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EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA

ARGENTINA, 1930-1945
Entre el derecho, la política y la ideología*

por JUAN FERNANDO SEGOVIA

R ESUMEN:
El Estado corporativo es parte importante de las ideas políticas y jurídicas ar-
gentinas que, durante la primera mitad del siglo XX, cultivaron ensayistas y teóricos,
políticos y juristas, principalmente vinculados al catolicismo y al nacionalismo, como
forma de organización política opuesta al liberalismo y a la democracia inorgánica.
Sin embargo, entre la teoría y la práctica, lo mismo que entre los escritos del período
y la historiografía posterior, hay una distancia tal que las ideas en torno al Estado
corporativo tienden a convertirse en un mito. Este trabajo pretende –después de
esclarecer el concepto mismo de corporativismo– indagar el alcance de los planes
corporativistas, su incidencia en proyectos constitucionales, tanto como su diversi-
dad. Igualmente trata de explicar el por qué de su fracaso ante el advenimiento del
peronismo.
PALABRAS CLAVE: Estado corporativo. Ideas políticas. Ideas jurídicas. Nacionalismo.
Catolicismo.

A BSTRACT:
During the first half of the XXth century, the concept of a Corporative State
was an important element of the Argentine political ideologies cultivated by writers,
theorists, politicians and jurists. They thus confronted liberalism and inorganic de-
mocracy as a form of political organization. Nevertheless, there is so much distance
between theory and practice, contemporary chronicles and latter historiography, that
the ideas supporting a Corporative State show their mythical aspects. This article
first intends to clarify the concept of Corporativism, so as to then examine the scope

* Trabajo realizado en el marco del proyecto “Juristas, Derecho y Sociedad en


la Argentina contemporánea. Ideas y mentalidades de los operadores jurídicos (1901-
1970)”, (Investigadores responsables: doctores Juan Fernando Segovia y Víctor Tau
Anzoátegui), ejecutado en el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho y
financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (PICT
2003 – Nº 16746).
Revista de Historia del Derecho, Núm. 34, 2006, pp. 269-355.
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of its planning, its incidence in Constitutional projects, its diversity, and its eventual
failure with the rise of Peronism.
K EYWORDS: Corporative State. Political ideology. Legal ideology. Nationalism. Ca-
tholicism.

Sumario:
I. INTRODUCCIÓN. II. ESO QUE LLAMAN CORPORATIVISMO. III. EL CORPORA-
TIVISMO DE LOS REVOLUCIONARIOS DEL 30. 1. Los propósitos del general
Uriburu. 2. Entre los dichos (del primo) y las manías (del amigo). 3.
Pecados de juventud. 4. Yerros de vejez. IV. ESPECULACIONES CATÓLICAS.
1. Vientos de doctrina. 2. Construcciones jurídico-políticas. V. NACIO-
NALISMO Y CORPORATIVISMO. 1. El corporativismo en el renacimiento
nacional. 2. El corporativismo de Ibarguren. 3. Del nacionalismo al
peronismo. VI. ESPECULACIONES LIBERALES. VII. LOS JURISTAS, PERÓN Y
EL CORPORATIVISMO. VIII. A PUNTACIONES FINALES.

I. INTRODUCCIÓN
“El siglo XX será el siglo del corporativismo,
así como el siglo XIX fue el del liberalismo…”
MIHAIL MANOILESCO, 1936.

En la historia política e institucional es un hecho aceptado que


el ascenso al poder del radicalismo en 1916 produjo una renovación
política que, sin tocar las bases jurídico-constitucionales del régimen
político imperante, le trastrocó de tal modo que la vieja república
conservadora cobró un color más democrático, aunque no completa-
mente tal. Se acepta también que, en un plano estrictamente político,
el desplazamiento de la vieja elite conservadora importó un grave
foco de conflicto para el nuevo orden, pues ese informe sector, como
clase gobernante de reserva, intentó generar las oportunidades para su
retorno al gobierno, bajo el imperio de la legitimidad constitucional o
por otros medios.
Por lo demás, es sabido que la Primera Guerra Mundial produjo
una enorme transformación en el escenario de las ideologías: el ascenso
de los nacionalismos, la instauración del comunismo, las reacciones
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antiliberales y antidemocráticas, el endurecimiento de éstas frente a sus


enemigos, la formación del fascismo y más tarde del nacionalsocialis-
mo, conforman el escenario en el cual viven las naciones europeas y
americanas en el período de entreguerras.
Si se observa ese panorama desde el ángulo constitucional, los
primeros cuarenta años del siglo veinte trajeron novedades1. En el viejo
continente los países empezaron a retocar los textos decimonónicos con
el propósito de fortalecer los estados, controlar mejor a los gobiernos,
abrir tímidamente nuevos cauces representativos, incorporar regula-
ciones económicas y sociales, y profundizar la secularización, lo que
también sucedió en América del Sur. El constitucionalismo fue, para
algunos, la piedra de toque de los cambios exigidos por los nuevos
tiempos. Incluso los soviéticos acudieron a la pantalla constitucional
para esconder sus metas antidemocráticas, totalitarias. Los fascistas y
los nazis no se preocuparon por disfraces: repudiando la farsa consti-
tucional, no dictaron textos constitucionales nuevos, valiéndose de los
establecidos en provecho de sus gobiernos.
Este trabajo se propone indagar una parte de este complejo pro-
ceso: la formación de las ideas corporativas y, específicamente, su for-
mulación en el ámbito jurídico-político y su proyección constitucional.
Esta finalidad principal se encuentra entrelazada, no obstante, a otra de
no menor importancia, cual es la clarificación conceptual de lo que es
el corporativismo. Sin embargo, esta cuestión teórica y terminológica,
que se impone en razón del uso y el abuso del concepto y del término a
lo largo de casi todo el siglo pasado, solamente puede ser abordada de
modo conciso, para esclarecer nuestro propio horizonte conceptual.
Las partes centrales del trabajo tomarán diferentes momentos po-
líticos y diversas expresiones ideológicas del mentado corporativismo,
elegidos según la importancia que la historiografía le ha concedido
y/o la trascendencia que tuvieron en su tiempo. A la exposición de los

1
Véase BORIS MIRKINE-GUETZEVITCH, Modernas tendencias del derecho consti-
tucional, Barcelona, Reus, 1934; y CARLOS OLLERO, El derecho constitucional de la
postguerra (Apuntes para su estudio), Barcelona, Bosch, 1949. También el artículo
de CHRISTOPH GUSY, “Las constituciones de entreguerras en Europa Central”, en
Fundamentos, Vol. 2 (2000), revista electrónica de la Universidad de Oviedo. En
constitucion.rediris.es/fundamentos/segundo/weimar.html
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contenidos teóricos y sus derivados políticos ha de seguirle la inter-


pretación del carácter corporativo o no de esos proyectos constitucio-
nales y esas ideas políticas, según el concepto que hemos de explicar
seguidamente.
La conclusión no ha sino de poner lo estudiado en resonancia
crítica con las deducciones hasta aquí aceptadas por la historiogra-
fía, bien para ratificarla aportando nuevas probanzas que la abonen,
bien corrigiéndola en aquellos aspectos que deba hacérselo. Como
en otros trabajos anteriores sobre el período, he tratado de dar a la
historia del derecho la enriquecedora perspectiva de la historia de las
ideas políticas, cuyo aporte a la comprensión de lo histórico-jurídico
se revela indispensable cuando se trata de historiar el derecho público
del siglo XX.

II. ESO QUE LLAMAN CORPORATIVISMO


“El corporativismo es el gobierno del
pueblo en sus concreciones sociales”.
RÓMULO A MADEO, 1936.

La historia argentina pareciera haberse escrito al compás de un


tango: cortes y quebradas dan forma a nuestro desarrollo nacional,
siguiendo una cadencia burlona que desafía cualquier interpretación
lineal, racionalista en suma. Estos casi dos siglos de vida independiente
compendian todo tipo de experiencias políticas e ideológicas, de modo
tal que indagar en un tema o un período históricos es casi siempre una
invitación a la sorpresa, pues lo que se descubre y aprehende pone en
tela de juicio las afirmaciones que dan por cancelada toda adquisición de
una nueva comprensión2. El derecho público argentino ha dado más de
una seña de ese desamparo o, si se quiere, de ese resquebrajamiento.
En este sentido, replantearse la trascendencia de los proyectos cor-
porativistas en la Argentina del siglo XX comporta no sólo un desafío

2
Tenía razón Julio Irazusta cuando afirmaba que la actitud del historiador no
debe centrarse tanto en la discusión erudita y documentada, cuanto en la adquisición
de un nuevo criterio histórico que, aplicado a la realidad política nacional, permita
extraer conclusiones de acción práctica.
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al saber establecido, sino asumir la dificultad que anida en la misma


definición del corporativismo. Lo cierto es que la historiografía vigente
no ha hecho este esfuerzo, tal vez por adherir a un paradigma ideoló-
gico que no requiere de mayores explicaciones (porque condena toda
idea corporativista con sólo mencionarla), tal vez por pereza intelectual
(pues no conviene andar caminos intrincados). Muy posiblemente, la
omisión se deba a ambas causas, escondiendo una ignorancia grosera
tras una cómoda concesión a las modas.
Entremos en materia. Las distintas propuestas corporativas o
de representación profesional, incluso las ideas de una democracia
funcional u orgánica en la Argentina, son efectivamente así, distintas.
Todas ellas tienen en común la representación de grupos sociales y
no de partidos políticos o únicamente de partidos políticos. Cada una,
a su vez, responde a la singular comprensión política y al panorama
ideológico de sus autores, cuando no a la estimación de lo políticamente
correcto según la época o el momento. En realidad, el espectáculo del
corporativismo o de la representación corporativa, es indistintamente
policromo y versátil, como ha sido el espectáculo de su supuesto ene-
migo: el constitucionalismo demoliberal.
Bien vale tener presente que el propio corporativismo es polifa-
cético, pues cuando se formó como doctrina política lo hizo con la
pretensión de encauzar fuerzas político-sociales hacia una tercera vía,
intermedia, entre el capitalismo y el socialismo. Hay en su origen una
clara preocupación económica, incluso social, pero en la medida que
se formula en diferentes realidades, a ese componente económico-so-
cial se añaden otras consideraciones locales, incluso ideológicas, que
acaban por dar al corporativismo esa nota heterogénea que le es propia.
Dentro de las teorías y experiencias corporativas –definidas de modo
general y sin otro aditamento– existe una amplia variedad de combi-
naciones3. A mi juicio, un buen criterio para comprender la riqueza
(o variedad) de contenido y los matices de las diferentes modalidades
corporativistas consiste en distinguir lo que es propiamente corporativo

3
Una exposición sucinta que permite ulteriores indagaciones se puede consultar
en SALVADOR M. DANA MONTAÑO, La participación política y sus garantías, Buenos
Aires, Zavalía, 1971, cap. XIII. También ÁNGEL LUIS SÁNCHEZ MARÍN, “Representa-
ción orgánica”, en Razón Española 112, (marzo 2002), Madrid, pp.133-153; y CARLOS
STRASSER, Para una teoría de la democracia posible. Primera parte: Idealizaciones y
teoría política, Buenos Aires, GEL, 1990, pp. 146-152.
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de lo que es estamental u orgánico. Ambas formas de representación


tienen un punto de partida común: rechazan el modelo representativo
de base individualista y proponen la representación y participación a
través de los grupos sociales. En principio, la representación estamental
u orgánica tiende a dar participación a los sectores sociales en razón de
sus posiciones o estatus, y no concede prioridad al papel o significado
económico de esa representación. La representación corporativa, en
cambio, da participación social y política atendiendo preeminente-
mente a las funciones económicas de los grupos4. Este primer criterio
distintivo es fundamental, especialmente dentro de las expresiones del
corporativismo en el siglo XX.
Pero hay más elementos diferenciadores. En la representación
estamental u orgánica se representa una posición de autoridad en la
sociedad; en la representación corporativa se traduce una profesión
u oficio. En la representación estamental u orgánica se supone una
jerarquía y una diversidad sociales en desiguales grados; en la repre-
sentación corporativa se refleja una sociedad dividida por las posiciones
económicas, de clase si se quiere, por las profesiones u oficios en la
línea de la producción o prestación de servicios, y, por ello, no refleja
autoridades sino dominio o poder económico o falta de él, que se trata
de conciliar o mitigar con la representación misma. Por eso es capital
en la representación estamental u orgánica el que ella se estructure en
base a la autonomía social de los grupos representados, a un escalo-
namiento de facultades (familia, municipio, entidades históricas, etc.),
según expresa Vallet de Goytisolo5; en la representación corporativa
no es indispensable reflejar esa autonomía, al contrario, ella gira sobre
relaciones de conflicto dependientes de contrapuestas posiciones en el
proceso económico.
En este sentido, la representación estamental u orgánica contiene
elementos jerárquicos y aristocráticos –lato sensu– que desaparecen en
la corporativa, pues ésta responde a un esquema básicamente burgués,

4
Atiende, dice López, al lugar o la función de los grupos en la estructura so-
cioeconómica. MARIO JUSTO LÓPEZ, Introducción a los estudios políticos, Buenos
Aires, Kapelusz, 1971, t. II, p. 392.
5
JUAN VALLET DE GOYTISOLO, Tres ensayos. Cuerpos intermedios. Representación
política. Principio de subsidiariedad, Madrid, Speiro, 1981, p. 12.
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moderno, de la sociedad. Se comprende mejor aquella primera mane-


ra de representación desde una perspectiva orgánica de la sociedad,
que es jerárquica, y se edifica sobre los sillares del hombre concreto,
según dice el tradicionalismo español6; en cambio, el corporativismo
se entiende desde una visión social formalmente igualitaria, surgida
del individualismo abstracto moderno, en la que las desigualdades se
producen como consecuencia del proceso productivo7. Mientras que
en la representación estamental se trata de reflejar una estratificación
social compleja y variada (territorial, de autoridad, funcional, etcétera),
en la corporativa se simplifica esa estratificación y se la reduce a su
polarización en términos económicos8.
Téngase en cuenta, además, que estas dos vertientes del corpora-
tivismo –el estrictamente tal y el estamental u orgánico– no siempre
dan lugar a sistemas de representación funcional incompatibles con
la democracia liberal de partidos. Una modalidad contemporánea de
la representación estamental suele estar en los fracasados intentos
de Consejos de Estado; al igual que una experiencia corporativa no
fascista, a medio camino, son los consejos económico-sociales hoy
generalizados.
Modernamente, la distinción apuntada no debe interpretarse que
establece una separación tajante; por el contrario, a lo largo de los si-
glos XIX y XX se observó la defensa de un orden corporativo –centrado
en las clases y los gremios– por quienes concebían una sociedad de
modo orgánico9. Lo que por cierto nos alerta sobre las imprecisiones
corrientes, debido a que muchas de las propuestas corporativas resultan

6
FRANCISCO ELÍAS DE TEJADA Y SPINOLA, R AFAEL GAMBRA CIUDAD y FRANCISCO PUY
MUÑOZ (ED.), ¿Qué es el carlismo?, Madrid, Escelicer, 1971, p. 115.
7
La distinción que he intentado, no es ociosa ni puro devaneo intelectual, pues
según VALLET DE GOYTISOLO, Tres ensayos… cit., p. 47, es abismal “la diferencia que
media entre un organismo moral que va desarrollándose sin pérdida de identidad de los
órganos integrantes, y los constituidos por varias sumas de individuos que plebiscita-
riamente se unifican o se desunifican, se federan o se desfederan”.
8
Por tal motivo es recusable el uso genérico de representación funcional para
unificar las variadas formas de representación no política (liberal-democrática-parti-
daria), siempre que lo funcional reenvíe a la categoría o profesión en sentido econó-
mico, como hace LÓPEZ, Introducción… cit., pp. 391-392.
9
En el estudio de VALLET DE GOYTISOLO, Tres ensayos… cit., pp. 14 y ss. menciona
los casos del francés Charles de Benoist y de los españoles Cambó y Prat de la Riba.
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de una combinación de elementos estamentales u orgánicos con otros


profesionales, económicos, estrictamente corporativos.
Las complicaciones aumentan cuando se trata de precisar las di-
versas corrientes políticas, ideológicas, que buscaron la solución a los
problemas de la sociedad individualista mediante la organización de los
cuerpos intermedios10. En una apretada síntesis, se podría decir que los
fundamentos son también diversos. En España se continuó –a través de
Vázquez de Mella y otros– la línea histórica del tradicionalismo, cono-
cida igualmente como foralismo o fuerismo; en Francia, se impuso la
corriente de la representación orgánica, especialmente por influencia de
Maurras, bajo el concepto de descentralización; en Italia, se recogió la
línea corporativa fascista, funcional, política y jurídicamente, al Esta-
do, tributaria del sindicalismo socialista (revolucionario o reformista),
con el objeto de regular la economía11; el catolicismo, luego de las dis-
cusiones sobre la cuestión social y los acuerdos posteriores reflejados,
por caso, en los códigos de Malinas, impulsó también una organización
profesional basada en asociaciones naturales o históricas, guiada por
el principio de subsidiariedad, como había formulado ya León XIII en
Rerum Novarum12; y, finalmente, no estuvo ausente cierto corporativis-
mo liberal, como el que expresara Salvador de Madariaga, orientado
hacia una organización económica de la sociedad, y que respondía a un
complejo entuerto ideológico acunado en el krausismo13.

10
Véase DANA MONTAÑO, La participación política… cit., pp. 94-119; y VALLET
DE GOYTISOLO, Tres ensayos… cit., pp. 16-22.
11
Los especialistas destacan que el corporativismo no es propiamente el rasgo
distintivo del fascismo, sino un sistema socio-político basado en la organización de
la economía dentro de categorías o sectores distintos, en los cuales se reconcilian,
supuestamente, los intereses de los trabajadores, los empresarios, el Estado y la nación
misma. ROGER GRIFFIN, The nature of fascism, London and New York, Routledge,
1996, p. 238.
12
Se ha visto en esta encíclica de León XIII, de 1891, un renacimiento del cor-
porativismo modelado sobre los gremios medievales, con el propósito de instituciona-
lizar la armonía entre las clases sociales y prevenir el antagonismo impulsado por el
marxismo y por la misma realidad de la sociedad capitalista. Véase ROGER EATWELL,
Fascism. A history, New York, Penguin Books, 1997, p. 33.
13
Véase, en general, GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA, Los teóricos izquierdistas
de la democracia orgánica, Barcelona, Plaza & Janes, 1985 (Madariaga es tratado
específicamente en pp. 89-95).
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En síntesis, podríamos decir que hay diferentes formas de corpora-


tivismo pululando en el espacio jurídico-político a comienzos del pasa-
do siglo. Y así como no es serio reducir las influencias intelectuales al
fascismo, tampoco lo es medir las propuestas con la misma vara, como
si todas ellas hubieran sido calcadas de un modelo único.
Ya hemos dicho que hay proyectos que más bien responden a una
concepción estamental u orgánica antes que corporativa. Ésta, específi-
camente, admite variadísimas formulaciones. Hubo un corporativismo
pleno o íntegro, en primer término, como proyecto sustitutivo del Esta-
do liberal y la representación individualista y partidocrática, que podía
inspirarse en el fascismo, el tradicionalismo español, el nacionalismo
francés o el catolicismo explicado por los pontífices y desarrollado
por los intelectuales14. Además, hubo un corporativismo parcial, que,
proveniente de influencias semejantes al anterior pero amortiguadas, lo
mismo que del reformismo liberal, podía pretender conciliar las institu-
ciones representativas fundadas en el sufragio y los partidos políticos
con otras de carácter económico-social y profesional15. Incluso, sobre
las mismas bases teóricas o ideológicas, podía sostenerse un pluralismo
social, una compleja y rica composición social, que debía ser respetada
sin necesidad de trasladarla al terreno político: una sociedad orgánica
que se bastaba a sí misma sin introducirse como tal en el ámbito repre-
sentativo partidario16. También, se podría considerar seudo corporativas
las ambiciones de una representación paralela a la parlamentaria, esta-
blecida en consejos económico-sociales, con competencias consultivas
y/o resolutivas17. Tendríamos así el cuadro de las principales variantes

14
Es el caso de un libro con algún predicamento en la Argentina, el del jesuita
JOAQUÍN A ZPIAZU, El estado corporativo, Pamplona, Ed. Navarra, 19383.
15
Por ejemplo, el ya referido Madariaga, cuyo libro tuvo influencia en nuestro
país. Véase SALVADOR MADARIAGA, Anarquía o jerarquía (1934), Madrid, Aguilar,
1970 3. Sobre la presencia de un corporativismo de corte krausista en la Argentina,
puede verse JOSÉ LUIS MARTÍNEZ PERONI, Krausismo y representación política. El
pensamiento constitucional argentino, Córdoba: Argentina, Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales, 2002, cap. 5. En todo caso, me reservo el juicio de esta
influencia que, en principio, estimo exagerada, si no deformada.
16
El escritor católico brasilero, conocido como TRISTÁN DE ATHAYDE, lo explica
en su libro Política, Buenos Aires, Difusión, 1942, pp. 68-70.
17
He tratado esta variante en JUAN FERNANDO SEGOVIA, “Los consejos econó-
mico-sociales en el derecho público provincial. ¿Un capítulo neocorporativista en
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del corporativismo político18: 1º, la versión orgánica social traducida


en representación estamental19; 2º, el Estado corporativo (corporati-
vismo íntegro); 3º, la representación parlamentaria corporativa junto
a la partidaria (cuasi corporativismo o democracia funcional)20; 4º, el
corporativismo societal pero no político; y 5º, el consejalismo (seudo
corporativismo)21. Incluso una sexta variante, que no fue teorizada en la
época, sino practicada como política estatal, conocida como neocorpo-
rativismo, debería completar el cuadro22. Las dos primeras formas son
inconciliables con la democracia liberal o inorgánica; una, por referirse

las provincias?”, en INSTITUTO A RGENTINO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Y POLÍTICOS,


Derecho Público Provincial y Municipal, Buenos Aires, La Ley, 20042, t. II, pp. 225-
252. La obra clásica, aún valiosa, es la de ENRIQUE HERRERA, Los Consejos económicos
y sociales, Buenos Aires, Eudeba, 1972.
18
Podría incluso sostenerse otra modalidad: la organización corporativa soviéti-
ca, elogiada por JOSÉ INGENIEROS, en un ensayo encomiástico: La democracia funcional
en Rusia (1920), que hemos consultado en www.educ.ar. Con lo que queda claro
otro punto: el socialismo no es ajeno al corporativismo, como ya lo había explicado
el sociólogo y socialista EMILE DURKHEIM en su libro La división social del trabajo,
prefacio a la reedición de 1902.
19
Sin embargo, la sociedad estamental ha desaparecido ya en el siglo XX. Por
eso, remedando esa estructura, algunas constituciones conjugan la representación de
las universidades con la de personas con conocimiento de los diversos campos de la
economía, la literatura y el arte, el mundo del trabajo, y la administración pública.
Así, el Senado de la Constitución de Irlanda de 1937, artículo 18.
20
Por caso, la composición de la Cámara de Diputados del Brasil, según el texto
de la Constitución de 1934, artículo 23, que combina la representación del pueblo con
la de los representantes de las organizaciones profesionales. También el Senado de
la Constitución de Ecuador de 1929, artículo 33, que lo integra con expresa mención
a la “representación funcional”. En la Constitución ecuatoriana de 1945, artículo 22,
la representación funcional se ha llevado a la Cámara de Diputados, compartiendo
escaños con la representación política. Similar solución se dio en la Constitución de la
Provincia argentina del Chaco, de 1951. Para ésta, véase CARLOS A. FERNÁNDEZ PARDO
y LEOPOLDO FRENKEL, Perón. La unidad nacional entre el conflicto y la reconstrucción
(1971-1974), Córdoba: Argentina, Ed. del Copista, 2004, pp. 548-549.
21
Un ejemplo, el Consejo de la Economía Nacional, establecido por el artículo
57 de la Constitución de Brasil de 1937.
22
Véase PHILIPPE C. SCHMITTER, “¿Continúa el siglo del corporativismo?”, en
PHILIPPE C. SCHMITTER y GERHARD LEMBRUCH (coord.), Neocorporativismo I. Más allá
del estado y el mercado, México, Alianza, 1992, pp. 15-66. El neocorporativismo
es un modelo de negociación colectiva entre los sindicatos obreros, las asociaciones
patronales o empresarias y el estado, por fuera de la representación parlamentaria.
El estilo neocorporativo está en la teoría y la práctica de la concertación del primer
gobierno de Perón. Véase JUAN FERNANDO SEGOVIA, La formación ideológica del
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a una sociedad jerárquica que la modernidad aplanó, acható; la otra, por


mentar una organización socio-económica sustitutiva de la representa-
ción política. Las otras tres modalidades, en cambio, son perfectamente
compatibles con las instituciones liberal-democráticas.

III. EL CORPORATIVISMO DE LOS REVOLUCIONARIOS DEL 30


“El plan reaccionario bosquejado por el
Gobierno Provisional en algunos discursos de
circunstancia, vino a desembocar en un ines-
perado programa de reformas constitucionales,
del más puro corte liberal novecentista ya que
exacerba aún más el individualismo jurídico y
político de nuestra carta”.
R AMÓN DOLL, 1932.

