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ANTROPOLOGÍA Y PROBLEMÁTICA REGIONAL

Carrera de Antropología Facultad de Humanidades

AÑO 2019

MODULO 4:
ANTROPOLOGÍA FEMINISTA
Contenidos mínimos:
Genealogías feministas: de las “olas” a la marea verde. Feminismos norteamericanos y
latinoamericanos. Los sujetos políticos del feminismo.
Antecedentes de los estudios de género: Papeles y conductas sexuales. El segundo sexo.
La segunda ola en el feminismo estadounidense. El construccionismo social del género y el
paradigma de la identidad de género. Sexo/Género. Naturaleza/Cultura. Críticas al
binarismo y a la naturalidad del sexo.
Trabajo doméstico, salario y relaciones capitalistas. Trabajo invisibilizado como amor
y cuidado. La organización de la familia nuclear bajo el capital.
Bibliografía:

 FEDERICI, Silvia (2013) [1975] Contraatacando desde la cocina. Revolución


en punto cero Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid,
Traficante de Sueños.
 STOLKE, Verena (2004) La mujer es puro cuento: la cultura del género.
Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 264, maio-agosto/2004.
 SUÁREZ TOMÉ, Danila (2019) El mar proceloso del feminismo: ¿En qué ola
estamos? En: Diario Digital Femenino. Una Cuestión de Género. Disponible
en: https://diariofemenino.com.ar/el-mar-proceloso-del-feminismo-en-
que-ola-estamos/
Revolución en punto cero
Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas

Silvia Federici
3. Contraatacando desde la
cocina (1975)
Escrito con Nicole Cox*

Desde los tiempos de Marx, ha quedado claro que el salario es la herramien-


ta mediante la que gobierna y se desarrolla el capital, es decir, que el cimien-
to de la sociedad capitalista ha sido la implementación del salario obrero y
la explotación directa de las y los obreros. Lo que no ha quedado nunca claro
y no ha sido asumido por las organizaciones del movimiento obrero es que
ha sido precisamente a través del salario como se ha orquestado la organi-
zación de la explotación de los trabajadores no asalariados. Esta explotación
ha resultado ser todavía más efectiva puesto que la falta de remuneración
la oculta: en lo que a las mujeres se refiere, su trabajo aparece como un servicio
personal externo al capital.1

* Este texto se escribió originalmente como respuesta a un artículo que apareció en la revista
Liberation bajo el título «Women and Pay for Housework» [«Mujeres y paga para el trabajo
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doméstico»], firmado por Carol Lopate (Liberation, vol. 18, núm. 8, mayo-junio de 1974, pp. 8-11).
Nuestra réplica al artículo fue rechazada por los editores de la revista. Si lo publicamos ahora
es porque, en ese momento, Lopate mostraba mayor apertura que la mayoría de la izquierda
tanto respecto a sus hipótesis fundamentales como en relación con el movimiento internacional
de mujeres. Con la publicación de este artículo no queremos dar pie a un debate estéril con la
izquierda sino cerrarlo.
1 Mariarosa Dalla Costa, «Women and the Subversion of the Community», en Dalla Costa y
Selma James (eds.), The Power of Women and the Subversion of the Community, Bristol, Falling Wall
Press, 1973, pp. 25-26 [ed. cast.: «Las mujeres y la subversión de la comunidad» en El poder de las
mujeres y la subversión de la comunidad, México, Siglo XXI Editores, 1975].

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No es casual que durante los últimos meses diversas publicaciones de izquier-


das hayan propagado ataques contra la campaña Salario para el Trabajo Do-
méstico (WfH por sus siglas en inglés). Siempre que el movimiento feminista
ha tomado una posición autónoma, la izquierda se ha sentido traicionada. La
izquierda se da cuenta de que esta perspectiva conlleva implicaciones que
van más allá de la «cuestión de la mujer» y que representa una ruptura con
su política pasada y presente, tanto respecto a las mujeres como al resto de la
clase obrera. De hecho, el sectarismo que la izquierda ha demostrado tradi-
cionalmente en relación con las luchas feministas es una consecuencia de su
interpretación reduccionista del alcance y de los mecanismos necesarios para
el funcionamiento del capitalismo así como de la dirección que la lucha de
clases debe tomar para romper este dominio.

En el nombre de la «lucha de clases» y del «interés unitario de la clase


trabajadora», la izquierda siempre ha seleccionado a determinados sectores
de la clase obrera como sujetos revolucionarios y ha condenado a otros a un
rol meramente solidario en las luchas que estos sectores llevaban a cabo. Así
la izquierda ha reproducido dentro de sus objetivos organizativos y estratégi-
cos las mismas divisiones de clase que caracterizan la división capitalista del
trabajo. A este respecto, y pese a la variedad de posicionamientos tácticos, la
izquierda se ha mantenido estratégicamente unida. Cuando llega el momento
de decidir qué sujetos son revolucionarios, estalinistas, trotskistas, anarcoli-
bertarios, vieja y nueva izquierda, todos se unen bajo las mismas afirmaciones
y argumentos en pro de la causa común.

Nos ofrecen «desarrollo»

Desde el mismo momento en el que la izquierda aceptó el salario como línea


divisoria entre trabajo y no trabajo, producción y parasitismo, poder potencial
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e impotencia, la inmensa cantidad de trabajo que las mujeres llevan a cabo en


el hogar para el capital escapó a su análisis y estrategias. Desde Lenin hasta
Juliet Mitchell pasando por Gramsci, toda la tradición de izquierdas ha estado
de acuerdo en la marginalidad del trabajo doméstico en la reproducción del
capital y la marginalidad del ama de casa en la lucha revolucionaria. Según
la izquierda, como amas de casa, las mujeres no sufren el capital sino que
sufren por la ausencia del mismo. Parece que nuestro problema es que el ca-
pital ha fallado en su intento de llegar a nuestras cocinas y dormitorios, con
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la doble consecuencia de que nosotras presumiblemente nos mantenemos en


un estado feudal, precapitalista, y que nada de lo que hagamos en los dormi-
torios o en las cocinas puede ser relevante para el cambio social. Obviamente
si nuestras cocinas están fuera de la estructura capitalista nuestra lucha para
destruirlas nunca triunfará, provocando así la caída del capital.

Pero por qué el capital permite que sobreviva tanto trabajo no rentable, tanto
tiempo de trabajo improductivo, es una pregunta que la izquierda nunca enca-
ra, siempre segura de la irracionalidad e incapacidad del capital para planificar.
Irónicamente ha trasladado su ignorancia respecto a la relación específica de
las mujeres con el capital a una teoría por la cual el subdesarrollo político de
las mujeres solo se superará mediante nuestra entrada en la fábrica. Así, la ló-
gica de un análisis que focaliza la opresión de la mujer como resultado de su
exclusión de las relaciones capitalistas resulta inevitablemente en una estrategia
diseñada para que formemos parte de esas relaciones en lugar de destruirlas.

En este sentido, hay una conexión directa entre la estrategia diseñada por
la izquierda para las mujeres y la diseñada para el «Tercer Mundo». De la mis-
ma manera que desean introducir a las mujeres en las fábricas, quieren llevar
las fábricas al «Tercer Mundo». En ambos casos la izquierda presupone que
los «subdesarrollados» ―aquellos de nosotros que no recibimos salarios y que
trabajamos con un menor nivel tecnológico― estamos retrasados respecto a la
«verdadera clase trabajadora» y que tan solo podremos alcanzarla a través de la
obtención de un tipo de explotación capitalista más avanzada, un mayor trozo
del pastel del trabajo en las fábricas. En ambas situaciones, la lucha que ofrece
la izquierda a los no asalariados, a los «subdesarrollados», no es la rebelión
contra el capital sino la pelea por él, por un tipo de capitalismo más racionali-
zado, desarrollado y productivo. En lo tocante a nosotras, no nos ofrecen solo
el «derecho a trabajar» (esto se lo ofrecen a todos los trabajadores) sino que nos
ofrecen el derecho a trabajar más, el derecho a estar más explotadas.
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Un nuevo campo de batalla

El cimiento político del movimiento por un salario para el trabajo doméstico


lo constituye el rechazo a esta ideología capitalista que equipara la falta de sa-
lario y un bajo desarrollo tecnológico con un retraso político y con falta de ca-
pacidad y, finalmente, proclama la necesidad de capital como condición previa
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para que podamos organizarnos. Es una negativa a aceptar el supuesto de


que como somos trabajadoras no asalariadas o que trabajamos con un me-
nor desarrollo tecnológico (y ambas condiciones van íntimamente ligadas)
nuestras necesidades deben ser diferentes a las del resto de la clase trabaja-
dora. Nos negamos a aceptar que mientras los trabajadores masculinos de
la automoción en Detroit pueden rebelarse contra el trabajo en la cadena de
montaje, nosotras, desde las cocinas en las metrópolis o desde las cocinas y
los campos del «Tercer Mundo», debamos tener como objetivo trabajar en
una fábrica, cuando entre los obreros de todo el mundo aumenta cada vez
más el rechazo a este tipo de trabajo. Nuestra animadversión a la ideología
izquierdista es la misma que mostramos frente a la asunción de que el de-
sarrollo capitalista sea un camino hacia la liberación o, más específicamen-
te, supone nuestro rechazo al capitalismo en cualquiera de las formas que
adopte. De forma inherente a este rechazo, surge una redefinición de qué es
el capitalismo y quién forma la clase obrera ―es decir, una revaluación de
las fuerzas y las necesidades de clase.

Por esto, la campaña Salario para el Trabajo Doméstico no es una deman-


da más entre tantas otras sino una perspectiva política que abre un nuevo
campo de batalla, que comienza con las mujeres pero que es válida para toda
la clase obrera.2 Debemos enfatizar esto ya que el reduccionismo que se hace
de la campaña Salario para el Trabajo Doméstico a una mera demanda es un
elemento común en los ataques que la izquierda lanza sobre la campaña como
modo de desacreditarla y que permite a sus críticos evitar la confrontación
con los diferentes conflictos políticos que desvela.

El artículo de Lopate, «Women and a Pay for Housework», es un claro


ejemplo de esta tendencia. Ya en el mismo título «Pay for Housework» se
falsea el problema, reclamar un salario [wage] no es lo mismo que recibir
una paga [pay], el salario es la expresión de la relación de poder entre el ca-
pital y la clase trabajadora. Un modo más sutil de desacreditar la campaña
es el argumento de que esta perspectiva se ha importado desde Italia y que
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tiene poca relevancia respecto a la situación en EEUU donde las mujeres


«sí trabajan».3 Este es otro claro ejemplo de desinformación. El poder de las

2 Silvia Federici, «Wages against Housework», 1975 [recogido en el presente volumen como
«Salarios contra el trabajo doméstico»].
3 «La demanda de una paga para el trabajo doméstico llega de Italia, donde la inmensa mayoría
de las mujeres de todas las clases todavía permanecen en los hogares. En EEUU más de la mitad
de las mujeres trabajan». Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 9.
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mujeres y la subversión de la comunidad ―la única fuente que Lopate nom-


bra― reconoce la dimensión internacional del contexto en el cual se origina
la campaña Salario para el Trabajo Doméstico. En cualquier caso, trazar el
origen geográfico de WfH está fuera de lugar en este estadio de la integra-
ción internacional del capital. Lo que importa es la génesis política, y esta es
el rechazo a asumir como trabajo la explotación, y el rechazo a que solo sea
posible rebelarse contra aquello que conlleve un salario. En nuestro caso,
supone el fin de la división entre las «mujeres que trabajan» y las «que no
trabajan» (puesto que «tan solo son amas de casa»), división que implica
que el trabajo no asalariado no se asuma como trabajo, que el trabajo do-
méstico no sea trabajo y, paradójicamente, que la causa de que en EEUU la
mayoría de las mujeres de facto trabajen y luchen sea que muchas tienen un
segundo empleo. No reconocer el trabajo que las mujeres llevan a cabo en
casa es estar ciego ante el trabajo y las luchas de una abrumadora mayoría
de la población mundial que no está asalariada. Es ignorar que el capital es-
tadounidense se construyó sobre el trabajo de los esclavos tanto como sobre
el trabajo asalariado y que, hasta el día de hoy, crece gracias al trabajo en
negro de millones de mujeres y hombres en los campos, cocinas y prisiones
de EEUU y de todo el mundo.

El trabajo invisibilizado

Partiendo de nuestra situación como mujeres, sabemos que la jornada la-


boral que efectuamos para el capital no se traduce necesariamente en un
cheque, que no empieza y termina en las puertas de la fábrica, y así redes-
cubrimos la naturaleza y la extensión del trabajo doméstico en sí mismo.
Porque tan pronto como levantamos la mirada de los calcetines que re-
mendamos y de las comidas que preparamos, observamos que, aunque no
se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que
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el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la


fuerza de trabajo. El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de
la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmen-
te, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de
nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el día de su
nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos tam-
bién actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa
que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto
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el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo,


produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas,
oficinas o minas.4

Esta es la razón por la que, tanto en los países «desarrollados» como


en los «subdesarrollados», el trabajo doméstico y la familia son los pilares
de la producción capitalista. La disponibilidad de una fuerza de trabajo
estable, bien disciplinada, es una condición esencial para la producción en
cualquiera de los estadios del desarrollo capitalista. Las condiciones en las
que se lleva a cabo nuestro trabajo varían de un país a otro. En algunos
países se nos fuerza a la producción intensiva de hijos, en otros se nos con-
mina a no reproducirnos, especialmente si somos negras o si vivimos de
subsidios sociales o si tendemos a reproducir «alborotadores». En algunos
países producimos mano de obra no cualificada para los campos, en otros
trabajadores cualificados y técnicos. Pero en todas partes nuestro trabajo no
remunerado y la función que llevamos a cabo para el capital es la misma.

Lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero. El doble


empleo tan solo ha supuesto para las mujeres tener incluso menos tiem-
po y energía para luchar contra ambos. Además, una mujer que trabaje a
tiempo completo en casa o fuera de ella, tanto si está casada como si está
soltera, tiene que dedicar horas de trabajo para reproducir su propia fuerza
de trabajo, y las mujeres conocen de sobra la tiranía de esta tarea, ya que un
vestido bonito o un buen corte de pelo son condiciones indispensables, ya
sea en el mercado matrimonial o en el mercado del trabajo asalariado, para
obtener ese empleo.

Por todo esto dudamos de que en EEUU «las escuelas, jardines de infan-
cia, guarderías y la televisión hayan asumido gran parte de la responsabi-
lidad de las madres en la sociabilidad de sus hijos» y que «la disminución
del tamaño de los hogares y la mecanización del trabajo doméstico ha[ya]
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4 Mariarosa Dalla Costa, «Community, Factory and School from the Woman’s Viewpoint»,
L’Offensiva, 1972: «La comunidad es esencialmente el lugar de la mujer en el sentido de que es
allí donde directamente efectúa su trabajo. Pero de la misma manera la fábrica es también el
lugar que personifica el trabajo de las mujeres a las que no se verá allí y que han traspasado su
trabajo a los hombres que son los únicos que aparecen. De la misma manera, la escuela representa
el trabajo de las mujeres a las que tampoco se verá pero que han trasladado su trabajo a los
estudiantes que regresan cada mañana alimentados, cuidados y planchados por sus madres».
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significado un aumento potencial del tiempo libre para el ama de casa» y


que ella solo «se mantiene ocupada, usando y reparando los aparatos... que
teóricamente se han diseñado con la idea de ahorrarle tiempo».5

Las guarderías y los jardines de infancia nunca nos han proporcionado


tiempo libre, sino que han liberado parte de nuestro tiempo para dedicar-
lo a más trabajo adicional. En lo que respecta a la tecnología, es en EEUU
donde podemos medir el abismo entre la tecnología socialmente disponible
y la tecnología que se cuela en nuestras cocinas. Y en este caso también, es
nuestra condición de no asalariadas la que determina la cantidad y calidad
de la tecnología que obtenemos. Ya que «si no te pagan por horas, dentro
de ciertos límites, a nadie le importa cuánto tardes en hacer tu trabajo».6
En todo caso, la situación en EEUU demuestra que ni la tecnología ni un
segundo empleo liberan a la mujer del trabajo doméstico, y que «producir
un trabajador especializado no es una carga menos pesada que producir
un trabajador no cualificado, ya que no es entre estos dos destinos donde
reside el rechazo de las mujeres a trabajar de manera gratuita, sea cual sea
el nivel tecnológico en el que se lleve a cabo este trabajo, sino en el vivir
para producir, independientemente del tipo particular de hijos que deban
ser producidos».7

Queda por puntualizar que al afirmar que el trabajo que llevamos a cabo
en casa es producción capitalista no estamos expresando un deseo de ser le-
gitimadas como parte de las «fuerzas productivas»; en otras palabras, no es
un recurso al moralismo. Solo desde un punto de vista capitalista ser pro-
ductivo es una virtud moral, incluso un imperativo moral. Desde el punto
de vista de la clase obrera, ser productivo significa simplemente ser explo-
tado. Como Marx reconocía «ser un obrero productivo no es precisamente
una dicha, sino una desgracia».8 Por ello obtenemos poca «autoestima» de
esto.9 Pero cuando afirmamos que el trabajo reproductivo es un momento
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5 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 9.


6 Dalla Costa, «Women and the Subversion of the Community», op. cit., pp. 28-29.
7 Dalla Costa, «Community, Factory and School», op. cit.
8 Karl Marx, Capital, vol. 1, Londres, Penguin Books, 1990, p. 644 [ed. cast.: El capital, vol. 1,
México, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 426].
9 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 9: «Pudiese ser también que las mujeres
necesiten ganar un salario en aras de conseguir la autoestima y confianza necesarias para dar los
primeros pasos hacia la igualdad».
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de la producción capitalista, estamos clarificando nuestra función específica


en la división capitalista del trabajo y las formas específicas que nuestra re-
vuelta debe tomar. Finalmente, cuando afirmamos que producimos capital, lo
que afirmamos es que podemos y queremos destruirlo y no enzarzarnos en
una batalla perdida de antemano consistente en cambiar de un modo y grado
de explotación a otro.

