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VIRGINIA FEINMANN

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

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VIRGINIA FEINMANN

VIRGINIA
FEINMANN

TODA CLASE DE
COSAS POSIBLES

~ 2016 ~

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Feinmann, Virginia
Toda clase de cosas posibles / Virginia Feinmann.
- 1a ed. - Resistencia: ConTexto Libros, 2016.

142 p.; 20 x 14 cm. - (Mulita narrativa / Quiros,


Mariano; Black, Pablo; 8)
ISBN 978-987-730-118-2

1. Narrativa Argentina. I. Título.


CDD A863

de Rubén Duk

Yrigoyen 399 - C.P. 3500


Teléfono (0362) 4449652
Resistencia - Chaco
www.libreriacontexto.com.ar
info@libreriacontexto.com.ar

Diseño de tapa: Paula Delvalle


Diseño editorial: Pablo Garcia
Idea de Tapa y logo Mulita: Luciano Acosta - Verónica Feinmann

Directores Colección Mulita: Pablo Black y Mariano Quirós

Hecho el depósito de ley 11.723


Derechos reservados
Prohibida su reproducción parcial o total

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VIRGINIA FEINMANN

Para Germán Ferrari, puro agradecimiento.

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

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ÍNDICE

I Estoy terminando de ......................................... 11


II El colectivero del 29 no .................................... 13
III Una vez al año más o menos ............................. 15
IV Después de dos días de ..................................... 17
V Navidad o Año Nuevo en familia ..................... 19
VI Oh Dios. ........................................................... 23
VII Por favor compradores ...................................... 25
VIII ESCENAS DE LA VIDA LABORAL Nº1 ... 27
IX ESCENAS DE LA VIDA LABORAL N°2 ... 31
X Traduciendo que siempre se aprende ................ 35
XI Estuve cuidando a papá .................................... 37
XII Al terminar una traducción: .............................. 41
XIII Lo rebanco a Di María ..................................... 43
XIV Ayer relaté Brasil-Chile ................................... 45
XV Cuando estaba por empezar el partido .............. 47
XVI Hola, mi nombre es Virginia ............................ 49
XVII Estaba ayudando a mi marido ........................... 51
XVIII Gracias Dios por Claire Keegan ....................... 53

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

XIX Querida nariz .................................................... 55


XX Una vez más mi marido .................................... 57
XXI Me duele todo el cuerpo. .................................. 61
XXII Pero ooooooobvio que ...................................... 63
XXIII Me convertí en experta ..................................... 65
XXIV Ir al Hospital Británico es ................................ 67
XXV Me tocó un médico precioso ............................ 71
XXVI Todos los días de las vacaciones ....................... 73
XXVII Papá e Isabella vinieron .................................... 77
XXVIII Salir en ojotas y el vestidito .............................. 79
XXIX Mi marido pasó a buscar el último resumen .... 81
XXX Me sentía un poco culpable .............................. 83
XXXI Mi hermana odiaba que .................................... 85
XXXII Salgo de reiki en zapatillas ............................... 87
XXXIII Cuando hacía poco que nos conocíamos .......... 89
XXXIV Al final no sé cómo fue ese paseo. .................... 91
XXXV Mi abuela siempre fue ...................................... 93
XXXVI Voy a la psicóloga de ........................................ 95
XXXVII Yo sé que sería como la pata de mono. ............. 99
XXXVIII Las camillas formaban .................................... 101
XXXIX Un clavo no saca otro clavo pero .................... 105
XL En casa hay un pulover ................................... 109
XLI Es la tercera vez desde que me mudé ............. 113
XLII Mamá cruzó los cuchillos sobre la mesada .... 117
XLIII Al final empezamos a salir por un motivo muy raro ... 119

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XLIV Spotify cree ..................................................... 121


XLV Así como después de agosto viene septiembre 123
XLVI Vivir en un monoambiente es mucho trabajo ..... 125
XLVII Vivo en Recoleta pero .................................... 127
XLVIII Mi primo y yo teníamos algunos problemas ........ 129
XLIX La señora que hablaba con otra ...................... 131
L La ciudad está llena de globos amarillos ........ 135
LI Tenía pacientes de reiki y no .......................... 137
LII Ahí estaba yo tranquila ................................... 141

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VIRGINIA FEINMANN

Estoy terminando de leer Informe bajo llave, la novela muy


autobiográfica de Marta Lynch y su romance tortuoso con Massera.
Es casi una súplica de exculpación. Un perdonen, me calenté, esta-
ba loca. Y sugiere que todo tendría su origen en “los hilos de la
infancia”, “el horror de la infancia”, que según entiendo es algún
tipo de abuso sexual infantil.
Yo acá, como persona cuya infancia en efecto fue violentada
por un pariente cercano, le voy a dar la derecha a Marta.
Muchas veces sentí eso que ella llama “la necesidad suicida de
unirme al horror”. Al hombre abyecto que, además de ser desprecia-
ble, me despreciara, me usara a su capricho, me ignorara a veces,
volviéndome loca. Y que cuando me buscara de nuevo, en el acto
mismo de esa entrega tan deseada por mí estuviera el castigo, la re-
presalia interna que tampoco me permitiera disfrutar de la aventura.
Infatuarse con un oficial inspector de la bonaerense implicado
en casos de gatillo fácil. Ir a buscarlo a la Brigada Tal del conurbano
a la 1 de la mañana, mis 23 años de pura audacia, mi pelo rojo por
la cintura. Rozarme contra sus pantalones en un auto blindado.
Llorar por el gran actor casado y progresista, que hacía obras de
Beckett y marchaba por la cultura, que me llevaba a un telo del
Once a las dos de la tarde de un miércoles y me hacía tomar de su

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petaca de whisky por si me ponía miedosa o molesta. Sólo a él le


conté una vez: “mi tío me tocaba de chica”. Me abrazó, me tocó,
me cogió. Y cuando terminó con su gran grito actoral y se tiró de
costado, levantó la cabeza y me dijo: “lo de tu tío me lo inventaste
para calentarme, ¿no?”.
Así eran estos personajes y las chicas como yo, alimentando
nuestra libido con mierda, con asco, sintiendo crecer la obsesión y
la calentura a la par de la repugnancia que nos provocábamos.
¿Qué pasó después? Por suerte, la salud, la normalidad, el amor
verdadero.
¿Ahí funciona el sexo? Sí al principio, como todo. Después se
impone la ternura. Se valora la estabilidad, el equilibrio. Pero no
habrá calenturas como las del empresario garca que le miente a su
esposa por teléfono mientras apoya su zapato de gamuza contra tu
cuello, vos en el piso con tu lencería de encaje rojo, jadeante la boca
contra la alfombra de su estudio. No. Habrá abrazos y ropa de
algodón durante muchos años felices. ¿Y después? A veces, en lo
que a sexo se refiere me gustaría ser un gato doméstico. Que me
castren a los seis meses, vivir rodeada de mimos y ternura, acurru-
carme en la falda de humanos que me aman y morirme a los nueve
o diez años, porque después todo se complica.

***

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VIRGINIA FEINMANN

II

El colectivero del 29 no me cobró. Pasá-pasá, pasá nomás piba,


pasá. Al que subió después tampoco. Dejá gordo, dejá, no hace
falta. Pase abuela. Pasá vieja. Pasá querida nomás, un asientito a la
señora con el bebé, ahí está.
A cada colectivero que se le cruzaba, aunque fueran de otras
líneas, le hacía un bocinazo de saludo. Y un hola con la mano. Y
después agregaba chau querido, chau, como para él, porque ya no
lo escuchaban.
En las esquinas seguía levantando y bajando pasajeros. Pasá-pasá.
Bajate acá que te queda mejor. Perá que te cruzo, corazón, perá.
Después empezó a avisar. Diagonal y Esmeralda ¿quién iba?
La gente se miró, pero nadie bajó ni agradeció. Plaza de Mayo
¿quién iba? Nadie tampoco. Y después ya a cada rato. Avenida
Belgrano ¿quién iba?, México y Bolívar ¿quién iba?, Plaza de San
Telmo ¿quién iba? Pasá-pasá. Pasá nomás.
Era el colectivero todo espíritu, todo alegría, todo buena onda.
Todo estaba bien.
Pienso que juntó los reclamos que le hicieron durante años.
¿Me avisa en tal esquina? ¿Me llevás que me afanaron? Saludá
cuando nos cruzamos, guacho. ¿Me para acá que estoy más cerca?

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Y que empezó a responderlos todos juntos, compulsivamente. Y


de sobra, por las dudas.
Yo sé que estaba al borde del brote psicótico, que esas deben
haber sido sus últimas horas de trabajo antes de tomar una larga
licencia médica, pero aun así y dentro de todo, fue algo lindo de ver.

***

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VIRGINIA FEINMANN

III

Una vez al año más o menos me toca hacer las compras en


casa y ayer fue la ocasión. Por instinto natural me fijo en los precios
y trato de no comprar caro al pedo, pero esta vez fui con otra sen-
sibilidad y va con cariño para los que no entienden qué quiso decir
la presidenta cuando dijo “empoderarnos”.
Entré al Coto pisando fuerte porque ser pueblo es más impor-
tante que ser supermercado. Había carteles de Precios Cuidados y
carteles de ofertas de Coto. Decidí aprovecharme de los dos. Las ofer-
tas de Coto, como fui media hora antes de que cerraran, ya no queda-
ban los productos. Con Precios Cuidados me compré la caja de 220
fósforos Ranchera rebarata mientras que la de Tres Patitos ahí al lado,
misma cantidad de fósforos, salía el triple. Encima los Ranchera tienen
toda la onda y me hacen acordar a la cocina de mi abuela.
Atún en trozos Precio Cuidado, matecocido Precio Cuidado,
arroz Precio Cuidado, galletitas Precio Cuidado, pum, meta llenar
el changuito al paso rítmico de “Hello You Fool I Love You” de
Roxette que sonaba de fondo. Constaté que el azúcar Dominó no
la tenían, no sé si porque eran las 21.25 o por lo que denunció la
presi y que ya muy bien nos mostrara en su muro el compañero
De Pedro. Para no joder a los trabajadores, no dije nada. Pero me
alentaba un sentimiento patriótico...

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Pasa gerentito de atención al cliente con el pelo bieeen cortito


y pin de Coto en el ojal, me mira tipo a-las-21.30-cerramos-andá-
acercándote-a-la-línea-de-cajas, le devuelvo la mirada tipo acá-
nomás-saco-el-celular-y-te-denuncio-que-el-afiche-de-Precios-
Cuidados-lo-tenés-mitad-tapado-por-una-estantería... Acaricié
apenas el borde del teléfono y me aflojó la mirada, cagón, retroce-
dió como con una reverencia.
Pasé por la góndola del pan y había una sola bolsa con cuatro
pancitos ya pesados con su precio etiquetado, y estaba rota. Alre-
dedor había panes sueltos, producto del ajetreo del día. Agarré y
los metí todos en esa misma bolsita con precio anterior, sin remor-
dimientos mientras pensaba, va por todo lo que remarcaron uste-
des guachos, acá me la cobro.
Llegué a casa con todas las cosas lindas y ricas y no había
gastado mucho. Para nada. Mi marido fue sacando de las bolsas y
guardando al tiempo que me felicitaba. Cuando terminó de aco-
modar me alzó a upa, me dio besos en el cuello y me dijo que era
su compradora favorita. ¡Viva Perón!

***

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VIRGINIA FEINMANN

IV

Después de dos días de estar escribiendo en casa salí a hacer


entregas de la librería virtual. Me armé un itinerario como para
entregar seis libros tomando dos colectivos y tres subtes. Mucha
caminata, mucho ejercicio, mucha endorfina.
En los tres subtes pasé colada por el costadito del molinete
porque era el boicot al Subte. En el último me vio un policía, pero
yo puse cara de a mí me dijeron que hoy no se pagaba, y ningún
problema.
En el vagón experimenté una vez más ese momento precioso,
cuando ya subida y apretujada, en un chequeo express comprobás
que todas las cosas que se apoyan sobre tu cuerpo no son el pito de
ningún señor sino bolsos y carteras. Es un momento de gran alivio.
Clarice Lispector decía en un cuento: “todos alaban la felicidad,
pero yo le escribiría una oda al suspiro de alivio”. ¿O era Lorrie
Moore? ¡Lorrie Moore!.
Con el primer bondi me confundí y bajé como quince cua-
dras antes. Más caminata, más endorfinas, desemboco sin darme
cuenta en el local de Palermo K que no lo conocía. Todo ilumina-
do y lleno de gente, compañero de barba haciendo uso de la pala-
bra, me acuerdo de dos amigas que militan ahí y las empiezo a
buscar con la mirada. Las veo que escuchan muy atentas, hermo-

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

sas, les tiro besos voladores pero nada. Le pido a la señora de la


puerta que les deje saludos y me da un abrazo como si me conocie-
ra de toda la vida.
En la segunda casa la compradora del libro baja con un gatito
siamés. El michi me salta a upa, y mientras la chica revisa el libro y
busca la plata nosotros tenemos un buen rato de mimos compartidos.
Paso al departamento de Palermo, el señor de seguridad, mo-
rrudo y de pelo bien corto, me ayuda amorosamente a marcar el
código 005**#, que vendría siendo el 5to piso de los de antes en los
departamentos nuevos de ahora. Hasta que baja el comprador nos
quedamos charlando, Jorge se llama, y me dice que le dé mi facebook,
porque durante las guardias él lee y le gustan mucho “los libros
como el del Tata Yofre”.
El 39 de vuelta viene volando, tengo plata en el bolsillo y
JUSTO cuando paso por el chino mi marido me mensajea que
compre lentejas porque va a hacer un guisito. ¿Día perfecto o qué?

