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la Economía Política
(Borrador inicial)
Resumen
Introducción
1
El marginalismo vería la economía como la ciencia del comportamiento racional. Considérese, por
ejemplo, la tantas veces citada definición de Robbins: “La Economía es la ciencia que estudia la conducta
humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación”(Robbins, 1944:
39).
2
Por visión entendemos, como dice Schumpeter “ese acto cognoscitivo preanalítico que (...) no sólo tiene
que anticiparse históricamente al nacimiento del esfuerzo analítico en cualquier campo, sino que también
tiene que volver a introducirse en la historia de toda ciencia establecida cada vez que alguien nos enseña a
ver cosas bajo una luz cuya fuente no se encuentra en los hechos, métodos y resultados del estado anterior
de la ciencia” (Schumpeter, 1995: 78), aunque adoptamos la interpretación que expone tan lúcidamente
Maurice Dobb (1988) en la introducción a su libro sobre teorías del valor: la visión como inevitablemente
ideológica.
3
Consúltense al respecto, los trabajos de Blaug (1973) ; Screpanti y Zamagni (1997); Ekelund y Hérbert
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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
campo de estudio. En este sentido, es probable que la falta de referencias al autor de “El
Capital” - uno de los miembros de la escuela clásica más controvertidos tanto desde el
punto de vista académico como social - resulte sorprendente. Sin embargo, no hubiera
sido metodológicamente correcto incluir aquí una revisión del planteamiento de Marx
sobre el tema que nos ocupa, fundamentalmente, porque sus escritos constituyeron en sí
mismos una crítica al análisis clásico del mercado de trabajo. De hecho, examinar las
ideas de Marx sobre el trabajo y la actividad femeninas hubiera requerido un
tratamiento exhaustivo por separado, más apropiado para elaborar la historia del género
en el pensamiento económico marxista que para el propósito de este artículo4.
A continuación, se repasan en un tercer apartado, las ideas de tres autores con
una visión acerca de la actividad femenina menos sesgada que la de sus coetáneos, en
concreto, las aportaciones de John Stuart Mill, Harriet Taylor y Barbara Bodichon. El
hecho de que este tipo de interpretaciones acerca del rol mercantil y doméstico de las
mujeres hayan merecido tan poca atención en la historia del pensamiento económico es
indicativo de la marginación secular a la que se ha visto sometido el trabajo doméstico,
en general, y el empleo femenino, en particular. Para acabar y a fin de averiguar si la
visión clásica sobre el trabajo femenino respondió a la realidad o estuvo marcada por la
retórica, el cuarto apartado contrasta el discurso económico dominante durante el siglo
XIX respecto a las mujeres y la actividad, con la historia del trabajo femenino durante el
período de industrialización inglés.
La cuestión es que, este discurso, allanó el terreno para excluir del campo de
estudio económico el subsistema de reproducción humana y, con él, a las personas que
se ocupan de las labores doméstico-familiares. A la vez, la visión clásica promovió el
uso de conceptos y teorías para explicar el funcionamiento del mercado de trabajo,
segregadas en función del sexo.
(1992); Schumpeter (1995). En Barbé (1996) se realiza una exposición amena de las contribuciones de
distintas escuelas.
4
Para críticas de género a la escuela marxista pueden consultarse Folbre y Hartmann (1988), Folbre
(1993) y Gardiner (1997 y 1999).
5
No está de más recordar que ningún autor clásico utilizó los conceptos de oferta y demanda de ‘trabajo’
en el sentido en que lo hace la teoría microeconómica actual y que, pese a observar la relación existente
entre el ‘trabajo’ (ofrecido o demandado) y el nivel del salario, no formularon ninguna justificación de
dicha relación en términos de utilidades o productividades marginales.
6
Tanto en Smith como en Ricardo, el fondo de salarios es una parte del capital circulante: aquella
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recompensa ‘justa’ por los anticipos salariales7. A partir de aquí, Smith afirmaba que
eran los patronos quienes determinaban el tipo salarial - pues su poder de negociación
era muy superior al de sus empleados - un argumento con el que reconocía la existencia
de un conflicto distributivo entre patronos y empleados. De otro, opinaba que si bien los
patronos podían llegar a imponer el salario más bajo posible - y apropiarse así de todo el
producto del trabajo - existía un límite salarial inferior que no se podía rebasar: el
salario natural o de subsistencia:
“Un hombre ha de vivir siempre de su trabajo, y su salario debe al menos ser capaz de
mantenerlo. En la mayor parte de los casos debe ser capaz de más; si no le será imposible
mantener a su familia, y la raza de los trabajadores se extinguiría pasada una generación” (Smith,
1776: 112-113).
3
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que los de un sirviente libre corren por su propia cuenta (...) Pero aunque el mantenimiento de un sirviente
libre corresponda también al patrono, le costará en general mucho menos que el de un esclavo” (Smith,
1776: 128-129). Así pues, para Adam Smith, el capitalismo implicaba un cambio económico sustancial en
el modo de reproducción social, por lo que discrepamos con la afirmación de Mark Blaug de que “no hay
nada en el libro (en La Riqueza) que permita suponer que Adam Smith se daba cuenta de que estaba
viviendo una época de cambios económicos desacostumbrados” (Blaug, 1973: 66).
4
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11
Para una buena exposición de los elementos institucionales y reproductivos que caracterizan el mercado
de trabajo clásico, véase el libro de Antonella Picchio del Mercato (1992) especialmente los capítulos 1 y
2.