También debemos dejar claro que no estamos «tomando prestadas cate-


gorías del mundo marxista».10 Admitimos que estamos menos ansiosas que
Lopate por desechar el trabajo de Marx, ya que nos ha proporcionado un
análisis que a día de hoy sigue siendo indispensable para entender cómo
funcionamos en la sociedad capitalista. También sospechamos que la apa-
rente indiferencia de Marx hacia el trabajo reproductivo puede estar basada
en factores históricos. No nos referimos únicamente a esa dosis de chovinis-
mo masculino que ciertamente Marx compartía con sus contemporáneos (y
no solo con ellos). En el momento histórico en el que Marx escribió su obra,
la familia nuclear y el trabajo doméstico no estaban desarrollados todavía.11
Lo que Marx tenía frente a sus ojos era el proletariado femenino, que era em-
pleado junto a sus maridos e hijos en la fábrica, y a la mujer burguesa que te-
nía una criada y, trabajase o no ella misma, no producía la mercancía fuerza
de trabajo. La ausencia de lo que hoy llamamos familia nuclear no significa
que los trabajadores no intimasen y copularan. Significa, sin embargo, que
era imposible sacar adelante relaciones familiares y trabajo doméstico cuan-
do cada miembro de la familia pasaba quince horas diarias en la fábrica, y
no había ni tiempo ni espacio físico para la vida familiar.

Solo después de que las epidemias y el trabajo excesivo diezmasen la


mano de obra disponible y, aún más importante, después de que diferentes
oleadas de luchas obreras entre 1830 y 1840 estuviesen a punto de llevar a
Inglaterra a una revolución, la necesidad de tener una mano de obra más es-
table y disciplinada forzó al capital a organizar la familia nuclear como base
para la reproducción de la fuerza de trabajo. Lejos de ser una estructura pre-
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capitalista, la familia, tal y como la conocemos en «Occidente», es una crea-


ción del capital para el capital, una institución organizada para garantizar
la cantidad y calidad de la fuerza de trabajo y el control de la misma. Es por
esto que «como el sindicato, la familia protege al trabajador pero también

10 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 11.


11 Aquí hablamos del nacimiento de la familia nuclear como un estadio de las relaciones capitalistas.
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se asegura de que él o ella nunca serán otra cosa que trabajadores. Esta es la
razón por la que es crucial la lucha de las mujeres de la clase obrera contra
la institución familiar».12

Nuestra falta de salario como disciplina

La familia es esencialmente la institucionalización de nuestro trabajo no re-


munerado, de nuestra dependencia salarial de los hombres y, consecuente-
mente, la institucionalización de la desigual división de poder que ha discipli-
nado tanto nuestras vidas como las de los hombres. Nuestra falta de salario y
dependencia del ingreso económico de los hombres les ha mantenido a ellos
atados a sus trabajos, ya que si en algún momento querían dejar el trabajo
tenían que enfrentarse al hecho de que su mujer e hijos dependían de sus
ingresos. Esta es la base de esos «viejos hábitos ―nuestros y de los hombres»
que Lopate encuentra tan difíciles de romper. No es casual que sea difícil para
un hombre «demandar horarios de trabajo especiales para poder implicarse
de una manera equitativa en el cuidado de los hijos».13 La razón por la cual los
hombres no pueden solicitar jornadas a tiempo parcial es que el salario mas-
culino es indispensable para la supervivencia de la familia, incluso cuando la
mujer provee un segundo sueldo. Y si «nos encontramos que nosotras mis-
mas preferimos o buscamos trabajos menos absorbentes, que nos dejan más
tiempo para las tareas del hogar»14 es porque nos resistimos a una explotación
intensiva, a consumirnos en la fábrica y a después consumirnos todavía más
rápido en casa.

El que carezcamos de salario por el trabajo que llevamos a cabo en los


hogares ha sido también la causa principal de nuestra debilidad en el mer-
cado laboral. Los empresarios saben que estamos acostumbradas a trabajar
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12 Dalla Costa, «Women and the Subversion of the Community», op. cit., p. 41.
13 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 11: «Muchas de las mujeres que a lo largo
de nuestra vida hemos luchado por esta reestructuración hemos caído en periódicas desespera-
ciones. Primero, había viejos hábitos ―nuestros y de los hombres― que romper. Segundo, había
problemas reales de tiempo... ¡Pregúntale a cualquier hombre! Es muy difícil para ellos acordar
horarios a tiempo parcial y resulta complicado demandar horarios de trabajo especiales para
poder implicarse de una manera equitativa en el cuidado de los hijos».
14 Ibidem.
60 Revolución en punto cero

por nada y que estamos tan desesperadas por lograr un poco de dinero para
nosotras mismas que pueden obtener nuestro trabajo a bajo precio. Desde que
el término mujer se ha convertido en sinónimo de ama de casa, cargamos, va-
yamos donde vayamos, con esta identidad y con las «habilidades domésticas»
que se nos otorgan al nacer mujer. Esta es la razón por la que el tipo de em-
pleo femenino es habitualmente una extensión del trabajo reproductivo y que
el camino hacia el trabajo asalariado a menudo nos lleve a desempeñar más
trabajo doméstico. El hecho de que el trabajo reproductivo no esté asalariado
le ha otorgado a esta condición socialmente impuesta una apariencia de na-
turalidad («feminidad») que influye en cualquier cosa que hacemos. Por ello
no necesitamos que Lopate nos diga que «lo esencial que no podemos olvidar
es que somos un “sexo”».15 Durante años el capital nos ha remarcado que
solo servíamos para el sexo y para fabricar hijos. Esta es la división sexual del
trabajo y nos negamos a eternizarla como inevitablemente sucede si lanzamos
preguntas como estas: «¿Qué significa hoy día ser mujer? ¿Qué cualidades
específicas, inherentes y atemporales, si las hay, se asocian a “ser mujer”?».16
Preguntar esto es suplicar que te den una respuesta sexista. ¿Quién puede
decir quiénes somos? De lo que podemos estar seguras que sí sabemos hasta
ahora es qué no somos, hasta el punto de que es a través de nuestra lucha que
obtendremos la fuerza para romper con la identidad que se nos ha impuesto
socialmente. Es la clase dirigente, o aquellos que aspiran a gobernar, quien
presupone que existe una personalidad humana eterna y natural, precisamen-
te para perpetuar su poder sobre nosotras.

La glorificación de la familia

No es sorprendente que la cruzada de Lopate en busca de la esencia de la


feminidad la conduzca a una llamativa glorificación del trabajo reproductivo
no remunerado y del trabajo no asalariado en general:
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15 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 11: «Lo que esencialmente no debemos
olvidar es que somos un SEXO. Es la única palabra desarrollada hasta ahora para describir
nuestros puntos en común».
16 Ibidem.
Contraatacando desde la cocina 61

El hogar y la familia han proporcionado tradicionalmente el único intersticio dentro


del mundo capitalista en el que la gente puede ocuparse de las necesidades de los
otros desde el cuidado y el amor, si bien estas necesidades a menudo emergen del
miedo y la dominación. Los padres cuidan a sus hijos desde el amor, al menos en
parte... E incluso creo que este recuerdo persiste en nosotros mientras crecemos de
manera que retenemos, casi como si fuera una utopía, la memoria de un trabajo y un
cuidado que provienen del amor, más que de una recompensa económica.17

La literatura producida por el movimiento de las mujeres ha mostrado los


devastadores efectos que este tipo de amor, cuidado y servilismo ha tenido en
las mujeres. Estas son las cadenas que nos han aprisionado en una situación
cercana a la esclavitud. ¡Nosotras nos negamos a perpetuarla en nosotras mis-
mas y a elevar al nivel de utopía la miseria de nuestras madres y abuelas y la
nuestra propia como niñas! Cuando el Estado o el capital no pagan el salario
debido, son aquellos que reciben el amor, el cuidado ―igualmente no remu-
nerados e impotentes― los que pagan con sus vidas.

De la misma manera rechazamos la sugerencia de Lopate de que la de-


manda de un salario para el trabajo doméstico «tan solo serviría para ocultar
aún más las posibilidades de un trabajo libre y no alienado»,18 lo que viene
a decir que la única manera de «desalienar» el trabajo consiste en hacerlo de
manera gratuita. Sin duda el presidente Ford apreciaría esta sugerencia. El
trabajo voluntario sobre el cual descansa cada vez más el Estado moderno se
basa precisamente en esta dispensación caritativa de nuestro tiempo. A noso-
tras nos parece, sin embargo, que si este trabajo, en vez de basarse en el amor
y el cuidado, hubiera proporcionado una remuneración económica a nues-
tras madres, probablemente estas habrían estado menos amargadas y habrían
sido menos dependientes, se las hubiese chantajeado menos y a su vez ellas
hubieran chantajeado menos a sus hijos, a los que se les recriminaba constan-
temente el sacrificio que ellas debían llevar a cabo. Nuestras madres habrían
tenido más tiempo y energías para rebelarse contra ese trabajo y nosotras es-
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taríamos en un estadio más avanzado de esta lucha.

17 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 10.


18 Ibidem: «La eliminación de esa amplia área del mundo capitalista donde ninguna transacción
tiene un valor de cambio solo serviría para ocultar aún más las posibilidades de un trabajo libre
y no alienado».
62 Revolución en punto cero

Glorificar la familia como «ámbito privado» es la esencia de la ideología capi-


talista, la última frontera en la que «hombres y mujeres mantienen sus almas
con vida» y no es sorprendente que en estos tiempos de «crisis», «austeri-
dad» y «privaciones»19 esta ideología esté disfrutando de una popularidad
renovada en la agenda capitalista. Tal y como Russell Baker expresó recien-
temente en The New York Times el amor nos mantuvo calientes durante los
años de la Gran Depresión y haríamos bien en llevarlo con nosotros durante
esta excursión a tiempos duros.20 Esta ideología que contrapone la familia (o
la comunidad) a la fábrica, lo personal a lo social, lo privado a lo público, el
trabajo productivo al improductivo, es útil de cara a nuestra esclavitud en el
hogar que, en ausencia de salario, siempre ha aparecido como si se tratase de
un acto de amor. Esta ideología está profundamente enraizada en la división
capitalista del trabajo que encuentra una de sus expresiones más claras en la
organización de la familia nuclear.

El modo en el que las relaciones salariales han mistificado la función social


de la familia es una extensión de la manera en la que el capital ha mistifica-
do el trabajo asalariado y la subordinación de nuestras relaciones sociales al
«nexo del dinero». Hemos aprendido de Marx que el salario también esconde
el trabajo no remunerado incluido en el beneficio. Pero medir el trabajo me-
diante el salario también esconde el alto grado en el que nuestras familias y
relaciones sociales han sido subordinadas a las relaciones de producción ―
han pasado a ser relaciones de producción: cada momento de nuestras vidas tiene
una utilidad para la acumulación de capital. Tanto el salario como la falta del
mismo han permitido al capital ocultar la duración real de nuestra jornada
laboral. El trabajo aparece simplemente como un compartimento de nuestras
vidas, que tiene lugar solo en determinados momentos y espacios. El tiempo
que consumimos en la «fábrica social», preparándonos para el trabajo o yendo
a trabajar, restaurando nuestros «músculos, nervios, hueso y cerebros»21 me-
diante cortos almuerzos, sexo rápido, películas… todo esto es disfrazado de
placer, de tiempo libre, aparece como una elección individual.
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19 Ibidem: «Creo que es en el ámbito privado donde mantenemos con vida nuestras almas».
20 Russel Baker, «Love and Potatoes», The New York Times, 25 de noviembre de 1974.
21 Marx, Capital, op. cit., 1990 [ed. cast.: Marx, El Capital, op. cit., vol. 1, p. 481].
Contraatacando desde la cocina 63

Diferentes mercados laborales

El uso que el capital hace de los salarios también oculta quién forma la clase
obrera y mantiene divididos a los trabajadores. Mediante las relaciones sala-
riales, el capital organiza diferentes mercados laborales (un mercado laboral
para los negros, para los jóvenes, para las mujeres jóvenes y para los hombres
blancos) y opone la «clase trabajadora» al proletariado «no trabajador», su-
puestamente parasitario del trabajo de los primeros. Así, a los que recibimos
ayudas sociales se nos dice que vivimos de los impuestos de la «clase trabaja-
dora», las amas de casa somos retratadas como sacos rotos en los que desapa-
recen los sueldos de nuestros maridos.

Sin embargo es la debilidad social de los no asalariados lo que finalmente ha


sido y es la debilidad de toda la clase obrera respecto al capital. Como demues-
tran los procesos de «deslocalización de empresas», la disponibilidad de trabajo
no remunerado, tanto en los países «no desarrollados» como en las metrópolis,
le ha permitido al capital abandonar aquellas áreas de producción donde la
fuerza de trabajo se había convertido en demasiado cara y así socavar el poder
que habían conquistado los trabajadores. Cuando el capital no ha podido huir
al «Tercer Mundo» ha abierto entonces sus puertas a las mujeres, los negros y la
juventud de las metrópolis o a los migrantes del «Tercer Mundo». Por lo que no
es casual que aunque el capitalismo se base presuntamente en el trabajo asala-
riado, más de la mitad de la población mundial no esté remunerada. La falta de
salarios y el subdesarrollo son factores esenciales en la planificación capitalista,
nacional e internacional. Estos son medios poderosos con los que provocar la
competencia de los trabajadores en el mercado nacional e internacional y hacer-
nos creer que nuestros intereses son diferentes y contradictorios.22

Estas son las raíces del sexismo, del racismo y del «bienestarismo»23 (el
desdén por los trabajadores que han logrado obtener ayudas sociales por par-
te del Estado) que suponen un reflejo de los diferentes tipos de mercados
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22 Selma James, Sex, Race and Class, Bristol, Falling Wall Press and Race Today Publications, 1975.
23 Véase, por ejemplo, M. de Aranzadi, «Bienestarismo. La ideología de fin de siglo», Ekintza
Zutzena, núm. 24, 1998: «Los pobres son considerados un lastre para el desarrollo económico,
que es condición indispensable para que el bienestarismo, concepción radicalmente materialista,
pueda desarrollarse. En lógica consecuencia, los pobres deben ser abandonados a su suerte ya
que, después de todo, en este mundo de oportunidades, los únicos culpables de su situación son
ellos mismos». [N. de la T.]
64 Revolución en punto cero

laborales y en consecuencia los diferentes modos de regular y dividir a la cla-


se trabajadora. Si hacemos caso omiso de este uso de la ideología capitalista y
de su enraizamiento en la relación salarial, no solo acabaremos considerando
que el racismo, el sexismo y el «bienestarismo» son enfermedades morales,
productos de la «falsa conciencia», sino que nos confinaremos a una estrate-
gia «educativa» que nos deja nada más que «imperativos morales con los que
reforzar nuestra posición».24

Finalmente encontramos un punto en común con Lopate cuando afirma


que nuestra estrategia nos libera de tener que depender de que «los hom-
bres se porten como “buenas personas”» para lograr la liberación. Tal y como
demostraron las luchas de las personas negras durante los años sesenta, no
fue mediante buenas palabras sino mediante su organización que consiguie-
ron que sus necesidades se «entendieran». En el caso de las mujeres, intentar
educar a los hombres ha provocado que nuestra revuelta se haya privatizado
y se luche en la soledad de nuestras cocinas y habitaciones. El poder educa.
Primero los hombres tendrán miedo, luego aprenderán, porque será el capital
el que tenga miedo. Porque no estamos peleando por una redistribución más
equitativa del mismo trabajo. Estamos en lucha para ponerle fin a este trabajo
y el primer paso es ponerle precio.

Demandas salariales

Nuestra fuerza como mujeres empieza con la lucha social por el salario, no
para ser incluidas dentro de las relaciones salariales (puesto que nunca estu-
vimos fuera de ellas) sino para ser liberadas de ellas, para que todos los sec-
tores de la clase obrera sean liberados de ellas. Aquí debemos clarificar cuál
es la esencia de la lucha por el salario. Cuando la izquierda sostiene que las
demandas por un sueldo son «economicistas», «demandas parciales», obvian
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que tanto el salario como su ausencia son la expresión directa de la relación de


poder entre el capital y la clase trabajadora, así como dentro de la clase traba-
jadora. También ignoran que la lucha salarial toma muchas formas y que no
se limita a aumentos salariales. La reducción de los horarios de trabajo, lograr
mejores servicios sociales así como obtener más dinero ―todas estas son vic-
torias salariales que determinan cuánto trabajo se nos arrebata y cuánto poder

24 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 11.


Contraatacando desde la cocina 65

tenemos sobre nuestras vidas. Por esto los salarios han sido históricamente el
principal campo de batalla entre trabajadores y capital. Y como expresión de
la relación de clases, el salario siempre ha tenido dos caras: la cara del capital,
que lo usa para controlar a los trabajadores, asegurándose de que tras cada
aumento salarial se produzca un aumento de la productividad; y la cara de los
trabajadores, que luchan por más dinero, más poder y menos trabajo.

