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Precursores: el trabajo de las mujeres y

la Economía Política
(Borrador inicial)

Maribel Mayordomo Rico (Universidad de Barcelona).

Ponencia presentada a las VII Jornadas de Economía Crítica.


Universidad de Castilla-La Mancha. Albacete. Febrero, 2000

Área: Economía Feminista

Resumen

El objetivo de esta exposición será mostrar que pese al carácter inherentemente


institucional y reproductivo de las primeras teorías clásicas del salario, la abundancia de
juicios normativos y morales respecto a las mujeres y a las actividades que éstas realizaban
impidió que la economía política profundizara en esa dirección. En realidad, ni Smith ni los
demás autores pertenecientes a la escuela clásica inglesa - con la excepción de John Stuart
Mill - prestaron demasiada atención al trabajo femenino, más bien puede afirmarse que, con
su formulación, contribuyeron a legitimar una visión (parcial y sesgada) de ‘lo económico’,
que marginaba del campo de estudio de la economía a las mujeres y a las actividades que
éstas realizan. El hecho de que visiones alternativas sobre el trabajo y el rol económico
femenino como las de Bodichon, Taylor o Mill, se vieran eclipsadas por la visión clásica de
las mujeres como agentes ‘no-económicos’ y ‘no-trabajadoras’ - promovida tanto desde la
propia noción de salario de subsistencia como desde la microeconomía laboral smithiana -
corrobora esta hipótesis. A su vez, que las referencias clásicas al trabajo y el empleo
femeninos no se correspondan con la historia real del trabajo de las mujeres inglesas
durante la industrialización, confirma el dominio de un discurso económico cargado de
retórica. El problema fundamental de dicho discurso será su influencia sobre futuros
desarrollos teóricos. En efecto, los estereotipos y juicios de género implícitos en esta visión
acabarán por convertirse en el axioma del que partirán la mayoría de teorías del mercado
laboral.
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

Precursores: el trabajo de las mujeres y la economía política

Introducción

Según la escuela clásica, la economía política era la ciencia social encargada de


investigar las leyes que regulaban la producción y distribución de los medios materiales
destinados a satisfacer las necesidades humanas (Barbé, 1996), una visión de la
economía claramente distinta a la que se impondrá tras 1870 con el éxito de la
aproximación marginalista1. Del aparato teórico desarrollado por esta escuela, nos
interesa en particular el marco con el que los clásicos ingleses analizaron el trabajo, un
marco dependiente en gran parte de la teoría del salario que Adam Smith - siguiendo la
línea ya iniciada por sus predecesores - desarrolló en “La Riqueza de las Naciones”. Por
ello, este artículo comienza exponiendo brevemente la economía laboral smithiana para
continuar, con la teoría de salarios de Ricardo y la doctrina del fondo de salarios
formulada por los ricardianos. El objetivo de esta exposición será mostrar el carácter
inherentemente institucional que subyacía tras las teorías clásicas del salario y recuperar
un aspecto fundamental del mercado de trabajo clásico, que se fue perdiendo con el
paso a la doctrina del fondo de salarios y a la economía neoclásica contemporánea. Nos
referimos al vínculo sistémico entre el subsistema de (re)producción de bienes y el
subsistema de (re)producción de personas - una relación perceptible en la propia
definición de salario - condición básica para abordar el estudio del mercado laboral y de
las actividades económicas productivas y reproductivas.
Ahora bien, la mayoría de autores de esta escuela apenas prestaron atención al
trabajo femenino, de hecho, Smith y el resto de clásicos - con la excepción de John
Stuart Mill - ejercieron una notable influencia sobre la consolidación de una visión
(parcial) de ‘lo económico’ que margina a las mujeres y a las actividades que éstas
realizan del campo de estudio de la economía2. Con el fin de poner de manifiesto el
sesgo de género del discurso clásico, se ha dedicado un segundo apartado a rastrear -
sobre todo, en torno a la obra de Smith - la visión clásica respecto al trabajo de las
mujeres. Dicha selección se justifica no sólo por la influencia que ejerció Smith sobre
sus epígonos, si no también porque su tratamiento del trabajo resulta básico para
comprender el desarrollo de las teorías laborales actuales y, específicamente, la
interpretación que proponen dichas teorías del trabajo y el empleo femeninos.
Ciertamente, hubo otros economistas cuyas aportaciones resultaron decisivas para el
posterior desarrollo de la Economía, muchos de ellos enmarcados fuera de la corriente
clásica3, no obstante, limitaciones de tiempo y espacio nos han obligado a restringir el

1
El marginalismo vería la economía como la ciencia del comportamiento racional. Considérese, por
ejemplo, la tantas veces citada definición de Robbins: “La Economía es la ciencia que estudia la conducta
humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación”(Robbins, 1944:
39).
2
Por visión entendemos, como dice Schumpeter “ese acto cognoscitivo preanalítico que (...) no sólo tiene
que anticiparse históricamente al nacimiento del esfuerzo analítico en cualquier campo, sino que también
tiene que volver a introducirse en la historia de toda ciencia establecida cada vez que alguien nos enseña a
ver cosas bajo una luz cuya fuente no se encuentra en los hechos, métodos y resultados del estado anterior
de la ciencia” (Schumpeter, 1995: 78), aunque adoptamos la interpretación que expone tan lúcidamente
Maurice Dobb (1988) en la introducción a su libro sobre teorías del valor: la visión como inevitablemente
ideológica.
3
Consúltense al respecto, los trabajos de Blaug (1973) ; Screpanti y Zamagni (1997); Ekelund y Hérbert

1
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campo de estudio. En este sentido, es probable que la falta de referencias al autor de “El
Capital” - uno de los miembros de la escuela clásica más controvertidos tanto desde el
punto de vista académico como social - resulte sorprendente. Sin embargo, no hubiera
sido metodológicamente correcto incluir aquí una revisión del planteamiento de Marx
sobre el tema que nos ocupa, fundamentalmente, porque sus escritos constituyeron en sí
mismos una crítica al análisis clásico del mercado de trabajo. De hecho, examinar las
ideas de Marx sobre el trabajo y la actividad femeninas hubiera requerido un
tratamiento exhaustivo por separado, más apropiado para elaborar la historia del género
en el pensamiento económico marxista que para el propósito de este artículo4.
A continuación, se repasan en un tercer apartado, las ideas de tres autores con
una visión acerca de la actividad femenina menos sesgada que la de sus coetáneos, en
concreto, las aportaciones de John Stuart Mill, Harriet Taylor y Barbara Bodichon. El
hecho de que este tipo de interpretaciones acerca del rol mercantil y doméstico de las
mujeres hayan merecido tan poca atención en la historia del pensamiento económico es
indicativo de la marginación secular a la que se ha visto sometido el trabajo doméstico,
en general, y el empleo femenino, en particular. Para acabar y a fin de averiguar si la
visión clásica sobre el trabajo femenino respondió a la realidad o estuvo marcada por la
retórica, el cuarto apartado contrasta el discurso económico dominante durante el siglo
XIX respecto a las mujeres y la actividad, con la historia del trabajo femenino durante el
período de industrialización inglés.
La cuestión es que, este discurso, allanó el terreno para excluir del campo de
estudio económico el subsistema de reproducción humana y, con él, a las personas que
se ocupan de las labores doméstico-familiares. A la vez, la visión clásica promovió el
uso de conceptos y teorías para explicar el funcionamiento del mercado de trabajo,
segregadas en función del sexo.

1. El mercado laboral en el enfoque clásico

La teoría de salarios de Adam Smith (1723-1790)

Al igual que la mayoría de teorías formuladas en “La Riqueza de las Naciones”,


la economía del trabajo smithiana ni contenía ideas realmente originales acerca del
‘trabajo’ y el salario, ni se hallaba libre de ambigüedades teóricas. En realidad, el marco
desarrollado por Adam Smith para analizar el mercado laboral5 era un compendio de
diversas teorías salariales - ya formuladas por otros autores - en cierta forma
incompatibles entre sí (Blaug, 1973: 75).
La economía laboral de Adam Smith planteaba que en un sistema en el que
propietarios y capitalistas adelantaban a los trabajadores lo necesario para su
subsistencia - el fondo de salarios6 - los beneficios y rentas se convertían en la

(1992); Schumpeter (1995). En Barbé (1996) se realiza una exposición amena de las contribuciones de
distintas escuelas.
4
Para críticas de género a la escuela marxista pueden consultarse Folbre y Hartmann (1988), Folbre
(1993) y Gardiner (1997 y 1999).
5
No está de más recordar que ningún autor clásico utilizó los conceptos de oferta y demanda de ‘trabajo’
en el sentido en que lo hace la teoría microeconómica actual y que, pese a observar la relación existente
entre el ‘trabajo’ (ofrecido o demandado) y el nivel del salario, no formularon ninguna justificación de
dicha relación en términos de utilidades o productividades marginales.
6
Tanto en Smith como en Ricardo, el fondo de salarios es una parte del capital circulante: aquella

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recompensa ‘justa’ por los anticipos salariales7. A partir de aquí, Smith afirmaba que
eran los patronos quienes determinaban el tipo salarial - pues su poder de negociación
era muy superior al de sus empleados - un argumento con el que reconocía la existencia
de un conflicto distributivo entre patronos y empleados. De otro, opinaba que si bien los
patronos podían llegar a imponer el salario más bajo posible - y apropiarse así de todo el
producto del trabajo - existía un límite salarial inferior que no se podía rebasar: el
salario natural o de subsistencia:
“Un hombre ha de vivir siempre de su trabajo, y su salario debe al menos ser capaz de
mantenerlo. En la mayor parte de los casos debe ser capaz de más; si no le será imposible
mantener a su familia, y la raza de los trabajadores se extinguiría pasada una generación” (Smith,
1776: 112-113).

