comunidad política) generando formas más sutiles de explotación, cuanti
y cualitativamente más complejas?
Este trabajo busca indagar en la relación Estado-capital para con ello establecer
referentes teórico-conceptuales que den cuenta del concepto de explotación.
Estado no es una explicación y justificación en contra de las libertades humanas,
tampoco es una apología al despotismo y autoritarismo; por el contrario, Estado
es lo que cohesiona y da sentido a una comunidad política. Este trabajo sostiene
que el desplazamiento gradual del Estado era necesario para que el capital fluyera
libremente cada vez con menos restricciones, generando ganancias para una
oligarquía empresarial que no siempre las distribuía sino que funcionaban como
poder de decisión sobre los otros, por supuesto, visibles con más claridad en los
países periféricos y llamados despectivamente subdesarrollados.

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ESTADO Y BARBARIE

La gran confusión que enfrenta este tipo de posturas es que a priori se entiende
que Estado epistemológicamente es un proceso despótico, autoritario y opresor.
Desde luego que la historia da cuenta de manifestaciones autoritarias como los
Estados estalinistas, fascistas o el autoritarismo gubernamental en América Latina
o Europa del Este, pero esos errores indefendibles, no son razón sustancial para
desechar el concepto teórico de Estado y recluirlo al baúl de los errores y dejarlo
ahí por siempre. Despotismo no es la conditio sine qua non del Estado.

Estado. Lo que no es

El gobierno no es el Estado, el gobierno es el agente administrativo del Estado.


En la peculiar educación básica de nuestras escuelas nos “enseñan” que Estado
es Territorio, Población y Gobierno, es decir, una cosificación, una cosa, un
objeto concreto, tangible, medible y perceptible a los sentidos. El Estado, por el
contrario es una abstracción, no una cosa a la que se le pueda “ver” o “sentir”,
más bien el Estado es una relación, un proceso entre seres vivos racionales.
El Estado como categoría teórica se ha asociado a un sinfín de anormalidades;
como si éste fuese producto de lo peor que haya en el hombre: corrupción,
nepotismo, ineficiencia, abuso, etcétera. Estas anomalías de la administración
pública no son producto del Estado. Administración pública y Estado no son
sinónimos, la primera es aparato del segundo.
Cuando hablamos del Estado autoritario debemos tener cuidado en especificar
que nos referimos u individuos o grupos que han cooptado la capacidad de decisión
en ese proceso relacional llamado Estado. Estado autoritario y gobierno despótico
no son sinónimos, muchas veces para referirnos al segundo nombramos el primero,
lo cual es un error conceptual. Ejemplo de esto es la lucha contra el narcotráfico
de la actual administración federal en México; donde más de uno menciona: “el
Estado es autoritario”, la pregunta es ¿cuál Estado? Si como tal no existe, lo que
sí existe es un gobierno que toma decisiones verticales con diagnósticos poco
claros y con contenidos más bien ideológicos de resultados poco éticos. Aquí el
problema es la afirmación “Estado autoritario”, pues ¿no se supone que tenemos
un Estado fallido? Más bien el gobierno está destruyendo el Estado al apoderarse
de las decisiones públicas. Entonces el problema es la carencia de un Estado que

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

garantice la politicidad de la comunidad política, donde sus individuos deliberan


públicamente asuntos que competen a toda la comunidad.
El Estado no es la policía, no es la milicia, no son los aparatos de control,
no es el presidente de la república, tampoco es el poder público. El problema
posmoderno con el concepto de Estado, es que ya no se indaga teóricamente en
la constitución de la categoría y simplemente lo mencionamos para definir todo
aquello que nos aqueja. No es que el Estado autoritario tenga oprimidos a las
clases populares, es que la carencia de un Estado ha permitido que se instauren
gobiernos despóticos. Una característica del posmodernismo es un desapego
teórico de las categorías analíticas y, por lo tanto, los conceptos de uso común
tienen muchos sinónimos.

Estado: lo que es

La reflexión de esta categoría nos permite indagar en las relaciones de


dominación. El Estado es la comunidad política, es el proceso por el cual los
individuos pactan para sobrevivir al estado de naturaleza. Al respecto Hobbes
menciona:

Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello
en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás,
en forma tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre
o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que
vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos de la misma
manera [...] Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así:
una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí,
ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza
y medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común
(Hobbes, 2010:141).

