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EL PLAN DE DIOS

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Jack B. Scott

CONTIENE UN ESTUDIO PROGRAMADO POR LA


FACULTAD LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS
TEOLÓGICOS
Publicado y distribuido por Editorial Unilit

EL PLAN DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

© 2002 Logoi. Inc.


14540 S. W. 136 St. Suite 200
Miami, FL. 33186

Título original en inglés:


God’s Plan Unfolded
© 1976 by Jack B. Scott

Diseño textual: Logoi, Inc.


Portada: Meredith Bozek

Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
ni procesada, ni transmitida en alguna forma o por algún medio —electrónico o
mecánico— sin permiso previo de los editores, excepto breves citas en reseñas y
debidamente identificada la fuente.

Producto: 496723
Categoría: Comentario/Exposición
ISBN: 0-7899-1115-9
Impreso en Colombia
CONTENIDO

PREFACIO .................................................................... 7

1. VISIÓN DE CONJUNTO (DESDE GÉNESIS HASTA


MALAQUÍAS) .......................................................... 9

2. LOS ORÍGENES DEL PUEBLO DE DIOS (GÉNESIS) 21


I. La creación del mundo (caps. 1 y 2) ....................... 21
II. El reto de Satanás al propósito divino (cap. 3) ......... 31
III. Siguiendo las dos descendencias hasta el diluvio (caps.
4—8) ..................................................................... 39
IV. El nuevo comienzo y el viejo problema del hombre
(caps. 9—11) ......................................................... 47
V. El desarrollo de la fe en Abraham (caps. 12—22) ... 53
VI. El período de transición: la muerte de Abraham y la
vida de Isaac (23—28.9) ........................................ 67
VII. Jacob, de pecador a santo (25.19—33.20) ............. 69
VIII. Los hijos de Jacob, la familla de Dios (34—50) ...... 74

3. LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS (ÉXODO -


DEUTERONOMIO) ............................................... 81
I. Rescate de Egipto (Éx 1—19) ................................ 81
II. La entrega de la Ley al pueblo de Dios (Éx 20 - Dt.) 92

4. EL PUEBLO HEREDA LA TIERRA (JOSUÉ)............ 135

5. LA DECADENCIA ESPIRITUAL DE ISRAEL (JUECES,


RUT, 1 SAMUEL 1,2) .......................................... 145
I. El libro de los Jueces ............................................ 146
II. La otra cara de los hechos: Elimelec y Elcana y sus
familias (Rut, 1 S caps. 1 y 2) ............................... 157

6. EL REAVIVAMIENTO ESPIRITUAL Y LA PROSPERI-


DAD DEL PUEBLO DE DIOS (1 Samuel 2.12- 1
Reyes 11) .................................................................
.................................................................................. 161
I. Comienza a amanecer: Samuel (1 S 2.12 - cap. 7) 161
II. La elección de un rey: Saúl (1 S 8-15) .................. 166
III. El surgimiento de David (1 S 16—31) ................... 172
IV. El reinado de David (2 S 1—24) .......................... 176
V. El reinado de Salomón (1 R 1—11) ...................... 187

7. LA ÉPOCA DE LOS PROFETAS (1 REYES 12—2


REYES 25) ........................................................... 195
I. El período de estabilización (950 a 850 A.C. aprox.) ...
............................................................................ 199
II. El período de infidelidad (850-800 A.C. aprox.; 2 R
1—11) ................................................................. 207
III. El último período de grandeza de Israel (800 - 750
A.C.; 2 R 12—15.7) ............................................ 214
IV. Los últimos días de Israel (750-722 A.C.; 2 R 15.8—
16.41) .................................................................. 217
V. Los últimos días de Judá (725-586 A.C.; 2 R 18.1—
25.30) .................................................................. 220

8. LOS PROFETAS DEL SIGLO NOVENO ............... 227


I. Joel (circa 850 A.C.) ............................................ 227
II. Jonás (circa 800 A.C.) .......................................... 239
9. LOS ESCRITOS PARA CONTRARRESTAR LOS
DESATINOS DE SALOMÓN (ECLESIASTÉS Y EL
CANTAR DE LOS CANTARES) ............................. 253
I. Eclesiastés ............................................................ 254
II. El Cantar de los Cantares ..................................... 261

10 LOS PROFETAS DEL SIGLO OCTAVO ................ 271


I. Amós ................................................................... 271
II. Oseas ................................................................... 281
III. Isaías .................................................................... 293
IV. Miqueas ............................................................... 342

11. LOS PROFETAS DEL SIGLO SÉPTIMO ................ 351


I. Jeremías ............................................................... 351
II. Las lamentaciones de Jeremías .............................. 384
III. Sofonías ............................................................... 392
IV. Nahum ................................................................. 396
V. Abdías ................................................................. 397
VI. Habacuc ............................................................... 401

12. EL TIEMPO DE EXPIACIÓN (586-400 A.C.).......... 407


I. La historia del período .......................................... 407
II. Ezequiel ................................................................ 412
III. Daniel ................................................................... 435
IV. Ester .................................................................... 455

13. LA RESTAURACIÓN Y LA ESPERANZA FUTURA DEL


PUEBLO DE DIOS .............................................. 461
I. 1 y 2 Crónicas ...................................................... 461
II. Esdras .................................................................. 471
III. Nehemías ............................................................. 479
IV. Hageo .................................................................. 483
V. Zacarías ............................................................... 486
VI. Malaquías ............................................................. 496

14. LOS LIBROS DE DEVOCIÓN Y CONDUCTA DEL


PUEBLO DE DIOS .............................................. 503
I. Job ....................................................................... 503
II. Salmos ................................................................. 515
III. Proverbios ............................................................ 526

GUÍA DE ESTUDIO .................................................. 545


Mapas ........................................................................... 608
PREFACIO

Este trabajo es una introducción al contenido del Antiguo Tes-


tamento, concebido para introducir al estudioso de la Palabra de
Dios a un conocimiento más profundo del mensaje de esa parte de
la Biblia. Es sólo un instrumento y nada más. Si el resultado del uso
de este libro no es un amor más profundo por la Palabra Escrita de
Dios y un mayor deseo de estudiar el contenido de dicha Palabra, el
autor habrá fallado en su intento.
El orden en que están los libros del Antiguo Testamento en este
libro es básico pero no totalmente cronológico. El propósito, hasta
donde ha sido posible, es presentar el fondo histórico contenido en
la Escritura, seguido por los escritos de los profetas en orden
cronológico contrastados con dicho fondo. El orden cronológico
puede que difiera de otros; es hecho por mí mismo, y basado en mi
comprensión del contenido de los diversos libros de la Biblia y el
fondo histórico general del antiguo Oriente Medio.
No hay notas de pie de página, ni citas de otros autores, no
porque no tengan nada qué decir, sino porque mi deseo es que el
lector permanezca en la Palabra de Dios y aprenda a estudiarla por
sí mismo. He tratado de que tanto el libro como los comentarios
sean breves, porque, en último análisis, a donde se debe apelar
únicamente es a la Palabra de Dios.
El libro no tiene ninguna intención de ser un comentario. Ha
habido necesidad de pasar por encima de muchos pasajes muy
importantes sin hacer otra cosa que una breve mención de ellos.

7
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Insisto en que no estaba dentro de las miras de la obra el dar co-


mentarios detallados de ningún pasaje.
Que el Señor bendiga el uso de este libro concediéndoles una com-
prensión mayor de las Escrituras del Antiguo Testamento a sus hijos.

8
CAPÍTULO 1

VISIÓN DE CONJUNTO
(DESDE GÉNESIS HASTA
MALAQUÍAS)

El desarrollo histórico del trato de Dios con su pueblo del Anti-


guo Testamento es en sí mismo una verdad emocionante. Especial-
mente cuando nos damos cuenta de que la historia del pueblo de
Dios que se desarrolla en la Palabra de Dios es también nuestra
propia historia, si hemos creído en el Señor. Nosotros somos tam-
bién pueblo de Dios. Lo que él le dijo a su pueblo hace miles de
años tiene ciertamente una gran significación para nosotros hoy en
día, porque Dios nunca cambia, y la necesidad que de Él tiene su
pueblo tampoco cambiará jamás. Ni cambiará tampoco la naturale-
za humana, a no ser por la gracia de Dios. En realidad, la revela-
ción del Antiguo Testamento es la narración de cómo Dios ha cam-
biado a una muchedumbre de pecadores, transformándolos en pro-
piedad suya, escogida entre los pueblos de la tierra. Puesto que esa
labor comenzada en el Edén continúa hoy en día, la nube de testi-
gos de los milenios pasados tiene mucho que decirnos a los de hoy.
El libro del Génesis nos habla sobre los orígenes del pueblo de
Dios sobre la tierra. Nos cuenta sobre el propósito creador de Dios,
y cómo creó ordenadamente todas las cosas, buenas y para su
gloria. En Él se recoge la entrada del pecado en la vida del hombre,
junto con la consiguiente pérdida de su amistad con Dios, que a su
vez lo condujo al sufrimiento y al juicio. La crónica de la perversión

9
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

del hombre que trajo como consecuencia el juicio terrible del diluvio
da testimonio de la necesidad que el hombre tiene de Dios y de su
gracia y salvación. Así, la idea de Dios como Salvador, que propor-
ciona esperanza a través de su gracia, se convierte en una de las
grandes doctrinas del Génesis y de toda la Palabra de Dios.
A través de todo el Antiguo Testamento podemos seguir una de
las señales distintivas de los hijos de Dios, a saber, aquella sensa-
ción de necesidad de él. Vemos así cómo Jacob, Moisés, David, y
Ezequías, entre muchos otros fieles, aprenden a confiar en Dios
por encima de todo, y a buscar en él las respuestas a todas las
perplejidades y pruebas de la vida.
Este es el pueblo de Dios, cuyos miembros son llamados uno a
uno a pertenecer a la familia de Dios, y señalados por su fe en él.
Así es como Dios llama a los que han de ser suyos, y este llamado
aparece por vez primera en el Génesis.
Abraham, Isaac, Jacob, Judá, y sus hermanos, son todos llama-
dos a la fe en Dios. También vemos cómo la fe que ha entrado por
la gracia de Dios en los corazones de los miembros de su pueblo
crece en cada uno de ellos. En ninguna otra parte del Antiguo o del
Nuevo Testamento ofrece la Escritura una visión más clara del
crecimiento de la fe en un hombre que cuando presenta el creci-
miento de la fe de Abraham.
Al mismo tiempo vemos cómo se va desarrollando otra cuali-
dad esencial del pueblo de Dios. El amor nace y crece en los que
por naturaleza eran pecadores hostiles luego que la gracia de Dios
efectúa su obra en sus corazones. Y así vemos a la familia de
Jacob, egoísta y beligerante, unirse más profundamente con lazos
de amor a través de las dificultades y las pruebas. Lo notamos de
manera especial en dos hombres del Génesis, Judá y José.
Además de la fe y el amor, otra marcada característica de los
hijos de Dios que se ve con frecuencia cada vez mayor en la Escri-
tura es la esperanza. Esta esperanza le llega al pueblo de Dios,

10
Visión de conjunto

especialmente a Abraham y a sus hijos, a través de las promesas


de Dios. Dichas promesas abarcan principalmente dos grandes
esperanzas: la esperanza de una simiente (una multitud de descen-
dientes), y la esperanza de una herencia (un lugar permanente don-
de vivir en la presencia de Dios).
En el Antiguo Testamento; vemos cómo se desarrollan ambos
conceptos. La promesa de una simiente, dada por primera vez en
Génesis 3.15, donde es llamada «la simiente de la mujer», es reno-
vada posteriormente a Abraham. Se le da un hijo, Isaac, a través
del cual se canalizan todas las promesas de Dios. Se le asegura que
esa descendencia terminará convirtiéndose en una multitud. Y, como
señala el Nuevo Testamento, la simiente prometida a Abraham cul-
mina en una persona: el Cristo (Gá 3.16) .
De igual manera, la herencia prometida primeramente a
Abraham es la tierra de Canaán, tierra de promisión donde habrá
de habitar su descendencia. En la época de Josué la posesión se
convierte en una realidad, y en la de David, mil años después de
Abraham, crece hasta alcanzar desde el río de Egipto hasta el
Eufrates. Sin embargo, Israel a causa de su pecado, no es capaz de
retener su posesión, y el imperio se va hundiendo, hasta que la
misma Jerusalén cae en manos del enemigo.
En los días de la decadencia en particular el Señor comienza a
mostrarles un nuevo concepto, la esperanza de un nuevo cielo y
una nueva tierra, de una nueva Jerusalén. Ahora los ojos del pueblo
de Dios se levantan para esperar una herencia que no se desvane-
cerá, y hacia esa misma esperanza sigue señalando el Nuevo Tes-
tamento (1 P 1.3,4; Ap 21 y 22). Aunque la llamamos «esperanza
nueva», el escritor de la Epístola a los Hebreos aclara bien que aun
Abraham llevó consigo esta elevada esperanza hasta su muerte, y
lo mismo sucedió con los demás creyentes del Antiguo Testamento
(Heb 11.9,10,13-16).

11
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Es necesario añadir una última observación con respecto al


pueblo de Dios cuando, en los días de Abraham, comenzó a estar
consciente de su llamamiento. El propósito de Dios no era sola-
mente derramar sus bendiciones sobre ellos sino también que se
convirtieran en un pueblo santo. Debían honrarlo y glorificarlo con
sus vidas, en medio de los hombres de la tierra. Para que pudieran
hacer esto, Dios los llamó a vivir una vida que lo honrara a través
de la obediencia a su Palabra.
Una de las expresiones más claras de este continuo deseo de
Dios para su pueblo se encuentra en Génesis 18.19, donde el Señor
habla del principal propósito por el cual había llamado a Abraham.
Dice el Señor: «Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa
después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y
juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado
acerca de él». Aquí vemos expresado llanamente que Dios, al esco-
ger primero a Abraham y llamarlo, tenía la intención de que tanto él
como su descendencia vivieran con una fidelidad tal que reflejaran la
voluntad de Dios en sus vidas. La realización misma de las bendicio-
nes que Dios había prometido a su pueblo dependía de si resultaba
evidente en sus vidas que eran verdaderos hijos suyos. Los términos
«justicia» y «juicio» usados aquí describen a través de toda la Escri-
tura las altas esperanzas que Dios tenía puestas en su pueblo. Nunca
suavizó sus exigencias, y a través de todo el período de la revelación
del Antiguo Testamento reclamó continuamente de sus hijos esta
vida y estos niveles de exigencia. Profeta tras profeta midió Israel a
través de esas exigencias de justicia y juicio.
Hay un momento en el que el Señor le dice a Abraham: «Anda
delante de mí y sé perfecto» (Gn 17. 1). Dios nunca altera ni suavi-
za estas exigencias. Así vemos a Jesús decir mucho más tarde a
sus discípulos: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre
que está en los cielos es perfecto» (Mt 5.48). No puede haber
exigencia mayor para el pueblo de Dios.

12
Visión de conjunto

Más tarde, el Señor les dijo en el monte Sinaí a los que habían
salido de Egipto que ellos eran su pueblo santo. Inmediatamente
después de esta declaración, que está en el capítulo 19 del Éxodo,
en el siguiente capítulo, el 20, les dio a conocer su voluntad bajo la
forma de los Diez Mandamientos. Estos fueron, por tanto, dados al
pueblo de Dios como expresión de la clase de vida que él quería
que manifestaran al mundo.
A continuación de estas reglas específicas de conducta, que
abarcan la totalidad de la voluntad revelada de Dios y que exponen
más a fondo la voluntad de Dios con respecto a su pueblo, es decir,
el «hacer justicia y juicio», Dios les dio un gran número de ejemplos
o «juicios» que afectan a todos los aspectos de la vida. Así, siguien-
do el Éxodo, en el capítulo 21 les da numerosos ejemplos tomados
de la vida diaria y les enseña cómo toda faceta de su vida debe
reflejar un esfuerzo conscientes por hacer la voluntad de Dios (los
Diez Mandamientos).
Es aquí también donde Dios describe al pueblo los sacrificios o
los medios de hacer que se dé cuenta de sus pecados y de su
consiguiente necesidad del perdón divino. El pueblo no daría la talla
de las altas normas establecidas por Dios. Por lo tanto, Dios les dio
los sacrificios para impresionarlos con esta realidad y, al mismo
tiempo, con la seriedad misma del pecado. Este debería romper el
corazón de los hijos de Dios y hacerlo contrito ante él; así aprende-
rían a confiar en él. La totalidad del sistema sacrificial fue el medio
que usó el Antiguo Testamento para humillar al pueblo de Dios y
enseñarle a confiar en él. Además de todo eso, el sistema señalaba
la necesidad de un salvador que pudiera rescatarlos del pecado.
El tabernáculo, introducido también en este período de la revela-
ción, fue diseñado para mostrar al pueblo de Dios su necesidad espi-
ritual y para llevarlo a confiar en el Salvador que Dios habría de en-
viarle. En sí mismo era un esquema de la obra de Cristo, como testifi-
ca posteriormente el autor de la Epístola a los Hebreos (Heb 9 y 10).

13
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El libro del Génesis recoge también el inicio de la obra de Sata-


nás, el gran enemigo de Dios y de su pueblo. A medida que se
revelan el plan y el propósito de Dios para con su pueblo, se ve a
Satanás en total oposición a los mismos y teniendo éxito cuando
provoca al hombre, creado por Dios, a adoptar el mismo corazón
rebelde y la misma naturaleza que él poseía. El Génesis recoge la
tentación y la caída del hombre y el origen de los hijos de Satanás,
los cuales continúan oponiéndose, a través de toda la historia de la
redención, a Dios y a su familia, los hijos de Dios.
Satanás comienza en el Edén, pero no se detiene allí. Después de
la caída, vemos a Caín, descendencia de Satanás, oponerse a Abel,
quien, no obstante ser su hermano según la carne, era alguien total-
mente ajeno a él en asuntos espirituales. Caín, como su padre el dia-
blo, intenta destruir al hijo de Dios y logra matar al justo Abel, pero no
puede frustrar el plan divino. Tan pronto como muere Abel, Dios hace
surgir de Adán y Eva otro hijo, Set, en cuyos días, los hijos de Dios
comenzaron a buscar al Señor. Es así como aparecen y se desarrollan
las dos sucesiones de seres humanos en la superficie de la tierra.
Desde el punto de vista de Dios, nunca ha habido más que dos
clases de hombres: los hijos de Dios y los hijos de Satanás. La
trayectoria de ambos grupos puede seguirse a través de todo el
Antiguo y el Nuevo Testamento, y sus respectivas categorías per-
manecen en realidad hasta nuestros días. Gran parte de las rique-
zas de la Palabra de Dios la vemos en la revelación bíblica con
respecto a la naturaleza de los hijos de Dios y los hijos de Satanás,
y el trato que Dios da a cada uno de ellos.
La oposición de Satanás continúa incluso después del diluvio.
Así encontramos, por ejemplo, que Abraham y sus hijos se enfren-
tan con la continua hostilidad de la descendencia de Satanás que
vive en Canaán. Más tarde, en Egipto, la malvada oposición de la
simiente de Satanás en la persona del faraón y los egipcios es bien
evidente. Cuando Israel sale de Egipto y se dirige de nuevo hacia

14
Visión de conjunto

Monte Sinaí

Canaán, esta hostilidad de los enemigos de Dios aumenta. Toda la


historia de Israel está repleta de enemigos.
Trágicamente vemos cómo los hijos de Satanás se van infil-
trando gradualmente en la familia del pueblo de Dios, la iglesia del
Antiguo Testamento. Pronto habrá tantos incrédulos como creyen-
tes, o quizá aun más, en la iglesia, el cuerpo visible del pueblo de
Dios. En el Antiguo Testamento las hostilidades culminan con la
caída de Jerusalén y la consiguiente cautividad en Babilonia. Pero
la enemistad no termina ahí. Después del regreso, encontramos a
Jerusalén y a Judea llenas de enemigos del pueblo de Dios.
En los tiempos del Nuevo Testamento la iglesia se ve penetra-
da de nuevo por los no creyentes. Los agentes de Satanás en la
iglesia, la mayoría de los judíos de la época de Jesús, se alían final-
mente con el poder secular de Roma para expresar el máximo de
su hostilidad con la crucifixión del mismo Jesucristo, Hijo de Dios.
El Nuevo Testamento abunda aun más con respecto a la conti-
nua hostilidad entre el pueblo de Dios y los hijos de Satanás. Esto lo
vemos vivamente descrito en el capítulo doce del Apocalipsis.

15
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Al señalar estos importantes temas en el Génesis, hemos mostra-


do también cómo están presentes a todo lo largo del Antiguo Testa-
mento: la necesidad que tiene el hombre de Dios; el llamado del pue-
blo de Dios; la labor opositora de Satanás. La Escritura traza después
la historia del trato de Dios con su pueblo en la historia de Israel.
Dicha historia ha sido escrita teniendo como fondo la del mundo secu-
lar. El surgimiento y la caída de las naciones y de los grandes imperios
están entretejidos en el plano posterior de la historia bíblica. La obra
de Dios para redimir a su pueblo no fue algo aislado de la realidad
cotidiana de la historia que se desarrollaba alrededor de Israel.
La historia del pueblo de Dios resulta ser la compilación de los
éxitos y fracasos de Israel, que dependen de su mayor o menor
obediencia a su Señor.
Cuando Israel heredó la tierra de Canaán, tuvo éxito y prospe-
ró en ella solo mientras se mantuvo sujeto a la Palabra y a la volun-
tad de Dios. Cuando los padres comenzaron a dejar de preocupar-
se por instruir a sus hijos de acuerdo con el deseo expreso de Dios
manifestado en Deuteronomio 6.4ss, toda la nación sufrió. Así lo
leemos en el recuento de los trágicos días de los jueces.
Cuando el pueblo era quebrantado por sus enemigos, y alcan-
zaba el punto extremo de la desesperación, Dios hacía surgir hom-
bres del estilo de Samuel y David, quienes le hablaban de volverse
a él. Los ejemplos de caudillaje de Saúl y de David muestran el
marcado contraste que existe entre un pastor del rebaño de Dios
que es infiel y otro que es fiel, confrontación que es típica de toda la
historia del Antiguo Testamento.
Cuando fallan los dirigentes, como sucedió en los tiempos de
Salomón y sus sucesores, los trágicos resultados afectan a toda la
iglesia, y todos sufren, tanto los pecadores como los santos. Tanto
la descendencia de Satanás en Israel como los creyentes verdade-
ros sufren las consecuencias de las infidelidades de Israel.

16
Visión de conjunto

Para contrarrestar la mala influencia de Salomón y de otros


como él, que llevaron a Israel por caminos de perdición, ciertos
escritores anónimos de la Palabra de Dios les hicieron resistencia
escribiendo obras como el Cantar de los Cantares y el Eclesiastés.
El estudio de dichos libros muestra lo devastadora que puede ser la
infidelidad de los líderes para toda la iglesia.
También para contrarrestar la mala influencia de Salomón y sus
malvados sucesores al trono de Israel, Dios hizo surgir una continua
oleada de profetas. Estos profetas se enfrentaron valientemente a la
hostilidad de la falta de fe que existía en Israel para exhortar a aque-
llos que confiaban en Dios a continuar siéndole fieles.
Desde Joel en el siglo noveno antes de Cristo, quien previene
contra la decadencia espiritual, mientras el gozo de servir a Dios
desaparece de los corazones del pueblo; a través de todo el siglo
octavo, con el gran número de profetas que denuncian los pecados
sociales y las injusticias de sus días; y hasta los siglos séptimo y
sexto, con su deterioro espiritual, Dios envía profeta tras profeta para
que llamen al pueblo al arrepentimiento y al regreso a su Señor.
Amós reprende su falta de amor mutuo, mientras que Oseas
describe su falta de amor a Dios. Jonás representa la aversión de
algunos de los verdaderos hijos de Dios a obedecerle y someterse a
sus designios redentores para con los hombres. Jeremías enfoca la
condición pecadora de los corazones en el pueblo, y señala con
esperanza una solución definitiva que vendrá de parte de Dios: el
cambio de corazón.
En la cautividad, profetas como Ezequiel y Daniel dan testimo-
nio de la gracia continua de Dios y de cómo él sostiene a quienes
ponen en él toda su confianza.
La doctrina del remanente, que fue presentada en el siglo octa-
vo por los profetas Amós e Isaías, y desarrollada posteriormente
por los profetas Jeremías y Ezequiel, muestra que aunque el pueblo

17
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de Dios deberá pasar por grandes pruebas y terribles juicios, Dios


preservará a todos aquellos que pongan su confianza en él. En
ningún otro lugar tenemos una expresión mejor y más ferviente de
esta esperanza que en el profeta Habacuc, cuyo ministerio se de-
sarrolla en la época de la caída de Jerusalén.
El remanente del pueblo de Dios regresó de veras a su tierra.
De la cautividad de Babilonia salió el gran contingente de todos
aquellos que querían hacer la voluntad de Dios. Este remanente
regresó a Jerusalén y reconstruyó su templo y sus muros. Esta
época está marcada por un gran amor por la Palabra de Dios, y en
especial por la Ley de Moisés. Es un período de reavivamiento y de
regreso, o al menos, de un gran deseo de regresar a los altos nive-
les de exigencia que Dios había fijado para su pueblo en la Ley de
Moisés.
Durante todo este tiempo, de avivamiento o decadencia espiri-
tual del pueblo de Dios según se narra en el Antiguo Testamento,
hay continuamente salmos, cantos, y proverbios que expresan la fe
de los hijos de Dios que vivieron a través de todas esas épocas. Los
autores de la mayoría de esos escritos nos son desconocidos. Pero
puesto que han sido conservados en la Palabra de Dios, sabemos
que lo que expresan, como cualquiera otra porción de las Escritu-
ras, es Palabra de Dios.
Job manifiesta la fe de un hijo de Dios, probada en la confronta-
ción con pruebas sumamente difíciles, pérdidas y sufrimientos. Es un
testimonio de la longanimidad de Dios, comunicada a su vez a un hijo
suyo, dándole fuerzas para mantenerse en su fe, aun en los momen-
tos en que las personas más cercanas a él estaban en duda.
Los Salmos recogen en forma bella la fe de muchos de los hijos
de Dios, además de David, el gran salmista. Quizá el Salmo prime-
ro es el que mejor ejemplifica el contenido de todo el libro. Presenta
la justicia del pueblo de Dios, en contraste con la maldad de los que
no tienen fe. Aquí, como en muchos otros lugares, el hijo de Dios se

18
Visión de conjunto

describe como un árbol trasplantado junto a corrientes de aguas de


gracia y de la Palabra de Dios. Da su fruto a su tiempo y su hoja no
cae. Ilustra maravillosamente la dependencia absoluta de los hijos
de Dios en la Palabra y el poder sustentador de ese Dios. La pone
también en fuerte contraste con la estéril vida del malvado, y su
inevitable final sin esperanza y sin herencia.
Hemos esquematizado aquí solo brevemente el desarrollo del
contenido del mensaje que Dios presentó a su pueblo en el Antiguo
Testamento. Ello basta para demostrar la gran importancia que tie-
ne este antiguo mensaje de Dios para su pueblo de hoy en día. La
validez siempre actual de la Palabra de Dios fue elocuentemente
expresada por el mismo Jesús cuando le hablaba a su propia gene-
ración. En cierta ocasión les replicó a los fariseos: «Abraham vues-
tro padre se gozó de que había de ver mi día, y lo vio, y se gozó....
Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn 8.56,58). Como afirma tam-
bién el autor de la Epístola a los Hebreos: «Jesucristo es el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos» (Heb 13.8). El Cristo eterno hace que
la Palabra de Dios sea siempre para el pueblo de Dios algo impor-
tante y de sabor contemporáneo.
En los capítulos siguientes, pues, haremos algo más que estudiar
la vida de un pueblo antiguo y aprender cosas sobre el mismo. Vamos
a estudiar la revelación que hace Dios mismo sobre su verdad y su
voluntad con respecto a su pueblo, no solo el pueblo de las épocas
antiguas sino el de todos los tiempos. En este estudio tenemos mucho
que aprender para nuestros días y para nuestra vida cotidiana.

19
CAPÍTULO 2

LOS ORÍGENES DEL PUEBLO DE


DIOS
(GÉNESIS)

I. La creación del mundo (caps. 1 y 2)


Las palabras con que comienza el Antiguo Testamento hablan
de orígenes. Los orígenes de que se habla son los de la creación del
cielo y de la tierra. Se presupone que Dios es alguien que ya existía
antes de este principio. Las Escrituras dicen poco sobre lo que
precedió a la creación del mundo y, por tanto, lo que la precedió no
es esencial para el conocimiento humano.
Las Escrituras tienen dos respuestas para nuestra curiosidad
sobre estas cosas: una en el Antiguo Testamento y la otra en el
Nuevo. Primeramente, en el Antiguo Testamento, en Deuteronomio
29.29, Dios nos dice que las cosas secretas pertenecen al Señor,
pero lo que ha sido revelado nos pertenece a nosotros y a nuestra
descendencia para siempre. Esto es lo mismo que decirnos que
debiéramos preocuparnos de lo que Dios ha revelado, y no ser
demasiado curiosos con respecto a lo demás. Lo revelado basta
para atraer toda nuestra preocupación y nuestra atención.
Sin embargo, las Escrituras sí nos revelan de manera parcial
algunos aspectos concernientes al propósito creador que estaba en
la mente de Dios. Este concepto del propósito de Dios en la crea-
ción es algo sumamente importante para nuestro conocimiento.
Aunque a través de todas las Escrituras, este propósito divino apa-

21
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

rece implícito, se nos enseña explícitamente en Efesios 1.4. Aquí se


nos dice que Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del
mundo, esto es, antes de la creación. Por tanto, se nos muestra cuál
era el propósito de Dios: que fuésemos santos y sin mancha delante
de él en amor.
Sé que algunas traducciones ponen la frase «en amor» con la
oración siguiente (el original griego permite ambas construcciones).
Pero dicha frase es necesaria para completar el concepto prece-
dente, y en realidad así lo hace, por lo cual es preferible traducir así,
no solo desde el punto de vista gramatical sino también porque está
más de acuerdo con la verdad divina, tal como ha sido revelada a
través de las Escrituras.
La enseñanza es la siguiente: Dios, antes de la creación, se
hizo el propósito de llegar a tener un pueblo que pasara la eternidad
con él y con el que pudiera compartir las bendiciones de toda esa
eternidad. El solo pensamiento de esta realidad nos maravilla, por-
que se halla más allá de toda nuestra comprensión. Nos habla de un
Dios de amor que por amor nos incluye en sus designios eternos.
Un Dios que nos escoge específicamente a nosotros para que le
acompañemos para siempre. Y se propuso realizar nuestra entrada
en su familla por medio de su Hijo Jesucristo. Aquí queda implícito
todo el plan de salvación, tal y como las Escrituras lo desarrollan.
La cuestión realmente importante es que Dios nos escogió en Cris-
to antes de crear el cielo y la tierra. Así vemos cómo los propósitos
fundamentales de ese Dios, afectan a todo lo que comienza a hacer
cuando crea al mundo y al hombre.
A continuación sigue una explicación sobre la clase de pueblo
que Dios se proponía llegar a tener. Sus individuos deberían ser
santos y sin mancha. Las dos ideas no son sinónimas. «Santo» es
la palabra usada para todo lo que es apartado para Dios. Este pue-
blo debería ser un pueblo santo, es decir, un pueblo que fuera pro-
piedad exclusiva de Dios. «Sin mancha» nos enseña que debería

22
Los orígenes del pueblo de Dios

ser un pueblo sin pecado y sin defecto, ya que solo un pueblo así
podría permanecer para siempre en la presencia de Dios.
Además, debería estar delante de Dios, en su presencia, en
una relación de amor. Dios nos habla aquí del amor, relación esen-
cial que debe ser el lazo que una a los miembros del pueblo de Dios,
y que lo una a él con dicho pueblo. En las Escrituras se presenta
frecuentemente el amor como el lazo de unión entre las Personas
de la Trinidad (Jn 3.35; 15.9; 17.23,26), lo que hace que el hombre,
que ha de ser creado a imagen de Dios, deba poseer también esta
característica.
Efesios 1.4 nos ayuda por tanto a ver qué es lo que tenía Dios en
su mente cuando comenzó a crear el cielo y la tierra y cuando puso al
hombre en ella. Necesitamos este concepto para poder ver la mara-
villosa unidad de la Palabra de Dios cuando intentamos discernir
cuáles son las motivaciones de Dios en todas sus relaciones con el
hombre. El propósito inicial de Dios nunca quedará frustrado; él se
mantiene firme en sus intenciones, y va llevando gradualmente sus
propósitos iniciales a su perfecto cumplimiento. Esta es la maravillo-
sa historia que se va desarrollando en la revelación de Dios, es decir,
en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento.
El primer párrafo de las Escrituras (Gn 1.1-5) presenta la labor
creadora de Dios. El verbo usado aquí para la acción de «crear» es
una palabra que únicamente aparece en las Escrituras teniendo a
Dios por sujeto. Por tanto, quiere significar únicamente la labor
divina que trae a la existencia aquello que antes no existía.
Para revelarnos aun más sobre el poder creador de Dios, se
nos dice que él sacó el orden del caos, y la luz de las tinieblas (v. 2).
El versículo segundo es un comentario del primero, y no una adi-
ción. Para su propia gloria, Dios creó primeramente el cielo y la
tierra, pero en un estado caótico y tenebroso, y posteriormente puso
el orden y la luz en lo que ya había hecho.

23
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La palabra usada aquí para nombrar a Dios es un término gené-


rico que en el idioma hebreo es una palabra en plural. Es correcto
traducirla como un singular, puesto que el verbo hebreo «creó» está
en singular. La razón por la cual el nombre de Dios está en plural es
que se desea expresar la majestad de Dios, siendo además muy po-
sible que haya sido para indicar la pluralidad de personas existente en
la Divinidad. El mismo versículo presenta al Espíritu de Dios como
una persona, indicando así la existencia de una pluralidad de perso-
nas en la divinidad única. Aquí se encuentra implícita la doctrina trini-
taria, aunque debamos esperar al Nuevo Testamento para verla ex-
presada en forma explícita. En otras palabras, el uso de una forma
plural para mencionar a Dios, y la presentación del Espíritu de Dios
como persona, tiene en cuenta, aunque no lo enseñe de manera ex-
plícita, la personalidad trinitaria de Dios.
Debemos notar que los conceptos presentados aquí, de un or-
den sacado del caos y de una luz sacada de las tinieblas, son usados
en el Nuevo Testamento para presentarnos la obra redentora reali-
zada por Dios en nuestras vidas. En 2 Corintios 5.17 se nos dice
que si alguno está en Cristo nueva criatura es. Las cosas viejas
pasaron y él es hecho nuevo. Pablo se refiere de nuevo a Génesis
1.2 en 2 Corintios 5: 17, cuando dice que Dios, que ordenó que de
las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nues-
tros corazones para iluminación del conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo. Aquí se nos está hablando de la obra
de nuevo nacimiento o regeneración que ocurre en el corazón de
todo creyente, haciéndole posible conocer a Dios y tener salvación.
Así como el Espíritu estaba activo en la primera creación y en su
iluminación, así también lo está en nuestra nueva creación espiri-
tual, que nos incorpora como miembros a la familia de Dios. Juan
1.4,5 hace alusión en forma similar a la luz de Dios que estaba en
los hombres, y que supera a las tinieblas.

24
Los orígenes del pueblo de Dios

Algo que también necesitamos dejar señalado aquí es que la


secuencia de tarde y mañana (Gn 1.5) que constituye el orden bíbli-
co del período de 24 horas, refleja una y otra vez este triunfo de la
luz sobre las tinieblas. Aquí se nos muestra cómo Dios ha puesto
dentro de la creación misma, y dentro del orden de noche y día, una
enseñanza que nos habla de que él creó la luz para derrotar las
tinieblas, y del inevitable triunfo de la luz espiritual sobre las tinie-
blas espirituales. La revelación natural de Dios comienza desde el
mismo día primero de la creación.
Los versículos 6 y 8 hablan de la forma primitiva de la tierra en
el momento de ser creada por Dios. Es importante fijarse aquí cuál
es la enseñanza que se presenta. La palabra «firmamento» estaría
mejor traducida si se dijera «expansión».* Hace referencia al área
vital que Dios hizo para el hombre en la tierra. Había agua almace-
nada por encima y por debajo de esa expansión. Nos damos cuenta
de que las cosas no son así en el mundo de hoy. No conocemos la
existencia de tales acumulaciones de agua por encima y por debajo
del área vital del hombre sobre la tierra. No existen en la actuali-
dad. Esa es la cuestión: el mundo que Dios hizo al principio, parece
haber sido diferente del que hoy conocemos. Durante el diluvio,
este mundo sufrió cambios catastróficos en su totalidad, que lo hi-
cieron convertirse en el mundo que hoy conocemos. Este era pre-
cisamente el argumento de Pedro cuando escribía a la iglesia, al
final de su vida.
En 2 Pedro 3.3-7 se hace referencia a unos tiempos faltos de
fe, en los cuales los hombres, desconociendo voluntariamente lo
que Dios había hecho para juzgar al mundo antiguo con el diluvio,
dejarían de creer en la segunda venida de Cristo. Afirmarían que,
de acuerdo con sus observaciones, el mundo permanece el mismo
desde el principio. Pedro insiste en el versículo 5 en que descono-

* Así aparece traducida en la revisión de 1960 (N. Del T.).

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cerán voluntariamente la doctrina de la creación tal como aparece


en el capítulo primero del Génesis. El mundo anterior al diluvio, nos
dice Pedro, era muy diferente del actual. Provenía del agua. Y en el
diluvio, por medio de los grandes depósitos de agua que se hallaban
por encima y por debajo de la tierra, el mundo que existía entonces
fue destruido. De esta forma, Pedro presenta el contraste entre
aquel mundo y el cielo y la tierra actuales (v. 7).
Es importante notar que el mundo como Dios lo creó al princi-
pio era bastante diferente de como es hoy en día. Los grandes
depósitos de agua que estaban por encima y por debajo de la tierra
habitable fueron abiertos en el momento del diluvio, y en conse-
cuencia produjeron en la tierra unos cambios tan catastróficos que
alteraron radicalmente toda su estructura y su aspecto mismo. Más
tarde veremos cómo el diluvio significó mucho más que una lluvia
que duró cuarenta días con sus noches. Fue también la ruptura de
las fuentes de los abismos y la apertura de las cataratas del cielo
(Gn 7.11). La lluvia fue solamente el tercer elemento del diluvio, y
probablemente resultó ser el más insignificante en cuanto a los da-
ños producidos (Gn 7.12. Ver también Gn 8.2) .
Esta es la consistencia interna de las Escrituras. No tenemos
aquí alusión a ningún concepto mitológico antiguo sobre la estructu-
ra de la tierra, sino la Palabra de Dios, claramente revelada tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y dando testimonio de
la misma realidad. Los que en el día de hoy dejan de lado la revela-
ción bíblica en su búsqueda de la verdad sobre el mundo y sus
orígenes, y que por tanto calculan la evolución de la tierra hasta su
forma presente en millones o miles de millones de años, simple-
mente están desconociendo la obra creadora de Dios y su poder de
juicio para cambiar en un momento lo que él mismo ha creado.
Pasan por alto los efectos catastróficos que tuvo el diluvio sobre el
mundo, en su insistencia sobre la necesidad de miles de millones de
años para que en la tierra se lleguen a producir grandes cambios. Y

26
Los orígenes del pueblo de Dios

aunque ellos puedan llegar a descubrir muchas grandes verdades


sobre el universo, por las que les debemos estar agradecidos, en la
interpretación de dichas realidades debemos guiarnos por la Pala-
bra de Dios. No puedo ver cómo podría un cristiano actuar en
forma diferente.
El resto del capítulo primero, dando el orden de la creación,
primero la luz, después un lugar donde habitar, y posteriormente la
tierra firme y las aguas para que las distintas formas de la creación
viviesen en ellas, nos presenta una evidencia aun mayor del trabajo
ordenado que realiza la mente de Dios. Después de esto, son he-
chas las lumbreras que han de iluminar al hombre. A continuación,
las aguas y la tierra se llenan de toda clase de criaturas.
El versículo 26 presenta la creación del hombre, obra cumbre
del Creador, en el sexto día. En todo esto vemos el orden y el plan
de Dios a medida que va desarrollando su obra creadora. Esto en sí
mismo presenta a Dios como un ser ordenado y lleva implícita la
idea de que aun antes de comenzar la creación, ya había un propó-
sito fijo en la mente divina, que fue el que tuvo como consecuencia
la creación del hombre, para el cual había preparado ya un mundo
en todo adecuado. Se describe aquí al hombre como creado a ima-
gen de Dios. No se nos dice qué implica esta afirmación, pero
posteriormente una revelación más amplia de la Palabra de Dios,
nos enseña que el hombre fue creado para Dios para tener compa-
ñerismo con él. Como ya hicimos notar, en Efesios 1.4 se afirma
que el hombre fue hecho para vivir ante Dios, en su presencia en
amor. Esto sugiere la existencia en el hombre de capacidades simi-
lares a las que se hallan presentes en Dios mismo. Ser a la imagen
de Dios, por tanto, es ser capaz de tener amistad con Dios, y de
experimentar amor recíproco por él, reflejando así el amor que él
nos tiene. El hombre es, pues, un ser único, puesto que reúne cua-
lidades que no se encuentran en ninguna otra criatura conocida.

27
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Vemos también cómo las frases «hagamos al hombre» y «nuestra


imagen» implican, aunque tampoco expongan en forma explícita,
una referencia a la personalidad plural de Dios.
Por otra parte, Dios le da al hombre un quehacer y una respon-
sabilidad ante él. El hombre habría de llenar y someter la tierra,
ejerciendo dominio sobre todo lo que Dios había creado (1.28).
Luego que Dios hubo terminado su obra creadora se sintió compla-
cido, y declaró que todo era bueno en gran manera. Esto cierta-
mente lleva implícito que la creación no tenía defectos, y que el
hombre, tal como fue hecho por Dios, era también bueno en gran
manera (sin pecado).
Hagamos una pausa en este momento para notar que todos los
factores señalados en Efesios 1.4 están presentes en el momento
de la creación. Dios creó al hombre santo (es decir, para él) y sin
mancha (bueno en gran manera) para vivir delante de él (en su
presencia e imagen) en una relación de amor. Esto último se mani-
fiesta en el hecho de que Dios le había dado ya al primer hombre
mandamientos por los cuales este podría, a través de la obediencia,
demostrarle su amor. Jesús mismo lo dijo más tarde: «Si me amáis,
guardad mis mandamientos» (Jn 14.15; cf. Jn 15.14). La obedien-
cia, por tanto, ha sido siempre una manifestación del amor que le
tienen sus hijos a Dios. La situación que habría de permitir el cum-
plimiento del propósito de Dios al crear al hombre fue establecida
desde el principio. Todos los elementos esenciales para el cumpli-
miento de este propósito estaban presentes y habían sido constitui-
dos desde el momento mismo de la creación.
En el capítulo 2, versículos 1 al 3, se nos presenta la idea del
Sabbath, el tiempo en que Dios descansó de su labor creadora.
Esto sugiere también la intención divina de traer a su culminación
todas las cosas que Dios había comenzado. Para inculcar esta ver-
dad en el hombre se afirma expresamente aquí que Dios descansó
en el séptimo día, y santificó (hizo santo) ese día.

28
Los orígenes del pueblo de Dios

Más tarde el escritor de la Epístola a los Hebreos nos mostrará


cómo este séptimo día fue establecido de forma simbólica para
indicar la entrada definitiva del pueblo de Dios en el descanso y la
amistad con Dios (Heb 4.3-11). Por lo tanto, desde los tiempos de
la creación cada séptimo día se nos presenta como un recordatorio
del gran propósito de Dios de tener un pueblo ante él para siempre.
Cada Sabbath a partir de entonces habría de recordar esta espe-
ranza al pueblo de Dios, y era en realidad como un pequeño antici-
po de eternidad en un ensayo de lo que sería el cielo mismo, ya que
en dicho día, el pueblo de Dios debía dejar a un lado las labores
profanas de este mundo y entregarse por completo a gozar de Dios.
Más adelante veremos cómo esta doctrina se desarrolla.
En el capítulo 2, versículo 4, Dios se nos presenta en una forma
personal. Su nombre propio, Yahweh, o Jehová, o el Señor, como
dicen algunas traducciones, aparece aquí por vez primera. Es signi-
ficativo que sea aquí, porque en los versículos siguientes se hace
énfasis en que Dios cuida personalmente del hombre, satisfaciendo
todas sus necesidades: físicas, emocionales, y espirituales. Mien-
tras que el capítulo 1 ha señalado el orden de la creación, el tema
principal del capítulo 2 es el hombre como obra cumbre de la crea-
ción, mostrándonos cómo en el propósito de Dios todo fue hecho
para el hombre y para su bien. Es por eso que en este capítulo se
hace énfasis sobre todo en el orden lógico, más que en el cronológico.
El capítulo 2 nos demuestra el amor que Dios le tiene al hombre,
que es hechura suya.
El versículo 5 sugiere la idea de que hace falta el hombre para
completar la creación. El versículo 7 explica en detalle la creación
del hombre, tanto para mostrar su humilde origen del polvo de la
tierra, como su otro origen, tan encumbrado, que procede del alien-
to mismo de Dios.
Los versículos 8 al 14 hablan de la abundancia con que Dios
satisfizo las necesidades físicas del hombre, dándole un lugar espe-

29
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cial que pudiera considerar suyo en esta hermosa tierra, y


proveyéndole de toda clase de buenos frutos para nutrir su cuerpo.
En el versículo 9 se nos dice que había dos árboles en medio
del jardín. Se los presenta en forma misteriosa, sin explicar su natu-
raleza; solo se dice que uno es el Árbol de la Vida y el otro el Árbol
de la Ciencia del Bien y el Mal.
Fuera del contexto de los capítulos 2 y 3, el segundo de los
árboles no vuelve a ser mencionado. Puesto que recibe el nombre
de Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, sin duda fue colocado allí
para probar a través de la obediencia el amor que Adán le tenía a
Dios. La alternativa sería: «¿Deberá el hombre conocer el bien y el
mal a través de la revelación de Dios, o mediante su propia expe-
riencia independientemente de esa revelación divina?» Su sola pre-
sencia allí en consecuencia, ponía a Adán en la obligación de esco-
ger entre depender de la voluntad revelada de Dios o buscar la
manera de existir sin depender de él. Lo primero pondría de mani-
fiesto su amor a Dios; lo segundo, su odio.
Dios satisfizo también las necesidades emocionales del hom-
bre. Puesto que era imagen de Dios, es obvio que el hombre había
sido creado para cargar con grandes responsabilidades. Debido a
ello Dios le dio una tarea que debía realizar (vv. 15-17). Asimismo
Adán recibió órdenes específicas, con cuyo cumplimiento mani-
fiesta su amor a Dios.
Por último, Dios satisfizo la necesidad del hombre en un área
especial. El hombre había sido creado para tener amistad con Dios,
pero en un contexto de convivencia con hombres similares a él. Se
nos dice que Dios creó al hombre varón y hembra (1.27). Aquí, en
el capítulo 2, tenemos una ampliación de esta creación de la mujer,
lo que nos muestra una vez más que toda la obra de Dios fue hecha
pensando en el hombre y en su bien, nacida del amor de Dios para
con el hombre.

30
Los orígenes del pueblo de Dios

Se describe aquí a la mujer como una ayuda idónea para el


hombre, una respuesta a sus necesidades. Fue hecha para el hom-
bre, y para completar al hombre. El hombre solo estaba incomple-
to; así es como la necesidad mutua del hombre y la mujer está
hondamente marcada en la fibra misma de la humanidad.
Dios sacó a la mujer del cuerpo del hombre y ordenó que a
partir de entonces, los hombres nacieran de mujer, poniendo el acento
de nuevo en una dependencia del uno respecto al otro, y en la
necesidad mutua que solo el otro puede satisfacer. Sin embargo, el
hombre era la obra cumbre, y en este sentido, la mujer estaba suje-
ta a él; no que fuera inferior, sino que le estaba sujeta.
Dios dispuso en la creación el concepto de la familla como la
forma en la que llamaría a su pueblo y lo redimiría. La relación
entre esposo y esposa habría de reflejar la relación eterna entre
Cristo y su iglesia (Ef 5.22-33).
Concluimos esta sección, pues, haciendo de nuevo la observa-
ción de que el propósito divino, tal como se expresa en Efesios 1.4,
está plenamente manifestado en el momento de la creación del
hombre a imagen de Dios: tenemos aquí unos seres humanos que
son santos y sin defecto ante Dios, en un estado de amor. Pero la
carencia de pecado y el amor deben ser probados. Por encima de
todo, debía someterse a prueba el sentido de la necesidad de Dios
en Adán, si habría de haber aquel compañerismo eterno que Dios
mismo había propuesto y deseado.

II. El reto de Satanás al propósito divino (cap. 3)


El capítulo tercero presenta la figura de la serpiente, que se
describe como astuta y a la vez como una de las criaturas de Dios.
No había, pues, nada inherentemente malo en la naturaleza de la
serpiente. Como todas las demás criaturas de Dios, había sido creada
buena. Cuando comienza a hablarle a la mujer, nos damos cuenta
inmediatamente de que aquí hay algo más que una simple criatura

31
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sujeta al hombre. Se está revelando una personalidad que ya era


anteriormente hostil a Dios y perjudicial para el hombre. Aunque no
se declara en forma específica en este capítulo, se demuestra cla-
ramente en muchos otros lugares que esta serpiente fue usada por
Satanás al hacer su entrada en el mundo del hombre para tentarlo y
hacerlo pecar. En Apocalipsis 12.9, cuando se describe a Satanás,
se lo llama «el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo
y Satanás, el cual engaña al mundo entero». Satanás se describe,
aquí y dondequiera que aparece en las Escrituras, como alguien
que hace oposición a Dios y al bien del hombre basándose en men-
tiras y con las motivaciones de un asesino (Jn 8.44). No hay duda
de que es este Satanás el que es presentado como carácter domi-
nante en la narración del pecado y la caída del hombre.
Sus intenciones son claras. Quiere echar a perder el buen plan
y el propósito que Dios tenía para el hombre, y hacer de este uno
como él, un rebelde ante Dios. No hay duda de que el diablo esco-
gió la serpiente por ser la criatura que más se adecuaba a sus
propósitos, puesto que era más astuta que las demás.
Fijémonos cómo comienza a hablar Satanás: «¿Con que Dios
os ha dicho... ?» Desafía abiertamente la Palabra de Dios, regla y
autoridad por medio de la cual el hombre ha de vivir y prosperar.
La sutileza de la insinuación de Satanás está en la forma en que
siembra la semilla de la duda acerca de la Palabra de Dios en el
corazón de Eva. Incluso cita en forma equivocada o plantea
exageradamente lo dicho por Dios a fin de que pareciera irracional el
que Dios le hubiera ordenado algo al hombre. Vemos cómo añade
astutamente a la Palabra de Dios las palabras «todo árbol». Satanás
sabía qué era lo que Dios había dicho, pero exagera la Palabra divina
con el fin de hacer pensar a Eva que Dios había sido cruel.
Es importante que nos fijemos en que Eva también hace lo
mismo. Cuando le responde a Satanás, al principio cita a Dios con
exactitud, pero después añade las palabras «ni le tocaréis» (v. 3) a

32
Los orígenes del pueblo de Dios

la orden dada por Dios. Ella también, siguiendo el ejemplo de Sata-


nás, añadió algo al mandato divino, manifestando así que estaba
resentida por la severidad de Dios.
No es de extrañar que posteriormente Dios nos advierta a tra-
vés de Moisés, y más tarde a través del apóstol Juan, que no debe-
mos nunca añadirle ni quitarle nada a su Palabra (Dt 4.2; 12.32; Ap
22. 18,19). Tanto al principio como al final de la revelación dada por
Dios a su pueblo, nos advierte severamente que no debemos usar
su Palabra en forma descuidada. El hecho mismo de que Eva la
usara tan a la ligera, es ya una demostración de que había rebelión
en su corazón.
Habiendo echado ya a un lado la autoridad de la Palabra de
Dios, se hallaba indefensa y no podría vencer a Satanás. Así fue
como él pudo inculcarle las mentiras que aparecen en el versículo 4.
Cuando se rechaza la Palabra de Dios como medida de la verdad, el
hombre se vuelve incapaz de distinguir entre la verdad y la mentira.
En los versículos 6ss, las acciones y los pensamientos de la
mujer nos dan un excelente retrato del pecado operando en el cora-
zón. Eva vio que el árbol era bueno para comer, aunque Dios no
había dicho eso. En Génesis 2.9 Dios había distinguido cuidadosa-
mente entre los frutos que eran buenos para comer, y los que no lo
eran. Ahora el juicio de la mujer, que ya no estaba guiado por la
Palabra de Dios, era susceptible de error pecaminoso. Ahora fue
su propio deseo el que tomó las riendas. Después de esto, ya no fue
la verdad de Dios sino el placer carnal lo que guió sus acciones. Vio
que el árbol y sus frutos eran agradables a sus ojos, y esta sensa-
ción se convirtió en la motivación de sus actos. Por último, aunque
su mente le decía todavía que estaba prohibido, ella sometió su
mente a sus carnales deseos a base de razonar una mentira: que el
árbol les haría alcanzar sabiduría.
El acto manifestado de comer del fruto fue el siguiente paso
como culminación del pecado que había comenzado en su corazón

33
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cuando decidió que no se dejaría guiar más por la Palabra de Dios.


Es provechoso comparar esta situación con dos retratos similares
del pecado que aparecen en el Nuevo Testamento, el primero en 1
Juan 2.16 y el segundo en Santiago 1.14,15.
Nos quedamos asombrados cuando nos damos cuenta de que
su esposo había estado junto a ella durante todo este tiempo y,
aparentemente, no protestó nunca ni ocupó el lugar que por dere-
cho le correspondía como jefe espiritual de su hogar. Simplemente
se limitó a seguirla, cometiendo el mismo pecado que ella.
El pecado de Adán puede, por lo tanto, ser resumido de esta
manera: no ejerció sobre las demás criaturas el dominio que Dios le
había ordenado ejercer (1.26). Ciertamente, la serpiente estaba bajo
la autoridad de Adán, y por tanto sujeta a él. No había excusa
posible. En segundo lugar, él, en la acción de su esposa, pasó por
alto las palabras terminantes y el deseo revelado de Dios con res-
pecto al fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Y por
último, permitió que su esposa lo gobernara espiritualmente, lo cual
es lo contrario del plan bien definido que Dios había señalado en el
capítulo 2 del Génesis.
Mucho más tarde, cuando Pablo trató el asunto de la dirección
espiritual en la iglesia, explicó cómo Dios había destinado desde el
principio al hombre para este oficio, y no a la mujer (1 Tim 2.11-15).
Las consecuencias de este primer pecado cometido por nues-
tros primeros padres están detalladas con claridad en el texto que
se halla a continuación (vv. 7-24) . Fueron abiertos los ojos de am-
bos, y conocieron que estaban desnudos. Ahora que ya habían co-
nocido el pecado por experiencia propia, se había afectado
drásticamente su concepto de la vida. La inocencia original había
desaparecido. La culpa había tomado control de la situación.
Ahora, al oír la voz de Dios, ellos, que habían sido hechos para
tener amistad con él, huyeron de su presencia y se escondieron (v. 8).

34
Los orígenes del pueblo de Dios

La penetrante pregunta de Dios, «¿Dónde estás tú?», está más


relacionada con el estado espiritual de la pareja que con su situa-
ción física. La respuesta a dicha pregunta no dice donde estaban
dentro del jardín, sino que señala el hecho de que estaban escon-
diéndose de Dios. Con esto, queda dicho todo (v. 10).
A través de sus sentimientos de culpa ante Dios, se evidencia
la naturaleza pecadora que acaban de adquirir. Su prisa por escon-
derse de su presencia y echarles la culpa de su pecado a otros,
incluso a Dios mismo, son adicionales manifestaciones de su culpa-
bilidad (vv. 12,13).
Después de esto, Dios se dirige ahora a las tres personalidades
implicadas en la tentación y la caída. Primeramente le habla a la
serpiente (Satanás). La criatura-serpiente es maldecida en forma
visible, y más que ninguna otra bestia. De ahora en adelante, será
un recordatorio visible de las consecuencias de la maldición de Dios
para el hombre (v. 14).
Sin embargo, en el versículo 15, mientras se dirige a Satanás,
Dios hace la primera gran promesa y da la primera gran esperanza
de redención al hombre. El versículo 15 del capítulo 3 del Génesis
ha sido llamado con razón «el primer evangelio». En realidad, todo
el resto de las Escrituras no es otra cosa que un desarrollo de la
verdad expresada allí.
El primer concepto que encontramos en Génesis 3.15 es el de
las dos simientes. «Tu simiente y la simiente suya» es una expre-
sión que sugiere la existencia en sentido espiritual de dos líneas de
descendencia entre los hombres. A través de todas las Escrituras
nunca se hace otra distinción que esta: la simiente de la mujer (los
hijos de Dios) y la simiente de la serpiente (la descendencia de
Satanás). Se podría y se debería seguir tanto a través del Antiguo
como del Nuevo Testamento este concepto de dos famillas de hom-
bres en sentido espiritual: los de Dios y los de Satanás. Esta es una
distinción y un concepto de máxima importancia.

35
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En el Nuevo Testamento se ve con claridad que nuestro Señor


sigue haciendo esta misma distinción. La vemos bien definida en
Juan 8.42-44. En este pasaje Jesús habla de Dios como el Padre de
los que aman a su Cristo (v. 42), y del diablo como el padre de los que
ahora se le oponen (v. 44). En forma similar, Juan habla en 1 Juan
3.8-10 de los hijos de Dios y los hijos del diablo. Las Escrituras no
conocen de otra distinción entre los hombres que sea más importante
que esta. En Cristo, todas las diferencias quedan borradas, pero en-
tre los hombres siguen existiendo estas dos categorías de humanidad:
la simiente de la mujer (los hijos de Dios), y la simiente de la serpiente
(los hijos de Satanás). Gran parte de la revelación posterior de Dios
tendrá que ver con las características de cada una de las dos famillas
entre los hombres, y con la enemistad que existe entre ambas. En las
Escrituras, las dos simientes se distinguen generalmente a base de
los términos «justos» y «pecadores».
En segundo lugar, notamos que el versículo habla de una ene-
mistad entre ambos grupos. Fue Dios mismo quien puso esa ene-
mistad entre ellos con el objeto de mantener la distinción. Cada vez
que las dos simientes hacen las paces, los hijos de Dios salen per-
diendo, como nos demostrarán posteriormente las Escrituras. Ve-
remos desarrollarse esta enemistad muy temprano, en el cuarto
capítulo de Génesis, y nos es posible seguirla a través de toda la
Escritura. Por ejemplo, todavía en el capítulo 12 del Apocalipsis se
manifiesta con mucha claridad.
Finalmente, el versículo nos dice que la serpiente herirá (aplas-
tará) el calcañar de la simiente de la mujer, y dicha simiente herirá
(aplastará) su cabeza. Esto hace alusión tanto al sufrimiento de la
simiente de la mujer, como a su triunfo final sobre la serpiente (la
cabeza aplastada sugiere la idea de un golpe fatal). Así también, a
través de toda la Escritura, leemos del sufrimiento de los hijos de
Dios a manos de Satanás y su descendencia, pero siempre aparece
la promesa del triunfo final de los hijos de Dios.

36
Los orígenes del pueblo de Dios

Al llegar a este punto es necesario que enfaticemos el resulta-


do final de las cosas, tal como lo predice el versículo. La simiente
de la mujer, como ya hemos visto, se refiere a los hijos de Dios.
Pero por encima de todo es una sugerencia de Cristo. En Isaías
7.14 se nos habla de uno que nacerá de una mujer virgen, que es
«Dios con nosotros». En Mateo 1.18,22,23 esta profecía de Isaías
es aplicada a Jesucristo. En Gálatas 4.4,5 se nos dice que en el
cumplimiento de los tiempos Dios envió a su Hijo para que naciera
de una mujer. Y finalmente, en Romanos 16.20 tenemos la promesa
de que el Dios de paz aplastará a Satanás bajo nuestros pies. Todos
estos pasajes forman parte del evangelio de Génesis 3.15. Señalan
hacia el triunfo final de la simiente de la mujer, Cristo, sobre Sata-
nás. Aquí deberíamos comparar con Hebreos 2.14,15, donde ve-
mos que Cristo actúa en nombre de nosotros, como la semilla to-
mada de entre mucha otra simiente, en su triunfo por nosotros so-
bre el diablo.
En la vida de Cristo sobre la tierra vemos la resistencia de
Satanás y sus intentos de destruirlo. En la cruz vemos a un tiempo
al Cristo herido y a Satanás con la cabeza aplastada, ya que Cristo
murió y resucitó para triunfar sobre todos sus enemigos, que son
también nuestros.
Es por eso que con toda razón se llama a Génesis 3.15 «el
primer evangelio» o protoevangelio. Trae seguridad y esperanza
para todos aquellos que confían en que el Señor dará el triunfo
sobre Satanás y la liberación de su poder.
Habiéndose dirigido así a Satanás en forma directa, y en forma
indirecta a todos los que ponen su confianza en Dios, el Señor se
dirige ahora a la mujer. El inevitable juicio divino sobre ella tiene
dos aspectos: solo podrá dar a luz a su simiente en medio de mucho
dolor, y estará ahora sometida al hombre pecador, el que la domina-
rá arbitrariamente, y en ocasiones pecaminosamente.

37
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Tengamos en cuenta que no es el dar a luz el castigo o conse-


cuencia del pecado, sino el dar a luz con dolor. Era plan de Dios que
el libertador vendría por el nacimiento de una simiente. Estimo que
este es el significado de la expresión de Pablo en 1 Timoteo 2.15.
Dar a luz es el oficio de la mujer por el cual, como en el nacimiento
de Cristo, ella y todos serán salvos si creen. Es un oficio nobilísimo
que comparten todas las mujeres fieles, pero por causa del pecado
es una experiencia dolorosa.
Notemos también que la sujeción al esposo no es consecuencia
del pecado. Como ya hemos indicado, cuando Dios creó a la mujer
y fundó el hogar estableció esta relación. Ahora sin embargo, el
esposo del que se habla es un pecador, y por consiguiente su domi-
nio será con frecuencia cruel, injusto, duro, y, por supuesto, poco
juicioso. Y sin embargo, la sujeción de la esposa sigue siendo volun-
tad de Dios. Pablo nos muestra cómo esto sigue siendo verdad,
incluso después de que la salvación ha entrado en el hogar (Ef
5.22,23).
Finalmente, el Señor se dirigió al esposo, a Adán. Ahora las
consecuencias de su pecado serán que cuando intente someter la
tierra esta se le resistirá. Solo con el sudor de su rostro podrá sacar
de ella su sustento. Al final, la tierra que él debía someter lo some-
terá a él, y regresará a su seno. Aquí se presenta la muerte, castigo
por el pecado, como una realidad cierta para Adán (v. 19) de acuerdo
con la advertencia que Dios había hecho en 2.17.
El versículo 21 establece que el Señor hizo túnicas de pieles
para Adán y Eva. Esto significa sin duda, que fueron matados ani-
males ante sus propios ojos para cubrir su desnudez. Quizá esto era
una preparación para el sistema sacrificial que sería practicado
más tarde por los hombres. Sin embargo, deberíamos ser cautelo-
sos en darle demasiada importancia. Básicamente, es un acto de la
misericordia de Dios y de su amorosa preocupación por estos pe-
cadores necesitados. No se está enseñando aquí la doctrina del

38
Los orígenes del pueblo de Dios

sacrificio expiatorio de forma específica. Trataremos de este asun-


to en el momento en que se presente, en el capítulo 22 del Génesis.
El tercer capítulo termina diciéndonos que Dios bloqueó el ca-
mino de acceso al Árbol de la Vida para que el hombre nunca
pudiera alcanzarlo por su propio esfuerzo. Esto sugiere que Dios le
estaba mostrando al hombre que con su propio esfuerzo nunca po-
dría recuperar la vida con Dios que había perdido. Solo podría ha-
cerlo por la gracia de Dios, como veremos.
El Árbol de la Vida es símbolo de vida eterna en otros lugares
de la Escritura (ver especialmente Ap 2.7 y 22.2,14). El acceso al
Árbol de la Vida se concede solo a los que han lavado sus ropas,
esto es, han sido limpiados de sus pecados por la sangre de Cristo
(cf. Ap 7.14) .
Los querubines que guardan el camino de acceso aparecen
después en Éxodo 25.18ss, donde son tallas que extienden sus alas
sobre el asiento de la misericordia en el santo de los santos del
tabernáculo. Posteriormente veremos su significado, cuando lle-
guemos a dicho pasaje.
Ahora vemos al hombre, no como Dios lo había creado sino
como su propio pecado lo ha desfigurado. Ha caído del estado de
bondad en que Dios lo había creado, y ya no puede ser lo que Dios
quería que fuera. Ya no es santo ni ama a Dios su hacedor ni a los
demás hombres, y no puede vivir en la presencia de Dios.

III. Siguiendo las dos descendencias hasta el


diluvio (caps. 4—8)
A pesar del estado de pecado y muerte del hombre caído, ve-
mos en las palabras de Eva al principio del capítulo 4 una verdadera
expresión de fe, puesto que espera en las promesas de Dios. Eva
pensó que Caín era el cumplimiento de la promesa divina de darle a
la mujer una simiente que triunfaría sobre la simiente de la serpien-
te. Estaba equivocada con respecto a Caín, pero sí estaba en lo

39
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cierto al mirar a Dios como el que le proporcionaría la simiente de


esperanza.
En el nacimiento de estos dos hijos, Caín y Abel, tenemos los
comienzos de las dos líneas de descendencia de Adán: la una, la
línea de descendencia de la simiente de la serpiente, los malvados;
y la otra, la línea de descendencia de la simiente de la mujer, los
justos. Aquí tienen su comienzo las dos famillas de hombres que
pueden distinguirse en una línea espiritual a través de toda la histo-
ria de la humanidad hasta nuestros días. Todos los hombres perte-
necen en un momento dado, al grupo de los hijos de Dios, o a la
descendencia de Satanás.
El Nuevo Testamento, como hemos señalado, nos habla de las
dos famillas, y sitúa con precisión a Abel y a Caín respectivamente
en la familia de Dios y en la de Satanás (Heb 11.4; 1 Jn 3.12).
En cuanto al hecho de las ofrendas presentadas a Dios, se nos
dice que Caín traía de los frutos de la tierra y Abel de los ganados.
No hay ninguna indicación aquí de que el material de la ofrenda de
Caín no agradara a Dios. Sería demasiado suponer que Dios había
ordenado que solo se hicieran sacrificios sangrientos. Las Escritu-
ras no establecen esto en ningún lugar en conexión con Adán y su
generación. Lo que es importante no es el tipo de sacrificios sino el
corazón del sacrificador. En muchos otros lugares las Escrituras
nos hablan con frecuencia de las ofrendas de granos.
El contexto muestra aquí llanamente que el corazón de Caín
era malvado, como también lo testifica 1 Juan 3.12. El corazón de
Abel en cambio era un corazón recto para con Dios y un corazón
lleno de fe. En consecuencia, lo que él hacía (la ofrenda que pre-
sentaba) era aceptable ante Dios.
Posteriormente, Dios rechazaría los sacrificios de Israel, no
porque no estuviera ofreciendo sacrificios correctos en términos
de los materiales presentados ante él, sino porque sus corazones
estaban lejos de Dios (ver Is 1.11-20) .

40
Los orígenes del pueblo de Dios

Aquí aparece claramente el corazón de Caín como malvado, y


se lo presenta incluso en su actitud con respecto a Dios y su aspec-
to externo (4.5). Dios le había informado a Caín de su responsabi-
lidad de no pecar ante Dios. Así, cuando pecara, tendría que darle
cuenta plena de sus actos a Dios (4.7). Su acción posterior cierta-
mente lo presenta como hijo de Satanás y simiente de la serpiente.
Primeramente, es seguro que engañó a su hermano con palabras,
aunque no se nos dice qué fue exactamente lo que le dijo. Después,
mató al justo Abel, reflejando plenamente con sus mentiras y con el
asesinato la naturaleza de su padre el diablo (4.8).
Con la pregunta que le dirigió a Caín, Dios demostró que este
era totalmente responsable y debería darle cuenta de todos sus
actos. Somos responsables de nuestro hermano. Todos los pecado-
res, aunque estén en rebeldía contra Dios, tienen, sin embargo, que
darle a Dios cuenta final de sus hechos.
Aquí vemos, por tanto, el principio de la enemistad y la hostili-
dad entre las dos simientes, algo que puede seguirse tanto a través
del Antiguo como del Nuevo Testamento, y a través de toda la
historia humana hasta nuestros días.
La señal que Dios le dio a Caín parece haber sido única (4.15).
Es inútil tratar de identificarla con ninguna clase de marca visible o
distinción en ningún pueblo del mundo actual. Sin embargo, la des-
cripción de Caín como fugitivo y vagabundo sí identifica plenamen-
te la situación de cada pecador con respecto a Dios.
Los versículos 16-24 siguen la línea de descendientes de Caín,
la simiente de la serpiente, por siete generaciones. La referencia a
la esposa de Caín ha preocupado a algunos, pero la única explica-
ción posible es que se trataba de su hermana (v. 17). El Génesis
recoge solo los nombres de tres de los hijos de Adán y Eva, a pesar
de que nos dice que Adán tuvo numerosos hijos e hijas y vivió más
de 900 años (Gn 5.5). Es importante tener en cuenta que entre los
descendientes de Caín hubo muchos hombres de talento: invento-

41
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

res, artistas, y propagadores de cultura. Los hijos de Satanás siem-


pre se han desenvuelto bien en el mundo, de acuerdo con las nor-
mas de los hombres. Incluso han sido los gobernantes la mayor
parte del tiempo.
Lo que más resalta, sin embargo, es que, por naturaleza, los
hijos de Satanás no mejoran sino que empeoran cada vez más.
Lamec, el séptimo desde Adán por la línea de Caín, ejemplifica las
profundidades en que caen los no regenerados cuando no solo mata
como su antepasado Caín había hecho sino que, lejos de tener pe-
sar alguno, ¡se enorgullece de su acto ante sus esposas, y hasta
compone un pequeño poema para burlarse en su canto la longani-
midad manifestada por Dios para con su antepasado Caín (vv. 23-
24)! También es él de quien primero se dice que fue bígamo o
polígamo (v. 23). Aquí vemos la tendencia de violar no solo la vo-
luntad de Dios con respecto al amor hacia los demás, sino también
el propósito divino por el que fue establecida la familla: un hombre
y una mujer unidos en la carne como una sola persona.
El resto del capítulo cuarto, una vez trazada la descendencia de
Caín, nos enseña que el plan divino no será frustrado por las argu-
cias del diablo. Dios levanta otra simiente para que tome el lugar de
Abel, que ha sido asesinado (v. 25). De nuevo vemos a Eva en una
expresión de esperanza y confianza en que Dios satisfará sus ne-
cesidades. En esta línea de descendientes, encontramos hombres
de fe. La expresión «comenzaron a invocar el nombre de Jehová»
es una expresión que denota fe. La vemos también en el Génesis
haciendo referencia a la fe de Abraham (12.8) y a la de Isaac
(26.25). Y el profeta Joel declara que «todo aquel que invocare el
nombre de Jehová será salvo» (Jl 2.32).
Así tenemos en el capítulo siguiente la línea de descendencia de
los que son fieles, en contraste con el capítulo 4. En la séptima gene-
ración a partir de Adán, a través de Set, tenemos a Enoc, quien hace
un vivo contraste con el Lamec del capítulo 4. Enoc anduvo con

42
Los orígenes del pueblo de Dios

Dios, y por su gracia fue tomado directamente para permanecer con


él. En Hebreos 11.4 se nos dice que anduvo ante Dios en fe y por ello
fue hallado agradable a Dios. Si Lamec, el séptimo desde Adán a
través de Caín, nos muestra las profundidades a las que caen los
hijos de Satanás, Enoc, el séptimo desde Adán a través de Set, señala
hacia las alturas que alcanzan sus hijos en el propósito final de Dios.
Por la gracia de Dios, alcanzan la plena santificación y el privilegio de
vivir en la presencia divina para siempre.
Aunque las secciones genealógicas de las Escrituras son gene-
ralmente pasadas por alto, muestran mucho de la gracia de Dios en
su manera de tratar a los que son suyos. La línea de Set llega en el
capítulo quinto hasta Noé y sus hijos. El enfoque principal se hace,
por supuesto, en Noé, a causa de su importancia en los capítulos
siguientes. Él es el eslabón que une a Set y Abraham. Los cálculos
bíblicos indican aquí que Set vivió hasta los días de Noé. El nombre
de este, como los de muchos personajes bíblicos, es significativo al
presentar el carácter y la vida del personaje. Su nombre significa
«alivio» (v. 29), y en tiempo de angustia sería para el ser humano el
alivio y la seguridad de que la vida continuaría.
Finalmente, con respecto al capítulo quinto, hemos de señalar
que todos los descendientes de Adán, aun los de la línea de Set,
eran pecadores lo mismo que Adán. Así como Dios había hecho a
Adán originalmente a su propia imagen, ahora también los hijos de
Adán eran semejanza de él (la semejanza del Adán caído). Esta
doctrina del pecado original significa simplemente que todos los
hombres que nacen en el mundo son, por razón natural, sin la inter-
vención de la gracia de Dios, pecadores y muertos en el pecado,
como lo diría Pablo mucho después (Ef 2.1-3). Donde aparece
realmente la fe, esto es señal de la gracia especial de Dios obrando
en el corazón. Porque, como sigue diciendo Pablo, por gracia so-
mos salvos por medio de la fe y esta salvación no es de nosotros,
pues es don de Dios (Ef 2.8,9).

43
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En el capítulo 6 se nos presentan los hijos de Dios y las hijas de


los hombres. A continuación se habla del matrimonio entre ellos. La
pregunta sobre quiénes eran estos dos grupos ha sido motivo de
discusión durante siglos. Algunos han llegado a la conclusión de
que los hijos de Dios son alguna clase de seres angélicos y las hijas
de los hombres son humanas terrestres, pero la Escritura usa en
casi todas partes el término «hijos de Dios» para describir a los que
son hijos suyos por la fe, en medio de la humanidad (Gá 3.26; Jn
1.12,13). Además, en el juicio que sigue se hace evidente que los
pecados cometidos son cometidos por hombres, y no por seres an-
gélicos. Por tanto, es mucho más razonable suponer que el término
«hijos de Dios» identifica a la línea de hombres fieles trazada en el
capítulo 5, y equivale a la simiente de la mujer. Por tanto, «hijas de
los hombres», sería el término que identificaría a las hijas de Sata-
nás del capítulo 4. El pecado consiste, por tanto, en el casamiento
de los hijos de Dios con las hijas de Satanás, el intento de borrar la
enemistad que ha sido establecida por Dios. Cuando los hijos de
Dios hacen las paces con el mundo y con los pecadores que hay en
él, la verdad de Dios se ve comprometida y la iglesia se debilita
sobre la faz de la tierra. Posteriormente Pablo advertirá sobria-
mente sobre dicho matrimonio de creyentes y no creyentes como
algo que perjudica a la iglesia toda (2 Co 6.14-18), puesto que ame-
naza el hogar, que es el baluarte, humano y social de la iglesia.
De nuevo notamos que, aunque esto era desagradable a los ojos
de Dios, las generaciones resultantes fueron, sin embargo, nobles y
poderosas a los ojos de los hombres (6.4). Por tanto, se nos está
advirtiendo que no juzguemos como lo hacen los hombres sino más
bien a través de los ojos de la Palabra de Dios. Lo que complace a
los hombres no tiene que ser necesariamente agradable a Dios.
Comenzando en Génesis 6.5, y a través de los siguientes capí-
tulos, hasta el 8, encontramos registrado el juicio hecho por Dios

44
Los orígenes del pueblo de Dios

sobre el mundo de entonces, del cual también hace mención, como


hemos señalado, la Segunda Epístola de Pedro .
Primero se presenta el estado del hombre. Es malvado e inca-
paz de tener un pensamiento que agrade a Dios. Solo puede hacer
el mal continuamente. La trayectoria del pecado es siempre la mis-
ma. Pablo lo demuestra muy bien en Romanos 1.18-32. La expre-
sión «se arrepintió Jehová» que aparece en el versículo 6, como
otras expresiones similares que aparecen en las Escrituras, no sig-
nifica que Dios cambie de forma de pensar o tenga que admitir su
error, en el sentido en que los hombres se arrepienten (1 S 15.29).
Es más bien una expresión fuerte usada frecuentemente para co-
municar el gran desagrado que le producen los hombres a Dios.
Enfatiza cuán totalmente han fallado los hombres respecto a lo que
Dios se proponía que fueran. Tampoco significa que Dios estaba
admitiendo su derrota. En lugar de ello, Dios intervendría ahora en
el curso natural de los acontecimientos, una vez que el hombre
había demostrado que por sí mismo no podía mejorar su suerte.
En primer lugar tenemos el juicio de Dios: «Raeré de sobre la
faz de la tierra a los hombres que he creado» (6.7). No hay excep-
ciones a este solemne pronunciamiento, pero sí podemos ver aquí
la gracia de Dios interviniendo. En 6.8 se nos dice que Noé halló
gracia a los ojos del Señor. Debemos suponer que Noé, en forma
natural, no era una excepción con respecto a los demás hombres,
pero la gracia de Dios tomó posesión de su vida y lo hizo diferente.
La gracia se manifiesta siempre en las Escrituras como un acto de
Dios para con el pecador, que nada merece. La gracia que se agre-
ga aquí nos enseña llanamente que la salvación de Noé no se debió
a que él fuera bueno sino más bien a que Dios lo había cambiado,
separándolo para que hiciera obras buenas. La justicia de Noé
mencionada en el versículo 9, como la de Abraham, y la de todos
los hijos que Dios tiene entre los hombres, les es imputada a través

45
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de la fe por gracia. Las obras buenas vienen después. Así estable-


ce Pablo esta relación entre gracia, fe, y buenas obras en Efesios
2.8-10. Hebreos 11.7 afirma también que las acciones de Noé se
basaban en su fe. Por tanto, su obediencia a Dios demostraba bien
a las claras su fe en el Dios por el cual vivía (6.22) .
En la primera parte del capítulo 7 encontramos la lista detallada
de los que entraron en el arca antes de que llegara el diluvio. Fijé-
monos de que Dios invita a Noé a entrar, porque le ha imputado
justicia (v. 1). Por virtud de la invitación hecha por Dios a Noé,
entran no solo él sino también toda su casa, y ciertos animales
específicos. La explicación lógica para la mención hecha aquí so-
bre los animales limpios está en que después del diluvio, Dios les
permitiría a los hombres comer de ellos. Por tanto, son salvados en
cantidades mayores, para que proporcionen la comida necesaria
después del diluvio.
Muy particularmente en el capítulo 7, y también en el 8, se nos
dice que la naturaleza del diluvio, es decir, sus fuentes, no fueron
solamente lluvias venidas del cielo. A decir verdad, este es el ele-
mento tercero y menos importante del diluvio. Las dos fuentes prin-
cipales son las aguas almacenadas por encima y por debajo de la
región donde viven los hombres, tal como vimos en la creación
(7.11,12; 8.2; ver atrás 1.7). Recordemos cómo Pedro lo llama «el
mundo que existía entonces y que fue destruido». La naturaleza
catastrófica de una liberación así de poder hidráulico almacenado,
queda fuera de los alcances de nuestra imaginación. Fue la causa
de los grandes cataclismos terrestres que todavía intrigan a los
geólogos de hoy.
Aquí vemos también que el diluvio fue total y que cubrió toda la
tierra. Los arqueólogos sugieren que se halla cierta evidencia de
una gran inundación en Mesopotamia. Sin embargo, según dicen,
dicha inundación fue un fenómeno local, aunque considerable en
tamaño. Por tanto, no puede ser identificada con el diluvio bíblico.

46
Los orígenes del pueblo de Dios

Este cubrió toda la tierra (7.19). En este juicio murieron todos los
que se hallaban fuera del arca (7.22,23).
El capítulo 8 nos presenta la compasión de Dios por Noé cuan-
do seca la tierra que había inundado. La narración del diluvio y de
cómo la tierra se secó se parece mucho a otras narraciones del
Medio Oriente sobre una gran inundación. Esto ha hecho surgir la
teoría de que el relato bíblico no es más que una de esas muchas
historias. Sería mucho mejor pensar que en la Biblia tenemos el
relato verdadero, tal como Dios lo conservó para su pueblo, mien-
tras que en otros lugares del Oriente se conservó el recuerdo de
esta gran desgracia, aunque de manera imperfecta, llena de mitolo-
gía y politeísmo.

IV. El nuevo comienzo y el viejo problema del


hombre (caps. 9—11)
Cuando empezamos a leer el capítulo 9 nos parece estar pre-
senciando un nuevo comienzo. El versículo primero nos suena muy
parecido a Génesis 1.28, como si Dios estuviera comenzando de
nuevo con el hombre. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas.
El final del capítulo 8 nos muestra que el hombre sigue siendo malo.
Ya no tiene la inocencia del Edén. No obstante, ha de continuar
teniendo responsabilidades y llenando la tierra. Es un nuevo co-
mienzo, pero la vieja naturaleza pecadora está muy en evidencia.
También está muy presente la maldición. El hombre no dominará ni
someterá la tierra tan perfectamente como Dios se proponía que lo
hiciera. Las demás criaturas le temerán pero no se le someterán
(9.2). Ahora los animales le servirán de alimento al hombre, mos-
trando de nuevo cómo cargan ellos también con la maldición que
cayó sobre todas las criaturas al caer Adán (Ro 8.20,21). Cuando
pronunciaba la pena de muerte sobre todos los animales que debe-
rían alimentar al hombre pecador, Dios estaba también recordán-
dole al hombre, al santificar la sangre de esos animales, la condi-

47
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ción sagrada de la vida, incluso esa vida que le importaba tan poco
a la humanidad (Gn 4.8,23).
En este punto Dios establece la pena de muerte para el asesi-
no. Dicha pena no fue dada en un contexto de falta de respeto por
la vida humana, sino al contrario, en un contexto de grandísimo
respeto por parte de Dios, hasta por las vidas de los pecadores
(9.5,6). La Ley fue dada en el contexto de la misión humana de
multiplicarse y llenar la tierra (9.7), es decir, en un contexto de vida.
Por consiguiente, el Dador de la ley tenía las mejores intenciones
para la humanidad con su pensamiento. Los argumentos de hoy en
día que se oponen a esta ley, por tanto, y que exigen que no se siga
aplicando la pena capital, no pueden estar dirigidos a beneficiar al
hombre.
El pacto mencionado primeramente en 6.18 y ahora en 9.9 es
un pacto con toda la humanidad en general (9.17). Noé y su des-
cendencia incluyen en sí obviamente a todos los hombres nacidos
después de él. El pacto incluye también a los animales de la crea-
ción que fueron rescatados por Noé. Como la mayoría de los pac-
tos bíblicos, es hecho para bien de los incluidos en él. Es estableci-
do por Dios, es incondicional, y tiene un sello o señal.
Dios es quien establece este pacto para conservar la vida so-
bre la tierra. Su objetivo es evitar que los hombres vuelvan a caer
en el estado de perversión en el que habían caído previamente, con
anterioridad al diluvio. No le pone condiciones al hombre, pero se
compromete a no destruir nuevamente a la raza humana con el
diluvio (9.15). Hasta el día del juicio final, Dios nunca borrará de
nuevo a los hombres de la faz de la tierra, como lo hizo en el diluvio.
Esto no impide que juzgue de manera local a través de inundacio-
nes o por otros medios, claro está. Ni tampoco quiere decir que
Dios no juzgará al mundo en el último día. Pedro aclara bien que Él
juzgará una vez más al mundo entero, en 2 Pedro 3.7. La señal de
este pacto es el arco iris en el cielo, que es visible tanto para el

48
Los orígenes del pueblo de Dios

hombre como para Dios. Esto les recuerda a los hombres que Dios
se acuerda de su promesa cada vez que se reúnen las nubes, remi-
niscencia del diluvio. En esencia, el pacto declara que una destruc-
ción total como la que ya cayó en una ocasión sobre la humanidad
no volverá a suceder hasta el final de la historia humana; no porque
los hombres sean mejores, sino porque Dios en su bondad se ha
propuesto conservarlos hasta el final de los tiempos.
El viejo problema de la naturaleza pecadora del hombre resalta
en forma gráfica nuevamente en los versículos finales del capítulo
9. No hay un cambio verdadero en las inclinaciones naturales del
hombre hacia el pecado. Hasta Noé, considerado justo en su gene-
ración, está todavía lleno de una naturaleza pecadora que no ha
sido totalmente sometida. Después del diluvio, Noé se emborracha,
usando mal las bendiciones que Dios le había dado, y como conse-
cuencia, yace por el suelo en vergonzosa desnudez ante sus hijos,
en lastimoso y chocante aspecto (9.20,21).
Cam, uno de sus hijos, hace también despliegue de su tenden-
cia natural al pecado. Cuando ve la desnudez de su padre, su reac-
ción es ridiculizarlo, en lugar de ayudarlo y compadecerse de él tal
como debería ser entre padre e hijo. No sabemos qué les dijo a sus
hermanos, como tampoco sabemos lo que Caín le dijo a Abel, pero
en ambos casos, las Escrituras los reprueban, y sobreviene un jui-
cio. El delicado amor y respeto de Sem y Jafet presenta un agudo
contraste con la acción de Cam (9.23).
La profecía que sigue a este incidente no es de contenido racial
histórico sino espiritual. Básicamente plantea dos categorías de
hombre. Los primeros son los descendientes de Cam (Canaán y los
suyos), y representan la continuidad de los descendientes de Caín
antes del diluvio. Son los injustos, cuya injusticia está ejemplificada
en las acciones de su padre Cam. La mención específica de Canaán
en este lugar señala simplemente que la profecía se refiere también
a su descendencia.

49
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La otra categoría de hombres son los descendientes de Sem,


comparables a los de Set antes del diluvio. Son los justos, y su
justicia está ejemplificada en la conducta de Sem.
Canaán, simiente de Cam, recibe la maldición. Al final, será
siervo de Sem y de sus descendientes. Sem en cambio es bendeci-
do. El Señor es su Dios. Toda la profecía es espiritual y tiene que
ver con las dos famillas de seres humanos, tal como vimos en los
capítulos anteriores al diluvio.
Pero al igual que antes del diluvio, la simiente de Satanás pare-
ce prosperar y destacarse a los ojos de los hombres. Los descen-
dientes de Cam, según el capítulo 10, parecen serlo todo menos
siervos. Entre ellos encontramos los más grandes imperios del mundo
antiguo: Acad, Asiria, Fenicia, Babilonia, Egipto, los hititas. Como a
través de toda la historia humana, la simiente de Satanás se consi-
dera a sí misma dueña del mundo, pero en realidad es sirviente de
los hijos de Dios. Esta realidad está gráficamente ilustrada en la
forma en que los egipcios fueron usados para proteger al pueblo de
Dios en tiempos de hambre y para educar a un siervo de Dios,
Moisés, para que fuera el caudillo de Israel. Posteriormente los
egipcios les entregan sus pertenencias a los israelitas cuando estos
salen de Egipto, y después Dios destruye sus ejércitos cuando ya
habían prestado su ayuda a Israel. Canaán sirvió al pueblo de Dios
desarrollando el alfabeto usado posteriormente por Moisés y sus
sucesores para escribir la Palabra de Dios para su pueblo. También
sirvió para cultivar la tierra que los israelitas habrían de tomar total-
mente preparada, con viñedos, tierras y ciudades construidas.
Años más tarde, Asiria, Babilonia y Persia surgirían y caerían
según la voluntad divina para que se llevara a término el propósito
de Dios para su pueblo: conservar un remanente de creyentes.
Vemos por último cómo el imperio de Alejandro Magno esparce la
cultura y el idioma griegos por todo el mundo y Roma establece el

50
Los orígenes del pueblo de Dios

gobierno mundial, todo como preparación para la llegada del Cristo


y la proclamación del evangelio hasta los confines de la tierra.
Ninguno de estos pueblos y sus dirigentes tenía en mente hacer
servicio alguno a Dios o a su pueblo, pero en realidad, todos los
imperios y todas las naciones de los hombres, y todos sus esfuerzos
en los inventos y en el arte, son utilizados por el pueblo de Dios para
su gloria y para bien del pueblo. Así es como Cam y su simiente son
en verdad siervos de los hijos de Dios.
Por tanto, vemos que la profecía de Noé no tiene que ver con
las razas de los hombres tal como las conocemos hoy, ni es una
justificación para que los blancos sometan así a las demás razas
humanas. ¡Todo lo contrario! Jafet representa aquí no una catego-
ría separada de hombres, sino aquellos de todas las naciones que
serían llamados a formar parte de la familla divina. Aquí hay por lo
tanto una promesa misionera que nos dice que de toda la humani-
dad, de todos los pueblos establecidos sobre la tierra, Dios estará
llamando continuamente un pueblo para que sea suyo.
En los tiempos del Antiguo Testamento eran pocos los de otros
pueblos que se unían a Israel pero la venida de Cristo cambió esta
situación, y el evangelio se difundió rápidamente, incluyendo así
gente de todos los rincones de la tierra. Estos son, pues, los que han
recibido la bendición de que morarán en las tiendas de Sem, es
decir, serán parte de la Iglesia de Cristo, la que recibirá todas las
bendiciones del pueblo de Dios para siempre.
El capítulo 10 detalla sucintamente las descendencias de los
tres hijos de Noé. En primer lugar Jafet, al que se le presta menos
atención, ya que su papel en la historia de la salvación comienza
mucho más tarde; en segundo lugar, Cam, del que ya hemos habla-
do; y finalmente Sem, en el que se enfocará ahora toda la atención.
Dios escogió a Sem para establecer en él las promesas y las bendi-
ciones que finalmente incluirán gentes de toda la tierra.

51
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El comienzo de las bendiciones de Dios sobre Sem ocurre en


un acto divino realizado con el propósito de dispersar a los hombres
por toda la faz de la tierra. Utilizando este medio, Dios separó a un
pueblo, el de los descendientes de Sem por la línea de Arfaxad, uno
de sus hijos (10.22). El motivo del acto divino en el capítulo 11 es de
nuevo el pecado del hombre. Los seres humanos quisieron unirse
contra la voluntad divina y borrar las distinciones que Dios había
establecido entre los justos y los malvados, como ya se había hecho
antes del diluvio. De nuevo se ve con claridad que los intentos de
unión fueron motivados por gente sin Dios y por fines contrarios a
él. En sus aspiraciones de construir una gran torre y una ciudad, y
hacerse un nombre, no hay lugar en sus planes para Dios. Su lema
es «Hagamos» (11.3,4).
La respuesta de Dios a su «Edifiquemos una ciudad» (v. 4) fue:
«Descendamos y confundamos allí su lengua» (11.7).
Este acto de Dios era en realidad una bendición general sobre
los hombres. Era un acto de la gracia común de Dios, ya que la
maldad concentrada corrompe rápidamente hasta el punto de des-
trucción, como hizo con anterioridad al diluvio entre todos los hom-
bres, y como podemos ver después en los sucesos de Sodoma y
Gomorra. Tenemos la contrapartida de esta difusión de los hom-
bres a través de la confusión de lenguas en el Nuevo Testamento,
cuando Dios, a través del don de lenguas del Espíritu Santo en
Pentecostés, unió a los hombres de las diferentes culturas e idio-
mas en una Iglesia de la cual Cristo es la cabeza (Hch cap. 2).
De entre todos los pueblos dispersos sobre la faz de la tierra,
Dios escogió un pueblo, una familla, la de Arfaxad, hijo de Sem, por
una gracia y atención especiales. Protegió a sus descendientes hasta
que fuera tiempo de comenzar a establecer un pueblo en la tierra
para que fuera su pueblo particular de entre todas las famillas de
los hombres (11.10-32).

52
Los orígenes del pueblo de Dios

El foco de la atención se pone ahora en sus descendientes,


cuya línea se sigue hasta Taré, quien vivía en Mesopotamia, en la
antigua ciudad de Ur (11.24-28). Entre los hijos de Taré había uno
llamado Abram. Y finalmente, el Señor llama a Abram para que
deje su cultura y su pueblo y se convierta en el hijo de Dios en
medio de un mundo descreído.

V. El desarrollo de la fe en Abraham (caps. 12—22)


Es importante recordar el fondo cultural del que provenía Abram,
o Abraham, como fue llamado posteriormente. Cuando aún se lla-
maba Abram y vivía en Ur, su padre se mudó a Harán, que se
encontraba al noroeste de Ur, y caminó hacia Canaán por el mejor
camino disponible en aquel entonces. Sin embargo, Taré nunca fue
más allá de Harán; sería Abraham quien Dios quería que lo hiciera.
Para ello debería separarse de su familla. Este acto de Abraham de
separarse de su familia e irse a Canaán era en sí mismo un acto de
fe, como nos dice el autor de Hebreos (Heb 11.8).
Debemos tener siempre presente que los antepasados de
Abraham no eran adoradores del Señor sino de dioses paganos y
formaban parte del paganismo de Ur. Josué nos lo recuerda (Jos
24.2). Esto quiere decir que el paso de fe que dio Abraham estaba
en contra de las tradiciones de sus padres. Tuvo también que dejar
a su padre, lo cual es algo muy difícil de hacer. El tiempo de vida de
Taré indica que probablemente siguió viviendo en Harán unos se-
senta años después de la partida de Abraham. Todo esto nos pone
de manifiesto la gran fe de Abraham al dejar tras sí su cultura y su
familla para seguir a Dios rumbo a un mundo desconocido.
Es Dios quien toma la iniciativa con Abraham, como lo había
hecho con Noé, al llamarlo y prometerle que lo bendeciría. Prime-
ramente, promete hacer de Abraham una nación grande, pero más
que esto, promete bendecirlo. La palabra «bendición» trae consigo
un significado especial de gracia divina. Es usada con Adán antes

53
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de la caída, con Noé después del diluvio, y con Abraham y su si-


miente en la fe. El salmista declara su significado especial para el
justo (Sal 5.12). Se destaca de manera especial el nombre de
Abraham con un honor especial, porque Dios lo hará grande
(Abraham debería ser el padre de los creyentes: Romanos 4.11,12).
Más aun, a través de las bendiciones dadas a Abraham, serían
benditas todas las famillas de la tierra (12.3).Tenemos aquí una
promesa de proporciones misioneras, al mismo tiempo que Dios
muestra que su propósito desde el principio ha sido llamar y for-
marse un pueblo de todas las partes de la tierra para que reciba su
bendición especial.
Hacemos una pausa aquí para tener en cuenta que todas las
grandes promesas de Dios dadas hasta ahora con implicaciones en
el evangelio contienen la esperanza de la salvación de los hombres.
En Génesis 3.15 se da por primera vez el concepto de una simiente,
llamada la simiente de la mujer. Esta simiente triunfará sobre la de
la serpiente (Satanás). En La profecía de Noé (Gn 9.25-27), Dios
se identifica con un pueblo compuesto por los descendientes de
Sem, pero se deja lugar en la bendición para Jafet y juntamente con
su familla. Y aquí en Génesis 12.3, una vez más, no solo se escoge
a una familia en particular de entre la descendencia de Sem sino
que también, a través de dicha familia la bendición alcanzará a una
vasta multitud de pueblos de toda la tierra. El propósito de la elec-
ción de Dios se estrecha de toda la humanidad a una sola raza
(Sem), y de esta a una familia (la de Abraham), pero el impacto de
la bendición continúa alcanzando hasta los confines de la tierra.
Hebreos 11.8 nos dice que Abraham salió por fe, y este primer
acto de fe se registra en Génesis 12.4. Si Abraham actuó en fe, ¿de
dónde había venido esta fe? Efesios 2.8,9 nos da la única respuesta
posible a esta pregunta. Nuestra fe es un don de Dios; puede llegar
solamente a alguien que ha vuelto a nacer en él. Se da nueva eviden-
cia de la fe de Abraham en el versículo 8: «Invocó el nombre de

54
Los orígenes del pueblo de Dios

Jehová». Como ya hicimos notar en Génesis 4.26, en las Escrituras


esta expresión significa que estaba ejercitando su fe para con Dios.
En Romanos 10.12-15 Pablo cita a Joel y declara que los hombres
invocan al Señor solo si son creyentes. Este es el sentido bíblico, aun-
que no sea el ordinario, de la frase «invocar el nombre del Señor».
Aquí está representado para nosotros, por tanto, el inicio de la
fe de Abraham. De ahora en adelante, la veremos crecer. Sacado
del paganismo, su fe, como una semilla de mostaza, crece ante
nuestros ojos.
Génesis 12.10-20 nos muestra la fragilidad de su fe cuando fue
probada en sus primeros tiempos. Al verse forzado a entrar en Egip-
to, parece haber dudado de la capacidad o del deseo de Dios de
protegerlo en ese lugar. Quizá la reputación de aquel imperio que ya
era antiguo le producía verdadero temor. Su gesto de hacer pasar a
su esposa Sara por hermana suya es inexcusable. Tratar de excusar-
lo es no darse cuenta de qué es lo que sucedió realmente. Su fe fue
débil, y en su debilidad mintió y actuó como un cobarde. Sin embargo,
a pesar de ello, Dios lo protegió y continuó bendiciéndolo.
En el capítulo 13 vemos aumentar considerablemente la fuerza
de su fe. Regresa a Canaán y prospera tanto que llega el momento
en que no puede seguir viviendo junto con su sobrino Lot. Aunque
Abraham era sin duda el más fuerte, le ofrece con generosidad a
Lot que sea él quien escoja en qué tierra quiere habitar. Con esto
demuestra que no se estaba buscando a sí mismo. El amor por los
demás era ya uno de los frutos de la madurez espiritual que se
estaba manifestando en la vida de Abraham.
Por contraste, Lot aparece como acaparador, buscándose a sí
mismo y espiritualmente torpe. Por consiguiente, escoge mal, prefi-
riendo la prosperidad mundana aparente de Sodoma. Escogió mal
porque Sodoma era un pueblo de pecadores (13.13).
Dios estaba complacido con la manifestación de fe hecha por
Abraham aquí al confiarle su futuro a Él y no a los hombres. Dios le

55
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

promete a Abraham toda la tierra, incluso, irónicamente, la que Lot


había escogido. Aquí es donde se menciona por primera vez la
descendencia de Abraham. Las promesas hechas a Abraham eran
para él y su descendencia para siempre (13.15). Es Pablo quien
señala posteriormente que la promesa de una descendencia dada a
Abraham culminaría finalmente en un descendiente, el Cristo, a
través del cual todas las bendiciones llegarían a su cabal cumpli-
miento (Gá 3.16). De manera que a través del Nuevo Testamento
vemos que la simiente de la mujer en 3.15 y la descendencia de
Abraham en 13.15 culminan en Cristo y en los que creen en él.
Dios sugiere a Abraham que recorra toda la tierra que será
dada a su descendencia. Posteriormente Josué recibe una promesa
similar (Jos 1.2-4) que se convirtió en realidad en sus días.
Con respecto a Abraham, el escritor del Nuevo Testamento en
la Epístola a los Hebreos nos dice que comprendió las promesas
como pertenecientes a algo más que una tierra de aquellos días en
sentido literal. Las Escrituras dicen: «Porque esperaba la ciudad
que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Heb
11.10). Y también: «Anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo
cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les
ha preparado una ciudad» (Heb 11.16). En otras palabras, Abraham
vio por fe que la promesa de una tierra tenía su realización no en un
país terrenal sino en la ciudad eterna de Dios y su pueblo en los
cielos. Más tarde sería simbolizada por Jerusalén, pero la Nueva
Jerusalén procedente de lo alto es la que era en realidad la ciudad
del pueblo de Dios, y no la Jerusalén terrena. Debemos siempre
tener esto en cuenta hoy en día que muchos intentan ver en el
retorno del pueblo judío a Jerusalén algún cumplimiento de las Es-
crituras. El pueblo de Dios debe mirar siempre a la ciudad que
viene de lo alto, y no a la ciudad terrena (Cf. 4.25,26; Heb 12,22;
Ap 3.12; 21.2,10) .

56
Los orígenes del pueblo de Dios

El capítulo 14 nos narra una lección sumamente importante


aprendida por Abraham durante el crecimiento de su fe. La oca-
sión fue el ataque hecho por algunos ejércitos de la región de
Mesopotamia contra ciudades cananeas, y entre ellas, Sodoma y
Gomorra, donde vivía Lot.
La mayoría de los ciudadanos de Sodoma, entre ellos Lot, ha-
bían sido tomados prisioneros (14.12).
Cuando Abraham regresó, todos los que habían quedado en el
pueblo salieron a recibirle. Abraham se estaba enfrentando aquel
día a dos reyes, el de Sodoma y el de Salem. El primero represen-
taba el mundo y le ofrecía fama y riquezas, junto con la gloria de los
hombres. El segundo le ofrecía en cambio alabanzas a Dios y no a
Abraham, y le enseñó a Abraham que era Dios, y no él, quien tenía
derecho a ser el héroe del momento.
Quién era realmente Melquisedec, aparte de ser el rey de Salem
y sacerdote de Dios, no podemos decirlo. Posteriormente será iden-
tificado como un tipo de Cristo (Heb 7.1s). En aquel día represen-
taba simplemente las reclamaciones de Dios sobre Abraham.
Confrontado de un lado con la gloria y las alabanzas de los
hombres y sus recompensas, y del otro con las reclamaciones de
Dios sobre su propia vida, Abraham actuó en fe, alabando a Dios
como Melquisedec le había enseñado, y dando el diezmo de todo lo
que poseía, rehusando tomar cosa alguna procedente del rey de
Sodoma. Estaba lleno de entusiasmo por el nombre de Dios (14.20-
23). Este acto era, sin embargo, un acto de la fe personal de Abraham,
y no quiso comprometer en él a los que no tuvieran una fe semejan-
te. Su fe no le costaría a nadie más que a él mismo (14.24).
Ya en este momento nos impresiona el rápido crecimiento de la
fe de Abraham. El capítulo 15 muestra a Dios complacido también.
Después de que Abraham volvió las espaldas a las recompensas de
este mundo, el Señor le confirma su apoyo con las palabras «Yo
soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande». Porque

57
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

por pequeñas que sean las cosas de este mundo que el siervo del
Señor deje tras sí, Dios lo recompensa con riquezas espirituales
fuera de toda medida.
La única gran preocupación de Abraham en este momento,
estaba en que aún no tenía una descendencia a través de la cual
todas estas esperanzas pudieran realizarse (15.2). Las tabletas de
arcilla que se han descubierto en el área de Mesopotamia y que
han sido traducidas contienen un recuento de las costumbres en los
tiempos en que Abraham vivió en Mesopotamia. Nos muestran cómo
Abraham expresaba aquí la noción común en aquellos tiempos de
que cuando un hombre no tenía hijos, su sirviente se convertía en su
heredero, es decir, era adoptado como hijo. Este era el problema que
preocupaba a Abraham grandemente en ese momento.
Para comenzar, se encontraba ante un problema que era inca-
paz de solucionar. Su esposa no le daba heredero y, sin embargo,
Dios le prometía una descendencia y una multitud de herederos
(15.5). La respuesta de Abraham a esta promesa sobrenatural fue
creer en el Señor. Esa expresión de fe complació a Dios, y le fue
tenida en cuenta o imputada por justicia a Abraham. Pablo dirá más
tarde que, en realidad, todos los que permanecen justos ante el
Señor y son, por tanto, justificados en su presencia, lo son por la fe
como lo fue Abraham (Ro 4.3s, Gá 3.6s). Aquí queda establecido,
por tanto, el gran principio de justificación por la fe, en contraste
con el de justificación por las obras. Nadie es aceptable a Dios por
sus obras; solo por la fe puede serlo (Heb 11.6).
Aquí es necesario decir una palabra con respecto al significado
del término bíblico «fe». La palabra raíz utilizada aquí en la Biblia
hebrea es una palabra que tiene el sentido de algo muy fuerte,
cierto y seguro, como lo son los brazos de un hombre meciendo a
un niño (Nm 11.12), o los pilares de un edificio (2 R 18.16). En la
forma pasiva, toma el significado de «ser afirmado, o asegurado, o
establecido» (Is 7.9). En la forma causal significa «hacer que algo

58
Los orígenes del pueblo de Dios

esté seguro, o cierto, o firme». Esta última forma es el término


comúnmente usado en la Biblia para «creer», es decir, «hacer estar
cierto, seguro».
Esa misma raíz es usada frecuentemente por Jesús en el Nue-
vo Testamento cuando quiere poner énfasis en la certeza de algo.
En nuestra Biblia se registran como dichas por él con frecuencia,
las palabras «de cierto, de cierto». La palabra que él utilizó era esta
misma palabra hebrea. Nosotros también la usamos cada vez que
oramos, y con frecuencia, al final de nuestros himnos. Decimos
«amén», que es la misma palabra hebrea que significa «certeza», y
en determinada forma significa «creer».
Todo esto es para decir que el concepto de fe en la Biblia no es
el de inseguridad, sino el de seguridad. Alguien podrá decir: «Creo
que es verdad, pero no estoy seguro». En términos bíblicos, esto es
una imposibilidad. Creer es estar seguro, con una certeza basada
no en razonamientos humanos sino en la autoridad de la Palabra de
Dios. Cuando se dice que Abraham creyó en el Señor, significa que
tenía certeza de que se cumplirían las promesas que Dios le había
dado y que se basaba para ello en la autoridad de la Palabra divina.
En el contexto de esta gran afirmación de la fe de Abraham,
Dios hace un pacto con él (15.8-21). El pacto incluye la revelación
del sufrimiento, la redención de la cautividad, y la rica herencia de
la tierra prometida (vv. 13,14,18-20). Esas experiencias a través de
las cuales pasaría su descendencia, habrían de reflejar el trabajo
redentor de Dios en cada uno de los suyos cuando nos trae desde el
pecado y la muerte hasta la redención en Cristo, y de ahí a la he-
rencia eterna. Por tanto, el capítulo 15 contiene muchas cosas que
señalan hacia la historia toda de la redención del hombre.
Después de la gran expresión de la fe de Abraham que vimos
en el capítulo 15, leemos con desaliento en el capítulo siguiente
acerca de la debilidad de su fe. En el asunto de Agar, la sierva de
Sara, Abraham no actuó en fe.