Ahora bien, para Smith la determinación del salario al nivel de subsistencia no


se debía a una mayor fuerza negociadora por parte de los patronos, sino a la existencia
de un principio demográfico que regulaba la procreación y reproducción de los seres
humanos (Smith, 1776: 127). Con este argumento poblacional, el salario quedaba
exógenamente determinado a un nivel “mínimo coherente con la existencia humana”
(Smith, 1776: 113).
En posteriores apartados tendremos ocasión de discutir sobre la noción de salario
de subsistencia familiar, por el momento, lo que interesa destacar es el carácter
reproductivo implícito al concepto smithiano de salario8. En efecto, al definir el salario
en términos de coste de reproducción, Smith situó en el centro mismo de su análisis la
relación entre el subsistema de reproducción de la clase trabajadora y el subsistema
económico. Ciertamente, el doble carácter del salario - como coste de reproducción
familiar (para el trabajador) y como coste de producción (para el empresario) -
conectaba entre sí los subsistemas familiar y económico, y hacía emerger el
antagonismo entre salarios y beneficios9: si el salario descendía por debajo de su precio
natural, la ‘raza de trabajadores’ se extinguía y el crecimiento del sistema económico
quedaba limitado como consecuencia de la falta de mano de obra; si lo superaba, la
población podía aumentar y ahogar el crecimiento del sistema económico por falta de
capital (el fondo necesario como anticipo de salarios).
Como ha argumentado Picchio (1992), Adam Smith fue plenamente consciente
de que el capitalismo modificaba la forma en que se combinaban las esferas mercantil y
familiar para asegurar la reproducción del sistema económico, una situación que
ejemplificó a través de la comparación entre los gastos de mantenimiento de un
trabajador ‘libre’ y de un esclavo10. Ahora bien, aunque el autor de “La Riqueza”
constituida por los adelantos para el mantenimiento de la población, esto es, la remuneración de los
trabajadores. Una parte importante, por cuanto pensaban en períodos de producción” de duración anual.
7
Al situar en el contexto capitalista la afirmación de que el producto del trabajo constituye su recompensa
natural o salario - lo que hubiese significado que rentas y beneficios constituyen deducciones del salario -
Smith evitaba la posibilidad de que la retribución salarial resultase ‘injusta’ para los trabajadores. Con
esta justificación se alineaba con los defensores del interés y el beneficio y se alejaba de los detractores
del sistema capitalista. Varios años más tarde, Marx retomaría este aspecto del trabajo para desarrollar su
teoría de la plusvalía y la explotación capitalista.
8
Con el término ‘reproductivo’ no nos referimos sólo al carácter de cíclico del proceso económico. Sobre
todo, se desea resaltar la interrelación sistémica entre la esfera de (re)producción mercantil y la esfera de
(re)producción humana como método para asegurar la reproducción del sistema económico-social.
9
En este sentido, la interpretación schumpeteriana del salario como un simple límite de subsistencia no
parece adecuada (Schumpeter, 1995: 312).
10
“Se ha sostenido que los gastos de mantenimiento de un esclavo corren por cuenta de su amo, mientras

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interpretó correctamente que la organización del proceso de producción de forma


separada al de reproducción implicaba un ahorro en el precio del trabajo, fracasó al
tratar de explicar las razones de dicho ahorro. Así, en lugar de aducir como posibles
causas del abaratamiento, el empobrecimiento de los estándares de vida de la población,
el incremento de la productividad del trabajo en la producción de bienes de consumo
(Picchio, 1992) o la externalización parcial de los costes de mantenimiento - vía
incremento de las tareas no remuneradas realizadas en el ámbito familiar - atribuyó la
disminución de costes a una supuesta mayor ‘eficiencia’ de los trabajadores libres para
cubrir sus necesidades de subsistencia, frente a la que mostraban los empresarios en el
sistema esclavista. En realidad, este proceso sólo podía interpretarse en términos de
eficiencia si se ignoraba la división sexual del trabajo y se consideraba que dicha
división era algo ‘natural’. Ambos elementos - presentes en su obra como veremos a lo
largo de este artículo - le impidieron vislumbrar los conflictos de género inherentes a la
reproducción del sistema capitalista.
Finalmente - quizás como sugiere Schumpeter, “para asegurarse de que una
teoría que trabaja con un tipo salarial único va a tener alguna capacidad de explicar
fenómenos reales” (Schumpeter, 1995: 316) - Adam Smith se ocupó en el capítulo X de
la “Riqueza de las Naciones” de las diferencias entre salarios (y beneficios) ganados en
diferentes empleos, una cuestión con la que pretendía explicar - a pesar de que encajaba
mal con su supuesto sobre el salario de subsistencia - las primas salariales asociadas a
ciertos empleos y ocupaciones. Según Smith, la diferente remuneración de los factores
podía deberse bien a la propia naturaleza de los empleos o bien a la intervención pública
(Smith, 1776: 153) - idea con la que introducía de lleno las instituciones en el mercado
de trabajo - aunque, además, existían situaciones en que los salarios se alejaban del
nivel que les hubiera correspondido por la propia naturaleza del empleo. Como
retomaremos estos temas al revisar la visión de Smith respecto al trabajo femenino, aquí
sólo enumeramos aquellas causas derivadas de las características del empleo que, para
él, justificaban la existencia de más de un tipo de salario ‘de equilibrio’:
“Primero, si los empleos son agradables o desagradables; segundo, si el aprenderlos es sencillo y
barato o difícil y costoso; tercero, si son permanentes o temporales; cuarto, si la confianza que
debe ser depositada en aquellos que los ejercitan es grande o pequeña; y quinto, si el éxito en
ellos es probable o improbable”. (Smith, 1776: 153).

Este tipo de reflexiones sobre el mercado de trabajo y el salario formarían parte


de lo que Screpanti y Zamagni (1997) consideran el planteamiento microeconómico del
pensamiento smithiano, mientras que sus ideas acerca del nivel agregado de los salarios
se situarían a un nivel de análisis macroeconómico. Separar ambos componentes en la
teoría de salarios de Smith resultará fundamental, como veremos, para comprender la
evolución posterior de la teoría sobre el mercado de trabajo: David Ricardo y sus
seguidores - así como Marx y los marxistas - pusieron el acento en los aspectos
macroeconómicos de la economía laboral smithiana, mientras que Jevons y los
neoclásicos desarrollarían el componente microeconómico.

que los de un sirviente libre corren por su propia cuenta (...) Pero aunque el mantenimiento de un sirviente
libre corresponda también al patrono, le costará en general mucho menos que el de un esclavo” (Smith,
1776: 128-129). Así pues, para Adam Smith, el capitalismo implicaba un cambio económico sustancial en
el modo de reproducción social, por lo que discrepamos con la afirmación de Mark Blaug de que “no hay
nada en el libro (en La Riqueza) que permita suponer que Adam Smith se daba cuenta de que estaba
viviendo una época de cambios económicos desacostumbrados” (Blaug, 1973: 66).

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El mercado de trabajo en David Ricardo (1772-1823)

David Ricardo desarrolló su teoría de los salarios a partir de los argumentos


smithianos de la reproducción poblacional, la teoría de la subsistencia y el fondo de
salarios, obteniendo un marco analítico más depurado que el del autor de “La Riqueza”.
De hecho, a pesar de declarar su total dependencia de la economía laboral de Adam
Smith, la formulación de Ricardo - a través de su distinción analítica entre los conceptos
de precio natural y precio de mercado - resultaba más adecuada que la de Smith para
profundizar tanto en el componente institucional del mercado de trabajo, como para
tratar las relaciones producción/reproducción y el conflicto distributivo (aunque este
último aspecto tampoco fue tratado por Ricardo)11. Sin embargo, no es menos cierto
que, con la hipótesis de estado estacionario, su esquema teórico auguraba un futuro
mucho más sombrío.
Al igual que Smith, la teoría de salarios de Ricardo definía el precio del trabajo
en términos de subsistencia familiar: “El precio natural del trabajo es aquel precio
necesario para permitir a los trabajadores, unos junto a otros, subsistir y perpetuar su
raza sin incremento ni disminución” (Ricardo, 1817: 93). De forma muy sintética, su
teoría afirmaba que los salarios tendían, inevitablemente, hacia este nivel natural o de
subsistencia, una hipótesis que tras las aportaciones de algunos ricardianos acabaría
convirtiéndose en ‘ley de hierro’ para los salarios (Picchio, 1992; Screpanti y Zamagni,
1997). Según el autor de los “Principios”, este nivel salarial respondía a que la
acumulación de capital aumentaba la demanda de trabajo (al incrementarse el fondo de
salarios) y, si bien este aumento en la demanda de trabajadores - que bajo el supuesto de
la ‘ley de Say’ se traducía automáticamente en aumento del empleo (aunque no
necesariamente en la misma proporción en la que crecía el fondo salarial) - daba lugar a
incrementos del salario real, finalmente los salarios volvían siempre por imperativo
malthusiano y por la ley de los rendimientos decrecientes de la tierra, a caer al nivel de
subsistencia12.
Con este esquema, Ricardo abordó de forma más rigurosa y clara que Smith, la
relación entre la reproducción de la fuerza de trabajo y el sistema económico como un
todo. Básicamente, su distinción entre precios de mercado y precios naturales - a partir
de las fuerzas que subyacían tras ellos - encerraba las claves para entender la
interdependencia entre la esfera de la producción mercantil y la esfera familiar de
reproducción humana (Picchio, 1992). Así pues, para Ricardo, los precios efectivos o de
mercado se debían a desajustes temporales y accidentales que desviaban los precios de

11
Para una buena exposición de los elementos institucionales y reproductivos que caracterizan el mercado
de trabajo clásico, véase el libro de Antonella Picchio del Mercato (1992) especialmente los capítulos 1 y
2.
12
Estas eran “las leyes que regulan los salarios y que gobiernan la felicidad de la mayor parte de la
comunidad” (Ricardo, 1817: 105) según Ricardo, por lo que para él, la pobreza de los trabajadores
resultaba ineludible y, en consecuencia, cualquier acción correctora totalmente inútil e ineficiente. Sin
duda, esta formulación - que contribuía a legitimar el incipiente sistema capitalista - dificultó la
posibilidad de introducir el poder y el conflicto distributivo en el esquema teórico clásico, aunque se ha
de reconocer que la hipótesis ricardiana del estado estacionario planteaba de manera abierta el conflicto
distributivo entre trabajadores y empresarios. Sin embargo, las asimetrías de poder entre empresarios y
trabajadores quedaron excluidas de su marco teórico al fijar un límite natural (exógeno) para los salarios:
el nivel de subsistencia.

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su nivel natural, mientras que éste último quedaba fijado por la cantidad de trabajo
necesaria para producir los bienes (Ricardo, 1817).
En el caso del trabajo, el proceso de ajuste de los salarios tenía lugar, a su vez,
sobre los precios efectivos de mercado, no sobre el precio natural del trabajo. Eran, por
tanto, los salarios de mercado los que fluctuaban alrededor de su precio natural,
moviéndose condicionados por la necesidad de reproducción de los trabajadores (límite
inferior) y la necesidad de acumulación de capital (límite superior).
Pues bien, para Ricardo - preocupado por “las leyes que regulaban los precios
naturales” (Ricardo, 1817: 92) - las fuerzas que operaban tras el salario natural eran las
verdaderamente importantes a la hora de analizar el comportamiento del mercado de
trabajo y, como vamos a ver, estas fuerzas contenían ciertos elementos institucionales y
reproductivos que merece la pena rescatar.
En primer lugar, el carácter reproductivo del trabajo se deducía de la propia
definición de salario natural. El precio del trabajo quedaba determinado por su coste de
producción, como sucedía con el resto de mercancías producibles13. No obstante,
Ricardo supo entender que se trataba de una mercancía de una naturaleza muy peculiar
y, en consecuencia, planteó la determinación de su tasa natural de subsistencia de forma
distinta a como se calculaba el coste de producción para otros bienes (Picchio, 1992):
“El poder del trabajador para mantenerse a sí mismo y a la familia, la cual puede ser necesaria
para perpetuar el número de trabajadores, no depende de la cantidad de dinero que el trabajador
recibe en forma de salario, sino de la cantidad de comida, necesidades básicas y comodidades
que ese dinero puede llegar a comprar y que han llegado a ser esenciales para él con la fuerza de
la costumbre. El precio natural del trabajo depende, por lo tanto, del precio de la comida, de las
necesidades básicas y de las comodidades requeridas para mantener al trabajador y a su familia.
Con un aumento en el precio de la comida y de los bienes básicos necesarios, el precio natural
del trabajo aumentará; con una disminución, disminuirá” (Ricardo, 1817: 93).

