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AÑO 2019
MODULO 4:
ANTROPOLOGÍA FEMINISTA
Contenidos mínimos:
Genealogías feministas: de las “olas” a la marea verde. Feminismos norteamericanos y
latinoamericanos. Los sujetos políticos del feminismo.
Antecedentes de los estudios de género: Papeles y conductas sexuales. El segundo sexo.
La segunda ola en el feminismo estadounidense. El construccionismo social del género y el
paradigma de la identidad de género. Sexo/Género. Naturaleza/Cultura. Críticas al
binarismo y a la naturalidad del sexo.
Trabajo doméstico, salario y relaciones capitalistas. Trabajo invisibilizado como amor
y cuidado. La organización de la familia nuclear bajo el capital.
Bibliografía:
Silvia Federici
3. Contraatacando desde la
cocina (1975)
Escrito con Nicole Cox*
* Este texto se escribió originalmente como respuesta a un artículo que apareció en la revista
Liberation bajo el título «Women and Pay for Housework» [«Mujeres y paga para el trabajo
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se permite la copia
doméstico»], firmado por Carol Lopate (Liberation, vol. 18, núm. 8, mayo-junio de 1974, pp. 8-11).
Nuestra réplica al artículo fue rechazada por los editores de la revista. Si lo publicamos ahora
es porque, en ese momento, Lopate mostraba mayor apertura que la mayoría de la izquierda
tanto respecto a sus hipótesis fundamentales como en relación con el movimiento internacional
de mujeres. Con la publicación de este artículo no queremos dar pie a un debate estéril con la
izquierda sino cerrarlo.
1 Mariarosa Dalla Costa, «Women and the Subversion of the Community», en Dalla Costa y
Selma James (eds.), The Power of Women and the Subversion of the Community, Bristol, Falling Wall
Press, 1973, pp. 25-26 [ed. cast.: «Las mujeres y la subversión de la comunidad» en El poder de las
mujeres y la subversión de la comunidad, México, Siglo XXI Editores, 1975].
51
52 Revolución en punto cero
Pero por qué el capital permite que sobreviva tanto trabajo no rentable, tanto
tiempo de trabajo improductivo, es una pregunta que la izquierda nunca enca-
ra, siempre segura de la irracionalidad e incapacidad del capital para planificar.
Irónicamente ha trasladado su ignorancia respecto a la relación específica de
las mujeres con el capital a una teoría por la cual el subdesarrollo político de
las mujeres solo se superará mediante nuestra entrada en la fábrica. Así, la ló-
gica de un análisis que focaliza la opresión de la mujer como resultado de su
exclusión de las relaciones capitalistas resulta inevitablemente en una estrategia
diseñada para que formemos parte de esas relaciones en lugar de destruirlas.
En este sentido, hay una conexión directa entre la estrategia diseñada por
la izquierda para las mujeres y la diseñada para el «Tercer Mundo». De la mis-
ma manera que desean introducir a las mujeres en las fábricas, quieren llevar
las fábricas al «Tercer Mundo». En ambos casos la izquierda presupone que
los «subdesarrollados» ―aquellos de nosotros que no recibimos salarios y que
trabajamos con un menor nivel tecnológico― estamos retrasados respecto a la
«verdadera clase trabajadora» y que tan solo podremos alcanzarla a través de la
obtención de un tipo de explotación capitalista más avanzada, un mayor trozo
del pastel del trabajo en las fábricas. En ambas situaciones, la lucha que ofrece
la izquierda a los no asalariados, a los «subdesarrollados», no es la rebelión
contra el capital sino la pelea por él, por un tipo de capitalismo más racionali-
zado, desarrollado y productivo. En lo tocante a nosotras, no nos ofrecen solo
el «derecho a trabajar» (esto se lo ofrecen a todos los trabajadores) sino que nos
ofrecen el derecho a trabajar más, el derecho a estar más explotadas.
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2 Silvia Federici, «Wages against Housework», 1975 [recogido en el presente volumen como
«Salarios contra el trabajo doméstico»].
3 «La demanda de una paga para el trabajo doméstico llega de Italia, donde la inmensa mayoría
de las mujeres de todas las clases todavía permanecen en los hogares. En EEUU más de la mitad
de las mujeres trabajan». Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 9.
Contraatacando desde la cocina 55
El trabajo invisibilizado
Por todo esto dudamos de que en EEUU «las escuelas, jardines de infan-
cia, guarderías y la televisión hayan asumido gran parte de la responsabi-
lidad de las madres en la sociabilidad de sus hijos» y que «la disminución
del tamaño de los hogares y la mecanización del trabajo doméstico ha[ya]
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4 Mariarosa Dalla Costa, «Community, Factory and School from the Woman’s Viewpoint»,
L’Offensiva, 1972: «La comunidad es esencialmente el lugar de la mujer en el sentido de que es
allí donde directamente efectúa su trabajo. Pero de la misma manera la fábrica es también el
lugar que personifica el trabajo de las mujeres a las que no se verá allí y que han traspasado su
trabajo a los hombres que son los únicos que aparecen. De la misma manera, la escuela representa
el trabajo de las mujeres a las que tampoco se verá pero que han trasladado su trabajo a los
estudiantes que regresan cada mañana alimentados, cuidados y planchados por sus madres».