12
Estas eran “las leyes que regulan los salarios y que gobiernan la felicidad de la mayor parte de la
comunidad” (Ricardo, 1817: 105) según Ricardo, por lo que para él, la pobreza de los trabajadores
resultaba ineludible y, en consecuencia, cualquier acción correctora totalmente inútil e ineficiente. Sin
duda, esta formulación - que contribuía a legitimar el incipiente sistema capitalista - dificultó la
posibilidad de introducir el poder y el conflicto distributivo en el esquema teórico clásico, aunque se ha
de reconocer que la hipótesis ricardiana del estado estacionario planteaba de manera abierta el conflicto
distributivo entre trabajadores y empresarios. Sin embargo, las asimetrías de poder entre empresarios y
trabajadores quedaron excluidas de su marco teórico al fijar un límite natural (exógeno) para los salarios:
el nivel de subsistencia.
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su nivel natural, mientras que éste último quedaba fijado por la cantidad de trabajo
necesaria para producir los bienes (Ricardo, 1817).
En el caso del trabajo, el proceso de ajuste de los salarios tenía lugar, a su vez,
sobre los precios efectivos de mercado, no sobre el precio natural del trabajo. Eran, por
tanto, los salarios de mercado los que fluctuaban alrededor de su precio natural,
moviéndose condicionados por la necesidad de reproducción de los trabajadores (límite
inferior) y la necesidad de acumulación de capital (límite superior).
Pues bien, para Ricardo - preocupado por “las leyes que regulaban los precios
naturales” (Ricardo, 1817: 92) - las fuerzas que operaban tras el salario natural eran las
verdaderamente importantes a la hora de analizar el comportamiento del mercado de
trabajo y, como vamos a ver, estas fuerzas contenían ciertos elementos institucionales y
reproductivos que merece la pena rescatar.
En primer lugar, el carácter reproductivo del trabajo se deducía de la propia
definición de salario natural. El precio del trabajo quedaba determinado por su coste de
producción, como sucedía con el resto de mercancías producibles13. No obstante,
Ricardo supo entender que se trataba de una mercancía de una naturaleza muy peculiar
y, en consecuencia, planteó la determinación de su tasa natural de subsistencia de forma
distinta a como se calculaba el coste de producción para otros bienes (Picchio, 1992):
“El poder del trabajador para mantenerse a sí mismo y a la familia, la cual puede ser necesaria
para perpetuar el número de trabajadores, no depende de la cantidad de dinero que el trabajador
recibe en forma de salario, sino de la cantidad de comida, necesidades básicas y comodidades
que ese dinero puede llegar a comprar y que han llegado a ser esenciales para él con la fuerza de
la costumbre. El precio natural del trabajo depende, por lo tanto, del precio de la comida, de las
necesidades básicas y de las comodidades requeridas para mantener al trabajador y a su familia.
Con un aumento en el precio de la comida y de los bienes básicos necesarios, el precio natural
del trabajo aumentará; con una disminución, disminuirá” (Ricardo, 1817: 93).
13
Los trabajadores eran considerados, en el contexto clásico, ‘mercancías’ básicas producibles.
14
No está de más insistir en que el coste de reproducción es superior al salario puesto que, en general, las
personas se reproducen combinando el salario con trabajo doméstico y con transferencias o servicios
públicos (Carrasco, 1991). En todo caso, incluso las tareas doméstico-familiares que tienen sustitutos de
mercado parecen ser indispensables para la reproducción de la clase obrera (Carrasco et al., 1991).
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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
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Siguiendo a Solow, a diferencia de lo que sucede con el resto de mercados, tanto el salario como el
nivel de empleo se ven afectados por factores sociales y por nociones de justicia. Una vez se reconoce el
carácter institucional y específico propio de este mercado, el tratamiento habitual con que los libros de
texto abordan el estudio del mercado de trabajo se muestra estéril (Solow, 1994; capítulo 1).
16
Entre ellos destacaron James Mill, John Ramsay McCulloch, Robert Torrens y John Stuart Mill.
17
En el capítulo 2 del libro de Antonella Picchio (1992) se traza este camino.
7
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
Estas son, a grandes rasgos, las explicaciones clásicas del salario. Como
acabamos de ver, antes de la reinterpretación de los discípulos de Ricardo el mercado de
trabajo clásico, reflejaba una textura institucional y reproductiva que, en general, ha
desaparecido de los distintos enfoques contemporáneos. Ahora bien, un examen más
detallado de la economía laboral clásica, en particular, de la smithiana, revela que este
marco teórico - presumiblemente universal - sólo era aplicable a las personas de género
masculino: la propia idea de salario como coste de reproducción tenía un significado
distinto en función del sexo. Cierto, en el mismo párrafo en el que Adam Smith definió
el salario de subsistencia como un coste de reproducción familiar añadió:
“El Sr. Cantillon supone (...) que en todas partes los trabajadores más modestos deben ganar al
menos el doble de lo que necesitan para subsistir, para que puedan por parejas criar dos hijos; y
supone que el trabajo de la mujer, que se encarga de criarlos, sólo alcanza para su propia
subsistencia” (Smith, 1776: 113).
18
A finales del siglo XIX, el concepto de fondo de salarios recibirá una nueva relectura - basada en una
reelaboración de las fuerzas de la oferta y la demanda - que acentuará la tensión entre población y
salarios (Dobb, 1929).