***

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Navidad o Año Nuevo en familia. Llegué a lo de papá y me


abrieron enseguida, cosa que me alegró, porque fueron muchas las
veces en que, aun habiendo combinado el encuentro con esmero,
tuve que llamarlos por teléfono, escuchar el contestador-filtro de
toda la vida y avisarles que estaba abajo tocando timbre, y unas me-
nos, pero ciertas y dolorosas, las que aun llamando y tocando simul-
táneamente tuve que volverme a casa sin que me abrieran. Papá toma
alguna pastilla y se encierra a ver películas de Virginia Mayo. Isabella
en otra habitación vocaliza o escucha ópera a todo volumen.
Isabella es la esposa de papá.Todos le dicen Bella.Es cantante lírica.
La ocasión no es Navidad ni Año Nuevo sino algo en el me-
dio, 29 de diciembre, porque las hijas de padres separados casadas
con hijos de padres separados tenemos cuatro hogares para atender
en sólo dos fechas significativas.
A papá le suele tocar fecha híbrida porque no le importan las
convenciones sociales.
Entonces bajó a abrirnos normalmente. Estaba redondito y
limpio, con olor a colonias, mentol y crema de afeitar. Tenía el pelo
gris brillante, esponjoso. Todo suavecito para abrazarlo y llenarlo
de besos. Lo apretujamos entre mi hermana y yo. Cuando lo solta-

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

mos, mi marido le palmeó la espalda con el cariño de siempre. Le


elogiamos la remera. Enorme, por su gran panza, violeta furioso y
con una inscripción stencil negra que decía “Suicide”.
–Re juvenil, papi.
–Sí, pero no me siento bien. Fui al brindis del diario y no tuve
mejor idea que tomar sidra fría.
–Es mejor que sidra caliente, pá –dije yo apretando el botón
del ascensor y con ganas de que todos nos divirtiéramos.
–No sé.
Mi marido no da más de hambre y de calor. El departamento
es hermoso, lleno de comodidades y originalidades y cosas caras.
Pero no hay aire acondicionado ni ventilador porque a Bella le
pueden afectar la garganta. Transpiramos.
Charlamos algo. Papá toca un pianito invisible sobre la mesa y
dice:
–Bella mi amor, ¿estará la comida?
No contesta nadie. La cocina está lejos, o será que ella vocaliza
o está muy concentrada. Fui a tratar de ayudarla, pero estuve horas
sosteniendo un tomate con el que no me decía qué hacer y volví.
La panza de papá sube y baja en la remera violeta “Suicide”.
Tiene los ojitos rojos.
–Chicas, necesito acostarme.
–Pero papá, no comimos...
–No doy más de calor. En el estudio tengo aire. Por favor no se
enojen, chiquitas.

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–¿Pero estás bien?


–No sé, la sidra fría. Para qué habré ido.
Cuando Bella trae el primer matambre papá ya no está. Cuan-
do trae el segundo tampoco. Ella no dice nada, y le sirve vino blan-
co frente al lugar vacío. Mi marido me mira.
–Dejá, Bella –le digo– se fue a dormir.
Se queda un rato confundida y después levanta las cejas.
Cenamos con ella. Brindamos con ella. Nos explica las dife-
rencias fundamentales entre el MET y el ateneo rumano. Apilamos
los platos unos sobre otros para empezar a levantar.
–¿Vendrá papi a comer el postre? –pregunta mi hermana.
La puerta del estudio está cerrada y no se ve luz adentro.
Bella se queja del diario y de cómo se les ocurre hacer un
brindis con sidra fría. Sigo pensando que es mejor que la sidra
caliente. Mi marido me agarra la mano por abajo de la mesa, mi
hermana me mira con ojos de risa y se encoge de hombros. Sé que
piensan lo mismo que yo.

***

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VI

Oh Dios. Todos los que me compran los Cuadernos Bíblicos


son señoras de voz cascada. Que no vieron que los libros se retiran en
San Telmo. Que viven en Belgrano. Que les queda muy lejos. Que
si hago entregas, sí, hago entregas. Pero ah, tienen costo adicional.
Sesenta pesos. Viven en Belgrano pero sesenta pesos no, porque les
han inculcado la virtud de la austeridad. Entonces que cuándo estoy
porque hoy llueve. Y si en vez de celular les puedo pasar un fijo.
Mail sí, tienen, pero no, un fijo. Al final me confundo y les digo otro
número porque no me acuerdo mi fijo porque hace años que no lo
doy, señora, perdón, se lo dicto de nuevo, y la escucho suspirar de la
pena y el miedo que le da venir a San Telmo, pero será el sacrificio
que deba pagar para conseguir su Cuaderno Bíblico.
No las juzgo señoras. Ya sé que no las educaron para disfrutar.
Puedo entender que fueron a colegio de monjas, se casaron vírgenes,
se pasaron la vida cuidando al marido y a los ocho hijos que Dios les
mandó y necesitan este cuaderno para el grupo de esposas cristianas
de los miércoles. No las juzgo, señoras. Sólo les pido que en lo posi-
ble, si no es molestia, por favor, por Dios, le compren a otro.

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VII

Por favor compradores de las revistas THC Revista de la


Cultura Cannábica y Haze, por favor, cuando hacen click en
COMPRAR, y después les llega un mail con los datos para reti-
rar la revista, tienen que contestarlo y decir cuándo vienen. Y si lo
dicen y yo los espero, tienen que venir. Y si no pudieron y yo les
digo que todo bien, que no importa y fijamos otro día, ese otro
día tienen que venir. Y si no vinieron y yo les vuelvo a escribir me
tienen que responder. Y si dejaron un celular, tiene que ser un
celular válido y existente donde ustedes respondan el llamado, o
donde yo les pueda dejar un mensaje y ustedes puedan levantarlo
y contestarme. Por favor, a mí me dijeron que la marihuana volvía
a la gente colgada e irresponsable y yo no lo creí, por favor, de-
muéstrenme que no me equivoqué.

***

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VIII

ESCENAS DE LA VIDA LABORAL Nº1


Tenía yo veinte años, el pelo rojo largo por la cintura y los
ojos verdes y me creía linda. Trabajaba de camarera en un bar 24
hs del barrio de Belgrano. En el turno noche, cuando el
champagne y los whiskies de la sobremesa, con las medidas de
yapa que ya había aprendido a otorgar, fomentaban las mejores
propinas. Todos me querían menos Mariano, el encargado. Qui-
zás porque se dio cuenta de que yo lo quería a él. Más que que-
rerlo lo amaba con desesperación. Era igual a mi papá de joven y
me maltrataba. ¡Qué más! Caía a sus pies.
Como uniforme usábamos camisa verde y jean azul. Las chi-
cas tenían que ponerse la camisa adentro del jean. Claramente los
dueños querían que nuestros culos atrajeran más consumidores. Yo
estaba dividida. Tenía un aspecto progre que me indicaba no me-
ter la camisa –aunque todavía no hubiera escuchado el término
“cosificación” de la mujer– y era la única que no lo hacía. Pero a la
vez, una noche me rellené el corpiño con algodón y levanté el triple
de propinas sin ninguna culpa.
Mariano no seducía ni a mi costado progre ni a mi costado
cínico, había encontrado algo en el medio. “Pelotuda, qué esperás
que se enfrían los cafés, la mesa 7 va a sacar cría si no la levantás,

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

hasta que no estén todas las sillas subidas no te vas” eran algunas de
las cosas que me decía. Raro, porque yo era una adolescente de
carácter. Pero cuanto más me gritaba él, más lo amaba yo.
No era práctica para abrir botellas, así que el barman me las
dejaba semiabiertas, con el abridor pinchado en el corcho para los
vinos, con el tapón aflojado para las sidras del clericó, que se servía
en la mesa. Una noche le cantaba a Mariano en la caja todo lo que
llevaba a la mesa 6. Él tardaba a propósito. Sin que me diera cuen-
ta, las burbujas de la sidra fermentaron y el corcho me saltó directo
a la cara, en la base de la nariz. Creo que sólo el oficio y un enorme
orgullo hicieron que no tirara la bandeja. Me tragué el dolor y
tampoco lloré. Sólo me salieron lágrimas como si fuera agua, como
si me hubieran mojado la cara entera.
Apoyé la bandeja en la barra y quise ir al baño. Mariano me
paró de un grito y me dijo que cambiara la botella y que llevara
urgente el clericó a la mesa 6, y que estaban esperando los cafés
de la 12 y que en la 9 faltaban dos hamburguesas completas y
que no tenía nada en la cara. La nariz me latía como si me la
hubieran martillado, era imposible que no se notara algo de afuera.
Quería verme, ponerme agua fría, pero hice todo lo que me dijo.
Y seguí, sin parar, y cada tanto él se reía y me decía “dale, si estás
linda... mirá qué linda que está, ¿no está hermosa?”. Cuando ter-
minó mi turno tenía la cara deformada. Tuve moretones en los
ojos por varios días.
La adición de los sábados era el momento crítico. Veinte ca-
mareras se amontonaban en la caja: “Mariano, cerrame”, “Mariano,
cerrame”, con las bandejitas de lata que se usaban para entregar la
cuenta, entrechocándolas y pidiendo por favor, porque si a la gente
se le demoraba el cobro, o el vuelto o lo que fuera, se enojaban y no

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VIRGINIA FEINMANN

dejaban propina y tanta buena atención entonces para qué. Como


Mariano no daba abasto un día me dijo: los sábados venís a la caja
conmigo. Y yo que lo amaba pensé “le gusto, me está queriendo,
me lleva con él”.
En vez de referirse al servicio de mesa, el sábado los insultos
fueron idénticos pero relacionados con la adición. “Pelotuda poné
más monedas en la caja, forra no dés tantos de 10 que se acaban, no
ves que el de la 19 te hace señas de que le cierres”. Y así.
Esa semana lloré todos los días. Pero para el sábado siguiente
ya estaba decidida. Tomé mucho sol. El cuerpo no me daba más de
dorado. Me puse una musculosa negra bien cortita. La panza al
aire, el jean apretado, la camisa arriba y metida en el jean, sí, bien
metida, y el pelo suelto golpeándome la cintura, total iba a estar en
la caja y no tenía que cuidar la higiene. Faaaaaaa los compañeros de
la barra y de la cocina, que eran buenos y ojalá me hubiera enamo-
rado de ellos, me chiflaban y festejaban que hubiera entrado en
razones y mostrara el culo como las otras. Mariano nada, con cara
de amargo en la caja. Me paré al lado y empecé a trabajar. Subía la
noche, las horas y los insultos. Pero yo pensé no, todavía no, cuan-
do sea el momento justo. Y el momento justo llegó, por supuesto,
porque había estado ahí desde el primer día en que ese pibe me
gritó, pero esta vez por fin lo vi.
A la 1.30 de la mañana el bar en pleno, todas las mesas ocupa-
das, gente esperando y el enjambre de camareras. Quince como
mínimo rodeaban la caja, “chicos, me cierran”, “chicos, me cierran”.
Mariano me dice “dale forra, ¿tenés los dedos pegados que cobrás
tan despacio?”. Las latitas de las camareras hacían clinclinclin. Yo
me saqué la camisa verde, casi en cámara lenta me la saqué. La
levanté con un dedo y la solté. Cayó al piso como una víbora muer-

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

ta. Las latitas se callaron. Justo para que se escuchara bien cuando
le dije. “Chau, Mariano, que tengas buena vida”.
Salí de la barra y caminé hasta la puerta. Puedo jurar que se
hizo silencio y que todas las miradas estaban sobre mi panza chata
y dorada, y mi culo redondo y recién estrenado, y que Mariano
mismo no pudo decir una palabra. Hasta que caminé media cua-
dra, y desde la esquina de Juramento y Libertador todavía pude
escuchar sus puteadas, ya inocuas para mí.

***

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VIRGINIA FEINMANN

IX

ESCENAS DE LA VIDA LABORAL N°2


El Jefe de Gobierno de la ciudad era uno al que todos quería-
mos. El Secretario de Cultura también parecía copado. A la Sub-
secretaria de Políticas Culturales no la conocía, pero fue ella la que
me llamó para el trabajo de hacerle prensa. Y a mí me gustó la idea.
El primer día busqué entre lo que hacían –hacíamos, ahora– y
encontré una inauguración de ciclo de teatro gratis en el Centro
Cultural San Martín.
–¿Qué pensás de este ciclo? –le dije a la Subsecretaria.
Era rubia y me llamaba la atención su bronceado. No podía
conciliarlo con la idea de alguien que trabaja. Intenté sacarme el
prejuicio de la cabeza. El despacho era más grande que mi depar-
tamento y había flores frescas en tres jarrones distintos. Ella estaba
reclinada en un sillón de cuero con apoyabrazos. Tomó un poco de
jugo de naranja. Cruzó sus piernas doradas y me hizo una sonrisi-
ta.
–¿Qué?
–Qué pensás del ciclo de teatro gratuito en el CCGSM.
–Mmm...

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–¿Pensás que la oferta de actividades culturales de calidad en


forma gratuita es un modo de inclusión?
–Sí.
Mandé la gacetilla con esa declaración y fotos del ciclo que
empezaba. Al día siguiente salió en cuatro diarios. Yo, feliz. La
Subsecretaria, feliz. “¿Te das cuenta?” –me dijo– “¡Yo era la Subse-
cretaria y los periodistas no me conocían?!”. Vino a buscarla su
asesora-mejor-amiga para mostrarle una blusa de Kosiuko y se en-
cerraron en el despacho.
Sonó mi interno. “Soy el jefe de prensa del Centro Cultural
San Martín. Acá salió una nota de una actividad del centro sin
declaraciones del director del centro”. No llegué a contestarle por-
que sonó mi celular. “Soy el jefe de prensa del Secretario de Cultu-
ra, ¿podés venir por favor?”.
El Secretario de Cultura era petiso aun con el taco extra de sus
mocasines. Tenía el pelo cortito y cada dos palabras se tironeaba el
cuello de la camisa y levantaba el mentón.
–Mirá. El Secretario de Cultura soy yo. Cuando era Subse-
cretario no hablaba, hablaba el Secretario. Ahora soy Secretario.
De todo lo que se haga, con los medios hablo yo, ¿sí?
–Entonces...
–Vos armás la gacetilla como quieras, pero se la das primero a
mi jefe de prensa. Porque si pasa de nuevo lo de hoy, pido tu con-
trato y lo rompo.
Como tenía que pagar el alquiler, me pareció bien.
Pedí material a los jefes de prensa de los centros culturales.
Armé notas con declaraciones de la Subsecretaria, mientras ella

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VIRGINIA FEINMANN

comentaba con su asesora-mejor-amiga lo rico que había comido


en Berlín en la feria de música de no sé qué. Le di las notas al jefe
de prensa del Secretario.
Al final ocurría así: se inauguraba un bibliomóvil infantil,
pasaban tres días hasta que los jefes de prensa acordábamos, se
enviaba gacetilla a los medios con: info del bibliomóvil + declara-
ciones del Director del Centro Cultural sobre el bibliomóvil +
declaraciones del Director de Promoción Cultural sobre el
bibliomóvil + declaraciones de la Subsecretaria de Políticas Cultu-
rales sobre el bibliomóvil + declaraciones del Secretario de Cultura
sobre el bibliomóvil. Los medios iban directamente al bibliomóvil
y contaban cómo jugaban los chicos.
La Subsecretaria se fastidiaba porque no tenía cobertura. Me
decía que si ella fuera periodista le parecería muy interesante lo
que hacía. Después mandaba a la cadeta a hacerle un trámite a
Osde y después pedía comunicación con Santa Fe y hablaba una
hora con su mamá.
Consciente de la precariedad de mi situación, del alquiler y
todo eso, llamé a un periodista amigo que era editor de economía
en el gran diario argentino.
–¿Podríamos hacer una nota sobre el auge de la industria cul-
tural en la ciudad, cómo vienen las productoras a filmar a Buenos
Aires, con cifras, fotos...?
–No, ni en pedo.
–Por favor te pido, Gus.
–Bah, está bien, vos siempre tan linda (yo, ).
Salió supermegainforme con fotito de la Subsecretaria rubia
incluida y columna escrita por mí y firmada por ella sobre la im-

33
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

portancia de posicionar a Buenos Aires como capital cultural del


Mercosur.
Vi el diario y me fui a casa. Me dejaron ir porque estaban
contentos y porque ya sabían lo que iba a pasar. Después del me-
diodía entró a buscarme el jefe de prensa mayor. Le dijeron que
estaba enferma. ¿Entonces quién mandó lo del auge de la indus-
tria cultural a Clarín? Que no sabían. Entonces a ver esta compu-
tadora. Y ahí me revisaron la computadora para chequear si yo
había mandado eso e imprimieron la prueba.
Después el Secretario me volvió a amenazar con romper el
contrato. Después la Subsecretaria quedó embarazada y venía me-
nos. Después los amigos de la Subsecretaria ganaban todos los sub-
sidios a las artes. Después el Secretario les daba los subsidios a los
periodistas de los suplementos de cultura para que le hicieran no-
tas. Después el marido de la Subsecretaria que tocaba la guitarra
dirigía el ciclo de Folklore con un sueldo igual al de ella.
Después fue Cromagnon y no me interesó nada más.