De este modo, mientras la cantidad de trabajo incorporado determinaba el precio


natural de todas las mercancías, el salario natural venía dado exógenamente por las
necesidades de reproducción familiar. Por este motivo, no debería confundirse su
formulación del salario con la de un coste de reproducción restringido al nivel de
subsistencia: de hecho, y como se extrae de la cita anterior, Ricardo planteó el salario
natural en términos históricos y consuetudinarios y no como un estándar de subsistencia
biológico.
Debe quedar claro que - en el contexto clásico ricardiano - los salarios eran
salarios de reproducción familiar (institucionalmente determinados), a la vez, que
capital (comida y necesidades básicas ‘adelantadas’), por lo que la reproducción de la
familia formaba, según su esquema, parte del proceso de reposición de capital. Ahora
bien, desde una perspectiva de género el problema es que su enfoque identificaba el
proceso de reproducción familiar con la adquisición de los bienes salariales, hacía
abstracción “del trabajo doméstico-familiar necesario para transformarlos” en consumos
(Picchio, 1992: 28), e ignoraba a las personas que lo realizan14.
En segundo lugar, el hecho de que su definición de salario incluyera criterios de

13
Los trabajadores eran considerados, en el contexto clásico, ‘mercancías’ básicas producibles.
14
No está de más insistir en que el coste de reproducción es superior al salario puesto que, en general, las
personas se reproducen combinando el salario con trabajo doméstico y con transferencias o servicios
públicos (Carrasco, 1991). En todo caso, incluso las tareas doméstico-familiares que tienen sustitutos de
mercado parecen ser indispensables para la reproducción de la clase obrera (Carrasco et al., 1991).

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justicia reforzaba el carácter institucional del mercado de trabajo15:


Un trabajador inglés consideraría su salario inferior a su tasa natural e insuficiente para mantener
a su familia si la única comida que le permitiese comprar fueran patatas, y la única vivienda que
pudiera conseguir, una cabaña de barro; sin embargo, estas demandas de carácter tan modesto
son con frecuencia más que suficientes en países donde ‘la vida del hombre es barata’ y sus
deseos se satisfacen con facilidad. Muchas de las comodidades de las que disfrutan las casas de
campo inglesas hoy, habrían sido vistas como lujos en un período anterior de nuestra historia.”
(Ricardo, 1817: 96- 97).

La doctrina del fondo de salarios

Diversos autores pertenecientes a la escuela clásica16, propiciaron un cambio de


enfoque de la teoría clásica de los salario que, finalmente, desembocaría en un marco en
realidad incompatible con la hipótesis ricardiana de salario exógeno17.
En efecto, tanto en Smith como en Ricardo el fondo de salarios (W) era la
cantidad que los capitalistas ‘adelantaban’ a los trabajadores durante el período en que
tenía lugar el proceso productivo, es decir, el capital destinado al consumo necesario de
la clase trabajadora, definido como el producto del salario natural (w ) y del número de
trabajadores empleados en la producción (L ) . Como en el sistema clásico - sobre todo
en el ricardiano - tanto el salario natural como la población ocupada eran variables
exógenas resultado de procesos históricos (de producción y reproducción poblacional),
el fondo de salarios quedaba también exógenamente determinado: ( w L = W )
Los ricardianos - al abandonar el concepto de salario natural y el principio de
población - transformaron esta identidad en una relación causal, con la que se perdía el
sentido original del mercado de trabajo ricardiano: asumieron como variable exógena el
fondo de salarios (en lugar del salario y la población trabajadora) y, consecuentemente,
el nivel de salarios y el de empleo se hallaban inversamente relacionados:
W
w=
L
A partir de aquí, los salarios comenzaron a interpretarse en términos de oferta y
demanda de trabajo:
“los salarios, como otras cosas, pueden ser regulados por la competencia o por la costumbre”
(Mill, 1871: 337), aunque, en general, los casos en los que el salario era inferior al determinado
por la oferta y la demanda de trabajo - “o, como se expresa corrientemente, por la proporción
entre población y capital” (Mill, 1871: 337) - eran muy escasos.
(..) los salarios (es decir, el tipo salarial general), no pueden aumentar sino es a causa del
aumento del fondo agregado que se destina a contratar trabajadores o de la disminución del
número de personas que compiten por un salario; ni disminuir, excepto que disminuya el fondo
de salarios o aumente el número de trabajadores asalariados” (Mill, 1871: 338).

15
Siguiendo a Solow, a diferencia de lo que sucede con el resto de mercados, tanto el salario como el
nivel de empleo se ven afectados por factores sociales y por nociones de justicia. Una vez se reconoce el
carácter institucional y específico propio de este mercado, el tratamiento habitual con que los libros de
texto abordan el estudio del mercado de trabajo se muestra estéril (Solow, 1994; capítulo 1).
16
Entre ellos destacaron James Mill, John Ramsay McCulloch, Robert Torrens y John Stuart Mill.
17
En el capítulo 2 del libro de Antonella Picchio (1992) se traza este camino.

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Bajo este enfoque, se inició un tratamiento de los salarios como si


sistemáticamente se ajustasen a un fondo de salarios (la demanda de trabajo) limitado o
escaso: dado el fondo, la población debía elegir entre un nivel de salario elevado con un
volumen relativamente bajo de empleo o un tipo de salario más bajo que permitía un
aumento de la población empleada18. Con esta nueva interpretación, “todas las
complejidades reales del proceso de reproducción del sistema capitalista - esto es, el
conflicto inherente entre el proceso de producción y el de reproducción de la clase
trabajadora - son desplazadas del núcleo analítico de la economía política” (Picchio,
1992: 33) y reducidas a una relación inversa entre salarios y cantidades.

2. El trabajo de las mujeres según los clásicos

Estas son, a grandes rasgos, las explicaciones clásicas del salario. Como
acabamos de ver, antes de la reinterpretación de los discípulos de Ricardo el mercado de
trabajo clásico, reflejaba una textura institucional y reproductiva que, en general, ha
desaparecido de los distintos enfoques contemporáneos. Ahora bien, un examen más
detallado de la economía laboral clásica, en particular, de la smithiana, revela que este
marco teórico - presumiblemente universal - sólo era aplicable a las personas de género
masculino: la propia idea de salario como coste de reproducción tenía un significado
distinto en función del sexo. Cierto, en el mismo párrafo en el que Adam Smith definió
el salario de subsistencia como un coste de reproducción familiar añadió:
“El Sr. Cantillon supone (...) que en todas partes los trabajadores más modestos deben ganar al
menos el doble de lo que necesitan para subsistir, para que puedan por parejas criar dos hijos; y
supone que el trabajo de la mujer, que se encarga de criarlos, sólo alcanza para su propia
subsistencia” (Smith, 1776: 113).

Así pues, para el economista de la pequeña población de Kirkcaldy, al igual que


para sus predecesores, la noción de subsistencia familiar sólo se aplicaba en caso de que
el asalariado fuera un hombre, puesto que el trabajo remunerado de la mujer quedaba
formulado como un coste de reproducción estrictamente individual. Esta idea de una
remuneración distinta en función del sexo no se deducía de la teoría en sí, más bien
resultó de aplicar unos supuestos a priori - basados en juicios normativos - sobre los
roles que correspondían ‘naturalmente’ a mujeres y hombres, tanto en la familia como
en la sociedad (relaciones de género). Debemos, por tanto, rastrear la visión de género
que impregnó el enfoque clásico a través de las referencias explícitas e implícitas sobre
el papel económico de las mujeres, el trabajo y el empleo femenino19: una visión de las
mujeres como ‘no-trabajadoras’ que contaminó el concepto clásico de salario hasta
llegar, con el tiempo, a convertirse en el axioma del que partirán la mayoría de teorías
del mercado de trabajo.
Conviene no perder de vista que en la época en que los autores clásicos
escribían, tanto el pensamiento liberal moderno como la revolución industrial
impulsaban una reestructuración total del orden económico, social y moral preexistente

18
A finales del siglo XIX, el concepto de fondo de salarios recibirá una nueva relectura - basada en una
reelaboración de las fuerzas de la oferta y la demanda - que acentuará la tensión entre población y
salarios (Dobb, 1929).
19
Para una buena exposición de los juicios de género que rodearon la obra de Smith puede consultarse el
excelente libro de Pujol (1992).

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y, al final de esta transición, las actividades de mercado - prioritariamente asignadas a


los hombres - se consolidaron como el espacio en torno al que giraba el nuevo sistema
capitalista, mientras las actividades que tenían lugar en la familia - mayoritariamente
asignadas a las mujeres - quedaron relegadas a un lugar secundario (Jennings, 1993). El
mercado, con el capitalismo, se convirtió en la institución que otorgaba el máximo
reconocimiento y estatus social y, paralelamente, las actividades de mercado cobraron
protagonismo económico frente a aquellas otras realizadas en la familia: “en adelante,
prevalecería una teoría dualista de la conducta humana en el hogar y en el mercado, que
partía del supuesto de que el hogar era un ámbito donde prevalecían la moral y el
altruismo, mientras que en el mercado regía el interés personal egoísta” (Gardiner,
1999: 61).
Esta redefinición de los espacios mercantil y familiar - que trajo asociada una
nueva división sexual del trabajo (entre y dentro de cada esfera) y una nueva valoración
de las funciones y los roles sociales asignados a mujeres y hombres - se vio reforzada
por las ideas de ‘economistas’ coetáneos, en particular, por el pensamiento liberal de
Smith. Este autor, al igual que los demás escritores clásicos con la excepción de J.S.
Mill, no llegó a cuestionarse las relaciones de género implícitas en una asignación de
actividades (mercantiles y familiares) basada en el sexo ni, por descontado, se planteó la
falta de equidad que comportaba dicha asignación20. De hecho, cuando se refirió a la
procreación su visión se alejó del análisis racional para caer en un discurso puramente
moralizante (Groenewegen, 1994: 12), un doble rasero analítico con el que contribuyó a
consolidar la retórica de espacios separados por sexo y a legitimar una división (sexual)
del trabajo que trataba de excluir a las mujeres del mercado laboral (Rendall, 1987;
Folbre y Hartmann, 1988; Pujol, 1992)21. Como afirma Joan Scott junto con los
sindicatos y los empresarios “la economía política fue uno de los terrenos donde se
originó el discurso de la división sexual del trabajo”, división que se iría imponiendo a
lo largo del siglo XIX (Scott, 1993: 416).
De una parte, en su “Teoría de los Sentimientos Morales”, Adam Smith dibujó
una clara línea divisoria entre el ámbito de ‘lo público’ y el de ‘lo privado’ y,
explícitamente, estableció una férrea asociación de la economía con el primero y de la
moral con el segundo, según un dualismo jerarquizado que primaría ‘lo económico’
(Rendall, 1987)22. Por su parte, “La Riqueza” fijó los roles de mujeres y hombres según
una dicotomía que asignaba el ámbito económico a los hombres y el moral a las
mujeres. Considérese el siguiente párrafo en el que Smith expresó, con bastante
claridad, su opinión sobre el papel que debían desempeñar las mujeres de clase media y
alta: una vida dedicada por entero a satisfacer a la familia o a prepararse para ello.
“No hay ninguna institución pública para la educación de las mujeres y, no hay nada inútil,

20
Existe un claro paralelismo con la crítica que señala la falta de análisis de las relaciones sociales de
clase en el esquema clásico (obviamente, con la excepción de Marx). Es curioso que desde estas
corrientes no se haya prestado más atención a la ausencia de análisis para las relaciones de género.
21
Los términos en los que Adam Smith defendió la libertad son, asimismo, ilustrativos de los juicios de
valor que rodearon su discurso: libertad significaba, en realidad, una creciente libertad individual para los
hombres pero libertad restringida para las mujeres, ya que se aceptaba como ‘natural’ su dependencia
política, jurídica y económica respecto del cabeza de familia (Picchio, 1992: 11). Como indican Pujol
(1992) y Gardiner (1997) los planteamientos liberales de Smith resultaban incompatibles con su ideología
patriarcal.
22
Para Bodkin (1999), en la “Riqueza” y otros textos clásicos - con excepción de los escritos de Mill y
Taylor - las mujeres fueron definidas, implícitamente, como agentes incapaces de tomar decisiones
económicas racionales.