Tal y como demuestra la actual crisis capitalista, cada vez menos y menos
trabajadores están dispuestos a sacrificar sus vidas al servicio de la producción
capitalista y hacer caso a los llamamientos a incrementar la productividad.25
Pero cuando el «justo intercambio» entre salario y productividad se tambalea,
la lucha por el salario se convierte en un ataque directo a los beneficios del
capital y a su capacidad de extraer plustrabajo de nuestra labor. Por esto la
lucha por el salario es simultáneamente una lucha contra el salario, contra los
medios que utiliza y contra la relación capitalista que encarna. En el caso de
los no asalariados, en nuestro caso, la lucha por el salario supone aún más cla-
ramente un ataque contra el capital. El salario para el trabajo doméstico signi-
fica que el capital tendría que remunerar la ingente cantidad de trabajadores
de los servicios sociales que a día de hoy se ahorra cargando sobre nosotras
esas tareas. Más importante todavía, la demanda del salario doméstico es un
claro rechazo a aceptar nuestro trabajo como un destino biológico, condición
necesaria ―este rechazo― para empezar a rebelarnos contra él. Nada ha sido,
de hecho, tan poderoso en la institucionalización de nuestro trabajo, de la
familia, de nuestra dependencia de los hombres, como el hecho de que nun-
ca fue un salario sino el «amor» lo que se obtenía por este trabajo. Pero para
nosotras, como para los trabajadores asalariados, el salario no es el precio de
un acuerdo de productividad. A cambio de un salario no trabajaremos más
sino menos. Queremos un salario para poder disfrutar de nuestro tiempo y
energías, para llevar a cabo una huelga, y no estar confinadas en un segundo
empleo por la necesidad de cierta independencia económica.

Nuestra lucha por el salario abre, tanto para los asalariados como para los
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no remunerados, el debate acerca de la duración real de la jornada laboral.


Hasta ahora la clase trabajadora, masculina y femenina, veía determinada por
el capital la duración de su jornada laboral ―en qué momento se fichaba al
entrar y se fichaba a la salida. Esto definía el tiempo que pertenecíamos al
capital y el tiempo que nos pertenecíamos a nosotros mismos. Pero este tiem-
po nunca nos ha pertenecido, siempre, en cada momento de nuestras vidas,

25 Fortune, diciembre de 1974.


66 Revolución en punto cero

hemos pertenecido al capital. Y es hora de que le hagamos pagar por cada uno
de esos momentos. En términos de clase esto supone la exigencia de un salario
por cada momento de nuestra vida al servicio del capital.

Que pague el capital

Esta ha sido la perspectiva de clase que le ha dado forma a las luchas, tanto
en EEUU como a escala internacional, durante los años sesenta. En EEUU las
luchas de los negros y de las madres dependientes de los servicios sociales
―el Tercer Mundo de las metrópolis― expresaban la revuelta de los no asala-
riados y el rechazo a la única alternativa propuesta por el capital: más trabajo.
Estas luchas, cuyo núcleo de poder residía en la comunidad, no tuvieron lugar
porque se buscase un mayor desarrollo sino por la reapropiación de la riqueza
social que el capital ha acumulado gracias tanto a los no asalariados como a
los asalariados. Cuestionaron la organización social capitalista que impone el
trabajo como condición básica para nuestra existencia. También desafiaron el
dogma de la izquierda que proclama que solo en las fábricas la clase obrera
puede organizar su poder.

Pero no es necesario entrar en una fábrica para ser parte de la organización


de la clase obrera. Cuando Lopate argumenta que «las condiciones previas
ideológicas para la solidaridad de clase son las redes y relaciones que surgen
del trabajo conjunto» y que «estas condiciones no pueden emerger del trabajo
aislado de las mujeres trabajando en casas separadas» olvida y desecha las lu-
chas que estas mujeres «aisladas» llevaron a cabo en los años sesenta (huelgas
de alquileres, luchas sociales, etc.).26 Asume que no podemos organizarnos
nosotras mismas si primeramente no estamos organizadas por el capital; y
puesto que niega que el capital ya nos haya organizado, niega la existencia
de nuestra lucha. Confundir la estructuración que el capital hace de nuestro
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trabajo, ya sea en las cocinas o en las fábricas, con la organización de nuestras


luchas es un claro camino hacia la derrota. Podemos estar seguras de que cada
nueva forma de reestructuración laboral intentará aislarnos cada vez más. Es
una ilusión pensar que el capital no nos divide cuando no trabajamos aislados
unos de otros.

26 Lopate, «Women and Pay for Housework», op. cit., p. 9.


Contraatacando desde la cocina 67

Frente a las divisiones típicas de la organización capitalista del trabajo, de-


bemos organizarnos de acuerdo a nuestras necesidades. En este sentido la
campaña Salario para el Trabajo Doméstico supone un rechazo, tanto a la
socialización de las fábricas, como a la posible «racionalización» del hogar
propuesta por Lopate: «Debemos echar un serio vistazo a las tareas “nece-
sarias” para el correcto funcionamiento de la casa... Necesitamos investigar
los utensilios diseñados para ahorrarnos trabajo y tiempo en casa y decidir
cuáles son útiles y cuáles simplemente causan una mayor degradación del
trabajo doméstico».27

No es la tecnología per se la que nos degrada sino el uso que el capital hace
de ella. Además, la «autogestión» y la «gestión de los trabajadores» siempre
han existido en el hogar. Siempre tuvimos la opción de decidir si hacíamos la
colada el lunes o el sábado, o la capacidad de elegir entre comprar un lavapla-
tos o una aspiradora, siempre y cuando puedas pagar alguna de esas cosas.
Así que no debemos pedirle al capital que cambie la naturaleza de nuestro
trabajo, sino luchar para rechazar reproducirnos y reproducir a otros como
trabajadores, como fuerza de trabajo, como mercancías. Y para lograr este ob-
jetivo es necesario que el trabajo se reconozca como tal mediante el salario.
Obviamente mientras siga existiendo la relación salarial capitalista, también
lo hará el capitalismo. Por eso no consideramos que conseguir un salario su-
ponga la revolución. Afirmamos que es una estrategia revolucionaria porque
socava el rol que se nos ha asignado en la división capitalista del trabajo y en
consecuencia altera las relaciones de poder dentro de la clase trabajadora en
términos más favorables para nosotras y para la unidad de la clase.

En lo tocante a los aspectos económicos de la campaña Salario para el Tra-


bajo Doméstico, estas facetas son «altamente problemáticas» solo si las plan-
teamos desde el punto de vista del capital, desde la perspectiva del Depar-
tamento de Hacienda que siempre proclama su falta de recursos cuando se
dirige a los trabajadores.28 Como no somos el Departamento de Hacienda y no
tenemos intención alguna de serlo, no podemos imaginarnos diseñando para
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ellos sistemas de pago, diferenciales salariales y acuerdos sobre productivi-


dad. Nosotras no vamos a ponerle límites a nuestras capacidades, no vamos a
cuantificar nuestro valor. Para nosotras queda organizar la lucha para obtener
lo que queremos, para todas nosotras, en nuestros términos. Nuestro objetivo

27 Ibidem.
28 Ibidem.
68 Revolución en punto cero

es no tener precio, valorarnos fuera del mercado, que el precio sea inasumi-
ble, para que el trabajo reproductivo, el trabajo en la fábrica y el trabajo en la
oficina sean «antieconómicos».

De manera similar, rechazamos el argumento que sugiere que entonces


será algún otro sector de la clase obrera el que pagará por nuestras even-
tuales ganancias. Según esta misma lógica habría que decir que a los tra-
bajadores asalariados se les paga con el dinero que el capital no nos da a
nosotras. Pero esa es la manera de hablar del Estado. De hecho afirmar que
las demandas de programas de asistencia social llevadas a cabo por los ne-
gros durante los años sesenta tuvieron un «efecto devastador en cualquier
estrategia a largo plazo... en las relaciones entre blancos y negros», ya que
«los trabajadores sabían que serían ellos, y no las corporaciones, los que aca-
barían pagando esos programas», es puro racismo.29 Si asumimos que cada
lucha que llevamos a cabo debe acabar en una redistribución de la pobreza,
estamos asumiendo la inevitabilidad de nuestra derrota. De hecho, el artícu-
lo de Lopate está escrito bajo el signo del derrotismo, lo que supone aceptar
las instituciones capitalistas como inevitables. Lopate no puede imaginar
que si el capital le rebajase a otros trabajadores su salario para dárnoslo a
nosotras esos trabajadores serían capaces de defender sus intereses y los
nuestros también. También asume que «obviamente los hombres recibirían
los salarios más altos por su trabajo en la casa» ―en resumen, asume que
nunca podremos ganar.30

Por último, Lopate nos previene de que en caso de que obtuviésemos un


salario para el trabajo doméstico, el capital enviaría supervisores para con-
trolar nuestras tareas. Puesto que solo contempla a las amas de casa como
víctimas, incapaces de rebelarse, no puede plantearse siquiera que pudiése-
mos organizarnos colectivamente para darles con la puerta en las narices a los
supervisores si estos intentasen imponer su control. Además, presupone que
como no tenemos supervisores oficiales nuestro trabajo no está controlado.
De todas maneras, incluso si tener un salario significase que el Estado fue-
©
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ra a intentar controlar de una manera más directa nuestro trabajo, esto sería
preferible a nuestra situación actual; ya que este intento sacaría a la luz quién

29 Ibidem, p. 10.
30 Ibidem.
Contraatacando desde la cocina 69

decide y manda sobre nuestro trabajo, y es mejor saber quién es nuestro ene-
migo que culparnos y seguir odiándonos a nosotras mismas porque estamos
obligadas a «amar o cuidar» «sobre la base del miedo y la dominación».31
©
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31 Ibidem.
Verena Stolke
Universidad Autónoma de Barcelona

La mujer es puro cuento:* la cultura


del género
Resumen
esumen: El término género se tornó un atajo, en la década de los 1970s, para designar la
construcción cultural y no las bases biológicas del tratamiento desigual entre hombres y mujeres,
además de la dominación de las mujeres por los hombres. En las últimas tres décadas de
teorización feminista ese vocablo se tornó tan ubícuo como ambíguo pero, sorprendentemente,
no existe una historia semántica de sus orígenes, de sus significados, ni de los varios abordajes.
En este artículo demuestro que sexólogos y psicólogos americanos introdujeron la palabra gênero
en los años 1950s, con la intención de distinguir el sexo anatómico del género social. Esa
construcción biomédica de género es relevante para entender las dificultades epistemológicas,
en la teoría feminista, con la conección entre género y sexo. El artículo aborda tres questiones
relacionadas entre sí: 1) la costumbre, entre académicas feministas, de asociar el término género
a las diferencias sexuales; 2) el dualismo heterosexual que caracteriza la noción médica original
de género social y que persiste en gran parte de la teoría feminista, hasta fines de los años
1980s; y 3) la indisputada dicotomía cartesiana entre naturaleza y cultura que permanece como
un hilván en las controversias sobre sexo y género. Este artículo, inevitablemente, no es conclusivo.
Como sugiero, avances de la biotecnología pueden abrir nuevos panoramas en relación al
dilema antropológico fundamental de conciliar la cultura con la naturaleza.
Palabras claves
claves: sexo y género, naturaleza y cultura.

Copyright  2004 by Revista


Estudos Feministas La coustume est une seconde nature qui destruit la première.
*
He tomado prestado este irónico Mais qu’est que nature, pourquoy la coustume n’est elle pas
título de uno de los libros de la
naturelle? J’ai grand peur que cette nature ne suit elle-mesme
antropóloga y linguista nica-
ragüense Milagros Palma titulado
qu’une première coustume, comme la coustume est una
La mujer es puro cuento (PALMA, seconde nature.
1996), una recopilación de mitos Blaise Pascal, Pensée, 1670.1
que son una muestra clara de la
No se nace sino que se deviene mujer.
forma de perpetuarse del poder
masculino a través de la Simone de Beauvoir
transmisión de valores e imágenes El despliegue de la sexualidad...establece esta noción de sexo.
que hacen de ella una creación
Michel Foucault
puramente arbitraria.
1
PASCAL, Blaise. Pensée. Paris:
Lemerre, 1877. v. I, p. 96 (citado
en LÉVI-STRAUSS, 1984, p. 19).

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 264, maio-agosto/2004 77


VERENA STOLCKE

Introducción
Una buena ocasión para recapitular la historia de
2
Silvia TUBERT, 2003. un concepto se ofrece cuando éste entra en crisis.2 La crisis
del concepto de género tiene mucho que ver con la crisis
actual de las teorías sociales clásicas, y en particular de
las nociones de cultura, naturaleza y sociedad. Las nociones
de género y de cultura son hoy tan ubicuas como
ambiguas. Se han convertido en palabras percha, una
especie de comodines que se emplean con intenciones y
significados de lo mas diversos. En los años 1970s las
académicas feministas escogieron el término género
precisamente para hacer hincapié en que la desigualdad
y la opresión de las mujeres en relación con los hombres
no dependen de las diferencias de sexo biológico propios
de la especie humana. Las relaciones de género son
fenómenos socio-culturales que estructuran la perpetuación
de la vida humana en sociedad de modo tan fundamental
y enigmático como, por ejemplo los sistemas de parentesco.
Una historia del concepto de género implica y refleja, por
lo tanto, la concepción cambiante de la cultura en relación
a la naturaleza.
La energía creativa de la antropología emana de la
tensión entre dos tipos de exigencias: por un lado nos
ocupamos de seres humanos universales y, por otro, de
realidades culturales particulares. Tradicionalmente, la
antropología socio-cultural se ha basado en la idea de que
una clara línea divisoria separa al mundo de la cultura
humana del resto del mundo vivo. La biología y otras
disciplinas afines explicarían aquella dimensión de nuestra
condición humana que nos asemeja a otros animales. Pero
nuestra capacidad para el aprendizaje, para comunicarnos
mediante el lenguaje y de interpretar el mundo en que
vivimos dotándolo de significados simbólicos nos ha
permitido trascender las limitaciones que nos impone
nuestra naturaleza animal biológica para alcanzar esa
condición humana flexible y adaptable única. La noción
de cultura se desarrolló en la pugna intelectual de las
ciencias sociales contra los intentos por parte de las ciencias
naturales de atribuir la conducta y la variedad humanas
3
Alan BARNARD y Jonathan exclusivamente a factores biológicos, es decir, naturales.3
SPENCER, 1998, p. 393 et seq. El término género ha sido clave en la teoría y política
feministas desde los años 1970s en su combate contra el
sentido común sexista y androcéntrico que prevalece en
la sociedad y en la academia occidentales. Se trataba de
demostrar que “la biología no es destino” sino que las
identidades socio-simbólicas que se asignan a las mujeres
en sus relaciones con los hombres en la organización de la
vida en sociedad, al ser culturales, son variables y, por lo

78 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

tanto, aptas de ser transformadas. Los debates


epistemológicos que provocará el concepto de género
estarán vinculados a la oposición convencional entre
naturaleza y cultura, que las teóricas feministas acabarán
4
Cabe destacar que en las por trascender.4
etnografías indígenistas que Marcel Mauss ya había mostrado, en su artículo
relativizan el dualismo cartesiano
occidental suele prestarse escasa
clásico de 1938, que la concepción de la persona era
atención a las implicaciones que sólo en apariencia evidente y natural. Era en realidad un
tienen distintas concepciones artefacto de una larga y diversa historia social. Al ser
acerca de los seres humanos en constituida por las fuerzas que ejerce la sociedad y estar
relación al mundo animal, p.ej.,
estrechamente vinculada con la organización social, la
para las concepciones de la
reproducción y las relaciones de categoría de persona era moral y jurídica y por lo tanto
las mujeres con los hombres. Ver variable según el contexto socio-cultural.5 La frontera entre
al respecto Philippe DESCOLA y lo material y lo cultural se quiebra analíticamente a partir
Gísli PÁLSSON, 1996. de Mauss y Lévi-Strauss resume la idea de que la diversidad
5
MAUSS, 1938.
cultural es consubstancial con la condición humana en su
célebre frase “la cultura es la naturaleza humana”. En la
antropología prevalecerá, no obstante, otra concepción
liberal de la cultura según la cual los individuos son
portadores de rasgos culturales que se imponen a ellos
6
Carlos FRADE, 2002, p. 34-35. distinguiéndolos unos de los otros.6
Mauss se inspiró en el análisis sociológico de las
representaciones y clasificaciones sociales iniciado por
Durkheim y anticipó así lo que hoy se entiende por la
desconstrucción de categorías sociales básicas tales como
7
Michael CARRITHERS, Steven el individuo, las técnicas corporales, incluso el sexo.7 Pero
COLLINS y Steven LUKES, 1985. la “pequeña diferencia” – como Alice Schwarzer ironizó la
diferencia entre mujeres y hombres en los años 1960s – y
sus grandes consecuencias socio-políticas, brillaron, no
obstante, por su ausencia en todas las tradiciones
8
Una excepción es el artículo antropológicas.8 Los antropólogos centraron sus análisis en
igualmente clásico de Robert la persona, el individuo, sobre-entendidos como categorías
HERTZ, 1960, Death and the right socio-culturales universales, mientras que las mujeres, si
hand en que el autor analisa las
clasificaciones simbólicas acaso aparecían, lo hacían no como personas sino apenas
dualistas en relación con las en tanto que destinadas inevitablemente a ser esposas,
características del cuerpo hermanas, hijas intercambiadas por sus hombres como es,
humano y sus implicaciones para por ejemplo, el caso en la abundante bibliografía que
la clasificación de hombres/
esposos y mujeres/esposas y sus
generó la pasión antropológica por el estudio de los
valores relativos. sistemas de parentesco. Serán las militantes feministas y
sus denuncias de la opresión y discriminación de las mujeres
y las revisiones históricas, etnográficas y teóricas de las
investigadoras feministas quienes a lo largo de las siguientes
cuatro décadas se encargarán de demostrar que no sólo
el hombre es una invención, también lo es la mujer.