En este sentido, el Estado no es estrechamente el Leviatán, en tanto coerción,


sino un pacto entre seres humanos. Un quiebre en esa base moral (pacto) es un
quiebre estatal. Al no haber una base estatal basada en el pacto, los gobiernos
mantienen el orden con lo único que tienen, esto es, con los aparatos del orden

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ESTADO Y BARBARIE

público y es ahí donde se confunde autoritarismo con Estado. Este último no


está encima de los hombres sino entre ellos en tanto relación humana. De este
modo, sociedad civil y sociedad política forman una asociación. El Estado es la
relación, no el análisis del monarca, el problema es que la ciudadanía sin estado
no es ciudadanía. Este es uno de los asuntos teóricos que se quieren resaltar.
El Estado es una abstracción relacional que tiene características propias, a saber:
a) monopolio de la violencia; b) capacidad hacendaria (recaudación de impuestos);
c) ejercicio del gasto público; d) impartición de justicia (Ávalos, 2009).
Para que esto funcione debe haber un aparato administrativo llamado
gobierno, por lo tanto, otra característica importante es que el Estado da cuenta
de la relación entre gobernantes y gobernados donde intrínsecamente hay
relaciones asimétricas, esto es, relaciones de poder. Para que esta tensión sea lo
menos ríspida, el aparato gubernamental genera valores que le transmite a sus
gobernados. El asunto se complica cuando el intermediario de esa relación de
dominación política entre gobernantes y gobernados se da a partir del poder
económico o mejor dicho financiero.
Por un lado, el Estado necesita autonomía para autodeterminarse de otras
formas asociativas, es decir, éste se redefine a partir de una diferenciación con
el que considera fuera de su horizonte de sentido. Nuevamente: el Estado se
diferencia del “otro”, pero entonces ¿es el otro quien contiene lo uno?, ¿el uno
contiene lo otro? Ninguno de los dos, el Estado está en la relación, pero a su vez
contiene una relación de dominación tanto intraestatal como interestatal.
Si bien esa diferenciación exige soberanía interestatal, saltan a la vista las
relaciones de poder entre Estados “fuertes” y “débiles”. Sin embargo, lo que
constituye la soberanía va más allá de la típica idea derivada de la Revolución
Francesa que establecía al pueblo como soberano, esto por supuesto no es así.
Este trabajo pretende explicar que dichos mecanismos proto-igualitarios, pro
soberanos, pro independientes, son formas en las que el capital determina lo
estatal, de este modo, es el capital y no la soberanía popular quienes regulan
las formas estatales que sean armoniosas con la idea de acumulación de trabajo
impago, en un entorno cultural de soberanía y valores nacionales.
Las teorías políticas que armonizaban con esa idea fueron tesis liberales que
argumentaban que un Estado “oprimía” las libertades individuales, limitando la
creatividad y voluntad del hombre, en este sentido, el Estado en vez de ayudar
a los desprotegidos, acababa por ahorcarlos, más bien –decían– se necesitaba

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

de un Estado mínimo que permitiera el margen de maniobra que el hombre


necesitaba para realizarse en la libertad. Sin embargo, el horizonte histórico
desmitificaba esta idea puesta que el mercado dejado al libre albedrío generaba
conductas pro-individualistas y monopólicas. Lo que queda claro es que el
Estado estorbaba al capital no a las libertades humanas.
Aunado a esto, y debido a la confusión entre Estado y gobierno, se
pensó (influenciado por el modo de vida estadounidense) que lo idóneo era
“minimizar” el Estado pero sin tocar al gobierno, por lo tanto –y no es ninguna
casualidad– que se desmantelara la capacidad reguladora del Estado, pero el
aparato administrativo (gobierno) seguía acumulando privilegios laborales.1 Lo
que se consiguió fue limitar la escaza autonomía del Estado mexicano para que
los capitales mundiales fluyeran libremente favoreciendo la concentración del
ingreso no en las periferias sino en los países centrales reacomodados por sus
resultados en las guerras del siglo pasado.
Nuevamente: ¿el Estado determina el flujo de capital o viceversa? Si fuera lo
segundo, tendríamos que afirmar que los modos actuales de dominación llevan
por nombre tolerancia, democracia, inclusión, etcétera, que son valores que el
capital necesitaba para estar más oculto.
Esta afirmación parece arriesgada en momentos donde culturalmente hay
cada vez menos reflexiones teóricas. En el contexto anticartesiano actual,
plasmado de posmodernismo y apolitización ¿es casual que el villano histórico
sea el Estado y no el capital?, ¿por qué en una época en la que hay altos niveles de
explotación y dominación los estudios del capital son escasos, mientras la mayoría
se ocupa de temas hegemónicos como la inclusión, tolerancia, multiculturalismo,
ciudadanía, democratización, transición, etcétera?, ¿por qué al capital ya no se le
llama por su nombre sino que se le denomina erróneamente “economía”?, ¿por
qué Estado y gobierno acaban siendo sinónimos en un contexto antirreflexivo
y preocupado sólo por el hoy?
Lo que llama la atención es cómo el Estado está constitucionalmente
obligado a garantizar bienes a su comunidad política (agua, luz, trabajo,

1
El partido en el poder garantizaba niveles mínimos de bienestar a sus agremiados siendo
despótico. Por un lado era autoritario, pero por otro controlaba corporativamente los derechos
sociales. Este dispositivo es tan eficiente que, partidos alternos que consiguieron llegar al poder
municipal, estatal y federal reactivaron la sutileza de este mecanismo.