9
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

absurdo o fantástico en la educación que reciben habitualmente. Se les enseña lo que sus padres
o guardianes juzgan útil y necesario que aprendan y no se les enseña nada más. Cada parte de su
educación sirve, evidentemente, a algún propósito útil: a mejorar el atractivo natural de su
persona o a preparar su mente para la reserva, la modestia, la castidad y la economía; a
prepararla adecuadamente para que llegue a ser ama de casa de una familia y para que se
comporte debidamente cuando llegue a serlo”23.

En realidad, esta pauta no se correspondía con la ‘educación’ de las jóvenes y


madres de las clases sociales más pobres de quienes se esperaba y exigía que
contribuyeran al sostenimiento de sus familias (siguiente apartado), una circunstancia a
la que Smith no fue ajeno24. En este sentido, resulta fundamental notar que, para Smith,
la actividad laboral de las mujeres pobres estaba vinculada a su rol de cuidadoras y que
- a diferencia de lo que ocurría con los varones - la ‘necesidad’ de que las mujeres
proporcionasen los cuidados adecuados a sus familias, limitaba sus posibilidades reales
de empleo: dado que el cuidado de los hijos y las familias era la responsabilidad
‘natural’ de las mujeres, su participación en el mercado de trabajo debía quedar
supeditada a, y limitada por, su función de cuidadoras (Rendall, 1987). La deseabilidad
de un ambiente familiar ‘adecuado’ definía, según Smith, el lugar de las mujeres en la
sociedad.
Es igualmente importante destacar cómo el discurso smithiano - que asociaba a
las mujeres con las actividades de reproducción familiar - contribuyó a crear una
imagen del trabajo familiar como ‘no productivo’25. En general, los pasajes de “La
Riqueza” que tratan sobre la reproducción de la fuerza de trabajo - salvo el ejemplo del
esclavo - tendían a centrarse en la función procreadora y en el rol de ‘cuidadoras’ de las
mujeres, sin prestar atención a otras actividades de (re)producción doméstica con las
que las mujeres contribuían al sustento familiar26, un tratamiento excesivamente
restringido de las tareas familiares que favoreció la asociación entre ese trabajo y las
actividades de servicios27. Y, como de acuerdo con Smith, los servicios no eran
productivos - puesto que no “se fija ni incorpora en ningún objeto concreto ni mercancía
vendible” (Smith, 1776: 424-433) - el vínculo entre trabajo familiar reproductivo y
trabajo no productivo, primero, y entre trabajo familiar y no-trabajo, después, resultó
inevitable. No obstante, en aquella época la mayor parte del tiempo dedicado al trabajo
doméstico estaba ocupado en actividades de producción de bienes domésticos y no de
servicios, a diferencia de lo que ocurre en nuestros días en que el tiempo ocupado en
producción de bienes domésticos se ha reducido mientras que el dedicado a servicios, ha
aumentado.
Por lo que respecta al análisis del trabajo remunerado femenino, las alusiones de
Smith fueron escasas y demasiado breves como para dar cuenta de la diversidad de
tareas que éstas efectuaban. De hecho, la mayoría de veces que las mujeres están

23
Se ha traducido directamente la cita reproducida por Jane Rendall porque este párrafo ha sido cortado
en la edición que se maneja aquí (Smith, 1776: 716).
24
Ya que siempre que habló de mujeres que efectuaban trabajos mercantiles se refirió a las de las clases
más bajas.
25
Una concepción del trabajo que a lo largo del XIX, principios del XX se irá asociando con la de ‘no-
trabajo’, a medida que el empleo asalariado se vaya consolidando como el único ‘trabajo’ relevante.
26
Nos referimos aquí a aquellas tareas doméstico familiares que producen objetos materiales (Smith,
1776: 115-127).
27
Es interesante observar como, desde entonces, el concepto de trabajo productivo ha ido evolucionando
hasta incorporar las actividades de servicios mientras que el trabajo doméstico-familiar ha quedado
excluido de dicha definición.

10
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

presentes en “La Riqueza” es a través de su rol de madres, esposas, viudas o hijas


(Smith, 1776: 113, 116, 126, 166, 191 y 656) y, las escasas referencias al trabajo
asalariado femenino están siempre vinculadas a su ‘deber’ de cuidadoras (Smith, 1776:
112-113, 134 y 176). El escaso protagonismo que las mujeres obtuvieron en “La
Riqueza” - como trabajadoras y como agentes económicos - junto al hecho de que se les
atribuyera prioritariamente el papel (‘improductivo’) de cuidadoras en vez del rol de
trabajadoras, son dos de los elementos que han contribuido a crear una visión de las
mujeres como ‘trabajadoras secundarias’ (en el sentido de que no es su ocupación
principal), una imagen que acabará cristalizando a lo largo del siglo XIX con la ayuda
de los censos poblacionales en la de ‘no-trabajadoras’ y legitimando la exclusión de las
actividades familiares realizadas por las mujeres del campo de estudio de la economía.
El capítulo décimo del libro primero de Adam Smith resulta particularmente
relevante en la construcción de este estereotipo de género, así como en la cristalización
de una teoría de salarios diferenciada por sexo28. Como vimos, estas páginas discutían la
posibilidad de que en competencia perfecta existieran tipos de salario y de beneficio no
homogéneos: las primas salariales se explicaban por la naturaleza del empleo (o la
intervención pública). En particular, nos interesa centrarnos en lo que escribió sobre
temporalidad. Según este autor, la temporalidad afectaba directamente la remuneración
de los factores, de forma que a un empleo temporal le debía corresponder un salario más
elevado que a uno permanente:
“Lo que (la persona) gane cuando trabaje no debe sólo permitirle mantenerse cuando no lo haga,
sino también compensarle por todos aquellos momentos de angustia y desesperación que su
precaria situación a veces debe suscitar” (Smith, 1776: 157)29.

Resulta difícil entender porqué Smith no aplicó este razonamiento a los salarios
de las mujeres, dado que el empleo femenino - fundamentalmente para las mujeres
casadas - era ocasional y temporal. En cierto sentido, es comprensible que las
desigualdades salariales entre mujeres y hombres no estuvieran presenten en este
capítulo y, sobre todo, que no se considerase el género para explicar las diferencias
salariales, no debemos olvidar la época en la que se escribieron estos párrafos. Sin
embargo, esta carencia - al igual que ocurre en el resto de autores clásicos - no parece
atribuible, tan sólo, a factores históricos. La afirmación previa nos obliga a profundizar
en las ideas de Adam Smith sobre las diferencias salariales. Para Smith, siempre que los
empleos fueran poco conocidos o estuvieran poco asentados en la comunidad30, que no
estuvieran en su estado ordinario o natural31, o en los casos en que los empleos no
fueran la “única o principal ocupación de quienes a ellos se dedican”, el salario podía
llegar diferir del habitual y la remuneración ser superior o inferior a la correspondiente
por la naturaleza del empleo (Smith, 1776: 172). Detengámonos en esta última
situación, de la que escribió:
“Cuando una persona se gana la vida con un sólo trabajo que no le absorbe la mayor parte de su

28
A estas ideas preconcebidas sobre las mujeres que se convierten en hipótesis explícitas o implícitas del
discurso económico, Beasley (1994: ix) las denomina “economitos sexuales”.
29
Sin duda a Smith le resultaría sorprendente ver como el empleo temporal se asocia hoy día en nuestro
país, mayoritariamente, con trabajo mal remunerado y precario.
30
Por ejemplo, “si las demás circunstancias permanecen iguales, los salarios generalmente son mayores
en los negocios nuevos que en los viejos”, (Smith, 1776: 172)
31
Dos de los ejemplos que da al respecto son la agricultura con cosechas normales y los puestos de
trabajo de industrias no decadentes (Smith, 1776: 173-175).

11
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

tiempo, muchas veces sucede que está dispuesta a ocupar sus ratos de ocio en otro trabajo por un
salario menor al que correspondería en otro caso a la naturaleza del empleo”. (Smith, 1776: 175-
176).

Puesto que para el autor de “La Teoría de los Sentimientos morales” la


ocupación principal de las mujeres no era el trabajo asalariado sino la crianza y el
cuidado de las criaturas, las mujeres quedaban incluidas entre las y los trabajadores no
ordinarios. En efecto, dado que el lugar ‘natural’ de las mujeres era el hogar resultaba
lógico que cuando éstas se dedicaban al trabajo de mercado no les correspondiese un
salario que les compensase por la falta de renta en otros períodos de sus vidas.
Claramente, el trabajo temporal tenía, para Smith, un significado muy distinto según
fuera realizado por hombres o por mujeres.
Bajo este prisma se entiende que las mujeres tuvieran tan poca presencia en la
obra de Smith: no eran, en realidad, consideradas agentes económicos32. Lógicamente, sí
en “La Riqueza” el rol principal de las mujeres era el de cuidadoras de los trabajadores
masculinos y no el de trabajadoras (o sólo trabajadoras ‘no ordinaria’) ¿por qué iba a
dedicarles espacio un tratado que no versaba sobre moral sino sobre las leyes de la
economía política? Así, cuando los tres primeros capítulos discuten la división del
trabajo, no se nombra la división del trabajo por sexo. Probablemente, la poca atención
que, en general, prestó este libro a las relaciones de poder y al conflicto impidieron
apreciar la existencia de trabajos segregados por sexo (tanto en el mercado, como en la
familia), pero no fueron los únicos factores que sesgaron el discurso laboral smithiano.
No olvidemos que, según Smith, la causa de la división del trabajo era la capacidad
humana para realizar intercambios motivados, en última instancia por el interés propio
(Smith, 1776), mientras que en el caso de las mujeres, el amor y el cuidado de su familia
dictaba y determinaba su comportamiento (Rendall, 1987): así, consideró ‘natural’ que
las hilanderas o las sirvientas estuvieran ocupadas en tareas similares a las que
ejecutaban en el hogar y, en consecuencia, no debe sorprender que no advirtiera la
división sexual de los puestos de trabajo.
Podemos concluir este epígrafe diciendo que la visión de Smith sobre el papel
económico de las mujeres contenía evidentes juicios normativos sobre lo que se
consideraba adecuado para las mujeres de la época que, en todo caso, eran atribuibles a
la pauta de comportamiento de las clases media y burguesa, pero nunca a la mayoría de
la población femenina. En efecto, tanto la noción clásica de salario, como el discurso
sobre procreación y reproducción de la población o la discusión sobre diferencias
salariales, se apoyaron en una visión sesgada y parcial del trabajo que reforzó, a su vez,
la imagen de las mujeres como trabajadoras ‘no ordinarias’ o ‘no-trabajadoras’. El
problema será que los estereotipos de género implícitos en “La Riqueza”, ejercerán una
marcada influencia sobre posteriores autores. De hecho, esta imagen acabará
cristalizando - frente a visiones alternativas - en una doble teoría de salarios (diferente
para las mujeres y los hombres) que analizaremos cuando se exponga el debate sobre la
desigualdad salarial de finales del siglo XIX y principios del XX33.

