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CAPITULO 1

REALIDAD PSÍQUICA Y SUFRIMIENTO EN LAS INSTITUCIONES

Rene Kaës

I. PENSAR LA INSTITUCIÓN, EN EL CAMPO DEL PSICOANÁLISIS

1. Pensar la institución: algunas dificultades, especialmente narcisistas.

Una dificultad se opone a nuestros esfuerzos por constituir la institución como objeto de
pensamiento. Esta dificultad depende, en una parte decisiva, de los aspectos psíquicos
que entran en juego en nuestra relación con la institución. Los agruparé en tres grandes
conjuntos de dificultades. El primero concierne a los fundamentos narcisistas y
objetales de nuestra posición de sujetos comprometidos en la institución: en ella somos
movilizados en las relaciones de objetos parciales idealizados y persecutorios;
experimentamos nuestra dependencia en las identificaciones imaginarias y simbólicas
que mantienen armada la cadena institucional y la trama de nuestra pertenencia; nos
vemos enfrentados con la violencia del origen y la imago del Antepasado fundador: nos
vemos apresados en el lenguaje de la tribu y sufrimos por no hacer reconocer en el la
singularidad de nuestra palabra. Las dificultades, que afectan con una valencia negativa
la relación con la institución, traban el pensamiento de aquello que ella instituye, nada
menos que lo siguiente: no pasamos a ser seres hablantes y deseantes sino porque ella
sostiene la designación de lo imposible: la interdicción de la posesión de la madre-
institución, la interdicción del retomo al origen y de la fusión inmediata. Aquello que en
relación con la institución queda en suspenso debe a la represión, a la denegación, a la
renegación, el hecho de permanecer impensado.
El segundo conjunto de dificultades es de naturaleza enteramente diferente: no se trata
en este caso de una resistencia contra los contenidos del pensamiento, sino de una
condición de irrepresentable, más acá́ de la represión. No podemos pensar la institución,
en su dimensión de trasfondo de nuestra subjetividad, si no es en el tiempo
inmediatamente siguiente a una ruptura catastrófica del marco inmóvil y mudo que ella
constituye para la vida y los procesos psíquicos; pero para que ese pensamiento advenga
hacen falta un marco apropiado y un aparato de pensar, a los que el sujeto singular
contribuye en parte, a condición de que ese marco ya esté allí́, pronto para ser
inventado. Lo que está en juego es la función de metamarco que desempeñan la
sociedad y la cultura, pero también ciertas configuraciones del vinculo apropiadas para
un trabajo psíquico: por ejemplo, el dispositivo psicoanalítico. Este segundo nivel de la
dificultad revela un descentramiento radical de la subjetividad. Aquí́ nos vemos
enfrentados no solamente a la dificultad de pensar aquello que, en parte, nos piensa y
nos habla: la institución nos precede, nos sitúa y nos inscribe en sus vínculos y sus
discursos; pero con este pensamiento que socava la ilusión centrista de nuestro
narcisismo secundario, descubrimos también que la institución nos estructura y que
trabamos con ella relaciones que sostienen nuestra identidad. Más radicalmente, nos
vemos enfrentados al pensamiento de que una parte de nuestro sí-mismo está "fuera de
sí", y que precisamente eso que está "fuera de sí" es lo más primitivo, lo más
indiferenciado, el pedestal de nuestro ser, es decir, tanto aquello que, literalmente, nos
expone a la locura y a la desposesión, a la alienación, como lo que fomenta nuestra
actividad creadora. No se trata pues solamente de la confrontación con el pensamiento
de lo que nos engendra, sino con el pensamiento de aquello que, de una manera
impersonal y desubjetivizada, se dispersa, se pierde sin duda y germina en un fuera de
nosotros que es una parte de nosotros: esta externalización de un espacio interno es la
relación más anónima, violenta y poderosa que mantenemos con las instituciones. Es
constituyente de los espacios psíquicos comunes que son coextensivos a los
agolpamientos de diversos tipos. El correlato interno de este externalizado común
indiferenciado es probablemente uno de los componentes del inconsciente, y por ello
tiene que ser considerado como el trasfondo irreductible a partir del cual se organiza la
vida psíquica. La posición tópica y funcional de este espacio psíquico institucional
