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bez minutos Beet SS as gruesas manecillas del reloj de péndulo marcaban las dos de la madrugada cuando creyo escuchar un aullido en la calle. Detuvo la pluma y presté atenci6n. En efecto, aunque el zumbido de la ventisca que barria la ciudad era persistente, el lamento se colaba entre las hendiduras de las ventanas con claridad. El anciano colocé la pluma en el tintero y levantandose con dificultad, se dirigié hacia la puerta principal arrastrando los pasos. En los latidos de su corazon senil una magra alegria le brotaba célidamente. Tenia ochentay tres afios y estaba bastante enfermo, pero en oca- siones como ésta, que eran pocas, se le rejuvenecia la sangre. Abrié la puerta y vio al animal; un perro flaco y desvalido, con las orejas enca- jadas de hambre. Con el bastdn, le hizo saber que podia entrar. Este se levanté del suelo moviendo la cola y entré confiado que en esa casa podria llenar el vacio que le quemaba el est6mago. El perro era blanco, con manchas oscuras que bien podrian ser de lodo seco o aceite. Mientras veia la casa del amable sefior y muy atento asus movimientos, el perro esperaba con ansiedad un trozo de pan, un hueso, sobras de comida o lo que fuera. El viejo lo guié lentamente a la cocina, abrié un gabinete y sacé un frasco rojizo que en el acto destapé. Vertié unas gotas de liquido sobre un pan duro que sacé de una bolsa de papel y después avents el alimento al suelo. El perro corri6 hacia él con una prisa quebrada de gratitud y de un mordisco trag6 el mendrugo. FISICA Y FICCION Nada pareci6 ocurrir en esa cocina ligubre y hameda, pero unos minutos después las patas del animal se doblaron y éste cayé de golpe. Antes de cerrar los ojos para siempre, intent6 levantar la cabeza para dirigir su mirada vidriosa hacia el hombre que lo habia ali- mentado por tltima vez. Una sonrisa graciosa afloré en la cara del anciano. El veneno era potente. Lo habia creado afios antes cuando en la cima de su pasion alquimista queria comprender los efectos que causaban la combinacién de plantas téxicas con ciertos minerales. Esa pocién de belladona, beleiio, triéxido de arsénico y natr6n la habia probado s6lo con ratas, pero ahora quedé complacido al ver que aniquilaba tam- bién animales grandes. El octogenario regresé contento al escritorio, se sent6, suspiré y volvié a empufiar la pluma. Tenia una obra que avanzar antes de irse a la cama. Al dia siguiente, tan pronto su asistente y sobrino politico, John Conduitt, se presenté ante él, le pidid que tirara el cadaver del perro al Tamesis. Le habria gustado quedarselo por un dia para extirpar- le algunos érganos y ver en cual de ellos el veneno habia causado mas estragos, pero no tenia tiempo para eso. La Casa de Moneda iba a acufiar una nueva guinea de oro con el rostro del rey Jorge Ly tenia edictos que redactar que le ocuparian todo el dia. John Conduitt, quien no pidié explicaciones sobre el cadaver del perro porque estaba acostumbrado a las excentricidades del tio, ordené a su vez a uno de los mozos de la casa hacer el trabajo. El rio corria agitado en el mes de septiembre, asi que el cuerpo sin vida del perro de inmediato se perderia en el caudal. John Conduitt le hizo saber a Isaac Newton minutos después que su peticién habia sido realizada. Este apenas asintié mientras ter- minaba de cerrar dos sobres. Después dijo: ~Ahora por favor lleva esta carta a la Torre de Londres y entréga- la personalmente a Fauquier, hazle saber la urgencia del asunto que describo en ella. Después entrega este otro sobre a William Jones, en Fleet Street. 32 DIEZ MINUTOS A SU LADO Susobrino politico era una persona practica y por demas diligente. Apesar de ser un hombre adinerado que no necesitaba trabajar, sabia muy bien que asistir al filosofo con mas poder en Inglaterra le traeria dividendos tarde o temprano. No pocos habia obtenido ya en el trans- curso de su delicada labor de secretario. El mas alto tenia que ver con el ingreso a la Sociedad Real de Londres. Su tio habia propuesto la candidatura siete afios atras y ningan miembro se habia opuesto, a pesar de saberse que no tenia mérito académico alguno pues habia abandonado los estudios en la Universidad de Cambridge a la mitad de la carrera. En todo Londres se murmuraba que Conduitt era el anico miembro indigno de una sociedad de tan alto espiritu, pero nadie en su sano juicio podia enfrentarse al presidente vitalicio Sir Isaac Newton. Ya estaban muertos los pocos rivales que lo habian intenta- do. John Conduitt, quien no parecia avergonzarse por los comenta- rios llenos de insidia, trabajaba calladamente para lograr algo