Historia de una relación


La trayectoria teórica feminista es singular pues es
la historia de una estrecha relación entre un movimiento

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 79


VERENA STOLCKE

político de emancipación personal y colectivo y una labor


teórica inspirada por el afán de identificar las raíces de la
opresión y el trato desigual de las mujeres como
9
Henrietta L. MOORE, 1996. herramientas de la lucha liberadora.9
El movimiento feminista de la “segunda ola” tuvo sus
orígenes en los agitados años 1960s. En un inicio fueron
mujeres de clase media quienes se pusieron en movimiento.
En EEUU le siguió a la tenebrosa década de las
persecuciones macartistas de la izquierda en plena guerra
fría, la lucha estudiantil por la libertad de expresión y contra
10
Surgieron dos organizaciones la guerra en Vietnam10 y el movimiento por lo derechos
de estudiantes: Students for a civiles de la población negra. Este fue el caldo de cultivo
Democratic Society (Estudiantes
por una sociedad democrática) político en que nació el movimiento feminista. Las mujeres
y Student Nonviolent Coordinating que habían trabajado en la industria militar pero fueron re-
Committee (Comité cordinador domesticadas cuando los soldados regresaron de la gran
de estudiantes no violentos) cuyas guerra, estudiantes universitarias, mujeres que tenían hij@s
masivas movilizaciones eventual-
en edad escolar, las que al casarse habían abandonado
mente lograron que el gobierno
de EEUU se aveniera a negociar sus estudios o su profesión, decidieron compaginar el
el fin de la guerra del Vietnam. matrimonio con una carrera profesional o volver a trabajar
fuera del hogar, pero descubrieron que la tan celebrada
igualdad de oportunidades era un triste engaño. El reparto
equitativo del trabajo doméstico con sus compañeros resultó
11
Betty FRIEDAN, 1963. La ilusorio. Las mujeres además sólo conseguían empleos
incorporación en la ley de la temporales de segundo orden, como secretarias,
discriminación por razón de sexo
se debió a una maniobra política enfermeras, es decir, de cuidadoras y asistentes, sin
racista masculina fallida. Para posibilidades de promoción y por la mitad del sueldo de
echar abajo la propuesta de ley los hombres y eran despedidas cuando quedaban
anti-racista un congresista embarazadas. El libro de Betty Friedan, su denuncia de La
segregacionista de Virginia
propuso incorporar la discri-
mística de la feminidad, que vio la luz en 1963, fue como
minación por razón de sexo agua de mayo para los sueños de todos estas mujeres. En
confiando en que los congresistas poco tiempo el libro había vendido mas de tres millones
votaría en su contra. Pero los de ejemplares. Las múltiples discriminaciones de las mujeres
línderes del congreso se dieron comenzarían a cambiar cuando un año después de la
cuenta de que los tiempos ya no
estaban para desafiar a las célebre marcha sobre Washington en apoyo de la
mujeres (FRIEDAN, 2003, cap. 6). población negra, en 1964, el gobierno demócrata de
12
Pero no hay que olvidar otras Lyndon Johnson forzó la aprobación de la Ley de Derechos
luchadoras feministas anteriores Civiles de los negros que no sólo prohibía la discriminación
mas radicales. La anarquista
Emma Goldman (1869-1940), por
por razón de raza sino, inesperadamente, también de
ejemplo, no compartía la sexo.11 Ahora, una ley por si sola no hace un verano. Ante
convicción de sus compañeros la oposición cerrada de los sindicatos, los empresarios y
de que la sociedad nueva los organismos oficiales contra la prohibición de la
resolvería la situación de las discriminación por razón de sexo, un grupo de mujeres
mujeres pues las condiciones de
éstas eran distintas y tenían profesionales entre las que destacó Betty Friedan, en 1966
causas específicas. En 1897 fundó NOW (National Organization of Women), la mayor
Goldman escribía: “Yo exigo la organización feminista independiente en EEUU.12 Estas
independencia de la mujer, su mujeres no pretendían una revolución política ni sexual. Su
derecho a mantenerse a si
misma; a amar a quien ella
objetivo era la igualdad de derechos de las mujeres con
quisiese o a tantos como ella los hombres en todos los ámbitos sociales. En contraste con
desease” (GOLDMAN, 1897). estos inicios liberales del movimiento feminista en EEUU, en

80 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

Inglaterra, en cambio, fueron feministas de la nueva


izquierda, quienes se rebelaron contra la ausencia
sistemática de las mujeres en la práctica y teoría
revolucionarias de sus colegas masculinos. Estas feministas
socialistas impulsaron el movimiento por la liberación
política y sexual de las mujeres que trascendió las
campañas por la igualdad de derechos e inauguraron una
13
Un texto clave fue el artículo de revisión feminista de las teorías socialistas.13 La primera
Juliet Mitchell, “Women: The Conferencia Mundial de la Mujer que la ONU convocó en
longest revolution” que se la ciudad de México en 1975 en respuesta a las demandas
convirtió en un texto fundacional
del movimiento (MITCHELL,
de las mujeres, significó la mundialización del movimiento
1966a). Ver también el libro de feminista. En España la primera Conferencia Mundial
Mitchell que lleva el mismo título, coincidió con la muerte de Franco, lo que dio un impulso
Women: The longest revolution. adicional a la organización de las mujeres.
Essays in feminism, literature and
La lucha política organizada contra la discriminación
psychoanalysis (MITCHELL, 1966b).
de las mujeres en el mercado de trabajo, su opresión sexual,
planteó desafíos teóricos. Mientras que las feministas
proclamábamos y practicábamos “lo personal es político”,
las académicas del movimiento desafiaron el “poder
androcéntrico del saber” desmitificando lo que Foucault
llamaría el “biopoder”, es decir, la carga ideológica de
todas aquellas doctrinas que atribuían la subordinación de
las mujeres a su naturaleza bio-sexual, y las graves
deficiencias epistemológicas y teóricas de la ciencia
tradicional por haber hecho caso omiso del papel y de las
actividades de las mujeres en la historia y en la sociedad.
El desarrollo de la crítica teórica feminista no siempre
fue rectilíneo ni sosegado y progresivo. Desde un inicio hubo
desacuerdos acerca de las raíces de la desigualdad de las
mujeres suscitados por percepciones divergentes respecto
a su relación con el orden socio-político e incluso a la propia
condición humana, atrapada entre la cultura y la naturaleza,
a que aludí al principio. La diversidad de inquietudes y
experiencias vividas por mujeres junto con distintos intereses
y posturas socio-políticas, por un lado, se reflejaron en
proyectos políticos desencontrados. Por otro, surgieron
controversias teórico-políticas acerca del “por qué de las
mujeres” debido a la persistente dificultad de comprender
las diversas experiencias de las mujeres en relación a los
hombres, sin caer ni en relativismos que desarman, ni en
14
Por esencialismo se entiende viejos, nuevos esencialismos que paralizan.14
aquella doctrina que niega la
temporalidad al atribuir una Antecedentes: diferencias y desigualdades
ontología primordial e inmutable
a los que son productos históricos sexuales
de la acción humana.
Simone de Beauvoir fue quien en su libro clásico El
segundo sexo (1949), introdujo la idea feminista moderna
de que “no se nace sino que se deviene mujer”. De Beauvoir
nos enseñó que la opresión de la mujer no se debe a

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 81


VERENA STOLCKE

factores biológicos, psicológicos o económicos sino que


ella fundió la explicación económica y “reproductiva” en
una interpretación psicológica de ambas. A lo largo de la
historia la mujer había sido construida como el “segundo
sexo”, “la otra” del hombre. Esa ordenación jerárquica era
un invento patriarcal para legitimar la autoridad masculina.
El hombre era la medida de todas las cosas pues “la
humanidad es masculina y el hombre define a la mujer no
en si misma sino en relación al hombre... Él es el sujeto, él
15
BEAUVOIR, 1989, p. xxii. es lo absoluto – ella es la otra”.15
Margaret Mead, en sus investigaciones etnográficos
de los años 1920s y 1930s en particular en Samoa y Nueva
Guinea, ya había puesto en entredicho la visión sexista
biologista que prevalecía en las ciencias sociales en EEUU
según la cual la división sexual del trabajo en la familia
moderna se debía a la diferencia innata entre el
comportamiento instrumental (público, productivo) de los
hombres y expresivo de las mujeres. En su estudio
comparativo Sex and Temperament in Three Primitive
Societies Mead había introducido ya en 1935 la idea
revolucionaria de que, por ser la especie humana
enormemente maleable, los papeles y las conductas
16
MEAD, 1935. sexuales varían según los contextos socio-culturales.16 Y en
una comparación de las concepciones acerca de lo que
significaba ser mujer y hombre en siete sociedades del
Pacífico Sur, con las ideas que prevalecían en la sociedad
estadounidense contemporáneo, Mead escribía en 1949:
Cada una de estas tribus (en Nueva Guinea) tiene, como
toda sociedad humana, el elemento de la diferencia
sexual para usarlo como tema en el argumento de la
vida social y cada uno de estos pueblos ha desarrollado
esta diferencia diferentemente. Al comparar la forma
en que han dramatizado la diferencia sexual, es posible
ampliar nuestros conocimientos sobre cuales elementos
son construcciones sociales, originariamente irrelevantes
17
MEAD, 1949. respecto a los hechos biológicos de sexo-género.17

Aquí aparece por primera vez el término género


aunque de modo poco claro. Los mensajes feministas de
Simone de Beauvoir y de Margaret Mead pasaron, no
obstante, desapercibidos hasta que surge el movimiento
feminista internacional.
Cuando, hacia fines de los 1960s, las académicas
feministas comenzaron a investigar las raíces de la
condición de las mujeres como “segundo sexo”, fijaron su
mira en la antropología como fuente de información acerca
de las circunstancias, experiencias y representaciones
femeninas en contextos sociales, políticos y económicos
diversos, buscando además evidencia sobre sistemas socio-
18
Francis PINE, 1998. políticos igualitarios.18 A mediados de los años 1970s ven la

82 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

luz dos volúmenes pioneros coordinados por antropólogas:


Toward an Anthropology of Women y Woman, Culture and
19
Michèle Zimbalist ROSALDO y Society.19 Estas antropólogas feministas, algunas de ellas
Louise LAMPHERE, 1974; Rayna R. militaron en el movimiento estudiantil en EEUU, 20 se
REITER, 1975. Ver también Olivia propusieron crear una “antropología de las mujeres” para
HARRIS y Kate YOUNG, 1979.
20
Según William Christian, en la someter a la crítica feminista los modelos androcéntricos
Universidad de Michigan, que era convencionales en la disciplina. Esta “antropología de las
uno de los semilleros de la mujeres” se volcó a escuchar las voces silenciadas de las
rebelión estudiantil en los años mujeres,21 y prestó especial atención a los dominios y las
1960s y donde él estudiaba en
la época, las estudiantes de
actividades de las mujeres y las representaciones simbólicas
antropología Rayna Reiter, Jane de la feminidad. Su objetivo primordial fue hallar y teorizar
Schneider, Susan Harding, todas los orígenes de la subordinación de las mujeres aunque
ellas alumnas de Eric Wolf, sus enfoques divergieron. Para las antropólogas feministas
fundaron un grupo feminista. Ellas marxistas, ni la opresión de las mujeres, ni el poder exclusivo
vivían en “comunas” y se
convertirían mas tarde en ejercido por los hombres eran fenómenos universales sino
destacadas teóricas feministas. que dependían de las relaciones de producción históricas.
21
Edwin ARDENER, 1975. Un orden igualitario primigenio había sido destruido cuando
22
REITER, 1975. Ver también Elenor surge la propiedad privada y el colonialismo.22 La corriente
LEACOCK, 1978.
estructural simbólica tampoco atribuyó el origen de las
desigualdades sexuales a los “hechos” biológicos de la
especie humana sino a pautas, esas si universales, que
organizan la experiencia social, psicológica y cultural
humanas tales como la dicotomía entre cultura y naturaleza
o entre la esfera privada y pública y los significados
simbólicos de sexo de que éstas son dotadas, y que
23
ROSALDO y LAMPHERE, 1974; presumiblemente podían cambiar.23 Esa búsqueda de
HARRIS y YOUNG, 1979. orígenes presuponía una fe en verdades últimas y
24
En particular, Sherry B. ORTNER, esenciales. Todas estas antropólogas situaban la opresión
1974; ROSALDO, 1974; y Felicity
EDHOLM, Olivia HARRIS y Kate de las mujeres en la cultura y en la estructura social, pero
YOUNG, 1977. En 1980 Rosaldo muchas de ellas acabaron replicando las tendencias
aún sostiene de un modo por universalistas y el determinismo biológico que pretendían
cierto rebuscado, que “al mismo superar. A pesar de sus mejores intenciones culturalistas,
tiempo que la evidencia sobre
en última instancia atribuían la subordinación de las mujeres
variaciones de conducta sugiere
que el género, menos que un al “hecho” biológico de su papel específico en la
producto de nuestros cuerpos es procreación. Las mujeres se encontraban confinadas
una forma social y de pensar, invariablemente al ámbito social de menor valor social al
parece bastante difícil creer que interior de unas jerarquías universales entre las esferas
las desigualdades sexuales no
estén arraigadas en los dictados pública y doméstica, entre la cultura y la naturaleza o entre
de un orden natural. Al menos la producción a la reproducción.24 Al proyectar sobre el
parecería que ciertos hechos mundo su propio sentido común cultural no se percataron
biológicos – el papel de las de que esas dicotomías no eran en absoluto universales
mujeres en la reproducción y, tal
sino una creación del discurso filosófico y político europeo
vez la fuerza masculina – han
funcionado de modo no moderno, y que diferencias de función y actividades no
necesario pero universal para necesariamente significan desigualdad social.25
formar y reproducir el domino
masculino” (ROSALDO, 1980, p. El por qué y el qué del género
396).
25
Carol P. MacCORMACK y Marilyn A pesar de que la categoría género ha jugado un
STRATHERN, 1980.
papel tan destacado como controvertido en el

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 83


VERENA STOLCKE

pensamiento feminista, resulta sorprendente que


26
TUBERT, 2003; Pamela ABBOTT, carezcamos aún de una genealogía semántico-política del
2000; Lorraine CODE, 2000. concepto.26
Las antropológas que acabo de mencionar
habitualmente asumían a la mujer como sujeta de sus
investigaciones. Pretendían explicar el escaso protagonismo
y valor de la mujer en la sociedad analizando los papeles
y las deferencias sexuales desde la comparación
intercultural típica de la antropología, sin conseguir
desprenderse de supuestos biológicos etnocéntricos.
Las feministas socialistas anglosajonas, en cambio,
abordaron la condición de las mujeres en la sociedad
occidental desde la crítica política de la dominación
masculina y de las ideologías sexuales que la legitiman. La
causa de la opresión de las mujeres no estaba en ellas
mismas sino que se debía al poder ejercido por los hombres
en un entramado de relaciones políticos. Fueron estas
feministas anglosajonas quienes introdujeron el concepto
de género en su controvertido sentido actual, precisamente
para desenmascarar los difusos y tan difundidos
determinismos bio-sexuales que legitiman la dominación
masculina.
Conocer el origen de conceptos analíticos clave
ayuda a reconocer sus consecuencias epistemológicas
posteriores. La palabra género es la traducción literal de la
palabra inglesa gender. La entrada gender en las
enciclopedias de teoría feminista o simplemente omite su
origen o lo atribuye a una característica gramatical del
inglés, una lengua en la que, en contraste con las lenguas
románicas, las palabras no tienen género pero ciertas
palabras se entienden como masculinas o femeninas. Así,
según Nicholson, las feministas de lengua inglesa hicieron
extensivo el término gender a las conductas femeninas y
masculinas típicas con el fin de hacer hincapié en que
27
Linda NICHOLSON, 1998; Joan éstas, al igual que el género sobreentendido de algunas
W. SCOTT, 1986; ABBOTT, 2000; palabras, se deben a convenciones sociales.27 Esta historia
Michelle K. OWEN, 2000.
es cuando menos incompleta.
En realidad el término gender fue introducido por la
psicología y la sexología en EEUU en los años 1950s cuando
cambió gradualmente su postura ante la transexualidad y
los intersexos. En la época la profesión médica
estadounidense rechazaba las operaciones de cambio de
sexo pero en 1952 Cristine Jorgensen de Dinamarca se
había sometido a una operación de cambio de sexo. En
EEUU se establecieron las primeras clínicas de “género” y
algunos psicoanalistas, sexólogos y médicos adoptaron el
término gender para distinguir el sexo social asignado del
sexo anatómico y solucionar así las dificultades
conceptuales y terminológicas que planteaban los

84 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

intersexos, transexuales y homosexuales cuyo sexo biológico


era ambiguo al nacimiento o no coincidía con su identidad
sexual deseada o su orientación sexual.
Las feministas Kate Millett y Germaine Greer, ambas
estudiosas de literatura inglesa, parecen haber sido las
primeras en emplear la noción psicoanalítica de género
social en sus críticas políticas de las doctrinas bio-ideológicas
occidentales acerca de la subordinación de las mujeres.
Ambas compartían la convicción de que para luchar por la
liberación de las mujeres era preciso saber en primer lugar
hasta qué punto la inferioridad o dependencia de las mujeres
eran naturales y por lo tanto inalterables.
En su revolucionario libro Sexual Politics, Kate Millett,
en 1969, rechazaba como ejercicio fútil y seguramente
irrelevante el buscar los orígenes del patriarcado y
proclamaba que las relaciones entre los sexos eran
fundamentalmente políticas. Unas veces idolatradas, otras
veces tratadas con condescendencia, en la historia y cultura
occidentales las mujeres siempre han sido explotadas por
los hombres. Es decir, la suerte de las mujeres es echada por
los hombres y se debe al poder masculino. Pero, como señala
Millett, ni la endocrinología ni la genética habían conseguido
demostrar jamás que la voluntad de dominio era un rasgo
inherente al temperamento masculino ni tampoco el que
existieran diferencias intelectuales-emocionales innatas
relevantes entre hombres y mujeres. Como las distinciones
contemporáneas entre hombres y mujeres son, ademas,
primordialmente culturales, difícilmente podríamos
determinar sus orígenes físicos. Como Millett concluye con
lúcida ironía, “Seguramente no podremos saber cualesquiera
que puedan ser las diferencias ‘reales’ entre lo sexos mientras
que los sexos no sean tratados de modo diferente, es decir,
28
MILLETT, 1977, p. 29. como semejantes”.28 La convicción contemporánea de que
la agresión es por naturaleza masculina y la pasividad es
femenina no son, por consiguiente, mas que
racionalizaciones patriarcales de desigualdades sociales ya
las diversas facetas de nuestras vidas que se denominan
conductas sexuales son casi por completo el resultado de
29
MILLETT, 1977, p. 32. nuestro aprendizaje social.29
Germaine Greer empleó el término género en su
crítica radical de la imagen de la mujer objeto del deseo
30
GREER, 1971. masculino The Female Eunuch.30 Como escribía Greer, la
mujer es producto de un tipo particular de
condicionamiento social: “Lo que ocurre es que la mujer
es considerada como objeto sexual para el uso y la
apreciación de otros seres sexuados, los hombres. Su
sexualidad es al mismo tiempo negada y tergiversada al
31
GREER, 1971, p. 15. ser representada como pasividad”.31 Es decir, la mujer es
construida como eunuca al servicio del hombre.