interno-externo es comparable a la de la pulsión. Se trata de dos conceptos límites que
articulan, por vía del apuntalamiento, el espacio psíquico a sus dos bordes heterogéneos:
el borde biológico, que la experiencia corporal actualiza, y el borde social, actualizado
por la experiencia institucional. Estos fundamentos umbilicales del sujeto en su cuerpo
y en la institución se pierden para su pensamiento: sostiene su relación de lo
desconocido. El fantasma de la escena originaria es una tentativa de
proporcionar una escena y una posición del sujeto en un origen a
este irrepresentable externalizado. La invención del Progenitor originario, de la figura
del Antepasado, es un anclaje subjetivizante, defensivo, contra esta pérdida de sí en un
espacio que, si llega a desaparecer, nos pone frente al caos.
En las instituciones, el trabajo psíquico incesante consiste en reintegrar esta parte
irrepresentable a la red de sentido del mito en defenderse contra el "uno" [on]
institucional necesario e inconcebible.
El tercer conjunto de dificultades no concierne ya al pensamiento de la institución como
objeto o como no sí-mismo en el sujeto sino a la institución como sistema de
vinculación en el cual el sujeto es parte interviniente y parte constituyente. Pensar la
institución requiere entonces el abandono de la ilusión Mono centrista, la aceptación de
que una parte de nosotros no nos pertenece en propiedad, por más que "donde la
institución estaba, puede advenir Yo", en los límites de nuestro apuntalamiento
necesario sobre aquello que, a partir de ella, nos constituye. La dificultad especifica que
estoy subrayando es más compleja que
la de las relaciones bipolares interno-externo, continente-contenido, determinante-
determinado, parte-conjunto; nos encontramos aquí́ en un sistema polinuclear y
ensamblado en el cual, por ejemplo, el continente del sujeto (el grupo) es el contenido
de un meta continente (la institución); o también tenemos que vérnoslas con una
organización del discurso que se determina en redes de sentido interferentes, cada una
de las cuales organiza a su propio modo las insistencias del deseo y las ocultaciones de
su manifestación. Debido a estas dificultades y los riesgos que las sostienen, en las
instituciones se cumple un esfuerzo constante para construir una representación de las
instituciones. Pero la mayoría de las representaciones sociales de la institución —
míticas, científicas o militantes— hace la economía del pensamiento de la relación del
sujeto con la institución. Su papel consiste en curar la herida narcisista, eludir la
angustia del caos, justificar y mantener las costas de identificación, sostener la función
de los ideales y de los ídolos.
Este trabajo colectivo de pensar cumple una de las funciones capitales de las
instituciones, consistente en proporcionar representaciones comunes y matrices
identificatorias: proporcionar un estatuto a las relaciones de la parte y el conjunto,
vincular los estados no integrados, proponer objetos de pensamiento que tienen sentido
para los sujetos a los cuales está destinada la representación y que generan
pensamientos sobre el pasado, el presente y el porvenir; indicar los limites y las
transgresiones, asegurar la identidad, dramatizar los movimientos pulsionales.
Entramos en la crisis de la modernidad cuando hacemos la experiencia de que las
instituciones no cumplen su función principal de continuidad y de regulación. Entonces
las cosas dejan de funcionar por sí mismas: el trasfondo imperceptible de nuestra vida
psíquica, administrado hasta entonces por los garantes metafísicos, sociales y culturales
de la continuidad y del sentido irrumpen violentamente en la escena psíquica y en la
escena social. Las ciencias del hombre nacen del cuestionamiento de esta idea terrible, y
tal vez suicida, de que el hombre no es ya la medida de todas las cosas, sino que es
atravesado y manipulado por fuerzas de una envergadura mayor: la economía, el
lenguaje, el inconsciente, la institución. Lo que culmina con los movimientos
correlacionados y antagónicos del estructuralismo y de las erupciones vitalistas de los
años sesenta se prepara en los duelos que la modernidad del fin del siglo XIX impone:
los de Dios, del Hombre y de las Civilizaciones. Como toda modernidad, nuestra
modernidad descubre y denuncia los acuerdos tácitos comunes sobre los que reposan la
