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¿QUÉ ES LO QUE SE LLAMA CARIBE COLOMBIANO?

Por encima de la visión que cada cual pueda tener del Caribe nos interesa,
simplemente, mostrar cuál es su sentido. Para evitar una larga disertación
académica, citaremos algunos ejemplos de las visiones geográficas que
han contribuido a formar el Caribe colombiano.

VISIÓN INTERNA
La primera visión de la región, que se ha llamado interna, es la de sus
propios habitantes quienes la designan como la «Costa Atlántica». Esta
designación revela la «desidia geográfica» mediante la cual la Nación ha
cedido y perdido extensos territorios en el Caribe. De no superarse, las
pérdidas van a continuar.

Uno de los logros más importantes en el proceso de regionalización de


Colombia, el artículo 7 de las reformas a la Constitución de 1886 (que
crea los Consejos de Planeación con sus respectivos Consejos Regionales
llamados Corpes, la primera posibilidad de que las regiones existieran
legalmente) se hizo inducido por un error geográfico que no se puede
achacar a la costumbre, como algunos pretenden, sino a la falta de visión
hacia afuera que caracteriza al país, pues desde 1773 los ingleses lo
registraban así en sus cartas y, por lo menos, a partir de la Independencia,
se sabe que Colombia no está bañada por el Océano Atlántico, sino por el
Mar Caribe o de las Antillas, como aún insisten en llamarlo los franceses.
El Instituto Geográfico Agustín Codazzi, IGAC,
desde 1995, con la edición de las últimas cartas, ha corregido este error.
Por fortuna, no ha sido sólo el cambio de nombre, sino que, por primera
vez, aparece el Caribe insular como parte del territorio nacional. Ya no
aparecen las islas de San Andrés y Providencia, en Urabá, en La Guajira,
en la Amazonía o donde quedara un campito para incluirlas en un mapa
en donde parecían no tener cabida, por simples problemas de escala.
El Corpes Costa Atlántica, en la edición del interesante Mapa Cultural
del Caribe colombiano (1993), pudo haber clarificado la situación, pero
dejó pasar la oportunidad por falta de conciencia sobre el Caribe. De
paso conviene señalar que el libro tampoco se refiere al contexto más
amplio al que pertenece Colombia. Aunque se reconoce la necesidad,
en Colombia, de «afinar el conocimiento de su cultura a partir de sus
regiones y de su vínculo con el contexto latinoamericano», el
Caribe aparece más como una localización que como un contexto; más
como el contenido de una región, que como una forma que la identifica
y le confiere sentido.
VISIÓN EXTERNA

Una visión externa sobre la región es la de Jacques Gilard (1984), uno de


los mejores «caribólogos» franceses, quien en su monumental tesis de
geografía cultural, «García Márquez y el Grupo de Barranquilla», la más
importante que se haya escrito sobre una región en América, plantea que
para entender a García Márquez es necesario considerar el mundo de
donde había salido. Gilard señala que «hemos dicho que él se comporta
como un hombre de la Costa (Atlántica), región de la cual hemos señalado
ciertas particularidades, al menos para establecer un contraste con el
interior andino de Colombia. Además, hemos destacado ese rasgo
fundamental de un escritor que, sin dejar de ser colombiano, se define en
función de la cultura Caribe. He aquí el signo de una mutación que no se
ha tenido en cuenta: García Márquez, en cierto momento, cometía una
transgresión».

¿Cuál es esa transgresión? Según Gilard, García Márquez, sin dejar de


ser colombiano, pasó a pensar como caribe, no sólo como costeño. Con
apoyo en un inmenso acervo documental, Gilard demuestra que la
universalidad del escritor se obtiene a partir de una visión del Caribe más
que de cualquier otra visión. Sin embargo, pese a las dos mil páginas de la
tesis de Gilard, en el capítulo acerca de la Literatura Caribe de la
Enciclopedia Universalis, García Márquez no figura entre los premios Nobel
caribeños.
¿QUÉ ES LO QUE SE LLAMA CARIBE COLOMBIANO EN ESTE SIGLO?