19
Para una buena exposición de los juicios de género que rodearon la obra de Smith puede consultarse el
excelente libro de Pujol (1992).
8
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Existe un claro paralelismo con la crítica que señala la falta de análisis de las relaciones sociales de
clase en el esquema clásico (obviamente, con la excepción de Marx). Es curioso que desde estas
corrientes no se haya prestado más atención a la ausencia de análisis para las relaciones de género.
21
Los términos en los que Adam Smith defendió la libertad son, asimismo, ilustrativos de los juicios de
valor que rodearon su discurso: libertad significaba, en realidad, una creciente libertad individual para los
hombres pero libertad restringida para las mujeres, ya que se aceptaba como ‘natural’ su dependencia
política, jurídica y económica respecto del cabeza de familia (Picchio, 1992: 11). Como indican Pujol
(1992) y Gardiner (1997) los planteamientos liberales de Smith resultaban incompatibles con su ideología
patriarcal.
22
Para Bodkin (1999), en la “Riqueza” y otros textos clásicos - con excepción de los escritos de Mill y
Taylor - las mujeres fueron definidas, implícitamente, como agentes incapaces de tomar decisiones
económicas racionales.
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absurdo o fantástico en la educación que reciben habitualmente. Se les enseña lo que sus padres
o guardianes juzgan útil y necesario que aprendan y no se les enseña nada más. Cada parte de su
educación sirve, evidentemente, a algún propósito útil: a mejorar el atractivo natural de su
persona o a preparar su mente para la reserva, la modestia, la castidad y la economía; a
prepararla adecuadamente para que llegue a ser ama de casa de una familia y para que se
comporte debidamente cuando llegue a serlo”23.
23
Se ha traducido directamente la cita reproducida por Jane Rendall porque este párrafo ha sido cortado
en la edición que se maneja aquí (Smith, 1776: 716).
24
Ya que siempre que habló de mujeres que efectuaban trabajos mercantiles se refirió a las de las clases
más bajas.
25
Una concepción del trabajo que a lo largo del XIX, principios del XX se irá asociando con la de ‘no-
trabajo’, a medida que el empleo asalariado se vaya consolidando como el único ‘trabajo’ relevante.
26
Nos referimos aquí a aquellas tareas doméstico familiares que producen objetos materiales (Smith,
1776: 115-127).
27
Es interesante observar como, desde entonces, el concepto de trabajo productivo ha ido evolucionando
hasta incorporar las actividades de servicios mientras que el trabajo doméstico-familiar ha quedado
excluido de dicha definición.
10
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
Resulta difícil entender porqué Smith no aplicó este razonamiento a los salarios
de las mujeres, dado que el empleo femenino - fundamentalmente para las mujeres
casadas - era ocasional y temporal. En cierto sentido, es comprensible que las
desigualdades salariales entre mujeres y hombres no estuvieran presenten en este
capítulo y, sobre todo, que no se considerase el género para explicar las diferencias
salariales, no debemos olvidar la época en la que se escribieron estos párrafos. Sin
embargo, esta carencia - al igual que ocurre en el resto de autores clásicos - no parece
atribuible, tan sólo, a factores históricos. La afirmación previa nos obliga a profundizar
en las ideas de Adam Smith sobre las diferencias salariales. Para Smith, siempre que los
empleos fueran poco conocidos o estuvieran poco asentados en la comunidad30, que no
estuvieran en su estado ordinario o natural31, o en los casos en que los empleos no
fueran la “única o principal ocupación de quienes a ellos se dedican”, el salario podía
llegar diferir del habitual y la remuneración ser superior o inferior a la correspondiente
por la naturaleza del empleo (Smith, 1776: 172). Detengámonos en esta última
situación, de la que escribió:
“Cuando una persona se gana la vida con un sólo trabajo que no le absorbe la mayor parte de su
28
A estas ideas preconcebidas sobre las mujeres que se convierten en hipótesis explícitas o implícitas del
discurso económico, Beasley (1994: ix) las denomina “economitos sexuales”.
29
Sin duda a Smith le resultaría sorprendente ver como el empleo temporal se asocia hoy día en nuestro
país, mayoritariamente, con trabajo mal remunerado y precario.
30
Por ejemplo, “si las demás circunstancias permanecen iguales, los salarios generalmente son mayores
en los negocios nuevos que en los viejos”, (Smith, 1776: 172)
31
Dos de los ejemplos que da al respecto son la agricultura con cosechas normales y los puestos de
trabajo de industrias no decadentes (Smith, 1776: 173-175).
11
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
tiempo, muchas veces sucede que está dispuesta a ocupar sus ratos de ocio en otro trabajo por un
salario menor al que correspondería en otro caso a la naturaleza del empleo”. (Smith, 1776: 175-
176).
32
No olvidemos que en aquella época las mujeres tampoco tenían la misma categoría civil, política ni
socioeconómica que los hombres. El problema es que este sesgo no haya sido corregido con el tiempo y
que el homo economicus continúe estando definido en masculino (Nelson, 1996; Kuiper et al. (comp.)
(1995).