Se ha dicho que la revolución del 30 fue fascista, lo que explica no


sólo la abolición violenta del régimen constitucional, sino además su
pretensión de sustituirle por un proyecto de corte corporativo23. ¿Fue
así?

1. Los propósitos del general Uriburu


Ya durante los preparativos revolucionarios, el general José Félix
Uriburu y sus asesores dejaron en claro que perseguían el propósito

peronismo. Perón y la legitimidad política (1943-1955), Córdoba: Argentina, Ed. del


Copista, 2005, cap. XIII, XIV y XVII.
23
Tal estado de la cuestión está expuesto en CRISTIÁN BUCHRUCKER, Nacionalis-
mo y peronismo. La Argentina en la crisis ideológica mundial (1927-1955), Buenos
Aires, Sudamericana, 1987, pp. 45-100. Participan en general de esta interpretación
FEDERICO FINCHELSTEIN, Fascismo, liturgia e imaginario. El mito del general Uriburu
y la Argentina nacionalista, Buenos Aires, FCE, 2002; TULIO HALPERÍN DONGHI, La
república imposible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel, 2004; MARYSA NAVARRO GE-
RASSI, Los nacionalistas, Buenos Aires, Ed. Jorge Álvarez, 1968, pp. 37-80; A LAIN
ROUQUIÉ, Autoritarismos y democracia. Estudios de política argentina, Buenos Aires,
EDICIAL, 1994, pp. 84-91; DAVID ROCK, La Argentina autoritaria, Buenos Aires,
Ariel, 1993, pp. 73-135; y RONALD H. DOLKART, “The Right in the Década Infame,
1930-1943”, en SANDRA MCGUEE DEUTSCH y RONALD H. DOLKART (ED.), The Argentine
Right, Wilmington: DE., SR Books, 1993, pp. 65-74.
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de cambiar el orden institucional. A su primo Ibarguren, le dijo el jefe


revolucionario que buscaba reformar la constitución para acabar con
el desquicio producido por la demagogia24. Uriburu visitó antes de la
revolución a su amigo Lisandro de la Torre, y le invitó a tomar parte de
la intentona, aclarándole que se perseguía “reformar la Constitución,
reemplazar el Congreso por una entidad gremial y derogar la ley Sáenz
Peña”; testimonio válido a los fines de elucidar los propósitos revolu-
cionarios25. Juan P. Ramos, uno de los próximos al jefe revolucionario,
recordaría pocos años después del golpe, que el grupo conductor tenía
la idea decidida de cambiar el sistema democrático, suprimir el profe-
sionalismo político y modificar el régimen parlamentario, de acuerdo
a la ideología de la “democracia funcional”26.
Sin embargo, circunstancias de todos conocidas, pusieron a Uri-
buru en el compromiso de refrenar esa vocación reformista. Por eso
la proclama del jefe victorioso evita toda referencia a tan espinoso
tema27. El manifiesto revolucionario explica la revolución como un acto
patriótico de las Fuerzas Armadas en respuesta al clamor del pueblo
que había visto agotarse las esperanzas de una reacción salvadora que
sacaría al país del desquicio de los últimos años; la intervención mili-
tar se justificaba por sus fines, quería evitar el derrumbe definitivo de
la nación y liberarla del régimen ominoso representado por el partido

24
CARLOS IBARGUREN, La historia que he vivido, Buenos Aires, Peuser, 1955, p.
384.
25
LISANDRO DE LA TORRE, Obras de Lisandro de la Torre, t. I: Controversias
políticas, Buenos Aires, Hemisferio, 19522, pp. 223 y 227. Se trataba de implementar
una dictadura, habría confesado Uriburu a De la Torre. El presidente surgido del golpe
dijo en más de una ocasión que la revolución perseguía el cambio del sistema, expre-
sión que alude a los afanes reformistas. JOSÉ FÉLIX URIBURU, La palabra del General
Uriburu, Buenos Aires, Roldán Ed., 19332, passim.
26
Citado por CARLOS GUILLERMO FRONTERA, “La reforma constitucional como
objetivo de la revolución del 30”, en Revista de Historia del Derecho, 23 (1995),
Buenos Aires, pp. 98-99.
27
Una comparación del texto original, obra de Leopoldo Lugones, y el definiti-
vo, modificado por el Teniente Coronel Sarobe, se puede consultar en ENRIQUE DÍAZ
ARAUJO, 1930. Conspiración y Revolución, Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras de
la U.N. Cuyo, 1998, t. 1, pp. 245-254; y en CARLOS GUILLERMO FRONTERA, La revolución
del 6 de Septiembre de 1930, Publicaciones de la Cátedra de Historia Constitucional,
U.N. del Sur, 2000, pp. 23-27. Los cambios en el texto no son trascendentes, pues sólo
reforzaron el pronto retorno a la legalidad constitucional.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 281

radical y el presidente Yrigoyen. Las balas del general apuntaban direc-


tamente a la política y al gobierno yrigoyenistas y solamente rozaron
la corteza constitucional del problema. La revolución se hacía bajo
la invocación de la patria, la memoria de sus próceres y la bandera
nacional. Las tres cuartas partes del documento giran en torno a esta
dialéctica elemental: denigración del enemigo derrotado y exaltación
de las fuerzas victoriosas; nación desquiciada por un gobierno ominoso
y patria recuperada por fuerza de las armas; perversión de la política
profesional y grandeza espiritual de la política revolucionaria. A eso se
reduciría todo el programa y la razón de ser de la revolución, salvo por
un pequeño detalle: en sólo un párrafo, Uriburu introdujo subrepticia-
mente ciertas miras ulteriores de cambiar lo que andaba mal y torcer
así la legitimidad política imperante. Fue cuando se refirió a la disolu-
ción del Congreso, justificada por la acción de “una mayoría sumisa y
servil”, que le había esterilizado al punto de rebajar “la dignidad de la
elevada representación pública”28.
La inclusión de este concepto podía hacer pensar en un ambicioso
plan de reformas imaginadas desde el corporativismo. Sin embargo, no
debían alentarse falsas expectativas, pues ese modesto pasaje del ma-
nifiesto podía ser nada más que la indicación de uno de los males que
contribuía a extender la derogación de los poderes públicos nacionales
(y así no limitar la revolución a la sustitución del presidente). Como
para despejar toda duda sobre el respeto a la legitimidad constitucional
de los revolucionarios, Uriburu había expresado anteriormente que al
asumir el poder, las Fuerzas Armadas no aspiraban a retenerlo.

El Gobierno Provisional, inspirado en el bien público y evidenciando


los patrióticos sentimientos que lo animan, proclama su respeto a la
Constitución y a las leyes fundamentales vigentes y su anhelo de vol-
ver cuanto antes a la normalidad, ofreciendo a la opinión pública las
garantías absolutas, a fin de que a la brevedad posible, pueda la Nación,
en comicios libres, elegir sus nuevos y legítimos representantes29.

28
URIBURU, La palabra… cit., pp. 17-18.
29
Ídem, p. 17.
282 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

Está claro: es la proclama de un gobierno provisorio, esto es, pro-


visional, temporario y circunstancial, en ejercicio del poder por causas
excepcionales, pero incapaz de imponer un nuevo orden de cosas, de
implantar otra legitimidad. Uriburu se dice respetuoso de la constitu-
ción y no aventura siquiera una mínima transformación de su contenido
ni de las reglas de juego político30, pues admite que anhela que el pue-
blo soberano vuelva lo antes posible a gozar del sistema que la propia
revolución había invalidado: elegir representantes en comicios libres.
En realidad, esta es la desconcertante ambivalencia de la revolución del
30: ella parecía ser una mutación violenta del elenco gobernante y no
una revolución que estaba dando una estocada a fondo a la decrépita
constitución y la degenerada democracia apañada por las leyes electo-
rales. La revolución tiene todas las apariencias de un golpe de cuartel
contra el radicalismo antes que una revolución contra el sistema.
En efecto, al primer manifiesto le seguiría otro, del 1º de octubre
del mismo año, en el que el nuevo jefe de gobierno expresa su decisión
de salir al cruce de opiniones que distorsionaban las metas de la revo-
lución. Insiste Uriburu en que los fines de ésta no se encontraban en
proyectos que buscaban cambiar los valores electorales, la constitución
y las leyes; nada de eso, aunque algo de ello había.

Hemos asegurado solemnemente nuestro respeto por la Constitución


y por las leyes fundamentales vigentes, y no nos hemos de apartar de
ese principio. Pero ello no nos inhibe, no puede inhibirnos, de meditar
sobre los problemas institucionales de la hora y de la obligación de
entregar todo nuestro pensamiento a la Nación.
No consideramos perfectas ni intangibles ni la Constitución ni las le-
yes fundamentales vigentes, pero declaramos que ellas no pueden ser
reformadas sino por los medios que la misma Constitución señala31.

30
En el discurso de diciembre de 1930 en la Escuela Superior de Guerra, afirmó
que la constitución debía reformarse y que así lo había propuesto, pero que “ninguna
de las entidades políticas quiso ni oír hablar de una modificación posible a nuestra
Constitución y a nuestras leyes”. Ídem, p. 49.
31
Ídem, p. 23.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 283

El gobierno revolucionario se ha comprometido a restablecer la le-


galidad constitucional pero no encuentra motivo para silenciar sus ideas
sobre las modificaciones esenciales a que ésta debe someterse para
mejorar el juego institucional. Propuso Uriburu un ligero temario en
el que incluía la armonización del régimen tributario, la autonomía de
las provincias, el funcionamiento automático del Congreso, la indepen-
dencia del Poder Judicial y el perfeccionamiento del régimen electoral
para que contemple “las necesidades sociales, las fuerzas vivas de la
Nación”32. Sin embargo, esto no importaba cohonestar la importancia
que el presidente de facto daba a los partidos políticos: todo el mani-
fiesto gira en torno a la legitimidad de la opinión y la participación de
los partidos que colaboraron a derrocar al gobierno radical, al recono-
cimiento del derecho de aquéllos y de las mismas fuerzas radicales a
hacerse oír y a tomar parte en la contienda electoral venidera.
En realidad, antes que una proclama reformista, la de Uriburu fue
una convocatoria a formar un partido que aglutinara a los sectores con-
trarios a la UCR y partidarios de las ideas de la revolución. Al final del
manifiesto, el general declara que es “deber patriótico” que la opinión
independiente se inscriba en los partidos políticos, se agrupe alrededor
de éstos o forme “una nueva fuerza nacional”, para intervenir en las
elecciones de legisladores nacionales y formar parte del Congreso que
habría de tratar del proyecto de reforma constitucional. Palabras con
las que venía a ratificar la impresión de su anterior anuncio: al fin de
cuentas, la revolución, no pudiendo avanzar en el camino de las refor-
mas trascendentales, se contentaba con formar un partido antirradical33.

32
Agregaba a renglón seguido Uriburu: “Cuando los representantes del pueblo
dejen de ser meramente representantes de comités políticos y ocupen sus bancas
obreros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etc., la democracia habrá
llegado a ser entre nosotros algo más que una bella palabra”. Ídem, p. 24. Uriburu era
contradictorio, pues de inmediato ratificó que la reforma la haría el nuevo Congreso
en uso de las facultades del artículo 30 de la Constitución Nacional. Este Congreso
de representantes de la pura política partidista, era reconocido por Uriburu como
“el depositario de la soberanía nacional”. Ídem, ibídem. Por otro lado, el mensaje
es pulcro en el lenguaje, ya que el uso de determinadas palabras (“necesidades so-
ciales”, “meramente”, “democracia”) aleja la idea de que se trataba de una aventura
corporativista.
33
Lo admitirá cabalmente Carlos Ibarguren en el prólogo a la compilación de
discursos, proclamas, cartas y declaraciones de su primo presidente. Ídem, pp. 7-8.
284 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

En abono de esta interpretación, considérese que hasta el momento


nadie ha podido precisar concretamente qué corporativismo sostenía
el general. No se ha avanzado más allá de las generalidades de algunos
de sus discursos y proclamas. Y dudo que en el futuro pueda esclare-
cer el punto porque –me temo– Uriburu no tenía ideas precisas sobre
esta cuestión, ideas que fueran más allá de impresiones vagas sobre la
reforma política y electoral, que pudieron hacerle llegar sus asesores
(Ramos, Carulla) y, particularmente, su primo34.

2. Entre los dichos (del primo) y las manías (del amigo)


Quienes se engolfan con el corporativismo fascista del 30 suelen
deleitarse con el discurso de Carlos Ibarguren en Córdoba, al que atri-
buyen esas mentas precisas. Estos mismos suelen olvidarse del escrito
del amigo del general, el nacionalista Juan Carulla que podría forta-
lecer su sesgada interpretación, pero pocos le han recordado. Trataré
aquí de ellos.
Tal vez nadie mejor que Carlos Ibarguren para expresar las ideas
y las confusiones de la primera hora de la revolución. Ibarguren, por
entonces un nacionalista liberal, se convirtió en uno de los primeros
colaboradores de la revolución, y, acaecido el golpe, marchó a Córdoba
llevando bajo el brazo la designación de interventor nacional. A un
mes de hacerse del cargo, Ibarguren pronunció una sonada conferencia
en el teatro Rivera Indarte con el propósito de explicar los objetivos
y fines revolucionarios y un no menos explícito proselitismo. Elogió,
como era de esperar, la revolución, movimiento único en la historia

El estudio detenido del discurso político de Uriburu enseña que el presunto corpora-
tivismo era superado –como meta– por un declarado antirradicalismo, que, a medida
que avanzaban los acontecimientos, irá definiéndose más nítidamente contra el radi-
calismo personalista, el yrigoyenismo y sus supuestos herederos (entre ellos, Alvear).
Véase JUAN FERNANDO SEGOVIA, “La revolución del 30. Entre el corporativismo y la
partidocracia”, en Revista de Historia Argentina y Americana, Mendoza, Facultad de
Filosofía y Letras, U.N. Cuyo (en prensa).
34
FERNANDO DEVOTO, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina
moderna. Una historia, Buenos Aires, Siglo Veintiuno de Argentina Ed., 2002, pp.
252-257, explica las cavilaciones de Uriburu como producto tanto de su confusión
ideológica como de una estrategia política, que tenía dos cursos de acción según las cir-
cunstancias: un corporativismo moderado o el retorno a la legalidad constitucional.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 285

argentina, dijo, “por su magnitud, sus caracteres peculiares y por las


consecuencias que debe tener para la reorganización de la República”,
obra del pueblo y del ejército confundidos en una sola columna, del
“Ejército hecho pueblo y el pueblo hecho ejército”, estallido naciona-
lista, “explosión de nacionalismo”, que puso fin al “aciago régimen
radical personalista”35.
Así precisada la naturaleza de la revolución, cargó las tintas sobre
su enemigo, el radicalismo derrocado, “lo carcomido y lo enfermo”,
que había dejado un país hecho escombros; gobierno de frutos descom-
puestos y putrefactos, que, al primer sacudimiento de las ramas del
árbol, cayeron deshechos. El desquicio, la venalidad y la corrupción
de los gobiernos radicales se entendían en razón del predominio del
“jefe personalista del Partido”, del “caudillo” político devenido en “jefe
supremo” del régimen, de tal modo que esos catorce años marcaron
la hegemonía de “Yrigoyen y su banda”, expresión cabal del “radica-
lismo personalista”36. El desequilibrio que producía en la república el
régimen radical exigía una “reacción iracunda contra la demagogia”,
traducida en un anhelo de reformas institucionales, que transformaran
profundamente los procedimientos, los valores, las instituciones y las
costumbres públicas; reforma sustancial que comenzaba con la victoria
del gobierno revolucionario al impulsar “la necesaria limpieza de los
órganos infestados”, “la destrucción y derrocamiento de la banda rapaz
que explotaba el país”37.
Los argumentos de Ibarguren van hilvanando el plan reformista
en contrapunto con los defectos institucionales implantados por la
quincena de años de gobiernos radicales. Justificar los proyectos de la
revolución reclama, primeramente, desnudar la incorrección constitu-
cional y política que significó el radicalismo. Ibarguren cree que la rea-
lidad impone acabar con la corruptela radical que entrega las entidades
públicas y los órganos del Estado a manos de los comités partidarios;
para esto, únicamente cabe hacer lugar a un sistema que permita repre-

35
CARLOS IBARGUREN, “El significado y las proyecciones de la Revolución del 6
de septiembre” (1930), en La inquietud de esta hora y otros escritos, Buenos Aires,
Dictio, 1975, pp. 299 y 302.
36
Ídem, pp. 300, 301, 302, 309, passim.
37
Ídem, pp. 300-303.
286 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

sentar los verdaderos intereses sociales, desplazados de toda influencia


en el gobierno. El punto es clave: terminar con la partidocracia por un
régimen de representación de los intereses nacionales.
El punto capital de las reformas revolucionarias debía haber sido,
conforme a Ibarguren, el obtener que en el Estado actuasen “los repre-
sentantes genuinos de los verdaderos intereses sociales”, expulsando
de su seno a los “elementos parasitarios del profesionalismo electoral”,
a la “burocracia de comité” y al “funcionario caudillejo de parroquia”.
Recordó palabras similares del general Uriburu y admitió que habían
sido malinterpretadas, pero a su juicio no había en estas ideas inten-
ciones antidemocráticas ni deseos de suprimir el sufragio universal,
implantando una asamblea corporativa, compuesta sólo de delegados
gremiales, “o semejante al régimen fascista”. No, las reformas debían
entenderse dialécticamente, por lo que ellas negaban, por su contrapo-
sición al personalismo partidista radical. El país, asegura Ibarguren,
no quiere ni demagogia ni reformas fascistas; auscultando el sentir
nacional, la revolución propone la reforma auténticamente nacional,
“el concepto orgánico de la democracia y del sufragio universal”. La
reforma revolucionaria trata de compatibilizar la representación de
los partidos por el sufragio universal y la representación parcial de
intereses a través de los gremios “sólidamente estructurados”, dando
respuesta a la evolución social, que ya no se expresa a través del indi-
vidualismo democrático sino de estructuras colectivas que encarnan
intereses generales complejos, organizados en cuadros sociales38.
Pero la timidez embarga el proyecto. La indecisión responde al pro-
pio modelo corporativista, que no acaba de expresarse cabalmente. Si
lo que se quiere es alcanzar una democracia orgánica, Ibarguren debe
reconocer que hay otras alternativas; por ejemplo, si se considerara
–dice– que el país no está maduro para la representación parlamentaria
de los intereses sociales, podría darse cabida a delegados auténticos
de ellos en organismos intermedios de la administración (bancos ofi-
ciales, cajas de jubilaciones, ferrocarriles estatales, servicios públicos,
etcétera). Así, la fórmula corporativa se diluye en una representación
gremial ínfima, burocrática; o, lo que es aún menos corporativo, en

38
Ídem, pp. 309-310.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 287

una inserción de esas fuerzas sociales en los propios partidos. Porque


Ibarguren, siguiendo una propuesta de Rodolfo Rivarola, sugiere que
lo que en verdad debe transformarse es la organización de los partidos
políticos, para que recojan en su interior esas fuerzas y gremios socia-
les, formando “grandes agrupaciones cívicas y orgánicas sin caudillos
que las acaparen para explotación personal”39.
Las incertidumbres preñan las palabras de Ibarguren, no tan sólo
por precauciones retóricas. A la hora de indicar qué es una democracia
orgánica representativa de las fuerzas sociales, ofrece un abanico tan
amplio de opciones prácticas que aquélla se evapora entre un régimen
de partidos y un congreso parcialmente corporativo. Si todas estas
iniciativas tienen igual valor para él, no puede menos de remarcarse la
inocencia del teórico que, habiendo criticado el régimen de partidos,
confía igualmente en su transformación por la sola incorporación de
las fuerzas sociales en su organización interna. Y hay ingenuidad en la
concepción porque pareciera que mágicamente esa nueva estructura se
vuelve impermeable al caudillismo. En realidad, como para Uriburu, el
problema de la república, para Ibarguren, no estaba tanto en la ausencia
de representación corporativa como en la desvirtuación del sistema de
partidos.
Me parece que la cadena de argumentos reformistas de Ibarguren
adolece de este respeto conservado en el fondo de su corazón liberal.
En verdad, toda idea corporativa debe provenir de proyectos de reforma
constitucional, afirmó, y no de iniciativas revolucionarias. Porque, en
última instancia, el problema político –la representación corporati-
va– no es tal; es un problema sociológico, proveniente de una trans-
formación social que parece empujar el país hacia el socialismo, pero
que podrá ser detenida si aún quedan clases conservadoras dispuestas
a oponer una resistencia homogénea40. Ibarguren, más que insistir en
el corporativismo, procura reformar y mejorar el sistema de partidos,
dando peso decisivo al viejo conservadorismo, como reclutamiento de

39
Ídem, pp. 310-311.
40
Dos décadas antes, Ibarguren lo había dicho así. CARLOS IBARGUREN, “Dis-
curso pronunciado el 12 de agosto de 1912 en la colación de grados de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires”, en La inquietud de
esta hora… cit., pp. 296-298.
288 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

las clases patricias41. ¿No resulta extraño que la conferencia del Rivera
Indarte concluyera con una reflexión sobre el papel de los partidos po-
líticos? ¿Por qué los críticos no han reparado en ese abrupto final y sólo
han rescatado ese corporativismo lavado e impreciso, que se asemeja
más a una cogestión socializante que a una cámara de los fascios?
Cuando Ibarguren dice que la obra de la revolución debe consu-
marse a través de grandes partidos, no sólo pone límites al reformismo
revolucionario, sino que repite sus iniciales temores: el peligro está en
la hegemonía del radicalismo y en un sistema inorgánico de partidos
que privilegia el clientelismo electoral y el caudillismo en la jefatura.
Otra vez el infantilismo del teórico se aparece en la afirmación de que
esos partidos orgánicos deberán ser “grandes columnas cívicas que en
vez de seguir la acción personal de caudillos avancen, según las incli-
naciones ciudadanas, con las poderosas corrientes de sentimientos y
de ideas que agitan al mundo civilizado”42.
¿Y qué pensaba el amigo del presidente? Juan Carulla, que inter-
vino activamente en los preparativos revolucionarios y fue partícipe
del gobierno surgido de éste, escribió en 1931 un ensayo para elogiar
el valor ético del movimiento43. Es un escrito llano, rudimentario, que
combina las invectivas al radicalismo con loas al régimen nuevo. Bien
leído, se trata de un texto elemental, con fines panegíricos, que no
consigue proyectar las expectativas de la revolución más allá de vagas
definiciones e imprecisas propuestas. Por lo pronto, según Carulla, el
lector debía saber que el mérito principal de la revolución estaba en la
destrucción del radicalismo gobernante y su corrupta estela, para los
que no ahorra adjetivos ni juicios condenatorios44. Pero no bastaba con

41
No se debe olvidar que él fue uno de los fundadores de la Democracia Progre-
sista y su candidato a presidente en 1922.
42
IBARGUREN, “El significado y las proyecciones de la Revolución del 6 de sep-
tiembre” (1930), en La inquietud de esta hora… cit., p. 311.
43
Carulla estuvo entre los colaboradores de La Nueva República, se alejó de
ellos después de la revolución de septiembre y pasó a formar parte de diversos grupos
nacionalistas que intentaban preservar la memoria de Uriburu. Su nacionalismo se
alimenta del liberalismo, del criollismo romántico, del militarismo y de una admi-
ración por el fascismo italiano. Véase JUAN CARULLA, Genio de la Argentina, Buenos
Aires, Medina & Cía., 1943.
44
Ya desde el comienzo se nota este talante, cuando afirma que la revolución nos
haría “libres de la siniestra camarilla que rodeaba al infecto tirano de la Casa Rosada,
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 289

desalojar al gobierno radical: debían combatirse las causas que lo ha-


bían engendrado, los factores legales e institucionales que permitieron
la reelección de Yrigoyen45. La revolución debía hacerse de un progra-
ma para no terminar en pura intentona golpista; sin embargo, es aquí
donde la argumentación de Carulla comienza a tropezar y el escritor
a titubear46: ¿se trata de un cambio de legitimidad constitucional o de
alteraciones de forma que modifican la legitimidad política? ¿Aban-
donará la revolución los restos de la vieja república o la reformará,
aprovechando lo bueno que de ella aún queda? Carulla, ¿remedará
al precursor Ibarguren o proyectará reformas más graves con mayor
decisión?
En principio, el programa de la revolución se concentraba en tres
grandes tareas: modificar el sistema electoral, reforzar los poderes
del Estado para que no fueran presa de las oligarquías partidarias, y
reformar la constitución, introduciendo “nuevos principios ético-polí-
ticos, como ser la representación corporativa”47; todo, bajo el paraguas
protector del ejército, agente de la nacionalidad, custodio del orden que
ha contribuido a fundar en el principio de la organización social48. En
cuanto a la reforma electoral, Carulla atribuye a la ley Sáenz Peña los
mayores males que pesaban sobre la legitimidad política; sin embar-
go, no atina a discernir una reforma concreta sino que la deriva a la
introducción de mecanismos corporativistas49. Quedaba en pie, pues,
la reforma constitucional.