32
No olvidemos que en aquella época las mujeres tampoco tenían la misma categoría civil, política ni
socioeconómica que los hombres. El problema es que este sesgo no haya sido corregido con el tiempo y
que el homo economicus continúe estando definido en masculino (Nelson, 1996; Kuiper et al. (comp.)
(1995).
33
Sólo adelantamos que mientras los salarios de los varones se vinculaban a la productividad marginal,
los marginalistas y primeros neoclásicos explicarán el salario femenino reviviendo la ‘vieja’ igualdad
clásica entre salario y coste de reproducción y apelando al papel prioritario de las mujeres como

12
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

3. Intentos para integrar el análisis feminista a la economía: Stuart Mill, Taylor,


Bodichon

En contraste con la posición adoptada por Smith y sus seguidores, John Stuart
Mill, Harriet Taylor y Barbara Bodichon rechazaron el tratamiento que la mayoría de
autores clásicos dio a la ‘cuestión de la mujer’. Quizás convenga precisar que las
demandas feministas de estos tres autores - al igual que la mayoría de las
reivindicaciones planteadas durante la ‘primera ola’ del feminismo - estuvieron muy
vinculadas con el pensamiento igualitario y la obtención de igualdad jurídica para las
mujeres34 y, en consecuencia, sus obras no llegaron a cuestionar realmente la asociación
‘natural’ mujeres y domesticidad propia de la época victoriana (Pujol, 1992) y, en
consecuencia, en ningún momento plantean que los hombres podrían (o deberían)
asumir también una parte del trabajo doméstico. No obstante, tanto Mill como Taylor y
Bodichon creyeron que las mujeres eran personas capaces decidir racionalmente y que,
por tanto, no tenían porque quedar confinadas en el ámbito doméstico-familiar, unas
ideas sobre las que Taylor y Bodichon - a diferencia de Mill - construyeron su defensa
del empleo femenino.

John Stuart Mill (1806-1873) y Harriet Taylor Mill (1807-1858)

John Stuart Mill, autor de los “Principios de Economía Política con algunas de
sus aplicaciones a la Filosofía Social” - la “biblia económica del mundo anglosajón”
desde su publicación hasta el final de la hegemonía clásica (Blaug, 1973: 170) - destacó
entre los demás economistas clásicos por sus ideas socialistas y por su adscripción a la
causa feminista. Escribió: “la subordinación legal de un sexo sobre otro es errónea en sí
misma (...) y debería ser reemplazada por un principio de igualdad perfecta, que no
admitiese poder o privilegio por parte de uno sexo, ni desventaja por parte del otro”
(Mill, 1869: 125). Como el mismo reconoció, Harriet Taylor ejerció una marcada
influencia sobre su pensamiento35, sobre todo, en sus ideas feministas - las que nos
interesan para este trabajo - lo que, lógicamente, no quiere decir que Mill no hubiese
desarrollado un planteamiento propio al respecto antes de conocer a Taylor36. En

reproductoras.
34
En Lacey (ed) (1986) se ofrece una buena exposición de los planteamientos del movimiento feminista
inglés desde mediados hasta finales del XIX, a partir de la obra de Barbara Bodichon y Langham Place.
Cabe resaltar el esfuerzo que se está realizando por recuperar para la historia del pensamiento económico
obras escritas por mujeres, así como por rescatar estudios que reivindicaron el papel de la mujer en la
sociedad y rompieron con los esquemas parciales y androcéntricos de las diversas ciencias. Destacan
entre otros, Rossi (de)1970 y (ed) 1973; Madden, 1972; Pujol 1984, 1992, 1995a, 1995b; Lacey (ed)
(1986); Groenewegen (ed)1994; Dimand et al. (comp.)1995; Humphries (comp.)1995).
35
Ha habido una larga y dura controversia en torno a la personalidad e inteligencia de Harriet y a su
contribución a la obra de Mill (Rossi, 1970; Pujol, 1995b). Aunque J. S. Mill hubiera llegado a exagerar
el papel que desempeñó Taylor en su obra - como apunta Bladen en la introducción de los “Principios”
(Bladen, 1965: LXII) - lo curioso es que pocas veces los escritos de historia del pensamiento económico
han reconocido, ni remotamente, esta influencia (Pujol, 1995: 83), un hecho que ha contribuido a silenciar
la aportación de Taylor a la economía y al pensamiento feminista.
36
J.Mill y H.Taylor se conocieron en 1830 y, mantuvieron una intensa relación intelectual y de amistad
durante 21 años, hasta que, finalmente, contrajeron matrimonio en 1851. Vivieron juntos hasta que

13
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

realidad, ambos absorbieron gran parte de sus ideas respecto a la igualdad de los sexos
en los círculos intelectuales en los que se movían (Rossi, 1970). Cabe adelantar, no
obstante, que Harriet era la más radical de los dos, como se deduce de la lectura de sus
obras37.
Tanto John Stuart Mill como Harriet Taylor se declararon partidarios de
extender la educación formal a las mujeres (Mill y Taylor, 1832; Mill, 1869),
condenaron la falta de elecciones que éstas podían realizar (Mill y Taylor, 1832; Mill,
1871) y defendieron la igualdad de derechos para las mujeres en cuestiones como la
propiedad (incluido el derecho a cobrar el propio sueldo) (Taylor, 1851), la herencia y el
sufragio38. Ambos “intentaron aplicar los principios del liberalismo a las mujeres al
igual que a los hombres de un modo que otros economistas clásicos habían sido
incapaces de considerar o reacios a hacerlo. En su opinión, las instituciones y leyes
patriarcales eran residuos de un orden feudal obsoleto y obstaculizaban el progreso
económico y social” (Gardiner, 1999: 66-67). La cuestión fundamental es que, a
diferencia del resto de autores clásicos39, Taylor y Mill trataron a las mujeres como
agentes capaces de tomar decisiones (económicas) de un modo racional (Pujol, 1995b;
Bodkin, 1999)
Estas opiniones quedaron recogidas en los “Principios de Economía Política”,
“el primer manual de economía política que presta atención a los asuntos económicos
que afectan a las mujeres, y que las consideró como agentes económicos autónomos”
(Pujol, 1992: 24). En general, en este texto las mujeres recibieron un tratamiento
diferente al de los hombres, sin que esto implique que se les trataba como a seres
irracionales inferiores (Mill, 1871: 173, 761 y 959)40. Por ejemplo, en el libro primero -
al discutir sobre las ventajas de la división del ‘trabajo’ relacionadas con la destreza del
trabajador y, con el ahorro de tiempos fruto de la repetición de tareas - se reconocía la
eficiencia y productividad de las mujeres, a la vez que se denunciaba el sesgo implícito
en esta forma de definir las ventajas de la especialización:
“Las mujeres son por lo general (al menos en las presentes circunstancias sociales), de una
versatilidad muchísimo mayor que la de los hombres; este es un ejemplo entre muchos, de lo
poco que la experiencia y las ideas de las mujeres han contado a la hora de configurar las
opiniones de la humanidad. Pocas mujeres aceptarían la idea de que un trabajo mejora al ser
prolongado y de que es ineficiente porque se cambia a una nueva tarea. Incluso en este caso, en
mi opinión, la costumbre más que la naturaleza, es la causa de esta diferencia. De cada diez
hombres nueve tienen una ocupación especializada, en tanto que, por el contrario, de cada diez
mujeres nueve tienen ocupaciones de carácter general y que comprenden una multitud de

Harriet murió el año 1858. Para detalles bibliográficos, Rossi (1970).


37
Aunque “Enfranchisement of women” (Taylor, 1851), fue originalmente publicado bajo el nombre de
Mill, hoy se otorga la autoría de la obra a Harriet Taylor (Rossi, 1970). Por su parte, los “Early Essays on
Marriage and Divorce” (Mill y Taylor, 1932), recogen la opinión de cada uno de ellos sobre el
matrimonio y las leyes de divorcio.
38
En 1867, Mill - a petición de Barbara Bodichon y las mujeres del Langham Place - presentó ante el
parlamento un proyecto a favor del sufragio femenino (Lacey, 1986: 7).
39
Jane Marcet (1769-1858) fue la primera mujer que se dedicó a la literatura económica, seguida de
Harriet Martineau (1802-1876). El libro “Conversations on political Economy” que Marcet publicó en
1816 - en el que exponía con claridad las enseñanzas de David Ricardo; nótese que el libro de Ricardo se
editó un año después - fue uno de los textos más vendidos durante el siglo XIX (Polkinghorn, 1995). De
acuerdo con Bodkin, ambas escritoras tuvieron opiniones “más matizadas sobre el rol de las mujeres
como agentes económicos que sus colegas masculinos. En particular, ellas no (parecían) coincidir con la
opinión de que las mujeres fueran incapaces de tomar decisiones racionales” (Bodkin, 1999: 58).
40
Para un análisis más completo de la visión de las mujeres que reflejan los ‘Principios’, véase Pujol
(1992).

14
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

detalles, cada uno de los cuales requiere poco tiempo. Las mujeres practican constantemente el
arte de pasar rápidamente de una operación manual o mental a otra, lo que pocas veces les cuesta
ni esfuerzo ni pérdida de tiempo” (Mill, 1871: 127-128)41

Por lo que respecta al empleo femenino, el capítulo dedicado a las diferencias


salariales incluyó un apartado dedicado al análisis de porqué “los salarios de las mujeres
eran generalmente más bajos, mucho más bajos, que los de los hombres” (Mill, 1871:
394):
“Cuando la eficiencia es la misma, pero el salario desigual, la única explicación posible es la
costumbre: basada en prejuicios o en la constitución actual de la sociedad, la cual - al hacer que
la mujer casi siempre sea, socialmente hablando, un apéndice de algún hombre - permite que los
hombres tomen sistemáticamente la parte del león de todo lo que pertenece a ambos” (Mill,
1871: 395).