Eduardo Posada Carbó (1998) en su libro El Caribe Colombiano. Una


historia regional (1870–1950) escribe que: «El Caribe colombiano es
conocido indistintamente como el litoral, la costa atlántica y la costa» y «para los
propósitos de este trabajo se define por los límites de los
antiguos estados soberanos de Bolívar y Magdalena». El Caribe que Posada
trabaja magistralmente es sólo una parte del Caribe colombiano que, en
1870, estaba también formalmente integrado por el Archipiélago de San
Andrés y Providencia que incluía las islas Mangle (Corn Islands), la
Miskitia, Panamá, Urabá y la Guajira.

El historiador Alfonso Múnera, en su libro El fracaso de la Nación: Región,


Clase y Raza en el Caribe colombiano (1717-1810), anota: «En los albores
del siglo XIX, el Caribe colombiano abarcaba en sus tres grandes provincias
de Cartagena de Indias, Santa Marta y Riohacha una extensión aproximada
de 150.000 kilómetros cuadrados. Sus Costas se extendían a lo largo de
1.600 kilómetros desde el Golfo de Urabá hasta la península de la Guajira» Y, en
nota de pie de página, agrega: «Es muy difícil describir con
exactitud el territorio de las tres provincias que conformaron la región
caribe. No conozco un solo documento del siglo XVIII que contenga un
estimativo aproximado de su área. Faltando esto, me he limitado a sumar
la extensión de los actuales departamentos de la costa Caribe y el área de
Urabá, tal y como aparecen registrados en el Instituto Codazzi, Geografía
de Colombia».
Si bien Múnera incluye a la Guajira y Urabá, excluye a la parte de la Nueva
Granada que se extendía «desde el Cabo Gracias a Dios hasta el río Chagres,
más fácil de administrar desde Cartagena que desde la
Capitanía General de Guatemala. De igual manera olvida Múnera a Panamá
que en el período estudiado era parte integral del Virreinato.
En el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, el Caribe continental
se empezó a llamar Costa Atlántica tanto en Centroamérica como en
Suramérica. Algunas regiones de Nicaragua (los departamentos de Zelaya
Norte y Sur), se denominan Atlánticas pese a que una institución
universitaria lleva el nombre de Universidad de las Regiones Autónomas
de la Costa Caribe de Nicaragua, URACCAN. Lo mismo sucede
actualmente en Costa Rica, Honduras y Panamá, en donde el término
Costa Atlántica se utiliza todavía en las cartas oficiales.
Aunque no hay una razón precisa para saber por qué se empezó a hablar
de Costa Atlántica en el caso colombiano, «la expresión «Costa Atlántica»
–nombre de un periódico publicado en Barranquilla en la década de 1880había
adquirido una connotación especial desde mediados del siglo» No obstante, su
uso data de un tiempo anterior,
Según lo testimonian algunos textos y cartas de los años de la
Independencia.
En el siglo XIX, antes de la Independencia, Colombia no existía. Sin
embargo, orientada por un sentido mítico de comunidad imaginada la
historia patria supone que se trata de una entidad que siempre ha existido
y siempre existirá, de manera que comienza su relato desde los pobladores
originales llamándolos «los primeros colombianos» o «los primeros
habitantes de Colombia». Esta concepción está presente prácticamente
en todos los textos escolares.
Pero lo que sí existía era el mar Caribe, del cual tomaron su nombre todas
las regiones costeras, por lo menos a partir del siglo XVI, cuando se inició
la Leyenda Negra del caribe antropófago, y expresamente desde 1775, como
se puede apreciar en la mayoría de las cartas geográficas inglesas de la
época. Por esa época, el Caribe, ancho y profundo, a pesar de haber sido el
campo de disputas de las potencias europeas, en vez de separar, unía.
Al Caribe le da sentido su conceptualización geográfica. Desde ese punto
de vista, está compuesto por un conjunto de islas sin vínculos aparentes,
separadas irremediablemente de un continente que, en su parte
centroamericana, es uno de los sitios menos poblados del trópico, y tal
vez de los más abandonados de la tierra, no sólo después del ciclón Mitch,
sino desde mucho antes cuando una parte de esas tierras pertenecía a
Colombia.