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 85


VERENA STOLCKE

Greer usa el término género cuando somete toda la


gama de interpretaciones occidentales de los rasgos
corporales, intelectuales y emocionales atribuidos a la mujer
a un examen crítico con esperanza de que las mujeres
serán capaces de revindicar una voluntad propia para
decidir acerca de sus deseos por ellas mismas cuando se
liberen de todos esos prejuicios sexistas.
Ambas autoras citan la obra del psicoanalista
estadounidense Robert Stoller, Sex and Gender como fuente
32
STOLLER, 1968. del término gender.32 Como señalé, en la década de los
1950s psicólogos, médicos y científicos sociales enfocaron
el tratamiento de los intersexos y transexuales desde una
perspectiva nueva abogando por intervenciones quirúrgicas
para adaptar la anatomía genital de éstos o a su identidad
sexual asignada o escogida. Era la época en que, en
reacción contra los abusos del régimen Nazi de
determinismos biológicos durante la segunda gran guerra,
se generalizó la convicción de que los seres humanos son
enormemente maleables. En su libro, Stoller revisó los estudios
psicológicos y biomédico de los intersexos, transexuales y
homosexuales, es decir, de individu@s cuya anatomía genital
es ambigua al nacimiento o cuyo sexo biológico no coincide
con su identidad sexual sentida y deseada o con su
orientación sexual. Según Fraisse, fue el libro Sex and Gender
de Stoller que marcó el inicio del debate terminológico y
filosófico en torno del concepto de género en el pensamiento
33
Geneviève FRAISSE, 2001. feminista que aún no se ha cerrado.33
Como apuntó Millett en Sexual Politics, de acuerdo
con Stoller y otros expertos contemporáneos, la core gender
identity (identidad de género central) se consolida tan sólo
a la edad de 18 meses. Y ni la conducta, ni los sentimientos,
el pensamiento y las fantasías están exclusivamente
determinados por la anatomía sexual. Las investigaciones
realizadas en el California Gender Identity Center habían
mostrado que en casos de “asignación errónea” de género
cuando existía una malformación genital al nacimiento,
resultaba mas fácil cambiar, mediante una intervención
quirúrgica, el sexo anatómico de un adolescente cuyo sexo
biológico era contrario a su asignación de género y su
condicionamiento social, que transformar su personalidad
y temperamento subjetivo femenino, producto de años de
34
MILLETT, 1977, p. 30. socialización.34 La intención era adaptar la naturaleza sexual
a la identidad social de género.
Millett recoge la definición de Stoller del término
género:
Los diccionarios subrayan que la connotación primordial
de sexo es biológica... De acuerdo con esto, la palabra
sexo se referirá en esta obra al sexo femenino o
masculino y las partes biológicas que determinan si uno

86 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

es varón o hembra; la palabra sexual se referirá a la


anatomía y la fisiología. Es evidente que sobran amplios
campos de la conducta, de los sentimientos, del
pensamiento y de las fantasías que, aunque estén
relacionados con los sexos, no tienen connotaciones
primordialmente biológicas. Emplearé el término género
para algunos de estos fenómenos psicológicos: se
puede hablar de sexo masculino o femenino, pero
también se puede hablar de masculinidad y feminidad
sin estar necesariamente suponiendo cualquier cosa
acerca de la anatomía o la fisiología. De este modo,
mientras que según el sentido común sexo y género
parecen inextricablemente relacionados, un objetivo
de este estudio será confirmar el hecho de que los dos
ámbitos (sexo y género) no están inevitablemente
vinculados en nada que se parezca a una relación de
uno a uno, sino que cada uno puede seguir caminos
35
MILLETT, 1977, p. 29. bastante independientes.35

Es decir, como Stoller recalca mas adelante, “El


género es un término que tiene connotaciones psicológicas
36
MILLETT, 1977, p. 30. y culturales”.36 Cabe notar que cuando Stoller distingue el
sexo biológico del género social toma como dada la
oposición entre naturaleza y cultura.
Para comprender todo el alcance teórico del
concepto de género hay que retroceder, no obstante, a
los años 1950s. John Money, especialista en el estudio de
“defectos” genitales congénitos, y sus colegas del Johns
Hopkins Medical Center de Baltimore, EEUU, fueron quienes
comenzaron a investigar los problemas de identidad y
orientación sexuales, la transexualidad y el tratamiento de
niñ@s hermafroditas y desarrollaron una teoría del
tratamiento psico-médico de los intersexos que da prioridad
al condicionamiento socio-cultural de la identidad de
género por encima del sexo biológico. Este modelo parece
37
Suzanne KESSLER, 1990. persistir entre especialista médicos hasta hoy.37 Según
Money, el bebé es neutro al nacimiento en términos psico-
sexuales. El desarrollo de su orientación psico-sexual
depende del aspecto de los genitales externos que el bebé
observa cuando mira hacia abajo. Cualquier bebé puede
ser transformado en niño o niña con tal de que sus genitales
tengan la apariencia “adecuada”, independientemente
de lo que indiquen sus cromosomas, sus hormonas, sus
genes. Aunque su intención fuese humanitaria, un ejemplo
trágico de la convicción freudiana de que el sano desarrollo
psicológico de un niño o niña depende esencialmente de
que posea o no un pene, fue la decisión de Money de
convertir la anatomía genital de un niño que había perdido
su pene por un error biomédico cometido durante su
38
John COLAPINTO, 1997. circuncisión, en la de una niña.38

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 87


VERENA STOLCKE

39
KESSLER, 1990; Alice DREGER, Aunque pueda parecer a primera vista que los
2004. La Intersex Society of North expertos tratasen simplemente de adaptar la anatomía
America (Sociedad Intersexos de
América del Norte) fue fundada sexual de una persona a su género asignado, en el
en los años 1990s por la diagnóstico de los intersexos se infiltran ideales culturales
historiadora de la medicina que están basados en el modelo bio-sexual dualista e
Cheryl Chase y un grupo de incluso supuestos con respecto en especial a los genitales
activistas para luchar contra la
“normales” del varón. En la asignación del género del recién
verguenza, el secretismo y las
intervenciones quirúrgicas no nacido se suelen emplear dos tipos de indicadores, uno
deseadas realizadas en personas biológico y otro cultural, a saber, el análisis cromosómico,
que nacen con una anatomía por un lado, y no cualquier pene sino el tamaño
genital que alguien decidió que “adecuado” del mismo, por el otro. En el caso de intersexos
no correspondía a la norma
masculina o femenina. La congénitos el objetivo psico-médico consiste en
Conferencia Nacional de NOW “normalizar” los genitales “anormales” mediante una
de 2001aprobó una resolución a intervención quirúrgica temprana y la administración
favor del derecho de elegir de las posterior de las hormonas correspondientes. Aunque el
niñas intersexo.
40 bebé posea el cromosoma Y si su pene es considerado
Anne FAUSTO-STERLING, 2004;
FAUSTO-STERLING, 2000. Cabe demasiado pequeño, la tendencia es a transformarlo en
señalar que Fausto-Sterling es femenino. Es decir, el género “normal” no depende apenas
profesora de biología y de de poseer o no un pene sino de si el pene es, además, de
estudios de la mujer en el un tamaño normal.39
departamento de biología
cecular y bioquímica de la Brown La idea de que no existen mas de dos sexos está
University, EEUU, es decir, que su profundamente arraigada en la cultura occidental y la
crítica procede de dentro del profesión biomédica no duda de que la identidad femenina
campo biológico. y masculina son las únicas opciones “naturales” para l@s
41
Pero la teoría en la práctica
intersexos. El propio término “intersexos” revela esta
puede ser otra sobre todo
cuando se trata de cuestiones de concepción cultural dualista en la medida en que su
política. La traducción del anatomía genital es diagnosticada como ambigua relativo
término inglés gender a otras a la norma sexual dualista y heterosexual. 40 Estos
lenguas planteó algunas antecedentes bio-culturales del concepto de género se
dificultades y y dio lugar a una
serie de deslices. En alemán, por reflejarán en los debates a que da lugar el género en las
ejemplo, el término Geschlecht teóricas feministas.
designa indistintamente el sexo
biológico y el género social. En ¿Es el género para el sexo como la cultura
castellano la traducción género
es aún mas polisémica pues
es para la naturaleza?
género se refiere tanto al género
humano, a una clase u orden de Como indiqué, las feministas anglosajonas Millett y
determinadas cosas y al género Greer recurrieron al término gender procedente de la
gramatical. A parte de los psicología y la bio-medicina para distinguir aquello que es
inconvenientes políticos de ser un construcción socio-cultural de lo que depende de la
término que tiene diversos
significados y ser además poco naturaleza en las relaciones de las mujeres con los hombres.
conocido, género se prestó Pero al dotar el término género de rango teórico las
fácilmente a un uso plural: los o feministas quisieron enfatizar además el carácter relacional
dos géneros. Las feministas que y por lo tanto político de las definiciones normativas de la
pluralizan la palabra género
revelan una concepción dualista
feminidad y la masculinidad. Es decir, las mujeres y los
del género, análoga al dualismo hombres en tanto que actor@s sociales se “hacen”
sexual, escamoteando el recíprocamente y por consiguiente, en lugar de analizarl@s
carácter político-ideológico de por separado deben situarse en el entramado de las
las relaciones entre mujeres y relaciones de poder que l@s constituyen .41
hombres. En ámbitos ajenos a la
investigación teórica no es

88 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

infrecuente, además, el empleo Las interpretaciones de la construcción social y/o


de los términos género y mujer de cultural de la relación de las mujeres con los hombres han
manera intercambiable como si
las desigualdades de género variado. En el empeño por evitar cualquier deslizamiento
fuesen un problema exclusivo de hacia el dualismo sexual marcado por lo biológico persisten
las mujeres. Otra dificultad dos dificultades analíticas relacionadas: ¿Si, como había
política reside en que, al tratarse escrito Beauvoir, “la biología no es destino”, en base a qué
de un concepto académico, el
se construyen entonces los significados simbólicos culturales
término género es apenas
conocido por el común de las diversos del ser mujer en relación con el hombre? y ¿qué
mujeres, para no mencionar a los es lo que hace de las relaciones de género un principio
hombres en general, de modo estructural primordial de la vida en sociedad, distinto de
que cualquier iniciativa política otros tipos de relaciones sociales?42
requiere una pedagogía previa.
42
Nótese el paralelismo que existe La socióloga inglesa Ann Oakley ilustra estas
entre éstos interrogantes y dificultades. En 1972 Oakley empleaba el concepto de
aquellos que ha suscitado el género en una comparación intercultural de las distintas
carácter cultural de las relaciones maneras en que hombres y mujeres son moldeados por la
de parentesco.
vida en sociedad concluyendo que “Es cierto que todas
las sociedades utilizan el sexo biológico como criterio para
la atribución de género, pero tras este simple punto de
partida no existen culturas que estén completamente de
43
OAKLEY, 1977, p. 185, mi énfasis. acuerdo sobre lo que diferencia a un género de otro”.43
Aunque Oakley haga hincapié en la variabilidad cultural
de los significados de género, al arraigarlos en la diferencia
de sexo universal acaba por emplear el concepto de
género en un sentido categórico – existen dos géneros –
replicando el dualismo sexuado heterosexual de Money y
44
OAKLEY, 1977, p. 197. Stoller a quienes cita.44
En su uso posterior se desvanecen los orígenes psico-
médicos del concepto de género. Los estudios de las
diferencias y de las desigualdades de género parecen
liberarse de sus referentes biológicos al asumir que no todas
las culturas representan de la misma forma la diferencia
entre los sexos y ni le atribuyen la misma importancia social.
Me interesa mencionar aquí a la antropóloga
feminista Gayle Rubin cuyo desafío temprano del dualismo
sexual heterosexual se halla en el polo opuesto del discurso
de teóricas como Oakley que estudian el género desde
una perspectiva dualista. En 1975 Rubin publica una de las
críticas mas originales y precoces de las interpretaciones
de Engels y especialmente de Lévi-Strauss y Freud relativas
45
RUBIN, 1975. a los fundamentos de la opresión de las mujeres.45 Es de
especial relevancia su crítica de Lévi-Strauss y Freud. Rubin
des-cubre que la división entre los sexos, la
incomensurabilidad entre mujeres y hombres, la
dependencia entre ell@s y la subordinación de las mujeres
son fenómenos político-sociales. Lo que Rubin denomina
el sistema de sexo/género consiste en un conjunto de
dispositivos socio-culturales, en particular los sistemas de
parentesco forjados por las reglas matrimoniales, que
transforman a las hembras y los machos, poseedor@s en

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 89


VERENA STOLCKE

la infancia del potencial sexual humano en su totalidad,


en “mujeres” y “hombres”, dividiéndolos en dos categorías
sociales incompletas la una sin el otro. Cuando Lévi-Strauss
atribuye en Las formas elementares del parentesco el inicio
de la cultura al tabu del incesto que regula los intercambios
matrimoniales exogámicos mediante “el tráfico de mujeres”
entre líneas de descendencia, regido por sus hombres,
proscribe la homosexualidad y prescribe la
heterosexualidad. Como escribe Rubin:
el tabu del incesto presupone un tabú previo, menos
articulado, de la homosexualidad. Una prohibición de
algunas uniones heterosexuales se convierte en un tabú
46
RUBIN, 1975, p. 180. de uniones no-heterosexuales. El género no es
únicamente una identificación con un sexo; exige
también que el deseo sexual sea canalizado hacia el
otro sexo.46

De modo análogo a como los sistemas de


parentesco supuestamente exigen una división heterosexual
de los sexos, en la teoría freudiana, la crisis edípica es la
fase del desarrollo psicosexual de los individuos en que
éstos asimilan las reglas y los tabúes relativos a la sexualidad
basados en la división de los sexos que a su vez constituyen
el deseo sexual heterosexual. En ambos modelos la mujer
47
RUBIN, 1975. acaba relegada a una posición estructural dependiente y
subordinada, objeto de intercambio o deseo de los hombres
e incompleta sin ellos.47
Una de las demandas del movimiento feminista fue
la libertad sexual. Pero la introducción por Rubin de la
sexualidad en la agenda feminista académica en tanto
que una dimensión de los sistemas de sexo/género que no
puede ser reducida al sexo biológico ni confinada por la
norma heterosexual, permanecerá en un segundo plano
hasta la década de los 1990s.
A inicios de los años 1980s se sofistican los análisis
feministas cuando las relaciones de género se analizan en
sus contextos históricas y culturales concretos. Aunque
48
Linda NICHOLSON y Nancy algunas teóricas feministas procuran explicar la condición
FRASER, 1999. de las mujeres en función de alguna actividad o
característica femenina transcultural,48 la subordinación
universal de las mujeres y la dominación de los hombres
resulta cada vez menos plausible. A medida que los sistemas
de género emergen como una dimensión de sistemas de
pensamiento mucho mas complejos el enfoque analítico
se desplaza de la conducta o las actividades de las mujeres
en relación a los hombres al género entendido como sistema
simbólico que debe ser estudiado en contextos culturales
particulares. La cuestión de y hasta qué punto el género
tiene algo que ver con el sexo queda relegada al olvido.