libres de la mazorca policial del Señor Santiago, del Klan y de la coima. [...] Al fin ter-
minaría la innoble payasada de los 100 genuflexos, y al fin las calles y los caminos de
la república serían limpiados de la canalla que los infestaba. Por fin el país volvería al
camino de grandezas señalado por la obra de los antepasados”. JUAN CARULLA, Valor
ético de la revolución del 6 de setiembre de 1930, Buenos Aires, s/e, 1931, p. 23.
45
Ídem, pp. 28, 38, 82, passim.
46
En buena medida, los altibajos del razonamiento de Carulla se deben al propio
desconcierto por la suerte de la revolución, pues, en lugar de la renovación del elenco
dirigente por una “juventud incontaminada y vigorosa”, se había brindado la ocasión
para que retornaran los agentes de la “política estomacal”. Ídem, pp. 70-71. La referen-
cia es al fracaso de las fuerzas revolucionarias en las elecciones de Buenos Aires.
47
Ídem, pp. 28-29.
48
Ídem, p. 36.
49
Ídem, pp. 41-65.
290 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

Para Carulla, debía desalojarse el mito de la constitución inalte-


rable, el fetiche que protegía intereses concretos, partidistas, antina-
cionales. Hacerlo permitiría recuperar nuestro ser nacional, rescatar el
espíritu argentino que había claudicado por la influencia de ideologías
ultrademocráticas y por la mala política del yrigoyenismo, embarcarnos
en una “restauración” que, por ser política, requería primero de una
restauración intelectual50. Esta restauración significaba, para Carulla,
la elaboración de un proyecto de reforma constitucional que acaba sin-
tetizándose en la introducción moderada del corporativismo.
El último capítulo del libro, denominado El Dilema, está planteado
como la alternativa nacional y constitucional, no tan sólo como la con-
tradicción de la revolución misma. Analizando los dichos de Carulla
se advierte que, en realidad, el dilema es el problema de la revolución
y del propio Carulla; que la búsqueda de una variante corporativista
nacional chocaba con la experiencia de la realidad y con el horizonte
mismo de lo posible, revolucionariamente hablando. En este sentido,
la referencia inmediata a la Legión Cívica es un síntoma del imposible
esfuerzo de plantear la cuestión en un plano aséptico, abstracto, teórico.
Así es como se introduce el corporativismo, de la mano de la Legión y
del Partido Nacional, ambas instituciones de aparente analogía fascista,
como representación de las fuerzas vivas en respuesta a la crisis par-
lamentaria mundial51. Analiza brevemente el mecanismo de represen-
tación del corporativismo italiano, pero lo rechaza por inconvenientes
prácticos y por no estar de acuerdo con la naturaleza de nuestro pueblo,
“nativamente reacio a toda calificación jerárquica”; entonces, el sistema
a adoptar debe estar de acuerdo con la índole simple de nuestra vida
económica.
Las alternativas de introducción del corporativismo que analiza
Carulla son las sugeridas por Rómulo Amadeo52: o bien se reforma el
Senado, agregando la representación de las fuerzas sociales y de los
intereses a la ya existente de las provincias y la capital; o bien se incor-
pora aquella representación sectorial en la Cámara de Diputados, re-
servando una cantidad del total de éstos a organizaciones profesionales

50
Ídem, p. 85, en especial referencia a la reforma universitaria.
51
Ídem, pp. 112-116.
52
Ídem, pp. 111-123. Sobre Amadeo trataré más adelante.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 291

reconocidas, que enviarían sus representantes mediante el sistema de


voto único, previa división del electorado en censos profesionales. Para
Carulla cualquiera de las opciones es tan buena como viable, porque
no sólo permiten introducir la representación orgánica de los intereses
sociales sino que, además, acaban con el sistema electoral vigente, dan-
do lugar a lo que llama “sufragio por clases”, que armoniza el interés
público con el privado y atenúa o suprime el interés partidario53.
Pero, a esta altura, Carulla sabe que la revolución ha fracasado en
el mismo instante de haberse producido; las causas de la derrota son
conocidas, pero éstas no pueden volverse en razones de una victoria
inexistente. El legado de la revolución del 30 fue la demostración de la
enorme fragilidad de la legitimidad política y constitucional, la exis-
tencia de un círculo intelectual, político y militar, hostil para con la de-
mocracia degenerada en demagogia. Ahora bien, es signo de debilidad
o, cuando menos, de escasa genialidad intelectual o teórica, sostener y
pretender que el cambio profundo de legitimidad se produciría con la
adopción de alguna forma de representación corporativa. No se trata
sólo de una receta que reduce absurdamente la compleja trama de la
realidad política a una cuestión de mecanismos de incorporación de
sectores profesionales, la mayoría de ellos aún no organizados; además,
por ser parcial, por no anular la representación político-partidaria, está
condenada al fracaso, a ser devorada por las oligarquías partidarias que
ese mínimo corporativismo pretendía atacar.

3. Pecados de juventud
La revolución del 30 contó, inicialmente, con el apoyo de variados
grupos que desde años antes conjugaban la crítica al radicalismo, las
propuestas de una revisión constitucional y de las leyes electorales,
la condena –en grados diversos– del demoliberalismo, y la necesidad
de revisión de las bases de nuestra nacionalidad, en la mayoría de los
casos bajo la influencia de nuevas corrientes de pensamiento político
que se imponían en Europa (especialmente el variopinto nacionalismo)
y el prestigio creciente del renovado catolicismo argentino. Uno de
esos grupos estaba formado por los jóvenes del periódico La Nueva

53
Ídem, pp. 122-123.
292 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

República, que tenía en Rodolfo Irazusta a una de sus más agudas e


ingeniosas plumas54.
Rodolfo Irazusta tenía una imprecisa valoración de la constitución
de 1853/60. Por lo pronto, escribió una extensa serie de artículos con el
propósito de demostrar que en su articulado no encontraba refugio la
democracia, motivo de alabanza constitucional antes que de censura55.
Durante la primera época de La Nueva República, bajo la segunda
presidencia de Yrigoyen, a Irazusta le parecía innecesario reformar la
constitución, pues entendía que podían realizarse los cambios necesa-
rios sin tocarla en su letra y espíritu, entendiendo que ella era “la única
esperanza del republicanismo ante la democracia invasora”56; esto es,
que la mentada reforma constitucional sería aprovechada por los parti-
dos políticos a favor de su espíritu democrático y antirrepublicano57.
Una vez sucedida la revolución, Irazusta cambia de postura, lo
cual es, en algún modo, entendible, pues ya no estaban los partidos
políticos que sacarían provecho propio de una reforma. En el suelto
del 13 de septiembre de 1930, Irazusta explica qué ha caducado con la
caída del radicalismo gobernante58. Para Irazusta la revolución, de un
plumazo, acababa con la legitimidad del régimen y de la constitución;
la deformación de aquél había acarreado la de ésta; caído el primero,
fenecía la segunda. La legitimidad naciente no volvería a ser imaginada
en torno a la misma constitución, a los partidos políticos, al sufragio
universal y la democracia. Lo que nacía era algo completamente nue-
vo. Empero, los hechos desmentirían las esperanzas revolucionarias.
Irazusta, observador perspicaz, rápidamente comprendió que la polí-
tica de Uriburu sepultaba toda posibilidad de un cambio de raíz, que

54
He intentado precisar el alcance de la participación intelectual del nacionalis-
mo republicano en la revolución del 30 en JUAN FERNANDO SEGOVIA, “El nacionalismo
republicano y la crisis institucional. De la revolución del ’30 al gobierno de Justo”,
en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Décimo Congreso Nacional y Regional de
Historia Argentina, Santa Rosa, 1999, 21 pp.
55
Fueron en total 14 artículos con ese título, La democracia no está en la Cons-
titución, aparecidos en La Nueva República, entre el 28 de marzo y el 11 de agosto de
1928. Véase RODOLFO IRAZUSTA, Escritos políticos completos, Independencia, Buenos
Aires, 1993, t. I, pp. 98-198.
56
Ídem, I, p. 91.
57
Ídem, I, p. 197.
58
Ídem, II, p. 11.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 293

reencauzara a la república por la recta senda. De golpe, todo pareciera


haberse invertido: a un año de gobierno de la revolución, el elenco
gobernante representaba a la oligarquía y estaba anclado en el espíritu
liberal de la constitución; los radicales triunfantes en Buenos Aires
encarnaban “el espíritu clásico del pueblo argentino”, intemperante
para con las leyes extranjeras, “y especialmente la más extranjera de
todas: la Constitución”59.
La Nueva República había dejado de salir a fines de marzo de
1931 y recién a comienzos de octubre volvió a publicarse. No pudieron
opinar, entonces, sobre el resultado electoral porteño del mes de abril,
ni sobre el manifiesto del gobierno provisional del mes de junio, que
encaraba las reformas constitucionales. Pero antes de suspender su
aparición, en enero de ese año, en un artículo que criticaba algunas
ideas reformadoras que ya eran públicas, Irazusta había escrito que, por
amistad con el gobierno, no debía esperarse que hiciera concesiones en
cuanto a la reforma de la constitución60. Había aprovechado también
Irazusta para hacerle saber su posición sobre el corporativismo: con
todo y reconocer que era conveniente, lo imperioso estaba en resolver
primero el problema del Estado, nada menos que la “provisión del
poder soberano”, en obvia alusión a las dificultades que enfrentaba un
gobierno provisorio que abandonaba la revolución a su suerte61.
En marzo de 1931, Rodolfo Irazusta y el elenco del periódico ha-
bían roto relaciones con el gobierno. Uno de los motivos fue esa percep-
ción de que la revolución tomaba rumbo inequívoco a la restauración
de lo que no debía restaurarse, infiltrada por la vieja clase política oli-
gárquica. Otro factor, no menos importante, fue el rechazo del general
Uriburu a un proyecto de organización provisional del gobierno de la
municipalidad de Buenos Aires, que Rodolfo Irazusta había depositado
en sus manos el 16 de febrero de 1931, y que el presidente descartó de
plano por consejo de su asesor Juan P. Ramos, aparentemente por su
forma corporativa62.

59
Ídem, II, p. 238.
60
Ídem, II, pp. 119-121.
61
Ídem, II, p. 70.
62
Los detalles de las reuniones y el proyecto, en JULIO IRAZUSTA, El pensamiento
político nacionalista, t. II: La revolución de 1930, Obligado, Buenos Aires 1975, pp.
148-152.
294 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

En reacción al desprecio oficial, el 7 de marzo publicaron en el


periódico un extenso manifiesto sobre la formación de los poderes
públicos, en el que las ideas corporativistas cobran nuevo impulso,
como ensayo de la organización de un gobierno sin recurrir al sufragio
universal, sin elecciones, partidos ni comités63. Más atrevido que los
proyectos de Carulla e Ibarguren, esboza una nueva constitución en
la parte orgánica, en la que el voto se restringe al ámbito municipal
–aunque admite que pueda aplicarse en las provincias también–, pues
extendido a otros niveles reaparecerían todos sus efectos nocivos y,
entre éstos, los partidos políticos. El problema central que debía es-
clarecerse era quién debía proveer los cargos y a quién correspondía
controlar los poderes estatales. Las clases productoras, que en el país
no han tenido ninguna influencia, afirman los republicanos, deben
controlar los poderes públicos; a las clases ciudadanas, a la ciudad
administrativa, debe concederse la provisión de los cargos auxiliares
del Estado. De esta manera, el Estado estaría doblemente controlado:
por el Estado mismo, a través de las personas representativas del orden
social, y por las representaciones corporativas de la producción; las
primeras conforman el poder político, las segundas la representación
popular fiscalizadora.
El poder político se integraría en el Senado, con la función de
elegir al Presidente y dictar la legislación. Estaría conformado por dos
senadores por provincia; dos por la capital; cinco tenientes generales;
dos almirantes; un senador por distrito universitario; dos arzobispos; el
presidente de la Suprema Corte; el presidente del tribunal de cuentas;
el director de navegación; el director de ferrocarriles; los ex presiden-
tes de la república; y un representante por cada una de las academias
nacionales. La representación popular o de las corporaciones produc-
toras tendría su asiento en la Cámara de Diputados, tomando como
base no el número de población sino la estadística de la producción. Se
distinguía la representación agraria de la industrial y se establecía que
los instrumentos de representación (que harían las veces de colegios
electorales) serían las mismas asociaciones productoras existentes (so-
ciedades rurales, cooperativas, agrupaciones industriales, sindicatos
obreros, gremios de artesanos, etcétera). Si bien el proyecto prosigue

63
RODOLFO IRAZUSTA, Escritos políticos completos, cit., II, pp. 135-147.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 295

con planes de organización provincial y municipal, lo dicho es suficien-


te para comprender la audacia de la propuesta, que la convierte en la
más radical del período.
A esta altura de la revolución, cualquier plan de modificar seria-
mente la constitución o cambiar las reglas de juego, era estéril. Tal vez
por eso la respuesta de los nacionalistas republicanos haya sido tan
arriesgada como exótica. Se sabía de antemano que caería en el vacío,
pero era una oferta verdaderamente revolucionaria frente a las tímidas
proposiciones oficiales. El proyecto de La Nueva República es intrínse-
camente revolucionario en tanto ataca la legitimidad constitucional y en-
cara una nueva legitimidad política. No se trata de meras reformas, sino
de un cambio sustancial que tiene por base la caducidad de la constitu-
ción liberal y de la democracia partidista; por eso se limita el sufragio
a órdenes territoriales inferiores al nacional y se pergeña un complejo
mecanismo de designación y composición de los poderes públicos64.
No menos importante, a mi modo de ver, es que el proyecto enlaza
–algo confusamente– la reforma constitucional y política a un planteo
económico nacionalista, que trata de privilegiar a las clases producto-
ras. Como las tentativas oficialistas –de Ibarguren, Carulla o el propio
Uriburu–, este proyecto pecaba de crédulo, incauto, pues, prendado de
un modelo corporativo que nos era extraño, cegado por la idea de la
nocividad del sufragio universal, olvidaba que la reforma corporativa,
que pretendía asegurar las fuentes nacionales de la riqueza económica,
en realidad acababa por garantizar el control político de la economía
nacional a los capitales extranjeros, como reconocería Julio Irazusta
años después65.

4. Yerros de vejez
En este mar agitado de la política revolucionaria, el 18 de junio
de 1931 el general Uriburu dio a conocer el manifiesto de reforma

64
En este sentido, las ideas expuestas resultan de una combinación de elementos
estamentales asentados en el Senado con otros corporativos profesionales, radicados
en Diputados. La elección indirecta del Presidente, por los senadores, escapa a los
moldes corporativos que divulgaran regímenes fascistas o autoritarios.
65
Véase en detalle la revisión de las posiciones originales, en SEGOVIA, “El na-
cionalismo republicano…” cit., pp. 9-13.
296 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

constitucional66, nueve meses después de haber anunciado tímidamente


sus ideales reformistas. Para esta época, el Ministro Matías Sánchez
Sorondo había negociado con las fuerzas políticas quién reformaría la
constitución y qué alcance tendría esa reforma. Las bases establecidas
reconocían que la necesidad de la modificación debía ser declarada
por el Congreso y que se sujetaría a fortalecer la autonomía provincial,
armonizar el sistema tributario federal, establecer el funcionamiento
autónomo del Congreso y asegurar la independencia de la judicatura67.
Este fue el famoso programa mínimo, del que se había descartado la
reforma del artículo 37 de la constitución sobre composición de la
Cámara de Diputados, debido al temor de la Federación Democrática
–los partidos opositores a la revolución coaligados– de que se introdu-
jera por esta vía la representación corporativa68. En consonancia con
el programa mínimo, el manifiesto de junio invocaba la preocupación
por atacar los defectos capitales del sistema político argentino, que
cifraba en el personalismo, el centralismo y la oligarquía mudada en
demagogia69.
A la vista de las metas propuestas originariamente por los revo-
lucionarios, la reforma no producía alteración alguna en las reglas de
la legitimidad política y los cambios de la legalidad constitucional no
eran de gravitación70. El manifiesto revolucionario y su proyecto son
otro canto de cisne: la revolución, agotada por su impotencia y frag-
mentada por divisiones que la devoran, quiere legar al país sus anhelos
de mejora institucional. Esto es, no ha buscado abolir la democracia
ni perfeccionar la república; más bien, quiere dotar a la constitución
liberal de nuevos instrumentos para que prolongue su inexistencia.

66
URIBURU, La palabra… cit., pp. 95-100.
67
El programa de reformas estaba en un todo de acuerdo con el anunciado por
Uriburu el 1º de Octubre de 1930, salvo por la exclusión de la reforma electoral.
68
Todo esto lo explica IBARGUREN, La historia que he vivido cit., pp. 403-404.
69
Sobre el proyecto, su contenido y ulterior fortuna, véase el erudito estudio de
FRONTERA, “La reforma constitucional como objetivo de la revolución del 30” cit.
70
A juicio de FINCHELSTEIN, Fascismo, liturgia e imaginario… cit., p. 110, es un
“proyecto pseudofascista”; y según HALPERIN DONGHI, La república imposible cit., p.
27, es una “reforma autoritaria y corporativa”. Contrastando el texto con estos dichos,
incluso considerando el ambiente intelectual y político de la época, no creo equivocar-
me si afirmo que ambos historiadores hacen ideología antes de historia.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 297

Si la propuesta de cambio del régimen representativo partidario


por otro corporativo o mixto, había fracasado, mayor sorpresa daría
el gobierno revolucionario al institucionalizar el juego de partidos po-
líticos. Este elemento de juicio, rara vez recordado por historiadores,
juristas y estudiosos, es fundamental, porque anticipa lo que luego se
ha conocido como partidocracia o Estado de partidos. Hasta entonces,
quienes se habían dedicado a estudiar el régimen político –anterior o
posterior a la ley Sáenz Peña– habían acusado la inconsistencia de los
partidos argentinos, su carácter personalista y su actuación perjudicial
para con la democracia. Rara vez se había tratado de regularlos legis-
lativamente71.
Por esas paradojas de la historia, el gobierno que había iniciado la
revolución contra los partidos, acabó dándoles un estatuto especial y
reconociéndoles una personería jurídica de la que hasta entonces care-
cían. El gobierno que en junio de 1931 había calificado a los políticos
profesionales de ser el falso remedo de la oligarquía culta del siglo
XIX, pues habían devenido en “turba famélica, ignorante y grosera”72;
ese mismo gobierno, dos meses después dictaba el decreto de recono-
cimiento de personería a los partidos políticos73, bajo la invocación de
“los ideales de la revolución”. Esos ideales exigían alcanzar la auténtica
expresión de la voluntad popular, accionando contra la actividad “di-
solvente de camarillas oligárquicas o demagógicas”, finalidad que se
obtendría con el “funcionamiento orgánico de los partidos políticos”,
eliminando las corruptelas que vician la soberanía popular.

71
Antes del decreto de Uriburu se habían presentado sólo dos iniciativas en el
Congreso: en 1925, del diputado José Antonio Amuchástegui; y en 1927, del P.E. (a la
sazón, Marcelo T. de Alvear), que es el antecedente directo del decreto del 4 de agosto
de 1931, que lo reitera en varias disposiciones. Véase ANTONIO CASTAGNO, Los partidos
políticos argentinos, Buenos Aires, Depalma, 1959, pp. 48-52. Empero, nada era más
extraño que la ley pudiera parir partidos políticos: “¡Partidos orgánicos creados por
una ley electoral!”, reía sardónicamente MATÍAS G. SÁNCHEZ SORONDO, Historia de seis
años, Buenos Aires, Agencia General de Librería, c. 1923, p. XXV.
72
Son las expresiones del manifiesto de la revolución sobre la reforma constitu-
cional; Uriburu, La palabra… cit., pp. 97-98.
73
Decreto del 4 de agosto de 1931, publicado en el Boletín Oficial del 7 de agosto
del mismo año, en R EPÚBLICA ARGENTINA. CÁMARA DE DIPUTADOS DE LA NACIÓN, Parti-
dos políticos. Antecedentes legislativos, Buenos Aires 1961, pp. 9-14.
298 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

El decreto cree poder cambiar legislativamente –por obra y gracia


de la voluntad– la naturaleza de los partidos políticos, haciéndolos
orgánicos, esto es: no personalistas, representativos de grandes co-
rrientes de opinión encarnadas en ellos mismos, como fuerzas, y no en
personas. La norma es de singular trascendencia. Por primera vez en
la historia argentina se da un estatuto jurídico específico a los partidos,
se establece que ellos se regirán por el método de la afiliación, y se
intenta regular el régimen económico partidario. Además, tácitamente,
se les acordaba el privilegio de promover candidaturas, paso inicial al
posterior monopolio de la representación política.
Este desenlace de la revolución prueba que todo coqueteo con
ideas corporativas fue, en definitiva, un instrumento para desacreditar
al radicalismo y alejarlo del poder; y que si en algún momento aquella
iniciativa fue seria, acabó diluyéndose entre los obstáculos y las urgen-
cias políticos. El definitivo giro de las aspiraciones revolucionarias que-
da documentado en el discurso de Uriburu ante las Fuerzas Armadas
del 7 de julio de 1931. Luego de reiterar la retórica revolucionaria anti-
sistema, reconoció haber invitado a los partidos a que se organizaran,
sin que lo hubieran hecho: sin haber acreditado personería auténtica,
esas agrupaciones continuaban siendo conciliábulos de ambiciosos, sin
plataformas claras, “vacías de ideas y de programas”. El gobierno de los
partidos era “una ficción”, dominados por la oligarquía o la demagogia,
que hace de los afiliados unos extraños, ajenos a su destino.

Y la gran masa de los ciudadanos se ve obligada a votar en los comi-


cios los candidatos que los grupos oligárquicos dominantes o las fe-
deraciones de caudillos acuerdan en conciliábulos, que hacen ratificar
en las convenciones. Esos candidatos, en la mayoría de los casos, no
representan en realidad intereses o valores sociales, y son, por lo ge-
neral, la expresión de la simpatía personal, de las ambiciones o de las
maniobras del reducido grupo dirigente o de los caudillos del distrito.
En esa forma el pueblo resulta representado, o mejor dicho, forzado a
votar por mandatarios que no consultan sus intereses, y hasta que son
contrarios a ellos74.

74
URIBURU, La palabra… cit., pp. 112-117. Anteriormente, en una carta al diri-
gente radical Laurencena le había hecho saber que esa desorganización partidaria, la
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 299

Cuando la revolución cumplía su primer año, su jefe argüía que,


para complementar el plan de reforma constitucional, era necesidad
reconstruir la institucionalidad argentina mediante “grandes fuerzas
cívicas que interpreten y encaucen a la opinión pública”; es decir, la
formación de “partidos orgánicos”, que realicen la democracia y eviten
la vuelta de la demagogia, “fuerzas homogéneas”, que poseyeran “un
programa de acción concreto”, que tuviesen “candidatos que sean una
garantía de orden, de paz y de progreso” 75. Todas las medidas que había
dispuesto en los últimos meses se encaminaban a ello: el decreto del
8 de mayo sobre reorganización de los partidos, el del 24 de julio que
vetaba a los candidatos radicales, y el del 4 de agosto, de formación y
funcionamiento de los partidos políticos.
En fin, el espíritu “esencialmente constructivo y renovador” de la
revolución, como se dice en el Último Manifiesto del 20 de febrero de
1932, se traduce en la aspiración a organizar los gremios y las profesio-
nes, “y la modificación de la estructura actual de los partidos políticos
para que los intereses sociales tengan una representación auténtica y
directa”; estas reformas, sumadas a la abolición del voto secreto y la
instauración de un sistema de representación parlamentaria mixto,
popular y gremial, consumen y consuman la tarea revolucionaria.
Con Justo vencedor en las elecciones, ya no caben más escarnios a los
partidos, porque ahora sí hay, “afortunadamente –afirma Uriburu–,
agrupaciones y hombres capaces de evolucionar y renovarse aceptando
nuevos sistemas y nuevas ideas”76.

IV. ESPECULACIONES CATÓLICAS

Que el catolicismo proclamaba las bondades del corporativismo, es


moneda corriente entre quienes indagan las ideas político-jurídicas de
las primeras décadas del siglo anterior. En línea con la prédica de León
XIII, que en Rerum Novarum (1891) había proclamado las bondades
del asociacionismo obrero católico y el beneficio de una organización

inorganicidad de los partidos, era el principal obstáculo de la convocatoria a eleccio-


nes presidenciales (ídem, p. 107).
75
Ídem, pp. 145-148.
76
Ídem, pp. 162-170.
300 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

social (no política) de raíz gremial, Pío XI renovó la apuesta en Qua-


dragesimo Anno (1931), sosteniendo que una justa vida económica era
inescindible de un recto orden social, el que necesariamente debía apo-
yarse en las asociaciones, gremios y sindicatos obreros, patronales y de
otro tipo. Era claro en ambos mensajes no sólo la evocación de la edad
media, sino, antes bien, el énfasis pontificio en un modo de ordenación
socio-económica despreciado por el individualismo liberal tanto como
por el sindicalismo revolucionario socialista77.
Como era de esperar, el renacimiento católico en la Argentina
significó un fortalecimiento de la tesis corporativista, pero con diverso
contenido en cuanto a su expresión; esto es, hubo quienes buscaron en
el corporativismo una solución política, también los que procuraron
una organización corporativa con fines económicos y sociales, incluso
quienes mentaron ambas posiciones como necesariamente complemen-
tarias. Para esclarecer estas posiciones, conviene diferenciarlas con-
forme otro eje, el jurídico, de modo de percibir cuáles eran puramente
doctrinarias y cuáles procuraban una renovación de nuestro régimen
constitucional78.