33
Sólo adelantamos que mientras los salarios de los varones se vinculaban a la productividad marginal,
los marginalistas y primeros neoclásicos explicarán el salario femenino reviviendo la ‘vieja’ igualdad
clásica entre salario y coste de reproducción y apelando al papel prioritario de las mujeres como
12
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
En contraste con la posición adoptada por Smith y sus seguidores, John Stuart
Mill, Harriet Taylor y Barbara Bodichon rechazaron el tratamiento que la mayoría de
autores clásicos dio a la ‘cuestión de la mujer’. Quizás convenga precisar que las
demandas feministas de estos tres autores - al igual que la mayoría de las
reivindicaciones planteadas durante la ‘primera ola’ del feminismo - estuvieron muy
vinculadas con el pensamiento igualitario y la obtención de igualdad jurídica para las
mujeres34 y, en consecuencia, sus obras no llegaron a cuestionar realmente la asociación
‘natural’ mujeres y domesticidad propia de la época victoriana (Pujol, 1992) y, en
consecuencia, en ningún momento plantean que los hombres podrían (o deberían)
asumir también una parte del trabajo doméstico. No obstante, tanto Mill como Taylor y
Bodichon creyeron que las mujeres eran personas capaces decidir racionalmente y que,
por tanto, no tenían porque quedar confinadas en el ámbito doméstico-familiar, unas
ideas sobre las que Taylor y Bodichon - a diferencia de Mill - construyeron su defensa
del empleo femenino.
John Stuart Mill, autor de los “Principios de Economía Política con algunas de
sus aplicaciones a la Filosofía Social” - la “biblia económica del mundo anglosajón”
desde su publicación hasta el final de la hegemonía clásica (Blaug, 1973: 170) - destacó
entre los demás economistas clásicos por sus ideas socialistas y por su adscripción a la
causa feminista. Escribió: “la subordinación legal de un sexo sobre otro es errónea en sí
misma (...) y debería ser reemplazada por un principio de igualdad perfecta, que no
admitiese poder o privilegio por parte de uno sexo, ni desventaja por parte del otro”
(Mill, 1869: 125). Como el mismo reconoció, Harriet Taylor ejerció una marcada
influencia sobre su pensamiento35, sobre todo, en sus ideas feministas - las que nos
interesan para este trabajo - lo que, lógicamente, no quiere decir que Mill no hubiese
desarrollado un planteamiento propio al respecto antes de conocer a Taylor36. En
reproductoras.
34
En Lacey (ed) (1986) se ofrece una buena exposición de los planteamientos del movimiento feminista
inglés desde mediados hasta finales del XIX, a partir de la obra de Barbara Bodichon y Langham Place.
Cabe resaltar el esfuerzo que se está realizando por recuperar para la historia del pensamiento económico
obras escritas por mujeres, así como por rescatar estudios que reivindicaron el papel de la mujer en la
sociedad y rompieron con los esquemas parciales y androcéntricos de las diversas ciencias. Destacan
entre otros, Rossi (de)1970 y (ed) 1973; Madden, 1972; Pujol 1984, 1992, 1995a, 1995b; Lacey (ed)
(1986); Groenewegen (ed)1994; Dimand et al. (comp.)1995; Humphries (comp.)1995).
35
Ha habido una larga y dura controversia en torno a la personalidad e inteligencia de Harriet y a su
contribución a la obra de Mill (Rossi, 1970; Pujol, 1995b). Aunque J. S. Mill hubiera llegado a exagerar
el papel que desempeñó Taylor en su obra - como apunta Bladen en la introducción de los “Principios”
(Bladen, 1965: LXII) - lo curioso es que pocas veces los escritos de historia del pensamiento económico
han reconocido, ni remotamente, esta influencia (Pujol, 1995: 83), un hecho que ha contribuido a silenciar
la aportación de Taylor a la economía y al pensamiento feminista.
36
J.Mill y H.Taylor se conocieron en 1830 y, mantuvieron una intensa relación intelectual y de amistad
durante 21 años, hasta que, finalmente, contrajeron matrimonio en 1851. Vivieron juntos hasta que
13
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
realidad, ambos absorbieron gran parte de sus ideas respecto a la igualdad de los sexos
en los círculos intelectuales en los que se movían (Rossi, 1970). Cabe adelantar, no
obstante, que Harriet era la más radical de los dos, como se deduce de la lectura de sus
obras37.