***

34
VIRGINIA FEINMANN

Traduciendo que siempre se aprende, hoy aprendí que


“watercarrier” en ciencias políticas quiere decir el chupamedias, el
que le lleva el saco, le maneja el auto, le hace tareítas menores o
directamente el trabajo sucio a un político. Va con nombre y ape-
llido para ex amigos podría decir, pero no, mejor no, mejor digo
que ¡ojo traductores! cuando está usado así no tiene nada que ver
con el riego del campo.

***

35
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

36
VIRGINIA FEINMANN

XI

Estuve cuidando a papá por un problema de salud. Él básica-


mente dormía y no había mucho para hacer. Me pasaba el día
parada mirando cosas de esa casa a la que no voy seguido. Adornos,
premios que no conocía, recuerdos que trajo de viajes, cartas que le
escriben, fotos con personas que no sé quiénes son.
Trato de absorber los detalles para sentirme más cerca de él.
Llega Isabella de la peluquería. Tiene el pelo armado en bu-
cles con olor a spray. Una campera cortita de cuero o cuerina bor-
dó, brillosa, con escamas de cocodrilo. Se da cuenta de que la miro.
Quizás, después de tantos años, se acuerda de que soy vegetariana.
–No es de verdad –me dice– es todo sintético. Vienen así.
–No... si no te digo nada...
Nos quedamos calladas. Ella se va rápido por el pasillo, a la cocina
del fondo, y trae medio a los tirones a una señora mayor que nunca
había visto, de guardapolvo azul con reborde blanco, muy seria.
–Ginny, yo tengo que salir otra vez. Pero te va a ayudar Ramona,
¿no es cierto Ramona? Ok.
–She’s rather slow, you know –me dice como siempre, hablan-
do en inglés adelante de empleados, taxistas, mozos, haciéndome

37
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

cómplice de algo feo y además inexplicable porque ella se llama


Condotti de apellido y nació en Córdoba capital– but a good cook.
Desde chica espero el día en que un mozo sepa inglés y la
mande a cagar.
Cuando sale le digo a la señora que vaya, que no hace falta que
se quede, que aproveche el día para sus cosas. Agarra dos bolsas y, a
diferencia de Isabella, me da un beso.
–Que se mejore su papá.
Papá tiene la puerta cerrada y la indicación es no entrar, que
duerma.
Sigo paseando por la casa. Veo el contestador del teléfono arri-
ba de una mesita. Es enorme. Contestador fax y no sé qué más, lo
tienen desde los 90. Es tan grande como todos los llamados que se
comió. Papá filtra las llamadas, así que el contestador engancha al
primer ring y después del mensaje hay que hablar, porque se escu-
cha, decir ¿papá estás por ahí? ¿Isabella? ¿Papi?... esperar… hablar
otra vez, más fuerte, esperar, así hasta que te atienden o cortás. Es
el contestador de nuestra vida.
Record outcoming message, veo que dice un botón. Es para
grabar de nuevo ese mensaje que nos atiende siempre. Pienso en
borrárselos. Trato de distraerme. Me sirvo Gatorade de manzana.
Vuelvo. Al final aprieto el botón y digo con voz finita, “Hola, te
comunicaste con la casa de Pablo e Isabella. Habla el nieto no naci-
do de Pablo. Soy el hijo que Virginia nunca se animó a tener por
miedo a que sufriera tanto como sufrió ella de chica. Dejá tu men-
saje!!”. Aprieto stop y tengo taquicardia. Me da risa, pero también
miedo. Escucho a ver si se grabó, me asusto de la voz finita que puse.

38
VIRGINIA FEINMANN

Voy a la cocina a buscar más Gatorade y suena el teléfono.


Quiero pararlo, levanto el tubo pero el contestador ya enganchó, el
mensaje está pasando. No respiro, espero para ver quién es. Cortan
sin hablar.
Suelto el aire y aprieto el botón de nuevo. Lo dejo grabar rui-
do ambiente. Desenchufo, enchufo, escucho. Ya no hay mensaje.
Entro a la habitación aunque me hayan dicho que no. Papá
parece un bebé grande. Me siento al lado. Le acaricio el pelo blan-
co mientras duerme, un rato largo así, cerca. Después cierro.
Isabella vuelve tarde. Le digo que estoy apurada y que me voy
ya, que mañana tengo yoga temprano, que hasta que venga el 39 a
esta hora y con el frío que debe hacer y que, ah, lo último, mientras
ya agarro las llaves y salgo, que se cortó la luz un ratito y eso borró
el mensaje del contestador.

***

39
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

40
VIRGINIA FEINMANN

XII

Al terminar una traducción:

· buscar todas las veces que pusimos shock y reemplazar por


impacto

Traducir un libro es:


· tomar decisiones, algunas entre dos opciones igualmente
horribles
· empezar a soñar en inglés
· engordar los costados de las piernas
· tomar 18 tés con miel por día
· preguntarle a tu marido si en castellano existe la palabra
crosregional
· descubrir tu prejuicio de género al suponer que judge y
professor son siempre varones
· no poder leer
· no poder escribir

41
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

· cerrar los ojos y ver letras


· cancelar encuentros, turnos, ensayos del coro
· quejarte de cosas que a nadie le parecen graves
· resolver cuestiones increíbles que nadie va a notar
· dejarte todas las siglas para el final. Ir uno por uno a los
sitios oficiales, ver que “Open Government Information
Regulations” se traduce más veces como “Regulaciones de Infor-
mación Abierta del Gobierno” que como “Normativas sobre la In-
formación de un Gobierno Transparente”
· festejar el día que terminaste, que es hoy

***

42
VIRGINIA FEINMANN

XIII

Lo rebanco a Di María y detesto a Simeone y su juego sucio


y defensivo, bruto, falto de brillo y habilidad. Estoy haciendo mías
las palabras de mi marido, que hoy me explicó lo que es el fútbol,
cuál equipo era cuál, adónde había que meter la pelota, qué cosas
son lindas, cuáles son falta, penal, etc. y me hizo vivir una tarde
verdaderamente apasionante. Atlético vs Real Madrid.

***

43
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

44
VIRGINIA FEINMANN

XIV

Ayer relaté Brasil-Chile para mi marido y unos amigos. Dije


Mirilla, Mirilla, gana Mirilla ataja Giulio Cesar. Dije el sol de mitad
de cancha no favorece a Brasil. Dije histórico lo que se vive esta tarde
y ya lo dijo Tabaré vamo que vamo. Dije colmado el Maracaná seño-
ras y señores. Dije hay que confiar en la mirada del árbitro, quieren
matar al fútbol con lo de las cámaras. Dije dios mío ese muchacho
Jara, si soy la madre me muero. Dije se equivocó la Fifa con el diseño
de la pelota, cuando rueda parece una svástica.
Ahora ya me dijeron que el Argentina-Suiza no se los puedo
relatar.

***

45
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

46
VIRGINIA FEINMANN

XV

Cuando estaba por empezar el partido sonó el portero. Era


una amiga muy querida que ve un partido en cada casa por cábala.
Yo dormía, así que bajó mi marido. Escuché que empezaba todo y
que ella había traído maní y cositas para comer. Los dos hablaban
igual, o sea, decían ehhh! no!!! ¿estaba adelantado? ¿lo viste? al
mismo tiempo. Como me pareció que se entendían seguí durmiendo
porque estaba agotada. Al rato gritaron goooool y me desperté.
Tardé un poco en volver a dormirme porque también gritaban de
otras casas, unos vecinos que ni sabía que tenía. Me dormí. Al rato
gritaron de nuevo. Pensé otro gol, me tengo que levantar. Pero era
que se había terminado el partido y ganamos.
Saludé a mi amiga.
Mi marido estaba tan feliz de que una mujer compartiera su
pasión futbolera que fue más allá y le dijo ¿te comés una costillita
de cerdo con puré?
Conmigo no puede porque soy vegetariana.
–Seee, dale! –dijo mi amiga y todos contentos.
Se sentaron en la mesa con esas pobrecitas costillitas y yo con
un té con frutigran.
Miramos las cosas del mundial.

47
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

El dibujo de la pelota al moverse me siguió pareciendo una


svástica pero ya no lo dije.
Dije: ¿el gol lo hizo Messi o Igualín? –Igualín.
Dije: ¿pero Messi sintió la camiseta? porque antes no la sentía
–Sí la sintió.
Dije: ¿ese chico tan flaquito y lindo a su manera dónde está? –
Di María. Se lesionó.
¿Antes o después del gol? –Después. ¿Por qué no lo sacaron
entonces? ¿Por qué no lo cuidan, que anduvo corriendo y jugando
desde que empezó todo esto? Si soy la madre me muero –dije.
Empezó Costa Rica-Holanda y como lo habían pasado tan
bien mi amiga se quedó a ver el primer tiempo. Yo seguía con
sueño así que me volví a la cama, pero antes dije: ojalá gane Costa
Rica porque es un hermano latinoamericano, pero también tengan
en cuenta que si Holanda salía campeón en 1978 se iban a negar a
recibir la copa de manos de Videla para denunciar públicamente a
la dictadura y algunos jugadores holandeses hasta fueron a la Plaza
a dar la vuelta con las Madres.
Después me fui a dormir.

***

48
VIRGINIA FEINMANN

XVI

Hola, mi nombre es Virginia. Te voy a enseñar cómo frizarte


el pelo.
Si tenés rulos como yo, te los cepillás. Si tenés lacio, te hacés
unas trencitas y un par de horas después te lo soltás. Listo. Eso es
el frizz. Ah, vos pensabas que era un monstruo sangriento y
babeante que si te agarraba te descuartizaba en pleno almuerzo de
la oficina. ¡No! Es esto nomás, y así con gorrito de lana hasta queda
bien para el invierno ¿no? Además no te cuesta un peso. Y seguro
que ya estabas gastando bastante en peluquería y alisados y keratina
y todos esos productos que penetran en lo más profundo de la
molécula del culo del pelo y te lo disciplinan, ¿verdad?
Ahora que sabés, podés.
Mañana les voy a enseñar cómo un poco de pancita también
nos queda muy linda a las mujeres y por qué no tiene nada de
malo usar medias de distinto color si las dos te abrigan.

***

49
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

50
VIRGINIA FEINMANN

XVII

Estaba ayudando a mi marido a subir unas cajas con libros


por la escalera y la manija de la caja se rompió, la caja se cayó desde
arriba y me aplastó el pie contra el escalón de mármol.
En un segundo perdí todas las referencias, me encontré en el
piso agarrándome el pie, respirando fuerte por la boca como los
perros cuando tienen sed. Tenía la cara fría, con un hormigueo
como de nieve, y el pie con un dolor de fuego, quebrado.
Vi que todo lo que iba a hacer en estos días quedaba suspen-
dido. Los lugares a los que tenía que ir, la gente que tenía que ver,
los cumpleaños, los encuentros, los amigos. Me agarró una alegría
enorme de imaginarme en la cama con el pie enyesado, durmien-
do, tomando té con miel, con el gato acurrucado y no mucho más
porque no podía, porque tenía el pie roto. ¿No vino Virginia? No,
se fracturó el pie. Ahhh, qué pena, pobrecita. Yo leyendo-dur-
miendo-leyendo-durmiendo .
Después me di cuenta de que mi marido me hablaba. Probá
pararte, me decía. ¿Pararme?, me reí. Me rompí el pie en mil
pedazos, cómo me voy a parar. Ya ensayaba mi tono de los próxi-
mos meses, porque me había roto el pie ayudándolo a él a subir
libros de él para él.

51
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Entonces me dio la mano y me paré. Y no me dolió. El pie


anduvo lo más bien. Pisé un par de veces y como si nada, perfecto.
Y tuve que terminar de subir la escalera, acomodar los libros, lla-
mar por teléfono a mi mamá, cargar la Sube y tomar el colectivo
para visitar a una amiga.

***

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VIRGINIA FEINMANN

XVIII

Gracias Dios por Claire Keegan, porque todavía hay libros


de ella que no leí.
Por las granjas de County Wicklow. Por los padres obscenos
que tratan a sus hijas como ganado. Por la venganza –sutil pero
fulminante– que ellas les terminan aplicando.
Gracias por las niñas que se hacen adolescentes, por el poder
de su primera sangre, por los pollos muertos como pétalos amari-
llos en la incubadora, por el olor del cuello de la yegua en celo, por
la mano que empuja sin preguntar, por Irlanda, el frío, el whisky,
los leños y las mantas de lana.
Gracias por la foto de portada, por la mirada de hielo y fuego
de Claire y por su pelo larguísimo que, aunque se vea en blanco y
negro, no puede ser sino rojo.
Gracias por la amiga que me regaló este libro. Gracias por la
amiga a la que se lo voy a prestar. Gracias por Antártida, el infierno
en esta tierra.

***

53
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

54
VIRGINIA FEINMANN

XIX

Querida nariz, me diste tanto. Me permitiste llegar a las cosas


dos segundos antes que cualquier otro que caminara a mi lado. Me
enseñaste a ser compasiva con los imperfectos. Al reírme, bajabas
un poco tu punta y me otorgabas un gesto extrañamente dulce.
También fui gracias a vos: trágica, esperanzada, despectiva, ilusio-
nada, inquisitiva, griega, rusa, judía y bailarina clásica, impetuosa,
irreverente y mala. Ya sé que por tu forma nadie gustaba de mí en
la primaria. Pero me lo compensaste con creces en la adultez, cada
vez que podía sentirme como un pájaro exótico y majestuoso fren-
te a las rubias taradas. Nunca te negué ni te tapé con maquillaje,
siempre te quise, desde que te conocí, desde el día en que una de
mis travesuras te quebró para darte esa forma intrincada con que
empezaste a acompañarme cuando las dos teníamos cinco años.
Ahora vas a desaparecer. Te van a limar la obstrucción. A cam-
bio voy a obtener oxígeno para mi organismo. Pero tengo miedo.
No dejo de preguntarme qué es más necesario para vivir, si el oxí-
geno o la personalidad.