mAs: suceder al tio politico como maestro intendente de la Casa de Mo- neda. Se veia a si mismo decidiendo el destino del dinero en uso de la corona inglesa. Atesoraba ese mundo de lingotes de oro y poder al que su tio habia llegado, segan se contaba, por injerencia de Ca- therine. John Conduitt lo sabia. Antes de casarse con él, Catherine habia sido amante de Charles Montagu, quien en ese entonces era presidente de la Sociedad Real y tesorero del gobierno inglés. Si, hacerse cargo de la Casa de Moneda de Londres, y las recientemente creadas por Newton en Norwich, York y Chester, era un suefio muy preciado. Por esa razén podia soportarle los arrebatos y estados de animo a veces iracundos. En todo caso, y para su tranquilidad, habia una tactica que no le fallaba nunca para estar bien con él: el elogio. Guando en la soledad de la fria biblioteca Newton maldecia la reciente publicacién péstuma de la Historia briténica del firmamento del ya fallecido John Flamsteed, su mas enconado rival en asuntos del cielo, Conduitt s6lo tenia que decirle que Flamsteed habia sido un hombre con la décima parte de su talento para que éste recobrara la armonia interior. El panegirico, cuyo uso habia aprendido de 33 FISICA Y FICCION las amistades mas cercanas al tio, como Edmund Halley o Samuel Clarke, era un bélsamo para alguien que sufria semejantes ardores intelectuales. Asi mandara tirar al rio cadaveres de perros y gatos producto de su crueldad contra los animales, él seguiria asis- tiéndolo; asi se diera cuenta de las injusticias cometidas contra sospechosos de falsificar las monedas de la corona, él seguiria fiel a sus caprichos. El mas afamado filésofo de Inglaterra se pasaba los dias rodeado de libros y siempre muy activo; ora escribiendo su obra religiosa u ordenanzas administrativas, ora leyendo tomos antiguos para do- cumentarse. Y sobre todo, releyendo sus Principia para preparar nue- vas ediciones. No queria dejar referencia alguna de los enemigos. Los nombres de Hooke y Flamsteed, a quienes les debia mas de una cita, deberian ser borrados a toda costa. Bien sabia que sus aportaciones sobre la gravitacién universal estaban asociadas a esos grandes nom- bres, pero tenia que cerciorarse de que en las ediciones posteriores de los Principia no se nombraran. Al igual que habia quemado los retratos de Hookey sus documentos en los archivos de la sociedad tan pronto fue elegido presidente, tenia que eliminarlos también de todos sus libros. Nada mas recordar que en vida Hooke defendia entre los miembros de’ Ja sociedad que la fuerza gravitacional inversamente proporcional a la distancia al cuadrado era de su creaci6n, le procuraba un ataque de ira. No, la historia no recordaria al enemigo. Sir Isaac Newton salia muy poco de casa. El aire contaminado del centro de Londres agravaba el estado de sus pulmones. Samuel Clarke, verdadero y fiel amigo, le sugeria con regular insistencia que dejara los cargos que tenia y se retirara a la campifia para vivir tranquilamente los wltimos afios. Catherine le hacia ver a diario la ventaja de la recomendacién médica. Pero Newton hacia caso omi- so, él jamés dejaria el poder que tantos esfuerzos le habia costado obtener. Estaba en la cispide y seguiria en ella. En toda Europa se afirmaba su filosofia. Incluso en Francia, su doctrina ganaba 34 DIEZ MINUTOS A SU LADO terreno sobre los principios de Descartes. No podia flaquear ahora. La tercera edicién de sus Principia estaba por salir de la imprenta y si él se retiraba, el editor Henry Pemberton, podria tomar la deci- sién de abandonar el proyecto. Tenia que asegurarse que su obra, ja cual estaba conectada con el universo mismo y con el Dios que amaba, tuviera vida eterna. Aunque la Casa de Moneda de la Gran Bretafia, la Sociedad Real de Londres y la vitalidad del pensamiento europeo dependian de él, tenia que defenderse de sus detractores, siempre prestos a disputarle sus invenciones. Quedaban pocos vivos; Leibniz habia muerto, y con él la amarga disputa sobre la creacién del calculo; Hooke habia pasado a mejor vida y con él las intrigas que le querian arrebatar el descubrimiento de la gravitacion universal; Flamsteed se habia ido y con él la contienda vil sobre la composicién del firmamento y la teoria lunar. A pesar de que todas estas intrigas le quebrantaron la salud mental, guardaba un gran gozo en el alma por haber destruido a tantos enemigos. La justicia habia imperado. {Qué pensarian de él los nifios que durante la infancia en King’s School habian hecho escarnio de su persona? Si los tuviera a mano los demoleria también hasta el polvo de sus pobres huesos. No, él jamds atenderia las