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Se
hospedó con sus amigos en una gran
casa que les pertenecía en las afueras de la ciudad. La noche en que llegaron,
tuvieron una amena reunión. Pero
cuando Blackwell se fue a la cama, el sueño no acudió a el. Dio vueltas y vueltas y
no pudo dormir. En algún
punto de la noche, el escuchó un auto avanzar en el camino de entrada. El se
dirigió a la ventana para ver quien estaba
llegando a semejante hora. Iluminado por la luz de la luna, el vió un coche
funebre, largo y negro, atiborrado de gente.
Durante la mañana Blackwell les contó a sus amigos que había sucedido. "Estabas
soñando", ellos le contestaron.
"Debo haberlo estado", el replicó, "pero definitivamente no parecía ser un sueño".
Después del desayuno, salió hacia Filadelfia. Pasó el día muy por encima de la
ciudad en uno de los nuevos edificios de
oficinas allí.
Hacia el final del día, el se encontraba esperando por un elevador que lo llevara
de vuelta abajo, hacía la calle. Pero
cuando el elevador llegó, estaba colmado de gente. Uno de los pasajeros lo observó,
y lo llamó. "Hay espacio para otro",
le dijo. Era la persona que conducía aquel coche fúnebre.