Contraatacando desde la cocina 57
Queda por puntualizar que al afirmar que el trabajo que llevamos a cabo
en casa es producción capitalista no estamos expresando un deseo de ser le-
gitimadas como parte de las «fuerzas productivas»; en otras palabras, no es
un recurso al moralismo. Solo desde un punto de vista capitalista ser pro-
ductivo es una virtud moral, incluso un imperativo moral. Desde el punto
de vista de la clase obrera, ser productivo significa simplemente ser explo-
tado. Como Marx reconocía «ser un obrero productivo no es precisamente
una dicha, sino una desgracia».8 Por ello obtenemos poca «autoestima» de
esto.9 Pero cuando afirmamos que el trabajo reproductivo es un momento
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se asegura de que él o ella nunca serán otra cosa que trabajadores. Esta es la
razón por la que es crucial la lucha de las mujeres de la clase obrera contra
la institución familiar».12
12 Dalla Costa, «Women and the Subversion of the Community», op. cit., p. 41.
13 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 11: «Muchas de las mujeres que a lo largo
de nuestra vida hemos luchado por esta reestructuración hemos caído en periódicas desespera-
ciones. Primero, había viejos hábitos ―nuestros y de los hombres― que romper. Segundo, había
problemas reales de tiempo... ¡Pregúntale a cualquier hombre! Es muy difícil para ellos acordar
horarios a tiempo parcial y resulta complicado demandar horarios de trabajo especiales para
poder implicarse de una manera equitativa en el cuidado de los hijos».
14 Ibidem.
60 Revolución en punto cero
por nada y que estamos tan desesperadas por lograr un poco de dinero para
nosotras mismas que pueden obtener nuestro trabajo a bajo precio. Desde que
el término mujer se ha convertido en sinónimo de ama de casa, cargamos, va-
yamos donde vayamos, con esta identidad y con las «habilidades domésticas»
que se nos otorgan al nacer mujer. Esta es la razón por la que el tipo de em-
pleo femenino es habitualmente una extensión del trabajo reproductivo y que
el camino hacia el trabajo asalariado a menudo nos lleve a desempeñar más
trabajo doméstico. El hecho de que el trabajo reproductivo no esté asalariado
le ha otorgado a esta condición socialmente impuesta una apariencia de na-
turalidad («feminidad») que influye en cualquier cosa que hacemos. Por ello
no necesitamos que Lopate nos diga que «lo esencial que no podemos olvidar
es que somos un “sexo”».15 Durante años el capital nos ha remarcado que
solo servíamos para el sexo y para fabricar hijos. Esta es la división sexual del
trabajo y nos negamos a eternizarla como inevitablemente sucede si lanzamos
preguntas como estas: «¿Qué significa hoy día ser mujer? ¿Qué cualidades
específicas, inherentes y atemporales, si las hay, se asocian a “ser mujer”?».16
Preguntar esto es suplicar que te den una respuesta sexista. ¿Quién puede
decir quiénes somos? De lo que podemos estar seguras que sí sabemos hasta
ahora es qué no somos, hasta el punto de que es a través de nuestra lucha que
obtendremos la fuerza para romper con la identidad que se nos ha impuesto
socialmente. Es la clase dirigente, o aquellos que aspiran a gobernar, quien
presupone que existe una personalidad humana eterna y natural, precisamen-
te para perpetuar su poder sobre nosotras.
La glorificación de la familia
15 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 11: «Lo que esencialmente no debemos
olvidar es que somos un SEXO. Es la única palabra desarrollada hasta ahora para describir
nuestros puntos en común».
16 Ibidem.
Contraatacando desde la cocina 61
19 Ibidem: «Creo que es en el ámbito privado donde mantenemos con vida nuestras almas».
20 Russel Baker, «Love and Potatoes», The New York Times, 25 de noviembre de 1974.
21 Marx, Capital, op. cit., 1990 [ed. cast.: Marx, El Capital, op. cit., vol. 1, p. 481].
Contraatacando desde la cocina 63
El uso que el capital hace de los salarios también oculta quién forma la clase
obrera y mantiene divididos a los trabajadores. Mediante las relaciones sala-
riales, el capital organiza diferentes mercados laborales (un mercado laboral
para los negros, para los jóvenes, para las mujeres jóvenes y para los hombres
blancos) y opone la «clase trabajadora» al proletariado «no trabajador», su-
puestamente parasitario del trabajo de los primeros. Así, a los que recibimos
ayudas sociales se nos dice que vivimos de los impuestos de la «clase trabaja-
dora», las amas de casa somos retratadas como sacos rotos en los que desapa-
recen los sueldos de nuestros maridos.
Estas son las raíces del sexismo, del racismo y del «bienestarismo»23 (el
desdén por los trabajadores que han logrado obtener ayudas sociales por par-
te del Estado) que suponen un reflejo de los diferentes tipos de mercados
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22 Selma James, Sex, Race and Class, Bristol, Falling Wall Press and Race Today Publications, 1975.
23 Véase, por ejemplo, M. de Aranzadi, «Bienestarismo. La ideología de fin de siglo», Ekintza
Zutzena, núm. 24, 1998: «Los pobres son considerados un lastre para el desarrollo económico,
que es condición indispensable para que el bienestarismo, concepción radicalmente materialista,
pueda desarrollarse. En lógica consecuencia, los pobres deben ser abandonados a su suerte ya
que, después de todo, en este mundo de oportunidades, los únicos culpables de su situación son
ellos mismos». [N. de la T.]
