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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES
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VIRGINIA FEINMANN
VIRGINIA
FEINMANN
TODA CLASE DE
COSAS POSIBLES
~ 2016 ~
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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES
Feinmann, Virginia
Toda clase de cosas posibles / Virginia Feinmann.
- 1a ed. - Resistencia: ConTexto Libros, 2016.
de Rubén Duk
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hasta que no estén todas las sillas subidas no te vas” eran algunas de
las cosas que me decía. Raro, porque yo era una adolescente de
carácter. Pero cuanto más me gritaba él, más lo amaba yo.
No era práctica para abrir botellas, así que el barman me las
dejaba semiabiertas, con el abridor pinchado en el corcho para los
vinos, con el tapón aflojado para las sidras del clericó, que se servía
en la mesa. Una noche le cantaba a Mariano en la caja todo lo que
llevaba a la mesa 6. Él tardaba a propósito. Sin que me diera cuen-
ta, las burbujas de la sidra fermentaron y el corcho me saltó directo
a la cara, en la base de la nariz. Creo que sólo el oficio y un enorme
orgullo hicieron que no tirara la bandeja. Me tragué el dolor y
tampoco lloré. Sólo me salieron lágrimas como si fuera agua, como
si me hubieran mojado la cara entera.
Apoyé la bandeja en la barra y quise ir al baño. Mariano me
paró de un grito y me dijo que cambiara la botella y que llevara
urgente el clericó a la mesa 6, y que estaban esperando los cafés
de la 12 y que en la 9 faltaban dos hamburguesas completas y
que no tenía nada en la cara. La nariz me latía como si me la
hubieran martillado, era imposible que no se notara algo de afuera.
Quería verme, ponerme agua fría, pero hice todo lo que me dijo.
Y seguí, sin parar, y cada tanto él se reía y me decía “dale, si estás
linda... mirá qué linda que está, ¿no está hermosa?”. Cuando ter-
minó mi turno tenía la cara deformada. Tuve moretones en los
ojos por varios días.
La adición de los sábados era el momento crítico. Veinte ca-
mareras se amontonaban en la caja: “Mariano, cerrame”, “Mariano,
cerrame”, con las bandejitas de lata que se usaban para entregar la
cuenta, entrechocándolas y pidiendo por favor, porque si a la gente
se le demoraba el cobro, o el vuelto o lo que fuera, se enojaban y no
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ta. Las latitas se callaron. Justo para que se escuchara bien cuando
le dije. “Chau, Mariano, que tengas buena vida”.
Salí de la barra y caminé hasta la puerta. Puedo jurar que se
hizo silencio y que todas las miradas estaban sobre mi panza chata
y dorada, y mi culo redondo y recién estrenado, y que Mariano
mismo no pudo decir una palabra. Hasta que caminé media cua-
dra, y desde la esquina de Juramento y Libertador todavía pude
escuchar sus puteadas, ya inocuas para mí.
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–Bueno me voy yo –le dije al 4to día– soy una mujer inde-
pendiente, no cargo lastres, detesto el consumo, me arreglo con dos
cosas, ni heladera necesito, me alquilo un monoambiente, pero cómo
hago para pagar todo, depósito, mes adelantado, dos meses de co-
misión a la inmobiliaria y las expensas, las expensas ahora son
carísimas y además esta casa la compramos juntos, te acordás de
cuánta plata nos prestó mi hermana, te acordás de cómo nos en-
cantó el patiecito para tomar mate y...
–Te pago el monoambiente hasta que se venda la casa –me
dijo.
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–Ah... no.
–¿Le duele cuando se peina?
–No... –le señalo los rulos– no me peino.
–¿Al desabrocharse el corpiño?
–No... no uso –le digo pero me esfuerzo por abrochar un cor-
piño imaginario para ver qué siento–. No, no me duele con el cor-
piño, no –le reafirmo, contenta.
Piensa. Vuelve a mirar las placas.
–Le voy a dar diez sesiones de kinesiología, señora... con eso
ya... –y empieza a escribir en una receta.
–Qué bueno –miro hacia el parque, el día está hermoso–, nunca
hice kinesiología. ¿Qué es? Como una gimnasia, ¿no?
–Le dan ejercicios, sí, le ponen electrodos...
–No, entonces dejá –alargo la mano casi hasta su muñeca–, le
voy a pedir a mi hermana que me haga reiki, la verdad es que no
me quería hacer reiki porque te suelda las fracturas, ¿viste? y pensé
que si estaba mal alineado podía soldar mal, pero si ya me decís
que no está roto, con reiki se me va a ir, dejá.
