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quisiera hacerlo, no quedan medicinas para ello.

Tenemos un par de tubos de aspirinas, una


o dos cajas de vendas y eso es todo. El hecho de que se haga llamar doctor Farr no significa
que vaya a actuar como médico. Hablará y la gente le escuchará. Todo se resume en eso,
será una forma de darle a la gente la oportunidad de recuperar sus propias fuerzas.
—¿Qué pasaría si Sam no pudiera hacerlo?
—Pues que no podrá. Pero no lo sabremos a menos que lo intente, ¿verdad?
Finalmente Sam aceptó prestarse al juego.
—No es algo que se me hubiera ocurrido a mí —dijo—, ni aunque viviera cien años. A
Anna le parece cínico y creo que en el fondo tiene razón, ¿pero quién puede negar que los
hechos sean igualmente cínicos? La gente se está muriendo ahí afuera, y aunque les demos
un plato de sopa o les salvemos el alma, morirán igual. No veo forma de evitarlo, y si
Victoria cree que tener un falso doctor con quien hablar les facilitará las cosas, ¿quién soy
yo para decir que se equivoca? Dudo mucho de que esta estratagema tenga alguna utilidad,
pero tampoco creo que pueda hacer ningún daño. Es una propuesta concreta y por eso estoy
dispuesto a prestarme a colaborar con ella.
No culpé a Sam por aceptar, pero seguí enfadada con Victoria durante algún tiempo. Me
había impresionado verla defender su fanatismo con argumentos tan elaborados sobre el
bien y el mal. Lo llamara como lo llamara —una mentira, una representación, un medio
para un fin—, este plan me pareció una traición a los principios de su padre. Yo tenía
muchos escrúpulos acerca de la Residencia Woburn y si alguien me había ayudado a
superarlos, ésa había sido Victoria. Su sinceridad, la claridad de sus motivaciones, el rigor
moral que había encontrado en ella; todas estas cosas habían constituido un ejemplo para
mí, y me habían dado fuerzas para continuar. Ahora, de repente, parecía haber algo oscuro
en ella que yo no había notado. Para mí fue una desilusión y por un tiempo llegué a sentir
rencor hacia ella, me defraudaba pensar que era como cualquier otra persona. Pero luego,
cuando comencé a comprender mejor la situación, mi enfado se desvaneció. Victoria había
logrado ocultarme la verdad, pero la Residencia Woburn estaba al borde del abismo. La
representación de Sam no era más que un intento por salvar algo del desastre, una coda
excéntrica que se agregaba a una pieza ya interpretada. Todo había terminado, aunque yo
aún no lo sabía.

Lo gracioso es que Sam resultó un éxito en su papel de médico. Contaba con los accesorios
—la bata blanca, el estetoscopio, el termómetro—, y les sacaba todo el provecho posible.
No había duda de que parecía un médico, pero después de un tiempo también comenzó a
comportarse como uno de verdad. Esto era lo más increíble de la cuestión. Al principio, yo
me sentía bastante molesta por esta transformación, incapaz de admitir que Victoria hubiera
tenido razón, pero al final tuve que aceptar la realidad. La gente respondía a Sam, él tenía
una forma de escucharles que les inducía a hablar, y las palabras manaban de sus bocas en
cuanto él se sentaba frente a ellos. Sin duda su formación como periodista ayudaba, pero
ahora parecía dotado de otra dimensión de la dignidad, tal vez una personificación de la
benevolencia, y como la gente se fiaba de él, le decían cosas que nunca le habían contado a
otros. Decía que era como ser un confesor, y poco a poco comenzó a apreciar los resultados
positivos que se consiguen permitiendo que la gente se desahogue, el efecto saludable de
hablar, de pronunciar las palabras que componían sus historias. Supongo que podía caer en
la trampa de creerse el personaje, pero Sam conseguía mantener las distancias. En privado
bromeaba sobre ello e incluso llegó a inventarse unos cuantos nombres para sí mismo:

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