continuidad de las instituciones y la matriz del sentido.
Pero, lo mismo que las civilizaciones que ellas sostienen, las instituciones no son
inmortales. El orden que imponen no es inmutable, los valores que proclaman son
contradictorios y niegan lo que las funda. Tal descubrimiento no está exento de riesgo:
experimentamos sus efectos en el fracaso de las funciones metapsíquicas de las
instituciones y, ante sus incumplimientos, las atacamos porque hemos sido traicionados,
entregados al caos, abandonados por ellas, cuya silenciosa presencia ni siquiera
percibimos. Lo mudo y lo inamovible depositados en ellas se imponen,
progresivamente, a nuestra conciencia como aquella parte de nosotros mismos que nos
era ajena y que se había depositado allí́. Pero este reconocimiento se efectúa en la
efracción traumática, y su violencia paraliza nuestra capacidad de pensamiento, en el
momento mismo en que nuevas estructuras institucionales son buscadas y puestas a
prueba. Estamos siempre forzados, por consiguiente, a pensar la institución porque la
institución no se impone ya contra la irrupción de lo impensado y del caos; porque
nuestra relación práctica con las instituciones ha cambiado; porque se desacralizan y re
sacralizan incesantemente. En este marasmo donde emergen islotes de creación, a veces
sostenidos por lo imaginario utópico y otras remachados fuera de la historia por la
función del ideal, hacemos la experiencia de la locura común, de nuestra parte loca
oculta en los pliegues de la institución: masividad de los efectos, machaqueo
obnubilante y repetitivo de las ideas fijas, parálisis de la capacidad de pensamiento,
odios incontenibles, ataque paradójico contra la innovación en los momentos de
innovación, confusión inextricable de los niveles y los órdenes, sincretismo y ataques
agrupados contra el proceso de vinculación y de diferenciación, acting y somatización
violentas. Larga sería la lista de las emergencias disociadoras que el desconcierto
institucional provoca; estos sufrimientos y esta patología son uno de los pasajes hacia el
conocimiento moderno de la dimensión psíquica de la institución. Nos ponen de entrada
frente a la angustia que suscita el acrecentamiento de energía desligada que la
desagregación de la institución pone en movimiento, quaerens quem devoret, lo cual
revela su función de vinculación. No podemos pensar este nivel de la función psíquica
de la institución fuera de la experiencia perturbadora de su fracaso. Tal es el precio,
muy cruel, de este conocimiento. La prima de reconocimiento está
dada en el placer de la invención de nuevos espacios de vinculación, en la emergencia
de nuevas formas de vínculos y de pensamiento, en el uso de nuevos depósitos y por la
reconstitución de trasfondos psíquicos.
Pero no podemos seguir creyendo como creíamos antes: estamos avispados y, sin
embargo, enteramente dispuestos a recomenzar la aventura y a tomar conciencia de esa
parte siempre desconocida de nosotros, que quizás ha de revelarse finalmente en su
verdad. En este difícil recorrido tal vez hayamos descubierto que hemos estado
oscilando entre dos ilusiones y que nos hemos esforzado por inscribirlas en la historia:
la primera es que la institución está hecha para cada uno de nosotros personalmente,
como la Providencia; la segunda, que es propiedad de un amo anónimo, mudo y
todopoderoso, como Moloch. Rechacemos la una y la otra: la institución nos pone frente
a una cuarta herida, en total: es también una herida narcisista, que se suma a las que los
descubrimientos de Copérnico, Darwin y Freud infligieron a la idea del hombre,
descentrándolo de su posición en el espacio, en la especie y en su concepción de sí
mismo. Hemos tenido que admitir que la vida psíquica no está centrada exclusivamente
en un inconsciente personal, que sería una especie de propiedad privada del sujeto
singular. Paradójicamente, una parte de él
mismo, que lo afecta en su identidad y que compone su inconsciente, no le pertenece en
propiedad, sino a las instituciones en que él se apuntala y que se sostienen por ese
apuntalamiento. Pero cuidémonos de cultivar la herida: el descubrimiento de la
institución no es solamente el de una herida narcisista, es
también el de los beneficios narcisistas que sabemos extraer de
las instituciones, a un costo variable, que comenzamos precisamente a evaluar.