Queda con el sello en el aire, la receta en la otra mano.
–Dejá, dejá, todo bien, en serio. Gracias!!!
Me fui. Cerré. Me odió. Sé que lamentablemente me odió.
Como se odian a veces las personas, sin hacerse nada a propósito.
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Todos los días de las vacaciones, entre las 20 y las 21, me iba
a la pileta caliente del hotel. Las únicas a esa hora éramos una nena
y yo. Yo iba para relajarme y sacarme el frío del mar. Ella iba por-
que, bueno, ella era una gran nadadora. Tenía unas antiparras ne-
gras, muy profesionales, y cruzaba la pileta de punta a punta en un
crol impecable.
–Vos con quién viniste –me preguntó cuando paró.
–Con mi mamá y mi hermana. ¿Vos?
–Con mi mamá y... no sé qué son míos. Mi padrastro sería...
–¿El marido de tu mamá?
–Sí, y mi tío y mi abuelo… en realidad es el hermano de mi
padrastro y su novia, y el papá de mi padrastro, sería mi abuelo. Sí,
bah, mi abuelo.
Le pregunté si me podía enseñar a nadar mariposa. Me expli-
có: patada de delfín, que también podía ser una cola de sirena,
ondular desde la panza, no juntar las manos, meter primero los
pulgares y no los meñiques. Traté de hacer todo junto y me dijo
que bastante bien pero que iba como parada, que tenía que hacerlo
más horizontal. Ella lo hacía perfecto.
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cían hacernos señas. No amor, me dijo, son para los chicos… Bus-
caba con la mirada algún chico que pareciera tener ganas de subir-
se a la hamaca para mostrármelo.
Desde ese día, y más aún después de que me puse una mini-
falda y tacos aguja y le propuse ir a la terraza a darnos besos y me
dijo que no porque hacía frío, mi mejor amiga lo llama “el asesino
de las ganas”.
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na otra cosa, y los empezó a mirar, uno, otro, los descartaba. “Padre
Nuestro”, “Ave María”, arrugados, en Arial 18, se los iba atajando yo
–que no era yo– mientras ella los seleccionaba guiada por algún
conocimiento fundamental. Menos fui yo la que con toda naturali-
dad le indicó, tenés este también, y le alcanzó uno que decía “Glo-
ria”. Ah sí, este. Se quedó con el Gloria y el Ave María.
No fui yo en la ambulancia y los nuevos vómitos, en el ingreso
a la clínica, serena, con toda la documentación. Escuchando al
médico que la disnea, que la saturación, que los stents, que con 94
años difícil, pero va a haber que operar, una vez se estabilice esto y
esto y lleguen las prótesis, quizás el miércoles. Muy bien. Tampo-
co fui yo la que rescató los papelitos de Gloria y Ave María, se coló
en la terapia y se los puso debajo de la almohada y se cruzó un
segundo con sus ojos grises, vivos.
Vengo a casa a descansar unas horas. No soy yo la que va a
volver apenas se levante. No soy yo la que llora en la almohada.
Nunca me llevé bien con ella.
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Decime que por ahí entra frío, sí. Que tendría que poner un bur-
lete, sí, qué me importa. Movete por acá y por allá, preguntame a
quién le alquilé y si sabía que las expensas aumentaron porque el
portero está con licencia y que la bombita de la cocina está quema-
da. Estirate, estirá el brazo con la manga gris, desenroscá la bombita
y movela. Sí, está quemada. ¿Y que por qué tengo tantos libros?
No importa tampoco. Ya está. Tengo que trabajar, disculpame.
–Tengo que trabajar, disculpame –y abro la puerta.
–Sí, obvio, yo también jajajj –sale caminando hacia atrás– ¡Ah!
–se da cuenta, porque afuera no hace el frío que hace adentro– ¡el
pulover! –se lo saca y me lo da.
–Sí, claro –lo agarro– gracias. Te lo agradezco muchísimo.
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algo, qué lindo ese hombre ahí parado, qué noble, más sonrisas y
seguimos y entendemos que nos dice “conchudas, qué miran,
conchudas de mierda”. Son las 02.15. Vivimos bajo el macrismo.
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Se terminó de imprimir,
en Editorial Contexto, Yrigoyen 399,
Resistencia, Chaco, Argentina,
en el mes de Junio de 2015.
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