sugerencias de los amigos cercanos 0 familiares. Aan no terminaba las encomiendas que Dios le habia dado, todavia le quedaban muchas cosas por lograr. Pasaron los dias en una rutina de intenso trabajo cuando semanas después de envenenar al perro blanco en la cocina de su casa, Sir Isaac Newton tuvo una profunda recaida mental. Las habia tenido en el pasado: en la juventud, durante la gran plaga que en 1665 aniquilé la quinta parte de la poblacién de Londres y la Universidad Cambrid- ge cerré por dos afios; a Jos cincuenta afios, cuando al borde del colap- so reprimié su amor por el matematico Nicolas Fatio de Duillier; en 1715, cuando Leibniz lo acusé ante la princesa Carolina de materialis- tay estuvo muy cerca de perder la disputa por el descubrimiento del calculo. Pero esta vez la recaida lo llevé casi al borde de la locura. 35 v - re 1 tf hs ee ie e-* cag re r DIEZ MINUTOS A SU LADO Trabajaba 4vidamente en la biblioteca una madrugada friay silen- ciosa cuando creyé escuchar el aullido de aquél perro hambriento. No habia ventisca ahora y la noche estaba tan tranquila que el aullido se escuché en la biblioteca con claridad, pero ahora no provenia de la calle, sino de su propia habitacién. Un escalofrio le recorrié el cuerpo. No era su pensamiento que Je jugaba un mal rato, era una lastimosa queja que salia de la recémara. Aparté los papeles que tenia en la mesa y tambaleando de miedo se puso de pie. Se acercé despacio a la puerta del cuarto y tan pronto traspaso el vano de ésta, vio al perro acostado jovialmente sobre la cama. Y en ese instante, antes de saber silo que veia era una alucinacién oun animal de carne y hueso, el anciano sufrié un desmayo. Por fortuna estaba amaneciendo, asi que no duré mucho tiempo inconsciente tirado en el piso frio de la habitacién. John Conduitt, quien abria las cortinas de los aposentos a las siete y media cada ma- fiana todos los dias de la semana, lo encontré tirado a un lado de la puerta. Lo desperté con una fragancia de lavanda yy después le ayud6 a levantarse. El secretario no parecia alterado, sabia que tenia que tomarse las cosas con la mAs juiciosa serenidad. Ya recostado en la cama le pregunté: —4 Qué le ocurrié tio Isaac? Estaba usted tirado en el suelo. El viejo tenia la mirada fija en el vacio y no contesté a la pregunta. De sus ojos salian destellos de miedo. Y asi, sin palabra alguna que explicara lo sucedido, permanecié varios dias. De nada sirvieron las visitas de los médicos y amigos, o la diaria compafiia de su sobrina. El rostro del filésofo estaba perdido en la nada, sus pupilas parecian congeladas en recuerdos lejanos. Finalmente, un dia por la tarde emergié del letargo y la primera frase que salié de su boca fue para Catherine: —Catherine, tu esposo me quiere matar. Ella escuché la aseveracion imp4vida, tratando de comprender el significado. ;Estaba su tio yendo mas all del delirio? ;Qué debia responderle? Sabia muy bien que su salud se agravaba dia a diay tenia 37 FISICA Y FICCION que ser inteligente. Cualquier cosa que dijera fuera de lugar agravaria la situacién. —Nosotros lo respetamos y amamos, tio. Es usted el fin de nuestras vidas. Sir Isaac Newton emitié un sonido ahogado de exasperacién. —Mi testamento esta escrito. Los nombres de mis ocho sobrinos, los Pilkington, los Smith y desde luego los Barton, estan en él. Re- cibiran partes iguales de mi riqueza. Mis dividendos, en el Banco de Inglaterra y en la Compajiia de los Mares del Sur, seran para ustedes. No hay nada que se pueda hacer para cambiar mi designio. Por favor, ve en busca de Johny dile que se presente ante mi. Catherine salié consternada de la habitacién a buscar a su esposo. Su pecho estaba hundido de pena. ;Cémo era posible que el amado tio tuviera desconfianza de la familia? John habia dejado todo por él; la carrera en el ejército y la politica, sus negocios y viajes. Ocho afios menor que ella, era un hombre en cuerpo y alma dedicado a servir al mis grande sabio que hubiera dado Inglaterra desde Bacon. ;A qué se debia la desconfianza? Encontré a John en el jardin dando indicaciones al jardinero. Los tres bellos jardines que tenia la mansién y que le daban un toque de elegancia y sobriedad, eran cuidados con esmero. A Isaac Newton le fascinaban los arboles frondosos e inmensos, los Arboles frutales y las plantas acuaticas. Para él, los arboles eran la representaci6n viva del desarrollo de los metales, y éstos, entre mas noblesy brillantes, su adoracion. Por medio de la alquimia los metales podrian ser obligados avegetar, a replicarse, como resultado de trabajar pacientemente con el espiritu que vivia en ellos. Ese era el fin ultimo del