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CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS

CASO QUISPIALAYA VILCAPOMA VS. PERÚ

SENTENCIA DE 23 DE NOVIEMBRE DE 2015

(Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas)

- RESUMEN OFICIAL EMITIDO POR LA CORTE INTERAMERICANA

El 23 de noviembre de 2015 la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó una Sentencia,

mediante la cual declaró responsable internacionalmente al Estado de Perú por la violación del

derecho a la integridad personal, reconocido en el artículo 5.1 y 5.2 de la Convención Americana

sobre Derechos Humanos y los derechos a las garantías judiciales y a la protección judicial,

establecidos en los artículos 8.1 y 25 de la Convención Americana, en relación con el artículo 1.1

de la misma, y con las obligaciones establecidas en los artículos 1, 6 y 8 de la Convención

Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura, en perjuicio de señor Valdemir Quispialaya

Vilcapoma y la señora Victoria Vilcapoma Taquia. Asimismo, el Tribunal consideró que el Estado

no es responsable por la violación del deber de adoptar disposiciones de derecho interno,

establecido en el artículo 2 de la Convención Americana.

- Excepciones preliminares

El Estado presentó dos excepciones preliminares en el presente caso referentes a: a) la falta de

agotamiento de los recursos internos por no haberse interpuesto el recurso de queja contra la

resolución emitida por la Primera Fiscalía Provincial de Huancayo, y b) la falta de agotamiento de

los recursos internos respecto de la solicitud de pensión por invalidez presentada por el señor

Quispialaya.

En cuanto a la primera excepción preliminar, la Corte constató que aunque el Estado

efectivamente presentó una excepción de falta de agotamiento de la vía interna durante la

admisibilidad de la petición ante la Comisión, el recurso alegado en dicha oportunidad no coincide

con aquel que se argumenta en el proceso ante la Corte. Por tanto, la Corte desestimó la

excepción de falta de agotamiento del recurso de queja en la investigación fiscal.

En relación con la segunda excepción preliminar, la Corte constató que el argumento del Estado
se refiere a una medida de reparación solicitada por los representantes, por lo que no resultaba

posible analizar la excepción alegada pues la controversia planteada no es susceptible de ser

resuelta de forma preliminar, sino que depende directamente del fondo del asunto. Además, la

Corte consideró que el argumento expuesto por el Estado es a su vez extemporáneo en virtud de

que no fue alegado en el momento procesal oportuno. Por tanto, la Corte desestimó la excepción

de falta de agotamiento de solicitud de pensión por invalidez.

- Hechos

En cuanto al alegado contexto de torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes, la Corte

consideró que carecía de elementos suficientes para declarar la existencia de un patrón

organizado o una política estatal de violencia, tortura y malos tratos contra reclutas del Ejército.

Sin perjuicio de lo anterior, la Corte constató que los comportamientos descritos representaban

un contexto de maltratos físicos y psicológicos en el ámbito del servicio militar provenientes de

una arraigada cultura de violencia y abusos en aplicación de la disciplina y la autoridad militar.

Ahora bien, el 26 de enero de 2001, el señor Valdemir Quispialaya Vilcapoma se encontraba

realizando práctica de tiro durante la cual fallaba o erraba en los tiros. En virtud de ello, el

Suboficial Juan Hilaquita Quispe comenzó a insultarle e increparle que mejorara los tiros, y le

golpeó con la culata del FAL en su frente y ojo derecho.

A partir de la agresión, el señor Quispialaya sufrió de constantes dolores de cabeza y fiebre. Por

ello, el 27 de junio de 2001, cinco meses después del incidente, acudió al Centro Médico

Divisionario para recibir atención médica. El señor Quispialaya afirmó que no denunció los hechos

en esa oportunidad porque el señor Hilaquita le amenazaba y porque tenía miedo que este oficial

pudiera tomar represalias contra su persona. El 18 de septiembre de 2002, el Jefe del

Departamento de Oftalmología del Hospital Militar Central concluyó que el señor Quispialaya tenía

secuela de lesión traumática severa y muy avanzada, por lo que no pudo recuperar la visión del

ojo derecho. Además, con motivo de los hechos violentos la salud psicológica del señor

Quispialaya se vio afectada.