La costumbre era, por tanto, la causa de que las mujeres recibieran salarios
inferiores a los que les correspondía, lo que traducido al lenguaje de la economía laboral
actual se identificaría como discriminación. En el texto existe, además, una segunda
razón para la diferencia de salarios entre mujeres y hombres, a saber, el hecho de que
para los hombres el salario mínimo se hallaba en el límite de subsistencia familiar,
mientras para las mujeres ese salario necesario para la subsistencia se situaba a nivel
individual42. Esta segmentación por sexo de la idea de subsistencia será retomada por la
escuela marginalista para justificar el uso de una explicación dual del salario, una
explicación diferente para mujeres y hombres.
Pero en los “Principios”, la principal razón de los bajos salarios femeninos hay
que buscarla en el tipo de ocupación en que se empleaban las mujeres: pese a que éstas
constituían una mano de obra cuantitativamente más reducida que la masculina, la
discriminación aumentaba el número de trabajadoras que competían por un salario, al
limitar - por ley o por costumbre - el número de empleos a los que las mujeres podían
optar: de esta forma, las mujeres quedaban ‘sobreconcentradas’ en relativamente pocos
empleos - hoy día, hablaríamos de segregación horizontal - y, por tanto, veían reducir
sus salarios (Mill, 1871: 395).
Ahora bien, aunque los “Principios” reconocieron que las relaciones de género
podían afectar los salarios y fueron capaces de observar que - según su noción de
‘concentración’ - una apertura del mercado de trabajo (al empleo femenino) podía hacer
reducir el diferencial salarial entre mujeres y hombres, no se consideraba que “la madre
de una familia (el caso de una mujer soltera es totalmente diferente) deba tener la
necesidad de trabajar por un salario de subsistencia” (Mill, 1871: 394), una opinión en
la que, sin duda, Taylor y Mill difirieron43.
En parte, el apego de Mill (y de Taylor) a la nueva versión oferta-demanda de la
doctrina del fondo de salarios, impedía que los “Principios” pudieran ir más lejos en su
defensa del empleo femenino: efectivamente, la reinterpretación del fondo en términos

41
Esta última frase se ajusta, perfectamente, al tipo de trabajo que realizan las mujeres en el hogar; otro
indicio de que a mediados del siglo XIX, la economía política aún no reconocía como trabajo tan sólo al
trabajo remunerado.
42
Vimos que con la generalización de la doctrina del fondo de salarios, los ricardianos abandonaron el
concepto de salario de subsistencia: éste se transforma en un simple mínimo.
43
Aparte de que este párrafo no se incluyó en las reediciones de los “Principios” que tuvieron lugar
durante el período en que convivió con Taylor - concretamente, en la de 1852 y 1857- Mill expresó con
claridad la misma opinión en “Subjection of Woman” (Mill, 1869: 179).

15
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

de demanda de trabajo (exógenamente determinada) y la determinación del salario por


el juego de la oferta y la demanda del salario, exigían que cualquier aumento de la
oferta de trabajo (por incremento empleo femenino, por ejemplo) implicase la reducción
del tipo salarial agregado; coherentemente, Mill se limitó a reivindicar tan sólo la
posibilidad de que las mujeres pudieran acceder a un empleo.
Sin embargo, para Taylor y a pesar de aceptar también la explicación de la nueva
doctrina del fondo, esta posibilidad no era suficiente (Taylor, 1851: 103-107). Incluso
rebatió la interpretación más cruda del fondo de salarios según la cual se afirmaba:
“si las mujeres compitiesen con los hombres (por el empleo), un hombre y una mujer
conjuntamente no ganarían más de lo que gana ahora el hombre solo (...). La renta conjunta de
ambos sería la misma de antes, pero la mujer subiría desde una posición de esclava a aquella otra
de compañera” (Taylor, 1851: 104-105).

Así pues, aunque la aportación de Mill a la cuestión de las mujeres fue


indudable, su adscripción acrítica a un (y su divulgación del) modelo de determinación
del salario basado en la oferta y la demanda - cosa que no sucedió con Taylor - redujo
las posibilidades de introducir las diferencias de género en el marco teórico laboral.

Barbara Leigh Smith Bodichon (1827-1891)

En general, la vida y la obra de Barbara Bodichon son poco conocidas por la


literatura económica, pese a haber sido una de las primeras autoras en desarrollar la
noción de ‘sobreconcentración’ (overcrowding), apenas perfilada en los “Principios de
Economía Política” de Mill (Pujol, 1992 y 1995b; Sockell, 1995). Fue una mujer
victoriana atípica, en el sentido de que disfrutó de una vida mucho más independiente y
libre que la mayoría de sus contemporáneas: no sólo dispuso de una asignación
monetaria propia desde los 21 años - gracias a su padre - sino que recibió educación en
un colegio, un tipo de educación reservado, habitualmente, para los varones. Asimismo,
fue una de las pioneras de la campaña inglesa por los derechos de la mujer44.
La publicación que más nos interesa de su obra es “Women and Work”, un
trabajo publicado en 1857 con el que arrojaba cierta luz sobre los problemas que las
mujeres debían afrontar en el puesto de trabajo y, especialmente, sobre la cuestión de la
‘sobreconcentración’: con este ensayo Bodichon pretendía romper con algunos de los
estereotipos que rodearon a la mujer (victoriana) (Bodichon, 1857: 44) y destruir la
imagen clásica acerca del rol femenino. Su tesis principal era que las mujeres debían
trabajar a cambio de una remuneración, una demanda que hizo extensiva a toda la
población, pues entendía que tanto la ociosidad como el empleo que no generaba
riqueza y sólo daba satisfacción a uno mismo, eran ‘males’ desde un punto de vista
económico y social45:

44
Entre los años 1850 y 1860 participó junto a las mujeres de Langham Place en campañas y comités para
solicitar los derechos de propiedad de las mujeres casadas y, más tarde, en la campaña por el derecho al
voto. Lacey (1986) insiste en que dentro del grupo de Langham Place, Bodichon fue la feminista más
radical, la única que insistió firmemente en el derecho de las mujeres a un trabajo remunerado. La
introducción de Lacey contiene numerosos detalles bibliográficos de Bodichon.
45
El objetivo de este texto era, ante todo, político. No obstante, la formulación normativa que dió a su
tesis no debiera desmerecer los importantes elementos analíticos que desarrolló: nos referimos tanto a la
teoría de la concentración, como a su modo de vincular la esferas familiar con la economía capitalista.

16
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

“las mujeres quieren trabajar (...) porque deben comer y porque tienen hijos e hijas y otros
personas dependientes a su cargo; por todas las razones por las que los hombres desean
trabajar. Se ven expuestas a una gran desventaja en el mercado de trabajo porque no son
trabajadoras cualificadas y, por lo tanto, son muy mal remuneradas” (Bodichon, 1857: 63-64).

Es importante destacar que Bodichon fue una de las primeras mujeres que dio
valor económico al trabajo doméstico (Bodichon, 1857: 39 y 41)46, un reconocimiento
que lejos de restar importancia a su tesis sobre el empleo femenino, la reforzaba. Porque
lo que pretendía “Mujeres y Trabajo” era acabar con la idea de que la única ocupación
de las mujeres era (o debía ser) el matrimonio (Bodichon, 1857: 39)47.
De hecho, Bodichon dedicó una parte importante de “Mujeres y Trabajo” a
hacer visibles muchas de las profesiones en las que ya trabajaban o podían llegar a
trabajar las mujeres48. No obstante, fue también muy consciente de que las viejas
profesiones femeninas, bien estaban desapareciendo o bien se hallaban
‘sobrecontredas’, por lo que era necesario crear nuevas oportunidades de empleo para
ellas (Bodichon, 1857: 38-39). El problema de la ‘concentración’ de los empleos, por
tanto, no se limitaba al exceso de competencia entre las propias mujeres - por un
número escaso de puestos de trabajo - si no que apuntaba hacia la existencia de
segmentación entre el mercado laboral femenino y el masculino y hacia la necesidad de
liberar las barreras a la competencia entre mujeres y hombres (Sockwell, 1995: 110).
Para poder competir con los hombres por el empleo, las mujeres debían recibir la
formación adecuada. Los padres eran los principales responsables de preparar a sus
hijas para que pudieran optar a un empleo con un salario digno, una demanda que ilustró
a través de ejemplos (Bodichon, 1857: 40) y del siguiente argumento económico:
(...) Ella (tu hija) puede tener que ganarse la vida; y la lucha será efectivamente dura si - sin
hábitos de trabajo ni formación - entra en competencia con los trabajadores cualificados del
mundo y con aquellos que tienen el hábito de dedicarse a trabajos duros.” (Bodichon, 1857:
41).

En este sentido, para acallar a quienes insistieron en que las mujeres jóvenes de
clase media (ladies) no debían competir por el empleo con los pobres (hombres y
mujeres) de las clases trabajadoras49, argumentó - siguiendo el razonamiento de ‘ley’ de
Say - que si se bendecía la máquina de vapor por su contribución a la riqueza y al
bienestar material de un país porque aumentaba la productividad y el empleo, se debía,
igualmente, bendecir a las mujeres que con su trabajo hacían aumentar la riqueza y la
felicidad del país; también las máquinas, en un primer momento, compitieron con los
hombres por el empleo, aunque finalmente se han podido alimentar mil bocas por cada
una que pasó hambre (Bodichon, 1857: 62-63). Nótese que con este argumento,
implícitamente, negaba que el fondo de salarios fuera una cuantía determinada.
Para Bodichon, al igual que para Mill y Taylor, las mujeres eran agentes
46
Como indica Pujol (1992) ni Taylor ni Mill llegaron a darle valor económico de este trabajo - pues lo
calificaron de improductivo - aunque reconocieron su importancia.
47
Para ello, se mostraba que muchas mujeres no se casaban (43% de las mayores de 20 años en Inglaterra
y Gales) y que, por otra parte, era posible seguir trabajando tras el matrimonio. Además, el trabajo tras el
matrimonio favorecía a la familia de la mujer trabajadora (Bodichon, 1857: 40).
48
Como enfermeras, profesoras, cuidadoras de asilos psiquiátricos, organizadoras y secretarias en las
colonias, capitanas de barco, médicos, relojeras, periodistas, profesoras de oratoria e idiomas, tareas
filantrópicas, etc.
49
Bodichon calificó esta opinión de falacia: la falacia de la competencia entre ladies y los miembros de
las familias de clase obrera (Bodichon, 1857: 61).

17
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

económicos racionales que podían y debían ganarse su sustento. Opinaba que, el hecho
de que un hombre mantuviera a una mujer era humillante y que la institución
matrimonial funcionaba sobre la base de la humillación de la mujer (aunque gracias a
que la naturaleza humana era mejor que las instituciones, esto no siempre es así)
(Bodichon, 1857: 41). Por este motivo para ella, el trabajo remunerado - a diferencia de
lo que consideraron Mill y el resto de clásicos - no debía quedar restringido a las
mujeres de clases bajas. En efecto, rechazó con contundencia el argumento de todas y
todos aquellos cuya opinión era que las mujeres no debían aceptar dinero por su trabajo
y pensaban que el trabajo filantrópico y gratuito era el único apto para las mujeres:
“Insistir en que se debe trabajar sólo por amor a Cristo, defender el trabajo gratuito es un error
grave y malicioso, que tiende a restar dignidad al trabajo necesario: como si trabajar por la
comida diaria no fuera también por amor a Cristo!” (Bodichon, 1857: 62).