59
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

De nuevo Abraham, todavía muy dependiente de su cultura


original, recurre a una práctica comúnmente conocida a través de
los escritos antiguos, la de tener un hijo con la sierva de su esposa.
Era una solución humana al problema que Abraham había hallado
en 15.2. Sin embargo, no era de fe, y lo que no es de fe es pecado
(Ro 14.23).
En muchos aspectos, el pecado de Abraham en esta circuns-
tancia se parece al de Adán. No hizo caso de la palabra divina, no
buscó la voluntad de Dios, y dejó que su esposa lo guiara en esta
decisión espiritual. Su propósito era ayudar a Dios, pero al final lo
que logró fue traer infelicidad sobre todos los afectados: su esposa,
Agar, Ismael, él mismo, e incluso Isaac.
Sara misma descubriría pronto el pecado que habían cometido,
y reaccionó equivocadamente (16.6).
Sin embargo, Dios no sería frustrado por esta manifestación de
pecado en la familia de Abraham. No bajó el grado de sus exigen-
cias con respecto a Abraham sino que de nuevo le reiteró el propó-
sito que tenía para con sus hijos: «Yo soy el Dios Todopoderoso;
anda delante de mí, y sé perfecto» (17.1). Dios nunca aminora sus
normas éticas cuando trata con los hombres a fin de acomodarse a
la fragilidad humana. Lo que siempre hace es impulsar a los hom-
bres adelante, hacia la alta meta que él ha fijado, y por su gracia
todos sus hijos la alcanzarán al final. Debemos ser santos y sin
mancha ante Él en amor. Cada vez que nosotros, como hijos suyos,
le fallamos en esto, Él nos vuelve a llamar a esta alta meta que será
Él quien alcance en nosotros. Mucho tiempo después, Jesús, diri-
giéndose a sus discípulos, dirá: «Sed, pues, vosotros perfectos, como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5.48). No
hay meta más alta. Pablo expresa esto muy bien en Filipenses 3.12s:
«No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que
prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido

60
Los orígenes del pueblo de Dios

por Cristo Jesús.... Prosigo a la meta, al premio del supremo llama-


miento de Dios en Cristo Jesús».
Abraham falla aquí, pero Dios no se da por vencido con él.
Renueva la promesa y le da un nuevo nombre (17.5). Ahora con el
pacto, Dios le da un sacramento, la circuncisión de la carne, signo
exterior de la obra interior de limpieza realizada por Dios. En este
momento es introducido un concepto importante. Puesto que las
promesas eran no solo para Abraham sino también para su descen-
dencia, toda esta debería recibir el sello o sacramento de la prome-
sa del pacto. La circuncisión exterior no los salvaba. Lo que era
necesario para la salvación era la circuncisión interior del corazón,
y que Dios limpiara sus corazones. Este fue siempre el significado
de la circuncisión en la carne. Era un signo exterior de una obra
interior que solo Dios podía realizar. Hacérsela a un hijo equivalía a
confesar que solo Dios podía salvar a ese niño limpiando su cora-
zón. Era hecha a todo hijo de creyentes que, por medio de ella,
profesaran su fe en Dios y expresaran la necesidad que tenían sus
hijos de ser limpiados. Pero la circuncisión del corazón es siempre
lo esencial (Dt 10.16; 30. 6; Jer 4.4; 9.25-26; Ro 2.28-29).
En todo sentido, el sacramento de la circuncisión del Antiguo
Testamento es comparable al del bautismo en el Nuevo. Ambos
sacramentos son signos exteriores del trabajo interior del Espíritu
Santo que es necesario para la salvación del hombre. En ambos, la
purificación del corazón es lo simbolizado. En ambos, los hijos de
los creyentes son incluidos (Cf. 1 P 3.21; Heb 9.14; 10.22; 1 P 1.2
y Hch 2.39; Tit 3.5).
La acción de Abraham en este momento nos muestra de nuevo
que los hombres de fe pueden vacilar. Ruega que sea Ismael la
simiente de la promesa, pero Dios insiste en que ha de ser Sara
quien lleve en su seno a esa simiente, y le da al niño que aún no
había nacido el nombre de Isaac (17.19). Esto quiere decir que
para Dios, la simiente sí importa. No sirve cualquier simiente. To-

61
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

dos los verdaderos hijos de Abraham son escogidos por Dios, y la


simiente de la promesa tiene su culminación en Cristo. El plan de
Dios para su pueblo solo puede tener éxito por su propósito y volun-
tad. Los esfuerzos poco sabios y los ruegos de Abraham no pueden
alterar los propósitos divinos.
Vemos la continua duda de Sara en el capítulo 18, cuando se ríe
al oír que ella, que es demasiado anciana desde el punto de vista
natural para concebir un hijo, daría a luz sin embargo a Isaac (18.12).
Se rió, y por ello su hijo Isaac, con su nombre, le recordaría para
siempre su falta de fe de aquel día. El nombre Isaac significa «risa».
En esencia, lo que ella y Abraham tenían que aprender en ese mo-
mento es que nada es demasiado difícil para el Señor (18.14).
El incidente de Mamre presentado en el versículo 1 del capítulo
18 habla sobre uno de los juicios más significativos de Dios en el
Antiguo Testamento, superado solamente por el diluvio. Es el juicio
contra Sodoma y Gomorra.
Los tres hombres que se presentaron a Abraham (18.2) fueron
identificados posteriormente como el Señor mismo, en forma hu-
mana, y acompañado por dos ángeles (18.33, 19.1) . Estas apari-
ciones antropomórficas de Dios en la historia de los hombres son
raras. El motivo de esta es, por una parte, la declaración de Dios
acerca de sus intenciones para con Abraham y su familia, y de otra,
su propósito de juzgar el mal. Estos asuntos se presentan en Géne-
sis 18.16.
El asunto principal de Génesis 18.16 al capítulo 19 es el juicio
de Sodoma y Gomorra. Sin embargo, insertada en medio de esta
narración, encontramos una importante revelación con respecto a
las intenciones y el propósito de Dios sobre el creyente y su familla.
Veamos esto primeramente. Se encuentra en el versículo 19.
Basado en su pacto con Abraham y su descendencia, Dios
expresa su voluntad con respecto a Abraham, como si hablara con-
sigo mismo o con sus dos acompañantes. Declara que ha conocido

62
Los orígenes del pueblo de Dios

a Abraham con un fin o propósito definido. La palabra «conocer»


significa más que «haber sido presentados». Trae consigo todo el
impacto de algo que se ha escogido. Es decir, «lo he escogido con
el fin de...». Y después señala su propósito: que mande «a sus hijos
y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, ha-
ciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham
lo que ha hablado acerca de él».
Es muy significativa la responsabilidad paternal establecida en el
hogar de los creyentes. Los padres deben instruir a sus famillas en la
obediencia al Señor, es decir, a su voluntad. Esta se presenta aquí por
primera vez expresada en términos de hacer justicia y juicio. Vere-
mos cómo estas dos palabras serán usadas de ahora en adelante
continuamente para expresar la voluntad de Dios para con su pueblo.
Son un resumen de la voluntad de Dios con respecto a sus hijos. Solo
cuando estos sean reflejo de la voluntad divina, recibirán sobre sí la
bendición de Dios. En otras palabras, la justicia y el juicio deberán ser
la señal que marque la vida de los hijos de Dios.
Acabamos de ver que la justicia puede venir a la vida de los
hijos de Dios solamente basada en su fe. No hay obras propias de
ellos que sean justas, excepto si han confiado primeramente en el
Señor. Hacer justicia es por tanto ser un creyente que, por fe, vive
ante Dios. Todo lo que hace un creyente en fe le será imputado a
justicia en la presencia de Dios, o sea, será aceptable ante él. Sobre
el significado de la palabra justicia hablaremos más tarde en el
lugar adecuado.
Ese día el Señor hizo partícipe a Abraham de su intención de
destruir la malvada ciudad de Sodoma. El estado de Sodoma enton-
ces era comparable al del mundo antes del diluvio. Pero Abraham
estaba interesado en Sodoma por causa de los justos que vivían allí
(18.23). Su ruego de que Sodoma sea salvada debido a la presencia
en ella de un cierto número de justos es razonable, pero aquel día
iba a aprender una lección importante de evangelismo. En última

63
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

instancia, la tarea del creyente en un mundo que está bajo juicio no


es la de tratar de salvarlo sino la de sacar a los hombres de él. El
Señor juzgará a los injustos. El mundo está reservado para juicio (2
P 3.7). Como dijo Pedro el día de Pentecostés: «Sed salvos de esta
perversa generación» (Hch 2.40).
La maldad de Sodoma se pone de manifiesto en el capítulo 19,
cuando Lot, por contraste, demuestra que es hijo de Dios al mani-
festar amor por los extranjeros (los dos ángeles) (19.1-3). No hay
evidencias de que en ese momento él supiera que eran ángeles de
Dios. Los hombres de Sodoma expusieron sus malos deseos y sus
intenciones de conocer carnalmente a los extranjeros (19.5). El
término «conocer» significa aquí, como en muchos otros lugares de
las Escrituras, conocer sexualmente. El ofrecimiento de sus dos
hijas que les hace Lot nos puede parecer drástico a nosotros, pero
su intención era proteger a estos huéspedes bajo su techo, y evitar
crímenes mayores.
Cuando Lot supo quiénes eran y oyó su mensaje de que saliera
de Sodoma antes de que fuera destruida, vaciló. Ahora se hace
evidente el desatino de Lot al escoger. Era un justo, un hijo de Dios
(2 P 2.7,8), pero había escogido contemporizar con la vida munda-
na. Las palabras que Jesús dijo siglos después tienen aplicación
para Lot: «No os hagáis tesoros en la tierra» (Mt 6.19) . Resultaba
duro para Lot dejar todas aquellas cosas terrenales (19.16). Lo que
es más, no era una atmósfera propicia para educar a su familla. Así
vemos que algunas de sus propias hijas aparentemente se habían
casado con no creyentes y estaban demasiado envueltas en el mundo,
para oír la súplica de su padre (19.14).
Solo dos hijas solteras y su esposa accedieron a marcharse con
él, e incluso su misma esposa no logró arrancarse a la poderosa
atracción de Sodoma.
En 19.26 se nos dice que la esposa de Lot miró atrás, desobe-
deciendo a los ángeles. No deberíamos considerar esto como un

64
Los orígenes del pueblo de Dios

simple acto de curiosidad por parte suya. La palabra usada aquí


para decir «miró atrás» es poco frecuente en la Biblia hebrea. Tie-
ne el sentido especial de «mirar con confianza, expectación, o año-
ranza». Ella, con esta mirada, estaba revelando que su corazón
deseaba quedarse. Amaba demasiado al mundo. Esta misma pala-
bra es usada en el incidente de la serpiente de bronce a la que
deberían mirar los israelitas para ser salvados en el desierto (Nm
21.9). También se usa la palabra en conexión con Jonás, cuando se
hallaba en peligro en medio del mar y miraba con confianza hacia el
santo Templo del Señor, (Jon 2.4). En todos los casos, el sentido de
la palabra es «mirar anhelante hacia», y este fue el pecado de la
esposa de Lot. Miró anhelante hacia la ciudad pecadora de Sodoma.
Lot y sus dos hijas fueron salvados aquel día no por su voluntad
sino por la misericordia de Dios (19.16-29). La línea de Lot en la
familia de Dios, va rápidamente hacia su ruina. De hecho, sus pro-
pios hijos, nacidos en su unión con sus hijas, no representarán a la
familia de Abraham sino a los que después serían enemigos de
Israel (19.37,38).
Los capítulos 20 y 21 describen dos grandes pasos definitivos
en el crecimiento de la fe de Abraham. El incidente del capítulo 20
solo puede entenderse como una falla en su fe, evidencia de que la
misma era todavía imperfecta. Aparentemente, aún creciendo en
fe, Abraham no había sabido darse cuenta de que Dios está pre-
sente en todas partes. Donde no se le honraba, parecía pensar
Abraham, no estaba presente (20.11). Su pecado, como el descrito
en el capítulo 12, no tiene excusa posible. Todo lo que no es de la fe
es pecado.
En el capítulo 21, sin embargo, Dios le enseña a Abraham a
contar en él siempre, dándole a Isaac, el hijo tan esperado. Abraham
aprende con esto una gran lección sobre la confianza en Dios (21.1).
El nacimiento de Isaac abría viejas heridas, y le hacía recordar a
Abraham otros días en que confiaba menos, y en los cuales, fuera

65
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de la voluntad de Dios, se había apresurado a actuar, teniendo un


hijo con Agar. Ahora, este acto anterior de insensatez chocaba con
las bendiciones que estaba recibiendo de Dios en el presente, y el
resultado, como sucede siempre con el pueblo de Dios cuando se
actúa fuera de la fe, era el pesar (21.9-14).
En este tiempo de pesar sin duda la fe de Abraham creció.
Aprendió a obedecer a través del sufrimiento. Ahora estaba ya
listo para que su fe le fuera probada. Y esto nos lleva al capítulo 22.
Este capítulo nos habla de la prueba hecha a la fe de Abraham.
Fue una prueba sumamente difícil. Ya hemos visto cómo el creci-
miento de Abraham en la fe no fue un impulso continuo y suave
hacia arriba, sino que estuvo erizado de contrariedades a cada paso.
Esto es típico en el crecimiento de la fe de todos los creyentes.
Ahora, para la gloria de Dios, esa fe debería ser probada, porque el
Señor había escogido a Abraham para que fuera el ejemplo de
todos los creyentes.
El mandato que Abraham debía obedecer era muy difícil. De-
bería ofrecer a su hijo como sacrificio a Dios. El libro de los He-
breos nos dice que él obedeció con gran fe (Heb 11.17-19). Había
aprendido tan bien la lección sobre la confianza en Dios que ahora
creía que Dios, que había prometido bendecir a su simiente, haría
incluso levantarse a Isaac de entre los muertos, si es que ahora
debía morir (Heb 11.19). Abraham no demuestra tener ninguna
duda en lo absoluto con respecto a esto.
Cuando Isaac preguntó por el cordero para el holocausto, tam-
bién en fe, su padre le respondió proféticamente: «Dios se provee-
rá de cordero para el holocausto» (22.7,8). Era una respuesta
profética, porque se apoyaba en la antigua promesa de Dios de que
proporcionaría a través de la mujer la simiente que triunfaría sobre
Satanás. Y era un anticipo de Isaías 53, donde está la vívida des-
cripción del Cordero de Dios que moriría por su pueblo. Sin duda,
Juan el Bautista tenía en su mente esta profecía cuando, en una

66
Los orígenes del pueblo de Dios

ocasión, dijo a los que le seguían: «He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo» (Jn 1.29). No podemos decir si Abraham
lo entendió así, o hasta qué punto lo logró entender, pero de lo que sí
estamos seguros es de que su profecía de aquel día señalaba hacia
la obra de Cristo en el futuro.
La intervención del Señor en el acto de obediencia de Abraham
(22.12) indica que nunca fue la intención de Dios que Abraham
llevara a cabo el sacrifico, sino solamente que estuviera dispuesto a
hacerlo. Aquí también, como en un cumplimiento parcial de la pro-
fecía de Abraham, Dios proporciona un sustituto para Isaac, el car-
nero (22.13). Ese día le fue dado a Abraham por primera vez el
principal motivo para los sacrificios de animales, es decir, la expia-
ción vicaria. No importa lo que hayan significado anteriormente los
sacrificios de animales para los oferentes; de ahora en adelante,
para el pueblo de Dios, querrían decir que Dios proporcionaría un
sacrifico como sustituto por el pueblo de Dios, a fin de que este no
tuviera que morir por sus pecados.
Una vez más, en este lugar tan; apropiado, Dios renueva su
alianza con Abraham en términos de su descendencia. Las pala-
bras «tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos» son
un claro enlace con Génesis 3.15, el triunfo de la simiente de la
mujer sobre la de la serpiente.

VI. El período de transición: la muerte de


Abraham y la vida de Isaac (23—28.9)
Estos capítulos pueden ser llamados «período de transición».
La vida de Isaac no tiene el colorido ni el interés que tienen las de
Abraham y Jacob. Es algo así como un valle entre dos montañas.
Estos capítulos representan en cierta forma el anticlímax en la vida
de Abraham. El capítulo 23 narra la búsqueda de un lugar para
enterrar a Sara, y muestra la fe de Abraham en la promesa de
Dios. Escoge ser enterrado en la tierra que Dios le ha prometido,

67
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

aunque hasta el presente no posee nada de ella, sino que todavía es


un extranjero. El capítulo 24 nos lo presenta buscando una esposa
para Isaac e introduce a la familla de Labán, quien tendría un papel
muy significativo en la vida de Jacob. También destaca la com-
prensión de Abraham con respecto a los deseos de Dios de que
tuviera una simiente fiel. Abraham veía que en Canaán no había
mujer apta para ser la esposa de este hijo de la promesa que Dios le
había dado, pues había mucha maldad entre ellos. Compartiendo la
preocupación de Dios con respecto a tener una simiente fiel, man-
dó a buscar a su tierra natal una esposa adecuada para Isaac. Pero
notemos que debería ser una dispuesta a venir, dejando atrás su
familia, como lo había hecho Abraham, si quería cualificar para
poder ser esposa de Isaac.
La primera parte del capítulo 25 hace un balance de la vida de
Abraham y narra su muerte. Puesto que Abraham vivió hasta los
175 años de edad (v. 7), y Sara murió a la edad de 127 años, apa-
rentemente, Abraham tuvo una vida más larga con Cetura, su se-
gunda esposa (Abraham era exactamente 10 años mayor que Sara,
y tenía por tanto 137 años cuando ella murió; ver Gn 17.17). Sin
embargo, toda la última parte de su vida pasa en unas pocas frases.
Solo Isaac es la simiente de la promesa, aunque Abraham tuvo
muchos otros hijos (v. 2).
La vida de Isaac traslapa la de Abraham por un lado y la de
Jacob por el otro. Es muy poco lo que se dice de él en forma exclu-
siva. De hecho solo hay un capítulo, el 26. De este capítulo se
puede deducir que Isaac se parecía a su padre en muchos aspec-
tos. Cometió los mismos errores (vv. 1-11), y sobre todo, siguió sus
pasos. El versículo 18 hace un buen resumen de su vida. Cavó los
mismos pozos que su padre había cavado, y les dio los mismos
nombres que su padre les había dado, expresión de una vida poco
brillante, cuya única recomendación fue seguir tras las huellas de
un gran hombre. Fue la simiente escogida de Dios, y el Señor reno-

68
Los orígenes del pueblo de Dios

vó con él las promesas que le había hecho a Abraham mucho tiem-


po antes (vv. 23-24), e Isaac respondió con la misma fe que había
sido mostrada por su padre (v. 25; cf. 12.8). El resto de la vida de
Isaac está mezclado con las de Jacob y Esaú, sus dos hijos, hacia
los cuales dirigiremos ahora nuestra atención.

VII. Jacob, de pecador a santo (25.19—33.20)


Con frecuencia encontramos en las Escrituras que el Señor ha
mantenido sin descendencia a algunas mujeres piadosas. Ha sido
para probar su fe. Lo vimos en el caso de Sara, y lo volveremos a ver
ahora con Rebeca. También lo veremos con Raquel, y después con
Ana, la madre de Samuel, y Elizabet, la madre de Juan el Bautista.
En cada uno de los casos la descendencia era una bendición, y
en cada uno también el Señor probó que era fiel para con todos los
que acudieron a él en busca de descendencia. Así lo vemos en los
versículos 19ss con respecto al nacimiento de Jacob y Esaú.
Cuando Dios le prometió los dos hijos a Rebeca, le habló de
dos naciones que surgirían. Dios mismo hizo la elección entre am-
bos, haciendo a uno mayor que el otro (v. 23). La frase «el mayor
servirá al menor» recuerda la profecía de Noé (9.25-27). De ma-
nera que nos hallamos de nuevo en presencia de la distinción entre
los hijos de Dios y los de Satanás. Esta vez, la distinción se hace
entre dos que son hijos de los mismos padres humanos y concebi-
dos al mismo tiempo.
Dios es quien hace la distinción, escogiendo a Jacob y no a
Esaú. Pablo, en Romanos 9.6ss, trata sobre las importantes leccio-
nes que se desprenden de este incidente con respecto a la elección
divina. Pertenecer a la simiente carnal de Abraham (su descenden-
cia) no es motivo para que seamos hijos de Dios (Ro 9.7,8). La
salvación se basa en las promesas de Dios, y de acuerdo con su
voluntad.

69
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El «propósito de Dios» (Ro 9.11) de llegar a tener un pueblo


está basado en que él mismo elige a algunos del estado de muerte
en el pecado, para la vida eterna (Ro 9.11; cf. Ef 2.1-3). Nadie
puede ser salvo por sus obras, ya que la naturaleza de todos los
hombres está corrompida. La salvación nos viene solamente por la
gracia de Dios, quien obra en los corazones de aquellos que elige
para traerlos de la muerte espiritual a la vida en Cristo (Ef 2.4-9).
Lo diferente de las naturalezas espirituales de ambos niños,
Esaú y Jacob, se hace patente en un suceso de su vida temprana
registrado aquí (vv. 27-34). La preferencia que Isaac tenía por Esaú
no se basaba en la voluntad revelada de Dios (v. 23) sino en el
deseo de la carne (v. 28), y al final tendría como resultado gran
pena y sufrimiento, para él personalmente y para su familla.
El incidente narrado aquí nos habla de un día en que Esaú vio un
guisado de lentejas que Jacob había preparado, y lo quiso para sí.
Queda manifiesta su orientación carnal cuando se le ve dispuesto a
vender su primogenitura por este momento de placer físico. Solo se
trataba de una transacción infantil que no podía tener validez real en
sí misma, como cuando los niños juegan, pero reveló la naturaleza de
Esaú. La Biblia dice que él desdeñó su primogenitura (v. 34).
Jacob no sale tampoco demasiado bien del incidente. Parece
actuar egoístamente, guardándose algo que su hermano necesita-
ba. Sin embargo, sí revela un profundo sentido y una gran aprecia-
ción por la herencia espiritual de su padre y su abuelo (v. 31).
Todo el episodio revela que Esaú era un profano, es decir, un
hijo de Satanás en la familia de los hijos de Dios. Evidencias poste-
riores de su naturaleza nos revelan lo mismo. Cuando escogió sus
esposas, estas fueron cananeas (26.34-35; 36.2,3). Cuando Jacob
lo disgustó, su corazón se llenó con sentimientos de asesino (27.41),
lo que nos recuerda a otro fratricida, Caín. El escritor de la Epístola
a los Hebreos resume así la naturaleza de Esaú: profano (Heb 12.16).

70
Los orígenes del pueblo de Dios

Hemos dejado sentado y reiteramos de nuevo que Dios no lla-


mó ni escogió a Jacob porque fuera naturalmente bueno, sino de
acuerdo con sus planes, y lo hizo de nuevo, convirtiendo a Jacob el
pecador en Israel el santo.
A Jacob el pecador lo vemos en el capítulo 27. La continua
testarudez de Isaac fue el motivo de los tristes incidentes allí narra-
dos. Isaac escoge a Esaú para bendecirlo, aunque Dios no lo había
escogido (27.1). Este pecado se complica con el pecado de Rebe-
ca y Jacob en su plan para escamotear la bendición de Esaú. Ella
sabía cuál era la voluntad de Dios, pero le faltó paciencia y fe para
esperar en él. Como ya habían hecho Sara y Abraham, trató de
ayudar a Dios por caminos torcidos. Jacob estaba totalmente com-
plicado en su pecado, y en apariencia, su único temor era el de ser
atrapado (v. 12).
La fácil respuesta de Rebeca al temor de Jacob, atrayendo la
maldición sobre sí misma, tuvo mayores repercusiones de las que
ella creía. En realidad, nunca volvió a ver a su hijo Jacob después
de esto. Lo que parecía que iba a ser una separación de unos pocos
días (v. 44) se convirtió en una ausencia de veinte años. Para en-
tonces, es de suponer que ella ya hubiera muerto.
Los pecados de Jacob cayeron uno sobre otro. Primero, le miente
a su padre (vv. 18,19), después blasfema el nombre de Dios, tratan-
do de complicar a Dios en su propia maldad (v. 20). La farsa tuvo
éxito, y Jacob recibe la bendición que Dios había dispuesto para él,
pero la recibe por medios pecaminosos. Cuando Isaac supo lo que
había pasado, se sometió definitivamente a la voluntad divina (v.
33). Esaú, como ya hemos dicho, no era tan sumiso (v. 41).
La sumisión de Isaac aparece en 28.1s. Cuando se despide de
Jacob, renueva la bendición que le había dado, y esta vez volunta-
riamente. Por tanto, parece que Isaac se culpó a sí mismo, más que
a Jacob, por lo que se había hecho. El libro de Hebreos nos dice

71
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

que Isaac bendijo a Jacob y a Esaú en fe (Heb 11.20). Mientras


tanto, Esaú continuaba en sus caminos carnales (28.9).
Cuando Jacob dejó Canaán estaba lejos de ser un gigante espi-
ritual. En Betel se encontró con Dios cara a cara en un sueño,
estando totalmente solo (28.12,13). La escala vista por Jacob se
menciona posteriormente como un tipo de Cristo (Jn 1:51). Lo im-
portante aquí parece ser que Dios desciende hacia el hombre, don-
de quiera que este se halle necesitado. Jacob había huido lleno de
miedo de Esaú, era un pecador y se hallaba solo. Dios descendió a
él, al lugar en el que estaba, y manifestó su amor por él (vv. 13-15).
En sus palabras dirigidas a Jacob, le da tanto el consuelo como la
promesa, y es esta la bendición realmente importante, la que da
Dios y no la que da el hombre.
La respuesta de Jacob deja mucho que desear. Busca la mane-
ra de regatear con Dios en una manera que parece orgullosa: «Si
fuere Dios conmigo ... Jehová será mi Dios ... y de todo ... el
diezmo apartaré para ti» (vv. 20-22). Qué gran contraste hace esta
reacción de Jacob con la reacción espiritual de Abraham a la ben-
dita misericordia divina (14.20).
Jacob el engañador se encuentra con su igual y más que su
igual en su tío Labán, con el que vivió en Mesopotamia. Labán lo
burló una y otra vez, como revelan los capítulos 29 y 30. Hay algo
de justicia poética en la forma en que, vez tras vez, Jacob era enga-
ñado hasta verse forzado a permanecer durante veinte años como
esclavo de su tío. Sin embargo, en el tiempo de prueba, Jacob apren-
dió a confiar en Dios y no en sí mismo. Así fue como vio que, a
pesar de los engaños de Labán, y sin sus trucos, Dios lo prosperaba
(31.7-13).
Cuando Jacob huyó con sus dos esposas (31.17s), Labán lo
persiguió y lo capturó. De nuevo interviene Dios para evitar un
choque entre ambos hombres. La arqueología nos ayuda a com-
prender el gesto de Raquel cuando se roba los dioses de su padre.

72
Los orígenes del pueblo de Dios

De acuerdo con las costumbres que prevalecían en aquel momento


en Mesopotamia, el hijo que tuviera dichos dioses familiares, tenía
derecho a la herencia. Esta vez, Jacob era inocente.
De nuevo, en su encuentro con Labán, Jacob expresa su com-
pleta fe en Dios (31.38-42). Cuando los dos hombres por fin se
separaron, erigieron una marca fronteriza entre sus dos pueblos,
para que le recordara a cada uno que no debía traspasar esa fron-
tera para hacerle daño al otro. Jacob la llamó Mizpa, o «Torre del
vigía». El versículo 49 no es una bendición, aunque se use tan fre-
cuentemente para concluir encuentros de jóvenes. El contexto indi-
ca que estos dos hombres no se están expresando mutuamente
buenos sentimientos, sino que en esencia, lo que dicen es: «Que
Dios te mantenga vigilado cuando yo no pueda hacerlo, para que no
me hagas daño».
Tan pronto como Jacob quedó libre de la persecución de Labán,
recibió noticias de que Esaú se acercaba para aniquilarlos (32.1s).
En este momento, con la retirada hacia Mesopotamia bloqueada
por su tío Labán y enfrentado a un hermano hostil que lo busca,
Jacob alcanza las alturas de su estatura espiritual. Su oración, en
32.9-12, expresa un espíritu de gran humildad y confianza. Su fe se
parece ahora a la de Abraham. Ya no confía en su propia habilidad,
ni espera en ella, sino solo en la misericordia de Dios. Basa su
oración en las promesas de Dios, de las que hace un recuento (32.12).
Estando solo aquella noche tuvo una extraña experiencia con
un hombre que luchó con él durante toda la noche (vv. 22ss). Aque-
lla noche recibió un nuevo nombre: Israel, que significa «el que se
esfuerza [lucha] con Dios». La razón de este nuevo nombre está
en que Jacob ha luchado con hombres y con Dios y ha prevalecido.
Ha triunfado sobre los hombres que eran sus enemigos, no por su
propia agudeza, sino por su fe en Dios. Le ha ganado a Dios, no por
sus regateos, sino por medio de su humildad y sumisión, la única
manera en que podremos jamás «ganarle» a Dios.

73
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En resumen, podemos decir que Dios escogió a Jacob, como lo


hace con todos sus hijos, no porque sean naturalmente buenos sino
por razón de sus propósitos y su voluntad para con ellos. Después,
rehace a esos pecadores que ha llamado, para que sean lo que Él
desea que sean. Según vemos en la vida de Jacob, notamos cómo
el Señor va quemando, a través de todas las pruebas y dificultades,
todo su sentido de orgullo.
En el capítulo 33 el encuentro entre Esaú y Jacob revela que
Dios se encargó de verdad, de librar a Jacob de sus enemigos,
incluso de Esaú. También revela una vez más la orientación mate-
rialista de Esaú. Este expresa en el versículo 9 que tenía suficiente,
y por lo tanto estaba satisfecho (con las posesiones que tenía).
Aparentemente, todo el tiempo, su gran preocupación había sido
que Jacob lo había engañado llevándose sus bendiciones materia-
les. Sin embargo, cuando vio que no había sido así, y que tenía
muchas cosas materiales, ya no tuvo más intención de matarlo.
Podría haber sentido la pérdida de las bendiciones espirituales que
Jacob había recibido, pero no lo hizo. Era en verdad un profano.

VIII. Los hijos de Jacob, la familla de Dios (34—50)


La última sección del Génesis nos relata diversos episodios de
la vida de los hijos de Jacob. Este aún vive, pero ya no ocupa el
centro de la escena. El tema de esta sección, podría ser la pregun-
ta: ¿Quién tendrá la preeminencia entre los hijos de Jacob ? Cada
vez que es probado uno de ellos, esta pregunta sale a la luz.
La primera prueba para los hijos de Dios aparece para los hijos
de Jacob en la aventura de Dina que se recoge en el capítulo 34. En
su evidente curiosidad esta se hace demasiado amistosa con las
hijas cananeas de la ciudad de Siquem. Uno de los jóvenes del
lugar, también llamado Siquem, se acostó con ella y se enamoró de
ella. Sus hermanos se indignaron con razón cuando supieron lo que
había pasado (34.7).

74
Los orígenes del pueblo de Dios

Por supuesto que la proposición que le hace el padre de Siquem


a la familia de Israel de que se casaran con cananeos era contraria
a la voluntad de Dios (v. 9s). Recordamos el pecado de los hijos de
Dios antes del diluvio, y también el de Esaú al casarse con cananeas.
Abraham había sido muy cuidadoso, y había evitado que pasara
esto con su propio hijo Isaac. Sin embargo, los hermanos estaban
igualmente equivocados en sus mentiras y en el engaño hecho a los
hombres de Siquem (v. 13). Estaban particularmente implicados
Simeón y Leví, el segundo y tercer hijo de Jacob (vv. 25-26). En
breve tiempo, los hijos de Jacob cometieron engaño, asesinato, y
robo (34.27-29), y todo sin el consentimiento paterno (v. 30).
A pesar de esto, Dios siguió protegiendo a la familia de Jacob
durante el tiempo en que tuvieron que seguir habitando en la tierra
de Canaán (35.5).
El capítulo 35 contiene varias otras cosas notables: la muerte
de Débora, ama de Rebeca (v. 8); el nacimiento de Benjamín, el
último hijo de Jacob (v. 18); y la muerte de Raquel, la esposa ama-
da de Jacob (v. 19).
Quizá en esos tiempos de ansiedad, Rubén, el primogénito de
Jacob, se sintiera inseguro y cargado de responsabilidades. Por lo
que fuera, lo cierto es que leemos que se acostó con la concubina
de su padre. Este acto nos es familiar a través de otros lugares de
las Escrituras, y evidencia la intención del que toma las concubinas
de su señor, de convertirse en cabeza de la familia o de la tierra.
Por tanto, era un acto de arrogancia, y no solamente deseo carnal.
Por consiguiente, ya en este momento, los tres primeros hijos de
Jacob: Rubén, Simeón y Leví, habían actuado todos de una forma
que levantaba serios interrogantes con respecto a que fueran per-
sonas adecuadas para ser los guías del pueblo de Dios.
El capítulo 36 se dedica exclusivamente a seguir a los descen-
dientes de Esaú, para mostrarnos que ahora se han convertido en
un pueblo distinto del israelita. Dios ya había separado a ambos

75
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

hombres cuando aun se hallaban en el seno materno. Cada uno


debería convertirse en toda una nación: Jacob se convirtió en la
nación israelita, y Esaú en la de los edomitas. Ambas naciones
tienen una larga historia en la tierra, pero son distintas entre sí.
Mucho después será dado un informe final sobre Edom a través de
las palabras del profeta Abdías.
Comenzamos un nuevo relato con el capítulo 37: la historia de
José, el personaje predominante hasta el final del libro, y de sus
hermanos. Los días de la primera juventud de José son bastante
poco afortunados. Se nos cuenta que era el favorito de su padre (v.
3), pero al mismo tiempo, algo así como un soplón de todo lo que
hacían sus hermanos (v. 2). Todo esto hizo alzarse el resentimiento
en los corazones de los demás hermanos, como es natural. La llana
narración que hace José de los sueños en que aparecía como señor
no solo de sus hermanos sino también de sus padres, no lo ayudaba
en nada (v. 5s). Además de esto tenemos la insensatez de Jacob de
enviarlo a donde están sus hermanos, cuando se hallan lejos del
hogar. Aquí tenemos todos los ingredientes de una tragedia que al
fin y al cabo sucedió.
La intervención de Dios a través de Rubén, el hijo mayor, evitó
la muerte de su hermano, que ya habían planeado. Sin embargo,
cuando lo vendieron a los ismaelitas que viajaban hacia Egipto, no
esperaban volver a verlo de nuevo (v. 28). En este infame episodio
se destacan dos hermanos, que se hacen dignos de algún elogio:
Rubén, porque trató de salvar a José, y Judá, porque evitó la muer-
te de su hermano (v. 26). Pero todos estaban involucrados en la
mentira que le dijeron a su padre (vv. 29ss).
Dejaremos por el momento el capítulo 38 para seguir un poco
más allá la carrera de José. El capítulo 39 toma el hilo de la narra-
ción y relata cómo prosperó en Egipto. Fue un tiempo de prueba
para el joven José. Era apuesto y robusto, y atraía a la esposa de su
dueño (39.7). Cuando ella quiso seducirlo, su respuesta reveló la

76
Los orígenes del pueblo de Dios

profunda fe que poseía. Para José, tener una aventura amorosa


con la esposa de su dueño no era solamente una cuestión de que
fuera socialmente incorrecto sino que era en realidad un pecado
contra Dios (v. 9).
Aunque sufrió por su determinación, Dios lo recompensó por
todo lo que había perdido, bendiciéndolo en la prisión (39.21). En la
providencia divina se le proporcionó una forma de salir de la pri-
sión, cuando su reputación como intérprete de sueños alcanzó al
rey. Aquí vemos nuevamente que José jamás actuó buscando su
propio beneficio sino para glorificar a Dios (40.8; 41.16). Ahora
vemos un hombre distinto del jovencito de diecisiete años presenta-
do en el capítulo 37.2. Dios se acordó de él, y lo exaltó en riqueza y
dignidad, llevándolo desde el estado de prisionero en la cárcel hasta
el de ser el segundo en la tierra, por debajo únicamente del Faraón
en su dignidad (41.37s).
Este hombre de treinta años (41.46) era ahora un hombre de
autoridad, y con el auxilio divino fue un administrador capaz que
salvó a Egipto en el tiempo de hambre del que Dios había hablado
en el sueño del faraón (41.53-57).
Antes de seguir adelante con la narración del encuentro de
José con sus hermanos, regresemos al capítulo 38, que contiene un
episodio de la vida de Judá, uno de los hermanos de José, que es el
cuarto hijo de Jacob. En este capítulo lo vemos en una situación
desagradable. Se casa con una cananea, lo cual era contra la vo-
luntad de Dios (38.2). No es capaz de educar adecuadamente a
sus hijos, por lo que los actos de estos desagradan al Señor y les
acarrean la muerte (vv. 6-10). Tampoco atiende a las necesidades
de su nuera Tamar (vv. 11s). Como si esto fuera poco, sigue de-
seando a las rameras de la tierra y tiene una aventura con su propia
nuera, que lo engaña así para que le proporcione descendencia.
Sin embargo, sorprende ver que Dios, a pesar de esta serie de
actos vergonzosos de parte de Judá, lo disciplina (v. 26) y le da un

77
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

hijo de Tamar, Fares, a través del cual dará más tarde sus bendicio-
nes a Israel (38.29).
Cuando sobrevino el hambre predicha por Dios al faraón a
través de José, la familia de Jacob, junto con todos los de la tierra,
comenzaron a sufrir. En la providencia divina, por tanto, los hijos de
Jacob fueron a Egipto y se tuvieron que enfrentar con José, al que
creían que no volverían a ver jamás. No pudieron reconocerlo debi-
do a que cuando lo habían vendido como esclavo era un jovencito,
y ahora era ya un hombre maduro (42.6s).
El juego del gato y el ratón que mantiene José con sus herma-
nos es sin duda voluntad de Dios. Les había llegado el momento de
ser probados, como ya lo había tenido José. Es evidente que los
hermanos, al sentir la presión que José les hacía, mostraron señales
de arrepentimiento y remordimiento por sus hechos pasados (42.21).
Cuando regresaron a donde estaba Jacob sin Simeón, y le dije-
ron cuáles eran las demandas del señor de la tierra, que regresaran
trayendo a Benjamín si querían volver a ver a Simeón, Jacob, como
es natural, desahogó toda la amargura almacenada en su alma
(42.36).
En este momento, Rubén, el hijo mayor, es probado de nuevo, y
falla. Su respuesta a las necesidades de su padre, solo puede reci-
bir el nombre de cruel (42.37). No es capaz de persuadir a su padre
con sus toscas medidas. De nuevo demuestra Rubén que no podía
ser el caudillo del pueblo de Dios.
Es entonces cuando Judá surge para dirigir a sus hermanos,
como el que lleva la voz cantante en la familia. Al contrario de lo
que vemos en Rubén, Judá se manifiesta compasivo y sacrificado,
dispuesto a ser la seguridad de Benjamín, y a dar su vida por su
hermano a causa de su amor por su padre (43.8,9). Así manifiesta
poseer cualidades espirituales de las que carecían por completo los
demás. De ahora en adelante, la frase «Judá y sus hermanos» se
hará frecuente, señalando así el nuevo papel de caudillo que Judá

78
Los orígenes del pueblo de Dios

acaba de adquirir (44.14). El crecimiento espiritual de Judá se hace


evidente en su encuentro con José, que es aún un desconocido para
él, con motivo de la aparente falta de Benjamín (44.18-34). Cumple
la promesa hecha a su padre, mostrando su gran amor, tanto por su
padre como por Benjamín. Muestra también el gran cambio de
actitud habido en los hermanos que un día pudieron ver fríamente
cómo su hermano José era vendido como esclavo. Ahora Judá es-
taba listo y deseoso de ofrecer su vida por Benjamín, aunque pen-
saba que este había hecho algo incorrecto (44.32-34).
También José muestra un cambio notable. El jovencito más
bien orgulloso y vano de diecisiete años es ahora un hombre espiri-
tualmente maduro y humilde (45.5-8). Su visión de la soberanía de
Dios con respecto a su vida y a la de los demás hermanos (45.7-8)
puede compararse a la declaración de Pedro en Pentecostés (Hch
2.23,24). Pedro pudo ver que, aunque el Señor de la Gloria había
sido crucificado por hombres perversos con manos malvadas, todo
había sido parte del propósito de Dios, y en última instancia redun-
daría en bien para el pueblo de Dios.
La bendición de Jacob al llegar a Egipto, y la fraternidad
reinstaurada con José, son una profecía que resume mucho de lo
que ya hemos visto (cap. 49). Rubén, Simeón, y Leví son elimina-
dos de la preeminencia en la familia de Jacob (49.2-7) debido a los
serios fallos que había en su personalidad. La atención se centra en
Judá, que es proclamado jefe (v. 8). Más aun, la predicción del
triunfo que obtendría contra sus enemigos parece hacer referencia
a la promesa de Génesis 3.15, señalando que la semilla tanto tiem-
po esperada saldría de él (49.8). La imagen del león usada en el
versículo 9 será aplicada más tarde al pueblo de Dios (Mi 5.2-8), y
más específicamente al Cristo de la casa de David (Ap 5.5) .
El versículo 10, que se refiere al cetro de la casa de Judá,
predice claramente el establecimiento de la realeza entre el pueblo
de Dios, y el nombre Siloh puede que haga referencia al Rey de

79
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Reyes. La palabra «Siloh» puede ser traducida «aquel a quien per-


tenece», esto es, el reino de Dios. Las referencias en los versículos
11 y 12 a la sangre y al color rojo pueden tener también tonos
mesiánicos y aludir a la cruz. Pero algo sí es seguro: Este pasaje le
da a Judá la preeminencia por encima del pueblo de Dios y mira
hacia él como quien traería al Libertador.
Después de la muerte de Jacob, los temores de los hermanos
con respecto a la posible venganza de José fueron rápidamente
disipados por él mismo en sus palabras de consuelo (50.19-21). La
visión interior que había ido adquiriendo con respecto al significado
de su propia experiencia sobre la forma en que Dios había conver-
tido todo en bien podría ser un resumen muy adecuado de la lección
recibida por el pueblo de Dios en todo este período de los patriar-
cas: «Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para
mantener en vida a mucho pueblo».
Cuando el pueblo se quedó en Egipto, la promesa hecha por
Dios a Abraham se convirtió en la esperanza de Israel.
Aquí podemos ver por tanto, el principio de la obra de Dios en
medio de su pueblo, que el propósito divino de tener un pueblo san-
to, sin mancha, delante de él en amor, no pudo ser torcido por los
fallos de los hombres. Dios escogió y llamó a pecadores, los hizo
hijos suyos, y los moldeó para que llegaran a ser lo que Él quería
que fueran. Desde Set hasta Noé, desde Sem hasta Abraham, des-
de Isaac hasta Jacob y Judá, Dios siguió llevando adelante esa
Semilla que habría de triunfar sobre sus enemigos y los de su pue-
blo. El propósito divino nunca pudo ser derrotado por las maldades
y los fallos de los hombres. Este primer libro de las Escrituras, es
un grandioso testimonio de la gracia soberana de Dios.

80
CAPÍTULO 3

LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO DE


DIOS
(ÉXODO - DEUTERONOMIO)

I. Rescate de Egipto (Éx 1—19)


La familia de Jacob había bajado a Egipto en tiempos de José
con una compañía de unas 70 personas. Esto había sucedido de
acuerdo con la palabra dada por Dios mucho antes a Abraham (Gn
15.13). Cuando Jacob entró a Egipto para ver a su hijo, el Señor le
aseguró que iría con él y le haría allí una gran nación (Gn 46.3).
Tanto a Abraham como a Jacob y a José, Dios les da seguridad de
que traería a su pueblo de regreso a Canaán (15.14; 46.4; 50.24).
Ahora, después de varios cientos de años, el pueblo está toda-
vía en Egipto, y en estado de esclavitud. A pesar de esto, Dios lo ha
bendecido ricamente y lo ha hecho crecer (1.7). A medida que
Dios bendecía a los israelitas, los egipcios se iban haciendo más
duros con ellos. La razón que se da es el cambio de monarquías en
Egipto. Los que habían favorecido a José y a los israelitas ya no
estaban gobernando (1.8). La referencia a un nuevo rey puede
significar una nueva dinastía en Egipto, una nueva familia en el
poder. Algunos creen que los que gobernaban cuando José y su
familia fueron a Egipto eran los hicsos, un pueblo de origen semítico
que gobernó a Egipto por algún tiempo. Siendo semitas, se inclina-
rían más a favorecer a los israelitas, también de ascendencia semi-
ta, que los egipcios nativos.

81
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Como quiera que fuese, los egipcios eran ahora hostiles a Is-
rael, y lo esclavizaban cruelmente (1.10-14). Su crueldad alcanzó
grandes dimensiones, hasta el punto de exterminar a todos los hijos
varones (1.15s) aunque las parteras de Israel, que eran fieles, lo
evitaron (1.17).
Un hecho notable de precaución para proteger a su hijo fue el
de la madre de Moisés. Esta mujer piadosa, no teniendo fuerza en
sí misma para proteger a su niño recién nacido, se lo encomienda a
Dios y lo pone dentro de un bote de papiro en el río Nilo (2.1ss).
Por providencia divina esta confianza en el Señor fue bendecida, y
Moisés no solo fue salvado de ser matado sino que fue criado en el
palacio del rey. Encima de ello, fue cuidado por su propia madre.
Así quedaba expuesto a la vez a la mejor educación posible en el
mundo antiguo, y a la alimentación espiritual de su fe por su propia
madre. Dios le tenía preparada una labor especial a este niño.
En el capítulo 2 se nos cuenta de un fracasado intento realizado
por Moisés para liberar a su pueblo de la opresión (2.11s). Lo que
hizo, lo hizo como un acto de fe. Así nos dice el escritor de Hebreos
(11. 24-26). Sin embargo, fracasó y se vio forzado a huir de Egipto.
Todavía no estaba preparado para la gran tarea que Dios le tenía
reservada: la liberación de su pueblo. Le hacían falta aún varios
años de humillación, de aprender a ser paciente, y a confiar solo en
Dios. El Señor le proporcionó un lugar en el desierto y unas cir-
cunstancias que le permitieron llegar a la madurez espiritual que
Dios deseaba (2.16-22).
Mientras tanto, Dios no había olvidado a Israel en su sufrimien-
to (2.24). Estaba preparándole el camino de su liberación en la
persona de Moisés, que es ya un hombre maduro (cap. 3). Moisés
era pastor. Es notable la cantidad de grandes caudillos de Dios que
fueron pastores antes de guiar al pueblo de Dios. Por supuesto,
pensamos en Abel, Abraham, Isaac, y Jacob, que fueron todos
cuidadores de ganado. Más tarde, David aprenderá muchas de las

82
La liberación del Pueblo de Dios

verdades básicas del cuidado que Dios tiene con su pueblo, mien-
tras trabajaba como pastor (ver Salmo 23). El profeta Amós fue
también un pastor, y los profetas se referían con frecuencia a los
líderes de Israel como pastores. En el Nuevo Testamento Jesús se
llama a sí mismo el «Buen Pastor» y se presenta como ejemplo de
lo que deben ser todos los que Dios llame a guiar a su pueblo (Jn
10). Pedro hace referencia a los jefes de la iglesia como a pastores
del rebaño (1 P 5.1-4; cf. Hch 20.28s).
Cuando Moisés tenía unos ochenta años de edad, Dios tuvo un
encuentro con él en medio de una zarza en el desierto de Sinaí, o de
Horeb, como también es llamado (3.1). Sabemos su edad aproxi-
mada gracias a diversos pasajes que hemos podido comparar. Éxo-
do 7.7 y Hechos 7.23 indican que en este momento tenía unos
ochenta años. Esto significaría que Moisés había estado ya unos
cuarenta años en el desierto, cuidando los ganados de su suegro. A
pesar de ser un hombre de educación y cultura, tuvo que ser mol-
deado para llegar a ser el hombre que Dios quería que fuera.
En el primer encuentro que tiene Moisés cara a cara con el
Señor, este se le aparece como el Dios de sus padres, establecien-
do con ello una continuidad con el pacto que había hecho con los
patriarcas (3.6). Tal como le había prometido anteriormente a
Abraham, estaba ya listo para sacar a su pueblo de la esclavitud.
En el versículo 10 le dice detalladamente a Moisés cuál ha de ser
su papel.
Podemos notar que Moisés ha perdido ya su vana confianza en
sí mismo, y en sus años de humillación ha llegado a darse cuenta de
sus propias limitaciones (3.11). Esto es algo imprescindible para los
siervos de Dios. La respuesta de Dios es más que adecuada: «Yo
estaré contigo» (3.12).
Fijado ya este contexto, Dios procede a designar el nombre por
el cual le habrá de conocer su pueblo (3.14,15). El nombre que
Dios se da —la mejor forma de traducirlo— es «Yo seré», o «Yo

83
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

estaré». En el contexto, podemos ver que su significado es que


Dios estará con su pueblo.
No es solamente una expresión de la esencia de Dios, sino más
bien expresa su presencia con su pueblo. En el versículo 12 había
dicho: «Yo estaré contigo». Ahora, en el versículo 14 declara que
su nombre es «Yo seré» (la forma verbal en hebreo es exactamen-
te la misma en ambos versículos: la primera persona singular del
verbo hebreo «ser o estar» en la forma del imperfecto, o acción
incompleta). Por consiguiente, cuando dice en el versículo 15 que
este será su nombre para siempre, hemos de entender que él pue-
blo de Dios lo conocerá de ahora en adelante como el Dios que
estará con su pueblo para siempre. Así, el nombre personal del
Señor se convierte en Yahweh en el idioma hebreo (la tercera per-
sona del imperfecto del verbo «ser o estar»). Muchas Biblias lo
escriben como Jehová, o el Señor, es decir, «Él estará con noso-
tros». Posteriormente, el Señor le dará a su pueblo el modelo del
tabernáculo como signo visible de su presencia en el mismo centro
del campamento de Israel. Y mucho más tarde, en una época de
decadencia para Israel, cuando está amenazado por sus enemigos,
Dios declarará que nacerá un hijo en Israel, como señal de espe-
ranza, y su nombre será llamado Emmanuel (Dios con nosotros) (Is
7.14). Cuando nace Jesús en Belén, Mateo nos dice que este fue el
cumplimiento de la profecía de Isaías en el Antiguo Testamento.
Jesús es Dios con nosotros. En realidad, sus palabras finales a la
Iglesia antes de subir al Padre, fueron: «He aquí yo estoy con voso-
tros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28.20). Ver también
en Hechos 18.9,10 la continua seguridad de su presencia con su
pueblo después de su ascensión.
La revelación dada aquel día a Moisés debería convertirse por
tanto en la gran esperanza del pueblo de Dios y la gran respuesta a
todas sus necesidades: la presencia continua de Dios con su pue-
blo. Veremos cómo una y otra vez les asegura a su pueblo y a sus

84
La liberación del Pueblo de Dios

verdaderos jefes, que él estaba con ellos. Esto es lo único que hace
posible la labor continua de la iglesia hoy en el mundo.
A pesar de todo esto Moisés no se sentía seguro todavía. Su
miedo seguía basándose en sus sentimientos de incapacidad. Con
razón, temía que el pueblo no le escuchara, ni aceptara lo que él
decía como procedente del Señor (4.1). La respuesta de Dios fue
darle poderes milagrosos ese día para demostrar la presencia de
Dios y su aprobación de lo que él dijera e hiciera (4.2s). En el
versículo 5 se nos dice explícitamente cuál habría de ser la función
de los milagros que Dios realizaría a través de Moisés: hacer creer
al pueblo que Moisés era un enviado del Señor, y que no había ido a
él a hablarle con su propia autoridad humana.
Este pasaje es muy importante para ver la relación exacta que
hay entre los milagros bíblicos y la revelación. Dicho llanamente,
los milagros fueron dados a Moisés para dejar en claro que hablaba
en nombre de Dios y para darle autoridad a lo que enseñaba. Ve-
mos además que los milagros de la Biblia aparecen principalmente
en los tiempos de una nueva revelación escrita. Hay ciertos grupos
de milagros en este período, que es el primero de la revelación
escrita, la época de Moisés. Posteriormente, en tiempos de Elías y
Eliseo, que fueron los precursores de los grandes profetas escrito-
res, tenemos otro grupo de milagros; y un grupo menor en la época
de Daniel. En el Nuevo Testamento el grupo mayor se halla por
supuesto alrededor de Cristo, en la presentación del evangelio, y en
menor grado, alrededor de sus apóstoles, tanto antes como después
de su resurrección y ascensión. Dios les dio estos poderes milagro-
sos a sus siervos con un propósito específico, y a través de ellos
afirmó su autoridad como dadores de una nueva revelación que
provenía de Dios. Por tanto, parece válido concluir que la era de los
milagros quedó cerrada cuando se cerró la de la nueva revelación,
al final de la Era Apostólica.

85
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

A pesar de la renuencia de Moisés, Dios lo hace salir del de-


sierto y presentarse al faraón (4.13; 5.1). Los capítulos 5 a 11 na-
rran los encuentros entre Moisés y el faraón, y aunque este segun-
do intento de liberar al pueblo de Dios parecía destinado al fracaso,
al igual que el primero, de hacía cuarenta años, el Moisés con que
nos encontramos ahora es distinto. No vuelve a huir al desierto. Se
presenta ante Dios como un auténtico mediador, en busca de segu-
ridad (5.22,23). Y que Dios le da a Moisés la seguridad de que él
está de veras con él, recordándole cuál era su nombre: «Dios está
contigo» ( 6.2s) .
La respuesta de Dios a Moisés en aquella ocasión contiene lo
que podríamos llamar en verdad el vocabulario de la redención [6.6-
8. Habla de sacar de debajo de las tareas pesadas de Egipto (v.
6; cf Mt 11.28); la liberación de su servidumbre (v. 6; cf. Ro 3.24);
adopción (v. 7; cf. Ef 1.5); saber que él es Dios, o creer en él (v.
7; cf. Os 4.6; Flp 3.10; 2 Tim 1.12); meter en la tierra (v. 8; cf. Mt
25.21); y la heredad (v. 8; cf. 1 P 1.4). Lo que queremos decir con
esto es que Dios en aquel día le hizo saber a Moisés cuáles eran sus
propósitos inmediatos para Israel pero al decirlo, utilizó un vocabula-
rio que se convertiría en el vocabulario esencial del pueblo de Dios
para comunicar al mundo el evangelio de salvación.
El capítulo 7 comienza a relatar la serie de milagros y señales
que serían hechos por la mano de Moisés. Se hace claro que lo que
él debía hacer se encuentra unido a lo que debía decir. Aquí se
presenta claramente el oficio del profeta de Dios. Dios sería con
respecto a su profeta lo mismo que Moisés era con respecto a
Aarón. Tal como Aarón debería hablar lo que Moisés le dijera que
hablara, el profeta debería hablar lo que Dios le dijera (7.1,2).
La expresión utilizada aquí y en otros lugares, de que Dios
endureció el corazón del faraón, necesita ser explicada (7.3,13ss).
En Génesis 6.5 y 8.21 se nos dice que el corazón natural del hom-
bre es siempre malvado y solo malvado. Por tanto, suponer que en

86
La liberación del Pueblo de Dios

este momento Dios hace que el corazón del faraón sea obstinado y
rebelde cuando por naturaleza habría estado inclinado a obedecer-
le, es erróneo. La palabra «endurecido» usada aquí estaría mejor
traducida como «dejó que se endureciera». Dios no hizo peor al
faraón; simplemente, rehusó frenarlo para que no hiciera el mal.
Dejó que el corazón del faraón se fijara en sus tendencias naturales
a la maldad. En el Nuevo Testamento, Pablo describe un fenómeno
similar en Romanos capítulo 1, cuando habla de los malvados que
«Dios entregó a pasiones vergonzosas ... a una mente reprobada»
(Ro 1.26,28). Dios aquí simplemente se abstiene de intervenir, como
hace con frecuencia en las vidas de los hombres, y no impide que el
faraón realice toda la maldad que estaba en su corazón.
Quizá la razón por la que Dios permitió que los magos y encan-
tadores de Egipto igualaran algunos de los milagros suyos, era po-
der probar la fe de Moisés y Aarón, provocando al mismo tiempo
pensamientos de vanidad en los egipcios (7.11,22ss). Las obras de
esos magos fueron reales muy probablemente, y no simples ilusio-
nes. Las Escrituras dicen que las hicieron, pero no por su propio
poder, claro está. Deben de haber estado tan sorprendidos como lo
estaba la bruja de Endor más tarde, cuando, con la ayuda de Dios,
trajo a Samuel de entre los muertos hasta su presencia.
Los capítulos siguientes narran los diversos milagros que sir-
vieron para mostrar el favor de Dios hacia su pueblo (8.22, 9.4,6ss)
y para humillar a los egipcios (9.22ss). Pero el corazón del faraón
continuó siendo duro hasta el final. Aunque parecía fluctuar entre
la sumisión a la voluntad de Dios y el obstinado rechazo de la idea
de permitir que Israel se marchara, no hay evidencias de que su
corazón haya cambiado realmente jamás, sino que siguió en la du-
reza que le era connatural.
En el capítulo 11 leemos la culminación de las plagas milagro-
sas lanzadas contra Egipto. El propósito divino era a un tiempo
bendecir a su pueblo y juzgar a Egipto. Para hacerlo, le dio riquezas

87
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

a Israel y le proporcionó una vía de escape para que no sufriera el


juicio que estaba a punto de caer sobre la tierra. Las riquezas eran
los despojos de joyas y tesoros tomados a los egipcios (11.2,3). El
juicio era la muerte de los primogénitos de todo Egipto en una sola
noche (11.4-6). La forma como Israel se libraría de este terrible
juicio estaba en conexión con la Pascua y la fiesta del pan sin leva-
dura (11.7, cap. 12).
Las instrucciones para el sacrificio del cordero pascual, dadas
en 12.1-11, tienen en sí todos los elementos de la redención. Prime-
ramente, hay un cordero por cada casa, un cordero macho sin
defecto (12.3,5), comparable al Cordero de Dios (Jn 1.29; 1 P 1.19),
cuya sangre deberá ser derramada (12.7; Heb 9.22; 1 Jn 1.7).
También hay juicio contra el pecado (12.13; ver también Mt 23.33;
Lc 21.36; Ro 2.3; Heb 2.3; 12.25). Para los que obedecían a Dios
y confiaban en él, el cordero era un sacrificio vicario (12.13; cf. Gn
22; Jn 1.29; 1 P 1.18,19). Finalmente, se establece un sacramento
como memorial de este suceso, una señal y sello de la obra que el
Señor había hecho (12.14; cf. Lc 22.20; 1 Co 5.7; 11.25; Ro 3.25).
En este suceso, Dios pone énfasis una vez más en la importancia
que tiene la instrucción de los padres en relación con el conoci-
miento de Dios entre los hijos de los creyentes. Como le había
dicho a Abraham, de nuevo hace recaer sobre los padres creyentes
la responsabilidad de aprovechar todas las oportunidades para dar
a sus hijos razón de su fe y glorificar a Dios delante de ellos
(12.26,27).
La verdadera obra de redención se narra en 12.29ss. El despo-
jo de los egipcios, ayudado por Dios (12.35,36), estaba acorde con
el hecho de ser Dios el poseedor de todas las cosas. Él le confió a
Israel esas posesiones en aquel día. Y a Israel se le exigiría que
diera buena relación de su uso de ellas como administrador, tal
como lo habían sido los egipcios.

88
La liberación del Pueblo de Dios

Se nos dice que había unos 600.000 hombres, sin contar los
demás que dejaron Egipto. Hay quien ha estimado la población
total de los israelitas que vivieron en Egipto en alrededor de dos
millones y medio (12.37).
La multitud de toda clase de gentes mencionada en 12.38 (ver
también Nm 11.4) puede que haya estado integrada por egipcios y
otros extranjeros que se habían ido uniendo a los israelitas durante
los últimos 400 años de su historia. Sin embargo, una explicación
mejor parece ser que el término «multitud de toda clase de gentes»
haga referencia a la mezcla espiritual que había entre los israelitas.
No todos los que salieron de Egipto eran hijos de Dios. Abundaban
entre ellos los no creyentes. Esto se manifiesta claramente en las
pruebas que Israel tuvo que sufrir en el desierto. Al parecer, este
era el sentido que Pablo le daba al texto (1 Co 10.1-11). También
podríamos comparar las palabras del escritor de Hebreos (Heb
3.16-19) y de Judas (v. 5).
La época en que tuvo lugar el Éxodo sigue siendo un gran
problema. En 12.40 se nos dice que el tiempo que Israel estuvo en
Egipto fue de 430 años. Esto está de acuerdo con los 400 años de
aflicción que Dios le había predicho a Abraham (Gn 15.13). Tam-
bién Pablo hace referencia a los 430 años como el tiempo transcu-
rrido entre la promesa por fe y la entrega de la Ley. Al parecer,
considera la promesa en fe como lo que Jacob llevó consigo a Egip-
to, y sirvió de apoyo al pueblo de Dios durante los 430 años que
habitó allí (Gá 3.17). En 1 Reyes 6.1 se considera que han pasado
480 años desde el Éxodo hasta el cuarto año del reinado de Salomón.
Debido a ciertas inconsistencias aparentes en las fechas que tene-
mos y a nuestra imposibilidad de conocer el método usado para
contarlas, los eruditos conservadores no se han podido poner todos
de acuerdo con respecto a la fecha del Éxodo. Hay buenos argu-
mentos a favor de considerarlo de una fecha que se remonta al
siglo quince antes de Cristo, pero también los hay a favor de una

89
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

fecha posterior, el siglo trece. No vamos a intentar aquí dejar re-


suelta una cuestión que nunca lo ha sido satisfactoriamente. No es
imprescindible saber la fecha secular de este suceso; lo que es
importante es saber que sucedió unos 430 años después de la llega-
da de Jacob a Egipto. Durante ese tiempo, la familia se convirtió en
una gran nación formada en el seno de la opresión egipcia.
El significado de la experiencia de la Pascua se desarrolla más
ampliamente en el capítulo 13. Aquí podemos ver que, al salvar a
los primogénitos de Israel el Señor reclama su derecho sobre ellos
(13.2). Más tarde tomará a los levitas en lugar de los primogénitos
de todo Israel para que se dediquen especialmente a su servicio.
Lo que quiere decir esto es que los primogénitos representan a todo
el pueblo. El juicio sobre los primogénitos de Egipto es un juicio
contra todo el pueblo. La salvación de los primogénitos de Israel es
la salvación de todo el pueblo. Ahora Dios reclama para sí a los
primogénitos, lo que equivale a reclamar a todo el pueblo para que
le sirva. Es posesión divina. Al final, todos habrán de ser un reino
de sacerdotes (19.6).
El derrocamiento del enemigo, Egipto, está presentado en forma
narrativa en el capítulo 14, y celebrado en forma poética en el 15. En
este suceso vemos al mismo tiempo la debilidad de la fe del pueblo
(14.10-12) y la fortaleza de la fe de Moisés cuando los impulsa a
confiar en Dios (14.13-14). Al final, la meta sería la gloria de Dios
(14.18). El mensaje de Génesis 3.15 se hace presente de nuevo,
puesto que Dios ha prometido derrotar a los enemigos de su pueblo.
El himno de victoria de Moisés recogido en el capítulo 15 alaba
tanto las obras de Dios (v. 1 s) como su poder (v. 6 s). El himno está
centrado en la idea de que el Dios de Israel es único (v. 11). Se cierra
con una fuerte expresión de confianza en que Dios llevará a cabo sus
propósitos de atraer a su pueblo hacia sí (v. 17). El versículo final
(18) declara el reinado de Dios sobre su pueblo para siempre. Para
los que sean fieles nunca habrá más rey que el Señor.

90
La liberación del Pueblo de Dios

Apenas había el pueblo visto a sus enemigos derrotados, tuvo


que enfrentarse a nuevas pruebas a su fe en Dios (14.31; 15.22-
26). La mayoría de los lugares o paradas mencionadas en el cami-
no de Israel a través del desierto son con seguridad desconocidas
hoy en día. Hasta el emplazamiento del monte Sinaí ha estado en
discusión. Pero más importante que localizar estos sitios es saber lo
que Dios le fue enseñando al pueblo a medida que pasaba de un
lugar a otro, forzado a vivir confiando en él.
Las murmuraciones frecuentes del pueblo (15.24; 16.2; 17.3, etc.)
indican tanto la debilidad en esos momentos, de la fe de los hijos de
Dios como la resistencia de los no creyentes entre el pueblo de Dios.
La promesa del maná para que el pueblo comiera es solamente
un ejemplo de cómo Dios les fue proporcionando el pan de cada día
(16.4-15). La palabra «maná» viene de dos palabras hebreas que
significan «¿Qué es esto?» Al parecer, el pueblo le dio este nombre:
«Como quiera que se llame». Es significativo que Dios le haya
hablado de la observancia del sábado al pueblo aun antes de darle
los Diez Mandamientos (16.22-30). Esto indica en primer lugar que
el descanso sabático ya era una ordenanza establecida en el pueblo
de Dios. Sus orígenes se remontan hasta los mismos tiempos de la
creación. Por tanto, la observancia del sábado era la voluntad de
Dios para todos los hombres. En segundo lugar, como se indica
aquí, la observancia sabática está en el contexto de la promesa
divina de proporcionar suficiente para el sustento familiar en seis
días, de modo que pudieran descansar en el séptimo de todas sus
preocupaciones diarias. Por tanto, nadie tendría que trabajar en día
sábado por necesidad. Esto está de acuerdo con la afirmación he-
cha por Jesús de que el sábado fue hecho para el hombre, y no el
hombre para el sábado (Mr 2.27).
A pesar de la murmuración del pueblo, se manifiesta la pacien-
cia de Dios en la forma en que satisface sus necesidades (17.6) y
los libera de su enemigo (17.8-16).

91
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El capítulo 18 muestra cómo el pueblo de Dios usó lo que había


aprendido en el mundo secular al servicio del reino de Dios. El
consejo del suegro de Moisés con respecto a su posición dirigente,
fue un consejo muy acertado (18.18-23). El que Moisés haya res-
pondido favorablemente a dicho consejo es algo digno de elogio
(18.24). También los hombres de la estatura de Moisés pueden
aprender de los demás, aunque sean inferiores a ellos. Esto es algo
que debe aprender todo jefe.
El capítulo 19 es el punto culminante de toda la sección (Éx
1—19). Cuando Israel llega al monte Sinaí y Moisés se presenta
ante el Señor, este le recuerda primeramente al pueblo lo que ha
hecho por él. El rescate de manos de los egipcios se describe como
«ser tomados en alas de y águilas, y traídos ante Él. En este mo-
mento, Dios expresa también una vez más su propósito de tener un
pueblo santo, un reino de sacerdotes (19.6). Así vemos que se pre-
senta una vez más la fórmula: 1) lo que he hecho por ti; 2) lo que te
he llamado a hacer y ser.
También en el Nuevo Testamento vemos expresiones similares
con respecto a la obra de Dios, seguidas de lo que él espera de
nosotros: Romanos 12.1,2 está a continuación del largo desarrollo
que hace Pablo sobre lo que Dios ha hecho por nosotros; 1 Pedro
2.1-9 expresa los propósitos divinos en términos muy similares a los
que encontramos aquí en el Éxodo. También podríamos comparar-
los con Apocalipsis 1.6 y 5.10, que utilizan la frase «reino de sacer-
dotes» para expresar la meta final que Dios le tiene preparada a su
pueblo. Por tanto, estamos viendo cómo las metas y los propósitos
de Dios nunca han cambiado en realidad.

II. La entrega de la Ley al pueblo de Dios (Éx 20 - Dt.)


A. Los Diez Mandamientos (Éx 20.1-17)
Debemos enfatizar de nuevo que los Diez Mandamientos son
dados en un contexto en el que se expresan las metas que tiene

92
La liberación del Pueblo de Dios

Dios para su pueblo y según el agrado de su voluntad. Por tanto,


son un retrato de esa voluntad, y a menos que pensemos que son
una expresión arcaica de la voluntad divina que ya no tiene impor-
tancia, sería bueno que recordásemos que el Nuevo Testamento no
abroga sino que confirma la Ley de Dios.
Juan declara, en 1 Juan 2.3,4,7, que demostramos ser hijos de
Dios si obedecemos sus mandamientos. Pablo, en Romanos 3.31,
después de predicar sobre lo esencial del evangelio, declara que este
no invalida la Ley, sino al contrario, la confirma, es decir, hace posible
que los hijos de Dios la obedezcan. Por último, nuestro Señor, en el
Sermón del Monte, declara sin dejar lugar a dudas que la Ley de
Dios es parte muy importante de su reino, y que los hijos de Dios
deberán obedecerla (Mt 5.17-19). A continuación da una exposición
de los Diez Mandamientos, como para no dejar lugar a dudas acerca
de qué ley era a la que se estaba refiriendo (ver Mt 5.21ss).
La introducción a los Diez Mandamientos sirve para recordar
una vez más lo que Dios ha hecho por su pueblo. Por tanto, sobre la
base de que Dios ha liberado a su pueblo de la casa de esclavitud,
es decir, en la demostración del amor de Dios por su pueblo (20.2),
ahora deben expresarle su amor por él obedeciendo su voluntad
(20.3ss). Fue Jesús mismo quien dijo: «Si me amáis, guardad mis
mandamientos» (Jn 14.15; ver 1 Jn 5.2,3). Jesús enseña también
que el amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo es el resumen de
toda la Ley de Dios (Mt 22.34-40). De manera que nos encontra-
mos una vez más con el propósito de Dios de tener un pueblo santo
y sin mancha ante él, en amor.
En el primer mandamiento (20.3), la traducción estaría mejor si
dijera «junto a mí» con el sentido de «además de mí». La palabra
que se usa aquí nunca significa «en lugar de». Aquí Dios está exi-
giendo toda la devoción de su pueblo. Nunca deberá haber espacio
en sus vidas para otra clase de dios u objeto de devoción o entrega
además de él.

93
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En los días de Acab, perverso rey de Israel, apareció de repen-


te la figura de Elías para sacar al pueblo de la vacilación en que se
hallaba entre el Señor y Baal. Elías los acusa de oscilar entre dos
posiciones (1 R 18.21) y los exhorta a escoger entre seguir al Señor
o seguir a Baal, pero nunca tratar de seguirlos a ambos. También
Jesús, usando un lenguaje muy llano, declara que no podemos ser-
vir a Dios y a Mamón (las riquezas). O apreciamos a uno y menos-
preciamos al otro, o viceversa. No podemos servir a dos señores
(Mt 6.24). De igual manera Santiago nos previene contra la doble
inclinación (Stg 1.8). Pablo se refiere tristemente al destino de al-
gunos que aparentan buscar la fraternidad cristiana, pero cuyo dios
era su propio vientre (Ro 16.18, Flp 3.19). Por último, Jesús ilustra
gráficamente la insensatez de los que tratan de vivir así en la pará-
bola del mayordomo infiel (Lc 16.1-13). El tema de esa parábola es
que los hijos de este mundo (la descendencia de Satanás) sirven
fielmente a su dios, Mamón, mientras que los hijos de Dios no son
tan perseverantes ni tan hábiles para servir al Señor (16.8). Dios
llama a sus hijos a serle fieles, lo que quiere decir que han de servir-
le solo a él (16.10-13).
El segundo mandamiento tiene por objeto un conocimiento co-
rrecto de Dios. El Señor, con todo derecho, llama a los suyos a que
lo conozcan con verdad y rectitud (ver Os 4.1; 6.6).
Los hombres no pueden conocer a Dios a base de expresar sus
propios conceptos de él nacidos en sus corazones vanos y pecado-
res, ya sea a través de ídolos hechos con sus manos, o con sus
vanos pensamientos filosóficos sobre Dios. No se puede conocer a
Dios a través de los pensamientos y conceptos humanos con res-
pecto a él. Una y otra vez, el Señor advierte a Israel que no haga
imágenes talladas, que responden a las imágenes que el hombre se
hace de él (Éx 34.14-16). Cada vez que desobedecían y se hacían
imágenes, como en el incidente del becerro de oro (Éx 32), los
resultados eran trágicos (ver también 2 R 21.7-9).

94
La liberación del Pueblo de Dios

Cuando leemos escritos antiguos como las mitologías babilónicas


—sus dioses, su narración de la creación—, o los mitos de los grie-
gos, vemos que los hombres intentaron crear a sus dioses siguiendo
su propia imagen, es decir, como hombres pecadores.
Pero si el segundo mandamiento prohíbe que expresemos de
forma alguna nuestros propios conceptos de Dios nacidos en nues-
tros corazones pecadores, también señala la forma verdadera de
llegarlo a conocer, es decir, la revelación que él hace de sí mismo.
En Éxodo 33, después del incidente del becerro de oro, Moisés
quiso conocer a Dios correctamente para enseñar a su pueblo la
verdad con respecto a él (33.13). Cuando Moisés pide ver la gloria
de Dios (33.18), la respuesta del Señor es: «Yo haré pasar todo mi
bien delante de tu rostro» (v. 19). En realidad, lo que el Señor le
mostró a Moisés aquel día, tenía la forma de una revelación verbal
sobre sí mismo. Así lo vemos en el capítulo siguiente (34).
Éxodo 34.6,7 es la revelación verbal que Dios hace de sí mis-
mo: su gloria y su bondad. Esto se convirtió en el conocimiento
básico de Dios que retendría su pueblo a través de todo el período
de la revelación. Esta descripción y conocimiento de Dios serían
más tarde la base de la intercesión de Moisés a favor de Israel en
un momento en que Dios estaba disgustado con el pueblo (Nm
14.18). También sirvió de base al llamado hecho por Joel, uno de
los primeros profetas escritores, para que Israel se arrepintiese y
volviese a Dios (Jl 2.13). Incluso era el motivo que daba Jonás a su
oposición a ir a Nínive para predicar: sabía que Dios era así, y no
deseaba la salvación de Nínive (Jon 4.2). El salmista recordará con
frecuencia esta revelación verbal de Dios como la base de la espe-
ranza (Sal 103.8). Finalmente, en la época de la restauración des-
pués del exilio, esta revelación recibida por Moisés fue la base del
llamamiento posterior al exilio a que el pueblo de Dios regresara a
la fe (Neh 9.17).

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Cuando entramos en el Nuevo Testamento leemos en Juan 1.1


que la Palabra era Dios y que la Palabra se hizo carne y habitó en
medio de nosotros (1.14). Así, la revelación verbal de Dios dada a
Moisés, ahora en Cristo se reviste de carne y sangre y vive ante los
ojos de los hombres. Diversos textos del Nuevo Testamento esta-
blecen el hecho de que Jesucristo es la imagen misma del Dios
invisible (Flp 2.6; 2 Co 4.4; Col 1.15; Heb 1.3). Además, el Nuevo
Testamento llama a los creyentes a llevar en sí la imagen de Cristo,
reflejándola en sus propias personas (Ro 8.29; 1 Co 15.49; 2 Co
3.18; Col 3.10).
Por tanto, podemos ver por qué Dios prohibió hacer imágenes
talladas por manos de hombres. Él nos tenía reservada una revela-
ción mucho mayor de sí mismo: primeramente en forma verbal, y
posteriormente en la carne; primero en su Hijo, y después en sus
hijos, quienes por fe son conformados a la imagen de su Hijo.
Cuando consideramos esta revelación verbal de Dios en Éxo-
do 34.6,7, vemos en ella dos cosas: en primer lugar, la misericordia
de Dios hacia los pecadores arrepentidos; misericordioso, bonda-
doso, tardo para la ira, abundante en amor y verdad, que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión, y el
pecado. En segundo lugar, la severidad y el juicio de Dios contra los
pecadores. Dios no tiene el menor deseo de pasar de largo junto al
pecado o sus consecuencias. Él es santo y su pueblo debe ser santo
también. El pecado será tratado, o bien por medio del perdón, cuan-
do los hombres reconozcan su pecado y crean en el Señor, o por
medio del castigo, cuando no lo hagan. Puesto que este segundo
mandamiento y la revelación de Éxodo 34 son ambos para el pue-
blo de Dios, debemos comprender la advertencia hecha contra el
pecado. El Dios que perdona a aquellos que se arrepientan y crean
en Él, enviará a pesar de todo las consecuencias de ese pecado
sobre ellos. David es un ejemplo claro de esto, puesto que, aunque
Dios le aseguró que le había perdonado sus pecados, pagó sus con-

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La liberación del Pueblo de Dios

secuencias por todo el resto de su vida, y estas consecuencias al-


canzaron a sus propios hijos y a los hijos de sus hijos.
El tercer mandamiento está estrechamente relacionado con el
segundo (20.7). La palabra «tomar» estaría mejor traducida por
«llevar». Esto es lo que significa: «cargar», «llevar» el nombre de
Dios ante los hombres. Las palabras «en vano» significan «sin pro-
pósito» o «descuidadamente». A menudo pensamos que este man-
damiento se opone a las maldiciones y a las cosas profanas en las
que se usa el nombre de Dios. Ciertamente se opone a esta prácti-
ca, pero significa mucho más que eso. Hemos visto cómo los hijos
de Dios deben llevar el nombre, la imagen, y la gloria de Dios en
sus vidas diarias, por la obediencia a su Palabra. Dios tiene en gran
estima su nombre, y toda su naturaleza divina que ha sido revelada
a los hombres en él (Éx 3.15). Su intención es que, por medio de
sus hijos, su nombre sea llevado por toda la tierra (Éx 9.16,17). Así
vemos cómo el salmista expresa este propósito en su vida (Sal
22.22) y exhorta a todos los hijos de Dios a que hagan lo mismo
(Sal 34.1-3). En el libro de los Hechos, se presenta el nombre del
Señor como algo vital para la salvación de los hombres (Hch 2.21;
2.38; 3.16; 4.12,18; 5.40; 9.15,27; 10.43). Por consiguiente, todo
hijo de Dios debe llevar su nombre ante los hombres, no vanamen-
te, o en forma ociosa, o sin propósito alguno, sino en forma tal que
toda su conducta glorifique a Dios y les muestre a los hombres de
forma correcta lo que es esperar en Cristo. Así vemos cómo Pablo
exhorta a los creyentes para que hagan todo lo que hacen, en el
nombre del Señor (Col 3.17; cf. 2 Tim 2.19). Así es como se lleva el
nombre de Dios ante el mundo en una forma que le es agradable a
él. El tercer mandamiento prohíbe cualquier otra forma de llevar el
nombre de Dios ante los hombres.
El cuarto mandamiento tiene relación con el sábado. Como ya
señalamos, la ordenanza del sábado no es nueva para el pueblo de
Dios (Éx 16.23). El principio sabático fue establecido, en realidad,

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

en la creación (Gn 2.1-3). Aquí hay dos mandamientos: el primero


es recordar el día sábado (puesto que ya estaba establecido como
un día especial por Dios); el segundo, santificarlo, separarlo de los
demás días de la semana, que son llamados días profanos, es decir,
días en los que se hacen los trabajos y actividades ordinarios.
Debemos destacar diversos principios con respecto al signifi-
cado y observancia del sábado que están relacionados con este
mandamiento. Primeramente, en el sábado no tendremos que satis-
facer nuestras propias necesidades trabajando. Encontramos esta
lección en Éxodo 16.23s, al que ya nos hemos referido. Dios prove-
yó suficiente en los seis días profanos o días de trabajo de la sema-
na para cubrir las necesidades del pueblo en el séptimo. El sábado
era por tanto, en cierta forma, una manera de recordar la providen-
cia de Dios, puesto que el creyente descansaba y se acordaba que
lo que Dios le proveía era suficiente. Trabajar para ganarse la vida
en sábado indicaba una falta de fe en la provisión divina.
El segundo principio es que debemos usar el día para dar culto a
Dios. Levítico 23.3 llama al sábado la convocación sagrada hecha al
pueblo de Dios. Por consiguiente, algunos, es decir, los sacerdotes,
encontrarían que era un día de trabajo muy activo con respecto a
diversas labores sacerdotales (Lv 24.8; Nm 28.9). Debía ser un día
para reverenciar el santuario de Dios (Lv 19.30; 26.2).
El tercer principio es que el sábado es un día especial en el cual
Dios deleita al creyente. Primeramente, Isaías dice que el creyente
es bendecido por guardar el día sábado (Is 56.2-5), y después señala
que en este día debemos buscar no nuestra propia satisfacción sino
lo que agrade a Dios. Debe ser algo deleitoso, un día para gozar de la
amistad de Dios. En este sentido, podemos ver la celebración del día
sábado como una especie de muestra del mismo cielo. Ni que decir
tiene que si no podemos disfrutar de este único día en la semana con
el Señor y con el pueblo de Dios, estamos muy lejos de estar prepa-
rados para pasar la eternidad con Dios en el cielo.

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La liberación del Pueblo de Dios

El cuarto principio revelado en la Palabra de Dios es que el


sábado es una prueba para la fe del creyente. Según Jeremías 17.21-
23 Israel fue probado en esa forma. El hecho de que tantos prefi-
rieran las actividades profanas al gozo de la amistad con el Señor
era una manera de mostrar la extensión de la falta de fe en Israel.
En Ezequiel 20.12 se da un quinto principio. El sábado debe ser
para el pueblo de Dios, una señal, tanto de la necesidad de
ser santificado, como de la actividad de Dios para santificar a
su pueblo. Por ello, los sábados los pensamientos del pueblo de
Dios deberían estar en la meditación de su Palabra y la contempla-
ción de cómo él iba limpiando sus pecados día tras día. Es un tiem-
po para reflexionar sobre la obra continua que Dios realiza en la
vida de sus hijos, para alabanza de la gloria divina.
Por último, aprendemos otro principio más en Isaías 66.23. El
día sábado ha de expresar en la tierra el ideal del mismo cielo.
Isaías expresa el ideal del cielo en términos de la adoración que le
rinde a Dios su pueblo de un sábado a otro, es decir, continuamen-
te. Por tanto, en el sábado el pueblo de Dios da una muestra de la
adoración continua del cielo (cf. Ap 22.3).
Cuando pasamos al Nuevo Testamento, notamos primeramente
cómo interpreta Jesús la comprensión correcta del sábado como un
día que ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para él (Mr
2.27. Podemos ver ejemplos de cómo Jesús mismo usaba el sábado
en diversos pasajes: Marcos 6.2; Lucas 4.31; 13.10, y lo mismo po-
demos hacer con sus discípulos: Hechos 13.27,42; 15.21; 16.13; 17.2;
18.4. Vemos cómo en el día sábado ellos ocupaban su tiempo predi-
cando el evangelio, orando, y estudiando las Escrituras.
Se dan a los creyentes varias palabras de precaución con res-
pecto a la observancia del sábado. En una ocasión en que Jesús fue
acusado de violarlo junto con sus discípulos, enseñó que el uso fari-
saico del sábado estaba falto de misericordia (Mt 12.7) y prohibía
hacer el bien, es decir, lo que agrada a Dios (vv. 11,12). Esto basta

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

para advertir que la observancia del sábado nunca podrá ser usada
como excusa para juzgar sin misericordia, o para no tener compa-
sión hacia los demás. Jesús sanaba en sábado, como vemos aquí;
era recibido en las casas como invitado a cenar en sábado (Lc
14.1), y le ordenó a un hombre que cargara con su propia camilla
en sábado, porque al hacerlo estaba glorificando a Dios (Jn 5.10).
Pablo exhorta también a los cristianos a que no permitan que los
demás los juzguen con respecto a su observancia del sábado o de
cualquier otro día por esta razón (Col 2.16s). Es erróneo permitir que
otros legislen sobre como o por que medios podemos o debemos
observar el sábado. La observancia sabática es algo que queda es-
trictamente entre el creyente y su Señor. Lo que hagamos o dejemos
de hacer en ese día debe estar basado en nuestro amor a Dios y
nuestro deseo de estar en paz con él. Como se sugiere en Hebreos
4.1ss, la observancia del sábado es una figura del descanso eterno
del pueblo de Dios con él, y debería ser para nosotros como una
muestra de lo que será el cielo. Por tanto, debería ser utilizado para
esas cosas que esperamos hacer en el cielo cuando habitemos con
Dios y su pueblo en amor, gozo, paz, y alabanza para siempre.
El Nuevo Testamento introduce la práctica del Día del Señor, o
primer día de la semana, como el sábado cristiano, no por enseñanza
específica, sino por vía de ejemplo. Hallamos una práctica que se va
desarrollando gradualmente: la de hacer las reuniones cristianas de
adoración en el primer día de la semana (Hch 20.7; 1 Co 16.2) en
honor de la resurrección de Cristo, que tuvo lugar en ese día. Así
como el último día de la semana marcaba el final de la primera crea-
ción, el primero es el principio de la nueva creación en Cristo.
El quinto mandamiento se considera como un mandamiento de
transición que separa los primeros cuatro mandamientos de los úl-
timos cinco. Está en este lugar porque, como ya hemos señalado, el
hogar es el punto donde comienza la instrucción de los hijos con
respecto al Señor y a las relaciones con los demás hombres. Dios

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La liberación del Pueblo de Dios

ordenó que los padres fundaran hogares en los que se enseñaran


los rudimentos de su verdad (Gn 1.27; 2.18ss; 18.19). Enseñó ade-
más que la salvación misma les vendría a los hombres a través de
su hogar (la simiente de la mujer) (Gn 3.15) .
En Deuteronomio 6.4-9 se insiste en que haya un amor recto a
Dios y a su Palabra en los corazones de los padres, para que pue-
dan enseñarles en forma correcta a sus hijos la voluntad de Dios.
Como veremos posteriormente, el libro entero de Proverbios trata
de cómo han de instruir los padres a los hijos en la honra de Dios y
en el amor que deben tener para con los demás. El pasaje de Efesios
6.1-4 en el Nuevo Testamento es el equivalente de estos pasajes
del Antiguo. Los padres tienen un lugar único en la iglesia. Si son
fieles a Dios, será a través de ellos como aprenderemos primero
las cosas de Dios. Por consiguiente, la honra debida a nuestros
padres es una manifestación al mismo tiempo de amor y respeto a
Dios, y la forma de aprender cómo convivir con los hombres en el
mundo. Solo si Israel obedecía este mandamiento y si los padres
fieles enseñaban la Palabra de Dios, podía Israel esperar tener
larga vida en la tierra que Dios le había dado. Cuando se disolvie-
ron el respeto a los padres y la disciplina de los hijos, igual sucedió
con la paz de Israel en la tierra.
Los cuatro mandamientos siguientes deben ser estudiados jun-
tos. También hacen referencia al mismo tiempo a nuestro amor a
Dios y al amor por los demás seres humanos. Todos tienen que
ver con violaciones hechas al trabajo de Dios. El sexto manda-
miento prohíbe tomar la vida que Dios le ha dado al hombre, El
séptimo prohíbe violar el hogar que Dios ha establecido. El octa-
vo nos prohíbe quitarle a alguien las posesiones que Dios le ha
dado, ya que Dios es el dueño de todo, y solamente confía sus
propiedades a los hombres según le place. El noveno nos advierte
que no debemos dañar el nombre o la reputación de un hombre,
que también le vienen de Dios. La falta de amor a Dios tendrá

101
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

como consecuencia una serie de actos de violencia contra nues-


tro prójimo, en lugar de obras de amor.
El décimo mandamiento nos enseña que todos estos manda-
mientos pueden ser violados tanto en el corazón como abiertamen-
te con obras de maldad. A Dios le interesa el corazón, y sus manda-
mientos deben ser obedecidos en el corazón, y no con una simple
conformidad exterior. Es posible quebrantar los Diez Mandamien-
tos en el corazón sin haber hecho exteriormente ninguna maldad
visible. El pecado de codicia es pecado del corazón. Codiciar el
hogar de mi prójimo significa violar el octavo mandamiento. Codi-
ciar a su esposa es violar el séptimo. Jesús lo muestra llanamente
en Mateo 5.21,22,27ss. Desde que nos dio los mandamientos, el
Señor nos está señalando que deben ser obedecidos de corazón.
Aquí también Dios le enseña al pueblo que el motivo por el cual
le da los Diez Mandamientos es para que el pueblo de Dios no
peque (20.20).
Y sin embargo, Dios sabía que ellos habrían de pecar, por lo
que muy adecuadamente ordena leyes respecto al sacrificio junto
con los Diez Mandamientos (20.24-26). Esas leyes no son explica-
das en ese momento. Posteriormente, en el Levítico, expondrá el
sistema sacrificial. Bástenos con indicar que el sistema se presenta
al mismo tiempo que los Diez Mandamientos, a fin de que veamos
que el deseo de Dios es que no pequemos, pero cuando, lo haga-
mos, tenemos que enfrentarnos a ese pecado.

B. La Ley como una aplicación de la justicia a todos los


aspectos de la vida (Éx 21-24)
Los pocos capítulos que siguen muestran de manera muy prác-
tica cómo espera Dios que sus hijos relacionen su voluntad expre-
sada en los Diez Mandamientos, con todas y cada una de las facetas
de sus vidas.

102
La liberación del Pueblo de Dios

La sección entera recibe el nombre de «ordenanzas», o mejor,


«justicias». La palabra usada aquí es la misma palabra «justicia»
que encontramos en Génesis 18.19. Por tanto, hace referencia a la
voluntad de Dios con respecto a las relaciones de sus hijos con los
demás hombres. En otras palabras, expresa las formas como los
hijos de Dios deben mostrarse amor unos a otros, en términos de
los sucesos diarios de la vida, en toda circunstancia. Esta es la
justicia que Dios busca continuamente en las vidas de sus hijos.
Una rápida visión de los aspectos tratados en estos capítulos
indica que prácticamente tienen que ver con toda clase de circuns-
tancias que puedan ocurrir en la vida diaria. Aquí vemos al Señor
mostrándole a Israel cómo aplicar su Ley a todos los momentos de
la vida.
Muchos de los detalles de los capítulos señalados tienen que ver
con la vida y costumbres que prevalecían en todo el ámbito del Me-
dio Oriente de aquellos días. Dios comenzó con su pueblo donde
estaba. Siempre debemos tener en mente que quiso colocar estas
justicias entre la entrega de los Diez Mandamientos y la revelación
de la gloria de Dios (cap. 24), para poder reclamar para sí la devo-
ción y la obediencia de su pueblo en todos los aspectos de la vida.
En principio, aprendemos en esta sección, que en todos los
sucesos e incidentes de nuestra vida, incluso los más pequeños,
debemos tratar de aplicar la Ley de Dios.

C. El tabernáculo (Éx 25—31; 35—40)


La entrega del tabernáculo a Israel se hace de acuerdo con un
plano celestial diseñado por Dios (25.9). Por tanto, es razonable su-
poner que cada parte del mismo tiene algún significado que comuni-
ca a Israel algo sobre la verdad espiritual que necesitaba conocer.
Se explica su estructura y toda pieza de mobiliario que ha de
ser utilizada en él con lujo de detalles. El diseño general era una
estructura cubierta de pieles de unos sesenta pies de largo y quince

103
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de ancho. Esta estructura o tienda estaba subdividida en dos partes


básicas llamadas el lugar santo y el santo de los santos o lugar
santísimo, el cual era la sección más pequeña. Los sacerdotes de la
tribu de Leví deberían ministrar en la tienda regularmente ante Dios,
de acuerdo con instrucciones específicas (28.3). Pero solo el sumo
sacerdote podía entrar en el lugar santísimo una vez al año, en el
día de la expiación (Lv 16.12s; Éx 30.10).
El propósito general, incluso del mobiliario, era enseñarle al
pueblo qué es necesario para acercarse adecuadamente a la mis-
ma presencia de Dios. Recordamos de nuevo el deseo expreso de
Dios de tener un pueblo en amistad con él, santo y sin mancha. Por
ello, se hacía necesario que se le enseñara el camino hacia el Se-
ñor. Y él decidió hacerlo utilizando una estructura visible que había
de ser colocada en medio del campamento de Israel.
Al acercarnos al tabernáculo, la primera cosa que encontra-
mos es el altar para los sacrificios. Aquí deberían ser ofrecidos
diariamente los sacrificios del pueblo mañana y tarde. Esto debía
de enseñarle a Israel la necesidad de derramar sangre por sus pe-
cados sí había de venir a la presencia de Dios (Heb 9.22). Más allá,
pero todavía fuera de la tienda, estaba la fuente de las abluciones,
donde los sacerdotes debían lavarse antes de entrar en la tienda.
Esto simbolizaba la necesidad de estar continuamente limpio cuan-
do uno se acerca a Dios.
Dentro de la tienda, en el lugar santo, hay tres objetos. A la
izquierda está el candelero, que ilumina todo el lugar simbolizando
la necesidad de que la luz divina ilumine nuestro paso si hemos de
seguir el camino correcto hacia Dios (Sal 27.1; 119.105; Prv 6.23).
A la derecha se halla la mesa de los panes, que simboliza, como lo
hace con frecuencia el pan, la forma en que Dios suple a nuestro
sostenimiento, tanto espiritual como físico, en nuestra vida diaria
(como el maná en el desierto).

104
La liberación del Pueblo de Dios

El tercer objeto que hay en estos lugares el altar del incienso, que
está quemándolo continuamente y le da un suave olor a todo el recin-
to. El incienso simboliza con frecuencia la elevación de nuestras ora-
ciones a Dios en las Escrituras (Prv 141.2; Lc 1.10; Ap 5.8; 8.3,4).
Esta área exterior está separada por una gran cortina o velo
del lugar santísimo. Detrás de dicha cortina está el arca de la alian-
za, donde se halla la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el
arca está el asiento de la misericordia, y cerniéndose sobre este
asiento, los querubines. La última vez que vimos a los querubines
hacían el oficio de guardianes del camino que conduce al árbol de
la vida (Gn 3.24). Es de suponer que su presencia aquí quiere indi-
car que toda la estructura del tabernáculo ha sido diseñada para
enseñarles a los hombres el camino de regreso a Dios y a la vida
eterna en él. En Hebreos, capítulos 8 y 9, se nos dice que el diseño
del tabernáculo en el Antiguo Testamento representaba la obra de
ministerio de Dios, a través de Jesucristo (8.1,2). El tabernáculo del
Antiguo Testamento es llamado «sombra de las cosas celestiales»
(8.5). Por tanto toda la estructura y el mobiliario del tabernáculo del
Antiguo Testamento, señalaban simbólicamente hacia la obra que
tendría su cumplimiento en Jesucristo (9.1-10).
Hebreos 9.11s nos señala que Jesucristo cumplió todo lo que
estaba representado simbólicamente en el Antiguo Testamento por
el tabernáculo, y por nosotros se ha acercado realmente a la misma
presencia de Dios. El tema principal del autor de Hebreos es que
todo lo que había sido simbolizado por el tabernáculo del Antiguo
Testamento fue cumplido en Jesucristo. Él se llegó por nosotros
hasta la misma presencia de Dios (9.24).
Por tanto, es razonable suponer que toda esta estructura del
Antiguo Testamento fuese un retrato visible de la futura obra de
Cristo para realizar todo lo necesario para podernos acercar a Dios.
El altar de los sacrificios, donde diariamente se ofrecía el
cordero, lo vemos en el Nuevo Testamento en Cristo, quien es lla-

105
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

mado Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1.29). La
fuente de las abluciones, para mantener una limpieza continua,
apunta hacia dos pasajes del Nuevo Testamento que se refieren a
la obra de Cristo. En el evangelio Jesús les dice a sus discípulos
que, habiendo sido limpiados una vez, ya no hay más necesidad que
la de lavarse los pies, y es de suponer que se refiere a la limpieza
del pecado de una vez por todas a través de su labor redentora, y
posteriormente a la necesidad de confesar diariamente el pecado
en la vida del creyente, para su propio bien (Jn 13.10). Asociado
con este pasaje encontramos también 1 Juan 1.7-9, donde leemos
que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, y sin embar-
go, debemos confesar nuestros pecados continuamente, en la se-
guridad de que el Señor nos limpiará de toda injusticia.
El candelero y los panes de la proposición nos recuerdan, por
supuesto, las palabras que Jesús dijo sobre sí mismo: «Yo soy la luz
del mundo» (Jn 8.12), y «Yo soy el pan de vida» (Jn 6.35).
El altar del incienso trae a la mente las palabras de Hebreos
7.25 sobre Cristo: «...viviendo siempre para interceder por ellos»
(los que se acercan a Dios a través de Cristo). Finalmente, el arca
de la alianza, el símbolo de la presencia misma de Dios con su
pueblo, situado tras el velo, seguramente señala hacia las palabras
de Cristo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre, sino por mí» (Jn 14.6). Así como el sumo sacerdote entraba
tras el velo una vez al año, simbólicamente, en la presencia misma
de Dios, así también Cristo ha entrado de una vez por todas a su
presencia, por nosotros (Heb 8.1s; 9.11s, 24-28; 10.19-23). Por
esto fue que el día de la muerte de Jesús el velo del templo se rasgó
en dos de arriba abajo. Ya no hace falta más simbolismo. Para
cumplirlo, Cristo ha realizado todo lo que el mismo señalaba (Mt
27.51; Heb 10.20).
Como el tabernáculo estaba situado en medio del campamento
para señalar la presencia de Dios con su pueblo, los hijos de Dios

106
La liberación del Pueblo de Dios

aprendieron a buscarlo en su templo. En años posteriores se hará


referencia con frecuencia a que su pueblo ora hacia el santo tem-
plo, acercándose a Dios por los medios que él le ha dado (1 R 8.29;
Jon 2.4,7; Sal 5.5).

D. La apostasía y la nueva revelación (Éx 32—34)


Dos incidentes ocurren en el proceso de las instrucciones que
Dios le está dando a Moisés con respecto al tabernáculo, y antes
de que este sea construido. Ambos tienen que ver parcialmente
con el segundo mandamiento y con el conocimiento de Dios y la
forma de adorar del pueblo.
El capítulo 32 narra el incidente del becerro de oro que hizo
Aarón mientras Moisés estaba en la cima de la montaña. Las ac-
ciones de Aarón fueron urgidas por el pueblo, pero no puede negar-
se su culpa y su involucramiento en el hecho. La referencia que se
hace al becerro, como el dios de ellos (v. 4), puede tener alguna
relación con el concepto antiguo del Medio Oriente de que había
deidades invisibles que cabalgaban sobre animales visibles. Sea como
fuere, se trataba de una idolatría manifiesta, en contradicción con
el mandato específico de Dios.
Vemos en este incidente la labor de Moisés como mediador.
Intercede por el pueblo no porque no merezca el castigo de Dios
sino porque se hallan involucrados el propio nombre y el honor de
Dios (vv. 11,12). También recuerda el pacto hecho con los padres,
que era el terreno donde se afianzaba su propia fe (v. 13) . La
preocupación de Moisés por el pueblo está bellamente expresada
en su oración de intercesión (vv. 30-32).
De vez en cuando aparecen referencias al «libro» (vv. 32, 33)
en las Escrituras (Sal 69.28; Dn 12.1; Mal 3.16,17; Flp 4.3; Ap 3.5;
13.8; 20.15). El Libro de la Vida contiene los nombres de todos los
elegidos de Dios. En el Salmo 69.28 vemos que «ser borrado» es
paralelo o equivalente a «no ser escrito con los justos». No es que

107
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios cambie de idea, sino que desde nuestra perspectiva hombres


que parecerían justos podrían ser borrados, esto es, no haber esta-
do nunca incluidos en el número de los justos.
La respuesta que Dios da en este momento establece el princi-
pio que después expondrá Ezequiel de que cada hombre deberá dar
cuenta a Dios por sus propios pecados (v. 33).
En el capítulo 33 encontramos a Moisés deseando saber más
sobre la verdad de Dios. Pide ver la gloria del Señor (v. 18). Al
parecer, estaba pidiendo más de lo que se le podía permitir (v. 20).
Sin embargo, Dios le responde, prometiéndole que le mostrará su
bondad, que asocia con su nombre (v. 19).
En realidad, no se nos dice qué vio Moisés en aquel día, solo
que no vio la faz de Dios sino solo su espalda (v. 23). Lo que es de
mayor importancia es la revelación verbal recibida por Moisés en
aquel día. En 34.6,7 la revelación verbal de la bondad de Dios está
registrada tal como Moisés la recibió.
Ya hemos hablado de esta revelación cuando estudiamos el
segundo mandamiento. Dicha revelación verbal se convirtió en el
conocimiento de Dios que siempre tenían en mente los fieles cuan-
do lo necesitaban, o cuando le rendían culto. Este pasaje está cita-
do en el Antiguo Testamento, o se hace referencia o alusión de él,
con mayor frecuencia que ningún otro. Unos cuantos son Números
14.18; Joel 2.13; Jonás 4.2; con frecuencia también en los Salmos,
por ejemplo 103.8; en Nehemías 9.17, y en muchos más. El pueblo
de Dios sabía cómo orar y que creer con respecto a Dios en todas
las circunstancias porque tenía en su mente esta revelación verbal.
Dios siempre sería así. Por eso, en Juan 1.14, se nos dice que la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús en la carne era
todo lo que Dios había revelado de Sí mismo (Flp 2.6; 2 Co 4.4;
Heb 1.3).