Tanto John Stuart Mill como Harriet Taylor se declararon partidarios de
extender la educación formal a las mujeres (Mill y Taylor, 1832; Mill, 1869),
condenaron la falta de elecciones que éstas podían realizar (Mill y Taylor, 1832; Mill,
1871) y defendieron la igualdad de derechos para las mujeres en cuestiones como la
propiedad (incluido el derecho a cobrar el propio sueldo) (Taylor, 1851), la herencia y el
sufragio38. Ambos “intentaron aplicar los principios del liberalismo a las mujeres al
igual que a los hombres de un modo que otros economistas clásicos habían sido
incapaces de considerar o reacios a hacerlo. En su opinión, las instituciones y leyes
patriarcales eran residuos de un orden feudal obsoleto y obstaculizaban el progreso
económico y social” (Gardiner, 1999: 66-67). La cuestión fundamental es que, a
diferencia del resto de autores clásicos39, Taylor y Mill trataron a las mujeres como
agentes capaces de tomar decisiones (económicas) de un modo racional (Pujol, 1995b;
Bodkin, 1999)
Estas opiniones quedaron recogidas en los “Principios de Economía Política”,
“el primer manual de economía política que presta atención a los asuntos económicos
que afectan a las mujeres, y que las consideró como agentes económicos autónomos”
(Pujol, 1992: 24). En general, en este texto las mujeres recibieron un tratamiento
diferente al de los hombres, sin que esto implique que se les trataba como a seres
irracionales inferiores (Mill, 1871: 173, 761 y 959)40. Por ejemplo, en el libro primero -
al discutir sobre las ventajas de la división del ‘trabajo’ relacionadas con la destreza del
trabajador y, con el ahorro de tiempos fruto de la repetición de tareas - se reconocía la
eficiencia y productividad de las mujeres, a la vez que se denunciaba el sesgo implícito
en esta forma de definir las ventajas de la especialización:
“Las mujeres son por lo general (al menos en las presentes circunstancias sociales), de una
versatilidad muchísimo mayor que la de los hombres; este es un ejemplo entre muchos, de lo
poco que la experiencia y las ideas de las mujeres han contado a la hora de configurar las
opiniones de la humanidad. Pocas mujeres aceptarían la idea de que un trabajo mejora al ser
prolongado y de que es ineficiente porque se cambia a una nueva tarea. Incluso en este caso, en
mi opinión, la costumbre más que la naturaleza, es la causa de esta diferencia. De cada diez
hombres nueve tienen una ocupación especializada, en tanto que, por el contrario, de cada diez
mujeres nueve tienen ocupaciones de carácter general y que comprenden una multitud de
14
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
detalles, cada uno de los cuales requiere poco tiempo. Las mujeres practican constantemente el
arte de pasar rápidamente de una operación manual o mental a otra, lo que pocas veces les cuesta
ni esfuerzo ni pérdida de tiempo” (Mill, 1871: 127-128)41
La costumbre era, por tanto, la causa de que las mujeres recibieran salarios
inferiores a los que les correspondía, lo que traducido al lenguaje de la economía laboral
actual se identificaría como discriminación. En el texto existe, además, una segunda
razón para la diferencia de salarios entre mujeres y hombres, a saber, el hecho de que
para los hombres el salario mínimo se hallaba en el límite de subsistencia familiar,
mientras para las mujeres ese salario necesario para la subsistencia se situaba a nivel
individual42. Esta segmentación por sexo de la idea de subsistencia será retomada por la
escuela marginalista para justificar el uso de una explicación dual del salario, una
explicación diferente para mujeres y hombres.
Pero en los “Principios”, la principal razón de los bajos salarios femeninos hay
que buscarla en el tipo de ocupación en que se empleaban las mujeres: pese a que éstas
constituían una mano de obra cuantitativamente más reducida que la masculina, la
discriminación aumentaba el número de trabajadoras que competían por un salario, al
limitar - por ley o por costumbre - el número de empleos a los que las mujeres podían
optar: de esta forma, las mujeres quedaban ‘sobreconcentradas’ en relativamente pocos
empleos - hoy día, hablaríamos de segregación horizontal - y, por tanto, veían reducir
sus salarios (Mill, 1871: 395).
Ahora bien, aunque los “Principios” reconocieron que las relaciones de género
podían afectar los salarios y fueron capaces de observar que - según su noción de
‘concentración’ - una apertura del mercado de trabajo (al empleo femenino) podía hacer
reducir el diferencial salarial entre mujeres y hombres, no se consideraba que “la madre
de una familia (el caso de una mujer soltera es totalmente diferente) deba tener la
necesidad de trabajar por un salario de subsistencia” (Mill, 1871: 394), una opinión en
la que, sin duda, Taylor y Mill difirieron43.
En parte, el apego de Mill (y de Taylor) a la nueva versión oferta-demanda de la
doctrina del fondo de salarios, impedía que los “Principios” pudieran ir más lejos en su
defensa del empleo femenino: efectivamente, la reinterpretación del fondo en términos
41
Esta última frase se ajusta, perfectamente, al tipo de trabajo que realizan las mujeres en el hogar; otro
indicio de que a mediados del siglo XIX, la economía política aún no reconocía como trabajo tan sólo al
trabajo remunerado.
42
Vimos que con la generalización de la doctrina del fondo de salarios, los ricardianos abandonaron el
concepto de salario de subsistencia: éste se transforma en un simple mínimo.
43
Aparte de que este párrafo no se incluyó en las reediciones de los “Principios” que tuvieron lugar
durante el período en que convivió con Taylor - concretamente, en la de 1852 y 1857- Mill expresó con
claridad la misma opinión en “Subjection of Woman” (Mill, 1869: 179).
15
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
44
Entre los años 1850 y 1860 participó junto a las mujeres de Langham Place en campañas y comités para
solicitar los derechos de propiedad de las mujeres casadas y, más tarde, en la campaña por el derecho al
voto. Lacey (1986) insiste en que dentro del grupo de Langham Place, Bodichon fue la feminista más
radical, la única que insistió firmemente en el derecho de las mujeres a un trabajo remunerado. La
introducción de Lacey contiene numerosos detalles bibliográficos de Bodichon.
45
El objetivo de este texto era, ante todo, político. No obstante, la formulación normativa que dió a su
tesis no debiera desmerecer los importantes elementos analíticos que desarrolló: nos referimos tanto a la
teoría de la concentración, como a su modo de vincular la esferas familiar con la economía capitalista.
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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
“las mujeres quieren trabajar (...) porque deben comer y porque tienen hijos e hijas y otros
personas dependientes a su cargo; por todas las razones por las que los hombres desean
trabajar. Se ven expuestas a una gran desventaja en el mercado de trabajo porque no son
trabajadoras cualificadas y, por lo tanto, son muy mal remuneradas” (Bodichon, 1857: 63-64).
