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INTRODUCCIÓN

La revolución Industrial es el cambio que se produce en la Historia Moderna


de Europa, por el cual se desencadena el paso desde una economía agraria y
artesana a otra dominada por la industria y la mecanización.
En la segunda mitad del siglo XVIII, en Inglaterra, surge una transformación difícil en
los sistemas de trabajo y en la estructura de la sociedad. Es el resultado del
crecimiento y de los cambios que se venían gestando durante los últimos cien años,
no es una revolución repentina. Se pasa del viejo mundo rural al de las ciudades, del
trabajo manual al de la máquina. Los campesinos abandonan los campos y se
trasladan a las ciudades; surge una nueva clase de profesionales.

Uno de los rasgos definitivos de la revolución industrial fue el montaje de factorías, el


uso de la fuerza motriz, que trajo consigo grandes cambios: se sustituye un taller con
varios operarios a grandes fábricas, la pequeña villa de varias docenas de vecinos se
convierte en la metrópoli de centenas de miles de habitantes.
Esta revolución viene a ser un proceso de cambio constante y crecimiento continuo
donde intervienen varios factores, ninguno desencadenante, todos se suman y dan
origen a las invenciones técnicas, los descubrimientos teóricos, capitales y
transformaciones sociales, la revolución de la agricultura y al ascenso de
la demografía.
Las enormes transformaciones económicas que conocerá Europa, comenzando por
Inglaterra, a partir del siglo XVIII modificarán en gran medida un conjunto
de instituciones políticas, sociales y económicas vigentes en muchos países, desde el
siglo XVI denominadas El Antiguo Régimen. El nombre fue utilizado por primera vez
por dirigentes de la Revolución Francesa en un sentido crítico: los revolucionarios
pretendían terminar con todo lo que constituía ese Antiguo Régimen.
En el antiguo régimen, el rey consideraba su poder de origen divino e ilimitado, pues
dios lo ha delegado y por tanto sólo responde ante dios. Los monarcas absolutos
concentran en sus manos el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial, gobiernan sobre
el ejército y todas las instituciones del estado. El estado en su conjunto, que incluye
los habitantes súbditos para el rey, no son sino una propiedad personal del rey.

Las sociedades del Antiguo Régimen se caracterizan por tener


una población estancada, sometida periódicamente a las llamadas crisis de
subsistencia y que aún no han conocido la revolución demográfica que hará crecer la
población europea a ritmos nunca antes conocidos. Se trata de una sociedad formada
por grupos muy cerrados: la sociedad estamental.
La sociedad estamental se caracteriza por la desigualdad legal entre los
diferentes grupos sociales o estamentos. De un lado distinguimos el grupo de los
Privilegiados, constituidos por la nobleza y el alto clero, que poseían enormes riquezas
provenientes de las rentas de la tierra y gozaba de exenciones fiscales -estaban
excluidos del pago de varios impuestos-, eran juzgados según leyes distintas a las del
pueblo, y se reservaban los cargos más importantes del ejército, la iglesia y el estado.

Por su parte, el estamento no privilegiado (o tercer estado), que no era un grupo nada
homogéneo, pues lo constituían, desde ricos comerciantes y banqueros (que nada
envidiaban a la nobleza en cuanto a riqueza) hasta el más humilde de los campesinos,
pero tenían en común el hecho de ser quienes sostenían económicamente el país con
su trabajo, y al estado con sus impuestos. El tercer estado constituía habitualmente el
sector más grande de la población, entre ellos la mayoría campesinos pobres.
Las economías tienen una fortísima base agraria: dos tercios, incluso tres cuartos de
la población se ocupan de tareas agropecuarias.  Se trata de una agricultura en
general caracterizada por su bajísima productividad, por estar dirigida al autoconsumo
(el campesino piensa fundamental en alimentarse directamente él mismo y sus
familias con el producto de sus tierras) y no a la comercialización, y por la utilización
de técnicas y herramientas que apenas han conocido cambios en varios siglos: la
utilización del arado romano sigue siendo general en casi toda Europa y
el mantenimiento del barbecho (dejar sin cultivar cada año un tercio o la mitad de las
tierras para que esta recupere sus nutrientes) en la rotación de cultivos  como técnica
de fertilización de las tierras.