108
La liberación del Pueblo de Dios

E. El sistema de sacrificios (Levítico)


Después de que se había levantado la tienda siguiendo los man-
datos específicos de Dios, leemos en el libro de Levítico la revela-
ción que Dios hace a Israel desde esa tienda (Lv 1.1). Esta revela-
ción está relacionada sobre todo con aspectos del culto al Dios
santo.
Cuando fue entregada la Ley, según podemos recordar, Dios
también estableció que se hicieran sacrificios (Éx 20.24-26). En
aquella época no se había formado un sistema de sacrificios. Ahora
esto se convierte en el asunto más importante de la revelación de
Dios en el tabernáculo. Los capítulos que van del 1 al 6.7 contienen
diversas ordenanzas para la regulación del sistema sacrificial.
Dios ya le había mostrado a su pueblo cuál era el significado
básico de la ofrenda al sacrificar un carnero en lugar de Isaac, es
decir, la expiación vicaria. El carnero murió en lugar de Isaac. En
la Pascua, el cordero por familia y por los primogénitos de Israel les
enseñaba de nuevo que el sacrificio era en sustitución del pueblo
(Éx 12). La sangre derramada por el sustituto debería recordarle
por tanto al creyente continuamente que otro debería morir por él.
Como dice el libro de Hebreos: «Y casi todo es purificado, según la
ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remi-
sión» (Heb 9.22).
Aquí en los primeros capítulos del Levítico se nos dan los deta-
lles de los sacrificios exigidos por los pecados del pueblo. Podemos
clasificarlos de varias maneras. En términos de la cantidad del sa-
crificio había ofrendas parcialmente quemadas y totalmente que-
madas (holocaustos); estos animales, generalmente del propio re-
baño, deberían ser machos sin defecto.
Con respecto al material ofrecido, había sacrificios de anima-
les y de vegetales, que incluían granos, aceite, y frutas.
Los tipos de sacrificios incluían ofrendas de paz, ofrendas por
el pecado, y las ofrendas de expiación. Las ofrendas de paz eran

109
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

hechas para expresar agradecimiento a Dios. Las ofrendas por el


pecado, aparentemente eran por los pecados que eran reconocidos
posteriormente, y que habían sido cometidos inadvertidamente, y
las de expiación parecen estar relacionadas con toda clase de vio-
laciones de la Ley de Dios, aunque en ocasiones la terminología
usada no refleja una división estricta entre estos dos últimos tipos.
En cuanto a las personas que ofrecían estos sacrificios, se
mencionan algunas que ofrecían todos los tipos arriba menciona-
dos, y otras que ofrecían sacrificios especiales en momentos espe-
ciales, o sea, en tiempos de inmundicia. Algunos sacrificios se ofre-
cen por familias enteras, como la Pascua. Otros son sacrificios
nacionales, como por ejemplo el holocausto ofrecido dos veces al
día por Israel. Hay también sacrificios especiales ofrecidos por los
guías en tiempos señalados.
Como podemos ver, la extensión del sistema sacrificial era gran-
de. Se ha calculado, a base del censo registrado en Números, que
debe haber habido cerca de dos millones y medio de personas en
Israel durante su estancia en el desierto. Cuando pensamos en un
número tan grande de personas y en el gran número de sacrificios
que se debían hacer diariamente, la realidad supera toda posible
imaginación. Añadamos a esto la exigencia adicional de
Deuteronomio 12, de que todos los sacrificios han de ser hechos en
un solo lugar escogido por Dios.
Aquí vemos la total imposibilidad de semejante tarea. Dios es-
taba exigiendo con toda claridad algo que estaba más allá de toda
posibilidad humana, más allá del alcance del hombre, y esto es pre-
cisamente lo que él quiere. Dios no quiso simplificar las cosas por
causa de las dificultades que traía consigo el realizar tan gran nú-
mero de sacrificios en un mismo lugar y con tanta frecuencia. La
intención divina al darles a los hombres el sistema sacrificial era
hacerles ver su propia condición terrible de pecadores, y su total
incapacidad para resolver su situación. El sentido de la enormidad

110
La liberación del Pueblo de Dios

del pecado, y el consiguiente quebrantamiento de los corazones del


pueblo, era el resultado deseado por Dios.
El nunca pensó en hacer de los sacrificios un sustituto a la
obediencia debida al Señor, sino un medio para reconocer el peca-
do y la culpa del pecador ante Dios.
Este principio está bien ilustrado en el gran contraste entre
Saúl y David, en tiempos posteriores de la historia de Israel. Aquí
solo lo señalaremos brevemente, para verlo más tarde con
detenimiento. Bástenos señalar que la actitud de Saúl era que el
sacrificio era solo una ceremonia que debía llevarse a cabo para
apaciguar a Dios (1 S 13.8-13; 15.20-21). La respuesta que le da
Samuel en ese momento (15.22,23) demuestra con claridad que
Dios nunca pretendió que el sacrificio fuera un sustituto para el
cumplimiento de la Ley. Esta misma verdad es reiterada a través
de todo el Antiguo Testamento (Sal 40.6; Is 1:11s; Am 5.21-24; Mi
6.6). Desdichadamente, la mayoría de los israelitas parecen haber
seguido a Saúl en ver el sacrificio como una simple ceremonia que
ha de celebrarse para aplacar a un Dios airado. Esto se hizo una de
las grandes herejías judías, como lo demuestra la historia posterior.
Por contraste, David comprendió muy bien que cuando hemos
pecado, lo que Dios desea, más que el sacrificio, es un corazón
quebrantado y contrito. Así lo expresó en la ocasión de sus grandes
pecados y su arrepentimiento (Sal 51.16,17). El sacrificio debería
llevar a la persona al quebrantamiento del corazón, al darse cuenta
de su propio pecado y de lo desvalido de nuestra condición para
poder hacer algo por nosotros mismos. Solo podían enseñar a ser
humildes ante el Dios santo, con un corazón quebrantado. Esto es
lo que le sucedió a David y Dios se complació en él.
Por supuesto, el sistema sacrificial, que era inadecuado en sí
mismo para borrar los pecados pero que mostraba la necesidad de
la obra redentora de Dios, culmina en la obra real de Jesucristo,
quien fue el verdadero sacrificio por nuestros pecados, y cuya muer-

111
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

te pagó realmente la pena debida por los pecados de aquellos que


crean en él. Este es uno de los temas centrales del libro de He-
breos, desde el capítulo 7 hasta el 10.
El resto del libro de Levítico contiene indicaciones variadas
que se refieren a la adoración y al sistema sacrificial. Se le presta
gran atención a la consagración de Aarón y sus hijos para las fun-
ciones sacerdotales específicas que se relacionan con el sistema
sacrificial (caps. 6, 8—10). La necesidad de que se realizara un
sacrificio por ellos mismos subraya la advertencia hecha por el
escritor de Hebreos de que el sistema del Antiguo Testamento era
totalmente inferior a la obra de Cristo, y solo podía prefigurarla. En
las regulaciones sobre los sacerdotes, están las ordenanzas con
respecto a la parte que les correspondía en los sacrificios aparta-
dos para Dios (7.32s). Vemos la importancia de una obediencia
perfecta a todas las indicaciones de Dios en lo que les sucede a
Nadab y Abiú. Leemos que ofrecieron fuego extraño ante el Señor.
Este fuego extraño es definido como un fuego que no era el que
Dios había ordenado (10.1). Por tanto, no necesitamos suponer que
lo que hicieron era particularmente extraño. En apariencia, se tra-
taba de una simple innovación, algo añadido al culto que estaba
prescrito. Pero tergiversaba la verdad divina, y como tal, era una
amenaza para todo el propósito con el que Dios había establecido el
ministerio de los sacerdotes delante de él. Vemos nuevamente lo
importante que Dios considera su Palabra, y cómo su pueblo debe
aprender a tenerle el respeto debido.
Las leyes de limpieza que están en los capítulos del 11 al 24
han sido ideadas también para enseñarle al pueblo que Dios hace
distinción entre los limpios y los que no lo están. Por este medio,
Dios les infundió sensibilidad sobre lo que es santo (separado para
Dios), como opuesto a lo que es profano. Muy en particular, Dios
se proponía que el pueblo reconociera su propia santidad como
pueblo de Dios, en contraposición con el resto de las naciones,

112
La liberación del Pueblo de Dios

que no lo eran. Esto se afirma de manera explícita en el capítulo


20, versículos 24 y 25.
En medio de estas leyes tan tediosas, que son difíciles incluso
hasta de leer, nos encontramos con un versículo que dice: «Amarás
a tu prójimo como a ti mismo» (19.18), y de pronto nos damos
cuenta de que no se trata de unas leyes sin importancia sino que
tienen mucho que decir con respecto a Dios y a nosotros mismos.
Dios le estaba detallando su voluntad a un pueblo pecador en el que
había la inclinación a desobedecerlo y a hacerse daño unos a otros.
Iban a vivir en medio de una cultura pagana, como pueblo de Dios.
En medio de los millares de leyes dadas por Dios, en estas ocho
palabras se encuentra la esencia misma de la Ley, como ya hemos
señalado. Por tanto, cada mandato que encontramos aquí era real-
mente una amplificación del gran mandamiento, tal como fue defi-
nido por Jesús: Amar a Dios con todo el corazón y amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos.
Las ordenanzas con respecto al año del jubileo (cap. 25) son
buena ilustración de que la ley del amor es el espíritu que llena toda
esta sección. Se coloca dentro del mismo calendario del pueblo de
Dios una periodicidad cuyo fin será recordarle el amor que Dios le
tiene al darles sus ricas herencias a sus hijos (vv. 23,24) y dar
oportunidad de que se manifiesten su amor mutuo restituyendo toda
la tierra cada cincuenta años a aquellos a quienes Dios se la dio
primero, o a sus herederos (vv. 25-28).
La sección que trata de los votos (cap. 27) indica las maneras
en que se podían hacer compromisos especiales con el Señor. Es-
tos compromisos incluían personas y posesiones, e incluso las ca-
sas y las tierras. Se hacían como dones ofrecidos especialmente a
Dios y apuntan a la manera de administrar más fielmente los dones
de Dios. Nada de lo que ya había sido reclamado por Dios podía
ser consagrado de esta manera especial, como por ejemplo las pri-
micias de los animales, que ya pertenecían a Dios (v. 26; ver Éx

113
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

13.2); o el diezmo (v. 30). Toda la sección señala hacia la exhorta-


ción de Pablo a los cristianos de Roma de que nuestros cuerpos
han de ser presentados a Dios en sacrificio vivo, que es nuestro
culto racional (Ro 12.1,2).

F. Los años de vida errante (Nm 1—20)


Una vez que había sido dada la legislación básica, el Señor,
hablando todavía desde el tabernáculo, da a Moisés las instruccio-
nes de que haga un censo. Esta enumeración, junto con un segundo
censo al final de los cuarenta años, registrado en el capítulo 26, le
da al libro su nombre en español. El censo debería incluir solamente
los varones de veinte años en adelante que estaban en condiciones
de ir a la guerra (1.2,3). El número total alcanzó 603.550 (v. 46), y
no incluía a los levitas (v. 47). A continuación se da el orden en que
han de marchar las tribus, con Dan y las dos tribus asociadas a él a
la cabecera. Después venía Judá con sus dos asociadas en el flan-
co derecho, Efraín y sus dos en el izquierdo, y Rubén y sus dos en
la retaguardia.
En Éxodo 13.2, Dios había reclamado para sí los primogénitos
en ocasión de su acto de salvarlos del juicio que cayó sobre Egipto.
Deberían ser suyos de manera especial. Sin embargo, en lugar de
que todos ellos se dedicaran especialmente al servicio de Dios como
sacerdotes, estos se escogen una tribu, los levitas, para que se de-
diquen a su servicio. Ahora se hace recuento de todos los primogé-
nitos de Israel y de todos los varones de la tribu de Leví. Los levitas
eran 22.000 (3.39), y los primogénitos de Israel 22.273 (v. 43). Por
consiguiente, el Señor tomó para sí a los levitas en lugar de todos
los primogénitos de Israel. La diferencia era satisfecha por la re-
dención de los primogénitos que estaban en exceso sobre el núme-
ro de levitas, con cinco ciclos por cada primogénito que hubiera
además de los 22.000 (vv. 44-51).

114
La liberación del Pueblo de Dios

De esta manera el Señor reclamaba a todo Israel como posesión


suya, puesto que al salvar a los primogénitos, como ya hemos indica-
do, salvaba a todo Israel, e igualmente, al escoger a los primogénitos,
representados ahora por los levitas, para que se dedicaran entera-
mente a su servicio, estaba en realidad reclamando a todo Israel
como posesión suya, y para su servicio. El capítulo 4 contiene leyes
sobre los distintos oficios de los levitas en el servicio de Dios.
Los capítulos 5 y 6 contienen diversas leyes referentes a la
relación entre Dios y su pueblo, cuando se preparen a entrar en la
tierra prometida. La ley del celo del capítulo 5 se crea para comba-
tir el problema del adulterio, que podía amenazar el hogar. La meto-
dología utilizada para probar el adulterio es similar a la de otras
leyes similares que existían en las diversas culturas del Medio Oriente
en la antigüedad. La diferencia entre esta ley y las de esas culturas
está en que se establece bajo la autoridad de Dios, a causa de la
preocupación divina por la familia y por las bendiciones de la des-
cendencia. Las leyes de los nazarenos del capítulo 6 son un tipo
especial de votos, y pertenecen al grupo de leyes sobre votos que
se encuentran en el capítulo 27 del Levítico. Al parecer, los nazarenos
eran escasos en Israel, y sirven de ejemplo de vidas santas separa-
das para Dios. Así como en otras leyes sobre votos, el propósito
aquí parece haber sido mostrarle al pueblo los ideales de servir
personalmente a Dios, sin necesidad de que él lo exigiera. El deseo
de Dios era que todo compromiso especial con él partiera del cora-
zón, es decir, fuera voluntario.
En la preparación final para dejar el Sinaí, los capítulos del 7 al
9 recogen las ofrendas de los príncipes de Israel, el momento en
que es encendida la lámpara del santuario, y el recuerdo hecho de
las diversas leyes que habían sido dadas, tales como la purificación
de los levitas y las leyes sobre la Pascua.

115
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Los capítulos del 10 al 12 hablan sobre la salida del Sinaí, y


constituyen la primera prueba de la Ley de Dios en las vidas de los
israelitas en medio del camino.
Lamentablemente, la fe del pueblo era débil, y muchos no ob-
servaron la Ley de Dios. Pronto se convirtieron en murmuradores
y Dios comenzó a purificar a Israel de su escoria (11.1). Se nos
dice que Israel estaba compuesto de una multitud mezclada. El
significado exacto de esta expresión es incierto. Algunos lo toman
como que eran extranjeros. Sin embargo, prefiero pensar que la
mezcla era el mismo tipo de mezcla que hemos estado viendo des-
de el principio, es decir, entre la simiente de la mujer y la de la
serpiente, o sea, entre los hijos de Dios y los de Satanás. En la
iglesia visible del desierto, es decir, entre los israelitas, había verda-
deros creyentes y otros que no lo eran. Aquí Dios, como siempre
que trata con su pueblo, no permite este estado de cosas. El siem-
pre está purificando a su Iglesia. Por tanto aquí, la matanza de los
murmuradores era un acto de limpieza por parte de Dios.
Pablo entiende así el incidente, según leemos en 1 Corintios
10.1-6. Habla de «nuestros padres», los israelitas, que eran parte
todos de la iglesia visible de Dios. Y sin embargo dice que Dios no
se complacía en la mayoría de ellos, y por tanto, fueron desechados
en el desierto. Judas 5 dice prácticamente lo mismo, explicando
que cuando Dios sacó la masa del pueblo israelita de Egipto, des-
truyó sin embargo a aquellos de entre ellos que no creían. No debe-
mos olvidar que la iglesia visible no equivale al verdadero pueblo de
Dios. Siempre habrá una multitud mezclada en la iglesia.
La fe del propio Moisés fue probada en estos días de jornada
desde el Sinaí hasta Canaán. Primeramente, pudo ver sus propias
limitaciones (11.14) y Dios le proveyó la ayuda que necesitaba
(11.16ss). Dios no prueba nunca a los suyos más allá de lo que
sean capaces de hacer, sino que suple las necesidades que tengan
(1 Co 10.13).

116
La liberación del Pueblo de Dios

Después, la propia familia de Moisés, su hermano y su herma-


na, lo tientan haciendo un reto a su jefatura (12.1ss). Pero Dios lo
sostiene y lo exalta sobre los demás (12.6ss).
Por tanto, antes de que el pueblo hubiera tan siquiera llegado a
Canaán, en unos pocos meses ya habían manifestado una gran
debilidad y ser incapaces de permitir a la voluntad divina obrar en
su vida. Ni el pueblo ni sus jefes estaban preparados para disfrutar
de la tierra en presencia del Señor, en su adoración y servicio.
El informe de los espías que aparece en 13.27-29 era favorable
en una tercera parte, y lleno de prevenciones y temores en las dos
terceras partes restantes, lo cual indica la falta de fe que había
entre los jefes. Un hombre, Caleb, parece haber demostrado, de
entre estos jefes, una fe digna de recibir la herencia (v. 30). Note-
mos cómo los «jefes» se dejan llevar por el pensamiento del pueblo,
y ahora hablan en contra de entrar en la tierra (v. 31ss). Esto su-
braya la clase de dirigentes que la iglesia no necesita: los que bus-
can indicaciones en el temperamento de la gente que se supone
que debe ser guiada.
De nuevo aparece Moisés como el gran mediador entre Dios y
su pueblo, e intercede por él cuando Dios está a punto de destruirlo
(14.11-19). Moisés, en su ruego de que sea perdonado, trae a re-
cuento la revelación que Dios le había dado en el Sinaí (Nm 14.19;
cf. Éx 34.6,7). La inmediata respuesta que le da Dios indica que una
vez más ha estado probando a Moisés con lo que dijo para ver si
Moisés se acogía con fidelidad a la revelación que él le había dado.
Debido a su oposición a entrar en el país y a su murmuración,
Dios comenzó de nuevo a purificar a Israel de todos los que no
creían. Solo permitiría entrar a la herencia a aquellos que creyeran
(14.26-35).
La siguiente prueba de Moisés fue la rebelión de Coré (caps.
16; 17). Era el segundo reto a la autoridad de Moisés y demostraba
cuán extendida estaba la rebelión en los corazones de aquellos des-

117
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

creídos. Ellos se consideraban santos, pero su espíritu y sus pala-


bras decían lo contrario (16.3). Ese día Dios volvió a presentarse y
mantenerse junto a Moisés, reivindicando su jefatura y destruyen-
do la oposición. El que el pueblo no aprobara lo sucedido demuestra
lo extendida que estaba la falta de fe entre los israelitas (16.41ss).
Después de dicho incidente queda reafirmada una vez más la
autoridad de Aarón, puesto que Coré y sus compañeros habían
pertenecido a la misma tribu (17.1-11). También son purificados
una vez más los levitas para el servicio específico de Dios, tal como
él lo ha determinado para ellos (cap. 19).
Se suceden las tragedias una tras otra, a medida que Dios va
purificando a Israel de toda su falta de fe en sus años de vida
errante en el desierto. De esos años se registran solo unos pocos
incidentes. El capítulo 20 narra que en una ocasión, mientras el
pueblo estaba murmurando, Moisés actuó de forma inconsistente
con su fe y, por consiguiente, no honró a Dios ante Israel (20.10-
13). El resultado fue que Dios le rehusó la entrada en la tierra
prometida.
Los cargos contra Moisés eran que no había creído en el Señor
en lo que había hecho. Por tanto, no lo había glorificado ante el pue-
blo (v. 12). Lo que hizo nos podrá parecer poca cosa a nosotros.
Después de todo, ¿quién podría culparlo de ser impaciente, después
de tantos años? La pena que tuvo que pagar era muy pesada.
De nuevo le está manifestando Dios a su iglesia con esto que a
sus ojos ningún pecado es cosa leve. Incluso Moisés, el dador de la
Ley, tuvo que permanecer sujeto siempre a la Ley de Dios, y hon-
rar al Señor por medio de ella. La importancia que tiene para Dios
el fin de la Ley, queda claramente manifestada aquí. Moisés en ese
día no mostró amor por el Señor o por su pueblo. Dios no pasará
por alto nunca ni el que nos parezca más leve de entre nuestros
pecados. Por supuesto, Moisés fue perdonado, pero tuvo que arras-
trar las consecuencias de su pecado. No pudo entrar a la tierra de

118
La liberación del Pueblo de Dios

Canaán. Cuando fue rechazado, Moisés aceptó el castigo como


corresponde a un hijo de Dios, demostrando que era de verdad un
hijo suyo y no un bastardo (Heb 12.7,8). Podemos notar el contras-
te entre la reacción de amargura de Caín, cuando se enfrenta con
la acusación de Dios, o más tarde, la de Saúl cuando Samuel lo
enfrenta con su propio pecado. Moisés y David nos muestran como
debe comportarse un hijo de Dios ante la corrección divina.
El capítulo 20 nos narra la muerte de María (v. 1) y la de Aarón
(v. 28). Antes de que Aarón muriese, su oficio es traspasado a su
hijo Eleazar (vv. 25ss).

G. El final de la jornada (Nm 21—36)


A medida que el pueblo se acercaba a Canaán, aproximándose
con ello al final de la jornada, se iba haciendo evidente que aún
había algunos que no creían (cf. Jud 5). A pesar de la victoria que
les fue dada sobre los enemigos cananeos, estando todavía fuera
del territorio de Canaán, algunos murmuraban y no creían (vv. 1-5).
Dios envió las serpientes ardientes como juicio para todo el campa-
mento de Israel para desechar a los que aún no creían (v. 6).
Para aquellos que se arrepintieron y confesaron su pecado, es
decir, los que tuvieron corazón contrito, Dios puso una manera de
obtener la liberación: la serpiente de bronce. Mirarla era vivir. Tam-
poco dejaremos de repetir que la palabra usada aquí para decir
«mirar» (v. 9) no es la corriente. Esta palabra significa mirar con
expectación, con anhelo. En este contexto significa sin duda mirar
con fe. La razón por la que digo esto es porque Jesús hizo una
comparación entre este suceso y el momento en que él mismo sería
levantado en alto. Jesús dice que si los hombres creen en él cuando
sea levantado en alto tendrán vida eterna (Jn 3.14,15). Aquel día,
cuando Moisés levantó la serpiente, todos los que confiaban en
Dios miraron a la serpiente con fe en que Dios los sanaría, y fueron
sanados. Los que no creían murieron. Parece como si en cierto

119
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sentido el levantamiento de esta serpiente de bronce fuera similar o


relacionado con el momento de Génesis 3.15, cuando Dios promete
darles victoria a todos aquellos que confíen en él sobre nuestro
verdadero enemigo, Satanás, la serpiente.
Los siguientes capítulos narran la conquista de la tierra del lado
este del Jordán. Se les presta mucha atención a los sucesos relati-
vos a Balac y Balaam. Balaam sigue siendo un personaje raro den-
tro de las Escrituras. Su reputación era grande, puesto que Balac
había oído hablar de él en Moab, aunque todavía vivía en
Mesopotamia (22.5). Tenía reputación de tener poder para bende-
cir y para maldecir (v. 6).
Balaam parece haber dependido del Señor en su sabiduría (v.
8). Cómo llegó a conocerlo, no lo sabemos. Recordemos, sin em-
bargo, que Labán conocía al Dios de Jacob. Los antepasados de
Abraham habían vivido allí por largo tiempo. Es posible que queda-
ra algún conocimiento cierto de Dios en el este, después de que
Abraham y Jacob hubieron partido.
Dios le hizo ver a Balaam que él había bendecido a Israel y, por
tanto, él no lo debía maldecir (v. 19). Dios, después de manifestarle
su disgusto por su insistencia en ir, le permitió hacerlo, pero solo
con el fin de bendecir a Israel.
Balaam bendijo a Israel cuatro veces, de acuerdo con el deseo
de Dios, aunque Balac protestaba ardientemente (23.7ss, 18ss;
24.3ss, 15ss). Se sentía comprometido por la palabra de Dios, aun-
que sin duda deseaba la recompensa de Balac. A diferencia de
Abraham, que rechazó las riquezas con que quería recompensarlo
el rey de Sodoma (Gn 14.23), Balaam ha de haber codiciado estas
dádivas que estaban aparentemente tan lejos de su alcance. Las
Escrituras nos dicen que después de su cuarta bendición, regresó a
su lugar. No estoy seguro de si significa que regreso a Mesopotamia,
o simplemente al lugar donde habitaba en Moab. Las Escrituras
nos hablarán más adelante sobre Balaam.

120
La liberación del Pueblo de Dios

En 25.1ss leemos sobre la fornicación de los hijos de Israel con


las hijas de Moab. Evidentemente se unieron sexualmente con ellas
y hasta dieron culto a sus dioses. Rompieron su pacto con Dios y lo
hicieron airarse. A consecuencia de esto, murieron 24.000 (v. 9).
En 31.16 leemos también que la mezcla de estas madianitas de
Moab con Israel se había realizado por consejo de Balaam. Tene-
mos que reconstruir lo que debe haber sucedido. Evidentemente,
Balaam, frustrado por no haber conseguido su recompensa, y vien-
do que Dios no le iba a permitir maldecir a Israel, aconsejó a Moab
que sedujera a los israelitas e hiciera que pecaran contra su Dios.
No sabemos si recibió recompensa por su consejo o no. Como
quiera que fuese, no vivió para disfrutarla. Fue matado en guerra
contra los madianitas. Para tener una visión mejor del mal consejo
dado por Balaam se pueden ver también Judas 11 y Apocalipsis
2.14, que comentan este suceso. De hecho, Judas usa los nombres
de Caín, Coré, y Balaam como ejemplos de hombres descreídos y
sin Dios que pueden aparecer incluso en la iglesia.
El segundo censo, realizado al final de los cuarenta años de
vagar por el desierto, muestra que el tamaño de Israel era ahora
muy distinto del que había tenido anteriormente. En los cuarenta
años de purificación, el Señor bendijo a Israel con más descendien-
tes, esta vez una descendencia más disciplinada y obediente que
estaba preparada para entrar a la tierra prometida. La primera ge-
neración que se había negado a entrar, ya había muerto toda (26.64).
El carácter noble de Moisés queda de manifiesto en su pre-
ocupación sobre lo que sería de su pueblo después de su muerte.
Sigue actuando de mediador, y ruega que, por el bien de ellos, se
le dé un sucesor (27.16). El Señor lo consoló aquel día, nombran-
do a Josué (27.18).
La tierra de Canaán sería entregada a los que habían sobrevi-
vido a la experiencia del desierto (26.52). La labor de Josué sería
conquistarla y distribuirla. La tierra repartida quedaría perpetua-

121
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

mente en posesión de la misma familia (26.55). Aquí se presentaba


el problema de las hijas y su reclamación de la parte que les corres-
pondía al morir su padre (27.1). El Señor había establecido que
todas las mujeres, al igual que los hombres, tenían derecho a su
porción de la herencia familiar. Sin embargo, ninguna heredera po-
día casarse fuera de su tribu, y llevarse así su tierra de una tribu a
la otra (ver cap. 36).
Cuando comenzó la conquista de las tierras al este del Jordán,
dos tribus y media solicitaron tener la tierra conquistada, a causa de
sus grandes cantidades de ganado (32.1ss). Les fue concedida, a
condición de que no disfrutaran de su herencia antes de que las
demás tribus hubieran recibido la suya.
En estos asuntos relativos a la herencia podemos ver la pre-
ocupación de Dios por todos, y el lazo de amor y sentido de respon-
sabilidad mutua que estaba construyendo en los corazones de los
hijos del pueblo. La tierra era en realidad del Señor, y podía ser
usada por Israel mientras le fuese fiel. Se repetía el pacto antiguo
que les daba bendiciones en la tierra, siempre que obedecieran a
Dios. Su obediencia era esencialmente una indicación de que se-
guían amando a Dios y amándose unos a otros. Mientras siguieran
preocupándose los unos por los derechos y privilegios de los otros,
se manifestarían amor. Si se volvían egoístas y se desinteresaban
de las necesidades de los demás, dejándolos de amar, entonces
Dios les quitaría todo. Aquí vemos a Dios estableciendo un princi-
pio para inculcarles responsabilidad mutua, al mismo tiempo que
entran juntos en la tierra del Señor.

H. El segundo grupo de leyes (Deuteronomio)


El nombre Deuteronomio significa «la segunda ley». Se refiere
a los mensajes dados por Moisés a Israel al final de su largo viaje a
través del desierto. No era una ley nueva, sino una interpretación
de la Ley y de las experiencias de Israel en los años de desierto. El

122
La liberación del Pueblo de Dios

lugar donde son entregados estos mensajes es el lado este del


Jordán, frente a Jericó. El Arabá es el valle del Jordán (1.1) .
El primer discurso (1.4—4.40) es más que nada un resumen
histórico de las relaciones de Dios con Israel. Acentúa aquí el con-
cepto de que el Dios que ha tratado con Israel es único (3.24; 4.39).
Esta condición de único se presenta en las formas en que Dios ha ido
bendiciendo o castigando a Israel, de acuerdo con la relación que el
pueblo ha tenido con él. En su carácter de exclusividad ante Israel, el
Señor hace un llamado para que sea su pueblo y le rinda completa
obediencia a Dios (4.1). Lo que Dios ha enseñado debe ser obedeci-
do si Israel quiere complacer al Señor. No se debe tomar a la ligera
ninguna parte de la revelación divina (4.2). La obediencia a la Pala-
bra de Dios constituye el sello distintivo de su pueblo, y lo hace sobre-
salir de entre todos los que lo rodean (4.6,7).
Tal como vimos cuando entrega los Diez Mandamientos, Dios
está pidiendo no una simple conformidad exterior con la Ley sino
una obediencia de corazón. Por tanto, el problema del corazón reci-
be aquí un nuevo énfasis. Es en el corazón donde Dios debe ser
obedecido, si es que se le va a obedecer (4:9).
El tema del corazón es uno de los temas centrales de
Deuteronomio. Podemos seguirlo a través de unos cuantos
versículos para ver su significación aquí. En 4.9 Moisés enseña que
la obediencia debe nacer en el corazón. Puesto que el corazón del
hombre está inclinado a alejarse de Dios, el Señor habla de lo mu-
cho que su pueblo necesita un nuevo corazón para que lo puedan
obedecer, amar, y temer (5.29). En 10.16 esa necesidad se expresa
en términos de un corazón circunciso. Aquí vemos que el sacra-
mento de la circuncisión tenía por objeto ser un signo de la limpieza
interior que era necesaria para la salvación del pueblo de Dios.
Siguiendo más allá el tema del corazón, en 29.4 Moisés reco-
noce que Dios no les ha dado aún un corazón capaz de obedecer,
es decir, un corazón nuevo. Aún están faltos de fe. Pero en 30.6 les

123
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

habla de la promesa de un corazón que hará la voluntad de Dios. Es


un corazón circuncidado, limpiado, nacido de nuevo. En este trata-
do sobre el corazón que está entretejido en el texto del Deuteronomio,
Dios está mostrando que él mismo proveerá aquello que exija y que
Israel no sea capaz de producir por sí mismo.
Además de presentar el tema del corazón en el capítulo cuarto,
Moisés previene también contra la idolatría (v. 15), puesto que Is-
rael ha de ser únicamente propiedad exclusiva de Dios (v. 20).
Es de notar a través de todo el Deuteronomio, el elemento
profético referente al futuro estado espiritual de Israel. Donde pri-
mero lo encontramos es en el capítulo 4. Moisés predice que ven-
drá el día en que Israel le fallará a Dios y será castigado (4.25ss).
También le señala el camino para regresar a Dios (v. 29). La segu-
ridad que tiene Moisés de que Dios está dispuesto a perdonar los
pecados de Israel cuando se arrepienta se basa sin duda en la reve-
lación que Dios le ha dado anteriormente (Éx 34.6,7).
El primer mensaje, que está basado en la exclusividad de Dios
con respecto a Israel, y la exclusividad de Israel en medio de las
naciones, termina en forma adecuada con la nota sobre el único
Dios de Israel. No hay ningún otro (v. 39).
Entre el primer discurso y el segundo hay un breve intermedio
histórico (vv. 41-43). Después de haberles dado la seguridad de
que entrarán en Canaán, Moisés establece tres ciudades de refu-
gio, aun antes de que hayan cruzado el Jordán.
El segundo discurso (4.44—26.19) presenta la misma disposi-
ción que el primero. Comienza recordando la Ley de Dios y distin-
guiendo al pueblo de Dios del mundo. La Ley se presenta de nuevo
en 5.6-21, y varía muy poco del original dado en el Sinaí y escrito en
el Éxodo, capítulo 20. Es obvio que Dios reconoce que ellos no
pueden guardar la Ley por sus propias fuerzas cuando pide lo que
es necesario: un corazón que quiera obedecer a Dios. El versículo
29 puede compararse con Génesis 18.19. Así vemos la continuidad

124
La liberación del Pueblo de Dios

que hay en el trato de Dios con su pueblo. El no altera nunca sus


propósitos para con él.
Pasamos a continuación al capítulo 6. Aquí se define al cora-
zón recto como un corazón que ama a Dios en forma total. No
puede haber lugar en el corazón de la persona justa para amar a
nadie que no sea Dios (6.4). Sin embargo, dentro de nuestro amor
a Dios está contenido nuestro amor mutuo. Como Juan señalaría
más tarde, si no nos amamos unos a otros no tenemos el amor de
Dios en nuestros corazones (1 Jn 4.20). Este pasaje que comienza
en Deuteronomio 6.4 recibe el nombre de «Shemá», porque co-
mienza con la palabra hebrea «Shemá», que significa «oye».
Este pasaje en particular contiene instrucciones específicas con
respecto a los deberes de los padres. No puede ser visto aislado,
sino que ha de tomarse en el contexto de pasajes como Génesis
18.19 y el quinto mandamiento. La Iglesia de Dios está edificada
con las familias que Dios llama. Moisés por tanto está llamando a
los padres a que crean a Dios y lo amen, y a que enseñen a sus
hijos a creerlo y amarlo también.
Dios ha dispuesto que la instrucción de la iglesia comience en
el hogar. Las clases de la escuela dominical o de la escuela bíblica
de vacaciones nunca podrán hacer lo que se exige aquí. Ni aun la
escuela cristiana puede ser un sustituto de la instrucción de los
padres en casa. Es un deber paternal imperativo que concierne a
todos los padres cristianos. Cuando se toma con seriedad este man-
dato, el pueblo de Dios prospera, tal como está prometido en el
quinto mandamiento.
En el capítulo 7 Moisés abunda en la razón por la cual Dios ha
escogido a Israel. Lo ha escogido para que sea santo (separado para
Dios). Esto lo hace algo único en toda la tierra. La razón que se les
da para que Dios los haya escogido como pueblo suyo es siempre y
solamente el amor. No podemos ir más allá de esto (vv. 7,8).

125
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Ahora, cuarenta años después de que el primer intento de en-


trar a Canaán fallara por causa de su falta de fe, Moisés trata de
construir esa fe del pueblo en Dios, y no sobre ellos mismos
(7.17,18,23). Los exhorta a que aprendan de las lecciones recibidas
en los pasados cuarenta años de vida errante (8.2-5). Deberán
confiar, de manera especial, en la Palabra del Señor (v. 3). Mien-
tras que antes el problema del pueblo era el miedo a sus enemigos,
ahora se ha presentado otro problema. El pueblo está amenazado
por el orgullo espiritual. No deberían suponer que Dios les estaba
dando la tierra porque ellos con su justicia la estaban mereciendo.
La maldad de los cananeos es la que hace que Dios los expulse
(9.4-5). De nuevo nos encontramos aquí con la doctrina de la sobe-
ranía de Dios sobre toda la tierra. Todo es propiedad suya, y él a
quien le plazca lo da. Todos hemos de rendirle cuentas a Dios.
En 10.12 Moisés pone énfasis una vez más en la obediencia de
corazón, y resume toda la Ley como el amor de Dios con todo el
corazón, al mismo tiempo que se le sirve con el corazón. Aquí es
donde se plantea de nuevo el problema del corazón. Deberá ser
circuncidado (limpiado) si el pueblo se decide a obedecer a Dios
(10.16).
En 11.26 se le presentan dos alternativas a Israel: la bendición
o la maldición. Será bendecido si obedece a Dios; si no lo hace,
será maldecido. Las bendiciones traen consigo responsabilidades
únicas a este pueblo privilegiado. Esto tiene el propósito de poner
énfasis en la verdad de que el pueblo de Dios, que tiene el privilegio
único de ser bendecido por Dios por encima de los demás pueblos,
debe también aceptar la responsabilidad que trae consigo tal privi-
legio, o sufrir grandemente por su falta de fidelidad. La historia
posterior de Israel ilustrará la relación existente entre la bendición
y el sistema de sacrificios, tal como se presenta en Levítico, nota-
mos lo difícil que sería hacerlo así, debido a la gran cantidad de
ofrendas que se necesitaban diariamente por los pecados de tantas

126
La liberación del Pueblo de Dios

personas. Y esta es exactamente la cuestión. Dios les estaba ense-


ñando que solo había un lugar de sacrificio que fuera aceptable
ante él, sin importarle lo difícil que les resultaba obrar de acuerdo
con ello. Sin duda, este lugar, que Dios habría de designar, señalaría
hacia el único lugar verdadero, del único sacrificio auténtico, el
Calvario.
En el capítulo 13 se habla de ciertas amenazas a la continua
bendición de Dios sobre su pueblo. Estas amenazas vienen a través
de los falsos profetas o maestros que pueden surgir en Israel. Aun-
que obren señales impresionantes, o prediquen cosas que han de
suceder para convencer al pueblo, no deben ser seguidos si su en-
señanza es contraria a la palabra revelada de Dios. Esto hace de la
Ley de Moisés el patrón de todas las revelaciones y enseñanzas
siguientes. La Palabra infalible de Dios es la única autoridad para
el pueblo de Dios. No se le debe permitir a nadie que nos aparte de
la Palabra, ni a los profetas (13.1), ni a los miembros de nuestra
propia familia (13.6), ni tan siquiera a una ciudad entera (13.12,13).
La preocupación de Dios por los pobres de su pueblo está ex-
presada en el capítulo 15. Aquí Dios advierte, a través de Moisés,
que no debemos usar nunca la Ley como un medio para herir a las
personas, o aprovecharnos de ellas. Más tarde, el Señor acusará a
los fariseos de haber cometido precisamente este tipo de pecado
(Mr 7.10-13).
Una interesante advertencia contra la presencia de reyes so-
bre el pueblo en un futuro, la encontramos en el capítulo 17. Los
impresionantes detalles de similitud entre estas advertencias y la
conducta observada por Salomón mucho después demuestran la
gran profundidad espiritual que le fue dada a Moisés cuando prepa-
raba al pueblo para todas las contingencias que le pudieran suceder
de acuerdo con su obediencia o desobediencia (vv. 14-17).
Tal como Dios habría de revelar nuevas verdades a través de
otros profetas que habían de venir, así como había hecho adverten-

127
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cias previamente contra los falsos profetas (13.1ss), ahora prepara


el camino para los verdaderos (18.15-19). El profeta verdadero ha
de ser como Moisés, esto es, ha de estar en armonía con la Palabra
de Dios a través de Moisés. También hablará Palabra de Dios y no
pensamientos humanos. Como le sucede a Moisés, así le sucederá a
él: lo que diga tendrá autoridad, porque permanece dentro de la Pala-
bra de Dios (v. 19). La prueba que se da aquí para identificar al
verdadero profeta es una prueba secundaria. Siempre estará sujeta a
la primera, que es su concordancia con las revelaciones recibidas a
través de Moisés. Lo sabemos porque Dios había dicho anteriormen-
te que un profeta podría predecir lo que sucedería realmente, y sin
embargo ser falso (13.1,2). Pero solo el profeta verdadero estará en
armonía con la Palabra de Dios. (Comparar Hechos 17.11, donde
hay un ejemplo del Nuevo Testamento sobre este principio).
En el capítulo 20 notamos que hay dos instrucciones diferentes
con respecto a los enemigos de Israel. Los que están lejos, es decir,
en tierras que no han sido prometidas a Israel serán sondeados en
son de paz, y se los ha de atacar solo si rechazan esa paz (20.10-12).
Por el contrario, las ciudades que están al alcance de la mano, esto
es, en Canaán, que ha sido prometido a Israel deberán ser destruidas
por completo, porque Dios no quiere que su pueblo more en medio de
gentes pecadoras (vv. 16-18). Fue en un intento inútil de observar
esta ley que más tarde Josué se metió en serias dificultades que
resultarían nocivas para toda la historia de Israel (Jos 9.3-15).
El capítulo 22 contiene pasajes que reflejan la preocupación de
Dios no solo por Israel y por los seres humanos en general sino
hasta por las pequeñas criaturas de la tierra (vv. 6,7). Nos demues-
tra que Dios se preocupa de todas sus criaturas y conoce las nece-
sidades de cada una, las protege de sus enemigos y las alimenta
según su necesidad. Esta doctrina sirve de gran consuelo también
al pueblo de Dios, como vemos en los capítulos 38 al 41 de Job y en
Mateo 6.25-34.

128
La liberación del Pueblo de Dios

Los capítulos restantes de este discurso (24—26) contienen


leyes diversas referentes a las relaciones entre los ciudadanos del
reino de Dios. Entre ellas encontramos, en 24.1-4, la ley relativa al
divorcio. Es bueno recordar que aquí el divorcio es permitido por
causa de los pecados del corazón de los hombres, como el mismo
Jesús enseñaría más tarde (Mt 19.7,8). La ocasión de divorcio, tal
como lo permitía Moisés, es que el esposo haya dejado de amar a la
esposa porque encontró algo indecente en ella (24.1). A menos que
la haga sufrir por crueldad, o le haga daño, el divorcio es permitido.
Pero, como enseñó el Señor, al principio no era así. Dios nunca
propone el divorcio como algo bueno o deseable.
La preocupación de Dios por los débiles y desamparados se
hace muy evidente en estos capítulos. Además de su preocupación
por la esposa maltratada, como ya hemos señalado, en 24.14, mani-
fiesta su interés en el pobre contratado como siervo, y en 24.17,19
por el extranjero, el huérfano, y la viuda. Hasta un buey ha de ser
tratado justamente (25.4). Esta última ley fue aplicada por Pablo
como un principio con respecto a los ministros de la Palabra. Tam-
bién ellos han de recibir su paga de aquellos a quienes ministran la
Palabra (ver 1 Co 9.9).
Vemos aquí expuesto también el principio de la culpa individual
(24.16). Evidentemente, en años posteriores el pueblo llegó a pen-
sar que este principio no era cierto, y a quejarse de que eran casti-
gados por los pecados de sus padres (Jer 31.30; Ez 18.2-4).
El discurso se cierra con una declaración final sobre la meta
que Dios tiene fijada a su pueblo. Deberán llegar a ser, por encima
de todas las naciones, un pueblo de Dios único y santo (26.19).
Los capítulos 27 a 30 recogen la renovación del pacto de
Dios con su pueblo. Primeramente se establece lo que Dios espe-
ra: que todos los mandamientos sean guardados (27.1). A conti-
nuación, da instrucciones que sirven para recordarle al pueblo la
voluntad de Dios. La Ley debería ser escrita en concreto en el

129
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

corazón de la tierra prometida a fin de que todos puedan verla y


recordarla (vv. 2-8).
La ceremonia del monte Garizim y el monte Ebal, descrita en
27.11ss, deberá servir como un nuevo y solemne recordatorio de la
seriedad del pacto hecho por el pueblo con Dios. Las dos monta-
ñas, que se levantan en el corazón de la tierra, cerca de Siquem,
están separadas por un estrecho valle. Las personas que se para-
ran al pie, o en las partes bajas de las dos montañas, una frente a
otra, podían oírse mutuamente con facilidad.
La mayoría de las maldiciones que encontramos aquí se refie-
ren a pecados secretos que podrían pasar desapercibidos del pue-
blo. Esto los hacía particularmente peligrosos, y a ello se deben las
terribles maldiciones que traían consigo. Más tarde, en la época de
Josué, veremos cómo un pecado secreto estuvo a punto de destruir
al pueblo (Jos 7.1ss).
La médula del pacto de Dios con Israel se presenta con clari-
dad en este capítulo 28. Mientras el pueblo permanezca fiel a Dios,
continuará en la tierra de Canaán y prosperará (vv. 1-14). Pero si
dejan de vivir como hijos de Dios, entonces él traerá juicio sobre
ellos y dará por terminada su permanencia y su prosperidad en la
tierra (vv. 15-68). En el juicio van incluidas las maldiciones (vv.
20ss), los castigos (vv. 25ss), la cautividad (vv. 36ss), el sufrimiento
(vv. 47ss), y la dispersión (vv. 64ss). Notaremos en la historia pos-
terior de Israel lo completamente que se cumplieron estos juicios
sobre un Israel desobediente. Este era el antiguo pacto, basado en
la capacidad que tuviera Israel de obedecer a Dios y guardar sus
mandamientos. Mientras fueran fieles Dios les prometía la prospe-
ridad en la tierra de Canaán. No en balde el escritor de Hebreos
habla del nuevo pacto basado en la obediencia y la obra de Cristo
como más segura y portadora de mayores promesas, o sea, una
herencia eterna en un hogar celestial (Heb 8.6-13). El antiguo pac-
to sirvió para demostrarle al pueblo de Dios que necesitaba el nue-

130
La liberación del Pueblo de Dios

vo. El nuevo dependía no de las obras de los hombres sino sola-


mente de la gracia de Dios y de su obra a través de Jesucristo. Si
fallaba el antiguo, se perdía la tierra. Pero por el triunfo del nuevo a
través de Jesucristo hay una herencia eterna asegurada para todos
aquellos que crean en Cristo. Esta herencia no se desvanecerá,
como le pasó a la tierra de Canaán (1 P 1.3-5).
Aun aquí, en el contexto del antiguo pacto, Moisés habla de la
necesidad y de la segura venida del nuevo pacto (cap. 30). Algo
básico en la esperanza del nuevo pacto que ha de venir es el cam-
bio de los corazones del pueblo (la circuncisión del corazón, v. 6).
Esto es sin duda lo mismo que el nuevo nacimiento de que habla
Jesús en Juan, capítulo 3.
Pablo ve estas promesas en el contexto del evangelio que él
predicaba, y cita este pasaje (vv. 11ss) en Romanos 10.6-8. Por
tanto vemos que aunque Moisés es el mediador humano del antiguo
pacto, le es permitido ver ese otro pacto mayor, hecho por media-
ción de una persona mayor que él, Jesucristo, quien tiene promesas
mejores para el pueblo de Dios.
Los capítulos 31 a 33 contienen las últimas palabras que dijo
Moisés al pueblo al que había dirigido tan fielmente durante cua-
renta años. En sus palabras finales intentó llevarlos a una total con-
fianza y dependencia del Señor (31.6). El Señor le permitió ver que
Israel sería infiel en los años siguientes. El largo poema que se
encuentra en el capítulo 32 habla de las caídas futuras de Israel. Es
una expresión poética de la tenebrosa historia futura del pueblo.
También tenía por fin llevar al pueblo a confiar en el Señor y no en
sí mismo. El poema, o cántico, debería ser aprendido de memoria
por todo el pueblo, y enseñado a sus hijos, con el fin de preparar a
los fieles para lo que habría de venir (v. 19).
El poema va contando todo lo que Dios ha hecho por Israel, así
como su rebeldía posterior y su castigo. Termina con una nota de espe-
ranza en la obra de expiación que Dios hará por su pueblo (32.43) .

131
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Al final del poema Moisés presenta una vez más, de forma


sucinta, los términos del pacto (vv. 46-47). Notemos cómo está
relacionado este pasaje tanto con las palabras dichas anteriormen-
te por Dios a Abraham (Gn 18.19), como con el quinto mandamien-
to y con Deuteronomio 6.4ss. Este antiguo pacto se basaba en la
perseverancia del pueblo en su fidelidad a Dios.
El capítulo 33 es una bendición final de Moisés sobre el pue-
blo, tribu por tribu, que de alguna forma trae a la memoria la
bendición dada anteriormente por Jacob, que se encuentra en
Génesis, capítulo 49.
El Deuteronomio termina con el relato de la muerte de Moisés
y rindiéndole tributo a este gran hombre. No necesitamos insistir en
que Moisés no es el autor de este capítulo. Su estilo es muy similar
al de las palabras iniciales del libro de Josué, y es muy razonable
suponer que fue este quien escribió este último capítulo, como epí-
logo a todos los escritos de Moisés, y también como una manera de
conectarlos con sus propios escritos, que se hallan a continuación,
en el libro de Josué.
Al repasar el Pentateuco notamos que los dos primeros capítu-
los del Génesis nos narran la creación, y nos dicen el propósito de
Dios para el hombre, al que hizo a su imagen. Cuando leemos sobre
la caída del hombre en Génesis 3, que lo descarriaría de la voluntad
divina, hallamos también inmediatamente el plan de redención de
Dios para rescatar un pueblo para sí. Los capítulos 4 al 11 presen-
tan cómo Dios preservó, por largo tiempo, una línea de personas
que permanecían fieles por su gracia, hasta que en el capítulo 12
entra Abraham, que habrá de ser el padre de un pueblo fiel a Dios.
El resto del Génesis sigue la línea de hombres fieles que se convir-
tieron en la familia de Dios, a través de Abraham, Isaac, y Jacob.
Los primeros diecinueve capítulos del Éxodo nos presentan a
Dios rescatando a este pueblo suyo de sus enemigos. Ahora ya
había crecido y era una nación grande que habitaba en Egipto. El

132
La liberación del Pueblo de Dios

Tabernáculo
resto del Pentateuco está dedicado a enseñarle al pueblo cómo
vivir como pueblo de Dios.
Desde Éxodo capítulo 20, hasta Números, se relata la entrega
de la ley de Dios a Israel al mismo tiempo que se dan ciertas for-
mas de aprender qué es lo que Dios quiere que el pueblo haga para
agradarle. En este punto, como ya hemos señalado, el tabernáculo
y el sistema de sacrificios en última instancia están presentando a
Cristo como el cumplimiento de todo lo que Dios exige en cuanto a
obediencia y adoración. El libro de Deuteronomio, reflexionando
sobre los cuarenta años de vida errante que llevó Israel en el de-
sierto, interpreta la Ley, predice que el pueblo no será capaz de
cumplirla en el futuro, y por último señala hacia la esperanza de que
Dios habrá de rescatar a su pueblo de sus pecados.
Ciertamente, el Pentateuco es el fundamento de nuestra compren-
sión de todo el resto de la revelación verbal de Dios. Por eso, hemos de
hacer referencias constantes a él, a medida que progresemos en el
estudio del resto del Antiguo Testamento, así como del Nuevo.

133
CAPÍTULO 4

EL PUEBLO HEREDA LA TIERRA


(JOSUÉ)

El libro de Josué puede dividirse fácilmente en dos partes casi


iguales de doce capítulos cada una. Los primeros doce capítulos
narran la conquista de la tierra de Canaán, y los doce restantes, la
división de las tierras entre las tribus de Israel.
Ya vimos en el Pentateuco cómo el Señor estableció y llamó a
una familia a través de Abraham y en Egipto la convirtió en una
nación; y cómo sacó a Israel de la esclavitud, afianzándolo como
una nación para Dios y dándole la Ley del Sinaí.
Ahora que Israel ha madurado en el desierto y está listo para
entrar en Canaán, el libro de Josué recuerda nuevamente la prome-
sa que Dios le había hecho a Abraham y había mantenido de darle
a su descendencia la tierra de Canaán en herencia.
El libro de Josué es una especie de escatología del Antiguo
Testamento, ya que habla de la entrada del pueblo a la herencia que
Dios le ha preparado. Por tanto, Canaán es un tipo del lugar eterno
que Dios ha preparado para todos sus hijos. Aunque a través del
antiguo pacto fueron dueños de Canaán por un tiempo, el escritor
de la Epístola a los Hebreos nos muestra que incluso Abraham
comprendió que el verdadero cumplimiento de las promesas de Dios
iba mucho más allá de la tierra de Canaán, hasta una ciudad eterna
no hecha por manos humanas, cuyo Hacedor es Dios mismo (Heb
11.10,16). Esto es lo que tanto el Antiguo Testamento como el Nue-

135
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

vo llaman los nuevos cielos y la nueva tierra (Is 65.17; 66.22; 2 P


3.13; Ap 21.1) o la nueva Jerusalén (Ap 21.2).
Puesto que el libro de Josué es el recuento de cómo los cananeos
fueron desposeídos de la tierra de Canaán, lo primero que debemos
observar es la declaración hecha por el propio Dios respecto a su
derecho a hacer esto con cualquier reino o nación sobre la tierra.
Anteriormente habíamos visto en el Deuteronomio la razón por la
que los cananeos serían expulsados de Canaán (9.4,5). En Jere-
mías 27.5 Dios declara también que él hizo la tierra y todo lo que
hay en ella lo ha dado a quien le ha parecido bien.
Encontramos en el primer capítulo de Josué el mandato que
recibe este, después de la muerte de Moisés, de guiar al pueblo en
su entrada a la herencia.
Vemos aquí que predomina el pronombre personal «yo», hacien-
do referencia a Dios. Dios mismo es quien hace las promesas de que
tendrán éxito, y es él también quien verá al pueblo, con Josué como
caudillo, llegar a esa meta. Esta promesa nos recuerda las primeras
palabras de Dios a Moisés. Es el familiar «estaré contigo» por el que
el Señor es conocido por su pueblo en cada generación (v. 5.)
Puesto que el pueblo tiene ya la Palabra de Dios escrita como
la norma para sus vidas y la autoridad para todo su servicio a Dios,
se les recuerda que la observen como fundamento de su éxito (v.
7). Este pasaje nos trae a la memoria los de Génesis 18.19 y
Deuteronomio 6.4ss, que también insistían en la observancia de la
Palabra de Dios como la forma de alcanzar su favor. Este principio
es verdadero todavía y lo será siempre.
Después de haber sido entregada la jefatura del pueblo a Josué
ya quedan ellos preparados para la conquista (v. 11). Las dos tribus
y media que ya habían recibido su herencia al este del Jordán son
amonestadas a recordar su solemne promesa de no establecerse
en sus propias tierras hasta que sus hermanos hubieran recibido
también su herencia (vv. 12ss.)

136
El pueblo hereda la Tierra

La disposición de este pueblo a hacer todo lo que ordene Josué


presenta un agradable contraste con la anterior negativa de sus
padres bajo Moisés a entrar en posesión de la tierra (v. 16; cf. Nm
14). Es una nueva generación; no son más numerosos que el Israel
de hace cuarenta años, pero su fe sí es mayor.
Como preludio a su entrada en la tierra, se envían a Jericó, que
es el primer puesto firme de Canaán al otro lado del Jordán, ciertos
espías (2.1ss). No se nos dice con qué propósito. Es de suponer
que deberían regresar con informes alentadores sobre la prepara-
ción que ya Dios había hecho para su conquista.
Entraron en la casa de una ramera, Rahab. Con riesgo para su
propia vida, ella los escondió cuando el rey de Jericó intentaba cap-
turarlos. En el versículo 9 se dice por qué lo hizo. Se había conver-
tido a la fe en el Dios de Israel, debido a lo que ya sabía sobre él y
sobre su pueblo (vv. 11,12,13). El libro de Hebreos nos dice que al
recibir a los espías, actuó en fe (11.31). Santiago usa también a
Rahab como uno de los dos ejemplos del Antiguo Testamento que
propone sobre la fe (2.25).
Es poco frecuente en el Antiguo Testamento encontrar gentiles
que crean y sean incluidos en el pueblo de Dios; el período del
Antiguo Testamento no era el de la extensión del evangelio a los
gentiles. Pero, sin embargo, ocurren incidentes como este que son
promesa de la inclusión posterior de los gentiles del mundo en el
reino de Dios que había sido insinuada en la profecía de Noé (Gn
9.27). Hay otros ejemplos notorios de gentiles incluidos en la época
del Antiguo Testamento, como son Tamar, la esposa de Judá, Rut la
moabita, y posiblemente Betsabé, la esposa de Urías el heteo, junto
con Naamán el sirio, en los días de Eliseo. Las cuatro mujeres
nombradas anteriormente aparecen todas en la genealogía de Je-
sús que recoge Mateo en el primer capítulo de su evangelio.
Algunos encuentran un dilema moral en el hecho de que Rahab
no les dijo la verdad a los hombres de Jericó sino que los engañó.

137
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sin embargo, las Escrituras no conocen tal dilema y su acción es


aprobada por el testimonio del Nuevo Testamento al celebrar su
gran fe, como ya hemos hecho notar. Bástenos decir que había
estado de guerra, y en la guerra, encontramos frecuentemente en
las Escrituras, el engaño es usado por el pueblo de Dios con apa-
rente impunidad. Podemos ver un ejemplo en este mismo libro más
adelante (Jos 8.15). Sin embargo, no debemos nunca valernos de
estos casos para justificar la mentira. Sacar de aquí el principio de
que la mentira puede estar justificada en algunas ocasiones, o invo-
car la perniciosa doctrina denominada de la ética situacional, tan
popular hoy en día, basándose en estos hechos de las Escrituras, es
hacer mal uso de ellas. El caso parece muy similar a lo que expresó
Cristo con relación al divorcio. Es permitido bajo determinadas cir-
cunstancias, debido a la dureza de los corazones de los hombres,
pero en el principio no era así (Mt 19.8). Dios no propuso la mentira
o el engaño como una parte correcta de la conducta humana, pero
a veces eran permitidas con aparente impunidad.
El relato de estos espías fue bastante optimista (2.24). Por tan-
to, a continuación tuvo lugar el paso del río Jordán por Israel en la
forma prescrita por Dios, para que toda la gloria fuera para él (ca-
pítulos 3 y 4). Se presenta el propósito declarado de Dios de reali-
zar el milagro de secar el río en 3.7, con el fin de engrandecer a
Josué, es decir, de afianzarlo en la confianza del pueblo. El río es
pequeño y poco profundo, y ni en tiempos de crecidas es un gran
río. Podía haber sido cruzado fácilmente sin necesidad de un mila-
gro. Pero hacía falta uno para demostrar que así como Dios había
estado con Moisés estaba también con Josué.
En el capítulo cuarto se presenta una proposición posterior de
que se haga un memorial de este suceso en piedra. En 4.14 se nos
dicen los resultados de haber cruzado en la forma señalada por el
Señor. Llanamente se nos dice que las piedras eran un memorial
para su gloria (vv. 20-24). Sin embargo, es posible que más tarde

138
El pueblo hereda la Tierra

estas piedras fueran adoradas, o mal usadas en alguna otra forma,


como nos sugiere Amós 4.4. Sabemos con certeza que Israel sí
hizo mal uso de la serpiente de bronce que Moisés había hecho en
el desierto, adorándola (2 R 18). Tan pronto como el pueblo había
cruzado el Jordán, los dos sacramentos que habían sido estableci-
dos por el Señor a través de Moisés fueron cumplidos en la nueva
tierra (capítulo 5). Con ellos el pueblo fue reconsagrado al Señor
como pueblo suyo.
No se nos dice por qué el sacramento de la circuncisión había
sido descuidado en el desierto; pero aunque es posible que el pue-
blo hubiera tomado el sacramento a la ligera, Dios no lo hizo. En
una ocasión Moisés casi recibió la muerte por haber descuidado la
circuncisión de su propio hijo (Éx 4.24-26). Recordemos que para
Dios el signo exterior indica la necesidad interior de limpieza de sus
corazones, y este asunto no es para ser tomado a la ligera.
También fue celebrada la Pascua en este momento, cuando
cesó de caer el maná (v. 12), sin duda porque al fin habían llegado
a una tierra cuyos frutos los podían alimentar.
El suceso interesante recogido al final del capítulo 5 tenía como
propósito sin duda los principios de la obra libertadora realizada por
Dios con su pueblo, cuando se había manifestado a Moisés en la
zarza. En ambos casos se hace énfasis en la santidad de Dios para
afianzar la verdad de que nadie puede acercarse a él a menos que
sea su voluntad. Nuestro exceso de familiaridad con Dios, que está
relacionado con el orgullo humano, nunca es permitido por él.
El capítulo 6 recoge la caída de Jericó. La forma en que se realizó
su captura tenía por fin demostrar que la ciudad les había sido entre-
gada por Dios. Y puesto que era la primera ciudad cananea en caer,
como en el caso de los primogénitos de Israel Dios reclamó para sí la
ciudad entera (v. 17). El término «consagrados» significa que todas
las criaturas vivientes deberían ser matadas, sin respetar ninguna, y
que todos sus tesoros deberían ser entregados a Dios (v. 19).

139
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Este muro nos recuerda al muro de Jericó

Después de la caída de la ciudad Josué pronunció una maldi-


ción sobre todo aquel que quisiera reconstruir sus murallas de nue-
vo, puesto que Dios la quería destruida. El efecto de esta solemne
maldición se haría sentir siglos después, en una era de falta de fe,
cuando se atrevieron a reconstruir la ciudad (1 R 16.34).
Hay una lección de gran importancia para el pueblo de Dios en
el capítulo 7. Acán, de la tribu de Judá, desobedeció el mandato
divino y tomó para sí algunas cosas de los tesoros de la ciudad. Sin
duda creyó que era bien poca cosa y que nadie se daría cuenta.
Pero no había contado con Dios. Él lo sabía, y cuando Israel intentó
tomar el siguiente pueblo, mucho más pequeño que Jericó, recibió
un duro golpe. La razón de su fracaso está expresada en el versí-
culo 11: Israel había pecado. Notemos que todo el pueblo era res-
ponsable por lo que había hecho un solo hombre, y resultaba afec-
tado. Cuando uno falla en la Iglesia de Cristo, todos reciben las
consecuencias. Y por encima de todo lo demás, la hipocresía puede
destruir al pueblo de Dios y su efectividad. Un pueblo hipócrita no
se puede mantener firme ante sus enemigos (v. 12). El castigo del

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El pueblo hereda la Tierra

pecado podrá parecer severo (v. 25), pero el bienestar de todo el


pueblo se hallaba en juego. En el caso de Ananías y Safira, en el
Nuevo Testamento, vemos el mismo problema, y el mismo severo
castigo (Hch 5.1-11). El hecho de que Dios no fulmine a todos los
hipócritas que hay en la iglesia hoy en día, no quiere decir de ningu-
na manera que ya no le interese. La Palabra de Dios muestra llana-
mente cuáles son los sentimientos suyos con respecto a esto, y lo
peligroso que resulta cuando la iglesia lo tolera.
La conquista de Hai está narrada en el capítulo 8, junto al rela-
to de la lectura de la Ley en el monte Ebal. La ceremonia descrita
en los versículos 30-35 tiene relación con las instrucciones especí-
ficas recibidas en Deuteronomio 27.11-14.
El capítulo 9 recoge una segunda amenaza al bienestar de Is-
rael, además de la hipocresía manifestada en el capítulo 7. Esta
vez, el peligro estaba en un acuerdo con los no creyentes. Dios les
había advertido seriamente con respecto a una componenda así,
como vemos en Éxodo 23.32 y Deuteronomio 7.2. Sin embargo,
Josué y los que estaban con él, quizá debido a los halagos, hicieron
un tratado de paz con los cananeos de la tierra. Lo importante aquí
es que lo hicieron sin indagar cuál sería la voluntad de Dios (14,
15). Aunque posteriormente castigaron a estos pueblos haciéndo-
los siervos suyos dedicados a las labores duras, esta acción se con-
vertiría en mal. La idea de tener a los cananeos para que hicieran
sus trabajos sucios y pesados, prendió prontamente, y posterior-
mente otros, aduciendo sin duda al ejemplo de Josué, hicieron lo
mismo, para detrimento de Israel (Jue 1.35).
Estas dos amenazas principales al bienestar de Israel, la hipo-
cresía y las componendas con los no creyentes, atacarían una y
otra vez a Israel, y continúan amenazando hasta nuestros días la
fortaleza de la Iglesia de Cristo.
De los capítulos 10 al 12 se narra la conquista del resto de la
tierra en rápida sucesión, bajo la jefatura de Josué. En esta sección,

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

es de gran interés la oración de Josué recogida en 10.12,13. Oró


para que el sol se detuviera mientras terminaba la batalla. Se nos
dice que este milagro es único en la historia. Los intentos hechos
por muchos para explicarlo como algún tipo de fenómeno natural
no tienen base en la llana narración de las Escrituras. Ciertamente,
el Dios soberano del universo podía hacerlo si lo deseaba, y se nos
dice que se complació en responder la oración de Josué, porque el
Señor luchaba al lado de Israel.
El capítulo 10 trata de la conquista del sur, y el 11 va siguiendo las
conquistas del norte, mientras que el 12 es un resumen de todo el
historial de la conquista. Aquí termina la primera gran sección del libro.
La segunda sección está dedicada principalmente a la narra-
ción de la división de las tierras entre las nueve tribus y media que
se habrían de asentar en el lado oeste del Jordán. Además de las
herencias ordinarias de las tribus, se nos dice que fueron designa-
das ciudades de refugio y ciudades para los levitas, cuya herencia
se encontraba esparcida en; medio de las tribus (caps. 20 y 21).
El incidente señalado en el capítulo 22, cuando las tribus del
este comenzaron a regresar a sus tierras, nos muestra la seriedad
con la que Israel tomaba la Palabra de Dios en aquel tiempo. En
verdad era entonces un pueblo lleno de fe. El problema era el peli-
gro de que se levantara otro altar además del que había sido indica-
do por el Señor de acuerdo con las advertencias de Deuteronomio
12. Cuando se explicó que el altar construido por estas tribus del
este no era para sacrificios, sino simplemente un memorial, como
las piedras que habían sido sacadas anteriormente del Jordán, des-
apareció la amenaza (22.28).
El discurso de despedida de Josué concluye el libro. Exhorta al
pueblo como Dios lo ha exhortado a él (23.6, ver cap. 1). El que su
prosperidad continuara dependía de que siguieran obedeciendo la
voluntad de Dios, tal como lo establecía la Antigua Alianza
(23.12,13,16) .

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El pueblo hereda la Tierra

En 24.2 Josué habla de los antepasados de Abraham, por lo


que conocemos el pasado cultural pagano de este. Hace un re-
cuento de la historia de la gracia de Dios con respecto a Israel, y
termina dejándoles algo muy precioso: su propio testimonio perso-
nal de fe y compromiso con el Señor ( 24.14-15).
A pesar del entusiasmo que manifiesta el pueblo con respecto
al compromiso con el Señor (vv. 16ss), les advierte severamente
sobre los peligros, y sobre lo difícil que es vivir en fe, quizá recor-
dando que Moisés había advertido en su cántico final que vendrían
tiempos amargos (ver. Dt 32).
El testimonio retador y la exhortación de Josué que están escri-
tos en el versículo 15 presentan la decisión a la que siempre se
tiene que enfrentar el pueblo de Dios. Cristo declararía más tarde,
como ahora lo hace Josué, que «ninguno puede servir a dos seño-
res» (Mt 6.24). También Elías en el Carmelo le presentaría la mis-
ma obligación de decidir a un Israel pecador y vacilante (1 R 18).
En los mensajes a las siete iglesias que se recogen en el libro del
Apocalipsis, el reproche más severo cae sobre la iglesia de Laodicea,
que no era ni caliente ni fría, sino tibia (Ap 3.15,16). Evidentemen-
te, a pesar de lo claro que Dios enseña la necesidad de comprome-
terse totalmente con él, la iglesia ha tenido dentro de sí a muchos
que no han tomado a Dios seriamente, y han intentado servir a dos
señores, es decir, complacerlo a él y al mismo tiempo al mundo;
disfrutar de la ciudadanía del cielo y de una vida mundana. Y esto,
sencillamente, no puede ser.
El relato de la muerte de Josué fue escrito por alguien que vino
después, como profeta de la Palabra de Dios, quizá el autor de los
Jueces, cuyo nombre desconocemos.
El efecto de la vida de este hombre y su impacto en Israel se
encuentra resumido en Josué 24.31.

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CAPÍTULO 5

LA DECADENCIA ESPIRITUAL DE
ISRAEL
(JUECES, RUT, 1 SAMUEL 1,2)

Nos estamos moviendo cronológicamente ahora hacia uno de los


períodos más oscuros de la historia de Israel. Es imposible saber con
exactitud cuántos años transcurren durante este período de los jue-
ces. Hay inseguridad incluso con respecto a la época del Éxodo. Mien-
tras que algunos señalan una fecha más temprana, en el siglo quince,
para el Éxodo, otros señalan la existencia de numerosas evidencias a
favor de una fecha posterior en algún momento del siglo trece. Hubo
un tiempo en que los de tendencia conservadora se atenían a la fecha
más temprana y los liberales a la segunda, pero hoy en día ya no se
puede decir que sea así. Muchos conservadores insisten en un éxodo
en el siglo trece, y con buenos argumentos. Las Escrituras no están de
todo claras en este asunto, y no tenemos razón para preocuparnos
grandemente con respecto a la fecha exacta.
Igualmente la duración del período de los jueces no puede ser
determinada con certeza. Parece claro que los años de los distintos
jueces del período no pueden ser consecutivos, puesto que requeri-
rían más años de los que tenemos disponibles entre el Éxodo y el
tiempo de David, que se sitúa con bastante certeza alrededor del
año 1000 A.C. Por tanto, podemos suponer que en los tiempos de
los distintos jueces tenemos la coincidencia de varios de ellos en
diferentes partes del país.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sería un error gastar demasiado esfuerzo tratando de elaborar


una cronología que las Escrituras no nos han aclarado. Mejor vea-
mos las lecciones de este oscuro período en la historia de Israel.

I. El libro de los Jueces


El libro en sí, al igual que el de Josué, se puede dividir en dos
secciones básicas pero no iguales. La primera, que cubre los capí-
tulos 1 a 16, trata sobre los ciclos de la historia israelita en este
período. La última sección del libro, los capítulos 17 al 21, nos da
algunos ejemplos del estado espiritual de Israel en aquel momento.
El capítulo uno de Jueces presenta lo que siguió al período de
Josué. Encontramos al principio después de la muerte de Josué un
deseo por parte de Israel de conocer y seguir la voluntad del Señor
(vv. 1-3). Las diversas tribus se hallaban ocupadas en terminar las
conquistas. Esto quiere decir que Josué no había completado la
operación de conquista, sino que había aún numerosos puntos de
resistencia a través de todo el país (vv. 22,27,29-34).
Se nos dice además que muchas de las tribus, aparentemente
siguiendo el ejemplo de Josué que leemos en Josué capítulo 9, esta-
ban poniendo en los trabajos duros a los cananeos vencidos,
esclavizándolos en lugar de destruirlos como les había ordenado el
Señor (vv. 28,30,33,35).
Este estado de cosas provocó que el Señor enviara un ángel
para que le advirtiera a Israel que su desobediencia al mandato
divino traería sufrimiento a la tierra (2.2,3). El hecho de que el
pueblo reaccionara a esta palabra proveniente de Dios con arre-
pentimiento es en sí una buena indicación de que en ese momento
el pueblo estaba aún espiritualmente alerta. Podían sentir dolor por
sus pecados (v. 45).
Mientras vivían los que recordaban a Josué, el pueblo fue en
general fiel al Señor (v. 7). Pero incluso aquella generación falló en

146
La decadencia espiritual de Israel

un aspecto muy importante. No siguieron las instrucciones de


Deuteronomio 6.4ss de enseñar a sus hijos lo que habían aprendido
de Dios, y así vemos que se levanta después toda una generación
que no sabe nada de Dios ni de la Ley de Moisés (v. 10). Este
abandono por parte de los padres que no instruyen a sus hijos es un
golpe asestado al mismo centro del propósito de Dios cuando llama
a un pueblo y establece su pacto con él para que él sea su Dios y
ellos su pueblo. Lo que Dios le había expresado primeramente a
Abraham sobre los deberes de los padres (Gn 18.19), y les había
dicho en forma específica a todas las familias de Israel (Dt 6.4ss),
fue desoído, y con los peores resultados. Se levantó toda una gene-
ración sin fe.
A través de la historia posterior del pueblo de Dios hasta nues-
tros días podemos observar el mismo pecado y sus consecuencias.
Muchos de los males de la iglesia de hoy surgen de la negligencia
de los padres cristianos en la enseñanza de la Ley de Dios a sus
hijos, y su poca preocupación por vivirla ante ellos.
El surgimiento de una generación sin fe, descrito en el capítulo
2 de Jueces, da entrada a la serie de ciclos que se desarrollan en los
capítulos restantes del libro.
El esquema de ese ciclo se nos presenta en 2.11-23, y es como
sigue: 1) el pueblo hace el mal, dejando la adoración al Señor (vv.
11-13); 2) Dios, en su cólera, los castiga levantando enemigos que
arrasan con ellos (vv. 14-15); 3) el pueblo en su sufrimiento apela al
Señor (v. 15); 4) el Señor hace surgir jueces que lo salven de las
manos de sus enemigos (v. 16). Entonces el ciclo comenzaría de
nuevo, tan pronto como ellos olvidaran a su Dios y se volvieran al
mal (vv. 17ss). El propósito de Dios al hacer surgir naciones que
castiguen a Israel se nos dice en 3.1-6. Habían sido dejadas en la
tierra para probar la fidelidad de Israel y para afirmar la fortaleza
de los fieles.

147
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En 3.7 comienza el relato de los ciclos, que sigue hasta el capí-


tulo 16. Hay por lo menos siete ciclos separados, como los descri-
tos anteriormente, en este período de la historia de Israel.
El primer ciclo (vv. 7-11) habla de la condición pecadora de
Israel que provocó que Dios enviara contra ellos a reyes de
Mesopotamia. Luego, cuando Israel había clamado a Dios en su
dolor, Dios levantó a Otoniel, de la familia de Caleb, para rescatar a
Israel. En este caso, como en muchos otros, se nos dice que el
Espíritu del Señor vino sobre el juez para darle sabiduría y un poder
especial para realizar su tarea (v. 10).
La función exacta del Espíritu Santo en la época del Antiguo
Testamento no está del todo clara. Ciertamente, está activo en la
creación, y también guiando a Israel en particular, al dotar a ciertas
personas con capacidades para realizar tareas especiales. Así lo
hizo con algunos en el desierto, haciéndolos capaces de realizar
hábiles trabajos en la construcción del tabernáculo que él había
ordenado (Éx 31.1-4; ver también 1 S 10.6). También sabemos que
el Espíritu Santo guió a los profetas llamados a poner por escrito de
la Palabra de Dios (2 P 1.21). Sin embargo, no parece haber una
presencia constante del Espíritu en los hijos de Dios del Antiguo
Testamento, como vemos en el Nuevo después de pentecostés. El
Espíritu en esta época, el período de los jueces, parece haber des-
cendido sobre ciertas personas por un período y haberlos dejado
después. Evidentemente este es el caso de Otoniel (v. 10).
El segundo ciclo (vv. 12-30) relata el sangriento episodio del
asesinato de Eglón, rey de Moab y enemigo de Israel. Algunos se
quejan de que aparezcan escenas tan sangrientas en la Biblia y
tratan de considerarla como algo escrito en un nivel inferior al cris-
tiano. Sin embargo, no hay escenas más sangrientas que las que
encontramos en el Apocalipsis. Todas ellas subrayan el hecho de
que el pecado ha traído consigo la necesidad del derramamiento de
sangre, y si el Antiguo Testamento o el Nuevo resultan sangrientos

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La decadencia espiritual de Israel

para algunos, es que están ignorando ingenuamente los problemas


reales de vida o muerte, y la terrible amenaza de infierno que cuel-
ga sobre todo el que entra en este mundo.
El tercer ciclo se menciona aquí solo brevemente, sin muchos
detalles (v. 31).
El cuarto ciclo (4.1—5.31) nos dice que cuando los hombres
no sabían cumplir con su responsabilidad en la iglesia como dirigen-
tes, el Señor podía, y de hecho lo hizo a veces, llamar mujeres que
ocuparan sus puestos. Pero no hemos de concluir por ello que Dios
les ha dado a las mujeres, en paridad a los hombres, el lugar de
jefes en la iglesia. Como dijo Cristo con respecto al divorcio, en
este caso tampoco era así en el principio (5. 7; cf. Mt 19.7,8; 1 Tim
2.9-15). Se desprende claramente de 4.8, que la razón por la que
Débora fue escogida fue que los hombres, que debían haber dirigi-
do al pueblo, no querían hacerlo.
La expresión poética de la victoria de Débora que está en el
capítulo 5 pone en claro que no había sido Débora sino el Señor
quien había triunfado en aquel día. Hasta las estrellas del cielo com-
batieron contra Sísara, el enemigo de Israel (5.20). Esto no es una
referencia a la astrología, sino que, como dice Josué 10.12,13, como
la soberanía de Dios lo controla todo, hasta los cuerpos celestes
pueden llegar a afectar las vidas y los destinos de los hombres
según la voluntad de Dios.
El quinto ciclo (6.1—10.5) cubre la liberación de Israel de ma-
nos de Madián su enemigo, por medio del juez Gedeón. Este perío-
do de la historia de Israel es particularmente bajo en espiritualidad.
Dios envía un profeta innominado para reprocharle al pueblo su
falta de fidelidad (vv. 7-10).
El llamado de Gedeón nos hace recordar los de Moisés y Josué.
Aquí Dios promete estar con aquél a quien ha llamado y enviado a
realizar su obra (vv. 15,16).

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La petición que hace Gedeón de una señal, según vemos en el


verso 17, y el episodio subsiguiente con el vellón (vv. 36-40), no son
precisamente motivo de alabanza para la figura de Gedeón. Su
insistencia en que hubiera una señal no es indicio de fortaleza espi-
ritual sino de debilidad. Aunque se le llama «hombre de fe» (Heb
11.32,33), su fe es muy débil, como indica claramente su petición
de señales.
La obediencia de Gedeón al Señor era la evidencia de su fe, ya
que derribó el altar de Baal y construyó uno para el Señor (vv.
26,27; cf. la fe en Abraham, Gn 12.4, y de Noé, Gn 6.22). Aquí
vemos un ejemplo de un hijo guiando a su padre: el padre de Ge-
deón desarrolla evidentemente su fe en Dios siguiendo la dirección
de su hijo (vv. 30-32).
El episodio del vellón que se recoge en los versículos 36 y si-
guientes, manifiesta, como ya dijimos, no la fortaleza de la fe de
Gedeón sino su debilidad. Dios había prometido estar con él y ha-
cerlo prosperar, y sin embargo Gedeón pidió una señal, no una vez,
sino dos (vv. 36,37,39). La práctica que tienen algunos hoy en día
de discernir la voluntad de Dios «extendiendo el vellón» ha de ser
vista en el contexto de alguien cuya fe es tan débil que no quiere
obedecer a Dios sin un signo visible. Si alguien insiste en «extender
el vellón» es decir, en poner a Dios en el caso de manifestarle su
voluntad por medio de alguna señal ideada por el que duda, aténga-
se a las consecuencias si se queda sin respuesta. No todos somos
llamados como Gedeón.
El método usado para escoger a los que habrían de pelear Jun-
to a Gedeón, tal como leemos en el capítulo 7, no es el asunto
principal, según creo. Hay quienes le han dado demasiado signifi-
cado a la forma en que algunos bebían con sus manos, mientras
que otros se echaban sobre sus rodillas para beber, tratando de
probar que una forma era preferible a la otra. No estoy seguro de
que sea esto lo importante. Lo principal es que Dios quería eliminar

150
La decadencia espiritual de Israel

a la mayoría para demostrar que la victoria sería de él y no de los


hombres. Los que él escogió, pueden haber sido los menos capaces
de los 10.000.
El sueño del madianita que se le permitió conocer a Gedeón
fue una nueva seguridad de que se cumpliría la promesa de Dios de
darle la victoria (vv. 9-14). La última parte del capítulo 7 relata la
huida desordenada de los madianitas, cuando Dios pone confusión
y miedo en sus corazones.
Podemos ver la sabiduría y diplomacia de Gedeón cuando cal-
ma la ira de los efraimitas. Esencialmente, lo que hizo fue halagarlos
diciendo que lo que él había hecho con su pequeña banda de hom-
bres no era nada en comparación con lo que Efraín había hecho.
Cuando el pueblo de Israel le ofreció el título de rey (8.22ss),
Gedeón mostró su gran humildad ante los hombres y ante Dios al
rehusarlo, a la vez que afirmaba la realeza del Señor (v. 23). En
verdad, el Señor era el único con derecho a ser rey, como Moisés lo
había proclamado mucho tiempo antes (Éx 15.18).
Es difícil comprender cómo este mismo Gedeón haya podido
desviar inmediatamente el corazón del pueblo del mismo Dios que
acababa de proclamar. Y sin embargo eso es lo que hizo (vv. 24-
28). El final de la historia de Gedeón y su familia es triste, sin duda,
por su desatino al hacer el efod (una prenda sacerdotal) que causó
la caída del pueblo (v. 27).
De entre los setenta hijos de Gedeón (tenía muchas esposas),
solo uno, Jotam, sobrevivió a la matanza llevada a cabo por Abimelec,
hijo de Gedeón con su concubina. Jotam también fue forzado a huir,
después de haber pronunciado una maldición sobre Abimelec
(9.7ss). La maldición era que los hombres de Siquem y Abimelec,
que habían maltratado así a Gedeón y a sus hijos, se destruirían
mutuamente (vv. 19-20). El resto del capítulo nuevo nos narra cómo
se hizo realidad esa maldición.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El ciclo sexto se encuentra en 10.6—12.15. Es la historia de


Jefté, y de cómo condujo a Israel a la victoria sobre los amonitas.
Jefté había sido despreciado por su propio pueblo, hasta que tuvie-
ron necesidad de él (11.1ss). Entre tanto, los amonitas amenazaban
a Israel y, como antes, el pueblo se volvió a Dios pidiendo ayuda
(10.10). Sin embargo, esta vez el Señor no respondió inmediata-
mente a sus ruegos sino que les reprochó su falta de fidelidad (v.
13). Solo después de que ellos hubieron mostrado evidencias reales
de arrepentimiento sincero hizo Dios surgir un libertador, Jefté.
El éxito de Jefté fue que, con la ayuda de Dios, sometió al
enemigo de Israel, los amonitas (11.33). La tragedia de la historia
de Jefté está en que, buscando seguridad para sí mismo contra la
derrota, hizo un voto apresurado e innecesario que le costaría muy
caro (11.30-31). En cierto sentido, Jefté intentaba sobornar a Dios
para que le diera la victoria. Ya había tenido anteriormente todas
las indicaciones de que Dios estaba con él (v. 29). No puedo imagi-
nar que esperara que le saliera desde la puerta de su casa a su
regreso nadie más que algún miembro de su propia familia.
Debemos decir aquí que Dios nunca ha hecho transacciones de
esa clase, ni con Jefté ni con ningún otro hombre. Dios nunca estuvo
de acuerdo en honrar un voto semejante. Él ya le había mostrado su
presencia a Jefté, asegurándole así la victoria. La idea fue totalmente
de Jefté. Es más, Dios nunca perdonó lo que había hecho Jefté. No
está escrito en la Palabra de Dios como ejemplo de lo que tienen que
hacer los hijos de Dios. Al contrario, lo que hizo Jefté era un crimen
contra la Ley de Dios. Tampoco leemos que Dios se lo exigiera,
aunque él haya hecho el voto como lo hizo. Nunca es necesario
consumar un voto que esté contra la Ley de Dios. Lo que aquí en-
contramos no es un acto de gran fe sino un pecado sin valor ejemplar
alguno para el pueblo de Dios. Aunque Jefté es enumerado entre los
fieles a Dios, de ninguna manera puede servir de ejemplo en este
particular hecho de su vida (Heb 11.32).

152
La decadencia espiritual de Israel

El último ciclo, en los capítulos 13 al 16, es el conocido ciclo de


Sansón y los filisteos. Desde su nacimiento Sansón había sido dedi-
cado por sus padres para ser nazareo por indicación de Dios (13.3-
5). Como los demás jueces, Sansón fue dotado con el Espíritu San-
to de Dios (13.25).
Al igual que Jefté y Gedeón, Sansón, aunque aparece entre los
hombres de fe del capítulo 11 de Hebreos, no es un buen ejemplo
de lo que ha de ser un hijo de Dios. Entre otras cosas, quiso casarse
con una filistea (14.2), lo cual estaba en desacuerdo con la voluntad
de Dios.
Los episodios siguientes sobre su trato con los filisteos, y la
matanza de grandes multitudes de ellos de vez en cuando, eran sin
duda parte del propósito de Dios de liberar a Israel de manos de sus
enemigos (14.5 a cap. 15).
En el capítulo 16 leemos cómo terminó la vida de Sansón. Al
parecer, no había aprendido nada de las desagradables experien-
cias pasadas al casarse con una filistea, puesto que se vio envuelto
por otra de Gaza, una ciudad filistea, que era ramera (16.1ss). Este
pecado casi le costó la vida.
Después, para añadir pecado al pecado, amó a otra mujer más,
Dalila, probablemente filistea, puesto que conocía muy bien a los
señores filisteos (16.4-5). Desde el principio se ve que ella amaba
más el dinero y su propia persona que a Sansón (16.5), y buscó la
manera de traicionarlo poniéndolo en manos de sus enemigos, lo
que al fin consiguió (16.18-21).
El último acto de Sansón fue quizá el mayor y menos egoísta.
Esperó pacientemente a que su cabello volviera a crecer, esto es, a
volver a ser nazareo, para poder hacer aquello para lo que Dios lo
había llamado. Pasó por grandes sufrimientos para realizar este
único acto de liberación de su pueblo. Y sin embargo, este acto
puede haber sido muy bien una venganza personal, más que un
intento de servir a Dios y a su pueblo (16.8).

153
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Visto en conjunto, el grupo de jueces que se fueron levantando


para liberar a Israel de vez en cuando, es un grupo muy oscuro.
Vemos en todo el período muchos héroes, pero pocos caudillos es-
pirituales auténticos que anduvieran con el Señor. La mayoría de
ellos no eran ejemplos de vidas fieles. No encontramos nadie que
se parezca a Moisés, o a Josué, o a Samuel, que aparecerá más
tarde. Los jefes eran débiles, principalmente porque el pueblo era
débil, y el clima espiritual de aquellos días era muy pobre.
El hecho de que el período de los jueces es llamado con razón la
Edad Oscura de la espiritualidad en Israel, queda bien ilustrado con
las dos narraciones de esa época que recogen los capítulos 17 al 21.
La primera narración, en los capítulos 17 y 18, nos habla de un
hombre llamado Micaía, que al parecer le robó alguna plata a su
madre (v. 2). Por alguna razón, le devolvió la plata, y ella decidió
dedicarla al Señor haciendo una imagen de talla (v. 3). De esta
forma violaba tanto el segundo como el octavo mandamiento, y
también el quinto, puesto que él no había honrado a su madre. Esto
hace que el autor del libro comente: «En aquellos días no había rey
en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (v. 6). Esta frase
bien podría ser llamada el estribillo del libro de los Jueces (cf. 18.1;
19.1; 21.25).
No podemos decir con seguridad si el autor estaba escribiendo
desde la perspectiva de un tiempo en el que había, o se esperaba que
hubiera, reyes en Israel. Un significado seguro de esta declaración
es que el pueblo había rechazado al Señor y su Palabra. El Señor no
reinaba en sus corazones como rey pero él se había declarado su rey
(Éx 15.18; Jue 8.23). Era una época llena de pecado.
El pecado de Micaía se hizo aun mayor cuando tomó a un
levita como sacerdote personal suyo (vv. 10-13). Dios nunca había
permitido una cosa así. Era un abuso del ministerio de los levitas.
Al parecer, en aquellos días algunas tribus no se habían aún
establecido. Unos de la tribu de Dan fueron a acampar donde esta-

154
La decadencia espiritual de Israel

ba Micaía y su sacerdote privado (cap. 18). Acabaron atrayendo al


sacerdote para su tribu (vv. 19-20). Esto era algo que tampoco esta-
ba permitido por Dios. Los intentos por parte de Micaía de que le
devolvieran su sacerdote y sus ídolos se vieron frustrados por las
amenazas que le lanzaron (v. 25). De esta forma, el pecado de un
hombre se convirtió en pecado de toda una tribu (v. 30). Aquí tene-
mos, pues, una muestra de la ausencia de ley y orden que prevalecía
en el Israel de aquellos tiempos. Este es el tipo de gente que los
jueces trataban de guiar. Humanamente parecía una tarea imposible.
Quizá la parte más triste de toda esta narración es aquella en
que por fin se da el nombre del sacerdote, en 18.30, y resulta ser un
descendiente de Moisés por línea directa. Esto nos habla de lo rápi-
do que se mueve el poder de Satanás entre los hijos de Dios, ha-
ciendo estragos. Ni la familia de un hombre de Dios como Moisés
estaba inmune a los ardides de Satanás. Este nieto de Moisés des-
cendió a una escala espiritual muy baja al rebelarse contra las leyes
de Moisés, su abuelo.
El segundo ejemplo se relata en los capítulos 19 al 21. Esta
narración también tiene que ver con un levita y con la ciudad de
Belén (19.1; cf. 17.7). Es una historia horrorosa y sórdida. El levita
había tomado una concubina de Belén, la que finalmente había hui-
do de su lado para volver a su padre en Belén (19.2). El levita
regresó a Belén a buscarla, y después de haber sido detenido algu-
nos días por su suegro, al cabo partió de regreso a Efraín con su
concubina.
Notemos la triste situación de Israel en aquellos días, que pasa
de largo una ciudad pagana, Jebús (Jerusalén), para pasar la noche
entre hebreos, solo para encontrarse con que la ciudad hebrea
Gabaa, de Benjamín, rezumaba hostilidad y carecía de hospitalidad
(vv. 12-15). La ciudad de Gabaa resultó tener muchas de las ca-
racterísticas de Sodoma y Gomorra (podríamos comparar las pala-
bras de Isaías mucho después, en Is 1.9). En la ciudad había un

155
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

peregrino extranjero que sí supo mostrarle hospitalidad al levita,


como Lot, extranjero en Sodoma, la había mostrado a los ángeles
pensando que eran hombres necesitados de ayuda (vv. 16ss). Tam-
bién, al igual que en Sodoma, los benjaminitas se quejaron del ex-
tranjero y de su huésped levita, y quisieron «conocer» (tener rela-
ciones sexuales) al levita (v. 22). El extranjero, que le había pedido
al levita que entrara en su casa, como había hecho Lot anterior-
mente con los ángeles, ofreció su hija y también la concubina del
levita a los hombres (vv. 23-24).
Los hombres malvados de Benjamín abusaron de la concubina
durante toda la noche, dejándola tan exhausta físicamente que mu-
rió (vv. 27-28). La acción del levita nos parece horrible a nosotros,
pero fue efectiva (v. 29). Unió a todo Israel, al menos una vez, para
castigar a toda la tribu de Benjamín (cap. 20).
Solo quedaron unos pocos de la tribu de Benjamín cuando ter-
minaron las luchas, y así una tribu quedó casi exterminada. Esa
tribu no volvería nunca más a ser fuerte, y terminaría uniéndose
con la de Judá. Las formas ingeniosas en que los israelitas resolvie-
ron el problema de conseguirles esposas a los benjaminitas que
quedaron nos muestra cómo se iban capitalizando pecado tras pe-
cado, hasta que nada se podía hacer sin que conllevara una cierta
violación de la Ley de Dios (cap. 21).
En conclusión, con respecto a las lecciones que ofrece este libro,
hemos visto que el período de los jueces fue básicamente un período
de caos espiritual. Hemos visto ilustraciones de faltas que afectan a
casi todos los Diez Mandamientos: falta de honor a los padres, robo,
fabricación de imágenes, adoración a otros dioses, codicia, mentira,
asesinato, y adulterio. Así era como se vivía entonces.
¿Qué fue lo que causó un caos espiritual semejante? En los
primeros capítulos de Jueces encontramos la respuesta. Los pa-
dres que habían conocido a Josué, y sabían cómo Dios había libra-
do a Israel de los cananeos, al parecer estaban demasiado ocupa-

156
La decadencia espiritual de Israel

dos para dedicar su tiempo a enseñarles la Palabra de Dios a sus


hijos. Desobedecían así las órdenes dadas específicamente por Dios
en Deuteronomio 6.4ss. Esto hizo que toda una generación no co-
nociera al Señor ni supiera de la obra que él había hecho por Israel
(2.10). Y esto a su vez trajo consigo la ignorancia espiritual y el
caos, como podemos ver en este libro. O sea, que está subrayando
la necesidad de unos padres piadosos con fidelidad que enseñen a
sus hijos la Palabra de Dios. De otra manera, no llegarán a conocer
esa Palabra de Dios.

II. La otra cara de los hechos: Elimelec y Elcana


y sus familias (Rut, 1 S caps. 1 y 2)
Aunque el libro de los Jueces nos presenta el cuadro de la
situación espiritual que prevalecía en la época, no podemos decir
que el cuadro sea total. Sin duda alguna hubo también padres pia-
dosos en Israel que no siguieron las tendencias infieles de su épo-
ca. Podemos ver esto ejemplificado en las familias de Elimelec y
Elcana. El Señor, como hemos visto, desde el mismo momento de
la creación, ha enfatizado grandemente la importancia de la fami-
lia. El libro de Rut y el de 1 Samuel ilustran muy bien la forma en
que Dios bendecía a las familias fieles.
El libro de Rut recoge las experiencias de la familia de Elimelec,
casado con Noemí. Es interesante que ambos eran de Belén (1.1),
como lo eran algunos de los personajes más sórdidos que encontra-
mos en el libro de los Jueces. Debido al hambre que había en la
tierra se fueron a vivir por un tiempo en la tierra de Moab. Estando
allí, los dos hijos de Elimelec y Noemí se casaron con mujeres pa-
ganas de Moab. Quizá esta fuera la razón por la cual ambos murie-
ron. Sin embargo, la piadosa Noemí ansiaba regresar a su casa.
Ella no esperaba que sus dos nueras dejaran su hogar en Moab,
pero una de ellas, Rut, sí prefirió a Noemí y a su Dios por encima
de su propia gente y sus dioses (vv. 16-17). El versículo 16 ha sido

157
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

citado con frecuencia para ilustrar la gran fe y devoción de Rut, y


así es, pero no podemos pasar por alto el hecho de que también
elogia la estatura espiritual de Noemí, cuya devoción al Señor y
amor por su nuera conmovieron a esta hasta hacerla dejar a su
pueblo e irse con la anciana a un hogar extraño.
De vuelta en Belén, Rut, por una providencia divina, como
muestra el libro, conoció a otra persona piadosa, Booz, y por bendi-
ción de Dios, ambos terminan casándose, estableciendo así otro
hogar piadoso (capítulos 2 a 4). De aquel hogar de fe descendería
el gran rey David (4.22), y alguien aun más grande: el Señor Jesu-
cristo (Mt 1.1) .
Aquí volvemos a ver a una pagana, Rut, insertada en la línea de
los creyentes. Una vez más, Dios da una prenda del día en el que
gentes de todas las naciones del mundo vendrían para ser incluidas
en el pueblo de Dios.
Así bendijo Dios a la fiel Noemí, que mostró de tal manera la
presencia suya en su vida que una joven pagana fue atraída a ese
Dios. Dios le proporcionó un esposo creyente, juntos constituyeron
una familia temerosa de Dios, de la cual vendría en el tiempo la
persona de Jesucristo. No todo estaba perdido en esta edad peca-
dora y sin Dios, porque él es bondadoso y no permitiría que la luz se
apagara en Israel.
La familia de Elcana y su esposa Ana también son un buen
ejemplo de la presencia de personas devotas en Israel, en la época
de los jueces. Era procedente de los montes de Efraín, de donde
era también Micaía, según Jueces 17 (v. 8), y de donde provenía
también el levita de Jueces 19 (v. 1). Su vida espiritual se refleja en
la regularidad con que adoraba al Señor con su familia en Silo,
donde estaba el tabernáculo en aquel entonces (1 S 1.3; cf. Jos
18.1). Notemos el contraste entre su obediencia al mandato de
Dios con respecto a la adoración en un solo lugar que Dios escoge-

158
La decadencia espiritual de Israel

ría (Dt 12) y la desobediencia de los danitas, que levantaron su


propio santuario separado de la casa de Dios.
Ana, la esposa de Elcana, tenía como rival a la otra esposa,
llamada Penina (1 S 1.6-7). Como era estéril, deseaba mucho tener
un hijo y oraba incesantemente pidiéndoselo. La entrega de su hijo
al Señor como sacrificio vivo para Dios contrasta con el disparata-
do compromiso y con el voto de Jefté (1 S 1.11; cf. Jue 11.30-31).
El que Elí no haya sabido reconocer que Ana estaba orando, es en
sí mismo un buen comentario sobre la corrupción espiritual de la
época (1.12-13). Era tan escasa la oración en aquellos tiempos,
que ni un sacerdote de Israel era capaz de reconocerla.
Cuando Dios le dio un hijo a Ana, ella lo llamó Samuel. El nom-
bre significa «Su nombre es Dios», y es un tributo al Dios que se lo
había dado. Samuel fue criado en un hogar piadoso y, finalmente,
fue entregado al Señor (1.22,25,28). De esta forma, Ana y su espo-
so demostraron ser padres fieles al Señor y llenos de amor por él.
Estaban mostrándole ese amor al dedicar a su hijo al servicio del
Señor para siempre.
La oración de Ana que está en el capítulo dos es una de las
oraciones más hermosas que se recogen en las Escrituras. Revela
la gran profundidad de su fe, y su visión espiritual de la Palabra de
Dios. Y sobre todo, muestra la gran obra hecha por Dios en los
corazones de algunos en esos días de oscuridad espiritual.
En esta oración revela tener comprensión de cómo el Señor
humilla a los soberbios pero exalta a los humildes (2.1,3,4,6,7). Así
es como comprende el verdadero propósito de los sacrificios, que
es llevar al pueblo de Dios al quebrantamiento y contrición de cora-
zón para que Dios lo pueda levantar. Habla de la santidad de Dios
y de su soberanía sobre todos los asuntos de los hombres (vv. 6,7,8).
Expresa una confianza especial en que Dios guardará a los suyos y
juzgará a los malvados (v. 9) muy similar a la expresada en el Sal-

159
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

mo 1. Sin duda, su profundidad espiritual es un reflejo de lo que le


habían enseñado sus padres, o quizá su esposo. La oración de-
muestra que conocía la Ley de Dios y comprendía lo que significa-
ba para los hijos de Dios.
Terminaremos este capítulo aquí. Como vemos, el período de
oscuridad en Israel no fue capaz de triunfar sobre la luz de la ver-
dad y los propósitos que tenía Dios. Aunque la mayoría del pueblo
de Israel era malvado, hubo también quienes no vivieron como la
mayoría sino que tomaron a Dios en serio. Aun en las épocas de
oscuridad espiritual en la iglesia hace Dios surgir algunos que le son
fieles. Podríamos preguntar: «¿Qué debo hacer?» Noemí y Booz,
Elcana y Ana tienen la respuesta para nosotros: permanecieron
fieles e hicieron lo que Dios les había dicho en su Palabra que
deberían hacer como padres y como hijos de Dios. De su descen-
dencia levantó Dios a Samuel y a David, dos de los más notables
hijos de Dios del Antiguo Testamento, cuyas vidas resultaron efec-
tivas en la empresa de traer de vuelta a Israel como toda una na-
ción a los pies del Señor.

160
CAPÍTULO 6

EL REAVIVAMIENTO ESPIRITUAL Y
LA PROSPERIDAD DEL PUEBLO DE
DIOS (1 Samuel 2.12- 1 Reyes 11)

I. Comienza a amanecer: Samuel (1 S 2.12 - cap. 7)


Ya se nos han presentado ambos aspectos del período de los
jueces: el mal que prevalecía en esos días, y el bien que seguía
sobreviviendo y mostrándose en las vidas de algunos. Las cosas se
pusieron cada vez peor en Israel, hasta que Dios intervino. Como
antes, vemos que interviene suscitando gente piadosa que le sirva y
le sea fiel, a través de la cual va cambiando la dirección del pueblo.
En las vidas de los dos hijos de Elí vemos una vez más la perso-
nificación de lo peor que había en Israel. Estos dos hijos de Elí no
conocían al Señor. Eran así un producto de su época (2.12). En
este libro se nos presenta un ejemplo de su maldad. Evidentemente,
estos sacerdotes no solo descuidaban sus deberes para con Dios
sino que hasta codiciaban para sí las ofrendas que a él se ofrecían.
Al parecer, no tenían conciencia y forzaban a la gente a entregarles
a ellos sus ofrendas en lugar de en la forma prescrita por la Ley de
Moisés (v. 15; cf. Lv 3.3-5,16). Pero su pecado no pasó desaperci-
bido a los ojos de Dios (v. 17).
Samuel, al contrario, ministraba en la presencia del Señor (v.
18). Vemos aquí indicios de que algo se prepara. Dios había pues-
to sus ojos en Samuel para destinarlo a una obra grande y llena de
fe (v. 21).

161
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El sacerdote Elí no era inocente de todo lo que hacían sus hijos.


Conocía su pecado, no solo en cuanto a los sacrificios sino también
en la maldad de acostarse con mujeres que velaban en el taberná-
culo (v.22). Propiamente no había nada incorrecto en que las muje-
res estuvieran allí. La Ley de Moisés disponía que hubiera mujeres
que sirvieran en el tabernáculo (Éx 38.8). Pero lo que sucedía entre
los hijos de Elí y esas mujeres era un verdadero ultraje. Parece que
se trataba de un acto realizado en imitación de las prácticas religio-
sas de los cananeos. Sabemos, por evidencias arqueológicas, que
la consumación de orgías sexuales como las aquí descritas forma-
ba parte del culto religioso cananeo.
Aunque Elí sabía los pecados de sus hijos, solo se los reprocha-
ba de palabra, y evidentemente no hacía esfuerzo alguno para
disciplinarlos (vv. 22ss). El versículo 25 parece querer hacer notar
que los hijos de Elí eran culpables del imperdonable pecado de re-
husar arrepentirse ante Dios. No hay perdón ni escape para un
pecador así. Y este era su pecado. La frase «Jehová había resuelto
hacerlos morir» significa simplemente que Dios había escogido no
intervenir con su gracia para salvarlos. Ellos se habían endurecido
en sus corazones y no querían arrepentirse, tal como el faraón ha-
bía hecho en Egipto en los días de Moisés.
Una vez más, vemos el fuerte contraste entre Samuel y los dos
sacerdotes (v. 26). La gracia de Dios estaba obrando en Samuel y
preparándolo para que fuera el medio para tocar al corazón de Israel.
El Señor le hizo una advertencia a Elí, quien evidentemente era
culpable de aprovecharse de los pecados de sus hijos, aunque los
había reprendido (v. 29). El solemne «por tanto» del versículo 30 es
la introducción al pronunciamiento del juicio de Dios contra él y su
casa. El sacerdocio de Elí, descendiente de Aarón, había fracasa-
do. Elí y sus hijos serían quitados de su oficio por medio de la muer-
te (v. 34).

162
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

En el versículo 35 hallamos la promesa hecha por Dios de que


habría un sacerdocio mejor que el de Elí y Aarón. Esta promesa
puede ser aplicada inmediatamente al surgimiento de Samuel para
tomar su lugar. Pero tiene un significado mucho mayor. Samuel no
haría sino señalar hacia el sacerdote mayor de todos, el definitivo.
Dios no construyó un sacerdocio a partir de Samuel. El sacerdocio
de Aarón había fracasado. Por tanto, en última instancia el Señor
estaba señalando y prometiendo que sería establecido un sacerdocio
mayor, que no fracasaría. El escritor de Hebreos dice en 7.11ss
que el gran sacerdocio pertenece a Jesucristo, el sacerdote perfec-
to que habría de ofrecer el sacrificio perfecto, esto es, a sí mismo,
por nuestros pecados.
En el fondo de la condición pecadora de los hijos de Elí y de su
propio fracaso en el sacerdocio tenemos el tema continuo del cre-
cimiento y el despertar espiritual de Samuel, que estaba destinado a
ser el guía que sacaría a Israel del pantano en que estaba atrapado
(3.1). El estado espiritual de la situación se nos describe nueva-
mente en la aseveración hecha en el versículo 1 de que la Palabra
de Dios escaseaba en aquellos días. Dios no se estaba revelando, y
la revelación que ya había hecho no estaba siendo circulada entre
el pueblo. Pocos la conocían o se interesaban en ella.
Pero Dios no cejó en su empeño. La lámpara de Dios a la que
se refiere el versículo 3 representa la verdad y la luz de Dios (2 S
21.17; 22.29; 1 R 11.36; 15.4, Sal 119.105). La idea es que la gracia
de Dios seguía adelante en estos tiempos a pesar de los pecados
del hombre. Se nos dan evidencias de esta continuidad de la gracia
en este capítulo, cuando Samuel es llamado por Dios y levantado
para que sea profeta del Señor (3.19—4.1).
Puesto que la confianza de Israel ya no estaba puesta en el Señor
en aquellos días, él lo humilló con la derrota a manos de sus enemigos,
los filisteos, como lo hacía en tiempos de los jueces (4.1-2).