90 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

En un artículo de 1973, que documenta el cambio


terminológico del sexo al género, Strathern anticipa su
concepción del género como sistema simbólico. Como
Strathern escribía, “Los estudios de las diferencias de sexo,
tanto los populares como los científicos, analizan por lo
49
Marilyn STRATHERN, 1979, p. 133. general la conexión entre los estereotipos culturales sobre
varones y hembras (género) y la base psicológica de la
discriminación (sexo)”. 49 Se suele dar un proceso de
retroalimentación en una espiral de significados simbólicos.
Los componentes culturales y biológicos de los estereotipos
de género pueden servir para simbolizar otras dimensiones
50
STRATHERN, 1979; STRATHERN, de la sociedad como, por ejemplo, el valor atribuido a las
1980. actividades femeninas relativas a las masculinas e incluso
la concepción local de la naturaleza relativa a la cultura.50
Al concebir el género como construcción simbólica o como
metáfora para tipos de acción, Strathern y otras
antropólogas contemporáneas parecen conseguir separar
las representaciones simbólicas de lo femenino y lo
masculino de los cuerpos sexuados “naturales” y de la
conducta concreta de mujeres y hombres individuales.
Desde esta perspectiva, el género en tanto que sistema de
clasificación simbólica de personas sociales es una
componente mas del entramado general de las relaciones
sociales. Como Strathern especifica en su libro clásico The
Gender of the Gift de 1988:
Yo entiendo por ‘género’ aquellas categorizaciones de
personas, de artefactos, acontecimientos, secuencias,
etc. que se inspiran en imágenes sexuales sobre los
51
modos en que las distinciones entre características
STRATHERN, 1988, p. ix. Existe
masculinas y femeninas configuran las ideas de
una afinidad entre ese enfoque
simbólico y la concepción
personas concretas sobre la naturaleza de relaciones
maussiana de la persona social sociales.51
a la que Strathern añade la
categoría de género.
El punto de partida analítico ya no son las cosas
concretas que deben o no pueden hacer personas
sexuadas concretas sino el juego de clasificaciones y
distinciones simbólicas de género. Queda así en suspenso
teórico la cuestión acerca de los fundamentos – la relación
entre sexo y género – y del por qué de estas construcciones
simbólicas particulares. La insistencia en basar su
interpretación en las categorías nativas ha sido criticada,
además, por omitir las estructuras de poder y eludir el modo
cómo representaciones simbólicas o ideologías pueden
ocultar relaciones de desigualdad y explotación.
Un desarrollo político paralelo al análisis de género
como sistema simbólico se encargará de reintroducir las
experiencias concretas de mujeres concretas en contextos
de poder y desigualdad, en las teorías de género. En los
años 1970s se organizan las feministas negras en EEUU para

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 91


VERENA STOLCKE

denunciar la opresión racial, sexual, heterosexual y de clase


a que están sometidas todas las mujeres negras en contraste
con sus compañeras blancas. Desencantadas con el poco
caso que habían hecho todos – el movimiento por los
derechos civiles, el nacionalismo negro, la izquierda blanca
así como el movimiento feminista de las mujeres blancas –
de su subordinación y discriminación específicas, las
mujeres negras reconocen que necesitan “desarrollar una
política que, en distinción con las mujeres blancas, es
antirracista, y, en distinción con los hombres negros y
52
The Combahee River Collective, blancos, es anti-sexista”.52 En una sociedad estructurada
a Black Feminist Statement, 1979, por desigualdades de clase y raciales las feministas negras
p. 363.
tuvieron que movilizarse en dos frentes: por un lado, contra
los hombres negros que las oprimían en tanto que mujeres
y, por otro, contra el racismo de la población blanca que
las explotaba y discriminaba. Ese conflicto potencial de
lealtades fue una dificultad especial para su organización.
Al interior del movimiento negro las feministas fueron
denostadas por introducir divisiones políticas. Y aunque las
feministas blancas proclamaran que “sisterhood is powerful”
(la hermandad es poderosa) este ideal de solidaridad
feminista era una falacia pues ocultaba una miopía racial
y de clase. Las feministas blancas habían ignorado la
historia, la cultura y las condiciones de vida de las mujeres
negras, habiendo hecho poco o nada por comprender y
combatir el racismo. Sus modelos analíticos habían
enfocado exclusivamente la desigualdad de las mujeres y
los efectos del sexismo y por lo tanto eran de escasa utilidad
para aquellas mujeres sometidas a discriminaciones
raciales, de clase y sexistas. Como escribió la feminista
negra bell hooks:
Cuando las mujeres blancas ‘emancipacionistas’
definieron el trabajo remunerado como camino para
la liberación, no prestaron atención a aquellas mujeres
que son las mas explotadas en la fuerza de trabajo
americana. Si hubiesen reconocido la penuria de las
mujeres de la clase obrera, su atención se habría
desplazado de las amas de casa suburbanas que
poseían una educación superior y deseaban
incorporarse en la fuerza de trabajo de clase media o
alta. Si hubiesen prestado atención a las mujeres que
ya trabajaban y que eran explotadas como fuerza de
trabajo de reserva barata en la sociedad americana,
habrían dejado de romantizar la búsqueda de las
mujeres blancas de clase media de un empleo que les
satisficiera. Mientras que la incorporación de las mujeres
53
en el mercado de trabajo no impide su resistencia contra
HOOKS, 1981, p. 146. Ver
también Diane K. LEWIS, 1977;
la opresión sexista, para una gran parte de las mujeres
Bonnie THORNTON DILL, 1983; americanas el trabajo fuera del hogar no ha sido una
Zillah R. EISENSTEIN, 1994. fuerza liberadora.53

92 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

Las feministas negras introdujeron nuevos desafíos


teóricos y políticos. Las denuncias de las feministas negras
rompieron la visión indiferenciada de la identidad y
subordinación de las mujeres al demostrar que en el mundo
moderno mecanismos políticos e ideológicos moldean las
experiencias e identidades de las mujeres de modo
simultáneo aunque desigual no sólo por el hecho de ser
mujeres, sino por su condición de clase y raza. Es decir, las
desigualdades de género son racializadas y las
desigualdades socio-raciales son engendradas.
El engendramiento de las desigualdades socio-
raciales no es fruto de una simple convergencia o fusión,
de una especie de suma, de diferentes fuentes de opresión
de las mujeres sino de la intersección dinámica entre el
género, la raza y la clase en estructuras de dominación
históricas. Así Harding señalaba: “en culturas estratificadas
tanto por el género como por la raza, el género siempre
resulta ser también una categoría racial y la raza una
54
Sandra HARDING, 1986, p. 18. categoría de género”.54 ¿Pero cómo se da este proceso
de construcción recíproca entre género y raza y cuáles
son las condiciones socio-políticas que lo propician? El sexo
biológico que por pertenecer al ámbito de la naturaleza
había sido relegado por la teoría de género a un limbo
teórico, vuelve a ser tan pertinente como lo es la forma de
racionalizar la desigualdad social a través de una
concepción histórica de la relación entre naturaleza, cultura
y sociedad.

El sexo ya no es lo que era


La intersección entre género, raza y clase suscitó
cuestiones nuevas y complejas acerca de la relación entre
ideologías biológico-raciales que legitiman estructuras de
desigualdad económico-políticas y la organización de la
reproducción social, y entre el control del sexo, de los
cuerpos sexuados, de la sexualidad y las relaciones de
género. En lugar de indagar acerca la relación entre sexo
y género habría que preguntarse sobre las circunstancias
históricas en que el dualismo sexual biológico y la
sexualidad pueden tener consecuencias socio-políticas y
de género.
Resulta relevante aquí la propuesta que hacen
Yanagisako y Collier a fines de los años 1980s de disociar
analíticamente el género por completo del sexo. Cualquier
análisis de género debería comenzar por cuestionar las
raíces en última instancia biológicas de las categorías de
género no importa cuál sea su elaboración cultural
particular, en lugar de tomarlas como dadas como lo suelen
hacer tantas feministas o en sus definiciones del concepto

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 93


VERENA STOLCKE

o por omisión. Una vez desbrozado el camino de supuestos


esencialistas habría que investigar la construcción cultural
de los significados de género y el papel que juegan éstos
en sistemas de desigualdad en contextos históricos
55
Silvia Junko YANAGISAKO y Jane específicos.55 A pesar de su crítica radical de los residuos
Fishburne COLLIER, 1987, p. 32-33. biologistas en la noción de género, Yanagisako y Collier no
ponen en duda el dualismo sexual biológico al que relegan
al ámbito de la naturaleza. McDonald, en cambio, fue mas
sugerente al señalar, con razón, que las propias teorías
biológicas y fisiológicas y las concepciones de la naturaleza,
56
Maryon McDONALD, 1989. no dejan de ser concepciones socio-políticas históricas.56
Es decir, no se trata de echar el bebe del sexo con el agua
del baño sino de descubrir cómo éste es representado y
57
Thomas LAQUEUR, 1994. En un regulado en diferentes circunstancias históricas.57
fascinante estudio de las Un ejemplo de cómo la realidad material del
representaciones cambiantes del dualismo sexual biológico se convierte en objeto de
cuerpo humano y de la anatomía
genital-sexual desde la Grecia dispositivos disciplinadores de la reproducción social
clásica hasta fines del siglo XVIII cuando ideologías biológicas legitiman un orden socio-
Laqueur ha mostrado que no político desigual, es la investigación que realicé a principios
existe un modelo científicamente de los años 1970s sobre la sociedad cubana colonial. En
correcto del sexo. En Europa se
esta estudio antropológico-histórico de la sexualidad y el
divulga el modelo de los dos
sexos incomensurables durante la racismo en la Cuba colonial desarrollé, a través del análisis
ilustración (LAQUEUR, 1994). de las políticas y de las prácticas matrimoniales en tanto
que dispositivos socio-políticos, una explicación del racismo
como doctrina legitimadora de la desigualdad social que
asimismo permite explicar las diferentes formas de
dominación y/o disciplina socio-sexuales a que estaban
sometidas respectivamente las mujeres “de color” y las
mujeres blancas en esta sociedad esclavista. Propuse un
modelo de análisis relacional del control del sexo y de los
significados socio-simbólicos de la sexualidad y de las
jerarquías de género vinculados con los procesos de
58
Verena STOLCKE, 1992. Ver reproducción de la desigualdad social.58 Esa lógica racial-
también Ann Laura STOLER, 1995. sexual se aplica a la sociedad colonial ibero-americana
59
STOLCKE, 2003. en general a partir del siglo XVIII.59 En la sociedad colonial
la materialidad del cuerpo sexuado en particular de las
mujeres, adquirió una importancia tal que estructuró todo
su tejido socio-cultural. Los modos de clasificación y de
identificación social de una sociedad determinan la
manera como se organiza su reproducción social. El orden
socio-político colonial con su enorme desigualdad contenía
las semillas de su propia destrucción en los sectores
subalternos y en especial en la población esclava,
explotados en lo económico, sometidos en lo político y
segregados en términos racistas. Hasta el siglo XVIII el
sistema de clasificación y descalificación socio-político
colonial era teológico-moral. A raíz del surgimiento de la
filosofía natural en Europa cuando los científicos naturales
se dedicaron a estudiar de forma mas sistemática la

94 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

diversidad física y cultural entre los seres humanos y el lugar


que se debía asignar a éstos en la gran cadena de los
seres, cambia el modelo de interpretación del orden en el
mundo y en la sociedad. Se desarrolla el racismo científico
y la desigualdad socio-política en la sociedad colonial
viene a ser justificada en términos biológico-raciales. A partir
de este momento la condición socio-económica de los
habitantes de las colonias y la desigualdad en general son
atribuidos a la calidad racial aventajada o deficiente innata
y por lo tanto hereditaria de éstos. Pero la sociedad colonial
no era un orden socio-económico cerrado. Desde el inicio
los conquistadores y colonizadores explotaron sexualmente
a las mujeres indígenas primero y poco después a las
esclavas africanas. Por consiguiente, las fronteras
fenotípicas entre la población autóctona, l@s esclav@s y
los europeos pronto se comenzaron a borrar y surgieron
sectores mestizos y mulatos importantes. Cuando la calidad
racial es introducido como criterio de clasificación socio-
político en el siglo XVIII, la considerable “mezcla” de la
población junto con un grado de movilidad social
ascedente de mestizos y mulatos intensificó la obsesión de
las elites blancas por su pureza racial tenida como blasón
de su preeminencia socio-política legítima. Al arraigar su
superioridad social en su genealogía impoluta en términos
socio-raciales, el matrimonio endogámico de clase y raza
se convirtió en un imperativo sine qua non para las familias
de las elites. Las buenas familias aseguraron el control de
sus matrimonios a través de una férrea disciplina de los
cuerpos sexuados de sus mujeres pues cualquier desliz
sexual de una hija podía, como decía un contemporáneo,
introducir bastardos, es decir, una prole impura, en la estirpe.
Los escarceos sexuales por lo demás frecuentes de los hijos
de buena familia con mujeres “de color” no era, en cambio,
una amenaza para la familia pues estas relaciones sexuales
no solían ser consagrados por el santo matrimonio de modo
que sus vástagos ilegítimos no podían manchar la familia.
En este contexto colonial el cuerpo sexuado y la sexualidad
en particular de las mujeres de la elite adquirieron una
extraordinaria prominencia pues ellas se eran las garantes
de la preeminencia social de sus familias. Ahora, una
prohibición sólo tiene sentido si la conducta sancionada
puede ocurrir. Toda esta parafernalia de normas
matrimoniales endogámicas, de disciplina sexual, era
necesaria pues había quienes se atrevían a sobreponerse
a las convenciones socio-raciales. En efecto, había jóvenes
parejas desiguales que impulsadas por el amor recurrían
al rapto con fines matrimoniales para vencer la oposición
paterna. La pareja confiaba en que el padre de la jóven
aceptaría el matrimonio ante el hecho consumado de la

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 95


VERENA STOLCKE

desfloración de ésta por su novio, el momento crítico del


rapto. En materia de honra y disciplina sexual la sociedad
cubana distinguía, no obstante, entre dos clases de mujeres.
Por un lado estaban las “hijas de familia”, futuras madres
de una descendencia de legítimo matrimonio endogámico
y racialmente pura cuya sexualidad era sometida al rígido
control familiar para asegurar su virginidad antes del
matrimonio y su castidad después. Y, por otro, estaban las
mujeres “de color” quienes, se suponía, carecían de una
familia merecedora de honras sociales y estaban a
constante merced de los avances sexuales de los hombres,
sobre todo blancos. Como decía un proverbio cubano de
la época “no hay tamarindo dulce ni mulata señorita”.
Sería, no obstante, tan erróneo deducir de las
dinámicas socio-raciales-sexuales en la sociedad colonial
cubana que acabo de describir que el dualismo sexual
biológico es invariablemente un fundamento del género
como lo es el suponer que las jerarquías de género se
constituyen con independencia del sexo biológico. Ni lo
uno ni lo otro es el caso. Lo que la sociedad colonial cubana
revela es que el significado socio-cultural jerárquico de los
cuerpos sexuados está en función de una concepción
genealógica biológica, es decir naturalizada, de las
identidades sociales que dotó la diferencia entre los sexos,
los cuerpos sexuados y la sexualidad de una importancia
decisiva para el orden y la estabilidad sociales.
La crítica llamada post-estructuralista, postmoderna
o desconstructivista de la ciencia y las categorías científicas
occidentales, de la representación objetiva de otros mundos
culturales, fue notablemente ciega para la cuestión de
género/sexo en sus revisiones de la historia, la cultura y la
política, aunque indirectamente influenció la manera de
enfocarla. La cultura, entendida ahora como cambiable,
abierta, híbrida, se convirtió en una noción clave y ubicua
en la crítica cultural – como p.ej. en los estudios de la cultura
negra, hispana, etc. Y este nuevo enfoque crítico, reflexivo,
de la cultura hizo hincapié en el carácter producido y político
de las diferencias, de las identidades sociales. Esta política
de la identidad convergió en cierta medida con el interés
feminista anterior por cómo las intersecciones entre clase,
raza y género redundan en experiencias de las mujeres que
son diversas, dotando su estudio además de una perspectiva
desconstructivista histórica. Surgieron así concepciones mas
complejas del género que ahora es examinado en tanto
que una dimensión entre otras del complejo tejido de las
relaciones sociales y políticas. Y la orientación sexual, además
de la clase y la raza, adquiere visibilidad en las
60
NICHOLSON y FRASER, 1999. investigaciones feministas.60 Aunque las identidades y
diferencias socio-culturales se multiplican y se hacen mas

96 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

fluidas, persiste, no obstante, la pregunta acerca de cómo


desentrañar aquellas diferencias con las que es construida
la opresión de las mujeres de esa multiplicidad de
identidades socio-culturales. Asi, Phillips señala:
Una cosa es estar a favor de que la heterogeneidad y
la diversidad sean incorporadas en nuestras teorías de
la igualdad y de la justicia; pero aceptar LA diferencia
y ordenar nuestro pensamiento alrededor de ella es
una cosa bien distinta. Y una cosa que esta postura me
sugiere es que, a pesar de las dificultades conceptuales
que han planteado las feministas con respecto a la
distinción entre sexo y género, continuamos precisando
desentrañar las diferencias que son inevitables y
aquellas que son escogidas, de aquellas que son
61
Anne PHILLIPS, 1992, p. 23. simplemente impuestas.61