1. Vientos de doctrina
A la hora de revisar las propuestas de un corporativismo esgrimido
en el plano de la doctrina católica, un índice de su masiva adhesión
puede hallarse revisando el índice de la revista Criterio, incluso del
diario El Pueblo, ambas publicaciones confesionales. En los dos casos
(menos en el segundo que en la primera), se advierte una fuerte pre-

77
De donde la afirmación de que ese corporativismo mítico medieval era un
reflejo ideológico antiliberal, como dice Zanatta, es, cuando menos, parcial y, cuando
más, producto de su incomprensión del catolicismo político y de su estrecho horizonte
histórico. Véase LORIS ZANATTA, Perón y el mito de la nación católica, Buenos Aires,
Sudamericana, 1999, p. 214.
78
Lo que aquí digo prueba, contra la historiografía de moda, que es erróneo
sostener que “los proyectos de construcción de un sistema corporativo nunca fueron
formalizados seriamente”, que eran “nostálgicas evocaciones del pasado”, si no copia
del modelo salzarista, como dice Zanatta. Véase LORIS ZANATTA, Del Estado liberal a
la nación católica, Buenos Aires, U.N de Quilmes, 1996, p. 380. A este autor, como
a la mayoría que trata de estos temas, se le puede imputar una insuficiente consulta
de fuentes.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 301

sencia de los trabajos teóricos sobre la organización corporativa, ya


política, ya económica, como la propuesta específicamente católica a
los males políticos y/o económico-sociales del siglo, alternativa al capi-
talismo liberal y al colectivismo socialista79. La prensa católica acogía
escritores argentinos y extranjeros que esclarecían aspectos teóricos,
momentos institucionales y resortes organizativos de las diferentes
variantes corporativas.
Por caso, dentro de los más destacados o reconocidos, el católico
italiano y economista fascista, Gino Arias escribió en el suplemento
doctrinario de El Pueblo; y el sacerdote español Aspiazu, Dom Luigi
Sturzo y el benemérito padre Brucculeri, de la Civilitá Cattólica roma-
na, lo hicieron en Criterio. En las páginas de ésta Lamberto Lattanzi
aplaudía el nuevo orden socio-político del Portugal de Oliveira Salazar
y Huberto María Ennis elogiaba la constitución corporativa irlandesa
de 1937; Monseñor Gustavo Franceschi se despachaba con gran canti-
dad de artículos y reflexiones sobre la democracia y los cambios ope-
rados en la representación y la sociedad, alabando en algún momento
la obra constructiva de Mussolini, más allá de sus defectos; y también
escribían sobre aspectos del corporativismo, entre otros, los jesuitas
Miguel Bullrich y Luis Chagnon, y el directivo de la Acción Católica
Argentina, Francisco Valsecchi.
Precisamente Valsecchi fue autor de un compendio de doctrina
social católica en el que sostiene la necesidad de la organización cor-
porativa como remedio a los problemas sociales y económicos, en el
que las organizaciones profesionales son presentadas como los agentes
naturales de la restauración del orden social cristiano80. Incluso, como
he dicho en otra ocasión, el reconocimiento de una sociedad formada
por una pluralidad de cuerpos intermedios, de existencia indispensable

79
En contra de estas publicaciones, Orden Cristiano, que respondía a tendencias
liberales y democráticas –en todo caso, no opuestas al orden constitucional– recha-
zaba el corporativismo. Para la división de los católicos por entonces, véase SUSANA
BIANCHI, Catolicismo y peronismo, Buenos Aires, Trama Editorial/Prometeo libros/
Instituto de Estudios Histórico-Social, 2001, cap. II, que marca las diferencias, pero
no las aprecia en su justa dimensión.
80
FRANCISCO VALSECCHI, Silabario social. Principios fundamentales de doctrina
social católica, Buenos Aires, Publicación de la Junta Central de la Acción Católica
Argentina, 1939, t. II, cap. F.
302 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

todos y cada uno de ellos, no se traducía necesaria e inmediatamente


en un corporativismo político o una representación de intereses. Podía
válidamente argumentarse a favor de una organización social corpora-
tiva, que por su vigor influyera en las instituciones económicas y políti-
cas, pero no en un corporativismo integral o un seudo corporativismo.
Es el caso de Pablo Ramella81 y de muchos otros82 que, continuando
las directivas trazadas por los católicos reunidos en Malinas, entendían
al corporativismo como forma de organización profesional (socio-
económica) compatible con cualquiera forma de gobierno legítima que
se inspirase en la justicia social y el respeto de las jerarquías sociales,
conforme al principio de subsidiariedad83.
En cambio, por ese mismo entonces, otro católico, Alberto Ezcurra
Medrano, auspiciaba un estado nuevo, nacionalista y católico, organi-
zado corporativamente, inspirado en la experiencia fascista italiana;
aunque cómo sería esa organización quedaba en el misterio84. En este
terreno, es indispensable referirse al más importante teórico católico,
reputado teólogo y maestro de muchos de estos hombres que pasaron
por los Cursos de Cultura Católica, el padre Julio Meinvielle85.

81
He estudiado su posición en JUAN FERNANDO SEGOVIA, “Peronismo, Estado y
reforma constitucional: Ernesto Palacio, Pablo Ramella y Arturo Sampay”, en Revista
de Historia del Derecho, 32 (2004), Buenos Aires, pp. 347-441.
82
Por caso, MARTÍN ABERG COBO, Reforma electoral y sufragio familiar, Buenos
Aires, Kraft, 1944; J. A LFREDO VILLEGAS OROMÍ, Directivas sociales a la luz de las
encíclicas, Buenos Aires, Ed. Tor, 1937, pp. 274-283.
83
UNIÓN INTERNACIONAL DE ESTUDIOS SOCIALES, Código Social de Malinas. Esbozo
de una síntesis social católica, Buenos Aires, Ed. de la Junta Central de la Acción
Católica Argentina, 19472, numerales 65 y 68, p. 31. La primera edición del código
belga es de 1927. Semejante es la posición del canónigo de Barcelona, J. M. Llovera,
quien entiende la enseñanza católica como favorable a una organización profesional
de la sociedad y no necesariamente partidaria de una democracia funcional o un cor-
porativismo integral, aunque estos tampoco están descartados, como estaba dicho en
algunos pasajes de la Quadragesimo Anno, referidos a la organización corporativa
fascista. JOSÉ M. LLOVERA, Tratado elemental de sociología cristiana, Buenos Aires,
Ed. Occidente, 1945, pp. 85-89, 196-205, y 223-240.
84
No obstante, por algunas palabras de admiración hacia Mussolini, podría
pensarse que el corporativismo fascista operaba como paradigma. ALBERTO EZCURRA
MEDRANO, Catolicismo y nacionalismo, Buenos Aires, Adsum, 19392.
85
Para la teoría política de Meinvielle, véase JUAN FERNANDO SEGOVIA, “La legi-
timidad entre la teología y la política. Reflexiones sobre el orden político católico en
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 303

Lo que preocupa a Meinvielle es el problema del estatismo que


gana las nuevas realidades políticas (fascismo, socialismo, totalita-
rismo) tanto como el de la democracia contemporánea, fundada en
el liberalismo86. La doctrina católica enseña el origen divino de la
soberanía, no sólo como derivación del principio de Dios creador,
sino también como postulado esencial de la limitación de la soberanía
humana. La soberanía de origen divino dice de su limitación por la
subordinación a la ley natural; en cambio, ese límite desaparece si la
soberanía es solamente humana. La democracia moderna se funda en
este último argumento.
Admite Meinvielle que los católicos pueden profesar legítimamente
la democracia e incluso preferirla a cualquiera otra forma de gobierno,
siempre que la entiendan rectamente, como la organización política en
la que se “acuerda una más o menos grande participación a la multi-
tud en la cosa pública”87. Existe un derecho humano de los regímenes
políticos, pero la doctrina católica enseña, contra los católicos demo-
cráticos encabezados entonces por Jacques Maritain, que “Dios no fija
ninguna forma determinada de gobierno ni señala ningún sujeto que
haya de investir la soberanía”; salvados los principios fundamentales
antes enunciados, Dios “deja a la voluntad y arbitrio de los hombres
darse la forma política que más les plazca y designar las personas que
les han de gobernar”88. En suma, salvado el principio de Dios, origen
de la soberanía –que supone la sujeción de la sociedad humana a la ley
natural–, a la Iglesia resulta indiferente la forma de gobierno siempre
que procure el bien común. En este sentido, si la legitimidad radical
(ontológica) de un régimen político deviene de su fin (el bien común
y no el bien de los individuos, de una clase, del pueblo o del Estado),
la legitimidad formal (existencial) deriva de la adhesión popular, del

Meinvielle y Castellani (1930-1950)”, en Anales de la Fundación Francisco Elías de


Tejada, año X/2004, Madrid, pp. 83-117.
86
Véanse los ensayos “Los tres sentidos de la palabra democracia”, “León XIII
y la democracia cristiana” y “Filosofía de la democracia moderna”, en el apéndice de
JULIO MEINVIELLE, “Concepción católica de la política”, en Concepción católica de la
política y otros escritos, Buenos Aires, Dictio, 1974, pp. 163-185. La primera edición
de la Concepción la hacen los mencionados Cursos en 1932.
87
MEINVIELLE, “Concepción católica de la política” cit., pp. 64-66.
88
Ídem, p. 67.
304 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

apoyo de la propia sociedad, que tiene, además, el beneficio nada despre-


ciable de la estabilidad de tal gobierno. Pero, en tanto y en cuanto se ha-
bla de pueblos en concreto y no abstractamente del pueblo, la adhesión
popular supone el respeto de las tradiciones, contemplar el genio y las
costumbres del propio pueblo, para evitar que el gobierno elegido sea
“postizo”, es decir, carente de arraigo en las tradiciones del pueblo89.
Ahora bien, la sociedad política no es un todo homogéneo como
si fuese la suya una unidad física; por el contrario, tal sociedad es una
pluralidad de unidades sociales agrupadas por la autoridad soberana
en atención al bien común90. En otros términos, la diversidad convive
armónicamente como nación cuando está jerárquicamente constituida.
Sin embargo, la realidad nos muestra cotidianamente que, en lugar de
la armonía fundada en la justicia, reina la discordia y el conflicto, no
siendo extraño que el poder militar deba intervenir para preservar la
existencia de la nación misma. ¿Cuál es la causa de estos conflictos?
se pregunta Meinvielle. Responde: en la actualidad, la mayor parte de
ellos se deben a la desarticulación del cuerpo social que ha perdido su
unidad, lo mismo que al desborde del individualismo91. Es que al tipo
ideal de sociedad política que fue la Cristiandad medieval, le sucedió la
sociedad atomística de la democracia, o democratismo, que ha girado
en el siglo XX hacia el estatismo socialista. La legitimidad de la que ha-
bla la doctrina católica supone un recto orden social, “de células vivas
que se diferencian y organizan en tejidos, órganos y aparatos”92; y esto
demanda el restablecimiento del corporativismo en una doble dimen-
sión: territorial, pues el individuo se inserta en la vida pública a través
de la familia, el municipio y la provincia o región; y económico-social,
pues el hombre se agrupa en talleres, en corporaciones, en gremios y,
finalmente, en la nación. El cuerpo social, entonces, necesita recuperar
su naturaleza diferenciada, jerárquica y autónoma, como condición de
su libertad, pues ésta no existe sin vínculos que la protejan93.

89
Ídem, p. 102.
90
Ídem, p. 88.
91
Ídem, pp. 88-89.
92
Ídem, ibídem.
93
Ídem, p. 95.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 305

El régimen corporativo –afirma Meinvielle– es, precisamente, aquel


que quiere promover la organización de todas las fuerzas sociales;
fomenta su desarrollo vital y fecundo en la medida en que procura su
concierto y armonía. En el orden económico, por medio de la coope-
ración substituye a la libertad desenfrenada del capital y del trabajo y
a la lucha de intereses que de allí se deriva, reglas variables dictadas
por el mismo cuerpo profesional que aseguran la lealtad y seguridad
del oficio94.

No obstante, estamos, según Meinvielle, frente al modelo ideal


de la organización social; el corporativismo es, en el momento, “casi
quimérico” y a él se debe ir por el sindicalismo y la organización pro-
fesional. Ahora bien, dando por sentado que se ha restablecido el recto
orden social, ¿del corporativismo social debe seguirse el político, esto
es, la representación profesional o corporativa? En principio, dice Me-
invielle, es necesario o al menos conveniente que el Estado posea un
órgano político de colaboración en el gobierno “que exprese con fide-
lidad los anhelos de la colectividad social y dé su consentimiento a las
leyes que se le impongan”95. Hay entonces un paso del corporativismo
social al político, porque el hombre está determinado en su actividad
política por el grupo social al que pertenece; de modo que la partici-
pación de los diversos grupos sociales es necesaria para la formación
de un órgano realmente representativo de la nación, constituido sobre
una doble línea: familia-comuna-provincia y taller-corporación-cuerpo
profesional96.
Si bien Meinvielle dice, a renglón seguido, que propicia la repre-
sentación de intereses o profesional de modo general, sin entrar en de-
terminaciones concretas –que dependen de las condiciones históricas y
geográficas de cada pueblo–, él sabe bien que su recta instrumentación
depende de circunstancias de las que se está lejos de poseer o gozar: la
sociedad de entonces estaba articulada sobre individuos y los grupos
sociales habían sido desmontados o destruidos, a consecuencia del
imperio de la falsa versión de la democracia, en sus versiones liberal
o socialista. En teoría, la sociedad se compone de una jerarquía de
94
Ídem, p. 96.
95
Ídem, p. 97.
96
Ídem, ibídem.
306 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

órdenes diversos (sacerdotal, político, militar, intelectual, artístico), a


los que competen diferentes dominios y en vista de los cuales se desen-
vuelven también funciones distintas97. Si tomamos, por caso, el último
orden, el económico, descubriremos que en él juega un papel esencial
el sindicato, a la vez que advertiremos que la revolución –liberal o
socialista– ha negado el derecho humano a constituir asociaciones en
defensa de sus legítimos intereses con independencia del Estado. Este
hecho no puede ser negado; luego, ¿cómo pensar en un régimen político
de representación funcional o corporativa si, en la base, no hay autén-
ticos sindicatos? O, más extensamente, ¿cómo proponer un sistema de
representación de intereses, cuando la sociedad está montada sobre
el desorden, pues niega la superioridad que el orden sacerdotal posee
sobre los demás e invierte la jerarquía poniendo, en lugar de aquél, el
orden económico?
El corporativismo sólo será viable una vez restaurado el recto
orden social; y, aun en ese terreno, contra las experiencias contempo-
ráneas, debe sostenerse, cuando menos, dos argumentos: 1º la organiza-
ción corporativa es gradual, pues parte de una base sindical que agrupa
patrones y obreros; se continúa en la organización de las profesiones
(corporativismo estricto); y prosigue en la organización interprofesio-
nal, según la jerarquía de sus fines dentro del carácter nacional de la
producción; y 2º la organización profesional corporativa (y lo mismo
debe decirse de la base sindical y de la cúspide interprofesional) es
social, pues las corporaciones son organismos sociales y no estatales,
aunque legalmente se les reconozca cierta autoridad98.
Entonces el corporativismo es societal y no estadual; no depende
del Estado sino de las mismas fuerzas sociales, allende la función esta-
tal que llegaren a cumplir. “Las corporaciones deben poseer vida propia
y no prestada de ningún poder superior”99. Todavía más: en un terreno
estrictamente económico y no político, es decir, en vista de la organiza-
ción de la economía y no de la representación política, hay que admitir
que el Estado dirige fuerzas preexistentes en vista del bien común.

97
JULIO MEINVIELLE, Concepción católica de la economía, Buenos Aires, Cursos
de Cultura Católica, 1936, pp. 201-204.
98
Todo esto en ídem, pp. 204-214.
99
Ídem, p. 215.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 307

Distingamos dos momentos: en 1932, al tratar de los principios


católicos en política, Meinvielle postula en teoría un régimen profesio-
nal de representación en instancias políticas; en 1936, al explicar los
principios económicos católicos, Meinvielle percibe un tipo de organi-
zación profesional estrictamente social y no político, un corporativismo
societal con independencia de su inserción en órganos estatales. No se
trata de soluciones contradictorias sino complementarias. ¿Cómo dis-
poner una representación corporativa en el nivel político si se carece
de las corporaciones en el ámbito económico? No hay corporativismo
político sin que le preexista el corporativismo societal. ¿Y de qué modo
puede restablecerse ese corporativismo societal y económico en una
sociedad atomizada y estatizada? Descarta Meinvielle la instauración
del corporativismo desde arriba, como se ha hecho en Austria, Italia,
Portugal y Alemania, pues es de naturaleza artificial. En todo caso, la
fuerza, el impulso ha de venir de abajo, de las entrañas mismas de la
sociedad; y una vez dispuesta ésta, lista la conciencia de las masas, el
Estado ha de establecerlo o imponerlo100.
En el dilema de Meinvielle parecen encontrarse otros teóricos ca-
tólicos, como Bernardo o Sampay. De este último se sabe bien que, en
su obra sobre la crisis del Estado de derecho liberal, recoge enseñanzas
ancestrales sobre la nota estamental, plural y jerárquica de la sociedad,
aunque ello no importe una directa aceptación de los regímenes cor-
porativos de partido único, que “en su construcción corporativa-profe-
sional han hecho consciente abstracción de una estructura escalonada
de los órdenes sociales según su valor intrínseco”101. Referencia que
se entiende dirigida al fascismo italiano102, aunque no al régimen cor-

100
Ídem, pp. 216-217. Y ante la posibilidad de que esa conciencia masiva continúe
embotada y la crisis acelere su ritmo, ¿qué hacer? Responde Meinvielle: “que surja
entonces un mentor de pueblos que la Providencia envía en los momentos desespera-
dos, y el Régimen Corporativo quedará arraigado para salud y bienestar económico
de los pueblos”. Más allá de que una solución deus ex machina es posible aunque poco
probable, convendría preguntarle a Meinvielle si ese mentor providencial de pueblos
no fue Perón. Como tantos otros en esos años, Meinvielle señala la salida cesarista
(aquí no popular sino providencial), pero ante el césar de carne y hueso, mientras otros
le siguieron, Meinvielle optó por repudiarlo.
101
A RTURO ENRIQUE SAMPAY, La crisis del Estado de derecho liberal-burgués,
Buenos Aires, Losada, 1942, p. 281.
102
Ídem, pp. 302-305.
308 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

porativo de Portugal, que es autónomo y no dependiente del Estado,


sostenido por la doctrina pontificia genialmente interpretada y aplicada
por Oliveira Salazar, en el que predomina el elemento espiritual, al que
se subordina lo económico y lo sindical103. Con todo, Sampay no va más
allá; en especial, no formula esa preferencia teórica como ventajosa en
la práctica para la Argentina, no diseña modo de concreción, ni siquiera
condicional, y, lo que es aún más elocuente, en su proyecto de reforma
constitucional y en su labor en la Convención Constituyente de 1949,
no hay mención alguna al corporativismo como organización deseable,
si bien fuese ideal104.
Héctor Bernardo, en cambio sí elogió el régimen corporativo, como
forma de vida y de Estado opuesta a la liberal y democrática, pero no se
aplicó a diseñarlo normativamente para la Argentina. En un pequeño
librito105 contrapone ambos regímenes y declara su decidida elección
del corporativo, no sólo por el ocaso del liberalismo –que creía inmi-
nente– sino además porque el corporativismo responde a una visión
más realista de la sociedad, compleja, plural. A la hora de explicar este
régimen, recurre a lecciones similares a las expuestas por Meinvielle
y va señalando el necesario acomodo de la teoría a la realidad; así, con
todo que el catolicismo ha insistido en la necesidad de la independencia
de la corporación respecto del Estado, en los hechos, la consideración
es diferente porque la imperfección del mundo contemporáneo permite
que las corporaciones sean preconizadas desde el Estado y que éste
retenga poder con relación a aquéllas106. Este es el punto en el que la
coincidencia con Meinvielle se vuelve evidente: es la sociedad hodier-
na, en su dimensión espiritual, la que no acepta una conciencia corpo-
rativa, porque repudia la solidaridad social así como la preeminencia
del bien común. Entonces, una experiencia corporativista como la del
fascismo es bien vista, opinión que Bernardo adopta, ahora contra
Meinvielle, si bien advierte que la experiencia italiana no es la de un
corporativismo integral (o exclusivo), como sugiere la teoría, sino que

Ídem, pp. 353-375.


103

Para este punto véase SEGOVIA, “Peronismo, Estado y reforma constitucio-


104

nal…” cit.
105
HÉCTOR BERNARDO, El régimen corporativo y el mundo actual, Buenos Aires,
Adsum, 1943.
106
Ídem, pp. 41-42.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 309

está atemperado por la presencia de intereses políticos (en este caso, el


partido fascista), de acuerdo a la reglamentación de 1939107. Con todo,
no es el caso de la Argentina, nos dice al concluir: aquí se requiere de
un esclarecimiento previo, obra de generaciones, que vaya creando el
clima al inevitable ascenso del corporativismo, confiando siempre en la
prudencia legislativa y recordando que no basta con remedar sino que
es necesario aclimatar la experiencia foránea, adecuar las instituciones
extranjeras.

2. Construcciones jurídico-políticas
Ahora bien, una cosa es advertir los inconvenientes prácticos de
una organización política corporativa –cuando se carece del corporati-
vismo social que le sirve de pilar y del ambiente moral, cultural, que le
alimenta–, y otra muy diferente lo es el señalar instancias jurídico-po-
líticas que recojan gajos corporativos. Al fin y al cabo, el derecho –aún
más cuando se lo concibe racionalmente, como ordenación puramente
racional– puede enderezar una realidad torcida, dominar una fiera
circunstancia indómita, puede ser guía, servir de cauce a tendencias y
conductas que se quiere auspiciar y promover por considerarlas posi-
tivas o buenas. Pues, siendo tan bueno y ventajoso el corporativismo,
¿por qué rendirnos ante un suelo hostil?, ¿por qué bajar los brazos ante
una adversidad que puede ser sólo pasajera?
Estudiaré a continuación el aporte de Rómulo Amadeo, uno de los
pocos católicos que cruzó el Rubicón: fue de la aprobación doctrina-
ria a la formulación jurídica del corporativismo. Su figura no es hoy
recordada, no obstante que colaboró en publicaciones católicas como
Criterio, que tuvo una larga actuación en la Acción Católica y que dejó
una decena de libros y folletos singulares. Entre sus libros, uno en par-
ticular aborda la cuestión de la representación de intereses, El gobierno
de las profesiones y la representación proporcional. La tesis de la obra
es la siguiente: luego de la primera gran guerra, sobrevino un aumento
del poder económico y un detrimento del poder estatal por la presen-
cia de nuevos organismos técnicos que, a la manera de una revolución
silenciosa, se van convirtiendo en los verdaderos gobiernos.

107
Ídem, pp. 49-50.
310 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

Los conceptos que han producido la reforma –escribe Amadeo– son:


que el Estado no tiene competencia para manejar la vida económica
de la Nación; que las profesiones deben gobernarse por sí mismas pues
ellas conocen sus necesidades, sus intereses de oficio o regionales; y
sobre todo que la industria, la agricultura, el comercio y la enseñanza
técnica deben regirse independientemente del Estado aunque sometién-
dose siempre a los intereses generales que éste representa108.