163
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El pueblo tenía puesta su confianza, no en Dios, sino en el arca,


como el medio que tenían para manipular a Dios. Sentían que te-
nían a su Dios en una caja, y que podían obligarlo a ayudarles con
solo llevar consigo el arca a la batalla (vv. 3-5). Más tarde Israel
pondría su confianza en el templo, creyendo equivocadamente que
Dios no dejaría que Jerusalén cayera en manos de sus enemigos
porque allí estaba el templo. En cambos casos quedo probado que
los israelitas, en su necedad, estaban equivocados.
En estas circunstancias, el arca fue capturada, los hijos de Elí
asesinados, y el ejército derrotado. Todo Israel se llenó de pesar
(v. 21).
Es interesante ver cómo Dios, que entregó el arca en manos de
los filisteos, no les permitió sin embargo jactarse, o suponer que sus
dioses eran más grandes que el Dios de Israel. El solo castigó a los
filisteos y los abatió (caps. 5, 6). Ni a los mismos israelitas les
permitía el Señor que trataran el arca descuidadamente, o con poco
respeto (6.19-21). Hasta David tendría que aprender esta lección
más tarde (2 S 6.1-11).
Por fin el pueblo de Dios había sido humillado hasta el punto de
tener que ir a lamentarse ante el Señor. Dios había preparado a su
hombre para esa hora, y cuando los corazones del pueblo estaban
contritos ante él (7.2), el hombre del momento, preparado por él,
Samuel, se adelantó a mostrarle al pueblo cómo volver a la amistad
con Dios.
Samuel le describió a Israel el camino de regreso en tres pa-
sos. La descripción del arrepentimiento que se da aquí (vv. 3,4) es
una guía excelente para todos, ya sean los individuos o las iglesias,
si tienen un corazón quebrantado y un anhelo de regresar a Dios.
Primeramente, las condiciones del arrepentimiento deben ser
correctas. Debe nacer del corazón, esto es, de un corazón que-
brantado y contrito. Si esto es así, el primer paso consiste en dejar
de hacer el mal que se estaba haciendo. Todo arrepentimiento ver-

164
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

dadero debe manifestarse en obras dignas de arrepentimiento, en


el cese de nuestras malas acciones. No podemos esperar ser res-
taurados en la amistad correcta con Dios si seguimos de cabeza en
los mismos pecados que la rompieron. Debemos confesar que so-
mos pecadores y que hemos pecado contra Dios, y estar adoloridos
por haberlo hecho.
El segundo paso es positivo: Israel tenía que dirigir su corazón
al Señor para servirle solo a él. No era suficiente que dejara de
hacer el mal; tenía que buscar lo que era bueno y justo ante los ojos
de Dios. Más tarde Elías llamaría al pueblo a dejar de estar vacilan-
do entre el Señor y Baal, y a servir solo al Señor (1 R 18.21), tal
como Jesús les advertiría posteriormente a sus discípulos, que no
se puede servir a dos señores (Mt 6.24; cf. Mt 4.10 y Dt 6.13).
El tercer paso en el regreso de Israel era asunto de Dios. Cuando
ellos hubieran hecho todas estas cosas desde su corazón, entonces
el Señor los liberaría de sus enemigos, los filisteos.
Lo que vino después de que Samuel les había enseñado el ca-
mino para regresar a Dios fue que el pueblo lo obedeció fielmente,
y lo primero que hizo fue apartarse de los dioses falsos (v. 4). Des-
pués, confesaron sus pecados, y se volvieron a consagrar al Señor
(vv. 5-8). Finalmente, el Señor les correspondió, dándoles la victo-
ria sobre los filisteos (vv. 9-11).
La piedra erigida en Ebenezer, en memoria de lo que Dios hizo
en aquel día, era similar a la piedra de Gilgal, erigida cuando Israel
cruzó el Jordán; ambas eran recordatorios visibles de la ayuda divi-
na. El nombre Ebenezer significa «piedra de ayuda», y podríamos
decir que señalaba el camino que habían seguido las bendiciones de
Dios sobre Israel hasta ese momento.
Después de esto Samuel fue juez de Israel por varios años.
Fue el último de los jueces, y sin duda el mayor de ellos. Es de
suponer que, al mismo tiempo que hacía sus recorridos anuales
juzgando al pueblo y enfrentándose a sus problemas espirituales,

165
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

también sin duda, le enseñaba la ley de Moisés para que mejorara


su condición espiritual.

II. La elección de un rey: Saúl (1 S 8-15)


En los primeros versículos del capítulo 8 leemos que los hijos
de Samuel eran pecadores, como lo habían sido los de Elí. Sin em-
bargo, notamos una gran diferencia. Cuando las Escrituras men-
cionan a los hijos de Elí, echa gran parte de la culpa de estos peca-
dos al fracaso de Elí como padre. Posteriormente, se diría lo mismo
de David. Sus hijos eran en gran parte un reflejo de sus fallos. Pero
en el caso de Samuel, no se le culpa de nada. En realidad, Samuel
es una de las poquísimas personalidades de las Escrituras sobre las
cuales no se dice nada crítico o negativo. Esto no quiere decir que
Samuel no tenía pecados, pero es un alto tributo que se le rinde.
Los pecados de los hijos de Samuel han de contemplarse como
propios de ellos al no andar por el camino señalado por su padre,
que él personalmente con fidelidad se lo había enseñado (v. 3).
Esto nos permite ver que en ocasiones los padres podrán hacer
todo lo que deben y sin embargo sus hijos no querrán obedecer. No
siempre se ha de culpar a los padres por los fallos de los hijos.
Pablo y Pedro advertirían más tarde a los ministros contra este
pecado en particular (1 Tim 3.3; 6.10; Tit 1.11; 1 P 5.2). La perver-
sión de la justicia fue un pecado frecuente entre los últimos gober-
nantes de Israel, condenado con frecuencia por los profetas.
La reacción del pueblo que recoge la primera parte del capítulo
8 nos trae a la mente las palabras de Moisés en Deuteronomio
17.14,15. Israel había sido advertido de que algún día pediría un rey,
y ahora acaba de suceder. Con seguridad, la nación, la nación ex-
clusiva de Dios, estaba dispuesta a vender su progenitura con tal de
ser como las demás naciones. Samuel estaba descorazonado, pero
Dios le demostró que no había sido fallo personal suyo. Después de
todo, no era a Samuel a quien rechazaban como rey, sino a Dios

166
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

(vv. 6,7). Sin embargo, el Señor le hizo ver que él controlaba la


situación (v. 9). El Señor era aún el rey (Éx 15.18).
La descripción de las desgracias futuras con el rey que desea-
ban presenta marcado contraste con las bendiciones pronunciadas
por el mismo Dios sobre su pueblo en el pasado. El Señor les había
dado hijos, hijas, campos, viñedos y olivares. Pero el rey les quitaría
todas esas cosas (vv. 11ss). Al final habrían perdido, no solo todo lo
que Dios les había dado sino también su amistad con él (v. 18).
Ellos querían tener un rey que los juzgara y que fuera delante
de ellos y peleara por ellos (v. 20). Dios había hecho todas esas
cosas por ellos y nunca los había abandonado, pero al final sus
reyes los abandonarían, como sucedió en verdad con el último rey
de Judá antes de la caída de Jerusalén.
Lo predicho por Samuel en aquel día sucedió tal como él lo había
advertido. En esencia, lo que el pueblo decía era: «No queremos
caminar por fe ante un rey invisible sino por vista ante un rey visible».
Dios permitió que un rey gobernara a Israel, pero se ve clara-
mente que él seguía dominando la situación. La forma en la que el
joven Saúl entró en contacto con Samuel en este preciso momento,
debido a que su padre había perdido sus asnas, demuestra que era
Dios quien se iba a encargar de seleccionar el rey de Israel. La
afirmación hecha en 9.2 de que no había otro más hermoso que él en
Israel, indica que Dios los guió para que escogieran el mejor de todos
los hombres para esa tarea. El hecho de que este mejor candidato
fracasara subraya simplemente la verdad de que el mejor de los
hombres no basta para guiar al pueblo de Dios. Solo hay uno que
puede guiar de verdad al pueblo de Dios, y este es el Señor mismo.
Es interesante observar cómo Dios parece evitar el uso del
término «rey» cuando habla de Saúl. Se le llama príncipe, pero no
rey. La terminología que encontramos en 9.16 es una reminiscen-
cia del período de los jueces, como si Dios lo mirara más como un
juez que como un rey.

167
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La humildad de Saúl la elogia al principio, presentándolo como


similar al mismo Moisés (v. 21). Al ser ungido como rey (cap. 10), se
le dan tres señales de su nuevo llamado. Son dignas de tenerse en
cuenta ya que parecen tener relación con la forma general en que
Dios aparta para una misión especial en su reino, incluso a los minis-
tros del evangelio hoy en día. Notemos que la primera señal lo releva
de su responsabilidad anterior. Las asnas son encontradas, y por tan-
to, no tiene que preocuparse ya más de ese problema (10.2). En se-
gundo lugar, han de ser satisfechas sus necesidades físicas. Recorde-
mos que no tenía nada (9.7). Ahora se le da alimento (v. 3). Finalmen-
te, el Espíritu Santo vendría sobre él, haciéndolo capaz de servir al
Señor y hacer su voluntad (v. 6). Todo esto significaría que Dios esta-
ba con él (v. 7; cf. Éx 3.12 y Jos 1.9). Es así como el siervo de Dios,
llamado a un ministerio especial en el reino de Dios, es relevado de
sus obligaciones y tareas anteriores, recibe promesa de que recibirá lo
que necesita para vivir, y se le dotará con cuantos dones del Espíritu
Santo lo hagan capaz de realizar la labor a la que ha sido llamado.
El mandato de 10.8 parece haber sido una costumbre que de-
bería ser seguida por Saúl antes de comenzar algún nuevo proyecto
para Dios. Por medio de esta costumbre, Saúl recordaría siempre
que su éxito dependía de la bendición y la orientación de Dios. Su
cumplimiento les recordaría, tanto a él como al pueblo, que Dios
seguía siendo rey.
Cuando Samuel hizo el anuncio de que Saúl sería su nuevo rey,
les recordó cuidadosamente que el solo hecho de pedir un rey había
sido un pecado (v. 19). A continuación señaló que el escogido había
sido seleccionado por Dios (v. 24). La mayoría apoyó la selección
hecha por el Señor (vv. 24,27).
De nuevo señalamos que el Señor, acomodándose a la solicitud
que había hecho el pueblo de un rey, lo orientó para que escogiera
el mejor hombre disponible para el cargo. El que este fallara no
quiere decir que Dios no supiera escoger, sino manifiesta que nin-

168
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

gún hombre es bastante en sí mismo para ser el rey del pueblo de


Dios, ni aun el mejor de todos los hombres
En el capítulo 11 vemos el primer acto de Saúl en su condición
de rey. En esta circunstancia se da bien a conocer. Cuando terminó
la batalla y logró rescatar a los habitantes de Jabes de Galaad de
manos de su enemigo, se convirtió en el héroe de Israel, y al pare-
cer, había ya logrado unir a todo Israel tras sí. Su sabiduría al no
buscar venganza sobre los que se le habían opuesto lo hace tam-
bién digno de elogio (vv. 12,13).
El discurso de despedida de Samuel que leemos en el capítulo
12 es muy conmovedor. La integridad de este hombre es obvia;
nadie puede echarle en cara nada (v. 4). Después de un recuento
de la historia de Israel como pueblo de Dios, Samuel hace una
exhortación final (vv. 14,15). Según podemos ver, tiene estrecha
relación con el pacto que Dios había hecho con Israel prometiéndo-
le bendecirlo en la tierra mientras fuera obediente.
Por primera vez el pueblo de Israel reconoció el pecado que
había cometido pidiendo un rey (v. 19). Quizá se arrepintieron cuando
contemplaron la muerte de Samuel y se dieron cuenta de que Saúl
era un pobre sustituto para aquel hombre de Dios. Sin embargo,
Samuel trató de consolarlos (vv. 20ss). Samuel delinea en este
momento la fórmula para continuar siendo bendecidos. Han de ser
fieles a Dios, y serán sostenidos por las oraciones de él. En este
momento Israel tenía mucho a su favor.
Es triste llegar al capítulo 13 y darse cuenta de que, después de
todo, este joven Saúl, tan prometedor, tenía pies de arcilla. La caída
de Saúl comenzó con ocasión de otra batalla con los filisteos. Se
fue poniendo impaciente mientras esperaba que Samuel llegara a
ofrecer los sacrificios de acuerdo con la fórmula señalada en 10.8.
Por lo tanto, al ver que el pueblo comenzaba a dispersarse, ofreció
el sacrificio él mismo. Con este hecho dejaba ver una pavorosa
falta de profundidad espiritual.

169
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Cuando Samuel le hizo ver su pecado trató de buscar excusas.


Se le hacía difícil reconocer su pecado, porque era un error.
La acusación de Samuel en el versículo 13, «locamente has
hecho», requiere un comentario. El loco en la Biblia es el que vive
y actúa como si no hubiera Dios. Puede que sea muy respetable a
los ojos de los hombres, e incluso muy admirado. El mundo no lo
llamaría loco, pero aquel cuyas actividades y cuya vida van en con-
tra de Dios, y que vive como si no tuviera nada de que darle cuenta,
es un loco a los ojos de Dios; un necio.
A partir de este momento vemos a Saúl declinar rápidamente.
Ya David, el nuevo escogido de Dios para rey, está en el horizonte.
Aquí se le identifica solamente como «un varón conforme a su
corazón [al de Dios] » (13.14). Pero ya ha sido escogido por Dios,
aunque aún sea desconocido de los hombres.
En el siguiente capítulo, el 14, vemos cómo Saúl comienza a
desmoronarse ante el pueblo. Sus tontas exigencias con respecto a
que los combatientes no comieran hasta que la batalla estuviera
ganada aquel día, hirieron al ejército y cercenaron la victoria (v.
24). Este hecho no era propio de un jefe militar prudente.
Sin embargo, Saúl continuó llevando a Israel a la victoria, a
pesar de sus debilidades, y las Escrituras continúan elogiando sus
cualidades militares (v. 48).
En el asunto de Agag, rey de los amalecitas, tenemos un se-
gundo ejemplo de la depravación espiritual de Saúl (cap. 15). Dios
había ordenado de manera específica que se destruyera a los
amalecitas y todo lo que poseían, como lo había hecho con Jericó
en los días de Josué. El acto de desobediencia de Saúl (vv. 8,9) fue
ocasión de un segundo encuentro entre él y Samuel.
Las palabras «me pesa haber puesto por rey a Saúl», dichas
por Dios (v. 11), turban a algunos. No quieren decir que Dios cam-
bie de idea o se equivoque, como lo hacemos los hombres. Esta
interpretación es rechazada en el mismo capítulo (v. 29). Lo que

170
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

hacen es expresar el fracaso total de Saúl con respecto a la volun-


tad de Dios, como si Dios hubiera cometido un error. Lo que se
está diciendo en realidad es que no hay hombre, ni aun el mejor, que
sea suficientemente bueno para gobernar al pueblo de Dios.
En el segundo encuentro Saúl vuelve a declararse inocente,
mientras Samuel le señala sus actos de desobediencia (vv. 13,14).
La insistencia de Saúl en que sus intenciones habían sido buenas y
su esfuerzo en echarle la culpa al pueblo para quitársela él, no hizo
desistir a Samuel (vv. 20-21).
En los versículos 22 y 23 se nos hace penetrar en el propósito
de Dios al instituir el sistema sacrificial. Se ve claramente que nun-
ca se pretendió que fuese un sustituto para la obediencia a la Ley
de Dios. Como ya indicamos al tratar sobre el sistema sacrificial en
Levítico, el propósito de los sacrificios era llevar al pueblo a darse
cuenta de su pecado y ser una expresión de la necesidad que tenían
de que Dios los ayudara. Para Saúl el sacrificio aparecía claramen-
te como un sustituto a la obediencia, esto es, «puesto que no cumplí
estrictamente la ley de Dios, aquí están estos animales estupendos
para ser sacrificados a fin de pacificar a Dios».
El contraste entre la actitud defensiva que toma Saúl en este
momento y el reconocimiento que hace David de su propio pecado
cuando, algún tiempo después, se lo hace ver el profeta de Dios, es
de gran importancia. David expuso en el salmo 51 su propio dolor
de corazón por causa de su pecado, y demostró haber comprendido
rectamente el sentido del sistema sacrificial, esto es, llevar al peca-
dor a tener un corazón quebrantado y contrito (Sal 51.16,17).
Hasta la misma admisión oral de su culpa por parte de Saúl da
la impresión de no ser genuina. Lo que parece estar diciendo es
algo así como: «Está bien, está bien, cometí el pecado, pero siga-
mos adelante con el culto» (vv. 24,25).
La tragedia del fracaso de Saúl no es más que un augurio del
fracaso posterior de Israel. De Isaías 1.11ss y de muchos otros

171
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

pasajes de los profetas podemos deducir que Israel como un todo


no fue capaz de captar el verdadero sentido del sistema de sacrifi-
cios, y su culto no era aceptable a Dios. En sus corazones llenos de
orgullo llegaban ante Dios con los sacrificios, pero sin humildad.
La tragedia de Saúl es, por tanto, la tragedia de Israel. El pue-
blo había deseado un rey como los de las demás naciones, un hom-
bre, un brazo de carne. Pero este no fue capaz de salir airoso a los
ojos de Dios, e intentó hacer prevalecer la causa de sus ventajas
personales por sobre de la obediencia, con la consecuencia de gran-
des pérdidas, tanto para él como para el pueblo.
En medio de todo esto Samuel fue ejemplar. Herido personal-
mente al ser rechazado el Dios para el cual él había querido vivir,
continuó sin embargo orando por ellos y nunca los abandonó. Inclu-
so después de la segunda caída de Saúl, Samuel buscó la manera
de encauzar las cosas lo mejor posible, por el bien de Israel y para
la gloria de su Señor (v. 31).

III. El surgimiento de David (1 S 16—31)


En estos capítulos se nos muestra cómo Dios escogió a David
para que ocupara el lugar de Saúl como rey. Recordemos que Da-
vid ya ha sido descrito por el Señor como «un varón conforme a su
corazón» (13.14, cf. Hch 13.22). En este momento, Dios había
rechazado llanamente a Saúl, y había establecido a su escogido
como rey (16.1).
Veamos cómo el Señor todavía trata con las familias, poniendo
el énfasis nuevamente en el lugar de la familia y la responsabilidad
de los padres en el reino de Dios (v. 1). El escogido es designado
como «el hijo de Isaí» hasta el versículo 12. El Señor designa al
nuevo escogido como rey, sin dejar lugar a dudas (v. 1).
Se nos da aquí una importante lección sobre la diferencia entre
la manera humana de escoger y la divina. El hombre mira la apa-
riencia externa, como lo hicieron los admiradores de Saúl, a quien

172
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

hallaron digno de elogio. Pero Dios mira el corazón, esto es, lo que
es un hombre realmente, debajo de su apariencia externa (v. 7).
Se nos dice que el Espíritu Santo vino aquel día para permane-
cer en David, a diferencia de la forma en que venía y se iba con
respecto a Saúl (v. 13). David habría de tener el Espíritu Santo en
gran medida, ya que era el escogido por Dios para guiar a su pue-
blo, y habría de ser una figura del Cristo que habría de venir de su
descendencia.
La mención que se hace del mal espíritu que estaba en Saúl (v.
14) no tiene por qué turbarnos si recordamos que la palabra «mal»
tiene dos sentidos en las Escrituras. Puede significar «mal moral»,
que nunca es asociado con Dios, o puede significar el juicio de Dios
sobre los hombres pecadores, y este siempre viene de él. En este
último sentido hemos de entender aquí que el espíritu enviado por
Dios a Saúl, era un espíritu de juicio.
Por supuesto que no fue una coincidencia que hubiera a mano
alguien que recomendara a David como un consumado tocador de
arpa que podía sosegar a Saúl (v. 18). Dios buscó la manera de que
su siervo comenzara a ser entrenado en los asuntos del reino y en
la guerra, tal y como había hecho antes preparando a Moisés en la
corte del faraón. Tampoco fue ninguna coincidencia que David
encontrara favor, tal como lo había encontrado José en la corte del
faraón mucho antes. El Dios soberano es el que está siempre al
frente de las cosas, y todo lo obra para su propia gloria y para el
bien de aquellos que confían en él.
La narración del desafío entre David con Goliat, en el capítulo
17, es bien conocida. Debemos llamar la atención sobre el hecho
de que cuando se le dio oportunidad a David de pelear con Goliat,
puso su confianza no en sí mismo sino en el Señor. Esta seguridad
no la había ganado súbitamente, sino a través de todos los años en
que había ido viendo la protección de Dios sobre su vida (vv. 34-

173
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

37). No solo expresó su fe con palabras sino también con hechos,


dándole al Señor toda la gloria por la victoria de ese día (vv. 45-47).
El triunfo de David en aquel día trajo consigo dos consecuen-
cias: su estrecha amistad con Jonatán (18.2,3) y los celos infinitos
de Saúl (v. 9). De nuevo Saúl se mostraba tal cual era al decidir que
destruiría a este hombre, a quien vio como una amenaza para su
trono (vv. 11,17). Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, era evi-
dente que el Señor estaba con David y lo hacía prosperar. De esta
forma se hace evidente aquí la enemistad entre los hijos de Dios y
los de Satanás (v. 29).
Los capítulos 19 a 26 nos hablan de la persecución sin tregua
que organizó Saúl contra David. La intercesión de Jonatán a favor
de David fue de poco provecho (19.1-10). Cuando David se vio
forzado a huir de Saúl, Jonatán y él se separaron con lágrimas. La
conmovedora escena descrita en 20.14ss quizá apunte a sucesos
que vendrán más tarde. No podemos pasar por alto el hecho de que
la tribu de Benjamín sobrevivió en la historia posterior solo porque
vino a refugiarse en la de Judá. Y más tarde aun, un descendiente
de Saúl, también llamado Saúl (Saulo), se entregaría al servicio del
mayor de los hijos de David, Jesucristo (Hch cap. 9).
Hay mucho que decir a favor de Jonatán, por su humildad y
mansedumbre y por su deseo de glorificar a Dios y hacer su volun-
tad, aunque fuera al precio de su propia gloria y poder. Es en ver-
dad una de las personalidades nobles de las Escrituras.
Cuando David escapa de manos de Saúl, su esposa Mical pa-
rece estar a su favor, pero sus palabras dejan entrever la falta de
amor por David que tenía ya en este momento (vv. 13-17). Saúl no
tuvo éxito al tratar de capturar a David, porque era contra la volun-
tad de Dios (v. 20).
En una segunda huida que se registra en los capítulos 21 al 24,
David fugitivo pone en peligro a los sacerdotes en Nob. Más tarde
se echaría la culpa por la muerte de Ahimelec (22.22). No pode-

174
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

mos saber cómo habría este reaccionado con respecto a David de


haber sabido que estaba huyendo de Saúl. Pensando que estaba en
una misión por encargo de Saúl, le dio el pan sagrado y la espada de
Goliat. Esto, desde el punto de vista de Saúl, significaba ayudar y
apoyar al enemigo.
El hecho de que David pusiera a salvo a sus padres confiándo-
los al rey de Moab nos recuerda que su bisabuela Rut era una
moabita (Rut 4.17).
La muerte de Ahimelec, como ya hemos indicado, es un resul-
tado de la mentira de David (22.11ss). Puede que la invitación que
le hizo a Abiatar, hijo de Ahimelec, para que se aliara con él no le
gustara del todo a este. Veremos más tarde que en la época poste-
rior a la muerte de David, Abiatar se une a la revolución contra
Salomón, el hijo que David había escogido para rey (1 R 1.7).
En los lugares de En-gadí (cap.24) y Zif (cap. 26), David de-
mostró su confianza en el Señor no matando a Saúl cuando lo tuvo
entre sus manos. Saúl nunca pudo comprender esto, y nunca res-
petó al ungido del Señor, como David había hecho, aunque ya por
este tiempo, el título de «ungido del Señor» era más adecuado para
David que para Saúl.
Del capítulo 27 al 31 tenemos los últimos días de Saúl, que
serán también los últimos de la persecución contra David. Por ese
entonces Samuel ya había muerto (25.1). Saúl estaba ya en las
últimas, pero David no se sentía seguro aún (27.1).
En su desesperación, cuando los enemigos filisteos comenzaron
a cercarlo, Saúl intentó una vez más pedirle consejo a Samuel, que ya
estaba muerto (28.1ss). La razón de su desesperado intento por co-
municarse con Samuel ya muerto a través de una médium era sin
duda que toda comunicación con el Señor había sido cortada (v. 6).
No hay duda de que la mujer se sorprendió tanto como Saúl
cuando Samuel se apareció de veras y le habló a Saúl (v. 12). No
debemos suponer por esto que las Escrituras dan fe a la hechicería.

175
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios permitió que Samuel apareciera porque estaba de acuerdo


con sus propósitos el hablarle una vez más a Saúl a través de Samuel
sobre su juicio. Así como había permitido que los magos de Egipto
convirtieran bastones en serpientes, ahora también permitía que
esta hechicera invocara a Samuel, no porque ella tuviera poder en
sí misma para hacerlo, sino para enseñarles, tanto a ella como a
Saúl, una lección.
La muerte de Saúl en la batalla se narra en el último capítulo de
1 Samuel. Las discrepancias entre el relato de su muerte de 1 Samuel
31 y la narración dada por el amalecita en 2 Samuel, capítulo 1, se
explican por el deseo de este de obtener una recompensa por haber
dado muerte al enemigo de David. Su mentira le acarreó la muerte.
Al hacer un estimado del reinado de Saúl, sacamos en conclu-
sión que la tragedia de su vida es que aunque era el mejor de los
hombres, humanamente hablando, para la tarea de ser rey del pue-
blo todo su reinado demuestra que el mejor de los hombres simple-
mente resulta insuficiente para guiar al pueblo de Dios. Solo Dios
mismo es el rey verdadero. Solo él es capaz. Por eso es que final-
mente Dios mismo tendría que venir a través de la línea de David,
el caudillo que supo reconocer sus limitaciones y confiar en el Se-
ñor. La grandeza de David no se nota en su superioridad a Saúl,
humanamente hablando, sino en su corazón humilde y contrito, que
reconocía que la verdadera grandeza sabe yacer en humildad ante
el Señor, en total dependencia de él. David comprendió siempre
que el rey era Dios, y no él.

IV. El reinado de David (2 S 1—24)


David fue informado con respecto a la derrota y muerte de Saúl
por un amalecita anónimo, quien se adjudicó el haberlo matado, quizá
esperando alguna recompensa. Cualquiera que fuese su motivación,
su narración es diferente al relato bíblico de la muerte de Saúl que
aparece en 1 Samuel 31 (2 S 1.10). Al parecer, esperaba alguna

176
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

recompensa por su acción, pero en vez de ello, fue enviado a matar


por David, quien fue fiel a Saúl hasta su muerte (vv. 14-16).
Los sentimientos del propio David se expresan hermosamente
en el canto que escribió y que recogen los versículos 19 al 27.
Puede que nos preguntemos cómo es que David pudo decir de Saúl
que había sido «amado y querido en la vida» (v. 23). En realidad,
une a Saúl y a Jonatan aquí, y quizá vea a Saúl a través del amor
que tenía por Jonatan. Esto también quiere decir algo con respecto
al propio David. No hay evidencia de que hubiera jamás animosi-
dad de parte de David con respecto a Saúl, aunque este lo persiguió
muchos años. David parecía comprender por qué Saúl estaba celo-
so y airado, y su única reacción era una increíble paciencia. Quizá
antes de los días de hostilidad, había tenido algunas experiencias
agradables con respecto a Saúl.
David fue muy cuidadoso, procurando ser guiado por el Señor
en cada paso de la toma del poder real en Israel (2.1). Tan pronto
como fue hecho rey de Judá, actuó como rey, recompensando a los
que habían sido fieles al rey anterior (v. 4).
Cuando Abner, el capitán del ejército de Saúl, trató de nombrar
rey a un hijo sobreviviente de Saúl, David no vio su acto como una
traición, ya que el problema de quién debía gobernar aún no había
sido resuelto. Mostró gran paciencia hacia los que seguían leales a
Saúl, lo que nos demuestra su mansedumbre y su voluntad de que
fuera Dios quien afirmara su trono, como había prometido.
En el capítulo 2 se menciona por primera vez a Joab, el sobrino
de David (cf. 1 Cr 2.16). En este momento, o antes, surge como el
jefe de los hombres de David y muestra su habilidad haciendo huir
a Abner (v. 17). Al mismo tiempo dejó ver su inclinación pecamino-
sa y su hostilidad hacia Abner, quien había matado en batalla leal a
su hermano (vv. 18-32) .
Por mucho tiempo Abner fue el campeón de la causa de Is-
boset el hijo de Saúl (3.1). El nombre mismo de Is-boset es intere-

177
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sante. Durante su vida, al parecer, había sido llamado Es-baal (cf. 1


Cr 8.33 y 9.39), lo que significa literalmente «hombre del Señor»,
usando un nombre semítico común para señor: baal. Más tarde, sin
embargo, en la época de Oseas, el nombre de Baal había llegado a
estar tan asociado con el dios fenicio de la fertilidad, que Dios no
permitiría que se le llamara por ese nombre nunca más (ver Os
2.16 y cf. 1 R 18.21ss). Por tanto, en tiempos posteriores se hizo
costumbre, dondequiera que apareciera el nombre Baal entre los
nombres hebreos, cambiar el Baal en Boset, que significa «ver-
güenza». Is-boset, pues, significa «hombre de vergüenza», que así
de vergonzoso era el nombre de Baal. Si, como pretenden algunos,
fue Elías quien escribió esta parte de la Palabra de Dios en 2 Samuel,
es comprensible que él, el gran oponente del culto a Baal, no tuvie-
ra ningún deseo de usar el nombre verdadero de Es-baal.
Mientras David esperaba en Hebrón el momento de ocupar el
trono de todo Israel le nacieron seis hijos, tres de los cuales le
traerían grandes penas posteriormente: Amnón, Absalón, y Adonías.
Cuando el poder de Abner aumentó, Is-boset lo acusó de tomar
su concubina (v. 7). Esto equivalía a acusarlo de traición, como ya
hemos visto en un incidente anterior. Debido a esta acusación, fue-
ra verdadera o falsa, Is-boset tuvo que pagar caro, porque Abner
decidió pasarse a David.
David, que por días ganaba superioridad sobre la casa de Saúl,
exigió lo que podría considerarse como algo ínfimo: que regresara
con él su esposa, la hija de Saúl que se había casado de nuevo con
otro hombre (1 S 25.44). La escena de despedida entre Mical y su
segundo esposo, es triste, pero debemos recordar que el contrato
matrimonial había sido violado cuando ella se casó con este segun-
do hombre. David estaba totalmente en su derecho al hacerla re-
gresar, pero al parecer, ambos nunca volvieron a vivir juntos con
felicidad (6.16).

178
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

El acuerdo entre Abner y David y la subsiguiente paz que pla-


neaban quedaron frustrados por el asesinato de Abner por Joab.
Quizá fuera parcialmente una venganza, puesto que Abner había
matado a su hermano en la batalla, tragedia en verdad, pero que
ciertamente no fue culpa de Abner (2.19-23). Pero seguramente
Joab temió también que Abner, que era mucho más del agrado de
David, fuera puesto sobre él. De nuevo demostró David sus senti-
mientos al alabar a Abner y condenar a Joab (3.31-34). David nun-
ca perdonó a Joab, pero tampoco lo castigó. El porqué no aparece
claramente. La negligencia de David en cuanto a disciplina era una
de sus grandes fallas, como lo mostrará su vida posterior.
En este momento, el pueblo de Israel viene a David y se le
somete (5.1ss). A partir de entonces, durante varios años, David
fue de triunfo en triunfo (cap. 5—10). Durante este tiempo, trajo el
Arca de la casa de Abinadab, donde había estado por muchos años,
desde la época de Samuel (1 S 7.1). El juicio sobre Uza que disgus-
tó a David había sido dispuesto, como todos los juicios de Dios,
para gloria suya y para humillar ante él a los hombres. Hasta el
mismo David con todo su séquito ha de respetar la Ley de Dios y
estarle sujeto. Ningún hombre estaba sobre la Ley, ni tan siquiera
David, ni Moisés, el dador mismo de la Ley, como pudimos ver
anteriormente (Éx 4.24-26).
David planeaba traer el Arca a Jerusalén, la ciudad que había
tomado (vv. 6-9), y construir un lugar permanente para adorar a
Dios (cap. 7) .
El Señor se complacía en su deseo de construirle una casa,
pero como respuesta a ello le da una promesa que lo deja anonada-
do. Habla de la simiente de David que ha de venir (v. 12) y el reino
que ha de ser establecido (v. 13) y la casa de Dios que él construi-
ría (v. 13). En cierta forma, el Señor estaba hablando de Salomón,
a través del cual continuaría el reino que había comenzado con
David. Pero en última instancia, el Señor hablaba del mayor entre

179
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

los hijos de David, y el reino mucho más grandioso que él estable-


cería, y la casa mucho mayor de su propio cuerpo que Jesucristo
ofrecería algún día por el pueblo de Dios y por su salvación. Al
final, el reino de David sería afianzado para siempre, no en Salomón
sino en Jesucristo (v. 16).
David quedó anonadado de asombro ante la gracia de Dios y la
decisión de que todo fuera hecho para que Dios fuera glorificado
(vv. 20ss). Sin embargo, a este mismo David se le recordaría su
propia fragilidad y su continua necesidad de depender de Dios, para
no volverse demasiado orgulloso y lleno de confianza en sí mismo.
En el capítulo 11 comienza uno de los episodios más tristes de
las Escrituras. El escritor indica que el mismo David abrió la puerta
a los problemas, al no hacer lo que los reyes deben hacer: ir a la
guerra para dirigir sus tropas. En lugar de ello, envió a Joab, que él
sabía que era un hombre poco valioso. En sus horas de pereza, vio
a una mujer bañándose. Era hermosa. No había pecado en su ten-
tación, pero cuando supo que era casada, debió haberla apartado
de su mente. Al contrario, dejó que su codicia controlara la situa-
ción y la mandó a buscar para unirse sexualmente con ella. Des-
pués de haber satisfecho su lujuria, la envió a su casa (11.4).
Pero ella quedó encinta, y esto significaba que habría proble-
mas. Para encubrir su pecado, trató de que su esposo volviera a la
casa y se acostara con ella, para engañarlo haciéndole pensar que
su embarazo se debía a él. Pero el esposo demostró estar más
deseoso de cumplir con su deber que David con el suyo. Le moles-
taba en la conciencia disfrutar de su esposa mientras sus compañe-
ros estaban luchando en los campos.
David lo intentó de nuevo, tratando de embriagar a Urías, pero
sin resultados. Al final, tuvo que hacer que fuera muerto a manos
del enemigo con el fin de cubrir su propio pecado. Joab, que era un
pícaro, ha de haber saboreado el encargo de hacer que Urías fuera
muerto, y quizá supiera el pecado de David. Antes que cargar con

180
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

la culpa por haber cometido dos pecados terribles, David prefería


hasta sacrificar las vidas de varios soldados a fin de llevar a cabo
sus malvados deseos (v. 17).
David tomó a la viuda de Urías como esposa, y aunque es
posible que pensara que con esto había terminado todo, el Señor no
lo había olvidado (v. 27).
La manera en que Natán se dirige a David es un ejemplo clási-
co del profeta como siervo de Dios, dispuesto a reprender aun a los
reyes cuando fuere necesario. Así como Samuel se había enfrenta-
do en varias ocasiones a Saúl, ahora Natán, el profeta del Señor, se
enfrenta a David y le hace ver su pecado.
En esta circunstancia se prueba la verdadera integridad de
David, no en el hecho de que había pecado sino en que ahora, al ser
puesto frente a su pecado, demostraría qué clase de persona era en
realidad, como Saúl había revelado tener un corazón descreído al
negar su pecado, o como Caín se dio a conocer manifestando ira
contra Dios y asesinando a su hermano Abel.
Aquí se revela la grandeza de David, pues manifiesta que era
en verdad un hombre según el corazón de Dios. Su sencilla confe-
sión fue: «Pequé contra Jehová» (12.13). Y con la misma sencillez
se le aseguró: «También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás»
(v. 13). Esta sencilla confesión de su pecado era sincera sin duda,
puesto que el Señor que escudriña los corazones pudo darle seguri-
dad tan rápidamente a través de Natán, de que su pecado había
sido perdonado. David habló estas palabras desde lo más profundo
de su corazón, y demostró tener un corazón humillado y contrito
ante Dios. Esto será siempre lo que el Señor desea de sus siervos.
Vemos una revelación más completa del corazón de David en
el salmo 51, que parece haber sido una confesión más completa y
una oración de David con motivo de su pecado con respecto a
Betsabé y a Urías el heteo. Aunque veremos este salmo y otros en

181
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

una sección posterior, es importante señalar aquí unas cuantas co-


sas con respecto a él.
Primeramente, David se acerca al Señor con la seguridad de
que él es en verdad el que ha revelado ser en su Palabra escrita.
Habla de la misericordia de Dios y de su bondad llena de amor, re-
cordando sin duda aquella revelación de Dios que había sido dada en
el Sinaí (Sal 51.1; cf Éx 34.6,7). Él también sabe que Dios no pasará
por alto el pecado, a través de esa misma revelación en Éxodo 34, y
por ello le pide también a Dios que le sea lavado (Sal 51.2).
David sabía también que su pecado era en primer lugar contra
Dios (51.4). Era verdad que había pecado contra Urías y Betsabé,
y en realidad, contra todo el ejército de Israel pero en primer lugar
había pecado contra el Señor. Todo pecado es en primer lugar con-
tra el Señor, y por tanto no se puede tratar con él sin antes haberlo
confesado al Señor.
David conocía el privilegio de los hijos de Dios de confesarle a
él sus pecados. También sabía que como hijo de Dios no podía
cubrir su pecado o desconocerlo sino solamente traerlo a la luz (Sal
32.3-5). Sentía la pérdida del gozo de su salvación, no la pérdida de
la salvación en sí misma. Aún seguía siendo hijo de Dios (51.12) y
aún añoraba poder hacer de nuevo lo que los hijos de Dios deben
hacer, es decir, traer a otros al servicio de Dios (v. 13).
En los versículos 16 y 17 David llega al centro de su confesión.
No es voluntad de Dios que él simplemente le ofrezca sacrificios
para apaciguarlo, como había pensado Saúl. Él comprende que el
verdadero propósito de los sacrificios es llevar al pecador a tener
un corazón contrito y quebrantado. Este es el estado real de David,
y es por eso por lo que Dios se complacía en él.
Todos los hijos de Dios deben entender esto. Dios quiere que
nosotros nos sintamos con respecto al pecado como él se siente.
Dios no nos ha quitado la posibilidad de pecar en este mundo; lo que
él quiere es que cuando pequemos tengamos el corazón quebranta-

182
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

do. Nos quiere contritos ante él. Dios, como había visto la madre de
Samuel, exalta al humilde y abate al soberbio (1 S 2.5-10).
A partir de este momento, las tragedias se van sucediendo en
la vida de David, muchas de las cuales se originan en su propio
hogar. En esto hay otra indicación importante. El perdón del peca-
do no equivale a que seamos liberados de las consecuencias del
pecado en esta vida. Cuando a David se le aseguró que con res-
pecto a su posición ante el Señor había sido perdonado, al mismo
tiempo se le advirtió que las tristes consecuencias de aquel pecado
afectarían al resto de su vida (12.10-12).
Muchos creyentes no comprenden esto, pero es importante
que lo hagamos. Yo puedo mentirle a alguien y arrepentirme des-
pués, por lo que soy perdonado, pero las consecuencias de esa
mentira no se borran. Por causa de haber yo mentido, quizá se le ha
hecho mal a alguien, quizá se le ha negado a alguien lo que le per-
tenecía, quizá haya sido herida la reputación de alguien. Y eso no
puede deshacerse. Puede que me ponga a conducir descuidada-
mente y pase el límite de velocidad y mate a un niño. Dios me
perdonará si soy creyente y le confieso mi pecado, pero el niño ya
está muerto, y los corazones de sus padres destrozados. Quizá ten-
ga que ir a la cárcel y mi propia familia tenga que sufrir por mi
descuido. No se puede escapar de estas consecuencias. El perdón
y la liberación de las consecuencias que trae el pecado en este
mundo no son la misma cosa.
La diferencia entre Saúl y David está no en que el uno pecara
y el otro no, ni en que el uno tuviera una vida trágica después de
su pecado y el otro no. Ambas vidas estuvieron llenas de trage-
dias después de sus pecados. La diferencia esta en que el uno no
tenía el corazón quebrantado ni obtuvo perdón, y por tanto care-
cía de la amistad de Dios para sostenerse, mientras que el otro
tuvo todas estas cosas, y en realidad creció espiritualmente en
medio de sus tragedias.

183
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Las tragedias de la vida de David se reflejan en sus propios


hijos. Primero murió el hijo nacido de su unión ilegítima. No fue el
niño, sino David, quien fue castigado (12.23). ¿Por qué eran nece-
sarias esta y las tragedias que la seguirían? Porque David había
despreciado la Palabra del Señor en su pecado, y por tanto había
despreciado al mismo Señor (vv. 9,10). Esto traía gran deshonra
sobre el Señor en quien confiaba David. Si no hubiera habido malas
consecuencias, el mundo se habría sentido justificado en su pecado.
Hemos visto en forma similar cómo el acto de impaciencia con res-
pecto a Dios que tuvo Moisés le acarreó horrendas consecuencias.
No se le permitió guiar al pueblo en su entrada a la tierra prometida,
a pesar de lo bien que lo había hecho hasta el momento. El Señor no
está dispuesto a excusar a nadie, ni a sus siervos más fieles, y no les
permitirá que desprecien su Palabra, ni por un minuto.
El capítulo 13 narra la violación de la hija de David por su hijo
Amnón. Aquí queda reflejada la fealdad del acto de David cuando
toma a la esposa de Urías para satisfacer su propio apetito lujurio-
so. El capítulo también habla de la venganza de Absalón, hijo de
David, quien asesina a Amnón por haber violado a su hermana.
Aquí está reflejado el asesinato de Urías urdido por David. La pér-
dida de Absalón cuando este huye de David le recuerda también la
pérdida del hijo que le había nacido de Betsabé.
Los actos de traición de Absalón contra su padre David a que
hacen referencia los capítulos del 15 al 18 reflejan también el acto
traicionero realizado por David contra una de las familias de Israel,
la de Urías. La conspiración de Absalón nos trae también algunas
de las escenas más hermosas de la vida de David, a pesar de toda
su tragedia.
Vemos en la huida de David las grandes manifestaciones de
amor que le hacen sus verdaderos amigos (15.21). También pode-
mos ver a David consciente de que todas estas cosas están en las
manos de Dios y que su parte era buscar la ayuda de Dios y sopor-

184
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

tar todo el castigo que fuera necesario. Sabe honrar a Dios durante
su prueba (15.25; 16.10-12). Confía en el Señor y su confianza no
es en vano. Todo estaba realmente en las manos de Dios, que incli-
nó los propósitos de los hombres para que sirvieran a sus propios
fines y a su propia voluntad (17.14).
Vemos también el amor que David tenía aún por su hijo rebel-
de. No en balde tenía un corazón según el corazón de Dios (18.5).
Joab, el pariente impetuoso, orgulloso, y vano de David, no pudo
comprender un corazón así y mató cruelmente a Absalón, sin con-
sideración alguna hacia los sentimientos de su padre (18.9-15). In-
cluso su consejo, aunque quizá fuera sabio en esta ocasión, tenía un
propósito cruel y malvado. Su intención no era consolar a David
sino herirlo (19.1-6).
Los problemas de David no terminaron aquí. El capítulo 20
habla de otra rebelión en Israel, acaudillada por Seba, de la tribu de
Saúl. Esta rebelión no tenía ningún propósito en particular, y fue
sofocada rápidamente, aunque sirvió para poner en evidencia nue-
vamente la maldad de Joab, quien asesina al nuevo escogido de
David para capitán de su ejército, a Amasa (vv. 4-10). Tal como
antes había hecho con Abner, que era una amenaza para su posi-
ción, ahora asesina a Amasa. El fallo de David de no haber discipli-
nado a este hombre desde mucho antes lo sigue persiguiendo.
El resto de la vida de David se narra rápidamente en la Palabra
de Dios. Los capítulos 22 y 23 recogen algunos de los salmos de
David en alabanza a Dios. En el capítulo 22 narra él cómo Dios lo
ha librado de todos aquellos que buscaban su vida. Alaba a Dios
como su libertador (v. 1ss) y a la Palabra de Dios como probada y
segura (v. 31). Al final, se ve reflejado en la simiente prometida, y
mira sin duda al Mesías que habría de venir de su descendencia (v.
51, cf. Mt 1.1).
En el capítulo 23 David declara con toda claridad que lo que él
ha escrito proviene del Espíritu Santo de Dios (vv. 1,2). Reflexiona

185
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sobre la promesa hecha por Dios a él y a su descendencia, el pacto


eterno, como le llama aquí (cf. 7.9ss). Tan claramente como lo
expresa el salmista en el Salmo 1, David ve aquí claramente que
solo hay dos clases de personas en el mundo, los rectos y los mal-
vados, los de Dios y los que están contra Dios, los salvados y los
perdidos, los pecadores perdonados y los pecadores sin arrepenti-
miento (vv. 5-7).
En los últimos capítulos de 2 Samuel se nos habla de un nuevo
pecado de David que trajo la tristeza tanto para él como para Is-
rael. El pecado de David, como todo pecado, comenzó en su orgu-
llo. Se deleitó contando la población que estaba bajo su dominio. Al
hacerlo, estaba demostrando tener orgullo y vanidad (24.3.9). Tan
pronto como lo había hecho, fue condenado (24.10) y tuvo que ver
de nuevo las consecuencias de su pecado. De nuevo vemos a Da-
vid buscar las misericordias de Dios como solución (24.14). Para
ser totalmente justos con David, da la impresión de que no se halla-
ba solo del todo en este pecado. El pueblo entero había provocado
al Señor, como se nos dice en 24.1, y por tanto, el pueblo entero
tendría que soportar el castigo. Una vez más se manifiesta el gran
corazón de David, semejante al propio corazón de Dios. De nuevo
se le ve más preocupado por el pueblo que por sí mismo (v. 17).
El lugar que David compró para colocar el altar es llamado Moriah
en 2 Crónicas 3.1, y es de suponer que fuera el mismo lugar en el que
Abraham había preparado en una ocasión, mucho tiempo antes, el
altar en que iba a ofrecer a su propio hijo Isaac (ver Gn 22).
Así llegamos al final del mandato activo de David. Hay otras
vidas entretejidas con la vida de David. Los dos libros de Samuel nos
dan muchos estudios interesantes de personajes y de sus contrastes.
Encontramos primeramente las personalidades contrastantes
de Elí y Samuel. Elí era un fracaso a los ojos de Dios porque estaba
dispuesto a vivir en pecado junto a sus hijos y contemporizar con su
maldad, aunque conocía la verdad. Era débil con su propia casa.

186
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

Samuel era un modelo ante los ojos de Dios, por su integridad y su


entrega total al Señor. Siempre supo verse a sí mismo como siervo
de Dios y no como halagador de hombres.
También está el contraste entre Saúl y David. Saúl prometía
mucho al principio, pero su corazón se hallaba lejos de Dios. No era
un hombre espiritual, sino que vivía de conveniencias. La vanaglo-
ria llenó su vida y acabó siendo su ruina. David también se presentó
al principio como una gran esperanza para Israel. Complació a Dios
porque tenía un corazón recto ante sus ojos. Ciertamente pecó,
como lo había hecho Saúl, y sus pecados no fueron ligeros, pero
supo cómo enfrentarse al pecado, algo que Saúl no aprendió nunca,
y es aquí donde radica la grandeza de David. Aun en medio del
sufrimiento por las terribles consecuencias de sus pecados, siguió
creciendo espiritualmente a pesar de su dolor.
Finalmente, encontramos también contraste entre Jonatán y
Joab. Joab fue un fracaso porque en su papel subordinado buscó
complacerse a sí mismo y no al Señor. Mientras servía a David,
estaba siempre preocupándose más de sí mismo que de David, y al
final demostró que no le era fiel en lo absoluto. Jonatán también
tuvo un papel subordinado. Aunque era príncipe de Israel, se humi-
lló porque quería agradar a Señor. Al final fue exaltado grandemen-
te, y hoy en día brilla como una de las personalidades más nobles de
todo el Antiguo Testamento.

V. El reinado de Salomón (1 R 1—11)


Los capítulos iniciales de 1 Reyes nos dan la transición del
reinado de David al de Salomón, el escogido por David para que
fuera su sucesor.
Ni aun en sus últimos días sobre la tierra le sería posible a
David conocer la paz. Cuando se hallaba ya cercano a la muerte,
Adonías, uno de sus hijos, quiso asegurarse el trono (1.5). Aquí
encontramos un comentario sumamente interesante sobre la poca

187
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

disciplina que había tenido David con sus propios hijos. El nunca lo
había llamado a cuentas por las cosas que hacía mal (v. 6), por lo
que en cierto sentido, este acto de rebelión de parte de Adonías
reflejaba una vez más el punto débil de su padre.
Esta vez, dos que siempre habían estado antes de parte de
David aparecen ahora en contra: Joab y el sacerdote Abiatar.
Los que estaban con David estaban preocupados por el giro de
las cosas y le avisaron del peligro a Betsabé, la madre de Salomón,
el escogido por David para ser su sucesor. El Simei que se mencio-
na aquí de parte de David puede muy bien haber sido el mismo que
en una ocasión lo había maldecido (cf. 2 S 16.5ss y 19.18-21).
Cuando David recibió la noticia de lo que estaba sucediendo,
reunió apresuradamente a todos aquellos en quienes podía confiar
e hizo que Salomón fuera ungido rey en un lugar lo suficientemente
cercano a los seguidores de Adonías, como para que estos pudie-
ran oír la celebración de la coronación del nuevo rey y supieran que
su causa era desesperada (vv. 41-43)
Adonías fue abandonado rápidamente y suplicó misericordia a
Salomón. Este se comportó con una sorprendente clemencia para
con su medio hermano (vv. 52,53).
Las instrucciones dadas por David a Salomón antes de morir
nos hacen recordar las últimas palabras de Jacob y de otros pa-
triarcas de la antigüedad (2.1-4). En estas instrucciones menciona
específicamente la Ley de Moisés como el fundamento de una vida
fiel para el rey y para todo su pueblo. Tienen bastante parecido con
las palabras habladas por Dios a Josué después de la muerte de
Moisés (Jos 1).
David continúa dándole instrucciones con respecto a muchos
que habían pecado durante su reinado y no habían sido disciplina-
dos. Menciona en primer lugar a Joab (2.5) y todo el mal que ha
hecho. También menciona a Simei, que lo había maldecido (v. 8), y
reclama la muerte de ambos hombres (vv. 6,9).

188
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

De cierta manera, es triste ver una amargura así en el corazón


de David al final de su vida. Pero David era justo y sabía que Dios
no pasaría por alto el pecado, y que seguramente castigaría al que
no disciplinara cuando Dios llama a disciplina. En pocas palabras,
David no quería que Salomón sufriera porque él no había sabido
castigar a aquellos dos hombres por sus pecados contra el ungido
del Señor. También estaba preocupado porque se recompensara a
los que habían honrado al ungido del Señor.
Los comienzos del reinado de Salomón están escritos en 1 Reyes
capitulo 2, versículo 12. Los primeros actos del nuevo rey fueron
para llevar a cabo los deseos de su padre al morir. El primer proble-
ma surgió en el reino cuando Adonías puso en evidencia que no
había aprendido nada de su reciente derrota. En su corazón estaba
aún resentido por el hecho de que Salomón fuera el rey y no él, y no
parecía haberse dado cuenta que su hermano había sido muy indul-
gente con él (v. 15).
Al pedir a Abisag, la última mujer que se había acostado con
David (v. 17), estaba haciendo más que pedir una esposa. Estaba
cometiendo una traición. Como ya hemos notado antes, acostarse
con una concubina de su padre equivalía a reclamar su herencia
para sí. Esta es la forma en que lo interpretó Salomón y por eso
ordenó que Adonías fuera eliminado (2.22-25).
Aunque Abiatar había favorecido a Adonías, Salomón fue tam-
bién muy indulgente con él. Se hace aquí relación entre su deposi-
ción del oficio de sacerdote y la maldición lanzada sobre la casa de
Elí por el Señor mucho antes (v.27; cf. 1 S 2.27-36).
Ahora vio Joab que su hora había llegado y lo contemplamos
corriendo como un cobarde (v. 28). Pero Salomón estaba decidido
y el juicio por tanto tiempo pospuesto sobre Joab cayó por fin sobre
este hombre despiadado que, aunque ostensiblemente se mantenía
del lado correcto, no era digno de David ni de sus verdaderos ami-
gos. Todo el que no es de corazón un verdadero hijo de Dios y sin

189
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

embargo se las arregla para aparecer como tal le hace un inmenso


daño al buen nombre del Señor y de su pueblo. Dios siempre ha
odiado a los hipócritas (Jos 7.25; Hch 5.1-11).
Ahora quedaba solamente Simei. El delicado trato que recibía
de Salomón se debía probablemente al hecho de que se había pues-
to de su lado durante su controversia con Adonías (vv. 36-38). Sin
embargo, el hecho de que había maldecido a David, el ungido del
Señor, seguía disgustando al Señor. Simei al cabo olvidó la adver-
tencia de no salir de Jerusalén y forzó a Salomón a castigarlo.
Salomón lo pone como el juicio del Señor, y hace matar a Simei.
Las palabras dichas a Abraham tanto tiempo atrás seguían siendo
verdaderas: aquellos que maldijeran la verdadera simiente de
Abraham, serían malditos (Gn 12.3).
El capítulo 3 comienza la extraña descripción del carácter tan
complejo que tenía Salomón. Los contrastes que presenta siguen
siendo uno de los grandes misterios de las Escrituras. Por una par-
te, aparecía como uno de los más devotos y piadosos de los hom-
bres. Por otra, demostró ser al final uno de los más reprobables de
entre el pueblo de Israel.
Creo que la mejor manera de ver la complejidad de Salomón es
seguir cada uno de sus tres rasgos salientes desde el capítulo 3
hasta el 11. Empezaremos con sus méritos, seguiremos con su de-
bilidad (sus excesos), y finalmente consideraremos sus pecados.
1) Sus méritos. El principal de los méritos de Salomón es su
amor de Dios (3.3). Veremos enfriarse este amor antes del final,
pero aquí las Escrituras enseñan llanamente que, al menos por un
tiempo, amó de verás al Señor.
Otro rasgo encomiable de Salomón lo vemos en su humildad
(v. 7) y en su agudo sentido de la responsabilidad (v. 9).
El capítulo 3 continúa hablando de su gran sabiduría, maravillo-
sa y digna de elogio (v. 28). Tuvo también otros grandes talentos y
dones que lo hacen sobresalir por encima de todos los que pasaron

190
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

antes y después de él en Jerusalén (4.32). Acumuló una gran can-


tidad de conocimientos durante su vida y maravillaba a todos los
que lo conocían (vv. 33,34).
En su oración en el momento de la dedicación del Templo tene-
mos una de las más hermosas oraciones que hayan sido recogidas en
el mundo (8.22ss). Ciertamente, era un hombre de profundos senti-
mientos religiosos. Es una oración que muestra un gran amor por
Dios y por los demás hombres. Se anticipa a las pruebas que habrían
de sobrevenir a Israel más tarde y le pide a Dios que le dé seguridad
de que él velará por el pueblo a través de sus dificultades. Incluso se
anticipa al tiempo en que serán llevados cautivos (v. 46ss).
La reina de Saba, entre otros, no pudo hacer otra cosa que
alabar a Salomón (10.1ss). De seguro que este hombre triunfaría.
Y sin embargo, en medio de estos rasgos dignos de elogio, surge un
importante fallo en su carácter.
2) Su debilidad (excesos). Usamos el término «excesivo» para
describir lo que parece haber sido una debilidad continua de este
hombre que era Salomón.
Vemos esta naturaleza excesiva y exagerada en él hasta en su
adoración. Cuando rendía culto a Dios no podía sentirse satisfecho
con un simple ofrecimiento de sacrificios, sino que ofrecía un millar
sobre el altar (v. 4). Quizás no llegó a comprender todo el significa-
do del sistema sacrificial como lo había hecho su padre David (Sal
40.6; 51.16,17).
Los excesos de Salomón también se evidencian en su manera
de vivir. Estos excesos se describen en 4.22-26. Al parecer, no era
capaz de hacer nada en forma sencilla, sino que le gustaba vivir
rodeado siempre de grandeza y vanidad.
Vemos así que cuando construye la casa del Señor incurre en
exageraciones mucho más allá de lo que el Señor deseaba. Lo
sobrecargó todo de oro, incluso el piso (6.21,22,30). Parece haber
pensado que la gloria del Templo estaba en proporción a la cantidad

191
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de oro que hubiera en él. Vale la pena mencionar que más tarde el
Señor hablaría desdorosamente del templo que Salomón había cons-
truido y consideraría mucho mayor la gloria del templo construido
después de la cautividad, que era mucho menos pretencioso (Hag
2.7,8). Quizá también Jesús hiciera alusión a la obsesión de Salomón
con el oro cuando hablaba a los fariseos (Mt 23.16,17) que ponían
tanta importancia en el oro del Templo. Al final, el oro no glorifica-
ba a Dios, sino a los hombres.
La obsesión de Salomón con el oro continúa revelando su vani-
dad cuando hace hasta escudos de oro (10.17), objetos sumamente
inútiles, y llega hasta cubrir la hermosura del marfil con oro (v. 18).
Creo muy posible que en estos marcados excesos está la clave
de la depauperación espiritual de Salomón. No hay duda de que se
fue depravando espiritualmente, a pesar de todos los méritos ya
mencionados.
3) Sus pecados. Los pecados de Salomón están a la vista, y lo
triste es que no hay la más mínima evidencia de que se arrepintiera
de ellos. Primero, se casó con una extranjera que no era creyente,
y hasta utilizó su matrimonio para hacer una alianza con un poder
pagano (3.1).
Otro pecado de Salomón, conectado con su naturaleza ambi-
ciosa, fue que decretó una leva en Israel, convirtiendo así a los
israelitas en esclavos (5.13). Esto más tarde precipitó la rebelión
que causó la división del reino en la época de su hijo.
Su orgullo y amor de sí mismo no se pueden pasar por alto
cuando leemos que dedicó más tiempo a su propio palacio y lo
construyó mayor que la Casa del Señor (ver 6.2,38; 7.1,2). Tardó
siete años construyendo el Templo y trece construyendo su pala-
cio. El Templo del Señor tenía un tamaño equivalente más o menos
a la mitad del de su palacio.
Debemos decir que el corazón de Salomón no era recto ante
Dios como lo había sido el de David. Sus pecados y excesos nos

192
El reavivamiento espiritual y la prosperidad del pueblo de Dios

llevan al capítulo 11, en el que lo vemos descrito como un reprobado.


Su exceso de esposas y concubinas, muchas de ellas extranjeras, lo
llevó a la idolatría, como le había advertido el Señor (11.1-4). Al final,
su epitafio es igual al de los reyes malvados que vienen después de él:
«E hizo Salomón lo malo ante los ojos de Jehová» (11.6).
El pasaje de Deuteronomio 17.14-17 casi parece un catálogo de
los fallos de Salomón. Es interesante que Dios haya mencionado
tanto tiempo antes a través de Moisés exactamente las mismas co-
sas que significarían la ruina del reino de Israel, y también lo cierta
que la profecía de Samuel demostró ser al final (1 S 8.10-17).
Es importante notar que el Nuevo Testamento no aparece im-
presionado de manera especial con la gloria de Salomón. Se lo
menciona raramente en él, y no en una forma muy halagüeña (Mt
6.29). Salomón en toda su gloria no se podía comparar a una simple
flor del campo. Esto parece que la mayoría de su gloria no le venía
de Dios, sino que era la vanagloria de los hombres.
Buscamos con interés qué lección nos deja la vida de Salomón,
y una cosa notamos. Salomón vivió una vida sin pruebas para su fe.
Su vida fue demasiado fácil, demasiado libre de durezas y pruebas,
y presenta un fuerte contraste con la de su padre y otros hombres
de Dios como Abraham, Jacob, José, Moisés, y Samuel. Estos hom-
bres crecían en la fe a medida que se iban enfrentando con una
prueba tras otra. Salomón no conoció nada de esto. Por tanto apren-
demos de aquí la lección de que en esta vida es importante que
nuestra fe sea probada. Así lo enseña también el Nuevo Testamen-
to (Jn 16.33; 1 P 1.6-9; Heb 12.4-11).
El resto de la vida de Salomón habla de cómo Dios estaba
disgustado con él y del subsiguiente castigo que cayó sobre él y su
reino (vv. 9-13). El principal castigo fue la división del reino. Pero
Dios también le suscitó enemigos que lo hostigaran por el resto de
sus días (vv. 14ss). Algunos de estos enemigos les causarían des-
pués muchos problemas a sus sucesores (11.26).

193
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El ofrecimiento que Dios hizo a Jeroboam a través del profeta


Ahías de darle diez tribus (vv. 37-39), era ciertamente una oferta
legítima que Dios habría de cumplir. Sin embargo, lamentablemente
Jeroboam no tomó en serio las condiciones y la responsabilidad de
asumir el mando sobre tan gran parte del pueblo de Dios y dio por
ello comienzo a la rápida decadencia del reino del norte.
Salomón pasó sus últimos años luchando contra enemigos y te-
miendo a sus competidores, y así terminó su vida, no gloriosamente
sino sin gloria alguna (vv. 40ss). No somos nosotros quienes hemos
de hacer juicios sobre el destino eterno del alma de Salomón. No
puedo olvidar las palabras dichas en los primeros tiempos de su vida
sobre su amor al Señor. Es difícil ver cómo esto podía ser verdad
todavía en los últimos días de su vida, pero de nuevo repito que no
somos nosotros quienes debemos juzgar sobre el destino eterno de
Salomón. Este asunto está exclusivamente en manos de Dios.

Ciudad de Jerusalén

194
CAPÍTULO 7

LA ÉPOCA DE LOS PROFETAS


(1 REYES 12—2 REYES 25)

Al comenzar el estudio de la época de los grandes profetas del


Antiguo Testamento sería de ayuda dar una breve cronología. Las
fechas son aproximadas, y otros autores diferirán en sus propias
cronologías de este período. No son las fechas lo más importante
sino los sucesos y las vidas de esos tiempos. Sin embargo, esta
cronología ayudará a enlazar los sucesos y las personas, tanto en
los reinos de Israel y Judá como también en tierras extranjeras.
La siguiente cronología nos llevará hasta la caída de Jerusalén
y la cautividad de Babilonia (ver cuadro pp. 128 y 129).
Cuando comenzamos a estudiar el período de la historia que ha
sido designado como Época de los Profetas es bueno explicar por
qué le damos este nombre. Estamos hablando del período en el cual
los profetas escritores toman parte prominente en los hechos. Por
supuesto, en cierto sentido la época de los profetas comenzó por lo
menos muy atrás en la época de Abraham, quien es el primer hom-
bre que es llamado profeta (Gn 20.7). Pero la época de los grandes
profetas escritores comienza alrededor de los tiempos de Elías y
Eliseo, los cuales, aunque es posible que no hayan escrito nada que
se conserve (a pesar de que no podemos estar seguros de esto),
fueron sin embargo precursores de los profetas escritores que co-
menzaron a profetizar en el siglo noveno, más o menos por la época
de la muerte de Eliseo. Diremos más al respecto luego.

195
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El reinado de Roboam, hijo de Salomón y último rey del Israel


unido, se relata en 1 Reyes capítulos 12 al 14. Cuando vemos su
necedad nos damos cuenta inmediatamente de que no era un rey
sabio como lo habían sido su padre y su abuelo en sus mejores
años. Rechaza los consejos prudentes, lo que siempre es una señal
de debilidad en un mandatario. Parte de sus fallos estaba en su
deseo de gobernar con mano de hierro, quizá tratando de imitar a
su padre (vv. 10,11).
La rebelión dirigida por Jeroboam era cosa del Señor (v. 15),
como ya lo ha mostrado el capítulo 11. Los únicos remanentes que
le quedan al reino de David son Judá y Benjamín (v. 21). Dios no le
habría de permitir a Roboam ni siquiera ir a la guerra para tratar de
reconquistarlos (v. 24).
Sin embargo, Jeroboam demostró muy pronto que no era mejor
que aquellos de quienes se había separado. Aunque su rebelión
contra Roboam fue del Señor, su otra rebelión posterior, esta vez
contra el Señor, habría de acarrear continuos sufrimientos al reino
norteño de Israel. No confió en el Señor e intentó mantener junto a
sí a las tribus del norte a base de su propia astucia (vv. 26,27).
Ignorando la promesa hecha por Dios de bendecirlo si le obedecía,
desobedeció voluntariamente haciendo otros centros de adoración
distintos a los que estaba en el lugar que Dios había escogido para
que estuviera su Nombre (cf. Dt 12). Le dio al pueblo otros lugares
de adoración que Dios no había escogido. Bet-el y Dan se convir-
tieron en causas de pecado entre los israelitas, como les recorda-
rían los profetas posteriores (v. 30).
Jeroboam no solo estableció lugares ilegítimos para el culto
sino también sacerdotes ilegítimos (v. 31) y fiestas ilegítimas (v.
32). De esta forma, la división de la iglesia del Antiguo Testamento
resultó trágica para todos los envueltos en ella, pero quizá nos haya
dejado algunas lecciones que aprender sobre la división de las igle-
sias cuando el pueblo de Dios no puede seguir caminando unido.

196
La época de los profetas

Por tanto, podemos hacer las siguientes observaciones sobre


esta división de la iglesia. Primero, fue el Señor quien trajo la divi-
sión. Lo hizo como juicio contra una iglesia infiel, y en particular,
contra jefes infieles. Lo que buscaba Dios era sencillamente tener
fundamentos mejores para su iglesia. Si comparamos 11.11,31 con
12.15, veremos claramente que esa fue la intención de Dios. Por
tanto, podemos sacar en conclusión que cuando Dios no se com-
place con su iglesia debido a que esta no es capaz de glorificarlo,
puede hacer surgir una división en ella.
Segundo, la causa de la división de la iglesia fue el pecado.
Esto no contradice la primera observación. Dios usa con frecuen-
cia los pecados de los hombres malvados para llevar adelante sus
propósitos, como ya hemos visto en el caso de José y sus herma-
nos, o en el de los que crucificaron a Cristo. 1 Reyes 11.9-11 deja
esto en claro, como lo hacen también otras partes de las Escrituras
(11. 33; 12.8-14).
Tercero, se nos enseña que Dios se preocupó de ambas partes.
No se podía decir que estuviera de un lado o del otro. Estaba a
favor de Judá (11.13,36,39) si quería obedecerle, y estaba a favor
de Israel si le obedecía también (11.37,38; cf. 2 R 17.13). La larga
lista de profetas que Dios envió al norte es testimonio de su preocu-
pación por este reino: Elías, Eliseo, Oseas, Amós, entre otros.
Cuarto, hay que decir que había maldad de ambas partes. Tanto
Jeroboam como Roboam pecaron (12.25,26; 13.33; 14.22; 15.3). Había
pecado en ambos: rebeldía y apartamiento de Dios (14.30; 15.6).
A través de todo esto vemos que, por encima de todo, Dios se
preocupaba por la integridad y la fidelidad a su Palabra. Esto es lo
que buscaba en ambas partes (9.4; 14.8; 15.4,5).
Al final, la parte que parecía estar más en lo justo al principio se
convirtió en el fracaso mayor. Israel no produjo buenos caudillos,
aunque tuvo muchos profetas y creyentes fieles. Judá, que parecía
estar menos justificado al comenzar la división, al final demostró ser

197
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

más fiel y durante más tiempo, y dio varios reyes buenos, entre los
cuales se encuentran Asa, Josafat, Uzías, Ezequías, y Josías.
En conclusión hemos de decir que el derecho no puede deter-
minarse por conteo sino sobre la base de sí la iglesia permanece fiel
a la Palabra de Dios. Por tanto, en realidad nada quedó establecido
por la división; solo mucho después, cuando una de las partes de-
mostró ser más fiel que la otra.
Los dos capítulos siguientes, 13 y 14, muestran que Dios no
pasaría por alto los pecados de Jeroboam. La notable profecía so-
bre la venida de Josías para destruir el altar construido por aquel se
cumplió exactamente en la forma predicha por el profeta anónimo
(13.1,2; cf. 2 R 23). El trágico fin de este profeta, cuyo nombre
desconocemos, pone énfasis una vez más en la clara lección divina
de que la Palabra de Dios ha de ser tomada en serio siempre por
todos, y de manera especial por aquellos a quienes Él llama para
que sean sus voceros (recuérdese el severo juicio sobre Moisés).
Debido a la infidelidad de Jeroboam, Dios predice su derroca-
miento y caída, como en otra ocasión le había predicho a Jeroboam
la caída del reino de Salomón (14.13,14). El resto del capítulo 14
habla del reinado de Roboam, a quien se presenta como un malva-
do (vv. 22ss). Por este tiempo la gloria de Salomón comienza a
desvanecerse con la llevada a Egipto de sus escudos de oro y sus
tesoros por el poderoso rey Sisac (vv. 25ss).
Quizá el mejor bosquejo de esta época está en el versículo 30.
Había una guerra continua entre las dos divisiones de la iglesia del
Antiguo Testamento en los días de estos dos reyes que habían des-
obedecido al Señor.
Con el capítulo 15 comenzamos a seguir la trayectoria de los
dos reinos, primero de uno, luego del otro, hasta que Israel, el reino
del norte, cae en el 722 antes de Cristo. En los capítulos que van del
15 al final de 1 Reyes, se nos narran los reinados de Abías, Asa, y
Josafat de Judá, y de Nadab, Baasa, Ela, Zimri, Omri, y Acab de

198
La época de los profetas

Israel. Este período cubre aproximadamente el centenar de años


que van desde el 950 hasta el 850 antes de Cristo.

I. El período de estabilización (950 a 850 A.C.


aprox.)
Tanto en el norte como en el sur fue este un período de estabi-
lización. Primeramente notamos que en Judá, Abiam, el tercer rey
desobediente sucesivo de Judá, reinó durante un corto período, tres
años (15.2). Dios interviene entonces para salvar a Judá de caer en
la misma senda de deterioración que estaba siguiendo Israel. Este
es el significado de las palabras «Por amor a David, Jehová su Dios
le dio lámpara en Jerusalén» (v. 4). Recordemos que en 1 Samuel
3.3 vimos una frase similar (ver también 2 S 21.17; 1 R 11.36). En
todas estas citas el significado es similar. La luz de Dios era la vida
espiritual del hombre, y Dios nunca la dejó apagar. Antes de que su
pueblo se hundiera sin esperanza en el pecado, Dios siempre inter-
venía. Lo vemos suceder así a través de todas las Escrituras, y a
través de toda la historia de la iglesia cristiana desde la conclusión
de las Escrituras.
En Asa, el hijo de Abiam, vemos un reavivamiento de la fideli-
dad por parte de los reyes de Judá (15.12-13). Gran parte de su
reinado la utilizó en deshacer el mal que habían hecho sus predece-
sores. El escritor del libro de los Reyes solo le echa en cara una
cosa: que no quitó los lugares altos, o lugares populares de culto,
que eran contradictorios con la Ley de Dios (15.14; ver Dt 12, un
altar). La frase «el corazón de Asa fue perfecto para con Jehová»
es una forma de expresar su sincero deseo de caminar por los
caminos del Señor y hacer su voluntad (ver 1 R 8.61). En otras
palabras, Dios lo declara como un verdadero hijo suyo, y el juicio de
Dios es el único que cuenta.
Sin embargo, como David y Salomón, Asa tuvo también su
debilidad. Contratar a Ben-Hadad de Siria para luchar contra el

199
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

reino del norte era un acto similar al que realizarían más tarde otros
reyes, como Joás (2 R 12.17ss) y Acaz, en los días de Isaías el
profeta (2 R 16.7ss; cf. Is cap. 7). También indicaba una falta de fe
por parte del rey al confiar más en las alianzas humanas que en el
poder protector de Dios.
Con respecto a Israel, encontramos una rápida sucesión de
reyes que nos lleva hasta el período de Omri y Acab. Nadab, hijo
de Jeroboam, no fue mejor que su padre, y así llega rápidamente el
final de la dinastía de Jeroboam, tal como Dios le había advertido a
través de su profeta Ahías (15.29; cf. 14.9-16).
Baasa, el instrumento utilizado para el derrocamiento de la di-
nastía de Jeroboam, demostró no ser mejor (15.34). Por tanto, fue
suscitado Jehú, otro profeta de Dios, para que predijera que la casa
de Baasa sería derrocada también (16.1-3), lo que sucedió durante
el reinado de su hijo Ela a manos de su capitán Zimri (16.8-10). A
su vez, Zimri vivió una semana antes de ser derrocado por Omri
(vv. 17,18).
Israel vio pasar cuatro reyes en rápida sucesión, mientras Judá
disfrutaba de la estabilidad del mandato de Asa. Finalmente logra
dominar Omri y triunfa en su intento de darle a Israel su primer
reino estable desde el momento en que había comenzado (v. 23).
Cuando hablamos de la grandeza de Omri, hablamos en senti-
do político y no en el religioso. Desde el punto de vista de Dios, no
hubo nunca un solo rey bueno en Israel. Todos llevan el mismo
epitafio. Anduvieron todos en los caminos de Jeroboam, quien hizo
pecar a Israel. Sin embargo, en el mundo de la política, Omri tuvo
muchos logros. Primeramente, convirtió a Samaria en la capital, lo
que fue una decisión excelente (v. 24). Samaria estaba en una
magnífica posición para guardar todas las rutas hacia el norte y
hacia el sur, siendo además fácil de defender, por encontrarse ele-
vada por encima de la llanura y con murallas naturales de gran
altura que no podían ser tomadas con facilidad. Tan grande fue su

200
La época de los profetas

reputación entre las demás naciones que en los anales asirios Israel
recibe siempre el nombre de «tierra de Omri» a partir de este mo-
mento. Incluso Jehú, quien más tarde derrocaría la casa de Omri,
es conocido en los registros asirios como «el hijo de Omri».
Con la muerte de Omri llegamos al reinado más pervertido de la
historia de Israel, el de Acab (vv. 29,30). Añadió un pecado a otro al
casarse con la malvada Jezabel, una pagana fenicia que adoraba a
Baal. Siguiendo el ejemplo de Salomón, Acab construyó un lugar
para ella en Samaria a fin de que adorara a su dios, algo contrario a
todo lo que Dios había advertido a través de Moisés (Dt 7.1-5).
Es ilustrativo de la gran perversión del pueblo en aquel día el
acto de cierto Hiel de Bet-el, quien despreciaba tanto la Palabra de
Dios, que se atrevió a reconstruir Jericó, en rebelión abierta contra
las palabras de Josué, el siervo de Dios (v. 34; cf. Jos 6.26). De
esta manera vemos cómo en los días de Acaz había una total des-
atención a las cosas de Dios y a su voluntad.
Era tiempo de que Dios interviniera, como lo había hecho antes
cada vez que la maldad del hombre llegaba a cierto punto. Ahora
envía al gran profeta Elías para que se enfrente a Acab y a la
iniquidad de sus dominios.
Los capítulos 17 al 19 hablan sobre la gran confrontación entre
Elías y Acab y la gran lección que Dios enseñó a través de esa
experiencia. No hay ningún aviso de la aparición de Elías. Este
gran hombre aparece súbitamente ante Acab y declara que no vol-
vería a llover más, hasta que él lo dijera (v. 1). Podemos imaginar-
nos cómo deben haberse reído Acab y su corte de este hombre
extraño vestido con ropas raras (ver 2 R 1.8).Y se rieron aun más
cuando habló con la autoridad de un dios. ¿Quién se creía que era?
Pero sucedió que pasaba tiempo y más tiempo y no llovía. Mien-
tras tanto, el Señor cuidaba de Elías, como nos relata el resto del
capítulo.

201
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Durante su permanencia con la viuda de Sarepta, en Fenicia,


cerca de la casa de Jezabel, Elías demostró ser el profeta y el vocero
de Dios por medio de muchas señales, como lo había hecho Moisés
mucho antes. Una vez más vemos a través de las palabras de esta
viuda, cuando Elías devuelve a la vida a su hijo, que los milagros
bíblicos sucedían principalmente para darles autoridad a los que Dios
había escogido como voceros suyos (v. 24; cf. Éx 4.1-5).
Elías abre la segunda gran época de milagros; la primera había
tenido lugar en los días de Moisés. Vemos numerosas señales mila-
grosas en los días de Elías y de su sucesor Eliseo, las que nos
introducen al segundo gran período de la revelación, el de los profe-
tas escritores que sucederían a Elías y Eliseo.
En el capítulo 18 vemos una vez más una confrontación entre
Elías y Acab. Esta vez Acab es mucho más respetuoso si bien más
hostil hacia Elías. Le llama «el que turbas a Israel» (v. 17). La
respuesta de Elías es la clásica de las gentes de Dios en cualquier
época cuando son acusadas de turbar la iglesia porque defienden la
verdad de Dios y le echan en cara a la iglesia sus pecados. Sus
palabras, «Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre,
dejando los mandamientos de Jehová y siguiendo a los baales», van
al centro de todos los problemas de la iglesia de Dios y de los
miembros del pueblo de Dios. La fuente de los problemas será
siempre el que algunos se aparten de la Palabra de Dios.
La contienda del Carmelo dejó al descubierto la falsedad de las
pretensiones de los profetas de Baal y sus sacerdotes. Después que
fracasaron sin poder presentar evidencia alguna de que su dios era
una realidad viviente, Elías se hizo cargo de la situación (vv. 30ss).
Todo lo que hizo Elías tenía por propósito dar gloria a Dios. En
lo que hizo había una lección para Israel: que volviera a los antiguos
fundamentos de su fe y al Dios de los padres; de ahí las doce
piedras por los hijos de Jacob, para recordarles las antiguas bendi-
ciones dadas por Dios a los patriarcas que confiaban en él. Tam-

202
La época de los profetas

bién en su oración, Elías trajo a la memoria los días de los patriar-


cas y la época de la fe joven de Israel (v. 36).
Al declarar que todo lo que hacía era de acuerdo con la Pala-
bra de Dios (v. 36), Elías estaba una vez más buscando la gloria de
Dios y no la suya propia. La palabra a la que hace referencia po-
dría haber sido tanto la palabra escrita a través de Moisés, como
algún mandamiento nuevo que Dios le hubiera dado en aquel día.
La teología de Elías era sólida y clara. Sabía que solamente si
los corazones del pueblo eran cambiados creerían (v. 37). Más
adelante, veremos que esto se convierte en el núcleo del mensaje
profético, o sea, que el Señor habría de volver sus corazones a él si
ellos habrían de creer en él. También Cristo dice en forma similar
en el Nuevo Testamento que debemos nacer de nuevo, es decir,
tener corazones que se hayan vuelto a Dios por su propio poder, si
queremos ver el reino de Dios (Jn 3).
Vemos que en una forma similar a la utilizada por Samuel ante-
riormente, Elías llama al pueblo al arrepentimiento y a regresar a la
antigua senda, a los mismos caminos seguros del Señor (cf. 1 S
7.3). Dios correspondió enviando el fuego por el que Elías había
orado, y el pueblo, viendo la evidencia, gritó aceptando a Dios por
encima de Baal (v. 39).
El acto de matar a los profetas de Baal puede parecernos muy
severo, pero debemos recordar que estos falsos profetas eran una
amenaza para todo el pueblo de Dios y su sola presencia en Israel
estaba en contra de las órdenes terminantes de Dios. Dios había
declarado mucho tiempo antes cuál debería ser el castigo adecua-
do para gente así (Dt 13.5).
Podríamos esperar que hubiera en este momento en Israel un
rápido reavivamiento de la fe, pero no fue así. La ira de Jezabel al
enterarse de la derrota sufrida por el culto de Baal hizo que Elías
tuviera que huir de la tierra (19.2ss). ¿Dónde estaban las multitu-
des que tan poco antes habían declarado que el Señor era Dios? Al

203
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

parecer, su conversión no había sido verdadera. Elías se sentía ahora


solo y decepcionado (v. 10).
Dios había permitido que Elías alcanzara este estado espiritual
en la vida para poderle enseñar a él, y a todos los creyentes que
vinieran después, una lección muy importante. Primero, lo conduce
de vuelta al Sinaí (Horeb) donde había dado las primeras de sus
Palabras a través de su siervo Moisés (v. 8). Después hace que
Elías vea muchos signos externos de poder similares al signo del
fuego que lo consumía todo en el Carmelo (vv. 11ss). Pero se repite
una frase después dc cada uno de esos signos externos de poder:
«Pero Jehová no estaba en el viento [o el terremoto, o el fuego]» .
Entonces, después de estas señales, oímos las palabras «un silbo
apacible y delicado» (v. 12).
¿Qué era lo que Dios le estaba enseñando a Elías? Simplemen-
te que los corazones no se cambian (18.36) por señales poderosas,
sino por la Palabra de Dios que habla a los corazones de los hom-
bres, el silbo apacible y delicado. En forma similar vemos las pala-
bras de Zacarías 4.6: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». Desde ahora oiremos
hablar la Palabra de Dios a través de la gran cantidad de profetas
de Dios que se van sucediendo, todos con su propia frase poderosa:
«Así dice el Señor...» Esta palabra escrita de Dios es la que más
tarde Pedro declarará como «más segura» que todas las señales y
maravillas e incluso que la voz audible de Dios procedente del cielo
(2 P 1.18-21). Esto es también lo que quiere decir Deuteronomio
30.11-14 cuando Dios declara que la Palabra de Dios en nosotros
es el verdadero poder para salvación (cf. Ro 10.6ss).
Por tanto, a partir de ese momento Dios prepara, empezando
con Elías y su sucesor Eliseo, el anuncio de las buenas nuevas a
través de los profetas. Era esto y no las señales poderosas lo que
haría volver los corazones del pueblo a Dios.

204
La época de los profetas

El resto del capítulo 19 relata ciertas tareas específicas enco-


mendadas a Elías antes de que fuera arrebatado de la tierra. Debe-
ría ungir a Hazael por rey de Siria, a Jehú por rey de Israel y a
Eliseo para que fuera su sucesor (vv. 15.16).
A pesar de todo lo malvado que era Acab, Dios tuvo misericor-
dia de Israel en sus días y lo libró de las manos de su enemigo, Siria.
Hay algunos profetas anónimos y hombres de Dios comprometidos
en la comunicación entre el Señor y Acab para darle seguridad de
su victoria (20.13,22,28). En el versículo 35 tenemos la primera
mención de «los hijos de los profetas», que son llamados también
en otra parte «la compañía de los profetas» (1 S 10.10), y se supo-
ne que fueran una escuela donde se preparaba a los profetas y se
desarrollaba su conocimiento de Dios y de su Palabra. El término
«hijo» significaría aquí discípulo o alumno.
Acab, en forma similar a Saúl, primer rey de Israel, fue más
indulgente con su enemigo de lo que Dios había permitido (20.34;
cf. 1 S 15.9). Como consecuencia, Acab fue reprendido (v. 42).
El incidente de la viña de Nabot en el capítulo 21 muestra nue-
vamente la maldad de Jezabel y el carácter débil de Acab. Nabot
intentaba obedecer la Palabra de Dios al rechazar lo que el rey
pretendía (cf. Lv 25.23; Nm 36.7). Acab, educado al menos en los
rudimentos de la Palabra de Dios, sabía que Nabot estaba en lo
cierto. Sin embargo, Jezabel, reflejando el concepto fenicio de lo
que es un rey, pensaba de manera diferente, y como veía la realeza
como algo absoluto y no sometido a ninguna autoridad, ni tan si-
quiera a la Ley de Dios, procedió a hacer lo que mucho tiempo
antes había advertido Samuel que harían los reyes de Israel (ver 1
S 8.11-17). Incluso llegó más lejos, y con sus mentiras logró la
muerte de Nabot (v. 13).
En forma similar a como había actuado con David después de
que había pecado contra él, Dios envía una vez más a su profeta
para reprender al rey Acab por su atroz pecado. Solo que esta vez

205
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

no había otra esperanza que la de un severo castigo (vv. 17ss). El


único acto de honestidad de Acab en todo su reinado fue su apa-
rente penitencia al escuchar estas noticias (v. 27). Fue librado de
ver todas las cosas terribles que Elías había predicho que le suce-
derían a su casa (v. 29), pero en esencia, todo esto quería decir que
moriría muy pronto, lo cual es motivo de muy poco consuelo.
El capítulo final de 1 Reyes contiene la extraña narración de la
poco feliz alianza de Josafat con Acab. El reinado de Josafat no se
presenta hasta la última parte de este capítulo. Comienza en el
versículo 41, aunque la figura de Josafat se presenta al principio del
capítulo. Veamos primeramente el versículo 43. En él se nos dice
que Josafat era como Asa su padre, un rey que quería servir al
Señor. Pero cometió un serio error al hacer las paces con el impío
Acab (v. 44).
Esto selló la extraña alianza entre Acab y Josafat que relata la
primera parte del capítulo 22. El juicio lamentable y erróneo de
Josafat al pensar que no había distinción entre el pueblo de Israel y
el de Judá, descubre un punto ciego muy serio en la vida espiritual
del rey (v. 4). La alianza entre el pueblo de Dios y aquellos que
viven en contra de la voluntad de Dios es algo que es siempre
condenado por las Escrituras. Desde la época de los patriarcas,
cuando Abraham evitó los matrimonios con los cananeos, hasta las
advertencias que hace Pablo a los cristianos de que no se unan en
yugo desigual con los no creyentes (2 Co 6.14), vemos que Dios ha
colocado enemistad entre el creyente y el no creyente (Gn 3.15).
Cada vez que el creyente pasa por alto la distinción que fue esta-
blecida por Dios, compromete su vida y las de los que le siguen.
Cuando Josafat buscó al profeta de Dios para que le diera
palabra sobre la próxima batalla (v. 5), era culpable de haber hecho
aquello acerca de lo cual Cristo advertiría posteriormente, «echar
sus perlas delante de los cerdos» (Mt 7.6). Aquel hombre, Acab,
era un no creyente, y no tenía ningún deseo de saber la voluntad de

206
La época de los profetas

Dios. Confiarle a él sus preguntas religiosas o su propia vida era un


total desatino. Primero, Acab intentó persuadirlo trayendo falsos
profetas (v. 6). Después, buscó que Josafat fuera muerto en su
lugar (v. 30). Este acto casi tiene como consecuencia la muerte de
Josafat (v. 32). Así vemos cuán ciertas son las palabras de Jesús
cuando dice que se volverían y nos despedazarían (Mt 7.6). Esto
es, Acab, con el que Josafat intentaba tratar religiosamente, al final
intentó destruirlo para salvarse a sí mismo, quizá esperando así
liberarse de dos enemigos a la vez, de Siria y de Judá.
El hecho de que Acab fuera matado a pesar de sus propios
esfuerzos y la forma especial en que ocurrió su muerte habla de la
soberanía de Dios para controlar todos los sucesos de acuerdo con
sus propósitos, a pesar de todos los esfuerzos humanos en contra.
La Palabra de Dios fue la que prevaleció (v. 38; cf. 21.19).
Al parecer, Josafat aprendió su lección porque más tarde vere-
mos que rechaza aliarse con el hijo de Acab para una empresa
comercial (v. 49).
El principio del reinado de Ocozías en Israel después de su
padre Acab, nos introduce al segundo período de los reyes, del que
se trata en los primeros once capítulos dc 2 Reyes.

II. El período de infidelidad (850-800 A.C.


aprox.; 2 R 1—11)
Los primeros once capítulos del segundo libro de los Reyes
hablan del período trágico que lleva hasta el reinado de Jehú inclu-
sive. Fue Jehú quien exterminó la descendencia de Acab en Israel.
También habla del libertinaje que surge en Judá como consecuen-
cia del matrimonio entre la casa de Acab y la de Joram de Judá, el
hijo de Josafat.
Puesto que los relatos sobre Elías y Eliseo se encuentran en-
tremezclados con este período, resulta fácil perder la continuidad
de los reyes que gobernaron en esos días.

207
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El reinado de Josafat es simultáneo con varios reyes de Israel,


incluyendo Acab, Ocozías, y Joram. Otra confusión de esta época
es que los nombres de los reyes de Judá e Israel eran idénticos,
probablemente como consecuencia de la estrecha relación entre
las dos familias que se habían establecido en los días de Josafat y
Acab, como ya hemos visto. De nuevo vemos el peligro de alianzas
espurias como esta que culminó en un verdadero matrimonio entre
las casas de Israel y de Judá. El hijo de Josafat tomó a la hija de
Acab (y de Jezabel) por esposa e introdujo así la perversión de
Jezabel en la casa de Judá (2 R 8.16-18).
Ocozías, hijo y sucesor de Acab en Israel, no vivió mucho tiem-
po. Solo reinó dos años y continuó la maldad de su padre (1 R 22.15-
53). Su madre Jezabel seguía viva y vomitando el veneno con el que
había manchado a Israel y a Judá. Tan malvado era Ocozías que
cuando se cayó en un accidente y se enfermó, buscó ayuda no de
Dios sino de Baal-zebub, dios de Ecron (2 R 1.2). De manera que,
aunque antes, cuando algún malvado de Israel caía en desgracia
buscaba ayuda en Dios (1 R 21.27-29), el estado espiritual de Israel
había caído tan bajo en este momento que el rey en su dificultad mira
hacia dioses paganos. De ahora en adelante, el nombre de Baal-
zebub se convertiría en sinónimo del mismo Satanás (Mt 10.23).
Dios reprendió duramente a Ocozías y le dijo que nunca se
recobraría de su enfermedad (2 R 1.3,4). El episodio registrado en
los versículos 9-16 es el último que tenemos del siervo de Dios,
Elías, antes de que fuera arrebatado al cielo. En él podemos ver a
la vez la ira de Dios con respecto a los arrogantes y su misericordia
para con los humildes.
Joram, el hijo de Ocozías, sucede a su padre en el trono de
Israel, de manera que en este momento el nombre de los reyes de
Judá e Israel es el mismo (v. 17). Joram el hijo de Josafat fue el que
se casó con la hija de Acab, como ya hemos mencionado. Es de
suponer que el Joram de Judá gobernó conjuntamente por un tiem-

208
La época de los profetas

po con su padre Josafat, ya que en el versículo 17 se nos dice que


el Joram de Israel comenzó a reinar en el segundo año del Joram
de Judá, mientras que en 3.1 se nos dice que había comenzado a
reinar en el año dieciocho de Josafat.
Lo más positivo que se dice del Joram de Israel es que no pecó
como su padre o su madre (v. 2). Durante su reinado Elías fue
arrebatado al cielo y Eliseo se convirtió en su sucesor entre los
profetas. La razón por la que se presta tanta atención al reinado de
Joram de Israel es que Eliseo desarrolla su actividad principalmen-
te en sus días. Ello explica que se le den nueve capítulos a su reina-
do, no obstante que Joram es un rey de Israel de una importancia
relativamente escasa.
El comienzo de la carrera de Eliseo tiene lugar en la época de
la ascensión de Elías, que se registra en 2 Reyes 2. Debe haber
sido algo evidente para todos los profetas que Elías estaba a punto
de ascender. Eliseo trataba cuidadosamente de permanecer a su
lado. Al parecer, los continuos mandatos que le daba Elías de que
se quedara detrás (vv. 2,4,6) tenían por finalidad probar la entrega
de Eliseo a su vocación.
Cuando Elías ascendió al cielo, se unió a un grupo pequeño y
exclusivo que había ascendido al cielo sin morir. Solo Enoc, el hom-
bre de Dios anterior al diluvio lo había hecho además de él. Solo
Jesús lo volvería a hacer, después de su resurrección. Al final de
los tiempos, cuando Cristo regrese, es de suponer que muchos más
se levantarán para encontrarle en el aire sin morir (1 Co 15.51). El
manto de Elías cayó en este momento sobre Eliseo, y este continuó
el ministerio de Elías.
Mucho después Malaquías profetizaría que Elías habría de re-
gresar antes del día del Señor (Mal 4.5). Jesús interpretó este pa-
saje como cumplido en la venida de Juan el Bautista (Mt 11.14).
Además, Elías apareció junto a Moisés con Jesús en el monte de la
transfiguración (Mt 17.3).

209
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El grito con que Eliseo llama a Elías «carro de Israel y su gente


de a caballo» es un tributo a su grandeza, mayor y más importante
para Israel que todos sus ejércitos (v. 12). Más tarde, Joás, rey de
Israel, rendiría el mismo honor a Eliseo (13.14) .
Se registra una serie de unos quince milagros realizados por
Eliseo durante el largo tiempo que vivió en Israel, habiendo alcan-
zado de hecho la época de los primeros profetas escritores.
El primer milagro fue una copia de otro que acababa de reali-
zar Elías (v. 14; cf. v. 8). El segundo fue la purificación de las aguas
malas (vv. 19ss). El tercero, la destrucción de cuarenta y dos mu-
chachos por medio de dos osos, puede que no haya sido un milagro,
pero ha sido motivo de dificultad para algunos que han querido
acusar a Eliseo de crueldad con los jovencitos (vv. 23-24). Sin em-
bargo, hemos de recordar dos cosas en conexión con este hecho:
primero, que no fue Eliseo sino Dios quien envió los osos; y segun-
do, que sus palabras probablemente reflejaran la burla que hacían
sus padres del siervo de Dios. Una cosa es cierta: nunca habían
sido enseñados a respetar a sus mayores. El no obedecer la Ley de
Dios tiene siempre la muerte como castigo. En el juicio de Dios,
estos niños, sus padres o ambos, merecían el castigo que él les
envió en aquel día.
El cuarto milagro estaba relacionado con la rebelión de Mesa,
rey de Moab (3.4-27) . Tenemos noticias de este rey Mesa proce-
dente de otra fuente, la Piedra Moabita. En esa piedra, descubierta
por los arqueólogos, se halla el relato del propio Mesa con respecto
a su rebelión contra Israel. En el mismo, Mesa hace alarde de que,
con la ayuda de su dios, logró derribar al hijo de Acab. Una vez
más, Josafat se unió con Israel debido a la insistencia de Joram.
Nuevamente, Josafat quiere oír la palabra de un profeta del Señor
(v. 11). Esta vez, el único en aparecer fue Eliseo, quien, dirigido por
Dios, predice cómo los aliados obtendrían victoria sobre Moab. Por
obra de Dios, los moabitas vieron las zanjas llenas de agua como si

210
La época de los profetas

fuera sangre (vv. 22,23). Esto les hizo suponer erróneamente que
los aliados se habían lanzado unos contra otros y se habían destrui-
do mutuamente (v. 23). Este error fatal fue el que terminó con la
rebelión de Moab.
La quinta de las grandes señales fue el aumento milagroso del
aceite de la viuda (4.1ss). La sexta señal fue la promesa de un niño
a una mujer que ya era demasiado vieja para procrear. Esta mujer
era de Sunem (4.8ss). Más tarde esta mujer tuvo un niño, y años
más tarde el niño se enfermó y murió (vv. 17ss). La mujer encontró
a Eliseo en el monte Carmelo y lo llevó consigo a su casa. El sépti-
mo milagro fue la vuelta a la vida del muchacho (v. 35).
Los milagros octavo y noveno están relacionados con la comi-
da. En uno de ellos, Eliseo purifica una comida que había sido enve-
nenada por accidente (v. 41). En el otro realiza algo similar a lo que
hizo Jesús dos veces alimentando a una gran cantidad de personas
con un poco de comida (v 42).
El capítulo 5 habla de un milagro muy interesante relacionado
con la lepra de Naamán. Este, capitán de los ejércitos de Siria, era
enemigo de Israel. Sin embargo, cuando supo que había un profeta
en Israel que podía obrar milagros, fue en su busca.
Cuando Eliseo le dice que vaya a bañarse siete veces en el Jordán,
Naamán se indigna, pensando que había perdido el tiempo. Pero unos
siervos suyos, prudentes, le aconsejan que obedezca, y cuando lo
hace, la lepra lo deja (v. 14). Este fue el milagro número diez.
El suceso convenció a Naamán, quien se convirtió en un creyen-
te manifiesto en el Señor (5.15). Su conversión parece haber sido
auténtica (v. 17ss). Pero el acto engañoso de Giezi, el sirviente de
Eliseo, le acarreó, no las riquezas que deseaba, sino la lepra de Naamán
(v. 27). Este fue el undécimo milagro. El siguiente, el duodécimo,
sucedió cuando hizo flotar una cabeza de hacha de hierro (6.6).
El milagro número trece fue la visión de los ejércitos de Dios que
se le presentó al sirviente de Eliseo (v. 17). El rey de Siria se había

211
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

puesto furioso porque Israel parecía saber siempre lo que estaba


planeando. Cuando se enteró de que era Eliseo el profeta quien le
informaba al rey de Israel todo lo que Siria planeaba (v. 12), trató
de apresarlo. Cuando el ejército vino a llevárselo, todo el ejército
fue herido con ceguera y llevado cautivo a Samaria (vv. 18,19).
El último milagro de la vida de Eliseo fue la súbita derrota sufri-
da por los sirios que estaban asediando Samaria, y la abundancia de
comida que le dejó a Samaria cuando la ciudad estaba a punto de
perecer de hambre (cap. 7). Antes de la ascensión de Elías, Dios le
había dado tres encomiendas: ungir a Hazael como rey de Siria, a
Jehú como rey de Israel, y a Eliseo como sucesor suyo (1 R 19.16).
En lo que le quedaba de tiempo, Elías cumplió con el último de estos
encargos, pero al hacerlo así, ha de haber considerado que Eliseo
sería quien realizaría los otros dos.
En 2 Reyes 8 leemos que Eliseo unge a Hazael para que sea
rey en lugar de Ben-adad. En este capítulo se encuentra también el
matrimonio entre Joram de Judá, hijo de Josafat, y la hija de Acab y
Jezabel (v. 18). Como hicimos notar anteriormente, esto señaló un
nuevo descenso para Judá, y puso en peligro, aun antes de que
estuviera terminado, la descendencia toda de David. Sin embargo,
de nuevo prevalece la misericordia de Dios, y la descendencia es
mantenida por amor a David (v. 19); cf. 1 R 11.36). Dios manifestó
su disgusto con Joram de Judá, permitiendo que esta época fuera
una época de revueltas (v. 20,22). Después de un reinado relativa-
mente corto de ocho años, Joram muere y su hijo Ocozías comien-
za a gobernar. En sus días fue prominente la figura de su madre
Atalía, quien era hija de Acab y nieta de Omri (v.26).
Como era de esperar, Ocozías de Judá se alió con Joram de
Israel, y ambos, por ser parientes, se mantuvieron en estrecho con-
tacto (v. 29).
Ahora comienza a intervenir el Señor. Eliseo se prepara a cum-
plir el tercero de los encargos hechos por Dios a Elías mucho tiem-

212
La época de los profetas

po antes. Envía a uno de los profetas para que unja a Jehú como
rey de Israel. Este había sido escogido por Dios para destruir la
línea de Omri y para erradicar el culto de Baal en Israel (9.8).
Mientras Ocozías se encontraba visitando a Joram de Israel,
Jehú dirigió una revuelta contra el rey. Al final, Jehú mató a Joram
(v. 24) y a Ocozías de Judá (v. 27). Fue entonces Jehú a Jezreel,
donde destruyó a la orgullosa y vana Jezabel (v. 30ss) y después a
todos los hijos y descendientes de Acab (10.11). Incluso mató a
todos los hermanos de Ocozías de Judá, porque ahora él también
era descendiente de la línea de Acab.
Mientras se hallaba ocupado en la destrucción de las casas de
Israel y Judá, Jehú se encontró con Jonadab, hijo de Recab (v. 15).
Mostró respeto por esta distinguida familia de Israel, que será men-
cionada también posteriormente en la profecía de Jeremías (35.6-
19) como una familia modelo de fidelidad.
La exterminación del culto de Baal en Israel fue muy efectiva,
tanto que dicho culto nunca volvió a suscitarse en Israel a pesar de
que continuó en Judá (vv. 18ss). Con Jonadab, Jehú mató a todos
los adoradores de Baal en Israel (v. 28).
Hasta el momento estaba siguiendo la voluntad de Dios en todo
lo que hacía. Sin embargo, es triste decir que Jehú no dio honra a
Dios convirtiendo en maldad sus matanzas en masa en lugar de
realizarlas para agradar al Señor. Por esta razón, Oseas describirá
y condenará más tarde el pecado de Jezreel (cf. 9.30ss y Os 1.4).
El crimen de Jehú no fue matar a toda la casa de Acab sino hacerlo
por provecho personal y no como un servicio a Dios (v. 31).
Estos hechos marcaron en realidad el final de Israel como pue-
blo de Dios. A decir verdad, Oseas declararía que ellos no eran
pueblo de Dios (cf. 2 R 10.32; 0s 1.4,9).
La matanza de tantos miembros de la descendencia de Acab
dejó a su hija que estaba en Jerusalén en una situación interesante.
Ahora era ella la que aparecía como sucesora al trono, e intentó

213
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

destruir a todos sus rivales, los descendientes de David (11.1). Sin


embargo, en la providencia de Dios, uno fue salvado y permaneció
escondido hasta que llegara el momento oportuno.
Un hijo de Ocozías, Joás, de un año de edad, fue escondido en
el templo durante seis años, mientras Atalía pensaba que había te-
nido éxito en asegurarse el trono (11.3). Cuando el sacerdote Joiada,
quien había protegido a Joás, reveló su existencia a Judá, todo el
pueblo estaba al parecer, listo para el cambio (vv. 12,14) .

III. El último período de grandeza de Israel (800


- 750 A.C.; 2 R 12—15.7)
Joás de Judá tuvo un reinado largo y confuso en cuanto se refie-
re a sus capacidades espirituales. Su fidelidad al Señor dependía de
la presencia del sacerdote Joiada, su protector y consejero (12.2). Sí
mostró preocupación por la reparación del templo, probablemente
bajo la influencia de Joiada (vv. 4ss). Fue en general una época de
buena voluntad y confianza mutua mientras Joiada vivió (v. 15).
Sin embargo, una vez más, cuando se sintió amenazado por los
enemigos, el rey recurrió al soborno mundano en lugar de confiar
en el Señor (vv. 17,18). Compró a Hazael de Siria, que era quien lo
amenazaba.
En este momento no se nos dice por qué Joás fue asesinado, pero
en las Crónicas sabremos más sobre sus días de reinado después de
la muerte del sacerdote Joiada. En esos días, su propia esposa se
derrumbó espiritualmente, y él demostró ser malvado y vengativo.
Regresando ahora al reino del norte, leemos sobre el malvado
gobierno de Joacaz, el hijo de Jehú, el exterminador del culto de
Baal en Israel. Jehú se había mostrado infiel al Señor, y su hijo
siguió su perverso camino, resultando así tan malos como la familia
de Acab, que Dios había destruido (13.1ss) .
Como lo había hecho en los días de los jueces, Dios de nuevo
levanta enemigos, esta vez en Siria, que atormentaron a Israel en

214
La época de los profetas

esos días con muchos ataques sorpresivos. Estaban complicados


en estos ataques, Hazael y Ben-adad de Siria, ambos conocidos a
través de documentos históricos seculares de aquella época (v. 3).
Durante el tiempo de la opresión Siria, este hijo de Jehú demos-
tró tener alguna integridad ante el Señor, ya que acudió a él en
busca de ayuda. La situación nos recuerda grandemente el período
de los jueces. Dios oyó su lamento y libró a Israel de sus opresores
(vv. 4-6).
El sucesor de Joacaz de Israel fue su hijo Joás, quien también
fue malvado (v. 11). En esta época Eliseo era ya anciano y se
hallaba cercano a la muerte, pero aún era reverenciado en Israel.
Joás de Israel reconoció su grandeza al llamarle «carro de Israel y
su gente de a caballo», como el mismo Eliseo había llamado en una
ocasión a Elías (v. 14; cf. 2.12). La falta de entusiasmo de Joás con
respecto a la orden final de Eliseo tuvo como consecuencia una
indecisa victoria sobre los sirios. Quizá no era tan admirador de
Eliseo como pretendía serlo.
Hay un último milagro asociado con Eliseo, esta vez después
de su muerte, cuando sus huesos dieron vida a un cadáver que fue
echado dentro de su tumba. Así pudo verse el testimonio continuo
que daba Dios con respecto a la grandeza y autoridad de sus profe-
tas (v. 21).
Nos maravillamos cuando vemos cómo Dios le va manifestan-
do continuamente su gracia a Israel en aquellos días, a pesar de sus
continuos pecados. La longanimidad del Señor está más allá de
toda duda, tal como él mismo le había declarado a Moisés tanto
tiempo antes (v. 23; cf. Éx 34.6).
En Judá reinaba en este momento Amasías, hijo de Joás de
Judá. Parece haber sido un hombre sensible a la voluntad del Señor
y deseoso de obedecer la Ley de Moisés (14.5-6).
Por primera vez desde los días de Asa de Judá y Baasa de
Israel (1 R 15.32) Israel y Judá estuvieron enemistados entre sí, y

215
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

se encontraron en batalla (vv. 8ss). Esto marcó el final de la alianza


que había habido entre ambas naciones desde los días de Josafat y
Acab. El resultado de esta batalla fue la derrota de Judá a manos
de Israel (v. 12). Israel llevó la batalla hasta las puertas mismas de
Jerusalén y saqueó el templo (v. 14).
Amasías había demostrado ser tan poco listo como rey de Judá
que también fue asesinado, y su hijo Azarías (Uzías) comenzó gober-
nar con dieciséis años de edad (v. 21). Así comienza el reinado más
largo que haya tenido lugar en Judá, unos cincuenta años, que llegan
hasta la época en que Isaías el profeta recibe su llamado (Is 6.1) .
Aproximadamente a mediados del reinado de Amazías de Judá,
comenzó a gobernar el último rey poderoso de Israel. Su nombre es
ominoso: Jeroboam. Se le conoce como Jeroboam II de Israel. Su
reinado fue también largo, aunque no tanto como el de Uzías. Go-
bernó sobre Israel unos cuarenta y un años.
El nombre que adoptó es significativo, e indica la actitud rebel-
de que había contra Dios en aquellos días. Escogió tomar el nom-
bre del rey que había sido el primero en hacer pecar a Israel,
Jeroboam I, en los días en que sucedió la división del reino después
de la muerte de Salomón.
Aunque solo se habla de él brevemente en las Escrituras, es de
suponer que tenía aquellas cosas que, ante los ojos de los hombres,
son juzgadas como causas de un reinado de éxito (vv. 25,27,28). De
sus días data la primera mención que tenemos de los profetas escrito-
res cuyos nombres aparecen en las secciones históricas de las Escri-
turas. Ese profeta fue Jonás, hijo de Amitai, de Gat-hefer (v. 25).
El largo reinado de Azarías de Judá, quien era también conoci-
do bajo el nombre de Uzías, y el de Jeroboam II de Israel, marcan
el final del poderío de Israel. Mientras que Jeroboam hizo lo que es
malo a los ojos de Dios, Uzías trató de agradar al Señor (15.3). Así
fue como la gracia especial y continua de Dios hacia Judá lo sostu-
vo por muchos años después de que cayera Israel.

