En esta corta catequesis se puede resaltar la primera característica de la
oración: la oración es un grito que surge del interior, del reconocernos personas necesitadas de la misericordia de Dios, de comprender que por nuestras fuerzas no podemos lograr nada, que necesitamos de Dios. Pero, ¿Cómo debe realizarse este grito? Bartimeo nos enseña cómo hacerlo: un corazón que desee recibir de Dios la gracia de la sanación física y espiritual, debe tener la humildad, la sencillez, la fe y la plena confianza en Aquél que todo lo puede, Aquél que es la Luz le da la luz al ciego, Aquél que es la Vida, le devuelve la dignidad de ser humano; Bartimeo nos enseña a ver las dificultades y las contrariedades de la vida con ojos de fe, tenía enfermos los ojos corporales, pero los ojos del alma estaban sanos y ha podido reconocer la presencia de Jesús, por eso solicita misericordia a Aquél que es Misericordioso. Sabe que, si Jesús pone Su mirada en él, verá su miseria, su necesidad, y se compadecerá, que no es sentir lástima, sino hacer propios los sufrimientos ajenos. Cuando el ser humano ve las dificultades con los ojos de Dios, todo se torna diferente, porque es de la plena confianza en Él y de la total dependencia de su amor que se logran los grandes milagros. La grandeza del hombre consiste en reconocerse pequeño, en reconocerse un “mendigo de Dios”.