Además en muchas zonas se conservan estructuras del llamado régimen señorial,
típicas de la Edad Media: muchos campesinos en teoríahombres libres, debían pagar
impuestos a su señor (normalmente algún gran propietario de la zona con un título de
nobleza o algún cargo eclesiástico) en forma de pagos en moneda, en especie (una
parte de la cosecha) o personal (trabajando gratis durante varias jornadas en las
tierras del señor). Además estos campesinos debían aceptar la autoridad judicial del
señor y estaban obligados a utilizar (pagando) el molino o el lagar, e incluso a pedir su
autorización para casarse. Todavía en el siglo XVII en muchas zonas de Europa esos
campesinos tenían prohibido moverse de sus tierras y buscar otro trabajo, obligación
que heredaban sus hijos. Sin embargo este sistema señorial se había debilitado con la
peste que diezmó la población europea desde fines del siglo XIV: los señores debieron
"aflojar" la presión sobre los campesinos. En los siglos XV y XVI, con la mayor
circulación monetaria muchos campesinos cambiaron sus obligaciones por pagos
en dinero.

Además las monarquías absolutas recortaron el poder de los señores, en especial su


capacidad para ejercer justicia y cobrar impuestos. De esta manera, mientras en
algunos países del este de Europa el régimen señorial continuaba vigente, en
Inglaterra ya casi había desaparecido, lo que es considerado por muchos historiadores
como favorable para la modernización de la agricultura y de la economía en general
que se producirá en este país a partir el siglo XVIII.

Esta economía agraria atrasada convivió en muchas zonas con un


importante desarrollo urbano y comercial dinamizado por los grandes descubrimientos
geográficos pues, desde mediados del siglo XV, exploraciones portuguesas y
castellanas revolucionaron el conocimientogeográfico y científico en general,
incorporando a la cultura europea nuevas tierras, mares, razas, especies animales y
vegetales. Primero fueron las costas africanas, luego el descubrimiento de América,
posteriormente las tierras del Pacífico, de tal manera, a finales del siglo XVIII apenas
quedaban por descubrir el interior de África y las zonas polares. Pronto algunos países
europeos construyeron enormes imperios coloniales basándose en su superioridad
técnica (armas de fuego) que sirvieron, inicialmente, para animar el comercio europeo
con inmensas cantidades de oro y plata (monedas) y ya desde el siglo XVIII se
incorporaron enormes plantaciones de tabaco y azúcar, que junto al comercio de
especias y a la trata de negros, sirvieron para enriquecer enormemente a las
burguesías mercantiles de algunos países europeos.

Pero este panorama  de cambios hay que matizarlo, destacando, por ejemplo, la
pervivencia de los gremios dentro de las actividades artesanales: los trabajadores de
cualquier sector artesanal en una ciudad (zapateros, tejedores, alfareros...) estaban
obligados a formar parte de una organización, el gremio, que controlaba toda la
actividad que se desarrollara en esa ciudad, de manera que las mercancías fabricadas
en otros lugares no podían entrar en su ciudad. El gremio fijaba una forma rígida de
horarios, precios, salarios, herramientas, número de trabajadores por taller, e impedían
cualquier avance técnico u organizativo que pudiese dar ventaja a unos talleres sobre
otros. Por estas razones los nuevos regímenes liberales prohibieron la existencia de
gremios como organismos incompatibles con economías basadas en el progreso
tecnológico continuo que surgió de la competencia y el libre mercado.
El comercio encontraba numerosos obstáculos a su desarrollo tales como la multitud
de aduanas interiores o la mala calidad de los transportes terrestres que sólo
mejorarán con la construcción de los primeros ferrocarriles.
A comienzos del siglo XVI en Inglaterra, país capitalista por excelencia, se empieza a
operar uno de los procesos económico-sociales más importantes en la desteñida
historia de la humanidad. La industria capitalista empieza a reflejar sus primeros
matices, marcando contundentemente dos clases sociales; la primera compuesta por
los obreros, imprescindibles en la amplia utilización de las máquinas, libres de todo
régimen feudal y carentes de las mínimas condiciones de subsistencia, obligados a
aceptar cualquier condición de trabajo por inhumana que sea. La segunda compuesta
por los burgueses, en torno a cuyas manos se han concentrado considerables
cantidades de dinero y recursos.