216
La época de los profetas

IV. Los últimos días de Israel (750-722 A.C.; 2 R


15.8—16.41)
Los últimos reyes de Israel gobernaron en rápida sucesión en
medio de conspiraciones, y ante la amenaza aun mayor de destruc-
ción por parte de Asiria. Zacarías el hijo de Jeroboam II, duró solo
seis meses. Fue sucedido por su asesino, Salum. Este duró solo un
mes, y fue asesinado por Manahem, quien reinó diez años (vv. 17ss).
En esos días el poder de Asiria había logrado finalmente entrar
en la tierra de Canaán y tocar a Israel. El gran rey asirio que ame-
nazaba a Israel en aquel momento era Tiglat-Pileser III, conocido
en las Escrituras como Pul (v. 19).
Mientras Uzías seguía gobernando en Judá, Pekaía, hijo de
Manahem, sucedió a su padre, reinando durante dos años, hasta
ser asesinado por Peka, su capitán del ejército en Samaria (v. 25).
Peka logró gobernar a Israel unos veinte años. Comenzó a
reinar aproximadamente en el momento de la muerte de Uzías, en
los días en que Isaías comenzaba a predicar en Judá (v.27). Tiglat-
Pileser comenzó a incrementar sus actividades contra Israel y Siria.
En realidad, llegó a capturar partes del reino de Israel, en su por-
ción norte (v. 29).
En esos días Oseas, el último rey de Israel mató a Peka y gober-
nó durante nueve años, hasta la caída de Samaria en el año 722 A.C.
Pero antes de llegar a este momento, todavía en los días de Peka
y de Rezín, rey de Siria, estos dos se aliaron contra Judá y amenaza-
ron con tomar Jerusalén (v. 37). En este momento era Jotam quien
gobernaba en Judá en lugar de su padre Uzías. Antes de que fuera
levantado el sitio, murió Jotam, y Acaz, uno de los reyes más malva-
dos que tuvo Judá, sucedió en el trono a su padre (16.1-4).
En el capítulo 7 de Isaías se nos dice cómo el profeta se llegó
ante la presencia de Acaz de Judá cuando Siria e Israel lo estaban
amenazando, para asegurarle que Dios no les permitiría tomar Je-
rusalén. Sin embargo, según leemos en 2 Reyes 16.7ss, Acaz, des-

217
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

confiando de Dios, puso su confianza en alianzas humanas y buscó


la ayuda de Asiria contra sus enemigos. De nuevo demostraba su
falta de fidelidad con respecto a Dios.
El mal acto de Acaz llegó a tener éxito, al acarrear la caída de
Damasco en manos de los asirios en el año 732 A.C. (v. 9). Diez
años después caería Samaria, capital de Israel, en el 722 A.C. (17.6).
Pero los asirios no se detendrían allí. En el año 701 estaban a las
puertas de Jerusalén en los días de Ezequías de Judá, como veremos
más tarde. De manera que la conspiración de Acaz trajo como resul-
tado que su propio reino se viera cercano a la destrucción en los días
de su hijo Ezequías. Pero esto está más allá del presente estudio.
Regresando ahora al gobierno del último rey de Israel, Oseas
(2 R 17.1ss), vemos que Salmanasar V, como se le conoce en la
historia secular, puso a Oseas bajo su control, obligándole a pagarle
tributo (v. 3). Cuando Oseas intentó sobornar al rey de Egipto para
que lo ayudara, el rey de Asiria puso sitio a Samaria. Las Escrituras
dicen solamente que el rey de Asiria tomó Samaria en el año nove-
no de Oseas (v. 6). Sabemos por fuentes extrabíblicas que en este
momento la nación asiria estaba gobernada por Sargón II, al que se
le acredita el haber tomado la ciudad en el año 722 antes de Cristo
(v. 6). Siguiendo la norma de conducta asiria, los ciudadanos de
Israel fueron deportados a otras tierras (v. 6) y se trajo gente de
otros lugares para poblar Samaria (v. 24).
Así termina la historia del reino norteño de Israel. Su pueblo
fue dispersado a través de todo el imperio asirio, y se perdió de
vista para siempre.
En este punto el libro de los Reyes hace un resumen del trato
de Dios con el pueblo de Israel a través de un largo período de la
historia. Se enumeran los cargos contra Israel y los pecados que le
acarrearon su caída, pero fundamentalmente se dice que pecó con-
tra el Señor, a pesar de que él estaba cuidando continuamente del
reino y enviándoles un profeta tras otro para llamarlos a regresar a

218
La época de los profetas

él (vv. 7,13). La única respuesta adecuada a la Palabra de Dios, tal


como era entregada por sus profetas era la fe en él. Esto fue lo que
Israel se negó a demostrar (v. 14). Por eso Dios quitó a Israel de
delante de sus ojos no considerándolo ya más como pueblo suyo.
Cuando juzgó a Israel, Dios guardó un remanente, Judá, que
continuó viviendo como nación ante su presencia por otros 136
años antes de tener que ir a la cautividad en Babilonia. Sin embar-
go, Judá fue también desobediente, y solo se salvaría un remanente
de él, como lo habrían de declarar un profeta tras otro.
En la segunda mitad del capítulo 17 se nos da el origen de los
samaritanos de la historia posterior. Aquí vemos que se trajo gente
para poblar Samaria que procedía de diversos lugares, como ya se
señaló arriba (v. 24). Debido a que estos extranjeros no le daban
honra, el Señor los castigó por medio de bestias salvajes (v. 25).
Con el fin de que aprendieran a complacer o apaciguar la ira de los
dioses del lugar, se les dio a los samaritanos un maestro que era un
sacerdote de los israelitas, quien les enseñó a adorar a la manera
de ellos. La amalgama de religiones que resultó de esto está resu-
mida en el versículo 33, donde se dice: «Temían a Jehová, y honra-
ban a sus dioses». Lo incorrecto de la nueva religión que se desa-
rrolló en Samaria y tuvo como final la religión samaritana aparece
con claridad en los versículos finales del capítulo.
Los samaritanos adquieren una significación especial en las
Escrituras durante los días en que los judíos regresan de la cautivi-
dad babilónica, y posteriormente en tiempos de Jesús. Aún hay
samaritanos hoy en día, los cuales adoran en el monte Gerizim y
tienen su propia versión de los escritos de Moisés, aunque recha-
zan el resto de las Escrituras. Aún se les encuentra en Israel, muy
pocos en número, pero identificables. Sin embargo, su religión, una
mezcla del temor del Señor y el servicio a sus propios dioses, tiene
mucho en común con el «mundo religioso» de hoy en día, incluso
entre gentes que asisten a la iglesia.

219
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Veremos de una forma más completa la época que acabamos


de pasar cuando en los próximos capítulos estudiemos a los profe-
tas escritores de Israel.

V. Los últimos días de Judá (725-586 A.C.; 2 R


18.1—25.30)
Volviendo a Judá, ya hemos conocido el malvado reino de Acaz
en el capítulo 16. Este reinó en Jerusalén durante dieciséis años y
fue uno de los peores reyes. Pero su hijo Ezequías, comenzó a
gobernar después de su muerte (18.1). Este, en agudo contraste
con su padre, fue uno de los mejores reyes que tuvo Judá. Era
como su antepasado David (v. 3). Vemos su grandeza en la fe que
tenía en el Señor (v. 5).
Así como el Señor había estado con Moisés, Josué, y David,
estaba ahora con Ezequías (v. 7).
Fue en sus días cuando Salmanasar sitió Samaria y los asirios
la tomaron en el 722, como ya hemos visto (v. 9). Recordaremos
que Acaz, quien no creía en el Señor como lo haría después su hijo,
había empleado primeramente a los asirios para que atacaran Da-
masco y Samaria. Como resultado, los asirios tomaron a Damasco
en el 732 A.C. y a Samaria en el 722, y se hallaban ahora golpean-
do a las puertas de Jerusalén en el año 701 A.C. aproximadamente
(v. 13ss).
Ezequías intentó primeramente utilizar sus propios recursos para
apaciguar a los asirios (vv. 14-16), pero no le sirvió de nada puesto
que los asirios exigían el rendimiento incondicional de Jerusalén y
de su rey Ezequías (vv. 19-35).
El rey de Asiria exigió su rendición a través de su mensajero.
En su largo discurso ante el pueblo de Jerusalén, Rabsaces, el en-
viado de Senaquerib quien era entonces el rey de Asiria, expresó
desprecio, y una visión contradictoria del Dios de Judá. Al principio,
intentó decir que su Dios estaba disgustado con Jerusalén, y por

220
La época de los profetas

ello los estaba castigando por medio de los asirios (vv. 22,25). Sin
embargo, más tarde puso en ridículo a ese mismo Dios, señalando
que no tenía poder para salvar a Jerusalén de las manos de los
asirios (v. 32).
Leemos en los anales asirios de aquellos días que Senaquerib se
jactaba de tener al judío Ezequías encerrado como un pájaro en una
jaula, de modo que la cruel jactancia del rey que aparece en las Escri-
turas está también reflejada en los anales asirios o registros históricos.
En esta situación la fe del buen rey Ezequías fue puesta a dura
prueba. Sus propios recursos habían fallado. En verdad que era
como un pájaro en una jaula, carente de toda ayuda, pero como
tenía fe, se volvió al Señor en esta hora oscura (19.1). Vemos aho-
ra su grandeza, cuando pone toda su fe en el Señor su Dios. Su
valor era similar al de su antepasado David (v. 4; cf. 1 S 17.36).
Ezequías mandó a buscar a Isaías, quien era el profeta de Dios
del momento. Recordemos que Isaías había sido enviado anterior-
mente al padre de Ezequías, Acaz, en una situación similar, para
asegurarle que Jerusalén no caería ante Siria e Israel (16.5,6; cf.
Is.7). Acaz no había creído en el Señor, y en su lugar, había contra-
tado a Asiria para que lo protegiera. Ahora, como resultado de la
infidelidad de Acaz en aquel momento, los asirios estaban amena-
zando también con tomar Jerusalén.
Ezequías, sin embargo, confió en el Señor. Le hizo caso al men-
sajero de Dios, Isaías, quien le aseguró que Jerusalén no caería
ante los asirios (vv. 6,7). Encontramos esto mismo relatado en los
capítulos del 36 al 38 de Isaías.
Los asirios desafiaron una vez más al Dios de Ezequías (vv.
10ss), y una vez más confió este en el Señor y elevó a él una
hermosa oración de fe (vv. 14ss).
De nuevo volvió Isaías con palabras reconfortantes para decir-
le que el Dios soberano triunfaría sobre Asiria, su gran enemigo
(vv. 20ss; cf. Sal 2). El mensaje de Isaías a Ezequías declaraba que

221
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios tenía completo dominio de la situación y que se hallaba en


total capacidad de derrotar a todos los enemigos suyos y de Judá
(vv. 23-28).
De nuevo se menciona el remanente (v. 31). Este es uno de
los temas fundamentales de los profetas escritores, y define a los
verdaderos creyentes de Judá, que son los hijos de Dios, y que
serán salvados.
No se nos dice con exactitud qué clase de plaga hirió el campa-
mento de los asirios por voluntad de Dios, pero tuvo efectividad
suficiente para obligarlos a levantar el sitio de Jerusalén (v. 35).
Después de esto la fuerza de los asirios se desvaneció rápidamen-
te, hasta que por fin los babilonios derrotaron a Asiria para conver-
tirse en el poder dominante en el mundo antiguo del Oriente Medio.
El capítulo 20 narra la enfermedad y la proximidad de la muer-
te de Ezequías, así como el acto de debilidad de parte suya cuando
correspondió a las lisonjas de los babilonios que lo visitaban ense-
ñándoles todos sus tesoros (v. 15). Su pecado fue una muestra de
orgullo, una respuesta a los halagos del rey de Babilonia, quien
había enviado hombres para que preguntaran por su salud. Fue un
pecado similar al de Josué y los hombres de Israel al responder a
los hombres de Gabaón (Jos 9.14,15).
Es necesario mencionar otro suceso de los días de Ezequías.
En el versículo 20 se da noticia de un canal construido durante su
gobierno para traer agua a la ciudad. Evidentemente este fue he-
cho para traer agua durante el sitio. Jerusalén no tenía agua dentro
de sus antiguas murallas. Todos los manantiales se hallaban fuera.
Puesto que el sitio ponía a Jerusalén en muy mala situación, Ezequías
emprendió una tremenda hazaña de ingeniería con el fin de traer
agua desde la fuente hasta una piscina o depósito dentro de los
muros de la ciudad, donde pudiera ser alcanzada con seguridad.
El canal o túnel que cavó es visible aun hoy en día. A fines del
siglo diecinueve, unos muchachos que estaban nadando en la pisci-

222
La época de los profetas

na de Siloé, encontraron un escrito del tiempo de Ezequías que


relataba cómo había sido cavado el túnel. Hoy en día se puede
caminar a todo lo largo del mismo y ver hasta las marcas de los
zapapicos que fueron usados para cavarlo. Todavía trae agua des-
de la fuente por debajo de la tierra, hasta la piscina que está debajo,
y que se conoce con el nombre de piscina de Siloé.
Después de Ezequías gobernó su hijo Manasés. Este demostró
ser tan malvado como su abuelo Acaz, y no parecerse en nada a su
padre Ezequías (21.2-6). Se lo clasifica en las Escrituras entre los
peores de todos los reyes de Judá (v. 9). En realidad, la maldad de
Manasés trajo como consecuencia la caída final de Jerusalén, aun-
que ello no sucediera en sus días (vv. 11,12). La referencia al cor-
del de Samaria y la plomada de la casa de Acab (v. 13) habla del
juicio recto de Dios en tiempos pasados contra Israel. El versículo
puede compararse con Amós 7.8.
Después de Manasés, su hijo Amón, quien era tan malvado
como él, reinó por dos breves años (vv. 19-22). Como consecuen-
cia de su maldad fue asesinado (v. 23), y su hijo Josías comenzó a
gobernar a Judá a la tierna edad de ocho años.
Josías demostró ser el más fiel de los reyes de Judá, y el último
entre los fieles, y siguió los pasos de su bisabuelo Ezequías. El re-
cuento de todo lo que realizó se recoge en los capítulos 22 y 23.
Primeramente, provocó una limpieza total de la Casa del Señor
(22.3ss). Mientras se estaba limpiando el templo, apareció el Libro
de la Ley, que al parecer había estado perdido por algún tiempo (22.8).
Se ha escrito mucho con respecto a este hallazgo. Los pensa-
dores liberales que tienen poca confianza en las Escrituras sugie-
ren que este escrito no sería la Ley de Moisés sino uno muy poste-
rior. Contemplan el libro del Deuteronomio como si hubiese sido
escrito en aquellos días.
El libro que apareció sí parece haber sido principalmente el
Deuteronomio, pero no hay razón para dudar que era un libro de

223
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Moisés. Las reformas subsiguientes establecidas por Josías pare-


cen haber sido guiadas por el contenido del libro de Deuteronomio.
El Señor se complació en la contrición del corazón del propio
Josías como consecuencia de las palabras de juicios halladas en el
libro (v. 19).
Josías buscó verdaderamente la manera de hacer regresar a
Judá a Dios por medio de una gran reforma en el pueblo (23.1ss).
Incluso fue a Betel, el lugar de culto establecido por Jeroboam
mucho tiempo antes, y lo destruyó, tal como había predicho el pro-
feta anónimo en los días de Jeroboam (23.15-16; cf. 1 R 13.2).
La fiesta de Pascua celebrada en ese momento estuvo acorde
con las reglas de Deuteronomio 16.2-8; 23.21. También desechó
todas las prácticas pecaminosas que había en Judá, siguiendo a
Deuteronomio 18.10-12. Sin embargo, todo lo que él hizo no obró
un cambio real sobre Judá. Parece evidente que aunque Josías hizo
un intento grande y sincero para volver a Judá a los caminos del
Señor, al final fracasó. Jeremías, al comentar estos tiempos, dijo
que el pueblo se volvió a Dios fingidamente y no con todo su cora-
zón (Jer 3.10).
A pesar de las reformas de Josías, el Señor decidió castigar a
Judá (23.26ss). Quizá para ahorrarle los días terribles que habrían
de venir, Josías fue muerto en batalla contra el faraón Necao en
Meguido (23.29).
Después de la muerte de Josías gobernaron brevemente cua-
tro reyes en rápida sucesión antes de la caída final de Jerusalén en
el año 586 antes de Cristo.
El primero de los cuatro fue Joacaz. Era malvado y duró solo
por un corto tiempo antes de ser tomado cautivo y llevado a Egipto
(vv. 31ss). Era hijo de Josías.
El rey de Egipto, después de deponer a Joacaz, puso como rey en su
lugar a su hermano, también hijo de Josías. El nombre de este era Eliaquim,
pero cuando fue hecho rey le fue cambiado por Joacim (v. 34) .

224
La época de los profetas

En los días de Joacim, quien también era malvado,


Nabucodonosor de Babilonia llegó y puso sitio a Jerusalén (24.1ss).
Este fue el principio del fin para la ciudad. Los babilonios eran muy
poderosos y su imperio se extendía desde el río Eufrates hasta
Egipto (v. 7). En este tiempo, se llevaron a Babilonia a algunos de
los mejores hijos de Judá (Dn 1.1ss).
Después de la muerte de Joacim, su hijo Joaquín reinó breve-
mente (v. 8). En sus días, Nabucodonosor sitió a Jerusalén y se llevó
a Babilonia a muchos de los mejores de Judá, incluyendo a Joaquín
(vv. 10-16). Lo más probable es que fuera entonces cuando hombres
como Ezequiel fueran deportados a Babilonia, donde posteriormente
servirían al Señor en los días de la cautividad (v. 14; Ez 1.2).
Ahora Jerusalén se hallaba bajo control babilónico, aunque aún
seguía teniendo su propio rey títere. Nabucodonosor hizo rey a
Matanías y le dio el nombre de Sedequías (v. 17).
El reino de Sedequías fue bastante tormentoso, y en una oca-
sión llegó a rebelarse contra Nabucodonosor (25.1ss). En el undé-
cimo año de su reinado, el 586 A.C. la ciudad cayó, y dos de sus
hijos fueron asesinados ante sus ojos, después de lo cual a él le
fueron sacados y fue llevado ciego y cautivo a Babilonia (v. 7). El
final del reino de Judá había llegado. Ahora sería tarea de los profe-
tas del exilio y posteriores el demostrar que esto no significaba el
final del reino de Dios.
En Jeremías se halla un reporte contemporáneo a los últimos
reyes que gobernaron Judá que habla del estado espiritual de aque-
llos días. Lo encontraremos más adelante, cuando estudiemos a
Jeremías con algún detalle.
Nabucodonosor tomó todos los tesoros de Jerusalén y del tem-
plo y se los llevó a Babilonia, donde permanecieron hasta que el
Señor suscitó a Ciro para que derrotara a Babilonia y devolviera
estos objetos a Jerusalén (vv. 9-11). El templo y su mobiliario fue-
ron todos destruidos en este momento.

225
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La narración del breve gobierno de Gedalías y su asesinato a


manos de Ismael (vv. 22-26) aparece con más detalle en los capítu-
los 40 a 45 de Jeremías.
Como una señal de su gracia en estos últimos años, Dios incli-
nó al rey de Babilonia a la misericordia para con Joaquín, el cual,
como recordaremos, se rindió a Nabucodonosor y fue llevado cau-
tivo a Babilonia. Al parecer, Ezequiel fue llevado aproximadamente
por la misma fecha (vv. 27-30; cf. Ez 1.1-3).
No he mencionado apenas el recuento paralelo de la historia de
Judá que se encuentra en los libros de las Crónicas, puesto que
estos fueron escritos después del regreso del exilio y obedecieron a
un propósito diferente al de la historia de Judá que se recoge en los
libros de los Reyes. Sin embargo, cuando lleguemos al estudio de
las Crónicas, notaremos que sí contienen información que no se da
en los libros de los Reyes.
Habiendo visto ya la época de los profetas, y usando esto como
fondo histórico, pasaremos ahora a un estudio de cada uno de los
profetas, siguiendo su orden cronológico correcto.

226
CAPÍTULO 8

LOS PROFETAS DEL SIGLO


NOVENO

I. Joel (circa 850 A.C.)


Llegamos ahora a un estudio de los profetas escritores de Is-
rael y Judá que comenzaron a servir la Palabra en el siglo noveno
antes de Cristo. Nuestro estudio de todos los profetas se realizará
por supuesto, contra el fondo histórico que acabamos de cubrir en
el capítulo 7, la época de los profetas.
Ya hemos visto mencionados a varios profetas cuyos escritos
no tenemos, o al menos, no los podemos identificar como suyos.
Nombraré solo a unos pocos: Natán, Ahías, Jehú, Elías, y Eliseo.
Ahora estudiaremos aquellos cuyos escritos vinieron a formar par-
te de las Escrituras.
El primero de estos es Joel, pero considerarlo en fecha tan
temprana no está exento de problemas, y hay muchos que lo situa-
rían mucho después, incluso entre los últimos de los profetas. Parte
de la dificultad está en que en el contenido del mismo libro no hay
evidencias definidas sobre los tiempos en que vivió el profeta.
Sin embargo, me parece que hay muchos datos que favorecen
el situarlo en fecha temprana entre los primeros de los profetas
escritores. El contenido del libro de Joel revela que fue escrito en
un período en el que los sacerdotes eran muy influyentes y se halla-
ban entre los guías espirituales del pueblo. Este caso no era fre-
cuente en la historia de Israel posterior de los tiempos de Salomón.

227
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sin embargo, desde mediados del siglo noveno hasta el final, los
sacerdotes sí ocuparon un lugar de influencia, e incluso poderoso.
Fue el tiempo en que gobernó Joás de Judá, el joven que fue criado
en secreto muchos años por el sacerdote Joiada. Como recordare-
mos, Atalía había intentado matar a todos los descendientes de David
(ver nuestro comentario sobre el gobierno de Atalía y el de Joás de
Judá).
El mismo Eliseo, el sucesor de Elías, había alcanzado este perío-
do, dando así la aprobación divina al mensaje presentado en esa épo-
ca por uno de los profetas de Dios, tal como Joel ha de haber sido.
Durante todo el tiempo que vivió Joiada, Joás fue un buen rey,
y sin duda en esa época el prestigio de la clase sacerdotal fue en
aumento. Hay también otra evidencia a favor de la fecha tempra-
na, de la que hablaremos posteriormente al estudiar el libro.
El libro de Joel está dividido en cuatro partes lógicas. La pri-
mera se refiere a un suceso terrible que acababa de ocurrir en la
tierra, una plaga de langostas. Esta sección comprende del 1.2 al
2.11.
La segunda contiene el llamado de Dios al pueblo para que se
arrepienta, so pena de que le sucedan cosas peores. Deben regre-
sar a Dios siguiendo la revelación que él le había dado a su pueblo
a través de Moisés en el desierto. Joel los llama a la verdadera
adoración y promete bendiciones mayores si se arrepienten. Esta
sección incluye del 2.12 al 32.
La tercera sección, 3.1-13, habla de la certeza del juicio que
vendrá sobre todas las naciones del mundo. El Señor no es Dios
solamente de Israel sino de todas las naciones, y gobierna sobre
estas. En esta sección se pone énfasis en ciertos temas que serán
vistos en casi todos los profetas: la certeza del juicio que vendrá
sobre todas las naciones, y la seguridad de que el pueblo de Dios
que pone su confianza en él será salvado, mientras que los malva-
dos perecerán.

228
Los profetas del siglo noveno

El libro concluye con la indicación de que ahora es el momento


de decisión (vv. 14-21). Esta no debe ser retardada; los hombres
deben reconciliarse con Dios o ser juzgados.
Volviendo ahora, con el fin de mirar más de cerca cada sec-
ción, vemos primero el versículo introductorio. La profecía de Joel
comienza como lo hacen muchas otras: «Palabra de Jehová» (cf.
Jer 1.2; Ez 1.3; Os 1.1). Estas palabras nos recuerdan que lo que
está escrito aquí es ciertamente la Palabra de Dios, y no simple-
mente los pensamientos de los hombres con respecto a él. Aquí
tenemos a uno levantado después de Moisés que, como Moisés, es
autorizado para que hable y escriba la Palabra misma de Dios. Su
mensaje, como el de todos los demás profetas, estará plenamente
de acuerdo con lo que está escrito en el Pentateuco, y tendrá exac-
tamente la misma autoridad para el pueblo de Dios.
El hombre es identificado sencillamente como Joel, hijo de
Petuel. No sabemos más sobre Joel ni sobre su padre, que proceda
de sus escritos o del resto de las Escrituras.
La primera sección, 1.2 a 2.11, llama la atención sobre una
devastadora invasión de langostas que ha barrido recientemente la
tierra, y demuestra como esta plaga señala hacia una aun peor que
amenaza al pueblo de Dios.
Se describe en este lugar a las langostas en una forma tan
impresionante, que implica que el pueblo no podría olvidarlas rápi-
damente. No pueden ser ignoradas. Quizá más que tener aquí cua-
tro clases diferentes de langostas, lo que hay son solo diferentes
períodos de la misma langosta. Esto no es del todo seguro (1.4). Lo
que sí es seguro es que fue un suceso tan devastador, que sería
recordado durante varias generaciones (v. 3).
Es interesante notar la ironía del versículo 3. Anteriormente, el
Señor había señalado a través de Moisés que los padres deberían
contarles a sus hijos las maravillas de Dios y enseñarles su verdad
(Dt 6.4ss). Pero, como recordaremos, de acuerdo con el capítulo 2

229
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

del libro de los Jueces, evidentemente los padres fallaron en este


punto, lo que trajo como consecuencia que creció toda una genera-
ción sin conocer al Señor, ni las cosas que él había hecho (Jue 2.10).
Ahora acaba de suceder algo que sería contado durante gene-
raciones; como si dijera: ¡ya que no les hablaron de las maravillas
que hizo Dios con ustedes, van a tener que contarles los juicios de
Dios en contra de ustedes!
Los versículos del cinco al siete describen la devastación total
realizada por la plaga de langosta. Es suficiente para despertar a
los borrachos de su estupor (v. 5). Las langostas se describen aquí
como un ejército invasor que ha de preparar el camino para lo que
Joel diría más tarde. Comían todo lo que encontraban a su paso. El
propósito es infundir temor en los corazones del pueblo, cuando
recuerden el terror de la experiencia singular.
Ahora el pueblo se lamenta del terrible suceso (vv. 8-12). Hay
carestía de todo. Los sacerdotes gimen porque los sacrificios de los
cuales sacan su sustento han sido detenidos. Los campesinos se la-
mentan porque los campos no han producido nada, ni las viñas ni los
huertos. El pueblo sabe todo esto. Y por ello el pueblo está muy acon-
gojado. Pero ahora Joel presenta algo aun más terrible que ha sucedi-
do en la tierra, algo peor que la pérdida de comida por causa de las
langostas. Es la pérdida de la alegría en el pueblo de Dios (v. 12).
Es como si dijera: ¿Ven la terrible devastación física que les ha
acaecido? Bien, Dios ve una devastación espiritual aun peor que ha
venido sobre Israel: el gozo se ha ido del pueblo.
El gozo espiritual entre Dios y su pueblo ha sido siempre una
relación esencial. Es una señal del lazo de amor que los une. Cuan-
do la relación del pueblo con Dios ya no produce gozo, tenemos la
primera señal de que la religión está en decadencia, al igual que la
blancura de las ramas de los árboles y las viñas indica que una
terrible plaga de langostas ha pasado por la tierra.

230
Los profetas del siglo noveno

Joel hace un llamado al pueblo para que regrese al gozo del


Señor antes de que sea demasiado tarde. Mientras que el pueblo
había estado preocupado por la pérdida de sus frutos físicos, Dios
se preocupaba por la pérdida de su fruto espiritual, el gozo de su
pueblo.
David, en el Salmo 51, al lamentarse por su propio gozo espiri-
tual, que había perdido como consecuencia de su pecado, le pedía
al Señor que se lo devolviera (v. 12). Ahora, en mayor escala, el
gozo ha desaparecido del pueblo de Dios, y a menos que le sea
devuelto, vendrán cosas peores. Por consiguiente, Joel hace un
llamado ahora a los jefes espirituales para que guíen al pueblo al
arrepentimiento (vv. 13,14). Aun habla de los sacrificios como algo
lleno de significado si se hace en un espíritu recto de arrepenti-
miento. Esto también podría señalar hacia un período más tempra-
no de la historia de Israel, cuando los sacrificios podían tener senti-
do si se hacían correctamente. Los profetas posteriores declara-
rían que los sacrificios, dentro de la adoración toda de Israel, ha-
bían alcanzado una situación en la que eran todos juntos inacepta-
bles para Dios, porque los corazones del pueblo estaban lejos del
Señor (cf. Is 1; Am 5.21-23).
El llamado repetido a clamar al Señor (v. 14) es sin duda un
llamado al arrepentimiento, como lo había sido el clamor de Nínive
en presencia de sus pecados ante Dios al darse cuenta del juicio
divino que pendía sobre ella (Jon 3.8), o también como el clamor del
mismo Jonás en su aflicción (Jon 2.1ss). Compararemos con más
detalle a Joel y Jonás cuando lleguemos al caso de Jonás.
Comenzando en el versículo 15, Joel compara lo que acaba de
suceder en su tierra, la plaga de langostas, con el próximo día del
Señor, el gran día de arreglar las cuentas entre Dios y los hombres.
Una vez más, compara la falta de comida resultante de la plaga de
langostas, con la escasez mucho peor de gozo y felicidad en medio
del pueblo de Dios en su templo, el lugar de adoración (v. 16).

231
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Cuando todo marcha bien entre Dios y su pueblo, se deberían ver el


gozo y la felicidad en el lugar de adoración. Sin embargo, no se los
encuentra en la casa de Dios en Jerusalén. Por tanto, el profeta
advierte sobre la plaga espiritual que ha azotado la tierra, una plaga
que es mucho peor que la falta de alimento físico. ¿Dónde están el
gozo y la felicidad en el Señor que rebasan tan abundantemente en
los salmos de David y los cánticos de triunfo de una generación
anterior? Están ausentes. Con esto el Señor muestra claramente lo
que luego enfatizará: que lo que a él le preocupa es el corazón de los
adoradores, y no simplemente el ritual y la adoración en sí mismos.
En el versículo 19 compara la plaga que ha azotado la tierra con
el fuego. De ahora en adelante, el juicio de Dios será comparado con
frecuencia al fuego, puesto que es implacable y lo consume todo.
De aquí a las advertencias de los profetas posteriores sobre el
juicio de Dios sobre el pueblo por medio de ejércitos enemigos no
hay más que un paso. Joel presenta aquí este concepto en las pri-
meras palabras del capítulo 2: «Tocad trompeta en Sión, y dad alar-
ma en mi santo monte» (v. 1). Se llama al pueblo para que esté listo
para «el día de Jehová». Esta expresión la veremos frecuentemen-
te en Joel y en otros profetas posteriores (2.1,11,31; Sof 1.14-16;
Mal 4.1-5). Al mismo tiempo que hace sin lugar a dudas referencia
en última instancia al juicio final y la consumación de todas las
cosas entre Dios y el hombre, se refiere también a otras confronta-
ciones menores y otros juicios divinos menores sobre las naciones
y las personas, antes del fin de los tiempos. Aquí se está refiriendo
a que Dios le pedirá cuentas a Israel a menos que se arrepienta.
Los versículos del 2 al 11 comparan la próxima confrontación a la
de un ejército invasor. Algunas veces la terminología usada parece
ajustarse más a la plaga de langostas que acaba de barrer la tierra,
pero otras parece señalar hacia un auténtico ejército de hombres
que invadirá el lugar. Una vez más vemos la analogía del fuego
consumidor (v. 3). Es muy importante notar que el juicio es el juicio

232
Los profetas del siglo noveno

de Dios. El ejército, sean las langostas que han azotado la tierra, sea
de gente como los asirios y babilonios que después la arrasarían, es el
ejército de Dios, está bajo su dominio y hace su voluntad (v. 11).
Sería de ayuda comparar este mensaje dado a Israel con otro
mensaje parecido del Señor para Éfeso en el Nuevo Testamento.
En Apocalipsis 2.1-7 el Señor envía a través del apóstol Juan una
advertencia similar a los cristianos de Éfeso. Aunque ellos siguen
siendo bastante ortodoxos en su fe y celosos del evangelio, falta
entre ellos el amor del Señor que ha de tener su pueblo (el primer
fruto del Espíritu) y; a menos que se arrepientan y vuelvan a él
(como Israel debía volver a su gozo en el Señor), la iglesia de Éfeso
será juzgada por el Señor y quitada de delante de su presencia.
En ambos casos vemos el interés de Dios en tener corazones
que lo amen y se regocijen en él. Toda la conformidad exterior con
la Ley, o el ritual, o el evangelio carece de valor alguno si los cora-
zones del pueblo no son rectos con Dios. Por tanto, aquí tenemos
un principio que es eterno en las relaciones entre Dios y todos los
cuerpos de creyentes a través de toda la historia de la iglesia. Se
aplica por igual a nosotros hoy. Debemos examinarnos para cono-
cer si nuestra ortodoxia y nuestro ritual de adoración salen o no del
corazón. Es algo que significa mucho para Dios.
En el versículo 12 comienza la segunda sección principal de
Joel. Llega hasta el final del capítulo 2. Habiendo atraído la aten-
ción del pueblo sobre su verdadero problema espiritual, Joel pre-
senta ahora la solución, la alternativa a la invasión y el juicio, la
manera de evitar el desastre que se cierne sobre ellos. No es por
medio de alianzas humanas, como se intentaba con frecuencia en
Israel, según pudimos notar en nuestro estudio de su historia, sino
más bien por medio de un verdadero arrepentimiento delante de
Dios y de fe en él. Los problemas espirituales tienen soluciones
espirituales una lección que resulta muy difícil de aprender para
muchos.

233
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Joel está llamando aquí a un sincero arrepentimiento de la mis-


ma naturaleza que aquel al que había llamado Samuel antes, en una
época similar de depravación espiritual (cf 1 S 7.3). Usa expresio-
nes como «todo vuestro corazón», «rasgad vuestro corazón», y
«convertios a Jehová vuestro Dios». Con ellas quiere señalar la
necesidad de una exploración del alma de la clase que solo puede
ser hecha por la Palabra de Dios en nuestros corazones. Dios exi-
ge un corazón quebrantado a sus hijos, por causa de sus pecados.
El verdadero arrepentimiento y la confesión de los pecados lo re-
quieren, como bien sabía David (Sal 51.17). Todo el sistema sacrifical
debía llevar al pueblo a esta clase de arrepentimiento verdadero,
como señalamos en nuestro estudio del Levítico. En este lugar se
pone énfasis en el arrepentimiento interior, por contraste con el
acto de rasgar las vestiduras, que era un signo exterior del corazón
quebrantado en el interior, que es lo que quiere Dios. Este tipo de
reconocimiento abierto del pecado ante Dios es algo necesario siem-
pre para que sea restaurada la relación correcta entre el Señor y
sus hijos (cf. 1 Jn 1.8-10 y Ro 7, donde Pablo presenta su propia
lucha espiritual contra el pecado).
La base para un arrepentimiento así es aquí, como siempre, la
Palabra escrita de Dios. Esta es la espada de Dios que atraviesa
hasta el interior del corazón y revela lo que somos en nuestro hom-
bre interior (Heb 4.12,13). La palabra que cita Joel procede de
Éxodo 34. 6, cuando Dios revela a Moisés su propia naturaleza (v.
13). Puesto que Dios es como es, tenemos motivos para esperar su
perdón si nos arrepentimos. Veremos una y otra vez cómo este
gran pasaje del capítulo 34 del Éxodo es citado y mencionado por
los profetas de Israel y por el salmista. Es la revelación verbal de la
naturaleza de Dios. Sería bueno tomar en cuenta lo que observa-
mos cuando lo estudiamos.
Los versículos 5 al 17 son, por tanto, un llamado a la adoración,
como alternativa con respecto al llamado a la guerra (cf. v. 1). Esta

234
Los profetas del siglo noveno

ha de ser una adoración auténtica, dirigida por sacerdotes sincera-


mente arrepentidos, que actúen como verdaderos mediadores e
intercesores en sus oraciones a favor del pueblo.
Si esto se hace, seguirán inevitablemente ciertas bendiciones,
de acuerdo con la palabra de nuestro Señor en Mateo 5. 4, la pri-
mera bienaventuranza: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos
recibirán consolación» (ver v. 14).
En lugar de invasores y plagas que despojen la tierra, habrá
abundancia (vv. 18-20). La palabra «entonces» del versículo 18
indica que cuando hay una auténtica vuelta al Señor, las cosas que
corresponden ocurrirán. Si ellos se arrepienten, Dios mostrará su
compasión. Vendrán los granos y la abundancia de alimentos (v.
19). El ejército del norte será quitado de su lugar (el ejército con el
que se amenazaba en 4-11). De paso diremos que el juicio de Dios
por medio de ejércitos, suele ser expresado como procedente del
norte, es decir, Asiria y Babilonia en los años posteriores.
En lugar de miedo y terror, habrá gozo (vv. 21-27). Ese gozo
que falta ahora volverá, pues Dios muestra que puede restaurar
todas nuestras pérdidas cuando nos arrepentimos y confiamos en
él (vv. 23,25). La amistad con él que se había perdido será restau-
rada. Conocerán («tendrán amistad con») al Señor.
En lugar de juicio recibirán el don del Espíritu del Señor (vv. 28-
32). Dios promete derramar su Santo Espíritu sobre ellos para ha-
cerlos a todos profetas, en forma muy parecida a la que Moisés
había expresado como su propio deseo para Israel (Nm 11.29).
Dios había prometido que derramaría sus bendiciones sobre
Israel en este tiempo si se arrepentían y con corazones verdadera-
mente quebrantados se volvían a él. Restauraría la tierra y los haría
prosperar de nuevo, tanto material como espiritualmente. Pero es
triste decir que Israel no se arrepintió. No vino ante Dios con un
corazón contrito y quebrantado; al menos, no lo hizo como nación.
Siguió adelante de una maldad en otra, como ya hemos visto en

235
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

nuestro recorrido histórico, hasta que el Señor trajo contra él a las


naciones del norte sobre las cuales le había estado advirtiendo pro-
feta tras profeta, comenzando por Joel (v. 20).
Sabemos que para la Iglesia de Dios las promesas dadas en
este momento no fueron cumplidas hasta Pentecostés, como de-
clara el mismo Pedro (Hch 2.16-21). Las maravillosas promesas
dadas aquí en Joel no pudieron ser cumplidas hasta la venida de
Jesucristo. No sucedieron hasta que él murió en la cruz y su sangre
derramada cambió verdaderamente los corazones de los hombres.
Nuestro Señor vino para impartir a su pueblo ese gozo que el
pecado había destruido (Jn 15.11). Vino para hacer a su pueblo
verdaderamente lleno de fruto (Jn 15.1ss). Lo que el Señor exigía
aquí como la condición para derramar sus bendiciones sobre Israel,
que era su Iglesia, nunca podría ser alcanzada por el pueblo, de
manera que vino él mismo, en la persona de Jesucristo, para reali-
zar todo lo que le había exigido a su pueblo, haciendo posible así
que se derramara sobre Israel en Cristo Jesús la plenitud de las
bendiciones de Dios. Entonces Pedro podría proclamar con razón
en Pentecostés que aquellas promesas de Dios tanto tiempo reteni-
das eran ahora derramadas y cumplidas en la iglesia.
Pero en el entretiempo, Dios estaba llamando de entre los hijos
de Israel a un pueblo que se arrepentiría por su gracia y buscaría el
nombre del Señor (v. 32). Este pueblo, como el escritor de Hebreos
nos enseña, murió sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas
visto como de lejos (Heb 11.13,39,40). Eran el remanente del Anti-
guo Testamento, los que Dios había llamado a sí y salvado antes de
la venida de Cristo, aun en los momentos en que Israel y Judá como
naciones eran desobedientes y estaban sometidas a juicio.
La promesa dada aquí, «Todo aquél que invocare el nombre de
Jehová será salvo» (v. 32), alcanza en el pasado hasta la historia
más primitiva del hombre sobre la tierra (Gn 4.26; 12.8; 26.25) y
distingue al verdadero remanente, a la Iglesia verdadera de todas

236
Los profetas del siglo noveno

las épocas, por oposición a la falsa. También alcanza en el futuro a


la gran época de la evangelización posterior a Pentecostés y mues-
tra la continuidad de la obra de Dios en su llamado para sí de un
pueblo, no solo de entre los hijos de Israel sino de entre todas las
naciones (Ro 10.13).
Joel 3.1-13 contiene la tercera sección principal del libro. En esta
sección, el Señor señala la seguridad de que habrá de pedirles cuen-
tas a todas las naciones. En primer lugar, salvará con seguridad a su
pueblo de entre todas las naciones (v. 1). En segundo, ejercerá su
juicio sobre el resto de la humanidad (v. 2). Recordamos como, en el
mismo principio, Dios hizo una distinción muy clara entre su pueblo,
la simiente de la mujer, y los hijos de Satanás, la simiente de la ser-
piente. En última instancia, Dios reconoce solamente estas dos cate-
gorías entre los hombres. Ahora en Joel, proclama que todos esos
hijos de Satanás y todas las naciones que se han opuesto a su pueblo
a través de la historia serán juzgadas por él y destruidas.
Las naciones mencionadas aquí son Tiro, Sidón, Filistea, Gre-
cia, y los sabeos. Pero estas naciones representan sin lugar a dudas
a todas las naciones de la historia (vv. 4-9). La escena del juicio
descrita en los versículos 12,13 es muy similar al último juicio sobre
las naciones de que habla el Apocalipsis en 14.17-20. Está simboli-
zada por el llamamiento a forjar espadas de sus azadones y lanzas
de sus hoces (v. 10). Esto indica que precisamente cuando las na-
ciones piensan que están prosperando y han alcanzado la paz sin
Dios, él les hará la guerra. Ciertamente, como prometió Cristo,
habrá guerras y rumores de guerras hasta que venga el final (Mt
24.6-8) . Posteriormente el símbolo sería invertido en el contexto
de las buenas nuevas de Dios para aquellos que creyesen en él, y el
símbolo contrario se convirtió en expresión de la paz eterna prome-
tida por Dios a todos aquellos que confiasen en él (Is 2.4; Mi 4.3).
La sección última de Joel (vv. 14-21) deja en claro para todos
que ahora es el momento de la decisión (v. 14). El Señor deberá ser

237
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

conocido de todos los hombres; todos tendrán que enfrentarse a él,


ya sea como un león rugiente que busca a quién devorar (v. 16a) o
como un refugio y un baluarte (v. 16b). Dios tendrá ante sí en amor a
un pueblo santo y sin mancha, como se había propuesto desde antes
de la creación (v. 17; cf. Ef 1:4). Pero el resto, los que le resistan, lo
conocerán como el león capaz de devorar. No hay lugar en la habita-
ción de Dios (la nueva y santa Jerusalén) para los extranjeros (los
que no se han reconciliado con Dios; cf. Is 52.1; Ap 21.27).
Los versículos finales, 18-21, describen nuevamente en térmi-
nos de prosperidad material las bendiciones de Dios sobre su pue-
blo, los llamados, el remanente, los fieles, en contraste con las na-
ciones que rechazan al Señor.
Gran parte del tema de Joel resulta, por tanto, una indicación
de lo que habría de venir en los siguientes profetas: las adverten-
cias sobre el juicio que vendría sobre la iglesia si el pueblo no se
arrepentía; la predicción del levantamiento al arrepentimiento; las
promesas de bendiciones si el pueblo se arrepentía; la esperanza
mantenida a un remanente que busca al Señor de verdad; el cierto
juicio de Dios sobre todas las naciones de la historia, y el destino
final de todos los hombres, o a la paz y seguridad en el Señor (para
el remanente), o el juicio y la destrucción sin Dios (para las nacio-
nes, es decir, para los hijos de Satanás).
Este mensaje es muy significativo para nosotros, que estamos
hoy en la Iglesia de Cristo. Dios sigue preocupado por ver las evi-
dencias de que realmente somos sus hijos y de que le damos gloria
en el mundo. Es fácil caer en la trampa en que cayeron Israel y
Judá si se toma el camino de satisfacer todas las exigencias exter-
nas de la religión pero sin tener los corazones contritos ante Dios.
Esto el Señor no lo aceptará, ni en el Judá del siglo noveno antes de
Cristo, ni en la iglesia de hoy en el siglo veinte. En su mensaje a la
iglesia de Éfeso, el Señor dejó ver que ni tan siquiera la ortodoxia es
en sí misma suficiente: debe haber gozo y amor en el corazón hacia

238
Los profetas del siglo noveno

Dios y hacia los demás si la iglesia quiere ser aceptable al Señor


(Ap 2.1-7).
Por tanto, necesitamos examinarnos con respecto a nuestros pro-
pios corazones. Si el gozo de estar en adoración ante el Señor está
ausente, es que la situación exige corazones quebrantados y contritos
que se arrepientan de los pecados y permanezcan entre vosotros y
nuestro Señor para que no seamos quitados de nuestro lugar.

II. Jonás (circa 800 A.C.)


Estamos situando a Jonás en el siglo noveno (aunque podría
ser también cerca del principio del siglo octavo A.C.). Es uno de los
pocos profetas que se mencionan específicamente en la sección
histórica del Antiguo Testamento (2 R 14.25). De ese contexto
deducimos que su ministerio comenzó o antes del reinado de
Jeroboam II, o durante el mismo, y Jeroboam III gobernó en el siglo
octavo. Tanto en el libro que escribió como en el libro de los Reyes,
Jonás se identifica como el hijo de Amitai (Jon 1.1). En Reyes, se le
identifica también como procedente de Gathefer, un pueblo cerca-
no a Nazaret.
Es digno de tener en cuenta que la historicidad de Jonás el
profeta queda verificada en las secciones históricas del Antiguo
Testamento, y también en el Nuevo por las palabras del mismo
Jesucristo. El Señor, en realidad, compara su propia muerte y resu-
rrección con la experiencia de Jonás (Mt 12.39-41). Jesús enseña
claramente la exactitud histórica del contenido del libro de Jonás al
comparar ese contenido con sus propias muerte y resurrección his-
tóricas, sucesos que tienen que ser históricos para que el cristianis-
mo tenga validez. No es posible suponer que Jesús hubiera compa-
rado unos sucesos históricos tan trascendentales como su propia
muerte y resurrección con una parábola del Antiguo Testamento.
Decimos esto porque muchos han dudado de la historicidad de Jonás
y de todo lo que le sucedió.

239
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Para comprender el libro hay que situarlo en el fondo histórico


de los siglos noveno y octavo. Era aquel un momento en el que
Asiria estaba surgiendo como un gran poder en el mundo. Los asirios
eran un pueblo que vivía en el área de Mesopotamia, y aunque no
son mencionados por su nombre, es de suponer que fueran el pue-
blo procedente del norte que ya había sido una amenaza en los días
de Joel (2.20). Asiria comenzó su gran carrera hacia el poder alre-
dedor del 900 A.C., en los días de Salmanasar, como lo indica nues-
tro cuadro cronológico.
La capital de este vasto imperio era Nínive. Puesto que esta
ciudad constituía una amenaza potencial para el pueblo de Dios,
resulta comprensible que Jonás estuviera renuente a ir para avisar-
le a aquel pueblo de la cólera de Dios. En realidad, Jonás no podía
querer más que su destrucción. Sin lugar a dudas, él sabía que
debido a la maldad de los reyes y el pueblo de Israel, el juicio de
Dios caería sobre ellos. Ya Joel lo había advertido claramente. Po-
demos ver por qué, cuando Jonás oyó la orden de ir a predicar a
Nínive (1.2), no pudo tener deseo mayor que el ver a Dios borrar a
Nínive del mapa y quitar así de en medio una amenaza muy cierta
para Israel (v. 3). Jonás quería ir en la dirección opuesta a la volun-
tad expresa de Dios.
De hecho, Jonás nos dirá posteriormente con exactitud por qué
quería desobedecer a Dios en este momento. En Jonás 4.2, le res-
ponderá diciendo: «Sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso,
tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del
mal». ¿Cómo supo Jonás que Dios era esta clase de Dios? Como lo
mostramos en Joel (2.13), Dios se había revelado mucho tiempo
antes exactamente en esos términos a Moisés (Éx 34.6,7). Puesto
que Jonás sabía que Dios era así y que por tanto era probable que
mostrara esa misericordia hacia Nínive, cuya destrucción él quería,
huyó de Dios (v. 3)

240
Los profetas del siglo noveno

La primera sección de Jonás (1.1-16) relata la comisión de


Dios y la desobediencia de Jonás. Cuando Jonás finalmente des-
obedece la voluntad expresa de Dios (la Palabra de Dios que le
había sido revelada), Dios interviene, demostrando que nadie pue-
de ir en contra de sus propósitos. La voluntad secreta de Dios de
salvar a Nínive de la destrucción no será impedida porque Jonás se
haya negado a obedecer la voluntad revelada. Es importante distin-
guir entre ambas categorías de la voluntad divina y no confundirlas.
La voluntad revelada de Dios puede que sea desobedecida por los
hombres, pero nadie puede alterar la voluntad o el propósito secre-
to de Dios.
El método que usa Dios para intervenir indica su soberanía en
todos los asuntos de los hombres. Leemos en el versículo 4 que
envió un gran viento. Comienza ahora una interesante cadena de
sucesos con los cuales Dios lleva a cabo su propósito con respecto
a Jonás. Quiso que este se hallara en medio del mar en un estado
de desamparo. Esto sucedía a fin de que Jonás fuera humillado y
tuviera que enfrentarse a su total dependencia del Dios del que
intentaba huir (v. 15). Entre los versículos 4 y 15 la cadena de
sucesos se va desarrollando mientras Dios lanza el viento sobre el
mar. La palabra hebrea equivalente a «lanzar» se encuentra tres
veces en esta sección. Primeramente, Dios «lanza» el viento. Des-
pués los marineros «lanzan» el equipaje en respuesta al viento, tra-
tando de salvar el barco y sus vidas (v. 5). Y por último, los hom-
bres «lanzan» a Jonás al mar (v. 15). Las traducciones usan diver-
sas palabras en estos tres versículos, pero en hebreo son la misma
palabra, señalando así la soberanía de Dios en su trato con los
hombres. Dios quería a Jonás en el agua y esto es lo que sucedió,
por mediación de los marinos.
En el proceso de poner a Jonás en el desamparo, el Señor tuvo
misericordia de ese puñado de marineros que lo acompañaban en su
infortunado viaje. Hizo que todas las cosas redundaran en su bien.

241
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Notemos primero que nada que los marineros tuvieron miedo


(v. 5). En ese momento eran totalmente paganos y aclamaban a
sus propios dioses paganos. Atrapados en el juicio de Dios contra
Jonás, fueron sometidos a terror primero, y después se les enseñó
la verdad de Dios.
Vemos una vez más la soberanía de Dios en que cuando se
echan suertes, estas caen en Jonás, y no por accidente precisamen-
te. Dios quería que las cosas pasaran así (v. 7). Ahora Jonás se
convierte en el testigo maldispuesto del Dios de Israel, el Dios de su
pueblo, el Dios del que había intentado huir. Ciertamente, no había
sido su propósito darles testimonio a estos paganos, pero sí había sido
el de Dios, quien era el que dominaba la situación. Jonás les predicó
la verdad con respecto a su Dios (v. 9). Cuando mencionó la tierra
firme, podemos estar seguros de que los marineros se sintieron inte-
resados. No había palabra que pudiera sonar mejor a sus oídos en
este momento. Él les estaba indicando que confiaran en su Dios, que
era quien dominaba tanto sobre el mar como sobre la tierra.
Los marineros trataron de salvar a Jonás (v. 13). Pero Dios
había determinado que Jonás debía ir al mar. Finalmente, se some-
tieron a su voluntad, pero podemos darnos cuenta de cómo llegaron
a conocer a Dios en el proceso. Reconocieron su total soberanía,
que le permitía hacer las cosas según le pareciera (v. 14). Ahora se
dirigían a él con la palabra hebrea «Señor», el nombre de Dios en la
alianza. Cuando lanzaron a Jonás al mar y vieron la calma que
siguió inmediatamente, temieron al Señor aun más (v. 16). Note-
mos que el enfoque de temor que habían puesto en la tormenta,
había pasado ahora al Señor de la tormenta. Parecen haber tenido
experiencias genuinas de conversión. Ofrecieron sacrificios e hi-
cieron votos (v. 16). No tenemos derecho a rechazar la autentici-
dad de esta experiencia. Lo que les pasó después, no lo sabemos.
Las Escrituras los dejan en este momento a merced de Dios. La
atención está enfocada en la figura de Jonás.

242
Los profetas del siglo noveno

¿Y dónde estaba Jonás? Exactamente donde Dios lo quería, en


el fondo del mar, también a su merced (v. 15)
La segunda sección del libro comienza realmente con el último
versículo del capítulo primero. Habla de cómo Jonás fue salvado
del mar y de su confesión a Dios (vv. 1.7—2.10)
Esta sección está dividida en tres partes desiguales pero bien
diferenciadas. Primero, se nos habla de cómo Dios prepara el res-
cate de Jonás. Mientras este se hallaba en medio de un mar enfu-
recido y hundiéndose rápidamente, ya Dios había preparado un gran
pez como el medio que utilizaría para salvarlo del mar (v. 17). Es de
suponer que el Señor había preparado el pez aun antes de que
Jonás fuera lanzado al mar. Esto nos conduce al gran debate sobre
la naturaleza del pez que se tragó a Jonás. Muchos han discutido
que ningún hombre puede vivir en el vientre de ningún pez o ballena
durante tres días. Otros, con igual vehemencia, han intentado citar
casos en que hubo hombres que sobrevivieron de forma similar a la
de Jonás. Ambos grupos están desenfocados. Dios preparó u orde-
nó este pez para este propósito. Eso no significa que podamos en-
contrar un pez igual al que tragó a Jonás. ¡El Señor preparó a ese
pez para ese propósito!
Jonás no podía vivir en el agua. Se estaba hundiendo, y mien-
tras se hundía, pensó que se estaba muriendo. Entonces, el gran
pez lo salvó del mar enfurecido.
La segunda parte de esta sección recoge la oración y el testi-
monio de Jonás, mientras esperaba en el vientre del pez a que Dios
diera el siguiente paso. Vemos cómo se manifiesta claramente en
este momento su propia fe personal (vv. 1-9)
Jonás reflexiona en su oración sobre lo que le ha sucedido. En
su aflicción (al ser echado al mar), Jonás oró a Dios, y el Señor le
había respondido (v. 2). Esto ya contiene en verdad toda la historia,
pero Jonás la amplía aun más. Sentía que su descenso en el agua

243
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

era similar al descenso al mismo infierno. Sin embargo, cuando se


hundía, clamó al Señor, y el Señor lo oyó.
En los versículos del 3 al 6 refiere en detalle la experiencia que
tuvo estando en el agua. Notemos que creía que había sido el Señor
quien lo había lanzado al agua. La Biblia dice que los marineros lo
tiraron, y sin embargo, Jonás sabía que ellos estaban cumpliendo el
propósito divino.
En estos versículos se recogen los sentimientos de un hombre
que se está ahogando. La invasión del agua, las ondas y las olas, lo
hicieron hundirse en lo profundo. Notemos que lo veía todo como
obra de Dios: «Tus ondas... tus olas...»
Más importante aun, se sintió rechazado espiritualmente por
Dios (v. 4a). Sin embargo, en ese momento de la más profunda
desesperación espiritual, recordó al Señor como su esperanza. Miró
en fe hacia el santo templo de Dios (v. 4b). El templo, como lo
enseña la Palabra de Dios, es la manera en que nos aproximamos a
Dios. Recordemos que el tabernáculo, con toda su estructura y su
mobiliario, fue diseñado para enseñarle al pueblo de Dios cómo se
le debería acercar debidamente (cf. 1 R 8.30).
La oración de Jonás en este momento de desamparo y de an-
gustia fue un acto de fe, una mirada puesta en Dios para que le
ayudara. La palabra usada aquí para la idea de «mirar» es la misma
que hemos mencionado anteriormente, como por ejemplo, en el
caso de la esposa de Lot, quien miró hacia Sodoma, y en el caso de
los hijos del pueblo en el desierto, a quienes se les ordenó que mira-
ran a la serpiente que estaba sobre el madero. En todos sus usos
esta palabra en hebreo tiene el sentido de «mirar con anhelo» o
«con esperanza», y no simplemente «mirar con los ojos». Así que
Jonás miró con confianza y esperanza hacia el santo templo.
Sus propias fuerzas se habían agotado, de manera que continuó
hundiéndose (vv. 5,6a). Dios era su única esperanza ahora. El Dios
del que había intentado escapar; él y solo él era quien podía ayudarle.

244
Los profetas del siglo noveno

Mientras estaba luego en el vientre del gran pez, Jonás re-


flexionó en cómo Dios lo había salvado realmente (v. 6b). El versí-
culo 7 es un resumen de toda la experiencia.
En conclusión, Jonás sacó una lección de todas sus experien-
cias con Dios (v. 8). Al parecer, el significado de este versículo es
que Jonás, al considerar la engañosa vanidad de que pudiera esca-
par a la voluntad de Dios para con él, de lo único que estaba huyen-
do era de su misericordia. ¡Qué tonto había sido! La idea de que
podemos marchar solos sin Dios es ciertamente una necedad. Es la
vanidad de vanidades.
La oración termina con una entrega al Señor (v. 9). Jonás está
agradecido ahora y se propone obedecer a Dios de ahora en ade-
lante. Su conclusión de que la salvación viene del Señor, es un eco
de lo que había declarado Joel anteriormente (Jl 2.32). La última
parte de esta segunda sección es la narración de la respuesta de
Dios a la confesión y la oración de Jonás (v. 10). El Señor dirigió al
pez a tierra firme, donde arrojó a Jonás. Ahora estaba de regreso
donde Dios lo había querido primeramente, en una posición que le
permitiría llevar a cabo los deseos de Dios.
La tercera sección del libro comprende el capítulo tercero. Habla
sobre la comisión de Dios a Jonás y la obediencia siguiente de este
al mandato divino. Esta vez Jonás obedeció cuando recibió las ór-
denes (vv. 1-3). La descripción de Nínive como una ciudad de tres
días de jornada ha provocado muchas interpretaciones diferentes.
Es dudoso que pueda significar que era una ciudad tan vasta que
tomaba tres días pasar a través de ella o incluso rodearla. En el
contexto de la orden dada a Jonás, parece más bien que el signifi-
cado sea que le tomaría a Jonás tres días pasar a través de sus
calles declarando el mensaje que Dios le había dado.
El mensaje era breve, y no podemos saber si solo tenemos una
parte del mismo (v. 4). Considerando lo renuente que se hallaba
Jonás al hecho mismo de estar en Nínive, lo más probable es que

245
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

hablara brevemente. Todavía no se sentía feliz con la posibilidad de


que Nínive se salvara.
En los versículos 5-9 se da la respuesta del pueblo. Creyeron a
Dios (v. 5) y proclamaron un ayuno como señal de verdadero arre-
pentimiento. Hasta el rey se conmovió por el mensaje y su corazón
fue movido a contrición (v. 6). Como jefe de su pueblo, lo llamó a
arrepentirse ante Dios (vv. 7,8). Más aun, guió al pueblo en una
verdadera reforma de sus malos caminos.
En el versículo 9 tenemos algo que nos recuerda las palabras
que encontramos en Joel 2.14. Este pueblo miró a Dios en la espe-
ranza de que el Altísimo desviara su terrible ira.
En el versículo 10 vemos la respuesta de Dios al arrepenti-
miento de ellos. Dios se arrepiente del mal que había dicho que
haría, y no lo realiza.
Como en otros contextos similares, no debemos suponer que
esto quiera decir que Dios se arrepiente en la misma forma en que
se arrepienten los hombres, corrigiendo así sus errores previos.
Dios no es un ser caprichoso. Esta es una forma de expresar en
términos humanos que Dios está dispuesto a perdonar. Implica un
cambio, pero no un cambio de Dios. Dios efectúa el cambio en los
hombres de tal manera que no le sea necesario llevar adelante su
anterior pronunciamiento de juicio. Esta es una manera de expre-
sar lo que en otros lugares es llamado «misericordia de Dios». A
menudo, cuando Dios advierte sobre un juicio que ha de venir, está
diciendo que eso es lo que el hombre se merece. Sin embargo, por
su misericordia, cambia a los hombres con frecuencia, de modo
que el juicio que se merecen no caiga al cabo sobre ellos.
Hay un paralelo sumamente interesante entre los capítulos 2 y
3 de Jonás. En el capítulo 2 leemos sobre la aflicción de Jonás y
cómo Dios preparó una forma de librarlo de ella por medio del gran
pez. Entonces leemos sobre el arrepentimiento de Jonás y su ora-
ción en medio de su angustia, y cómo Dios respondió liberándolo

246
Los profetas del siglo noveno

del mar y poniéndolo en la seguridad de la tierra firme. De la misma


manera, en el capítulo 3 leemos sobre la angustia del pueblo de
Nínive cuando se hallaba bajo el juicio de Dios. También leemos de
cómo Dios preparó a Jonás para que fuera su medio de escape de
ese juicio. Entonces viene el arrepentimiento de los ninivitas y su
clamor a Dios, así como Jonás había clamado desde el mar. Por
último, vemos la respuesta de Dios a su arrepentimiento al salvar-
los del juicio que pendía sobre ellos, como antes había salvado a
Jonás del mar. El paralelo establecido entre las experiencias de
Jonás y la de Nínive es suficientemente obvio. El Señor hizo pasar
a Jonás por esta experiencia para enseñarle cómo él trata
misericordiosamente a los pecadores. Debe haber sido una lección
muy clara para Jonás, pero este era lento para aprender.
El capítulo 4 nos muestra que aunque Jonás obedeció el man-
dato de Dios la segunda vez, en realidad estaba renuente a hacerlo.
De hecho, estaba disgustado con los sucesos. Estaba furioso. Se
había dado cuenta anticipadamente de que la misericordia de Dios
se manifestaría en Nínive, y no era eso lo que él quería (v. 2). En el
versículo 3 quizá esté comparando su aflicción actual con la de
Elías (1 R 19.4). Pero Jonás no era Elías, y menos en este momen-
to. ¿Cómo pudo Jonás olvidar tan rápidamente la lección que el
Señor le había enseñado mostrándole su misericordia?
Dios le hace una pregunta: « ¿Haces tú bien en enojarte tan-
to?» (v. 4). Pero Jonás no le respondió. Simplemente, salió de la
ciudad y se sentó afuera en el campo, para ver qué le sucedería a
Nínive. Quizá aún tuviera esperanza de que fuera destruida (v. 5).
Con el versículo 6 comenzamos la última sección del libro de
Jonás (vv. 6-11). En esta sección, el Señor le da una vez más la
lección a Jonás de su trato misericordioso con los hombres. En
cierta forma, algunas partes de esta sección son intencionadamen-
te ridículas, con el fin de indicar la gran debilidad de carácter que
tenía Jonás.

247
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El vocabulario de estos versículos es humorístico a la luz del


contexto. Dios prepara una enredadera para que cubra la enrama-
da que había hecho Jonás y lo proteja del sol. La Biblia dice que era
para librarse de su malestar (v. 6).
Es como si Dios estuviera diciendo: «Muy bien, Jonás, eres
obstinado y terco, y no has sido capaz de comprender lo que yo
traté de enseñarte cuando te rescaté del mar. Probemos nueva-
mente. Estás sentado aquí afuera al sol, y el sol te está haciendo
sentir muy incómodo. Pero yo vendré a liberarte de tu malestar».
Usar esta palabra para describir la situación de un hombre testaru-
do sentado al sol, demasiado tonto o demasiado necio para quitarse
del sol, bordea en lo ridículo. Nadie le había dicho a Jonás que se
sentara al calor del sol; esto lo hizo él por iniciativa propia. Sin duda,
Dios escogió estas palabras con el propósito de hacerlo sentirse
avergonzado.
La reacción de Jonás ante el crecimiento de la planta fue igual-
mente ridícula. Se alegró grandemente (v. 6). Dios acababa de
salvar a toda una ciudad de la destrucción y Jonás había estado
enfadado por ello, pero ahora estaba grandemente complacido por-
que tenía esta protección del sol. ¡Cuán grandemente se había des-
viado el sentido de los valores en Jonás!
Sin embargo, esta vez Dios alteró su manera de tratar a Jonás y
le retiró su misericordia, para enseñarle lo que es vivir sin la miseri-
cordia divina. Preparó un gusano que destruyó la enredadera (v. 7).
Lo que sucede con el pez, sucede también con la enredadera y
el gusano; no importa si podemos encontrar plantas así, o saber
exactamente qué clase de gusano fue el que destruyó la planta. Lo
importante es que todas estas cosas fueron preparadas especial-
mente para tratar con Jonás.
Ya en este momento la reacción de Jonás es algo esperada. Se
enfada nuevamente por la pérdida de la enredadera. A medida que
el viento se le hace angustioso desea la muerte (v. 8). Todavía

248
Los profetas del siglo noveno

nadie le había dicho a Jonás que debería permanecer allí afuera;


era libre de marcharse, pero prefería morir.
En este momento, en los versículos 9 y siguientes, Dios le apli-
ca la lección a Jonás. señala que este estaba furioso por la pérdida
de una pequeña enredadera que duró solo 24 horas, pero no le
había preocupado lo más mínimo la gran amenaza de que todo el
pueblo de Nínive perdiera la vida (v. 10). Aquí compara el Señor su
propio sentido de los valores, su preocupación por las vidas de los
ciudadanos de Nínive, con la preocupación del sentido de los valo-
res en Jonás, por la insignificante planta. En realidad, la preocupa-
ción de Jonás estaba centrada en sí mismo. Había sido molestado,
y eso era lo que lo había puesto furioso.
La descripción que hace el Señor del pueblo, como desconoce-
dor de dónde tenía su derecha o su izquierda, probablemente es una
figura de su ignorancia espiritual.
Hay muchas aplicaciones útiles en las lecciones del libro de
Jonás. Quizá muchos de nosotros podamos vernos reflejados en
Jonás. Quizá movamos la cabeza al ver su falta de agudeza espiri-
tual, pero ¿somos mejores que él? Consideremos lo mucho que
Dios ha hecho por nosotros, y lo lentos que somos en aplicar la
misericordia que Dios nos ha mostrado, a nuestras relaciones con
los demás. Estamos agradecidos por lo que Dios ha hecho con
nosotros. ¡Cómo nos regocijamos por la forma en que nos trata!
Pero no mostramos el mismo entusiasmo por aquellos que aún es-
tán perdidos como nosotros lo estábamos antes.
Como Jonás, no somos capaces de glorificar a Dios en nues-
tras vidas, porque aunque sabemos cómo es no reflejamos su ima-
gen en nosotros. No podemos mostrar hacia los demás la misma
misericordia y longanimidad que Dios nos ha mostrado a nosotros.
Y sin embargo, esto es exactamente lo que él quiere de nosotros.
Como consecuencia hay un fallo en nuestro celo misionero.
Nos despreocupamos de los que aún permanecen bajo la ira de

249
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios, como lo estuvimos nosotros (ver Ef 2.3). El mensaje del libro


de Jonás se destaca claramente: así como yo he sido misericordio-
so contigo, dice Dios, ve y conviértete en el mensajero de mi mise-
ricordia hacia los demás. Este es un gran libro misionero.
Hay algo decisivo implícito en este libro que no debemos pasar
por alto. Lo que acarreó la caída final de Israel en el Antiguo Tes-
tamento no fueron los enemigos externos, como Nínive y Babilonia.
Ellos no eran más que los instrumentos de la ira de Dios. La caída
sobrevino debido a que el pueblo, lleno de orgullo, se negó a reflejar
la gloria de Dios en su vida y fracasó como había fracasado Jonás.
Israel cayó debido a sus orgullos internos, y no a sus enemigos
externos.
En el resumen de la historia de Israel que hemos estudiado en
esa sección del libro segundo de los Reyes se nos dice que el pue-
blo fue juzgado por haberse negado a oír la Palabra de Dios. Como
veremos en nuestro estudio de los profetas posteriores, el pueblo
rehusó mostrar de unos para otros el amor de Dios, tales eran de
egoístas sus motivaciones diarias. Viviendo en la abundancia y el
lujo, los ricos oprimían a los pobres creyentes y les quitaban cuanto
poseían.
Nos preguntaremos por qué el libro de Jonás se encuentra en-
tre los profetas, siendo tan distinto a los demás. Sin embargo, a
medida que analizamos el mensaje y vemos las experiencias de
Jonás, vemos que el mensaje profético de las Escrituras resalta
muy claramente. Se le estaba advirtiendo a tiempo a Israel y al
pueblo de Dios que se sometiera a la voluntad y a los propósitos
divinos si no querían sufrir un gran juicio.
En muchos sentidos, el mensaje de Jonás es comparable al
mensaje a los efesios en el Nuevo Testamento. En las palabras de
Cristo a la iglesia de Éfeso les advierte que serán apartados de su
vista, a menos que vuelvan a su primer amor (Ap 2.1-7). En la
Epístola de Pablo a los Efesios, los había llamado a ser imitadores

250
Los profetas del siglo noveno

de Dios como hijos amados, y a andar en amor (Ef 5.1,2). Ahora,


varias décadas después, los efesios estaban en peligro de juicio
porque al parecer no habían sabido hacerlo, aunque habían puesto
todo su interés en enseñar sana doctrina.
Al igual que Jonás, conocían la verdad con respecto a Dios, y
cómo es Dios, pero se negaron a reflejar su gloria en sus vidas
diarias y en el trato de los unos con los otros.
En este sentido vemos también una clara relación entre los men-
sajes de Jonás y Joel. Joel también llamaba al pueblo a que volviera a
una amistad gozosa con Dios que no podía ser compensada por mera
conformidad exterior. Dios siempre juzga las motivaciones del cora-
zón, y es en eso en lo que nos afirmamos o caemos.

251
CAPÍTULO 9

LOS ESCRITOS PARA


CONTRARRESTAR LOS DESATINOS
DE SALOMÓN (ECLESIASTÉS Y EL
CANTAR DE LOS CANTARES)

Antes de continuar nuestro estudio de los profetas, presentare-


mos dos escritos que parecerían pertenecer en líneas generales a
la edad que estamos estudiando. Aunque no son libros de profecía,
contienen un mensaje que no es distinto del de los profetas.
Creo que en estas dos obras, Eclesiastés y el Cantar de los
Cantares, tenemos escritos de la época algo posterior a Salomón
que fueron dados para contrarrestar la mala influencia de Salomón
y los de su clase. Recordemos que Salomón, en la mente del pue-
blo, había representado todo lo mejor. Era el escogido por David,
rico, sabio, y poderoso. Por tanto, la conducta de sus últimos días
tendría una gran influencia en la gente joven de aquella época y de
muchas después, si no se hacía algo para demostrar que Dios no se
había agradado en Salomón.
Por supuesto, en la historia que hemos estudiado leemos acer-
ca del disgusto que Salomón le había causado a Dios, pero sin duda
muchos que vivieron muy cercanos a su época no podrían ver esto.
De todos modos, los siguientes reyes de Judá, Roboam y Abiam,
siguieron los pasos de su padre y muy bien podrían haber conduci-
do a Judá por el mismo camino de perdición que siguió Israel cuan-

253
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

do Israel demostró no haber llegado a tener jamás un rey que fuera


fiel al Señor.
Me permito decir que Eclesiastés y el Cantar de los Cantares,
que algunas veces es llamado el Cantar de Salomón, fueron ambos
escritos para contrarrestar la mala influencia de Salomón y los de
su especie, y están dirigidos al verdadero pueblo de Dios en aque-
llos días, para instruirlo en lo que es la voluntad de Dios, en contras-
te con el ejemplo dado por Salomón.
Ahora procederemos a ver cada uno de estos libros y el men-
saje que tenían para el pueblo de Dios en un tiempo en que predo-
minaba la mala influencia espiritual, y veremos también su signifi-
cado para los creyentes en el día de hoy.

I. Eclesiastés
La palabra «Eclesiastés» significa «aquello que pertenece a la
iglesia o a la predicación», es decir, el mensaje. El libro de Eclesiastés
ha de ser considerado por tanto como algo similar a un sermón.
La frase introductoria (1.1) contiene la palabra «predicador» o,
transliterada del hebreo, «Kohelet». Esta palabra significa básica-
mente «uno que preside una reunión». «Predicador» es una buena
traducción, aunque la palabra «moderador» sería más exacta.
La identidad del predicador no se revela nunca, aunque de la
descripción del versículo 1 parecería desprenderse que se trata de
Salomón. Pero todos los reyes de Judá podían ser llamados hijos de
David con todo derecho. Incluso Jesús llevaría más tarde este título
(Mt 1.1).
La frase introductoria no significa que el predicador, quien quiera
que sea, haya sido el autor del libro. En realidad, está citado en el
libro, y a veces largamente, pero el autor sostiene claramente una
posición que es opuesta a las palabras del predicador que se pre-
sentan en los versículos 1 y 2.

254
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

En esencia, el esquema del libro nos da primeramente una de-


claración hecha por el predicador, que se explica desde el versículo
2 hasta el 23. A continuación sigue una refutación del tema del
predicador, del versículo 24 al 12.8. Finalmente, encontramos una
conclusión para todo el conjunto.
Mirando ahora a la primera parte del libro, vemos que el tema
principal del predicador es «vanidad de vanidades... todo es vani-
dad» (v. 2). Esta afirmación vuelve a aparecer al final del libro
(12.8), mostrando con ello que se ha terminado el debate.
Este tema o visión de la vida aparece con más amplitud en la
sección que va del 1.2 al 2.23. Además de la expresión «vanidad de
vanidades» hay otra que se usa tanto por el predicador como por el
autor del libro. Es la frase «bajo el sol», y se refiere a la vida tal y
como los hombres la ven, la vida tal como es contemplada por el
hombre, cuya visión es limitada y el cual está confinado a ese lugar
bajo el sol; y no tal y como Dios la ve, en forma diferente y desde
una perspectiva mucho mayor.
Veamos ahora el punto de vista del predicador, el que es posible
que represente a Salomón, aunque quizá represente a otros de su
misma clase, como podría ser su hijo Roboam, o alguno de los otros
reyes de Judá que tuvieron vidas que no fueron agradables al Señor.
Ciertamente, el efecto devastador de los reyes infieles de Judá
era grande en toda la tierra. Los mensajes de los profetas de Dios
en aquellos días y en los posteriores señalan que todos los dirigen-
tes, tanto reyes como sacerdotes y profetas, eran pecadores, y
como son los sacerdotes, así es el pueblo.
La afirmación del predicador, «todo es vanidad», resume su
punto de vista y podría resumir muy bien también lo que debe haber
sido el punto de vista de Salomón en la última época de su vida,
cuando el rey había caído en la ruina moral (1 R 11). Al mirarse el
predicador a sí mismo, podía ver que había probado de todo y que,
sin embargo, no le había encontrado sentido a la vida en nada.

255
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Veía la creación y la providencia de Dios, pero todo lo que


podía sacar en conclusión era que eran aburridas y monótonas (1.4-
11). El amanecer y el atardecer, el viento que sopla, la lluvia que va
a parar a los ríos y los ríos que van a parar al mar, todo era agotador
para él. No significaba ninguna bendición (v. 8). Este punto de vista
contrasta con el del salmista, que proclamaba que «los cielos cuen-
tan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus ma-
nos» (Sal 19.1). El salmista ve la revelación natural como si estu-
viera predicándole un sermón a todo el mundo sobre la gloria de
Dios (vv. 4-6).
Con el fin de encontrarle algún sentido a la vida, el predicador
trató de usar todos los recursos disponibles. Y sus recursos eran
vastos. Tenía una gran sabiduría y por ello buscó a través de ella
una vida rica de sentido (1.12-18). Y sin embargo, llegaba a la con-
clusión, después de ejercitar esa sabiduría que Dios le había dado,
de que solo le había traído aflicciones y penas (v. 18).
Después, persiguió el regocijo y el placer como solo alguien
con una gran fortuna podía hacerlo (2.1-3). De nuevo se sintió
defraudado y vacío (v. 2).
Después decidió hacer grandes estructuras y grandes obras
(vv. 4-7). Con los recursos de que disponía, pudo construir toda
suerte de cosas y llenar su tierra con un inmenso número de siervos
y grandes rebaños de ganado. Como esto no le satisfacía, reunió
riquezas y se compro las mejores diversiones (vv. 8-11). Ninguna
empresa era demasiado grande para él. Todas las cosas materiales
que quisiera, las tendría (v. 10). Sin embargo, todo esto no le pudo
conseguir lo que deseaba encontrar, es decir, algún sentido para su
vida (v. 11).
Su conclusión era triste pero previsible. Odiaba la vida (v. 17).
Odiaba todo lo que había hecho (vv. 18-19). Por tanto, estaba des-
esperado de la vida (v. 20).

256
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

En este momento deberíamos hacer una pausa para reflexio-


nar sobre la vida de Salomón. ¿Por qué le sucedió todo esto? Cuan-
do pensamos en la vida de Salomón, tal como nos la presentan los
capítulos del 1 al 11 del primer libro de Reyes y, particularmente,
vemos su final en el capítulo 11, notamos que ha violado el primer
mandamiento de Dios: «No tendrás otros dioses además de mí».
Sus riquezas, su sabiduría, su poder, y sus esposas habían tenido
prioridad sobre Dios y habían ocupado su vida. Al violar este man-
damiento, Salomón se hizo culpable de aquello contra lo cual adver-
tiría Jesús más tarde al decir: «No podéis servir a dos señores» (Mt
6.24). Santiago advierte así mismo contra la persona de doble áni-
mo (Stg 1.5-8). Veamos también las palabras de Jesús a la iglesia
que no era ni fría ni caliente, sino tibia (Ap 3.15-17).
Dios llama continuamente a su pueblo a una entrega total a él.
Cuando sus corazones o sus mentes están divididos entre Dios y
otros señores o dioses, sus vidas, como la de Salomón, terminan en
un desastre y nunca podrán hallar o conocer la vida plena de los
hijos de Dios.
El ejemplo de Salomón tuvo evidentemente gran efecto en Is-
rael en los años siguientes. En los tiempos de Elías encontramos a
este gran profeta acusando al pueblo de vacilar entre el Señor y
Baal. Lo reprende y lo llama a tomar una decisión (1 R 18.21).
Hasta en los días de Jesús esto seguía siendo un problema para los
hijos de Dios, y así vemos a Jesús relatar la parábola del mayordo-
mo infiel para enseñarnos que los hijos de este mundo (que sirven a
su propio interés con constancia) son más sabios que los hijos de
Dios (Lc 16.8-9). Por supuesto que Jesús no estaba enseñando en
esa parábola que Dios se complace con la vida de los malvados. Lo
que demostraba es más bien que mientras los malvados son cons-
tantes y previsiblemente malvados, los hijos de Dios no tienen con-
sistencia ni se puede predecir lo que hacen.

257
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Regresando ahora a Eclesiastés, en el 2.24 encontramos un


punto de vista nuevo y diferente al presentado en el primer capítu-
lo. Este punto de vista es el del escritor del libro del Eclesiastés y no
el de Salomón. Está escrito para contrarrestar la conclusión deses-
perada de Salomón y su deplorable ejemplo.
El tema opuesto al de Salomón, el mensaje de Dios, es que hay
gozo y sentido en el trabajo y la vida que se desarrollan para gloria de
Dios y en el temor de Dios, esto es, en fe. Notemos que en los versículos
24-26 el escritor afirma que la vida verdaderamente buena, en con-
traste con la vanidad de la vida de Salomón, es el gozo de la propia
labor (el trabajo diario), mirándola como venida de la mano de Dios.
Lo cual quiere decir que ha de realizarse para agradar a Dios.
Este concepto es sumamente básico para la vida de los hijos de
Dios. Recordemos que cuando Dios creó al hombre, lo hizo para que
trabajase y le dio una responsabilidad que cumplir ante su presencia.
En los versículos siguientes, el autor del Eclesiastés desarrolla
este tema del gozo en el trabajo hecho para la gloria de Dios. En el
versículo 3.14 le llama «el don de Dios». En realidad, es un trabajo
hecho en conjunto con Dios. En el versículo 22 del mismo capítulo
le llama a este gozo en el trabajo «la parte» del hombre.
Notemos el gran contraste que hay entre las conclusiones an-
teriores sobre la vanidad por parte del predicador y la gran conclu-
sión del pasaje 5.18-20. Se parece mucho a la gran conclusión de
Pablo al final del capítulo 8 de Romanos.
No podemos dejar de notar el contraste entre el gozo en el
trabajo y la vida carente de significado descrita por el autor en
estos capítulos y las continuas alusiones a la vida vana del propio
Salomón (ver 6.1-3).
De nuevo vemos que se llama la atención sobre el temor de
Dios en el versículo 7.18. No se trata solamente del trabajo; por
tanto, ese gozo se encontrará solamente en el trabajo hecho en el

258
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

temor del Señor. El que teme al Señor se presenta en contraste con


el malvado (8.12,13).
El gozo del trabajo tiene valores internos que Salomón no en-
contró nunca, a pesar de toda su sabiduría, sus riquezas, y su poder.
El hijo de Dios que haga su trabajo, sea cual fuere, como para el
Señor y para complacer al Señor, tiene ya la seguridad de que ese
trabajo suyo es aceptado (9.7).
Este gran tema, hilvanado a través de todo el libro del
Eclesiastés, es con seguridad uno de los temas más pasados por
alto en la vida del cristiano de hoy en día, y necesita que se le dé
nuevo énfasis. El Eclesiastés nos está enseñando algo que Pablo
trata extensamente en sus epístolas. El hijo de Dios debe ver su
valor, es decir, todas las cosas de su vida, como algo que es para el
Señor y no para los hombres. No importa lo fastidiosa o agotadora
que esa labor parezca ser; puede ser un gozo que llene la vida con
un auténtico significado, si se hace como si fuera para el Señor.
Notemos que Pablo podía decirles esto hasta a aquellos que traba-
jaban bajo las más duras circunstancias que podamos imaginar, como
esclavos de los paganos romanos (Ef 6.5-8; Col 3.22-24).
Si nosotros pudiéramos ver hoy en día, tal como nos muestra el
escritor del Eclesiastés y como repite Pablo, que en todo momento
somos trabajadores para el Señor, sea cual fuere nuestra labor dia-
ria, entonces seríamos capaces de hacer ese trabajo, no para agra-
dar al jefe o para conseguir un sueldo mejor, o escalar a posiciones
más elevadas, sino más bien para complacer a nuestro Señor. Por
tanto, en cualquier trabajo, nosotros los cristianos deberíamos su-
perar al mundo en dedicación y fidelidad a nuestra labor, de manera
que nuestras buenas obras brillen para la gloria de Dios y nos abran
muchas puertas que nunca se habían abierto antes a nuestro testi-
monio. Al vernos trabajar los demás sabrán que somos diferentes.
El Eclesiastés concluye la sección sobre el significado verdadero
de la vida con una descripción de la ancianidad, el tiempo en el que

259
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ha terminado la posibilidad de trabajar, lo cual quiere decir que está


dirigido en primer lugar a los jóvenes que aún tienen la oportunidad
de ajustar el curso de sus vidas en armonía con la Palabra de Dios.
Los jóvenes tienen tendencia a la vanidad; suponen que tienen
toda una vida por delante para vivirla como les plazca. Por ello se
les advierte que si intentan vivir como quieran, y no para el Señor,
harán fallado en la vida ante los ojos de Dios (11.9-10).
A continuación tenemos, en 12.1-7, una descripción hermosa
pero patética de la ancianidad. La ancianidad es un tiempo de mal-
dad para la vida vana (v.1). Ya no hay ningún placer en la vida (v.
1). La luz comienza a fallar y los ojos se oscurecen (v. 2). Los
brazos (guardadores) y las piernas (hombres fuertes) comienzan a
fallar y a temblar débilmente, y ya nunca más podrán llevar al hom-
bre a donde él quiera ir (v. 3). Los dientes son pocos y los ojos se
oscurecen (v. 3). Solo se puede oír con gran dificultad y sin embar-
go al mismo tiempo, cualquier ruido pequeño sobresalta (v. 4). A
medida que se van cerrando la oscuridad y la muerte, lo hace tam-
bién el terror (v. 5). Ya no se apetecen más los saltamontes y otras
comidas delicadas de aquella época y aquel lugar del mundo; ya
nada sabe bien (v. 5). Los versículos 5 al 7 son una descripción
bellamente poética de la muerte y el final de toda esperanza y sig-
nificado para aquel que no ha sido recto ante Dios.
La sección entera es una vívida amplificación de Génesis 3.19.
El versículo 9 comienza la conclusión. ¿Cómo es posible que
alguien tan sabio como Salomón tuviera una vida tan carente de
significado? En realidad, no lo fue del todo. Su gran sabiduría fue
capaz de enseñar a muchos. Fue usado por el Señor para escribir
muchos de los Proverbios que estudiaremos posteriormente
(12.9,10).
Notaremos que las «palabras de los sabios» mencionadas aquí
(v. 11) aparecen también en Proverbios 22.17; 24.24. Más tarde
veremos en qué forma son aguijones. Tengamos en cuenta que se

260
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

entiende que todas las palabras de los Proverbios, ya sean de Salomón


o de otros, son en realidad, palabras del único pastor, es decir, del
Señor (v. 11).
La conclusión de todo el libro dada en los versículos 13 y 14,
nos llama nuevamente al temor del Señor y a una vida trabajadora
acorde con su voluntad. Dios es el juez definitivo de todos los hom-
bres y de todas sus obras. Permanecerán en pie o caerán según le
hayan agradado al Señor o no.
Como dice Pablo en Efesios 2.1-10, somos salvos por gracia y
no por obras, pero hemos sido salvos en Cristo para las buenas
obras, «las cuales Dios preparó de antemano para que anduviése-
mos en ellas».

II. El Cantar de los Cantares


El Cantar de los Cantares o Cantar de Salomón, como se le
llama también, tiene un fondo similar al del Eclesiastés. Las vidas
de Salomón y de sus sucesores en el trono de Judá fueron una gran
piedra de tropiezo para el pueblo de Dios. Mientras que, por una
parte, estos hombres vivían en el esplendor del reinado de Judá, por
otra desafiaban al mismo tiempo la voluntad de Dios para sus vi-
das. Salomón se volvió al final de su vida libertino, carnal, vano,
lujurioso... resumen, un ejemplo de lo que un hijo de Dios no debe-
ría ser.
Sin embargo, Salomón y sus hijos no podían ser llamados a
cuenta fácilmente por los justos en la tierra. ¿Cómo podría llegar el
mensaje de Dios al pueblo en tiempos así? Una forma de hacerlo
fue a través de escritos como el Eclesiastés y el Cantar de los
Cantares, que eran mensajes dirigidos al verdadero pueblo de Dios
en medio de la apostasía, mostrándole cuánto más grande aparecía
la voluntad de Dios en contraste con la mala influencia de los go-
bernantes infieles.

261
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Esta vista de las afueras de Jerusalén, nos recuerda a los campos a los
cuales pertenecía la sulamita.
El libro que tenemos ante nosotros está escrito en forma de
drama. Lo que no quiere decir que fuera hecho con el propósito de
que se representara alguna vez en un escenario. No hay nada en
las Escrituras que sugiera que esto haya sido hecho. Sin embargo,
su forma es la de un drama, puesto que contiene ciertos personajes
que tienen una participación hablada en el cuerpo principal del li-
bro. Este es un registro del intercambio de palabras entre los perso-
najes envueltos en la acción, sin que nos hayan sido presentados
anteriormente en ninguna forma.
Los tres personajes principales son la joven sulamita, que es la
heroína de la narración, el pastor, que es el héroe, y Salomón, que
es el malvado. Están además las hijas de Jerusalén, quienes hablan
ocasionalmente. El primer verso, que da el título, nos dice que el
escrito lleva el nombre de «Cantar de los Cantares» y trata sobre

262
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

Salomón, puesto que la frase en hebreo simplemente dice que per-


tenece a Salomón. No quiere decir de ninguna manera que Salomón
sea su autor.
El ambiente de la narración puede ser visto en tres versículos
separados pero similares: el 2.7, el 3.5, y el 8.4. Estos versículos
sirven también para dividir el drama en cuatro partes o escenas
separadas. La palabra sugiere que el pastor y su sulamita están
juntos, en la paz y seguridad de su casa en los campos. El último
pronombre, traducido en algunos textos «hasta que él quiera», está
mejor traducido «hasta que ella quiera», de acuerdo con el hebreo.
El tema del drama es que la sulamita necesita estar con su
pastor en los campos, en lugar de estar en el harén de Salomón, al
cual había ido a extraviarse por un tiempo. Por tanto, miramos re-
trospectivamente a través de los ojos de la sulamita, hacia todo lo
que ha sucedido recientemente en su propia vida. Ahora, cuando se
encuentra segura con su pastor de nuevo, recuerda todo lo sucedi-
do en su vida anterior. El drama reflexiona sobre el hecho de que
ella dejara a su pastor para vivir con Salomón por un tiempo, hasta
que recuperó su sentido común.
Las tres primeras escenas cuentan la misma historia, pero con
creciente detalle. La primera presenta la narración y la da en líneas
generales. La segunda nos da más detalles, y la tercera entra en
detalles aun más pormenorizados.
La escena primera va desde el 1.2 hasta el 2.7 y describe a la
joven sulamita en la casa de Salomón. A través de todo el drama,
podemos identificar a los que hablan solo por el uso del masculino y el
femenino en los pronombres usados al dirigirse al otro, es decir, cuan-
do el pastor o Salomón le hablan a ella, se dirigen a ella usando el
pronombre femenino de la segunda persona singular. Cuando es la
sulamita la que se dirige a Salomón o al pastor o a otros, usa el
pronombre masculino o femenino adecuado. Puesto que nosotros no
hacemos distinción entre masculino y femenino en el pronombre «tú»,

263
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

las traducciones no dejan del todo claro, quién habla a quién. Solo el
hebreo nos puede ayudar aquí; algunas traducciones más recientes,
han intentado hacer estas distinciones a base de notas en el margen.
Otra marca distintiva que nos ayuda a identificar a los varones
cuando hablan, es que el pastor, cuando se dirige a la sulamita, usa
continuamente una terminología rural, mientras que Salomón usa la
terminología del palacio y se refiere a su preferencia excesiva de
todo lo que es rico y ostentoso. Iremos haciendo notar esto a medi-
da que vayamos progresando.
En la escena primera encontramos a la joven sulamita en la
casa de Salomón, reflexionando sobre su propia infidelidad y
añorando a su pastor.
La primera parte de la escena (vv. 2-7) contiene sus propias
palabras al reflexionar sobre su infidelidad y su deseo de volver a
su pastor, así como sus preguntas sobre su paradero. El versículo 4
nos orienta diciéndonos que está ahora en la casa de Salomón. Por
tanto, está fuera de su debido lugar. Es una joven de campo, de vida
al aire libre, y no está acostumbrada a la vida delicada de palacio
(vv. 5,6). La alusión a su viña que no ha sabido cuidar, nos da la
pista de cuál es su problema. Más tarde veremos cómo su cuerpo
es comparado a una viña que ha de ser protegida de intrusos. Aquí
está confesando que no ha guardado su cuerpo de las intrusiones
de Salomón, como debería haber hecho. En la primera parte del
versículo 7, pregunta sobre su pastor. Quiere irse con él. La última
parte del versículo implica nuevamente que su lugar no es el harén
de Salomón, «como una de las que están veladas».
La parte siguiente de la escena primera, el versículo 8, es un
estribillo dirigido por las hijas de Jerusalén a la joven sulamita. Pa-
recen darle dirección y ánimos en su búsqueda, y posteriormente
reprenden a Salomón por sus lujuriosos deseos para con ella. En
resumen, lo que dicen aquí es: «¿Dónde esperarías encontrar a un
pastor, si no es en medio de los rebaños?»

264
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

La tercera parte de la primera escena, los versículos 9 al 11,


representan los halagos de Salomón dirigidos a ella para conservar-
la junto a sí. El hebreo muestra claramente que es a ella a quien se
dirige. La terminología usada en las palabras dirigidas a ella no es la
del pastor, sino la de Salomón. Notemos la rica terminología: «jo-
yas», «oro», «plata». ¿Quién, sino Salomón, podía compararla a
una yegua de los carros de faraón? ¿No era él quien se había casa-
do con una princesa egipcia? Lo que está haciendo es ofrecerle las
riquezas de su reino para que se quede con él.
La parte siguiente de la escena primera, los versículos 12 a 14,
muestra claramente que mientras estaba a la mesa de Salomón su
corazón iba hacia su pastor. Piensa en él con terminología campe-
sina. Notemos en particular el versículo 14. Así, en el resto de la
escena, del 15 al 2.6, vemos a los verdaderos amantes conversan-
do: la sulamita y el pastor. Notemos nuevamente la presencia de la
terminología rural durante toda esta parte. En el versículo 15, él le
habla a ella del amor que le tiene. En los versículos 1.16 a 2.1, ella
habla de su amor por su pastor. Todo está en la terminología de la
vida al aire libre, a la que ella pertenece. En los versículos del 3 al 6
concluye explicando cómo el pastor la ha traído de regreso a su
hogar campesino, donde ahora habitan juntos en paz y amor.
La división entre la escena uno y la dos, como ya hemos seña-
lado, es el 2.7, un estribillo dirigido a las hijas de Jerusalén.
La escena dos, del 2.8 al 3.5, contiene una amplificación de
algunos de los asuntos presentados en la escena primera. Básica-
mente, es una descripción de su experiencia con su pastor. La pri-
mera parte de la escena, 2.8-9, hace un recuento del llamado que le
hace el pastor cuando está en la casa de Salomón para que regrese
con él a la paz de la vida rural, lejos de las seducciones de la ciudad.
Se le compara a un corzo o a un cervatillo que viene en su busca,
atisbando a través de la ventana para encontrarla.

265
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Los versículos del 10 al 14 son una larga cita de las palabras


del pastor, invitándola a regresar con él. Notemos nuevamente el
uso que hace de la pacífica terminología rural para invitarla a salir
de la vida de ciudad de Salomón que la sedujo a dejar a su pastor.
Los versículos del 15 al 17, son su reafirmación del amor que le
tiene al pastor. Notemos nuevamente la terminología rural. Nueva-
mente le entrega su corazón a su pastor.
Lo que queda de la segunda escena, los versículos del uno al
cuatro del capítulo 3, narra cómo fue en busca de su amado hasta
hallarlo. Primero buscó en la ciudad (v. 2). Les preguntó a los guar-
das (v. 3). Finalmente, lo encontró, y ambos estaban casados, se-
gún lo manifiestan evidentemente las palabras «lo metí en casa de
mi madre» (v. 4). Comparar el 8.2 y también el Génesis 24.67.
La escena segunda está separada de la tercera por el mismo
estribillo (v. 5) que vimos en el 2.7.
La tercera escena, 3.6—8. 3, da los pormenores de la narra-
ción que ya ha sido presentada en las escenas primera y segunda.
Comienza narrando cómo fue tentada a apartarse de su pastor en
primer lugar por la seducción de Salomón. La primera parte de la
escena, 3.6-11, describe a Salomón en toda su gloria en el momento
en que pasa por su lado, la ve y la seduce. Notemos la descripción
de Salomón, que pone de relieve sus ostentaciones y sus perfumes.
Surgía del desierto, al parecer, después de haber estado cum-
pliendo con alguna misión de estado. Estaba fuertemente perfuma-
do y empolvado, como solo los ricos podían estarlo (v. 6). Va acom-
pañado de sesenta soldados que son expertos con la espada pero
tienen temor de ser atacados (v. 8). A continuación, en los versículos
9 y 10, se describe su carro (palanquín) como algo sumamente
adornado, en recuerdo de sus exageraciones al construir el templo
y su propia casa, como vemos en 1 Reyes. La referencia en el
versículo 11 a que había sido coronado por su madre, podría ser en
cierto sentido un insulto a Salomón.

266
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

La parte siguiente de la tercera escena, 4.1-15, es un largo


discurso de Salomón por medio del cual seduce a la joven sulamita.
Es un refinamiento de su obra de seducción que ya había sido pre-
sentada en la primera escena (1.9-11). Salomón presta gran aten-
ción a su belleza corporal, a sus atributos físicos, que él describe
con gran pasión (v. 1-5). En el versículo 6 sugiere que desea cono-
cerla carnalmente.
En los versículos 7 al 8, la invita a irse de su casa rural del
Líbano para vivir con él en la ciudad. Le gusta todo lo que ve en ella
y está arrebatado con su belleza (v. 9). Considera que si su belleza
se desperdicia en el campo del Líbano, es como un jardín cerrado o
una fuente sellada. Quiere hacer que se abra a todos sus deseos
(vv. 12-15).
En el versículo 16 la encontramos cediendo a las tentaciones
propuestas por Salomón. Le da su jardín (su cuerpo). No conserva
(guarda) su propia viña (ver. 1.6). Salomón la había descrito como
un hermoso jardín y había deseado que ella lo abriera para él. Por
tanto, lo que le está diciendo en resumen es: «Aquí estoy,
complácete».
En el 5.1, leemos cómo Salomón se goza en la joven sulamita.
Desvergonzadamente invita a sus amigos a gozarse también, lo
cual nos recuerda al rey de Persia, quien ofreció su esposa Vasti a
sus amigos para que adoraran su belleza (Est 1.10,11).
La parte siguiente de la tercera escena, 5.2-8, presenta a la
sulamita en la casa de Salomón. Por la noche oye a su pastor que la
llama (cf. 2.8-14). Duda, y cuando finalmente abre la puerta, él ya
se ha ido. Tiene que buscarlo. Notemos nuevamente la terminolo-
gía rural del pastor cuando la llama a través de la puerta para que la
abra y regrese con él al lugar al que pertenece (v. 2). Pero ella se
excusa diciendo que está preparada para acostarse y no puede
volverse a levantar (v. 3). Sin embargo, el pastor es insistente y
trata de entrar en su habitación (v. 4). Cuando ella por fin se levan-

267
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ta y le abre la puerta, ya él se ha ido (v. 6), quizá porque ella olía


demasiado a los perfumes de Salomón (v. 5).
Ahora es ella la que desea desesperadamente al pastor (v. 6,
cf. 3.2). Les pregunta por él a los guardas (v. 7; cf. 3.3). Notemos
que aquí se nos; dice que los guardas no le mostraron compasión,
sino que en lugar de ello, la golpearon. Ella pide ayuda a las hijas de
Jerusalén (v. 8). Su respuesta del versículo 9 dice en resumen:
«¿Qué tiene tan especial tu pastor que quieres que te ayudemos a
encontrarlo?» Esto le da ocasión para describirlo con hermosos
detalles (vv. 10-16).
Notaremos que en esta descripción se usa tanto la terminología
salomónica como la rural, como para decir que su pastor es todo lo
que es Salomón y mucho más. Pero la terminología es predominan-
temente rural cuando describe a su pastor, que es al que verdade-
ramente ama, y al que ahora verdaderamente desea regresar.
Las hijas de Jerusalén se convencen y desean ayudarla a en-
contrar a su pastor (6.1). Este está, por supuesto, donde debe estar,
en los campos con sus rebaños (6.2,3; cf. 1.8).
Pero ahora entra nuevamente Salomón en la escena. La parte
siguiente de la tercera es un nuevo discurso prolongado de Salomón,
en el que busca atraerla de nuevo a sí (6.4-13a). Le dice que lo ha
cautivado con su belleza (v. 5). Ella es lo más escogido de su gran
harén (vv. 8,9).
Quiere entrar de nuevo a su jardín (su cuerpo), es decir, gozar-
se en ella (v. 11). No hay duda de que es Salomón el que está
hablando ahora (v. 12). La llama para que regrese, y quiere conti-
nuar compartiendo su belleza con sus amigos (v. 13a).
Ahora las hijas de Jerusalén reprenden a Salomón por su luju-
ria (v. 13b).
Salomón, ignorando a las hijas de Jerusalén, sigue describiendo
una vez más su belleza en términos lujuriosos (7.1-9), intentando
seducirla.

268
Los escritos para contrarrestar los desatinos de Salomón

Sin embargo, esta vez, ella rehúsa ceder a los encantos de


Salomón (7.10—8.3) . Está decidida a irse con su pastor de vuelta a
los campos (v. 11). Habla narrando la vida rural a la que pertenece.
Añora casarse con su pastor (8.2; cf. 3.4) y vivir con él (8.3; cf. 2.6).
La división entre escenas se presenta en 8.4 y separa la esce-
na cuarta y final de las demás. La cuarta va del 8.5 al 14. En ella
vemos el triunfo del verdadero amor, cuando le vuelve las espaldas
a Salomón con toda su gloria y regresa a su pastor. Los versículos
5 al 7 hablan sobre lo firme que es el verdadero amor, que puede
soportar pruebas como la que acaban de pasar la sulamita y su
pastor. El versículo 7 es un duro reproche a Salomón, quien ha
intentado comprar su amor.
La parte siguiente de la última escena, en los versículos del 8 al
12, reflexiona sobre la vida pasada de la joven sulamita y el significa-
do de toda su experiencia. Cuando niña, había incertidumbre sobre
cómo sería su vida. Sus hermanos, cuando era joven, antes de que se
desarrollara convirtiéndose en una bella joven, se decidieron a tratar
de ayudarla (v. 8). Si se convertía en un muro (fría y distante), trata-
rían de hacerla atractiva. Si fuere puerta (lista para abrirse a cual-
quier hombre), le pondrían un muro de protección alrededor (v. 9)
Ahora se da cuenta de que debe ser un muro, que no esté
abierto a cualquier hombre, y en especial a los de la clase de Salomón
(vv. 10-12). Salomón había tratado de reclamarla, pero al fin y al
cabo, ella le pertenecía solamente a su verdadero amor, a su pastor
(vv. 11,12). En el versículo 12, lo que está diciendo ella es: «Salomón,
guárdate tu dinero y tus riquezas, que yo solo quiero al pastor».
Todo el drama llega a su final con un amoroso intercambio de
palabras entre el pastor (v. 13) y la sulamita (v. 14).
En conclusión, ¿qué podríamos decir con respecto a la inten-
ción del libro? Algunos han sugerido que muestra el contraste entre
el verdadero y el falso amor. Es decir, el amor tal como se aprecia
en la constancia del sentimiento del pastor por la sulamita a pesar

269
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de su caída infiel, en contraste con el amor de Salomón, que solo es


superficial y basado en la naturaleza.
Sin embargo, esta obra no es solamente una tesis sobre el amor.
Habla de la historia de la fidelidad y el amor de Dios para con su
pueblo, aun a pesar de que este no es fiel a él y se aparta de su
Señor para seguir tras otros dioses. Su mensaje es similar al del
libro de Oseas, dibujado especialmente en los primeros tres capítu-
los del profeta, quien habla de Israel como de una esposa infiel a
pesar del amor que Dios le tiene.
Salomón y los de su ralea, habían hecho mucho para apartar al
pueblo de Dios y llevarlo a los dioses paganos. El Señor, el Buen
Pastor, que nunca abandona a su pueblo, l busca y lo llama para que
regrese a él. Igual que como había hecho el Eclesiastés, este libro
enseña que la relación correcta entre el Señor y su pueblo es lo que
Dios quiere, y no la vida vana ilustrada por Salomón.
El mensaje del libro debe de haber sido entendido por el pueblo
de Dios como el mismo mensaje de los profetas, que se estaba
comenzando a oír en esos días. Les ha de haber infundido gran
aliento, tal como lo hizo el libro del Apocalipsis con el pueblo de
Dios en medio de las persecuciones y problemas del siglo primero.
Este libro, al igual que el Apocalipsis, sigue infundiéndole ánimo
al pueblo de Dios para que le sea fiel a él y no se deje seducir, ni por
los llamados «dirigentes religiosos» que quisieran apartar al pueblo
de su Dios. Cristo, durante su ministerio terrenal, nos previno con-
tra los asalariados y los falsos pastores, que tendrían lugares de
mando en la iglesia pero que no serían auténticos pastores enviados
por Dios. También Dios nos previene aquí sobre la existencia de
falsos pastores, como Salomón y sus hijos, quienes intentaron apar-
tar a Israel. Asimismo, este libro nos advierte que no debemos se-
guir las promesas vanas y falsas de unos hombres que en su propia
vida no son fieles a Dios, sino más bien, mirar hacia el Dios que nos
ama y se dio a Sí mismo por nosotros, y a él serle fieles.