2. La cuestión de la institución en el campo del psicoanálisis

Al mismo tiempo que los conceptos y la práctica del psicoanálisis nos esclarecen en
nuestra tentativa de pensar las apuestas psíquicas que están en juego en la institución,
surgen obstáculos específicos para elaborar el status psicoanalítico de la cuestión de la
institución. Mi hipótesis es que las dificultades que presenta el concebir
psicoanalíticamente la institución psicoanalítica son solidarias con las que aparecen
cuando intentamos articular la relación de la institución con el proceso y las
formaciones del inconsciente, con las subjetividades que allí́ les corresponden y con los
espacios psíquicos comunes que ella presupone y forma. Concebir psicoanalíticamente
la institución psicoanalítica consiste en descubrir en el campo del trabajo psicoanalítico
aquello que del inconsciente y de sus efectos es ligado por los analistas en la institución,
y en detectar sus efectos en la práctica y en la teoría. Al lado de las dificultades
comunes de las que acabo de hablar y para cuyo análisis ciertas prácticas psicoanalíticas
aportan un esclarecimiento nada desdeñable —por ejemplo, el análisis de las
formaciones grupales y familiares, el análisis de las psicosis y el enfoque psicoanalítico
del autismo, ciertos dispositivos de trabajo psicoanalítico en las instituciones de
asistencia psíquica—, existe una dificultad específica en lo referente a
asignar un status teórico y metodológico a un objeto cuya consistencia no se puede
comprobar en el encuadre paradigmático de la cura típica. Por consiguiente, los
conceptos elaborados en el marco de la cura deben ser utilizados, legítimamente, en
condiciones que mantengan su pertinencia cuando se aplican a la inteligibilidad de
objetos puestos a prueba y pensados en otro dispositivo.
¿Cuáles son las condiciones para que se constituyan una teoría y una práctica
psicoanalíticas de la institución? Pregunta compleja y de múltiples facetas: ¿en qué
condiciones es sostenible que la institución en cuanto tal puede ser un objeto teórico y
concreto del psicoanálisis? ¿Bastará admitir que puede constituirse como un marco o un
dispositivo para un trabajo de inspiración psicoanalítica con sujetos singulares? Para
sostener la primera posibilidad hay que definir las características de un objeto analizable
y de un dispositivo apto para manifestar los efectos del inconsciente operando en ese
objeto y capaz de producir efectos de análisis. ¿Para cuál demanda? ¿La de la
institución como conjunto (objeto "analizable") y/o la de sus constituyentes? La misma
cuestión se plantea, en términos sensiblemente idénticos, para el análisis de la familia o
del grupo. Algunos psicoanalistas han intentado efectuar ese trabajo: F. Fornari y J.-P.
Vidal abren en el presente volumen algunas perspectivas. La dificultad común que
subrayan es la de especificar qué posición tienen en él el inconsciente y su hipotético
sujeto.
En cuanto a la segunda posibilidad de que la institución constituya un marco posible
para un trabajo de inspiración psicoanalítica, la práctica lo ha impuesto, como Freud
mismo lo había deseado y predicho, no sin que hayan sido elaborados suficientemente
algunos problemas principales: el de las modalidades específicas de organización de la
contratransferencia y de la
transferencia, y por consiguiente de las resistencias, dentro de un
tal espacio psicoanalítico contenido en un espacio heterogéneo. Pero se trata de un
conjunto de cuestiones que merecerían un estudio particular.
Una dificultad específica para incluir la institución como objeto posible en el campo del
psicoanálisis depende del hecho de que ella es un objeto heterogéneo respecto de ese
campo —como en su lugar propio el mito o el arte— y obedece a leyes propias de su
orden.

Una formación de la sociedad y de la cultura.


