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Las cuadras inundadas de cabezas, cabezas preocupadas, cabezas en tormentas, cabezas que

no miran y cabezas que muchas veces ni piensan, así las veía Ester mientras caminaba por
primera vez hacía un grupo de apoyo en los suburbios y es que ella, ya había tenido
suficiente. En la otra acera caminaba con pasos pequeños y rápidos, Gregory quién
agobiado por las constantes preocupaciones de la vida adulta había sufrido una grave
malacostumbre de andar en afanes, incluso en su día libre. Él cansado de tanta ansiedad y
ajetreos había decidido volver al grupo de apoyo de los suburbios, ya había tenido
suficiente también.
Llegando al edificio de color marrón estaban los dos, cruzaron una mirada fugaz y él
apresurando el paso tocó el timbre primero, le sudaban las manos. Ester no dejaba de mirar
el letrero de neón que indicaba la ayuda social, ni a los yunkies que se drogaban justo en el
otro lado de la acera, ella era una mujer decente, puede que no perteneciese a una clase
elite, pero, pagaba sus impuestos, era una madre feliz y tenía un esposo que por lo menos se
molestaba en lavar los platos, Ester jamás entendió cómo terminó allí. Finalmente, luego de
unos instantes la puerta se abrió y una brillante mujer con vestido de gala les hizo seguir,
los llevó a una sala de paredes marrón, piso de madera y un solo bombillo colgando en la
mitad de esta. Les saludó y les dio la bienvenida a sus respectivas sesiones de odioterapia, a
Gregory le advirtió no volver a excederse en cuanto al manejo de la terapia, a Ester le dio
las indicaciones básicas por ser su primera vez, después de dadas las instrucciones cerraron
la puerta de la sala. De una pequeña compuerta en el techo cayeron dos bolsas de tela
retorciéndose, antes de que Gregory se encarnizara a golpes contra su bolsa, le sonrío a
Ester y le dijo que cada vez se iba haciendo más fácil.

Cristian Camilo Balcazar Rivera.

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