Adviértase que el texto está escrito apenas concluida la Primera


Guerra, pertenece a 1922, año en el que Mussolini conduciría exitosa-
mente el 28 de octubre la marcha sobre Roma e instalaría en el poder
al partido fascista; año también en el que queda formalmente fundada
la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y en el que es elevado
al solio pontificio Pío XI. Como se ve, Amadeo escribe sin la presión
que el fascismo (y también el comunismo) ejercerá más tarde a diestra
y siniestra, y por ello puede afirmar la incompetencia del Estado en
economía y la autonomía de las profesiones y oficios. A finales de la
década, ambos conceptos se volverán insostenibles. Pero continuemos:
para Amadeo el gobierno de las profesiones importa el gobierno de las
industrias por sí mismas, esto es, el triunfo del principio de colabo-
ración por sobre las pretensiones del sindicalismo revolucionario. ¿Y
cómo se traduce en concreto políticamente? Mediante la representación
de intereses, que repudia el sufragio inorgánico y abre el parlamento a
todo el conjunto social.
El hecho básico que explica estos cambios es el pasaje del indivi-
dualismo de la revolución francesa al hecho de la agremiación, porque
la economía se ha vuelto compleja, indómita para los organismos
parlamentarios. Entonces los Estados han debido encontrar la forma
de controlarla, no por su sola cuenta, sino con la intervención de los
interesados. En una importante sección del libro109, Amadeo repasa la
experiencia política y jurídica que se ha impuesto en Alemania (Cons-
titución de Weimar, sección 5ª), Francia (con un amplio desarrollo del
consejalismo desde fines del siglo XIX), Bélgica, los Estados Unidos

108
RÓMULO AMADEO, El gobierno de las profesiones y la representación propor-
cional, Buenos Aires, Sebastián Amorrortu, 1922, p. 7.
109
Ídem, pp. 13-58.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 311

de Norteamérica (que avanzaban hacia una democracia industrial),


Inglaterra (con el auge de los Consejos Withley), Austria, Holanda,
Checoslovaquia y la República Argentina, que contaba con proyectos
de establecer esa colaboración de las profesiones y setos sociales me-
diante consejos.
Para Amadeo nada más erróneo que pensar que el gobierno de
las profesiones excluye los principios democráticos; antes bien, al
contrario, se asienta en ellos y se opone así al guildismo y la democra-
cia económica de los movimientos socialistas o sindicalistas de corte
revolucionario110. Hay dos razones que abonan esta conciliación: en la
democracia el gobierno es de todos y para todos, recuerda el autor; y el
fin del Estado no es de nadie en particular, sino que es el bien común.
Contra el sindicalismo que pretende para sí todo el poder, se alza el
sindicalismo cristiano que esgrime la legítima defensa de sus intereses,
sin sustituirse a otros sectores sociales, y que demanda participación
en el gobierno. El mensaje católico está claro en las palabras de Albert
de Mun y en las de León XIII: el sindicato no suplanta al gobierno, no
destruye la propiedad, no abarca el orden político-social en su plenitud
y no está impulsado por el odio de clases. En suma, con la participación
de los intereses sectoriales se trata de sanear la democracia, superando
su carácter inorgánico, “el sufragio puramente territorial y numérico”,
agravado por una multitud que no sabe elegir111.
Estos principios permiten su realización práctica en un abanico
extenso de posibilidades, como se ha visto, pero partiendo de una con-
cepción política y social diferente a la democrática. La extensa doctrina
desarrollada en Alemania, Francia, Bélgica e Inglaterra, favorable a co-
rregir los problemas de la democracia cuantitativa, cuyos parlamentos
solamente dan cuenta de dónde provienen las gentes y no lo que hacen;
esta nueva doctrina se apoya en una concepción orgánica de la sociedad
y no en el individualismo revolucionario.

No es posible seguir ya gobernados por Parlamentos elegidos por el


pueblo, numérica y territorialmente considerado. Ha existido siempre
y se han fortificado ahora, grupos sociales, conglomerados de intereses

110
Ídem, pp. 59-79.
111
Ídem, p. 85.
312 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

y de ideas que son parte de las sociedades y que deben por lo tanto
participar en su gobierno112.

De todas las opciones prácticas a su disposición, Amadeo escoge


una vía modesta, pero que cree segura y, lo que es más importante,
viable, practicable: reformar el Senado y, sin destruir lo existente, darle
un origen representativo claramente diferente de Diputados, de modo
que se inspire en otros puntos de vista y persiga otros fines113; debe
hacerse del Senado el “órgano representante de las fuerzas sociales
y de los intereses”. Reconoce Amadeo que la dificultad se traslada
a otro plano: tomada la decisión de la nueva representación, hay que
clasificar los cuerpos electorales; si bien ésta debe ser tarea de la Con-
vención reformadora, él propone algunas líneas generales. Siguiendo
a von Mohl, aunque modificando su criterio, establece 18 categorías a
ser representadas por su importancia, las que subdivide en 4 grandes
grupos de intereses, de donde resulta el siguiente cuadro.

A) Intereses B) Intereses C) Intereses D) Intereses


Espirituales Materiales Locales Profesionales

1. Iglesia 6. Industria 10. Provincias 11. Administración


2. Universidades 7. Comercio y comunas 12. Ejército
3. Ciencias 8. Agricultura (de Buenos 13. Marina
4. Artes 9. Propiedad urbana Aires) 14. Magistratura
5. Letras y rural 15. Oficios
16. Empleados
17. Obreros
18. Profesiones
liberales

No pergeña Amadeo más cambios: no varía la competencia del


Senado, la duración de los mandatos ni las condiciones de elegibilidad
de los senadores. Establece que habría un senador por cada fuerza re-

Ídem, p. 95.
112

Dice Amadeo, ídem, pp. 106-107, que la tesis de que el Senado representa a
113

las provincias y Diputados al pueblo es sólo nominal.


EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 313

presentada; que las instituciones de mayor jerarquía (Iglesia, Marina,


Ejército, Administración, Magistratura) sólo serán representadas por
sus jefes o superiores. Cada grupo y cada sector tienen su peculiaridad;
así, se hace indispensable regular las condiciones de las academias y
los centros representativos de las ciencias, las artes y las letras; en el
sector de la agricultura habría de procederse previamente a la agre-
miación; etc.114.
Quince años más tarde, Amadeo ingenió la reforma constitucional
que plasmará ese gobierno de las profesiones. En realidad, su proyecto
de reforma de la constitución, tiene dos ejes bien definidos y, hasta
cierto punto, complementarios: la catolicidad del Estado y su régimen
corporativo. El reconocimiento del catolicismo como religión de Estado
era tanto una demanda de la religión verdadera a favor de los fueros
divinos, como un mecanismo para prevenir la injerencia del ateísmo
revolucionario, de todo punto de vista compatible con una tolerancia
de los cultos no católicos. Es decir, a contrapelo de la corriente secula-
rizadora de su tiempo, Amadeo sigue la doctrina pontificia y proclama
los beneficios de la unión de la Iglesia y el Estado115.
Y este Estado católico es también corporativo, según la fórmula
del nuevo artículo 1º de la constitución:

La Nación Argentina elige para su Gobierno bajo el régimen represen-


tativo la forma Republicana, Federal, Corporativa116.

Los fundamentos que Amadeo proporciona en la ocasión no ha-


cen sino repetir lo dicho en su anterior opúsculo: carácter funcional
del nuevo Senado, naturaleza democrática de la reforma, abandono
del individualismo, representación de intereses como valladar social,
etc. Pero aparece uno nuevo y a todas luces significativo: “Así como

114
Ídem, pp. 108-115. Como complemento, entiende Amadeo que la representa-
ción de la cámara baja ha de elegirse por el sistema proporcional, el más justo en un
sistema democrático, que se compone de mayorías y minorías.
115
RÓMULO A MADEO, Hacia una nueva constitución nacional. (Proyecto de re-
formas), Buenos Aires, 1936, pp. 21-36 y 48-50. La obra cuenta con el nihil obstat y
el imprimatur debidos.
116
Ídem, p. 19.
314 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

rechazamos la democracia inorgánica, repudiamos también el fascismo


o estatolatría que deifica al Estado y es el extremo opuesto de la antro-
pocracia que deifica al individuo”117.
El Poder Legislativo quedaba entonces modificado: una cámara de
Diputados representante de la Nación era acompañada por una cámara
de Senadores compuesta de los “representantes de las fuerzas sociales
e intereses de toda la República” (artículo 69)118. El Senado funcional
se compondría de 30 representantes elegidos por esas fuerzas sociales
e intereses de la República (artículo 78), que indicativamente se enun-
cian en el artículo 79: Iglesia; provincias; comuna de Buenos Aires;
industrias fabril, extractiva y de transporte; comercios mayorista y
minorista; sociedades rurales; cooperativas; centros agrarios; adminis-
tración; propietarios urbanos, rurales y arrendatarios urbanos; marina;
ejército; magistratura; universidades; artes; letras; empleados; obreros
del transporte, fabriles, de industrias extractivas, de la construcción y
agrícolas; médicos; abogados; ingenieros119.
El mecanismo de elección no se ha incorporado al texto consti-
tucional, que se deriva a una ley reglamentaria. En comparación con
la propuesta anterior, el proyecto de Amadeo demuestra consecuencia
tanto en la finalidad cuanto en la instrumentación, porque las varia-
ciones son sutiles y de escasa significación, salvo por un detalle. En el
proyecto han ganado un espacio más amplio los sectores del trabajo
y de la producción; esto es, hay un mayor peso relativo de las fuerzas
económicas: entre representantes de las industrias, del comercio, de las
asociaciones agrarias, de los propietarios y de los obreros hay cuando
menos 17 senadores de los 30 totales. Y, aunque el autor no lo dijese
expresamente, la mayor incidencia de estos grupos revela, también, una
mayor preocupación: la política –que no gobierna las profesiones– pue-
de servir de contención o, mejor aún, de espacio de concertación para
que la contraposición de intereses no lastime el interés superior de la
Nación.
Un Senado articulado de esta manera tiene un aire estamental
por la presencia de órdenes sociales, culturales y espirituales que una

117
Ídem, p. 16.
118
Ídem, p. 96.
119
Ídem, pp. 100-101, 141-142.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 315

representación puramente corporativa excluye, pero, al mismo tiempo,


se han acentuado los rasgos corporativos por la mayor influencia de los
intereses materiales y profesionales. Eso mismo lo hacía más atractivo:
no tenía el aire de una aventura hacia el pasado, no olía a restauración
del corporativismo medieval sino que poseía los matices de las socieda-
des modernas con los agregados de setos de autoridad reconocidos en
el país; no era copia de instituciones ajenas sino un proyecto inspirado
en la realidad propia y, por eso, con cierta raigambre sociológica que
aventaba el carácter utópico o de copia impune.
No obstante, de más está decir que la propuesta de Amadeo corrió
la suerte de todas las otras y que trataré de explicar más adelante: cayó
en saco roto y se esfumó como cualquiera otra, anterior o posterior, que
tratase de alguna modalidad corporativista en la presentación.

V. NACIONALISMO Y CORPORATIVISMO

Dentro del nacionalismo las propuestas corporativistas eran fre-


cuentes, impulsadas ya por el recuerdo del inacabado proyecto del 30,
ya por la influencia de las visiones organicistas católicas, ya por la
comunión con tesis fascistas y afanes revolucionarios120. Sin embargo
esto no quiere decir que todo nacionalismo fuese corporativista, como
si ambos términos fueran intercambiables. Un importante sector na-
cionalista se mantuvo lejos de la tendencia corporativa tanto por haber
hecho una crítica de estas ideas a la luz de la historia patria, como
por el abismo que distanciaba las posibilidades reales de las fantasías
teóricas. En particular, los seguidores de los Irazusta mantuvieron la
indiferencia que les había ganado el ánimo desde el fracaso del 30; y
un importante lote nacionalista que fue aproximándose al peronismo
(Ernesto Palacio, Ramón Doll, entre los más conspicuos), sustituyó el
discurso corporativista por otro democrático y cesarista.
Voy a estudiar algunos proyectos corporativistas no muy conocidos
para prestar luego más atención a la figura de Carlos Ibarguren, que

120
Excluyo de este estudio la producción de Leopoldo Lugones porque merece
un estudio aparte, que espero realizar a la brevedad.
316 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

con el paso de los años fue afinando la pluma y aguzando las ideas de
un plan político constitucional corporativo.

1. El corporativismo en el renacimiento nacional


En el ensayo nacionalista de Alejandro Ruiz-Guiñazú, La Argenti-
na ante sí misma, se exponen las ideas del Movimiento de Renovación,
fundado en 1941, y que, aunque próximo a los nacionalistas, es de un
talante calado de conservadorismo liberal121. El autor anuncia una
revolución necesaria, que aunque se inspira en las transformaciones
operadas en Europa desde la primera gran guerra, pretende responder
a nuestra tradición católica e hispana y caracterizarse como una evo-
lución que nos lleve de la democracia política a la democracia social,
desde un régimen estático a uno dinámico y constructivo122. Es cierto
que perduran ecos evocativos de Uriburu y la intentona del 30, pero no
más allá del recuerdo, pues los tiempos son nuevos y lo que hay que
hacer es diferente. Por lo pronto, la revolución no debe ser destructiva
sino evolutiva; su lema es “edificar sobre lo existente”, dejando sitio
incluso para lo que fue nocivo pues por sólo “haber existido en la vida
de la nación” posee alguna utilidad123.
La revolución es un estado espiritual de renovación que cambia el
curso de la historia, por esto es una revolución espiritual y nacional;
es algo así como la elevación del espíritu esclarecido en la auténtica
nacionalidad que crea una nueva conciencia histórica nacional, que crea
el hábito de la argentinidad en el Estado y en los ciudadanos124. Para
ello, afirma Ruiz-Guiñazú, hace falta un jefe a quien confiar el poder
absoluto, el mando discrecional con sustento legal, que encarne el espí-
ritu constructivo del futuro y sea responsable ante la masa. Pero el jefe
no basta: la revolución del 30 demostró que necesita del apoyo de un
movimiento nacional maduro en la lucha y firmemente convencido de

121
Véase ENRIQUE ZULETA Á LVAREZ, El nacionalismo argentino, Buenos Aires,
La Bastilla, 1975, t. II, pp. 490-491.
122
A LEJANDRO RUIZ GUIÑAZÚ, La Argentina ante sí misma, Buenos Aires, Kraft,
1942, pp. 7-9.
123
Ídem, p. 12.
124
Ídem, pp. 18-25.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 317

los fines humanos superiores que inspiran la revolución125. Jefe y movi-


miento se traducen en un nuevo Estado, que abandona el lastre del pa-
sado nacido en 1853 pues ya no responde al mundo actual, un “Estado
constructivo, suma y síntesis de todas las posibilidades argentinas”126.
Esta revolución es democrática y tiende a perfeccionar la demo-
cracia, llevándola del estadio político al social. La democracia política
nos ha traído el personalismo absoluto en el plano institucional, respon-
sabilidad que le cabe al sufragio universal que expresa el triunfo de la
cantidad sobre la inteligencia. Ella, la democracia política, está basada
en el exotismo político y constitucional que se ha vuelto ilegítimo con
el correr de los años, y que ha degenerado en un pragmatismo político
de neto corte electoral que privilegia las ventajas del caudillo y de la
soldadesca de los comités partidarios127. La democracia, tal como la
vivimos en la Argentina, no tiene nada que pueda rescatarse, al menos
en la práctica, pues ciertas instituciones deberán perdurar inspiradas
por el nuevo espíritu nacional refundado en la mística de la revolución.
Perfilando el contenido de ella, Ruiz-Guiñazú apunta que el problema
central se encuentra en el Estado, tironeado por la democracia liberal,
de un lado, y por el totalitarismo nacionalista, del otro; hay que encon-
trar una tercera solución que, siendo argentina, sea a la vez universal.
El Estado constructivo, como le llama, es un Estado fuerte apoyado en
cuerpos intermedios sólidos, pero que se caracteriza por el nuevo sig-
nificado que adquiere la doctrina de la autolimitación del poder estatal:
no se trata ya, como en sus mentores germanos, de un Estado limitado
por el derecho que él mismo crea, sino limitado por el “sometimiento
de la autoridad política a principios y derechos que le son anteriores y
superiores”128.
Se sigue de ello que el elemento religioso es fundamental en la
edificación del Estado constructivo. El laicismo liberal acaba siendo
una religión invertida, dice Ruiz-Guiñazú, “la religión de la materia”:
el Estado ya no puede ser irreligioso, debe perseguir una religión, que
en nuestro caso es la católica, que por universal encarna el espíritu de

125
Ídem, pp. 106-107.
126
Ídem, p. 125.
127
Ídem, pp. 99-105.
128
Ídem, pp. 136-137.
318 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

la tradición argentina129. Por esto mismo, no será un Estado totalitario,


sino respetuoso de la libertad de las personas, que se traduce institu-
cionalmente en la autonomía del poder judicial.
En el plano institucional, que es el que nos interesa ahora, el autor
parece confiar en un Poder Ejecutivo que no reconozca su origen en
unas elecciones, un órgano presidencial fuerte y dotado de órganos
técnicos que le asesoren130. ¿Implican estos cambios la reforma cons-
titucional? Ruiz-Guiñazú afirma que nuestra constitución está fuera
de época, instrumento de mode de nuestros males, el personalismo y
el irracionalismo; su desacomodo se observa en la mutilación de su
régimen institucional. Por lo tanto, la constitución reclama una reforma
integral que recepte las nuevas ideas sobre el Estado y que, como la
constitución portuguesa de Oliveira Salazar, asegure la permanencia
de los principios inmutables, al mismo tiempo que la capacidad de
renovación, perfeccionamiento o corrección de sus medios131. Pero no
puede, mejor dicho, no quiere, el autor entrar en detalles de esa futura
reforma, confiando en que la revolución exitosa, una vez establecida,
irá dando la forma legal al espíritu nuevo que ella trae. Anticipa, sí,
que hay cuando menos tres bases inconmovibles: la representación
sindical y corporativa –que no explica–, la vigencia de un Poder Eje-
cutivo fuerte y responsable, y la continuidad del Senado como cuerpo
consultivo132.
Como otros tantos desencantados del liberalismo lo mismo que
de los pushes militares, Ruiz-Guiñazú no atina sino a anunciar una
revolución nacional que no sabe cómo ni cuándo vendrá; ve el hori-
zonte pintado con los colores del nuevo espíritu pero encuentra un
pintor solitario, todopoderoso, que, como un dios, es capaz de crearlo
todo: condiciones, espíritu y gobierno revolucionarios. Impugna todo:
legalidad constitucional e instituciones políticas, pero es incapaz de
construir las legitimidades alternativas. Espera, confiado, en el hombre
providencial que, con un golpe de timón, acabe sepultando la democra-
cia política que le ha elevado, a favor de las ideas renovadoras. Como a

129
Ídem, pp. 144-146.
130
Ídem, pp. 163-166.
131
Ídem, pp. 155-160.
132
Ídem, pp. 184-188.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 319

tantos de su tiempo, cuando ese hombre llegó, no le gustó, y negó que


el peronismo fuese la revolución anunciada.
Quien sí puede brindarnos ideas más claras es otro nacionalista
que se plegó al peronismo. Gran defensor del corporativismo na-
cionalista fue Bonifacio Lastra133, quien buscó su fundamento en el
catolicismo y la hispanidad, agregándole notas de justicia social. El
nacionalismo es, en principio, una reacción instintiva que brota de un
sentimiento de indignación y de santa ira al ver la patria escarnecida,
rendida al extranjero que la ultraja134. Siendo la patria la idea rectora
del nacionalismo y estando ella ultrajada y escarnecida, resulta claro
que Lastra deslegitima lo existente –hechos e instituciones, conductas
y normas– señalando que la patria está sometida a la confabulación de
intereses creados, a la triple alianza del capitalismo, los políticos y la
prensa, que nos han entregado al materialismo pagano, que hace culto
del oro y del liberalismo, contaminando todos los aspectos de la vida
en comunidad135. Esa legitimidad caduca es la del Estado liberal, de la
política chica, la de los partidos que devoran la república136.
El corporativismo parece ser el modelo alternativo a la república
liberal y democrática. Por lo pronto, no se basa en el conflicto sino en
la colaboración de clases137, lo que aleja tanto del capitalismo como
del comunismo; no absorbe, como éste, las funciones económicas y
sociales, aniquilando la iniciativa individual; ni es un gendarme, como
aquél, que solamente trata de apaciguar los conflictos sociales. Mon-
tadas sobre la organización sindical de las profesiones e industrias,
las corporaciones son organismos públicos, estatales, que engloban
las diversas ramas de la industria o profesión, reglamentando sus ac-

133
Lastra comenzó militando en las filas del movimiento Renovación, cuya figura
más representativa fue Bonifacio del Carril; hacia mediados de 1943 se incorporó a
la Alianza Libertadora Nacionalista, que tenía por jefe a Juan Queraltó y que en 1946
brindó su apoyo a Perón.
134
“Ante la patria escarnecida” en BONIFACIO LASTRA, Bajo el signo nacionalista,
Buenos Aires, Ed. Alianza, 1944, pp. 15-25.
135
Véase la conferencia de fines de 1941 “Restauración espiritual”, ídem, pp.
39-54.
136
Ídem, p. 76.
137
Ídem, p. 69.
320 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

tividades, disciplinando las relaciones entre trabajo y capital, bajo la


vigilancia del Estado138.
Es evidente, dice Lastra, que una organización corporativa como
la propuesta no puede surgir de las actuales instituciones, “sino de un
cambio de espíritu, de una restauración de los sentimientos cristianos
de amor y comprensión entre todos los sectores de la sociedad”139; ese
espíritu católico permitiría, también, reaccionar contra el materialis-
mo de la época; es un espíritu social, pues apunta a la unidad de la
clase trabajadora. El pueblo emerge, en su mensaje, como lo opuesto
a los políticos. Los políticos explotan al pueblo: son recolectores de
votos y defraudadores de esperanzas, aprovechado parásito del pue-
blo, vividor, mentiroso, vendido al capitalismo. El pueblo es patriota,
antimaterialista, profundamente espiritual. El signo del nuevo nacio-
nalismo es su contenido popular, porque “no hay Patria sin pueblo
redimido”, no hay patria sin “justicia social”140. Y ésta reclama del
corporativismo.

Justicia social es la destrucción del capitalismo respetando la propiedad


que llene una función social. […] Justicia social es la organización cor-
porativa de la economía con la intervención directa, en las relaciones
de capital y trabajo y en la marcha de su propia industria o comercio,
de todos los factores de la producción, desde el jefe de la empresa hasta
el más modesto de los trabajadores141.

La organización socio-económica corporativa reclama un Estado


autoritario, aunque no totalitario; un Estado que mande, que ordene y
que obligue, no uno que esclavice, que absorba y que doblegue. Un Es-
tado en línea con nuestra tradición hispana, que reniega de la absorción
de la persona por el Estado, pues posee un sentido religioso de la digni-
dad humana; un Estado autoritario que salva la libertad y la soberanía
nacional y de la persona humana; un Estado autoritario, fuerte, que no

138
Ídem, pp. 32-33.
139
Ídem, p. 36.
140
Ídem, pp. 78-79.
141
Ídem, p. 82.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 321

se rinde a los intereses de ninguna clase, respeta la dignidad humana e


impone la justicia social142.
¿Cómo se podrá alcanzar este Estado?, ¿cómo se abandona el
régimen de la democracia, que es lo mismo que decir plutocracia?
En un primer momento, Lastra no sugiere cómo ha de producirse el
cambio; mas, próxima la revolución militar del 43, comienza a perci-
bir el motor del nuevo orden: “sólo los tiranos, apoyados por la plebe,
derrocarán a los nuevos señores para impartir justicia social”. Era
ésta la enseñanza de la historia, que se fortalecía en la lectura de los
nuevos tiempos: siendo terminal la crisis del sistema, el nuevo orden
que advendrá por la revolución será el del marxismo o el del naciona-
lismo143. Una vez que la revolución militar ha triunfado, Lastra decide
colaborar orientándola. Por eso propone que los militares se guíen por
un espíritu de amor, no por el odio ni la revancha, que convierta a la
revolución nacional en una política exclusivamente obrera –como ya
lo señalara Oliveira Salazar–; y, entonces, imponer la justicia social
por encima de los intereses sectoriales, es decir, ubicar los intereses
nacionales por sobre los del capital y la propiedad privada. En con-
creto, habría que nacionalizar los sindicatos, hasta el momento en
manos de los no nacionales (socialistas y comunistas); luego, crear las
corporaciones conciliadoras de las clases; fi nalmente, instrumentar
una política social y obrera amplia y generosa144.

La espada, antítesis de demagogia, pero también de capitalismo


burgués, tiene que cortar el nudo gordiano del problema social y
realizar lo que no hizo el régimen en casi un siglo de parlamento y
de partidos145.

Es cierto que en sus discursos y escritos Lastra no habla en concre-


to de la reforma constitucional o de la sanción de un nuevo texto cons-
titucional; pero no hace falta decirlo expresamente, pues de su defensa
de la revolución de junio deviene sola la idea de un orden nuevo que

142
Ídem, p. 159.
143
Ídem, p. 146.
144
Ídem, pp. 164-176.
145
Ídem, p. 177.
322 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

resulta de la alianza entre los militares gobernantes y los nacionalistas


inspiradores de las ideas de gobierno.
Cavilaciones semejantes se comprueban en Marcelo Sánchez
Sorondo, que si bien no ha sostenido por entonces una prédica corpo-
rativista, sí ha depositado su esfuerzo en un nuevo Estado –presumible-
mente corporativo, a tenor de las ideas de la época–, que cree podrán
realizar los militares encumbrados por la intelectualidad nacionalista
en 1943.

La legalidad es un orden de derechos políticos, no de derechos natu-


rales. No involucra más. Su alteración, pues, no importa ni falta de
garantías, ni falta de continuidad en el Estado. Es un accidente innato
a la vida de éste146.

