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Alberto Mostajo

Canción Infinita
(Libro de versos)

Puno-Perú
1928
Este libro es alivio fraternal para las
almas selectas conscientemente comprensi-
vas; un cáncer para las inteligencias oscu-
ras que presumen de omnipotentes.
PRÓLOGO

Escribo estas líneas no con el estrecho afán de hacer doctrina, ni


mucho menos con la pueril pretensión de señalar rumbos a la Nueva
Poesía, sino simplemente con el objeto de expresar mis ideas en este
asunto que incumbe a mi actividad espiritual. Quienes lean el
siguiente prólogo sólo han de encontrar de extraño la sinceridad con
que fluyen sus conceptos.

Creo oportuno indicar que soy partidario absoluto de libertad en


cuestiones de Arte, la única que a mi concepto puede realmente
existir. La otra forma de libertad de que tanto habla la humanidad, no
es sino consecuencia lógica del convenio comercial establecido entre
grandes y pequeños. El Arte adquiere relieve de apoteosis
únicamente cuando se pone al servicio de elevados ideales; cuando
interpreta el proceso dinámico multiforme de las grandes explosiones
sociales. El Arte pequeño burgués, es arte de subasta con
características negativas; es negligente y no desempeña ningún papel
civilizador.

Bien se sabe, la Poesía americana de otrora ha sido escrita sobre


moldes puramente extranjeros. El espíritu de imitación y adaptación a
estos moldes era tan estricto, que todo poeta estaba imposibilitado
de dar a conocer sus escritos, sin antes recibir la palmada y
aprobación del amo extranjero. Había en todos una especie de temor
sagrado por todo aquello que provenía de fuera. Se cumplía a pie de
letra sus caminos trazados y reglas establecidas.

La influencia literaria que Francia, Italia, España y otros países


europeos ejercieron en el pasado de América ha sido definitiva. Los
más grandes poetas del siglo diecinueve: Víctor Hugo, Heine,
Verlaine, Baudelaire y otros más, impusieron casi en absoluto el sello
de su personalidad y cánones estéticos. Estos inmensos poetas
fueron brújulas de cuantos emprendían vuelos en Poesía; faros sin
cuyo resplandor era imposible ser vencedor en la contienda. Fue tan
rotunda y absorbente esta influencia, que puede afirmarse, sin lugar
a equívoco, que en el horizonte literario del pasado de América no ha
existido un poeta auténtico, es decir un poeta americano. Esta verdad
se nos presenta clara y patética si examinamos detenidamente los
puntos más característicos de aquel espectáculo literario.
Los más grandes poetas de América, han sido artífices de la
belleza a través de miradores europeos. En la actualidad, esto todavía
sucede con algunos de nuestros más destacados líridas. Parece que
les es difícil libertarse del conservadorismo a cuya psicología y
modalidades ya están acostumbrados. Para confirmar lo dicho, voy a
citar el caso del enorme y universal poeta Rubén Darío. Como se
sabe, este glorioso poeta nicaragüense, no obstante su espíritu
renovador y la pasmosa originalidad de sus versos, no pudo nunca
disimular la fuerte influencia europea. Un marcado ambiente francés
se respira en su brillante colección de obras. El modernismo de Rubén
Darío resulta ser, pues, la expresión nueva de un poeta americano en
ambiente francés.

Lo que sucede con Rubén Darío se repite con mayores detalles en


los más ilustres poetas de América. Herrera Reissig y Asunción Silva,
fueron dos cumbres líricas con fluorescencias y ribetes europeos. De
los actuales: José Santos Chocano es un bloque de granito amasado
en moldes huronianos; Guillermo Valencia, una joya lírica engastada
en material parnasiano; Leopoldo Lugones, un talento poético con
muchas salidas y respiradores.