***

55
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

56
VIRGINIA FEINMANN

XX

Una vez más mi marido se quiso separar de mí. No lo tomo


muy en serio porque sé que nunca lo vamos a concretar. Nos que-
remos demasiado.
El motivo era el de siempre: baja frecuencia y calidad de las
relaciones sexuales.
–No me deseás –me dijo–, cuando me acerco te ponés tensa.
–Pero sí que te deseo –le expliqué como a un chico– ¿y para
tu cumpleaños, que estuvimos juntos?
–¿Y tiene que ser mi cumpleaños para eso?
Empecé a buscar mentalmente otras fechas antes y después
del cumpleaños. Hubo. Hubo. ¿Y la vez que...?
–Es siempre con cuentagotas, como una limosna. Tengo 44
años y me siento muerto.
Me preocupé.

El 1er día fui a hacer compras, limpié la casa, preparé la cena,


puse Capusotto. Hablé de las ventajas del cariño, del amor incondi-
cional, de saber que hay alguien con quien contás para lo que sea.

57
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–Para eso me voy a vivir con mi hermana –me dijo.

El 2do día le conté de otras parejas que conocíamos, de más de


quince años de casados como nosotros, que viste lo bien que se
llevan? No cogen nunca. Están con los chicos, van al cine, al teatro,
viajan... la pareja no se pone en duda por eso.
–No me importan los demás –me dijo.

Al 3er día le hablé de la casa, nuestra casa hermosa, la compli-


cación de ponerla en venta, dividirla.
–Me voy yo –me dijo.
–Pero mi amor, tenés miles de muebles, colecciones de revis-
tas, archivos –le agarré la mano y lo miré, esperando que me dijera
que me quería, que dábamos marcha atrás. Miró fijo una paloma
en la ventana.

–Bueno me voy yo –le dije al 4to día– soy una mujer inde-
pendiente, no cargo lastres, detesto el consumo, me arreglo con dos
cosas, ni heladera necesito, me alquilo un monoambiente, pero cómo
hago para pagar todo, depósito, mes adelantado, dos meses de co-
misión a la inmobiliaria y las expensas, las expensas ahora son
carísimas y además esta casa la compramos juntos, te acordás de
cuánta plata nos prestó mi hermana, te acordás de cómo nos en-
cantó el patiecito para tomar mate y...
–Te pago el monoambiente hasta que se venda la casa –me
dijo.

58
VIRGINIA FEINMANN

Al 5to día lloré sobre el gato, lo tuve todo el tiempo a upa,


nuestro cachorro, nuestro bebé compartido, lo voy a extrañar, mirá
cómo me hace con la patita.
–Llevalo –me dijo.
–Cómo, ¿vos no lo querés? ¿No lo quisiste todo este tiempo
entonces? –lágrimas sobre el pelito del gato que se sacude en mi
falda.
–Lo voy a extrañar, pero si querés llevalo.

Al 6to día le propuse que tuviéramos un día fijo por semana


para sexo, los viernes, mañana-tarde-noche, algo para tomar, geles,
lencería, chiches, ¿sí?
–Ya lo dijiste antes y nunca lo hicimos.

Al 7mo día: ¿Vos te creés que el sexo es todo, Martín? ¿Que


porque garches bien con alguien vas a tener lo que tuvimos noso-
tros en estos quince años? ¿Sabés todo lo bueno que tenemos, lo
que estás tirando a la basura? ¿Creés que una pareja se forma sólo
por sexo?
–No, pero cuando la forme, el sexo va a ser importante.

Entonces preparé mi valija y me fui. Cuando estaba en la puerta


le dije.
–El lunes hice compras.
–Sí, vi.

59
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–Traje fósforos. Una caja de Gran Fragata. Son 400.


–...
–No soporto que duren más que yo. Vas a prender el calefón
para bañarte después de estar con una mina. Vas a prender la
hornalla para hacerle un café a ella.
Bajó la cabeza. Se puso a llorar. Me entró la valija, me dio un
abrazo, un beso largo.
–Probemos hasta que se terminen los fósforos –me dijo.

***

60
VIRGINIA FEINMANN

XXI

Me duele todo el cuerpo. Parece que en vez de huesos tu-


viera vidrios rotos. La cabeza se agranda y se achica. Las sienes
laten como corazones y los párpados se me cierran y arden. Duer-
mo mal. Tengo calor-frío-calor-frío-calor-frío. Me despierto a
las 4.30 am. Voy al baño. Tomo un vaso de agua. Me miro en el
espejo. Se me impone una pregunta: ¿No había otro pedazo de
mueble flotando por ahí como para que el chico de Titanic se
subiera en vez de congelarse porque no entraba en el mueble de
su novia? Sacudo la cabeza. Me duele. Me vuelvo a la cama y
trato de seguir durmiendo.

***

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

62
VIRGINIA FEINMANN

XXII

Pero ooooooobvio que antes no nos peleábamos por política.


Si daba todo lo mismo. ¿Por quién me iba a calentar, por De la
Rúa? ¿Vos me ibas a defender a Menem con pasión militante?
Ooooooooobvio que íbamos a los asados de Diego, a los cum-
ples de Guada, a tomar cerveza al negocio de tu viejo. Unos más
contentos y comprando en cuotas, otros más frustrados y votando
al Frente del Sur, pero más o menos todos iguales.
En la cancha se vieron los pingos, corazón.
Yo no sabía que tu sueño era tener tres 4x4, dos mucamas y una
mansión en La Lucila.Tampoco que podías llegar a electrificarle la reja.
Vos no sabías que a mí me emocionaba que la gente tuviera
laburo, casa, comida, educación. Menos pensabas que me iba a
chupar un huevo comprar dólares o pagar impuestos con tal de
que eso ocurra.
Claaaaaaaro que te extraño. Por supuesto que me encantaba
hablar de literatura con vos. Desde ya que nadie me hace reír así.
Qué querés que te diga. Venite a cenar a casa el domingo. Yo
no te canto la marcha ni digo La Jefa, vos no decís cepo al dólar ni
hablás de La Yegua.
A lo mejor la pasamos bien.

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

64
VIRGINIA FEINMANN

XXIII

Me convertí en experta descuartizadora de personas. Les saco


pedacitos, para seguir queriéndolos.
Me obligo a olvidar que habla a favor de los fondos buitre
porque somos amigos de la infancia. Aparto de mi cabeza que esté
contra el aborto legal porque la admiro como pintora. Omito que
justifique las bombas de Israel porque es mi tío y lo quiero. Trato
de no saber qué le dijo mentirosa a Estela de Carlotto porque es
una escritora del carajo.
“Cuentos que te hago para no matarte” se llamaba un libro de
no me acuerdo quién.
Disecciones que te hago, no sé si para no matarte porque sería
una exageración, pero para no cagarte a piñas, seguro.

***

65
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

66
VIRGINIA FEINMANN

XXIV

Ir al Hospital Británico es un flash. No por el Hospital Bri-


tánico sino por el ir. Me tomo el 46 en San Telmo. Da una vuelta
y llega a Constitución. Ahí se baja casi todo el mundo y sube otro
mundo entero, distinto. El colectivo está a punto de adentrarse en
lo que las inmobiliarias llaman “Botánico Sur”, un lugar donde los
departamentos de 180m2 se venden a 30mil pesos con posibilidad
de pagar en cuotas, y con gente adentro. Los avisos son de una
asepsia perfecta: “PH 6 ambientes al frente, planta baja en buen
estado, 3 baños, muy luminoso, posee 4 inquilinos con renta de $700,
1 con contrato vigente y 3 con contrato vencido. IDEAL IN-
VERSOR”. Inversor que para hacer valer su inversión deberá man-
dar a desalojar a los inquilinos, que sin duda son familias, con el
uso de alguna fuerza de seguridad como por ejemplo la policía. Y
todos los avisos aclaran: “a cuadras del Hospital Británico”, ya
que es allí, en el corazón del “Botánico Sur”, donde se emplaza el
distinguido hospital.
Pero volviendo al viaje. En Constitución se bajan casi todos.
El colectivero ya sabe. Directamente para el bondi. Después de
que bajó la última persona, por la misma puerta de salida y sin
pagar suben diez tipos más. En general sin dientes, con gorritas
puestas al revés, cicatrices, quemaduras, erupciones, restos de ta-

67
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

tuajes, miguitas de papas fritas, los ojos rojos, muletas o prótesis


improvisadas con maderas, chistes incomprensibles que se hacen
entre ellos y alegría, mucha alegría.
Por adelante suben pibas embarazadas y con chicos. Tienen
ojos oscuros, labios gruesos, redondeces por todos lados y una be-
lleza rotunda, directa de fábrica.
El chofer empieza: “un asiento para la señora”, “un asiento
para la señora”. Juro que lo dice más de cinco veces en esa parada.
Los primeros asientos se llenan de panzas como lunas y chicos que
gritan.
Todo el colectivo se sacude aunque esté parado. Se canta al-
gún cantito. Empieza a hacer más calor y se instala un olor que es
olor a chivo, a cebolla, a vino, a mandarina, a vida. Hay un barullo
de base mezclado con la misma expresión repetida: “eeee loco”,
“eeee loco”, “eeee loco”.
Hoy suben a un pibe en silla de ruedas. Tiene las piernas lisas
apuntando hacia lados opuestos, pocos dientes, gorrita. Entre los
que le empujan la silla y van diciendo permiso-permiso pasan como
veinte sin pagar. El colectivero no es buchón. Sólo mira por el es-
pejo retrovisor y dice: “Me parece que se están abusando un poco
de la criatura, ¿no?”. Pero no. La criatura de cerca no es tan criatu-
ra. Y está feliz de su utilidad. Le hago una sonrisa y me sonríe
también. Siento que puedo oír su pensamiento: “eeee loco, gracias
a mí entraron como veinte”.
Arranca el colectivo. Al ratito nomás tengo que pedir permiso
para bajar. Me deslizo entre manos roñosas, narices enrojecidas,
sonrisas amables, dejá pasar a la chica loco, bolsas de nylon, paque-
tes de galletitas y bebés tomando la teta.

68
VIRGINIA FEINMANN

Lo último alegre que veo son dos perros apareándose en la


plaza.
Después, en el Hospital Británico hay jardines, estatuas, seña-
les en castellano y en inglés, recepcionistas rubias que piden carnets,
sellos, autorizaciones médicas, credenciales.

***

69
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

70
VIRGINIA FEINMANN

XXV

Me tocó un médico precioso, bonito, de ojos celestes, dientes


perfectos, todo nuevito en su profesión y probablemente también
en la vida.
–Me duele muchísimo el hombro izquierdo –le cuento
mi aflicción–. Quería ver si estaba roto. Me hice un estudio –
le alcanzo.
Abre el estudio, cuelga las láminas negras en su mirador de
placas.
–¿Edad?
–43.
–¿Profesión?
–Soy licenciada en periodismo, trabajé de periodista muchos
años pero después me fui a vivir afuera y empecé con temas de
derechos humanos, en Amnesty, después volví y trabajé en el CELS,
después de editora y de traductora, y después en la ex Esma, ¿viste
donde estaba la Esma? ahora es un lugar de derechos humanos,
bueno, pero renuncié y ahora tenía ganas de dedicarme a escribir.
También canto, en un coro.
–Es para ver si hace movimientos perjudiciales.

71
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–Ah... no.
–¿Le duele cuando se peina?
–No... –le señalo los rulos– no me peino.
–¿Al desabrocharse el corpiño?
–No... no uso –le digo pero me esfuerzo por abrochar un cor-
piño imaginario para ver qué siento–. No, no me duele con el cor-
piño, no –le reafirmo, contenta.
Piensa. Vuelve a mirar las placas.
–Le voy a dar diez sesiones de kinesiología, señora... con eso
ya... –y empieza a escribir en una receta.
–Qué bueno –miro hacia el parque, el día está hermoso–, nunca
hice kinesiología. ¿Qué es? Como una gimnasia, ¿no?
–Le dan ejercicios, sí, le ponen electrodos...
–No, entonces dejá –alargo la mano casi hasta su muñeca–, le
voy a pedir a mi hermana que me haga reiki, la verdad es que no
me quería hacer reiki porque te suelda las fracturas, ¿viste? y pensé
que si estaba mal alineado podía soldar mal, pero si ya me decís
que no está roto, con reiki se me va a ir, dejá.
Queda con el sello en el aire, la receta en la otra mano.
–Dejá, dejá, todo bien, en serio. Gracias!!!
Me fui. Cerré. Me odió. Sé que lamentablemente me odió.
Como se odian a veces las personas, sin hacerse nada a propósito.

72
VIRGINIA FEINMANN

XXVI

Todos los días de las vacaciones, entre las 20 y las 21, me iba
a la pileta caliente del hotel. Las únicas a esa hora éramos una nena
y yo. Yo iba para relajarme y sacarme el frío del mar. Ella iba por-
que, bueno, ella era una gran nadadora. Tenía unas antiparras ne-
gras, muy profesionales, y cruzaba la pileta de punta a punta en un
crol impecable.
–Vos con quién viniste –me preguntó cuando paró.
–Con mi mamá y mi hermana. ¿Vos?
–Con mi mamá y... no sé qué son míos. Mi padrastro sería...
–¿El marido de tu mamá?
–Sí, y mi tío y mi abuelo… en realidad es el hermano de mi
padrastro y su novia, y el papá de mi padrastro, sería mi abuelo. Sí,
bah, mi abuelo.
Le pregunté si me podía enseñar a nadar mariposa. Me expli-
có: patada de delfín, que también podía ser una cola de sirena,
ondular desde la panza, no juntar las manos, meter primero los
pulgares y no los meñiques. Traté de hacer todo junto y me dijo
que bastante bien pero que iba como parada, que tenía que hacerlo
más horizontal. Ella lo hacía perfecto.

73
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Yo le enseñé la vertical en el agua, el roll para atrás, el roll para


adelante. El roll para adelante no le gustaba porque le entraba agua
en la nariz. Le di mi consejo de soplar como un sifón pero no le salió.
Después intercambiamos otros estilos que eran iguales pero ella les
decía de una forma y yo de otra. El calamar, el tirabuzón, la patadita,
el over, que para ella era nadar de costado. Otro día quisimos buscar
una piedra y tirarla al fondo para bucearla pero no encontramos
ninguna. Tiramos las ojotas pero flotaban. Me contó que su padras-
tro era bueno pero como era cordobés le decía mamita y eso le mo-
lestaba, porque ella no se llamaba mamita sino Carolina.
–Bajón.
–Sí, igual después de Año Nuevo sigo las vacaciones con mi
papá. Supuestamente nos vamos a Brasil, no sé.
–¿Por qué?
–Hace poco mi papá se ganó una beca en Estados Unidos y
mi mamá no me dejó viajar.
Apartó un cascarudo del agua. Yo me sumergí para acomodar-
me el pelo y lo volví a atar con una hebilla.
–Mi mamá también se llevaba mal con mi papá cuando se
separaron. Si la novia de papá nos regalaba algo no se lo podíamos
mostrar a mi mamá porque lloraba… –le dije–. Pero ahora mi mamá
es viejita. Debe ser como tu abuelo.
–¡No!
–En serio.
–No lo puedo creer.
–Vamos Caro mamita que va a estar la cena –le gritó un hom-
bre joven desde la ventana de su cabaña.