La crónica ausencia de una visión geográfica, comprensible en un


estudiante de postgrado, pero inexplicable en un país como Colombia, al
tratar de responder a la pregunta ¿a qué llamamos Caribe? nos enfrenta
a una situación similar a la de los habitantes de Macondo, en los primeros
tiempos, cuando para designar las cosas era preciso «señalarlas con el
dedo», pues en lo relativo a la elaboración conceptual desde el punto de
vista geográfico, hecho que le confiere sentido a la región Caribe
colombiana, estamos apenas en el rito de iniciación al cual se refería
Sandner en relación con el Caribe en general hacia 1982.

II. ¿CÓMO ESTÁ ESTRUCTURADO?

Se pueden señalar al menos ocho procesos estructurantes en la región


Caribe colombiana.
LOS LÍMITES TERRESTRES Y MARÍTIMOS
Los límites responden a la pregunta ¿desde dónde hasta dónde va la región
a través de su historia? ¿Qué hechos contribuyen a su formación y qué
fronteras la delimitan? ¿Qué validez tienen dichos límites y cómo
contribuyen a diferenciarla en el proceso de su conformación?
Estos límites cambian con la historia. Los territorios que pertenecían a
Colombia según el «utis possidetis» de 1810, se han negociado todos
pacíficamente en el siglo XX, dentro de la tradición juricista y
«parroquialista» que ha caracterizado la política exterior del país, según
lo analiza Carvajal (1997) Se cedieron la Miskitia, las Islas Mangle,
Rosalinda y Pedro Bank, y se perdió Panamá, no porque no
fueran parte integral de la «patria», sino porque nunca pertenecieron a la
«Nación»: nada los hacía sentirse partícipes de lo que pertenece a «todos»
los colombianos, por encima de lo que los divide. El hecho se explica, en
parte, por la falta de visión geográfica que ha caracterizado a las
autoridades nacionales que viven 2600 metros más cerca de las estrellas,
pero a más de mil kilómetros del Caribe, como lo revelan los cambios en
el mapa de la región Caribe colombiana.

A manera de contraste con la situación colombiana, conviene señalar que


la visión de Venezuela sobre el Caribe, a través de la reivindicación del
islote de Las Aves, frente a las Antillas francesas y a casi mil kilómetros
de las costas venezolanas, le ha permitido tener como Zona Económica
Exclusiva (Z. E. E.) una gran parte de la cuenca interna del Caribe. Ese
antecedente evidente y de fuerte incidencia, tiene, además, un enorme
peso en las conversaciones sobre el diferendo colombo-venezolano en el
Golfo de Venezuela.

Hoy nadie llora en Colombia los territorios perdidos, salvo tal vez Panamá,
cuya herida sigue sangrando en la historia patria. Con la pérdida de Panamá
se perdió también la oportunidad de haber sido el centro del mundo, como
lo había visto Bolívar desde la Carta de Jamaica, una posición
geoestratégica ambicionada por las grandes potencias coloniales de la
época, que Colombia no pudo entender.