Agotados los recursos de la vieja Europa, cuyo organismo sufre ya


los síntomas de una futura desintegración total, es en América,
continente rico y joven, donde ha de surgir la nueva cultura. Europa
va perdiendo en resplandor para dar brillo a la lámpara de América.
Sobre los cimientos del pasado luminoso vemos ya los primeros
materiales de su cultura, que más tarde han de definirse en
insospechadas obras portentosas. Mas, para que América contribuya
con verdad al empuje siempre ascendente del progreso, tiene que
definir su personalidad en todos los ramos del saber humano. Dar
auténticos frutos en ciencia, en arte, en filosofía y en literatura. Sólo
un propio bagaje de inventos y observaciones diferenciarán a América
de las demás culturas.

Para que el futuro progreso integral de América sea realidad


vigorosa y en perenne depuración, necesita también despojarse de
todo aquello que, por viejo y feble, es susceptible de olvido. Cuidar
del pasado sus luces inmortales y cuanto es capaz de resistir a la
acción destructiva de la unidad del Tiempo y el Espacio, debe ser ley
imperiosa de toda cultura en formación.

Toda gran cultura es el resultado de la acción lenta y progresiva


del espíritu de una raza o pueblo; explosión espiritual en que actúan
casi al unísono y en completa armonía todos sus elementos vitales.
Tal apogeo de vida y fuerza puede compararse a un árbol gigante de
cuyo tronco se desprenden ramas y hojas de diverso porte y belleza.
La inquietud espiritual superior y el trabajo constantes son los medios
más eficaces para incrementar la resultante del progreso. Avanzar y
superarse día a día debe ser el sagrado lema de toda raza que aspira
a la cumbre. Ascender siempre acusa la existencia de fuerzas
mentales superiores: en cambio retroceder o estancarse, demuestran
falta de vigor y predominio de demencia y parasitismo mentales.

El progreso es el resultado de la disciplina consciente de un


conjunto de fuerzas que hacen grande la materia para mejorar la
vida. El progreso exclusivo que aspira al esplendor de una clase y a la
ruina de media humanidad, no tiene razón de existir. Este
exclusivismo implica una usurpación al derecho divino de la
existencia; un fraude al equivalente numérico que asegura la
grandeza y el bienestar de la humanidad.

* Toda creación, nuestro Universo, sea cual fuese su grandeza, es


un instante de la acción creadora de la acción de la unidad ilimitada
del Tiempo y el Espacio. En el dominio de las potencias de esta
unidad ilimitada, no existe ni puede existir el concepto de medida y
distancia. Es lo que siempre ha existido y lo que siempre existirá. La
unidad del Tiempo y el Espacio, es el espíritu, la suprema conciencia
creadora y ordenatriz, causa de infinitas creaciones y dueña de
maravillosa materia del gran dominio que no tiene principio ni fin.
“Todo se crea y todo se destruye dentro de la unidad creadora e
ilimitada del Tiempo y el Espacio”.

Nuestro Universo, con relación al empuje creador de la unidad


ilimitada del Tiempo y el Espacio, no es más que una de sus infinitas
creaciones. Representa un instante de su voluntad creadora y ocupa
un retazo de su dominio. Algo más todavía, nuestro Universo es
apenas un punto luminoso limitado en la unidad de este dominio
ilimitado. Dicho esto, qué es la Eternidad terrestre y todas las
creaciones de la mente humana, el pasado y el presente? Lógica y
científicamente no son más que un aliento imperceptible, sujeto a
límite, en el pensamiento, en la conciencia supremamente creadora
de la unidad ilimitada del Tiempo y el Espacio. Qué maravillosas
creaciones del espíritu, de la suprema conciencia creadora, de esta
unidad ilimitada, antes que lanzaran a la luz nuestro Universo, y
muerto esto, cuán grandiosa será todavía su apoteosis creadora.