64 Revolución en punto cero
Demandas salariales
Nuestra fuerza como mujeres empieza con la lucha social por el salario, no
para ser incluidas dentro de las relaciones salariales (puesto que nunca estu-
vimos fuera de ellas) sino para ser liberadas de ellas, para que todos los sec-
tores de la clase obrera sean liberados de ellas. Aquí debemos clarificar cuál
es la esencia de la lucha por el salario. Cuando la izquierda sostiene que las
demandas por un sueldo son «economicistas», «demandas parciales», obvian
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tenemos sobre nuestras vidas. Por esto los salarios han sido históricamente el
principal campo de batalla entre trabajadores y capital. Y como expresión de
la relación de clases, el salario siempre ha tenido dos caras: la cara del capital,
que lo usa para controlar a los trabajadores, asegurándose de que tras cada
aumento salarial se produzca un aumento de la productividad; y la cara de los
trabajadores, que luchan por más dinero, más poder y menos trabajo.
Tal y como demuestra la actual crisis capitalista, cada vez menos y menos
trabajadores están dispuestos a sacrificar sus vidas al servicio de la producción
capitalista y hacer caso a los llamamientos a incrementar la productividad.25
Pero cuando el «justo intercambio» entre salario y productividad se tambalea,
la lucha por el salario se convierte en un ataque directo a los beneficios del
capital y a su capacidad de extraer plustrabajo de nuestra labor. Por esto la
lucha por el salario es simultáneamente una lucha contra el salario, contra los
medios que utiliza y contra la relación capitalista que encarna. En el caso de
los no asalariados, en nuestro caso, la lucha por el salario supone aún más cla-
ramente un ataque contra el capital. El salario para el trabajo doméstico signi-
fica que el capital tendría que remunerar la ingente cantidad de trabajadores
de los servicios sociales que a día de hoy se ahorra cargando sobre nosotras
esas tareas. Más importante todavía, la demanda del salario doméstico es un
claro rechazo a aceptar nuestro trabajo como un destino biológico, condición
necesaria ―este rechazo― para empezar a rebelarnos contra él. Nada ha sido,
de hecho, tan poderoso en la institucionalización de nuestro trabajo, de la
familia, de nuestra dependencia de los hombres, como el hecho de que nun-
ca fue un salario sino el «amor» lo que se obtenía por este trabajo. Pero para
nosotras, como para los trabajadores asalariados, el salario no es el precio de
un acuerdo de productividad. A cambio de un salario no trabajaremos más
sino menos. Queremos un salario para poder disfrutar de nuestro tiempo y
energías, para llevar a cabo una huelga, y no estar confinadas en un segundo
empleo por la necesidad de cierta independencia económica.
Nuestra lucha por el salario abre, tanto para los asalariados como para los
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hemos pertenecido al capital. Y es hora de que le hagamos pagar por cada uno
de esos momentos. En términos de clase esto supone la exigencia de un salario
por cada momento de nuestra vida al servicio del capital.
Esta ha sido la perspectiva de clase que le ha dado forma a las luchas, tanto
en EEUU como a escala internacional, durante los años sesenta. En EEUU las
luchas de los negros y de las madres dependientes de los servicios sociales
―el Tercer Mundo de las metrópolis― expresaban la revuelta de los no asala-
riados y el rechazo a la única alternativa propuesta por el capital: más trabajo.
Estas luchas, cuyo núcleo de poder residía en la comunidad, no tuvieron lugar
porque se buscase un mayor desarrollo sino por la reapropiación de la riqueza
social que el capital ha acumulado gracias tanto a los no asalariados como a
los asalariados. Cuestionaron la organización social capitalista que impone el
trabajo como condición básica para nuestra existencia. También desafiaron el
dogma de la izquierda que proclama que solo en las fábricas la clase obrera
puede organizar su poder.
No es la tecnología per se la que nos degrada sino el uso que el capital hace
de ella. Además, la «autogestión» y la «gestión de los trabajadores» siempre
han existido en el hogar. Siempre tuvimos la opción de decidir si hacíamos la
colada el lunes o el sábado, o la capacidad de elegir entre comprar un lavapla-
tos o una aspiradora, siempre y cuando puedas pagar alguna de esas cosas.
Así que no debemos pedirle al capital que cambie la naturaleza de nuestro
trabajo, sino luchar para rechazar reproducirnos y reproducir a otros como
trabajadores, como fuerza de trabajo, como mercancías. Y para lograr este ob-
jetivo es necesario que el trabajo se reconozca como tal mediante el salario.
Obviamente mientras siga existiendo la relación salarial capitalista, también
lo hará el capitalismo. Por eso no consideramos que conseguir un salario su-
ponga la revolución. Afirmamos que es una estrategia revolucionaria porque
socava el rol que se nos ha asignado en la división capitalista del trabajo y en
consecuencia altera las relaciones de poder dentro de la clase trabajadora en
términos más favorables para nosotras y para la unidad de la clase.