arte alquimico que durante largos afios cultivé. Estaba consciente, sin embargo, de que la naturaleza s6lo era capaz de nutrir, no de crear los infinitos proto- plastos o formas que se observaban por doquier. Eso era el trabajo cuidadoso de Dios. Cuando el jardinero finalmente partié con las encomiendas recibidas por el secretario, Catherine se acerc6 a John y le dijo: 38 DIEZ MINUTOS A SU LADO El tio pregunta por ti, pero antes tengo que decirte algo: creo que él piensa que su desmayo se lo indujiste ti para causarle la muerte. Medita bien lo que vas a responderle si te hace una pregunta directa sobre eso. Recuerda lo que nos dijo el médico. John hizo un gesto de comprensién y se dirigié a ver al anciano. Cuando lleg6 a la rec4mara, tocé a la puerta y entré. —;Pidié verme, Sir? Newton le contesté con un silencio prolongado y apenas volteé a verlo, Sus ojos escudrifiaban las marcas de humedad en la pared mas cercana a la cama. Las veia con atencién, como si éstas fueran ros~ tros familiares. Sus labios, que se movian imperceptiblemente y de forma ritmica, parecian tener con ellas una delicada conversacién. Al fin posé una mirada fria sobre Johny cité una frase larga y a primera impresién incomprensible: —En la filosofia experimental hemos de considerar las proposicio- nes inferidas mediante la induccién general, a partir de los fenémenos, con toda la exactitud de que seamos capaces, y sobre todo bien ape- gados a la verdad, a pesar de cualquier hipotesis contraria que sea posible imaginar, al menos hasta el momento en que se produzcan otros fenémenos. Entonces podré afinarse la exactitud o bien estipular las excepciones. Es preciso seguir esta regla para que el argumento de la induccién no se desvie debido a las hipotesis. Newton se mojé los labios con pequetios deslizamientos de su lengua y prosiguié: —Esta regla es una de las correcciones que afiadiré a mis Prin- cipia en la edicién de lujo con cuero de marroquineria que estoy preparando. —Me parece muy pertinente, tio. Newton tomé un aliento profundo y continué: —Date cuenta de lo que he dicho. jLos fenémenos preceden a las proposiciones! ,John, qué hacia el perro blanco en mi cama? Arqueando las cejas y contrayendo el mentén, el aludido hizo un gesto de duda. Después pregunto: 39 FISICA Y FICCION —{Qué perro? Newton desvié la vista hacia la ventana. —E] perro que te pedi tirar al rio hace mas de un mes. El desmayo que tuve hace dias fue por haberlo visto en mi propia cama. Sélo hay dos explicaciones: lo conservaste todo este tiempo para ponerlo después en mis aposentos y causarme la muerte por el impacto, o yo lo imaginé. Pero ta sabes bien que mas de una persona quisiera acusarme de hereje, asi que la segunda hipotesis, de conocerse, seria miruina. ;Pusiste ti el perro? —En lo absoluto, tio Isaac. Ese perro, si no se ha descompuesto ya, estard hinchado y leno de agua salada en el Mar del Norte. Newton sopes6 unos segundos las palabras poco convincentes del sobrino y después dijo: —Té quedards a cargo de la Casa de Moneda, lo sabes bien. Los reyes han aceptado que seas mi sucesor. También te he puesto en mi testamento. No tienes que matarme de esa forma tan... abominable. Mirame, aunque estoy viejo y débil, yo no he obrado mal en mi vida, mi mente esta limpia de remordimientos como para imaginarme cosas tan desagradables. —Yo lo sé, tio Isaac, usted es una persona recta y bondadosa. Voy a preguntar al mozo que tird el cadaver del perro al rio, quizd no cumplié mis érdenes. —No, no. {No te das cuenta de que si me traes pruebas de que el perro fue tirado al rio como te mandé, entonces tendria que aceptar mi locura? Eres inteligente John, me has puesto entre la punta filosa de tu fria espada y el sélido muro que protege mi prestigio. Retirate y déjame solo. Isaac Newton cerré los ojos para no ver salir a John Conduitt. En ese momento lo despreciaba con todas las fuerzas. No tenia pruebas para acusarlo, y si las hubiera tenido tampoco habria podido hacerlo. El mas que nadie lo conocia; la crueldad con los animales, las injustas sentencias que emitia contra sospechosos de falsificar las monedas de oro y plata, las practicas alquimistas prohibidas por las leyes de 40 DIEZ MINUTOS A SU LADO Inglaterra, su comportamiento contra los rivales. Era un callején que no tenia salida. No le quedaba otra que mantenerse asi, dentro de un silencio que no lo perjudicara. La tarde de ese dia su médico y amigo, William Cheselden, llegé a casa para realizarle un examen general. Cheselden, miembro distinguido de la Sociedad Real y cirujano del hospital Santo Tomas de Londres, era una de las eminencias médicas de Inglaterra. Su libro