Todo aquello que se llama supremo misterio, que el hombre ha in-


___

* Juzgo oportuno indicar que los conceptos aquí expresados son absolutamente
originales de su autor.
terpretado e interpreta con intuiciones discutibles y con errores
efectivos: la vida, la muerte, la materia pensante e inerte, palpitan en
esencia en el pensamiento, en la conciencia supremamente creadora
de la unidad ilimitada del Tiempo y el Espacio. Las creencias
religiosas y todas las posibilidades y teorías metafísicas, verdades,
escepticismos y exaltaciones caóticas de la mente humana, que han
nacido con el Universo y que se hallan siempre sujetas al análisis de
la idea superior, se desplazan y disminuyen en fuerza divina e
ideológica ante la realidad suprema de la unidad del Tiempo y el
Espacio; grandioso dominio hacia el cual no ha llegado ni llegará la
voz de ningún pensamiento terrestre.

Expuestas concisamente las anteriores ideas, cuya grandiosa


realidad confirmo y defiendo en todas sus partes, voy a ocuparme,
con toda la energía y precisión de mi pensamiento, de la creación
poética.

Toda verdadera creación literaria es la afirmación de un oculto


sentido espiritual, dentro de los cánones de una estética nueva. Más
claramente hablando, es la afirmación estética original de una
conciencia ideológica, conscientemente organizada y animada de
potencias vitales. La aparición de un nuevo creador en Poesía puede
compararse con la aparición de un nuevo astro en el Universo, cuyo
brillo e intensidad difieren de los demás astros. Crear en Poesía es
superar su actividad con ideas y emociones nuevas expresadas en
forma auténtica. Un creador en Poesía es la fuerza latente de un
mundo que nace; es el signo, la palanca total de un organismo nuevo
que supera el pasado y marcha con la aureola del porvenir. Son sus
características: Triunfo en el combate y avance seguro con continuo
despertar de nuevos resplandores.

No es creación poética todo aquello que resulta de expresar


emociones forzadas e ideas ajenas a través de formas nuevas.
Formas recientes que hablan de ideas ya conocidas, carecen de valor
e implican un fraude a la suprema dignidad del pensamiento.
Tampoco debe confundirse la creación poética, con aquello que
resulta de aglomerar palabras cursis y retumbantes, sin ningún plan
ideológico y un espíritu que las ordene y anime. De nada sirve el
esplendor de una flamante forma si ella no dice una idea o emoción
de vida hecha fuego y espíritu. No incurramos en el grave error de
confundir la forma con la estética del verso. Hay entre ambos
conceptos una diferencia substancial. La forma es un simple medio de
ornamentación necesaria; en cambio, la estética es la belleza que
emana del verso mismo. Mientras la forma tiene un valor puramente
aparencial y pasajero; la estética tiene un valor intrínseco y
perdurable. Es, si se quiere, la dinámica espiritual del verso.

Por la Poesía habla el sentido divino de la existencia. A ella


entregan sus divinos secretos las supremas verdades, jamás
vislumbradas antes por ninguna inteligencia. El Universo y la
Naturaleza toda depositan en los surcos de la Poesía el tesoro de sus
maravillas. Si la mecánica mental de la filosofía es la eterna inquietud
de las intuiciones; la Poesía, con la mayor sencillez y sin el menor
aparato, es el eterno médium de las grandes verdades.

La Poesía ofrece un vasto campo para todas las expansiones del


espíritu, pero prefiere aquellas que concretan con hondura y precisión
aspectos de la realidad vivida y por vivir. Casi siempre, una metáfora
bien sentida y observada vale más que la inútil fraseología de un
poema interminable. La variedad emotiva penetrante, fuerte y rica en
imágenes nuevas, es lo que más entusiasma en el verso. Por eso,
para la Poesía que aspira al máximun de las emociones y sensaciones
dentro de un ambiente dentro de un ambiente de sencillez, la retórica
y el empleo de lugares comunes son sus peores enemigos.
Evolucionar y corregirse sin descuidar la escala ascendente de la
belleza ha de ser siempre la norma directriz del poeta.