Sólo los habitantes del archipiélago de San Andrés y Providencia extrañan


los territorios que antes podían recorrer libremente cuando el Caribe no tenía
dueños y constituía un territorio común, que ellos habían contribuido a fundar
desde el siglo pasado. Basta recordar que entre los primeros habitantes de
Aspinwell, hoy Colón, había sanandresanos y providencianos. Y desde el
mismo Colón hasta Roatán en Honduras e islas Cayman, pasando por Bocas
del Toro y Puerto Limón en Costa Rica, Bluefields, Puerto Cabezas y
Prinzapolca en Nicaragua, la Iglesia Bautista, y en algunas partes la adventista,
había llevado la religión, la lengua (el criollo de base anglófona) y la educación,
apoyada en el uso del inglés standard. Así lo muestran la historia de estos
sitios, llenos de apellidos de las islas (1992), y los nombres de pastores
del archipiélago asociados a la vida de estos pueblos (Parsons, 1986).
Sin embargo, los límites actuales no son claros aún. Se cuestionan
nuevamente todos los de Centroamérica, a excepción de Panamá y
Honduras (nación que ratificó con Colombia su tratado de 1986 en 1999,
subiendo el nivel de tensión entre este país y Nicaragua). Se han firmado
tratados con Costa Rica y Honduras que los respectivos congresos no quieren
ratificar. Nicaragua, a pesar de que desistió de sus reclamos sobre
San Andrés, sigue intentando negociar las áreas de plataforma continental
que quedaron en posesión colombiana al oriente del meridiano 82. Con
las Antillas mayores los tratados parecen resistir el tiempo. Con Venezuela
no sucede lo mismo.

EL MEDIO NATURAL

El Caribe colombiano es uno de los sitios geográficamente más variados


de la tierra: posee la montaña litoral más alta del mundo, 5.775 metros,
los tipos de vegetación más diversos, desde las zonas subdesérticas
tropicales hasta bosques más húmedos en la parte baja, correspondientes
a los diversos gradientes de humedad, y, prácticamente, todos los climas
correspondientes al gradiente de altitud. Asimismo, el Caribe es dueño de
una de las áreas de humedales más importantes del mundo, 320.000
hectáreas inundadas en forma permanente, y 9000.000 de hectáreas que
se inundan por más de 6 meses, lo mismo que la isla fluvial más grande de
la tierra, Mompox, la que, sin embargo, aparece todavía en los mapas del
IGAC, como tierras inutilizables.
Por encima de toda esta diversidad, el medio está condicionado por su
geodinámica que le permite embalsar la mayor cantidad de agua del país:
49.000 millones de metros cúbicos de la cuenca del río Magdalena. Junto
a esta inmensa cantidad de agua aportada por la vertiente caribe, se
depositan en los suelos aluviales anualmente más de 133 millones de
toneladas de sedimentos, es decir, 5.66 toneladas por
hectárea, repartidos en una superficie de más de 257.438 kilómetros
cuadrados de tierras planas.
Estos inmensos depósitos aluviales que en algunos sectores alcanzan hasta
7 kilómetros de espesor tienen edades que oscilan entre 20-25 millones
de años, y están sometidos a procesos de subsidencia o hundimiento
permanente, en particular en el centro de la zona inundable en la isla de
Mompox. Hoy se sabe, tal vez como lo sabían ya los zenúes (que
establecieron gigantescas obras hidráulicas 500 años antes de la llegada
de los españoles), que una agricultura que manejara la inundación como
un aliado - como sucede en los cultivos de arroz en el sureste asiático –
lograría un desarrollo sin precedentes.
Desde el punto de vista marítimo, la cuenca del Caribe del Caribe
colombiano comprende unos 589.160 kilómetros cuadrados, con unos 1330
kilómetros de costas en donde se encuentra una gran variedad
de ecosistemas marinos tropicales que comprenden desde los estuarios del
Río Magdalena hasta las islas oceánicas de San Andrés y Providencia. Esta
última posee la tercera barrera arrecifal más grande del mundo.
Por las características del medio, el Caribe colombiano se diferencia
notablemente, tanto desde su parte oceánica, con su archipiélago, como
por su área aluvial, tanto por su zona montañosa como por su área
desértica, pues cada una estructura un paisaje diferente. Esto da lugar a
una serie de subdivisiones que condicionan procesos de poblamiento,
permiten asentamientos y definen áreas culturales, a partir del manejo
que cada grupo humano hace de su entorno. Asimismo, define espacios
humanizados tanto urbanos como rurales y especialmente áreas
productivas desde el punto de vista de sus recursos naturales renovables y
no renovables, que el Corpes (1992) estudió en el libro El Caribe
Colombiano: realidad ambiental y desarrollo, texto en el cual, pese al título,
la entonces dirección del Departamento Nacional de Planeación insiste
en «entender la biogeografía de la Costa Atlántica como un todo».