Anatomia del cuerpo humano era reverenciado en toda Europa. Después de una cuidadosa revision, Cheselden le dijo que estaba en buenas condiciones, que estaba tan fuerte como un roble. El médico sabia que no era cierto, el paciente sabia que no era cierto, los fa- miliares sabian que no era cierto, pero era lo mejor para todos creer en tal diagnéstico. Newton no dijo palabra sobre las posibles aluci- naciones. An con la hipocresia de la valoracién médica, el examen del galeno le hizo bien y esa noche se dispuso a continuar con el trabajo pendiente. Estaba casi al termino de su Cronologia de los reinos antiguos y no podia perder mds tiempo en cama. Era claro que la muerte lo acechaba. Los graves problemas de salud: incontinencia urinaria, gota, y sobre todo los infames célicos nefriticos, no serian pretexto para dejar inconclusa su obra teolégica. Tendrian que re- cordarlo mas por los escritos de teologia que por el descubrimiento del cdlculo, la composicién de la luz y la gravedad. Si esta ultima era la coherencia y cohesién con la que Dios reinaba en el universo, y laluz su divina alma, qué mejor que dedicarse por entero a El, ren- dirse ante su poder. ;No era el primer mandamiento de la religion amarlo por sobre todas las cosas? En algiin punto en la historia del cristianismo la idolatria habia emergido y él tendria que compren- der dénde, para después facilitar el regreso hacia el cristianismo original. En la bisqueda, una parte central radicaba en determi- nar con precisién los acontecimientos que llevaron al viaje de los argonautas y a la destruccion del templo de Salomon. Definir con certeza la cronologia de la humanidad lo Ilevaria a comprender la a“ DIEZ MINUTOS A SU LADO. evolucion de la religion, su corrupcién, y a determinar el afio del juicio final. Refinadas estimaciones le decian que éste vendria hacia elafio 2060. Otros escritos en los que avanzaba a la par eran sus Observaciones sobre las profectas. En éstas, sentia el deber irrestricto de desenmascarar alos cabalistas y gnésticos que desde tiempos remotos habian con- taminado al cristianismo con herejias. Los principios de la religion cristiana se tenian que encontrar en las palabras expresas de Cristo y los Apéstoles, no en la metafisica ni en la filosofia. Sir Isaac Newton, asus dolorosos afios, dedicaba mas de doce horas diarias a escribir, consultando libros antiguos que tenia al alcance de la mano. Miles de palabras estaban escritas, y muchas mas tenia que escribir para dejar ala humanidad la condensaci6n de tan importantes hallazgos. Transcurrieron dos o tres meses desde la visién del perro, cuando Isaac Newton se despert6 un dia con una energia inusual. Apenas asomé la vista por la ventana que daba al jardin se sintié con fuerzas para salir de casa. De inmediato le vino la idea de presidir esa tarde la reunion semanal de la Sociedad Real. Tomar el carruaje hacia la sede situada en Fleet Street le haria bien. Cuando su sobrino paso por la recdmara para darle los buenos dias, le hizo saber de sus planes. —John, hoy me siento muy bien. Envia a alguno de nuestros mo- zos al despacho de William Jones para hacerle saber que esta tarde presidiré la reunién de la Sociedad Real. No, espera, mejor ve tu mismo. Dile al vicepresidente que quiero que ademas se realice un experimento 6ptico sobre la composici6n de la luz. Nos vendra bien deleitarnos con aquél experimento que mostré a la comision euro- pea que se formé, hard una década, para solventar la querella de Leibniz contra los principios de mi filosofia. ;La recuerdas? Ah, ;c6mo podrias si atin no eras mi asistente? La refraccion de la luz es un fendmeno extraordinario, John. Con él le di el golpe final a Leibniz. Es una his- toria que te contaré después. Anda, date prisa y advierte a Jones de mi osadia. Este anciano decrépito sigue fuerte como veinte afios atras. 43 FISICA Y FICCION Newton ya le habia contado la historia de esa incruenta disputay de cémo se habia extendido a los terrenos de la lucha filoséfica, asi que le entristecia que no lo recordara. Ademas, esos acontecimien- tos que cimbraron a la ciencia europea eran conocidos por todos. Pero John asintié y salié de la habitacién. Sir Isaac Newton se froté las manos sonriendo para si. Colegas y amigos se llevarian la grata sorpresa de que la maza ceremonial iba a ser empufiada por la mano del mismisimo presidente para iniciar la sesién. No recordaba bien desde cuando era presidente, pero no era necesario recordarlo con tal de que los miembros no lo olvidaran. Y no lo olvidaban. E] esti- lo dictatorial que Isaac Newton habia impuesto en la Sociedad Real desde 1703 era tan poco popular que