74
VIRGINIA FEINMANN

Y bué, yo también tengo que salir, le mentí, ya va a venir mi


mamá a buscarme, en diez minutos seguro, vos dale mamita que se
enfría la cena, jajajj, y ella no, no, mamita no!!! Nos vemos mañana.
El último día nos fuimos temprano y con lluvia, pensando en
los bolsos, los pasajes.
Ahora que estoy de vuelta en casa con mi marido y mi gato,
cuando se hacen las 20 la extraño. Pienso si estará en Brasil con su
papá, si habrá conseguido que le digan Carolina, si le saldrá el roll
sin tragar agua.

***

75
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

76
VIRGINIA FEINMANN

XXVII

Papá e Isabella vinieron a ver el monoambiente al que me


mudé. Papá echó una mirada sobre los escasos metros cuadrados y
dijo que necesitaba comer un bife de chorizo. Isabella se pasó una
hora elogiando los zócalos, tirajes y ventanitas como si me hubiera
instalado en el Palacio de Buckingham.
Mientras tanto, yo me sigo golpeando con la tapa del inodoro
porque pienso que es el bidet y molesto a los vecinos al llorar de
madrugada.

***

77
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

78
VIRGINIA FEINMANN

XXVIII

Salir en ojotas y el vestidito que usaste para dormir porque


hace calor. Cruzar hasta la librería.
–¿Tenés plasticola?
–Sí.
–¿Más grande? –rozarle los dedos al devolverle la que te dio.
–¿Así?
–Sí –hacer una pausa inexplicable. Mirar al costado. Suspirar
– ... me estoy armando unos muebles con cartón y cassettes VHS...
necesito mucha plasticola.
–Acá siempre hay.
Sonreír y mirar al piso. Negar un poco con la cabeza.
–No sé si van a resistir, al sentarse... al moverse...
–Tendrías que probar con alguien corpulento.
Ahora sí mirar de lleno. De arriba a abajo.
–Vos parecés bastante corpulento.
Esperar los dos segundos que tarda en cerrar la librería, cruzar
la calle con él atrás, abrirle la puerta, etc.

79
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Menos mal que no lo hice porque:


1) no debe ser tan fácil como suena.
2) sigo enamorada de mi marido.

***

80
VIRGINIA FEINMANN

XXIX

Mi marido pasó a buscar el último resumen de la última tar-


jeta que compartíamos. Cuando cerró la puerta me acosté sobre la
cama hecha. Pero no conseguí estar cómoda. Levanté un poco el
codo. Doblé una pierna. Todas las posiciones me parecían las de los
cuerpos en los casos policiales. Casi podía sentir el trazo alrededor
de mi contorno.
Así estuve mucho tiempo.
De algún árbol o pasto que todavía no conocía entraban mos-
quitos. Siempre me eligen a mí. No sé si la piel, si el sudor, si el
gusto de la sangre. Se me abalanzan apenas me huelen y me hacen
unas ronchas blancas enormes, con un halo rojo y caliente. Pican
entre los dedos. Me los deforman. Duele.
Por eso yo tengo todos los métodos para espantarlos. Sólo te-
nía que levantarme y buscar el fuyí, el aparato, las tabletas, o ir al
baño y rociarme un poco de off, o sacar medio limón de la heladera
y frotármelo en los brazos o aunque sea prender el ventilador de
techo pero no.
La puerta estuvo un rato en suspenso antes de cerrarse, despa-
cio. Mis llaves colgadas en la cerradura se balancearon hasta dete-
nerse. Había una mancha negra sobre el marco blanco. Me di cuenta

81
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

de que no sabía qué tipo de proveedor arreglaba esas cosas. Tenía


los ojos abiertos como el cuerpo del precinto policial. Los mosqui-
tos no paraban de picarme.

***

82
VIRGINIA FEINMANN

XXX

Me sentía un poco culpable porque estaba caliente. Me refie-


ro a que a la noche, concretamente, me invadía un deseo sexual
desaforado. Apenas si podía mantener las manos lejos de mí mis-
ma, y lo único que pensaba era en encontrar a alguien que me la
pusiera bien puesta. Ni siquiera tenía eufemismos para pensar. Que
me la pusieran, nada más. Empezaba buscando nombres de varón
en una lista para futuras mamás... nombres de bebés, qué me im-
portaba que fueran bebés, me importaba ver qué nombre sonaba
más como el de alguien que pudiera ponérmela bien puesta. Elegía
uno por noche. La primera fue Adán, el primer hombre de la crea-
ción, de paso. Y si fue el primer hombre de la creación y ahora
somos 6 mil millones la puso con efectividad pensé o debí haber
pensado porque me decidí por él. Después iba al facebook y bus-
caba personas que se llamaran Adán. Iba descartando entre libre-
rías o grupos de lectores de Adán Buenosayres, negocios de ropa
para hombre o Adanes con cara de bueno, que no eran cara de
ensartarme contra la pared. Cuando había uno que más o menos,
le pedía amistad, le tiraba unos me gusta en las fotos en las que
hacía asado para sus amigos. Hacer asado para amigos, signo de
ponerla bien, pensaba yo en el esquema rudimentario en que se
movía mi cerebro cuando lo opacaban esos impulsos. La segunda
noche probé con Bernabé. La tercera lloré sin parar sobre el tecla-

83
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

do. Extrañaba a mi marido y la serena, segura, placentera falta de


libido que me embargaba cuando vivía con él.

***

84
VIRGINIA FEINMANN

XXXI

Mi hermana odiaba que anduviera cartoneando. Para qué, no


entiendo, me decía.
Reciclo, me hago los muebles, ¿no ves? Yo le mostraba el tacho
de basura del baño hecho en cartón, pintado de verde manzana.
Reciclar ya recicla el cartonero, ella agarraba la tapa del tacho,
la daba vuelta, la olía un poquito.
Me hice el de la cocina también, rojo, le alcancé. Lo único no
tires yerba porque se hace jugo de basura y se arruina.
Pero... tenés que estar cuidando el tacho... por qué no vas a
Colombraro que tienen unos…
Mirá las mesas ratonas, ves, no están terminadas todavía... Sa-
qué dos cajas de Banana Tropical que había empezado a forrar con
papel de diario. Después van pintadas de turquesa y después les
pegás estos circulitos cortados de revista así, así y así, para decorar...
¿Qué?, ¿no te gustan mis producciones?
Son improducciones, me dijo.
Bueno pero me hace bien, Vero. Me ahorro el psicólogo, como
dijo el de la ferretería.
Comprate un mueble Vir, me dijo ella y abolló la Cepita que
tomaba.

85
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

No la tires que me sirve para pata de la mesa.


Basta, se rió y la escondió, lo único que te sirve está en un nego-
cio. Me dio un beso con palmaditas y se fue porque llegaba tarde.
Le tendría que haber explicado mejor, que no quiero comprar
doble, lo que ya teníamos con Martín. Que nos separamos y vivo
sola, está bien, pero que estoy esperando que me llame, que me
pida que vuelva a casa, para bajar todo esto a la calle y que se
derrita como lo que es: cartón pintado.

***

86
VIRGINIA FEINMANN

XXXII

Salgo de reiki en zapatillas y calzas negras con pelotitas. Se


hizo de noche y la calle está vacía. Al doblar por Arenales descu-
bro una pila suculenta de cajas de cartón. Las acaban de sacar de
la heladería, están limpias y son perfectas para mi proyecto de
muebles reciclados. Me quedo un ratito seleccionando y levanto
las tres mejores. Las cargo con un poco de dificultad. Viene una
pareja caminando. Ella es rubia, pelo lacio, piernas muy muy
largas. Él le dice “viví TU vida, TU vida entendés, no me rompás
más las pelotas”. Ella me mira, para un segundo. Piensa: “al me-
nos no estoy cargando cartón por la calle”. Yo pienso: “al menos
no estoy con un tipo que me grita”. Y las dos seguimos camino,
agradecidas por el encuentro.

***

87
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

88
VIRGINIA FEINMANN

XXXIII

Cuando hacía poco que nos conocíamos y todo era posible


pasamos por una plaza. Era tarde, de madrugada. Veníamos rebo-
tando a los besos por las paredes de la avenida Corrientes. Así eran
los primeros días, rebotar contra las paredes, abrirse algunas partes
de la ropa en un rincón oscuro y sacar y meter manos por esas
partes, parar, seguir caminando, o rebotando, hasta el próximo beso
y el próximo rincón. Era una plaza hermosa, vacía. Con hamacas
vacías. Siempre me gustó hamacarme, pero creo que más de grande
que de chica. De chica una vuela sin problemas. De los brazos de
un tío al otro, del piso a upa de un amigo alto de papá. Pero con 31
años y 54 kilos que tenía entonces y yendo a trabajar a una oficina
en subte todos los días de la semana yo tenía pocas posibilidades
de volar. Quise hamacarme. De a dos. Bajo la luna. Vamos a
hamacarnos, le dije. Son las tres de la mañana, me dijo él con cara
de que no, de que no para nada, de que le daba miedo que nos
vieran, que vinieran pibes en pedo a reclamar el territorio de las
hamacas, que nos robaran a mano armada o nos claváramos un
vidrio de botella de cerveza en un pie y pretendiendo que las tres
de la mañana y cierto sentido de lo que se puede hacer o no en
algunos horarios justificaban su falta de arrojo y romanticismo.
Vamos a hamacarnos, le dije a las tres de la tarde, pleno sol,
plaza llena de chicos y, sin embargo, dos hamacas libres que pare-

89
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

cían hacernos señas. No amor, me dijo, son para los chicos… Bus-
caba con la mirada algún chico que pareciera tener ganas de subir-
se a la hamaca para mostrármelo.
Desde ese día, y más aún después de que me puse una mini-
falda y tacos aguja y le propuse ir a la terraza a darnos besos y me
dijo que no porque hacía frío, mi mejor amiga lo llama “el asesino
de las ganas”.

***

90
VIRGINIA FEINMANN

XXXIV

Al final no sé cómo fue ese paseo. Porque del día que lo


hicimos, con quince años de casados, recuerdo que no quisiste ir a
ver los gatitos recién nacidos del Hospital Británico y me tironeaste
el brazo para volver porque oscurecía.
Cuando nos separamos y me instalé en un monoambiente de
30m2 y me hice un sandwich de huevo para cenar, me pareció que
un gatito habíamos llegado a ver.
Cuando a los cuatro meses me dijiste que habías vuelto a for-
mar pareja recordé que los gatitos se treparon por tus piernas y los
alzamos y les dimos besos en la trompa y el pelito atigrado.
Y ahora que me enteré de que querés tener un hijo con ella
siento también la suavidad con que me levantaste del piso, dejaste
a los gatitos bien tapados en su refugio y me tomaste del brazo
para volver mientras atardecía, y miles de flores de jacarandá llovían
sobre nosotros.

***

91
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

92
VIRGINIA FEINMANN

XXXV

Mi abuela siempre fue una chota. Al menos eso dice mi mamá.


Parece que cuando ella era chica, en vez de cuidarla la tenía de
sirvienta. No de empleada, ni de hija, de sirvienta.
A todas las compañeritas de colegio de mamá las despertaban
con el desayuno, en cambio mamá, con ocho añitos, tenía que pre-
parárselo a sus padres y después cambiar a su hermanita bebé y
después plancharse el jumper del colegio de monjas, vestirse, pei-
narse y caminar nueve cuadras sola. A la vuelta iba al almacén,
cocinaba el almuerzo y en verano cargaba una barra de hielo enor-
me desde la hielería porque no había heladera. Llegaba con las
manos rojas y entumecidas.
Parece que el deseo de mi abuela no era tener hijos sino una
peluquería. Tanto, que la puso en una habitación de la casa chori-
zo. Entonces mamá se encontró sin mesa para hacer los deberes, ni
piso para desplegar las figuritas de brillantina que le había regala-
do su prima de Santa Fe.
En la peluquería, mientas mi abuela hacía sociales con las ve-
cinas, mamá barría el pelo recién cortado, cambiaba el agua de
remojo de los pies, lavaba los pellejitos de piel de los alicates y
limas. Una vez mi abuela compró un líquido nuevo para perma-
nente y como no sabía bien en qué dosis usarlo lo probó en mamá

93
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

de ocho añitos. Le quemó el pelo y en el colegio la burlaron por


varios meses.
Así que yo con mi abuela, por las dudas, nada.
Pero a los cumpleaños tenemos que ir. Ayer fue el de 94. Mi
mamá, mi tía, una prima grande, mi hermana, yo y 35 viejitas del
geriátrico que creo que mi abuela no conoce pero iban a comer torta.
En un momento quedé al lado de ella. Me agarró con una
mano huesuda y caliente, fuerte, como una pinza, le brillaban los
nudillos blancos y el resto estaba colorado.
–Decime, ¿vos tenés requechitos de lana?
–No... –me acerqué porque no escucha– No... ¿Para qué?
–Estoy tejiendo –de una de las tantas bolsas de nylon que la
rodeaban sacó unos cuadrados rarísimos, hechos de miles de lanas
distintas. Los desplegó y, unidos, formaban una manta no del todo
fea, y seguramente abrigada.
–Bueno qué lindo, te felicito –me fui soltando de la mano-
pinza.
–Hago una manta por semana.
–Bueno qué bien, te felicito –miré a mi hermana para ver si
podíamos ir yendo.
–Después la nochera las lleva acá al Puente Saavedra, para la
gente que duerme tapada con cartón.
Tomé un trago de gaseosa del vaso de plástico que hasta en-
tonces no había querido tocar.
Le estoy juntando requechitos de lana.