270
CAPÍTULO 10

LOS PROFETAS DEL SIGLO


OCTAVO

I. Amós
Con Amós llegamos a los profetas que predicaron en el siglo
octavo antes de Cristo, una época de rápida decadencia espiritual,
tanto para Israel como para Judá. Antes de que termine este siglo,
ya Israel no existirá y Judá será atacado duramente, y su capital,
Jerusalén, sometida a sitio.
Amós predicó en la época de Jeroboam II, y su mensaje estaba
dirigido fundamentalmente al reino del norte, o sea, a Israel. Al
norte de él, se estaba levantando Tiglat-Pileser III en Asiria, la
nación norteña a la que Jonás temía tanto. Al sur, Uzías ocuparía el
trono de Judá durante un largo período.
En Israel la mayoría del pueblo no estaba consciente del peli-
gro, y llevaba un nivel de vida más alto que el que había tenido en
largo tiempo. Jeroboam II tuvo un reinado próspero a los ojos de
sus súbditos, al menos a los de los ricos y prósperos de aquel día.
Sin embargo, ese reinado era malo a los ojos de Dios. Siguió el
sendero de todos los reyes del norte, haciendo lo que era malo. El
pueblo vivía en el lujo y el pecado, a imitación de los pecados de
Salomón.
El libro de Amós es básicamente un libro de juicio; juicio contra
las naciones y contra Israel, el pueblo de Dios. El primer capítulo y
la mitad del segundo, hasta el versículo 8, contienen una larga intro-

271
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ducción que trata sobre el juicio de Dios contra las naciones paga-
nas, y también contra Israel. El resto del libro trata exclusivamente
de Israel.
En el resto del capítulo 2 se muestra cómo el pecado de Israel
es algo especialmente inexcusable, a la luz de la bondad que Dios
ha tenido para con él.
Los capítulos del 3 al 5.15 hablan detalladamente sobre los
pecados de Israel. A continuación hay un capítulo y medio (5.16—
6.14) que describe las desgracias que caerían sobre Israel por cau-
sa de sus pecados. El resto de los pasajes que tratan del juicio
contiene una serie de visiones dadas a Amós, todas relativas al
juicio inevitable que caería sobre el reino del norte.
Posteriormente, en el 9.8, hay un cambio súbito de un mensaje
de juicio a uno de esperanza. El libro concluye con este mensaje
esperanzador para el remanente, que es el verdadero pueblo de Dios.
Volviendo ahora para ver con más detalle el mensaje de Amós,
encontramos en el versículo primero su origen y oficio. Procedía de
Tecoa, al sur de Jerusalén, y trabajaba allí como pastor. Mas ade-
lante nos dirá también que se dedicaba a recoger higos silvestres.
Su ministerio tuvo lugar en la época de Jeroboam II, como se
indica anteriormente. Era una época muy poco apropiada para un
mensaje de juicio y desgracias, ya que el pueblo estaba disfrutando
tiempos incomparablemente buenos. El hecho de que también fue-
ran tiempos incomparablemente llenos de pecado no molestaba en
lo más mínimo a los ricos o a los líderes de Israel.
La primera unidad del mensaje de Amós, del 1.1 al 2.8, presen-
ta el mensaje del juicio de Dios contra los pecadores. Este mensaje
fue presentado dos años antes del terremoto (1.1). No sabemos
cuándo sucedió; pero fue algo tan impresionante que siglos des-
pués, en la época de Zacarías, aún se lo recordaba (Zac 14.5). Es
posible que sea mencionado aquí porque haya servido para impre-
sionar al pueblo con respecto a la urgencia del mensaje de Amós.

272
Los profetas del siglo octavo

El texto del mensaje de Amós aparece en el versículo 2. Al


parecer, cita a Joel 3.16. Joel había declarado que cuando el Señor
rugiera desde Sión sería un día de terror para sus enemigos; pero él
sería un refugio para su pueblo. Vemos que este es en esencia el
mensaje de Amós, porque trata sobre la certeza del juicio de Dios
sobre sus enemigos, tanto del mundo pagano como de la iglesia, y
también les ofrece esperanza a los que pongan su confianza en el
Señor.
El estilo de la primera unidad de Amós es presentar el juicio de
Dios sobre las naciones en dos grupos de tres naciones cada uno.
En los versículos 3 a 10, el primer grupo presenta naciones que han
sido enemigas tradicionales de Israel, naciones paganas sin paren-
tesco real con Israel: Siria (Damasco), Filistea (Gaza), y Fenicia
(Tiro).
El segundo grupo, 1.11 a 2.3, presenta naciones que también
están presentes en la historia de Israel, pero que eran en alguna
forma del parentesco de Israel, naciones hermanas. Incluyen Edom
(de Esaú, el hermano de Jacob); Amón y Moab (hijos de Lot, el
sobrino de Abraham) Gn 19.37,38).
En cada grupo, al hablarle a cada nación, el estilo es similar.
Primero, presenta unas palabras de apertura: «Por tres pecados...»,
lo que equivale entre los hebreos a decir «porque cometiste pecado
tras pecado». Después establece cuál es el acto de crueldad espe-
cífico del que ese pueblo es culpable (dando el nombre de la capital
o ciudad principal en el primer grupo y el de la nación en el segun-
do). Finalmente, se pronuncia el juicio, que es siempre fuego que
destruirá la tierra. La figura del fuego como forma de juicio había
sido presentada anteriormente por Joel (Jl 1.19).
Tengamos en cuenta que en todos los casos, los actos específi-
cos contra Dios que se citan son crueldades de hombres contra
hombres. Algunas veces las víctimas son israelitas (1.3,13); otras
veces, aunque no se menciona la víctima, es de suponer que se

273
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

refiere a israelitas (1.6,9,11); y otras veces la víctima es también un


pueblo pagano (2.1).
En todos estos casos podemos estar seguros de que los israeli-
tas se sentirían complacidos al escuchar que sus enemigos tradicio-
nales estaban disgustando a Dios y sufrirían su ira.
Pero entonces Amós se vuelve al sur, a su propia tierra, y con-
dena a Judá de la misma manera (vv. 4-5). Ahora el pecado es que
Judá ha rechazado la Ley de Dios (v. 4). Esta noticia también sería
agradable para Israel, puesto que en ese momento Judá ya no era
su aliado sino su enemigo.
Finalmente, Amós se vuelve hacia el mismo Israel. Ahora está
pisando terreno peligroso. El estilo de los cargos levantados contra
Israel es el mismo de los anteriores. Sin embargo, los pecados men-
cionados ahora son pecados contra los mandamientos de Dios, que
les ordenaban amar al Señor y a su prójimo.
En cuanto a la violación de los mandamientos de Dios respecto
al trato que se le había de dar al pobre en medio del pueblo de Dios,
mandamientos dados específicamente en Deuteronomio 15.7ss, hay
que notar dos cosas. La primera, que los pobres a los que hace
referencia el Deuteronomio no son los pobres del mundo sino «de
tus hermanos», es decir, de entre los hijos de Dios. La segunda, que
los sinónimos que se usan en este lugar para la palabra «pobre»
son: «justo», «desvalido», y «humilde». Por tanto, podemos llegar a
la conclusión de que su pecado no iba contra la sociedad en general
sino contra el pueblo de Dios en particular. Debemos decir esto
para que no se use a Amós como base para el llamado «evangelio
social» de hoy en día. Los salmistas especialmente usan los térmi-
nos «pobres», «desvalido», «justo», y «humilde» para hacer refe-
rencia a los verdaderos hijos de Dios. Por tanto, sacar esto de su
contexto y pretender que enseña que la voluntad de Dios es que los
creyentes deben intentar redimir a la sociedad ayudando a los po-
bres y desheredados del mundo de hoy es torcer las Escrituras.

274
Los profetas del siglo octavo

Amós está tratando aquí de manera especial sobre los pecados inter-
nos de la iglesia, en la que aquellos que tienen más riquezas de este
mundo les han hecho mal a los más pobres. Verdaderamente, ya
tienen su ganancia al haber hecho mal a los verdaderos hijos de Dios.
No solo eso, sino que han profanado el Nombre de Dios al
llevar una conducta vergonzosa en el santuario (vv. 7,8).
La primera parte de Amós, la introducción, termina en el versí-
culo 8. A continuación hay un resumen muy corto de por qué la
acción de Israel es particularmente inexcusable (vv. 9-16). Dios
había manifestado en la historia de Israel su bondad y misericordia
una y otra vez. Venció a todos sus enemigos, y le dio ricas bendicio-
nes. Pero el pueblo manifestaba poco respeto por su Dios (v. 12).
Cuando el juicio del Señor llegara, toda la fortaleza humana y el
orgullo en que se apoyaba Israel se derrumbaría (2.13-16).
La tercera sección de Amós (3.1— 5.15) es una presentación
detallada del asunto del pecado de Israel y el consiguiente juicio de
Dios. La sección comienza con una nueva presentación por parte
de Dios de la atrocidad del pecado de Israel: había pecado a pesar
del amor especial que Dios le había mostrado (v. 2). Después, en
una serie de ejemplos de causa y efecto (vv. 3-6), Amós enseña
por qué él le está trayendo en ese momento el mensaje al pueblo
norteño de Israel. Se ve obligado a hacerlo porque Dios ha hablado
y él no puede quedarse callado (v. 8; cf. Jr 20. 9; 1 Co 9.16).
La escena descrita en 3.9-12 es una lección de geografía.
Samaria, fundada sobre una alta colina, se alza sobre la llanura.
Pero alrededor de esa llanura, hay montañas aun más altas. Las
naciones son llamadas a sentarse sobre estas montañas, como si
fueran un gigantesco anfiteatro y mirar a la escena (Samaria) en la
que el Señor va a ejecutar un terrible juicio sobre Israel, como
ejemplo para todas las naciones de lo que es el juicio divino. El
adversario es sin lugar a dudas; el poder del norte al que hace
referencia Joel (Jl 2.20). El juicio vendría del norte. Y es del norte

275
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de donde finalmente vino Asiria, el conquistador de Samaria, y


Babilonia, el conquistador de Jerusalén.
Evidentemente había algunos pecadores en Israel que seguían
diciendo que aunque Israel cayera ellos serían rescatados. La des-
cripción del versículo 12 muestra de forma vívida que no quedaría
ningún remanente de los rebeldes de Israel y Samaria. Un pedazo
de oreja o una pierna no le sirven de nada al cordero cuando es
devorado por el león. Este versículo no enseña que se salvaría un
remanente sino exactamente lo contrario. ¡Los pecadores de la
iglesia de Dios que no forman parte de su pueblo no se salvarán!
Una vez que comience su juicio, el Señor buscará todos los
lujos vanos que hay en Samaria para destruirlos por completo
(3.13—4.3). La referencia a casas de marfil ha sido clarificada por
descubrimientos arqueológicos en que se han hallado restos de ca-
sas israelitas de aquella época cuyas paredes estaban recubiertas
de marfil. En 4.1-3, el blanco son específicamente las mujeres grue-
sas de Samaria, a las que se les llama vacas de Basán, que era una
región sumamente rica en las que las vacas eran gordas. Ahora
nadan en su riqueza, pero al final serán llevadas a la cautividad.
En los versículos 4-5 se señala la futilidad de su confianza en
sus bellos cultos hechos por mano humana. Recordemos que todo
su ritual había sido inventado por Jeroboam I como sustituto del
verdadero culto que el Señor había ordenado (1 R 12.26-33).
La longanimidad del Señor está bellamente ejemplificada en los
versículos 6-11. Asimismo, encontramos aquí un ejemplo de la testa-
rudez de Israel durante un largo período de su historia. Las plagas
prometidas en Deuteronomio 28.20-25 ya habían caído sobre Israel
para llevarla al arrepentimiento, pero Israel no había querido.
De forma muy dramática, después de citar las numerosas veces
en que el Señor ha intentado hacer que Israel regrese a él, el profeta
declara (v. 12) que el juicio sobre Israel será tan terrible que no
puede ni siquiera mencionarlo. En el versículo 12 nunca llega a decir

276
Los profetas del siglo octavo

qué es lo que hará el Señor, pero puesto que lo hará, lo mejor que
puede hacer Israel es prepararse para el encuentro con su Dios.
Es muy adecuado en este momento que el Señor, a través de
Amós, llame al pueblo que lo está oyendo al arrepentimiento y la
lamentación, como lo había hecho Joel (Jl 2.12,13; Am 5.1-3).
Además de llamarlos al arrepentimiento, los llama a buscar al
Señor, no en sus lugares de culto, que no están de acuerdo con la
voluntad de Dios, sino donde el Señor está, es decir, de acuerdo con
su voluntad revelada, haciendo la rectitud y justicia de la que se han
desviado (v. 7).
Sin embargo, en vez de buscar al Señor a través de la obedien-
cia a su voluntad, se habían opuesto, tanto a él como a los que él
había enviado (v. 10). Maltrataron a los hijos de Dios, y por tanto
violaron la justicia que Dios demanda (vv. 11-13).
En síntesis, Amós está en este momento llamando al pueblo
para que cese en sus hábitos de maldad y comience a vivir como
deben vivir los hijos de Dios (vv. 14-15). La referencia al remanen-
te hecha aquí deja claro que solo hay esperanza para los que se
arrepientan y obedezcan al Señor.
La gran sección siguiente de Amós, desde el versículo 5.16 has-
ta 6.14, contiene principalmente una serie de lamentos contra la tie-
rra, porque el pueblo persiste en sus pecados. Suponen que el día del
Señor será día de buenas noticias para Israel (un día en el que el
Señor destruirá a todos sus enemigos), pero en realidad es un día en
el que la mayoría del pueblo de Israel será destruido también, porque
Israel se ha convertido en enemigo del Señor. Por eso, tanto aquí
como en muchos otros lugares, el día del Señor se describe en los
términos más terribles, como un día que no sería feliz en lo absoluto
para los pecadores (vv. 18-20; cf. Jl 1.15; 2.1,2,22). El juicio tiene
que comenzar en la Casa de Dios, en la iglesia misma (1 P 4.17).
Por si acaso queda alguna duda en la mente de alguien sobre si
sus ejercicios religiosos tenían algún mérito ante el Señor, lo aclara

277
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

bien en los versículos 21-24. De nuevo vemos al Señor levantar sus


exigencias de rectitud y justicia y llamar para que sobrevenga una
verdadera inundación de ellos sobre la tierra (v. 24). Pero los sustitu-
tos inventados por el hombre para el culto y el servicio verdaderos, lo
único que merecen es ser transportados a la cautividad (vv. 26,27).
¿Cómo reacciona Israel ante un mensaje así? En las palabras
de 6.1-6 una buena definición sería «la misma vida de siempre». El
pueblo sigue tranquilo, satisfecho con sus lujos y con su vida ver-
gonzosa. Se resiste a creer lo que le están diciendo los siervos de
Dios (v. 3). Siguen en sus antiguas costumbres y no muestran pre-
ocupación porque la iglesia se esté corrompiendo desde dentro (v.
5). La referencia hecha aquí a los instrumentos músicos, «como
David», indica al parecer una actitud de burla, tratando de implicar
al piadoso salmista en su libertinaje, tratando de asemejar su pereza
con los momentos de inspiración en que él componía con un arpa
uno de los muchos Salmos de las Escrituras.
En los versículos 7-14 el Señor habla llanamente sobre el fin de
Israel. La tierra irá a la cautividad (v. 7), terminando así todo el
libertinaje. Dios levantará esa nación sobre la cual les había adver-
tido en Joel (v. 14).
La última sección de Amós que se refiere al juicio que había
pendiente sobre Israel es una serie de visiones que fueron mostra-
das a Amós para ayudarlos a él y a Israel a comprender el signifi-
cado de este juicio (7.1—9.8a).
La primera visión es la langosta, un recuerdo del mensaje de
Joel (7.1-3; ver Jl 1.2-4). Cuando Amós contempla esta visión, se
siente tan sobrecogido que le ruega al Señor que libre a Israel de un
destino así.
La segunda visión es un cuadro del juicio por medio del fuego.
También resulta algo insoportable para Amós, quien nuevamente
intercede por Israel, de forma similar a como Moisés lo había he-
cho en el desierto (7.4-6).

278
Los profetas del siglo octavo

Una tercera visión, sin embargo, silencia a Amós, como Abraham


había sido silenciado después de rogar por Sodoma (7.7-9). En ella
el Señor le mostró a Amós cómo veía él a Israel, sosteniendo una
plomada contra el pueblo de Israel. Queda implícito que cuando se
hace esto, ya no queda lugar a dudas sobre si Israel merece su
juicio. La espada que amenaza en 7.9 es lo mismo que el juicio por
fuego de los capítulos anteriores. Señala a las destrucciones de la
guerra cometidas por naciones demasiado poderosas para Israel.
En este momento se narra un interludio de tipo histórico sobre
la oposición hecha a Amós (7.10-17). El falso sacerdote de Betel le
envía a Jeroboam palabra a Samaria, diciendo que Amós está pro-
vocando problemas en Betel. Es interesante ver cómo las palabras
que le dirige al profeta demuestran que este estaba en lo cierto. Al
santuario lo llama «la casa del rey». ¡Ciertamente no es la de Dios!
(v. 13). Amasías, al decirle a Amós que se vaya, insinúa que el
profeta está predicando para provecho propio (v. 12).
La contestación de Amós no es una negación de su oficio de
profeta, sino que se aparta de los falsos profetas que abundaban en
aquellos tiempos, los cuales sí profetizaban por dinero y eran profe-
sionales (vv. 14,15). Por primera vez las palabras de Amós se diri-
gen a una persona en particular, Amasías, quien ha de sentir la
mano de Dios de una forma muy especial y personal, pero durante
el juicio que caerá sobre todo Israel (v. 17).
Todo el capítulo octavo está ocupado por la cuarta visión, que
viene en forma de retruécano o juego de palabras. En los idiomas
actuales este juego se ha perdido. El Señor le muestra a Amós un
canastillo de fruta de verano, que en hebreo se pronuncia «kits».
Después, declara que el fin (en hebreo «kets») ha llegado para
Israel. Una vez más son enumerados los pecados del pueblo contra
los hijos de Dios (vv. 4-6). Por su afán de dinero y poder, engañan
y hacen daño a los pobres, y se sienten impacientes de que pase el

279
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sábado para poder engañar a unos cuantos más (vv. 5,6). Dios
dice: «No me olvidaré jamás» (v. 7).
Entre las cosas terribles que le sucederán a este pueblo que en
otro tiempo había sido bendecido por el Señor, nada es tan terrible
como lo que se menciona en el 8.11: hambre de oír la palabra de
Dios. Nunca más volverán a oír a los profetas del Señor, o la predi-
cación de su Palabra en el lugar adonde irán. Saúl había conocido
un tiempo así al final de su vida (1 S 28.6). Ahora le sucederá a
todo Israel. No se les ofrece aquí ninguna esperanza a los hijos de
Israel que continúan rebeldes y desobedientes ante Dios (v. 14).
La última visión (9.1ss) hace desvanecerse cuanta esperanza
pudiera quedar. No solo serán destruidas las casas lujosas sino tam-
bién los mismos altares que han erigido para adorar a Dios, que
serán destrozados, y sus propias cabezas serán estrelladas contra
las piedras de los altares (v. 1). No habrá escapatoria (vv. 2-3), ni
aun en su tierra de cautiverio (v. 4). La primera parte del versículo
8 es bastante definitiva con respecto a los pecadores de Israel.
En este momento, Amós se vuelve para dar esperanza a los
justos que queden en la tierra (vv. 8b-15). El Señor tendrá un pue-
blo y lo guardará en medio del juicio. Aquí el Señor hace una distin-
ción clara entre su pueblo y los pecadores o injustos de Israel.
Estos últimos perecerán, pero el remanente se salvará (vv. 9,10).
La mención de David que se hace en el versículo 11 señala la
continuidad del plan de salvación del pueblo a través de la casa y la
simiente de David.
El libro concluye con una nota de gozo y expectación basada
en el continuo propósito de Dios de tener ante sí un pueblo santo y
sin mancha, en una relación de amor (vv. 13-15; cf. Ef 1.4). Las
bendiciones se ponen en términos de abundancia agrícola, porque a
través de todo el Antiguo Testamento esta era la forma en que Dios
describía sus bendiciones sobre el pueblo y manifestaba su favor
hacia ellos. Sin embargo, debemos recordar que desde los tiempos

280
Los profetas del siglo octavo

de Abraham en adelante, estas bendiciones significaban algo que


estaba mucho más allá de las bendiciones temporales de este mun-
do (Heb 11.8-10; 12.22; 13.14).
Para concluir podemos decir que el libro de Amós estaba dirigi-
do a los seudo religiosos que separan su religión de la vida diaria,
ignorando el principio relativo a la religión que Santiago expresaría
con tanta claridad mucho después, de que «la religión pura y sin
mácula ... es visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulacio-
nes, y guardarse sin mancha del mundo» (Stg 1.27).
Lo que Amós le estaba diciendo a este pueblo era que Dios no
pasaría por alto sus pecados sino que los castigaría. Un pueblo así
no tendría lugar en medio del pueblo de Dios. No podía permane-
cer. Pero Dios conservaría a los fieles, a los que son justos en
Israel (2.6,7), es decir, a los justos, los humildes, los pobres y los
desvalidos de su rebaño.
¿Por qué destruye Dios a Israel? Porque ama demasiado a la
iglesia para dejarla morir, que era lo que estaba sucediendo. La
limpiaría y la volvería a plantar, no solo esta vez, sino una y otra vez,
en cada una de las ocasiones en que el pueblo de Dios le fallara.
Podemos sentirnos sumamente confortados por la verdad de que
Dios nunca se quedará con las manos cruzadas viendo cómo su
iglesia perece en la faz de la tierra, sino que la sacudirá, la podará,
y le dará nueva vida.

II. Oseas
El libro de Oseas se sitúa en la época de Uzías de Judá y
Jeroboam II de Israel, igual que el de Amós. El también dirige prin-
cipalmente su mensaje al reino norteño de Israel poco antes de la
caída de Samaria, su capital.
El mensaje de Oseas se divide en cinco partes: la primera, del
1.2 al 3.3, trata sobre la triste experiencia de Oseas con su esposa
Gomer y lo que Dios le enseñó a él y a Israel a través de este

281
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

suceso; la segunda, del 4.1 al 14, es un breve resumen de las acu-


saciones de Dios contra Israel; la tercera, del 4.15 al 19, es un
corto mensaje personal a Judá; la cuarta, del 5.1 al 10.15, que lleva
la acusación de Dios contra Israel a su conclusión; y finalmente,
una presentación de la gracia de Dios, que triunfa por encima del
pecado y los fallos del hombre (11.1—14. 9).
El nombre del padre de Oseas, es Beeri (1.1); pero no sabe-
mos nada más sobre él. Su nombre significa «salvación», y lo llevan
otros cuatro personajes, incluyendo a Josué, el sucesor de Moisés.
Las únicas fuentes de información sobre Oseas aparte de esta las
encontramos en la narración que el mismo libro hace de las expe-
riencias personales del profeta.
El cuerpo principal del mensaje comienza en el 1.2. Le dare-
mos a la primera parte el nombre de «Lecciones sacadas de la
experiencia de Oseas con Gomer» (1.2—3.5).
Con Oseas sucede como con los otros profetas: lo que escribe
no son palabras suyas sino de Dios (vv. 1,2). El mandato que Dios
le da en el versículo 2 suscita para nosotros un problema de inter-
pretación. Primero parece como si Dios le hubiera ordenado a Oseas
hacer algo que está prohibido en todas las partes de las Escrituras:
casarse con una persona pecadora, que practica la maldad. Puesto
que Dios nunca se niega a sí mismo, tenemos que suponer que no le
mandó a Oseas que hiciera el mal. Algunos alegan que esto en
realidad nunca sucedió sino que era algo simbólico. Sin embargo,
se les da un nombre específico a su esposa y a su padre, por lo que
parece haber sido una experiencia real. Más aun, lo que quiere
presentar esta primera sección es la comparación entre la expe-
riencia de Oseas con Gomer y la de Dios con Israel. Perdería su
significado si nunca hubiera acaecido.
Más bien parece que Oseas mira al pasado de su matrimonio y
ve que Dios lo había guiado a través de esta experiencia para que
pudiera enseñarle a Israel que se había comportado como una es-

282
Los profetas del siglo octavo

posa infiel. En algún momento Oseas llegó a darse cuenta de que la


mujer con la que se había casado era una prostituta, quizá cuando
quedó encinta por primera vez después de su matrimonio.
En lugar de amargarse, Oseas ve esta experiencia como algo
que está bajo el control de su Dios soberano y, por tanto, tiene un
buen propósito. La clave de toda la sección está al final del versícu-
lo 2: toda la tierra de Israel comete prostitución contra el Señor. A
Oseas le hubiera sido difícil, o quizá imposible, casarse en aquel
momento con una persona que fuera justa.
El nombre de Jezreel (v. 4) recuerda la hazaña de Jehú, el rey
de Israel suscitado por el Señor para destruir la casa de Acab. Fue
en Jezreel donde Jehú mató a Jezabel (2 R 9.30-37) y en esa ciu-
dad ordenó la muerte de los setenta hijos de Acab (2 R 10.1-11). En
todo esto estaba haciendo lo que el Señor le había ordenado (2 R
9.7-10). Entonces, ¿cuál era el pecado que Dios estaba condenan-
do ahora? El que Jehú hiciera todo aquello con un corazón malva-
do, una motivación tan torcida que Israel no había mejorado nada
después de la matanza (2 R 10.29ss).
El significado del nombre de la segunda hija de Oseas, Lo-
ruhama (v. 6), es «sin misericordia», pronuncia el juicio de Dios
sobre un pueblo que ha rechazado corresponderle. Es significativo
que el Señor siga manteniendo una esperanza para todo aquel que
se arrepienta en Israel y declare que en Judá se podía hallar aún su
misericordia (1.7)
El nombre del último hijo es Loammi, que significa «no mi pue-
blo» (v.9).
Por tanto vemos en los tres hijos algo sobre la descendencia
del pueblo de Israel que había rehusado dar honra a Dios en su
corazón, como les recordaba Jezreel, y que por tanto había dejado
de conocer la misericordia de Dios y finalmente había llegado a ser
apartado de Dios y dejado de ser su pueblo. Así se rompía el pacto
de Éxodo 19 con ellos.

283
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Pero el Señor, cuya intención de tener un pueblo no será frus-


trada, decide ir adelante a pesar de los fallos de Israel (vv. 10—
2.1). Más tarde, Pablo considerara este verso como una profecía
de la inclusión de los gentiles en último lugar dentro del pueblo de
Dios (Ro 9.26). El concepto de la unión final del pueblo de Dios
bajo una sola cabeza (v. 11) señala con seguridad al pasado, al
pacto entre Dios y David de afirmar su trono para siempre (cf.
3.5), y también al futuro, al más grande de los hijos de David, Jesu-
cristo (Mt 1.1; 1 Co 8.6).
El Señor desarrolla su controversia con Israel (v. 7). La pala-
bra «contended», usada en el verso 2, es un término legal o forense.
Se refiere al proceso hecho por Dios contra Israel. Ha actuado
como una prostituta y ha ido tras sus amantes, pero Dios ha decidi-
do impedir su salida (v. 6). Lo hace con amor, deseando que no
perezca (v. 3).
Sin embargo, es necesario castigar a Israel por su infidelidad.
Dios lo hace despojándola (vv. 8-13). Dios le había dado a Israel
todo lo que tenía primeramente (v.8). Ahora que se ha negado a
usar rectamente de sus dones, es decir, a servir al Señor, él se los
quitará todos. Ahora se le negarán todas sus bendiciones, y todo lo
que daba por seguro: la ropa y el alimento (v. 9); la alegría (v. 10;
cf. Jl 1.12; Am 5.21; 8.10); y las buenas cosechas (v. 12). Todo
esto es descrito por el Señor bajo la figura de la mujer vil a quien se
despoja de todos sus vestidos con el fin de avergonzarla.
Se menciona aquí el culto a Baal (v. 13), porque desde el tiem-
po de Acab el pueblo había seguido adorando a Baal y se había
apartado de Dios (cf. 1 R 16.29-32).
En el versículo 6 se menciona que Dios cerca a Israel, y se
señala que es con el buen propósito de llevar a Israel al arrepenti-
miento y a que se vuelva a Dios (vv. 14-20). Dios, que acaba de
hablar de la culpa de Israel, ahora le habla en forma alentadora (v.
14). Hace en este lugar lo que hace también a través de Isaías:

284
Los profetas del siglo octavo

después de hablar del pecado de Judá en su libro durante unos


treinta y nueve capítulos, en el 40 comienza a decirle palabras de
consuelo.
Podemos ver cómo Dios quiere traer de regreso a su pueblo,
como un hombre podría intentar atraer a sí de nuevo a su esposa
infiel. Para lograrlo, la trae de nuevo a la experiencia del desierto, a
esa situación en la que dependía totalmente de él, como en los días
de Moisés (vv. 14,15).
En el versículo 16 tenemos un juego de palabras. El Señor no
seguirá permitiendo que su pueblo hable de él como «mi baal»,
aunque la palabra «baal» fuera en realidad una palabra semítica
perfectamente correcta que significaba «Señor». Pero el nombre
había llegado a estar tan asociado con el nombre del dios fenicio
Baal, que Dios no quiso que se le siguiera llamando así (v. 17). El
nombre con el cual ha de ser llamado por su pueblo es «Ishi», que
significa «mi esposo».
En el versículo 19 Dios habla de la renovación de su pacto con
su pueblo en términos seguros y ciertos, no como el antiguo pacto
que Israel no pudo guardar sino en los términos ciertos de la obra
de amor del propio Dios. La promesa de que el pueblo conocería al
Señor habla de un corazón transformado para que lo pueda cono-
cer de verdad, es decir, de corazón (v. 20). El fracaso de Israel
estuvo en que no había conocido al Señor de corazón, o sea, real-
mente (2.8; 4.6; 5.4; 11.3). Más tarde Oseas llamará al pueblo al
conocimiento del Señor (6.3,6). En todos los casos, el término «co-
nocer» significa tener esa fe cierta en Dios que él quiere que ten-
gan todos sus hijos (ver Gn 15.6).
Los versículos 21 al 23 señalan de nuevo a la esperanza futura
del pueblo de Dios de estar en la presencia divina en una relación
de amor, como Dios mismo se había propuesto desde antes de la
creación (Ef 1.4). De nuevo, contempla a todo el pueblo de Dios,
incluyendo a los gentiles que han de ser traídos a él (cf. 1.11).

285
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El capítulo 3, sumamente corto, muestra al Señor ayudando a


Oseas a aplicar las lecciones que ha aprendido sobre la forma de
actuar de Dios con Israel, su infiel esposa, a su propia tragedia
personal (vv. 1-3). De esta forma, a través de su propio sufrimiento
personal, Oseas quedó capacitado para ser el vocero de Dios para
Israel en su época.
La segunda parte del libro de Oseas trata brevemente sobre el
juicio contra Israel (4.1-14). De nuevo usa Dios el término «con-
tienda» (v. 1). Resumiéndolo, el pueblo ha puesto una vida pecado-
ra en lugar de la justicia y santidad que Dios había esperado (vv. 1-
2). Por tanto, habían demostrado que no eran el pueblo de Dios.
Sus jefes, los profetas y los mismos sacerdotes no eran mejores
que ellos (vv. 4,5).
Habían rechazado el conocimiento que Dios les había enseña-
do a través de su Palabra (vv. 6-10). Puesto que rechazaban la vida
de acuerdo a las exigencias de justicia y juicio de Dios que estaban
en su Ley, sus vidas estaban llenas de pecado (vv. 7-8). Por tanto,
el Señor les advierte que no se escaparán del castigo (vv. 9-10).
No solo han rechazado la voluntad de Dios sino que son tan
pecadores que ni se dan cuenta de su difícil situación (vv. 11-14).
Como personas borrachas van dando traspiés detrás de dioses fal-
sos, buscando las respuestas correctas en los lugares equivocados.
Sus mentes están embotadas y no pueden percibir la realidad.
En este lugar Oseas inserta un breve intermedio, un mensaje
personal a Judá (vv. 15-19). Judá debe ver que Israel está bajo
condenación, y de ninguna manera deberá aliarse con él ni con sus
pecados. No hay duda de que esto se dice porque a menudo en su
historia Judá se había aliado con Israel, y siempre para su perjuicio
(cf. 1 R 22.1-4).
Comenzamos el cuerpo principal del mensaje de Oseas en 5.1,
donde el profeta comienza a desarrollar el proceso contra Israel
(vv. 1—10.15).

286
Los profetas del siglo octavo

Lo primero que señala es que Israel no puede regresar al Se-


ñor, tan extenso y enraizado está su pecado (v. 4). El problema de
Israel consiste en un corazón malvado, y ese corazón pecador le
impide llegar jamás a encontrar al Señor (v. 6). Los hijos extraños
nacidos, mencionados en el versículo 7, se refieren por supuesto a
los primeros tres capítulos, en los que Israel era descrito como
similar a una esposa infiel que da a luz a hijos ilegítimos. Es una
indicación de que el pacto ha sido roto. Israel está educando a toda
una generación de hijos que no conocen al Señor, en forma muy
similar a lo que sucedió en los días posteriores a la muerte de Josué
(Jue 2.10).
Por tanto, la única solución que tenía Dios era lograr que algu-
nos se arrepintieran después de las grandes aflicciones (vv. 8-15),
como había indicado en 2.6ss.
Por eso habla Oseas de la opresión de Efraín (Israel) y su
aflicción para que vaya a las manos del Señor (vv. 11-14). La men-
ción que se hace de Dios como un león recuerda a Joel 3.16 y
Amós 1.2. No puede haber ayuda alguna para Israel hasta que se
arrepienta y vuelva a buscar su auxilio en el Señor (v. 15). Esto
está en concordancia con las palabras de Amós (5.6; 9.8ss). Todo
el sistema sacrificial establecido en el desierto había tenido este
propósito de traer al pueblo a un corazón quebrantado. A esto es a
lo que Dios está llamando en este momento.
Por esto, es adecuado que Oseas haga ahora un llamamiento al
pueblo para que vuelva al Señor (6.1-3). Es un fuerte llamado
evangelístico a arreglar cuentas con Dios. Él ha juzgado. También
puede sanar (v. 10).
La descripción sugiere no solo un león que destroza sino tam-
bién un médico que puede curar. Más tarde, Isaías usará también el
símbolo del médico (Is 1).
La referencia a la resurrección del tercer día (v. 2) puede estar
hablando de la resurrección de Cristo, también al tercer día, puesto

287
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

que en su resurrección está también la nuestra si creemos en él. En


realidad, el pueblo no se arrepintió en gran número hasta la venida
de Juan el Bautista, y fue poco después de esto cuando el Señor
triunfó del pecado y de la muerte para nosotros a través de Jesu-
cristo. Pablo dice en 1 Corintios 15.4 que Cristo fue levantado de
entre los muertos en el tercer día según las Escrituras. Quizá se
estaba refiriendo a las palabras de Oseas 6.2.
Sin embargo, una vez más es necesario recordarle a Israel que
su regreso al Señor no puede ser basado en su propia bondad (vv.
4-11). Solo el Señor es el modelo de la verdadera bondad. Por
tanto, la «bondad» de los hombres está lejos del modelo divino. No
tiene una sustancia verdadera, sino que es como una nube que
desaparece rápidamente (v. 4). Esto es cierto, tanto en el caso de
Judá como en el de Efraín (Israel). Enviando un profeta tras otro, el
Señor le ha mostrado a Israel que sus obras no son rectas ante él
(v. 5). La confianza que Israel ha puesto en el ritual y en los siste-
mas sacrificiales como obras para ganar la salvación, lo continúa
apartando de Dios. Las palabras del versículo 6 que resumen todo
lo que el Señor desea realmente están de acuerdo con lo que he-
mos visto anteriormente (ver 1 S 15.22; Sal 51; Am 5.21ss).
La referencia a Adán en el versículo 7 probablemente tenga
que ver con el pecado de este al no guardar el pacto de obras
establecido entre Dios y él en el Edén. Según ese pacto, viviría
mientras obedeciera a Dios perfectamente, pero moriría el día en
que pecara (Gn 2.16,17). Este versículo nos enseña simplemente
que todos estamos espiritualmente muertos, y somos incapaces de
hacer ninguna obra buena en nuestro propio estado natural. Como
lo dirá Pablo más tarde, «todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios» (Ro 3.23).
Como había dicho Dios anteriormente, la maldad de Israel debe
ser descubierta para dejar a la vista su pecado (7.1-7, cf. 2.10). No
podrá haber sanidad hasta que haya sido puesta al descubierto la

288
Los profetas del siglo octavo

totalidad de su enfermedad espiritual (v. 1). Se compara el pecado


de Israel con un horno calentado; en realidad, como un horno su-
mamente caliente que consume a todos y a todo (vv. 4-7). Dios
conoce toda la extensión del pecado de Israel y no lo pasará por
alto (v. 2).
En una serie de imágenes gráficas, Oseas describe a continua-
ción la total incapacidad de Israel para ayudarse a sí mismo (vv. 8-
16). En primer lugar, el pueblo es asemejado a una torta mal cocida
(vv. 8-10). Puede que dé buena impresión, pero si se lo ve más de
cerca, es inaceptable. Simplemente no conoce sus fallos, y por tan-
to, no se vuelve al Señor.
Después es comparado a una paloma incauta, que no es capaz
de decidirse sobre dónde acudir en busca de ayuda (vv. 11-12).
Vuela de un lado a otro, haciendo alianzas con Egipto y alianzas
con Asiria, cuando debería volar hacia el Señor.
Finalmente, es como un arco engañoso, que parece fuerte, pero
se rompe cuando es forzado (vv. 1 S 16) . Evidentemente, había
algunas señales de reforma en Israel en este momento, como des-
pués las habría en Judá en la época de Josías. Pero la reforma no
nacía del corazón (v. 14). El regreso, fuere cual fuere, no sería
hacia el Señor sino quizá solamente a unas apariencias ritualistas
religiosas (v. 16). Ciertamente, era hipócrita, y no era genuino, por-
que se siguieron cometiendo las mismas faltas y maquinando mal-
dades (vv. 13,15).
Todo esto quiere decir que el juicio proveniente del Señor, es
inevitable (8.1-14). Se llama aquí a las trompetas para que den la
voz de alarma, una advertencia previa del juicio de Dios que pende
sobre ellos (v.1, cf. 5.8; Jl 2.1).
El pueblo dice que conoce al Señor (v. 2), pero todo lo que
conocen son sus propios ídolos, hechos con sus manos, y esto Dios
no lo aceptará como un culto auténtico (vv. 4-7). Además, han
hecho alianzas con las naciones paganas en lugar de confiar en el

289
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Señor (vv. 4-7). Han puesto en lugar de él sus propios sacrificios y


sus propios fines y exigencias (vv. 13-14).
Por consiguiente, el Señor no aceptará sus sacrificios (v. 13),
sino que los enviará de vuelta a la esclavitud entre las naciones
(Egipto les recuerda sus 400 años de esclavitud en el pasado). Ya
pueden construir y hacer sus planes, que Dios los destruirá todos
(v. 14).
La parte final de la exposición hecha por Dios de su querella
contra Israel despliega las consecuencias de que haya roto el pacto
con él (9.1—10.15). Recordemos que el antiguo pacto estipulaba
que, para seguir disfrutando de las bendiciones de Dios en la tierra
de Canaán, Israel debería seguir honrándolo y guardando sus man-
damientos. Dios había intentado mantener fiel a Israel, con mucha
paciencia y longanimidad, pero ahora se hace evidente que Israel
ha fracasado. Por lo tanto, las consecuencias de su infidelidad se
harán sentir.
Primeramente, el culto verdadero en Israel tendrá su final (vv.
1-9). En este momento señala que en la cautividad a la que irán no
habrá oportunidad para servir al Señor al que se han negado a
servir cuando aún podían (vv. 3-5). En segundo lugar, no quedará
fruto permanente en Israel (vv. 10-17). Esto significa que no hay
futuro para Israel cuando vaya a la cautividad. Dios había llamado
a Israel para que fuera una viña que diera fruto, para tener hijos y
ser su pueblo, pero puesto que desobedeció, se secará y no tendrá
futuro (vv. 11,12,14,16).
En tercer lugar, su reino y por tanto su historia habrán llegado a
su final (10.1-15). Puesto que rechazaron a Dios como rey, se les
negará tener rey (v. 3). En lugar de ello serán llevados a Asiria con
todo lo que poseen (vv. 6ss). La línea de los reyes de Samaria será
cortada (v. 7).
Efraín (Israel) es descrito aquí como una novilla necia que nun-
ca será capaz de aprender disciplina (vv. 9-11). Y sin embargo, el

290
Los profetas del siglo octavo

Señor vuelve a llamar a la obediencia una vez más al concluir su


querella contra el pueblo (v. 12). El pueblo, incapacitado para ayu-
darse a sí mismo, debe buscar la ayuda de Dios.
Pero por la gracia de Dios, el mensaje podría muy bien haber
terminado aquí, y sin embargo, el Señor, rico en su misericordia y su
amor, manifiesta en los capítulos finales cómo su gracia triunfa
sobre nuestros pecados (11.1—14.8).
Comienza hablando del amor de Dios por Israel, incluso cuan-
do el pueblo estaba esclavo en Egipto (v. 1). Los llamó de allí para
que vinieran a ser sus hijos. El uso que hace posteriormente Mateo
de este pasaje para mostrar que Dios había dispuesto que Jesús
fuera llamado de vuelta a Palestina procedente de Egipto cuando
era un niño pequeño simplemente indica cómo Jesús, nuestro susti-
tuto, es identificado con su pueblo, al que vino a salvar (Mt 2.15).
El Señor siguió llamando a su pueblo, profeta tras profeta. No-
temos cómo sus relaciones con ellos tuvieron que cambiar; de rela-
ciones con quienes se considera hijos, a relaciones con animales
tercos (vv. 3-4).
Israel merecía el castigo, porque a pesar de toda la paciencia y
todo el amor de Dios se negó a volver a él (vv. 5-7).
Y sin embargo, este lastimero estado de Israel, provocó a Dios
a gran compasión (vv. 8-11). Dios tendrá un pueblo santo y sin
defecto. No abandonará a Israel (v. 8). No lo tratará como hizo con
Adma y Zeboim (ciudades hermanas de Sodoma y Gomorra, me-
nos conocidas que estas, Gn 14.8).
La representación de Dios como león rugiente aparece de nue-
vo, esta vez para mostrar que Dios rugirá y su pueblo de todas
partes del mundo vendrá temblando a él (vv. 10,11). Esto tiene que
ser una referencia a la decisión de Dios de llegar a tener un pueblo
sacado de todas las naciones, tal como vimos en 1.10—2.1.
Dios aclara que Efraín, el reino del norte, ha sido rechazado,
pero que él continuará trabajando en Judá para llegar a tener un

291
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

pueblo fiel (v. 12). La única respuesta para los hijos de Dios que hay
en Israel, es esperar en el Señor (12.6) . Esta palabra, «esperar», es
muy importante, y es palabra clave en los últimos profetas, puesto
que llama al pueblo a desesperar de cualquier esperanza que tuviera
puesta en sí mismo y a mirar a Dios en busca de respuesta.
La siguiente sección, 12.7—14.3, es como si fueran las delibe-
raciones de un juez que pesa los pros y los contras de un caso,
hasta llegar a hacer un veredicto final. Por una parte, Israel es
vano, está lleno de orgullo, y vive en el engaño (vv. 7,8). Pero por la
otra, Dios ha tenido un propósito con Israel desde los días de Egipto
(vv. 9,10).
Por una parte, Israel está lleno de iniquidad (v. 11). Su tierra
está repleta de altares que simbolizan su rechazo de Dios. Pero por
la otra, Dios ha ido protegiendo fielmente a Israel desde los días en
que llamó a Jacob y lo dirigió (v. 12).
Por una parte, Israel ha estado provocando continuamente a
Dios a la ira con su idolatría. El pueblo es como el humo, sin sustan-
cia (vv. 14—13.3). Por otra parte, sin embargo, Dios es su única
esperanza, su único Dios verdadero (vv. 4,5).
Por una parte, el pueblo merece el castigo. Se lo han acarreado
ellos mismos. Sus jefes, en los que han confiado, han fallado todos
(vv. 6-13). Pero por otra parte, Dios tiene poder sobre el infierno y
la muerte, y los puede rescatar (v. 14).
En conclusión, el Señor aclara que los pecadores que no se
hayan arrepentido deben ser destruidos (vv. 15,16). Pero aquellos
que miren hacia el, reconociendo sus pecados y buscando su mise-
ricordia, serán conservados (14.1-3).
El veredicto final del Juez, que es el Señor, aparece en los
versos 4-8. Dios decide sanar. Los amará gratis, porque solo por su
gracia podrán sobrevivir. Por tanto, los llama para que se refugien
en él (v. 7). Vemos, por consiguiente, que en Oseas se le hace ver
a Israel en primer lugar su gran pecado contra Dios, y también, que

292
Los profetas del siglo octavo

no puede hacer nada para corregirse. Debe echarse en los brazos


de la misericordia de Dios y refugiarse en él.
Esto, que es cierto para Israel, lo es también para todos los
hombres. Oseas concluye con una aplicación general de las leccio-
nes aprendidas aquí (v. 9). Dios salvará y bendecirá a los que an-
den confiados en él. Estos son los justificados, como lo era Abraham
(Gn 15.6), como también afirmó Habacuc (2.4). Pero los perdidos
en sus delitos, los que se nieguen a arrepentirse y volverse al Señor
en busca de ayuda, caerán.

III. Isaías
El profeta Isaías dirigió su mensaje a Judá, el reino del sur, en
los últimos días de Israel y Siria en el norte. Fue llamado en el
último año de Uzías y continuó profetizando hasta bien entrado el
reino de Ezequías (1.1).
Una breve visión de conjunto del contenido puede ser de ayuda
antes de que miremos más de cerca la exposición de su mensaje.
El libro de Isaías, en sus primeros capítulos, se desarrolla con
un ciclo que se va repitiendo: 1. el propósito de Dios; 2. el pecado
de Judá; 3. el juicio consiguiente; 4. la esperanza que prevalece
para el remanente. Podemos ver este ciclo en especial, en los capí-
tulos que van del 1 al 12.
La siguiente sección de Isaías (capítulos 13 al 27) se refiere al
juicio de Dios sobre las naciones que ha usado para disciplinar y
castigar a su pueblo. Esta sección se cierra también con una expre-
sión de esperanza para el remanente de los que crean.
La tercera sección, que va del capítulo 28 al 35, hace una apli-
cación de las dos secciones anteriores al declarar todas las desgra-
cias que sobrevendrán a todos los que hagan el mal, tanto en las
naciones como en Judá, y al ofrecerles esperanza a aquellos que
pongan su confianza en el Señor.

293
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La última sección de Isaías está separada de las demás por la


inclusión de una sección histórica breve que sirve de ilustración a
los principios de juicio y esperanza, tal como los aplica Dios a la
historia del mundo (capítulos 36 a 39).
La parte final del libro comienza con el capítulo 40 y desarrolla
el tema de la esperanza de los capítulos anteriores. Está dirigido al
remanente, el verdadero pueblo de Dios, que confía en él.
Miremos ahora de cerca cada una de las grandes secciones,
comenzando con la exposición del ciclo repetido del propósito divi-
no, el pecado del hombre, el juicio consiguiente, y la esperanza que
prevalece.
En realidad, el capítulo primero sirve de introducción a todo el
libro y al mismo tiempo nos da los primeros ejemplos de estos ciclos
tan característicos de los primeros 12 capítulos.
El capítulo 1 resume el mensaje de todo el libro. Termina en
forma similar a la conclusión de todo el mensaje en el capítulo 66.
Se presenta brevemente el propósito de Dios en la primera
parte del versículo 2. Este habla sin muchos rodeos del plan de
Dios de tener hijos. Sin embargo, sabemos gracias a toda la revela-
ción anterior de Dios, que se proponía que estos hijos fueran santos
y sin mancha en su presencia, en una relación de amor a Dios y
amor mutuo. Por tanto, aquí solo era necesario considerar implícito
ese propósito usando la palabra «engrandecí».
El segundo aspecto del ciclo, el pecado de Judá, se presenta a
continuación (vv. 2b-5). Israel se ha rebelado y no conoce al Señor
(v. 3). Por tanto, se dirige a Israel como a nación pecadora y semi-
lla de hacedores del mal (v. 4). En esta forma, el pueblo había
despreciado al Señor que es llamado aquí el Santo.
La santidad de Dios es uno de los temas principales de Isaías.
Con este término se entiende la perfecta armonía de Dios en ca-
rácter, persona, y propósito. Dios es santo, y por tanto no hay lugar
para ningún defecto en él, o en alguien o algo que tenga que ver con

294
Los profetas del siglo octavo

él. Así vemos que aquí, en el versículo 4, la santidad de Dios se


contrasta con la condición pecadora del pueblo de Israel, que se
suponía que fuera el pueblo de Dios.
La extensión del pecado queda acentuada en el versículo 5 con
las palabras «toda cabeza» y «todo corazón».
A continuación viene el juicio consiguiente (vv. 6-8). Como ya
habían enseñado Joel y Amós, Israel ha sido herido y golpeado para
hacerlo ponerse de rodillas. Aquí aparece también (v. 7) el juicio
por medio del fuego, presentado primeramente por Joel y desarro-
llado después por Amós (Jl 1.19; Am 1.4).
Y con todo, aquí se ve también la fe que prevalece, basada en
la determinación de Dios de tener un pueblo a pesar de la debilidad
y los fallos del hombre. El versículo 9 insiste en la esperanza, dejan-
do en claro que hay un remanente que sobrevivirá, a diferencia de
Sodoma y Gomorra, donde no hubo remanente alguno. Más aun, es
Dios el causante de este remanente; es él mismo el que ha decidido
dejar un remanente, lo cual es muy distinto de que quede un rema-
nente que sobreviva por sus propios méritos o aun por su fortaleza.
En los primeros nueve versículos de Isaías, pues, vemos repe-
tirse por primera vez el ciclo en el libro: el propósito de Dios; el
pecado de Judá; el juicio consiguiente; la esperanza que persiste.
A continuación, hay una sección corta que trata sobre la única
solución al pecado de Israel (vv. 10-20). En la misma se le recuerda
al pueblo la seriedad de su pecado, al dirigirse a él como a «Sodoma
y Gomorra» (v. 10). El rechazo total que hace Dios a toda su vida
religiosa, incluyendo su práctica de la oración, tacha toda esperanza
en el sistema sacrificial a base de ritualismos (vv. 11-15). Todo el
sistema de sacrificios y la oración habían sido instituidos por el Señor
a través de Moisés desde mucho antes. Sin embargo, el pueblo se
había conformado a ellos solo exteriormente y no en su corazón, por
lo que Dios ahora deja en claro que un culto así, sin importar su forma
o su apariencia, es algo inaceptable para él.

295
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Esto no es nada nuevo; Dios había rechazado las ofrendas de


Caín porque su corazón estaba lejos de él. Era del maligno (1 Jn
3.12), mientras que por otra parte, el sacrificio de su hermano Abel
fue aceptado porque lo trajo al Señor con fe (Heb 11.4).
Por consiguiente, Israel no podría complacer a Dios, mientras
el pueblo no fuera limpio de corazón y viviera una vida que viniera
de corazones rectos (vv. 16,17). Hemos visto en otros lugares a
Dios exigir lo que ahora está solicitando (cf. Am 5.15; Os 6.4-6). El
razonamiento es que, puesto que los corazones de los hijos del pue-
blo están llenos de pecado, nunca van a ser capaces de cumplir con
las exigencias de Dios por sí mismos.
Los versículos del 18 al 20 son anticipo del capítulo 53 y por
tanto ofrecen a los que lo deseen de corazón la esperanza de un
corazón limpio; una obra que solo Dios puede hacer. Las manos
llenas de sangre de las que se habla antes, versículo 15, proceden
de corazones llenos de sangre de pecado, y solo pueden ser limpia-
das por Dios.
Una vez más, y con el propósito de hacer énfasis en la necesi-
dad que tiene Israel de la ayuda de Dios, el profeta vuelve al tema
de la condición tercamente pecadora de Israel (vv. 21-23). La des-
cripción dada aquí del mal en la tierra, es típica de otros profetas
estudiados anteriormente (cf Am 2.6ss).
La parte final del capítulo 1 muestra cómo el Señor, al mismo
tiempo que castiga y desecha a todos sus enemigos, salvará a un
remanente (vv. 24-31). Los que no busquen en Dios su purificación
serán desechados, porque son los enemigos de Dios (vv. 24,25).
Son los prevaricadores de la tierra, que se niegan a arrepentirse y
volverse a la confianza en Dios (vv. 28-31). Al final, deberán ser
echados al fuego del juicio divino (cf. Am 9.10).
El resto, los que queden, que serán el verdadero pueblo de
Dios, y que están convertidos al Señor, habiendo vuelto a confiar en
él, serán redimidos por la justicia y el juicio de Dios que les será

296
Los profetas del siglo octavo

aplicados (vv. 26,27). Sión es considerada aquí, y en otros lugares


de las Escrituras, como el verdadero pueblo de Dios. Así pues, para
los hombres solo hay dos alternativas: arrepentirse y ser salvos por
su confianza en el Señor, o, de lo contrario, rehusarlo y perecer.
Los capítulos del 2 al 4 siguen el ciclo presentado en 1.2-9. En
estos capítulos el círculo está mejor desarrollado. Primero, descri-
be los buenos propósitos de Dios en el 2.1-4. Aquí los últimos días
se refieren a esa época en la que el propósito de Dios de llegar a
tener un pueblo y haya alcanzado hasta las naciones que están en
los confines de la tierra y reunido a todos los elegidos de Dios de
todos los pueblos de la tierra (v. 2). El pueblo de Dios se distinguirá
en la tierra, porque son aquellos que amarán la Palabra de Dios y
desearán conocerla y obedecerla (v. 3; cf. Sal 1). Sucederá lo con-
trario de lo que se dice en Joel 3.10, y el pueblo de Dios triunfará,
no con las armas de guerra, sino con la espada del Espíritu, la Pala-
bra de Dios (cf. Mt 26.52; Ef 6.17). Estos versículos se refieren sin
lugar a dudas a los días de la proclamación del evangelio en los
confines de la tierra, esto es, la época posterior a la Gran Comisión
de Cristo y a la venida del Espíritu Santo para darle capacidad al
pueblo de Dios para hacer lo que por su propia fuerza jamás podría
llegar a hacer.
A continuación, vemos la segunda fase del ciclo, el pecado del
pueblo en el presente (2.5-8). En contraste con los buenos propósi-
tos de Dios, lo que realmente sucedía en los tiempos del profeta era
que el pueblo había caído de lleno en costumbres mundanas y en
pecado (vv. 6-8).
Esto nos lleva a la tercera fase del ciclo, el juicio inevitable de
Dios sobre este pueblo pecador (vv. 9—4.1). En este lugar se de-
sarrolla notablemente el tema del juicio de Dios. En una forma
similar a la de Joel, Isaías habla del día del juicio como el día del
Señor (v. 12; cf. Jl 1.15ss). Los hombres orgullosos serán humilla-
dos de tal manera que solo el Señor sea exaltado (vv. 12,17). Se

297
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

presta mucha atención al significado que esto tiene para la propia


Jerusalén (3.1-1 2). Todo aquello en que el pueblo se había apoya-
do fallará (vv. 1-3). La ciudad quedará arruinada (v. 8). Los gober-
nantes (vv. 13-15) y las mujeres que aman los lujos (vv. 16-24) son
objeto de una reprensión especial (cf. Am 4.1-3; 6.1-6). El juicio
llegará bajo la forma de las naciones que guerrearán contra la ciu-
dad y se llevarán cautivo al pueblo (vv. 25,26; cf. Am. 6:7ss).
Pero Dios, que es rico en gracia, y no abandonará sus buenos
propósitos, da aquí una vez más en la fase final del ciclo una espe-
ranza para el remanente (4.2-6).
Quedarán algunos, un remanente purgado de toda maldad, el
pueblo santo de Dios (v. 3). Estos son los verdaderos ciudadanos
de la verdadera Jerusalén de Dios. Aquí debemos recordar cómo el
libro de Hebreos nos muestra que los verdaderos hijos de Dios han
mirado siempre por fe, más allá de la ciudad terrena, a la Nueva
Jerusalén, la verdadera Jerusalén, como su verdadero hogar (Heb
11.9-10; 12.22-24; 13.14; cf. Gá 4.25,26; Ap 3.12; 21.2,10).
Los capítulos 5 y 6 presentan el ciclo una vez más en la forma
de una parábola y un llamado de Dios a Isaías.
El ciclo comienza con la ya familiar fase primera, los buenos
propósitos de Dios. El Señor plantó una viña. Hizo todo lo necesa-
rio para que esa viña produjera buen fruto (5.1,2). En este pasaje,
como veremos, Israel está representado por la viña. Es el pueblo
del cual Dios esperaba buen fruto. Podemos comparar esto con el
versículo 1.2a.
Pero Israel no satisfizo las expectaciones divinas. En lugar de
ello pecó contra Dios y produjo mal fruto (vv. 2b-4). Aquí encontra-
mos de nuevo la segunda fase del ciclo, el pecado y el fracaso del
pueblo (cf. 1.2b-5).
A continuación viene la fase tercera, que es el juicio consi-
guiente (vv. 5,6). Vemos de nuevo la selección divina.

298
Los profetas del siglo octavo

El versículo 7 resume el pecado de Israel y su fracaso en dar el


fruto esperado. En las traducciones modernas se ha perdido mucho
porque aquí hay un juego de palabras sumamente interesante. Dios
buscaba juicio (en hebreo, mishpat), y encontró opresión (hebreo,
mispach). Dios buscaba rectitud (hebreo, sedaka) y encontró cla-
mor (hebreo, seaka). El juego de palabras es impresionante e inol-
vidable. Notemos de nuevo que la voluntad de Dios está expresada
en esos mismos términos, juicio y rectitud (cf. Gn 18.19).
En el resto del capítulo 5 se expone el juicio de Dios contra
Israel. Hay muchas cosas que nos recuerdan a otros profetas que
ya hemos estudiado: v. 8 a 1 Reyes 21.17-21; Jeremías 22.13-17;
Miqueas 2.2; Habacuc 2.9-12; vv. 11,12 a Amós 6.3ss; v. 13 a
Oseas 4.6; v. 23 a Amós 2.6ss; vv. 26-30 a Joel capítulo 2. El juicio
vendrá bajo la forma de naciones guerreras que destruirán a Jeru-
salén con sus asedios (vv. 26-30).
Finalmente, con el capítulo 6 llegamos a la cuarta fase del ciclo,
la esperanza para el remanente. Esta fase incluye aquí el llama-
miento y el ministerio de Isaías y explica por qué pone su llama-
miento no al principio sino en su lugar adecuado, como parte de la
esperanza para el remanente de Dios. Esto está de acuerdo con lo
que el Señor le había mostrado a Elías mucho antes: que la espe-
ranza de un pueblo fiel a Dios está relacionada con el llamamiento
que hace Dios a los profetas para que proclamen su Palabra, de
modo que esa Palabra pueda prender en sus corazones (ver co-
mentario sobre 1 de Reyes, capítulo 9).
El llamamiento de Isaías es en realidad una ocasión de espe-
ranza. Comienza cuando Isaías tiene una visión del Señor en su
gloria y su santidad. Isaías se siente sobrecogido, como lo estaría
cualquier pecador en la presencia del Dios Santo (v. 5).
El Señor le asegura inmediatamente a Isaías que ha sido purifi-
cado por él (vv. 6,7). Es decir, que debido a que Isaías reconoce su
condición de pecador y su necesidad de que Dios lo limpie, Dios le

299
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

asegura que sus pecados son perdonados (v. 7). Por tanto, para
Isaías, las condiciones expresadas en 1.18 son una realidad. Así es
como el profeta se convierte en un ejemplo de lo que le debe suce-
der a todo hijo de Dios auténtico: debe llegar a darse perfecta cuenta
de su propio pecado y clamar a Dios pidiendo ayuda, a fin de recibir
el poder purificador que solo Dios tiene.
Ahora bien, Isaías es llamado a dar testimonio y ser el mensa-
jero de Dios a la iglesia (vv. 8-13). Su ministerio será difícil, y la
mayoría no creerá su mensaje. Pero un remanente sí lo creerá: la
simiente santa (v. 13). Una vez más vemos que la verdadera espe-
ranza se ofrece solo al remanente.
El capítulo 7 nos da una nueva oportunidad de ver el ciclo, esta
vez en un suceso histórico de ese período. La situación histórica
queda descrita en los versículos 1 y 2. Acaz estaba en ese momen-
to en el trono de Judá, y se hallaba amenazado por los reinos del
norte: Siria e Israel.
En este momento el profeta Isaías llegó ante el rey Acaz para
darle la seguridad de que no tenía nada que temer, porque Dios
derrotaría a sus enemigos y salvaría a Jerusalén de una posible
captura (v. 4). Lo único que se le pedía a Acaz era confiar en el
Señor y creer en él (v. 9). Esto constituye el buen propósito de Dios
de llegar a tener un pueblo, la primera parte del ciclo. Es significa-
tivo que el hijo de Isaías reciba el nombre de Sear-jasub, que signi-
fica «un remanente volverá», llevando de esta forma, como los
hijos de Oseas, un mensaje para el pueblo de Israel en su propio
nombre.
La segunda parte del ciclo aparece en el rechazo por parte de
Acaz, que se niega a creer, y por tanto, en su pecado contra Dios
(vv. 10-16). El pecado de Acaz no es tan evidente aquí, puesto que
finge que no quiere tentar a Dios (v. 12). Sin embargo, en 2 Reyes
16.7-9 leemos que en lugar de confiar en que el Señor derrotaría a
sus enemigos, Acaz sobornó al rey de Asiria para que combatiera y

300
Los profetas del siglo octavo

los derrotara. Por supuesto, Tiglat-Pileser se sintió complacido de


hacerlo, porque tenía la intención de llevarlo adelante de todas ma-
neras. De esta forma, no solo lo hacía sino que Acaz le pagaba por
ello. Tomó Damasco, la capital de Siria, en el 732 .C., y diez años
después, en el 722, capturó Samaria.
Es de destacar en este suceso histórico el hecho de que sirve de
ocasión para que comiencen las profecías con respecto a un niño que
nacerá y que se alzará para ser el Salvador del pueblo de Dios.
En el verso 14 se predice el nacimiento de ese niño. Nacerá de
una virgen. Es digno de tener en cuenta que esta promesa no fue
hecha a Acaz sino al pueblo de Dios, a la casa de David, de la cual
vendría el niño que habría de nacer.
En los últimos años ha habido quienes discuten que el versículo
14 no promete un nacimiento virginal sino tan solo que nacería de
una mujer joven. Sin embargo, la palabra usada aquí para decir
«virgen» se encuentra en otras partes y en contextos en los que
siempre significa «virgen». Además de esto, la traducción más an-
tigua del Antiguo Testamento, la Septuaginta griega, usa la palabra
griega que solo puede significar «virgen». Además, el punto clave
está en que si esto ha de ser una señal de esperanza para el pueblo
de Dios es porque es un milagro, una evidencia de que Dios obra
sobrenaturalmente. Finalmente, lo más importante de todo: el Nue-
vo Testamento entiende que el versículo predecía el nacimiento
virginal de Jesucristo (Mt 1.23; cf. Lc 1.27,31-35). El nacimiento
de este niño sería la esperanza del pueblo de Dios y la señal de la
venida de Dios en la carne (Lc 2.10,11).
El nombre que se da aquí, Emmanuel, significa «Dios con no-
sotros» y señala hacia la venida del Señor en la carne para estar
con su pueblo a fin de salvarlo de sus pecados. Cuando el Señor
llamó por primera vez a Moisés, le prometió que estaría con él y
puso su propio nombre como un recordatorio de esa promesa (ver
nuestro comentario sobre el capítulo 3 del Éxodo). A partir de en-

301
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

tonces mostró de manera continua su presencia con su pueblo.


Ahora promete a través de Isaías que estaría con ellos de una
manera nueva y especial, en la carne, cuando la virgen que había
sido designada para ello tuviera un hijo.
Debido a la falta de fe de Acaz, lo siguiente es la fase de juicio
del ciclo (vv. 17-20). Ahora Dios nombra a la nación pagana que él
habrá de levantar contra la tierra: es Asiria (v. 17). Asiria se describe
como navaja alquilada, controlada por Dios, pero con la naturaleza de
un destructor que corta donde quiera que se lo coloque (v. 20).
Finalmente, el incidente histórico concluye con la promesa de
esperanza para el remanente (vv. 21-25). La mantequilla y la miel
en abundancia sugieren una bendición para aquellos que queden
después del juicio de Dios, el remanente (v. 22).
La parte final de la primera sección de Isaías, que comprende
los capítulos del 8 al 12, es un entrelazamiento de los cuatro temas
anteriormente presentados. Todo llega a su clímax con el triunfo de
la gracia de Dios y una gran esperanza para todos aquellos que
creen en el Señor.
Primeramente se muestra al propio hijo de Isaías como una
señal del hijo que habrá de nacer de una virgen. Su nombre sugiere
la derrota de los enemigos de Judá, que eran Siria e Israel tal como
lo había prometido Dios a Acaz (vv. 1-4).
Israel, el reino del norte, es destruido porque rechazó la delica-
da corrección del Señor (las aguas de Siloé: versículo 6). Por ello,
será destruido por el gran río, Asiria. Pero Asiria no se detendrá en
la frontera de Judá (v. 8). El rey de Asiria bajará arrasando como
un río desbordado, hasta Judá.
Ahora se le da a Judá una palabra de consuelo. Gracias al
Emmanuel, Dios con nosotros, Judá permanecerá (vv. 8,10). Por
tanto, vemos cómo el Emmanuel es dado como una promesa en la
generación de Acaz para que Judá sea librado de sus enemigos
inmediatos: Siria, Israel, y Asiria. Pero en un sentido más completo,

302
Los profetas del siglo octavo

para todo el pueblo de Dios Emmanuel es la esperanza de libera-


ción de manos de sus grandes enemigos: Satanás y el pecado (cf.
Mt 1.21) .
Isaías encarna en sí esta esperanza en las palabras de 8.16-22.
En la afirmación, «esperaré a Jehová» (v. 17), Isaías une su testi-
monio con todo el pueblo de Dios de la época del Viejo Testamento,
que esperaba (buscaba) la liberación de Dios como su única espe-
ranza. El escritor de Hebreos afianza esta interpretación cuando
cita este pasaje (Is 8.18) aplicándolo a la obra de Jesucristo para
derrotar a nuestro enemigo el diablo (Heb 2.13-15).
Las palabras finales del capítulo 8, los versículos del 19 al 22,
contienen una advertencia para todos los que rechacen este men-
saje de esperanza (v. 20). Al final del capítulo Isaías multiplica las
palabras que tienen un significado de abatimiento y oscuridad (v.
22) para darle mayor énfasis a la verdad dicha anteriormente: que
para aquellos que rechacen el mensaje de esperanza de Dios no
habrá amanecer.
El capítulo 9 es una continuación del pensamiento del capítulo
8. En contraste con el abatimiento ofrecido a los que no crean, una
gran luz brillará para el pueblo de Dios en los últimos tiempos (v. 1).
Mateo 4.15,16 cita estos versículos como cumplidos al llegar Jesús
a la región de Capernaum. De manera que estamos viendo nueva-
mente que el término «últimos tiempos» hace referencia al momen-
to de la venida de Jesús en la carne.
Una vez más aparece desarrollado el tema de la esperanza que
se centra en el nacimiento del niño (vv. 6,7). Esta vez se declara
que es no solamente el hijo de hombre sino también Dios mismo (v.
6). Heredará el trono de David, pero probará la justicia y el juicio
que es la verdadera simiente de Abraham (v. 7; cf. Gn 18.19).
Esta buena noticia para aquellos que pusieran su confianza en
el Señor resultará ser mala para los orgullosos y arrogantes que
han rechazado a Dios, como sucedió en el reino de Israel al norte

303
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

(vv. 8-21). Después, en 10.1-4, en una forma que trae a la mente


las palabras de Amós, Isaías pronuncia una solemne lamentación
sobre los malvados de la tierra que oprimen a los hijos de Dios.
Como un anticipo a la segunda parte de Isaías (los capítulos del
13 al 27), el profeta se aparta brevemente del tema para hablar con
Asiria, el báculo de su furor (vv. 5-19). Dios había dicho que usaría
a Asiria para castigar a Israel y Judá (8.4-8). Sin embargo, Asiria
ha hecho la voluntad de Dios no por motivos correctos, para servir
o agradar al Señor, sino por orgullo (vv. 7-11).
Esta sección nos da un cuadro excelente de la obra del Dios
soberano en la historia. Toma a hombres malvados y naciones pe-
cadoras y los usa para llevar a cabo sus propósitos. Pero ellos
también deben recibir su castigo; porque han hecho lo que hicieron
motivados por un corazón perverso (vv. 12-14). Estas naciones y
pueblos malvados son comparados con un hacha o una sierra (v.
15). Son destructores por naturaleza. Existen para cortar, rasgar, y
romper. Pero en las manos del Maestro Artífice realizan el propósi-
to de Dios, de la misma manera que una sierra en las manos de un
carpintero hace lo que él pretende que haga. El ejemplo más claro
de esto es por supuesto la crucifixión de Jesús, que fue a un tiempo
el más nefando de los crímenes y el cumplimiento del propósito
soberano de Dios (Hch 2.23).
Lo restante de la primera parte de Isaías, de 10.20 a 12.6, trata
sobre el tema de la esperanza y lo lleva a un clímax de triunfo.
Habla una vez más sobre el remanente (vv. 20-22). Son los
salvados; los que se apoyan en el Señor (confían en él). No son
todo Israel (v. 22), pero son el verdadero Israel, los verdaderos
hijos de Dios.
El capítulo 11 vuelve a insistirle al pueblo en que debe poner su
esperanza en ese hijo que ha de nacer. Aquí se le llama «la vara del
tronco de Isaí» (11.1). Él, al contrario del pueblo infiel de Israel,
llevará fruto agradable a Dios (v. 1; cf. 5.1ss). Su ministerio se

304
Los profetas del siglo octavo

describe en los versículos 2 al 5 en términos que serán aplicados


más tarde al ministerio de Jesucristo (Mt 3.16; Jn 1.32). Notemos
de nuevo que él realizará por el creyente lo que el creyente no pudo
realizar por sí mismo. Aquí el creyente, el hijo de Dios, el beneficia-
rio de la obra del Salvador, es llamado pobre y manso (v. 4), en una
forma similar a Amós 2.6-8.
Por tanto, estamos en presencia de una cadena de revelación
relativa a esa semilla prometida por primera vez en el Edén, la
semilla de la mujer (Gn 3.15). Posteriormente se declara que él
será la semilla de Abraham (22.18), y después, la semilla de David
(Is 9.7). Todo esto, por supuesto, culmina en la persona de Jesu-
cristo. Este es el gran tema del capítulo 1 de Mateo.
La escena de paz descrita en 11.6-10 nos recuerda 2.2ss y
señala hacia la paz final de Dios, que prevalecerá cuando los hijos
de Dios se hayan reunido con él para siempre. El tema del rema-
nente es el dominante en el resto del capítulo 11 (vv. 12,16).
El concepto más claro de quienes componen ese remanente lo
encontramos en el capítulo 12, que es una especie de testimonio del
remanente. Son aquellos que han conocido tanto la ira de Dios por
su pecado, como su amoroso consuelo y su perdón (v. 1). Confían
en el Señor, y lo ven como su fortaleza, el que puede hacer algo
para sacarlos de su apuro, y lo hace (v. 2). Por consiguiente, cuan-
do los demás están aterrorizados por la ira de Dios, y corren a
esconderse de él, los que están en paz con el Señor porque se han
arrepentido de su pecado y tienen fe en él se regocijan y le dan a
Dios las gracias y la gloria (vv. 2,4,5) . Él está verdaderamente con
ellos, que son su pueblo (v. 6).
Así termina la primera sección principal de Isaías, que com-
prende los capítulos 1 al 12. Podemos notar que ha tratado cuatro
temas fundamentales: los buenos propósitos de Dios; el pecado de
Israel; el juicio consiguiente; y finalmente la esperanza triunfante
del remanente. Aun más, esta esperanza del remanente se centra

305
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

en la persona y las obras del Hombre-Dios que vendrá para realizar


toda la voluntad de Dios a favor de sus hijos, los que han creído en él.
La siguiente sección principal de Isaías (los capítulos del 13 al
27) se extiende sobre la idea presentada en 10.5-19 de que el Señor
juzgará también a las naciones paganas que han sido usadas por él
para castigar a su pueblo, porque son malvadas y lo que hicieron
fue nacido no de un deseo de obedecer a Dios sino de su orgullo y
su arrogancia llenos de pecado.
No estudiaremos esta sección en detalle, a pesar de que es una
parte importante del mensaje todo; porque muestra claramente que
Dios conoce los pecados de todas las naciones, y todos le tendrán
que rendir cuentas.
Por tanto, el Señor declara que juzgará a la Babilonia pecadora
usando a los Medos, a los cuales él levantará (13.1—14.23). En
esta sección hay un pasaje que es interpretado a menudo como
referente a la caída del propio Satanás (14.12-15) .
Aunque el pasaje puede tener una referencia secundaria a Sa-
tanás, aparece claro a través del contexto que de lo que primaria-
mente está hablando es de los gobernantes orgullosos y ambiciosos
que tenía Babilonia. Se señalan pasajes del Nuevo Testamento como
Lucas 10.18 y Apocalipsis 9.1 como argumentos de que este pasa-
je es una referencia a la caída de Satanás. Ciertamente, hallamos
aquí la actitud de Satanás y su orgullo. La ambición de ser como
Dios (v. 14) es exactamente la sugerencia que Satanás sembró en
las mentes de Adán y Eva en el Edén.
En 14.24-27 Isaías se vuelve a Asiria, que había sido mencio-
nada anteriormente (10.5ss), y señala que esa nación también sería
derrocada. Después, en secciones sucesivas, se va hablando de
distintas naciones que han tenido su papel en la historia de Israel, y
que con frecuencia han sido usadas por Dios para castigar a Israel.
Se habla una por una, de Filistea (14.28-32); Moab (15.1—16.14);
Damasco (17.1-14); Etiopía (18.1-7); y Egipto (19.1—20.6).

306
Los profetas del siglo octavo

Necesitamos llamar la atención especialmente sobre dos cosas


en estos pasajes. En primer lugar los pasajes relativos al juicio so-
bre las naciones se hallan intercalados con mensajes de esperanza
para el remanente de Israel (14.1—3.32; 16.5). En segundo lugar,
se puede encontrar aquí alguna esperanza, incluso para algunas de
las naciones paganas, que también serán incluidas en el reino de
Dios, como había profetizado Noé (Gn 9.27), y como el Señor le
había prometido a Abraham (Gn 12.3). Veamos ahora Isaías 19.19-
25 y comparémoslo con Isaías 2.2-4.
En el capítulo 20 encontramos una ilustración de tipo histórico
sobre el principio de que Dios usa una nación pecadora para casti-
gar a otra cuando los asirios se levantan contra Filistea y toman
Asdod, lo cual es una advertencia previa de su ataque también
contra Egipto y Etiopía.
En el capítulo 21 se enfoca de nuevo la caída de Babilonia (v.
9), y el grito «Cayó, cayó Babilonia» se convierte en el grito de la
Palabra de Dios por el seguro derrocamiento de todas las naciones
de este mundo y del mismo reino de Satanás (ver. Ap 14.8; 18.2).
Antes de regresar al juicio sobre las naciones, en el capítulo 22,
se dirige una advertencia especial a Jerusalén, que está amenazada
de invasión y captura (v. 9). El pueblo de Jerusalén está en peligro
porque no ha sabido aprender de la historia (v. 11). Ha rehusado
arrepentirse cuando el Señor lo llamaba al arrepentimiento y a la
penitencia a través de sus profetas (vv. 12-14; cf. Jl 1.8-14).
En esta sección, Sebna (v. 15), el escriba de la época de
Ezequías (2 R 18.18) es sustituido por Eliaquim (v. 20) en el oficio
de mayordomo de la casa del Señor, al parecer porque Sebna había
demostrado no tener fe. Eliaquim, que reemplaza a Sebna, se des-
cribe como alguien a quien se le confían las llaves de la casa de
David (v. 22). En este sentido, Eliaquim se convierte en un tipo de
Cristo, como podemos ver en Apocalipsis 3.7).

307
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En el capítulo 23, Isaías regresa a los juicios pronunciados con-


tra las naciones, específicamente contra Fenicia. En este capítulo
se declara concretamente el gran propósito de todos esos juicios, a
saber, envilecer la soberbia de toda gloria y abatir a todos los ilus-
tres de la tierra (v. 9).
Finalmente, con respecto a las naciones, concluye en el capítu-
lo 24 con una declaración general y somera sobre la soberanía de
Dios en la forma en que trata a las naciones, incluso a Israel y Judá,
que son pecadoras como las demás (v. 2). La descripción del caos
que vendrá a la tierra después del juicio es similar a la de la tierra
antes de que Dios pusiera orden en la creación (ver Gn 1.2; cf. Is
24.1,3). La descripción de una tierra contaminada debido a la viola-
ción de las leyes establecidas por Dios sugiere uno de los más
grandes problemas de nuestros tiempos (v. 5). Vemos un final arra-
sador del juicio de Dios en las palabras del versículo 21, cuando los
poderes espirituales de los que están contra Dios en los lugares
celestiales y en la tierra, serán castigados (cf. Ef 6.12).
Como conclusión a toda la sección sobre los juicios de las nacio-
nes, Isaías señala una vez más la gran esperanza del remanente en
los capítulos 25 a 27, a los cuales da el marco de un testimonio perso-
nal de Dios. Está agradecido que Dios sea soberano sobre las nacio-
nes poderosas (v. 2) y protector de los débiles que confían en él (v. 4,
cf. 4.5). Por encima de todo, Isaías alaba a Dios porque triunfa sobre
la muerte a favor de su pueblo (v. 8). El versículo 9 expresa que la
verdadera esperanza y la fe en el Señor pueden resumirse en el
concepto de «esperar en el Señor» (cf. 8.17; cap. 12).
El capítulo 26 es un himno para el pueblo de Dios (v. 1). En el
himno, el profeta se regocija en la paz que vendrá a aquellos cuya
fe está puesta en el Señor (vv. 3,4,12). También da testimonio de su
propio deseo de buscar al Señor (vv. 8,9). Celebra los buenos resul-
tados del castigo infligido por Dios a su pueblo para traerlo de re-
greso a sí (vv. 16-18). En este lugar se expresa incluso la esperan-

308
Los profetas del siglo octavo

za de la resurrección corporal (v. 19; cf. escritos posteriormente


como Ezequiel cap. 36,37; Dn 12.1,2).
La derrota del enemigo, prometida en Génesis 3.15 y termina-
da en el juicio final (Ap 20), es anticipada en este lugar (27.1).
Como consecuencia, el pueblo de Dios puede estar seguro de que
al final será fructuoso (v. 6; cf. cap. 5, en el que aquel fruto había
fallado bajo el antiguo pacto).
Finalmente, debemos tener en cuenta que el castigo por medio
de las naciones, para purificar al pueblo y preservar al remanente,
tiene como intención el preservar y llamar un pueblo de todas las
naciones, para que sea el pueblo santo de Dios (vv. 7-9,12,13).
Ahora Isaías ha establecido que Dios juzgará a todos los peca-
dores, los que están en Judá y los que están en las naciones; todos
los que se han negado a someterse a su voluntad. Y también salva-
rá de Judá, y finalmente de todas las naciones, a aquellos que reco-
nozcan su condición pecadora y se vuelvan al Señor arrepentidos y
confíen en él, esperando de él la obra de su salvación.
Después, en un arrasador crescendo, pronuncia solemnemente
los ayes sobre los malvados y declara esperanza para el remanente
que confía (caps. 28-35). Ambos temas se entrelazan a través de
toda esta sección. Por tanto, aquí, como al final del capítulo 1, solo
quedan dos alternativas: el juicio de Dios o la bendición de Dios, el
infortunio o la esperanza, la muerte o la vida.
Ay de los soberbios (28.1-8). Estos son descritos como borra-
chos que se tambalean en su orgullo (vv. 1,3,7,8). Al perseguir con
afán la bebida, destruyen su capacidad para actuar como guías de
Israel (v. 7). Los versículos 7 y 8 son una clara denuncia del exceso
en la bebida. Y aun estos versos ofrecen esperanza para el rema-
nente (v. 5).
Esperanza para los que son instruidos por la Palabra de Dios
(vv. 9-13). Entonces, ¿quién entenderá? ¿Quiénes son ese rema-
nente? Los que aprendan la verdad como aprende un niño peque-

309
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ño, línea tras línea, un poco aquí y un poco allá, porque el pueblo es
lento para aprender (v. 10). Debido a la falta de fe que prevalece
en Judá, Dios les hablará por medio de aquellos que usan lenguas
extrañas, y aun así, muchos no creerán (vv. 11-13). Esto es posible-
mente lo que sucedió en Pentecostés (Hch 2.1-21; cf. 1 Co 14.22).
Ay de los burladores que mandan sobre Judá (vv. 14-15). Estos
son aquellos que han rechazado la palabra de Dios y la están susti-
tuyendo por sus propias mentiras. Están aliados con el diablo y
buscan su protección en lugar de la divina (v. 15). Aquí podríamos
comparar esta porción con la descripción que hace Pedro de los
últimos días (2 P 3.3). Su refugio en las mentiras contrasta con el
refugio del remanente (Is 4.5,6).
Esperanza por la piedra que está en Sión (vv. 16-29). Este
pasaje es claramente mesiánico. Señala al Salvador que habría de
venir y lo compara con una piedra, esto es, con el fundamento del
pueblo de Dios (v. 16; ver Ro 9.33; 10.11; 1 P 2.6). La única rela-
ción correcta con el Salvador que vendrá, es la fe (v. 16). Solo en él
la justicia y el juicio que Dios espera de sus hijos son posibles (v. 17;
Gn 18.19; Is 5.7). Para escapar del juicio de Dios sobre todos los
pecadores es imprescindible que el pueblo deje de burlarse de la
Palabra de Dios y crea (v. 22).
Ay de los falsos adoradores (29.1-21). Jerusalén es llamada en
estos versículos «Ariel», que significa «el león de Dios» (v. 1). Es
probable que el simbolismo venga de las palabras de Joel y Amós,
que representan al Señor como un león que ruge desde Sión (Jl
3.16; Am 1.2). El león también está asociado con el trono de David
(Ap 5.5; cf. Gn 49.9).
Aquí el problema radica en que el pueblo celebra todo el ritual
del culto (v. 1), pero aunque sus labios hablan palabras en honor de
Dios, sus corazones están lejos de él (v. 13). El corazón del pueblo
está equivocado, y como dispuso Dios desde el principio, los que no
le rindan culto de corazón con fe no son aceptables para él (Gn

310
Los profetas del siglo octavo

4.4,5; cf. Heb 11.4; 1 Jn 3.12). El infortunio les sobreviene porque


creen que en sus corazones pueden pensar lo que les parezca sin
que Dios llegue a saberlo (v. 15).
Esperanza para el remanente que se mantenga en el temor del
Señor (vv. 22-24). Estos, como Abraham, respetan la Palabra de Dios
y buscan el darle honra. Puede que se equivoquen y hasta que mur-
muren, pero Dios, con toda paciencia, los guía hacia la verdad (v. 24).
Ay de los hijos rebeldes (30.1-14). Las imágenes de estos
versículos están tomadas de la experiencia del desierto. Traen a la
memoria la rebelión de muchos en el desierto, que al final fueron
desechados por causa de su falta de fe (vv. 1,2; cf. 1 Co 10.1-5; Heb
3.17; Jud 5). Se negaron a oír la Ley de Dios (v. 9), en contraste con
el remanente que mantiene temor y reverencia por Dios (v. 23).
Su oposición a los verdaderos profetas, que se menciona en el
versículo 10, es similar a lo que Amós había dicho (Am 2.12; 7.13).
Como han despreciado la Palabra, deberán ser castigados (vv. 12,13).
Esperanza en el regreso y la espera (vv. 15-33). Hay aquí un
llamamiento a regresar y descansar, que es un llamamiento a esperar
en el Señor (v. 15). Veremos más tarde cómo Habacuc tuvo que
aprender a esperar la venida del día del castigo y aprendió a descan-
sar en fe. Por tanto, este pasaje va dirigido a los creyentes de la
tierra, los cuales, con los que no son justos, deben arrastrar ahora los
infortunios que vendrán sobre Jerusalén por causa de su pecado (vv.
18-20). Dios, con su voz susurrante; continuará guiando y bendicien-
do a su pueblo (v. 21; cf. 1 R 19.12). La descripción de las bendicio-
nes que dará Dios en los últimos días a sus fieles se presenta en
términos de felicidad campesina, de acuerdo con el sistema divino de
enseñar verdades espirituales a base de figuras físicas.
Ay de aquellos que buscan su auxilio en los hombres y no en
Dios (31.1-9). En este lugar se denuncia la práctica de muchos
reyes de Israel y Judá, que buscan alianzas con hombres, en lugar
de confiar en Dios (vv. 1,3,6,8). Comparar también Oseas 7.11. En

311
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

el mismo libro de Isaías, en dos secciones históricas, tenemos el


fuerte contraste entre Acaz, un rey que busca las alianzas humanas
(cap. 7), y Ezequías, un rey que pone su confianza en el Señor
(caps 36-18).
Esperanza en el rey justo que vendrá (32.1-8). El rey que ha
sido mencionado anteriormente y su reino triunfara al final (v. 1; cf.
9.6,7; 11.4,5). La gracia de Dios estará activa en ese reino, y les
dará la vista a los que pueden ver y el oído a los no pueden oír (vv.
3,4; cf. 6.9,10). Dios ha puesto sus ojos sobre sus hijos que han sido
maltratados, y los vengará (vv. 5-8). En esto vemos que los mila-
gros de los días de Jesús tenían por objeto señalar el poder de Dios
para sanar tanto a los físicamente ciegos y sordos como a los que lo
estaban espiritualmente.
Ay de las mujeres indolentes (vv. 9-15). De nuevo dirige Isaías
un reproche en particular a las mujeres que están en falta (cf. 3.16ss;
y Am 4.1ss). El versículo 11 nos recuerda las palabras de Oseas en
los capítulos iniciales de su libro. Lo que esta sección está señalan-
do es que las cosas se pondrán cada vez peor, hasta que Dios
intervenga en la historia del hombre y cambie los corazones. Isaías,
en el versículo 15, mira de nuevo a la promesa hecha a través de
Joel (Jl 2.28).
Esperanza para aquellos que busquen la justicia y el juicio de
Dios (vv. 16-20). El versículo precedente habla sobre la venida del
Espíritu del Señor y la fertilidad que traerá consigo a los campos (v.
15). Construyendo sobre ello, el profeta declara a continuación que
el fruto del Espíritu que se debe esperar es la justicia y el juicio que
Dios les exige a sus hijos (Gn 18.19; Is 5.7; cf. Gá 5.22,23). Solo
por el don del Espíritu de Dios y su obra podrá el pueblo llegar a
estar en paz con Dios (v. 17) y vivir en seguridad verdadera (v. 18).
Ay de los pecadores desleales de Sión (33.1-16). Se presentan
las alternativas una vez más. Dios castigará y desechará a aquellos
habitantes de Sión, su ciudad, que son malvados y, definitivamente,

312
Los profetas del siglo octavo

no son hijos suyos (vv. 1,14). Pero será misericordioso para con
aquellos que han puesto su confianza en él, que esperan en él, y
cuyas vidas demuestran que la justicia y el juicio de Dios están en
ellos (vv. 2,5,15,16). Vemos aquí claramente el principio de que el
juicio comienza por la casa de Dios, puesto que Dios desecha pe-
cadores de entre su propio pueblo (v. 14). Amós enseñó también la
misma cosa (Am 3.2). Habacuc posteriormente abundará más en
este tema (cf. 1 P 4.17).
Esperanza en el Señor nuestro Rey (vv. 17-24). Hemos visto
cómo la esperanza se va centrando más y más en una persona, en el
Señor nuestro Rey que vendrá. Dios ciertamente mantendrá su pro-
mesa de que estaría con su pueblo, como primero se lo dijo a Moisés
(Éx 3.12). Ahora aparece claramente que él vendrá en la carne como
el Rey de su pueblo, para gobernarlo y para salvarlo (vv. 21,22; cf. Is
7.14; 9.6,7; 11.1-5). Cuando el Señor es declarado como el único
verdadero Rey de su pueblo, los sucesos del capítulo 8 del primer
libro de Samuel parecen haber sido del todo inútiles. Pero la declara-
ción de Moisés y del pueblo al cruzar el mar Rojo se mantiene. El
Señor si es Rey (Éx 15.18), y él nunca abdicará de su trono.
Llegamos ahora al momento final de esta serie de ayes y espe-
ranzas. Como si fuera un resumen de todo lo que ha sido dicho en
esta sección, Isaías concluye que habrá un ay para todos los que
sean objeto de la indignación de Dios (34.1-17). Las naciones y los
pueblos que no agraden al Señor y se rebelen contra él serán cas-
tigados para siempre (vv. 2,3,8,10). El resto de los versículos revela
la destrucción total de las naciones del mundo y la prosperidad
consecuente de toda clase de aves y animales allí donde una vez el
hombre levantó sus ciudades de rebelión (vv. 4,11-15).
Al mismo tiempo, habrá esperanza para aquellos objeto de la
compasión de Dios (35.1-10). Dios puede hacer un lugar bendeci-
do de toda esa soledad y ese desierto descritos anteriormente. En
los versículos 1 y 2 se habla de la devastación descrita en el 34.11-

313
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

15. Será convertido en un lugar de bendición para su pueblo. Los


que tengan el privilegio de compartir las bendiciones del Señor en el
futuro serán los débiles, los temerosos que ponen su confianza en el
Señor (vv. 3,4). Como ya se dijo anteriormente, Dios abrirá ojos
que vean y oídos que oigan (vv. 5,6). De nuevo hacemos notar que
cuando Jesús vino abriendo ojos y oídos, estaba señalando la reali-
dad de que el tiempo de la gracia del Señor para los hombres volver
a él había llegado ciertamente (Mt 11.5).
Se construirá la gran calzada hacia Sión, el camino para que el
pueblo de Dios venga a él, como se había apuntado anteriormente
en 2.2,3 (v. 8). Este camino de santidad es el único camino por el
cual el hombre puede llegar a Dios. Por lo tanto, este es con toda
seguridad el camino de salvación que el Nuevo Testamento declara
que es Cristo Jesús solamente (Jn 14.1-6). No hay enemigo de
Dios, no hay pecador descreído que pueda llegar a través de Jesús
a Dios (vv. 8,9; cf. Ap 21.26,27).
La próxima gran sección de Isaías, capítulos 36 al 39, es una
ilustración histórica de la doctrina de la confianza en el Señor. Ya
hemos tratado anteriormente sobre los sucesos de esta sección en el
estudio de los capítulos del 18 al 20 del segundo libro de Reyes. Aquí
haremos notar solamente que estos capítulos de Isaías tienen que ser
estudiados en contraste con el capítulo 7. En el capítulo 7, tenemos el
caso de Acaz, el padre de Ezequías, que no creyó y no descansó en
el Señor sino que confió más en la fortaleza humana. Como resultado
de su alianza con Asiria para derrotar a sus enemigos, que eran Siria
e Israel, los instigó a invadir no solo a Siria y a Israel sino en realidad
al mismo Judá, porque el rey de Asiria no estuvo satisfecho con
pararse en las fronteras de Judá, como había pensado Acaz, sino que
siguió adelante, hasta que en el 701 A.C. llegó hasta las mismas
puertas de Jerusalén. En el entretiempo, Acaz había muerto, lo cual
dejó a su hijo Ezequías frente a un enemigo formidable, y todo porque
Acaz no había confiado en el Señor.

314
Los profetas del siglo octavo

En los capítulos del 36 al 39 de Isaías notamos cómo Ezequías,


en contraste con su padre, supo mirar al Señor, animado por Isaías,
el profeta fiel. Y Dios libró a Jerusalén de las manos de Asiria,
porque Ezequías había puesto su confianza en Dios y no en los
hombres.
Llegamos finalmente a la última gran sección de Isaías, los
capítulos del 40 al 66. En los capítulos precedentes hemos visto
cómo Isaías ha entretejido los temas de las intenciones de Dios, el
pecado de Israel, su castigo, y la esperanza para el remanente.
Esta última sección es una exposición amplia del tema de la espe-
ranza representado anteriormente y, por tanto, está dirigida al re-
manente. Las palabras «Consolaos, consolaos, pueblo mío» se apli-
can solo a ellos. El remanente de Dios son los creyentes que están
en la iglesia, tanto en aquellos días como siempre.
Esta sección se divide en tres partes, y todas ellas tienen que
ver con el mensaje o la Palabra de Dios, como sigue: 1. La Palabra
de Dios, la promesa (caps. 40-55); 2. La Palabra de Dios, el man-
dato (caps. 56-62); 3. La Palabra de Dios, el juicio (caps. 63 a 66).
Recordemos que Dios había dicho que llevaría a cabo su gran
obra de cambiar los corazones a través del oír su Palabra. Esto,
como ya hemos señalado, estaba implícito en la experiencia de Elías
en el Sinaí (consulte nuestro comentario sobre el capítulo 19 del
primer libro de Reyes). En esta primera parte de la sección final de
Isaías, en los capítulos del 40 al 55, Dios expone esta verdad. Toda
la sección, del 40 al 55, está contenida entre dos fuertes afirmacio-
nes sobre la Palabra de Dios. Primero, que la Palabra de Dios
permanecerá para siempre (40.8); segundo, que la Palabra de Dios
no regresará a él vacía (55.11) sino que realizará aquello que agra-
da a Dios y prosperará en lo que Dios le ha enviado a hacer. Por lo
tanto, estamos viendo aquí la afirmación de que la promesa de Dios,
tal como está expresada en su Palabra y revelada por los profetas,
nunca fallará. En realidad, son los hombres los que han fallado.

315
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La palabra «consolaos» usada para abrir toda esta sección


(40.1,2) recuerda las palabras del 12.1. Dios tiene una palabra de
consuelo para su remanente; para aquellos que han creído en él.
Esto nos está diciendo que toda la sección es un mensaje de con-
suelo para los hijos de Dios, y a continuación pasa a enumerar los
motivos de ese consuelo.
Hay consuelo porque Dios exalta a los humildes (vv. 3-5). De
acuerdo con lo que Dios ha dicho frecuentemente, él levanta al
humilde y baja al soberbio (v. 4; cf. 1 S 2; Is 2.11, etc.). El escritor
del evangelio aplicó este mensaje a Juan el Bautista y a su deber
como precursor de Cristo (Mt 3.3; Lc 3.4-6). Al final, Dios levanta-
rá a aquellos que han sido humillados por sus propios fallos, y que
sienten que necesitan de la fuerza de Dios.
Hay consuelo porque cuando todo lo demás falla, la Palabra de
Dios no fallará (vv. 8-8). La salvación no puede venir por carne ni
por sangre (fuerza humana); sino por la fuerza de Dios, declarada
por su Palabra.
Hay consuelo porque Dios es el Pastor de su rebaño (vv. 9-11).
Aquí se describe al Señor como el Gran Pastor. Al mismo tiempo,
su brazo es poderoso para salvar y proteger (v. 10), y también
delicado para reunir a las ovejas de Dios, el remanente de los que
creen (v. 11) (cf. Sal 23; Jn 10.1-18).
Hay consuelo porque Dios es soberano (vv. 12-31). Este pasa-
je nos da una imagen sobrecogedora de la grandeza de Dios. El es
grande en su poder creador (v. 12), grande en su sabiduría (vv.
13,14), grande en su trato con las naciones de la historia (vv. 15-17;
cf. caps. 13 al 24). Dios es tan grande que los hombres aparecen
como algo insignificante delante de él (vv. 22-24). Dios es grande
en su poder (v. 26).
Porque Dios es tan grande, conoce todas las cosas, y nada
escapa de su vista. Él conoce las necesidades de los suyos, y en su
soberano poder puede darles poder a aquellos que esperan en él

316
Los profetas del siglo octavo

(vv. 28-29). La única respuesta por tanto, para el remanente que


confía en el Señor, es esperar en él, es decir, mirar a Dios y esperar
su respuesta a sus necesidades, y su acción a favor de ellos (v. 31).
La palabra «esperar» que encontramos aquí es una palabra clave
de los profetas. No denota indolencia sino actitud confiada de expec-
tación de que Dios va a hacer lo que ha prometido por sus hijos.
Isaías ha usado ya la palabra varias veces, comenzando en
8.17. Un estudio del uso que hace Isaías de esta palabra «esperar»
nos dará una compresión clara de su importancia. En 8.17 el profe-
ta expresa su propia intención de esperar al Señor, hasta que el
Señor le revele su faz (su favor) a su pueblo. En 25.9 indica que su
propio propósito de esperar es la actitud correcta para todos los
hijos de Dios. Todos esperan la salvación de Dios. En 26.8,9 dice
que esta espera tiene la forma de un deseo de Dios sentido en el
alma. En 30.18 Isaías muestra que los hijos de Dios deben esperar,
porque Dios está esperando por el tiempo aceptable de la reden-
ción. Y todos los que esperan en él son contados entre los bien-
aventurados (cf. Mt 5.3-12). Finalmente, en 33.2 indica que la con-
fianza del hijo de Dios está en que el brazo de Dios lo salvará,
porque es capaz de salvar hasta los más lejanos de todos los que
miran a él y confían y esperan en él.
También hay consuelo porque el pacto de Dios con Abraham
no fallará (41.1-16). La certeza del plan de salvación de Dios des-
cansa solamente en el poder eterno y la presencia del Señor. No
hubo nadie antes del Señor que pudiera controlar a Dios, ni habrá
ninguno que venga detrás de Dios y que pueda alterar sus intencio-
nes o su plan (v. 4).
Los versículos 8 al 14 expresan hermosamente el buen propó-
sito de Dios, que abarca a todo su pueblo, incluyendo a aquellos que
él llamará desde los confines de la tierra. Basado en su amistad con
Abraham y en que lo había escogido a él y a su simiente (v. 8; cf.
Gn 18.19), Dios llamará un pueblo procedente de todas las nacio-

317
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

nes de la tierra (v. 9). Su promesa para todos es igual a la que le


hizo a Moisés cuando lo llamó por primera vez (Éx 3): «Yo estoy
contigo» (v. 10) . Pongamos atención a las tres palabras de aliento
que se les dan aquí a los hijos de Dios: «Yo te esfuerzo ... siempre
te ayudaré ... siempre te sustentaré. . . » (v. 10) . Como había
prometido a Abraham en Génesis 12.3, ahora aplica esa promesa a
todos los creyentes (v. 11).
En el versículo 14 usa el Señor la terminología que había usado
en el Éxodo; se llama a sí mismo su Redentor. La idea de la semilla
de Abraham que viene de todas las naciones está ampliamente
explicada en Romanos 4.16-18; 9.6-8.
Hay consuelo porque Dios es un Dios de compasión (vv. 17-
29). En los profetas que ya hemos visto hay sinónimos para identi-
ficar a los creyentes, como «los pobres», «los necesitados», y tér-
minos similares (v. 17). Dios ve las necesidades de los desampara-
dos que reconocen su difícil situación y oirá su grito. Los hombres
tienen que ser humillados para que lleguen a conocer que es Dios el
único que los puede ayudar (v. 20). Con toda seguridad, no hay
posibilidad de encontrar auxilio entre los hombres (vv. 28-29).
Hay consuelo porque Dios tiene un siervo escogido que vendrá
en medio de los hombres y que está en condiciones de hacer todo lo
que Dios ha querido (42.1-25). Aquí se aplica el término «siervo»
con toda seguridad al Mesías, al Cristo. Debe ser identificado con
ese niño que ha de nacer de una virgen (7.14), y que es en verdad
Dios en la carne (9.6-7). Dios declara su completa complacencia
en el Cristo (v. 1; cf. Mt 3.17). Unida a la promesa de que llevará el
evangelio a los gentiles también, está la predicción de sus sufri-
mientos (vv. 2,3). El llevará a cabo toda justicia (obediencia perfec-
ta a toda la ley de Dios, v. 4) que Dios ha exigido de sus hijos desde
el principio (Gn 18.19). En este pasaje, deja en claro que el Reden-
tor, el Cristo, no es otro que el mismo Dios (vv. 6-8).

318
Los profetas del siglo octavo

El pueblo de Dios está en la oscuridad y necesita de la luz de


Dios. Está ciego y sordo al evangelio de Dios. Necesita del poder
de Dios para ver y oír (cf. Is 6.9-13).
La ley expresa perfectamente cuál es la voluntad de Dios para
su pueblo, pero, por sí mismos, los hijos del pueblo no pueden guar-
dar esa ley ni complacer a Dios (v. 22). Es por esto por lo que
necesitan que venga un siervo de Dios que pueda hacer a la per-
fección toda la justicia y el juicio de Dios.
Hay consuelo porque Dios se ha propuesto redimir a su pueblo
(43.1-21). En este lugar el Señor muestra claramente que él es el
único Salvador y que no debían esperar s otro. En las palabras de
Éxodo 3.15, él promete estar con los suyos por que los ha amado
(v. 4). Notemos nuevamente cómo él muestra que llamará a los
suyos de todas las naciones (vv. 5,6,7).
En palabras que nos recuerdan Hechos 1.8, el Señor llama a
los que él ha redimido para que sean sus testigos. Muestra que el
propósito mismo por el cual los ha salvado es para que ellos lo
conozcan (crean en él) y declaren que él es el único Salvador (vv.
10,11). Todos estamos llamados a ser para la alabanza de su gloria
(v. 21; cf. Ef 1.6,12,14).
Hay consuelo porque Dios perdona verdaderamente los peca-
dos de sus hijos (vv. 22-28). Dejados a sí mismos, los hombres no
serán capaces de invocar al Señor (v. 22). Ni siquiera pueden cum-
plir correctamente con la ley ceremonial que les fue dada por Dios
para enseñarles arrepentimiento y humildad (v. 23). Como dice Isaías
en los versículos con que inicia este libro, los pecados del pueblo
son una carga y una fatiga para Dios (v. 24; cf. 1.13.14). También
hemos visto esto a través de los escritos de Joel, Amós, y Oseas.
Pero Dios se ocupará del pecado de sus hijos de una vez por todas,
a fin de que no sigan siendo una carga para él ni para nosotros (v. 25).
Toda esperanza en fortaleza humana es vana, pues no puede despren-
derse del pecado (v. 27). Por tanto, solo en Dios hay esperanza.