En su opinión, esta segunda falacia se hallaba fuertemente arraigada entre las


propias mujeres, principalmente, entre las clases medias y altas de la Inglaterra
victoriana. Para Bodichon, tanto la filantropía, como ciertos estereotipos acerca de la
mujer victoriana, contribuían a mantener el estatus de dependencia de las mujeres, por
lo que se empleó a fondo a combatirlos: por ejemplo, defendió con fervor que el trabajo
- a diferencia del tópico dominante en aquella época - dignificaba y embellecía:
“el TRABAJO - no la esclavitud, si no el TRABAJO - es el gran embellecedor. La actividad
del cerebro, el corazón y las manos da salud y belleza y prepara a las mujeres para convertirse
en madres aptas. Una mujer apática, ociosa, con el cerebro y el corazón vacíos, y desagradable
no tiene derecho a dar a luz hijos o hijas”50.
“Creer que una mujer es más femenina porque es frívola, ignorante, débil y enfermiza es
absurdo. (...) Si los hombres creen que perderán algo encantador por no tener mujeres
ignorantes que dependan de ellos, están muy equivocados. El entusiasmo de las mujeres no se
quebrará porque realicen un trabajo formal. Nadie actúa más de buen grado que alguien que
trabaja de buen grado” (Bodichon, 1857: 44).

Tras haber repasado otra visión acerca del rol económico, el trabajo y el empleo
femeninos, una revisión de las actividades que realizaban las mujeres en la Inglaterra
industrial, permitirá descubrir cómo fue la participación laboral femenina durante este
período. Podremos, de este modo, corroborar si la falta de atención de la economía
política respecto al trabajo y el empleo femeninos respondía a la realidad o era pura
retórica.

4. El marco histórico: el trabajo de las mujeres en Gran Bretaña durante el proceso


de industrialización

A pesar de que la industrialización es uno de los períodos más estudiados por las
y los historiadores, la posición económica de las mujeres durante esta etapa y las
repercusiones de este proceso sobre el empleo femenino no están claramente
establecidos (Thomas, 1988). Como han puesto de manifiesto los estudios
historiográficos, en particular aquellas publicaciones centradas en los trabajos realizados
por las mujeres durante las primeras etapas de la Revolución Industrial, existe una gran
confusión en torno al trabajo que efectuaban las mujeres en este período, tanto fuera

50
En el original, Bodichon usa el término inglés children, que se refiere a hijos e hijas.

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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

como dentro del hogar (Scott y Tilly, 1975)51. Es evidente que la investigación sobre el
trabajo de las mujeres se ha visto con frecuencia limitada por la escasez de fuentes
históricas al respecto. En particular, la no disponibilidad de registros censales para el
empleo femenino con anterioridad a 1841 y los defectos que plantean en el caso inglés
los censos posteriores a esa fecha, hacen difícil obtener una imagen continua y agregada
del empleo femenino en Gran Bretaña. Este hecho ha llevado a algunas autoras a
concluir que no es posible clarificar si la industrialización mejoró (como afirma la
literatura histórica convencional) o empeoró el empleo de las mujeres inglesas (Thomas,
1988).
No obstante, la historia del trabajo de las mujeres durante el XIX se puede
recomponer aplicando nuevas técnicas al análisis de los datos existentes ya que, como
muestran Horrell y Humphries (1995), los detallados estudios históricos sobre oficios y
ocupaciones particulares, constituyen una rica fuente de información al respecto. A
partir de estos estudios, se obtiene una primera aproximación a la participación laboral
de las mujeres durante esta época: una primera etapa de estabilidad y tasas de
participación relativamente elevadas (1750-1840), una segunda de fuerte descenso en la
actividad femenina (1840-1900) y una tercera fase, de estancamiento en los niveles de
participación (1900-1945). El problema principal de estas cifras agregadas es que ni dan
cuenta de las características específicas que rodearon a estos empleos, ni de las enormes
diferencias que existían entre éstos y los empleos masculinos (Borderías y Carrasco,
1994). Las investigaciones historiográficas centradas en estudios de casos particulares
han mostrado que el impacto de la industrialización sobre el empleo femenino fue más
variado y menos dramático de lo que afirma la literatura convencional: los puestos de
trabajo disponibles eran limitados y estaban fuertemente segregados, la mayoría de ellos
eran para mujeres jóvenes y solteras y muchos, estuvieron vinculados con áreas
‘tradicionales’ de la economía, áreas como las manufacturas familiares características
de la protoindustria o putting-out-system, los talleres a pequeña escala, el comercio y los
servicios52.
En primer lugar, a lo largo del siglo XIX las fábricas textiles nunca fueron ni la
única ni la principal forma de empleo asalariado para las mujeres53. En segundo lugar,
hay que insistir en que en las nuevas industrias textiles capitalistas las mujeres pasaron a
fabricar - de forma asalariada - las manufacturas que antes hacían en su hogar bajo el
modo de producción familiar: las mujeres - cuyos ingresos eran vitales para asegurar la
reproducción de la familia - fueron las trabajadoras protoindustriales típicas, de manera
que no puede decirse que con las fábricas cambiase el tipo de tareas que éstas
realizaban; el cambio cualitativo consistió en que, al igual que ocurrió con los hombres,
la proletarización cambió la organización, el ritmo y la disciplina laboral de sus
ocupaciones. Pero a diferencia de lo que les sucedió a los hombres, ahora era más difícil

51
Ya sea por la falta de atención que los censos prestaban al trabajo y a la situación laboral de las mujeres
(Folbre, 1991) o porque el tipo de trabajo que estas realizaban no era fácilmente recogible en las
categorías censales (Horrell y Humphries, 1995), los censos han tendido a subestimar el empleo
femenino.
52
Salvo cuando se nombran otras investigaciones, lo que sigue se basa en Tilly y Scott (1989).
53
Como se sabe, antes de la industrialización el sector agrícola era el mayor empleador de mujeres, pero
cuando, a consecuencia de la mecanización y la concentración de tierras, la agricultura redujo su
participación en la producción nacional, las manufacturas modernas no absorbieron toda la oferta de
trabajo femenina. Una gran parte de este excedente pasó a engrosar las filas del servicio doméstico
mientras que el resto permaneció, principalmente, vinculado a las industrias tradicionales (Tilly y Scott,
1989).

19
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

para ellas combinar las tareas y tiempos de la producción de mercancías, con las tareas y
tiempos propios del trabajo familiar no remunerado. En tercer lugar cabe destacar la
importancia que las manufacturas familiares continuaron teniendo durante todo el siglo
XIX como empleadoras de mujeres. Si bien es cierto que muchas de las ocupadas en el
sector secundario trabajaban en la industria textil, la proporción de empleadas en las
manufacturas familiares de prendas de vestir continuó siendo elevada durante el período
industrializador54. Esta forma de empleo ‘tradicional’ siguió vigente durante gran parte
del siglo XIX - aunque el taller familiar se reemplazó por el trabajo a destajo - y, sobre
todo, continuó ocupando a muchas mujeres que cosían y remendaban en sus casas por
una remuneración muy inferior a la que pagaban las fábricas. En realidad, la industria de
prendas de vestir se mecanizó muy lentamente ya que la abundancia de mano de obra
femenina barata justificaba la continuidad del putting-out-system55, por lo que se puede
afirmar que si bien durante la industrialización surgieron nuevas oportunidades de
empleo en las modernas fábricas textiles, también aumentó durante esta etapa el
volumen de empleo femenino ligado a métodos tradicionales. En cuarto lugar, hay que
matizar la creación de empleo femenino asociada al sector terciario a la que hace
alusión la literatura histórica ortodoxa. Realmente, con la industrialización, tuvo lugar
un incremento del empleo asociado al terciario como sugiere esta literatura, pero
durante la primera mitad del siglo estuvo mucho más vinculado a la expansión de los
sirvientes domésticos que con la creación de puestos modernos56 y, en este período, el
servicio fue la principal fuete de ocupación para jóvenes solteras, un empleo que crecía
a medida que aumentaban las clases medias urbanas. Aunque existe evidencia suficiente
de que los censos sobrevaloraron el volumen de trabajadores remunerados en el servicio
doméstico, este tipo de empleo dominó el sector servicios en Gran Bretaña hasta finales
del XIX. Las cifras apuntan a que, en 1880, todavía más del 50% de las personas
empleadas en el sector servicios trabajaban como sirvientes y, entre ellas, la gran
mayoría eran hijas de campesinos (2/3 del total en 1851)57. En quinto lugar, la
deslocalización productiva - asociada a la reestructuración de la economía durante el
período - generó desempleo y limitó las oportunidades de empleo de muchas mujeres,
tradicionalmente menos móviles que los hombres, porque mientras se creaban nuevos
puestos de trabajo en fábricas textiles en ciudades y regiones concretas, en otras zonas,
un gran número de empleos ‘tradicionales’ desaparecían (Humphries, 1995). El ejemplo

54
De hecho, la proporción de empleadas en las modernas fábricas textiles de Gran Bretaña, fue muy
similar a la que generó la manufactura de prendas de vestir bajo el antiguo sistema de producción
familiar, una situación que concuerda con la hipótesis de que el empleo de las mujeres estuvo muy ligado
al putting-out-system (Tilly y Scott, 1989).
55
Las fábricas textiles no aparecerán en Inglaterra hasta después de 1850 y la forma tradicional de
fabricación textil se prolongará, incluso, hasta principios del siglo XX (Tilly y Scott, 1989). En el caso
español, este tipo de empleo femenino ha continuado hasta hace pocas décadas, aunque dada la naturaleza
‘sumergida’ de estos empleos sea casi imposible precisar su cuantía.
56
A finales de siglo, hubo un auge de algunas profesiones de los servicios (oficinistas, maestras, tenderas)
que hizo aumentar el número de mujeres empleadas. Sin embargo, estas nuevas oportunidades no
significaron un crecimiento espectacular del empleo femenino: los niveles de empleo de principios del
XIX no se recuperan en Gran Bretaña hasta mediados del XX (Tilly y Scott, 1989).
57
El término ‘sirviente’ designaba una amplia categoría de empleo: eran sirvientes porque dependían de
una familia distinta de la suya propia, aunque las tareas que se realizaban podían ser muy variadas. Por
ejemplo, en familias de clase alta una sirvienta doméstica significaba una criada de un tipo u otro, en
familias productoras era mano de obra extraordinaria y, en ciudades textiles, empleadas industriales
residentes (Scott y Tilly, 1975). De acuerdo con algunas investigaciones, esta amplia definición da lugar a
una sobrerrepresentación de los empleos de sirvientes en el censo (Higgs, 1987).