La institución es, antes que nada, una formación de la sociedad y de la cultura, cuya
lógica propia sigue. Instituida por la divinidad o por los hombres, la institución se opone
a lo establecido por la naturaleza. La institución es el conjunto de las formas y las
estructuras sociales instituidas por la ley y la costumbre: regula nuestras relaciones, nos
preexiste y se impone a nosotros: se inscribe en la permanencia. Cada institución tiene
una finalidad que la identifica y la distingue, y las diferentes funciones que le son
confiadas se encasillan grosso modo en las tres grandes funciones que, según G.
Dumézil sirven de base a las instituciones indoeuropeas: las funciones jurídico-
religiosas, las defensivas o de ataque, y las productivas-reproductivas. Si bien Júpiter,
Marte y Quirino encarnaban para la sociedad romana cada una de estas funciones,
hay que admitir que un número considerable de instituciones requieren el patrocinio de
la trinidad latina en pleno: las instituciones asistenciales, que en la cultura moderna de
los terapeutas tienden a convertirse en el paradigma de la Institución, han cumplido y
cumplen todavía evidentemente funciones mixtas y complejas. Pero en tanto que la
plurifuncionalidad tradicional de las instituciones (por ejemplo, las instituciones
caritativas o educativas de la Iglesia) integraban actividades, normas y reglas
subsumidas bajo valores y funciones en última instancia religiosos y se identificaba
como una expresión de la institución eclesial, parte integrante del orden social y
cultural, la plurifuncionalidad moderna no tiene ya un referente integrador que sostenga
el consenso de la representación mítica compartida, la función indiscutible del ideal, el
proceso implícito de regulación social. Sobre este tríptico la institución asegura su
subsistencia y constituye para sus sujetos el trasfondo de continuidad sobre el que se
inscriben los movimientos de su historia y de su vida psíquica.
A esta presentación general de la institución como formación social y cultural querría
aportarle dos distinciones importantes. La primera, establecida por C. Castoriadis
(1975), opone y articula lo instituyente y lo instituido. Esta oposición cobra sentido en
el marco de un análisis donde, más allá́ del papel socioeconómico de la institución, el
acento recae sobre "la manera de ser bajo la cual ella se da, a saber, lo simbólico" (ob.
cit., pág. 162). Lo imaginario es la capacidad original de producción y de movilización
de los símbolos que, en el orden social, están ligados a la historia y evolucionan. Lo
imaginario, en este sentido, es la atribución de significaciones nuevas a símbolos ya
existentes. Castoriadis establece el carácter fundamentalmente "bífido", social e
individual, de lo imaginario.
Lo imaginario individual (o radical) "preexiste a, y preside, toda organización, aún la
más primitiva, de la pulsión. La pulsión toma prestada 'en el comienzo' su delegación
por representación a un fondo de representaciones originarias" (ob.
cit., pág. 388). Lo imaginario social, con la necesidad de la organización y de las
funciones, está en la fuente de la institución y en la base de la alienación: la alienación
es el momento en que lo instituido domina a lo instituyente: "La alienación es la
autonomización y la dominancia del momento imaginario en la institución, que produce
la autonomización y la dominancia de la
institución respecto de la sociedad. Esta autonomización de la institución supone
también que la sociedad vive sus relaciones con las instituciones en el modo de lo
imaginario; dicho de otra manera, no reconoce en lo imaginario de las instituciones su
propio producto" (ibíd., pág. 184). Lo imaginario social no es
inmutable, es actor y motor de la historia. Lo social histórico es un producto de lo
imaginario social.
La segunda distinción opone y articula institución y organización. Es una categoría con
la que están familiarizados los psicosociólogos (cf. G. Lapassade, 1974), y numerosos
psicoanalistas interesados en el hecho social la han tomado en consideración (J. Bleger,
1970; J.C. Rouchy, 1982; E. Enriquez, 1983, 1987). La organización tendría un carácter
contingente y concreto, dispondría no de finalidades sino de medios para lograrlas.
Bleger propone considerar la organización como la disposición jerárquica de las
funciones en un conjunto definido. Hay que estar, pues, atento a la sinergia entre
institución y organización y a su conflictualidad potencial. Pero Bleger subraya también
una tendencia general de la organización a marginalizar la institución: por ejemplo, en
una institución asistencial, el objetivo terapéutico de la institución está tendencialmente
subordinado a las finalidades de la organización, que se autonomiza en cuanto
funcionamiento especifico: se instala la burocratización, que hace prevalecer la
interacción por sí misma sobre el proceso terapéutico, llegando hasta a atacarlo. Se
diría, en el lenguaje de C. Castoriadis, que lo instituido suplanta y reduce la función
instituyente de la institución.
Subrayo estas distinciones capitales porque son necesarias para entender el orden propio
de la institución: sobre los procesos que ellas designan se articulan funciones psíquicas
importantes; la inversión de la finalidad institucional es una de las figuras análogas a la
de la inversión psíquica. Lo que puede llamarse "sufrimiento institucional", aceptando
la polisemia de este adjetivo, se encuentra ligado con ella.

Una formación psíquica.