Está fuera de discusión que el amor y el dolor son dos potencias


luminosas del espíritu. Ambas facultades, incluyendo el pensamiento,
son las que realizan el sublime milagro de acercarnos a la Naturaleza,
a las cosas que nos rodean y al verdadero Creador. El amor y el dolor
son fuentes de eterna inspiración; armónicamente enlazadas forman
la cadena de oro del espíritu. Pero, el empleo poco sereno y oportuno
de estas sublimes facultades conduce al poeta al amaneramiento; al
miserere de ese romanticismo caduco que desvirtúa al carácter real
de la Poesía.

Producir en el verso la emoción del dolor, serena y fuertemente,


sin incurrir en posturas enfermizas, es privilegio del verdadero poeta.
Nada más inmenso que trocar el dolor en huracanes de sagrada
rebeldía. El dolor egoísta y solitario, sin vinculación alguna a
determinado plan, es energía infecunda y hasta implica regresión
espiritual. Hecho fuerza de combate al servicio de grandes ideales, es
sublime y apoteósico.

El ensayo filosófico “La deshumanización del arte” del pensador


hispano José Ortega y Gasset, carece de valor intrínseco para adquirir
el relieve de doctrina. Sus puntos de vista son demasiado secundarios
para despertar siquiera el interés de determinado grupo artístico. No
se trata de una observación profundamente deducida que levante la
inquietud humana a un plano superior de vida. Dicho ensayo, en el
fondo, disgrega la dinámica espiritual y trata de conducir al Arte por
senderos lógicamente utópicos. Algo más, se propone el grave y
difícil problema de suprimir de la acción espiritual su mayor fuerza
anímica. El bullicioso ensayo filosófico del distinguido pensador,
quiere la eliminación del fruto para solamente conservar la cáscara.

Es error de buen sentido pretender construir un Arte para algunos,


y no para la satisfacción y el deleite de todos. Si el Mundo está
formado por el elemento humanidad y el hombre vive por ella y para
ella, por ley natural tiene que acomodarse a sus modalidades o, por
lo menos, no ser indiferente.

Deshumanizar el Arte sería despojar a la vida de su mayor


potencia vital. El sentido humano, cuya actividad es múltiple y
universal, nutre vitaliza y conduce al Arte al supremo triunfo. Si el
fuego totalizador y vivificante de lo humano no existiese, el Mundo
sería un caos y no tendría razón de ser.


Canción Infinita
I
Estoy de vuelta,
de muy lejos de la vida.
Traigo en mi alforja
un puñado de todas las cenizas.
He golpeado taciturno
los caminos sedientos de tragedia.

Poliforme trajín
de esa mecánica comercial.
Sombría oscilación de sueños.
Martilleo incesante de tumbas.
Todas las tintas ensayan
sus colores sobre los horizontes.

Un siniestro labrador
ha pasado tres veces
su arado sobre mi corazón.
II
Rompe al alba su cáscara de luz.
Amanece.
Sobre los campos, el Sol
derrama cántaros de vida.

Se abren las páginas


del libro indefinido.

Despierto saboreando
el pan amargo de los días.
Mágica danza de la suerte.
En mi cámara oscura
ronda la alquimia del enigma.

Todos los límites son pedazos


de mi axioma vencedor.
III
Una mano infinita
abre los candados de mi alma.
Salgo a pasear. Miro
y escucho por todos los lados.

Telepatía veloz de mi pasado.


Alguien murmura y cita
mi nombre en la lejanía.

Está demás. Venzo mi soledad


con el grito de mi alegría
desecho en ánforas musicales.
Ya la tarde muere ensangrentada
bajo la huella de mis ojos.