Es importante destacar que Bodichon fue una de las primeras mujeres que dio
valor económico al trabajo doméstico (Bodichon, 1857: 39 y 41)46, un reconocimiento
que lejos de restar importancia a su tesis sobre el empleo femenino, la reforzaba. Porque
lo que pretendía “Mujeres y Trabajo” era acabar con la idea de que la única ocupación
de las mujeres era (o debía ser) el matrimonio (Bodichon, 1857: 39)47.
De hecho, Bodichon dedicó una parte importante de “Mujeres y Trabajo” a
hacer visibles muchas de las profesiones en las que ya trabajaban o podían llegar a
trabajar las mujeres48. No obstante, fue también muy consciente de que las viejas
profesiones femeninas, bien estaban desapareciendo o bien se hallaban
‘sobrecontredas’, por lo que era necesario crear nuevas oportunidades de empleo para
ellas (Bodichon, 1857: 38-39). El problema de la ‘concentración’ de los empleos, por
tanto, no se limitaba al exceso de competencia entre las propias mujeres - por un
número escaso de puestos de trabajo - si no que apuntaba hacia la existencia de
segmentación entre el mercado laboral femenino y el masculino y hacia la necesidad de
liberar las barreras a la competencia entre mujeres y hombres (Sockwell, 1995: 110).
Para poder competir con los hombres por el empleo, las mujeres debían recibir la
formación adecuada. Los padres eran los principales responsables de preparar a sus
hijas para que pudieran optar a un empleo con un salario digno, una demanda que ilustró
a través de ejemplos (Bodichon, 1857: 40) y del siguiente argumento económico:
(...) Ella (tu hija) puede tener que ganarse la vida; y la lucha será efectivamente dura si - sin
hábitos de trabajo ni formación - entra en competencia con los trabajadores cualificados del
mundo y con aquellos que tienen el hábito de dedicarse a trabajos duros.” (Bodichon, 1857:
41).
En este sentido, para acallar a quienes insistieron en que las mujeres jóvenes de
clase media (ladies) no debían competir por el empleo con los pobres (hombres y
mujeres) de las clases trabajadoras49, argumentó - siguiendo el razonamiento de ‘ley’ de
Say - que si se bendecía la máquina de vapor por su contribución a la riqueza y al
bienestar material de un país porque aumentaba la productividad y el empleo, se debía,
igualmente, bendecir a las mujeres que con su trabajo hacían aumentar la riqueza y la
felicidad del país; también las máquinas, en un primer momento, compitieron con los
hombres por el empleo, aunque finalmente se han podido alimentar mil bocas por cada
una que pasó hambre (Bodichon, 1857: 62-63). Nótese que con este argumento,
implícitamente, negaba que el fondo de salarios fuera una cuantía determinada.
Para Bodichon, al igual que para Mill y Taylor, las mujeres eran agentes
46
Como indica Pujol (1992) ni Taylor ni Mill llegaron a darle valor económico de este trabajo - pues lo
calificaron de improductivo - aunque reconocieron su importancia.
47
Para ello, se mostraba que muchas mujeres no se casaban (43% de las mayores de 20 años en Inglaterra
y Gales) y que, por otra parte, era posible seguir trabajando tras el matrimonio. Además, el trabajo tras el
matrimonio favorecía a la familia de la mujer trabajadora (Bodichon, 1857: 40).
48
Como enfermeras, profesoras, cuidadoras de asilos psiquiátricos, organizadoras y secretarias en las
colonias, capitanas de barco, médicos, relojeras, periodistas, profesoras de oratoria e idiomas, tareas
filantrópicas, etc.
49
Bodichon calificó esta opinión de falacia: la falacia de la competencia entre ladies y los miembros de
las familias de clase obrera (Bodichon, 1857: 61).
17
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
económicos racionales que podían y debían ganarse su sustento. Opinaba que, el hecho
de que un hombre mantuviera a una mujer era humillante y que la institución
matrimonial funcionaba sobre la base de la humillación de la mujer (aunque gracias a
que la naturaleza humana era mejor que las instituciones, esto no siempre es así)
(Bodichon, 1857: 41). Por este motivo para ella, el trabajo remunerado - a diferencia de
lo que consideraron Mill y el resto de clásicos - no debía quedar restringido a las
mujeres de clases bajas. En efecto, rechazó con contundencia el argumento de todas y
todos aquellos cuya opinión era que las mujeres no debían aceptar dinero por su trabajo
y pensaban que el trabajo filantrópico y gratuito era el único apto para las mujeres:
“Insistir en que se debe trabajar sólo por amor a Cristo, defender el trabajo gratuito es un error
grave y malicioso, que tiende a restar dignidad al trabajo necesario: como si trabajar por la
comida diaria no fuera también por amor a Cristo!” (Bodichon, 1857: 62).
Tras haber repasado otra visión acerca del rol económico, el trabajo y el empleo
femeninos, una revisión de las actividades que realizaban las mujeres en la Inglaterra
industrial, permitirá descubrir cómo fue la participación laboral femenina durante este
período. Podremos, de este modo, corroborar si la falta de atención de la economía
política respecto al trabajo y el empleo femeninos respondía a la realidad o era pura
retórica.