27 Ibidem.
28 Ibidem.
68 Revolución en punto cero
es no tener precio, valorarnos fuera del mercado, que el precio sea inasumi-
ble, para que el trabajo reproductivo, el trabajo en la fábrica y el trabajo en la
oficina sean «antieconómicos».
ra a intentar controlar de una manera más directa nuestro trabajo, esto sería
preferible a nuestra situación actual; ya que este intento sacaría a la luz quién
29 Ibidem, p. 10.
30 Ibidem.
Contraatacando desde la cocina 69
decide y manda sobre nuestro trabajo, y es mejor saber quién es nuestro ene-
migo que culparnos y seguir odiándonos a nosotras mismas porque estamos
obligadas a «amar o cuidar» «sobre la base del miedo y la dominación».31
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se permite la copia
31 Ibidem.
Verena Stolke
Universidad Autónoma de Barcelona
Introducción
Una buena ocasión para recapitular la historia de
2
Silvia TUBERT, 2003. un concepto se ofrece cuando éste entra en crisis.2 La crisis
del concepto de género tiene mucho que ver con la crisis
actual de las teorías sociales clásicas, y en particular de
las nociones de cultura, naturaleza y sociedad. Las nociones
de género y de cultura son hoy tan ubicuas como
ambiguas. Se han convertido en palabras percha, una
especie de comodines que se emplean con intenciones y
significados de lo mas diversos. En los años 1970s las
académicas feministas escogieron el término género
precisamente para hacer hincapié en que la desigualdad
y la opresión de las mujeres en relación con los hombres
no dependen de las diferencias de sexo biológico propios
de la especie humana. Las relaciones de género son
fenómenos socio-culturales que estructuran la perpetuación
de la vida humana en sociedad de modo tan fundamental
y enigmático como, por ejemplo los sistemas de parentesco.
Una historia del concepto de género implica y refleja, por
lo tanto, la concepción cambiante de la cultura en relación
a la naturaleza.
La energía creativa de la antropología emana de la
tensión entre dos tipos de exigencias: por un lado nos
ocupamos de seres humanos universales y, por otro, de
realidades culturales particulares. Tradicionalmente, la
antropología socio-cultural se ha basado en la idea de que
una clara línea divisoria separa al mundo de la cultura
humana del resto del mundo vivo. La biología y otras
disciplinas afines explicarían aquella dimensión de nuestra
condición humana que nos asemeja a otros animales. Pero
nuestra capacidad para el aprendizaje, para comunicarnos
mediante el lenguaje y de interpretar el mundo en que
vivimos dotándolo de significados simbólicos nos ha
permitido trascender las limitaciones que nos impone
nuestra naturaleza animal biológica para alcanzar esa
condición humana flexible y adaptable única. La noción
de cultura se desarrolló en la pugna intelectual de las
ciencias sociales contra los intentos por parte de las ciencias
naturales de atribuir la conducta y la variedad humanas
3
Alan BARNARD y Jonathan exclusivamente a factores biológicos, es decir, naturales.3
SPENCER, 1998, p. 393 et seq. El término género ha sido clave en la teoría y política
feministas desde los años 1970s en su combate contra el
sentido común sexista y androcéntrico que prevalece en
la sociedad y en la academia occidentales. Se trataba de
demostrar que “la biología no es destino” sino que las
identidades socio-simbólicas que se asignan a las mujeres
en sus relaciones con los hombres en la organización de la
vida en sociedad, al ser culturales, son variables y, por lo
39
KESSLER, 1990; Alice DREGER, Aunque pueda parecer a primera vista que los
2004. La Intersex Society of North expertos tratasen simplemente de adaptar la anatomía
America (Sociedad Intersexos de
América del Norte) fue fundada sexual de una persona a su género asignado, en el
en los años 1990s por la diagnóstico de los intersexos se infiltran ideales culturales
historiadora de la medicina que están basados en el modelo bio-sexual dualista e
Cheryl Chase y un grupo de incluso supuestos con respecto en especial a los genitales
activistas para luchar contra la
“normales” del varón. En la asignación del género del recién
verguenza, el secretismo y las
intervenciones quirúrgicas no nacido se suelen emplear dos tipos de indicadores, uno
deseadas realizadas en personas biológico y otro cultural, a saber, el análisis cromosómico,
que nacen con una anatomía por un lado, y no cualquier pene sino el tamaño
genital que alguien decidió que “adecuado” del mismo, por el otro. En el caso de intersexos
no correspondía a la norma
masculina o femenina. La congénitos el objetivo psico-médico consiste en
Conferencia Nacional de NOW “normalizar” los genitales “anormales” mediante una
de 2001aprobó una resolución a intervención quirúrgica temprana y la administración
favor del derecho de elegir de las posterior de las hormonas correspondientes. Aunque el
niñas intersexo.
40 bebé posea el cromosoma Y si su pene es considerado
Anne FAUSTO-STERLING, 2004;
FAUSTO-STERLING, 2000. Cabe demasiado pequeño, la tendencia es a transformarlo en
señalar que Fausto-Sterling es femenino. Es decir, el género “normal” no depende apenas
profesora de biología y de de poseer o no un pene sino de si el pene es, además, de
estudios de la mujer en el un tamaño normal.39
departamento de biología
cecular y bioquímica de la Brown La idea de que no existen mas de dos sexos está
University, EEUU, es decir, que su profundamente arraigada en la cultura occidental y la
crítica procede de dentro del profesión biomédica no duda de que la identidad femenina
campo biológico. y masculina son las únicas opciones “naturales” para l@s
41
Pero la teoría en la práctica
intersexos. El propio término “intersexos” revela esta
puede ser otra sobre todo
cuando se trata de cuestiones de concepción cultural dualista en la medida en que su
política. La traducción del anatomía genital es diagnosticada como ambigua relativo
término inglés gender a otras a la norma sexual dualista y heterosexual. 40 Estos
lenguas planteó algunas antecedentes bio-culturales del concepto de género se
dificultades y y dio lugar a una
serie de deslices. En alemán, por reflejarán en los debates a que da lugar el género en las
ejemplo, el término Geschlecht teóricas feministas.