94
VIRGINIA FEINMANN

XXXVI

Voy a la psicóloga de duelo que me recomendaron por mi


separación. Por mi separación no tanto, en realidad porque mi
marido formó pareja a los cuatro meses de separados y quiere tener
un hijo con ella. No lo tomé bien.
Diez y media de la noche. Un sobreturno de media hora nomás,
me había advertido. Tiene muchísimos pacientes.
Subo hasta el piso 24 en el ascensor platinado. Entro a un
consultorio más grande que mi departamento, muebles de madera
lustrada, estatuitas de marfil o algo así, cosas como traídas de viajes.
Ella taconea adelante, su traje rojo ceñido y un pelo lacio que tam-
bién es platinado. Me hace sentar y se sienta frente a mí. Un vela-
dor le da de costado en la cara. Aunque el maquillaje es perfecto le
veo ojeras debajo. Diez y media de la noche, claro.
–Señora... mi marido y yo nos separamos de mutuo acuerdo,
pero a los quince días yo ya lo extrañaba, y ahora me entero de que
está en pareja con una mujer, una mujer hecha y derecha, que se-
guramente le está dando todo lo que yo no le podía dar.
Se acomoda un mechón de pelo platinado detrás de la oreja,
mira un punto impreciso y dice:

95
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–Querida, la pulsión de muerte es tendencia inherente a toda


la vida orgánica y supone la reducción completa de las tensiones,
particularmente en los soldados al volver de la Primera Guerra.
Hay que diferenciar la libido de las pulsiones yoicas, de una situa-
ción de narcisismo, fijación, o incluso Ley de Fletchner ubicada en
la Segunda Tópica.
–Señora –le digo rascando un poco el terciopelo de la butaca–
yo ya no lo deseaba. Por eso nos separamos. Pero me duele mucho
que esté con otra.
–La situación de disgregación en el adulto, superado el com-
plejo de Edipo y las fases de autoerotismo, da lugar a fenómenos
de regresión o latencia. Y ante escenas traumáticas puede desarro-
llarse un servomecanismo o un proceso de hominización donde sin
duda va a dominar el Tánatos.
–Señora… yo no soy buena con el sexo. Cuando nos conoci-
mos sí, pero me fui apagando. Tengo muchos problemas…
–Sí, querida –suspira– en las pulsiones relativas…
–Señora –me apuro– ¿los hombres también pueden tener pro-
blemas con el sexo?
–Por supuesto querida, sin ir más lejos, Fromm dice…
–¿Usted conoce alguno?
–… qué… ¿mis pacientes?
–Sí.
Levanta los hombros
–… por supuesto… muchísimos…

96
VIRGINIA FEINMANN

–Cuentemé, por favor.


Estira el cuello hacia atrás como un cisne. Achina los ojos:
–¿Querés un té?
–Sí.
Vuelve con una bandeja de plata y tacitas de porcelana. Té con
miel. Riquísimo.
Y empieza, mirá, hay uno que no se le para porque…, otro
que no se le para porque, otro que se le para pero enseguida se le va
porque, otro que piensa en la madre entonces, otro que sólo puede
si, imaginate que eso no es apto para la vida en sociedad, otro que.
Yo me estoy riendo y golpeando su mesita con la mano. Ella
también se ríe y se tapa la boca y hace no con la cabeza.
Ya no le veo las ojeras.
–¿Y no tiene uno que con la esposa quería todo el tiempo pero
con la nueva no pudo?
–Ahhh –se agarra la cabeza como si se acordara de algo– ¡Que-
rida! ¡Millones!
–Cuentemé de esos, por favor.
Me cuenta una serie amplia de casos que cierra con una re-
flexión: “cuando no te desean es muy fácil desear, ¡el tema es cuan-
do te piden que muestres el documento!!!”.
Me voy a la 1.30 de la mañana. El parque Las Heras está
precioso, fresco. Me compro un chocolate de la máquina Nestlé
del Open 25 en la esquina de casa. Me olvido de tomar el rivotril y
sin embargo duermo como un bebé.

97
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

98
VIRGINIA FEINMANN

XXXVII

Yo sé que sería como la pata de mono. Una aberración, un


engendro.
La pata de mono tenía tres dedos. Uno por cada deseo que
concedía. El hombre que la encontró pidió “pata de mono, haceme
rico”. Y el primer dedo se cerró. Al día siguiente vinieron de la
fábrica donde trabajaba su hijo. “Hubo un accidente... a su hijo lo
agarraron las máquinas... al menos ya no sufre. Por esta terrible
pérdida la empresa lo va a indemnizar con un millón de dólares”.
El hombre pasaba las noches desesperado. No le importaba el
dinero, ni sabía dónde lo había puesto. Quería a su hijo de vuelta.
“Pata de mono, que mi hijo vuelva a la vida” pidió, y se cerró el
segundo dedo. Al rato se escucharon pasos por la escalera. No eran
pasos normales, eran arrastrados, desparejos. El hombre recordó la
última imagen de su hijo. Sólo había podido reconocerlo por la
ropa. Se escuchó un aullido animal, y los pasos trastabillados que
seguían avanzando. “Así no”, pensó el hombre, “¡así no! ¡tal como
estaba no!”. Se abalanzó sobre la pata de mono y gritó “pata de
mono llevátelo, por favor que desaparezca”. Se cerró el tercer dedo.
Cesaron los aullidos. Y los pasos. Sólo quedó el silencio.
Y yo sé que sería así. Lo sé. Pero igual a la noche lloro y me encuen-
tro pidiendo “por favor, por favor, que mi marido me vuelva a querer”.

99
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

100
VIRGINIA FEINMANN

XXXVIII

Las camillas formaban una fila larga, medio en zigzag, por


todo el pasillo. Hacía muchísimo calor y una enfermera gorda de
lentes y colita me empujó sin querer dos veces, una de ida y otra de
vuelta, mientras yo trataba de ubicarme. Primera camilla, un pibe
en pedo; segunda, una señora sin dientes, con una mueca rara y
basuritas pegadas en el pelo; tercera, un señor con toda la panza al
aire que gritaba Adriana, Adriana; cuarta, mi abuela. Nunca me
llevé bien con ella.
–Se quebró la cadera –me tiró la gordita de lentes al pasar,
como lo que podía darme, como la moneda que tenía en el bolsillo.
–Sí… ya sé.
–Pero hace siete horas que está acá –salió mi hermana de una
silla bajita– ¿no se puede reclamar a PAMI?
–Vienen cuando quieren –le tiró con menos onda y siguió. Se
ve que de mi hermana ya se había cansado.
Pero los ojos de mi abuela, acostada en la camilla de lata,
sobre sábanas mojadas, estaban vivos. Grises, como los míos,
vivos. Qué lindos tenés los rulos, me dijo cuando le di un beso,
y me tocó un mechón.

101
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–Andá Vero, yo me quedo hasta que nos trasladen –le dije a mi


hermana. Ella estaba desde temprano y yo por fin le encontraba un
sentido práctico a mi insomnio. Iba a ocupar la noche en eso.
Sin embargo no fui yo. Imposible.
Todavía era yo cuando le pasé un pañuelito por la frente y le
dije que iba a estar bien.
Empecé a no ser yo cuando le sostuve la cabeza por los vómi-
tos, cuando salí corriendo a pedir reliverán y cuando me reí con ella
como dos nenas porque ya había pasado. Ya no era yo la que se
puso cerca de su cara colorada para escucharla entre tanto barullo.
Que el abuelo había sido un hombre maravilloso, inteligente, prác-
tico, sabía de todo, y tan emprendedor que de la Franco Inglesa lo
indecnizaron para que comprara su propia farmacia. Pero él igual
se fue a trabajar para la empresa Graf, Gras, Glax –no sé, no era
yo– y se encontró con un problema tremendo. Todos los compra-
dores eran judíos. Entonces nadie le compraba. Pero él siguió ade-
lante y también lo indecnizaron y así compró la farmacia. Enton-
ces, ¿sabés qué hizo Verónica con las cenizas del abuelo?
–Están en su casa todavía.
–Entonces si no salgo de esta cremame y poneme con él.
Sí, le dijo alguien, no podía ser yo.
No fui yo la que esperó seis horas más a PAMI. La que cuando
ella gritaba me duele la nalga me duele la nalga metió las manos
debajo de las sábanas mojadas y le dijo ahora no te duele más y le dio
reiki hasta que se calmó. No fui yo la que le alcanzó el bolso que me
pedía. La vio revolverlo rápido hasta que encontró unos papeles im-
presos en computadora, Arial 18 parecía, manchados de café o algu-

102
VIRGINIA FEINMANN

na otra cosa, y los empezó a mirar, uno, otro, los descartaba. “Padre
Nuestro”, “Ave María”, arrugados, en Arial 18, se los iba atajando yo
–que no era yo– mientras ella los seleccionaba guiada por algún
conocimiento fundamental. Menos fui yo la que con toda naturali-
dad le indicó, tenés este también, y le alcanzó uno que decía “Glo-
ria”. Ah sí, este. Se quedó con el Gloria y el Ave María.
No fui yo en la ambulancia y los nuevos vómitos, en el ingreso
a la clínica, serena, con toda la documentación. Escuchando al
médico que la disnea, que la saturación, que los stents, que con 94
años difícil, pero va a haber que operar, una vez se estabilice esto y
esto y lleguen las prótesis, quizás el miércoles. Muy bien. Tampo-
co fui yo la que rescató los papelitos de Gloria y Ave María, se coló
en la terapia y se los puso debajo de la almohada y se cruzó un
segundo con sus ojos grises, vivos.
Vengo a casa a descansar unas horas. No soy yo la que va a
volver apenas se levante. No soy yo la que llora en la almohada.
Nunca me llevé bien con ella.

***

103
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

104
VIRGINIA FEINMANN

XXXIX

Un clavo no saca otro clavo pero el homeópata. El homeópata.


Me dieron su teléfono porque no era sólo homeópata, sino
acupunturista, digitopunturista, médico ayurveda, naturópata...
y te va a hacer bien y dejás ese psicofármaco que te desacomoda
los chakras.
Llamé, pero el número no correspondía a un abonado en ser-
vicio, Telecom me informaba que por el momento mi llamada no
podía ser establecida, y yo quería ir y dejar ese psicofármaco así
que, quién sabe por qué, medio desesperada lo googleé, y vi:
médico UBA matrícula tal - natur.com - la homeopatía como
método según el Dr. tal - vegetales saludables - ataque al cuartel
tal y tal – apoyo a la lucha en - detenidos y torturados del - inte-
grantes de la organización tal.
La foto no era muy clara pero alto, plantado, espalda ancha.
Un homeópata guerrillero.
Entonces, por mi sensibilidad al setentismo me dieron más
ganas de ir, y le escribí un mensajito a la página de los naturópatas
y al toque me contestó: “Estaba mal colgado el teléfono, comuní-
quese de nuevo que la secretaria le va a dar un turno”. ¿Por un
teléfono mal colgado me entero de que copaste un regimiento, te

105
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

torturaron y te comiste diez años de cárcel? No me enamoré en ese


momento, pero ya era como para.
El día antes de la consulta supe que mi marido quería tener
un hijo con su novia, una docente de su misma universidad, una
mujer hecha y derecha ya madre de dos niños cuyas cabecitas él
ahora debe acariciar mientras sueña con darles un hermanito, en
los pocos segundos libres en que no está garchando con ella sobre
los pupitres de esa casa de estudios, en la calle, contra los árboles o
en los baños públicos de la Av. Maipú.
Así que fui al homeópata muy triste, casi en trance. Él salió de
un gabinete, se paró delante de mí, me puso la mano en el hombro y
me hizo entrar. Yo lloraba, temblaba, temblaba, lloraba, le contaba
mientras él escuchaba pero un pedacito de mi cerebro, muy chiqui-
to, medio milímetro cuadrado en el ángulo izquierdo de mi frente,
pensaba “este hombre está para matarlo, es una bestia, es muy her-
moso, esa boca enorme, la espalda, por qué tiene hombros tan an-
chos, qué hace, y esos ojos azules y cuántos años tenía cuando entró
en la lucha armada si es un bombón, unas canas apenas, que le que-
dan espectaculares”. Pero seguía triste, y el resto de mi cerebro tapó
al pedacito, agarré las bolitas que me dio para tomar y me fui.
A la semana siguiente le confesé... mirá... yo estaba buscando
tu número y vi... bueno, me da mucha admiración, realmente...
Yo... mis viejos eran militantes, de superficie, perejiles, no como...
–lo miré... me distrajeron sus hombros– ... pero en fin vivimos una
infancia de terror y yo me siento parte, quiero decir, siempre traba-
jé… en Amnesty, en el CELS, en la ex Esma, quiero decir... que
me parece bien... que soy una compañera.
–Gracias –serio, e hizo una pausa larga y me miró, con esos
ojos que tenés, y…– ¿Tomaste los globulitos?

106
VIRGINIA FEINMANN

–Sí, sí... –entonces me acordé de mi marido y me puse a llorar


otra vez y me fui.
En la semana me busqué todos los documentales, porque cómo
puede ser este tipo, quién es que no... Me miré Errepé, Gaviotas
Blindadas, Trelew, Montoneros una Historia, Cazadores de ahí estás,
por dios, esos ojos azules, qué joven, más lindo, no, distinto, igual
de lindo, más triste... en cambio ahora que sabés de brotes de soja
y equilibrio energético... Y abrí la boca bien grande y me tragué
todos los globulitos y estaban riquísimos.
Ayer que fui de nuevo ya no lloré. Podemos probar con
acupuntura entonces, dijo. Me hizo acostar en la camilla. Ponete
cómoda. Una agujita en la frente. ¿Duele? No. Otra en el brazo.
¿Duele? No. En la planta del pie. ¿Duele? Sí, un poco. ¿Ahora?
Ahora está bien.
Me tapó con una manta y prendió una estufa de cuarzo.
–¿Si apago la luz te angustiás?
–A ver.
Apagó.
–No, estoy bien.
–Descansá –y cerró la puerta.
Me relajé y me fui quedando dormida, mientras escuchaba su
voz que hablaba con otros pacientes, con unas viejas de Recoleta
que no tenían idea, que no sabían, como yo, quién era él.
Y para la semana que viene le voy a pedir si me hace
digitopuntura, que es como una técnica de masaje con los dedos,

107
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

fuerte, apretando las yemas, en el cuello, en la espalda, porque si


empuñó un fusil fuerza en las manos tiene, y ya de mirárselas nomás,
tan grandes, se nota que sí, que tiene, y yo quiero ver qué onda.