A pesar de que la industrialización es uno de los períodos más estudiados por las
y los historiadores, la posición económica de las mujeres durante esta etapa y las
repercusiones de este proceso sobre el empleo femenino no están claramente
establecidos (Thomas, 1988). Como han puesto de manifiesto los estudios
historiográficos, en particular aquellas publicaciones centradas en los trabajos realizados
por las mujeres durante las primeras etapas de la Revolución Industrial, existe una gran
confusión en torno al trabajo que efectuaban las mujeres en este período, tanto fuera
50
En el original, Bodichon usa el término inglés children, que se refiere a hijos e hijas.
18
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
como dentro del hogar (Scott y Tilly, 1975)51. Es evidente que la investigación sobre el
trabajo de las mujeres se ha visto con frecuencia limitada por la escasez de fuentes
históricas al respecto. En particular, la no disponibilidad de registros censales para el
empleo femenino con anterioridad a 1841 y los defectos que plantean en el caso inglés
los censos posteriores a esa fecha, hacen difícil obtener una imagen continua y agregada
del empleo femenino en Gran Bretaña. Este hecho ha llevado a algunas autoras a
concluir que no es posible clarificar si la industrialización mejoró (como afirma la
literatura histórica convencional) o empeoró el empleo de las mujeres inglesas (Thomas,
1988).
No obstante, la historia del trabajo de las mujeres durante el XIX se puede
recomponer aplicando nuevas técnicas al análisis de los datos existentes ya que, como
muestran Horrell y Humphries (1995), los detallados estudios históricos sobre oficios y
ocupaciones particulares, constituyen una rica fuente de información al respecto. A
partir de estos estudios, se obtiene una primera aproximación a la participación laboral
de las mujeres durante esta época: una primera etapa de estabilidad y tasas de
participación relativamente elevadas (1750-1840), una segunda de fuerte descenso en la
actividad femenina (1840-1900) y una tercera fase, de estancamiento en los niveles de
participación (1900-1945). El problema principal de estas cifras agregadas es que ni dan
cuenta de las características específicas que rodearon a estos empleos, ni de las enormes
diferencias que existían entre éstos y los empleos masculinos (Borderías y Carrasco,
1994). Las investigaciones historiográficas centradas en estudios de casos particulares
han mostrado que el impacto de la industrialización sobre el empleo femenino fue más
variado y menos dramático de lo que afirma la literatura convencional: los puestos de
trabajo disponibles eran limitados y estaban fuertemente segregados, la mayoría de ellos
eran para mujeres jóvenes y solteras y muchos, estuvieron vinculados con áreas
‘tradicionales’ de la economía, áreas como las manufacturas familiares características
de la protoindustria o putting-out-system, los talleres a pequeña escala, el comercio y los
servicios52.
En primer lugar, a lo largo del siglo XIX las fábricas textiles nunca fueron ni la
única ni la principal forma de empleo asalariado para las mujeres53. En segundo lugar,
hay que insistir en que en las nuevas industrias textiles capitalistas las mujeres pasaron a
fabricar - de forma asalariada - las manufacturas que antes hacían en su hogar bajo el
modo de producción familiar: las mujeres - cuyos ingresos eran vitales para asegurar la
reproducción de la familia - fueron las trabajadoras protoindustriales típicas, de manera
que no puede decirse que con las fábricas cambiase el tipo de tareas que éstas
realizaban; el cambio cualitativo consistió en que, al igual que ocurrió con los hombres,
la proletarización cambió la organización, el ritmo y la disciplina laboral de sus
ocupaciones. Pero a diferencia de lo que les sucedió a los hombres, ahora era más difícil
51
Ya sea por la falta de atención que los censos prestaban al trabajo y a la situación laboral de las mujeres
(Folbre, 1991) o porque el tipo de trabajo que estas realizaban no era fácilmente recogible en las
categorías censales (Horrell y Humphries, 1995), los censos han tendido a subestimar el empleo
femenino.
52
Salvo cuando se nombran otras investigaciones, lo que sigue se basa en Tilly y Scott (1989).
53
Como se sabe, antes de la industrialización el sector agrícola era el mayor empleador de mujeres, pero
cuando, a consecuencia de la mecanización y la concentración de tierras, la agricultura redujo su
participación en la producción nacional, las manufacturas modernas no absorbieron toda la oferta de
trabajo femenina. Una gran parte de este excedente pasó a engrosar las filas del servicio doméstico
mientras que el resto permaneció, principalmente, vinculado a las industrias tradicionales (Tilly y Scott,
1989).