La institución no es solamente una formación social y cultural compleja. Al cumplir sus
funciones correspondientes, realiza funciones psíquicas múltiples para los sujetos
singulares, en su estructura, su dinámica y su economía personal. Moviliza cargas y
representaciones que contribuyen a la regulación endopsíquica y aseguran las bases de
la identificación del sujeto al conjunto social; constituye, como volveré́ a destacarlo, el
trasfondo de la vida psíquica en el que pueden ser depositadas y contenidas algunas
partes de la psique que escapan a la realidad psíquica. Los trabajos decisivos y clásicos
de E.
Jaques (1955) y de I. Menzies (1960) mostraron qué funciones meta defensivas podía
cumplir la institución frente a las angustias psicóticas (que por una parte ella moviliza y
trata para su propio fin). Definimos de esta manera un primer espacio de análisis y
trabajo psicoanalíticos: versa clásicamente sobre la relación objetal en la institución,
sobre la constitución de las identificaciones imaginarias y simbólicas, sobre la relación
con el encuadre y con la ley, sobre las transferencias de funciones. Es éste un punto de
vista, enriquecido por el enfoque de las psicosis, los grupos y las familias, que se centra
en el sujeto singular en su relación con la institución, considerada ya como objeto en el
campo psíquico, ya como extensión del encuadre y borde del
campo psíquico.
Un segundo espacio de análisis se abre con la hipótesis de
que la vida psíquica misma supone la institución y que ésta es una parte de nuestra
psique. Esta proposición central no es un enunciado de nuestra modernidad: ésta no
hace más que verificarla y precisarla. Freud es el primero en enunciar su principio, y lo
ilustra en varios textos, especialmente en Tótem y tabú y en Psicología de las masas y
análisis del yo. En la conclusión del capítulo 2 y en las últimas páginas de Tótem y tabú,
Freud sostiene la tesis de que el inconsciente está constituido en parte por la transmisión
intergeneracional de las formaciones y procesos psíquicos. En 1923 reafirmará esta
tesis. La hipótesis de la psique colectiva (Massenpsyche, Volk-seele, Massenseele)
explica no solamente la continuidad de la vida psíquica, de la transmisión de las huellas,
sino de la formación misma del inconsciente: "Por fuerte que sea la represión", escribe,
"una tendencia no desaparece nunca hasta el punto de no dejar tras sí un sustituto de
alguna clase, el cual, a su vez, se convierte en el punto de partida de ciertas reacciones.
Nos vemos, pues, obligados a admitir que no hay proceso psíquico de alguna
importancia que una generación pueda sustraer a la que sigue" {G.W., IX, 191). Freud
postula que para que esta transmisión se efectúe, cada cual posee en su inconsciente un
aparato para significar/interpretar (ein Apparat zu deuten), para encaminar y corregir las
informaciones que los otros imponen a la expresión de sus movimientos afectivos.
Paralelamente, la obra muestra cómo se forma la institución originaria de la sociedad
humana: memoria y memorial del asesinato fundacional; estructuración de los vínculos
de pertenencia mediante la identificación con el tótem; instauración del tabú́ ,
transmisión del relato por vía mítica y mediante el aparato de interpretar y significar las
costumbres, las ceremonias, los preceptos y las representaciones construidas después
del asesinato originario.
Psicología de las masas y análisis del yo admitirá sin justificación la institución como
dato primario de la identificación y la formación del yo. Freud no se engañó́ en cuanto a
ese estar siempre ahí, primario, es decir, para el inconsciente inmortal, de la institución.
Funda su análisis de las relaciones entre las identificaciones y la formación del yo sobre
el estudio de dos instituciones fundamentales, el Ejército y la Iglesia. Freud no analiza
tal Ejército o tal Iglesia, sino la forma permanente e inmortal que adoptan el Ejército o
la Iglesia para el inconsciente. Estas formas institucionales, prototípicas, no son
demostradas, sino dadas.
Según se sabe, porque actualmente se lo lee con mayor frecuencia que hace algunos
años, el texto de 1920-21 comienza con esta declaración que no puede ser tomada por
un simple enunciado de psicoanálisis aplicado: "La oposición de la psicología
individual a la psicología social o psicología de las masas,
que puede parecemos muy significativa a primera vista, pierde bastante de su nitidez
cuando se la examina en profundidad. La psicología individual está ciertamente fundada
en el hombre singular, y trata de saber por qué caminos éste intenta obtener la
satisfacción de sus mociones pulsionales, pero al proceder de esta manera no logra más
que raramente, en condiciones excepcionales, hacer abstracción de las relaciones de ese
sujeto singular, {der Einzelne) con otros individuos. En la vida psíquica del sujeto
singular el Otro interviene muy regularmente como modelo, sostén y adversario, y a
esto se debe que la psicología individual sea simultáneamente, desde el comienzo, una
psicología social en este sentido ampliado pero justificado" {G.W., XIII, 73).
Se podrían evocar aquí́ otros textos fundamentales. Todos ellos subrayan la doble
condición del individuo, que Freud señala en su texto de 1914, Introducción del
narcisismo: "El individuo lleva efectivamente una doble existencia, en cuanto es en sí
mismo su propio fin y en cuanto es miembro de una cadena a la
que está sometido, si no en contra de su voluntad, por lo menos sin la participación de
ésta" {G.W., X, 143). Freud muestra constantemente, en éste y otros textos, que ambas
condiciones se comunican: el narcisismo primario se apoya sobre el narcisismo de la
cadena familiar, intergeneracional, institucional (narcisismo de las pequeñas