***

108
VIRGINIA FEINMANN

XL

En casa hay un pulover de mi marido. Es gris plomo, largo,


larguísimo, las mangas me quedan colgando, pero es calentito. Está
acá no sé por qué. Porque cuando terminé de embalar mis cosas y
bajamos las cajas juntos y estuvieron subidas al flete y nos dimos
un abrazo hacía frío. Y me dijo “abrigate” y yo no tenía nada a
mano, estaba todo embalado, entonces subió corriendo y me trajo
ese pulover.
Al principio pensé que se lo iba a devolver en cualquier mo-
mento, si total habíamos quedado tan amigos, él me quería tanto,
quizás cuando fuera a tomar mate para ver a mi gato o habláramos
para resolver esto y esto que había quedado pendiente. Mientras,
lo usaba sin mayores problemas. Pero esto y esto se resolvieron por
mail y transferencia bancaria, y cuando lo llamaba porque estaba
triste o porque estaba contenta él no atendía. Me mandaba un
mensaje después que decía “uy”, siempre empezaban con uy, “uy,
no escuché el celu, uy me entró directo como texto, uy recién veo,
¿lo dejamos para otra vez?”. Un día pasó un segundo y medio a
buscar el resumen de una tarjeta de crédito. No lo vi más.
Así que en un momento decidí tirar el pulover. Después deci-
dí quemarlo. Pero no, quemarlo no, si hay gente que necesita y lo
puede aprovechar. Y después una noche de mucha angustia me lo

109
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

puse de nuevo y me acurruqué envuelta en todo ese pulover enor-


me. Y al otro día lo tiré al piso. Después lo metí en el placard y
cerré fuerte la puerta. Y después lo saqué y lo estrujé y le dije “te
voy a matar”, y otro día le dije “¿por qué? ¿por qué?” y otro día
después de haberlo tirado al piso de nuevo me tiré yo y lloré arriba
hasta que la lana y las lágrimas se me volvieron una cosa sofocante
en la mejilla.
Ahí está el bobito del 4to. Un pendejo que cuando me mudé
me dio su tarjeta de la Fundación en Ciencias Empresariales, me
dijo que estaba para lo que necesitara, pone música electrónica los
sábados, usa chombas de colores, cada vez que paso me mira el culo
y, esto no puedo asegurarlo, pero es probable que haya sido quien
escribió ¿no pueden hacer algo para matar a las KuKarachas? en el
aviso de fumigación del ascensor.
Subo y pongo el aire acondicionado en 12 durante veinte mi-
nutos. Saco el pulover gris del placard, lo dejo sobre una silla. Bajo
y le digo hola cómo estás. Bien. Viste que me dijiste que si necesi-
taba algo. Jaja. Sí. Bueno. Subimos.
–Pasá.
–Pero acá hace un frío bárbaro.
–Sí, es terrible. Tomá si querés –le doy el pulover–. Te juro
que vivo muerta de frío.
–Pero por qué –se lo pone distraído–, ¿no tenés estufa?
No hables, o hablá si querés, no importa. Movete, movete un
poco por la casa. Mirá la estufa, sí, revisala, si total corté el gas.
Quedate un rato así, agachado de espaldas. Preguntame algo sobre
un gasista matriculado. Parate. Andá hasta la ventana del fondo.

110
VIRGINIA FEINMANN

Decime que por ahí entra frío, sí. Que tendría que poner un bur-
lete, sí, qué me importa. Movete por acá y por allá, preguntame a
quién le alquilé y si sabía que las expensas aumentaron porque el
portero está con licencia y que la bombita de la cocina está quema-
da. Estirate, estirá el brazo con la manga gris, desenroscá la bombita
y movela. Sí, está quemada. ¿Y que por qué tengo tantos libros?
No importa tampoco. Ya está. Tengo que trabajar, disculpame.
–Tengo que trabajar, disculpame –y abro la puerta.
–Sí, obvio, yo también jajajj –sale caminando hacia atrás– ¡Ah!
–se da cuenta, porque afuera no hace el frío que hace adentro– ¡el
pulover! –se lo saca y me lo da.
–Sí, claro –lo agarro– gracias. Te lo agradezco muchísimo.

***

111
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

112
VIRGINIA FEINMANN

XLI

Es la tercera vez desde que me mudé que se rompen los ca-


ños. La pared se puso amarilla en dos días. La chica de la inmobi-
liaria va a mandar al plomero.
En casa con mi marido no nos pasaba nunca. Busco: “¿qué
aprendizaje nos dejan los caños rotos?”. Mi maestra de reiki dice
que en todo hay que ver el aprendizaje. Cuando ella tuvo invasión
de hormigas buscó el aprendizaje: las hormigas vienen a decirnos
que nuestro esfuerzo diario tiene sentido, que el trabajo de hoy va
a dar sus frutos mañana. Cuando lo aprendió, las hormigas se fue-
ron. Los caños rotos, leo ahora, depende. Si están tapados, repre-
sión de las emociones. No. Si el agua sale de su curso, sí, eso, caos,
desborde emocional. Eso. Agua negruzca: matrimonio desgracia-
do. Eso también.
Llega el plomero a las 8 de la mañana. Todavía no me dormí
desde el día anterior. Estoy pilas, le hago mate y tostadas.
–¿Por qué no durmió?
–No sé, no puedo –le alcanzo el mate. Está agachado tocando
los globitos de la pared amarilla– desde que me separé que no
duermo de noche.
–Acá va a haber que romper, ¿sabe? –toma y me devuelve.

113
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–Sí, está bien. ¿Le molesta si le pongo azúcar? Con mi marido


siempre tomábamos...
–No, así dejeló nomás, por favor.
Bueno, será diabético, pienso. Me pongo a leer. Él va sacando
herramientas.
–¿Usted es psicóloga? –dice de pronto
–No, ¿por qué?
–Ah... porque yo conozco tres psicólogas, y las tres están sepa-
radas.
–Ah... no.
Me parece que se desilusiona. Para compensar le digo que soy
escritora. Saco una revista del primer cajón de la cómoda, busco la
página. ¡Mire! –le muestro un cuento con mi foto– eso lo escribí
yo. Es una revista literaria que está muy buena, se llama...
–Pero esta no es usted.
–¿Cómo no?
Mira la foto, me mira a mí, mira la foto.
–No...
–Bueno... me pusieron una luz.
–No pero esta no...
–Y había dormido.
Sigue mirando la foto y mirándome.
–Bueno, está bien, me puse una miga de pan abajo del labio
para que parezca más grueso. ¿No ve que tengo el labio de arriba
finito y queda horrible? –le saco la revista.

114
VIRGINIA FEINMANN

Se ríe como si le hubieran contado el mejor chiste de su vida.


A mí no me parece.
–Perdone, voy a tratar de dormir.
–Pero yo voy a romper.
Los dos miramos los 30m2, mi colchoncito cerca de la pared
amarilla. Lo alejo un poco.
–No importa, rompa tranquilo. Yo voy a dormir igual.
Manoteo un rivotril del armario, lo trago con el último mate
amargo.
Duermo. Él rompe, taladra, me hace pensar en autos, en rutas,
vacaciones con Martín, juntos en el agua, al sol, a los besos sobre las
sábanas tirantes del hotel, el desayuno a la mañana armando histo-
rias sobre los de las otras mesas y él que me dice qué linda, cómo te
bronceaste.
Me despierto. Son las siete de la tarde. El plomero se fue. La
pared quedó blanca. Afuera ya está oscuro. Estoy cubierta de polvillo.

***

115
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

116
VIRGINIA FEINMANN

XLII

Mamá cruzó los cuchillos sobre la mesada. La tijera que for-


man se ve tan chiquita frente a la tormenta. Sin embargo ella cree
que puede ir en contra de la naturaleza.
Hace ocho días murió nuestra abuela. “No estaba lista para
morirse”, dijo mi maestra de reiki cuando le conté cómo. Jadeaba
como peleando, como de bronca. Nos corría la cabeza cuando le
poníamos la mano para tranquilizarla. Su cuerpo se inundó afuera
de todo lo que tenía adentro. Ella hurgó con las manos en esos
fluidos, quería volver a meterlos en su cuerpo, o buscaba. Cerraba
las manos en pico. Quiere tejer, decíamos con mi hermana. Quiere
agarrar algo. ¿Qué quiere agarrar? Nuestras manos, para calmarse.
Se las dimos a pesar de los fluidos. Se calmó, pero al segundo nos
clavó las uñas y gritó “levántenme”. Y cuando la soltamos del susto
todavía alcanzó a agarrar un mechón de pelo de mi hermana. Los
pulmones colapsaron, los riñones colapsaron, hay sangrado interno
y fibrilación ventricular sostenida, dijo el médico, pero ella, como
mamá, también había cruzado sus cuchillos, y seguía jadeando,
como jadeó dos o tres días más hasta que la tormenta se impuso.

***
117
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

118
VIRGINIA FEINMANN

XLIII

Al final empezamos a salir por un motivo muy raro.


Yo había visto una foto en el facebook de la novia de mi mari-
do, ex marido, bah. Ella estaba en bombacha y tenía un libro de su
autoría –de la autoría de mi marido, ex marido– sobre el pubis,
sobre la concha, bah. Era de una fecha muy cercana a nuestra sepa-
ración, días después, bah.
Mientras lloraba desgarrada mi mejor amiga me mostraba otra
foto donde se veía que la mina era igual a Pepe Cibrián, pero rubia.
Eso no lograba hacerme sentir mejor. Sólo me importaba la foto
del libro sobre la concha.
Entre los contactos de esta mujer estaban mis amigos de una
zona geográfica y una actividad profesional definida. Docentes de
Lomas de Zamora, bah. Ella era docente de Lomas de Zamora
también. Todos esos amigos que habían defeccionado misteriosa-
mente, que se habían borrado, bah, después de la separación esta-
ban ahí, con ella, y hasta estaba el boludito que le ponía me gusta
a ella y me gusta a mí, me gusta a ella y me gusta a mí. Digo
tranquila porque ya murieron. Murieron cibernéticamente, bah.
No obstante veía uno que no pegaba, no pegaba. Un abogado
de ddhh que conocí trabajando en el CELS. Lo llamé.

119
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

–¿Vos sos amigo de tal?


–... eh... sí... perdoname, estoy entrando al Tof 6.
–Una que se parece a Pepe Cibrián pero rubia.
–Sí, sí, bah, no sé cómo está ahora. Era de la primaria... me la
acuerdo de chica nomás.
–Se sacó una foto con un libro de mi marido, ex marido, bah,
sobre la concha.
–¿Te separaste?
–Sí.
–... cómo estás...
–... más o menos... qué hay en el Tof 6.
–La causa del 19 y 20... querés venir...
–Sí, siempre quise ver al hijo de puta de De la Rúa en cana.

***

120
VIRGINIA FEINMANN

XLIV

Spotify cree que me altera por subir medio punto de volumen


sus publicidades. No sabe que hago yoga, reiki y homeopatía.
Spotify dice que me deja la versión Premium a 9 pesos por día
por tres meses, para que pueda escuchar música sin avisos cuando
me estoy acurrucando con alguien. No sabe que jamás me acurru-
caría con alguien que se fastidiara porque no tengo la versión
Premium.
Spotify me ofrece una gran ventaja sorpresa: si no estoy con-
forme con el plan, puedo cancelarlo en cualquier momento.
No sabe que en la vida todo se puede cancelar en cualquier
momento.

***

121
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

122
VIRGINIA FEINMANN

XLV

Así como después de agosto viene septiembre, así como de


lunes a viernes a las 7.30 cantan Aurora en el colegio La Anunciata,
así también llegó el día en que él me llamó arrepentido. Todavía
me amaba. Formar pareja al poco tiempo de separarnos no le había
servido de nada. No había momento en que no pensara en mí.
Lloró.Dijo que no era vida,que se ahogaba de dolor,y que el restorán
donde nos conocimos todavía tenía la mesita de la ventana y podíamos ir.
Quise decirle que sí. Un rayo de sol suave entró por el vidrio
hasta mi cara. Cerré los ojos, sentí la tibieza.
Pero ya me había convertido en Carrie. Trababa puertas y tira-
ba cuchillos sin ningún control. No me importaba quedar adentro
del lugar que iba a incendiar con tal de que los demás también
murieran carbonizados.
Me había convertido en Gatúbela. Batman se sacaba la más-
cara y me ofrecía felicidad eterna en su castillo. “No podría vivir
conmigo misma”, gritaba yo antes de colgarme del cable y electro-
cutarme junto con Max Schreck.
Me había convertido en el capitán del Titanic. Le dije que no,
que ya era tarde. Y pensé que si el barco estaba averiado sin reme-
dio, lo más lógico sería que me hundiera con él.

123
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

124
VIRGINIA FEINMANN

XLVI

Vivir en un monoambiente es mucho trabajo. Querés tener-


lo lindo, pintás la biblioteca. Vienen los alumnos de los lunes. Sacás
los diarios y las latas, llevás la biblioteca al palier, ventilás el olor a
aguarrás, pasás procenex al piso, das clases. Cuando se van querés
volver a pintar. Ponés los diarios, entrás la biblioteca, pintás, y la
sacás al palier para no dormir con olor a pintura.
Te da no sé qué llamar a alguien que limpie por 30m2. Limpiás
todo vos. Limpiás un ventanal enorme, tan lindo el ventanal, por eso
lo elegiste. Terminás y le bajás la escalera al portero, no hay lugar
para guardar una escalera. No hay conexión para lavarropas. Ponés tu
ropa en un balde en la bañadera. Removés, batís. Vienen tus alum-
nos de los martes. Tenés miedo de que corran la cortina y vean tus
bombachas en el balde. Escurrís todo con las manos y lo metés en
una bolsa y lo guardás en el placard. Pasás procenex al piso, das
clases. Cuando se van llenás de nuevo el balde y ponés la ropa.
Al día siguiente la colgás en un tender. Las toallas chorrean.
Les ponés trapos abajo. Viene la dueña a cobrarte el alquiler. Quiere
ver cómo quedaron los caños. Sacás los trapos, secás, plegás el ten-
der con ropa y todo y lo metés en el placard, lavás los platos de la
cocina integrada, tapás los muñequitos de Néstor y Cristina, la
estampita del Padre Mujica y el palo santo.

125
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Cuando se va querés avanzar con tus macetas. Ponés los dia-


rios. Sacás la bolsa de tierra. Plantás grama bahiana. Viene el técni-
co de la computadora. Se sienta frente a la máquina y no habla. Es
enorme, redondo, respira mucho aire. Pasás cuatro horas a un me-
tro de distancia de él. Empezás a soñar con otro cuarto, con una
puerta que puedas cerrar.
El miércoles viene tu paciente de reiki. Sacás los diarios y
guardás la tierra y macetas a medio plantar en el placard, plegás tu
colchón, pasás procenex al piso, ponés el tatami, prendés palo san-
to. Le das reiki. Cuando se va desplegás tu colchón. Te tirás. Te
duele la espalda.
Vivir en un monoambiente es ser la chica del noticiero. Te
ponen tres capas de maquillaje a las 7 de la mañana, llegás a tu casa
y te despintás, pero al día siguiente te vuelven a embadurnar. Para
los 30 años, tenés la piel arruinada.

***

126
VIRGINIA FEINMANN

XLVII

Vivo en Recoleta pero podría pasar en cualquier otro barrio.


Es sábado a la mañana muy temprano. Se escuchan gritos. Me
despierto, abro la ventana. Miro 6 pisos hacia abajo. Veo algo que
no había visto nunca porque nunca me levanto a esa hora. Una fila
de gente esperando frente a una casa. Gente envuelta en mantas,
semidescalzos o con la ropa rota y sucia, esperando.
Dos chicas de esa fila se gritan, se dicen que se van a matar. La
más gordita se le tira encima a la otra hasta que logran separarlas.
La puerta se abre, las chicas se calman, van a la fila. De adentro de
la casa sale un brazo que extiende una bolsita blanca de nylon a
cada uno de los que esperan. Van pasando, llegan, reciben su bol-
sita, siguen camino. Es una fila larga.
Uno, apenas le dan la bolsita la esconde entre los trapos y se
vuelve a poner en la fila. Cuando le toca el turno de nuevo tengo
miedo de que el brazo lo reconozca. Pero no lo reconoce y le da.
Entonces escucho un vecino a mi altura que grita “¡a ese no le des!,
¡ese ya tenía!”. Estamos muy arriba y abajo nadie lo oyó. Yo le
contesto “¿a Macri y a Niembro los controlás igual, pelotudo?”. Y
la vecina del 4to dice “basta, callensé, dejen dormir”.