Sobre el eje del silencio


hago la pirámide
invisible de mis canciones.
IV
Nadie se asoma.
Todo enmudece
en los cuatro muros
de mi gabinete ultraterrestre.
Una onda de relámpagos
carboniza el velo de la noche.
Nadie se asoma.
En el escenario de mi yo
desfila el Mundo
con su procesión de heridas
y sus armas de cien filos.
Escarabajos incansables
del eterno panorama.
Todos ríen y todos lloran
en el vértigo errante
de una misma circulación.

Domador de alturas, apago


mi sed con cántaros de Luz.
V
Perspectiva indecisa
de esta mañana vestida de azul.
Explosión de pájaros campestres.
El disfraz mendigo de las gentes
no cesa de manchar mis ojos
con tintas de color.
Ahora siento la voz de la vida,
más dura y desigual
que en el variado paisaje de ayer.

Tosca barricada de palabras


a mi gesto libertador.
A todas partes llevo
el mensaje triste y vagabundo
de mi eléctrica canción.
Cascada de estrellas
sobre mis sienes
cansadas de pensar.
En el doblez quemante de mis huesos
tengo todavía las huellas
del grito de un convoy de pasajeros.
Fotogenia total de mi corazón.
Abro los puños para encerrar
las trágicas líneas de los caminos.

VI
Me encuentro solo.

El pastor de Cielos arranca


mis huesos de los muros de la Tierra.

Metafísica invencible de mi vuelo.

Las horas –arañas del enigma–


escarban la vida en los cuadrantes.

Puñados de tragedia trenzan


sus redes en los senderos.

Fuera del Mundo


despierta triunfante
la aurora de mis himnos.
VII
Minutos de sangre
en la callada estancia.
Arde el circuito
de mi angustia total.
En el calendario rojo de los días,
sólo soy dueño de mi pensamiento
y de mi larga órbita de viajero.

Zurzo y enmiendo
los harapos de la existencia.
Veo distinto el cuadro de las cosas
y hasta la torre
de mi destierro viste traje nuevo.
Con el incendio de mis cantos
adivino mi nombre
en la línea quebrada de dolor.
VIII
Remolino de ensueños
en el cinema rutilante
De este día hecho pedazos.
Están cansados mis sentidos
y siento frío
en la hoguera de mis nervios.

Vaivén de fuerzas
en la química del silencio.

En este minuto de prueba


están vacíos
los caminos de viajeros.

Como nunca, siento muy duras


las palancas de la vida
y pesa mucho
mi larga hilera de cantos.

Muñecas de mis brazos


sostén de doble equipaje.
Calla el concierto de mi voz
al mágico balance
de un puñado de motores.

IX
Despiertan mis ojos
con el deseo de un extraño dolor.
Radio viajero
de paisajes ignorados,
mientras las horas caminan
como locos cementerios.

Quito mi lámpara
del charco donde buscan luz
todas las pupilas.
Dinámica de mi alma
en el poliedro
giratorio de la existencia.
Tengo prendidas las manos
del tic-tac de los alientos;
respiración desigual
en alta torre sin peldaños.
Yo siento en mis nervios
el calor de un Sol que viaja
fuera de las distancias.

X
Ni una línea,
ni una vertical amiga
en el plano oscilante de mi soledad.
Espejo fugaz de la mañana.
Siento apenas las contorsiones
del esqueleto musical del recuerdo.
Cesa mi pluma de pintar
en el circo cotidiano de los orbes.

Tumbos de fuerza para la sed


vigilante de mis ansias.
Mágicos carteles del movimiento:
en el jalope de sus venas incrusto
las aristas pensantes de mi nombre.
En vano danza en mi cielo
el hechizo comercial de la esperanza.
Dialogando conmigo mismo,
simplifico el sentido de la Tierra
con la lente total de mi pensamiento.

XI
Estoy de viaje
cargando sobre mis hombros
al mendigo de la noche.
Centinela huraño
que parte en dos las maniobras
de mi sueño ultraterrestre.
Hoy, como nunca, trazo
mi ruta fuera de los sentidos.