En el siglo XV un rasgo determinante en la economía inglesa, era el minifundio, no
obstante, los campesinos, dueños de pequeñas parcelas, gozaban de una economía
independiente. Tras la revolución agraria, los rurales fueron desalojados de sus tierras,
pues el aumento de la demanda de lana inglesa en los mercados nacionales e
internacionales precipitó un fuerte desarrollo en el ganado lanar de Inglaterra,
motivando a los lores feudales, a convertir las tierras de cultivo en pastizales para los
semovientes y a emprender la expulsión de los campesinos de la tierra, según Carl
Marx, los landiors se regalaron a sí mismos las tierras del pueblo y como resultado de
tan genial regalo, la población campesina se liberó, además de todo régimen feudal,
de su tierra. Así pues, los campesinos arruinados, arrancados violentamente de sus
tierras, optaron por trabajar al servicio de terratenientes, o como obreros asalariados
en las zonas industriales, los que contaron con menos suerte se convirtieron en
mendigos, vagabundos y bandoleros.
La legislación de Inglaterra, alarmada por tal suceso, promulgó la ley contra el
vagabundaje, argumentando que aquella gente, de quererlo, podría encontrar
ocupación, llamándolos delincuentes voluntarios.
Igual suerte corrieron los artesanos, los tejedores, los hiladores y demás
representantes de la producción manual, quienes se vieron arruinados gracias al
triunfo del trabajo de la máquina sobre el trabajo manual.
Fue así como la pérdida de la tierra en el caso de los campesinos y la ruina de los
artesanos, condujeron a la creación del ejército proletariado, constituido por hombres
carentes de propiedad, dispuestos a vender la fuerza de su trabajo por un salario
mísero.
Estos artesanos y labriegos, tampoco eran hombres en la verdadera acepción de la
palabra, sino máquinas de trabajo al servicio de unos pocos aristócratas que
manejaban las riendas del Estado. Engels en su obra La Situación de la Clase Obrera
en Inglaterra afirma que la revolución industrial terminó de convertir a los obreros en
máquinas y les privó de la poca independencia que tenían, pero con ello, les obligó a
pensar, a luchar por una situación digna del hombre.
Simultáneamente a la clase obrera, fue surgiendo otra clase de gente poseedora de
los medios suficientes para comprar la mano de obra de los indigentes; las capas más
altas de los ciudadanos, entre ellos mercaderes, banqueros, dueños de talleres y
manufacturas constituyeron la burguesía industrial, cuyo gran objetivo desde su
nacimiento, fue concentrar en sus manos un gran capital y luchar por su propio
enriquecimiento, recurriendo a los medios más infames, (como la colonización,
esclavización e inauditas formas de violencia) malogrando la integridad de otros
pueblos e individuos.
La mirada ambiciosa de la burguesía enfocó otros países y tras adueñarse de sus
riquezas, materias primas y productos alimenticios, esclavizaron a su gente
convirtiéndola en mano de obra barata.
Así, en varias expediciones, los españoles conquistaron varios pueblos de América;
Hernán Cortés saqueó México, mientras Francisco Pizarro cometía toda clase de
infamias en Perú, como exigirle al Inca Atahualpa, llenar una habitación con oro para
su liberación. Desde el siglo XVI al siglo XVIII, los españoles sacaron de América
incontables tesoros a costa del exterminio de tribus completas, estropeando su
desarrollo y su cultura.
Los tesoros logrados a tan alto precio, quedaban a disposición del rey, el clero y los
comerciantes y se disponían para la guerra y la compra de capitanes, asesinos, en
mantenimiento del numeroso aparato de la monarquía española que oprimía a su
pueblo.
A fines del siglo XVI se produjo la revolución burguesa, desembarazando el camino
para el desarrollo del capitalismo. En la cuarta década del siglo XVII, la burguesía
inglesa subió al poder e inmediatamente inició la lucha por la liquidación del monopolio
holandés. Más tarde, Inglaterra sostuvo varias guerras con los países bajos y con la
misma Francia, de las que salió victoriosa, convirtiéndose en la principal fuerza política
de la India, además de la primera potencia marítima, adueñándose del Canadá y
escribiendo la página más espeluznante, por su perfidia, su bajeza y su crueldad
durante la colonización de la India.
Los años de formación de la clase burguesa, se escribieron en la historia con sangre y
fuego. Gracias al saqueo, la esclavitud, la violencia, el pillaje, el sometimiento, de
pueblos enteros, esta clase terrible se aseguró el capital tan necesario para el
desarrollo de su industria capitalista.