Lo que Sánchez Sorondo pretende es que la revolución no se quede


en una transformación de la administración estatal, sino que avance
en la mutación de la “forma de Estado”, para lo que se requiere de una
doctrina, que es lo que su nacionalismo viene pregonando: crear una
política que encare la reforma del Estado como ejecutor de la unidad,
de una política que contenga un plan de vida argentino, lo que no se
conseguirá sino mirando afuera, poniendo al Estado de cara al exterior,
haciendo política exterior, que es la política soberana. Prontamente, se
desencantará de los militares y luego de Perón.

2. El corporativismo de Ibarguren
Diversos sectores nacionalistas insistieron, en el período de
entre revoluciones, en las ideas corporativas de organización del
poder. Así, la Legión Cívica Argentina, de la que era principal ani-
mador Carlos Ibarguren, hizo público en el número 43 de Combate
–su boletín– de diciembre de 1937, lo que denominaron Estatuto del
Estado Nacionalista147, proyecto de organización estatal que combi-

146
MARCELO SÁNCHEZ SORONDO, La revolución que anunciamos, Buenos Aires,
Nueva Política, 1945, p. 256.
147
En IBARGUREN, La historia que he vivido cit., pp. 465-466.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 323

naba la vieja propuesta corporativa, con declaraciones nacionalistas


y reformas de contenido social. La primera idea ratificaba un con-
cepto caro al nacionalismo argentino: el Estado debía garantizar,
difundir y desenvolver el interés de la Nación y nadie podía invocar
derechos “contra el orden público argentino” (punto 1º). En particu-
lar, el sentido nacionalista de la economía era ratificado, de modo
que las fuerzas de la producción y del comercio tendrían como fi n
primordial “el bienestar de la colectividad y la potencialidad de la
Nación” (punto 4º). Sin embargo, aventando cualquier interpreta-
ción totalitaria, se declaraba el reconocimiento de los derechos y
las libertades que corresponden al hombre como persona y como
ciudadano (punto 3º).
Continuando con la línea liberal corporativa que había inspirado
los proyectos oficiales del 30, la Legión Cívica mejoraba la propuesta y
declaraba en el punto 2º que era necesario dar al Estado

una estructura según la cual en vez de ser expresión de los partidos


políticos y sus comités, como lo es actualmente, sea la representación
de la sociedad en todos sus elementos integrantes organizados; todo lo
cual deberá estar consagrado por la voluntad de la Nación expresada
en comicios, previo empadronamiento o registro de los grupos sociales
conforme a la función que desempeñan en la vida argentina y en el
orden económico, espiritual, profesional y del trabajo.

La introducción del elemento espiritual dentro de la organiza-


ción corporativa no debía, sin embargo, llamar a engaño, pues los
intereses predominantes seguían siendo los económicos. El punto
5º entendía que el Estado era la auténtica expresión de las fuerzas
sociales organizadas, y que debía coordinarlas y racionalizarlas en
orden a “la producción del país, su distribución y su economía”.
Volcado de lleno en una reforma no sólo política sino también so-
cial, declaraba este grupo nacionalista que correspondía al Estado el
amparo del trabajo, asegurar una retribución equitativa y constituir
la previsión y asistencia sociales, de modo que los trabajadores lle-
vasen una “existencia digna conforme a un nivel de vida que será
verificado periódicamente en las diversas regiones del país” (pun-
to 6º). Esta última cláusula del Estatuto entrelazaba la propuesta
324 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

corporativa con la reforma social, pues a renglón seguido disponía


que a través de esos grupos sociales organizados como sindicatos,
gremios, corporaciones o profesiones,

el Estado coordinará y reglamentará los intereses patronales y del tra-


bajo, en paridad de condiciones; homologará los contratos colectivos
que se acuerden, dirimirá las cuestiones que se susciten, a cuyo efecto
instituirá la magistratura del trabajo, evitando así los conflictos y la
llamada “lucha de clases”.

Sin duda alguna que los nacionalistas de esta tendencia habían


dado un paso enorme con relación a las teorías que los habían gober-
nado en su debut en 1930: por lo pronto, la organización corporativa
parece excluir a los partidos políticos; además, está animada de un
serio contenido social que anticipa disposiciones y reglamentaciones
que se adoptarían luego de 1943; y, fi nalmente, se asigna al Estado
un papel central en la nueva organización socio-política: él es defi-
nido árbitro de las fuerzas corporativas, el nervio orientador de la
economía nacional, y el centro impulsor de las reformas sociales. Sin
embargo, algunos espíritus despiertos supieron advertir que no toda
tentativa de restaurar el poder del Estado era legítima, en especial
cuando ella suponía la arbitrariedad gubernamental en sí misma
justificada. Así, Ernesto Palacio indicó que esta doctrina que podía
respirarse en el ambiente de la época, era el producto de la influencia
de los regímenes totalitarios europeos, en los que “la inclinación
sensual al abuso del poder” se ligaba al “discrecionalismo de los dic-
tadores”, defendidas ambas con argumentos de orden y referencias a
los valores espirituales148.
Si bien la crítica del antiguo republicano no tiene destinatario con
nombre y apellido, le cabe a Carlos Ibarguren. En efecto, entre otros

148
ERNESTO PALACIO, La historia falsificada, Buenos Aires, Peña Lillo, 19602, pp.
67-68 (la primera edición se hizo en 1939). Para Palacio no había nada más contrario
a la autoridad que pretender fortalecerla “con criterio persecutorio y vejatorio, con
criterio de arbitrariedad”. Lo que critica Palacio es la copia de la arbitrariedad despó-
tica del poder, sin perseguir los fines nacionales de algunos de esos regímenes, como
el fascismo, ídem, pp. 71-74.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 325

trabajos, Ibarguren publicó en 1934 un ensayo al que tituló La inquie-


tud de esta hora, en el que trata de aprehender la evolución de las ideas
posteriores a la primera gran guerra y el devenir político-constitucional
a partir de ella149. El ambiente en el que se vivía y el aire que se respira-
ba anunciaban el fin del liberalismo, motivo central de la crisis a la que
se asistía tras aquella guerra y de los grandes cambios paridos luego
de la conflagración. En el lugar del liberalismo se habían instalado dos
nuevas corrientes revolucionarias enfrentadas por la disputa del orbe:
el fascismo (llamado indistintamente corporativismo o nacionalismo)
y el marxismo o comunismo. Ante el panorama descrito, Ibarguren no
puede ocultar que celebra todos y cada uno de los hechos y factores
que pusieron en crisis la aldea liberal. Así, en apretadas páginas, intenta
explicar la raíz espiritual de las convulsiones que se padecían. El “so-
plo enaltecedor de la fuerza”, anticipado por Nietzsche y exaltado por
Peguy, era ya una realidad que se aparecía en el “arrebato combativo”
de los jóvenes; esa fuerza, impulso vital, desechaba el materialismo y
destacaba los sentimientos religiosos y patrióticos. El nuevo espiritua-
lismo, como renovado misticismo, latía en el culto a la heroicidad, en
voluntad de potencia, en las celebraciones patrióticas y en las energías
vitales del mundo que nacía.
Ibarguren no sólo describe; básicamente se pliega al nuevo signo
del siglo: esa confusión de lo vital y lo espiritual, lo heroico y lo religio-
so, la fuerza y el patriotismo, es asumida por Ibarguren en una mezco-
lanza antiintelectual, voluntarista, vitalista, superficialmente idealista
y espiritual150. Por eso, a renglón seguido, luego de observar la crisis
política del individualismo y el advenimiento de las masas organizadas,
Ibarguren se regodea anunciando que ha llegado la hora de sustituir al
racionalismo individualista decadente por concepciones totalizadoras;
pues, tras la caída de los mitos revolucionarios franceses, surge un
nuevo sujeto de acción capaz de catalizar todas las transformaciones y
encauzarlas con sentido nacional.

149
Las citas que siguen provienen de CARLOS IBARGUREN, “La inquietud de esta
hora” (1934), en La inquietud de esta hora y otros escritos cit., pp. 9-114.
150
Ídem, pp. 34-36.
326 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

El concepto de Estado estático, simple guardián de la libertad y del or-


den, de vidas y de haciendas de los individuos, se transforma en el eje
sostenedor, regulador y animador de la sociedad entera, en la síntesis
de la vida de la nación en todas sus fases151.

El hecho que guía estos cambios es la aparición en escena del pue-


blo: al régimen sostenido en el sufragio universal individualista le ha
sucedido un nuevo orden económico social más solidario, en el que el
individuo es atraído por el grupo o la masa. Es el pueblo que ha nacido,
el pueblo que no está en los partidos políticos ni en las formas de vida
oligárquicas, sino el pueblo que es sociedad, esto es, un “conjunto orgá-
nico de fuerzas humanas e intereses organizados que elaboran, nutren
y regulan la vida social y el desenvolvimiento de una nación”152. Aquí
pareciera estar la llave de la nueva construcción económico-social que
el mundo demandaba: el reemplazo del régimen liberal individualista
por otro que tiene por sujeto a la sociedad, no como muchedumbre
anónima, sino como pueblo organizado, “un todo complejo que fun-
ciona con órganos que la propia vida crea”153. Mas como la transición
de un estado a otro supone el vivir en una emergencia excepcional,
debe pensarse en la necesidad de una dictadura trascendental (como
otrora fuera la de Rosas154) que, por el uso de la violencia, impida la
disolución de la sociedad y haga madurar los gérmenes de las nuevas
formas de organización colectiva. La dictadura es pasajera, pues ella
abre el camino a la democracia funcional, que está preanunciada en “la
acción violenta de la masas militarizadas”155.
Existe, según Ibarguren, un modelo desechable de organización
social, el comunismo materialista, y otro modelo imitable: “el fascis-
mo o corporativismo nacionalista y espiritualista”156. La solución a las
inquietudes de la hora no pasa por la implantación del comunismo sino
por la adaptación de los totalitarismos nacionalistas, más concretamen-

Ídem, p. 37.
151

Ídem, pp. 38-39.


152
153
Ídem, p. 77.
154
Le había dedicado ya un célebre libro: CARLOS IBARGUREN, Juan Manuel de
Rosas. Su vida, su tiempo, su drama, Buenos Aires, Roldán, 1930.
155
“La inquietud de esta hora” cit., pp. 52-55.
156
Ídem, p. 55.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 327

te, por la aplicación del fascismo, modelo de la democracia funcional


y del Estado corporativo.

Este considerable interés suscitado por el fascismo convierte el fenó-


meno italiano –afirma Ibarguren– en un hecho de posible aplicación
mundial, en sus principios generales, con las diferencias que le pueden
imprimir los problemas y características peculiares de cada país157.

Tras esta confesión se desarrolla una abierta simpatía por el régi-


men fascista158. Le parece a Ibarguren que el rasgo básico del fascismo
italiano es la crítica al demoliberalismo y la búsqueda de un equilibrio
social que supere la lucha de clases. En el plano institucional, el fas-
cismo es corporativista, partidario de la democracia funcional, afirma
Ibarguren; en un plano superior, que atienda a los valores fundamen-
tales, el fascismo repudia el materialismo positivista y aporta una
concepción espiritual, ética y religiosa de la vida. Así, por ejemplo,
los lazos corporativos han dado lugar a un régimen de trabajo que no
sólo es productivo sino, además, solidario; defiende a la familia y a
la tradición; y expresa un fenómeno religioso, pues “si no tiene una
teología tiene una moral y considera a la religión como una de las ma-
nifestaciones más profundas del espíritu”. Pero allende esta faceta, lo
que preocupa e interesa a Ibarguren es la organización política fascista.
Cobra singular importancia la idea del Estado en el fascismo; el Esta-
do resume a la nación, tanto en el sentido político como en el místico
(la patria). Es que el Estado fascista es la síntesis de todos los valores
nacionales y populares. Es así que, por medio de la organización
corporativa y de esa encarnación de la nación toda, el Estado fascista
“controla, armoniza y fomenta todos los intereses de todas las clases
sociales, las que son igualmente tuteladas”; y, sin anular la iniciativa
privada, el Estado controla la economía, con beneficios tanto sociales
como estrictamente productivos159.

157
Ídem, p. 93.
158
Estos elogios incluso se dispensan al nacionalsocialismo alemán, defensor y
conservador de la nación alemana, que no es un grupo reaccionario, ni capitalista, ni
burgués, sino corporativista (ídem, pp. 60-63).
159
Ídem, pp. 55-60.
328 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

A diferencia del liberalismo que se sostiene en las voluntades


individuales y acaba entregando el poder a los políticos profesionales,
el fascismo se apoya en corporaciones y asociaciones, las integra al
Estado y les confiere naturaleza representativa ante los individuos.
Siguiendo a Rocco, contrapone la filosofía política liberal a la fascista,
para desentrañar el verdadero sentido del Estado.

El Estado fascista es un organismo distinto de los ciudadanos que lo


forman, tiene su vida y objetivos superiores, a los que deben subordi-
narse los individuos. El Estado fascista realiza la organización jurídica
de la sociedad con su máximum de potencia y de cohesión. No es pres-
cindente como el Estado liberal, sino que tiene en todos los dominios
de la vida colectiva una función propia y una misión que cumplir. El
Estado debe estar sobre todas las fuerzas, ordenarlas, encuadrarlas y
dirigirlas hacia los fines superiores de la vida nacional160.

En el fascismo, dada la superioridad eminente del Estado, las aso-


ciaciones profesionales se convierten en personas de derecho público
por el reconocimiento que de ellas hace aquél; es el Estado el que crea
el sistema de agrupaciones especializadas para armonizar los intereses
particulares de la categoría profesional y los de ésta con los del Esta-
do. De esta manera, la organización económica forma parte del orden
público, que el propio Estado garantiza y asegura. La organización
corporativa fascista revela una concepción opuesta a la lucha de clases:
la producción es fruto de la colaboración de trabajo y capital. El trabajo
y la colaboración son deberes sociales161.
En sintonía con la exitosa experiencia corporativa fascista, el
alegato corporativo que hiciera años atrás, ahora es reforzado. Está
claro, entonces, que el corporativismo al que adhiere Ibarguren tiende
a reforzar el poder del Estado, porque la constitución de poderosas or-
ganizaciones profesionales restaura, por sí sola, la autoridad del Estado.
En un plano teórico, la corporación profesional obligatoria sustituye a
los caducos partidos políticos; y la organización corporativa aparece

Ídem, p. 86.
160

En el cap. V (ídem, pp. 84-93) se sintetizan los rasgos esenciales del Estado
161

corporativo.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 329

como el baluarte institucional contra el comunismo, pues garantiza el


equilibrio económico-social162. Por lo tanto el corporativismo no es
un sistema de representación por asociaciones; es mucho más que eso,
porque cuando el gobierno es expresión directa de los valores sociales,
el Estado se vigoriza.

Si el Estado es cada día con más intensidad no solamente el gendarme


que asegura el orden y los derechos personales –escribe Ibarguren–
sino el órgano propulsor y ordenador de todas las energías colectivas,
es indudable que en sus cuerpos directivos debieran estar represen-
tados auténticamente los factores de las actividades en las distintas
clases de la sociedad163.

Para Ibarguren el mundo entero marchaba hacia una organiza-


ción funcional de la democracia. Así lo vieron todos los que estaban
preocupados por los graves acontecimientos que se vivían: desde Sal-
vador de Madariaga al Papa Pío XI; y era también el entender de los
especialistas, entre ellos Boris Mirkine-Guetzevich y Adolfo Posada.
Los partidos políticos eran desplazados por el pueblo organizado en
asociaciones, un pueblo orgánico; de modo que el reconocimiento de
la formación corporativa de las instituciones políticas no restaba poder
a la democracia sino que la extendía. La democracia funcional había
sido ya institucionalizada en diversos países que habían procedido a
reformar sus constituciones luego de la primera guerra mundial: Italia,
Alemania, Austria, Bulgaria, Brasil, Portugal, Rumania, Grecia, Hun-
gría, Ecuador y Yugoslavia. En estos casos, había una diversidad de
formas organizativas del corporativismo, aunque dos eran las básicas:
en órganos legislativos asesores (injerencia económica) o bien como
principio de representación articulado parlamentariamente (incidencia
política). Cualquiera de ellas era posible y, en todo caso, no era una
propuesta ajena a nuestra historia. Uriburu la había planteado, el pro-
pio Ibarguren la había secundado y, más lejos en el tiempo, se podía
encontrar la autoridad de José Manuel Estrada, quien sugirió maneras

162
Ídem, pp. 40-41.
163
Ídem, p. 77.
330 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

adecuadas de sostener una verdadera representación en el régimen


republicano.
Sin embargo, Ibarguren, a medida que avanza en su estudio,
atempera el feroz corporativismo que parece descubrir y apoyar en el
fascismo; así, en el transcurso de su examen, ha pasado de una orga-
nización corporativa exclusiva y no partidaria a aceptar estructuras
corporativas mezcladas con la representación política liberal e, incluso,
una reducción de aquella representación funcional a meros organismos
asesores. En otras palabras, acepta la naturaleza proteica de la instau-
ración corporativa. Pero también, en ese trayecto, ha abandonado la
idea de la dictadura para aceptar un esquema institucional republicano
modificado. Las lecciones de las constituciones de posguerra parecen
anunciar una nueva legalidad constitucional: “la consolidación de los
poderes ejecutivos fuertes y el debilitamiento o la caducidad de los
parlamentos basados en el sufragio universal”, esto último por la incor-
poración de la representación de los intereses sociales164.
El nacionalismo debe enarbolar la bandera de la democracia fun-
cional. Para él, el individuo no es nada fuera del Estado; la sociedad
es superior al individuo y la organización política debe sostenerse en
la representación de las fuerzas vivas; la nación es un cuerpo unido,
jerárquico, disciplinado. La nación no es una factoría comercial, es
una unidad espiritual; y si los argentinos contamos con la unidad po-
lítica, carecemos de la unidad espiritual que nos hace una nación165.
Pues bien, he ahí la tarea del nacionalismo: forjar “la unidad moral y
orgánica de todas las fuerzas sociales amalgamadas en un solo espí-
ritu”166. Si el nacionalismo tiene una misión, ella es la de impugnar la
estructura política que ha engendrado cien años de liberalismo, hoy
declinante aunque todavía esté en pie167. Se trata, prioritariamente, de
“transformar la estructura del Estado, hacer que su concepto compren-
da integralmente a la nación entera”. Así se podrá aspirar a una nación
que no esté dividida en banderías excluyentes ni asolada por clases
en pugna; al contrario, restaurando el Estado nacional, aparecerá “la

164
Ídem, p. 81.
165
Ídem, pp. 103-105 y 108.
166
Ídem, p. 111.
167
Ídem, p. 76.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 331

acción concertada de los grupos de interés organizados”, que constitu-


yen en su conjunto el interés nacional. La nación así entendida estará
sostenida en el orden y la jerarquía, resultantes ambos de “la natural
selección y gravitación de los más aptos”; será más justa y solidaria,
porque fomentará el trabajo y la producción, asegurando un mínimo
de bienestar e independencia a todos los habitantes. Tal el proyecto
nacionalista168.
El lector habrá notado que ese nacionalismo fascista y revoluciona-
rio acaba lavado y desteñido al correr de las páginas: Ibarguren intenta
replicar la mística de la nación italiana y emular su forma corporativa,
pero lo hace en fórmulas que se acoplan a cualquier organización po-
lítica de posguerra, a las premisas del constitucionalismo social. Ibar-
guren bien podría haber escrito que el Estado es la nación corporativa
o funcionalmente organizada, etiqueta que no está lejos de aquella otra
que, años más tarde, vestiría los discursos de Perón: el Estado es la
comunidad organizada. En torno a esa nación estatal, a ese Estado que
se apropia de la nación, diseminó Ibarguren el nacionalismo como una
religión adoradora del nuevo mito, como culto del Estado nacional. A
mediados de 1930 Ibarguren mantiene la impugnación que la revolu-
ción septembrina introdujera en términos políticos y constitucionales,
pero no acaba de perfilar una forma sustitutiva de ambas. Los cabil-
deos y las vacilaciones siguen impregnando sus ideas, al punto que la
condena a la legitimidad imperante siempre permanece parcial y nunca
acabada, absoluta.

3. Del nacionalismo al peronismo


Sin embargo, años después, Ibarguren concluiría con nuevo aporte
al corporativismo. En efecto, a medida que el peronismo, ya gober-
nante, iba viendo en la reforma constitucional la posibilidad cierta de
lograr la Constitución de Perón, la colaboración de antiguos naciona-
listas en ese proyecto se hizo evidente. Muestra de ello es La reforma
constitucional, libro debido a la pluma de Carlos Ibarguren, aparecido

168
Ídem, pp. 113-114.
332 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

en 1948. En este nuevo libro169, el viejo intelectual nacionalista propone


una reforma que acoge “los cambios políticos y sociales implantados
por nuestra revolución nacional, en concordancia con la que se opera en
el mundo”170. A lo largo del extenso trabajo resulta claro que el proceso
político ideológico, que había descrito con admiración catorce años an-
tes, se consumaba ahora en la revolución peronista, “nuestra revolución
nacional”171; por eso, sus ideas sobre la nueva constitución no podían
menos que inspirarse en un criterio social “que concuerda con la reali-
dad argentina impulsada hoy por la revolución nacional”172.
Era éste el momento propicio para acabar de formarnos como na-
ción, insuflando en la carta constitucional el espíritu de la revolución
nacional. El peronismo era la guía segura: había ya adoptado medidas
de gobierno inspiradas en la justicia social, elevando el nivel de vida
de las masas trabajadoras, basado en una concepción de la política (la
tercera posición) que el propio Ibarguren compartía, haciendo posible
una nueva constitución alejada de los extremos del individualismo exa-
gerado y del socialismo de Estado que absorbe a la persona humana.
En suma, bajo la inspiración de la revolución nacional, no hace falta
sancionar una constitución que remede las ajenas. “Nada es improvi-
sado ni copiado de instituciones extranjeras –advierte Ibarguren de su
proyecto–, ni de teorías, ni de libros”. El nuevo texto constitucional
debe estar animado de la vida argentina tal como es concebida por el
peronismo173.
A lo largo de este libro, Ibarguren repite conceptos conocidos y
que viene invocando desde hace dos décadas. Por lo pronto, la idea
de la crisis es capital para enlazar el examen de la realidad con las
propuestas. Es ésta, nos dice, una “hora de tormenta universal”174, en
la que está derribándose el edificio liberal “con su régimen individua-
lista, con su capitalismo y su organización burguesa”; se abre paso la

169
CARLOS IBARGUREN, “La reforma constitucional, sus fundamentos y su estruc-
tura” (1948), en La inquietud de esta hora y otros escritos cit., pp. 197-272
170
Ídem, p. 203. Léase bien: nuestra revolución nacional; esto es, la revolución
peronista es la nuestra, la nacionalista.
171
Ídem, p. 211.
172
Ídem, p. 213.
173
Ídem, p. 240.
174
Ídem, p. 222.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 333

“socialización de las funciones estatales”, es decir, un nuevo concepto


de libertad individual, principalmente económica, que atiende a los
intereses de la nación, los que “tienen que ser satisfechos y dirigidos
por el Estado”, y no quedar librados a la acción privada175. En este sen-
tido, la constitución del 53 ha caducado: copiada de la de los Estados
Unidos, no es el resultado de la vida propia sino del proyecto liberal
individualista del siglo XIX: anclada en la libre iniciativa y en el Esta-
do gendarme, resulta incapaz para enfrentar los problemas del nuevo
siglo, planteados por el industrialismo y las luchas sociales. Más aún, el
espíritu de la constitución de 1853 resulta inadecuado para consolidar
la unidad espiritual de la nación que impulsa la revolución nacional,
porque aquel texto “es esencialmente materialista y diríase hecho para
una sociedad cosmopolita”176.
Su proyecto postula nuevas bases de la unión nacional: “su tradi-
ción histórica y espiritual”, completada por “su soberanía política” y
“su independencia económica”, según dispone el artículo 2º, son los pi-
lares que sostienen a la Nación Argentina177. Sin embargo, a diferencia
de otros nacionalistas –e incluso del peronismo de la primera época–,
Ibarguren no reserva lugar alguno al catolicismo como distintivo de
la tradición nacional. En buen romance: nada de catolicismo como
religión oficial, sino pluralidad de cultos con privilegio del católico
semejante al que establecieron en 1853.
También despeja Ibarguren todo posible espíritu fascista: recusa a
quienes le han interpretado de ese modo y sostiene que su proyecto no
imita nada extranjero. Si algo ha dicho y reitera es que la verdadera de-
mocracia es la social. “La verdadera democracia orgánica es la social,
vale decir, la que expresa realmente en su seno los diferentes intereses
y factores colectivos”178. Su forma política, entonces, debe ser la de la
democracia funcional que canalice la representación de los intereses
colectivos “para asesorar o intervenir en la solución de cuestiones so-
ciales, económicas, técnicas o culturales”, colaborando de tal manera
a la transformación de los cuadros políticos179. El viejo y equívoco