s6lo unos cuantos miembros lo aceptaban. Dos horas después, al regresar de la encomienda, John se dirigié ala biblioteca para darle la noticia de que todo estaba dispuesto en la sede de la Sociedad. ~Gracias John. ;Cudnto tiempo haremos para llegar? —Con este hermoso clima, poco menos de media hora. —Entonces nos iremos dos horas antes. Quiero pasar a la catedral de San Pablo para hablar con el obispo. ;Cudntas Biblias nos quedan en casa? —No lo sé bien, quiz4 un centenar. —Stbelas al carruaje, las llevaré al obispo para que las regale alos feligreses. En punto de las dos de la tarde el carruaje estaba listo para partir. Isaac Newton salié de la habitacién impecable, con un traje marron de tres piezas y botines negros. Al llegar a la carroza, con la delicada ayuda de John, trepé despacio en ella. Sus articulaciones estaban tan rigidas que las piernas no le respondian bien. Esa dolorosa rigidez no dejaba de ser su peor enemigo. Sentia que poco a poco se iba con- virtiendo en un tronco tieso leno de espinas que se le enterraban en la piel ante esfuerzos de esa naturaleza. Ya instalado en el asiento trat6 de no pensar en esa desdicha. El dia estaba estupendo: soplaba un viento fresco, los rayos del sol eran célidos y el aroma del bosque 44 DIEZ MINUTOS A SU LADO placido y gozoso. Llegaron a su memoria imagenes de la infancia en lagranja materna, mezclados con recuerdos de la juventud en el bos- que lleno de robles cerca de Cambridge. Suspiré con placer. Pensar en el pasado era un elixir que aliviaba un poco la dolorosa carga del presente. El carruaje lleg6 a la cima de Ludgate media hora después. Isaac Newton, con la ayuda de John, se ape6 y caminé con lentitud hacia una de las puertas laterales de la catedral. El obispo de Londres, Edmund Gibson, lo recibié con gran gusto. No s6lo conocia a Newton desde afios atras, también le debia grandes favores. Newton habia sido fi- deicomisario de algunas capillas que estaban en la diécesis. El anciano le pidié a John que lo dejara hablar con el obispo a solas; éste asintié y se alejé hacia el interior de la catedral. —jA qué debo su ilustre visita, eminente sefior? —pregunté de inmediato el prelado. Newton carraspeé para aclarase la garganta y después dijo: —A decir verdad me traen dos razones sencillas. La primera es que quiero regalarle cien Biblias que recién he mandado a hacer. Es- toy seguro que con ellas premiaré a aquellas personas de la didcesis que por su comportamiento se distingan entre los otros. Siempre he pensado que premiar es un acto noble que enaltece la esencia del ser. Le pediré a John en un momento que deposite las cajas con los cien libros sagrados en donde usted ordene. — Gracias. Usted siempre tan bueno y noble como un santo. Newton hizo una reverencia y continué: —E] otro asunto es menos importante, pero requiero de un con- sejo. Uno de mis criados ha tenido una recaida mental y siento el deber de ayudarlo. — Qué tipo de recaida? —Hace un tiempo tuvo una visién extrafia, parece que imaginé que un perro yacia en su cama. ;Tiene usted idea de lo que eso significa? El obispo escuché con atencién la pregunta que le hacian y luego se llevé la mano al mentén. 45 FISICA Y FICCION — Un perro, eh? ;Dijo de qué color? —Blanco, excelencia. —Blanco, ah, entonces no hay de qué preocuparse. Cansancio, qui- z4 remordimiento por alguna obra insensata, o simplemente angustia. Varias causas pueden llevarnos a imaginarnos cosas. Si yo le pudiera contar lo que mis feligreses me dicen en confesion. —4Dice usted remordimientos? —atajé Newton antes de que el obispo dijera mas. El guia espiritual de Inglaterra sonrio. —Fn efecto. La gente tiene remordimientos que luego traduce en visiones. Desde un punto de vista teolégico, podemos pensar que es nuestro Sefior el que manda una sefial. El blanco es el color de los Angeles, ,no es asi? Isaac Newton vio la tranquilidad con la que el obispo afirmaba eso y guardo silencio. Después dijo: —Si, yo también pienso que fue cansancio. Le daré unos dias de descanso al mozo. Gracias por recibir a este viejo que quiere ayudar al préjimo. A propésito, en unos dias le enviaré doscientas libras para apoyar el noble trabajo que hace usted con los pobres. —Gracias de nuevo. Se despidieron con reverencias mutuas y estando frente al carruaje, Newton volvié a repetir la amarga faena de encaramarse a él. Era la parte mAs ingrata de los paseos, una proeza dolorosa y vergonzosa. Aunque en el resquicio gris de la mortal agonia, salir de casa era un verdadero triunfo para un hombre como él, daria lo que fuera para no sufrir asi. Newton sacaba fuerzas de la nada. Comia muy poco, pues desde afios