Así pues, en la segunda mitad del siglo XVIII, primero en Inglaterra, luego en algunos
otros países europeos, se crearon todas las condiciones para la revolución industrial.
Los capitalistas poseían grandes cantidades de dinero, la revolución agraria empujó a
los campesinos desplazados y a los artesanos arruinados a vender su trabajo por un
dinero exiguo, haciendo desaparecer la industria y producción rural e incrementando el
mercado interior para satisfacer las necesidades de los obreros.
La manufactura no satisfacía la demanda de mercancía. Se precisaba de un
mecanismo de producción en serie y cantidad: las máquinas debían aparecer y fueron
creadas.
La revolución industrial se inició en la producción algodonera, que no estaba protegida
por ley alguna contra la competencia de países extranjeros, quienes podían llevar
mercancía a Inglaterra sin el pago de aduanas, creando serias dificultades para los
hiladores y tejedores ingleses, puesto que los productos foráneos eran de calidad
superior a los productos internos.
El parlamento inglés trató de promulgar decenas de leyes que prohibían la importación
de textiles, más los ciudadanos hicieron caso omiso de los estatutos. El amparo se dio
de otra forma, lejos de viejas leyes gremiales, la industria de lana exigía la perfección
del producto al maestro de obra, impartiendo un castigo elevado para maestro que no
satisficiera el requerimiento.
El perfeccionamiento comenzó cuando el mecánico Kay inventó la lanzadera en 1733,
que era un dispositivo especial usado para tramar. Sustituyendo la labor del tejedor, la
lanzadera, aceleró eficazmente el proceso y el rendimiento del trabajo. Carl Marx
escribió al respecto: La máquina que originó la revolución industrial sustituye al obrero
que actúa a un tiempo con un solo instrumento por el mecánico que opera de una vez
con una masa de instrumentos iguales u homogéneos y lo pone en acción una sola
fuerza motriz, cualquiera que sea la forma de ésta.
Se duplicó la cantidad de producción del tejedor y los hiladores no satisfacían la
demanda de los tejedores. Con el hambre de hilados, J. White y Lewis Paul, en 1738
inventaron los rodillos de estirar que sustituían la labor del hilador. Arkwright se
apropió de dicho invento, más la máquina fabricaba hilos fuertes pero muy gruesos.
Por fin, en 1765 el mecánico Hargreaves inventó la hiladora de Jenny, precisa para la
fabricación de hilos finos, cuyo nombre se lo dio en honor a su hija.
La hiladora de Jenny aumentó la demanda de tejedores, cuyo salario incrementaba,
obligando a estos a dedicar todo su tiempo a la labor de tejer y abandonar la
agricultura, e impulsar el surgimiento del proletariado rural.
A causa de la renuncia de los tejedores a sus actividades agrícolas y, por consiguiente
a sus parcelas de tierra, los arrendadores aprovecharon las ventajas que brinda la
hacienda, vendiendo sus productos a precios bajos, cosa que no podían hacer los
minifundistas, y adueñándose del mercado. Los labriegos se vieron forzados a vender
sus pequeñas fracciones de tierra, que no podían brindarles el sustento, y a trabajar al
servicio del gran arrendador.
Al igual que la ruina de los labriegos, la producción industrial aumentaba. En 1799,
Samuel Crompton inventó una máquina que proporcionaba hilos finos y fuertes
disparando el rendimiento del trabajo a proporciones enormes. Los tejedores
resultaban incapaces de elaborar toda la masa de hilados que producían las
máquinas.
Cartwright de Kent, suprimió el hambre del tejido, con un telar mecánico que
incrementó cuarenta veces la producción, haciendo que el trabajo mecánico triunfara
sobre el manual en la industria inglesa.
El auge de la industria no se limitó a la producción textil. Había que mejorar la fuerza
motriz, que la proporcionaban los animales o el agua. Apareció pues, el sistema fabril.
Pero dicho sistema no podía existir sin la máquina de vapor.
Aunque no fue la primera máquina de vapor, la inventada por James Watt en 1765 fue
la primera que halló aplicación en la industria capitalista y la que marcó una nueva
etapa de la revolución técnica. Simultáneamente al surgimiento de la máquina de
vapor entra en juego la ciencia, puesto que la invención de dicho artefacto, es el
resultado de grandes conocimientos de las ciencias exactas.