LA HUMANIZACIÓN DEL ESPACIO

Los espacios en un territorio se organizan a través de la distancia, el


dimensionamiento y la polarización que hacen los hombres en el proceso
de poblamiento. En el caso de la región Caribe, la historia del poblamiento
entre 1938-1993 muestra la evolución del tamaño de las cabeceras,
ubicando los mayores incrementos de la población urbana en el eje
Barranquilla –Montería con tres sub-ejes de menor dinámica e importancia
entre Santa Marta y Fundación, Valledupar y Barrancas, y a lo largo del
Río Magdalena desde Barranquilla hasta El Banco.
El de Urabá, aunque tiene una importante dinámica, se restringe al área
bananera sin poder desarrollarse en el hinterland de la parte antioqueña
y chocoana. Asimismo, en el sur del Cesar, entre la Jagua de Ibirico y
Chiriguaná, se estructura otro eje, pero poco dinámico.
Con esta serie de elementos se humaniza un espacio que comprende
también las áreas rurales en un sistema de jerarquización que da primacía
fundamentalmente a ejes transversales al Río Magdalena, como el eje
litoral entre Santa Marta y Cartagena, en donde se sitúa más de las tres
cuartas partes de la población urbana de la región y más del 87% del
Producto Interno Bruto regional. El predominio de este eje muestra
claramente las funciones jerarquizadas del área sobre el resto de la región,
y ejerce, hacia su interior, un efecto extremamente centralizador y
concentrador, sólo comparable al que puede ejercer Bogotá sobre su
entorno andino y nacional. Es necesario anotar también la fuerte dinámica
del poblamiento de la isla de San Andrés que en el período analizado es
una de las más rápidas del área.

LA ORGANIZACIÓN ESPACIAL

Una rápida mirada a los coremas elaborados en el artículo dedicado a


Colombia en la Enciclopedia Geográfica Universal Reclus (1992), advierte
claramente la organización espacial en la región estructurada a partir de
la primacía urbana, con un hinterland prácticamente vacío de urbanización,
con unos centros medianos y pequeños que, a pesar de servir, en ocasiones,
como centros de relevo de las grandes ciudades, no permiten la formación
de una red de servicios que retenga la población rural. Por el contrario, la
deficiente calidad, contribuye a la expulsión de estas poblaciones y
consecuentemente a la macrocefalia de Barranquilla como metrópolis
regional.