319
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Hay consuelo porque Dios revivirá a los suyos; les dará vida
(44.1-23). La relación personal de cada uno de los hijos de Dios
comienza no cuando cree por primera vez en el Señor sino mucho
tiempo antes. Dios hizo y formó a sus hijos en el vientre, aun antes
de que nacieran (v. 2), y Pablo nos dice que fueron escogidos en
Cristo antes aun de que creara el mundo (Ef 1.4).
Como lluvia caída del cielo sobre tierra seca e improductiva,
así será el derramamiento del Espíritu Santo de Dios sobre sus hijos
que él ha escogido cuando venga el tiempo oportuno (v. 3). Esto
nos recuerda las palabras dichas anteriormente por Joel (Jl 2.28) y
por el mismo Isaías en 32.15. El versículo 5 de Isaías 44 enseña
cómo los hijos de Dios llegan todos a la conciencia de que son sus
hijos después de que el Espíritu Santo viene a ellos y los regenera
para la vida eterna.
Esta maravillosa esperanza que nos viene del Dios poderoso,
está en imponente contraste con los hombres ignorantes que ponen
su esperanza en imágenes que han tallado ellos mismos (vv. 6-20).
Solo la redención que Dios se propone realizar trae la respuesta de
los creyentes en alabanza a Dios (vv. 21-23).
Hay consuelo porque Dios es el centro de toda la historia y
obrará todas las cosas para el bien de su pueblo, de acuerdo con su
propósito (vv. 24—46.13). El Señor comienza aquí con una afirma-
ción de que él controla todas las cosas, como se pudo ver en la
creación (v. 24) y se demuestra en toda la historia y los hechos de
los hombres (v. 25), culminando en su decisión de llevar adelante
sus buenos propósitos a favor de sus hijos, como habló a través de
su siervo (v. 26).
Inmediatamente a continuación, el Señor dice un nombre que
no ha sido oído aún por los oídos de los hombres, y menciona el
futuro gobernante de un gran imperio que no está aun en el horizon-
te de la historia; el nombre es el de Ciro (44.28; 45.1). Declara que
ha predicho la venida de Ciro para servir a sus propósitos, a fin de

320
Los profetas del siglo octavo

que su propio pueblo tenga la seguridad de que él es en verdad el


soberano de toda la historia y de la vida del hombre, no solo en el
presente, sino también en el futuro (45.4).
Esta sección se extiende sobre la grandeza del Dios de Israel
como el Dios único y verdadero (v. 5). Esa grandeza se puede ver
en forma particular en su poder para crear la luz y las tinieblas (un
recuerdo del principio de la creación; Génesis 1) y para crear la paz
y la adversidad (45.7). Debemos recordar que el término «adversi-
dad» puede referirse tanto a los hechos ilegales del hombre contra
la voluntad de Dios como al castigo resultante que Dios envía a los
que han hecho mal. La misma palabra hebrea se usa en ambos
sentidos; y por supuesto, el segundo significado es el obvio en este
pasaje. Dios puede traerles a los hombres por igual la paz si confían
en él, o la adversidad (el juicio) si no lo hacen (cf. 9.6; 26.3,12;
32.17; 48.22; 53.5; 57.21).
Dios es el único Dios con el que los hombres tienen que ver.
Por tanto, aquellos que no hagan las paces con él están en un gran
peligro (45.9). Esto conduce por supuesto a una invitación para que
todos miren a su Dios soberano, que es el único que tiene la res-
puesta a nuestras necesidades (vv. 22-24).
Dios, quien es el Señor del universo, es el Redentor que se
presenta ahora capaz de controlar toda la naturaleza y toda la his-
toria (46.10,11). Por tanto, llamará a Ciro en el futuro de la historia
del hombre para que haga su voluntad y libere a su pueblo de la
cautividad de Babilonia. ¡Este es el Dios de Israel!
Hay consuelo porque Dios juzgará ciertamente a los malvados
que no quieran arrepentirse (cap. 47). Babilonia, como hemos visto
en las Escrituras, representa los reinos mundanos de la tierra que
se levantan contra el reino de Dios. Ellos están también bajo el
control de Dios y tal como el Señor le había dicho a Israel mucho
tiempo antes, lo vuelve a decir de nuevo: él derrocará a los enemi-
gos suyos y de su pueblo (v. 1).

321
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La razón de la ira de Dios contra Babilonia se ve aquí en la


forma en que los babilonios tratan al pueblo de Dios (vv. 5,6). Es
cierto que Dios entregará a Israel en las manos de Babilonia, pero
los babilonios no tratarán con Israel con sentido de servicio a Dios
sino más bien como un pueblo orgulloso y jactancioso (vv. 7,10).
Notemos que Dios habla de las actividades de Babilonia como si ya
hubieran pasado. Esto se hace con frecuencia para que podamos
ver que con Dios el futuro es tan cierto como el pasado.
Notemos también que el juicio final sobre Babilonia no tendrá
apelación. Será definitivo (v. 11). Toda su magia y su confianza en
la carne fracasarán (vv. 12,13).
Hay consuelo porque es seguro que Dios llamará a los suyos
(caps. 48-50). Dios pasará por alto los pecados de Israel. Ve que
hay muchos hipócritas (48.1-2). Les ha hablado de su liberación
futura de Babilonia para que en ese momento no puedan decir que
son sus ídolos los que los han salvado (v. 56). Dios liberará a sus
propios hijos, pero no les ahorrará la aflicción de la guerra y del
cautiverio (vv. 9,10). Él permitirá que sus hijos sean llevados junto
con los demás de Israel que no son sus creyentes. Pero todo esto
pudo haber sido evitado. Vino solamente porque el pueblo no quiso
guardar los mandamientos de Dios y tener respeto a su voluntad
(48.18). Ahora Dios purificará a Israel en el horno de la aflicción
(Babilonia), y los malvados no conocerán allí la paz (v. 22).
El capítulo 49 nos da una descripción personificada de Israel.
El verdadero Israel fue escogido por Dios desde el vientre materno
(v. 1). Más tarde se dirá lo mismo con respecto a uno de sus hijos,
Jeremías (Jer 1.5). Dios quería ser glorificado por su pueblo cuan-
do lo llamó del seno de Egipto (v. 3) e hizo su pacto con él en el
desierto. Pero Israel aprendió a través de penosas experiencias,
tanto en el desierto como después a través de toda su historia, que
no podía hacer la voluntad de Dios. Su esfuerzo era en vano (v. 4).
Esto se puso de manifiesto en los días de los jueces, y nada pudo

322
Los profetas del siglo octavo

cambiar la realidad de que Israel era demasiado débil para salvarse


y para servir a Dios.
Pero Dios no se da por vencido. Traerá a Israel a sí nuevamen-
te (v. 5). Dios tiene grandes planes para su pueblo. No solamente
habrán de ser su gloria sino que también lo glorificarán entre las
naciones (v. 6). Lo que Dios le prometió a Abraham habrá de suce-
der con toda seguridad. La simiente de Abraham será una bendi-
ción para todas las naciones (ver Gn 22.18).
En aquel momento, con todo y el mensaje de Isaías, daba la
impresión de que Judá había sido desamparado. Posteriormente, en
la caída de Jerusalén, lo parecerá aun más; pero Dios no lo ha
abandonado ni olvidado, como antes tampoco olvidó a Israel en
Egipto (49.14,15).
La lección del momento es clara. El verdadero pueblo de Dios
debe esperar grandes sufrimientos cuando la iglesia visible (en este
caso Israel) ha desobedecido a Dios. Sin embargo, Dios no olvida a
su pueblo que en él confía, y lo preservará para que sea su testigo
ante las naciones. Notemos que Pablo usa el versículo sexto para
mostrar que fue cuando los judíos rechazaron el evangelio que los
apóstoles tuvieron que volverse a los gentiles (cf. Hch 13.47 y Mt
28.20).
Volviendo al mismo tema dado anteriormente por Oseas, Isaías
muestra ahora que aunque Dios aparta a su pueblo, como un hom-
bre podría despedir a su esposa con un documento de divorcio, sin
embargo lo puede redimir, o sea, comprarlo de nuevo (50.1,2). En
el resto del capítulo Isaías habla como representante de los autén-
ticos creyentes. Dios ha intervenido y los ha hecho obedientes (v.
5). Por tanto, ellos pueden afrontar todo lo que venga y saber que
Dios no los abandonará (v. 5). Esto es muy similar a la conclusión a
la que llegó Habacuc en su tercer capítulo, luego que Dios le había
mostrado la necesidad del cautiverio de Babilonia. Mucho de lo que
se dice aquí nos recuerda los sufrimientos de Cristo, quien en ver-

323
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

dad sufrió por nosotros tomando nuestro lugar, y fue hasta escupido
(Mt 26.67; 27.30). Sin embargo, Isaías está hablando en este mo-
mento de las aflicciones que todo creyente sufre cuando Dios tiene
que juzgar a su iglesia y purificarla.
Como dijimos anteriormente, la única cosa que distingue a los
hijos de Dios de los hipócritas es su confianza en el Señor (v. 10; cf.
Is 12.2).
Hay consuelo porque Dios reafirmará constantemente su pac-
to con Abraham (51.1—52.2). De una manera muy similar a como
Pablo haría posteriormente, Isaías apela en este momento a la ins-
titución del pacto de Dios con su pueblo en los tiempos de Abraham.
Ve a todos los hijos de Dios (aquellos que buscan la rectitud) como
los hijos de Abraham, que nacen del mismo pacto basado en la fe
en Dios (cf. Ro 4.1-18). Este es el consuelo que Dios les ofrece a
sus hijos (v. 3).
Dios aclara nuevamente que lo que él exige de sus hijos (justi-
cia y juicio; ver Gn 18.19), él lo proporcionará por sí mismo, por
amor de ellos (vv. 4,5). Por tanto, llama a la salvación de ellos, su
propia salvación. La evidencia de que somos hijos de Dios es que
Dios ha actuado en nuestros corazones, haciendo su obra de salva-
ción. Nosotros conocemos la justicia (la justicia de Dios que nos ha
sido atribuida como a Abraham; Gn 15.6), y por tanto guardamos la
Ley de Dios en nuestros corazones (v. 7).
Este gozo y esta felicidad que estaban tan obviamente ausen-
tes en los días de Joel (Jl 1) serán vistos en aquellos a los que Dios
rescate del pecado y de la muerte (v. 11). En esta forma es Dios el
que es el motivo de nuestro consuelo, Dios y su obra (v. 12).
La particular distinción de aquellos que sean el pueblo de Dios
en ese día es que ellos tienen la Palabra de Dios que les ha sido
confiada, el mensaje de Dios a los hombres. Entonces, todo el pue-
blo de Dios se convertirá en profetas de Dios, voceros de Dios en
la tierra. Tienen la Palabra de Dios en sus corazones por la acción

324
Los profetas del siglo octavo

directa de él al salvarlos y hacerlos sus hijos (cf. Dt 18.18; 30.14;


Ro 10.8).
El estupor espiritual en que Israel había caído es como el de
una persona ebria (vv. 17ss). Dios ahora pondrá sobrios a los suyos
que han pasado por la aflicción, para que puedan caminar recta-
mente ante él. Sin duda Dios mira al estado final de su pueblo
cuando promete que vendrá el día en que todos los que no creen
serán quitados de su iglesia (52.1,2). Entonces debemos ver que
Dios está tranquilizando continuamente a su pueblo que vive en un
mundo de pecado e incluso en una iglesia visible que está repleta de
no creyentes e hipócritas, diciéndole que no siempre será así. La
iglesia del futuro, de la eternidad, será una iglesia sin mancha y
estará llena de gente santa que será capaz de permanecer ante
Dios en una relación de amor (ver Ef 1.4). Dios nunca abandonará
sus propósitos, y aunque las condiciones presentes son contrarias,
él tendrá una iglesia así. Por lo tanto, es necesario que Dios le
recuerde a su pueblo esto de vez en cuando, porque la iglesia en la
era presente (hasta que Cristo vuelva) va a ser imperfecta.
Hay esperanza porque Dios ha presentado su plan de redención
(52.3—55.13). En una época tan temprana, podría haber sido pedir
demasiado esperar que Dios presentara en vivo ese plan de salva-
ción que llevaría a cabo unos 800 años después. Sin embargo, eso es
precisamente lo que hace Dios en su misericordia. Por tanto, obtene-
mos en estos capítulos un anticipo de la obra de Cristo, escrito tan
vívidamente que se podría pensar que Isaías había sido un testigo
ocular de la labor redentora de Dios a través de Jesucristo.
Isaías (52.3-12) presenta el plan de salvación de Dios que está
a punto de ser revelado. Primeramente Dios le dice a Isaías que su
plan no le costará nada a Israel. Ellos no tienen nada de valor con
qué pagarle a Dios. Están en bancarrota espiritual y no tienen nada
que puedan ofrecerle a Dios. Por ello, el plan de Dios no supondrá
que ellos tengan que traerle nada a él. De hecho, solo podrán estar

325
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

preparados para recibir su salvación cuando quieran reconocer su


pobreza espiritual (vv. 3,4).
Le llama «alegres nuevas» al plan que esta a punto de presen-
tar, como había hecho anteriormente (40.9; 52.7). La buena noticia
en esencia, es que Dios aún reina (v. 7). Esto le dice al pueblo que
a pesar de toda la inestabilidad e incertidumbre de la historia pasa-
da de Israel, su Dios, que es constante, aún está al frente de todo.
Nada de lo que ha pasado es demasiado difícil para que el Dios de
Israel lo controle.
En 52.13 al 53.12 tenemos el corazón del plan de salvación de
Dios. Regresando al tema del siervo que hemos visto a través de
toda esta sección (Is 41.8,9; 42.1,19; 43.10; 44.1,2,21,26; 45.4; 48.20;
49.3,5,6), el Señor presenta al siervo ahora como un individuo. Se
caracteriza por su sabiduría (52.13). Con esto reconocemos que él,
a diferencia de Israel, será consecuente, porque no solo conocerá
la Palabra de Dios sino que la obedecerá. Este es el significado
bíblico de la vida sabia. Por ello, triunfará allí donde Israel, el siervo
de Dios, ha fracasado.
Aquí se inserta una sobria advertencia en medio de la predic-
ción: ¡no tendrá el aspecto de un vencedor! (v. 14). Este versículo
va a tener que esperar hasta el próximo capítulo para ser explica-
do; sin embargo, tenemos que fijar nuestra atención en él ahora.
El versículo siguiente, el 15, procede a hablar de su éxito. Él
rociará a muchas naciones. La referencia a que rociará, quizá se
refiera al Pentateuco, en Números 19.18-21. En ese pasaje se nos
dice que la persona que está limpia y debe purificar lo que no está
limpio, rocía el agua purificadora sobre lo que no está limpio. Más
tarde, Ezequiel haría referencia también a este hecho de rociar, que
será realizado por Dios cuando purifique a sus hijos. En ese con-
texto posterior la acción de rociar queda plenamente identificada
con la obra salvadora del Espíritu Santo (Ez 36.24-27).

326
Los profetas del siglo octavo

En el Nuevo Testamento esta labor purificadora aplicada por el


Espíritu Santo recibe el nombre de obra de regeneración y renova-
ción. Es el Espíritu Santo derramado en los creyentes a través de la
obra de Cristo (Tit 3.3-7). El escritor de Hebreos, por tanto, ve la
aspersión ceremonial del Antiguo Testamento como figurativa de la
aspersión con el Espíritu Santo, es decir, la obra de regeneración
(Heb 9.13,19; 10.22). Se hace bien evidente, por tanto, que el sa-
cramento del bautismo del Nuevo Testamento ordenado por Cristo
Jesús y asociado con la venida del Espíritu Santo, tiene que ser por
aspersión o por derramamiento de agua y no por inmersión.
Las palabras de Isaías 52 indican que cuando las naciones sean
rociadas, verán y comprenderán (v. 15). Esto apunta a la obra mi-
lagrosa de renacimiento o regeneración por la cual los hombres que
antes eran ciegos e ignorantes de las cosas espirituales, reciben
vida y son hechos capaces de responder a la invitación que Dios les
hace para que se acerquen a él. Esto no es ni más ni menos que lo
que Jesús le dijo a Nicodemo posteriormente: «El que no naciere de
nuevo, no puede ver el Reino de Dios» (Jn 3.3).
Así la ceguera y la ignorancia de los que oían, de las cuales
había advertido el Señor a Isaías cuando lo llamó, serán resueltas
por Dios dándoles nuevos ojos para ver y mentes para comprender
la verdad de Dios. Este es el significado del nuevo nacimiento mis-
mo; y por qué es que en toda doctrina sólida el nuevo nacimiento
debe preceder a la expresión de arrepentimiento y fe por parte del
creyente.
El capítulo 53, que es mencionado frecuentemente en el Nuevo
Testamento como una profecía relativa a Cristo (ver por ejemplo
Hch 8.32,33), comienza haciendo una pregunta (v. 1). La pregunta
está en la forma hebrea del paralelismo, esto es, que la segunda
línea ha de ser tomada como un pensamiento paralelo al de la pri-
mera línea, y declara la misma cosa con palabras diferentes. Esta
es la marca normal de la poesía hebrea. En este caso por tanto, la

327
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

pregunta «¿Quién ha creído a nuestro anuncio?», es respondida en


la segunda línea: «¿Sobre quién se ha manifestado el brazo de
Jehová?»
Como ya dijimos anteriormente, nadie puede creer, si no le es
revelado primeramente a él por el Señor a través del Espíritu San-
to. De manera que los que creerán son aquellos a los que la salva-
ción de Dios ha sido revelada. La descripción de la salvación re-
presentada por el brazo de Dios está de acuerdo con lo que hemos
visto en 40.10,11 con respecto al brazo de Dios, que a un tiempo es
recio gobernante y tierno pastor.
Ya se nos ha advertido en 52.14 que la salvación de Dios y el
siervo de Dios enviado para salvar no parecerían tales. Comenzan-
do con 53.2,3, el profeta amplifica esta idea.
Es como una planta enraizada en tierra seca e improductiva (v.
2). Esto indica que no es un producto del suelo. Así el siervo no
tendrá éxito por causa de su fondo cultural o ambiente.
Su nacimiento virginal, mencionado ya anteriormente (7.14),
corrobora también que su nacimiento ocurre por un acto de Dios y
no del hombre. Él es del tronco de Isaí (11.1), pero no es un produc-
to de la descendencia de David.
Como hombre, no hay nada en su parecer que atraiga (v. 2).
Esto no significa en manera que fuera feo. Pero tampoco era un
hombre atractivo. Por tanto, su éxito no dependería de su apariencia.
En realidad, su vida sería una vida dura. Fue despreciado (v. 3),
lo cual significa simplemente que los hombres no vieron grandes
valores en él (este sería el caso del hijo del carpintero). Fue un
hombre de dolores, que conocía el pesar. El dolor lo rodeaba. La
vida dura no estuvo ausente tampoco. No sería lo que el mundo
llama un hombre triunfador en sus negocios, y por eso sería despre-
ciado (contado como de poco valor, contado por poco entre los
hombres).

328
Los profetas del siglo octavo

Por esto el profeta advertía anteriormente que su rostro estaba


desfigurado de tal manera que no podía parecer un Salvador.
Pero ahora, en los versículos 4 a 6, Isaías explica que su apa-
riencia decepcionante fue así por una muy buena razón. El pesar y
el dolor que llevó, fueron por nosotros; fueron los que nosotros
deberíamos haber llevado (v. 4). Lo que aparentaba ser aflicción
por su propio pecado, en realidad era su sufrimiento en lugar de
nosotros. Era porque nosotros éramos pecadores, y él sufrió nues-
tro castigo. Así, al juzgarlo afligido y herido por Dios, los hombres
se estaban juzgando a sí mismos en realidad. Lo que vieron que
caía sobre él, era en realidad lo que debería haber caído sobre ellos.
El concepto del sufrimiento vicario (alguien que sufre en lugar
de otros para traer la paz entre el pecador y Dios), que se pudo ver
por primera vez en Génesis 22.8,13, presentado nuevamente en los
sucesos de Pascua (Éx 12.3-7; 12.13) y más tarde convertido en
todo un sistema de sacrificios, llega aquí a su completo sentido y
desarrollo. Es el concepto de un siervo fiel de Dios que se hace
sustituto de todos esos siervos que en sí mismos eran incapaces de
ser fieles por causa de su condición pecadora.
Las úlceras y las llagas con las que fue herido Israel, de acuer-
do con 1.6, se toman como las marcas del castigo que el siervo de
Dios tomaría en nuestro lugar (v. 5).
El hombre natural anda descarriado como oveja errante, volvién-
dose hacia todo lo que le atrae en oposición a los caminos de Dios (v.
6; cf. Gn 18.19). La expresión hebrea que aparece en el versículo 6,
«Jehová cargó en él», en realidad debe leerse «Hizo que vinieran a
pesar sobre él». Él es el punto focal de todo nuestro pecado.
Los versículos del 7 al 9 detallan los sucesos que rodean su
muerte: cómo sufrió sin quejarse (cf. Mt 26.63; 27.12,14). Cuando
se le compara a una oveja que va al matadero, vienen a la mente
las palabras de Abraham en Génesis 22.8, así como las últimas de
Juan el Bautista en Juan 1.36.

329
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

De nuevo se dice, como ya se había indicado en el versículo


52.14 y el 53.3, que todo su sufrimiento, aunque fue por el bien de los
hijos de Dios, apenas fue reconocido cuando ocurrió. Su propia ge-
neración no fue capaz de ver el significado de su sufrimiento (v. 8).
Aunque fue el propósito de los que lo mataron hacer caer so-
bre él la vergüenza del proceso, al hacerlo morir con los malvados
(v. 9), Isaías predice que sin embargo, su sepultura sería la de un
rico (v. 9). Es como si el Señor dijera después de su muerte: «Ya es
bastante; ríndasele honor ahora». Nosotros sabemos ciertamente
que Jesús, tal como lo dice este versículo, fue crucificado
intencionalmente entre dos ladrones conocidos para identificarlo
así con los pecadores (Mt 27.38). Sin embargo, Dios dispuso cier-
tamente que fuera puesto en la tumba de un hombre noble y rico
(Mt 27.57-60).
Este honor póstumo hecho a su cuerpo después de su muerte
estaba en orden porque en realidad él no había hecho violencia o
engaño (Is 53.9). Así Dios evitó que se consumara cualquier inten-
ción que hayan podido tener sus enemigos de destruir o tal vez
profanar el cuerpo de su siervo. Una vez que murió, ya había paga-
do toda la pena; había cumplido su misión. Todo estaba terminado
(cf. Jn 19.30).
Los versículos finales de Isaías 53 nos dan la importancia
teológica de estos sucesos referentes al sufrimiento y la muerte del
siervo perfecto de Dios. Desde la época del Éxodo el Señor había
estado enseñándole al pueblo que solo había un lugar escogido por
él, donde debería ser ofrecido el verdadero sacrificio (Dt 12.5-11,13-
14). Este lugar, representado simbólicamente en el Antiguo Testa-
mento por el altar del santuario que estuvo primeramente en Silo y
después en Jerusalén, sin duda señalaba hacia el único lugar donde
Dios se encontraría con el hombre, el lugar de la muerte de su
siervo perfecto, esto es, en Cristo, donde los hombres pueden ado-
rar a Dios en espíritu y en verdad (cf. Jn 4.23-24).

330
Los profetas del siglo octavo

Las palabras que declaran que le complace al Señor quebran-


tarlo parecen crueles hasta que nos damos cuenta de que esta de-
claración ha de ser tomada en el contexto de que él existió y se
ofreció por el pecado (v. 10). Debemos recordar que Dios había
dicho antes que no le complacían las obras y los esfuerzos de los
hombres pecadores (Is 1.11). Por tanto, era necesario un sacrificio
mejor y más perfecto. Este, según se nos enseña aquí, fue propor-
cionado por el siervo de Dios, con el cual el Señor estaba muy
complacido (cf. Mt 3.17; 12.18; 17.5). Dios no se complació con
los actos de los hombres pecadores que mataron a su siervo, pero
sí en disponer la muerte de Cristo como un sustituto por nuestra
propia muerte, que era lo que merecíamos (cf. Hch 2.23,24). Ve-
mos aquí en un solo hecho tanto el juicio de Dios con respecto al
pecado, como su gracia hacia sus hijos, que rescató a través de la
muerte de su siervo.
La recompensa para ese siervo que tanto sufrió por nosotros
será que su obra triunfará. Verá su simiente (53.10), todos aquellos
que el Padre le ha dado (cf. Jn 6.37,39). Él hará eternos (largos) no
solo sus días sino los de los demás hijos de Dios. Dios estará satis-
fecho con el sufrimiento del siervo y lo aceptará en lugar de noso-
tros (v. 11). La clave de esta satisfacción está en la realidad de que
el siervo de Dios es todo lo que Dios nos exigía que fuésemos: justo
(v. 11).
El versículo 12, en resumen, afirma nuevamente que su muerte
fue beneficiosa para la bendición de toda una multitud (todos los
que confían en el Señor, como lo enseña la Palabra de Dios a tra-
vés de todas las Escrituras). Él salvó a los hijos de Dios, no solo
porque murió sino también porque tuvo la muerte de un delincuente
(v. 12). Él salvó a los hijos de Dios no solo porque el pecado de los
muchos se centró sobre él sino también porque quiso interceder por
los pecadores (v. 12; cf. Jn 17.2,9,17,20,24).

331
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En Isaías 54 el plan de salvación de Dios que acaba de ser


revelado se aplica a los escogidos que recibirán los beneficios de la
muerte de Cristo y de su triunfo sobre el pecado y la muerte. Los
beneficiarios son numerosos. Son como los hijos de una mujer esté-
ril, adoptivos (v. 1). En una evidente referencia a la profecía de
Noé mucho tiempo antes, Dios enseña que la tienda de habitación
del pueblo de Dios deberá ser ensanchada para que pueda entrar el
gran número de los que serán añadidos a ese pueblo (vv. 2,3). Vuél-
vase a leer Génesis 9.25-27, donde Noé predice que Jafet (repre-
sentante de los gentiles) vivirá en las tiendas de Sem.
En la época del Antiguo Testamento pocos gentiles entraban
en Israel para convertirse en hijos de Dios, pero esta situación ha-
bría de cambiar. Después de que el Salvador muriera y realizara su
obra redentora, habría espacio suficiente para judíos y gentiles. Los
creyentes de todas las naciones se unirán a la familia de Dios (v. 3;
2.3,4; Mt 28.19,20).
En los versículos del 4 al 8 se hace uso de otra analogía. Esta
vez Dios es presentado como el esposo y su pueblo como la espo-
sa. Este tema es similar al de Oseas. La esposa había sido infiel y
descarriada, pero Dios la trae de vuelta. El tiempo de disciplina en
total parecía corto comparado con el tiempo de la misericordia de
Dios, que es para siempre (v. 7,8). Esto significa que el sufrimiento
y las durezas de este mundo que soportan los hijos de Dios tanto
antes como después de su conversión no son nada comparado con
las bendiciones eternas que se les tienen reservadas (cf. Ro 8.18).
Los versículos 7 y 8 resumen dos cosas simultáneas: el juicio que
Dios hace del pecado en Cristo y el definido propósito de Dios de
tener un pueblo.
En el versículo 9 el Señor muestra que su pacto general con
toda la humanidad, establecido en el momento del diluvio, fue una
preparación del pacto especial de Dios con sus propios hijos, a los
que ahora promete que están en paz con él y no serán castigados

332
Los profetas del siglo octavo

por el pecado porque Dios está satisfecho con Cristo como sustitu-
to nuestro (53.11). Aquí se le llama a esto el pacto de paz: la paz
entre Dios y los creyentes (v. 10; cf. Ro 5.1).
El resto del capítulo nos da la seguridad de ese consuelo espera-
do por tanto tiempo (v. 11). También enseña que la aplicación de la
obra de Cristo a nosotros nos vendrá cuando seamos enseñados por
Dios, esto es, regenerados por su Espíritu Santo, de tal manera que
tengamos ojos para ver, oídos para oír, y corazones para comprender
lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo (cf. 50.5; 51.7). Jesús
mostrará más tarde que Isaías 54.13 es ciertamente una referencia a
la regeneración (Jn 6.44,45; cf. 1 Tes 4.9; 1 Jn 2.27).
A esto lo llama Isaías la herencia de todos los siervos del Señor
(54.17). Nosotros recibimos todos los beneficios de la muerte del
Cristo, el perfecto siervo de Dios descrito en el capítulo 53. Somos
considerados justos, como también lo fue Abraham, porque la justi-
cia de Dios nos es aplicada en Cristo. Así Dios nos proporciona lo
mismo que nos exigía.
Finalmente se presenta la bondadosa invitación de Dios a los
hombres para que vengan a participar de este plan (Is 55.1-7).
Dios había dicho que proveería gratuitamente el agua para los
pobres y necesitados (Is 41.17). Ahora esta agua de vida es ofreci-
da gratuitamente a todos los que están sedientos (55.1; cf. Jn 4.10-
14). Notemos que la invitación es para todos los que están sedien-
tos (v. 1). Así también la bondadosa invitación de Dios llega a todos
(cf. 45.22; Mt 11.28; Ap 22.17). Por tanto, ninguno de los hijos de
Dios tiene el derecho de restringir esta invitación gratuita. Por su-
puesto que sabemos que solo cuando Dios obre en los corazones
de los hombres para hacerles darse cuenta de su pobreza y de su
sed, de su necesidad de él, entonces será cuando responderán.
Deben ser enseñados por Dios para conocer que tienen necesidad
de él (v. 13). Pero cuando se trata del ofrecimiento de la salvación,
este debe ser hecho a todos, sin distinción.

333
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Este ofrecimiento es un regalo gratuito que no se compra con


las cosas a las que los hombres dan valor (55.1,2). Las misericor-
dias firmes de David que se mencionan en el versículo 3 hacen
referencia a la clase de misericordia que el mismo David conoció,
como lo expresa en su salmo 51. Basándose en esa misma contri-
ción y ese corazón quebrantado por el pecado, Dios mostrará su
misericordia a todos los que confiesen a él su pecado y su necesi-
dad (cf. 54.7). Esa misericordia se describe bellamente en este
lugar (vv. 6,7). Es segura porque depende de Dios y no del hombre.
Este plan de salvación que Dios ha presentado ahora se señala
como algo que no está de acuerdo con los pensamientos del hombre,
porque el hombre vería siempre sus «buenas obras» como una parte
imprescindible en cualquier plan que él ayudara a trazar. Por tanto, se
está advirtiendo que no rechacemos el plan de Dios simplemente
debido a que no pensamos como él piensa (vv. 7-9). Dios ve nuestra
pretendida «justicia» como trapos de inmundicia (ver 64.6). Como
dijo el autor de los Proverbios, «hay camino que al hombre le parece
derecho; pero su fin es camino de muerte» (Prv 14.12).
Para terminar esta primera parte toda de la última sección prin-
cipal de Isaías, que trata sobre el consuelo de Dios, y que comenzó
en el capítulo 40, el Señor vuelve una vez más a asegurar que su
Palabra cumplirá todo lo que él se ha propuesto que haga (v. 11; cf.
40.6-8). Por consiguiente, vemos que la certeza de la palabra de-
pende del que la habla, que es el Señor, que es el mismo que les
proporciona a todos los hombres su pan cotidiano (v. 10). Él ha
demostrado siempre que es digno de confianza en su providencia
natural, de manera que en la misma forma su Palabra es segura
cuando habla de las providencias tomadas para nuestra salvación.
Los versículos 12 y 13 concluyen toda la primera parte de la gran
sección final de Isaías —capítulos del 40 al 55— con una represen-
tación típicamente agrícola de las bendiciones de Dios para con su
pueblo. Esa primera parte ha tratado de la Palabra de Dios como

334
Los profetas del siglo octavo

promesa. A continuación veremos la segunda parte de la sección


final, la Palabra de Dios como mandamiento (caps. 56—62).
La segunda parte de la última división de la profecía de Isaías
comienza en el capítulo 56 y sigue hasta el 62. Esta sección podría
titularse «la Palabra de Dios como mandamiento», porque sigue
tratando sobre la Palabra de Dios pero ahora particularmente en la
forma en que sirve como guía para los creyentes. Dios nos está
mostrando aquí que espera algo de aquellos a quienes ha redimido.
Como afirma Pablo en Efesios 2.10, somos salvos para las buenas
obras, para andar en la voluntad de Dios.
Aquí alza Dios una vez más las normas que espera que se
cumplan en todos los creyentes: la justicia y el juicio (56.1). Estas
son las mismas normas que él le había fijado originalmente a Abraham
(Gn 18.19), y que nunca ha alterado.
Así que los hijos de Dios, rescatados en esa forma, como Dios
nos ha mostrado ya en los capítulos anteriores, ahora han de vivir
de una manera que demuestre que son realmente hijos de Dios (v.
2). Es posible que se mencione aquí el mandamiento del sábado (v.
2-5), porque estaba en el propósito original de Dios apartar ese día
como un símbolo de amistad eterna de Dios con su pueblo. Fue
establecido en la creación, y en cuanto se estableció la Ley, fue
tratado como un mandamiento que ya era conocido y practicado.
No hay mandamiento que pueda probar mejor el estado espiri-
tual del creyente. Es como ese descanso eterno con Dios. Por
tanto, el hijo de Dios es señalado como alguien que disfruta del
sábado. Si el sábado le resulta algo fastidioso y agotador, entonces
será que lo está usando mal, o que no está listo todavía para la
eternidad. El descanso sabático es, por tanto, una buena prueba
para el hijo de Dios.
Más tarde, en 58.13-14, el profeta hablará más extensamente
sobre la observancia del sábado. Así pues, cuando lleguemos a ese
punto consideraremos el asunto con más detalle.

335
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Se incluye aquí en el capítulo 56 entre los hijos de Dios a aque-


llos que habían sido tradicionalmente despreciados por la mayoría
en Israel: los extranjeros (vv. 3,6,7), los eunucos (vv. 3-5), y los
demás parias de Israel (v. 8). Así se extienden la gracia y el amor
de Dios a todos, sin importar su situación pasada o presente: lo que
importa es que confíen en el Señor (v. 8). Estos están entre aque-
llos que finalmente vendrán a la montaña santa del Señor, es decir,
a la salvación y al cielo (v. 7; cf. Is 2.2-4).
Estos no solamente estarán llenos de gozo sino que también
sus obras y su adoración serán aceptables porque han confiado en
el Señor y no en ellos mismos (v. 7). Queremos presentar el con-
traste de esto con el estado anterior de Israel sin fe en Dios (Is
1.11-15). Lo podemos comparar con la contrición de David des-
pués del pecado y su total confianza en que Dios haría su adoración
aceptable otra vez (Sal 51.19). Es decir, que vemos aquí un regreso
al significado del primero de los sacrificios ofrecidos por los hom-
bres: el de Caín fue inaceptable porque confiaba en sí mismo y no
en Dios, mientras que el de Abel era aceptable porque lo ofreció en
fe (Gn 4.3-8; cf. 1 Jn 3.12 y Heb 11.4).
En el resto del capítulo 56 (vv. 9-12) y parte del capítulo 57
vuelve a hablar para aquellos que aún no confían, y por tanto, no
han salido del estado anterior de Israel de que se hablaba en el
capítulo 1. En la iglesia sin fe los hombres todavía buscan sus pro-
pios caminos por razones egoístas (v. 11). Hacen sufrir al creyente
justo y hasta lo decepcionan y lo echan fuera (57.1).
Este tipo de gente es llamado «la simiente de una adúltera», al
estilo de Oseas (57.3-10). Tienen puesta su confianza en su propia
justicia, la cual es del todo inaceptable para Dios (v. 12; cf. 64.6).
Habrán de ser juzgados, y no tienen esperanza (v. 13a).
En contraste, Dios se complace en aquellos que ponen su con-
fianza en él (v. 13b). Él exige un pueblo contrito de corazón y humil-
de, que reconozca su condición pecadora, y su total inutilidad para

336
Los profetas del siglo octavo

salvarse a sí mismo (v. 15). Esto es lo que significa aquí la palabra


arrepentimiento (cf. Sal 51.17). Estos ponen su confianza en Dios y
buscan refugio en él (v. 13b). Esto es lo que se quiere expresar con la
palabra creer. Dios promete revivirlos y levantarlos (v. 15). Podemos
comparar en este punto las mismas verdades en la forma en que
fueron declaradas por Ana, la madre de Samuel, mucho tiempo atrás
(1 S 2.1-10), o sea, que Dios juzga al soberbio y consuela al humilde.
Aquí se recuerda el concepto de paz mencionado en 54.10.
Habrá paz para los creyentes de cerca y de lejos (judíos y gentiles)
(cf. Ro 5.1), pero no la habrá para los malvados (los que no ven en
su vida la necesidad de Dios) (57.19-21).
En el capítulo 58, el Señor enseña en forma específica lo que
espera de los creyentes. El hombre viejo (las prácticas pecadoras
del pasado) debe ser desechado, para que la vida pueda dar gloria
a Dios realmente. Un proceso así puede ser penoso, porque incluso
en sus intentos de agradar a Dios, pecan al no observar la Ley tal
como él exige y pretende que sea guardada (58.1,2).
El Señor pone como ejemplos su método de ayuno (vv. 3-9) y
su observancia del sábado (vv. 13-14). Ayunan y se extrañan de
que el Señor no se sienta complacido (v. 3), pero es que ayunan con
espíritu egoísta y no para glorificar a Dios (vv. 3-5). En su ayuno,
su preocupación se centra en la exhibición externa y no en la entre-
ga interna. Por tanto, Dios llama a un ayuno que hará algún bien
porque ayudará a los necesitados (vv. 6-7). En lugar de privarse
simplemente del pan durante un día, que tomen ese pan y alimenten
al hambriento. En lugar de quitarse algunas piezas de ropa para
ponerse ropa de saco, que usen su ropa para cubrir al desnudo.
Si hacen esto, estarán ayunando realmente, como Dios quiere.
Él será glorificado, y tendrán una dulce comunión con él (vv. 8,9a).
Comparemos esto con lo que dice Jesús en el Sermón de la Monta-
ña, cuando trata en forma similar con actos de culto tales como el
ayuno (Mt 6.2-18).

337
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En otras palabras, los que son de Dios necesitan examinar sus


prácticas y su vida presente para determinar qué es lo que agrada
a Dios y qué no le agrada. Necesitan dejar de hacer el mal y co-
menzar a hacer el bien (vv. 9b-12). Al hacerlo, serán una luz que
brilla en la oscuridad de este mundo (v. 10; cf. Mt 5.14-16). Tam-
bién serán una bendición para los demás, como un jardín bien rega-
do (v. 11; cf. Sal 1). Finalmente, se asemejarán al que repara una
brecha, a los hacedores de paz (v. 12; cf. Mt 5.9).
Con respecto a la observancia del sábado, también ha de ser
realizada para gloria de Dios. Por tanto, el objetivo no está en bus-
car lo que nos complace a nosotros mismos sino lo que le agrada al
Señor en ese día (v. 13). Esta es la única forma en que le podemos
dar a Dios ese día para su gloria.
Notemos que este día ha de ser algo deleitoso para el hijo de
Dios. Cuando podemos emplear ese día en agradar y servir al Se-
ñor, y lo consideramos una delicia, es cuando estamos glorificando
verdaderamente a Dios, y preparándonos realmente para el sábado
eterno con el Señor y con su pueblo.
En los capítulos del 59 al 62 tenemos un resumen de todo el
mensaje de consuelo dado a través de Isaías. Al mismo tiempo, se
hace una síntesis y un análisis. Comienza con el reconocimiento del
pecado de Israel y su consecuencia: la separación de Dios (59.1-
8). Sus obras no los pueden salvar; en realidad, sus obras lo que
hacen son condenarlos (vv. 6,7). La culpa no es de Dios (v. 1), sino
de que ellos no pueden hacer la voluntad divina (v. 8).
Aquellos que miran a los demás buscando respuesta a sus ne-
cesidades miran en vano (vv. 9-15). No hay esperanza, ni hay nin-
gún salvador entre los hombres.
Dios sabe esto también, por eso, proporciona esa salvación que
los hombres no podrían nunca alcanzar por sí mismos (v. 16). Aquí
encontramos esa gran doctrina que ya fue expuesta en el capítulo
53. La armadura de la que se habla aquí (v. 17) es la misma arma-

338
Los profetas del siglo octavo

dura que se describe en Efesios 6.13ss. Constituye la prenda de


salvación proporcionada por Dios (cf. Ap 7.14; 19.11-16). El Re-
dentor que llevará al pueblo de Dios al triunfo es descrito en 59.20,
21. El pacto de Dios de gracia y misericordia es seguro porque está
basado en las obras del Redentor y del Espíritu de Dios, y en la
Palabra veraz de Dios puesta en boca de los suyos. Por eso es que
estos son un pueblo nacido del Espíritu de Dios.
Aquí, en el capítulo 60, comienza el canto de triunfo del pueblo de
Dios. Es una nueva creación. La luz sale brillando de las tinieblas (60.1,2),
una forma simbólica de expresar el triunfo inevitable de la gracia de
Dios en los corazones de tantos (cf. Jn 1.4,5; 2 Co 4.6; Is 9.2). El
versículo 3 simplemente vuelve a llamar la atención sobre el capítulo 2.
Vemos ahora a la Jerusalén glorificada, la nueva Jerusalén del
pueblo de Dios, que es para siempre (vv. 4-22). Es una ciudad
gloriosa (cf. Ap 21.2-27). El versículo 10 parece señalar hacia la
profecía dada por Noé mucho tiempo antes, de que la semilla de
Canaán (los incrédulos) serviría a la semilla de Sem (los creyentes;
ver la explicación de Gn 9.25-27). Jesús se aplica a sí mismo las
palabras con las que comienza el capítulo 61 (Lc 4.18,19). Nota-
mos nuevamente el tema del consuelo (61.2). El versículo 6 re-
cuerda el pacto de Dios con Israel, tal como fue expresado en el
Sinaí (Éx 19.6; cf. 1 P 2.9). Estos bienaventurados, los ciudadanos
de la ciudad glorificada de Jerusalén, Sión, son la simiente de la
mujer, el remanente, el verdadero pueblo de Dios (v. 9; cf. Gn 3.15).
Una vez más, en 61.10—62.12, se describe a la Sión glorifica-
da, esta vez como una esposa ataviada para su esposo. Esta figura
será usada también en Apocalipsis 21.2. Dios salvará a su pueblo
santo (62.12), tal como se lo había propuesto antes de la creación
(Ef 1.4), y como lo dijo a Israel en el Sinaí (Éx 19.6).
Llegamos ahora a la tercera y última sección de la parte final
de Isaías. Esta sección trata de la Palabra de Dios como juicio
(caps. 63—66).

339
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Hay juicio contra las naciones que no creen y que se oponen al


pueblo de Dios (caps. 63,64). La figura de la sangre roja y el juicio
de las naciones (63.1-6) nos recuerda tanto el canto de Débora
(Jue 5.30,31) como el juicio de Cristo descrito en Apocalipsis
14.19,20; 190.13-16.
Dios, después de pronunciar juicio sobre los pueblos pecadores
del mundo, considera nuevamente cómo ha tratado a Israel, su pue-
blo escogido. Hace notar primero que él los ha tratado con miseri-
cordia y con amor (vv. 7-9), y después que ellos se han resistido
obstinadamente a su bondad (v. 10).
Sin embargo, la gracia de Dios triunfó al recordar el pacto an-
tiguo, y se dispuso a salvar a su pueblo a pesar de su pecado y su
necedad (v. 11—64.12).
El llamado hecho en este momento es a esperar en el Señor
(64.4). Este tema, que hemos notado con tanta frecuencia anterior-
mente (Is 8.17; 25.9; 26.8; 30.18; 33.2; 40.31) aparecerá una y otra
vez a través de todo el Antiguo Testamento como un sinónimo de
«poner su confianza en el Señor». Hay una advertencia muy clara
de que nuestra justicia no nos puede salvar (v. 6). El final de toda la
sección es el reconocimiento de que somos lo que somos solo por la
gracia de Dios (vv. 8,9). A pesar de la presente situación de deca-
dencia expresada en los versículos 10 y 11, hay un remanente que
sobrevivirá.
En el siguiente capítulo, el 65, el Señor vuelve a dirigirles una
reprensión a aquellos en Israel (la iglesia visible) que no son obe-
dientes. Por una parte, los que no son israelitas (los gentiles) ven-
drán al conocimiento del Señor (65.1), mientras que por otra, aque-
llos a los que Dios se ha estado revelando durante tanto tiempo (los
israelitas), han mostrado indiferencia para con él.
Pero Dios salvará un remanente de en medio de Israel (v. 8).
Son la simiente: el pueblo escogido de Dios (v. 9).

340
Los profetas del siglo octavo

Para el resto de Israel, los que no se quieren arrepentir, tiene


palabras de juicio (vv. 11,12). Mientras que los suyos son bendeci-
dos, aquellos que rechazan a Dios serán maldecidos (vv. 13-15). El
nuevo nombre al que se hace referencia en el versículo 15 es posi-
ble que sea el nombre que aparece en Hechos 11.26, «cristiano»,
en lugar de «israelita».
El capítulo 65 concluye con otra visión de la gloria final de Dios
y de su iglesia. Aquí se introducen términos con los cuales se ex-
presará la esperanza en el Nuevo Testamento. Habla de los cielos
nuevos y de la nueva tierra (65.17; cf. 66.22; Heb 12.26,27; 2 P
3.13; Ap 21.1). También habla de la nueva Jerusalén (v. 18; cf. Ap
21.2ss). Las promesas relacionadas con este hogar celestial de los
escogidos del Señor se presentan en términos de una vida larga y
bienaventurada (v. 20), y casas y viñedos que no son entregados a
manos ajenas (vv. 21,22), así como de trabajos que no serán en
vano (v. 23). En otras palabras, lo contrario al pacto antiguo, bajo el
cual Israel no había perseverado en Canaán debido a sus fallos.
Este capítulo termina con una descripción de la paz, como la
que se encuentra en Is 2.2-4 y 11.6,7. La maldición impuesta a toda
la creación en el momento del pecado de Adán (Gn 3.14-19) será
levantada (v. 25). Esto es semejante a lo que Pablo declara con
respecto a la creación en Romanos 8.20-22.
De la misma manera que hay una iglesia visible (Israel) y una
iglesia invisible (los elegidos y verdaderamente fieles), y las dos no
son la misma, hasta el día del juicio el verdadero pueblo de Dios
sufrirá persecución (cap. 66).
Los verdaderos creyentes son aquellos contritos de corazón
que miran la obra de Dios y la toman en serio (66.2; cf. Sal 51.17;
Is 57.15). Los incrédulos de la iglesia los rechazarán, desprecián-
dolos. Los perseguirán al mismo tiempo que proclamarán que están
glorificando a Dios (v. 5). Pero el gozo y la paz pertenecerán al

341
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

final al verdadero pueblo de Dios, al remanente (vv. 10,12,13). Para


los demás solo queda el juicio de Dios (vv. 15-17).
Pero de en medio de las naciones paganas, Dios tomará tam-
bién un pueblo para que forme parte de su reino de sacerdotes (vv.
18-21; cf. 61.6; Éx 19.6; 1 P 2.9).
La escena final del libro de Isaías deja así ante Israel las dos
grandes alternativas de la eternidad: el cielo o el infierno. Los que
alcancen el cielo, la verdadera simiente de Dios, permanecerán
eternamente en bendiciones y en gloria ante el Señor (en su pre-
sencia, vv. 22-23). El resto, todos los que pecaron contra Dios y no
se arrepintieron, se enfrentarán con un infierno eterno en el que el
sufrimiento no tendrá fin (v. 24). Así, el libro se cierra en la misma
forma en que comenzó: o mirar a Dios en fe, o ser condenado para
siempre (cf. 1.24-31).

IV. Miqueas
Miqueas fue un contemporáneo tardío de Isaías, y su profecía
fue mucho más corta, pero en líneas generales iba dirigida a las
mismas personas. Ciertamente, profetizó antes de la caída de
Samaria, puesto que el mensaje es de interés tanto a Samaria como
a Jerusalén (v. 1). Los reyes mencionados aquí son todos de Judá,
puesto que en esa época no había reyes de importancia en Israel.
El mismo Miqueas es mencionado también en Jeremías 26.18 como
un predecesor de Jeremías.
El mensaje se dirige a las capitales, puesto que trata especial-
mente de la culpa de los gobernantes del pueblo y de sus pecados.
La primera parte (1.2—2.11) resume los pecados del pueblo en
general y presenta el desagrado de Dios por causa de ellos. Des-
pués, antes de centrarse en los jefes y en sus faltas, habla indirec-
tamente de la esperanza que habrá de seguirse para el remanente
(2.12,13). Este tema del remanente será desarrollado más tarde
por Miqueas.

342
Los profetas del siglo octavo

En el capítulo 3 desarrolla la acusación contra los gobernantes:


reyes, profetas, y sacerdotes. Y nuevamente, desde el 4.1 hasta el
capítulo 5, se extiende sobre la doctrina del remanente y de la espe-
ranza real del pueblo de Dios.
Desde 6.1 hasta 7.6 se ponen a prueba tanto el pueblo como
los jefes de la tierra y son hallados faltos. De manera que, como
conclusión, Miqueas nos da su propio testimonio personal del Se-
ñor, en el cual esperará (7.7-20).
Regresemos ahora al principio para estudiar cada sección en
detalle. Primero vemos el testimonio del mismo Dios en contra de
su pueblo (1.2—2.11). El testimonio de Dios viene de su santo tem-
plo, lo cual nos recuerda el principio de la visión de Isaías en el
templo (Is 6) y también la profecía posterior de Habacuc, en la que
se declara que Dios está en su santo templo (Hab 2.20). La santi-
dad de Dios se presenta siempre en oposición a la condición
inmensamente pecadora del pueblo.
Se presenta a Dios aquí como sumamente airado, quizá cami-
nando como el león que está a punto de destruir a su presa (1.3,4;
cf. Jl 3.16, y Am 1.2) o como un hombre de guerra poderoso (Is
42.13). La razón de su ira es el pecado de Israel (tanto el norte
como el sur). Ese pecado se halla concentrado en las capitales, en
las que se hallan los gobernantes (v. 5). El juicio pronunciado nos
trae a la mente la descripción que hace Oseas del juicio hecho
contra Israel, como un juicio hecho contra una ramera (vv. 6-7).
En los versículos siguientes (8-16) Miqueas se lamenta y cons-
truye un retruécano tras otro (juegos de palabras), como recurso
para dejar impresa en la mente del pueblo la certeza del juicio de
Dios. La mayoría de estos juegos de palabras se pierden al ser tradu-
cidos, pero con uno o dos ejemplos bastará. En el versículo 10, se
hace una relación entre Bet-le-afra y «polvo», esto es, que «afra»
significa polvo. En el versículo 14, Aczib y «engaño» se pronuncian

343
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de forma similar en Hebreo. Este recurso es usado con frecuencia


por los profetas hebreos (cf. Is 5.7) .
Cuando describe sus heridas como incurables (1.9) nos trae a
la memoria a Isaías 1.6.
Como consecuencia de sus pecados, habrá con seguridad un
juicio (2.1-11). Usando la misma palabra «ay», sombría y pavorosa,
que usaron Amós (Am 6.1) e Isaías en numerosas ocasiones,
Miqueas pronuncia un juicio solemne sobre el pueblo por causa de
su pecado. Este es un pueblo que yace despierto por la noche pen-
sando en la maldad que tienen decidido hacer al día siguiente (v. 1).
Los pecados son semejantes a los que Amós señalaba con respec-
to al reino del norte (Am 8.4).
De nuevo notamos que Dios, en una forma expresada de ma-
nera similar por Isaías (45.7), es la causa del mal (mal para juicio)
en aquellos que hacen el mal (mal moral). Así, mientras el pueblo
maquina el mal en su corazón, Dios está decidido a traer un mal de
juicio contra ese pueblo.
Es especialmente significativa aquí la advertencia de que estos
pecadores no tendrán suerte en la asamblea del Señor (v. 5). Esta
imagen nos lleva atrás, a la ocasión en que se repartieron las tierras
de Canaán en herencia a todas las tribus, quedándose cada una con
su parte. Pero ahora, Dios desheredará a este pueblo.
Las profundidades en que el pueblo ha caído espiritualmente
pueden verse en el último párrafo de esta sección (vv. 6-11). El
pueblo se niega a escuchar a los verdaderos profetas de Dios y
prefiere escuchar a profetas borrachos que le cuentan mentiras
(vv. 6,11). Por lo tanto se han convertido en enemigos de Dios (v. 8;
cf. Am 4.1). Su preferencia por los profetas borrachos es un sínto-
ma de su corrupción (cf. Is 28.7s).
Pero a menos que los creyentes de Jerusalén se desesperen,
Miqueas suscita ahora una esperanza (vv. 12-13) al mencionar al
remanente, el rebaño que será dirigido por Dios mismo como el

344
Los profetas del siglo octavo

Gran Pastor. En este momento la imagen recuerda pasajes simila-


res de Is 40.9-11 y otros, y para el Señor equivale a decir: «Recuer-
den las palabras de consuelo habladas a través de Isaías; no se
descorazonen». Después de esto, en el capítulo 3, llega al corazón
del mensaje en contra de los gobernantes de Israel y Judá, quienes
le han fallado tan enormemente al Señor.
La primera denuncia va contra las cabezas; es de presumir que
se refiera a los reyes (3.1-4). Su responsabilidad bajo Dios era la
de hacer justicia (v. 1), pero en lugar de ello han pervertido toda
justicia, porque han odiado todo lo que Dios había declarado bueno.
Como sus corazones eran malvados, amaron la maldad (v. 2). Los
ejemplos dados aquí de su conducta (vv. 2,3) nos recuerdan a los
hijos de Elí (1 S 2.12-17). Lo que Samuel había advertido cuando
les dio el rey que querían, ahora había sucedido (3.4; cf. 1 S 8.18).
A continuación (vv. 5-8) denuncia a los profetas. Ya había di-
cho anteriormente que el pueblo prefería los profetas borrachos a
los que querían hablar la verdad. Aquí se describe más detallada-
mente a estos falsos profetas. Se les han confiado los oráculos de
Dios, pero lo que han hecho es equivocar al pueblo. Su falso men-
saje de paz le da al pueblo una seguridad falsa (v. 5). En la profecía
de Jeremías veremos una denuncia más extensa contra los que
gritan «paz» cuando no hay paz (Jer 6.14).
La descripción de los profetas que se oponen a quienes no los
apoyen nos recuerda nuevamente la conducta de los hijos de Elí.
Esta conducta les acarreará un duro juicio (vv. 6,7). Ellos serán los
que guiarán al pueblo de regreso a la época de oscuridad espiritual
que se había vivido durante el período de los Jueces (cf. Am 8.11).
Haciendo un contraste total con estos falsos profetas, Miqueas
se alza como hombre fiel (v. 8). Sus palabras nos recuerdan las
cartas de Pablo a Timoteo, un ministro de la Palabra del Nuevo
Testamento (2 Tim 1.7), o las palabras de Jesús con respecto al
Espíritu Santo (Jn 16.8-11).

345
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Para concluir esta sección, Miqueas lanza una sonada conde-


nación sobre todos los jefes de la tierra: reyes, profetas, y sacerdo-
tes (vv. 9-12). Todos ellos sirven no a Dios sino a Mamón (v.11; cf.
Mt 6.25; 1 Tim 6.10). Y sin embargo, son tan atrevidos que procla-
man que Dios está con ellos (cf. Am 5.14; Is 48.1,2). El resultado
de esa falsa dirección es que Jerusalén tendrá un final triste. La
iglesia que permite que los malos dirigentes conquisten el poder y la
influencia no podrá servir a Dios y será echada a un lado. Así dice
la carta dirigida a los cristianos del Asia Menor en los días de Juan
el Apóstol (Ap 2,3).
Miqueas, antes de concluir la causa contra el pueblo, se pone a
desarrollar el tema del remanente al que ha hecho referencia en
2.12,13 (caps. 4—5). Comienza citando largamente parte de la pro-
fecía de Isaías (4.1-3; ver Is 2.2-4). Esa porción de Isaías había
servido para darle esperanza al remanente que había puesto su
confianza en el Señor en medio de la apostasía.
Las palabras de los versículos cuatro y cinco nos recuerdan las
escenas de bendición de los días de David y Salomón, en los que el
pueblo había prosperado bajo una jefatura auténtica (ver 1 R 4.25).
Lo que sucedió entonces se convirtió en un símbolo de la bendición
que Dios tenía reservada al final para aquellos que se acercaran a
él como a su refugio.
El remanente se compondría de los humillados y contritos que
llegaran a darse cuenta de su debilidad y de que necesitaban de la
ayuda del Señor (4.6-8). Recordamos ahora la descripción que hace
Pablo de los creyentes en su Primera Carta a los Corintios (1 Co
1.26-29). Dios es su Rey, como lo ha sido siempre de todos aque-
llos que le sirven: el Señor reina (Éx 15.18; cf. Is 33.22).
El punto más elevado de esta profecía de esperanza está en el
pasaje que va de 4.9 a 5.5. Aquí se trata sobre la esperanza de un
niño que habrá de nacer, como se dijo por primera vez en el jardín
del Edén (Gn 3.15) y se le repetiría desde entonces frecuentemen-

346
Los profetas del siglo octavo

te al pueblo de Dios. Recordemos que el profeta Isaías habló de


ese niño varias veces (Is 7.14; 9.6-8; 11.1-5).
En el capítulo siguiente se dice cuál será el lugar de nacimiento
del niño que será el verdadero rey de Israel (5.2) y el verdadero
pastor (v. 4). Él será portador de la verdadera paz (v. 5). El Nuevo
Testamento nos enseña llanamente que esta es una profecía sobre
el nacimiento de Jesucristo, el Salvador (Mt 2.6; cf. Lc 2.4). El
pueblo debe esperar a que llegue la plenitud de los tiempos (v. 3),
como enseñaría más tarde Pablo (Gá 4.4).
El resto del capítulo 5 nos enseña que el remanente salvado así
por Dios a través del Gran Pastor que lo conduce ha sido salvado
para que sea testigo ante las naciones. Por tanto, habrá bendición
para algunos (los que crean v. 7) y juicio para los demás que no
respondan (v. 8). Podemos establecer en este momento una com-
paración con la descripción que hace Pablo de su testimonio de
Cristo (2 Co 2.14-17). Las naciones que no lo acepten sentirán
todo el peso del juicio de Dios (v. 15).
Finalmente, se termina la acusación contra Israel (6.1—7.6).
El lenguaje usado está en la terminología legal, como si se tratara
de un juicio que se está celebrando. Las montañas que rodean a
Jerusalén sirven de juez y de jurado. Dios es el fiscal acusador, que
está presentando el caso (6.1-16).
Dios pregunta primeramente si hay alguna acusación en contra
suya en Israel (v. 3). Recordamos pasajes similares en Oseas 4.1 y
en Isaías 1.18. Dios quiere razonar con su pueblo, darle toda la
oportunidad posible de que se exonere de culpa. El Señor trae aho-
ra a memoria el amor que les ha demostrado (v. 4.5; cf. Éx 20.1;
Am 2.10).
A continuación sigue una respuesta procedente del pueblo (vv.
6-7). Es arrogante, como si dijera: «¿Qué pretendes de mí?» Dios
ha enseñado ya que no eran sacrificios lo que él quería, sino un
corazón contrito (v. 6; cf. Sal 51.16,17). Ciertamente, el ejemplo de

347
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

la multitud de sacrificios de Salomón, y su posterior multitud de


pecados, nos dice que no es una gran cantidad de sacrificios lo que
Dios quiere (v. 7a). El último ofrecimiento, el sacrificio humano al
estilo de los paganos, constituía un insulto para el Señor, y una burla
con respecto a la gracia de Dios que había sido manifestada a
Abraham tanto tiempo antes (Gn 22.6,7b).
A continuación se presenta el veredicto, cuando las montañas
parecen responder, dando su juicio (v. 8). La respuesta encuentra
eco a través de toda la Escritura (Dt 30.15-20; Os 6.6; Stg 1.27).
La única manera en que el pueblo puede justificarse a sí mismo es
confesando su pecado, tal como había hecho David (Sal 51), en
lugar de negarlo o intentar esconderlo, como hizo Saúl.
Puesto que no se habían arrepentido, sus pecados serían juzga-
dos (vv. 9-16). Sus pecados son manifiestos (v. 11) y han sido con-
denados desde mucho tiempo antes en las Escrituras (Lv 19.35-36;
Os 12.7,8). Por tanto, no podrán escapar del juicio (vv. 13-15).
Ellos no son mejores que Omri y Acab, cuyo reino había sido elimi-
nado mucho antes (v. 16; cf. 2 R 9.7-10).
Es decir, que no hay esperanza posible en el hombre. Es en
vano que busquen a un hombre que pueda dirigir a Israel y sacarlo
de su apuro (7.1-6). Los rectos han desaparecido de en medio de
los jefes de la tierra (v. 2). Es tanto el mal que hacen todos, que el
mejor de ellos es una maldición (vv. 3,4). Nadie puede confiar en
nadie, porque todos son sospechosos (vv. 5,6). La descripción del
estado de cosas en Jerusalén en ese momento nos muestra por qué
la ciudad debería caer poco después. Nos advierte también a noso-
tros que la iglesia de hoy se puede desviar tanto que solo un juicio
de Dios puede resolver sus problemas.
Este reconocimiento del estado deplorable en que se encontra-
ba la iglesia en los días de Miqueas conduce al profeta a dar un
testimonio personal en el momento de terminar el libro (vv. 7-20).

348
Los profetas del siglo octavo

Puesto que no hay esperanza posible en los hombres, Miqueas


mira al Señor y en ello llama a todos sus contemporáneos a hacer
otro tanto. Aunque se encuentra en tinieblas, mantiene su esperan-
za en aquella luz de la que había hablado antes Isaías (v. 8; cf. Is
9.1,2).
Miqueas no niega su propio pecado, sino que, al igual que Da-
vid, lo confiesa (v. 9). Desea al Señor no como su acusador sino
como su abogado defensor (v. 9; cf. cap. 6). Tiene su esperanza
puesta en la justicia de Dios y no en la suya propia (Is 61.10; 64.6).
Por tanto, no temerá a ningún enemigo (vv. 10.13).
Lo que Miqueas confiesa aquí ha de ser siempre la confesión
del pueblo de Dios. Es inútil confiar en la propia justicia. Tenemos
que mirar en fe solamente al Señor.
El profeta mira al Señor como su pastor (v. 14; cf. 5.4). Ve
también que es inevitable la derrota de sus enemigos, que son los
malvados (vv. 16,17). La referencia a sus enemigos como la ser-
piente se remonta sin duda al momento de Génesis 3.15, en el que
se promete la victoria sobre la serpiente (Satanás).
Para concluir, Miqueas, recordando la revelación de Dios que
aparece en Éxodo 34.6,7, mira la misericordia y la compasión de
Dios como las bases de su fe. Todos los hombres podrán ser men-
tirosos, pero Dios es veraz y fiel a su Palabra (vv. 18-20).

349
CAPÍTULO 11

LOS PROFETAS DEL SIGLO


SÉPTIMO

I. Jeremías
El profeta Jeremías cubre con su ministerio los últimos días del
reino de Judá, al sur. Cubre el período comprendido entre el año
decimotercero de Josías, el último rey bueno de Judá, y el año
onceavo de Sedequías, año de la caída de Jerusalén. Esto sería
desde aproximadamente del 626 hasta el 586 antes de Cristo, unos
40 años (1,2,3).
Sabemos más sobre la procedencia y la vida de Jeremías que
sobre cualquier otro de los profetas escritores. Nos dice él que
procede de la familia de sacerdotes que vivía en Anatot (1.1). Gra-
cias a 1 Reyes 2.26-27, sabemos que Abiatar, el sacerdote de la
época de David que estuvo con él a través de sus años de penuria
y de triunfo, fue relevado de su cargo por Salomón al subir al trono.
Fue enviado de vuelta a su hogar de Anatot. Salomón hizo esto
porque Abiatar se había unido a los que apoyaban a Adonías como
rey en lugar de Salomón (1 R 1.7). Es de suponer, por tanto, que
Jeremías pertenecería a esa familia sacerdotal.
Los reyes que reinaron después de Josías son pocos en núme-
ro: Joacaz, Joacim, Joaquín, y Sedequías. Este fue el período de la
rápida decadencia de Judá. Josías fue el último rey bueno, y murió
relativamente joven. Todos los demás desobedecieron a Dios y fueron
unos fracasos en todo sentido.

351
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En 1.4-10 encontramos el llamado de Jeremías a ser profeta.


Haremos cinco observaciones concretas con respecto a este lla-
mamiento.
Primeramente, antes de que Jeremías naciera, Dios ya tenía un
propósito específico para él (vv. 4,5). Dios conoció y santificó a
Jeremías de acuerdo con sus propias intenciones. La palabra «co-
noció» usada aquí está de acuerdo con el uso similar de Génesis
18.19. No es conocimiento por observación (es decir, por conoci-
miento humano), sino por selección, por predeterminación (conoci-
miento divino), como dice Jesús al referirse a los que son salvados
y a los rechazados (Mt 7.23). El término «santificado» indica que
Dios apartó a Jeremías de acuerdo con su propósito para que fuera
exclusivamente posesión suya y lo sirviera como profeta para las
naciones. La palabra «santificar» significa apartar para Dios.
En segundo lugar, el Señor hizo a Jeremías de tal manera que
pudiera llenar este propósito suyo. No se dejó nada a la casualidad.
Dios formó a Jeremías (v. 5). Era en verdad un hombre hecho por
Dios. Todo en su procedencia, su familia y su lugar de nacimiento
estaba en consonancia con el propósito predeterminado por Dios
de que habría de ser un profeta.
En tercer lugar, Jeremías, al enfrentarse con este llamado, lo
hace mostrando humildad verdadera (v. 6); nos recuerda la reac-
ción similar de Moisés ante su llamado (Éx 3.11), y de Salomón (1
R 3.7). No hay nada de incorrecto en una reacción así al enfrentar-
se a un llamado, mientras no se convierta en una excusa o en una
negativa para no servir. Lo que es importante tener en cuenta es
que en el caso de la respuesta de Jeremías, al igual que con Moisés,
la réplica de Dios fue la misma: «Yo estoy contigo» (v. 8; cf. Éx
3.15; Jos 1.5). Está bien ser humilde, pero esto debería llevarnos a
la confianza en el Señor. También nosotros, como Jeremías, nos
enfrentamos a la imponente tarea de ser los siervos de Cristo (Mt
28.19,20a). También nosotros hacemos bien en darnos cuenta de

352
Los profetas del siglo séptimo

que el cumplimiento fiel de esta tarea es una carga demasiado grande


para nosotros. Pero nos llega la réplica de Jesús, como les llegó a
Moisés y a Jeremías; «Yo estoy contigo» (Mt 28.20b).
En cuarto lugar, Dios aclara cuál es exactamente la misión (vv.
9.10). Es doble: a la vez negativa y positiva. En el aspecto negativo,
se le exigirá arrancar, destruir, arruinar, y derribar todo lo que dis-
gusta al Señor. Es la función del profeta. Sin duda que esta función
deriva del hecho de que la Palabra de Dios nos ha sido dada para
hacer precisamente eso en las vidas de los hombres. En 2 Timoteo
3.16,17 leemos que la Palabra de Dios es redargüir (echar abajo) y
corregir (disciplinar). Es así que las Escrituras llaman a la Palabra
«martillo» y «fuego» (Jer 23.29). El Nuevo Testamento asemeja la
Palabra a una espada (Heb 4.12). También recordamos que la Pa-
labra de Dios es la Espada del Espíritu (Ef 6.17); y el Espíritu que
inspiró a los profetas tenía como función propia suya convencer a
los hombres de pecado, de justicia, y de juicio (Jn 16.8).
El lado positivo de su misión sería edificar y plantar (v. 10).
Esto también está de acuerdo con la función de la Palabra de Dios,
la cual, como dice Pablo, nos instruye en la justicia de tal manera
que seamos perfectos, totalmente provistos para toda obra buena.
De manera que notaremos inmediatamente que la misión de
Jeremías en el Antiguo Testamento no era distinta de la que tiene
todo hijo de Dios hoy en día, cuando da testimonio a través de la
Palabra de Dios escrita.
Quinto, el llamado de Jeremías traería consigo sufrimiento. Esto
viene más adelante en el capítulo, pero es un aspecto de su llamado
y por tanto debemos considerarlo aquí (vv. 17-19). La fidelidad de
Jeremías en ejercitar su misión le acarrearía prontamente una fuer-
te oposición. Esto también es muy similar a lo que Jesús les ense-
ñaba a aquellos que quisieran seguirle (Mt 16.24).
Las visiones que acompañaban al llamado de Jeremías hacían
referencia evidentemente a los aspectos principales de su misión

353
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

(vv. 11-16). En la primera, al ver una vara de almendro recibió la


enseñanza de que la Palabra de Dios es segura (vv. 11,12). En una
forma similar a la de la visión de Amós (Am 8.1-3), Dios usó aquí
un juego de palabras, porque las palabras para «almendro» y «vigi-
lar» suenan muy parecido en hebreo.
En la segunda visión ve una olla que hierve, con la faz hacia el
norte, indicando que el juicio de Dios vendría del norte, tal y como
lo había indicado también Joel mucho tiempo antes (vv. 13-16; cf. Jl
2.20) .
Después de esta introducción que incluye el llamado de Jere-
mías, llegamos a la primera gran sección del libro, que es una serie
de mensajes de Dios a través de Jeremías (caps. 2—35). Estos
mensajes varían grandemente en extensión, personas a las que se
dirigen, y contenido. No están en orden cronológico, pero los tres
primeros son los más largos. A continuación presentamos los títulos
y los destinatarios de los mensajes.

1. Mensaje a Jerusalén en la época de Josías (caps. 2—6)


Este es muy parecido a los mensajes que habían dado ya los
anteriores profetas, hablando del amor de Dios por Israel, y la
negación del pueblo a obedecer, y terminando con adverten-
cias del juicio que habría de venir del ejército del norte. Nos
recuerdan muchos pasajes de otros profetas: 2.2 (Os 2.14); 2.5
(Miq 6.3); 2.9 (Os 2.2; Miq 6.1; Am 7.4); 2.25 (Oseas); 2.26
(Miqueas); 2.32 (Is 1.3); 3.15 (Is 40.11; Miq 5.4; 7.14); 3.17
(Is 2.1ss); 4.5-7 (Joel, Amós); 4.14 (Is 1.16); 5.21 (Is 6); 6.14
(Mi 3.5).

2. Mensaje en la puerta de la Casa del Señor (caps. 7—10)


Este mensaje es una advertencia en particular contra la falsa
esperanza (7.4ss). La tendencia a confiar en las ofrendas más
que en la obediencia al Señor en la vida (vv. 21-23) nos recuer-

354
Los profetas del siglo séptimo

da los pecados de Saúl (1 S 15.22) y la fe de David (Sal 15.16).


La tendencia a negarse a escuchar a los profetas de Dios (vv.
25-26) nos recuerda el pronunciamiento de juicio que encon-
tramos en 2 Reyes 17.13. Lo tardío de la hora para Jerusalén
es expresado en forma efectiva en 8.20. Señala la bancarrota
del poder espiritual de Israel. ¡Qué similar es Jeremías 10.23-
24 al mensaje de Dios dado a través de Isaías! El tema con que
finaliza este mensaje es lo desesperada que es la situación del
hombre sin Dios (10.23).

3. Mensaje para los hombres de Judá y los habitantes de Jerusa-


lén (caps. 11,12)
Estas palabras llaman a Jerusalén a poner por obra el pacto
con el Señor que habían abandonado (11.3-8). También hay
presagios de los problemas que Jeremías sufriría más tarde por
causa de su fidelidad (vv. 18-23). En una forma similar a la que
le sucedería más tarde a Habacuc, Jeremías se siente disgus-
tado por el pecado que prevalece en Jerusalén, como debería
estarlo toda persona justa (12.1ss). Dios afirma que tanto el
juicio como la misericordia vendrán, tal como la misión de Jere-
mías era para destruir y reconstruir (vv. 14-17).

4. Mensaje referente al cinto de lino (cap. 13)


Con la destrucción simbólica de un cinto de lino, Dios le mues-
tra a Jeremías la certeza de que el orgullo de Jerusalén será
humillado (vv. 1-9). Todos los jefes serán juzgados (v. 13), tal
como lo había advertido Miqueas. La misericordia de Dios que
se había revelado en Éx 34.6,7 es ahora retirada del pueblo (v.
14). La imposibilidad de que el pueblo cambie su propia natura-
leza, escapando así de la ira de Dios, es declarada al final del
mensaje (vv. 22,23).

355
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

5. El mensaje con motivo de la sequía (caps. 14,15)


De una manera parecida a la de Joel, Jeremías habla con oca-
sión de una gran catástrofe natural en la tierra. Cuando la lan-
gosta devastó la tierra, Joel advirtió que cosas peores vendrían
si el pueblo no se arrepentía (ver nuestra explicación de Joel,
cap. 1). Ahora Jeremías, durante una terrible sequía que suce-
dió en su tiempo, declara que las iniquidades del pueblo han
sido las causantes de este día terrible (14.1-7). Interviene a
favor del pueblo de manera parecida a como Moisés lo había
hecho en el desierto, pero esta vez Dios se niega a aceptar su
intercesión (vv. 8-12).
Es tan severa la denuncia que Dios hace del pueblo y de los
falsos profetas (vv. 14-15), que Jeremías casi llega a desespe-
rar (vv. 19,20). Solo puede esperar en el Señor, que es el único
que puede dar esperanza (v. 22; cf. Is 25.9; 26.8; 40.31; 49.23).
Encontramos una indicación de su infortunio en la afirmación
que hace Dios de que ni la intercesión de Moisés y de Samuel,
que habían intercedido anteriormente ambos con éxito, sería
ahora capaz de lograr nada (15.1; cf. Éx 32.11-14; 1 S 12.23).
La razón de que Dios se niegue a oír está en que Manasés, el
hijo de Ezequías, se había apartado demasiado de Dios para
que el pueblo pudiera regresar (v. 4). Ahora ya no puede haber
piedad. El arrepentimiento en este momento no sería más que
una farsa (vv. 5,6).
En una escena grandemente conmovedora, Jeremías grita su
propio sufrimiento (v. 10; cf. Job 3.1ss). Encuentra difícil de
ver cómo Dios pueda estar aún con él (vv. 15-17). La Palabra
que había amado cuando comió de ella se le había vuelto amar-
ga dentro (vv. 16,18). Esto es similar muy posiblemente a la
escena de Juan comiendo el evangelio amargo dulce (Ap 10.9).
Repitiendo lo que ya había dicho en el capítulo 1, Dios le asegu-
ra a Jeremías que lo cuidará (vv. 20,21).

356
Los profetas del siglo séptimo

6. El mandato dado a Jeremías de que no se case ni tenga hijos


(caps. 16,17)
Esos últimos días del juicio serán tan duros en Jerusalén que
será mejor para Jeremías no tener familia (16.1-9). Es un día
en que no habrá clemencia por parte de Dios (v. 13). Es nece-
sario un segundo éxodo para hacer volver al pueblo a la sensa-
tez, y esto significa una segunda esclavitud en una tierra ex-
tranjera, es decir, el cautiverio de Babilonia (16.14,15; 17.4).
En medio de la condenación de la tierra, Jeremías sabe volver-
se al Señor y mirarlo a él solamente como a Salvador (17.14).
Finalmente, como Isaías en los capítulos 56 y 58, Jeremías pre-
senta la observancia del día de reposo como la verdadera prue-
ba de la espiritualidad del pueblo de Dios (17.20-22,24-26). En
los días de Jeremías se estaban permitiendo violaciones fla-
grantes del día sábado (vv. 23,27). Si cesaba esa maldad, sería
una indicación de que el pueblo tenia buena fe.

7. El mensaje en la casa del alfarero (cap.18)


En la casa del alfarero, el Señor le dio a Jeremías una ilustra-
ción de su soberanía. Así como el alfarero tiene control total de
la arcilla que tiene en sus manos, así también es como Dios,
controla a todas las naciones (18.1-10).
Aquí encontramos el principio por el cual Dios advierte sobre
el mal y el juicio que hay pendientes sobre aquellos que él se
propone destruir. Si se arrepienten, él no llevará a cabo el juicio
(18.8). Por otra parte, si Dios declara su intención de construir
un pueblo, pero no le obedecen, él no hará el bien que ha pro-
metido (18.9,10).
Dios usa aquí el término «arrepentirse» para describir su cam-
bio de acción con respecto a la que había declarado previa-
mente. Esto significa simplemente que Dios trata con frecuen-
cia con las personas y las naciones en una forma condicional.

357
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Es decir, si ellos se arrepienten de su maldad, él no llevará a


cabo el juicio con que los había amenazado. Por otra parte, si
ellos se apartan de la obediencia, él no les concederá las bendi-
ciones que había prometido.
Para ilustrar este principio podemos regresar hasta los días
anteriores al diluvio, cuando Dios se arrepintió de haber hecho
al hombre (Gn 6.6). Había hecho al hombre para que lo glorifi-
cara y lo obedeciera a él, el Señor, sometiendo toda la creación
al hombre. Cuando el hombre falló, el juicio que Dios pronunció
fue una indicación de su desagrado. El hombre fue hecho en
condición de obediencia.
Nuevamente, en el desierto, el Señor amenazó con destruir a
Israel en una ocasión (Éx 32.7-10). Pero después que Moisés
intercedió, no lo hizo (Éx 32.11-14). Vemos ejemplos similares
de este arrepentimiento de Dios en otros lugares de las Escri-
turas (1 S 15.11; Jon 3.9,10). Debemos recordar que para el
Señor el arrepentimiento no significa un pesar o un cambio de
ideas debido a error, como sucede cuando se aplica a los hom-
bres. Dios no comete errores de tal manera que tenga que
rectificarse a sí mismo. Él no se arrepiente en la forma en que
se arrepienten los hombres (1 S 15.20).
En ocasiones Dios declara que no se arrepentirá, lo que signifi-
ca que el juicio pronunciado o la promesa dada no son condi-
cionales (ver Jer 4.27,28). Esta es por ello la base de la certeza
del juicio final sobre los malos y de la salvación final de aque-
llos que son hijos de Dios.
El trato de Dios con Israel es un excelente ejemplo de las pro-
mesas condicionales y el juicio condicional del Señor. Aquí él
amenaza con el mal (cf. Is 45.7), pero los llama al arrepenti-
miento (18.11). Pero el pueblo se niega (v.12) y llega hasta el
punto de oponerse al siervo de Dios que es portador del men-

358
Los profetas del siglo séptimo

saje divino de advertencia (v. 18).


Todo esto llevó a Jeremías a rogar por el juicio de Dios contra
este pueblo (vv. 19-23). Esto podrá parecer duro, pero debe-
mos recordar que Dios le había prohibido que orara por ellos
(14.7,11; 7.16; 11.14). Dios había puesto en claro su propósito
de juzgarlos (15.1). Para Jeremías, orar en otra forma ahora
habría sido contrario a la voluntad de Dios. Jeremías debe des-
cubrir lo que había descubierto el salmista: los enemigos de
Dios son los enemigos del pueblo de Dios (Sal 139.21,22). Hasta
en el cielo hay tiempo para orar por la destrucción de aquellos
que son enemigos de Dios (Ap 6.9-11).

8. Lecciones de la vasija del alfarero (cap. 19)


Por medio de una ayuda audiovisual, Jeremías recibe la ins-
trucción de proclamar la destrucción de Jerusalén. El cuadro
de los cuerpos muertos de aquellos que son juzgados (v. 7)
recuerda las últimas palabras de Isaías (Is 66.24), y es la base
para una terrible escena que aparece en el libro del Apocalipsis
(Ap 19.17,18).

9. Mensaje con ocasión del encuentro con Pasur ( cap. 20)


Cuando Jeremías fue atacado personalmente por el sacerdote
Pasur y aprisionado se sintió muy desalentado (20.1-3). El mis-
mo nombre con el que llamó a Pasur, «Magor-misabib», signifi-
caba «terror por todas partes» e indicaba la forma en que se
sentía Jeremías, rodeado por sus enemigos (cap. 20.3,10). Se
sentía herido porque se habían burlado de él (v. 7) y porque sus
amigos lo habían denunciado (v. 10). Sin embargo, cuando pen-
só en no seguir hablando más, no pudo dejar de hablar la Pala-
bra de Dios, porque esa Palabra era como un fuego ardiente
dentro de él (v. 9).

359
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Por una parte, Jeremías podía afirmar su fe inquebrantable en


el Señor como protector suyo (20.11-13). Y sin embargo, era
tan amarga la oposición que tenía que soportar que al mismo
tiempo podía desear también no haber nacido (vv. 14-18). En
este punto, estaba expresando los mismos sentimientos que había
expresado Job (cf. Job 3.3-6). Está tan comprometido con Dios
que siente todo el choque de la oposición al Señor.
Antes de que nos apresuremos demasiado a condenar a Jere-
mías o a Job, deberíamos recordar que pocos hombres han sido
llamados jamás a soportar lo que Jeremías y Job tuvieron que
sufrir por tan largo tiempo. Por lo tanto, esto no es una señal de
su fracaso espiritual sino de que su estatura espiritual era tanta,
que Dios permitía que fueran tentados tan intensamente.
Recordemos que Dios había declarado que él había llamado a
Jeremías y lo había formado cuando estaba aún en el vientre
de su madre, con el propósito de que fuera su testigo (cap. 1).
No hay duda de que el recuerdo de esta Palabra de Dios dada
en el momento de su vocación, lo consoló en esta hora. Como
Pablo, él podía consolarse al darse cuenta de que Dios era
glorificado en su sufrimiento (cf. 1 P 4.13; Flp 3.10; Ro 8.17).
De todos modos, Jeremías pudo sobrevivir a la prueba y conti-
nuó predicando la Palabra de Dios.

10. El mensaje cuando Sedequías mandó a buscar consuelo (cap. 21)


Jeremías tenía razón para consolarse puesto que se hallaba
dentro de la voluntad del Señor, pero no así Sedequías. Este
tenía la esperanza de que Jerusalén sería librada de
Nabucodonosor en la misma forma en que Dios había salvado
a Nínive y posteriormente a la propia Jerusalén en los días de
Ezequías (21.2); pero esto no habría de suceder. Dios prometió
las tres maldiciones con las cuales juzgaba frecuentemente a
los reinos pecadores del mundo: pestilencia, espada, hambre

360
Los profetas del siglo séptimo

(v. 7; cf. 2 S 24.13,14; Ap 6.3-8). Al final, irían cautivos a


Babilonia (v. 7).
Podemos ver cómo el fracaso del antiguo pacto cambió las
circunstancias para Judá cuando comparamos los versículos 8
y 9 con Deuteronomio 30.15-19. En el pasaje del Deuteronomio
«el camino de vida» significaba bendiciones. Aquí significaba
solamente el escapar de la espada.

11. Mensajes a los reyes y jefes de Judá (caps. 22,23)


Primero, el Señor se dirige en forma general a los reyes de
Judá, llamándolos a la justicia y el juicio en su gobierno (v. 3).
Les dice que si no hacen esto habrá un severo juicio y será el
fin del reino de Judá (vv. 5-9).
Después de estas indicaciones introductorias dirigidas a todos los
reyes, el Señor se dirige en forma específica a los reyes uno a uno.
El primero es Salum, llamado también Joaz (vv. 10-12). Era el
hijo de Josías. Su reinado fue breve y triste. Gobernó durante
tres meses, para ser llevado después cautivo a Egipto (2 R
23.31-33). Su destino, sin embargo, fue similar al del mismo
Jeremías, quien también sería conducido a la fuerza a Egipto
(Jer 43.5-7). El segundo rey es Joacim, también hijo de Josías,
y al que el rey de Egipto hizo rey en lugar de su hermano (22.13-
23; ver 2 R 23.24). Fue acusado de granjería personal al costo
de hacer obras malvadas y torcidas exactamente lo opuesto a
su padre (vv. 13-17). Su reinado estuvo lleno de opresión y
derramamiento de sangre (cf. 2 R 23.37; 24.4). Por todo ello,
se le profetizó un entierro vergonzoso (v. 19; cf. 36.30). Entre
sus más atroces hechos estuvo su intento de destruir la Palabra
de Dios escrita por Jeremías (cap. 36). Sin duda su intento
reflejaba su reacción al oír estas palabras de Jeremías que lo
condenaban.

361
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El tercer rey, Conías, llamado también Joaquín, sería llevado


cautivo a Babilonia y nunca regresaría (vv. 24-30). Leemos
sobre estos sucesos en 2 Reyes 24.10-17. Junto con Joaquín
fueron deportados 10.000 más en aquel momento (2 R 24.14),
entre ellos Ezequiel (Ez 1.1-3). Después de treinta y siete años
de cautividad, Joaquín fue sacado de la prisión y tratado favo-
rablemente por el rey de Babilonia que reinaba en aquel mo-
mento (2 R 25.27-30).
Después de dar tres mensajes personales que le advertían al
pueblo que no confiara en ningún rey, el Señor reprende a to-
dos estos jefes por no haber sido buenos pastores (23.1-2).
Entonces promete que él mismo será el Buen Pastor de su
pueblo, de acuerdo con Isaías 11.11-16; 40.1,11 (vv. 3,4).
Señala la llegada de la rama justa de la familia de David, que
hará lo que realmente Dios había exigido a los otros reyes (vv.
5,6; cf. Is 11.1-5; 53). Toda esperanza descansará por lo tanto
en el que ha de venir, que es la justicia del pueblo de Dios, es
decir, aquel por el cual llegarán a tener una relación correcta
con Dios (v. 6; cf. Is 45.24,25; 54.17). Los versículos 7 y 8 nos
recuerdan a Jeremías 16.14,15.
La mayor parte del capítulo 23 es una denuncia de los demás
gobernantes de Judá, es decir, de los falsos profetas y sacerdo-
tes (vv. 9-40). Ambos son impíos (v. 11). Hacen errar al pueblo
(vv. 13-14). Predican una falsa paz que no vendrá (vv. 15-17).
Con esto demuestran que no son verdaderos profetas de Dios.
Nunca han oído la Palabra de Dios, que él revela a sus profetas
verdaderos (vv. 18-22; cf. Am 3.7). Dios se disocia de aquellos
cuyo mensaje no está en concordancia con su propia Palabra
(vv. 23-32). Esto se aplica a los «profetas» de la época de Jere-
mías y también a los «predicadores» de hoy en día que no predi-
can en consonancia con la voluntad de Dios (cf. 2 Tim 4.3,4).
Dios no seguirá permitiendo más que los falsos profetas usen

362
Los profetas del siglo séptimo

expresiones que habían sido usadas por los profetas auténti-


cos. Expresiones como «profecía de Jehová», usadas antes
por los profetas legítimos, ya no pueden seguir siendo permiti-
das. Han sido tan usadas por los falsos profetas que se han
convertido en palabras sin sentido (vv. 33-36; cf. Is 13.1; Nah
1.1; Hab 1.1). Lo que es importante es que Dios ha hablado
realmente a través del verdadero profeta, y no el uso de una
fórmula verbal (vv. 36-40). Dios advierte severamente ahora
contra la hipocresía de parte de los que pretenden estar ha-
blando Palabra de Dios, cuando en realidad no lo están (v. 40).

12. El mensaje de la visión de dos canastos de fruta (cap. 24)


Este mensaje llegó después que Joaquín había sido llevado cau-
tivo (24.1; cf. 22.24ss). Utilizando dos canastos de fruta, uno
lleno de buena fruta y el otro lleno de mala fruta, el Señor le
enseñó al pueblo que los que habían sido transportados (como
Ezequiel, Daniel, y los tres compañeros de este) serían bende-
cidos, preparados y preservados (vv. 2-7). Serían hijos verda-
deros de Dios, de acuerdo con sus planes manifestados en Éxodo
19. Dios les daría un corazón nuevo (cf. Jer 31.31-34). Pero el
resto, que se resistía a cumplir la voluntad de Dios, perecería
como la fruta mala (vv. 8-10).
Esta revelación recuerda la esencia misma del llamado de Je-
remías (v. 6; cf. Jer 1.10). El castigo triple de los desobedientes
será como se menciona en el 21.7 (24.10) .
El uso de la fruta para describir a aquellos con los que Dios se
complace y los que le desagradan se ve por primera vez en
Isaías 5.1-7, y se desarrolla más en el Nuevo Testamento (Mt
7.16; Jn 15; Stg 3.12).

13. Mensaje en el cuarto año de Joacim (cap. 25)


Joacim era un rey malvado cuya muerte ignominiosa había sido

363
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

predicha por Jeremías (22.19). Durante los 23 años que predi-


có Jeremías, el pueblo no había respondido a su llamado (25.3).
Por tanto, Dios prometía nuevamente el juicio por medio de la
cautividad en Babilonia (vv. 8-11).
En este momento predice específicamente que los años de cau-
tiverio antes de regresar a su tierra serán setenta (v. 12). Más
tarde, Daniel buscará que el Señor le dé una significación más
profunda de este número setenta (Dn 9.2ss). Y sin embargo,
Dios traerá juicio sobre las naciones usadas por él para casti-
gar a Judá. La caída de las naciones es declarada con una
descripción vívida, similar a algunas partes de Daniel y de
Ezequiel, así como el libro del Apocalipsis, que es llamada «de
estilo apocalíptico» (revelación por medio de lenguaje simbóli-
co, referente a los últimos tiempos).
El principio aplicado por Dios en su juicio de las naciones está
establecido en Isaías 1.12-15. Son usadas por Dios para casti-
gar a su pueblo, pero debido a que se han enorgullecido con sus
victorias y no realizan sus hechos para obedecer o agradar a
Dios, ellas también serán castigadas. El principio queda clara-
mente establecido aquí en Jeremías 25.29, y es aplicado por
Pedro al juicio de Dios contra todas las naciones y todos los
hombres (1 P 4.17,18).

14. El mensaje dado en el atrio de la casa del Señor (cap. 26)


La época de Joacim fue especialmente hostil al Señor y desde
luego a su siervo Jeremías. En el mismo comienzo de su reina-
do hubo un intento de asesinar a Jeremías que es relatado en
este capítulo. Podemos notar el valor de Jeremías frente a la
muerte (vv. 8-15).
Sus palabras valientes convencieron a los príncipes y al pueblo
de que los profetas y los sacerdotes estaban equivocados con
respecto a Jeremías (v. 16). El profeta Miqueas fue citado para

364
Los profetas del siglo séptimo

probar el derecho que tenía Jeremías a predicar como lo hacía


(vv. 17-19). Al final, Jeremías se salvó de la muerte (v. 24).

15. El encuentro con Hananías. (caps. 27, 28)


En época tan temprana como era la de Joacim, Dios había co-
menzado a decirle a Jerusalén que Judá caería e iría sometido en
esclavitud a Babilonia (27.1-11). Entonces, en la época de
Sedequías (el último rey), estas cosas comenzaron a cumplirse
(vv. 3ss). Jeremías, en un gesto dramático, intentó ilustrar con
una ayuda visual la realidad de la cautividad que se aproximaba
(v. 2). La única manera de escapar de la ira de Dios era some-
terse a este yugo que él le estaba imponiendo a Judá (vv. 7-11).
Por lo tanto, Jeremías le habló a Sedequías, llamándolo a que se
sometiera a la voluntad de Dios (vv. 12-15).
En el mismo tono Jeremías llamó también a los falsos profe-
tas y a los sacerdotes a que se arrepintieran y buscaran a
Dios (vv. 16-22).
Sin embargo, Hananías, uno de los falsos profetas del reinado
de Sedequías, trató de contrarrestar la profecía de Jeremías
con un gesto igualmente dramático (28.1-4). Cuando fue re-
prendido por Jeremías y retado a demostrar sus palabras falsas
(vv. 5-9), Hananías hizo de nuevo un gesto simbólico, rompien-
do el yugo sobre el cuello de Jeremías (vv. 10-11).
Al principio, Jeremías quedo estupefacto (v. 11b), pero eviden-
temente regresó con otros grilletes hechos de hierro en lugar
de madera y retó a Hananías a romperlos (vv. 12-14). Porque
Hananías le había hecho creer una mentira al pueblo, fue cas-
tigado con la muerte (v. 17).

16. Carta a los judíos que estaban en la cautividad (cap. 29)


Recordemos que ya habían sido llevados a la cautividad varios
judíos en los días de Joaquín. Ahora Jeremías les escribe una

365
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

carta (29.4-32). En la carta los anima a permanecer allí por un


tiempo. En realidad, deben orar por Babilonia y por su paz,
puesto que sus propios asuntos estarían unidos a los asuntos de
aquel reino por algún tiempo (vv. 5-7).
Al parecer, también había falsos profetas y jefes entre los cau-
tivos (vv. 8,9). Estos estaban prometiendo un pronto regreso, a
pesar de que Jeremías había dicho que estarían allí setenta
años (v. 10; cf. 25.12).
El consejo de paz dado a los cautivos fue tomado en serio por
algunos, como Daniel y Ezequiel, según veremos. Dios les da-
ría paz a los que se hallaban en la cautividad, y al final, un
regreso seguro. Pero los que estaban en Jerusalén sentirían en
su plenitud la ira de Dios (v. 17; cf. 24.8-10).
En la profecía de Daniel conocemos que había profetas fieles
en Babilonia. Pero aquí leemos que en esos mismos días había
falsos profetas, que son mencionados hasta por sus nombres
(29.21,22). Al parecer, su final (tostados al fuego) fue como la
muerte que Nabucodonosor había preparado para los tres ami-
gos de Daniel, pero puesto que ellos sí eran sinceros para con
Dios, los amigos de Daniel fueron protegidos en medio del hor-
no (Dn 3).
Un tercer falso profeta entre los cautivos, Semaías, hasta les
escribió a los que estaban en Jerusalén, alentándolos a recha-
zar a Jeremías (29.24-48). En respuesta, Jeremías (29.24-48).
En respuesta, Jeremías predijo que tendría un castigo similar al
del sacerdote Elí en los días de Samuel (vv. 31-32; cf. 1 S 2.30-
34). Ahora vemos lo que el Señor quería decir con sus palabras
en el momento del llamado de Jeremías (1.17-19).

17. La orden de escribirlo todo en un libro (30.1-3)

366
Los profetas del siglo séptimo

18. El mensaje relativo a Israel y Judá (30.4—31.40)


En medio de estos pasajes que advierten sobre la guerra y la
destrucción que trae consigo, el Señor, el Príncipe de Paz, co-
mienza a dirigirse a aquellos que están en Israel y Judá que sí
respondieron a la llamada divina y pusieron su confianza en él.
Para estos hay esperanza.
Dios prometió salvarlos de sus enemigos (30.4-11). Sin embar-
go, deben pasar por un tiempo de purificación en Babilonia, del
cual sus creyentes verdaderos saldrán para ser el pueblo de
Dios (vv. 21-22).
El amor de Dios, que permanece para siempre, triunfará al
final (30.23—31.6). Aquí, en una forma que recuerda a Isaías
2.3. Dios promete que Sión (la ciudad de Dios) será exaltada al
final (v. 6). Se ve claramente que estas promesas no son dirigi-
das a todos los israelitas sino solo al remanente (v. 7).
Vemos de nuevo el tema del Pastor (31.10; cf. Gn 48.15; Nm
27.17; 1 R 22.17; Sal 23.1; Is 40). La terminología del Éxodo
aparece aquí también: redimidos y rescatados (v. 11).
La bondad de Dios tendrá el triunfo final: la misma bondad que
él había revelado mucho tiempo antes a Moisés (vv. 12-14; cf.
Éx 33.18,19; 34.6,7).
Todo señalaba aquí a que todas las cosas se resolverían de
acuerdo con la voluntad y el poder de Dios. Entre tanto, Raquel
(representante del remanente) debería llorar (v. 15). En el Nuevo
Testamento se cita este pasaje en referencia al cruel asesinato
de tantos niños en Belén por orden de Herodes (Mt 2.16-18).
Ese asesinato es así representativo de todo el sufrimiento que
el pueblo de Dios deberá soportar de manos de sus enemigos.
Pero al final, hay esperanza (v. 17).
La oración de Jeremías en los versículos 18 y 19, reconociendo
la necesidad de que Dios nos convierta si hemos de estar ver-
daderamente convertidos espiritualmente, refleja la necesidad

367
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de nuevos corazones, que es lo que Dios promete para el nue-


vo pacto (31.31-34) .
Dios promete que así como él derribó y arrancó al pueblo (v.
28), en la misma forma ahora construirá y plantará. Así, los
términos «edificar» o «un edificio», y «plantar» o «crecimien-
to» son términos que describirán al pueblo de Dios de ahora en
adelante. El Señor es el constructor y el agricultor; nosotros
somos el edificio y la planta (ver en el Nuevo Testamento, Mt
7.24-27; 16.18; 13.1-9; Jn 15.1-5; Ef 4.11-16).
En el antiguo pacto, como ya vimos, el pueblo permanecería en
Canaán mientras guardara la Ley de Dios (tuviera respeto por
ella). Si lo dejaban de hacer, serían quitados.
Ahora, en el nuevo pacto (31.31-34), se les darían nuevos co-
razones para obedecer al Señor, y puesto que esta obra era de
Dios, no fracasaría. Por tanto, tal como había dicho Isaías an-
teriormente, Dios no volvería a recordar sus pecados (v. 34; cf.
Is 43.25). Todo esto señala a la obra de Cristo en el Nuevo
Testamento, a través de la cual los hombres reciben un nuevo
nacimiento por el Espíritu Santo (Jn 3). Entonces se les hace
capaces de creer en el Señor. Más tarde, Ezequiel en su profe-
cía (caps. 36,37) desarrollará en forma más completa esta pro-
mesa del nuevo nacimiento.
La certeza de estas promesas descansa en la soberanía de
Dios, que dirige todas las cosas de acuerdo con el agrado de su
voluntad (31.35-40).

19. El mensaje en el año décimo de Sedequías (caps. 32 y 33)


Este mensaje fue dado en el último año antes de la caída de
Jerusalén (v. 1). Jeremías estaba en prisión por causa de su
fidelidad al Señor (v. 2). Estando en prisión se le dio la oportu-
nidad de comprar un campo en Anatot, que era suyo por dere-
cho de redención (v. 8). Puesto que el Señor le había predicho

368
Los profetas del siglo séptimo

esto, Jeremías compró el campo para expresar su confianza en


el Señor de que Dios traería de regreso a su pueblo a la tierra
en total seguridad (v.15) .
Jeremías no hizo esto sin antes haber orado mucho, y dándose
cuenta plenamente de la aflicción total que se vivía en aquellos
días (vv. 16-25). En esta ocasión el Señor le dio seguridad a
Jeremías, y con él a todo el que pusiera su confianza en él, de
que llegarían los días del regreso, no solamente un regreso físi-
co sino también un regreso a un corazón recto (de manera
especial, vv. 36-40). Todo concluye con una promesa del Sal-
vador que habría de venir, en una forma similar a la de Isaías
11.1-5 y Jeremías 23.5,6; 30.9 (33.15-18). En todas estas pro-
mesas, el Señor da la seguridad de la paz y el perdón (33.6,8).
El trabajo será hecho por él, y la justicia del Señor nos será
atribuida (v. 16; cf. 23.6). En resumen, aparece claramente
prefigurada aquí la promesa del evangelio del Nuevo Testa-
mento (cf. Ro 5.1). El Cristo cumplirá en forma perfecta los
oficios de sacerdote y rey (vv. 17,18) .
Se da una vez más la certeza de esta promesa (vv. 19-25; cf.
21.35-37). El Señor ve con claridad estas promesas últimas en
armonía con su promesa original a Abraham de que bendeciría
a su simiente (v. 26; cf. Gn 12. 1-3; 22.18) .

20. El mensaje dado durante el sitio de Jerusalén (cap. 34)


Durante este tiempo el Señor envió a Jeremías a la presencia
de Sedequías, el último rey de Judá antes de su caída (v. 2). El
mensaje era una advertencia sobre la cautividad y los tiempos
difíciles que se avecinaban, a menos que Sedequías obedeciera
al Señor (vv. 3-5). Evidentemente, hubo un intento por parte de
Sedequías de hacer que el pueblo obedeciera la Ley de Dios,
especialmente en lo concerniente a la liberación de los siervos
después de siete años (vv. 8-15; cf. Éx 21.2), pero poco tiempo

369
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

después de que hubieran sido liberados, los volvieron a apresar,


burlándose así de la Ley de Dios (v.16). Hasta celebraron la
ceremonia de dividir en dos partes un becerro, que era el sím-
bolo de que hacían un pacto con Dios (v. 18; cf. Gn 15.10),
pero puesto que todo era una exhibición externa e insincera,
este pueblo sería castigado (vv. 20-22).

21. El mensaje relativo a los recabitas (cap. 35)


En los días del rey Jehú de Israel, había una familia, la familia
de Jonadab, el hijo de Recab, que era leal al rey (ver 2 R 10.15-
24). Jonadab enseñó a sus hijos, y estos a su vez enseñaron a
los suyos, a observar las reglas de Jonadab con respecto a la
bebida. Esta familia fue tan estricta en cumplir los deseos de
Jonadab, que en los días de Jeremías, 250 años después, toda-
vía eran fieles a su antepasado (v. 14a). Por más que lo intentó,
Jeremías no pudo lograr que bebieran vino (vv. 3-11).
Dios usó este ejemplo de gran lealtad a los mandatos de un
hombre para hacer un contraste con los pocos deseos que te-
nía Israel de obedecerlo (v. 14b). Dios alabó la lealtad de estos
descendientes de Jonadab y dijo que, en esencia, de los tales es
el reino de los cielos (v.19).
Así termina la larga serie de mensajes que Dios le dio a Jere-
mías con respecto a Judá en sus últimos días. Es difícil seguir
con mucho orden el desarrollo. Sin embargo, hay varios temas
principales que van presentándose a través de estos mensajes,
y que miraremos antes de continuar.
Primeramente está el tema del corazón. Dios nos muestra que
los pensamientos del corazón sí le interesan a él. No quiere
aceptar una simple conformidad exterior, sino que insiste en
que los corazones sean rectos. Vemos esto en el capítulo 3,
versículo 10, cuando el Señor rechaza las reformas hechas en
los días de Josías, porque el pueblo no volvió realmente a él en

370
Los profetas del siglo séptimo

su corazón. Pero Dios exige que aquellos que le sirvan, lo amen


de todo corazón, sin retener nada para sí (Dt 6.5).
En el mismo capítulo deja implícito que el pueblo vive ahora de
acuerdo con la dureza de sus malvados corazones (v. 17). Es
ya la forma de vivir de ellos. Sus corazones están impuros,
porque, aunque, como judíos que son, estén circuncidados en la
carne, sus corazones son incircuncisos todavía (sin purificar,
5.4,14; cf. Dt 10.16; 30.6).
Como sucede con el corazón, sucede con sus caminos. Sus
caminos están corrompidos porque tienen corazones corrompi-
dos (4.18). Por tanto, han alcanzado el estado espiritual que le
había sido descrito a Isaías cuando fue llamado: tienen ojos
para ver, pero no ven, y oídos para oír, pero no oyen. No tienen
corazón (5.21; cf. Is 6.9,10). Notemos aquí que la palabra que
se traduce en ocasiones como «comprensión» significa «un
corazón para Dios».
Su corazón no solamente no hace nada para complacer a Dios
sino que en realidad se rebela contra él (5.23). No hay temor
de Dios en sus corazones (es decir, no hay fe; v. 24). Esto
promueve la hipocresía en la iglesia, de tal manera que aunque
exteriormente hablan apaciblemente unos con otros (es decir,
actúan como creyentes), en su interior están tramando maldad
unos contra otros (9.8; cf. 12.2).
Aquí se describe su situación con frecuencia como un andar
(vivir) tras la dureza de sus corazones (9.14; 11.8; 13.10; 16.12;
18.12; 23.17). Su vida es tal que en realidad no hay distinción
entre aquellos que deberían ser el pueblo de Dios y el resto del
mundo (9.26).
Sus profetas no les sirven de ayuda, porque los falsos profetas
tienen también corazones parecidos, y en realidad, hablan des-
bordando el engaño que hay en sus corazones (14.14; 23.16-26).
Es decir, que el pecado de Judá no es un asunto de poca monta.