Errington había intentado separar las diferencias


inevitables de aquellas impuestas cuando respondió a
Yanagisako y Collier que en lugar de abandonar por entero
el sexo debía distinguirse entre el sexo con minúscula
referido a los cuerpos biológicamente sexuados, el Sexo
62
Shelly ERRINGTON, 1990; con mayúscula de la construcción cultural particular de
MOORE, 2000. los cuerpos sexuados, reservándose el término género para
63
Rosalind C. MORRIS, 1995, p. aquello que diferentes culturas construyen a partir del sexo.62
568.
64
La investigación feminista en el
Como consecuencia gana importancia la cultura en
campo de la biología y de la relación a la naturaleza en materia de género, sexo y
historia de la ciencia con el sexualidad pero continua pendiente una formulación
objetivo de descubrir los intereses definitiva acerca de si y qué tiene que ver la diferencia
políticos inherentes a los biológica entre los sexos con la construcción socio-cultural
procedimientos discriminatorias
que establecen la base científica del género, una formulación que permita precisar las
del sexo, se acumulan a partir de fronteras y/o posibles intersecciones que pueden darse entre
los años ochenta. Algunos el sexo y el género, entre la naturaleza y la cultura, en la
ejemplos tempranos son los dos vida en sociedad en contextos históricos concretos.63
números sobre feminismo y
ciencia de la revista Hypatia: A
La crítica feminista de la ciencia recoge este desafío
Journal of Feminist Philosophy, v. político y epistemológico en los años ochenta. El enfoque
2, n. 3, otoño 1987 y v. 3, n. 1, desconstructivista del género relegó el sexo biológico a
primavera 1988; HARDING, una especie de limbo, cuya relevancia para el género en
Sandra. The Science Question in el mejor de los casos era incierta sino irrelevante y obvió
Feminism. Ithaca: Cornell
University, 1986; FOX-KELLER, así la propia pregunta acerca de qué era el sexo, si se
Evelyn. Reflections on Gender trataba de un rasgo anatómico, cromosómico o hormonal
and Science. New Haven: Yale de los cuerpos sexuados. Fueron las críticas feministas
University Press, 1984; HARAWAY, modernas de la ciencia quienes comenzaron a desafiar el
Donna. “In the Beginning Was the
Word: The Genesis of Biological
discurso científico positivista convencional según el cual el
Theory.” Signs: Journal of Women “sexo” era un “hecho” natural y, por lo tanto, universal de la
in Culture and Society, v. 6, n. 2, especie humana.64 Esta crítica feminista de la ciencia se
1981; HARAWAY, Donna. Primate inspiró en la conceptualización del género como disociado
Visions. New York: Routledge, del sexo pero también introdujo nuevos interrogantes
1986; FAUSTO-STERLING, Anne.
Myths of Gender: Biological acerca de la relación entre ciencia, naturaleza y política.
Theories about Women and Me. La ciencia no es nunca neutra sino que la relación entre
New York: Norton, 1979. los modelos objetivos que formulan los científicos y la

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 97


VERENA STOLCKE

65
Cabe señalar aquí que “realidad” natural está mediada por valores e intereses
bastantes feministas críticas de la
sociales. Pero, como señaló Evelyn Fox-Keller,65 la crítica
ciencia provienen de las ciencias
exactas y las ciencias de la vida feminista de la ciencia también heredó de los estudios
y poseen así amplios conoci- feministas las ambigüedades e inestabilidades
mientos epistemológicos e epistemológico-políticas con respecto al género. Si el género
históricos que hacen que sus no puede ser reducido al sexo ni la ciencia es y jamás será
formulaciones trasciendan por lo
general las teorías conspiratorias
una imagen espejo de la naturaleza, ¿cómo podemos definir
características de lo que se ha entonces el género y/o la ciencia? Así, los debates sobre el
venido llamando la guerra de la género han oscilado entre los esencialismos y la idea de la
ciencia. Evelyn Fox-Keller, en plasticidad infinita de la especie humana de modo análoga
efecto, se formó en física teórica,
a como la discusión sobre la ciencia lo ha hecho entre el
investigó sobre la interfase entre
física y biología y ahora se objetivismo y el relativismo. En última instancia subyace a
dedica a la historia y filosofía de estas controversias el dualismo cartesiano entre cultura y
la biología del desarrollo. naturaleza, entre la creatividad humana y las supuestas leyes
universales de la naturaleza. Los posicionamientos a este
respecto son siempre políticos pues lo que está en juego es
el poder. La infinita proliferación postmoderna de las
diferencias, sin embargo, no ofrece una respuesta al
problema de cómo superar estos dualismos pues elimina un
término, a saber la “naturaleza”, del dualismo. Fox-Keller, en
cambio, insiste en que la naturaleza existe: “De verdad – tal
vez la única verdad que conocemos en este momento – ni
la naturaleza ni el sexo pueden ser denominados inexistentes.
Ambos persisten mas allá de la teoría como advertencias
66
FOX-KELLER, 1987, p. 43. intimidantes de nuestra mortalidad”.66 ¿Cómo navegar
entonces entre, o mejor aún, con los condicionantes de la
naturaleza y los deseos de libertad. Al menos debemos tener
siempre muy presente la afinidad humana, es decir, la
humanidad compartida, que subyace a las particularidades
67
FOX-KELLER, 1987. y diferencias.67
Donna Haraway se distingue y a la vez complementa
68
Donna Haraway se formó en el pensamiento de Fox-Keller.68 Haraway desarrolla una
zoología y filosofía y también se crítica sistemática de las distorsiones sexistas en la zoología
dedica a la historia y filosofía de y la biología así como de la biotecnología. En uno de sus
la ciencia.
69
HARAWAY, 1988.
artículos clásicos69 Haraway desarrolla una propuesta
epistemológica para el problema de cómo producir un
conocimiento del mundo “real” desde la crítica feminista
de la ciencia, que pueda ser compartido por activistas
feministas. Por un lado, para Haraway la crítica de la ciencia
positiva no implica abandonar el estudio riguroso del sexo
en su tensa relación con el género pues ello significaría
perder el propio cuerpo como algo mas que una mera
página en blanco disponible para las inscripciones sociales
y científicas. Aunque tampoco se trata de contemplar el
“sexo” como simple materia prima para la construcción
social del género. Haraway rechaza el retorno a una
especie de realismo materialista. Y, por otro lado, señala
que la crítica de la ciencia no se debe limitar a desmitificar
el carácter subjetivo y la contingencia histórica del

98 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

conocimiento sino que ha de enfrentar simultáneamente


la cuestión acerca del lugar socio-político desde el que se
realiza la crítica de la ciencia. No se trata de procurar una
nueva objetividad sino reconocer que el conocimiento es
siempre parcial. Quien conoce está invariablemente
“situad@” en un sentido político y social. La “situación” de
quien conoce según su sexo, raza, ubicación geográfica,
historia, clase, incide en la producción y el valor del
conocimiento. Sin embargo, esta “situación” no es estática
pues los objetos del conocimiento, para la crítica feminista
las mujeres, en tanto que reconocidas como actoras
políticas, van transformando el propio proyecto de producir
conocimiento. Esto es lo que Haraway denomina
70
HARAWAY, 1988. “conocimiento situado”.70
Fox-Keller y Haraway son dos destacadas críticas
desde el interior de la propia ciencia, que de cierto modo
recuperan la “naturaleza” del sexo y del cuerpo sexuado,
aunque dejando en abierto su enigmática relación con el
género. Sin embargo, en los años noventa se transforma
radicalmente la problemática feminista clásica cuando
Judith Butler, bajo la influencia de la tesis de Foucault acerca
del carácter discursivo de la sexualidad, invierte esa
relación entre sexo y género. Dos tradiciones antropológicos
– el anti-esencialismo feminista y la teoría de la práctica –
confluyen dando origen a lo que se ha venido a llamar la
teoría performativa que desafía frontalmente la noción
71
MORRIS, 1995. estática de la identidad de género.71 Aunque Judith Butler
no fue la madre del invento performativo, su célebre libro
Gender Trouble representa seguramente este giro teórico-
72
BUTLER, 1990. político de modo mas cabal.72 De acuerdo con la teoría
de la performatividad el género es un efecto discursivo y el
sexo es a su vez un efecto del género. Butler entiende por
efecto discursivo todas aquellas consecuencias que tiene
un conjunto de prácticas reguladoras de la identidad de
género que a través de la imposición de la heterosexualidad
obligatoria la tornan uniforme y estable. Hay resonancias
aquí de la crítica temprana a que Gayle Rubin somete a
Lévi-Strauss y Freud. La identidad femenina y masculina
nunca son, además, completas sino que se encuentran en
un permanente proceso de construcción y, por
consiguiente, pueden ser resignificadas. Los análisis
convencionales le dan al género una falsa estabilidad que
oculta las discontinuidades en las prácticas e identidades
heterosexuales, bisexuales, gay y lésbicas. Butler, en cambio,
insiste en la inestabilidad de las categorías analíticas sexo
y género. La teoría preformativa no se limita a examinar
cómo el sistema de sexo/género, en tanto que conjunto
de normas reguladoras, construye las identidades de
género sino que presta especial atención a las

Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004 99


VERENA STOLCKE

ambivalencias y multiplicidades que emergen en la


formación de subjetividades y en las prácticas. Desde el
punto de vista performativo el género se convierte en algo
que se hace en vez de ser algo que se es. Como ha
señalado Moore,
Si se pone en cuestión el carácter inmutable del sexo,
entonces este artefacto que denominamos ‘sexo’ es tan
construido culturalmente como lo es el género; en
efecto, tal vez ya siempre fue género y por consiguiente
la distinción entre sexo y género resulta no ser en
73
BUTLER, 1990, p. 7, citado en absoluto una distinción.73
MOORE, 2000, p. 155.
Butler se refiere, además, al sexo y a la sexualidad
en tanto que identidades sexuales y prácticas sexuales de
modo intercambiable. Ella pretende subvertir el imperativo
del cuerpo sexuado biológico aboliendo la categoría de
género. La cuestión central para la autora no reside en el
género sino en cómo las personas escogen y ejercen su
sexualidad y cómo viven su identidad sexual.
No me cabe duda de que Butler da un valioso paso
teórico y político adelante en su tour de force performativa
de desestabilización del sexo, el género y la sexualidad al
insistir en que se trata de fenómenos contestables,
dinámicos y hasta subversivos que no deben ni pueden ser
confinados al dualismo sexual biológico sino que deben
ser rescatados de la regulación heterosexual normativa para
ser reconocidos. Sin embargo, Butler no presta ninguna
atención a las circunstancias socio-políticas que favorecen
o impiden a personas y/o colectivos sociales que desafíen
la norma heterosexual. Seguramente sólo hay una pequeña
minoría privilegiada en el planeta que goza de plena
libertad para realizar sus deseos sexuales. En la obra de
74
BUTLER, 1993. La versión en Butler queda otra vez pendiente, además, la duda acerca
castellano de este libro está de qué consecuencias tiene entonces en el juego de las
editado con el título Cuerpos que identidades, el sexo y la sexualidad en que las personas
importan. Sobre los límites
materiales y discursivos del “sexo”
posean cuerpos sexuados de dos tipos diferentes. Y me
(BUTLER, 2002). Para comprender pregunto de manera aún mas fundamental si para ser libres
mejor los méritos y las limitaciones y reconocid@s ¿es preciso desprendernos por entero de
de la tesis performativa de Butler nuestra materialidad sexual?
es instructivo el debate entre ésta Ésta es la pregunta que Butler retoma tres años mas
y la pensadora feminista marxista
Nancy Fraser acerca de si la tarde en su libro siguiente que tiene el sugerente título Bodies
regulación heterosexual norma- that Matter. On the Discursive Limits of “sex” y en el que
tiva forma parte de la discute otra vez el enigma del “sexo”, si puro efecto
infraestructura económica que discursivo o dato indeleble de la biología.74
posibilita la acumulación
capitalista o la cuestión de las
orientaciones sexuales de gays y
In-conclusión
lesbianas pertenece únicamente
al ámbito cultural y a procesos de Esta artículo ha de quedar necesariamente
reconocimiento social (BUTLER, inconcluso. El movimiento y las investigadoras feministas
2000; FRASER, 2000). hemos recorrido un largo camino político y teórico desde

100 Estudos Feministas, Florianópolis, 12(2): 77-105, maio-agosto/2004


LA MUJER ES PURO CUENTO: LA CULTURA DEL GÉNERO

nuestros primeros intentos en los agitados años 1960s por


comprender el por qué de las mujeres. Debería estar claro
que la respuesta a esta pregunta tiene muchísimo que ver
con el reparto desigual del poder entre mujeres y hombres,
aunque ni la centralidad social de las relaciones de género
ni sus implicaciones políticas sean en absoluto evidentes
para todos nuestros compañeros. En efecto, nuestras
interrogantes y aportaciones teóricas acerca de la
construcción socio-cultural del sexo, de los cuerpos
sexuados y de la sexualidad deberían ser imprescindibles
para cualquiera que pretenda estudiar la dinámica de una
sociedad en particular o que se interese de manera mas
fundamental por las maneras cómo es percibida la relación
de la naturaleza con la cultura en la experiencia humana
y por nuestr@s posibilidades de crear un mundo mas justo
y libre. Hemos desafiado los esencialismos biológicos.
Hemos des-cubierto la paradoja moderna entre la tan
cacareada libertad del/a individu@ para forjar su propio
destino y la recurrente justificación ideológica de las
desigualdades socio-sexuales y políticas naturalizándolas.
La pregunta clave no se circunscribe a cómo se relacionan
el sexo con el género y la sexualidad, sino en qué
circunstancias históricas y en qué sentido las diferencias
de sexo engendran desigualdades de valor y poder entre
seres humanos.
Los espectaculares “avances” en el campo de la
biotecnología tal vez puedan señalar el inicio de una
respuesta en lo que se refiere a la sociedad occidental. En
la cosmología occidental moderna la relación entre
naturaleza y cultura es un tema tan controvertido y político
porque los dos ámbitos no sólo se conciben como
evidentemente separados sino como fuerzas en conflicto,
la cultura siendo vista como el espacio de la libertad que
se confronta con las limitaciones que nos impone la/nuestra
naturaleza. La biotecnología, en tanto que una expresión
de la creatividad humana, se aplica a transformar lo que
está inscrito en la naturaleza. El nexo fundamental es el
sexo. Cualquier procedimiento experimental biotecnológico
implica la manipulación de la reproducción sexual. Pero el
sexo, la fuente de la vida, está, además de la muerte, entre
las realidades materiales mas intensamente simbolizadas y
emocionalmente cargadas de la experiencia humana. La
función del sexo no se limita a engendrar seres humanos
en tanto que organismos vivos sino que tiene mucho que
ver con las ideas acerca de cómo se forjan relaciones
sociales. Por consiguiente, aunque en el laboratorio se
manipulen materiales reproductivos desencarnados como
óvulos, esperma, embriones, estos procesos
biotecnológicos están cargados de significados y efectos

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VERENA STOLCKE

socio-culturales. ¿Qué puede enseñarnos entonces todo el


entramado de motivaciones científicas y económicas, de
significados simbólicos e ilusiones sociales que rodea una
biotécnica como la clonación que, al prescindir de la
reproducción sexual, elimina el dualismo sexual de la
procreación, acerca de nuestras concepciones de la
feminidad en relación con la masculinidad, de la
maternidad en función de la paternidad? ¿Y ante todo,
cuáles son las consecuencias para las mujeres del hecho
de que el cuello de botella de la experimentación
biotecnológica es la disponibilidad de ovocitos? Pero este
ya es otro bucle a la misma historia que dejo para otra
ocasión.

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[Recebido em junho de 2004 e


aceito para publicação em agosto de 2004]

“L
“Laa Mujer es P uro Cuento
Puro Cuento”: ”: The Culture of Gender
Abstract: The term gender has become the feminist shorthand, in the 1970s, to signal the cultural
construction rather than biological basis of women’s unequal treatment and domination by men.
In the past three decades the term has become as ubiquitous as ambiguous in feminist theorizing
but, surprisingly, there is no semantic history of the origins, changing approaches and meanings
of the concept. In this article I show that US sexologists and psychologists introduced gender in
the 1950s in their endeavour to distinguish anatomical sex from social gender. This biomedical
construction of gender is relevant for the epistemological difficulties in feminist theory with the
link between gender and sex. In this article I address three related issues: 1) the habit among
feminist scholars to explicitly or implicitly root gender in sex differences, 2) the heterosexual dualism
that characterized the original medical notion of social gender and persists in much feminist
theorizing until the late 1980s, and 3) the unquestioned cartesian dichotomy between nature
and culture that runs like a red thread through the controversy over sex and gender. The article
is inevitably open-ended. As I suggest, developments in biotechnology may open new vistas on
what is the fundamental anthropological dilemma, namely, how to reconcile culture with nature.
Key words
words: sex and gender, nature and culture.

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https://diariofemenino.com.ar/el-mar-proceloso-del-feminismo-en-que-ola-estamos/

El mar proceloso del feminismo: ¿En qué ola estamos?

El feminismo ha sabido construir su historia a través de la elaboración de una genealogía de luchas


intergeneracionales. La metáfora de las olas aparece siempre en el relato de esta historización,
aunque no sin algunas dificultades. ¿Cuáles son las olas feministas? ¿Cómo se definen? ¿En qué
ola estamos? ¿Por qué hablamos de olas? ¿A quién se le ocurrió? En este artículo me propongo
repasar un poco la historia de la metáfora de las “olas” que historizan el feminismo y a reflexionar
sobre si de hecho es necesario o no que la sigamos usando como categoría de análisis.
Por Danila Suárez Tomé
La metáfora marítima como periodización de la genealogía
De acuerdo con Constance Grady, el uso del término “olas” se remonta a 1968, cuando la periodista
Martha Weinman Lear escribió un artículo para el New York Times que se llamó “The Second
Feminist Wave” (la segunda ola feminista). Con ese título, Weinman Lear intentaba condensar en
una imagen el resurgimiento masivo del movimiento feminista en los Estados Unidos de
Norteamérica, luego del silencio transcurrido durante el periodo de las dos guerras mundiales del
siglo XX. En un mismo movimiento categorizador, la periodista estadounidense declaraba al
movimiento de las sufragistas como una “primera ola”, estableciendo una continuidad en la lucha
por los derechos de las mujeres con dos grandes picos de intensidad. De cualquier modo es
importante aclarar que, aunque solemos utilizar la metáfora de las olas para hablar de la historia del
feminismo en general, la periodización más extendida sobre las olas del feminismo no es tanto
una representación del feminismo mundial, sino más bien del feminismo de Estados Unidos.
En la etapa del feminismo definida como “primera ola” las representantes son las sufragistas. Esta
etapa se identifica con las demandas por la inclusión de las mujeres en los derechos políticos,
económicos y educacionales, y tiene como hito fundamental la conquista del derecho al voto
femenino. El feminismo identificado con la “segunda ola”, también conocido como “feminismo
radical”, surge recién hacia fines de los años 60 y se extiende bajo el lema de “lo personal es
político”. Esta etapa marca el comienzo de una fuerte reflexión colectiva sobre las raíces profundas
del patriarcado y la necesidad de la liberación de la mujer de la opresión patriarcal. Fue la lucha por
el derecho al aborto la que articuló, mayoritariamente, la presencia de las mujeres en las calles en
esa época. El caso Roe v. Wade de 1973 fue el hito de la segunda ola en Estados Unidos, a partir
del cual la Corte Suprema de los Estados Unidos despenalizó el aborto inducido.