designa indistintamente el sexo
biológico y el género social. En ¿Es el género para el sexo como la cultura
castellano la traducción género
es aún mas polisémica pues
es para la naturaleza?
género se refiere tanto al género
humano, a una clase u orden de Como indiqué, las feministas anglosajonas Millett y
determinadas cosas y al género Greer recurrieron al término gender procedente de la
gramatical. A parte de los psicología y la bio-medicina para distinguir aquello que es
inconvenientes políticos de ser un construcción socio-cultural de lo que depende de la
término que tiene diversos
significados y ser además poco naturaleza en las relaciones de las mujeres con los hombres.
conocido, género se prestó Pero al dotar el término género de rango teórico las
fácilmente a un uso plural: los o feministas quisieron enfatizar además el carácter relacional
dos géneros. Las feministas que y por lo tanto político de las definiciones normativas de la
pluralizan la palabra género
revelan una concepción dualista
feminidad y la masculinidad. Es decir, las mujeres y los
del género, análoga al dualismo hombres en tanto que actor@s sociales se “hacen”
sexual, escamoteando el recíprocamente y por consiguiente, en lugar de analizarl@s
carácter político-ideológico de por separado deben situarse en el entramado de las
las relaciones entre mujeres y relaciones de poder que l@s constituyen .41
hombres. En ámbitos ajenos a la
investigación teórica no es
65
Cabe señalar aquí que “realidad” natural está mediada por valores e intereses
bastantes feministas críticas de la
sociales. Pero, como señaló Evelyn Fox-Keller,65 la crítica
ciencia provienen de las ciencias
exactas y las ciencias de la vida feminista de la ciencia también heredó de los estudios
y poseen así amplios conoci- feministas las ambigüedades e inestabilidades
mientos epistemológicos e epistemológico-políticas con respecto al género. Si el género
históricos que hacen que sus no puede ser reducido al sexo ni la ciencia es y jamás será
formulaciones trasciendan por lo
general las teorías conspiratorias
una imagen espejo de la naturaleza, ¿cómo podemos definir
características de lo que se ha entonces el género y/o la ciencia? Así, los debates sobre el
venido llamando la guerra de la género han oscilado entre los esencialismos y la idea de la
ciencia. Evelyn Fox-Keller, en plasticidad infinita de la especie humana de modo análoga
efecto, se formó en física teórica,
a como la discusión sobre la ciencia lo ha hecho entre el
investigó sobre la interfase entre
física y biología y ahora se objetivismo y el relativismo. En última instancia subyace a
dedica a la historia y filosofía de estas controversias el dualismo cartesiano entre cultura y
la biología del desarrollo. naturaleza, entre la creatividad humana y las supuestas leyes
universales de la naturaleza. Los posicionamientos a este
respecto son siempre políticos pues lo que está en juego es
el poder. La infinita proliferación postmoderna de las
diferencias, sin embargo, no ofrece una respuesta al
problema de cómo superar estos dualismos pues elimina un
término, a saber la “naturaleza”, del dualismo. Fox-Keller, en
cambio, insiste en que la naturaleza existe: “De verdad – tal
vez la única verdad que conocemos en este momento – ni
la naturaleza ni el sexo pueden ser denominados inexistentes.
Ambos persisten mas allá de la teoría como advertencias
66
FOX-KELLER, 1987, p. 43. intimidantes de nuestra mortalidad”.66 ¿Cómo navegar
entonces entre, o mejor aún, con los condicionantes de la
naturaleza y los deseos de libertad. Al menos debemos tener
siempre muy presente la afinidad humana, es decir, la
humanidad compartida, que subyace a las particularidades
67
FOX-KELLER, 1987. y diferencias.67
Donna Haraway se distingue y a la vez complementa
68
Donna Haraway se formó en el pensamiento de Fox-Keller.68 Haraway desarrolla una
zoología y filosofía y también se crítica sistemática de las distorsiones sexistas en la zoología
dedica a la historia y filosofía de y la biología así como de la biotecnología. En uno de sus
la ciencia.
69
HARAWAY, 1988.
artículos clásicos69 Haraway desarrolla una propuesta
epistemológica para el problema de cómo producir un
conocimiento del mundo “real” desde la crítica feminista
de la ciencia, que pueda ser compartido por activistas
feministas. Por un lado, para Haraway la crítica de la ciencia
positiva no implica abandonar el estudio riguroso del sexo
en su tensa relación con el género pues ello significaría
perder el propio cuerpo como algo mas que una mera
página en blanco disponible para las inscripciones sociales
y científicas. Aunque tampoco se trata de contemplar el
“sexo” como simple materia prima para la construcción
social del género. Haraway rechaza el retorno a una
especie de realismo materialista. Y, por otro lado, señala
que la crítica de la ciencia no se debe limitar a desmitificar
el carácter subjetivo y la contingencia histórica del
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“L
“Laa Mujer es P uro Cuento
Puro Cuento”: ”: The Culture of Gender
Abstract: The term gender has become the feminist shorthand, in the 1970s, to signal the cultural
construction rather than biological basis of women’s unequal treatment and domination by men.