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ESTADO Y BARBARIE

vivienda, seguridad social, etcétera) pero en realidad, desde la década de 1970


con la crisis financiera de los Estados de bienestar (que fueron un pacto entre
el capital y el trabajo) cada vez estas obligaciones son trasladadas al mercado y
no al Estado, pareciera entonces que los gobiernos administran políticamente
el capital desmantelando al Estado desde su aparato administrativo.
Las grandes minorías como los pueblos originarios, jóvenes, discapacitados,
ancianos, etcétera, se encuentran excluidos de las posibilidades reales de acceso a
bienes públicos mediante el mercado, pues contrario a lo que supone el modelo
liberal de generar riqueza y luego repartirla, ésta no se ha dado y difícilmente
se dará. Lo que hay que destacar es que el Estado es quien tiene la capacidad
institucional de cohesión como comunidad política para garantizar a sus
miembros el acceso a los bienes públicos que constitucionalmente está obligado
a otorgar. Las capacidades institucionales del Estado son las que podrían otorgar
plenitud de derechos a los excluidos (entre ellos los pueblos originarios), de lo
contrario, el mercado los convierte en objetos involuntarios de consumo.
Para explicar el proceso de empobrecimiento no sólo de México y de los
países periféricos sino incluso de algunos llamados desarrollados, necesitamos
recobrar la discusión entre Estado y capital.

Capital

El capital no es dinero o mercancía, más bien, como Marx señaló es una


derivación del proceso mercancía-dinero-capital. Una mercancía es una cosa
que tiene la finalidad de satisfacer una necesidad y que puede intercambiarse por
sus equivalentes. Para que sea equivalente una mercancía debe tener no sólo un
valor de uso sino un valor de cambio. En este sentido el valor de uso es intrínseco
a cualquier mercancía pero para ser intercambiada debe contener un valor de
cambio. Cabe destacar que cualquier mercancía es producto del trabajo, aquí es
preciso señalar que de acuerdo con Marx, el trabajo es un rasgo humano, pues
a diferencia del más torpe trabajo de un ser humano, la labor de una abeja no
contiene en sí un proyecto previo que lo constituya como tal.
Una mercancía se convierte en dinero cuando el intercambio entre equi-
valentes necesita un referente, esto es, ¿cuántas cabras necesito tener para
intercambiarlas por ejemplo por vacas? Sin duda que esa complejidad era cada vez

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

mayor debido a que la producción de mercancías derivadas del trabajo humano


exigía mayor especialización, es decir, al aumentar la producción de mercancías,
la especialización creció y unos producían un bien cada vez más específico que los
alejaba de la producción de otro bien indispensable para la sobrevivencia. Esto no
resolvía el problema de las equivalencias, sino que necesitaba un referente para
el intercambio, con lo cual se daba sentido al dinero. Con ello podemos afirmar
que el dinero no era solamente la moneda establecida para el intercambio sino
que mediante el dinero como referente había una relación entre trabajadores,
mediante la cual podía venderse y comprarse el trabajo pero con la característica
de que el valor de cambio es menor al valor de uso. Es aquí donde Marx establece
que hay explotación y apropiación de riqueza ajena.
El plusvalor no es otra cosa que comprar una mercancía (con el dinero
excedente del previo intercambio) para luego vender esa misma mercancía pero
a mayor cantidad de dinero, es decir, la misma mercancía pero más cara. Esto se
puede notar más fácilmente en una empresa, la cual tiene gastos determinados
para que funcione. Para ello “compra” fuerza de trabajo a la que da siempre
menor cantidad de dinero de lo que el empresario obtiene de los medios de
producción y del pago del trabajador, por lo tanto, el empresario genera riqueza
a partir de la fuerza de trabajo de otro.
El principal argumento a favor del empresario es el concepto de competencia,
pues según estos preceptos, a mayor competencia menores costos y mayores
beneficios que incluso pueden traducirse en un mejor salario del trabajador. Si
bien esto es comprobable, no es un mecanismo automático que funcione siempre
igual. Pues ya hay suficiente evidencia para señalar que dicha competencia
si bien es virtuosa, no siempre permanece en ese estado, esto es, la lógica de
ganar más dinero del empresario, genera actitudes anticompetitivas y pro-
individualistas por la Propensión Marginal al Consumo, que no es otra cosa que
a mayor ganancia mayor consumo, y al incrementarse el consumo el productor
necesitará más ganancias que evidentemente tendrá que obtener de prácticas
no competitivas.
Esto nos hace cuestionar fuertemente otra característica posmoderna que es
la filantropía privada, pues en recientes años se ha vuelto una práctica común
precisamente para que el incremento de sus ganancias sea menos cuestionado.
Sin embargo, este asunto lo trataremos más adelante, pero queda claro que el