Alguien trajina.
Es el cincel invisible
que taladra en el seno de la Tierra.
Alma de fuego que marcha
y piensa en todos los caminos.
Oigo sus campanadas victoriosas,
mientras la rueda de mis nervios
araña la escalera de los siglos.

Yo llevo mi canción
hacia un dominio donde jamás
se oyó la voz de los hombres.

XII
Zapateo el total de los seres.
Máscara poliforme
que siempre veo y desconozco.
Hoy la noche, más sola que nunca,
ha puesto sus ojos
en mi largo camino de luces.

Despido la visita paterna


de la muerte.
Balanza sin metro que marca
con fuego
este confuso carnaval de gritos.
Soy testigo de sus horas de lucha.
Alto vuelo victorioso
sobre las hélices
del movimiento Universal.

XIII
Parto en dos el harapo
arrogante de las horas.
Me siento más fuerte
que nunca en este agitado
comercio de motores dispersos.

Campanas de mis puños


sobre los cuatro
girones crepusculares.
Herméticamente entierro
en los senos de la Tierra
el teclado incesante
de una larga correspondencia.
Interrogatorio quemante
de la noche enlutada.
Con espiral de imanes
escribo en la frente de la Vida
la mayúscula de mi nombre.

Extraño rondar de edades.


De mis entrañas arranco
una mágica hilera
de puñales pensantes.
Siento a las ruedas de mi credo
estrujar el esqueleto del hombre errante.

XIV
Miro lo ilimitado. Caminan mis ojos
a la estación de todos los viajeros.

Están cerradas las puertas.


Sed de desierto en los senderos.

En los cuatro puntos cardinales


está triste la materia
y visten luto las montañas.
Festín de voces en las alturas.

Entre cenizas, vivos y muertos


mezclan las migas de sus instintos.

Derramando siglos, pasta


el Tiempo… rebaños de Universos.
Poemas libres

I
Estoy fuera del Mundo.
Reflector rutilante de mi vuelo.
Mis tintas escriben
en los talleres de la inmensidad.

Sombrío carnaval de risas.

A mis plantas, humean


cenizas de angustias humanas.

Estoy fuera del Mundo.


Guarismo de diabólicos problemas.

Con daga de fuego,


que nadie conoce, trazo el esquema
del vientre del enigma.

No existe termómetro
para la fiebre de mis himnos.
No soy vivo ni muerto;
soy una chispa del tiempo…

II
A dónde voy?
Más larga que la ruta
de los astros es mi viaje.
En la escala desigual
del rodar cotidiano
no tiene cita ni estación.

Siento ya sordo el trajín


de los cielos
y quebradas las huellas
sangrantes de los senderos.

Horario fijo
de mi lámpara centinela.
Bajo el foco candente
de mis ojos desfilan los viajeros
como signos vacilantes
de una vieja geometría.

Puñados de mensajes
sobre las crines del viento.

Desde que pienso,


el libro de la Vida es mendigo
del cofre de mis cantos.

III
Nadie escucha, reza ni canta.
Ronda mi alma
en la órbita de su destino.
Antenas de mis nervios
aisladores de relámpagos.
En el garfio luminoso
del análisis suspendo las cenizas
suplicantes de los siglos.

Teatro en duelo de mis ojos.


Un concierto de voces
detiene la marcha veloz de los relojes.
Esqueleto parlante de la Ciencia.
Veo despedazarse al radio
en el parto
de luz de lo invisible…

Rotación permanente
de mi perspectiva total.
En cada sitio de la Esfera
deja sus huellas la afirmación
victoriosa de mi credo.

IV
Despierto con el alma
puesta en todos los sentidos.
Doy cuerda al motor
de mi pensamiento
contra mil cabezas centinelas.
Subo cada vez más arriba
y ya no encuentro escalera
para llegar
a la cima de mi dominio.
Ceso de eclipsar velocidades.
Con polvo de tumbas
pinto mi auto-retrato vencedor.