In the past three decades the term has become as ubiquitous as ambiguous in feminist theorizing
but, surprisingly, there is no semantic history of the origins, changing approaches and meanings
of the concept. In this article I show that US sexologists and psychologists introduced gender in
the 1950s in their endeavour to distinguish anatomical sex from social gender. This biomedical
construction of gender is relevant for the epistemological difficulties in feminist theory with the
link between gender and sex. In this article I address three related issues: 1) the habit among
feminist scholars to explicitly or implicitly root gender in sex differences, 2) the heterosexual dualism
that characterized the original medical notion of social gender and persists in much feminist
theorizing until the late 1980s, and 3) the unquestioned cartesian dichotomy between nature
and culture that runs like a red thread through the controversy over sex and gender. The article
is inevitably open-ended. As I suggest, developments in biotechnology may open new vistas on
what is the fundamental anthropological dilemma, namely, how to reconcile culture with nature.
Key words
words: sex and gender, nature and culture.
1
del feminismo. Sin embargo, esta idea luego fue puesta en cuestión, en primer lugar, por mujeres
negras, lesbianas y socialistas, entre otras, quienes señalaban que “la mujer” del sujeto del
feminismo tenía un fuerte componente homogeneizante: usando un ideal unívoco de “mujer”, se
universalizaban las realidades de las mujeres blancas, anglosajonas y educadas que poco tenían
que ver con la de tantas otras mujeres.
Pero, además, y en segundo lugar, el feminismo radical fue puesto en cuestión por la teoría queer y
el movimiento LGBT+. Desde allí se desestabilizó la idea misma de “la mujer” como sujeto exclusivo
del feminismo, abriendo el espacio para que se visibilicen dentro de la lucha feminista otras
subjetividades que también se encuentran en desventaja dentro del sistema jerarquizado de género
que conforma nuestra sociedad. La propia noción de “identidad de género”, entonces, pasó a ser
un problema a la vez teórico y existencial, y el binarismo mujer-varón, que no había sido
problematizado por el feminismo radical de la segunda ola, se explicita como un determinante más
a abolir en la política sexual.
La irrupción de la voz de la diversidad dentro del movimiento de mujeres, por lo tanto, hizo explícito,
en primer lugar, que no es posible hablar de “la mujer” sino que es necesario hablar de “las
mujeres”, para evitar universalizaciones que oculten las diferencias entre las propias mujeres, y
que, en segundo lugar, no son sólo quienes se identifican como “mujeres” quienes padecen las
consecuencias de las normas del género, ni sólo son “mujeres” quienes la sociedad define como
tales, en base a la interpretación de su genitalidad o algún otro rasgo biológico. A partir de ese
momento, el feminismo no sólo dejó de ser sinónimo del “movimiento de mujeres”, abarcando
múltiples identidades como lesbianas, travestis, trans y personas no binarias, sino que tampoco se
pudo nombrar más en singular. Hoy en día hablamos de “los feminismos”.
La tercera ola en la transición del siglo XX al siglo XXI
Esta explosión del feminismo en múltiples modalidades de feminismos abre la llamada “tercera ola”
que, en general, es caracterizada por las feministas estadounidenses como una ola de dispersión y
estancamiento del feminismo, e incluso como una etapa de cierta apatía por parte de la juventud
hacia el movimiento. Las feministas comenzaron a ser vistas socialmente, pero particularmente por
mujeres jóvenes, como mujeres “aburridas”, de otra época, que “odiaban a los hombres” y oprimían
deseos y conductas de las propias mujeres. Así surgen los planteos y activismos “postfeministas”,
a modo de reacción a lo que consideraban que eran discursos moralistas y contrarios a la liberación.
Sin embargo, a pesar de esta suerte de estancamiento en el que coinciden numerosas teóricas y
activistas, la tercera ola del feminismo estadounidense tiene un hito distintivo en el caso de Anita
Hill en 1991.
Anita Hill es una abogada y profesora estadounidense que en 1991 acusó a Clarence Thomas,
entonces candidato a la Corte Suprema de los Estados Unidos, de haberla acosado sexualmente
cuando era su supervisor. Este fue un caso de enorme relevancia en la historia norteamericana,
puesto que generó atención pública sobre el problema del acoso sexual en el ámbito laboral,
además de una oleada de denuncias contra hombres poderosos. De acuerdo con Constance Grady,
el clima de revuelo y vientos de cambio fue tal, que 1992 fue declarado el “año de las mujeres” luego
de que 24 mujeres fueran elegidas como representantes en el Congreso y el Senado.
Más de 20 años después, Estados Unidos se encuentra en un escenario similar que ha generado
un nuevo “año de las mujeres”: los movimientos Me Too y Time’s Up, las denuncias al productor
cinematográfico Harvey Weinstein y al juez entonces candidato a la Corte Suprema Brett
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Kavanaugh, volvieron a poner sobre la escena el problema irresuelto del acoso y abuso sexual en
el ámbito laboral. Al mismo tiempo, la victoria de Donald Trump generó un estado de alarma con
respecto a los derechos de las mujeres y disidencias, lo cual impulsó la masiva Women’s March de
2017. Los discursos feministas se multiplican en las entregas de premios del mundo artístico, y 2019
se convirtió en el año en el cual el Congreso de los Estados Unidos tiene un número récord de
mujeres ocupando bancas.