diferencias). Es aquí́ central la cuestión del apuntalamiento, del doble apuntalamiento de
la realidad psíquica en sus dos bordes, corporal e institucional."
Como el otro, la institución precede al individuo singular y lo introduce en el orden de
la subjetividad, predisponiendo las estructuras de la simbolización: mediante la
presentación de la ley, mediante la introducción al lenguaje articulado, mediante la
disposición y los procedimientos de adquisición de los puntos de
referencia identificatorios.
Pero la institución es también el espacio extrayectado de una parte de la psique: es a la
vez afuera y adentro, en la doble condición psíquica de lo incorporado y del deposito,
es el trasfondo del proceso, pero no podría ser indiferente al proceso mismo. Por estos
dos procedimientos es como el sujeto es sujeto
de la institución y la institución consiste en una doble función
psíquica: de estructuración y de receptáculo de lo indiferenciado.
Una tercera zona de trabajo y de investigación se abre al tomar en consideración el
espacio psíquico propio de la vida institucional. Se admitirá aquí que, para cumplir sus
funciones específicas, no psíquicas, la institución tiene que movilizar
formaciones y procesos psíquicos, y que los que ella contribuye a formar, o que recibe
en depósito (y que con ello determina), serán solicitados de manera muy particular. Se
admitirá, sobre todo, que la vida pulsional produce y mantiene formaciones psíquicas
originales para sus propios fines. Esto significa que
se trata de formaciones que corresponden a la doble parte constituyente y apropiante
de ella.
Estas formaciones originales, mixtas, no son necesariamente formaciones compuestas o
formaciones de compromiso, aunque pueden asumir este valor en la dinámica y la
economía psíquica compartida y común que exige y que administra el hecho
institucional. Estas formaciones constituyen la posibilidad de espacios psíquicos
conocidos y compartidos. Suponen la construcción, utilización o regulación de un
aparato psíquico de enlace, transmisión y transformación, cuyo prototipo he elaborado
en el concepto (que me satisface por su capacidad metafórica) de aparato psíquico
grupal (o del agrupamiento). El concepto de aparato psíquico del agrupamiento permite
pensar el ordenamiento específico de la realidad psíquica del sujeto singular con el
conjunto intersubjetivo del que forma parte y al que da consistencia. Desde ese
momento se organizan dos niveles lógicos que el análisis debe tomar en consideración y
de los cuales debe dar cuenta: el de la realidad psíquica del sujeto singular y el de la
realidad psíquica que emerge como efecto del agrupamiento. Las formaciones originales
que se producen en esta relación, que un enfoque diferencial tiene que poder
caracterizar como las del agrupamiento de familiares, del agrupamiento de extraños o de
la institución, tienen todas como rasgo específico el hecho de que articulan los espacios
y las lógicas en parte heterogéneas: los que rigen la realidad psíquica del sujeto singular
y la realidad psíquica producida por el conjunto.
Lo que llamo aparato psíquico del agrupamiento, alianzas inconscientes y cadena
asociativa grupal son construcciones destinadas a dar cuenta de las formaciones y
procesos psíquicos inconscientes movilizados en la producción del vínculo y del
sentido. Se podrá poner a prueba la validez de esta hipótesis a propósito de aquello que,
en las instituciones, funciona como el organizador psíquico inconsciente, como el
síntoma compartido o como el significante común.
Tales formaciones aseguran la articulación entre la economía, la dinámica y la tópica
del sujeto singular, por una parte, y la economía, la dinámica y la tópica psíquicas
formadas por y para el conjunto.
Freud nos introdujo en este procedimiento en varias ocasiones; subrayaré dos de ellas
que esclarecen mi propósito. La primera en 1914, en el texto sobre el narcisismo: la
concepción que propone del ideal del yo es precisamente la de una de estas formaciones
intermediarias o bifrontes que retienen mi atención. Escribe: "El ideal del yo abre
importantes perspectivas para la comprensión de la psicología de las masas. Además de
su aspecto individual, este ideal tiene un aspecto social: es el ideal que reúne una
familia, una clase, una nación". La segunda es cuando, en Psicología de las masas y
análisis del yo nos propone el paradigma del síntoma compartido y del significante
común que proporciona la base de las identificaciones histéricas en las instituciones de
jovencitas. Tales formaciones tienen por efecto el reforzamiento narcisista de la parte y
del conjunto, proporcionan las referencias identificatorias y el rasgo común {der
einziger Zug) de las identificaciones imaginarias mutuas.
Quisiera subrayar que la perspectiva que trazo no opone por principio el individuo y la
institución (o el grupo), como el elemento y el grupo. Apunta más bien a investigar las
articulaciones en los espacios psíquicos y a detectar allí los efectos del inconsciente.
Esto importa no localizar el inconsciente en el espacio del sujeto singular (o del
individuo en tanto tal, para retomar la fórmula freudiana) sino en los lugares liminares
donde se producen los pasajes constitutivos de la realidad psíquica: por consiguiente, y
para una parte todavía desconocida en las formaciones del vinculo inter y transubjetivo
o en los espacios a-subjetivos del cuadro institucional.
Si me coloco del lado del sujeto singular, la oposición del elemento y el conjunto
constituye, y eventualmente divide, su espacio psíquico. Cada sujeto singular logra, en
mayor o menor medida, hacer coexistir y satisfacer las exigencias económicas,
dinámicas y tópicas de las lógicas cruzadas del individuo que persigue su propio fin y
de la cadena a la que está sujeto.