Sobre un puñado de alfombras,


en círculo de infierno, el Mundo
prosigue su siniestra procesión.

V
Se despedaza la esperanza.
No importa. Estoy feliz
con el drama de mí mismo.
El sarcasmo del destino es ya
viejo polvo del circo de mi alcoba.

Estoy solo. No importa.


Mi soledad lo abarca todo.
Ya no abro los ojos: cuanto veo
es un instante del poder que adoro.
Mi alma siembra siempre en ascenso.
Vivo las jornadas del silencio,
escuchando la voz que nadie escucha.

VI
Cierro las puertas del libro.
Traficante usurero
que sigue noche y día
las huellas sin retrato de mi paso.
Todo lo comprendo.
En mis sentidos, quedan todavía
migajas de la acústica
ondulante de los seres.

Hace rato, desde que miro


a la cima de mi altar,
me aburre el peso desecho
de mi carne vagabunda.

Hora que no marca


la esfera de ningún reloj.
Todo lo comprendo y hasta veo
el prodigio de lo invisible:
receptor de mi grito triunfal.
En todo alfabeto están los signos
de la fotogenia
de mis cinco dedos sembradores.
La Eternidad es apenas
un retazo pensante
en el axioma de mi credo.

VII
Soy siempre el mismo.
El ruido potente de fábricas
no interrumpe en nada
el verbo tranquilo de mi oración.
Entre montañas y pampas fornidas,
saltando manojos de estrellas,
llego preciso al cerebro de mi altar.
Ya en rincón-asilo de ciegos dejo
el cesto mendigo de las filosofías.
Templo sin público
de mi mapa totalizador.
En vano conmigo ese derroche
de luces variadas, vagones eléctricos
y pájaros de acero.
A mi soledad rodeada de llamas
no llamo a sombras movibles
del paisaje cotidiano.
En la bujía pensante del Universo,
soy dueño de una llave
que nadie ha conocido.

VIII
Con un faro de luz en cada brazo,
desciendo del dominio de mi Religión.
No escucho a la Tierra,
ni a la Vida, ni a la Muerte.
Con ademán gigante trituro
entre mis dedos el escudo de armas
de mil dioses y demonios.
Cierro el almacén de preguntas
del pasado y del presente.

Estoy en el campo de la victoria.


Tres mensajes decisivos
sobre las cumbres más altas.
No escucho a la Tierra,
ni a la Vida, ni a la Muerte.
En vano Rayos x oscila
en los blancos hospitales
sus chispas luminosas.

En las tumbas de todos los templos


se apagan las viejas canciones.

IX
Repleto de signos magnéticos
está la telepatía de mi silencio.
Alfabeto mudo de todos los idiomas.
Rompiendo el cartel de nuevos avisos,
voy cortando las garras
al verdugo inclemente de los relojes.

Tambor sinfónico
de la noche en vigilia.
Entre las rejas cíclicas
de mis neuronas detengo el vértigo
de numerosas llaves y vagones.
Cierran sus puertas pordioseras
los libreros vendedores de conciencias.

Tres vueltas estratégicas


sobre la pista de nueva visión.
Ya no busco luces ni pequeñas diferencias
para el cómputo de mi suma total.
Con gesto de combate voy contra el sueño
terrestre haciendo saltar
las rudas cadenas de la Muerte.
X
Pulverizo preguntas.
Vienen las notas de mi dolor
de más allá de la Existencia.
En la pauta fija de mi programa,
tuerzo uno tras otro los negros
nudos de la metafísica terrestre.
Siento ya un hondo cansancio
a la función constante de largas
chimeneas y heladas almas ambulantes.
Con el mismo decorado pensativo,
sediento de mis huesos, edifico
sin descanso un laberinto sin salida.
Cada nuevo día el cuadro
de mis ojos es más firme que nunca.