175
Ídem, pp. 206-207.
176
Ídem, p. 219.
177
Ídem, p. 243.
178
Ídem, p. 215.
179
Ídem, p. 217.
334 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

discurso corporativista por fin cobra cuerpo en la mínima forma en


que puede ser tolerado en las democracias, como órgano asesor que no
sustituye a los instrumentos de la representación política.
El hecho de que el individualismo liberal haya revelado la impor-
tancia de las corporaciones para la protección de los trabajadores180;
y la circunstancia de que el derecho nuevo recepte la presencia de
diferentes sujetos de derecho, ya no sólo el individuo (la familia y los
elementos sociales de la vida colectiva)181; todo ello, sin embargo, no es
motivo para acabar con las formas demoliberales de la representación
legislativa. En efecto, Ibarguren prevé un capítulo en la constitución
referido a las entidades políticas y electorales, en el que los partidos
políticos no son llamados por su nombre (se les designa como “entida-
des creadas para actuar en la política nacional o provincial”), pero se
les exige –como en el decreto de Uriburu– el reconocimiento legal para
poder actuar en política182. En su proyecto, el Congreso sigue siendo
bicameral. Los diputados son elegidos directamente por el pueblo a
simple pluralidad de sufragios (artículo 62). Únicamente se innova
en el Senado, pues se produce la incorporación de la representación
de sectores sociales no provenientes de partidos políticos: las fuerzas
del trabajo, las del capital y de la cultura académica; así, a los dos se-
nadores por provincia (elegidos por sus legislaturas) se agregan doce
representantes de “las fuerzas organizadas del trabajo nacional”, otro
tanto de “las organizaciones agropecuarias, industriales y comerciales”,
y seis de las academias nacionales (artículo 66)183.
Pero estas reformas son casi anecdóticas frente a la intención prin-
cipal de Ibarguren: fortalecer el Estado nación, transformar el Estado
para que abandone la situación liberal individualista y sirva a la nación
en su plenitud, consciente de las nuevas tareas que demanda la inquie-
tud de la hora184. El individualismo, que engendra la anarquía, debe ser
superado por una organización de la nación en la que se “imponga el

180
Ídem, p. 209.
181
Ídem, p. 212.
182
Ídem, p. 250, artículos 25 a 29.
183
Ídem, pp. 234-236 y 258-260 (artículos 62 a 72).
184
Ídem, p. 222, en donde se repite el programa que formulara al final de “La
inquietud de esta hora”, sólo que ahora depurado de todo contenido darvinista.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 335

concepto social y solidario de la nación homogénea” y en la que pre-


domine “un patriotismo espiritualista en el que el individuo debe su
acción y hasta su sacrificio a la Patria, que es representada por la Na-
ción”. La patria, dice Ibarguren, vive dentro de una nación homogénea
que, a su vez, es dirigida por “un Estado con vigorosa estructura”185.
Es cierto, las ideas se reiteran, pero ahora para volcarse en un cuerpo
normativo que intenta reflejarlas. La constitución, entonces, no debe ser
sólo una armazón jurídica, económica y política de la sociedad; tiene
que estar impregnada de un espíritu que responda a “la trama moral e
histórica de la Nación, y debe tender a que se mantengan sus tradicio-
nes esenciales y el alma que las anima”186. La base de esa patria, que
está representada por la nación y que se organiza en el Estado, debe ser
un espíritu nacional, anheloso de solidaridad y de justicia social187. Por
ende, el primer capítulo de la constitución debe afirmar la supremacía
de los intereses nacionales, en armonía con su tradición188.
No cabe duda de que en esta concatenación de sujetos (patria,
nación, Estado), el que tiene presencia real es el Estado, pues los otros
sólo forman una entidad espiritual o moral. Entonces, que todos se con-
fundan o se resuman en el Estado, es un hecho de gran trascendencia.
Y el Estado que se formula en el proyecto, según reconoce Ibarguren,
es el que ha reclamado la revolución nacional peronista, pues en pa-
labras del propio Perón, se trata de un ordenamiento social, político,
jurídico y económico acomodado a las exigencias del nuevo tiempo,
ante el resquebrajamiento de las relaciones sociales y la estructura
jurídico-política del Estado burgués189. En esta concepción, hay dos
innovaciones relevantes: la defensa nacional y la defensa económica.
La primera se adopta en vista de los rasgos de los conflictos bélicos,
como guerras totales en las que interviene todo el pueblo; correlativa-
mente, deben autorizarse amplísimos poderes al Presidente, “quedando

185
IBARGUREN, “La reforma constitucional…” cit., p. 217.
186
Ídem, p. 218.
187
Ídem, pp. 220-221.
188
Ya mencionamos el artículo 2º, pero el artículo 1º afirma: “La Patria está
representada políticamente por la Nación y dirigida por el Estado. Los intereses de
la Nación constituyen la base primordial del supremo orden público argentino”…
Ídem, p. 243.
189
Ídem, pp. 227-228.
336 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

toda la población obligada sin restricciones a defender a la Patria”190.


La defensa económica importa el fomento estatal de la producción en
toda su variedad para consolidar la independencia económica. Explica
Ibarguren:

La acción del Estado, lejos de absorber o avasallar la fuerza de la


persona y la actividad privada, la estimula y la ampara. La doctrina
del proyecto en esta materia es la de un Estado que colabora con el
esfuerzo de las empresas particulares, y dirige cuando sea necesario
esa colaboración o ese esfuerzo en una alianza fecunda para las rela-
ciones que deben ser solidarias entre el individuo y el poder público.
El gobierno no aniquila la energía individual creadora de riqueza, sino
que la complementa impulsándola191.

En consecuencia, el proyecto debía articular normas expresas que


instalaran de pleno derecho al nuevo actor económico. En principio, el
Estado impulsa la economía y protege la actividad privada, reserván-
dose “el ejercicio de determinadas industrias, comercios explotaciones
o servicios de interés público para asegurar el mejor funcionamiento
de éstos, o la defensa o crédito de la Nación”. Tiene también el Estado
el derecho de adoptar medidas “para planificar, racionalizar y fomentar
la producción, y regular la circulación y el consumo de la riqueza, a fin
de lograr el desarrollo de la economía nacional y consolidar su inde-
pendencia”; el Estado tiene la plena regulación del comercio exterior;
le compete establecer las condiciones de fomento del capital extranjero;
y asume la defensa de la producción y la economía argentina, lo que
supone una potestad de fiscalización y control de las actividades eco-
nómicas particulares.
Más allá de reflejar los propósitos fijos de su autor y más acá de las
volteretas políticas de él, el proyecto de Ibarguren es uno de los esfuer-
zos más serios y mejor articulados de cambiar la legitimidad constitu-
cional para dar paso a una nueva legitimidad institucional y política.
Es cierto que ambas reformas son solamente parciales, pero no por ello
dejan de ser significativas, especialmente en lo que significa reconocer

190
Ídem, pp. 226, 247-248.
191
Ídem, pp. 239-240.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 337

una sociedad conformada por grupos sociales estables que serán titula-
res de derechos específicos. Lo demás, no hace sino demostrar las defi-
ciencias del propio Ibarguren (ese confuso entramado teórico de patria,
nación, Estado) y la impotencia de soluciones añoradas pero difíciles
de incorporar (el tan mentado corporativismo). No por nada, este texto
fue uno de los de mayor influencia en la convención de 1949.

VI. ESPECULACIONES LIBERALES

En el arco crítico a la constitución del 53, hubo quienes opinaron


que el mundo de la constitución era una ficción: si ella poseía elementos
perdurables, lo cierto era que la continua trasgresión de sus normas
–especialmente de las que no podían cumplirse por estar desactualiza-
das– contribuía a acrecentar el clima de escepticismo del cual sacaban
provecho aquellos que querían prescindir totalmente del régimen cons-
titucional. De acuerdo a Jorge Oría, sostenedor de esta tesis, había que
mantener una posición intermedia entre la terminal de quienes busca-
ban derogar lisa y llanamente la constitución, y la ingenua de quienes
consideraban a la constitución una especie de tabú intocable; entre la
intolerancia totalitaria y la intolerancia liberal –ambas posturas secta-
rias– se abría un espacio reformista, actualizador, del texto discutido192.
Su posición es más pragmática que doctrinaria: como la constitución es,
en parte, de cumplimiento imposible, hay que reformarla, distinguiendo
entre lo perdurable y lo efímero de ella, concentrándose especialmente
en la estructuración económica del Estado193.
Algunos sectores, por ese entonces, seguían apegados a un libera-
lismo básico, de raíz constitucional, individualista en sus afirmaciones
y derivaciones. El que puede llamarse legítimamente maestro de consti-
tucionalistas, Juan Antonio González Calderón, había ratificado en esos
años una interpretación ideológica prácticamente inmovilista194. Y otro

192
JORGE S. ORÍA, Ficción y realidad constitucional. El drama de la nueva Ar-
gentina, Buenos Aires, Emecé, 1946, pp. 159-161.
193
Ídem, pp. 166-167.
194
JUAN ANTONIO GONZÁLEZ CALDERÓN, Curso de derecho constitucional, Buenos
Aires, Kraft, 1943. El Curso, un manual, ratifica lo afirmado en 1917 en su Derecho
constitucional: que la constitución es reformable, pero no hay ninguna reforma im-
prescindible, necesaria.
338 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

profesor platense, Carlos Malagarriga, exigía la vuelta al régimen cons-


titucional como condición previa a cualquier discusión política, electoral
o económica. “Sólo el restablecimiento del pleno imperio de la consti-
tución puede hacer desaparecer el actual distanciamiento del gobierno
y el país”195. Más aún: entre aquellos que celebraban la revolución del
30, no faltó quien elogiara la constitución del 53 y a la hora de proponer
reformas, se olvidara de todo ideal corporativo propugnado por aquélla,
quedándose con su logro normativo, la regulación de los partidos políti-
cos como únicos habilitados en la competencia electoral196.
En cambio, la evolución hacia un liberalismo teñido de contenido
social, que no se riñe con la planificación económica y la intervención
estatales, está muy clara en las propuestas de Oría. Sin embargo, lo
principal era, a su entender, la necesidad de restablecer una elite diri-
gente consciente y responsable del interés común. Dice Oría:

Pero si queremos que la nueva organización del Estado sea eficaz,


debemos tender también a la formación de una aristocracia intelec-
tual, inofensiva y bienhechora, al decir de Esmein, porque en sus filas
todos pueden aspirar a entrar, a fin de que la gestión de los intereses
públicos se encuentre en manos de los más aptos, de consejos técnicos,
de quienes sean capaces de realizar una política social, económica,
comercial, penal, agrícola, minera, administrativa y no una política
en general, tratando al mismo tiempo, de separar dentro de lo posible
–pues parecería ser un ideal inalcanzable– la política de partido del
manejo de la administración197.

¿Cuál es el problema argentino, se pregunta el autor? Tiene dos


caras. Por un lado, la elite prestigiosa fue sepultada por la oleada inmi-
gratoria que, bajo el mandato alberdiano, inundó la Argentina. La clase
rectora “prácticamente ha desaparecido, desvirtuada, nuestra clase diri-

195
CARLOS C. MALAGARRIGA, En favor del retorno al régimen de la Constitución,
Buenos Aires, Gadola, 1945, p. 89. Se trata de una recopilación de artículos contrarios
a Perón.
196
Me refiero a A BEL VERZURA, La constitución argentina debe reformarse,
Buenos Aires, Peuser, 1945, pp. 77-82.
197
ORÍA, Ficción y realidad constitucional… cit., p. 119.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 339

gente y se ha acentuado el cosmopolitismo”198. Esto se solucionaba, en


alguna medida, con la exigencia constitucional de que todos los ciuda-
danos que formaren los poderes del Estado (no solamente el Presidente
y el Vice), al igual que aquellos que tuvieren participación directa en el
gobierno de la Nación, deberían ser ciudadanos nativos199.
Además, sostiene Oría, hay que modificar las leyes electorales
para evitar el fraude y hacer que el elector sea libre para que pueda
votar libremente y no sujeto a la doble esclavitud de la pobreza y la
ignorancia. Si bien no aparece nítida su propuesta, pareciera conceder
ciertas prerrogativas a los sectores distinguidos por su capacidad y
saber, porque declara no temerle al gobierno de los desposeídos ni de
las fuerzas de izquierda ya que hay suficientes elementos de contrapeso
y equilibrio en la cultura política como para evitar la democracia gre-
garia200. Pero ambas recetas fracasan en su finalidad, pues no se sabe
cómo, modificando el sistema electoral y restringiendo la ciudadanía,
se formará esa nueva clase dirigente que se extraña; parecieran medidas
tendientes a fortalecer “los perfiles de nuestra fisonomía como nación”
–según las palabras de Oría201– antes que remedios para recuperar la
elite gobernante.
Ahora bien, estas reformas debían ser acompañadas de una visión
diferente del papel del Estado en la sociedad. Salvo algunos adherentes
al liberalismo individualista decimonónico, en general se comulgaba,
por entonces, en la percepción de que no habría Argentina grande sin
Estado activo e impulsor. Para Oría se trataba de acoger en la consti-
tución hechos que la realidad demostraban con contundencia: lo que él
llama “estructuración económica del Estado”, que no identifica con el
intervencionismo estatal aunque sí con cierta planeación económica,
con la capacidad estatal para orientar, desviar, frenar, en suma: regular
las actividades económicas conforme a la justicia social. Su fórmula
es clara:

198
Ídem, p. 163.
199
Ídem, p. 241.
200
En este punto, es difícil descifrar la tesis del autor; ver ídem, pp. 249-253.
201
Ídem, p. 257.
340 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

Un interés superior impone la supervisión de la economía nacional por


el Estado. Este hecho necesario, podrá o no significar un aumento del
intervencionismo estatal. En cualquier caso impondrá la creación de
nuevas estructuras. El Estado será siempre el encargado de imponer
deberes y obligaciones, persiguiendo el desarrollo armónico y pujante
de la entidad nacional202.

En lo que hace a la representación funcional, propuso un amplio


paquete de reformas del Poder Legislativo, entre ellas, permitir el fun-
cionamiento de comisiones asesoras y consejos técnicos, pero sin que
eso significase corporativismo. Oría distinguió tres clases de estructura
parlamentaria: la clásica, de carácter político; la corporativista y sin-
dicalista, basada en categorías económicas; y una intermedia o mixta,
según el modelo de Madariaga, que combinaba la representación polí-
tica para los asuntos de soberanía y la representación corporativa –en
un Consejo de la Economía Nacional– para los servicios económicos
estatales203. Oría se inclinaba hacia una organización como la última
mencionada, pero no creía conveniente todavía avanzar en la separa-
ción de la representación económica de la política; de todas maneras
percibía que en un futuro eso sucedería, porque si desde el punto de
vista político la Nación era la suma de los varones mayores de edad que
participaban del poder, desde el punto de vista económico ella era un
conglomerado de corporaciones públicas, profesionales, municipales,
etc., que debían rectificar con su participación al sufragio universal204.
Esto es, por ahora puede introducirse una suerte de consejalismo, espe-
rando que el futuro perfeccione la participación de categorías sectoria-
les y cuerpos intermedios conforme a un patrón seudo corporativo.
Unos años antes que Oría, con similares preocupaciones sobre el
desacomodo entre la vida y el derecho, Roberto Podestá editó un libro
en el que exponía su plan de revisión constitucional. Los fundamen-
tos que el autor avanza en los capítulos iniciales no permiten indagar
demasiado en el descubrimiento del horizonte ideológico desde el que
formula su plan, más allá de ciertas precisiones elementales: primero,

202
Ídem, p. 156.
203
MADARIAGA, Anarquía o jerarquía... cit., especialmente la parte II.
204
ORÍA, Ficción y realidad constitucional… cit., pp. 223-231.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 341

la defensa irrestricta de la constitución de 1853, “texto liberal y mag-


nánimo, dado para un pueblo de espíritu amplio y generoso”, y amante
de la libertad205; segundo, la crisis del liberalismo, emergente desde
fines de la primera gran guerra, y que había abierto los cauces a las
diversas formas de estatismo. Sin embargo, aquella primera afirmación
era interpelada por esta última comprobación.
En efecto, la crisis del liberalismo, ¿significaba la modificación del
cielo ideológico de la constitución y de sus instituciones políticas?, ¿la
crisis ideológica del siglo no aparejaba, además, la crisis de las consti-
tuciones racionalistas nacidas a su amparo? En lugar de adentrarse en
este camino, Podestá opta por ratificar su fe liberal. “¿Realmente, están
en crisis los principios políticos, sociales y económicos del llamado
‘liberalismo’?”, se pregunta206. Lo que resulta conflictivo es el resultado
de algunas realizaciones liberales, pero no el liberalismo entendido
como “una actitud de tolerancia o de respeto hacia la opinión y aun ac-
ción ajenos, en beneficio de la dignidad humana”207. Conservando este
fondo liberal, como inspiración de la revisión constitucional, se puede
comprender el significado y alcance de ella. Se trata, pues, de proteger
a la sociedad contra el estatismo, de centrar al Estado, de modo tal que
a cada derecho inexcusable del poder le corresponda un similar derecho
de los individuos, que a cada ampliación de las funciones estatales se
confieran similares obligaciones del Estado para con los individuos. El
procedimiento es conocido, pues remeda el sistema de los checks and
balances de los constituyentes norteamericanos del siglo XVIII: para
evitar que un interés se vuelva hegemónico nada mejor que oponerle
otro interés de parecido potencial. El mecanismo compensatorio se
explica así: a mayor poder del Estado, mayores derechos individuales,
“un Estado fuerte en sus poderes pero respetuoso de toda libertad
legítima”208.
La revisión constitucional, con esa finalidad, tiene cinco estadios:
el replanteo del federalismo, la reforma estrictamente institucional,

205
ROBERTO A. PODESTÁ, Antecedentes y puntos de vista para una revisión cons-
titucional, Buenos Aires, Inti, 1943, p. 31.
206
Ídem, p. 23.
207
Ídem, p. 24.
208
Ídem, p. 29.
342 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

la definición de la nueva orientación económica de la constitución, la


introducción de un nuevo orden social y la corrección de los derechos
y garantías reconocidos constitucionalmente. En cuanto a las reformas
político-institucionales, Podestá toma por criterio rector la democracia,
que no es del todo liberal aunque suponga el imperio de la libertad, por-
que en toda sociedad hay intereses generales que no pueden sacrificarse
a los particulares209. Esta democracia es básicamente electiva y rechaza
el corporativismo al estilo fascista, no sólo por ser ajeno a nuestra his-
toria sino porque aquél fue una ficción y un fracaso210. La gran novedad
es que, en vista del derrumbe de los planes parlamentaristas inmediatos
al fin de la primera guerra mundial, había que aceptar un régimen de
ejecutivo fuerte para salvar a la sociedad de los peligros que la amena-
zan, sin que esta concentración de poder (particularmente, poderes de
emergencia) pueda pensarse como contraria a la democracia, pues el
origen del ejecutivo es popular211.
En concreto, respecto del Congreso, pergeña Podestá que ambas
cámaras se eligieran directamente por el pueblo y que los legisladores
duraran cinco años, renovados en las elecciones presidenciales. La
idea es otorgar al Poder Ejecutivo una mayoría que le acompañe en su
gobierno, al mismo tiempo que eliminar elecciones intermedias que
interrumpen las actividades públicas y privadas. La composición de las
cámaras difiere. El Senado conserva similar fisonomía que en la cons-
titución del 53; Diputados, en cambio, recoge una triple vertiente re-
presentativa: primero, representantes del pueblo elegidos por el sistema
proporcional, en número variable conforme a la cantidad de habitantes;
segundo, dos representantes de cada uno de los territorios nacionales;
y tercero, representantes de las organizaciones profesionales, que serán
un quinto de la representación popular, elegidos indirectamente en las
asociaciones de empleados y empleadores de la industria, la agricul-
tura, la ganadería, el comercio, los transportes, las asociaciones de
profesionales liberales y de los empleados y funcionarios públicos212.

209
Ídem, p. 72.
210
Ídem, pp. 80-84.
211
Ídem, p. 78.
212
Ídem, pp. 90-91.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 343

Se introduce así, de manera insospechada, una simiente corpora-


tiva, sin sustento alguno: el autor había rechazado de plano el corpora-
tivismo y en ningún momento dejó pie para incorporar algún tipo de
representación parcial de índole económica, profesional o funcional.
De todas maneras, es un seudo corporativismo, empobrecido por una
capitis diminutio frente a la representación política de los partidos. En
relación a éstos, sí hay consideraciones de Podestá, repetitivas de luga-
res comunes: la democracia funciona a través de un régimen electoral
que se canaliza por medio de partidos, que deben ser reglamentados
para que no se apoderen de la maquinaria electoral, pero de ninguna
manera debe combatirse la lógica y natural división partidaria.
Avanzando el análisis, sostiene Podestá que la suerte del liberalis-
mo económico corre pareja a la del liberalismo político213. La economía
argentina venía, de alguna manera, reaccionando ante la crisis con
tentativas de planificación económica y esto auguraba la posibilidad de
un nuevo ordenamiento de la economía. De acuerdo a los postulados
reformistas de Podestá, ese orden se apoya en dos principios: la función
social de la propiedad privada, y la necesidad de organizar las empresas
industriales, productoras de riqueza, explotadoras y prestadoras de ser-
vicios, de modo de hacer compatible la iniciativa privada con el interés
general encarnado por el Estado. En cuanto a esto último, Podestá cree
que una economía ordenada y productiva no puede sostenerse en las
sociedades anónimas; en su reemplazo, propone que la economía esté
regida por empresas monopólicas del Estado en materia de servicios
públicos (justicia, seguridad, orden, correos, telégrafos, transportes,
armas y explosivos, energía eléctrica, materias primas vinculadas a la
industria y la defensa nacionales); y por sociedades mixtas, también
monopólicas, controladas por el Estado, que les dará apoyo técnico-fi-
nanciero, a cargo de otros servicios esenciales (vivienda, alimentación,
vestimenta, transporte urbano, agua, luz, gas). Una vez que este sector
público queda definido, se abre espacio para las empresas privadas en

213
Ídem, p. 140. Este capítulo de las reformas económicas parece estar inspirado
no sólo en el catolicismo social sino, también, en el nacionalismo. No extraña que el
autor tenga dos fuentes principales, el católico anglo-francés HILAIRE BELLOC, autor
en 1939 de un libro brillante, La crisis de nuestra civilización, Buenos Aires, Sud-
americana, 19666; y A LEJANDO RUIZ GUIÑAZÚ, autor de La Argentina ante sí misma,
que ya traté.
344 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

todas aquellas materias que no son de la competencia antes precisada,


porque no afectan el interés social o el Estado214.
Sin duda alguna que la propuesta de Podestá es tan singular como
su liberalismo, que está mancillado, en lo económico, por una peligrosa
estatización. A fuerza de innovar, Podestá terminó montando algo se-
mejante al Estado de bienestar a cuyos pies llorarán luego los liberales
las libertades perdidas. En lugar de tomar el camino de la concerta-
ción, como podría haberlo hecho con una economía neocorporativa o
mediante un consejo económico-social, Podestá se inclinó lisa y llana-
mente por las empresas públicas en detrimento de las particulares, de
modo que el corporativismo carecería de sentido: sería un régimen de
empleados públicos, mandados por el Estado.

VII. LOS JURISTAS, PERÓN Y EL CORPORATIVISMO

Con la reforma constitucional ya decididamente impulsada por el


gobierno de Perón, el mundo académico se agitó tanto como el político.
Llovieron propuestas, proyectos, discusiones y argumentaciones a favor
y en contra de la reforma. En este ambiente caldeado, una de las más
importantes transformaciones que la reforma debía realizar concernía
al papel del Estado. Buena parte de los intelectuales que opinaron so-
bre la cuestión, lo hicieron en el sentido de tener cuidado de plasmar
un Estado intervencionista y/o totalitario lo mismo que de mantener
el individualismo abstencionista. “Evitar el intervencionismo abusivo
que conduce al monopolio de hecho y desvirtúa la libertad prometida”,
aconsejaban los universitarios215. Para Faustino Legón, reconocido
jurista, era necesario interpretar el papel del Estado según las pautas
del principio de subsidiariedad, al que no menciona, pero que late en
sus palabras: “es ley sociológica saludable la de no llevar a las auto-
ridades ni a los órganos superiores lo que los poderes o comunidades

PODESTÁ, Antecedentes y puntos de vista… cit., pp. 152-157.