El 6 de julio de 2001 se inició una investigación administrativa en el ámbito militar sobre la

agresión sufrida por Valdemir Quispialaya. Además, el 28 de febrero de 2002 la señora Victoria
Vilcapoma Taquia, madre del señor Valdemir Quispialaya, denunció ante la Fiscalía de la Nación al

Suboficial del Ejército Peruano Juan Hilaquita Quispe por la posible comisión de actos de tortura

física y psicológica en contra de su hijo. Sin embargo, el 27 de septiembre de 2002 el Ministerio

Público de Huancayo formuló denuncia penal por el delito de lesiones graves, aduciendo que no

había mérito para formular denuncia penal por la comisión de delito de tortura. Por otra parte, el

6 de noviembre del 2002 el Fiscal Militar de Primera Instancia presentó denuncia contra el

Suboficial Hilaquita por el presunto delito de abuso de autoridad.

Con motivo de lo anterior, el 19 de noviembre de 2002 el Juez Militar permanente de Huancayo

promovió una contienda de competencia la cual fue decidida por la Sala Penal Permanente de la

Corte Suprema a favor de la jurisdicción militar el 12 de mayo de 2003, considerando que los

hechos ocurridos fueron cometidos en actos de servicio y por tanto en el ejercicio de funciones

militares. Posteriormente, el 19 de agosto de 2004 el Consejo de Guerra Permanente de la

Segunda Zona Judicial del Ejército absolvió al Suboficial Hilaquita del delito de abuso de autoridad

por no considerarlo probado. Sin embargo, el 17 de noviembre de 2005 el Consejo Supremo de

Guerra de la Segunda Zona Judicial del Ejército declaró nula la sentencia emitida en primera

instancia, por no haber tenido en cuenta varios elementos probatorios, ordenando la remisión al

Juzgado de origen para que profundizara sus investigaciones. El 15 de diciembre de 2006 el

Tribunal Constitucional del Perú determinó que la justicia militar no debía conocer de los delitos

comunes sancionados por el Código Penal y declaró la inconstitucionalidad del delito militar de

abuso de autoridad, entre otros. Como consecuencia de ese pronunciamiento, el Consejo de


Guerra Permanente de la Segunda Zona Judicial del Ejercito

declaró nulo todo lo actuado en el proceso en contra del Suboficial Hilaquita, ordenó su archivo

definitivo, y remitió copias certificadas de la causa al Fiscal Provincial de Huancayo. Sin embargo,

el 17 de octubre de 2008 la Fiscalía Provincial resolvió que no había mérito para formalizar la

denuncia con base en que no se había podido ubicar al señor Quispialaya ya que el domicilio

consignado en los registros públicos no coincidía. El caso permaneció archivado hasta el 4 de

febrero de 2015, cuando la Tercera Fiscalía Provincial Penal de Huancayo dispuso abrir de oficio

investigación contra Juan Hilaquita Quispe en agravio de Valdemir Quispialaya por la presunta

comisión del delito contra la humanidad en la modalidad de tortura.


OBSERVACIONES

1. La víctima del presente caso es el señor Valdemir Quispialaya Vilcapoma, quien tenía 22 años
cuando ingresó voluntariamente al servicio militar en un cuartel de la ciudad de Huancayo. En
enero de 2001, después de cometer algunos errores en un entrenamiento de tiro, el Suboficial
encargado de la práctica lo golpeó con la culata de su arma en la frente, impactando en uno de sus
ojos. Tras una serie de graves dolores y desmayos, Valdemir Quispialaya fue perdiendo la
capacidad visual hasta, finalmente, perder la totalidad la vista del ojo derecho.

2. Por los anteriores hechos el Estado no inició una investigación de oficio en la vía ordinaria; no
protegió a las personas amenazadas ni investigó tales amenazas; y el proceso fue conocido por la
jurisdicción militar durante casi 7 años. Una vez consumadas las anteriores violaciones, el Estado
abrió una investigación por el delito de tortura en la vía ordinaria, recién en febrero de este año,
luego de 14 años de ocurridos los hechos y sólo tras el sometimiento del caso a la jurisdicción de la
Corte.