EL SENTIDO DE PERTENENCIA A LA NACIÓN

El sentimiento, más que el sentido de pertenencia a la nación, es otro de


los elementos que contribuye a diferenciar los espacios territoriales. Desde
este punto de vista, se pueden diferenciar tres posiciones generales al
menos en el Caribe continental y otra en el Caribe Insular.
La posición tradicionalista es la que impone el sistema que, en la práctica,
consiste en la sumisión de los intereses de la región Caribe, a los intereses
políticos nacionales, de manera tal que las contribuciones de la nación a
la Costa Caribe son el producto de las negociaciones de la clase política
con el centro, a partir de las necesidades coyunturales de la política
tradicional. Nada parece haber cambiado esta posición a pesar de la
Constitución de 1991 y de contar con vicepresidente de la República,
Presidente del Congreso y presidente de la Cámara de Representantes,
nativos del Caribe colombiano, lo que en la historia regional no se veía
desde la Presidencia de Núñez en el siglo pasado.
La segunda posición, la de «la integración nacional», sigue el modelo
antioqueño con miras a obtener los aportes de la nación mediante una alianza
más que con una oposición. Compartida por un sector
técnico de especialistas que han trabajado con profundidad el problema del
atraso de la costa Caribe, esta posición, como lo
explica Múnera, en El fracaso de la nación (1998), casi siempre ha conducido
a la marginación y el olvido, desde los comienzos mismos de su historia.
Una tercera posición, cada vez menos popular, es la que tuvo un gran impulso
en el período posterior a la Constitución del 91. Sin embargo, en la medida
en que se frustró el desarrollo constitucional del ordenamiento territorial,
es decir, el desarrollo de los artículos 306 y 307 de la Constitución de 1991
que definían la constitución de las regiones, la planeación y la autonomía
de los entes territoriales, esta posición empezó a caer en el olvido, hasta el
punto de que no parece tener defensores actualmente.
Una cuarta posición es la del Caribe insular. Allí la situación es diferente:
un sector dinámico de la población parece cuestionar abiertamente la
pertenencia del archipiélago a la nación con el argumento de que si el
archipiélago se unió voluntariamente a la nación en 1822, también puede
cambiar su relación en momentos en que no garantice la felicidad del
pueblo isleño. Como parece ser que con el despido de más de 700
funcionarios de la Gobernación de San Andrés la crisis se agrava, la
propuesta es conseguir del Estado central la «autonomía como pueblo
que goza de independencia política» y la «asociación», entendida como
«la de la persona natural o jurídica que acompaña a otra en alguna comisión
o encargo».
Esta posición expresa un modo diferente de mediar con la nación, dada la
dificultad que ha tenido el archipiélago para negociar con el centro y su
importancia geoestratégica de dar derechos a la nación sobre más de 300
mil kilómetros de mar patrimonial en el Caribe.

LA CULTURA COMPARTIDA

La parte sur del Caribe occidental ha sido el asiento de culturas indígenas


cuya importancia se mide por el aporte tecnológico a procesos como los
de la invención de la cerámica utilitaria, la orfebrería del oro y la
domesticación de la yuca. Estos procesos se presentaron
en el territorio de lo que muchos años después sería Colombia, pero no se
ha sabido evaluar en su significado cultural, ni forman parte de los
elementos que fortalecen la identidad regional y nacional.
El territorio Caribe es compartido por una serie de grupos indígenas entre
los cuales se cuentan los emberas, los cuna, los chimila (en proceso de
extinción), los ijka, los kággaba, los sanké, los yukkos y el grupo más grande
del país: los wayú, de la Guajira. De estos grupos, claramente diferenciados en
sus territorios, apenas empieza a percibirse su originalidad, y aunque
todavía no han sido integrados a la cultura regional, sus posibilidades de
subsistir como grupo indígena dependen de ser tratados en pie de igualdad
con las demás culturas.

La región, sin embargo, sigue identificándose por un estereotipo humano: el


costeño. Pero como lo muestra el Mapa Cultural del Caribe colombiano,
hay al menos 8 tipos de áreas culturales: costeños, sabaneros, montañeros,
anfibios o del río, cachacos, guajiros, indígenas e isleños. Estos grupos, por
encima de sus divisiones, son básicamente gentes del Caribe, no por sus
afinidades culturales entre sí, sino por su capacidad de asimilación a los demás,
que es el rasgo caribe más importante. Es muy difícil que estos grupos
estructuren una comunidad de intereses que los diferencie de los demás,
como los comerciantes sirio-libaneses de Maicao o de San Andrés, que forman
una comunidad cerrada. Entre los demás, tal vez con la excepción de los
indígenas de la Sierra Nevada, de los emberá y cunas del Alto Sinú y el
Darién, hay una serie de elementos de la cultura caribe que comparten como
el fácil mestizaje, la tolerancia, la convivencia y el gregarismo. Ello se
manifiesta claramente en las formas del poblamiento nucleado, en la ausencia
del trabajo agrícola de la mujer, en la urbanización poco densa y en asociación
con los originarios del mismo lugar de emigración, y en el regionalismo o
sentimiento de una comunidad de destino, más local que nacional.