La invención y aplicación en gran escala de la máquina de vapor no solo fue la base
de la gran industria, también trajo una nueva distribución de las empresas industriales.
Antes, las fábricas debían estar ubicadas junto a la orilla de los grandes ríos para ser
impulsadas por la fuerza hidráulica, ahora, el nuevo invento hizo posible que la fábrica
se asentara dentro de la ciudad, junto al mercado o junto a los centros de población.
El desarrollo de la gran industria planteó la necesidad de perfeccionar la metalurgia y
la minería . La construcción de máquinas demandaba cantidades colosales de hierro y
acero, materiales que escaseaban en Inglaterra, por lo que debían importarse de
países como Rusia y Suecia.
En el siglo XVIII, para convertir el mineral en fundición y ésta en hierro, se utilizaba
solamente madera y esto llevó a la destrucción de amplias extensiones de bosques,
mientras los ricos yacimientos de carbón mineral continuaron intactos después de
varios intentos para emplear el mineral en la siderurgia, hasta 1733, cuando Abraham
Derby aplicó cal viva al mineral obteniendo una fundición de alta calidad.
Más tarde, John Robek solucionó el segundo problema, que radicaba en la
imposibilidad de convertir la fundición de hierro en forja, con un procedimiento muy
cercano al pudelado. Mejor suerte corrió Hunstman, el inventor del procedimiento de
producción de acero mediante el crisol. Las invenciones de estos tres científicos,
fueron de suma importancia, pues permitieron organizar la producción de hierro y
acero en gran escala; además sustituyeron el caro vegetal por mineral.
Como consecuencia de esto, el precio del hierro disminuyó y su uso de diversificó,
sustituyendo varios materiales, como la madera en los rieles, la piel en los fuelles,
además de construir depósitos de hierro para las fábricas de cerveza y las destilerías.
En 1779 se construyó el primer puente de hierro, nueve años más tarde, navegó por el
río Severn, el primer barco metálico, entre otras cosas.
Pero lo más importante de todo aquello fue la utilización del metal en la construcción
de maquinarias, puesto que las antiguas tenían varias piezas de madera, lo que
implicaba movimientos irregulares y el desgastamiento acelerado del artefacto.
La ampliación de la producción y el mercadeo suscitó el perfeccionamiento de los
medios de comunicación. Así pues, se acrecentó la construcción de caminos, por
consiguiente la velocidad de las comunicaciones comerciales. Los animales de carga
se sustituyeron por las carretas. Se construyeron caminos por las comunicaciones
fluviales y en la segunda mitad del siglo XVIII, comenzó la construcción de canales,
reduciendo los gastos del transporte de mercancías.
Pero la verdadera revolución en los medios de transporte fue la aplicación del vapor,
con la invención de la locomotora y el barco de vapor. A principios del siglo XIX, los
veleros empezaban a ser sustituidos por los vapores y las torpes diligencias por
ferrocarriles, que al igual que los barcos de vapor, fueron trascendentales.
El reino de las máquinas tuvo vastas consecuencias. El rendimiento del trabajo se
incrementó considerablemente y se redujo el costo de la producción, acarreando el
aumento de las riquezas nacionales. Al sector de la manufactura le fue imposible
competir con la gran industria y fue desapareciendo paulatinamente, así mismo creció
el dominio económico de la ciudad sobre el campo provocando la completa
desaparición de la población campesina inglesa. Aparecieron las grandes ciudades
que se convirtieron en centros industriales. Pero la consecuencia principal fue la
marcada distinción entre las dos clases sociales, extremos de la pobreza y la riqueza:
la burguesía industrial y el proletariado fabril.
Como consecuencia de la revolución industrial, la población citadina creció
enérgicamente, intensificando de manera descomunal el proceso de despoblación del
campo. La ciudad entonces, se convirtió en centro de la gran industria. De esto
Federico Engels dice: … ¿Cuánto costó crear todas estas maravillas de la civilización?
Muy pronto se cerciora uno de que los londinenses tuvieron que sacrificar los mejores
rasgos de la naturaleza humana por el derecho a vivir en la capital comercial del
mundo. Cientos de millares de personas, representantes de todas las clases, se
agolpan en la calle, pasan apresuradas las unas delante de las otras, como si no
tuviesen nada que ver. A todo observador le choca la gran indiferencia, el insensible
aislamiento de cada persona que persigue exclusivamente sus intereses particulares.