3. La responsabilidad internacional del Estado deriva del incumplimiento de obligaciones que tenía
como garante de los derechos humanos del señor Quispialaya, quien se encontraba bajo su
custodia dentro del recinto militar en el cual realizaba su servicio. El Estado incumplió su
obligación de respeto del derecho a la integridad personal de la víctima en virtud del golpe
propinado por parte de uno de sus agentes. Dicho hecho, tras un análisis de sus elementos
conforme al derecho internacional, lo sucedido puede ser calificado como tortura. Asimismo,
debido a la situación de falta de debida diligencia en la investigación que ha ocasionado la
impunidad total de los hechos, la víctima no ha contado con un recurso efectivo frente a las
violaciones ocasionadas.

4. La Comisión reitera las consideraciones de hecho y de derecho realizadas en sus observaciones


sobre excepciones preliminares de 22 de abril de 2015, su informe de fondo 84/13, así como lo
indicado en la audiencia pública celebrada el pasado 24 de agosto de 2015. La Comisión formulará
a continuación sus observaciones finales sobre aquellos aspectos de orden público interamericano
que estima importante que la Corte tome en especial consideración al momento de emitir su
decisión. Concretamente, la Comisión se referirá a: i) la violación del derecho a la integridad
personal; y ii) la violación del derecho a las garantías judiciales y protección judicial. Finalmente, la
Comisión realizará algunas consideraciones respecto de las reparaciones.
CASO BARRIOS ALTOS Y CASO LA CANTUTA

El viernes 02, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) realizó una audiencia de
supervisión de cumplimiento de las sentencias de los casos Barrios Altos y La Cantuta. Luego de
ella, el tribunal valúa si el cuestionado indulto humanitario otorgado al ex Presidente Alberto
Fujimori es conforme a la obligación que tiene el Estado peruano de investigar y sancionar a todos
los responsables de violaciones de derechos humanos cometidas en ambos casos. En ese contexto,
es pertinente recordar lo que sucedió en los mismos.

Ambos casos ocurrieron, como concluyó la Comisión de la Verdad y Reconciliación, en el marco de


una práctica sistemática y generalizada de ejecuciones arbitrarias y desapariciones forzadas
realizadas por agentes del Estado como parte de la estrategia antisubversiva contra grupos
terroristas como Sendero Luminoso. Precisamente, eso quedó evidenciado en las sentencias de la
Corte en estos casos.

El primero sucedió el 3 de noviembre de 1991. Seis individuos encapuchados y armados del grupo
Colina irrumpieron una vivienda en Barrios Altos, donde se realizaba una pollada. Debido a su
presunta vinculación con actividades terroristas, ordenaron a los asistentes tirarse al piso y luego
les dispararon indiscriminadamente. Murieron 15 personas, entre ellas un niño de 8 años de
nombre Javier Ríos Rojas, y otras 4 quedaron gravemente heridas. El segundo caso ocurrió algunos
meses después. El 18 de julio de 1992 en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán La
Valle, más conocida como La Cantuta, nueve estudiantes y un profesor fueron sustraídos de sus
residencias y posteriormente, desaparecidos. Los restos de dos de ellos fueron hallados en fosas
clandestinas un año después.

Los dos casos llegaron a la Corte IDH y en ambos, el Estado peruano reconoció su responsabilidad
por los hechos. Estos fueron calificados por el tribunal interamericano como violaciones graves a
los derechos humanos, en el caso Barrios Altos, y como crímenes de lesa humanidad, en el caso La
Cantuta. La Corte estableció que como tales, resultaba inadmisible la aplicación de leyes de
amnistía o cualquier otro tipo de excluyente que obstaculizara la investigación y sanción de los
responsables. En ese sentido, señaló en el caso Barrios Altos que las leyes de amnistía dictadas
durante el gobierno de Fujimori, que sirvieron para exonerar a los responsables de este tipo de
violación de derechos humanos, carecían de efectos jurídicos.