Durante el feminismo de la segunda ola, el movimiento de mujeres y el feminismo funcionaban en


lo político como sinónimos, puesto que el feminismo radical había teorizado con profundidad sobre
la idea de mujer —cisgénero— como una clase oprimida sexual y reproductivamente, que debía ser
liberada del yugo patriarcal. De este modo, “la mujer” se constituía, naturalmente, en el sujeto único

1
del feminismo. Sin embargo, esta idea luego fue puesta en cuestión, en primer lugar, por mujeres
negras, lesbianas y socialistas, entre otras, quienes señalaban que “la mujer” del sujeto del
feminismo tenía un fuerte componente homogeneizante: usando un ideal unívoco de “mujer”, se
universalizaban las realidades de las mujeres blancas, anglosajonas y educadas que poco tenían
que ver con la de tantas otras mujeres.
Pero, además, y en segundo lugar, el feminismo radical fue puesto en cuestión por la teoría queer y
el movimiento LGBT+. Desde allí se desestabilizó la idea misma de “la mujer” como sujeto exclusivo
del feminismo, abriendo el espacio para que se visibilicen dentro de la lucha feminista otras
subjetividades que también se encuentran en desventaja dentro del sistema jerarquizado de género
que conforma nuestra sociedad. La propia noción de “identidad de género”, entonces, pasó a ser
un problema a la vez teórico y existencial, y el binarismo mujer-varón, que no había sido
problematizado por el feminismo radical de la segunda ola, se explicita como un determinante más
a abolir en la política sexual.
La irrupción de la voz de la diversidad dentro del movimiento de mujeres, por lo tanto, hizo explícito,
en primer lugar, que no es posible hablar de “la mujer” sino que es necesario hablar de “las
mujeres”, para evitar universalizaciones que oculten las diferencias entre las propias mujeres, y
que, en segundo lugar, no son sólo quienes se identifican como “mujeres” quienes padecen las
consecuencias de las normas del género, ni sólo son “mujeres” quienes la sociedad define como
tales, en base a la interpretación de su genitalidad o algún otro rasgo biológico. A partir de ese
momento, el feminismo no sólo dejó de ser sinónimo del “movimiento de mujeres”, abarcando
múltiples identidades como lesbianas, travestis, trans y personas no binarias, sino que tampoco se
pudo nombrar más en singular. Hoy en día hablamos de “los feminismos”.
La tercera ola en la transición del siglo XX al siglo XXI
Esta explosión del feminismo en múltiples modalidades de feminismos abre la llamada “tercera ola”
que, en general, es caracterizada por las feministas estadounidenses como una ola de dispersión y
estancamiento del feminismo, e incluso como una etapa de cierta apatía por parte de la juventud
hacia el movimiento. Las feministas comenzaron a ser vistas socialmente, pero particularmente por
mujeres jóvenes, como mujeres “aburridas”, de otra época, que “odiaban a los hombres” y oprimían
deseos y conductas de las propias mujeres. Así surgen los planteos y activismos “postfeministas”,
a modo de reacción a lo que consideraban que eran discursos moralistas y contrarios a la liberación.
Sin embargo, a pesar de esta suerte de estancamiento en el que coinciden numerosas teóricas y
activistas, la tercera ola del feminismo estadounidense tiene un hito distintivo en el caso de Anita
Hill en 1991.

Anita Hill es una abogada y profesora estadounidense que en 1991 acusó a Clarence Thomas,
entonces candidato a la Corte Suprema de los Estados Unidos, de haberla acosado sexualmente
cuando era su supervisor. Este fue un caso de enorme relevancia en la historia norteamericana,
puesto que generó atención pública sobre el problema del acoso sexual en el ámbito laboral,
además de una oleada de denuncias contra hombres poderosos. De acuerdo con Constance Grady,
el clima de revuelo y vientos de cambio fue tal, que 1992 fue declarado el “año de las mujeres” luego
de que 24 mujeres fueran elegidas como representantes en el Congreso y el Senado.
Más de 20 años después, Estados Unidos se encuentra en un escenario similar que ha generado
un nuevo “año de las mujeres”: los movimientos Me Too y Time’s Up, las denuncias al productor
cinematográfico Harvey Weinstein y al juez entonces candidato a la Corte Suprema Brett

2
Kavanaugh, volvieron a poner sobre la escena el problema irresuelto del acoso y abuso sexual en
el ámbito laboral. Al mismo tiempo, la victoria de Donald Trump generó un estado de alarma con
respecto a los derechos de las mujeres y disidencias, lo cual impulsó la masiva Women’s March de
2017. Los discursos feministas se multiplican en las entregas de premios del mundo artístico, y 2019
se convirtió en el año en el cual el Congreso de los Estados Unidos tiene un número récord de
mujeres ocupando bancas.
El rasgo peculiar y novedoso de esta etapa es la articulación de las demandas y las
acciones online, a través de foros, redes sociales y la utilización de hashtags. Es por ello que
algunas teóricas y activistas consideran que, a partir del surgimiento del ciberfeminismo, la tercera
ola ha dado paso definitivo a una “cuarta ola”, signada por las nuevas tecnologías y las posibilidades
de socialización y transmisión de información que traen consigo. Sin embargo, esta idea no surge
sin controversia, puesto que la transición entre ambas olas y los hitos definitorios de cada una no
son tan claros como en las olas anteriores. Existen quienes sostienen que la cuarta ola todavía no
existe, puesto que el movimiento Me Too y Time’s Up son, efectivamente, la cresta de la tercera.
Y también existen quienes sostienen que ya no es posible seguir hablando de olas, puesto que al
diversificarse el feminismo en múltiples feminismos, no se puede hablar de una misma lucha en un
sentido monolítico.
Ahora bien, si hay algo que se encuentra ausente en estos relatos genealógicos del feminismo
estadounidense, es la visión periférica. Pilar Rodríguez Martínez ha acuñado el concepto de
“feminismos periféricos” para englobar algunos de los planteamientos realizados en el marco de lo
que se denomina “feminismos postcoloniales” o “feminismos del tercer mundo”. En estos
feminismos las categorías de sexo, clase, raza o etnicidad se encuentran en una relación particular,
que no había estado presente en el feminismo (blanco) de la segunda ola. Estos feminismos se
articulan, más bien, en luchas interseccionales en donde se imbrican diversas categorías de la
diferencia, que dan como resultado expresiones más diversas y complejas del feminismo. Además,
estos feminismos no necesariamente encuentran en los feminismos sufragistas y radicales una línea
de lucha histórica, sino que en numerosos casos sus tradiciones de lucha están más relacionadas
con la historia de su propia tierra, clase o etnicidad. En numerosos casos, también se trata de
feminismos compuestos por mujeres y disidencias que no han logrado beneficiarse de ningún
cambio de los cuales las feministas de otros orígenes, clase o colores sí. Desde esta perspectiva
vale la pena hacerse la pregunta sobre cómo es posible articular la historia del feminismo
latinoamericano dentro del modelo histórico del feminismo que se ha hegemonizado.
Vientos del sur
¿Qué sucede con las olas en Latinoamérica? De acuerdo con Stephanie Rivera Berruz, en
Latinoamérica se pueden distinguir cinco etapas del feminismo, que no necesariamente
coinciden con el modelo histórico de las olas. La primera, corresponde a ciertas manifestaciones
previas al siglo XX, sin articulación concretamente feminista. La segunda se identifica con la que
conocemos como “primera ola”, en las luchas por el acceso de las mujeres a los derechos políticos
y económicos. Las luchas sufragistas fueron masivas en América Latina y constituyen una etapa
intensa de lucha feminista que permitió una ampliación de derechos tan importantes que impactó
de modo rotundo en el futuro de las mujeres de la región.

La tercera etapa del feminismo latinoamericano va de 1950 a 1970 y es caracterizada como “los
años del silencio”, siguiendo una idea de la socióloga chilena Julieta Kirkwood. Durante esta etapa,
de acuerdo con Stephanie Rivera Berruz, si bien las mujeres incrementaron su participación en
3
movimientos populares y partidos políticos, estos espacios no articulaban demandas feministas de
modo explícito. Además, se trata de años políticamente conflictivos en América Latina, con varios
países regidos por gobiernos militares, por lo cual en muchos países esta etapa silenciosa se
extiende hasta entrados los años 80. Estos años se corresponden con los de la llamada “segunda
ola” que se caracterizó, en Estados Unidos y ciertos países de Europa, por el acceso al derecho a
la interrupción voluntaria del embarazo. Sin embargo, como bien sabemos, este derecho todavía
hoy no se encuentra garantizado para la mayoría de las mujeres en América Latina.
Si queremos forzar las metáforas, quizás la segunda ola en nuestra región se extienda algunas
décadas más que en la cronología anglosajona, y se manifieste con mayor fuerza en la cuarta etapa,
en donde se inicia el período de transición de los regímenes militares a los gobiernos democráticos,
y que se extiende hasta 1990. Esta cuarta etapa se caracteriza por la definitiva emergencia del
movimiento de mujeres en toda América Latina y la radicalización de las consignas feministas. En
estas décadas se originan, a la vez, numerosos encuentros de mujeres territoriales, los feminismos
académicos y los feminismos institucionales. Por ejemplo, en 1986 se realiza el Primer Encuentro
Nacional de Mujeres en Argentina, un fenómeno emblemático del movimiento de mujeres y los
feminismos argentinos que en 2019 va a tener su edición número 34 en la ciudad de La Plata.
La ola verde violeta
El siglo XXI constituye la última etapa de la genealogía feminista latinoamericana. Los nuevos
feminismos se presentan como disidentes, en contra de las políticas neoliberales,
descoloniales, antirracistas y antipatriarcales. En el caso de Argentina, el comienzo del milenio
nos ha encontrado con un crecimiento compacto y parejo de los feminismos en todas las áreas de
la sociedad. En lo referente al acceso al derecho al aborto, hito de la segunda ola norteamericana,
la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito (desde donde se articula la
lucha por el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo) tuvo sus inicios entre el año 2003 y
2004, y fue lanzada de modo público en Argentina el 28 de mayo de 2005, Día Internacional de
Acción por la Salud de las Mujeres. La Campaña ha presentado numerosas veces en el país el
proyecto de Ley para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, pero recién en 2018
el proyecto llegó a ser debatido y votado por las dos cámaras del Congreso, en donde obtuvo media
sanción por parte de Diputados para luego ser rechazado en la cámara de Senadores.

A pesar de un desenlace coyunturalmente no favorable, la convocatoria en los días de tratamiento


del proyecto de Ley para el aborto legal, seguro y gratuito fue masiva y un definitivo triunfo social.
El tema inundó los medios de comunicación tradicionales, las redes sociales y llegó a debatirse en
cada hogar argentino. La ola expansiva de la llamada “marea verde” —el verde es el color de la
Campaña, y los pañuelos verdes son el emblema de la lucha— llegó incluso a impulsar
articulaciones activistas en otros países de Latinoamérica, desde donde nos llegaban las imágenes
de nuevos pañuelos feministas, de diversos colores, por el derecho a elegir. Se trataba de una
verdadera ola verde que había tomado su impulso de la ola violeta que comenzó en 2015 —el
violeta es considerado el color del feminismo.
En efecto, el año 2015 fue un año bisagra en el feminismo argentino. “Ni una menos” fue la consigna
de la masiva marcha del 3 de junio de 2015, en donde las mujeres (y la sociedad entera) salieron a
demandar al Estado medidas para el cese de la violencia sexista y los femicidios. La confluencia de
diferentes sectores de la sociedad en este reclamo generó una ola violeta imparable. Muchas
4
mujeres que nunca se habían sentido identificadas con el feminismo, así como adolescentes
y niñas que desconocían su existencia, comenzaron a encontrar un espacio de contención,
representación y orgullo en los feminismos. Gracias a la masificación de las consignas
feministas, y la mayor exposición pública de mujeres feministas en diversos ámbitos, la sociedad
argentina comenzó a comprender mejor de qué se trataba la igualdad de género y por qué era
necesario luchar por ella. Esto permitió traccionar una serie de demandas que los feminismos
venían realizando desde muchos años atrás y generar un mayor impacto.

La ola violeta que se abrió paso durante 2015 en Argentina tuvo también un impacto global. El grito
por “ni una menos” se escuchó en Uruguay, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Chile,
Paraguay, Guatemala, Costa Rica, Honduras, España, Italia, Portugal, Francia, entre otros países.
Y en 2017, estas manifestaciones internacionales, fogueadas por las iniciativas de las feministas
argentinas en un paro realizado 19 de octubre de 2016, pero también por las feministas polacas que
se encontraban en las calles defendiendo su derecho al aborto, confluyeron en el Primer Paro
Internacional de Mujeres el 8 de marzo. En esta jornada histórica para los feminismos participaron
más de 50 países y 200 ciudades alrededor del mundo.
De cara a estos sucesos, advertimos que una característica fundamental del feminismo del
siglo XXI, propiciada por la apertura a la diversidad, las demandas de los feminismos
periféricos y la existencia de la internet, es su descentramiento. Y por eso hoy en día el modelo
para la historización del feminismo ya no puede ser el de Estados Unidos. Las reivindicaciones de
los nuevos feminismos ya no están ancladas en las realidades de las mujeres blancas y de clase
educada de Estados Unidos y Europa, sino que surgen del suelo del otro 99% de mujeres, lesbianas,
travestis, personas trans y no binarias que ven sus posibilidades mermadas no sólo por el
patriarcado sino también por el racismo, el cisexismo, la marginación y la pobreza. El feminismo del
siglo XXI, de este modo, rebasa por mucho el modelo de pensamiento del feminismo
estadounidense y desborda sus categorías en una avanzada política que trae nuevos aires a
nuestro feminismo planetario.
Me perdí. Entonces, ¿en qué ola estamos?
Como hemos visto, la metáfora de las olas para periodizar el feminismo fue un invento de las
feministas estadounidenses de la segunda ola, que se encontraban re-escribiendo la historia
patriarcal de los Estados Unidos y buscaban enlazar sus demandas con las de las sufragistas en
una misma tradición de lucha por el acceso a derechos. Algunas feministas estadounidenses,
como la historiadora Linda Nicholson, consideran que esa metáfora ha sobrevivido a su real utilidad,
dado que si bien tenía sentido en el marco de la segunda ola estadounidense, ya no resulta útil para
explicar el feminismo actual —ni el estadounidense ni el mundial— ni su relación con la historia.
Además, Nicholson considera que la metáfora es políticamente perjudicial, puesto que da la idea
de que el feminismo es una lucha unitaria, con picos y mesetas, distorsionando su verdadera
naturaleza diversa, prolífica y profundamente compleja.
Por su parte, Nicholson propone entender la complicada transición entre el feminismo de la segunda
ola y el final del siglo XX hacia el nuevo milenio, como un proceso de institucionalización del
feminismo, luego de la conciencia ganada entre las décadas de los 60 y los 80. Ese periodo, visto
por fuera de la metáfora de las olas, constituye un verdadero avance lento pero parejo de la entrada
del feminismo en muchas áreas de la sociedad, en vez de un período de estancamiento. La reflexión
feminista actual, de acuerdo con la historiadora, no debería estar centrada en ubicar los eventos
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contemporáneos dentro de la genealogía marítima, sino más bien orientada a preguntarse por qué
algunas demandas han ganado terreno y otras todavía se resisten, empleando las nuevas
herramientas feministas que tenemos hoy en día para analizar nuestra propia historia. Estas
herramientas nos permiten analizar de un modo más complejo por qué en algunos momentos los
feminismos toman más notoriedad que en otros.
Una característica fundamental que encuentra Nichols para comprender por qué ya no funciona la
metáfora de las olas es, justamente, que dentro de ese modelo no es posible dar cuenta de la
diversidad dentro del propio movimiento feminista. Lo cual nos conduce otra vez a pensar en
Latinoamérica y la particular historia que el movimiento de mujeres y los feminismos viene
escribiendo aquí. Quizás la respuesta a la pregunta ¿en qué ola estamos? se vuelve difícil
porque, en definitiva, no es una buena pregunta desde nuestra perspectiva. Y esto porque
surge de un marco conceptual que no es el nuestro, pero desde el cual nos hemos acostumbrado
a pensar sin cuestionar. Es parte del desafío de los feminismos periféricos el descolonizar la
mirada, además de despatriarcalizarla. En un momento en el que el feminismo latinoamericano,
y en particular el feminismo argentino, se encuentran en ebullición, es importante que revisemos
cómo hemos construido nuestros relatos y cuánto hay en ellos de una mirada ajena a nuestras
realidades.
Vale decir, de todos modos, que algunas metáforas marítimas sí son parte de nuestra genealogía
feminista, aunque con ciertos toques diferentes. A partir de ellas numerosas veces expresamos,
representamos e ilustramos nuestros hitos, luchas y alianzas: la marea verde, la ola violeta. En
definitiva, quizás nuestras olas no tengan tanto que ver con un esquema de periodización
histórica, sino con la expresión de distintas luchas articuladas en torno a diversas imágenes
y colores. El feminismo latinoamericano y el feminismo argentino se encuentran, desde hace varias
décadas, escribiendo su propia genealogía, con sus propias herramientas, en tonos verdes, violetas
y multicolor.

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