Ello es tanto más repelente y ofensivo por el hecho de que toda esa gente se
concentra en un espacio reducido. De aquí nace la guerra de todos contra todos.
Cada uno mira al otro tan solo como objeto de utilización, el más fuerte pisotea al más
débil. Un puñado de fuertes, es decir los capitalistas, se lo apropia todo, mientras que
a la masa de los débiles, es decir, los pobres, apenas si les queda para vivir.
Es completamente natural que todas las calamidades de tal situación recaigan sobre el
pobre, pues en medio de la abundancia, el lujo y la riqueza, creados por el pobre para
otros, la situación de éste se volvió catastrófica. Hasta tal punto de la desesperación
llega la clase obrera, que prefiere matar a sus hijos que verlos morir de inanición.
Por su parte, la clase burguesa iba enriqueciéndose más y haciéndose más compleja,
el primero lugar entre los ricos lo ocupaban los propietarios rurales, dueños de tierras
eclesiásticas o seculares, tras estos magnates rurales estaban los banqueros,
cambistas y arrendatarios. El tercer grupo lo componían comerciantes y mercaderes
que habían acaudillado un gran capital; esta gente fue la que poco a poco tomó las
riendas de la industria. Finalmente, estaban los propietarios de las prósperas
manufacturas y locales industriales.
Estos adinerados industriales, debían tratar el problema del mercado, no como un
pequeño productor, vendiendo en el mercado local, sino con vínculos y estrechas
relaciones internacionales.
De esta clase burguesa surgió un pequeño grupo, conformado por personas cultas y
altamente instruidas, quienes se encargaron de expresar las inquietudes de la clase
burguesa industrial, por medio de actuaciones políticas, que demostraban su ávido
interés económico. De esta manera, rechazaron impuestos, argumentando que la
industria beneficiaba a todo el pueblo y por ello no debía contribuir con los aranceles,
además lograron del parlamento una dura ley contra la clase obrera, ya demasiado
oprimida, para castigar la destrucción de máquinas durante las huelgas.
Así fue como esta clase social dio origen a la ideología de la burguesía industrial,
renegando del viejo régimen feudal por ser un obstáculo para el perfeccionamiento y
desarrollo de las actividades de producción.
El audaz espíritu de la empresa y de las compañías privadas, tuvo como resultado la
construcción de decenas de fábricas, la explotación de minas, la construcción de
caminos y canales de navegación. La burguesía estaba convencida de que sus
ventajas económicas y sociales coincidían también con las de la comunidad. Con ese
supuesto se aventuraron a luchar por una misión ideológica que consistía en
comprender, asimilar, justificar, las nuevas relaciones sociales, el nuevo modo de vida,
la nueva moral.
Los sociólogos burgueses, fundamentaron y desarrollaron la teoría del derecho
natural, basada en que el hombre con sus necesidades naturales, tiene el derecho
indiscutible de satisfacerlas. Al hablar del hombre y su naturaleza, los sociólogos del
siglo XVIII, se referían innegablemente a la burguesía, y trataban de presentar tales
derechos como eternos y violados por el viejo régimen. Fue entonces como esta
doctrina se convirtió en arma de lucha, para la burguesía industrial, contra los
terratenientes feudales.
Otra doctrina que imperó entre el movimiento político y social de aquella época, fue el
reconocimiento decisivo del significado de la razón en todas las condiciones de la vida
humana. Dicha doctrina se denominó racionalismo, que divulgaba el sometimiento de
todos los regimenes existentes a una crítica racional, para desechar todo lo irracional.
Por su parte, también estaban los fisiócratas, que eran los ideólogos de la agricultura y
sostenían que la fuente de todas las riquezas era la tierra y todos los valores los
facilitaba el agricultor, se basaron en el trabajo agrícola como único trabajo productivo,
afirmando que el trabajo industrial solo cambiaba la forma de los valores obtenidos de
la tierra por el agricultor.
Todas estas doctrinas están contenidas en la obra de dos representantes de la
economía clásica: Adam Smith y David Ricardo.
