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EL MIEDO.

En diciembre del 2014, la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH)
denunció que México atraviesa «la peor crisis de violencia desde la Revolución mexicana». El México
moderno tiene como elemento fundacional un acto revolucionario de extrema violencia a lo cual le siguió
una trayectoria de sublevaciones, represión política, movimientos sociales, masacres, clandestinidad y
guerrillas. Pero la adopción de las políticas neoliberales y la llamada «transición democrática» puso en
marcha nuevas formas de violencia a causa de las repetidas crisis económicas, la precariedad del empleo, el
subempleo y la pobreza endémica del país, factores que aceleraron el surgimiento de bandas especializadas
en el crimen organizado. Al mismo tiempo, la globalización del narcotráfico emancipó las luchas por el
control del mercado de las drogas, las extorsiones y otros negocios ilícitos. Lo que empezó como un
problema en el norte del país –en estados como Sinaloa, Sonora y Jalisco– se extendió rápidamente como un
negocio próspero en todo el país, gracias a la creciente demanda en América del Norte. Este proceso de
radicalización en contra del narcotráfico, lejos de detenerlo desató una violencia inédita en la historia
contemporánea del país. La brutalidad del narco no es nueva, pero sí sus formas de proceder y, porque no
decir, de ingenio. Llama la atención el uso didáctico de la violencia como una táctica de guerra: la exposición
del cadáver de las víctimas cuyos miembros descuartizados son colocados, instalados o esparcidos, como el
cuerpo de Orfeo, en el espacio público.

El miedo, como condición generalizada en una sociedad, debería ser considerado como uno de los
principales indicadores clave sobre el grado de desarrollo democrático e institucional. Si la ciudadanía vive
azorada, esto no puede ser resultado, sino de la inacción de los poderes públicos y de la amenaza
permanente de la delincuencia. La cuestión puede expresarse de mejor manera si se piensa en dos autores
clásicos. El primero de ellos, Thomas Hobbes, aseguraba que el primer deber del Estado se encuentra en
evitar que la violencia se apodere de la sociedad y, en esa medida, evitar la muerte prematura y violenta de
los ciudadanos

Por su parte, John Locke proponía que el primer derecho civil que debe garantizarse por todo Estado
moderno es el de la propiedad privada, es decir, es la garantía sobre la propiedad e integridad del
patrimonio, lo que le permite a las sociedades florecer en lo económico y en lo social.

Como puede verse, un Estado en el que la vida y la integridad física se encuentran permanentemente
amenazadas; y en donde el patrimonio es afectado de manera constante debido al despojo que de él hacen
los delincuentes, es uno en donde las libertades y la ley no están debidamente protegidos y en donde existe
todo, menos autoridad capaz de ejercer el poder público que le es conferido para regular las relaciones
sociales.

En México, dos de cada tres personas consideran que las ciudades en que viven son inseguras, pero esto
significa que viven con miedo y con altos niveles de estrés. En ese sentido, destacan los resultados de las
últimas ediciones de la Encuesta Nacional de Hogares, en las cuales se estima que al menos 30 millones de
personas
se han sentido deprimidas, pero menos del 5 por ciento de ellas han tenido un diagnóstico médico y
tratamiento adecuado.

La situación ha llegado a tal grado que dos de cada tres personas mayores de 18 años han modificado sus
rutinas cotidianas con motivo de la delincuencia, el 52 por ciento ha dejado de caminar por la noche en las
calles, el 33.4 por ciento ha dejado de visitar a parientes o amigos, mientras que el 54.3 por ciento ha dejado
de permitir que las niñas, niños y adolescentes salgan a las calles.

Literalmente, nos estamos permitiendo convertirnos en una “sociedad sitiada”: hay regiones y localidades
en donde existen de facto, “toques de queda”, no impuestos por la autoridad sino por la delincuencia. Y hay
también zonas rurales en las que no es posible transitar sin el temor de ser extorsionados o amedrentados
por los grupos criminales que controlan y “patrullan” carreteras intermunicipales y caminos rurales.

Tener un negocio es hoy motivo de preocupación cuádruple: 1) cómo hacer para que prospere y genere
ingresos suficientes para vivir; 2) cómo evitar ser víctimas de robo, con o sin violencia; 3) cómo evitar ser
víctimas de extorsión o “cobro de piso” por parte de la delincuencia organizada, y; 4) cómo sobrevivir a la
permanente corrupción y sobrerregulación local.

Por todos lados se escuchan historias de terror y desesperanza, por ejemplo, hay lugares en donde la
tradición familiar consiste en heredar los pequeños y medianos negocios a sus hijos. Hoy, sin embargo, se
evita crecer o heredar en vida, por el temor de que sean los hijos quienes sean secuestrados o víctimas de
atentados, para solicitar cobro de rescate o enfrentar la extorsión cotidiana.

El miedo es la gran constante del país: la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares, 2016, estima
que en el 42 por ciento de los hogares se vive con preocupación por temor de que la comida se acabara por
falta de recursos económicos.
El miedo debería convertirse en una de las variables centrales de las mediciones o estudios del bienestar y la
seguridad pública; pues en ese sentimiento se sintetiza el complejo escenario de inseguridad, violencia y
literalmente terror que se vive en amplias franjas del territorio nacional.

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