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ESTADO Y BARBARIE

capital para seguir sobreviviendo utiliza ropajes filantrópicos (y un discurso


liberal progresista pro ambiental, pro igualdad, pro minorías).2
Pero ¿qué pasa con las sofisticadas formas de explotación modernas?, ¿los
grandes monopolios realmente le pagan muy poco a sus agremiados?, ¿de dónde
sale ese excedente que en la actualidad es más sofisticado? La respuesta que se
plantea es: el control de la renta de la apropiación intelectual.
Pensemos en un ejemplo llano: la telefonía en México. Es de todos sabido
que dicha empresa primero fue nacionalizada y luego vendida a precio menor, sin
embargo, la fortuna de su dueño no viene sólo de esta condición ni mucho menos
de la idea de que explote a los trabajadores de su empresa, pues habrá que decirlo,
trabajar en esa empresa y sindicalizarse para muchos ha sido muy ventajoso.
No discutiré sobre el valor extraído de otras empresas de ese dueño, lo que aquí
interesa explicar es cómo la apropiación de la renta del conocimiento explica
las nuevas formas de acumulación y dominio. Por su puesto que las ganancias
provienen de la posición cuasi-monopólica de la telefónica, apropiándose de un
conocimiento que no le pertenece y cobra renta por otorgarlo.
El trabajo intelectual como mercancía es distinto a una mercancía común,
puesto que esta última se determina por el mercado, pero la primera no
exactamente. El trabajo intelectual como mercancía no funciona de igual
manera, pues su naturaleza es otra, es decir, si yo hago uso de una mercancía, la
consumo y pierde valor, pero por ejemplo la poesía al ser compartida no pierde su
valor, incluso lo incrementa si alguien la comenta o la retroalimenta. El trabajo
intelectual no se establece por el mercado como una mercancía tradicional.
Las nuevas formas de apropiación tienen que ver con la apropiación de esa
intelectualidad y controlar su renta. Esto nos regresa al tema del Estado, pues si
no hay un Estado fuerte que pueda regular la apropiación de la renta producto
del trabajo intelectual, la apropiación de riqueza será mayor.
A esto hay que agregarle que si bien el modelo estadounidense está no en sus
mejores momentos, al menos para su funcionamiento necesitaban el fetiche de
la democracia, sin embargo, países en auge como China están desarrollando un

Lo que se cuestiona de la parte filantrópica no es si ayudan o no a los desfavorecidos, sino


2

que el explotador necesita adoptar una conducta socialmente aceptable para que sus acciones no
sean cuestionadas, ello explica el auge que existe en el sector privado por ayudar a los desvalidos,
a la vez que se allegan de clientes “conscientes”.

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

capitalismo mucho más ágil con la novedad de que ellos han hecho el flujo mayor
sin democracia, esto es, los años venideros mostrarán una mayor apropiación
de riqueza en entornos más autoritarios disfrazados de formas virtuosas como:
“capitalismo de valores asiáticos”, “comunistas liberales” o “capitalismo sin
fricciones”.

La explotación como sometimiento del Estado ante el flujo de capital

El factor trabajo hoy día genera altos niveles de ganancia, no obstante, esto no
se ha traducido en su distribución, por el contrario, su acumulación conlleva un
dominio sobre los trabajadores y con ello despojo. Este despojo no sólo se da
en cuestiones materiales como las tierras, materias primas, sino que incrementó
la disminución de derechos laborales y riqueza biológica, también se despoja a
los sujetos de saberes y de capacidades creativas.
Ello contribuye a que los sujetos tengan una acelerada desesperación por
acceder a los bienes básicos, como son la salud, educación, vivienda, trabajo, en
suma, bienestar. No es casual que el consumo irracional genere una necesidad
de solventar esas faltas, pero lo que aquí interesa es cómo mediante esa angustia,
millones de personas están condicionadas a lo que Marx denominó el fetichismo
de la mercancía, esto es, disminuir esa desesperación y angustia mediante
la adquisición de un producto. Esto ha provocado que las certidumbres de
hombres y mujeres generen cuantiosos mercados solventes llenos de productos
que prometen la solución.
A nadie extraña que el consumo de las drogas (legales e ilegales) vaya en
aumento, pues sus efectos inmediatos elaboran un entorno aparentemente menos
cruel del que se vive en la realidad. Por supuesto que el fetichismo de la mercancía
aparenta la satisfacción no de una necesidad sino de un deseo.
Lo que se quiere decir es que el capital, como forma de mercancía y dinero,
se presenta como libertad de intercambio que ha de contrarrestar el agobio
diario.3 No es de extrañar que las grandes empresas se esfuercen cada vez más

3
Aquí la parte ideológica asociada íntimamente al fetichismo de la mercancía es
imprescindible: ¿realmente las poblaciones excluidas tienen libertad de elección?, ¿no acaso la

