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Un hombre llamado Joseph Blackwell viajó a Filadelfia debido a su trabajo.

Se
hospedó con sus amigos en una gran
casa que les pertenecía en las afueras de la ciudad. La noche en que llegaron,
tuvieron una amena reunión. Pero
cuando Blackwell se fue a la cama, el sueño no acudió a el. Dio vueltas y vueltas y
no pudo dormir. En algún
punto de la noche, el escuchó un auto avanzar en el camino de entrada. El se
dirigió a la ventana para ver quien estaba
llegando a semejante hora. Iluminado por la luz de la luna, el vió un coche
funebre, largo y negro, atiborrado de gente.

La persona que conducía el coche funebre lo miró. Cuando Blackwell observó su


extraña, triste mirada, se estremeció
por un instante. El conductor lo llamó, y le dijo, "hay espacio para otro". El
chofer esperó por un minuto o dos,
y después partió.

Durante la mañana Blackwell les contó a sus amigos que había sucedido. "Estabas
soñando", ellos le contestaron.
"Debo haberlo estado", el replicó, "pero definitivamente no parecía ser un sueño".

Después del desayuno, salió hacia Filadelfia. Pasó el día muy por encima de la
ciudad en uno de los nuevos edificios de
oficinas allí.

Hacia el final del día, el se encontraba esperando por un elevador que lo llevara
de vuelta abajo, hacía la calle. Pero
cuando el elevador llegó, estaba colmado de gente. Uno de los pasajeros lo observó,
y lo llamó. "Hay espacio para otro",
le dijo. Era la persona que conducía aquel coche fúnebre.

"No gracias", dijo Blackwell. "Tomaré el siguiente".

Las puertas se cerraron, y el elevador se fue hacia abajo. Hubo rechinidos y


gritos, y despúes el sonido de un duro golpe.
El elevador había caído al fondo del conducto. Todos a bordo habían muerto.

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