El primero aseguró que el trabajo es la única fuente de riqueza, pues sin éste ni
siquiera la tierra dará fruto. Smith confiaba en el progreso eterno de la sociedad
burguesa, basándose en pretenciosas leyes naturales, supo plantear nuevas
categorías económicas, propias de dicha sociedad, pero no pudo aceptar su carácter
temporal y transitorio. Adam llegó a varias conclusiones apresuradas. Estaba
convencido de que el desarrollo de las relaciones burguesas incrementaría el
bienestar de la masa popular, cuando realmente sucedía lo contrario. Creyó también
en la posibilidad de reconciliar intereses sociales mediante la libre competencia, sin
pensar en que es la misma la que sirve a un número limitado de personas,
concentrando los recursos en pocas manos. Y aunque Smith se acercó a la teoría de
la plusvalía, demostrando, con su teoría del valor, que el valor de la mercancía lo
determina el trabajo invertido en ella, no acertó en la formulación de sus soluciones.
El segundo, por su parte, publicó su obra Principios de la economía política y los
impuestos, mostró que el beneficio del capitalista como el salario, lo crea el trabajo del
obrero, concluyó que la disminución del salario aumenta el beneficio. Aunque
descubrió la contradicción de intereses económicos entre trabajo y capital, no pudo
desentrañar la idea de sustituir el capitalismo por un régimen más saludable: el
socialismo.
Mientras los burgueses discutían sus ideologías, la situación de los obreros
empeoraba, ahora debía someterse a una cruel disciplina fabril, que durante mucho
tiempo, fue extremadamente penosa.
El antiguo empresario tenía unas costumbres muy similares a las de sus empleados,
se encontraba casi en la misma situación social que los obreros, a quienes trataba
como a otros hombres iguales a él, por lo que el trabajador no percibía ningún abismo
social. Más la revolución industrial se encargó de separar estas dos clases, llevando a
una al límite de la riqueza y a la otra a su extremo opuesto.
Cuando un propietario disponía del capital suficiente para su industria, precisaba de
mano de obra. Los obreros acostumbrados a laborar en sus casas, con un horario
voluntario y flexible, tuvieron que aceptar, sin agrado, el trabajo asalariado,
convirtiéndose en una pequeña pieza del gran mecanismo que era la fábrica. La
fábrica era para el trabajador lo mismo que una cárcel para un presidiario. El obrero
recibía un salario mísero a cambio de una jornada laboral extenuante, sin tener
ninguna protección en caso de accidente, lo que generalmente terminaba en la muerte
del empleado. Además de unas condiciones higiénicas espantosas, el proletario era
sometido a pagar multas injustas por la causa más inaudita o sin ella, así su salario se
reducía a casi nada.
La explotación de las mujeres y niños es un vergonzoso episodio en la historia de la
sociedad capitalista. Los empresarios sometían a los niños de los orfelinatos
parroquiales, a largas jornadas de trabajo y castigos bestiales, sin remuneración
económica, puesto que disponían de ellos como de objetos. Al principio, los obreros
procuraron impedir que sus hijos visitaran las fábricas, pero su situación mísera y
angustiosa les hizo doblegarse.
El trato sanguinario que se daba a los empleados, constituía un fenómeno repugnante,
si es que puede llamarse así a la brutalidad indescriptible que rayaba con un sadismo
refinado, de que eran víctimas los asalariados.
La opresión capitalista era enorme y hacía muy dolorosa la vida del obrero, sometido a
condiciones insólitas, bajo la tiranía de los capataces y por una suma de dinero exigua.
Pero gracias a esta opresión el obrero, quién en los primeros años de la revolución
industrial se sentía débil, aplastado por el poderío de la burguesía, como un granito de
aren arrastrado por el enorme huracán de la clase dominante, ahora iba adquiriendo
conciencia de que no era, ni mucho menos, un granito de arena, sino un soldado, un
soldado del más poderoso ejército que jamás existiera en la historia de la sociedad
humana. Aunque el obrero tardó en obtener dicha conciencia, ya se preguntaba cómo
derrotar el nuevo y terrible enemigo, la máquina, el hombre de hierro…
Así fue delineándose el comienzo del movimiento obrero, que apresuradamente llegó
a la conclusión de que las máquinas eran la causa de su penosa situación. Y se
empeñaron en lograr la prohibición de ellas, apelando al parlamento, pidiendo a éste
ayuda y protección. Sin embargo, no tardaron en descubrir que el parlamento estaba
compuesto por los mismos burgueses, quienes los oprimían y no prestaban atención a
sus numerosas peticiones, asegurando que tales exigencias atentaban contra los
principios básicos de la libertad cívica. La ley pues, dejó al obrero frente al codicioso y
ávido fabricante, ante el que se hallaba vulnerable, otorgándole la libertad de morir de
hambre.