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ESTADO Y BARBARIE

por otorgar créditos al consumo aunque ello signifique pagar por encima del
precio real de estos fetiches. No es demás afirmar que el valor de cambio, esté
superando el valor de uso; es inimaginable pensar que la mercancía pueda ser
adquirida sino por el valor de cambio. Este ha sido el gran logro del capital, por
lo tanto, disminuir las capacidades del Estado como garante de la comunidad
política era algo que necesariamente tenía que consolidarse en el siglo pasado.
Pero ¿por qué no llamar al capitalismo por su nombre? La ilusión de que
estamos en mercados de competencia, es producto del periodo posbélico del siglo
pasado que argumentaba que los grandes polos de poder que representaban la
Unión Soviética y los Estados Unidos, habían fracasado miserablemente dejando
una enseñanza perversa: los radicales perdieron y ganaron los negociadores, los
extremos perdieron y los de centro hicieron notar su postura. En este sentido se
dio por muerta la discusión entre quienes defendían (y atacaban) al capitalismo
y al comunismo para pasar a una edad socialdemócrata que retomaba lo mejor
de ambas pero sin el peligro ideológico.
Sin duda, quienes han salido a flote han sido las crecientes oligarquías
empresariales nacionales e internacionales que, cada vez más, establecen las
reglas del juego; ello con resultados infames, en la contraparte, como son la
desnutrición, la muerte anticipada de millones de personas a lo largo del planeta
y por supuesto una despolitización que caracteriza la era posmoderna llena de
“expertos” en política que han de dirigir a las “incultas” masas que cada vez
tienen menor poder adquisitivo y por lo tanto mayor angustia.
¿No acaso el incremento de capital en estos oligopolios empresariales implica
despojo y control de la vida? Es decir, ¿este poder económico no es poder sobre
lo que han de hacer millones de mortales? La pregunta obligada es ¿dónde está
el Estado? O más bien, ¿el flujo de capital no obliga a disminuir la regulación
de los Estados?

verdadera elección es la no elección (hegelianamente hablando) entre simplemente “elegir”


entre lo establecido o bien “articular” el descontento social en formas violentas como última
opción? Lo que se quiere decir y dejar claro es que la “libre elección” es un fetiche, dicho en
otras palabras, el fetiche de la mercancía permite crear la ilusión de la libre elección que ha
de servir para “adquirir” productos de ese arsenal de mercancías que tiene implícitamente la
promesa de incluirme en la sociedad.

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

Cabe señalar que el desmantelamiento del Estado en la segunda mitad


del siglo pasado surgió a partir de la crisis de los Estados de bienestar pro
keynesianos y que se calificaron (no sin razones) como “Estado obeso”, un
Estado que, en efecto, gastaba más de lo que tenía, generando déficits que
obligaron a su “enflacamiento”, pero ello también se tradujo en adoptar teorías
pro empresariales, pro individualistas, en las que se trataba de generar riqueza
y después repartirla; a nadie extraña que esa distribución en los países del sur
fue ínfima y esa pauperización obligó a los pobladores a vender lo único que
tenían: su fuerza de trabajo al precio que los oligopolios determinaban. Tal es el
poder del capital que hasta la izquierda adoptó términos como capital humano
o capital social, pero se seguía insistiendo paradójicamente que el capitalismo
se había derrumbado acabada la guerra fría. El capital humano no es otra cosa
que obligar a los individuos a que desarrollaran su valor de intercambio en el
mercado, ergo: el qué sabes (en el proceso de producción mercantil), determina
el cuánto ganas. Simplemente eres lo que puedes producir y con ello se reproduce
también una relación de dominio.
Para que esto no sea evidente, se recurre nuevamente a eufemismos, lo que
antes era un trabajador ahora es un socio, un asociado; lo que anteriormente eran
empresarios rígidos e inflexibles ahora son líderes empresariales carismáticos
preocupados por la naturaleza y el medio ambiente, se arropan en la figura del
filántropo exitoso en los negocios y preocupado por su mundo; esto también
explica que el Estado siga siendo necesario, es decir, aunque el soberano es
el capital, la legitimidad la da el Estado en su forma administrativa, esto es,
como gobierno, el cual tiene que demostrar que emana del pueblo y que tiene
representatividad.
Desde luego que el aporte de los pueblos originarios es sumamente importante
en este sentido, pues han demostrado que el acceso a bienes dentro de sus usos y
costumbres no es similar al hegemónico. Los pueblos originarios han puesto de
manifiesto que el valor de cambio no es la única forma de intercambiar bienes,
sino que existe la cooperación, la solidaridad y sobre todo una resistencia a la
acumulación de la ganancia, por supuesto que el proceso sea ideal y sin intereses
de por medio, sino que nos enseñan que hay otras formas de relacionarnos con
los otros de maneras no lucrativas. Volvemos a afirmar que los bárbaros no son los
pueblos originarios, sino que la relación de dominación que ejercen los oligopolios
es la que la genera mediante la manipulación económica y política del Estado.

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ESTADO Y BARBARIE

Lo que nos interesa es recuperar el sentido teórico del Estado por la simple
razón de que desempeña un papel intermedio entre la barbarie y el capital.
Como señalábamos anteriormente, la reflexión teórica del Estado parece ser
que ya no entusiasma a nadie y no es casualidad que haya sido desplazado por
temas como el empirismo y el pragmatismo del estudio de la llamada transición
a la democracia o los criterios empresariales que deban adoptar los gobiernos,
como es el New Public Management o el acountability; ambos impulsados por el
aparato intelectual de las poderosas e influyentes escuelas de economía y ciencia
política norteamericanas. No está por demás decir, están impulsando sus teorías
en nuestras escuelas y centros de investigación, generando que en nuestras
universidades seamos cada vez más pragmáticos estimulando los estudios
empíricos por encima de los teóricos.
Sin embargo, uno de los graves problemas del capitalismo es que éste “puede
acomodarse a todas las civilizaciones, de la cristiana a la hindú o budista, del
Este al Oeste: no hay una visión capitalista global, ni una civilización capitalista
en sentido estricto. La dimensión global del capitalismo representa la verdad
sin sentido” (Žižek, 2011:209).