214

Opinión de Máximo I. Gómez Forgues, en AUTORES VARIOS, Encuesta sobre la


215

revisión constitucional, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de


Buenos Aires, 1949, p. 83. También Roberto Martínez Ruiz, ídem, pp. 155-156.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 345

inferiores pueden cabalmente realizar”216. No se trata de renegar del


fortalecimiento del Estado y de la ampliación de sus funciones, sino
de “prevenir contra el riesgo temible de una estatización totalitaria y
absorbente”, la que podía adoptar variadas formas oscilando entre la
estatocracia a la que se llega por el camino populista autoritario, y el
feudalismo burocrático totalitario de las experiencias comunistas217. Es
que el peligro no estaba –en ese momento histórico– en la incapacidad
o la anulación del Estado, “sino en la progresiva gerencia y expansión
del Estado como ente anónimo”, según denunciara Sánchez Sorondo,
en obvia referencia a la “tecnocracia” que deshumanizaba218.
Sin embargo, los límites no eran tan claros en los casos concretos.
En materia económica, por ejemplo, no faltaron quienes propusieron
otorgar al Estado la facultad de dirección de la economía nacional,
aunque su intervención se limitara a casos especiales: a la gestión de
las actividades particulares cuando fuera necesario ayudarlas o a la
consecución de beneficios sociales superiores que sólo por la acción
del Estado son posibles219. El jurista Carlos Cossio sugirió la fórmula
de una economía planeada pero con subsistencia de los derechos indi-
viduales, porque “el planeamiento y dirección estatal de la vida econó-
mica debe limitarse a las necesidades fundamentales de la población de
masa”, mediante el aseguramiento de derechos fundamentales220. Según
el esquema ideológico vulgarizado, el Estado inerme del liberalismo
individualista debía ceder su lugar a un nuevo Estado que recobrara,
“frente a los nuevos señores feudales de las finanzas, de la banca, de
la industria y del comercio, los poderes indispensables para garantizar
con eficacia el derecho de las demás personas individuales a su car-

216
FAUSTINO J. LEGÓN, “Mutabilidad e inmutabilidad constitucional”, en AUTORES
VARIOS, Reforma de la Constitución Argentina, Universidad de Buenos Aires: Acción
Social 1948, p. 73.
217
Legón, en Encuesta sobre la revisión constitucional cit., p. 23.
218
Ídem, p. 180.
219
Valsecchi, en Reforma de la Constitución Argentina cit., p. 113.
220
Cossio en Encuesta sobre la revisión constitucional cit., p. 107. Cossio en-
tiende que esta propuesta define la “cuarta posición”, diferente del individualismo
manchesteriano, del comunismo ruso y del totalitarismo centro-europeo. La cuarta
posición caracteriza al “estado democrático-intervencionista del siglo XX” (ídem,
p. 281).
346 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

go”221. Por eso correspondía al Estado regular y coordinar la actividad


económica y social, reaccionando contra “las explotaciones parasitarias
incompatibles con los intereses superiores de la Nación”, aunque esto
significase que el Estado asumiera el ejercicio de determinadas activi-
dades industriales, comerciales o servicios de interés público222.
Una materia puesta a debate fue la nacionalización y estatización
de los servicios públicos y de las instituciones de crédito. Tampoco se
negaba la evidencia de plasmar la justicia social, aunque a la hora de se-
ñalar el modo de hacerlo surgieran divergencias entre los que preferían
fórmulas parcas, los que buscaban declaraciones grandilocuentes de
derechos sociales, y los más avanzados (o descarados) que repetían los
derechos proclamados por Perón223. Fuera de ello, Héctor A. Llambías
llamaba la atención sobre otro aspecto:

reconocer claramente y garantizar el derecho de las asociaciones pro-


fesionales y sindical obrera y patronal, incluyéndose en la Constitución
las normas más generales de organización legal, dejándose amplio
margen para la libertad natural de agremiación sólo sujeta a normas
claras y a políticas de bien público224.

¿Implicaba esta decisión algún atisbo corporativo?, ¿era necesario


cambiar el sistema representativo?, ¿se imponía alguna modificación
sustancial en este orden? La prudencia aconsejaba no pensar que la
representación funcional debía reemplazar a la política, sino más bien
complementarla por medio de órganos especializados y asesores, opi-
naba Legón. “Estructurar la política sobre las corporaciones sin una
previa vida corporativa auténtica, emergida desde abajo en la realidad
social, conduce fácilmente a la deformación fraudulenta del sistema
funcional”225. Sin embargo, rehuyendo los extremos, algunos creyeron

221
Villoldo, ídem, p. 204.
222
Zuanich, ídem, p. 217.
223
A sus pies se rendía incluso Ricardo Levene, ídem, p. 136.
224
Ídem, p. 147.
225
LEGÓN, “Mutabilidad e inmutabilidad constitucional” cit., p. 75. A conti-
nuación dio uno de los argumentos más contundentes contra el corporativismo en
las sociedades dinámicas: “desconocer radicalmente el sentido y la eficacia de las
aglutinaciones espontáneas y negarles reflejo en el sistema representativo es otro
error deformante, que mantiene fuera y contra del cuadro oficializado de los poderes
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 347

ver en la crisis del parlamento la ocasión de reformular el funciona-


miento del sistema representativo para adecuarlo al estado interven-
cionista del momento; se proponía que los partidos ganaran bancas en
las elecciones, pero que no existieran legisladores permanentes sino
técnicos variables y cambiantes según los temas en discusión226. Tal
versión de la tecnocracia causó el rechazo de algunos juristas.
Influidos en algunos casos por Ibarguren, ciertos especialistas
recomendaron la representación de la Nación a través de las corpora-
ciones económicas y culturales227, agregando que debía tenerse presente
a la clase media228, dándoles asiento en el Senado. De este modo, la
Cámara Alta se integraría con los senadores de las provincias y repre-
sentantes de la Iglesia, las universidades, el ejército, las corporaciones
obreras de la manufactura, del transporte y de la minería, las federa-
ciones de agricultores y obreros rurales, las sociedades industriales,
bolsas de comercio, sociedades rurales y asociaciones profesionales229.
Esto es, sería estamental, según la denominación que he propuesto, y
no tan solo corporativo.
Marcelo Sánchez Sorondo fue original: partiendo de la idea de que
el régimen representativo encarnado en el Parlamento estaba en crisis
“en su actual estructura y sentido”, proponía mantener la Cámara de
Diputados en su sentido y representación pero eliminar al Senado y
crear el Consejo de las Autarquías, compuesto de representantes de las
ciudades capitales, regiones nacionales (provincias y territorios), y de
los intereses del trabajo, la industria y la administración, cuya función
se limitaba a dictaminar sobre proyectos de ley iniciados por el Poder

auténticas y pujantes energías”. Consecuentemente, en su proyecto para Mendoza


había descartado convertir al Senado en cámara corporativa de los departamentos
provinciales. FAUSTINO LEGÓN, Ante-Proyecto de Constitución. Redactado por encargo
del Gobierno de la Provincia de Mendoza, Buenos Aires, 1943, pp. 243-246.
226
Fue la idea de Carlos Cossio, en Encuesta sobre la revisión constitucional
cit., pp. 109-110; y en su trabajo “Ideas sobre la constitucionalización de los partidos
políticos y el Poder Legislativo, en el Estado democrático intervencionista del siglo
XX”, ídem, pp. 281-288.
227
SELIGMANN SILVA, en Encuesta sobre la revisión constitucional, cit., p. 191.
228
Paradójicamente, es la clase que menos temperamento corporativo tiene.
229
Según Eduardo R. Elguera, en Encuesta sobre la revisión constitucional cit.,
pp. 114-115.
348 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

Ejecutivo y que sancionaba o no Diputados230. Esto es, una variante del


corporativismo que llamé consejalismo, y que parece más acomodada
a prácticas ya instauradas por Perón.
Lo que estaba claro, es que la representación partidaria no se eli-
minaba: no convenía en la práctica al peronismo (ni a ningún partido)
ni se avizoraban teóricamente modalidades que la sustituyesen. Fausti-
no Legón ya había dicho que, de aceptarse la representación orgánica,
debía combinarse con la representación genérica y democrática, de
carácter político. En su opinión la representación corporativa tenía que
adoptarse gradualmente y por vía subsidiaria; pues si ella respondía
a las funciones reales, había que admitir lo difícil que era catalogar
y jerarquizar todas las funciones sociales existentes, lo que no podía
lograrse salvo “falsificaciones autoritarias de la opinión”231.
La encuesta de Derecho, que estoy comentando, incluía una pre-
gunta sobre la conveniencia o no de introducir consejos técnicos dentro
del cuadro de las autoridades de la Nación. A favor se pronunciaron
varios docentes sin dar mayores fundamentos232; otros creían que debía
cuidarse de la tecnocracia por la falta de universalidad de miras pro-
pia de la política, aunque no rechazaron la idea233. En contra, algunos
afirmaron que la materia del asesoramiento técnico era asunto de re-
gulación legislativa y no constitucional234; o, como Sánchez Sorondo,
la descartaron totalmente por la inhumanidad de la técnica. Decía el
conocido escritor:

Hoy el consabido peligro totalitario no está en la faz política del abso-


lutismo, sino en la progresiva gerencia y expansión del Estado como

230
Ídem, pp. 180-182.
231
FAUSTINO LEGÓN, “Reformas democráticas y supremacía constitucional” (1935),
en Cuestiones de política y derecho, Buenos Aires, Depalma, 1951, p. 140.
232
Por ejemplo, Carlos Alberto Alcorta propuso consejos políticos, económicos,
culturales, industriales, obreros, sanitarios, de asistencia y beneficencia pública; en
Encuesta sobre la revisión constitucional cit., p. 39. José Canasi sugirió que fueran
exclusivamente consultivos y dependientes del PE, ídem, p. 98. También así, Eduardo
Jorge, ídem, p. 120. Para J. Ramiro Podetti debían asesorar al Congreso, ídem, p. 168;
para Zuanich debían asesorar a los poderes del Estado; ídem, p. 220.
233
Como Héctor A. Llambías, ídem, p. 145.
234
Bargalló Cirio, ídem, pp. 58-59.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 349

ente anónimo. Por eso conviene afirmar las responsabilidades perso-


nales, humanizar el Estado. Por el contrario, la tecnocracia al menos
para nuestra raza, en nuestro medio, sería deshumanización235.

A juicio de algunos especialistas, además de las representaciones


provinciales –que durarían seis años–, el Senado debía convertirse en
cámara estamental y acoger a ex presidentes y ex vicepresidentes, a dos
obispos, a dos rectores de universidades nacionales y a dos representan-
tes de las fuerzas del trabajo y del capital, todos permanentes236; otros
creían que debía imponerse el requisito, para ser senador, de haber sido
anteriormente presidente, vicepresidente, ministro, senador o diputado
nacional, gobernador o ministro provincial237; algunos simplemente
adherían a la idea de hacerlo órgano de la representación “funcional de
la Sociedad jerárquica e institucionalmente organizada”238. Hay aquí
una huella de la propuesta de Tristán de Athayde quien aventuraba que
en un estado cristiano el senado sería reemplazado por una cámara
familiar239.
A favor de esta institución hubo varias mociones240; por ejemplo,
la del citado Legón, quien buscaba alguna forma de gravitación de la
familia en el gobierno, especialmente de los menores no emancipados
políticamente “pero integrantes de los hogares y depositarios de las
esperanzas del país”241. Esta idea había sido expuesta en un trabajo
titulado Familia y organización política242, en el que se hacía eco de las
diversas tendencias constitucionales y legales que buscaban robustecer
la familia; sin embargo, más allá de la pretensión –que en buena medida
podía llenarse con una sana legislación sin necesidad de reformar para
ello la constitución–, estaba por aclararse aún el significado político de
235
Ídem, pp. 179-180
236
Bargalló Cirio, en ídem, pp. 59.
237
Berçaitz, Gómez Forgues y Mouchet, ídem, p. 73.
238
Héctor A. Llambías, ídem, p. 145. El autor seguía a Ibarguren, y lo mismo
hace Jorge J. Llambías, ídem, p. 152.
239
TRISTÁN DE ATHAYDE, Política cit., p. 110.
240
Entre otros, Seligmann Silva, en Encuesta sobre la revisión constitucional cit.,
p. 191. Sobre los inconvenientes de esta representación, MARCELO SÁNCHEZ SORONDO,
“A propósito de la familia y de la propiedad en la constitución”, ídem, pp. 289-294.
241
LEGÓN, “Mutabilidad e inmutabilidad constitucional” cit., p. 76.
242
Recogido en LEGÓN, Cuestiones de política y derecho cit., pp. 167-175.
350 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

la familia, esto es, la cuestión del voto familiar, que defendieran Aberg
Cobo y González Calderón, entre otros243. Retomando las discusiones
del Congreso de Lille de 1920, Legón distinguió dos alternativas: la
primera, extrema, suponía abandonar el criterio de representación
política existente por otro en el cual la familia y no el individuo era
tomada como unidad representativa; la segunda, moderada, implica-
ba fortalecer la influencia social del padre de familia acordándole un
voto plural. Ambas tenían inconvenientes: aquélla, chocaba contra la
realidad del sufragio universal y tendría la apariencia de un retorno a
sistemas aristocráticos pues adopta una estructura representativa que
tiene como base exclusiva los lazos sanguíneos; ésta, modificaba el
sistema del sufragio universal, acordando un voto plural, que Legón
veía riesgoso porque “el abandono de ese principio puede ser la pérdida
de una postrera garantía de libertad y de orden para aventurarse en el
caos bolcheviquista o en los recursos angustiosos y transitorios de los
regímenes de fuerza”244.
En suma, la cautela –que algunos llamarán prudencia– pareció im-
ponerse: el corporativismo o era cosa de exaltados o se desdibujaba en
propuestas tan variadas que lo volvían imposible. ¿En qué punto hacen
contacto –más allá de la crítica al individualismo liberal– el sufragio
familiar, el consejalismo, la representación funcional, el senado cuasi
corporativo o estamental? Para cuando Perón empujaba su constitución,
el debate corporativista había naufragado en la falta de realización.

243
ABERG COBO, Reforma electoral y sufragio familiar cit., es la obra más ilustra-
da sobre el tema. Cuenta con un “Prólogo” de JUAN ANTONIO GONZÁLEZ CALDERÓN, en el
que el afamado constitucionalista defiende la democracia orgánica ante la meramente
numérica, los primordiales intereses públicos frente a los intereses personales de quie-
nes manejan los partidos políticos, el sufragio familiar contra la tendencia exclusivista
del sufragio universal que trae el imperio de “un hombre, un voto”.
244
LEGÓN, Cuestiones de política y derecho cit., pp. 172-175. En verdad, Legón
descree tanto de la representación familiar como del voto familiar, porque la realidad
social no sólo está hecha de familias, y, además, no es necesario constituir a las fa-
milias en el eje de la vida electoral. En su proyecto para Mendoza (artículo 26 in fine)
previó la adopción de normas para proteger la familia y la estabilidad del hogar, sin
darle derechos políticos especiales. LEGÓN, Ante-Proyecto… cit., p. 161.
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 351

VIII. APUNTACIONES FINALES


“Hemos gastado en un lustro los dos gran-
des recursos de la dictadura plebiscitaria y de la
dictadura militar, sin obtener ningún resultado
plausible. Estamos de nuevo bajo la férula del
liberalismo […] y tenemos que encontrar el medio
de librarnos de él”.
RODOLFO IRAZUSTA, 1933.

Recapitulemos. En la revolución del 30 hubo cuatro proyectos


corporativistas. Uno, apenas esbozado, el del general presidente, que
pareció más bien una diatriba antirradical que el intento de plasmar
algo parecido a un corporativismo integral. Los católicos sabían que
defendían un corporativismo de difícil sino imposible realización: re-
quería condiciones éticas (no tan sólo económicas y políticas) que no
se hallaban en la cultura moderna. Salvo Amadeo, que planteaba un
corporativismo parcial, el catolicismo argentino, en aquel entonces, no
avanzaba sino doctrinariamente por la senda corporativa, sin confiar
en la práctica245. Con los nacionalistas sucede algo semejante: se habla
más de lo que se proyecta, porque los proyectos a duras penas se ex-
plican por las teorías. De alguna manera, el corporativismo formaba
parte de la doctrina nacionalista, aquella que todos decían conocer y
respetar, aquella en la que todos comulgaban; por lo tanto, no se le
ponía en duda. Los problemas del nacionalismo, como lo reconocían
ellos mismos, estaban en la práctica, no en la doctrina sino en la polí-

245
Por caso, otro gran católico de entonces, el padre Leonardo Castellani, se
mantuvo en posición similar. En un artículo titulado “Hacia el estatuto”, de 1943,
había explicado sus ideas en términos caros al tradicionalismo español, pero siguiendo
la doctrina del institucionalismo francés (especialmente Georges Renard). “Ir hacia
el estatuto es descentralizar, crear los organismos intermedios, dejar nacer y crecer
la institución, fomentar la vida funcional y celular en el yermo arenal de la atomiza-
ción liberal. Saber gobernar no es querer asumir toda la responsabilidad, puesto que
por grande que sea un hombre no puede curar del todo. Saber gobernar es saber dar
y exigir responsabilidad” (LEONARDO CASTELLANI, Las canciones de Militis, Buenos
Aires, Dictio, 19773, p. 111). Institución es, para Castellani, sinónimo de fuero y de
corporación medievales, algo parecido a los entes autárquicos del fascismo. Se trata de
una defensa que no va más allá del terreno de los principios, pues Castellani no diseñó
una teoría de la organización corporativa ni un régimen foral patrio.
352 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

tica concreta, no en los fines sino en los medios. El corporativismo se


sustraía, así, de la discusión concreta.
En este sentido se podría hablar de una teoría en busca de una
realidad, porque el corporativismo que se mentaba, con todo responder
en la mayoría de los casos a una teoría veraz de la sociedad, no tenía en
cuenta las condiciones de aplicación, sino por excepción. Y, en la medi-
da que quería hacerse realizable, debía perder su carácter corporativo
o matizarlo. Un corporativismo integral, como los Irazusta pergeñaron
en algún momento o Carlos Ibarguren diseñó a comienzos de la década
del 30 en Combate, es, antes que nada, una apuesta intelectual con algo
de capricho, pues en lugar de avanzar paulatinamente –como reconocía
Meinvielle–, zampaba la realidad y la absorbía en la doctrina o el ideal.
Incluso se cavilaba frente a la revolución que podría haber realizado
los sueños corporativistas: demasiados pruritos hacían a importantes
sectores nacionalistas inmunes a la política práctica, electoral o revo-
lucionaria, que no se acomodase plenamente a la doctrina.
El corolario puede alcanzarse con un examen de las opiniones de
los profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires en 1948: todo era posible, desde dejar la representación política
como estaba hasta impulsar cierto principio corporativista, aunque
controlado por la representación partidista, pasando por la tecnocracia
kelseniana de Cossio que está en las antípodas del organicismo social
que sostiene al corporativismo. Esta Encuesta, en tanto que expresa una
pluralidad de opiniones amontonadas, da pábulo a quienes rechazan el
corporativismo, pues son los propios impulsores quienes no consiguen
llegar a un acuerdo en torno a su instrumentación.
Y así nos encontramos con que, en lugar de la llegada de las cor-
poraciones, asistimos al avance del estatismo, teórico y práctico. En
efecto, tanto entre los nacionalistas como entre los liberales que tilda-
ríamos de sociales, hay una marcada tendencia a agrandar el Estado, a
estatizar la sociedad y la economía con la intención declarada de hacer
frente a los problemas del momento. ¿Remedios esenciales para males
accidentales? Pareciera que no era advertido, salvo por los católicos. El
estatismo hizo carrera de la mano de la sociedad orgánica, de su teoría
mejor dicho, pues en realidad el Estado hipertrófico destruye las unida-
des sociales y se abastece de una sociedad de masas; y la masificación
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 353

es sinónimo de grupos también masificados, enormes, anónimos, como


los sindicatos y los gremios que desde el 1940 hemos tenido246.
Me he preguntado en varias oportunidades, mientras avanzaba en
la investigación, si no han sido estas propuestas difusamente corpora-
tivistas y estos proyectos abstractos, ideales, incorrectamente tildados
de fascistas, lo que prácticamente eliminó del debate posterior la re-
presentación corporativista a nivel constitucional; o, cuando menos,
lo que trabó su éxito. Por lo pronto, creo poder afirmar que el dilema
de sostener o negar el corporativismo no sólo dividió a las fuerzas
revolucionarias del 30, sino que condujo inevitablemente a descartar
el corporativismo de entre las alternativas políticas y constitucionales.
Los alegatos tibios de Carulla e Ibarguren pusieron el broche de oro
que clausuró las divagaciones en torno a la institucionalización expresa
de la representación corporativa. No quiero decir que los proyectos
corporativistas se acabaran; al contrario, subsistieron, pero cada vez
se hicieron más imposibles, más rígidos ideológicamente, provocando
mayores rechazos; o tan blandos y maleables que se volvían insigni-
ficantes. Sin dudas que haber perdido la dorada ocasión fue fatal para
los planes corporativistas.
Es cierto que sólo en el 30 los intentos de corporativismo estuvie-
ron asociados a una empresa política establecida en el poder; los res-
tantes, fueron devaneos intelectuales fuera del gobierno, que requerían
de su conquista como condición de realización. Pero hay que andar un
poco más, porque el fracaso del corporativismo no viene sólo de la
falta de un punto de apoyo, debe bastante también a la irrealidad tantas
veces referida. Carecíamos de antecedentes locales que lo propiciaran;
la experiencia efímera de la constitución de 1819 no puede valer aquí,
porque esa sociedad criolla –traducida en una representación estamen-
tal– no existía como tal un siglo más tarde. Como sociedad nueva, más

246
Entonces, malamente puede endilgarse el mote de corporativistas a las normas
(leyes y decretos, resoluciones y reglamentos) que regulan actividades, burocrática-
mente, que si ensanchan la esfera estatal lo hacen en provecho de sectores determi-
nados, objeto (o sujeto) de esas normas. Esta conceptualización (que entre nosotros
difundió el neoliberalismo y está recogida en JORGE E. BUSTAMANTE, La república
corporativa, Buenos Aires, Emecé, 1988), abusa del término corporativo y lo aplica
impropiamente a la burocracia estatal, al reglamentarismo administrativo y a las
prebendas sindicales y/o patronales.
354 REVISTA DE HISTORIA DEL DERECHO

moderna y menos tradicional, la de la Argentina de la primera mitad


del siglo XX tenía claros rasgos de división de clases económicas, res-
pondiendo a una modernización incipiente y unos problemas sociales
propios de un capitalismo más desarrollado. Luego, la respuesta hubo
de buscarse fuera, copiarse del extranjero. Y tanto el modelo corpora-
tivo fascista italiano como el portugués de Oliveira Salazar debían ser,
forzosamente, extraños. De ahí que el corporativismo haya devenido
en representación de intereses, como le conoce la teoría política, o en
seudo corporativismo, como le llamé; esto es, se desvaneció en ins-
tancias de participación política y perdió el airecillo revolucionario,
transformador, sustitutivo, que en los comienzos tuvo.
Con la llegada al poder de Perón, la suerte estaba echada: el nuevo
presidente se apoyaba en los sindicatos obreros, incluso patronales;
coqueteaba con el sindicalismo de Estado, compatible con un sistema
de partidos en el que el suyo era el dominante, no con el corporativis-
mo. El triunfo del peronismo contribuye de este modo a defenestrar el
corporativismo; lo que se ratifica por otro lado, si se mira, ahora sí, de
nuevo, la germinación de la semilla del estatismo, la coronación de un
Estado fuerte, dotado de competencias amplias, casi ilimitadas, para
dominar todas las variables del juego del poder, incluso los sindicatos
que le suministran savia vital al movimiento. Y aquí el testimonio
liberal se vuelve irreprochable: cuando el liberalismo pide mayor in-
tervención estatal, cuando asume como propias demandas ideológica-
mente nacidas en su polo opuesto, entonces el Estado tiene abierto el
camino para imponerse con un consenso ideológico amplio, diríamos
democrático.
Una conclusión adicional no puede dejar de remarcar la resistencia
del liberalismo, tantas veces condenado a muerte y velado en vida.
Anunciada su muerte y augurada la defenestración de su legado, el
liberalismo ha demostrado haber calado hondo en nuestra cultura,
porque subsiste no sólo en unas instituciones que le reconocen como
su progenitor, sino además en unas creencias que han arraigado en el
alma argentina. Las quejas de Rodolfo Irazusta que encabezan estas
conclusiones tienen motivo, entonces. No quiero aquí más que esbozar
una idea que un teólogo o un filósofo está más capacitado para desa-
rrollar y explicar: la obstinada vitalidad del liberalismo no puede sino
EL MODELO CORPORATIVISTA DE ESTADO EN LA ARGENTINA... 355

entenderse porque es el modo de pensar y de vivir más acomodado a la


estatura materialista de la cultura postcristiana y la dimensión inma-
nentista del hombre moderno.
Después de todo, se tiene la impresión de que, independientemente
del mayor o menor fundamento de los proyectos y de las condiciones
histórico-sociales de los intentos, el corporativismo renacido en el
siglo XX no puede perder cierto perfume de artificialidad que exuda
a medida que se le examina. El corporativismo redivivo de la primera
mitad del pasado siglo no trata de revitalizar una sociedad orgánica
–por más que en su doctrina se lo afirme– sino de reflejar un modelo
estatista de organización social, esto es: una sociedad acomodada a
los planteos y demandas del Estado. Por eso las corporaciones (y los
corporativismos en ellas basados) son artificiales, porque se inscriben
en las transformaciones económico-sociales y político-jurídicas de la
primera posguerra y en la política estatal de disciplinar jurídicamente
los fenómenos políticos que le amenazaban247. Precisamente la artificia-
lidad las vuelve manipulables por el Estado: él las digita, las autoriza y
dispone su sitio en la vida política y económico-social.

247
TEMISTOCLE MARTINES, Contributo ad una teoria guiridica delle forze politi-
che, Milano, Giuffrè, 1957, p. 99.

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