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EL AGUA DE LA VIDA

Había una vez un rey que estaba gravemente enfermo. Sus tres hijos, desesperados,  ya no sabían
qué hacer para curarle. Un día, mientras paseaban apenados por el jardín de palacio, un anciano
de ojos vidriosos y barba blanca se les acercó.
– Sé que os preocupa la salud de vuestro padre. Creedme cuando os digo que lo único que puede
sanarle es el agua de la vida. Id a buscarla y que beba de ella si queréis que se recupere.
– ¿Y dónde podemos conseguirla? – preguntaron a la vez. ¡Ahora mismo iré a buscarla! – dijo el
hermano mayor pensando que si sanaba a su padre, sería él quien heredaría la corona.
Entró en el establo, ensilló su caballo y a galope se adentró en el bosque. En medio del camino,
tropezó con un duendecillo que le hizo frenar en seco.
– ¿A dónde vas? – dijo el extraño ser con voz aflautada.
– ¿A ti que te importa? ¡Apártate de mi camino, enano estúpido!
El duende se sintió ofendido y le lanzó una maldición que hizo que el camino se desviara hacia
las montañas. El hijo del rey se desorientó y se quedó atrapado en un desfiladero del que era
imposible salir.
Viendo que su hermano no regresaba, el mediano de los hijos decidió ir a por el agua de la vida,
deseando convertirse también en el futuro rey.  Siguió la misma ruta a través del bosque y
también se vio sorprendido por el curioso duende.

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