La política antipolítica: la pospolítica

La política como actividad de una comunidad es entendida desde los griegos como
la manera de ponernos de acuerdo en los problemas que a todos nos competen,
ello implicaba discutir, dialogar, deliberar, ponernos de acuerdo con la palabra
(día, a través; logos, lenguaje-razón). Pero pensarlo en poblaciones numerosas
como las actuales sólo nos lleva al terreno de los gobiernos representativos. Que
no es otra cosa que nuestros representantes sean quienes dialoguen y deliberen
sobre los asuntos públicos.
El fundamento pospolítico fue sembrar la idea de que estábamos en una era
posideológica, es decir, al desintegrarse los regímenes comunistas de la década
de 1990, ello suponía que los grandes proyectos ideológicos que dieron forma
a estructuras totalitarias habían terminado, con lo que habíamos llegado a una
nueva era en la cual las políticas eran racionales y sobre todo pragmáticas.
Esto dio sustento al entorno gubernamental de los expertos, llamados
erróneamente políticos profesionales, dicho de otro modo, son el capital

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

humano del aparato gubernamental, ¿qué hay de malo en ello si técnicamente


se capacitan para gobernar? El problema es que centralizan las decisiones por
autoconsiderarse expertos y excluir a las mayorías que consideran no necesarios,
excluyendo así las grandes poblaciones. Esta pospolítica (el gobierno de expertos)
es necesariamente antipolítica, esto es, elimina a las grandes agrupaciones
humanas por considerarlos inmaduros, tontos, en suma, incapaces de poder
aportar a una discusión pública. De esta manera, la pospolítica apuesta a una
negación de lo político (discusión, deliberación), esta forma posmoderna también
enfatiza la necesidad de deshacerse de las viejas divisiones ideológicas del
pasado y darle la bienvenida a verdaderos expertos (o sea moderados, los que
no son ni liberales ni socialistas, sino de centro, lo que luego hizo popular a la
socialdemocracia) para que sean ellos los que resuelvan los problemas públicos
(Ranciere, 1996). Sobra decir que estos expertos tienden aceleradamente a
adoptar criterios proto-empresariales en el quehacer público, bajo una forma
despolitizada de administración técnica.
Por ello, afirmamos que esta forma posmoderna de hacer política y por lo
tanto de entender al Estado, capital y explotación, es antipolítica y sobre todo
antirreflexiva, antiteórica. Al buscar abandonar las viejas disputas ideológicas
(Žižek, 1992), sale a la vista lo que algunos llaman “buenas ideas”, la pregunta
obligada es ¿cómo se determinan las buenas ideas? La respuesta es: las que
mejor funcionen.
Al sumar funcionalismo y capital, logramos conclusiones como: “invertir
en educación, salud, vivienda o pueblos originarios no funciona, por lo tanto,
vayamos a la solución económicamente rentable”, es decir, no importa si la
lámpara es roja o blanca, siempre y cuando alumbre; no importa si los indígenas
o los ancianos no tengan derechos, siempre y cuando sean productivos; sólo
hacen falta buenas ideas que lo permitan. A nadie gusta que esto se defina como
un problema ideológico.
Sostenemos también que este apego a la funcionalidad, necesariamente pasa
por criterios de inmediatez, es decir, haciendo una apología de lo urgente, lo
que se premia es lo funcional y no lo teórico: “¡no hay tiempo de pensar, hay que
actuar ahora!”. Cabe recordar el discurso liberal progresista de la inmediatez:
“mientras lees esto, miles de metros cuadrados de selva tropical desaparecen”,
“cada cinco minutos mueren mil mujeres en el mundo a causa del cáncer de
mama”, “mientras tomas un café, los casquetes polares disminuyen en un 0.03%”,