19
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
para ellas combinar las tareas y tiempos de la producción de mercancías, con las tareas y
tiempos propios del trabajo familiar no remunerado. En tercer lugar cabe destacar la
importancia que las manufacturas familiares continuaron teniendo durante todo el siglo
XIX como empleadoras de mujeres. Si bien es cierto que muchas de las ocupadas en el
sector secundario trabajaban en la industria textil, la proporción de empleadas en las
manufacturas familiares de prendas de vestir continuó siendo elevada durante el período
industrializador54. Esta forma de empleo ‘tradicional’ siguió vigente durante gran parte
del siglo XIX - aunque el taller familiar se reemplazó por el trabajo a destajo - y, sobre
todo, continuó ocupando a muchas mujeres que cosían y remendaban en sus casas por
una remuneración muy inferior a la que pagaban las fábricas. En realidad, la industria de
prendas de vestir se mecanizó muy lentamente ya que la abundancia de mano de obra
femenina barata justificaba la continuidad del putting-out-system55, por lo que se puede
afirmar que si bien durante la industrialización surgieron nuevas oportunidades de
empleo en las modernas fábricas textiles, también aumentó durante esta etapa el
volumen de empleo femenino ligado a métodos tradicionales. En cuarto lugar, hay que
matizar la creación de empleo femenino asociada al sector terciario a la que hace
alusión la literatura histórica ortodoxa. Realmente, con la industrialización, tuvo lugar
un incremento del empleo asociado al terciario como sugiere esta literatura, pero
durante la primera mitad del siglo estuvo mucho más vinculado a la expansión de los
sirvientes domésticos que con la creación de puestos modernos56 y, en este período, el
servicio fue la principal fuete de ocupación para jóvenes solteras, un empleo que crecía
a medida que aumentaban las clases medias urbanas. Aunque existe evidencia suficiente
de que los censos sobrevaloraron el volumen de trabajadores remunerados en el servicio
doméstico, este tipo de empleo dominó el sector servicios en Gran Bretaña hasta finales
del XIX. Las cifras apuntan a que, en 1880, todavía más del 50% de las personas
empleadas en el sector servicios trabajaban como sirvientes y, entre ellas, la gran
mayoría eran hijas de campesinos (2/3 del total en 1851)57. En quinto lugar, la
deslocalización productiva - asociada a la reestructuración de la economía durante el
período - generó desempleo y limitó las oportunidades de empleo de muchas mujeres,
tradicionalmente menos móviles que los hombres, porque mientras se creaban nuevos
puestos de trabajo en fábricas textiles en ciudades y regiones concretas, en otras zonas,
un gran número de empleos ‘tradicionales’ desaparecían (Humphries, 1995). El ejemplo
54
De hecho, la proporción de empleadas en las modernas fábricas textiles de Gran Bretaña, fue muy
similar a la que generó la manufactura de prendas de vestir bajo el antiguo sistema de producción
familiar, una situación que concuerda con la hipótesis de que el empleo de las mujeres estuvo muy ligado
al putting-out-system (Tilly y Scott, 1989).
55
Las fábricas textiles no aparecerán en Inglaterra hasta después de 1850 y la forma tradicional de
fabricación textil se prolongará, incluso, hasta principios del siglo XX (Tilly y Scott, 1989). En el caso
español, este tipo de empleo femenino ha continuado hasta hace pocas décadas, aunque dada la naturaleza
‘sumergida’ de estos empleos sea casi imposible precisar su cuantía.
56
A finales de siglo, hubo un auge de algunas profesiones de los servicios (oficinistas, maestras, tenderas)
que hizo aumentar el número de mujeres empleadas. Sin embargo, estas nuevas oportunidades no
significaron un crecimiento espectacular del empleo femenino: los niveles de empleo de principios del
XIX no se recuperan en Gran Bretaña hasta mediados del XX (Tilly y Scott, 1989).
57
El término ‘sirviente’ designaba una amplia categoría de empleo: eran sirvientes porque dependían de
una familia distinta de la suya propia, aunque las tareas que se realizaban podían ser muy variadas. Por
ejemplo, en familias de clase alta una sirvienta doméstica significaba una criada de un tipo u otro, en
familias productoras era mano de obra extraordinaria y, en ciudades textiles, empleadas industriales
residentes (Scott y Tilly, 1975). De acuerdo con algunas investigaciones, esta amplia definición da lugar a
una sobrerrepresentación de los empleos de sirvientes en el censo (Higgs, 1987).
20
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Ada Heather-Bigg afirmaba a finales del siglo XX que “el resentimiento ante la presencia de las
mujeres en el mercado de trabajo se basa en una gran ignorancia de la historia industrial y social”
(Heather-Bigg, 1893: 51). Se debe tener en cuenta que las crisis y la precariedad no eran situaciones
extraordinarias entre las clases bajas, por lo que era relativamente frecuente que las mujeres casadas
tuvieran que ganar algo de dinero en el mercado laboral.
21
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
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Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
los hombres frente al que recibieron en sus escritos las mujeres: el hecho de que las
pocas veces que trataron sobre ellas lo hicieran apelando a su papel de educadoras
morales - como madres, esposas, hijas o viudas60 - apuntalaba la idea de que las
funciones que realizan las mujeres no eran objeto de estudio para la economía política.
De esta suerte, el discurso clásico respecto a las mujeres - carente de base histórica, al
menos para una gran mayoría de las mujeres de la época - se convierte en retórica
cargada de juicios de valor, cuyo objetivo no es otro que el de legitimar su visión
respecto al rol femenino ‘apropiado’ desde un punto de vista económico y social.
A modo de resumen
60
Véase n.36.
61
Schumpeter opina que el tratamiento de fundador de la Economía para Smith, es excesivo, pues no
reconoce nada en “La Riqueza” que no hubieran dicho antes otros economistas. De todos modos, asigna
a este libro el epíteto de ‘gran hazaña’ merecedora de su éxito pues contiene la capacidad de ordenar y
coordinar todos los conceptos formulados hasta la época y reducirlos a un número de principios
coherentes (Schumpeter, 1995: 227- 236).
62
Groenewegen (1994:13) argumenta que la doctrina de la mujer económica irracional fue aplicada por
los clásicos tanto al trabajo como al consumo de bienes de mercado.
23
Maribel Mayordomo Rico (UB) Precursores: el trabajo de las mujeres
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