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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

típico es el del hilado, que se mecanizó y pasó a realizarse en fábricas, pero no es el


único; la mecanización de la agricultura también desplazó una cantidad importante de
empleo femenino.
Por lo tanto, durante gran parte del período las mujeres estuvieron empleadas,
ante todo, en el servicio doméstico, en las industrias familiares de prendas de vestir
(manufacturas familiares características y talleres a pequeña escala) y en las fábricas
textiles. El modelo de empleo femenino variaba con la disponibilidad de puestos de
trabajo para las mujeres, pero, en general, las jóvenes y solteras constituían el grueso de
la fuerza de trabajo asalariada y eran ellas las trabajadoras que predominaban en estos
empleos. Por su parte, las mujeres casadas estuvieron mayoritariamente confinadas en
las ocupaciones tradicionales, salvo cuando la demanda de mano de obra femenina era
tan intensa y el salario de los hombres tan reducido que entraban a trabajar a las
fábricas. Se ha de precisar que con la industrialización, las demandas de trabajo
asalariado fueron cada vez más incompatibles con las actividades domésticas y, como
resultado, las mujeres casadas tendieron a abandonar la fuerza de trabajo y a emplearse
en aquellos sectores en los que la separación entre el hogar y el lugar de trabajo
resultaba menos drástica así como en aquellas áreas que permitían un mayor control por
su parte del ritmo de trabajo.
Es decir, las casadas tendieron a salir de la fuerza de trabajo y a convertirse
principalemente en trabajadoras temporales. Ahora bien, aunque habían disminuido sus
vínculos permanentes con la actividad, los escasos datos sugieren que su participación
continuaba siendo importante a mediados del XIX y que, habitualmente, se empleaban
en pequeños comercios, en talleres de ropa no mecanizados y en empleos no
cualificados y temporales relacionados con la expansión urbana: los censos de distintas
ciudades recogen a las mujeres casadas entre las lavanderas, las mujeres de la limpieza,
las vendedoras ambulantes de comida, las buhoneras y entre las encargadas de cafés y
posadas; la recolección, limpieza y batido del algodón, tarea que se realizaba a mano y
no se situaba en fábricas sino alrededor de las ciudades, fue otra actividad típica de estas
mujeres.
Finalmente, una mirada más atenta a los trabajos realizados por las mujeres
durante la industrialización permite observar que las mujeres de clase baja siempre
trabajaron a cambio de un salario o de otro tipo de remuneración. En efecto, a diferencia
de las mujeres pertenecientes a familias burguesas y de clases alta - quienes fueron una
proporción insignificante de la fuerza de trabajo femenina durante el XIX y quienes, a
pesar de que su participación aumentó a principios del XX, seguirían siendo una
minoría respecto al total de mujeres - las madres e hijas de familias trabajadoras
estuvieron, en general, involucradas en actividades económicas de diversa índole y sus
ingresos, aunque escasos, fueron a menudo cruciales para marcar la diferencia entre la
pobreza y la indigencia de la familia (Humphries, 1995; Scott, 1993). De hecho, a
diferencia de lo que sucedía en las clases medias, el trabajo de las mujeres casadas
formaba parte de los valores tradicionales y de la cultura de las clases populares y, en
concordancia, se esperaba que las esposas aportasen recursos al fondo familiar en caso
de necesidad (Scott y Tilly, 1975)58. Por otra parte, aunque el salario del marido (salario

58
Ada Heather-Bigg afirmaba a finales del siglo XX que “el resentimiento ante la presencia de las
mujeres en el mercado de trabajo se basa en una gran ignorancia de la historia industrial y social”
(Heather-Bigg, 1893: 51). Se debe tener en cuenta que las crisis y la precariedad no eran situaciones
extraordinarias entre las clases bajas, por lo que era relativamente frecuente que las mujeres casadas
tuvieran que ganar algo de dinero en el mercado laboral.

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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

familiar) fue cobrando importancia, pocas familias dependían en exclusiva de este


ingreso que, en general, se mantuvo durante el período crucial de la industrialización
demasiado bajo como para asegurar la reproducción familiar (Horrell y Humphries,
1995). Por consiguiente, el hecho de que su empleo fuera ahora más ocasional no
disminuía la importancia que tenía para la economía familiar59.
Hay que señalar, además, que la retirada (temporal) de las mujeres casadas de la
actividad productiva no supuso un incremento de su tiempo de ocio, ya que las
actividades de producción doméstica - necesarias para el consumo y la reproducción
familiar - continuaban estando asignadas a las mujeres: comprar y cocinar la comida,
coser y zurcir la ropa, hacer la colada eran actividades, que junto al parto y el cuidado
de las criaturas, consumían gran parte del tiempo de estas mujeres. Su principal
responsabilidad, no obstante, seguía siendo la de proveer la comida para la unidad
familiar (lo que incluía aportar algún ingreso a la renta familiar, en caso necesario). No
obstante, con la transición hacia la economía asalariada aumentaron las tareas y
responsabilidades domésticas. “Hubo una tendencia creciente en el número de familias
cuyos hijos permanecían en el hogar por períodos de tiempo mayores de lo que sucedía
en el pasado, frecuentemente, hasta que se casaban y se mudaban a su propio hogar”
(Tilly y Scott, 1989: 141).
Pero la mayor permanencia de los menores en la vivienda familiar, no fue la
única razón que hizo aumentar el tiempo que las mujeres dedicaban a las actividades
domésticas. La industrialización implicó que la familia se convirtiera en una unidad de
consumo en lugar de un espacio de producción de bienes mercantiles y, por
consiguiente, el papel de las mujeres en la producción de bienes para el consumo de la
familia, llegó a ser fundamental. Ellas eran ahora las encargadas de gestionar el mísero
presupuesto familiar y, con el aumento de las transacciones monetarias y los cambios en
la organización del proceso de trabajo, esta responsabilidad era cada vez mayor y las
tareas que realizaban en el ámbito doméstico más intensivas en tiempo: de su capacidad
para suministrar los bienes de consumo necesarios y de su habilidad para manejar los
recursos dependía la subsistencia de la familia. De acuerdo a este orden de prioridades,
es fácil sospechar que las actividades de gestión y de producción de bienes para el
consumo familiar ocupaban la mayor parte del tiempo de las mujeres. Efectivamente, el
resto de tareas de atención y cuidado de los hijos no eran consideradas tan importantes
y, de hecho, no implicaban una dedicación especial de la que se prestaba al resto de los
miembros de la familia.
Curiosamente, la situación descrita contrasta enormemente con la que dibujaban
los economistas clásicos, lo cual - dada la importancia que tanto del contexto histórico
como la reproducción de la fuerza de trabajo en el esquema teórico clásico - resulta,
cuando menos, sorprendente. En efecto, aunque casi hasta el final del período clásico la
participación laboral de las mujeres y su contribución a la renta familiar no declinó, el
discurso que reflejaban los textos clásicos era el de mujeres que no realizaban
actividades productivas, una imagen que se refuerza cuando se compara la
exhaustividad con que analizaron las actividades y trabajos masculinos, con la falta de
atención para las tareas y trabajos realizados por mujeres (tanto en el ámbito mercantil
como en el familiar); pero sobre todo, la figura de las mujeres como ‘no-trabajadoras’ -
como agentes no-económicos - se reafirma cuando se coteja el tratamiento que dieron a
59
Hacia final de siglo, el empleo de las mujeres casadas se volverá más esporádico a medida que los
salarios masculinos vayan aumentando, pero durante esta época resulta difícil a pesar de su temporalidad
concebir a estas trabajadoras en términos de ejército de reserva.

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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

los hombres frente al que recibieron en sus escritos las mujeres: el hecho de que las
pocas veces que trataron sobre ellas lo hicieran apelando a su papel de educadoras
morales - como madres, esposas, hijas o viudas60 - apuntalaba la idea de que las
funciones que realizan las mujeres no eran objeto de estudio para la economía política.
De esta suerte, el discurso clásico respecto a las mujeres - carente de base histórica, al
menos para una gran mayoría de las mujeres de la época - se convierte en retórica
cargada de juicios de valor, cuyo objetivo no es otro que el de legitimar su visión
respecto al rol femenino ‘apropiado’ desde un punto de vista económico y social.

A modo de resumen

Como hemos visto la mayoría de clásicos - partiendo de las ideas desarrolladas


por el ‘fundador’ de la economía61 - apenas prestaron atención al trabajo de las mujeres.
Ahora bien, creer que la falta de un análisis específico para el trabajo femenino significa
que esta actividad fue tratada con criterios similares a los que se aplicaron para el
estudio de la actividad masculina resulta especialmente ingenuo, porque “la economía
clásica siguió los supuestos implícitos de Adam Smith bastante de cerca” (Bodkin,
1999: 55), mientras que las ideas de Mill, Taylor y Bodichon quedaron arrinconadas.
Cierto, la visión de las mujeres que predominó en la economía política fue la de Adam
Smith62. En realidad, para la mayoría de autores clásicos, la situación económica de las
mujeres en sí misma no fue, en ningún caso, un tema prioritario. De hecho, siempre que
trataron asuntos relacionados con ellas lo hicieron a partir de un discurso moralizador y
poco ‘económico’: tomaron como un dato la situación de las mujeres (apelando casi
siempre a “leyes naturales” o a una inferioridad de las mujeres en su carácter,
inteligencia o fuerza) sin cuestionarse las relaciones de género implícitas a tal supuesto
(Groenewegen, 1994: 12-13).
Recapitulando, si bien algunos elementos del paradigma clásico hacían posible
incorporar la esfera familiar al marco teórico - y, de este modo, favorecían el estudio de
las actividades económicas realizadas por las mujeres - la abundancia de juicios
normativos y morales respecto a las mujeres impidió que los clásicos profundizaran en
esa dirección. Por su parte, el triunfo de una forma de análisis - popularizada por Smith
- en la que dominaba el sesgo de género, contribuyó a desligar las esferas mercantil y
familiar. Así, pese a que el esquema clásico relacionaba ambas esferas, dio un
tratamiento analítico diferenciado a cada subsistema - el análisis del sistema de
producción de bienes se caracterizó por un discurso lógico y racional, mientras el de la
reproducción poblacional se distinguió por el uso de la retórica y la moral - y, como
resultado, se allanará el camino para desarrollar conceptos y teorías segregadas y para
excluir del campo de estudio económico el subsistema de reproducción humana y, junto
a él, a las personas que se ocupan de las actividades doméstico-familiares y de cuidados.

60
Véase n.36.
61
Schumpeter opina que el tratamiento de fundador de la Economía para Smith, es excesivo, pues no
reconoce nada en “La Riqueza” que no hubieran dicho antes otros economistas. De todos modos, asigna
a este libro el epíteto de ‘gran hazaña’ merecedora de su éxito pues contiene la capacidad de ordenar y
coordinar todos los conceptos formulados hasta la época y reducirlos a un número de principios
coherentes (Schumpeter, 1995: 227- 236).
62
Groenewegen (1994:13) argumenta que la doctrina de la mujer económica irracional fue aplicada por
los clásicos tanto al trabajo como al consumo de bienes de mercado.

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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres

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