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ESTADO Y BARBARIE

desde luego que esto es aprovechado por la filantropía privada: “si redondeas
tu cambio, 100 niños indígenas tendrán que comer mañana”, “por cada 100
pesos que compres de nuestros productos, la empresa donará un centavo para
combatir los efectos del calentamiento global”.
No es de extrañar que los “expertos” en gestión de asuntos públicos, vean
esta crítica como algo irresponsable, señalan muy molestos: “¡¿entonces, nos
quedamos sentados a que la selva tropical siga desapareciendo?!”, obviamente
en una realidad posmoderna caracterizada por lo políticamente correcto
(pragmático) un Sí sonaría incendiario. Desde luego que la propuesta teórica,
es insistir en la reflexión y abandonar la idea de inmediatez que muchas veces
agrava el problema en cuestión. En este tenor, las políticas públicas están cada
vez más insertas en esa lógica antirreflexiva y urgente, son antiteóricas.
Las políticas públicas que nosotros apoyamos son las que se sostienen en
discusiones públicas, donde el ciudadano no sólo opina o llena un cuestionario,
sino que se involucra en la solución del problema mientras dialoga y reflexiona
con sus iguales. Pero a nadie extraña que el gobierno de expertos acude a las
poblaciones rurales a consultar a la población y simplemente reitera “lo que ya
sabía”, esto es, que el ciudadano rural e indígena “no es capaz de opinar ni de
externar soluciones factibles”, por lo tanto impongamos nuestras ideas que de
todos modos íbamos a realizar. Así, luego del engorroso proceso de consulta, se
construyen “políticas públicas” sin estar sostenidas en una discusión y participa-
ción de los pobladores. ¿No es esto un claro ejemplo de cómo lo urgente e
inmediato sustentan lo pospolítico como algo antipolítico, antirreflexivo y
antiteórico?, ¿no es esto producto de un debilitamiento estatal que no tiene la fuerza
para cohesionar a su comunidad política? “Cambiamos de “administradores”, no
de líderes políticos propiamente dichos. Hace tiempo ya que la acción política
se ha transmutado en mera gestión sistémica, que la política se ha reducido a
mera “administración”. Parece como si ya no fuera factible tomar las riendas de
nuestro destino y decidir hacia dónde queremos proyectarlo” (Vallespín, 2011).
De esta manera, abonamos a la discusión sobre el papel del Estado (como
categoría teórica) porque creemos que el capital descontrolado está re-barba-
rizando nuestra sociedad, dando pie a una nueva sociedad medieval disfrazada
de nuevo orden mundial. En esta relación de dominación capital-ciudadanos,
¿no es el Estado quien debe intervenir?, ¿acaso el Estado no se malentiende
como gobierno de expertos dejando de lado su papel como regulador? Si la

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

respuesta es afirmativa, la nueva pregunta es ¿por qué no se discute teóricamente


al Estado?
El Estado como ente regulador, como lo hemos señalado, ha dejado al
mercado el acceso a bienes, tales como la educación, salud, vivienda, etcétera;
de esta forma, sólo quien tenga la habilidad de insertarse en el mercado podrá
tener mejor bienestar. Es más fácil ser antipolítico que asumir una posición
política, aunque lo antipolítico es ya político (se le hace el juego al orden existente)
posmetafísica, neoliberal, antipolítica y posmoderna.

Los factores culturales en la concepción del Estado y capital

Existe un fenómeno muy habitual y poco analizado de acuerdo con algunas


características culturales posmodernas de hoy día. La cultura de la privatización,
disminución del gasto público, mercantilización del acceso a bienes, filantropía
privada, funcionalismo, urgencia, etcétera, son conceptos e ideas que tienen
crecientemente la simpatía y aprobación general. A su vez, las descalificaciones
hacia el Estado crecen, resaltando su supuesto carácter “autoritario” y “absolutista”
dejando ver que las asociaciones políticas son virtuosas siempre y cuando sean
productivas y armónicas con el mercado. De esta forma, se legitiman prácticas
populares excluyentes que van ad hoc con frases que refuerzan la culpa individual
por el fracaso en la vida: “el enfermo lo está porque no cuidó su salud; el pobre
lo es porque es flojo; las mujeres son golpeadas porque provocan al hombre;
el desempleado no encuentra trabajo porque no se preparó adecuadamente; el
joven no entra a la universidad porque no estudia; la gente tiene sida porque son
promiscuos e irresponsables; los indígenas son pobres porque no se apropian
de su riqueza; el alcohólico no deja de serlo porque no quiere rehabilitarse; la
gente es infeliz porque no acepta lo que tiene” y un largo etcétera; pero esto
solapa un punto nodal en este trabajo: el Estado como garante de los bienes y
derechos a sus pobladores. Cierto es que el Estado no es una institutriz que debe
tratar a sus miembros como desvalidos, lo que hace es precisamente garantizar
la armonía de su comunidad política.
Por otro lado y nuevamente ahondando en la relación Estado-capital-
explotación, el segundo se transpone a los otros dos haciendo que culturalmente
se fomente el éxito empresarial como el faro que hay que seguir.