El rasgo peculiar y novedoso de esta etapa es la articulación de las demandas y las
acciones online, a través de foros, redes sociales y la utilización de hashtags. Es por ello que
algunas teóricas y activistas consideran que, a partir del surgimiento del ciberfeminismo, la tercera
ola ha dado paso definitivo a una “cuarta ola”, signada por las nuevas tecnologías y las posibilidades
de socialización y transmisión de información que traen consigo. Sin embargo, esta idea no surge
sin controversia, puesto que la transición entre ambas olas y los hitos definitorios de cada una no
son tan claros como en las olas anteriores. Existen quienes sostienen que la cuarta ola todavía no
existe, puesto que el movimiento Me Too y Time’s Up son, efectivamente, la cresta de la tercera.
Y también existen quienes sostienen que ya no es posible seguir hablando de olas, puesto que al
diversificarse el feminismo en múltiples feminismos, no se puede hablar de una misma lucha en un
sentido monolítico.
Ahora bien, si hay algo que se encuentra ausente en estos relatos genealógicos del feminismo
estadounidense, es la visión periférica. Pilar Rodríguez Martínez ha acuñado el concepto de
“feminismos periféricos” para englobar algunos de los planteamientos realizados en el marco de lo
que se denomina “feminismos postcoloniales” o “feminismos del tercer mundo”. En estos
feminismos las categorías de sexo, clase, raza o etnicidad se encuentran en una relación particular,
que no había estado presente en el feminismo (blanco) de la segunda ola. Estos feminismos se
articulan, más bien, en luchas interseccionales en donde se imbrican diversas categorías de la
diferencia, que dan como resultado expresiones más diversas y complejas del feminismo. Además,
estos feminismos no necesariamente encuentran en los feminismos sufragistas y radicales una línea
de lucha histórica, sino que en numerosos casos sus tradiciones de lucha están más relacionadas
con la historia de su propia tierra, clase o etnicidad. En numerosos casos, también se trata de
feminismos compuestos por mujeres y disidencias que no han logrado beneficiarse de ningún
cambio de los cuales las feministas de otros orígenes, clase o colores sí. Desde esta perspectiva
vale la pena hacerse la pregunta sobre cómo es posible articular la historia del feminismo
latinoamericano dentro del modelo histórico del feminismo que se ha hegemonizado.
Vientos del sur
¿Qué sucede con las olas en Latinoamérica? De acuerdo con Stephanie Rivera Berruz, en
Latinoamérica se pueden distinguir cinco etapas del feminismo, que no necesariamente
coinciden con el modelo histórico de las olas. La primera, corresponde a ciertas manifestaciones
previas al siglo XX, sin articulación concretamente feminista. La segunda se identifica con la que
conocemos como “primera ola”, en las luchas por el acceso de las mujeres a los derechos políticos
y económicos. Las luchas sufragistas fueron masivas en América Latina y constituyen una etapa
intensa de lucha feminista que permitió una ampliación de derechos tan importantes que impactó
de modo rotundo en el futuro de las mujeres de la región.
La tercera etapa del feminismo latinoamericano va de 1950 a 1970 y es caracterizada como “los
años del silencio”, siguiendo una idea de la socióloga chilena Julieta Kirkwood. Durante esta etapa,
de acuerdo con Stephanie Rivera Berruz, si bien las mujeres incrementaron su participación en
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movimientos populares y partidos políticos, estos espacios no articulaban demandas feministas de
modo explícito. Además, se trata de años políticamente conflictivos en América Latina, con varios
países regidos por gobiernos militares, por lo cual en muchos países esta etapa silenciosa se
extiende hasta entrados los años 80. Estos años se corresponden con los de la llamada “segunda
ola” que se caracterizó, en Estados Unidos y ciertos países de Europa, por el acceso al derecho a
la interrupción voluntaria del embarazo. Sin embargo, como bien sabemos, este derecho todavía
hoy no se encuentra garantizado para la mayoría de las mujeres en América Latina.
Si queremos forzar las metáforas, quizás la segunda ola en nuestra región se extienda algunas
décadas más que en la cronología anglosajona, y se manifieste con mayor fuerza en la cuarta etapa,
en donde se inicia el período de transición de los regímenes militares a los gobiernos democráticos,
y que se extiende hasta 1990. Esta cuarta etapa se caracteriza por la definitiva emergencia del
movimiento de mujeres en toda América Latina y la radicalización de las consignas feministas. En
estas décadas se originan, a la vez, numerosos encuentros de mujeres territoriales, los feminismos
académicos y los feminismos institucionales. Por ejemplo, en 1986 se realiza el Primer Encuentro
Nacional de Mujeres en Argentina, un fenómeno emblemático del movimiento de mujeres y los
feminismos argentinos que en 2019 va a tener su edición número 34 en la ciudad de La Plata.
La ola verde violeta
El siglo XXI constituye la última etapa de la genealogía feminista latinoamericana. Los nuevos
feminismos se presentan como disidentes, en contra de las políticas neoliberales,
descoloniales, antirracistas y antipatriarcales. En el caso de Argentina, el comienzo del milenio
nos ha encontrado con un crecimiento compacto y parejo de los feminismos en todas las áreas de
la sociedad. En lo referente al acceso al derecho al aborto, hito de la segunda ola norteamericana,
la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito (desde donde se articula la
lucha por el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo) tuvo sus inicios entre el año 2003 y
2004, y fue lanzada de modo público en Argentina el 28 de mayo de 2005, Día Internacional de
Acción por la Salud de las Mujeres. La Campaña ha presentado numerosas veces en el país el
proyecto de Ley para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, pero recién en 2018
el proyecto llegó a ser debatido y votado por las dos cámaras del Congreso, en donde obtuvo media
sanción por parte de Diputados para luego ser rechazado en la cámara de Senadores.