El desarrollo económico exigía la libertad de la industria, pagada con los sufrimientos y
la muerte de muchos artesanos y obreros.
Después de cientos intentos de defenderse, por vía legislativa, de las odiadas
máquinas, los obreros trataron de resolver la situación de otra manera: asaltando las
fábricas y destrozando las máquinas. En la década del 60 del siglo XVIII, los obreros
de Blackburn destrozaron una Jenny y obligaron a su dueño a huir.
Como respuesta a estos sucesos, el gobierno decretó una ley condenando a pena de
muerte a quienes, individualmente o en multitud, destruyeran máquinas o fábricas
intencionalmente. No obstante, los obreros hicieron caso omiso de dicha ley y
continuaron destruyendo empresas industriales, como forma primera de la lucha
obrera contra la burguesía. Este movimiento se conoció como el de
los luditas, nombre tomado de su legendario participante Ned Ludd.
No contentos con la destrucción de empresas industriales, los obreros de las fábricas,
los artesanos, los operarios de las fábricas de tejidos, constituyeron varias
asociaciones, cajas de ayuda mutua, clubes obreros y los primeros sindicatos para
obtener su participación en el movimiento democrático.
El parlamento, alarmado contra dichos sucesos, promulgó una ley contra huelgas y
coaliciones, amenazando con duras penas, comprendida la de muerte, sin embargo,
ya nada detenía las manifestaciones de los obreros, quienes sabían ya de sobra la no
neutralidad ni objetividad del estado y su servicio a los intereses empresariales. Así, el
movimiento obrero empezó una enardecida lucha, cuyo objetivo era cambiar el
sistema electoral del país y en 1780, el comité electoral, se vio obligado a introducir el
sufragio universal y a establecer las garantías de su ejercicio.
Finalmente el gobierno se vio obligado a ceder ante las exigencias del movimiento
obrero.
CONCLUSIONES
Los progresos técnicos que introdujo la Revolución Industrial, en el siglo XIX
transformaron todos los aspectos relacionados con la vida europea. Surge así, una
nueva historia de la civilización occidental:
1) A nivel económico se imponen la industrialización y el capitalismo.
2) A nivel social predomina la burguesía y surge el proletariado.
3) Ideológicamente se consolida el liberalismo político bajo la forma
de monarquía constitucional. Prevalecen el racionalismo y el sentido crítico.
4) La industria se difunde por los demás países europeos y los Estados Unidos.
5) Surge en los países industrializados una inesperada explosión demográfica por
consiguiente, se adelantan estudios higiénicos y médicos. Además, el crecimiento de
la población benefició a la industria y favoreció la inmigración hacia otros países.
6) Inglaterra realizó notables progresos agrícolas; introdujo la siembra de plantas de
origen americano (maíz, papa), estableció las faenas agrícolas, aplicó abonos y
fertilizantes.
7) El comercio se intensificó, los países industrializados pudieron exportar sus
mercancías y adquirir materias primas, se incrementaron el comercio, las
comunicaciones y los transportes.
8) La revolución industrial provocó el progreso de la industria, la producción en serie,
la reducción de precios, la formación de dos clases sociales: la burguesía y la clase
obrera, el desempleo por la sustitución de los empleados por máquinas, el aumento de
la delincuencia, la explotación del proletariado y su consiguiente autonomía.
BIBLIOGRAFÍA
 La Revolución Industrial. M.I. Mijailov. Editorial Cometa de Papel. Bogotá,
Colombia, 1997.
 El Mundo Contemporáneo. Alvear Acevedo. Editorial Jus, págs 42 a 44.
 Historia del Mundo Contemporáneo. Fernández Gómez. Editorial Mc Graw Hill,
págs 20 a 31.
 www.cnice.mecd.es/recursos/bachillerato/historia/rev_industrial/index.htm
 www.monografias.com/trabajos12/revin/revin2/shtml Documento enviado por:
Miguel Garza: miguel_gc@hotmail.com

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