127
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

128
VIRGINIA FEINMANN

XLVIII

Mi primo y yo teníamos algunos problemas. El primero lo


tuvimos en el secundario, cuando en vez de ayudar con la colecta
Más por Menos yo me iba a verlo jugar al fútbol. Aunque él no
tuviera la pelota lo miraba correr. Seguía sus pantorrillas bronceadas
y sus medias rojas por toda la cancha. Pensé que no sabía que iba,
pero cuando los del San Patricio les ganaron el intercolegial por un
gol de último minuto, mientras sus amigos lloraban contra el pasto
él se paró y gritó mi nombre. Se había sacado la camiseta, el pecho le
subía y le bajaba y tenía esos ojos de acero fijos en mí. A la semana
siguiente, en la fiesta de fin de curso, como si nada, mientras
mordisqueaba una flor del centro de mesa se acercó y me sacó a
bailar. Yo sabía que todas sus novias nos miraban, pero después me
olvidé, y cuando terminó la canción estábamos abrazados, enlazados
por los cuellos uno sobre el otro, ese calor como de cachorro grande
en mi costado. Me separé un poco, juntamos las frentes como los
que bailan sosteniendo una naranja pero sin naranja. Nos quedamos
mucho tiempo así, riéndonos con la risa de mamá.
El segundo problema lo tuvimos cuando me separé de mi
marido. Empecé a ir a las reuniones familiares porque estaba triste.
Éramos como veinte entre tíos, tías, padres, primos y primas. Él se
levantaba a buscar cosas que ya había en la mesa, la sal, una servi-

129
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

lleta. Todos charlaban mientras comían, los más chicos gritaban y


revoleaban pedazos de pan con tuco y nadie se daba cuenta de que
al pasar él se demoraba atrás de mi silla. Me tocaba el hombro, o
me revolvía el pelo. Invariablemente se quedaba un rato ahí. Yo no
lo veía, pero llegaba a sentir su calor sobre el respaldo, de modo que
en una de esas veces incliné la cabeza hacia atrás con fuerza y en un
movimiento rápido froté mi nuca contra su cuerpo. Seguimos co-
miendo los ravioles como pudimos.
La semana pasada nos encontramos en un casamiento. Él to-
maba whisky y tenía el traje arrugado, los ojos grises de siempre,
algo de ojeras, de destino bello y trágico.
Bailaba alternativamente con todas las chicas. Cada tanto me
miraba. Entonces me paré y elegí la chica más linda de la fiesta. Y
me puse a bailar con ella. Primero sueltas, riéndonos, con coreogra-
fías inventadas para divertirnos y divertir a los demás. Después más
pegadas, algo medio afro medio salsa, medio tribal. Y cuando ya
hacía un rato que saltábamos y transpirábamos juntas vino él, y le
agarró la mano como si me la pidiera, como en los bailes antiguos. Yo
concedí. Se la llevó. Bailó un poco, no le fue difícil convencerla y vi
que le traía el abrigo y se iban juntos. Mientras ella buscaba algo en
la cartera él me miraba. Y yo le decía que sí, que sí que fuera. Ella ya
lo llevaba medio a la rastra y él le daba la espalda y caminaba hacia
atrás con sus pasos de león cansado y todavía me miraba, mientras yo
pensaba sí, aunque sea así, primo, aunque sea así.

***

130
VIRGINIA FEINMANN

XLIX

La señora que hablaba con otra en el subte repleto dijo: “los


pases simultáneos son muuuy difíciles de conseguir”. Los goces
simultáneos son muy difíciles de conseguir, entendí yo. Y para
cuando ella empezó a explicar cómo la casa central le negaba pases
a empleados con menos de cinco años de antigüedad, yo ya había
apoyado la cabeza en el brazo que me sostenía del pasamanos y
pensaba irremediablemente en sexo.
Me acordé del músico famoso, gigante, que había visitado mi
monoambiente la semana anterior.Ya sabía por sus shows que era alto.
Pero nunca pensé que tanto. Me parecía también recordar que estaba
casado con una actriz. Pero no estuve segura hasta que me lo dijo.
Una cuestión de lealtades, un asunto agotado, mirá, y ella no
es como vos, me explicó mientras con un dedo me levantaba el
mentón y me besaba el cuello.
Como duermo en un colchón sobre el piso, fue ahí donde
siguió dándome besos. Y después de un rato, no me importó nada
más que el impulso que me hacía arquear el cuerpo hacia atrás y
abrir la boca como esperando la lluvia.
Así, con la esquina del ojo, llegué a ver la zapatilla que él había
dejado tirada a pocos metros de nosotros. Ocupaba medio depar-

131
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

tamento. Giré la cabeza hacia ese objeto extraño y desproporcio-


nado y entonces fue su zapatilla lo que yo miraba, su zapatilla
enorme lo que entre la bruma de las respiraciones y el calor parecía
ir metiéndose en mi cabeza con cada vaivén. Era una zapatilla real-
mente grande.
Pasadas unas horas, feliz, llegué a la conclusión de que yo no
tenía tantos problemas con el sexo como creía. Quizás sólo había
tenido un matrimonio demasiado largo.
Llovía y hacía un poco de frío y me dio hambre pero él me
explicó que tenía que volver a su casa. Bajé para acompañarlo a
conseguir taxi. Dejá, me dijo en la puerta. Por las dudas. Con un
besito en la frente.
Pasé el resto de la noche y el día siguiente pensando en él.
Cené con amigas. No entendí ni de qué hablaban.
Cuando volví a dormir soñé con mi casa anterior. La miraba
desde la calle. La novia de mi marido había llenado el balcón de
flores violetas. Salía y las regaba una a una con mucho cuidado.
¡Qué hermoso! ¡Mirá qué hermoso!, le decía yo al músico gi-
gante. Quiero poner flores así en un balcón.
No se puede querida, me decía él, mañana me voy a la luna
con Leonor.
Pero... yo te quiero.
Sí preciosa, yo también, pero quedate en tu jaulita, no salgas,
porque me tengo que ir a la luna con Leonor.
Pero… dijiste que te gustaban las flores violetas...
¡Me encantan las flores violetas! –mirándome como si yo es-
tuviera loca– pero me tengo que ir a la luna con Leonor.

132
VIRGINIA FEINMANN

Me desperté con la garganta apretada y ganas de llorar. Me


puse el saco de lana largo y salí para mi casa anterior. Bajé del
colectivo, corrí las dos cuadras, crucé de vereda, miré el balcón. Por
suerte todavía no había flores violetas.

***

133
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

134
VIRGINIA FEINMANN

La ciudad está llena de globos amarillos y carteles que


dicen “Gracias”. El cielo está tapado y gris y hace frío. Odio ir
al ginecólogo.
Hija, con mis antecedentes, dice mi mamá. Tres cánceres
de mama en dos años. Sí mamá, es verdad. Menos mal que no
tuve hijas para cargarlas con eso, pienso. Menos mal que no
tuve hijos tampoco, para no cargarlos con nada de nada de lo
mío. Menos mal.
Las piernitas sobre el estribo y la cola bien adelante, dice el
ginecólogo. Me encanta no ser adolescente para no pedirle discul-
pas porque no me depilé. Disculpe que no me pude depilar, decía
yo a los 16, transpirada, con la cabeza baja y las manos retorciendo
la tela del camisolín. Qué carajo le importa al médico, pienso aho-
ra. Y si le importa que pruebe a decirme algo. Que pruebe nomás.
Qué bueno es tener 43 años.
Si yo estuviera embarazada, pienso mientras el tipo se calza el
espéculo y me revuelve un poco por adentro, ¿iría a echarme cera
caliente, o a cocinarme con luz pulsada o láser o lo que fuera para
depilarme con un bebito en la panza? Ni loca. Horrible. Entonces
todos los partos deben ser con pelos. Entonces el tipo está recurtido.
Menos disculpas todavía.

135
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Listo muchacha, dice y guarda el espéculo. Salto de la camilla


al piso. Eso es porque no tuve hijos, pienso, parezco siempre una
muchacha. Genial.
Salgo del sanatorio y entra una chica con un bebé. Le sostengo
la puerta y nos sonreímos. El día sigue espantoso y trato de subir-
me el cuello del saco. A los dos pasos veo un zapatito de tela celeste
tirado. La chica, el bebé, claro. Lo levanto para entrárselo. Está
calentito. La tela. Está tibia. Me entibia la mano. Se lo alcanzo,
gracias, ¡qué suerte! Llego a casa y lloro. Lloro, lloro, lloro. No sé
por qué.

***

136
VIRGINIA FEINMANN

LI

Tenía pacientes de reiki y no podía ir a la Plaza. Acomodé


uno y otro para ver el discurso de Cristina por la compu. Rápido,
comiendo unos fideos de parada, que no conseguí terminar por el
llanto que me apareció en reflejo condicionado apenas la vi gol-
pearse el pecho y poner los dedos en V.
No me dejen hablar mucho, dijo ella, porque a las doce me
convierto en calabaza. “Al fin te vas conchuda”, gritó mi vecina y
yo quise responder algo, pero todo se parecía a lo que venía argu-
mentando desde el 25 de octubre, largo como para gritar en una o
dos oraciones, y sobre todo, ya sin sentido.
El último paciente se fue a las 23.20. Sólo quedaban 40 mi-
nutos de kirchnerismo por cautelar.
Tomé un taxi hasta la Plaza. Llegué 23.50. El carrito de
choripán me impregnó el pelo que tenía limpio y preparado para
el almuerzo del día siguiente con parientes filomacristas, bien, buena
decisión, sacudí los rulos frente a la ráfaga de humo.
Había pilas de basura y gente que caminaba muy lento hacia
las salidas pero quedaba un núcleo allá adelante, un grupo cerrado
cerca de la Pirámide. Eran las Madres. Eran diez o más Madres de
Plaza de Mayo que acamparon por un rumor de que a las doce

137
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

vallaban todo. Y gente, y chicos y chicas, haciendo la ronda con


ellas. Me sumé.
Ahí donde cualquiera que hubiera conocido ayer habría sido
mi mejor amigo apareció Leandro Rodríguez Hevia, amigo-her-
mano desde 1989. Daba la vuelta solo, los ojos rojos, amparándose
cada tanto en la capucha de su buzo. “Me iba a ir”, me dijo, “y
después pensé ¿y a dónde me voy a ir?”. Nos abrazamos justo para
las doce.
Saltamos, cantamos, las cantamos todas y después ya no sé a
quién abrazábamos. Paulita sacaba fotos a los que le pedían una
con las Madres, anotaba sus mails, el trabajo que va a tener maña-
na. Cuando ella y yo y la batería de su cámara estuvimos agotadas
nos volvimos. Empezamos a caminar hacia Recoleta. Nos perdi-
mos, como siempre, porque no sabemos de calles y porque nos
suspendía en el aire cierta alegría. Calle Florida, preguntamos a los
basureros y sí, es esa, vacía por completo, en perspectiva perfecta
con un punto de fuga que es alguna avenida que nos lleva a casa.
Vamos. Riéndonos. Esquivando meadas humanas, porque son de-
masiado grandes como para ser de perro, boluda, son humanas, sí,
son humanas! Y con cada esquivada nos chocamos las caderas una
con otra y nos reímos más.
En medio de la nada hay un señor parado, de jean y campera
de cuero, pelo rubio, guitarra eléctrica conectada a parlantes, un
micrófono, canta “Let it be”. Qué bárbaro, le digo a Paula: no hay
nadie en la calle, nadie, y el tipo canta su canción. Qué hermoso,
me dice ella y pasamos sonriendo. Asentimos con la cabeza y le
sonreímos y seguimos, y entonces deja de cantar y dice algo. Y
después vuelve a cantar. Pero después para otra vez y habla de nue-
vo, así que ya lejos nos damos vuelta, ¿a nosotras? sí, a nosotras,

138
VIRGINIA FEINMANN

algo, qué lindo ese hombre ahí parado, qué noble, más sonrisas y
seguimos y entendemos que nos dice “conchudas, qué miran,
conchudas de mierda”. Son las 02.15. Vivimos bajo el macrismo.

***

139
TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

140
VIRGINIA FEINMANN

LII

Ahí estaba yo tranquila en la parada del colectivo, escuchan-


do a una chica que decía “si yo daría clases de mañana y no de
tarde” y esperando que esas clases fueran de gimnasia y no de len-
gua, cuando apareció él.
Agradecí internamente haberme puesto la pollera turquesa.
Pero sin corpiño, para variar, como una hippie. Tensé los pectorales
y me paré derecha. Haría lo mejor con lo que tenía.
Él también estaba erguido, delgado, más lindo.
–¿Qué es esto? ¿Un aniversario bizarro? Va a hacer un año
que nos separamos.
Jajaja de su parte, qué raro, si nunca le daba gracia lo que yo
decía.
–¿Y qué hacés por estos barrios además? ¿Y la zona sur?
–Vengo a un dentista acá.
–En serio. ¡Si te daba miedo! Qué bien...
–¿Y vos?
–Bien, a la casa de un amigo, contenta –mientras se iba el 39
que me llevaba a la psicóloga– recontenta.

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

Ya no le conocía la ropa, era toda nueva. Él miraba un poquito


por encima de mí. Olfateaba el aire de la primavera como Bambi.
Olfateé también.
–Sí... estoy recontenta...
Otro 39.
–Qué bueno, Vir, me alegro mucho.
–Sí... ¿y Beto?
–Uh, regordo, repeludo.
–Mi vida.
–No sabés qué personaje.
–Cómo no voy a saber. Lo conozco. Ya sé que es un personaje.
–Ahora tiene una nueva, se sube a la tele y...
–Antes también se subía a la tele.
–Sí, pero ahora...
–Pero cuando yo estaba también lo hacía. Me acuerdo perfec-
to. Era regracioso.
–Sí, pero ahora...
–Quería cazar el simbolito de Sony como si fuera una mari-
posa, ya sé que hace eso. ¿Cómo no voy a saber que hace eso? Y me
encanta que lo siga haciendo. Me encanta. Bueno, mandale un
beso, y mimitos en la panza, de parte de su madre. Me voy que
viene el 39, chau, que sigas bien.
–Hablamos.
–Sí, hablamos, hablamos.

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VIRGINIA FEINMANN

Se terminó de imprimir,
en Editorial Contexto, Yrigoyen 399,
Resistencia, Chaco, Argentina,
en el mes de Junio de 2015.

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TODA CLASE DE COSAS POSIBLES

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