Formaciones y procesos heterogéneos.

La institución vincula, reúne y administra formaciones y procesos heterogéneos:


sociales, políticos, culturales, económicos, psíquicos. Lógicas diferentes funcionan allí
en espacios que se comunican e interfieren. Esta es la razón de que puedan inmiscuirse
y prevalecer, en la lógica social de la institución, cuestiones que provienen del nivel y
de la lógica psíquicos. Esta constituye, además, el lugar de una doble relación: del
sujeto singular con la institución y de un conjunto de sujetos ligados por y en la
institución.
En este sentido, si bien me parece legítimo considerar que
todo emergente psíquico posee a priori un valor de síntoma significativo para el
conjunto institucional, considero que el nivel donde aquél se origina y la función no
psíquica que cumple quedan siempre por establecer, como una cuestión abierta. Es
posible que ciertos problemas políticos se expresen en el registro del síntoma psíquico.
Pero sería arriesgado desconocer que precisamente un trabajo de los conjuntos
heterogéneos dotados de espacios psíquicos comunes consiste en reducir lo heterogéneo
en beneficio de lo homogéneo, sostener el principio de la causa única y de la función del
Ideal, reducir la desviación y la disonancia cognitiva, privilegiar las funciones
metonímicas en las relaciones de la parte con el todo, del elemento con el conjunto,
reducir los embrollos de la heterotopía al espacio uniforme de la isotopía. En este
trabajo son empleados todos los procesos productores de indiferenciación y de
homogeneización, y el ojo advertido aprende a reconocer los elementos heteróclitos
conglomerados o yuxtapuestos, como lo que en arquitectura se llaman "reempleos",
huellas de monumentos desarmados y utilizados en la edificación nueva. De la misma
manera, en las instituciones una gran parte de las cargas psíquicas está destinada a hacer
coincidir en una unidad imaginaria estos órdenes lógicos diferentes y complementarios,
para hacer desaparecer la conflictividad que contienen. Las instituciones fomentan la
sinergia de todas estas cargas y de todas las formaciones que producen la ilusión de la
coincidencia y mantienen la relación isomórfica entre los individuos y su grupo, hasta
que la irrupción violenta de lo reprimido o lo negativo hace volar en fragmentos los
pactos inconscientes que sellan el consenso y, disociando el ensamblamiento del grupo,
revela las lógicas distintas que estaban disimuladas en las formaciones comunes, tan
necesarias para el sujeto singular como para el conjunto de donde procede y que él
compone.
Por el contrario, la capacidad de las instituciones para tolerar el funcionamiento de los
niveles relativamente heterogéneos, para aceptar las interferencias de lógicas diferentes,
constituye la base de su función metafórica. Esta capacidad posibilita la constitución de
un espacio psíquico diferenciado; restituye la perspectiva y el espesor de una historia
cuyos actores son también ellos de órdenes diferentes, así como un palimpsesto
inscribe, sin borrarlos totalmente, los trazos de las escrituras sucesivas.
El trabajo psicoanalítico con las instituciones puede tener como objetivo, y a veces
como efecto, restablecer esta capacidad metafórica. Estas proposiciones habrán puesto
suficientemente en evidencia, según espero, la sobredeterminación, la
plurifuncionalidad, la diversidad de las escenas psíquicas que la institución hace
funcionar. La institución es un polítopo, un múltiplo con muchos espacios heterogéneos
que mantiene unidos de una manera a veces inextricable.
La multiplicidad de los niveles lógicos, de las economías y de las dinámicas que se
desarrollan produce diferentes efectos: efectos de administración o de transferencia
entre, por ejemplo, el nivel del sujeto singular y el del conjunto, conjunto que a su vez
puede implicar ensambles de formación (grupo, institución) o montajes paralelos
(familia, institución); efectos de conflictualidad o de reducción de la desviación entre
los objetivos o los medios de las instancias constitutivas del conjunto (institución,
organización, grupos de sujetos, sujeto singular); o efectos de sinergia y de ensamble
ordenados o invertidos de los niveles.
En el trabajo con las instituciones nos vemos enfrentados a esta sobredeterminación, a
esta politopía, a estas formaciones psíquicas originales, algunos de cuyos efectos
expondré ahora. Una parte esencial del trabajo sobre el sufrimiento psíquico que deriva
de la vida institucional versa sobre el montaje de un dispositivo apto para neutralizar
algunos de estos espacios, con el fin de que los efectos de resistencia, mediante el
desplazamiento en el polítopo, la reutilización de enunciados caducos, la confusión de
los niveles lógicos, puedan ser detectados y produzcan efectos de análisis.

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