LA ACEPTACIÓN DE LA COMUNIDAD NACIONAL

Uno de los factores más importantes de estructuración en una región es


el de la aceptación de sus diferencias tanto por los conciudadanos del
país, como por la comunidad internacional. Este reconocimiento se
manifiesta en la capacidad de aceptar formas de manejo de la cuestión
regional diferentes para cada región. Gilard demuestra para el caso de la
costa Caribe que el interior andino rechazó esta visión caribe de la
literatura, como algo que no iba con el espíritu nacional. Algunos editores
de Bogotá sentían vergüenza al editar textos de los escritores costeños
que no dudaban en llamar al pan, pan y al vino, vino, lo que no se
correspondía con la imagen de gentleman que se había hecho de sí el
escritor del interior del país.
Otro ejemplo es el de Isabel Clemente (1992), quien estudia la educación
en la isla de San Andrés entre la llegada de los primeros misioneros
católicos ingleses y 1986. En su obra, Clemente examina la imposición de
una cultura nacional que implanta la religión católica, la lengua española
y la raza blanca, provocando un intenso proceso de «colombianización»
en la primera mitad del siglo XX.
Estos dos casos de tratamiento a la cultura del Caribe como extranjera en
su propio país, muestran la intolerancia del centro con las diferencias
regionales y expresan las dificultades en las que han tenido que vivir las
particularidades regionales, incluso después de aprobada la Constitución de 1991.
Todavía hay trazas de la hegemonía que el centro intentó imponer con la
Constitución de 1886, cuando se construía la nación desde el
gobierno central. Hoy, al menos desde la perspectiva del ordenamiento
constitucional, las cosas han cambiado, y es la oportunidad para el Caribe
de mostrar cómo se puede construir nación desde la región.
LA IMPORTANCIA GEOPOLÍTICA

Las regiones, como las naciones, tienen también una singular importancia
geopolítica, que debe ser entendida claramente en el proceso de
estructuración. Las regiones apartadas que limitan con fronteras de otros
países, frente a situaciones potenciales de conflicto, tienen, por definición,
una gran prioridad en las agendas de las naciones. Por su posición alejada,
un archipiélago como el de San Andrés y Providencia, frente a otros países
que reivindican posesiones territoriales, tiene que ser entendido a partir
de la prioridad de mantener la unidad nacional.
De la misma manera la Guajira frente a Venezuela no tiene la misma
importancia de un departamento del interior con los del eje cafetero. Por
ello, en este proceso, la visión geopolítica que la nación tiene hacia sus
regiones es uno de los elementos fundamentales de su proceso de
estructuración. Desafortunadamente, ni el gobierno central ni la Cancillería
han podido cambiar la visión «parroquial» que sólo
concede importancia al centro. Prueba de ello es que las manifestaciones
separatistas en San Andrés, Cúcuta, Juradó, etc., se siguen viendo como
episódicas, coyunturales o pasajeras, como cosas que suceden donde
«termina» y no donde «empieza» Colombia. No se entiende aún que estas
manifestaciones se deben a la gran dificultad del gobierno de controlar
todo desde el centro, a partir de los intereses clientelistas del estado central.
La prioridad del manejo geopolítico debe ser una de las consideraciones
fundamentales en el proceso de re-estructuración de la Nación en un
periodo de globalización creciente, cuando las regiones fronterizas están
más tentadas de formar parte del mercado mundial que del nacional.

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