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como sostiene De Lorenzo, R.

(2004), las personas con discapacidad no tienen acceso a la


educación y a la formación profesional o a que los servicios de ayuda que requieren no están
disponibles, ello sumado a que la legislación y las políticas públicas no facilitan su incorporación al
mercado laboral o que los edificios y los medios de transporte no son accesibles (Pág. 75).

El modelo de prescindencia comprende a la persona con discapacidad como el producto de un


castigo divino o mensajes diabólicos por culpa, supuestamente, de los errores o faltas de los
padres y por lo tanto, la sociedad debe eliminarlas, es decir, “prescindir de ellas”. Por su lado, el
modelo médico sostenía que es la persona con discapacidad quien presenta una diferencia física,
mental o sensorial que ocasiona su falta de destreza y por ende su desenvolvimiento “normal” en
la sociedad (Céspedes, 2005, pág. 110). Este modelo entendía que las personas con discapacidad
debían ser “curadas de su enfermedad” para poder incluirse en la dinámica social. Como
consecuencia de este modelo, las personas con discapacidad eran discriminadas y veían reducida
su vida a una mera dimensión médica (Romañach, 2009, pág. 31).

Contrariamente a estos dos modelos vetustos surge el nuevo modelo social, según el cual, son las
barreras sociales las que generan la discapacidad. Es decir, la discapacidad no es un atributo de la
persona, sino un conjunto complejo de condiciones que son creadas por su entorno u ambiente
(ODHAG, 2005, pág. 25). Esta nueva perspectiva es la que se impone en los diversos
ordenamientos jurídicos a lo largo del planeta por estar acorde con el respeto y garantía de los
derechos y libertades fundamentales de las personas con discapacidad, entendiendo que es la
sociedad la que debe adecuarse a las personas con discapacidad y no a la inversa

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