La ola violeta que se abrió paso durante 2015 en Argentina tuvo también un impacto global. El grito
por “ni una menos” se escuchó en Uruguay, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Chile,
Paraguay, Guatemala, Costa Rica, Honduras, España, Italia, Portugal, Francia, entre otros países.
Y en 2017, estas manifestaciones internacionales, fogueadas por las iniciativas de las feministas
argentinas en un paro realizado 19 de octubre de 2016, pero también por las feministas polacas que
se encontraban en las calles defendiendo su derecho al aborto, confluyeron en el Primer Paro
Internacional de Mujeres el 8 de marzo. En esta jornada histórica para los feminismos participaron
más de 50 países y 200 ciudades alrededor del mundo.
De cara a estos sucesos, advertimos que una característica fundamental del feminismo del
siglo XXI, propiciada por la apertura a la diversidad, las demandas de los feminismos
periféricos y la existencia de la internet, es su descentramiento. Y por eso hoy en día el modelo
para la historización del feminismo ya no puede ser el de Estados Unidos. Las reivindicaciones de
los nuevos feminismos ya no están ancladas en las realidades de las mujeres blancas y de clase
educada de Estados Unidos y Europa, sino que surgen del suelo del otro 99% de mujeres, lesbianas,
travestis, personas trans y no binarias que ven sus posibilidades mermadas no sólo por el
patriarcado sino también por el racismo, el cisexismo, la marginación y la pobreza. El feminismo del
siglo XXI, de este modo, rebasa por mucho el modelo de pensamiento del feminismo
estadounidense y desborda sus categorías en una avanzada política que trae nuevos aires a
nuestro feminismo planetario.
Me perdí. Entonces, ¿en qué ola estamos?
Como hemos visto, la metáfora de las olas para periodizar el feminismo fue un invento de las
feministas estadounidenses de la segunda ola, que se encontraban re-escribiendo la historia
patriarcal de los Estados Unidos y buscaban enlazar sus demandas con las de las sufragistas en
una misma tradición de lucha por el acceso a derechos. Algunas feministas estadounidenses,
como la historiadora Linda Nicholson, consideran que esa metáfora ha sobrevivido a su real utilidad,
dado que si bien tenía sentido en el marco de la segunda ola estadounidense, ya no resulta útil para
explicar el feminismo actual —ni el estadounidense ni el mundial— ni su relación con la historia.
Además, Nicholson considera que la metáfora es políticamente perjudicial, puesto que da la idea
de que el feminismo es una lucha unitaria, con picos y mesetas, distorsionando su verdadera
naturaleza diversa, prolífica y profundamente compleja.
Por su parte, Nicholson propone entender la complicada transición entre el feminismo de la segunda
ola y el final del siglo XX hacia el nuevo milenio, como un proceso de institucionalización del
feminismo, luego de la conciencia ganada entre las décadas de los 60 y los 80. Ese periodo, visto
por fuera de la metáfora de las olas, constituye un verdadero avance lento pero parejo de la entrada
del feminismo en muchas áreas de la sociedad, en vez de un período de estancamiento. La reflexión
feminista actual, de acuerdo con la historiadora, no debería estar centrada en ubicar los eventos
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contemporáneos dentro de la genealogía marítima, sino más bien orientada a preguntarse por qué
algunas demandas han ganado terreno y otras todavía se resisten, empleando las nuevas
herramientas feministas que tenemos hoy en día para analizar nuestra propia historia. Estas
herramientas nos permiten analizar de un modo más complejo por qué en algunos momentos los
feminismos toman más notoriedad que en otros.
Una característica fundamental que encuentra Nichols para comprender por qué ya no funciona la
metáfora de las olas es, justamente, que dentro de ese modelo no es posible dar cuenta de la
diversidad dentro del propio movimiento feminista. Lo cual nos conduce otra vez a pensar en
Latinoamérica y la particular historia que el movimiento de mujeres y los feminismos viene
escribiendo aquí. Quizás la respuesta a la pregunta ¿en qué ola estamos? se vuelve difícil
porque, en definitiva, no es una buena pregunta desde nuestra perspectiva. Y esto porque
surge de un marco conceptual que no es el nuestro, pero desde el cual nos hemos acostumbrado
a pensar sin cuestionar. Es parte del desafío de los feminismos periféricos el descolonizar la
mirada, además de despatriarcalizarla. En un momento en el que el feminismo latinoamericano,
y en particular el feminismo argentino, se encuentran en ebullición, es importante que revisemos
cómo hemos construido nuestros relatos y cuánto hay en ellos de una mirada ajena a nuestras
realidades.
Vale decir, de todos modos, que algunas metáforas marítimas sí son parte de nuestra genealogía
feminista, aunque con ciertos toques diferentes. A partir de ellas numerosas veces expresamos,
representamos e ilustramos nuestros hitos, luchas y alianzas: la marea verde, la ola violeta. En
definitiva, quizás nuestras olas no tengan tanto que ver con un esquema de periodización
histórica, sino con la expresión de distintas luchas articuladas en torno a diversas imágenes
y colores. El feminismo latinoamericano y el feminismo argentino se encuentran, desde hace varias
décadas, escribiendo su propia genealogía, con sus propias herramientas, en tonos verdes, violetas
y multicolor.