Así, duermo y despierto con mi baúl


triunfante en todos los análisis.
Ascensión

Un trepidar de extrañas melodías


sacude los sentidos pensativos
y se crispan los puños estrujando Mundos.

Sed, hambre y frío


en el tortuoso laberinto de las encrucijadas,
donde numerosos ases sensitivos
perecieron al golpe del yunque forjador.

Al fin llegamos.
El mágico timonel ha roto
entre sus dientes
los negros cuchillos de la Esperanza.
Nuestras plantas amasaron sin tregua
al zig-zag de la ruta traicionera.
Ya la esponja del viento caritativo
nos enjuga el sudor de la faena vencida.

Al fin llegamos.
Tañen sonoras las campanas
de nuestros corazones,
pregonando el triunfo
a la santa alegría de los horizontes.

Soñador

Las cosas meditan


extraños pensamientos.
Ha tocado en todos
los extremos y vuelve con el alma
en la horca de un abismo.

Espantosa tragedia de buscar


lo que nadie busca.
Oscila la balanza medidora.
Soñador… Casa tras casa cierra
el Sol con una sola llave.
Esplín

Hoy valgo menos


que un labriego vagabundo.
Ni un real resplandeciente
que camine al azar
en la pista de juego de mi bolsón.
Siento a mi cuerpo alejado
y mínimo como la sala de un hospital.
Me aburre ya el loco compromiso
de mostrar la misma cara
al disfraz variable de la ilusión.
Veinte viajeros indiferentes
en los huesos calcinados de la tarde.
Esta matraca consciente de los cinemas
oprime cada vez más
con su desplante mi vacío corazón.

Hoy valgo menos


que un labriego vagabundo.
Como visita fraterna, sólo tengo
la sonrisa burlona de los días verdugos.
Poema

La calle viste de luto


y está sola de amigos.
Soy el único caminante
que amasa sus veredas
con golpes bien marcados.
Trayectoria cíclica
de mi nocturno amor.
Los postes taciturnos
están desnudos
de cortinas familiares.
De tanto pasar bajo los arcos
de las casas, mi nuevo sombrero
tiene ya el aspecto
de una tumba sin color.
En la pizarra eléctrica del cielo
se clavan los signos de mi nombre
como una llamarada azul.

Hoy, en mi mesa de trabajo,


pongo un manojo de papeles
mojados de tanto llorar.
Manicomio
I
Ríe el mundo en los contornos.
Policromía danzante
de bultos y máscaras eléctricas.
Cuatro llaveros pensantes
en las esquinas de la sala de consulta.

Volcanes que se agitan;


esfinges que lloran.
Entre pasillos, ronda la Ciencia
auscultando tumbas dormidas.

Afuera, en ondas musicales,


trajina el lujo y la miseria.
Siembra de negaciones;
relámpagos de axiomas.
Espiral teñida de sombras
en la cita de un eterno crisol.
Masticando su propio sueño
marchan todos al mismo teorema.
II
Himnos de sangre.
Nervios de piedra.
Un huracán de tristeza
azota la soledad de la estancia.
Pesadilla de sueños
frente a los ojos brujos
de una lámpara centinela.
En la curva del reloj adormecido
danzan suspiros de la noche.

Tragedias de olvido.
Telarañas de recuerdo.
Cascadas de gritos mendigos
sobre la acústica analítica
del pabellón solitario.
Diabólica simetría ambulante.
Acá y allá, fantasmas burlones
juegan a dados con la muerte.

Giran las pupilas, paralelas


adivinas del enigma de las cosas.
Libros publicados:
Cosmos (versos)
Canción Infinita (versos)
Libros en preparación:
Rayos X (prosas)
Este libro se acabó de imprimir el 22 de
Agosto de mil novecientos veintiocho en los
modernos talleres de la “Tipografía Comercial”,
Casa editora, de José G. Herrera.
Puno-Perú.

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