atras, en los que el dolor de los célicos nefriticos y ataques de gota lo levaban al borde de la muerte, los médicos le habian prohi- bido el consumo de carne. Asi que se alimentaba de caldos insipidos que lo debilitaban dia a dia. Era un debilitamiento poderoso y persis- tente, una pesada carga que llevaba sobre los hombros de la senilidad. El tramo de Ludgate a Fleet Street era calle abajo y pronto estarian en Crane Court, la sede de la sociedad. Mientras los caballos eran 46 DIEZ MINUTOS A SU LADO constantemente refrenados por el cochero para no desbocarse, Newton cavilaba sobre lo que diria al pleno de la Sociedad Real. Estaba jnformado de la orden del dia: el experimento de la separaci6n de la luz enprimer lugar, el nombramiento de nuevos miembros, el informe del tesorero sobre el pago de cuotas, el informe del editor sobre la situacién de las revistas filos6ficas que editaba la Sociedad, y asuntos generales. Ahora lo recordaba: habia llegado ala presidencia en 1703, el afio de la muerte de Robert Hooke y justo dos afios antes de ser ungido como Caballero del reino inglés por la reina Anna. Después de todo la me~ moria no lo habia abandonado atin. Era un gran orgullo ser tan viejo y mantener la mente fresca. En poco menos de una hora empufiaria la maza con el honor que siempre lo habia distinguido y abriria la se- sién con solemnidad. No tenia m4s enemigos que las enfermedades, asi que en la reunién que iba a presidir imperaria la armonia. Ayudaba el hecho, desde luego, de que afios atras hubiera impuesto al pleno de la Sociedad Real la regla de que durante las sesiones presididas por él ningtim miembro podia hablar ni cuchichear con nadie. El orden era necesario cuando se dirigia un cuerpo colegiado de tal envergadura. En punto de las cuatro de la tarde, Isaac Newton entré con pasos lentos al salon donde més de cien personas aguardaban sin saber que él pre~ sidiria la reunion. La sorpresa no se hizo esperar y se escuché un murmullo que sacudié el aire del recinto. Todos se pusieron de pie y aplaudieron. Lo hicieron, quizas, al constatar la férrea voluntad que mostraba el octogenario presidente para dirigir la reunion, o por la noticia, atin fresca en la mente de todos, de que una expedicién al Pera habia confirmado que la Tierra estaba achatada por los Polos, prediccién del hombre que tenian enfrente. Newton agradecié el es- pontaneo gesto de los colegiados con una sonrisa llena de satisfaccién y se sento en la silla reservada a su persona. Tomé la maza con rubies incrustados, la alz6 a media alturay dio por iniciada la sesién con la frase: —Nullius in verba. 47 te 4 a : Bnd | ‘ . miata A iad): 14 ron oe Ots Sak gg TASK FISICA Y FICCION Primero se present el experimento de refraccion de la luz tal como lo habia ordenado. La demostracién de experimentos al inicio de cada sesi6n era una de las principales costumbres de la Sociedad y siempre se hacia uno diferente. En tiempos anteriores a la pre- sidencia de Newton, Robert Hooke, quien fue parte del colegio de ilustres que habia antecedido ala Sociedad Real, fungia como encar- gado de realizar los experimentos semanales. Hooke, para envidia de Newton, era visto como el cientifico experimental mas importante e ingenioso de Inglaterra. Sus experimentos sobre mecdnica, 6ptica, termodinamica, biologia y fluidos eran extraordinarios. Ala muerte de Hooke, y ya siendo Newton presidente, el cargo pasé a Francis Hauksbee y luego a Théophile Desaguliers. Newton se sintié halagado de que el experimento ideado por él para separar la luz blanca en diferentes colores fuera tan bien explicado. Muchos miembros de la Sociedad, sobre todo los nuevos, no conocian el fenémeno, asi que la demostracién tuvo un toque de novedad. Al término del experimento Newton agradecié a Desaguliers y cedié la palabra a William Jones, quien delineé la orden del dia y después pregunté si alguien tenia asuntos generales que agregar. Nadie levanté la mano y los pendientes se fueron agotando sin con- tratiempos. Los nombramientos de Silvanus Bevan, Charles de la Faye, Robert Houston y Caspar Neumann fueron aplaudidos con entusiasmo. Estos juraron cumplir los preceptos que la Sociedad imponia, desde el pago puntual de cuotas al comportamiento recto y honesto. Cada uno dio un discurso de cinco minutos. Newton no intervino en toda la reuni6n, y aunque a ratos dormitaba, su mano se mantuvo siempre sobre la maza dorada regalo de Charles II. La asamblea siguié con no pocas intervenciones y debates sobre los asuntos que se discutian. Y casi al final de ésta, cuando la mayoria expre- saba en los rostros gestos de cansancio y se alistaba a partir, de la boca de