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ESTADO Y BARBARIE

Vemos cotidianamente que los actores privados convocan a grandes movili-


zaciones para ayudar a los desprotegidos, son estos actores privados los que se
han apropiado de labores humanitarias, pro sociales y benéficas, de tal modo
que el enfermo, la mujer golpeada, el anciano, ven en el quehacer empresarial un
modo de hacer política adecuada, ¿para qué discutir públicamente con el vecino
si las empresas son las que sí trabajan? No es nada extraño que culturalmente
esté legitimada la idea de que el empresariado ha dado una gran lección al
“ineficiente” Estado “obeso” e inmóvil, mientras éste no sabe gobernar y no
garantiza derechos, los empresarios salen a la calle a reformar niños sin hogar
convocando a manifestaciones pacíficas que generan más empleos de los que
ya nos han dado; mientras el ineficiente aparato estatal está en sus corruptelas
de poder, los empresarios donan sus salarios e invitan a los gobernantes a sus
foros para que éstos vean cómo se hacen las cosas, ¿no se nos boicotea todo el
día con esta idea?
Lo anterior, por supuesto, no es un asunto menor, insistimos en que el capital
se ha apropiado de la esfera pública, determina nuestra vida privada y, por si
fuera poco, se hace cambiar de nombre para que nadie lo llame capitalismo.
La lección es: sólo repartes cuando te sobra, por lo tanto, el gran capital ha
generado riqueza que generosamente distribuye mientras el Estado sólo tiene
suficientes ingresos para lo mínimo. Los nuevos benefactores se hacen llamar
“comunistas liberales” (nótese nuevamente cómo el centro no radical cobra
relevancia política), el problema es que si esto fuese así, los grandes humanistas
de la historia no serían Aristóteles o Habermas, sino George Soros y Bill Gates.
La idea subyacente no deja de ser cínica: en tiempos de crisis lo que se debe hacer
es permitir mayor riqueza a los que acumulan y gravar más impuestos a los que
menos tienen. La razón es que si limitamos a las oligarquías empresariales, ya no
tendrán incentivos para invertir, crear empleos y generar riqueza para nosotros
los miserables. Ergo: la única manera de salvarnos en estos tiempos difíciles es
empobrecer más a los pobres y enriquecer a los (más) ricos. La métrica ideológica
no es muy compleja: “sin Wall Street no hay Main Street”.
El manto filantrópico que cubre a los grandes oligopolios empresariales
es en sí mismo un movimiento natural del capital, es decir, al estar expuestas
las formas de explotación, depredación ambiental o despojo, inmediatamente
deviene una actitud benéfica. El rostro amable de los privados es, en sí mismo,
un movimiento del capital que toma esa forma para que su flujo no se irrumpa.

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EL OLVIDO TEÓRICO DEL ESTADO Y SU RELACIÓN CON EL CAPITAL

Ese es el verdadero peligro de la cultura privatizadora pro individualista, que


por supuesto, se sostiene en miedos y culpas. Y lo más peligroso: ¿qué pasa
cuando ese rostro amable pone como señuelo el enfoque de género y es pro
ambiental?, ¿alguien lo va a cuestionar?, ¿no más bien se están fomentando
mediante políticas públicas legitimadas?, ¿no estamos cayendo en la trampa de
querer hacer empresarios a los indígenas y se les incita a que elaboren proyectos
productivos con una visión de género, sustentables en entornos de migración? Lo
que aquí se dice, no es que estemos en contra del feminismo, el medio ambiente
o el apoyo a las clases excluidas, sino que incorporarlos como categorías en los
proyectos empresariales legitima enormemente el problema.
De esta manera es común escuchar no sólo que el pobre lo es porque es
flojo o que las mujeres son violadas porque son promiscuas, sino que quien
tiene la culpa de, por ejemplo, que los mantos acuíferos estén secándose, son
los habitantes de las urbes porque desperdician el vital líquido, o también es
muy popular que los habitantes rurales e indígenas sean los culpables favoritos
porque tienen letrinas y fosas que están contaminando el agua. No obstante se
excluye de la culpa a las empresas que sí han secado los mantos porque ellos sí
generan empleos. Es decir, los propios afectados tienden a culparse entre ellos
mismos, porque saben que no se debe cuestionar al exitoso. Esto abona en lo
que señalábamos sobre el fetichismo de la mercancía que Marx señala, porque
esta proliferación cultural de la culpa y el miedo, va íntimamente ligado a un
consumo irracional que promete disminuir el problema. No es casualidad que
la era pospolítica y posmoderna tenga plena asociación y vínculos con la llamada
Sociedad del Riesgo.

Conclusión

Nuestro momento actual conlleva una clara despolitización de la ciudadanía,


mientras esto pasa, los gobiernos de “expertos” son los encargados del quehacer
público. Esto, por un lado, tiene fuerte relación con el colapso del Estado
como garante de la armonía de su comunidad política; tampoco responde a
sus ciudadanos para garantizarles el derecho de acceso a bienes públicos y más
bien los ha delegado al mercado; por otro lado, los oligopolios empresariales
condicionan su poder económico sobre el político. De esta forma, este colapso

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ESTADO Y BARBARIE

explica en gran medida el despojo que la sociedad tiene crecientemente. Al haber


debilidad del Estado, el poder económico genera una nueva sociedad medieval
que eufemísticamente lleva por nombre Nuevo Orden Mundial, que sin duda
genera nuevas formas de abordar la idea de dominación y explotación.
Nuestra argumentación sostiene e insiste en la reflexión teórica del Estado,
para establecer criterios de cómo la falta de éste genera una relación de
dominación cada vez más salvaje entre el capital global y la sociedad.
Hay evidencias que demuestran que en muchos lugares vivimos en condi-
ciones prehobbesianas donde hay una sutil guerra de todos contra todos pero al
mismo tiempo hay formas de dominación y explotación cada vez más complejas
como la apropiación de la renta del trabajo intelectual.
Regresar la complejidad al concepto de Estado, implica reflexionar su
relación con el capital y, sobre todo, el papel de la comunidad política en esta
era posmoderna, anticartesiana y antiteórica.

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