Esta decisión tuvo un impacto importante a nivel interno en las decisiones de distintos actores
judiciales. Como notó la propia Corte IDH, la sentencia del caso Barrios Altos sirvió de fundamento
para rechazar excepciones presentadas en varios procesos judiciales que tenían como propósito la
aplicación de las leyes de amnistía. Asimismo, ambas sentencias fueron fundamento para que el
Tribunal Constitucional, en casos como Martin Rivas y Salazar Monroe, declarara infundadas
demandas de militares que pretendían no ser juzgados por los hechos relacionados a estos casos.

Así, el Estado peruano comenzó a dar cumplimiento a las sentencias y a su deber de investigar y
sancionar a los responsables, dentro de los cuales también se encontraba el ex Presidente Alberto
Fujimori. En el 2009, este fue condenado a 25 años de prisión por la Sala Penal Especial (SPE), la
cual determinó que Fujimori había sido autor mediato de los delitos de homicidio calificado y
lesiones graves por los hechos ocurridos en Barrios Altos y La Cantuta. La SPE estableció que
Fujimori había cooptado las Fuerzas Armadas y era la cabeza de un aparato organizado, que giraba
en torno al Servicio de Inteligencia Nacional y que había servido como medio para cometer delitos,
de los cuales Fujimori había tenido conocimiento.

Además, la SPE calificó los delitos por los cuales fue condenado Fujimori como crímenes de lesa
humanidad, debido a que los mismos habían sido parte de una política estatal sistemática y
generalizada que buscaba la eliminación de personas que presuntamente integraban grupos
subversivos. La sentencia fue confirmada en segunda instancia por la Primera Sala Penal
Transitoria el 30 de diciembre de ese mismo año.

A pesar de estas medidas, ambos casos continúan hasta la fecha abiertos ante la Corte
Interamericana, pues siguen existiendo medidas ordenadas que el Estado no ha cumplido. En
efecto, las últimas resoluciones de cumplimiento de sentencia de 2009 (caso La Cantuta) y 2012
(caso Barrios Altos) evidencian que al Estado peruano aún le falta concluir con investigaciones,
pagar reparaciones y realizar medidas simbólicas. Los restos de cinco víctimas del caso La Cantuta
aún tienen paradero desconocido y muchos de los sentenciados por ambos casos, incluyendo al ex
Presidente Fujimori, no han pagado nada por reparación civil.

Han pasado más de 20 años desde los sucesos, y las víctimas aún esperan que se haga justicia.
Recordemos que no es la primera vez que ven retrocesos en este camino. En julio de 2012, la Sala
Penal Permanente de la Corte Suprema de Justicia emitió una Ejecutoria Suprema en la que
declaró que las ejecuciones extrajudiciales ocurridas en el caso Barrios Altos no constituían delitos
de lesa humanidad y rebajó las penas de los imputados. La Corte Interamericana, como ahora,
realizó una supervisión de cumplimiento y determinó la existencia de una medida contraria al fallo
del caso Barrios Altos. Ante ello, la Sala Penal Permanente debió anular su propia ejecutoria.

CONCLUSIONES

- Los hechos de este caso han sido calificados por la CVR, órganos judiciales internos y por la
representación del Estado ante este Tribunal, como “crímenes internacionales” y
“crímenes de lesa humanidad”. La ejecución extrajudicial y desaparición forzada de las
presuntas víctimas fueron perpetradas en un contexto de ataque generalizado y
sistemático contra sectores de la población civil.

- la Corte considera reconocido y probado que la planeación y ejecución de la detención y


posteriores actos crueles, inhumanos y degradantes y ejecución extrajudicial o
desaparición forzada de las presuntas víctimas, realizadas en forma coordinada y
encubierta por miembros de las fuerzas militares y del Grupo Colina, no habrían podido
perpetrarse sin el conocimiento y órdenes superiores de las más altas esferas del poder
ejecutivo y de las fuerzas militares y de inteligencia de ese entonces, específicamente de
las jefaturas de inteligencia y del mismo Presidente de la República.

- Las víctimas del presente caso, así como muchas otras personas en esa época, sufrieron la
aplicación de prácticas y métodos intrínsecamente irrespetuosos de sus derechos
humanos, minuciosamente planificados, sistematizados y ejecutados desde el Estado, en
muchos aspectos similares a los utilizados por los grupos terroristas o subversivos que,
bajo la justificación del contra-terrorismo o la “contra-subversión”, pretendían combatir.

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