Newton salié un grito de espanto, apagado pero nitidamente claro al menos para los que estaban en las sillas delanteras. Hubo un rumor con- tenido entre ellos, con miradas de preocupaci6n y curiosidad. ;Estaba el so DIEZ MINUTOS A SU LADO. presidente enviando un mensaje de descontento? John Conduitt, que es- taba en primera fila, atento como siempre para asistirlo, de inmediato se aproximo. En todo el tiempo que habia estado a su servicio era la primera vez que Je ocurria tal cosa. El rostro de Newton estaba palido, empapado de un sudor blancuzco. No se desmayé como dias atrés le habia ocurrido encasa, pero de su boca salia un susurro extrafio e infantil. Cuando la plenaria termin6 a los pocos minutos, Newton apenas se despidié del vicepresidente y con ayuda de John regresé al carrua~ je. Estaba anocheciendo y la negrura del camino acentio la tensién del momento. John no sabia qué hacer, qué decir. Apenas llegarona casa, Newton le pidié al sobrino que lo acompajfiara a la recdmara. El anciano cayé exhausto sobre un sill6n, tomé aliento y dijo con una voz que no parecia venir de él: —John, yo no sé cuanto me quede de vida, pero es bastante obvio que mi muerte est4 cerca. Hace unas semanas el perro blanco en mi cama, hace media hora Robert Hooke sentado en primera fila en la reunion de la Sociedad. ; Qué mas vendra? —Tio, Robert Hooke murié hace mas de veinte afios. —Lo acabo de ver, John, fijando la vista sobre mi, con una expresi6n de conmiseraci6n. {Qué me ocurre, est4 mi alma purgando en vida el pecado de haber defendido mi honory competencia? ; Vana aparecer ante mi todos aquellos a los que venci con el arma de mi intelecto cuando querian apoderarse de mi fama? —Sir, es simple agotamiento. De eso queria hablarte. He decidido aceptar la oferta que ta y Catherine me hacen para trasladarme a Kensington. No puedo mas, voy a retirarme antes de que las apariciones sean diarias y la locura me mate. El futuro del cristianismo depende de mis obras de teologia, y éstas ain estén inconclusas. —Admiro su sensatez, no se arrepentira. Mi casa en Kensington le vendré bien, los jardines son tan hermosos como los que tenemos aqui. Podremos trasladar la biblioteca, no le faltara nada. Isaac Newton escuché lo que decia John sin asentir. Después dijo: FISICA Y FICCION —Cuando yo era nifio mi padre adoptivo tenia un perro, ;te lo he dicho? Gordo como un cerdo, el perro mas horrible que te puedas imaginar. Un dia el canalla me mordié la mano porque vio que se la levanté a su amo. Mi madre, desde luego, se puso del lado de mi padrastro. Sin haber estado ahi supuso que el perro me habia mor- dido por defender a su amo de mis amenazas. ;Te das cuenta John? Amenazas de un nifio de seis afios. Quise incendiar la casa con toda la familia dentro. Odio los perros, John, no son criaturas de Dios. —Aleje de la cabeza esos pensamientos, tio. Si su infancia no fue del todo dichosa, ahora mucha gente lo quiere y lo respeta. —4Sabes? —Newton continué con voz quebradiza—, me habria gustado conocer a mi padre. Mi madre me decia que era iletrado e ignorante, que ni siquiera podia escribir su propio nombre. Pero no me hubiera importado. Crecer sin padre es muy triste. Mirame ahora, postrado por ese dolor que inicié hace ochenta afios y que nunca he podido superar. Habria dado mis Principia y mi Calculo por diez minutos a su lado. John estaba conmovido, no tenia palabras para expresar lo que sentia. Veia a Sir Isaac Newton con profunda tristeza. Este guard silencio por largos y dolorosos minutos, con la mirada extraviada en el horizonte de una vida que ya lo estaba dejando. Al fin susurr6: —John, te voy a pedir algo muy importante, quiz4 lo mas impor- tante que te haya pedido jamas. Ahora no podras entenderlo, pero con el tiempo sabras la razén. Cuando muera, no quiero exequias, ni iglesias, ni sacerdotes. Toda mi vida he llevado sobre mis hombros la falsedad de la fe anglicana, pues ti sabes que no se podia sobrevivir de otra forma en esta era tan corrupta. Pero para milo supremo es Dios, no necesito nada para ir hacia él. Ademas, tienes que prometerme que una vez muerto mis escritos sobre teologia seran publicados. Nadie se debe apoderar de ellos antes de su publicacién. —Se lo prometo. Newton fij6 la vista sobre John con un gesto de carifio y continud con una voz agénica: 52 DIEZ MINUTOS A SU LADO —Eres extraordinario, Catherine no pudo tener mejor suerte. John se sintié agradecido al escuchar esas palabras. Puso la mano sobre el pecho y dijo: —Yo tampoco pude tener mejor suerte. Servirlo durante estos afios ha sido para mi un gran honor. 53

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