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El bibliotecario como lector

“Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se
pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran”.
André Gide.

¿Desde Roma se llega a muchos caminos? o la biblioteca pública como escenario para la exploración
de la diversidad
Imagine la sala de espera de un aeropuerto en cualquier ciudad. Decenas de pasajeros esperan el lla-
mado a abordar un vuelo comercial mientras usan sus móviles, conversan o toman una pequeña sies-
ta. ¿A dónde irán?, ¿qué los motiva a viajar?, ¿qué sensación les provocará volar? Si indagamos con los
pasajeros encontraremos que no hay una sola respuesta y sí tantas motivaciones y sensaciones como
personas en el vuelo.
De manera similar sucede con nosotros, los lectores, y digo “nosotros” porque si están aquí, leyén-
dome en este momento, es porque la lectura irrevocable y afortunadamente se está cruzando en
sus caminos. Nosotros, los lectores, emprendemos viajes cada vez que damos vuelta a la página de
un libro. El motivo que nos acerca (o no) a leer es un factor que depende de muchas variables rela-
cionadas con preguntas como ¿queremos leer?, ¿lo necesitamos?, ¿podemos elegir qué leer?, ¿sabe-
mos que queremos?
Muchas veces en nuestra vida nos cruzamos con un mismo libro, pero, (y esto es muy importante)
aunque nosotros seamos nosotros, y el libro sea el mismo libro, el encuentro será distinto cada vez.
Es decir, nosotros cambiamos y así nuestra relación con el libro también cambia, pues a medida que
pasan los días las experiencias que vivimos y las relaciones que esta-
blecemos con nuestro entorno nos hacen diferentes. El lector, con sus
experiencias y asociaciones “aporta a la obra rasgos de personalidad,
recuerdos de acontecimientos pasados, necesidades y preocupaciones
actuales, un estado de ánimo específico del momento y una condición
física particular” (Rosenblatt, 2002, p.57). Ya lo decía el filósofo Heráclito
“Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el
que se baña”.
Ahora bien, ya ubicados en esta variante del camino pensemos en el cé-
lebre refrán que dice “Todos los caminos conducen a Roma”. Esta expre-
sión surge desde la referencia a una civilización que en su momento fue
el centro del mundo occidental y que además contó con una nutrida vía
de caminos de miles de kilómetros que comunicaban a la capital con sus
provincias. En la actualidad, este refrán se usa –entre otros- para referir a
un objetivo al que se puede llegar por múltiples caminos.
Entonces, si adaptamos esta frase a nuestro contexto, podemos pensar
en la Biblioteca como la capital y las provincias como los lectores. Así
las cosas, los caminos empedrados, que permiten el tránsito entre un
lugar a otro, serán los que nosotros mediadores llamaremos caminos
a la formación de lectores. Allí tendremos la oportunidad de elaborar
diferentes itinerarios de viaje. Y si se fijaron, dije “nosotros mediadores”
porque además de ser lectores es probable que estén acá porque tie-
nen la noble misión de contribuir desde donde están a la promoción de
lectura en sus comunidades.
Antes de seguir avanzando, quisiera hacernos algunas preguntas: ¿Cómo
fue que nosotros construimos nuestro propio camino lector? ¿Será
que otros tuvieron algo que ver? ¿De qué lecturas y de que libros está
construido este camino? Estas y otras tantas son preguntas relevantesv
que nos permitirán reconocer nuestra llegada a “Roma” y, desde ese
mismo camino, pensar en nuestra historia lectora. Nuestra historia lec-
tora esta descrita en ese camino forjado a base de experiencias, llenas
de lenguajes, de otros lectores, de espacios, en fin, recuerdos que hacen
parte de nosotros.
Detenerse, recordar, contar y reconocer esa historia lectora es base funda-
mental para mediadores y lectores en formación. La perspectiva de lo que
significa ser lector y la forma de avanzar en ese proceso depende de la
consciencia sobre el propio camino lector. En la medida en que recupere-
mos nuestra propia historia lectora nos reconoceremos mejor como per-
sonas, como lectores y como mediadores. Sólo de esta manera podemos
entender con más claridad nuestros gustos e intereses lectores y la forma
como podemos contagiar a otros. Reconocer la historia lectora individual
nos ayuda a encontrar la forma de avanzar en nuestra formación como
lectores y a construir de manera más consciente escenarios y acciones
que fomenten hábitos de lectura en los estudiantes y, en general, en la
comunidad… (Moreno, 2004)

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