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10/07/2021
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. Imagen: AFP
Todo fascista se siente dueño del país que habita. Les resulta fácil adquirir
semejante poder. Oscuramente saben que el país no les pertenece. Que la
tarea de los ricos que han ungido al neoliberalismo, los amos del capital que
llevan al hambre, al desamparo, a la injusta y brutal distribución de la riqueza
siguen dueños del poder, imperturbables, efectivos en la defensa de sus
activos. Pero un pobre empleado burocrático se siente alguien especial
cuando se hace fascista. Los fascistas casi mágicamente –con sólo ser
fascistas- se transforman en poseedores del país que habitan. “Somos
Alemania”. “Somos Italia”. “Somos Inglaterra”. “Somos el glorioso imperio
americano”. La consigna que llevó al fascista Trump al gobierno fue hacer a
América otra vez grande. Este impetuoso mandato lo asumen los fascistas,
los neo-nazis de todo el mundo. “Hagamos grande otra vez a nuestro país”.
En Argentina se da otra modalidad. La ultraderecha no ama al país. Lo
desdeña. Ocurre que ellos no saben amar nada. Saben odiar. Odian eso que
este país ha creado como identidad nacional: el peronismo. Si este país ha
cometido tal agravio contra ellos es porque no es otra cosa sino lo que ellos
dicen que es: una mierda. Un país que está lleno de negros, de inmigrantes,
de delincuentes. Los dueños de la tierra y las finanzas miran azorados el
eterno retorno de lo que el país elige una y otra vez: el partido de los pobres,
de los ordinarios y los corruptos. En un memorable discurso –el del día que
perdieron las elecciones- la indescriptible sra. Carrió dijo de Alberto F.: “¡Es
tan ordinario pobrecito!” Y después definió el nivel de clase de los suyos: no
los habían votado porque estaban esquiando en Bariloche o veraneando en
Europa. Y extasiada remató: “Europa es tan linda en verano”.