371
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Penetra hasta sus corazones. En realidad, está grabado en sus


corazones en forma indeleble, como si alguien hubiera escrito
en piedra con una pluma de hierro que tuviera punta de dia-
mante (17.1). Esto nos muestra el alcance del significado de
que tuvieran corazones duros, endurecidos como la roca.
La descripción del corazón alcanza su punto máximo en el ver-
sículo 9. Es engañoso y totalmente corrompido. Nos vienen
ahora a la mente las palabras del mismo Jesús con respecto al
corazón. En Marcos 7.20-23 da una descripción gráfica de lo
que hay en el corazón del hombre natural antes de ser salvado.
Jeremías pregunta: «¿Quién puede conocerlo?» (v. 9), y a con-
tinuación responde en el versículo siguiente: «Yo, Jehová, que
pruebo el corazón» (v. 10). Los hombres se engañan a sí mis-
mos con respecto a sus propios corazones, y en forma natural
ninguno está dispuesto a admitir que está totalmente corrompi-
do por dentro. Pero Dios, que ve rectamente, ¡dice que lo es-
tán! Por tanto, solo por medio de la Palabra de Dios podrán los
hombres llegar a conocer sus propios corazones (cf. 20.12).
La causa está presentada: el hombre está totalmente corrom-
pido en su corazón y, por tanto, no puede cambiar ese corazón.
El pecado es algo indeleble en él. Por lo tanto, la única solución,
si es que ha de llegar a tener un corazón recto y que agrade a
Dios, es que el Señor sea quien le dé un corazón nuevo que
quiera obedecer. Y esto es justamente lo que el Señor promete
hacer a través de Jeremías (24.7). Entonces, Dios pondrá su
ley en sus nuevos corazones, y la escribirá indeleblemente en
ellos, de tal manera que sean verdaderamente su pueblo, todo
los que él tenía establecido para ellos desde el principio (31.33;
cf. Éx 19.5,6). Conocerán al Señor (tendrán fe) porque tienen
nuevos corazones, como corresponde a una naturaleza nueva.
Esta es, por supuesto, la misma promesa del nuevo nacimiento
de la que habló Jesús (Jn 3; cf. también Jer 32.38,39).

372
Los profetas del siglo séptimo

Hemos visto aquí, pues, como el tema del corazón se desarrolla


en una forma hermosa desde la condición totalmente pecadora
del corazón natural, hasta el corazón regenerado que se da a
los hijos de Dios por su misma gracia.
Hay un segundo tema, estrechamente relacionado con el ante-
rior. Es el tema de la paz. Al principio, Jeremías tiene que en-
frentarse a un dilema. El recuerda que el Señor le había dicho
a su pueblo verdadero a través de Isaías que tendría paz (Is
9.7; 26.3,12; 53.5; 55.12). Y sin embargo, en los tiempos de
Jeremías había de todo menos paz. Los ejércitos de
Nabucodonosor, rey de Babilonia, estaban sitiando a Jerusalén,
y su caída parecía inminente (Jer 4.10). Parecía como si Dios
los hubiera engañado.
El Señor tenía que enseñarle a Jeremías que la paz que él había
prometido a los suyos en este mundo no era externa sino inter-
na. Quienes prometían paz externa a los creyentes eran falsos
profetas, que prometían una paz que nunca podría llegar. ¡Era
un evangelio falso! (6.14; 8.11; 14.13,19; 23.17).
Esta paz externa, que consistía en estar libres de problemas
exteriores, era engañosa y nunca duradera. Lo que en realidad
era importante era la paz con Dios, una paz conseguida a tra-
vés del conocimiento de Dios y de una relación correcta con él.
Esa era la paz que se había perdido en realidad, y esa no podría
ser recuperada por ninguna cantidad de paz externa por falta
de guerras. Dios se había llevado de su pueblo la paz auténtica:
su amorosa bondad y su tierna misericordia (16.5). Una paz
así, es decir, conocer al Señor como amoroso y misericordioso,
es a verdadera paz que sobrepasa todo entendimiento. Es la
paz que el mundo no puede conocer, ni puede dar, ni tampoco
quitar (cf. Jn 14.27; Flp 4.7). Esta es la paz de la que Isaías
había hablado en 26.3.

373
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Pero el Señor traerá la paz para todos los que son sus hijos.
Los pensamientos de Dios son paz para ellos (29.11). Por su
amor y misericordia, Dios afianzará la paz con los suyos, que
son los que ponen su confianza en él (33.6).
Dos ilustraciones de esa paz con Dios en medio de las condi-
ciones externas de agitación de este mundo, nos serán de ayu-
da en este momento. En Habacuc encontramos al profeta tur-
bado con una situación externa de guerra, tal como le sucedía a
Jeremías. Dios le muestra que es necesario purificar al pueblo.
Pero aquellos que confíen en él serán justos y sobrevivirán.
Después de esto, Habacuc comprende que como creyente,
deberá pasar a través de grandes pruebas en la tierra, pero que
puede pasarlas en paz con Dios.
El Nuevo Testamento dice de una ocasión en que estaba Jesús
con sus discípulos en un barco en el mar de Galilea. Estaba
dormido. Una tormenta se levantó y los discípulos estaban asus-
tados. Lo despertaron para pedirle que hiciera algo con res-
pecto a la tormenta. Jesús calmó la tormenta, pero después los
reprendió. Si ellos lo tenían a él, ¿por qué no fue esto suficien-
te? La paz verdadera capacita a los hijos de Dios para estar en
paz en medio de las tormentas terribles que tiene la vida (Mr
4.35-41). En una escena vemos a Pablo en paz en medio de
una tormenta, y aunque el barco no fue capaz de sostenerse a
flote, tanto él como los que estaban con él se salvaron. Tenía
paz mientras la tormenta rugía a su alrededor. Así debería ser
con todos los hijos de Dios (Hch 27.14-26).
Un tercer tema, también relacionado con los otros, es el tema
de la confianza. El pecado del pueblo había sido poner su con-
fianza donde no debía. Confiaba en las palabras mentirosas de
los falsos profetas. Estos profetas prometían que puesto que el
templo estaba en Jerusalén y representaba la presencia de Dios,
nada malo le podía suceder a la ciudad (7.4,8,14). Pero Dios

374
Los profetas del siglo séptimo

les advirtió que así como Silo, el lugar donde había estado ante-
riormente el arca, había perecido, así también perecería Jeru-
salén. Aquellos que pongan su confianza en cosas, aunque es-
tas sean símbolos religiosos, fallarán con toda seguridad.
Tampoco pueden los hombres poner su confianza en otros hom-
bres (9.5; cf. Mi 7.5). Puesto que los corazones de los hombres
están corrompidos, los hombres no pueden salvar al mundo; ¡ni
tan siquiera pueden salvarse a sí mismos! Confianza en las
mentiras y en las promesas de los hombres solo puede aca-
rrear vergüenza y derrota (13.25-26) .
Por tanto, aquellos que han puesto su confianza en los hombres
reciben maldición (17.5). Confían en el brazo de carne, que no
puede ni sostener ni salvar. Sus corazones han abandonado a
Dios. Por otra parte, los que pongan su confianza en el Señor
serán bendecidos. Dios no les fallará (17.7). Son como un árbol
plantado junto al agua. Ellos serán los que prosperarán (cf. Sal 1).
Por último, aparece el tema del remanente. ¿Quién confiará?
¿Quién tendrá paz? ¿Quién tendrá corazón puro? Primero, ve-
mos que se dan respuestas negativas.
Los que sigan alegando que son inocentes no conocerán a Dios
(2.35). ¡Es necesario que se arrepientan y reconozcan su pe-
cado! (3.13). Lo que hace falta es una confesión verdadera, tal
como la que Jeremías hace en este momento, si queremos te-
ner paz (3.25). Pero muchos en Jerusalén se niegan a sentirse
culpables y se endurecen (5.3). Se niegan a creer que la mal-
dad haría caer a la ciudad (5.12).
Su negativa a arrepentirse no es más que orgullo endurecido y
maldad (8.6,8). Este orgullo será la destrucción de Judá (13.9,10).
Fingen ser inocentes pero tienen una mente malvada, y en rea-
lidad le echan a Dios las culpas de todo su sufrimiento (16.12).
Se fijan un rumbo para seguir sus propósitos malvados (18.12)
y hasta se oponen a hombres de Dios como Jeremías (18.18).

375
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Tienen la osadía de citar las Escrituras y burlarse de la Palabra


de Dios al vivir una vida malvada y todavía declarar que son el
pueblo de Dios (18.18). Este pueblo no verá el Reino de Dios.
Tienen que ser desechados.
Los que sobrevivan, los que confíen en el Señor y sean su
pueblo, serán por tanto llamados el remanente. Jeremías no es
el primero que usa este término. Es un término usado en forma
general por los profetas para describir a aquellos que son real-
mente hijos de Dios dentro de la iglesia visible.
Como había señalado Amós (Am 9.8bss), Dios no destruirá
totalmente al pueblo de Israel (4.27; 5.18). De aquellos que se
opusieron entonces a Dios y a sus siervos no quedará rema-
nente en lo absoluto (11.20-23; cf. Am 3.12). Pero después de
la cautividad Dios conservará a algunos sobre los cuales ha
sentido compasión (12.15).
Este remanente será como un ganado disperso que el Buen
Pastor reunirá nuevamente (Jer 23.3; cf. Is 11.11-16; 40.10,11).
Así, el verdadero pueblo de Dios, al que pertenecen las prome-
sas, es el remanente de Israel, compuesto por todos aquellos
que han confiado en él (31.7). Ellos pasarán por la cautividad
que se avecina, y sobrevivirán como pueblo de Dios a través
de toda la historia como un pueblo dentro de otro pueblo, la
iglesia verdadera dentro del Israel externo que sobrevivirá des-
pués de que el Israel externo haya caído.

Dejando ahora esta primera gran sección de Jeremías (caps.


2—35), pasaremos a continuación a la segunda gran sección, en la
que aparecen los sucesos históricos de aquellos días (caps. 36—44).
Los capítulos que siguen cubren sucesos históricos de los últi-
mos días de Judá en lo que se refiere a Jeremías, uno de los pocos
siervos fieles del Señor que había allí en aquellos momentos (caps.

376
Los profetas del siglo séptimo

36—44). El capítulo 36 en particular nos habla del intento de Joacim


de destruir las palabras que Jeremías había escrito.
En este capítulo logramos profundizar en la forma en que la
Palabra de Dios era escrita. A Jeremías se le ordenó escribir en un
rollo todo lo que Dios le había hablado hasta ese momento, cuarto
año de Joacim (36.1,2). Es de suponer que esto incluía la mayoría
de lo que se encuentra en los capítulos del 1 al 35, aunque no todo,
puesto que algunas partes fueron escritas después de esta fecha
(36.32).
Jeremías, a su vez, dictaba sus palabras a Baruc, que era el
que las escribía (36.4). Después, hacía que Baruc las leyera en el
templo, ya que él no podía ir (36.6). Nos vienen a la memoria las
palabras de Pablo más tarde, mientras escribía desde la prisión (2
Tim 2.9).
Cuando el pueblo estaba en disposición de adorar, en el quinto
año de Joacim, Baruc leyó las palabras de manera que todo el
pueblo lo escuchara (36.9,10). Las palabras causaron una verda-
dera conmoción, y finalmente llegaron a oídos del rey (v. 21).
El acto del rey, al cortar y quemar la Escritura, y la forma
indiferente en que actuaron los que estaban alrededor de él, nos
muestra las profundidades a las que había descendido el estado
espiritual de Judá en aquel entonces (36.23,24). Es interesante que
no solo Joacim fracasara en su intento de destruir la Palabra de
Dios sino que, de hecho, causara que fuera aumentada (36.32). Lo
que fue añadido incluía, al parecer, todo lo que está fechado con
posterioridad al quinto año de Joacim: los capítulos 24, 27, 28, 29,
32, 33, y 34, por lo menos.
Este no era ni el primero ni el último de los hombres malvados
que intentarían destruir la Palabra de Dios; pero ninguno de ellos ha
tenido éxito en su empresa. Es de notar que se declara que la fuen-
te de esta palabra escrita son el Señor, Jeremías, y Baruc. Cada

377
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

uno de ellos tuvo su parte (36.4); pero se ve con claridad que el


verdadero autor es el Señor.
Los capítulos restantes de esta sección recogen los sucesos de
los últimos días de Jerusalén, que pasan rápidamente, antes y después
de la cautividad propiamente dicha, en 586 A.C . (caps. 37—44).
En esos días, Sedequías, el último rey, buscó en Jeremías una
palabra de aliento procedente del Señor, puesto que el ejército egip-
cio había hecho retroceder temporalmente a Nabucodonosor (37.5).
Pero Jeremías no alteró sus predicciones anteriores de que Jerusa-
lén habría de caer.
Por aquel tiempo Jeremías fue a ver la propiedad que había
comprado (37.11,12; cf. 32.8,9). Su acto fue tomado como un acto
de traición, y una vez más fue puesto en prisión (vv. 13-15). Y sin
embargo, es asombroso ver que Sedequías siguió buscando que le
diera alguna palabra de esperanza (v. 17).
El odio de los enemigos de Jeremías era fuerte. Exigían su
muerte (38.4). El rey, aunque simpatizaba con Jeremías, era débil y
quería que pereciera (vv. 5,6). Solo ante la insistencia de un sirvien-
te hizo Sedequías algo para ayudar a Jeremías (vv. 7-13). Eviden-
temente, esperaba que Jeremías tuviera una palabra más favorable
para él después de ese hecho (vv. 14-16). Si así era, se tuvo que
decepcionar, puesto que la Palabra de Dios seguía siendo «ríndete
o perecerás» (vv. 17-23).
El capítulo 39 recoge la caída de Jerusalén, incluyendo el triste
final de Sedequías, que se había negado a seguir la Palabra de
Dios, y el trato bondadoso dado a Jeremías por Nabucodonosor.
Como una especie de nota al margen, encontramos aquí una
palabra especial de consuelo para Ebed-melec, quien había ayuda-
do a Jeremías en su momento de angustia (39.15-18). Esto indica la
preocupación que tiene Dios por todos los suyos, y nos recuerda las
palabras que dirá Jesús más tarde (Mt 10.40-42; 25.40).

378
Los profetas del siglo séptimo

Después de la caída, Jeremías decidió permanecer en Jerusa-


lén (40.1-6). Allí sucedieron hechos que hicieron corta su estancia
(40.7—41.18). El acto traicionero de Ismael, al asesinar al buen
gobernador, Gedalías, trajo como consecuencia una época de te-
rror en la ciudad que hizo que muchos huyeran a Egipto. Al princi-
pio, aquellos que se habían quedado buscaron la voluntad de Dios a
través de Jeremías. Sus súplicas parecían sinceras (42.1-3). Jere-
mías, por primera vez en largo tiempo, se sintió libre para orar por
ellos. Parecían someterse a todo lo que el Señor les indicara (vv.
5,6). La respuesta de Dios fue para bendición y no para maldición,
plantando y no arrancando, si ellos realmente estaban dispuestos a
obedecerle (v. 10). Se les advirtió que no debían ir a Egipto (vv. 15-
16). Pero al parecer, aunque Jeremías hablaba la Palabra de Dios,
ellos murmuraron contra él, porque Jeremías sabía que no querrían
obedecer (v. 21). No solo huyeron a Egipto sino que se llevaron
consigo cautivos a Jeremías y a Baruc (43.6,7).
Lo que sucede a continuación nos indica que era imposible des-
truir o torcer la Palabra de Dios, y además tampoco se podía escapar
de ella. En Egipto Jeremías siguió declarando cuál era la Palabra de
Dios y advirtiendo sobre el juicio que vendría (vv. 8—44.30).
Los judíos cometieron en Egipto graves pecados contra el Se-
ñor, y en realidad, volvieron a estar en esclavitud espiritual con
respecto a Egipto, y también en esclavitud corporal, la misma de la
que Dios los había sacado mucho tiempo antes por medio de Moi-
sés (44.15-19). Los razonamientos vanos del pueblo se asemeja-
ban a los de los hebreos pecadores que murmuraron contra Moi-
sés: el paganismo y la esclavitud eran mejores para ellos que servir
a Dios (v. 19).
Es interesante que Dios declarara, como nota al margen de
esta historia, que su nombre no sería conocido en adelante por es-
tos judíos de Egipto (v. 26). Los arqueólogos nos revelan que había
un grupo de judíos establecido en Elefantina, una isla del Nilo que

379
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

se hallaba muy lejos, al sur. Es de suponer que estos fueran los


remanentes de aquellos que habían huido al caer Jerusalén. Su re-
ligión era una mezcla de judaísmo y paganismo, y el nombre de su
Dios, Yaho, era similar, pero no era el mismo de Yahwé, el verdade-
ro Jehová, Dios de Israel.
Esa colonia desapareció repentinamente después de varios años,
y nunca más se volvió a saber de ella. Tampoco la Biblia vuelve a
hacer mención de ella otra vez.
Después de una nota especial de consuelo para Baruc (cap.
45), el resto del libro contiene una serie de mensajes para las nacio-
nes, similares a los que encontramos en otros profetas (vv. 46—
51.58). Recordemos que Jeremías fue llamado para hablarles tanto
a las naciones (los gentiles) como a su propio pueblo (1.10) .
Las naciones mencionadas están en una lista que sigue una
especie de orden cronológico, según el papel que han ido jugando
en la historia de Israel. La primera es Egipto (cap. 46). Egipto
había desempeñado un papel importante en la historia de Israel, en
una época muy temprana, como la nación que lo había mantenido
en el cautiverio durante cuatrocientos años, y como la nación que el
Señor había juzgado severamente al final de esos años de esclavi-
tud. La profecía habla de la batalla de Carquemis entre Egipto y
Babilonia, que se desarrolló en el año 605 A.C. Egipto fue derrota-
do decisivamente (46.2).
En su camino hacia el norte para encontrarse con
Nabucodonosor, el faraón Necao fue interceptado por Josías, quien
también murió en la batalla con una muerte aparentemente prema-
tura (2 R 23.29; 2 Cr 35.20-24).
La profecía hace énfasis aquí en la decadencia y caída final de
Egipto (vv. 13,17). Egipto, como las demás naciones, es juzgado
por causa de su vano orgullo (v. 8).
En la profecía, hay también esperanza para el pueblo de Dios.
En la caída de su gran enemigo, los justos pueden ver la derrota

380
Los profetas del siglo séptimo

inevitable que les espera a todos los que son enemigos de Dios y de
ellos (vv. 27-28). La parte final del versículo 28 nos recuerda la
revelación de sí mismo que Dios le hace a Moisés: clemente, mise-
ricordioso, pero que no pasa por alto el pecado (Éx 34.6,7).
A continuación está Filistea, el máximo oponente de Israel des-
pués de que este conquistó la tierra de Canaán (cap. 47). La profe-
cía pone en claro que los días de sufrimiento que vendrán sobre
Filistea y sus ciudades no le vienen por casualidad sino que son el
juicio deliberado de Dios (vv. 4,6,7).
Sigue después el pronunciamiento de juicio sobre Moab, Amón,
y Edom (48—49.22). Estos tres están relacionados con Israel en la
historia, como vimos en el capítulo 1 de Amós. Moab es juzgado
por su confianza en sus propias obras y su creencia en Quemós, su
dios, y no en el Señor (vv. 7,13). Estos descendientes de Lot, que
había sido fiel, se apartaron del Dios de él (2 P 2.7). Moab, en su
orgullo, se exaltó contra Dios (vv. 26,29), y había ridiculizado a
Israel en medio de sus sufrimientos (v. 27). Al final, Moab deberá
ser destruido y perder su identidad como pueblo (v. 42). Sin embar-
go, la profecía termina con una nota de esperanza para el fin último
de Moab (v. 47), quizá por causa de Lot y de Rut. Cristo era des-
cendiente de Rut y la moabita.
Amón será derrotado en forma similar (49.2). Su dios Milcom
demostrará que no es tal dios en lo absoluto (v. 3). Y sin embargo,
también hay esperanza para Amón.
Edom será abatida por causa de su orgullo (v. 15; ver el libro de
Abdías). Estos descendientes de Esaú, mundanos de corazón, como
Esaú, seguramente perecerían como les había sucedido a Sodoma
y Gomorra (v. 18).
Después sigue una breve condenación de Siria, un enemigo de
la historia media y posterior de Israel (23-27). En forma similar a la
de Amós en su capítulo 1, Jeremías habla del derrocamiento de
Damasco (v. 27).

381
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Después de esto, se menciona brevemente a Cedar y Hazor


(vv. 28-33). Estos hijos del oriente (v. 28) es posible que fueran
allegados a Job, el hombre justo de la antigüedad (Job 1.3; cf. Jue
6.3). Estaban al este de Canaán, hacia la Arabia, quizá en la fronte-
ra con Amón (ver Ez 25.4,10). El Señor decretó su destrucción
quizá porque, como nómadas, estaban muy satisfechos de sí mis-
mos, y se sentían cómodos, pensando que eran ley para sí mismos
(v. 31). El Señor, al destacarlos para el juicio, declara que incluso
ellos han de rendirle cuentas a él (vv. 32,33).
El siguiente juicio es el de Elam (vv. 34-49). Los elamitas eran
uno de los pueblos más antiguos que todavía existía en los días de
Jeremías (ver Gn 10.22; 14.1). Su ubicación geográfica estaba más
allá de Mesopotamia, muy lejana de Israel y formaron parte más
tarde del imperio Persa. La esperanza se extiende a este pueblo,
como lo fue a Amón y Moab.
Finalmente, la parte más grande de estos mensajes relativos a
las naciones se dirige a Babilonia (51.58).
Esta predicción sobre la caída de Babilonia hizo su aparición
cuando Babilonia se hallaba en la cima de su poder. La caída vendría
bajo la forma de un ejército procedente del norte (v. 9). La razón
para ello está en que se sintieron contentos de destruir a Israel (v.
11). Habían sido el instrumento del juicio divino, pero el hecho de que
disfrutaran siéndolo, ¡los condenaba como un pueblo malvado!
La pasión de Dios por su pueblo, al que había castigado, apare-
ce en el versículo 17. Ya es suficiente lo que se ha hecho sufrir a
Israel. Dios comenzará a liberarlo ahora (vv. 18,19).
La caída de Babilonia, como en Isaías 21.9, se convierte en un
símbolo de la caída de los imperios terrenales ante el Señor y su
reino, y en esta forma se usa en Apocalipsis 14.8; 18.2. Al final se
dice quiénes serán el instrumento para su caída, los medos y final-
mente los persas (51.11). Esta es aquella nación del norte que ha-
bía sido mencionada anteriormente (50.3,9). El Señor muestra así

382
Los profetas del siglo séptimo

que él es soberano sobre las naciones y dispone de ellas como le


plazca (v. 15).
Dirigiéndose luego a los medos, los llama hacha de batalla de
Dios, como antes había hablado de los asirios como una cuchilla
que había alquilado (Is 7.20). Esta hacha de batalla aplastará a
Babilonia por causa de su maldad. Si Dios está en contra de una
nación, ¡esta no tiene defensa posible ! (vv. 20-25).
En medio de esta profecía apareció un mensaje para el pueblo
de Dios. Lo que está contra los enemigos de Israel está a favor de
Israel. Está hablando del pacto seguro y duradero con su pueblo
(50.4,5). Le da al remanente la seguridad de que habrá de sobrevi-
vir porque su Redentor es fuerte (v. 34). Mientras que Babilonia
será abandonada, el pueblo de Dios no lo será (51.5). Por tanto,
deberán huir de Babilonia (una advertencia para que no amen a
Babilonia ni se identifiquen con su maldad mientras están en cauti-
vidad; vv. 6,9,45).
Después de unas palabras cortas de tipo personal para Seraías
(vv. 59-64), las palabras de Jeremías llegan a su fin. Seraías era
uno de los que fueron a Babilonia antes de la caída final de Jerusa-
lén (v. 59). Después de que hubiera leído las palabras referentes a
la próxima caída de Babilonia, debería atar esas palabras a una
roca y simbolizar con un gran gesto la caída de Babilonia en forma
dramática (vv. 63,64).
El libro concluye con un apéndice en el que se halla una historia
de aquellos días (cap. 52, cf. 2 R 24,25). Narra cómo Jerusalén fue
completamente derrocada y destruida. El templo fue destruido, y
sus utensilios llevados a Babilonia, donde serán mencionados pos-
teriormente en la profecía de Daniel (Jer 52.17ss; ver Dn 5.2-4).
Jeremías distingue tres cautividades de Jerusalén: en los años
séptimo, decimoctavo, y vigésimo tercero de Nabucodonosor (52.28-
30). Durante otra cautividad, la primera, en el año 605 A.C., que
fue el año de la batalla de Carquemis, fueron tomados unos 10.000

383
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cautivos (Dn 1.1; 2 R 24.14). Las fechas para las cuatro cautividades
son por lo tanto, más o menos como sigue: en el 605, 10.000; en el
597, 3.023; en el 586, 832; y en el 581 A.C. unos 745; en total, unos
14.600.
Alrededor del 561 A.C. , Evil-merodac ensalzó a Joaquín, como
mencionamos anteriormente (2 R 25.27—30). Es posible que esto
fuera hecho como una evidencia de que Dios seguía estando con
su pueblo.

II. Las lamentaciones de Jeremías


Este poema de las lamentaciones es probable que fuera escrito
por Jeremías, y en las Biblias actuales aparece junto a su profecía.
Es una hermosa expresión de esa respuesta que el Señor espera de
sus hijos cuando son confrontados con su pecado. Es un poema
nacido en un corazón quebrantado, el corazón quebrantado y con-
trito que Dios quiere para sus hijos (Sal 51.17).
La estructura de este poema es muy importante para que po-
damos comprenderlo. Es un acróstico, o sea, que las letras del alfa-
beto hebreo en su debido orden guían al escritor en el desarrollo del
poema. La primera palabra del versículo comienza con la primera
letra del alfabeto hebreo, alef. El segundo versículo comienza con
la segunda letra en el orden del alfabeto hebreo, y así sucesivamen-
te. Como hay veintidós letras en el alfabeto hebreo, hay veintidós
versículos en el primer capítulo, que van, diríamos, de la a a la z.
El segundo capítulo está estructurado exactamente en la mis-
ma forma. Tiene también veintidós versículos. Pero el capítulo ter-
cero altera el orden, usando la misma letra del alfabeto para tres
versículos sucesivos. Es decir, que los versículos del 1 al 3, en el
capítulo 3; comienzan todos por alef, la primera letra hebrea, los
versículos 4 a 6 con la segunda letra, etc. De esta forma, el capítulo
tiene sesenta y seis (3 veces 22) versículos, en lugar de los veinti-
dós de los capítulos primero y segundo.

384
Los profetas del siglo séptimo

El capítulo 4 regresa al esquema, de los capítulos primero y


segundo, pero el capítulo final, el 5, no es acróstico en lo absoluto.
El hecho de que tenga veintidós versículos no tiene nada que ver
con el alfabeto, sino que probablemente fuera dividido en esa for-
ma por los que dividieron el libro en versículos más tarde, simple-
mente para guardar el mismo esquema.
En un poema acróstico, la palabra principal de cada versículo
es la palabra del alfabeto. Es la palabra alrededor de la cual se
construye todo el pensamiento de ese versículo en particular. Nos
indica con claridad el énfasis que pretendía lograr el escritor.
Encontramos otros poemas alfabéticos completos o en parte en
los Salmos y en los Proverbios. Los más notables de ellos son el
Salmo 119 y el poema referente a la mujer virtuosa que se encuentra
en los versículos del 10 al 31 del último capítulo de los Proverbios.
Al considerar este libro, debemos notar la palabra clave de
cada versículo, que es la palabra alfabética. Esto nos ayudará a
comprender más claramente el mensaje de cada capítulo. El poe-
ma es en parte una expresión del dolor de Jeremías, y en parte una
personificación de la ciudad de Jerusalén, que yace en ruinas des-
pués de su caída en manos de los babilonios.
Cómo (alef), versículo 1. Esta palabra comienza todo el poema.
Expresa el terrible sentimiento de desespero que tuvo Jeremías cuando
miró a esta ciudad, desolada como una viuda abandonada.
Llora (beth), versículo 2. Esta palabra clave expresa el senti-
miento de la ciudad personificada, y de todos los hijos de Dios,
quienes ven a la ciudad destruida y que la aman. Por supuesto que
la mención de sus amantes nos recuerda el mensaje de Oseas.
Cautiverio (gimel); versículo 3. Esta palabra transmite por sí
sola todo el sufrimiento de Judá. El pueblo ya no está libre para
servir a Dios. La ciudad está vacía, porque todo su pueblo ha sido
llevado lejos.

385
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Calzadas (daleth), versículo 4. Hasta los caminos que condu-


cen al templo y la ciudad misma están vacíos. Nadie pasa por sus
puertas.
Han sido, versículo 5. Aquí el verbo «ser», usado con los ene-
migos de Jerusalén como sujeto, es un resumen de la situación. Ya
no es el pueblo de Dios el que gobierna la ciudad, sino sus enemi-
gos. Los niños pequeños llevados en cautividad nos recuerdan a
gente como Daniel y sus tres amigos, o a Ezequiel.
Y, versículo 6. La conjunción añade pena a las penas. No sola-
mente está desolada sino que toda su belleza ha desaparecido. Sus
gobernantes del pasado todos han sido hechos huir avergonzados.
Se acordó, versículo 7. En un momento como este el pueblo de
Dios recuerda la buena vida que una vez tuvo. Las penurias actua-
les por las que está pasando sirven para despertarlo del estupor del
pecado bajo el cual había perdido las bendiciones de Dios.
Pecado, versículo 8. De nuevo, al estilo de la profecía de Oseas,
el pecado y sus consecuencias vienen a la mente. La única explica-
ción clara para su situación actual es su pasada persistencia en el
pecado.
Inmundicia, versículo 9. Además del pecado, están sus efec-
tos en la vida de Jerusalén. Está manchada, y no hay nadie que la
consuele.
Mano, versículo 10. La mano del enemigo está contra la ciu-
dad y su gente. Aquellos a quienes Dios derrotó anteriormente ante
Israel, ahora han destruido la ciudad, e incluso el templo.
Todo, versículo 11. Nadie está inmune al sufrimiento y a las
penurias de entre todos los ciudadanos de Jerusalén, ni aun los
justos como Jeremías.
Nada, versículo 12. Mientras que el pueblo de Dios en Jerusa-
lén, personificado aquí, sufre tamaña aflicción, los extranjeros pa-
sarán por su lado y no sentirán lástima.

386
Los profetas del siglo séptimo

Desde lo alto, versículo 13. El pueblo de Dios tiene que reco-


nocer que esta aflicción que ahora sufre no es un accidente de la
historia sino el castigo de Dios a un pueblo desobediente. Vino de
Dios, desde lo alto, y no de los hombres.
Ha sido atado, versículo 14. La voz pasiva de este verbo ex-
presa la triste condición del criminal en las manos del que lo ha de
castigar. Dios ha puesto a Israel como un prisionero en manos de
sus enemigos. Será llevado a donde les plazca a esos enemigos.
A nada, versículo 15. Sus hombres poderosos, todo aquello en
lo que Israel había puesto su confianza, todo es nada ahora. Todo
aquello que Jerusalén atesoraba, y de lo que estaba orgulloso, ha
sido reducido a cero.
Por, versículo 16. Ahora es evidente cuál es la causa del llanto.
Aquí la preposición simplemente enfoca la atención sobre el motivo
de la pena de Jerusalén y de Jeremías. El consuelo prometido a Is-
rael (Is 40) está lejos del pueblo ahora. Aquellos que confiados en la
promesa de Dios (Gn 3.15) habían esperado tener victoria sobre sus
enemigos estaban al contrario siendo vencidos en ese momento.
Extendió, versículo 17. Aunque el pueblo ore pidiendo ayuda,
no hay nadie que venga a consolarlo. Como ya les había advertido
Isaías, sus oraciones no les servirían de nada, debido a su condición
pecadora (Is 1.15).
Justo, versículo 18. Sin embargo, nada de esto indica que Dios
haya sido infiel en cuanto a guardar su Palabra. Todo se debe a que
el pueblo ha venido desobedeciendo e ignorando a Dios por dema-
siado tiempo.
Di voces, versículo 19. La perfidia de Jerusalén queda de ma-
nifiesto aquí en que, mientras estaba en su aflicción, no llamó a
Dios sino a humanos que la ayudaran y la consolaran. Sin embargo,
estos no la ayudaron porque estaban demasiado ocupados cuidan-
do de sí mismos.

387
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Mira, versículo 20. Ahora Jeremías, quizá por compasión con


Jerusalén, llama al Señor pidiéndole ayuda.
Oyeron, versículo 21. Los enemigos oyeron de los problemas
por que atravesaba Jerusalén y se sintieron contentos. Esto con-
cuerda con lo que hemos visto a través de toda la revelación de
Dios. El enemigo de Dios y de su pueblo siempre se alegra con la
caída del pueblo de Dios. Por tanto, los enemigos también desagra-
dan a Dios y serán juzgados (cf. Is 14.5,6; Jer 30.16).
Venga, versículo 22. La súplica del profeta es a favor del pue-
blo de Dios, para que la justicia de Dios sea hecha también con
aquellos enemigos, así como su justicia había caído ya sobre su
ciudad, Jerusalén.
En el capítulo 2, comenzando de nuevo al principio del alfabeto
hebreo, el profeta expresa a través de las palabras clave alfabéticas
el juicio de Dios contra Jerusalén. Comenzando de nuevo con la
palabra «cómo», se siente estremecido por la ira de Dios hacia su
pueblo (v. 1). Expresa por medio de las palabras clave de estos
versos cómo ha caído la ira de Dios sobre Israel y Jerusalén. El
Señor destruyó (v. 2), cortó (v. 3), y entesó su arco contra ellos (v.
4) como un enemigo.
La realidad es que el Señor llegó a ser como un enemigo para
Israel (v. 5; cf. Jr 30.14). Y (v. 6), además de esto, ha quitado su
santuario (símbolo de su presencia) de Jerusalén, tal como Oseas
había advertido contra Israel (ver Os 9). Por lo tanto, Dios ha des-
echado su altar (el medio de reconciliación; v. 7) y determinado
hasta la destrucción de sus muros (v. 8). Mientras sus puertas son
echadas por tierra (v. 9), y los ancianos se sientan (v. 10) en silen-
cio sobre la tierra, solo queda el desánimo en los corazones de los
que han quedado. Ha sucedido lo que Oseas había advertido que
pasaría (v. 9; cf. Os 3.4).
Los versículos del 11 al 19 siguen expresando en orden alfabético
las reacciones variadas de los ciudadanos y de los enemigos de Jeru-

388
Los profetas del siglo séptimo

salén al lamento de Jeremías por la ciudad. El desfallecimiento de los


ojos de Jeremías (v. 11) y los ruegos de los niños a sus madres para
que les den comida (v. 12) nos dan una imagen muy conmovedora de
lo que sucedía en aquel día triste de la caída de Jerusalén. Notemos
el gran contraste entre la angustia abrumadora de la Jerusalén de ese
momento y sus pasadas alabanzas de la insuperable gloria de su Dios
(v. 13). Recordamos las palabras anteriores de Jeremías cuando lee-
mos aquí sobre las heridas de Jerusalén (Jer 30.12-15).
En el versículo 14 culpa en gran parte a los falsos profetas de
Jerusalén de su actual situación lamentable, porque en sus últimos
días dieron esperanzas falsas e infundadas a los ciudadanos.
Las reacciones de los enemigos de Jerusalén son descritas por
medio de los versos «batir manos» (v. 15), y «abrir su boca» (v. 16).
Mientras que los hijos de Dios se lamentan cuando la iglesia está en
desgracia, los hijos de Satanás se regocijan. Sin embargo, no todo ha
sucedido por accidente. El profeta sostiene su convicción de que a
través de todo esto la soberanía de Dios permanece. Lo que ha suce-
dido, Dios había advertido que iba a suceder mucho tiempo antes
(ver Dt 28.15ss). Por tanto, aunque los enemigos saqueen la ciudad
ahora, todos deben saber que es Dios el que lo ha hecho (v. 17).
Los versículos 18 y 19 exhortan al pueblo a invocar ahora al
Señor pidiendo ayuda. Lo que Dios quiere es un corazón arrepenti-
do y quebrantado. Deben clamar (v. 18) y levantarse a dar más
voces, hasta que Dios muestre su misericordia (v. 19).
En estos versículos finales, completa la imagen triste del pue-
blo que yacía desolado en las calles (v. 21). Al llamar a Dios para
que mire (v. 20), está implorando su misericordia ahora. Dios ha
convocado el terror que ha golpeado el corazón del pueblo; quizá
ahora derrame su misericordia sobre el remanente.
El capítulo 3 es también un acróstico pero utiliza tres versículos
sucesivos para cada letra del alfabeto, en lugar de uno solo. Por
tanto, los versículos del 1 al 3 comienzan todos con alef, la primera

389
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

letra del hebreo. En los versículos del 1 al 18, el profeta, hablando


en nombre de toda Jerusalén, expresa el sentimiento de desvali-
miento que hay en los corazones del pueblo, cuando se dan cuenta
de que todo lo que ha sucedido ha sido intención de Dios.
Sin embargo, en el 19 y siguientes trae a la memoria su aflic-
ción y en la misma recuerda el amor y la fidelidad de Dios. De una
manera similar a la de Isaías 1.9 se da cuenta de que si no fuera por
el amor de Dios, ellos ya habrían sido destruidos totalmente: tan
grande es su pecado y tan merecido el juicio (v. 22).
Esto introduce el llamado exhortando a esperar en el Señor (a
poner confianza y esperanza en él) de la misma manera en que lo
habían hecho antes otros profetas (Amós, Oseas, Isaías). Todos
ellos exhortan repetidamente al pueblo a poner su confianza en el
Señor, es decir, a esperar en él, porque solo en el Señor está la
respuesta a nuestras más grandes necesidades (v. 25).
A continuación, durante el resto del capítulo, siguiendo con el
tema de la bondad de Dios (v. 25), sigue la súplica de que hagan el
bien como respuesta a la bondad de Dios (vv. 26,27). Lo que tene-
mos en los versículos siguientes es una verdadera teología de la
crisis, que enseña al pueblo de Dios cómo ha de comportarse en los
tiempos de angustia, mientras la ira de Dios se está derramando
sobre la iglesia por causa de sus pecados.
En tiempos así, los miembros del pueblo de Dios que pasan por
la tribulación con los pecadores que no quieren arrepentirse debe-
rán soportar lo que venga, confiando en que el Señor llevará a cabo
sus propósitos, y sin desesperarse como si se tratara de que esta
crisis fuera el final de todas las cosas. ¡No lo es (vv. 26-30)! El
Señor tiene sus motivos para todas estas tribulaciones (vv. 31,32).
Cuando Dios hace sufrir, la aflicción no es el fin sino disciplina con
el fin de que su iglesia sea purificada y su verdadero pueblo forta-
lecido (vv. 32-36). El Señor hace mella tanto en los buenos como

390
Los profetas del siglo séptimo

en los malos, pero siempre sigue dominando la situación, y todas las


injusticias que se cometan serán castigadas (v. 36-39).
Si esto es lo que el Señor quiere en una crisis, que pongamos
nuestra mirada en él y esperemos en él, entonces lo que nos toca a
nosotros es reconocerlo en medio de la tribulación, confesando nues-
tra culpa y suplicándole que tenga misericordia de nosotros (vv. 40-
54). El versículo 53 constituye de manera especial una reminiscen-
cia de la experiencia personal de Jeremías (cf. Jer 37.16).
Ahora, al recordar cómo Dios había librado en el pasado a su
pueblo de otras angustias, Jeremías puede tener la seguridad de
que esta crisis pasará también, y los enemigos de Dios y de su
pueblo, serán castigados por Dios como se merecen (vv. 55-56).
El capítulo 4, que también es un poema acróstico, recuerda
nuevamente la angustia de Jerusalén, pero concluye de nuevo con
la seguridad, en primer lugar, de que la ira de Dios tiene su fin (v.
11), y además, de que los enemigos de Dios serán castigados todos
al final (vv. 21-22).
En un estilo muy parecido al de Isaías 40.2 afirma que el final
del castigo infligido a la iglesia está cerca por ahora (v. 22; cf. Jer
33.7,8). El final del sufrimiento de Jerusalén será un anuncio del
castigo que recibirán sus enemigos (v. 22; cf. Jer 25.29; 1 P 4.17).
El capítulo final no es un poema acróstico. Lo que hace es
revisarlo todo de nuevo y concluir ofreciendo la única esperanza
verdadera que existe para el pueblo de Dios de todos los tiempos.
El versículo 7 refleja la desesperación del pueblo, que llega a la
conclusión de que han sido los caminos de sus padres los que lo han
conducido a las circunstancias trágicas en que ahora vive (cf.
14.20). Y sin embargo, no hay intención de disculparse a sí mismos
o de echarle toda la culpa a los padres. Sencillamente, a través de
esta tragedia el pueblo de Dios ha llegado a ver su propia falta con
toda claridad (Jer 16.12; 31.29,30). Más tarde, cuando algunos vol-

391
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

vieron a intentar poner toda la culpa en las actuaciones de los pa-


dres, Dios los reprendió duramente por boca de Ezequiel (Ez 18.2).
El versículo 8 parece ser el reverso de la profecía dada por
Noé tanto tiempo atrás. Ahora, en lugar de ser servido, el pueblo de
Dios se ve en la necesidad de servir a aquellos que deberían haber
sido sus servidores (cf. Gn 9.25-27).
Este capítulo final ofrece también la única respuesta verdadera
a la angustia de Judá, o a la angustia de cualquier pecador que se
vea atrapado en su propio tejido de engaño y mentiras. «Vuélvenos,
oh Jehová, a ti, y nos volveremos» (v. 21). El pueblo estaba tan
sumergido en el pecado, que estaba cautivo y desamparado, sin
poder ayudarse a sí mismo. Solo por la gracia y el poder de Dios le
sería posible regresar al Señor (cf. Jer 31.18,19).

III. Sofonías
Hay otros cuatro profetas en Jerusalén cuyo ministerio es con-
temporáneo al de Jeremías: Sofonías, Nahum, Abdías, y Habacuc.
A continuación veremos estos profetas y sus mensajes particula-
res, reconociendo que cada uno de ellos hablaba con el mismo tras-
fondo histórico que Jeremías.
Sofonías repite muchas cosas que ya han sido dichas anterior-
mente, aunque en una forma muy propia suya. Primeramente trata
del Día del Señor (1.2-18); después hace un llamado a los hombres a
que busquen al Señor (2.1-3). Se extiende en el tema sobre el signi-
ficado del Día del Señor como un día de ira para todos los pecadores
(2.4—3.7). Finalmente, termina con un mensaje para los justos, quie-
nes han de esperar en el Señor cuando lleguen esos días (3.8-20).
Sofonías escribió en los días de Josías, quien, como recordare-
mos, intentó llevar al pueblo de vuelta al Señor (1.1). Sin embargo,
ya Jeremías había declarado que el reavivamiento del pueblo sería
un fracaso, porque su vuelta había sido solo fingida, y no con todo el
corazón (Jer 3.6-10).

392
Los profetas del siglo séptimo

El profeta personalmente nos da más detalles acerca de su


herencia y su familia que los que la mayoría de ellos suelen dar. Es
poco frecuente en un profeta recorrer su linaje hasta la cuarta ge-
neración, como lo hace Sofonías. La explicación más razonable es
suponer que el Ezequías a que se hace referencia aquí (1.1) es el
mismo rey Ezequías. O sea, que es un príncipe de la familia real de
Judá, como Jeremías era de ascendencia sacerdotal. Es probable
que Sofonías profetizara desde alrededor del 650 hasta el 600 A.C.,
hacia la última parte de este período.
La profecía comienza con una denuncia muy completa de to-
dos los pecadores: tanto los que lo son menos abiertamente como
los más manifiestos. El Día de Ira será terrible para todos los peca-
dores (vv. 2-18).
En los versículos del 2 al 6 alcanza un clímax de proporciones
conmovedoras. A continuación desarrolla la afirmación del principio:
«Destruiré por completo todas las cosas de sobre la paz de la tierra».
Notemos que el orden de destrucción de las criaturas que hay
en el versículo 3 es exactamente el opuesto al orden de la creación
(cf. Gn 1), como si Dios estuviera diciendo: «Voy a deshacer todo
lo que he hecho». Esto nos enseña nuevamente la lección de que
cuando el hombre prospera, toda la creación prospera, pero cuando
es maldecido, todo es maldito con él (así en Gn 3.17; Ro 8.20-22).
La imagen de la mano de juicio de Dios extendida ya no es
familiar en las Escrituras (cf. Jer 6.12; 15.6; Ez 6.14). Notamos
una progresión en los objetivos de la ira de Dios, desde los más
notorios, los adoradores de Baal y los adoradores de ídolos y estre-
llas, hasta aquellos que simplemente se han negado a seguir al Se-
ñor, e incluso los que se han descuidado y no han buscado su volun-
tad (vv. 4-6). No solamente los adoradores de ídolos, que hacían
más ruido, sino también los que aún profesaban ser adoradores del
Señor aunque no se interesaban por buscar al Señor en sus vidas:
todos ellos sentirán la ira de Dios. Sabemos que en los días de

393
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Josías comenzó el juicio (1 R 23.4,5). Sabemos también que Dios


sentía igual desagrado por los que con sus labios profesaban creer
en él pero no se volvían a él (no lo buscaban) de corazón (Jer 3.10).
La expresión «Día del Señor» fue presentada por Joel mucho
tiempo antes. Desde entonces ha sido siempre descrita por los pro-
fetas como un día de terror para todos los pecadores que no se
arrepientan. Sentimos el horror de ese día mientras el clamor de los
que perecen resuena de un extremo a otro de la ciudad (vv. 9,10).
Se retrata también la forma total en la que Dios escudriñará a los
pecadores; en una forma gráfica (v. 12). Los hombres intentan
esconder su pecado en el corazón pero no pueden esconderlo de
Dios (cf. Jer 17.9,10).
En los versículos del 14 al 18 Sofonías describe este día terrible
que se aproxima de forma similar a Joel 2 y Amós 5.18ss. Las
tinieblas prevalecerán en aquel día. Dios llevará a los pecadores de
la tierra a su fin (v. 18). Sin duda está señalando a los tiempos de la
caída de Jerusalén en el 586 A.C., pero esa caída y la tragedia con
ella relacionada apuntan a su vez más allá: al juicio final que Dios
hará sobre todos los pecadores de todas las naciones. Así vemos
que en la historia hay muchos pequeños «Días del Señor», pero
todos señalan hacia ese gran clímax de la historia: la derrota final
de todo lo que es malvado y rebelde contra Dios.
Es bastante común y de esperar, en el estilo de los profetas,
que antes de que Sofonías siga exponiendo la doctrina del Día de la
Ira se dirija a todos los pecadores para hacerles un llamado a bus-
car al Señor (2.1-3). Siguiendo el estilo de Amós, los llama a buscar
al Señor (v. 3; ver Am 5.6). Siguiendo a Isaías 11.4, se dirige de
forma especial a los humildes de la tierra, es decir, a los quebranta-
dos de corazón y verdaderamente arrepentidos, que solo tienen
puesta su esperanza en el Señor.
La siguiente gran sección de esta profecía declara que vendrá
el Día de la Ira sobre aquellos que no se han reconciliado con Dios,

394
Los profetas del siglo séptimo

ya estén en las naciones del mundo, o en Judá (vv. 4-37). Después


de haber pronunciado sus ayes sobre las naciones extranjeras —
Filistea, Moab, Amón, Etiopía, Asiria— se vuelve a Judá con el
estilo que encontramos en Amós, capítulos 1 y 2.
El rebelde pueblo de Judá no quiso responder ni a la enseñanza
de Dios, ni a su corrección (3.2). No supo confiar en su Dios. Los
gobernantes, los profetas, y los sacerdotes son todos igualmente
culpables (vv. 3,4). Pero ahora han de enfrentarse con un Dios
justo que no pasará por alto la iniquidad (v. 5; cf. Éx 34.6,7).
¿Qué significa esto para los justos de la tierra, que sí buscan al
Señor y confían en él? Sofonías lo atestigua en la parte final de su
libro (vv. 8-20).
La respuesta es que el pueblo de Dios debe esperar en medio
de las pruebas que han de venir debido a los pecados y la desobe-
diencia de Judá (v. 8). Al final, Dios hará justicia a todas las nacio-
nes. El llamado al remanente a que espere puede seguirse a través
de todos los escritos de los profetas (Os 12.6; Is 8.17; 40.31; 49.23;
Miq 7.7; Jer 14.22; Lam 3.25,26). Dios salvará a aquellos que lo
miren a él con esperanza. El volverá hacia él los corazones (v. 9;
cf. Jer 31.33,34).
La purga de la iglesia debe venir (v. 11), pero cuando la iglesia
sea purgada, Dios dejará a los pobres que han esperado, al rema-
nente (vv. 12,13). Por eso es que el verdadero pueblo de Dios, aun
en medio de las pruebas y de la aparente derrota, puede sin embar-
go seguirse regocijando (vv. 14ss). Aquí tenemos en esencia la
respuesta a la tristeza manifestada en las Lamentaciones.
Una vez más, como sucedió con Moisés tanto tiempo atrás (Éx
3), Dios consuela a su pueblo asegurándole que él estará con ellos
(v. 17). Dios rescatará a sus afligidos, una promesa de que los que
confían en él y por ello sufren en el mundo, al final serán vengados
(vv. 19,20).

395
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

IV. Nahum
Aunque el profeta Nahum no nos da la fecha de su escrito, el
hecho de que su primera preocupación sea predecir la caída de
Nínive, lo sitúa alrededor del 630, y siempre antes del 612, fecha en
que cayó Nínive. Esto lo haría contemporáneo de Jeremías y
Sofonías.
Comienza con una declaración general del juicio de Dios en
contra de sus enemigos (cap. 1). El Señor puede ser visto desde
dos puntos de vista, según se ha revelado a sí mismo en la historia.
Primero, él es celoso, toma venganza y se llena de ira (v.2). Esta es
la forma en que aparece siempre para sus enemigos, aquellos que
no creen en él. Pero él es también lento para la ira. No se apresura
a destruir. Dios ejerce una gran paciencia con sus enemigos (v. 3;
cf. Éx 34.6,7). Cuando juzga a las naciones, por lo tanto, es porque
los hombres y las naciones lo han estado rechazando durante un
gran período de tiempo. Nadie podrá esperar entonces misericor-
dia (v. 6).
Pero para sus amigos, para aquellos que se refugian en Dios,
es un pastor, un baluarte, un lugar de refugio, como vimos en Sofonías
(v. 7). Por tanto, todos los hombres tienen que enfrentarse a Dios,
ya sea como amigos o como enemigos (vv. 7,8).
El balance del capítulo 1 muestra sencillamente que el juicio de
Dios es completo. El purificará toda maldad, pero al mismo tiempo
proclamará el mensaje de la paz para aquellos que lo buscan (vv. 9-
15). En el versículo 15, cita a Isaías 40.9, que es el comienzo del
mensaje de esperanza dado por Dios a través de Isaías.
Después de haber pronunciado el juicio en general, ahora enfo-
ca su atención sobre Nínive (caps. 2,3). Podemos ver, gracias al
capítulo 1, en su trato con Nínive, capital de Asiria, cómo es aplica-
da la lentitud de Dios para la ira. Unos doscientos años antes, el
Señor había visto la maldad de Nínive y había tenido compasión de
ella. Por eso envió a Jonás para advertirla sobre el juicio y llevarla

396
Los profetas del siglo séptimo

al arrepentimiento. Los pies que traían las buenas nuevas de paz ya


habían en una ocasión caminado por las calles de Nínive.
Pero Dios no será paciente para siempre. Ciertamente que les
llega un tiempo de juicio a los que continúan rebeldes. Ahora le ha
llegado su momento a Nínive.
Recordamos las palabras de Isaías tiempo antes contra Jeru-
salén (3.1ss; cf. Is 1). Algunas de las palabras son semejantes a las
que dice Dios a través de Oseas para Israel (3.4,5; cf. Os 2.2,3). El
mismo tipo de juicios con los que se amenazó a los enemigos que
Israel había tenido anteriormente es el que ahora está amenazando
contra Nínive (vv. 13-15; cf. Am 1).
En palabras que recuerdan la descripción que hace Joel del
ejército del norte (Asiria), similar a langostas, así reconoce Nahum
ahora también que en realidad Nínive ha sido como una plaga de
langostas (3.16,17). Ahora el sol de la justicia de Dios se levantará,
y todas esas langostas huirán (v.17).
Habla de las dolorosas heridas de Nínive, como Isaías lo había
hecho anteriormente hablando de Judá (Is 1). Pero el gran contras-
te entre los dos mensajes es que no se le ofrece esperanza alguna
a Nínive, mientras que a Judá sí se le había ofrecido esperanza.
Había llegado el tiempo de que Nínive fuera juzgada. No había
escapatoria posible.
Por lo tanto, vemos que el libro es un comentario de Génesis
3.15. Dios derrotará a todos los que sean enemigos suyos y nues-
tros, si confiamos en él y esperamos, como nos exhortaba también
Sofonías.

V. Abdías
Podemos fechar este libro en el mismo período de Jeremías,
especialmente por la evidencia interna. En el versículo 11 se men-
ciona el día de la caída o cautividad de Jerusalén, y por tanto, el
mensaje pertenece al período de derrota aparente para el pueblo de

397
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios. Es el más corto de los libros proféticos del Antiguo Testa-


mento, y trata sobre el juicio de Dios que vendrá sobre Edom (v. 1).
Los primeros nueve versículos especialmente hablan de la causa
de ese juicio: el orgullo de Edom. Edom, al sudeste de Jerusalén, es
la nación bíblica que descendía de Esaú, el primer hijo de Isaac que
era gemelo con Jacob (Gn 25.19-26). Antes de que ambos nacie-
ran, el Señor había predicho que Esaú y Jacob serían los padres de
dos naciones. La lucha en el vientre de Rebeca era una figura de la
lucha que tendría lugar entre ambas naciones a lo largo de su histo-
ria. Pero Jacob, el más joven, padre de los israelitas, prevalecería, y
al final Esaú, padre de los edomitas, lo serviría.
Pero aquí hay envuelto algo más que simplemente la historia de
dos naciones. Vemos muy temprano que aunque nacidos de los
mismos padres, e incluso de la misma concepción, Jacob y Esaú
pertenecen a dos familias muy diferentes. Jacob es de la simiente
de Dios, de los justos, mientras que Esaú pertenece a la simiente
del maligno, de Satanás. Su naturaleza se revela muy temprano,
como ya hicimos notar al estudiar el Génesis.
Este hecho, de que ambos están determinados como por desti-
no antes de haber nacido es traído por Dios a la atención de los
judíos en el período postexílico, por boca del profeta Malaquías. Es
una ilustración del amor de Dios por Jacob (Israel) (Mal 1.2,3). Así,
el amor de Dios por Jacob, y la forma en que escoge sus descen-
dientes, y no a los de Edom, muestra la manera en que funciona la
elección divina, esto es, cómo él escoge de acuerdo con sus propias
intenciones y su voluntad.
Pablo, en Romanos 9, desarrolla esto más ampliamente. Nos
muestra que, sobre la base de la misericordia de Dios en su elec-
ción, mientras que los dos niños aún no habían nacido ni habían
hecho nada bueno o malo, la intención divina no se detuvo en la
contingencia de lo que ellos pudieran llegar a hacer sino en la elec-
ción, la decisión y la acción de Dios (Ro 9.10-12). En el gran capí-

398
Los profetas del siglo séptimo

tulo de Pablo que trata sobre la elección (Ro 9), la ilustración de


cómo Dios escogió a Jacob y rechazó a Esaú muestra claramente
que la decisión definitiva sobre quiénes habrán de ser los hijos de
Dios está en sus manos, y no en las del hombre. Por tanto, en
Hebreos, cuando Jacob es mencionado como un hombre de fe
(11.21), Esaú es al mismo tiempo llamado profano (12.16), esto es,
impío y mundano.
Más tarde, en Malaquías, cuando Dios instruye a Israel acerca
de su amor por Jacob y su odio (rechazo) a Esaú, este se convierte
en figura ilustrativa del trato y el juicio de Dios sobre las naciones
que lo rechazan (Mal 1.3-5).
Esto nos ayuda a ver por qué fue escrito el libro de Abdías.
Esaú (Edom) es el pueblo profano que representa a todas las na-
ciones que se exaltan a sí mismas contra el Señor. Edom es orgullo-
so, y autosuficiente, como lo era Esaú (v. 3). La referencia a que
mora en las hendiduras de las peñas (v. 3) puede que tenga que ver
con el antiguo emplazamiento de Sela, o Petra, como se le llamó
más tarde, palabra que significa «roca».
Este emplazamiento, desarrollado más tarde por los romanos,
estaba en la tierra que en ese tiempo ocupaba Edom. Se menciona
por primera vez en las Escrituras en 2 Reyes 14.7. Alrededor del año
300 A.C., el dominio de la plaza pasó de Edom a los árabes nabateos,
y posteriormente, en el 105 D.C. a Roma. La mayoría de las hermo-
sas ruinas que hoy en día se encuentran allí talladas en roca de color
rosado datan de la época romana. Sin embargo, algunas cuevas de la
roca, cavadas en los grandes riscos que son tan característicos del
lugar, datan de los días antiguos, aun antes de Edom. Solo se podía
entrar a la ciudad por el estrecho camino de entrada, que podía ser
defendido con facilidad. Es fácil ver por qué los habitantes de Sela
podían sentirse arrogantemente orgullosos y seguros de sí mismos,
tal como lo estaban los edomitas (Ab 3). Pero Dios los derrotaría, y
de hecho lo hizo, como hemos visto (vv. 4,8,9).

399
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En los versículos del 10 al 16 se declaran las razones del juicio


de Dios contra Edom. Primero están los juicios específicos en con-
tra de Edom (vv. 10-14). Se trata precisamente de la violencia he-
cha a Jacob (Israel) por Edom (Esaú) (v.10). Esa violencia ya ha-
bía sido mencionada anteriormente por los profetas (Jl 3.19; Am
1.11). A esa violencia le añade Dios ahora acusaciones contra sus
hechos con ocasión de la caída y cautividad de Jerusalén (vv. 11-
12). No solo se detuvieron a mirar como si fuera un teatro (v. 11)
sino que probablemente se regocijaron también con el sufrimiento
de Israel (v. 12), ¡algo que Dios no toleraría!
Se les amenaza advirtiéndoles que no han de regocijarse ni
tomar parte en el saqueo, o bloquearles el camino a aquellos que
intenten escapar (vv. 13,14), aunque Dios les había advertido a los
que estaban en Jerusalén que no deberían intentar escapar (Jer
38.17,18; 39.4ss; 42.10-17).
A continuación, se dan pronunciamientos generales contra to-
das las naciones (vv. 15,16). Esto nos muestra que la advertencia
específica hecha contra Edom, tiene aplicación a todos los pueblos
orgullosos y profanos de la tierra.
El libro termina con una sección que exalta a Israel, al rema-
nente, que es el auténtico pueblo de Dios (vv. 17-21). La mención
del monte de Sión nos recuerda a Isaías 2.2ss y 4.2,3. Los que «se
salvaron» aquí (v. 17) son el remanente mencionado en otros pasa-
jes. Como había dicho Isaías, el remanente será santo, la simiente
santa, la posesión del mismo Dios (cf. Is 6.13).
En palabras similares a las del capítulo 2 de Amós ahora Jacob
será en sí mismo un fuego, en lugar de ser consumido por el fuego
(v. 18). La comparación de Esaú con la estopa, recuerda a Jere-
mías 5.14.
En Esaú (Edom), el pueblo profano, no habrá remanente (v.
18), así como tampoco hay remanente de Nínive (cf. Nah 3).

400
Los profetas del siglo séptimo

Al final, como Dios había dicho desde el principio, el pueblo


de Dios será el que triunfará y llegará el reino de Dios (v. 21; cf.
Gn 3.15).

VI. Habacuc
Este profeta escribió probablemente alrededor de la época de
los últimos días de Jeremías en Jerusalén, justamente antes de la
caída de Jerusalén. Deducimos esto debido a la mención que se
hace de los caldeos en 1.6 describiéndolos como un ejército a punto
de invadir la tierra.
Este libro hace referencia a un problema que es común a los
profetas del siglo octavo y el séptimo: el problema del pecado en la
iglesia (Israel), y el aparente triunfo de la iniquidad en Israel.
Habacuc hace la introducción a su libro, con una queja sobre esto
(1.1-4). A esta queja sigue una respuesta de Dios (1.5-11). Sin
embargo, la respuesta de Dios «suscita otro problema para Habacuc
que lo preocupa aun más (1.12-21).
Dios le da a Habacuc después de esto una respuesta para su
segunda queja, y esa respuesta de Dios es el núcleo del libro (2.2-
20). Finalmente, después de meditar en la respuesta de Dios, el
profeta responde hermosamente con la alabanza y la entrega, sin-
tiéndose seguro y consolado con la Palabra de Dios (3.1-19).
A continuación, miraremos con más detalle el mensaje de
Habacuc. El primer problema que plantea el profeta se expone en
1.1-4. Se siente confundido porque aunque ha clamado con fre-
cuencia a Dios a favor de los justos de la tierra que están siendo
oprimidos por los malvados, Dios ha dado la impresión de que no
oye (v. 2). Todo a su alrededor es violencia, y sin embargo, Dios al
parecer no hace nada por resolverla.
Enumera los actos de violencia. Ve iniquidad y perversidad,
destrucción y violencia, rivalidad y contienda (v. 3). La ley de Dios
es ignorada y no se hace justicia (v. 4). Da la impresión de que por

401
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

todas partes de la tierra los malvados son los que dominan, y su tipo
de justicia el que prevalece.
Esta es la imagen típica que tenemos del estado de cosas en
Israel y Judá, desde los tiempos de Amós hasta los de Jeremías.
Habacuc es uno más en la serie de profetas que clamaron contra
tal estado de maldad en la iglesia entre el pueblo de Israel. Como
Jeremías y otros más, Habacuc estaba indignado con razón, y se
lamentaba, como debe hacerlo todo creyente.
Dios tenía una respuesta franca para esta queja (1.5-11). En
esencia, le mostró al profeta que ya él había estado obrando para
combatir la iniquidad en la tierra (v. 5). Específicamente, había le-
vantado a los caldeos (babilonios) para castigar a su pueblo (v. 6).
De modo que, en un estilo que nos recuerda a Joel, describió el
temible carácter guerrero de esta gran máquina militar (vv. 6-11).
En otras palabras, como lo había predicho a través de Isaías y
Jeremías, Dios estaba levantando a los babilonios para que fueran
el instrumento en sus manos para castigar a Judá y Jerusalén.
Esto provocó otro problema en la mente de Habacuc (1.12—
2.1). Comenzó recitando el credo del pueblo de Dios: el Señor es
desde siempre. Es Santo. Está por encima de los pequeños errores
de los hombres. Dios le ha prometido vida a su pueblo. Nunca se
retractará de su promesa. El grito «no moriremos» (v. 12) expresa
la confianza que tienen los verdaderos hijos de Dios en su Señor.
Pero Dios ve a los paganos, a pueblos como Babilonia, como reser-
vados para el juicio (v. 12).
Comenzando con los versículos 13-17, Habacuc describe a los
paganos que obran traidoramente. Los llama malvados que se tra-
gan a aquellos que son más justos que ellos (v. 13). A continuación
sigue una descripción del pagano que adora a las obras de sus
propias manos. Es descrito como un pescador que captura hom-
bres en su red. Es orgulloso y vano, y les rinde culto a las cosas que

402
Los profetas del siglo séptimo

lo hacen capaz de conquistar: su propio poder y su máquina militar.


Va matando a las naciones una tras otra (v. 17).
Habacuc está retratando en este pasaje al típico poder pagano
que amenazaba al pueblo de Dios de cuando en cuando. ¡Segura-
mente que Dios no permitiría que estos poderes paganos dominaran
a Israel, que era por lo menos más justo que los paganos (v. 13)!
Habacuc pensó que había construido bien su argumento. Ahora
esperaría para ver cómo el Dios Santo se lo podía responder (2.1).
La respuesta que recibió fue clásica (2.2-20), y sirvió de base
para el desarrollo posterior de la gran doctrina de la justificación
solamente por la fe que hizo Pablo en el Nuevo Testamento.
Primero, el Señor señaló la importancia de lo que estaba a pun-
to de decir. Era tan importante que debería ser declarado en las
tablas de aquellos días (v. 2). Sería una respuesta que había valido
la pena esperar (v. 3).
Comienza en el versículo 4. «Su alma» al parecer se refiere al
alma del injusto que había sido mencionado anteriormente, es decir,
de cualquiera que no sea recto. La característica de todos los injus-
tos (los que no son rectos) es que son hinchados y soberbios. Esto
es cierto en todos los malvados. Por contraste, los justos, los que
son rectos ante Dios, viven ante él solo por fe.
Por tanto, Dios dice aquí lo que las Escrituras repiten con tanta
frecuencia: que solo existen dos clases de personas en el mundo, y
ninguna más ni ninguna menos: los malvados, que no son rectos en
lo absoluto ante Dios, y los justos, que son rectos por fe en Dios
solamente, tal como lo había sido Abraham (Gn 15.6).
La importancia de esto con respecto al problema de Habacuc
estaba por tanto en que no hay tal cosa como los «más justos» o los
«menos justos». ¡O se es justo por la fe en Dios, o no se es justo en
lo absoluto! No hay grados de justicia. O nos es concedida por la fe,
o no tenemos justicia en ninguna forma. Los orgullosos, que piensan
que son justificados por sus obras, lo único que están es hinchados en

403
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

su soberbia. Los que son así son como el borracho altanero, que va
dando traspiés por la vida hasta llegar al mismo infierno (v. 5).
Como respuesta a la súplica de Habacuc para que solo el pue-
blo de Dios que confiaba en él pudiera vivir (1.12), Dios está di-
ciéndole: «¡Sí, por fe!»
Comenzando con el versículo 6 y siguiendo hasta el final de
este capítulo, encontramos un proverbio burlón que muestra que no
importa que el injusto esté dentro de la iglesia (Israel) o fuera de
ella (paganismo). Todos los injustos desagradan a Dios y serán
castigados.
Dios enseña esto en una serie de ayes (vv. 6-16). Ay de la
nación pagana que saquea otras naciones y derrama violencia so-
bre las ciudades. Al final será ella la saqueada (vv. 6-8). Pero tam-
bién, ay de aquel que codicia injusta ganancia para su casa. Está
haciendo saqueo en pequeña escala, pero Dios no lo pasará por
alto (vv. 9-11) .
Ay de la nación que construye ciudades con sangre (los botines
de guerra) y va de conquista en conquista sin pensar en la gloria de
Dios (vv. 12-14). Pero ay también del hombre que le da de beber a
su vecino para emborracharlo y actuar lascivamente. Sería lo mis-
mo que fuera un incircunciso. ¡Con toda seguridad recibirá el cas-
tigo de Dios (vv. 15-17)!
Es decir, que Dios juzgará toda violencia: la de la nación paga-
na, que tanto le había preocupado a Habacuc, pero también la de
los pecadores que vivían en Jerusalén, que también le había pre-
ocupado al profeta. Toda injusticia, esté donde esté, será hallada
por Dios y castigada. Toda idolatría pagana o israelita (vv. 18-19),
es igualmente odiosa a la vista de Dios y será juzgada.
Termina con una descripción de Dios en su santo templo, ante
quien todo el mundo es culpable y por lo tanto puesto en vergüenza.
Nadie en absoluto tiene justicia propia, con la cual pueda jactarse ante
Dios. Todos son silenciados ante el Dios Santo (2.20; cf. Ro 3.19).

404
Los profetas del siglo séptimo

Después de esta respuesta maravillosa dada por Dios, Habacuc


replica con un gran himno de alabanza y entrega al Señor (cap. 3).
Es el cántico del creyente, una afirmación de fe en el Dios que de
esta manera se ha revelado a sí mismo a Habacuc como el Señor.
Primeramente, el profeta contempla la gloria del Señor en la
creación y en su providencia (vv. 1-11). Ve venir la ira de Dios por
causa del pecado de Israel y suplica misericordia (v. 2). Por último,
concluye que, tal como lo ha explicado Dios, va por toda la tierra
juzgando una nación tras otra y destruyendo las plazas fuertes (v.
12). Pero lo hace con un propósito. El surgimiento y la caída de las
naciones a lo largo de la historia tiene en sí un significado Dios hace
todo ello en última instancia para la salvación de su pueblo, com-
puesto por aquellos que son justificados por la fe (v. 13). La última
parte del versículo 13 tiene sin duda una referencia a Génesis 3.15,
la victoria final sobre la serpiente (Satanás).
Cuando Habacuc se dio cuenta de que el juicio terrible caería
sobre Jerusalén, y de que hasta los justos han de pasar por él, tem-
bló (v. 16). Pero también comprendió que debería aceptarlo y espe-
rarlo con serenidad. Estaba resignado con respecto a la tribulación
que vendría.
¡Aunque sufriera la pérdida de todas las cosas (v. 17), todavía
podría seguir regocijándose! ¿Por qué ? ¡Porque sabe que Dios
está con él y que al final le dará la victoria (vv. 18 y 19)! Esta es
una gran afirmación de fe que tuvo su eco luego en Pablo, como
vemos en Romanos 8.28.
De esta forma se les enseña a todos los creyentes que si la
iglesia peca tendrá después que pasar a través del juicio, y aunque
los hijos de Dios han de compartir este juicio con los injustos, serán
conservados y sobrevivirán. Así el remanente, que es el verdadero
pueblo de Dios, podrá atravesar la tormenta con la confianza de
que Dios está con él.

405
CAPÍTULO 12

EL TIEMPO DE EXPIACIÓN (586-400


A.C.)

I. La historia del período


Antes de continuar nuestro estudio de los profetas sería bueno
mirar la historia del período de los escritos exílicos y postexílicos.
Este período fue muy activo en la historia del mundo antiguo, y solo
podemos ver brevemente algunos de los más importantes sucesos
y actividades de aquel tiempo.
Fue el momento en que se formaron algunas de las grandes
religiones del mundo, cuyo efecto se deja sentir todavía. El zoroas-
trismo estaba en formación, dirigido por el gran profeta persa
Zoroastro, del que se conoce muy poco. No se sabe exactamente
cuál fue su período de actividad. Alrededor del mismo tiempo,
Confucio en China y Buda en la India se estaban presentando para
fundar las religiones que finalmente serían conocidas con sus nom-
bres. Todo esto sucedió en la época de surgimiento del judaísmo
entre los judíos de la cautividad, entre los cuales comenzaron a
producirse cambios radicales debido a la destrucción del templo y a
su dispersión en medio de las naciones. Con el fin de mantener sus
tradiciones y su fe, la doctrina tradicional comenzó a ser enseñada,
y posteriormente escrita, dándole estructura, unidad, y sentido al
judaísmo mundial después del exilio.
En el mundo político ya hemos visto cómo la hegemonía se
movió desde Asiria hasta Babilonia. Durante este período, cambia-

407
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ría nuevamente, y por última vez serían pueblos semíticos, de la mis-


ma familia que los judíos, los que tendrían dominio sobre el mundo
antiguo. Los babilonios fueron el último pueblo semita que dominó
Mesopotamia. Los medos y los persas que vinieron después de ellos
no eran semitas. A continuación llegaron los griegos y los romanos,
quienes gobernaban en los tiempos de Cristo. Cuando termina nues-
tro período (400 A.C.), todavía eran los persas los que dominaban,
pero los griegos, que después serían dirigidos por Alejandro Magno,
dominarían la región antes del final del siglo siguiente.
El imperio babilónico que causó la caída de Jerusalén fue sobre
todo el imperio de Nabucodonosor. Este fue la figura dominante.
En el 612 A.C. cayó Nínive, la capital de Asiria. Esta fue la primera
gran campaña de Nabucodonosor, que había sido dirigida por su
padre, al que sucedió al poco tiempo. Más tarde cayó Harán, la
última plaza fuerte que se le oponía, en el 610 A.C.
Cuando Nabucodonosor tomó el poder, el faraón Necao de
Egipto, que también era ambicioso, salió a guerrear con él. Los dos
ejércitos se encontraron y lucharon en Karkemish en 605. Esta fue
una de las grandes batallas del mundo antiguo. Necao fue derrota-
do, y el dominio babilónico sobre todo el mundo de la Biblia quedó
asegurado. Fue durante esta campaña, mientras Necao se dirigía
hacia el norte para enfrentarse a Nabucodonosor, que Josías, el
último rey bueno de Judá, salió a interceptar al faraón Necao y fue
asesinado (ver 2 R 23.29).
En esos mismos días, Nabucodonosor barrió la Palestina con
su ejército, para demostrar que era él quien dominaba en la región.
En esa ocasión tomó consigo algunos cautivos de entre los hijos de
los hebreos, entre los que se hallaban Daniel y tres amigos (ver Dn
1.1-2). Esto sucedió alrededor del 605 A.C., durante el reinado de
Joaquín en Jerusalén.
Más tarde, en el 597 A.C., Nabucodonosor regresó nuevamen-
te y tomó a Joaquín cautivo, junto un gran número de israelitas.

408
El tiempo de la expiación

Entre los que fueron llevados en este momento se hallaba Ezequiel


(Ez 1.1-3). Desde 588 hasta 586 A.C., Jerusalén y dos ciudades
remotas, Azeca y Laquis, fueron todo lo que le quedó a Judá. Estas
ciudades son mencionadas en Jeremías 34.6,7. En las llamadas
«cartas de Laquis», descubiertas recientemente, los arqueólogos
han sacado a la luz los intercambios entre estas ciudades y sus
últimos días. Dan una descripción gráfica de cómo era la vida bajo
el sitio de los babilonios.
Jerusalén cayó en el 586 A.C. La última plaza fuerte que que-
daba en aquella parte del mundo, Tiro, se sostuvo doce años más,
pero cayó finalmente en 574, tal como Ezequiel y Jeremías habían
predicho (Jer 27.1-11; Ez 26.1—28.19; 29.18-20).
Llegados a este punto, volvamos a ver los últimos días de Judá.
Joacaz, el hijo de Josías, reinó solamente tres meses, y fue depues-
to por el faraón Necao (2 R 23.33). Su hermano mayor, Eliaquim
(Joacim), fue nombrado por Necao y reinó en su lugar. Murió en su
puesto mientras Jerusalén estaba sitiada. El siguiente rey, Joaquín,
reinó tres meses, y fue llevado a Babilonia en el 597 A.C. Ezequiel
fue también en esta primera fase de la cautividad . Joaquín perma-
neció prisionero en Babilonia hasta que fue liberado treinta y siete
años después en los días de Evil-merodac (2 R 25.27-28). El último
rey, Sedequías, tío de Joaquín, reinó once años. La mayor parte de
este tiempo, Jerusalén estuvo bajo el virtual dominio de Babilonia,
hasta que cayó definitivamente en el 586 A.C.
El imperio babilónico prosperó bajo Nabucodonosor. Después
de su muerte, el reino duró solamente veintitrés años. Fue sucedido
por Amelmarduk (Evilmarduk en las Escrituras). Este fue asesina-
do por su cuñado en su segundo año de gobierno, el 650 A.C. Cua-
tro reyes gobernaron en rápida sucesión desde el 560 hasta el 539
A.C. Los dos últimos fueron padre e hijo y gobernaron parte de ese
tiempo juntos. Nabonides comenzó a gobernar en 556 y su hijo
Belsasar comenzó asociado a él en 553 A.C. Belsasar mandaba

409
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sobre la ciudad de Babilonia en 539, cuando cayó en manos de los


persas, mientras su padre se hallaba fuera de la ciudad.
En la época del poder babilónico los exiliados judíos vivieron en
su mayor parte en Babilonia o cerca de ella. La historia de los
judíos que quedaron en Jerusalén después de su caída es descono-
cida para nosotros. Toda la atención de las Escrituras se centra en
los que vivieron en el exilio.
En Babilonia, el problema que los exiliados enfrentaban era el
reto a su fe que significaba la aparente derrota de su Dios por el
ejército babilónico. La labor de los profetas que fueron a la cautivi-
dad fue demostrar que el final de Judá no significaba el final del
pueblo de Dios, ni la derrota de su Dios. Daniel y Ezequiel fueron
los voceros para el pueblo de Dios en el exilio, y por medio de su
ejemplo y de su profecía, la fe verdadera fue enseñada y puesta en
práctica para los judíos.
Finalmente, como ya dijimos, Babilonia cayó en manos de los
persas en el 539 A.C. Al año siguiente, Ciro, el gran rey de los
medos y de los persas, promulgó decretos concediendo a los judíos
el permiso para regresar a Jerusalén y reconstruir el templo des-
truido por Nabucodonosor. Sabemos que era política de Ciro repa-
triar a los que habían sido llevados cautivos y, que gracias a él,
muchos pueblos pudieron regresar a sus tierras nativas. Sin embar-
go, era el Señor el que lo impulsaba a hacerlo, para que fuera cum-
plida su Palabra dicha a través de Jeremías.
Los gastos del regreso corrieron por cuenta del tesoro persa.
Todos los judíos que lo desearan podrían regresar. Los vasos sa-
grados que habían sido llevados por Nabucodonosor fueron devuel-
tos a su legítimo lugar por una orden suya.
El mando sobre los que regresaran a la tierra estuvo primero
en manos de Sesbasar y después de Zorobabel.
Alrededor de cincuenta mil regresaron en este primer grupo.
La primera responsabilidad que tenían era la reconstrucción del

410
El tiempo de la expiación

templo. Encontraron la tierra desolada, y los samaritanos se les


mostraron hostiles. Estos eran los descendientes de los que habían
sido llevados allí por los asirios después de la caída de Samaria.
En el entretanto, mientras luchaban por reconstruir el templo,
hubo cataclismos políticos en Persia. Ciro fue asesinado en el 528,
y dos años más tarde surgió Darío el Grande en el trono. El templo,
debido a la oposición de los samaritanos y a la intranquilidad políti-
ca, seguía sin terminar.
Finalmente, Dios, a través de los profetas Hageo y Zacarías, sacu-
dió al pueblo para que terminara el templo. Esto fue hecho en el 516.
Hay unos cincuenta años de historia perdidos entre 516 y 457
A.C. Después de este período, Esdras, un levita y escriba de la épo-
ca de Artajerjes de Persia, regresó para enseñarle la Ley al pueblo
de Jerusalén. Unos 1.800 hombres lo acompañaban con sus familias.
Encontró espiritualmente débiles a los que estaban en Jerusalén; se
habían hecho mundanos y se habían casado con extranjeras.
Los guió a confesar su pecado, y aunque muchos judíos se resin-
tieron, le enseñó al pueblo una vez más el libro de la Ley de Moisés.
Hizo que la ley fuera leída e interpretada para ellos. Los judíos, que
ya no eran una nación, se convirtieron en el Pueblo del Libro.
Entonces, en el 444, durante el reinado del mismo Artajerjes,
Nehemías, habiendo oído noticias alarmantes procedentes de Jeru-
salén, consiguió permiso para regresar allí y construir las murallas
de la ciudad para protegerla. Junto con Esdras, completó la tarea
de devolverle al pueblo la conciencia de su relación con Dios.
La vida religiosa fue restaurada sobre bases más bíblicas. Los
ricos se habían aprovechado de los pobres, y Nehemías los forzó a
corregir errores pasados. Luego que las murallas estuvieron termi-
nadas, regresó a Persia por dos años.
Cuando Nehemías regresó otra vez a Palestina, encontró que
la situación se había deteriorado nuevamente, y junto con Esdras
volvieron a traer al pueblo al Señor. Se detuvo el matrimonio con

411
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

paganos. Se hizo obligatorio guardar el sábado. Los samaritanos


fueron expulsados de sus puestos de control en Jerusalén.
Mientras, en Persia, en la época de Jerjes (Asuero en la Biblia)
486-465, Ester, una judía, se convirtió en la esposa del rey Jerjes.
Ella sirvió, junto con su primo Mardoqueo, para salvar a los judíos
de ser extinguidos.
En estos días del exilio y el regreso, los judíos se convirtieron,
aunque lejos de Jerusalén, en una comunidad religiosa. Hubo un
interés creciente y un estudio cada vez mayor de las Escrituras
judías. Las Escrituras todas: la ley, los profetas, y los otros escritos,
comenzaron a tomar forma como un solo Libro de Autoridad. Se
levantaron las sinagogas, tanto en el exilio como en Judá, donde
quiera que hubiera judíos creyentes. El arameo se convirtió en el
lenguaje más usado de la época, en el ámbito internacional, y como
consecuencia, el hebreo cayó gradualmente en un desuso general.
Por esta razón se hicieron necesarias las traducciones y expli-
caciones de las Escrituras. Al principio eran orales. Andando el
tiempo se pusieron por escrito y fueron conocidas como los Targums.
Gradualmente, la religión judía comenzó a tener impacto en el mun-
do no judío.
Ahora volveremos nuestra atención a las Escrituras que perte-
necen a esta época.

II. Ezequiel
Ezequiel, al igual que Jeremías, escribió tanto antes como des-
pués de la caída de Jerusalén. Pero mientras Jeremías escribió
desde Jerusalén, Ezequiel escribió en Babilonia.
El libro se divide en dos partes principales: la escrita antes de la
caída (caps. 1—33.20) y la escrita después de la caída (caps. 34—
48). Estas dos secciones están unidas por una breve narración de
la llegada a Babilonia de las noticias acerca de la caída de Jerusa-
lén (33.21-33).

412
El tiempo de la expiación

La primera sección, que contiene las revelaciones anteriores a


la caída (1.1—33.20), es bastante diferente de la última. Habla
sobre todo de los pecados de Israel que le están acarreando el
juicio que se avecina.
Estimamos que se puede fechar el comienzo de sus escritos en
el año quinto de la cautividad de Joaquín (1.2), que sería alrededor
del 592 A.C. Ezequiel nos dice que es en este momento cuando
Dios comienza a hablar con él (v. 3).
La primera división de esta primera sección se refiere a la gran
visión de la gloria divina que fue mostrada a Ezequiel. Al parecer,
es una visión de la actividad de Dios y de su interés por la historia
del hombre (1.4-28).
Procedente del norte (lugar de donde vienen todos los juicios
de Dios contra Israel) viene una nube misteriosa con fuego (v. 4).
Ve cuatro criaturas vivientes (v. 5). Por tanto, lo que ve es muy
similar a lo que Juan diría haber visto mucho más tarde, cuando era
también un exiliado en Patmos (Ap 4).
Ambas visiones son descripciones del cielo y de la gloria celes-
tial. Basados en el libro del Apocalipsis, podemos afirmar que las
cuatro criaturas vivientes representan diversos aspectos de Cristo
en su misión y su gloria. Aquí parecería que esta podría ser la expli-
cación también. Sin embargo, se ve con más claridad en el Apoca-
lipsis que en Ezequiel. Más tarde son identificados como querubines
(10.15). Y sabemos que los querubines guardaban el camino al ár-
bol de la vida (Gn 3.24), y en el tabernáculo se cernían sobre la
misma arca (Éx 25.18-22).
A partir del versículo 15, nos dice que las criaturas vivientes
controlaban ruedas que se extendían a la tierra. Cuando las criatu-
ras se movían, lo hacían también las ruedas (v. 19). El espíritu de
las criaturas vivientes estaba en las ruedas (v. 20). Por esto pode-
mos llegar a la conclusión de que la visión muestra que todo lo que
está sucediendo en la tierra (las ruedas) está controlado por las

413
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

criaturas vivientes en el cielo: la invasión procedente del norte, el


fuego que viene y juzga a las naciones, alcanza hasta Jerusalén y
Judá y está bajo el control de Dios. Por tanto, lo que sucede en la
tierra es determinado en el cielo: la rueda que toca la tierra.
Desde el versículo 22 hasta el final del capítulo, se nos da una
rápida mirada de lo que es el mismo cielo. Nos muestra el trono de
Dios con uno como hombre (¿Cristo?) sentado en él (v. 26). Se nos
dice que Ezequiel vio la semejanza de la gloria del Señor (v. 28).
Puesto que todo esto fue visto como por encima de las cabezas
de las criaturas vivientes (v. 22), vemos aquí simbolizada la verdad
de que Dios, que está por encima de todas las cosas, controla todo
lo que está sucediendo en estos días, y todo es conforme a su plan
y su propósito. Dios no está muerto. Él vive, y controla aún las
cosas aun cuando su pueblo está pasando ahora por tiempos muy
difíciles. Este es el mismo núcleo del mensaje que Dios le estaba
enviando a su pueblo Israel en esos días difíciles por medio de
Ezequiel, Daniel, y Jeremías.
Los capítulos 2 y 3 hablan del llamado de Ezequiel. Después de
la introducción sobre la visión que acaba de ver, Ezequiel recibe con-
firmación de que su ministerio es controlado por Dios en el cielo.
Dios se dirige a Ezequiel llamándolo «hijo de hombre», un término
usado solo por Ezequiel pero que después Cristo se aplicaría a sí mis-
mo en el Nuevo Testamento (2.1). Su misión es ir a Israel, que es
descrito como un pueblo rebelde (v. 3). Vemos una clara relación
entre el llamado de Ezequiel y los de Isaías y Jeremías. En todos estos
llamados se les advierte que los oyentes se rebelarán y que no recibi-
rán con facilidad lo que ellos les digan. Ya sea que los lleguen a creer
o no, al menos sabrán que un profeta estuvo en medio de ellos (v. 5).
Ezequiel, igual que Jeremías, es consolado con las palabras «no
temas» (vv. 6ss). Entonces, se le advierte a Ezequiel que no se
vuelva él también un rebelde (vv. 8). Él ha de obedecer a Dios y no
a los hombres, le escuchen estos o no.

414
El tiempo de la expiación

El incidente del rollo del libro que se come (2.9—3.3) es similar


al narrado por Juan en Apocalipsis 5.1-10; 10.8-11. De nuevo, aquí
podemos estar seguros de que el libro se refiere al mensaje de Dios
para el mundo, un mensaje enviado al pueblo de Dios pero que
tiene amargas repercusiones cuando es llevado a hombres que le
son hostiles.
Ezequiel es enviado especialmente a Israel (3.4-11). De haber
sido como Jonás o Daniel, enviado a pueblos de lengua extraña,
habría sido oído, pero va a Israel y, en contraste, no lo quieren oír
(vv. 5,6). Su predicha (v. 7) resistencia a la Palabra de Dios nos
recuerda la del pueblo al que se enfrentó Jeremías. En verdad iba a
ser una labor difícil (cf. Jer 1.18).
En el versículo 10 se le dice a Ezequiel que él también debe
tomar la Palabra de Dios en el corazón. El mensajero debe creer el
mensaje. La misión era dura, y las perspectivas que se abrían de-
lante del profeta no eran agradables. No en balde regresó a su
pueblo con amargura, sabiendo lo que le esperaba (vv. 14,15).
De nuevo Dios le da ánimos a Ezequiel, luego de darle tiempo
para reflexionar sobre su llamado (3.16-27). Él sería como un vigía
con el oficio de advertir. Si el pueblo escuchaba, bien, pero si no, al
menos él había cumplido con su deber. Fracasaría en su misión solo
si no alertaba al pueblo (v. 21).
Una vez más vio la gloria de Dios (v. 23) y después se le habló
de las penalidades que sobre él caerían, como habían caído sobre
Jeremías. Sin embargo, Dios le daría valor para hablar (v. 27).
En el capítulo 4 empieza el mensaje propiamente dicho. Una ca-
racterística de la predicación de Ezequiel sería que dramatizaría mu-
chos de los mensajes de Dios delante del pueblo. Otros profetas ha-
cían esto ocasionalmente, pero Ezequiel lo hacía con frecuencia. El
primer mensaje fue una representación del sitio de Jerusalén (cap. 4).
Debería tomar una plancha de hierro y levantarla como una
muralla. Después, tendría que acostarse al lado de ella y represen-

415
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

tar el sitio de una ciudad. Ya podremos imaginarnos lo asombrada


que estaría la gente de ver algo así. Debería hacer esto cada día
durante trescientos noventa días, acostado sobre su lado izquierdo, y
cuarenta días sobre el derecho (4.4-7). ¡Suponemos que cada día
saldría y dramatizaría esto durante cuatrocientos treinta días en total!
Estos días, se nos dice, representan cada uno un año de la
iniquidad de Israel (v. 5). Si calculamos hacia atrás a partir del año
del llamado de Ezequiel, que es el 592 A.C., a los trescientos no-
venta años llegamos a una fecha del 900, o alrededor de la época
de Salomón. Los cuarenta años añadidos quizá representen los años
de desobediencia en el desierto. Esto no es seguro. Dios está di-
ciendo con esto que mientras él ha sido paciente durante todos los
años de la desobediencia de Israel, comenzada desde los tiempos
de Salomón, ahora en cambio, traerá su juicio sobre la ciudad.
Ezequiel dramatiza también el hambre y la escasez que sobre-
vendrán durante el sitio de la ciudad (4.9-17).
Vemos en el capítulo 5 otro mensaje representado por medios
visuales. Tomando su propio cabello, retrata gráficamente el juicio
próximo de Dios: el fuego, la espada, y la cautividad (dispersión al
viento; vv. 1,2). El horror de esos días que vendrán sobre Jerusalén
(v. 10) nos recuerda el sitio de Samaria en la época de Eliseo (2 R
6.29; cf. Jer 19.9). Al igual que Jeremías, Ezequiel pronuncia la
amenaza cuádruple del juicio de Dios sobre la tierra: peste, hambre,
espada, y cautiverio (v. 12). Aquí podríamos referirnos también a
Apocalipsis 6 y a los cuatro jinetes que representan las fuerzas que
son desatadas sobre el hombre en la historia.
El capítulo 6 es una profecía dirigida a las montañas de Israel.
Recordaremos que en Miqueas 6 el Señor llamó a las montañas a
juzgar entre él e Israel. Ahora les dirige una profecía a las monta-
ñas mismas, que es donde están los sitios de idolatría (6.3ss). Esto
será comparado debidamente con otro mensaje a las montañas que

416
El tiempo de la expiación

aparece en el capítulo 36. Como Oseas, Ezequiel reprende al pue-


blo por no conocer al Señor (v. 7).
Comenzando con el versículo 8, hallamos una nota de esperan-
za. Él dejará un remanente; habrá algunos que escaparán (vv. 8,9).
Solo cuando en la presencia de Dios vean lo pecadores que son
comenzarán de verdad a conocer al Señor (vv. 9,10). Ezequiel
enfatiza este mensaje golpeando fuertemente con el pie (v. 11).
Como era de esperar, Ezequiel concluye esta serie de profe-
cías prediciendo el final seguro de Israel (7.2). Ya está cerca (7.8).
Hay mucho del mensaje de Joel reflejado aquí (v. 14). La maldad
de las naciones que ocuparán la tierra recuerda el problema de
Habacuc (v. 24). En un tiempo así el pueblo deseará una palabra de
Dios, y no le llegará ninguna. Recordemos que Jeremías, el profeta
de aquel tiempo, había sido llevado a Egipto (cf. Am 8.11).
Los tres capítulos siguientes, del 8 al 10, recogen una visión
dada a Ezequiel de los pecados de Jerusalén. En esta visión es
transportado espiritualmente desde Tel-abib, en Babilonia, hasta
Jerusalén (8.3). Ve la imagen del celo en el templo (vv. 3,5,6), que
está lleno de cosas abominables ante la presencia de Dios (vv. 9-
11). Recordaremos que el Señor declaró que él es un Dios celoso,
que tenía celo por su nombre y su verdad y no permitía rival alguno
en los corazones de sus hijos (Éx 20.4-6; 34.12-17).
¿Qué era lo que Ezequiel estaba viendo realmente en este
momento? Tenemos la respuesta en el versículo 12. Se le estaba
dando espiritualmente en esta visión la posibilidad de mirar dentro
de los mismos corazones de los que vivían en Jerusalén, en las
cámaras de sus imágenes, es decir, sus corazones malvados, tal
como Dios los veía. Esta vuelta por el templo de Jerusalén en los
días de Ezequiel era en realidad una vuelta por los corazones de
aquellos que adoraban allí. Se ve esto con claridad cuando leemos
Ezequiel 14.4. Esta revelación es única en las Escrituras y nos da

417
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

una visión de los corazones pecadores de los incrédulos que no


tiene paralelo con ninguna otra cosa en las Escrituras. No es de
maravillarse que Dios hable con tanta frecuencia del corazón pe-
cador, y de la necesidad que tiene de ser purificado.
En su viaje Ezequiel ve corazones llenos de idolatría y de vana
adoración (8.14-18). Finalmente Dios declara que solo aquellos a
quienes aflija esa situación serán salvados (9.4; cf. Ap 7.2,3). Nos
trae a la mente las palabras de Jesús «bienaventurados los que
lloran». El juicio deberá comenzar en la casa del Señor (v. 6), como
leemos en otros lugares (Am 3.2; Jer 25.29; 1 P 4.17). Estas cosas
llevan a Ezequiel a preocuparse profundamente por la suerte del
pueblo (v. 8; cf. 11.13). Sin embargo, Dios le advirtió que esta vez
su ira no sería retirada (9.9-11).
Las visiones de los corazones del pueblo terminan la serie con
una visión de la gloria de Dios (cap. 10) en una escena parecida a
la que abre el libro en el capítulo 1. ¡La gloria de Dios no puede
tolerar tal iniquidad en los corazones de los hombres!
A continuación, en el capítulo 11, Ezequiel muestra la visión de
los príncipes malvados. Sabemos que Jeremías tuvo que enfrentar-
se a estos hombres cuando intentaba decir la verdad (v. 2). Ezequiel
es llamado a profetizar contra ellos (v. 4), y su juicio es severo (5-
8). Como resultado de sus profecías, uno de aquellos que él vio en
la visión, murió (vv. 13; cf. v. 1).
Anteriormente, cuando comenzó el juicio, Ezequiel había pedi-
do la misericordia de Dios (9.8). Ahora clama nuevamente a Dios
(11.13).
La primera vez Dios no le respondió; esta vez sí lo hizo.
A partir del versículo 16, Dios declara que hay esperanza para
Israel. Prometiendo que los protegerá mientras se hallen en cauti-
vidad, le asegura también a Ezequiel que los devolverá a sus hoga-
res, luego de deshacerse de todo lo que hay de malvado en ellos
(vv. 18ss). En palabras similares a las de Jeremías 31.31ss, Dios

418
El tiempo de la expiación

promete un nuevo espíritu y un nuevo corazón para el remanente


(v. 19). Los propósitos de Dios, tal como se expresan en Éxodo 19,
de llegar a tener un pueblo santo, se harán realidad (v. 20). Pero
para aquellos que permanezcan en pecado no ofrece esperanza
ninguna (v. 21; cf. Am 9.8ss; Is 66.24).
Con esta nota tranquilizadora termina la serie de visiones que
comenzó en el capítulo 8 (v. 24).
Una vez más, en el capítulo 12, se le indica a Ezequiel que
represente la cautividad de Jerusalén delante del pueblo (vv. 1-6).
Al hacerlo deberá ser muy dramático, representando el temor que
habrá en los corazones de los que estén en Jerusalén en aquel día
(vv. 17ss).
Al parecer, debido a que Dios se había tardado en cumplir las
palabras que había enviado por profetas como Jeremías con res-
pecto a la caída de Jerusalén, algunos hicieron un proverbio que
hablaba de que las visiones de los profetas habían fracasado (vv.
22- 25). Pero ahora Dios ya no se demorará más (vv. 27,28).
Los falsos profetas que consolaron falsamente al pueblo en los
días de Jeremías, diciendo que el tiempo del juicio estaba lejano, se
convirtieron ahora en el blanco de Ezequiel (cap. 13). Solo hay
ayes acumulados para ellos (v. 3); Dios les declara la guerra (v. 8).
Tendrán que comerse sus palabras de paz (v. 10; cf. Jer 8.11; 14.13).
También, en forma similar a Amós, se vuelve a reprender a las
mujeres vanidosas (vv. 17ss; cf. Am 4.1ss).
Hasta los ancianos de la cautividad son reprendidos. De acuer-
do con lo que vimos en 8.12, estos ancianos tienen ídolos en sus
corazones (14.4). Dios reprende y castiga a todos los falsos líderes,
a fin de que el verdadero pueblo suyo no se corrompa (vv. 9-11).
Nada podrá desviar el juicio sobre la caída (vv. 13-14; cf. 2 R
23.26, 27). Ni aun grandes hombres de Dios como Noé, Daniel o
Job podrían ayudarlos si estuvieran allí. Noé recuerda el gran juicio
del diluvio, en la época en que él era el único justo. Job le recuerda

419
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

al patriarca antiguo que era tan agradable a Dios que Satanás no


pudo sacudirlo. Daniel fue, por supuesto, un contemporáneo de la
generación de Ezequiel, y vivía en aquel momento en Babilonia.
Todos tenían noticias directas sobre su piedad, pero ninguno de
ellos podría ayudar a Jerusalén a salir de sus problemas (v. 14). La
hipótesis de que el Daniel mencionado aquí no es el Daniel bíblico
sino otro conocido en la literatura antigua de Ugarit, en la costa del
Mediterráneo, es débil e improbable. No hay razón por la cual
Ezequiel no pudiera hablar de aquel hebreo contemporáneo suyo,
piadoso y bien conocido.
De nuevo notamos el uso de cuatro clases de juicio: hambre,
bestias salvajes, espada (guerra), y peste (vv. 12,20). Pero, como
anteriormente, Dios ofrece una esperanza para el remanente final
(vv. 22,23). En una forma similar a la de Isaías 5, Ezequiel habla de
Israel como de una viña carente de valor (cap. 15).
El capítulo 16 se dirige todavía a los ancianos sin fe y les re-
cuerda que sus orígenes no son tan nobles (vv. 1-5). Sus orígenes
como un pueblo identificable tuvieron lugar en Canaán, a la que
Dios llamó a Abraham, para hacer de él una familia específica. La
combinación del amorreo y la hetea (v. 3) seguramente se refiere a
sus orígenes paganos (ver Jos 24.14,15). Los antepasados de
Abraham eran amorreos, y quizá la palabra «hetea» haga referen-
cia a Betsabé, la esposa de Urías, que llegó a ser esposa de David.
La descripción de Israel como un hijo adoptado y como una
esposa cuidada y amada recuerda las palabras de Oseas en los
primeros capítulos de su profecía (vv. 6-14; cf. Os 1-3). La belleza
que describe (v. 14) recuerda los buenos tiempos del reinado de
Salomón, pero la prostitución que se desarrolló (vv. 15-29) recuer-
da los últimos días de su gobierno. Gran parte del resto del capítulo
16 tiene la intención sin duda de recordarles la acusación similar
que Oseas había lanzado contra el reino de Israel al norte, en una
época más temprana.

420
El tiempo de la expiación

Tampoco ahora puede Dios olvidar su promesa, que también


era recordada en el mensaje de Oseas, es decir, que él no abando-
naría a su pueblo. Dios establecerá al final un pacto perdurable (vv.
60-63). ¡Vendrá el día de la reconciliación!
Los capítulos siguientes, 17 al 24, contienen varias parábolas
que ilustran la otra forma en que el profeta comunicó la verdad de
Dios al pueblo de Israel.
En el capítulo 17 habla de la parábola de las dos águilas y la
viña. La primera águila plantó una viña para que le diera fruto (vv.
1-6), pero vino otra águila y la viña dio fruto para ella y no para la
primera (vv. 7,8). Por lo tanto, una viña así de traidora no podría
permanecer; había sido infiel y debería ser arrancada de raíz (vv.
9,10).
Dios explica la parábola como sigue: la primera águila repre-
sentaba a Babilonia, que había hecho un trato con Jerusalén de que
esta serviría al rey de Babilonia (vv. 11-14). Pero Judá traidoramente
hizo otro tratado con Egipto (vv. 15), que es el águila segunda. Por
lo tanto, Babilonia castigará con toda seguridad a Jerusalén (vv. 15-
18). El Señor está hablando aquí de sucesos que se recogen en 2
Reyes 24.1 a 25.7, en los días de Joaquín y Sedequías.
Ahora el Señor aplicó toda esta parábola a su relación con
Israel, que era su viña (vv. 19-24). Esto nos recuerda el capítulo 5
de Isaías, versículos 1 al 7. Israel, la viña de Dios, le había fallado.
Con cuánta mayor razón debería ser castigada.
El capítulo 18 contiene la parábola que se usaba con frecuen-
cia en la época de Ezequiel: «Los padres comieron las uvas agrias,
y los dientes de los hijos tienen la dentera» (18.2). Vemos esta
parábola mencionada en Jeremías 31.29,30 y quizá en Lamentacio-
nes 5.7. Pero no era una parábola correcta. Dios había dicho con
toda claridad que las cosas no eran así (Dt 24.16). Algunos podrían
enfrentarse a las consecuencias de los pecados de sus padres, pero
nunca serían considerados culpables por ellos (18.4).

421
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Así el Señor, a través de Ezequiel, dio una serie de ejemplos


que demostraban que él llama a cuentas a cada generación por sus
propios pecados (vv. 5-20). En los versículos del 21 al 24 introduce
otro concepto afín al que acababa de decir, pero que en realidad es
un resumen de la relación del hombre con Dios. Los malvados que
se arrepientan y se vuelvan hacia Dios serán justificados en la pre-
sencia de Dios; han sido salvados por su fe en Dios (vv. 21-23). Sin
embargo, Si alguno que confíe en su propia justicia peca, su maldad
no será perdonada, porque ha confiado en esa pretendida justicia y
no se ha arrepentido ante Dios (v. 24; cf. Is 64.6).
Al parecer, muchos acusaban a Dios de contradicción aquí (v.
25), pero Dios enseña que ello se debe a que son las vidas de los
hombres las que carecen de rectitud el que venga la tribulación (v.
29). En otras palabras, todos han pecado, luego todos son culpa-
bles. Nadie puede vivir rectamente en la presencia de Dios, por lo
que todos deben arrepentirse (v. 31). Lo que Dios está pidiendo
aquí, un corazón y un espíritu nuevos (v. 31), solo él mismo puede
proporcionarlo. Y lo proporcionará, como había dicho en Jeremías
31.31ss, y como lo repetirá en Ezequiel 36.26ss.
En la alimentación que aparece en el capítulo 19, un pasaje nos
trae a la memoria Isaías (v. 23) nos recuerda a Oseas 2.2.
Cuando vinieron los ancianos para inquirir de Dios a través de
Ezequiel, el Señor se negó a responderles (20.1-3). Para ellos, las
palabras de Amós 8.11 se harían pronto una realidad. Después en
una revisión de su historia, y de cómo Dios los había tratado en el
pasado, les mostró sus pasadas rebeliones (vv. 5-32).
En medio de este largo resumen de historia, Dios les dejó en-
trever cuál era la intención del sábado que ellos habían ignorado:
debería ser una señal de que Dios los estaba santificando (vv. 12,13).
Les debería haber recordado que tenían que esforzarse para per-
manecer obedientes a Dios a través de cada semana, buscando su

422
El tiempo de la expiación

bien para sus vidas; pero ellos ignoraron las intenciones de Dios y
siguieron adelante en su desobediencia.
Mostrándoles en esta reprensión de tipo histórico que habían
fallado con respecto a lo que Dios quería que llegaran a ser, ahora
llama a una segunda experiencia de desierto y de cautiverio en
medio de las naciones para que puedan aprender nuevamente a
hacer la voluntad de Dios y que Dios podía purificar a su pueblo
(vv. 33-39).
En un estilo semejante al de Isaías en su capítulo 2, trae ahora
esperanza al remanente de los que en la cautividad aprendan a
confiar en el Señor y a obedecerle. Ellos serán su pueblo después
que los demás hayan sido desechados (vv. 40-44).
Después de haber explicado a los de Babilonia la necesidad del
cautiverio y de la expiación en el exilio el profeta se vuelve ahora
(de Babilonia) hacia el sur, y se dirige a los que aún están en Jeru-
salén (vv. 45; 21.2). Jerusalén estaba a punto de caer (v. 45—
22.31). El Señor mostró que Babilonia era el instrumento que había
escogido para el juicio (21.24,25). Los pecados que estaban en los
corazones del pueblo ahora estaban expuestos de tal manera, que
hasta Ezequiel los había visto. El Señor nos muestra aquí que el
propósito de su juicio era purificar al pueblo de toda culpa (22.15-
18). Simplemente, no había otra alternativa. No podría ser hallado
hombre alguno que pudiera llenar el abismo que había entre Dios y
su pueblo pecador. No se pudo encontrar mediador alguno (vv.
30,31). Aquí podemos comparar esta parte con Jeremías 15.1, don-
de se dice que ni tan siquiera Moisés o Samuel serían ahora sufi-
cientes como mediadores. Solo el Señor puede venir y pararse so-
bre el abismo; solo él puede traerle la salvación a su pueblo.
La parábola de las dos mujeres, Aholiba y Ahola (cap. 23), es
una parábola que expresa la condición grandemente pecadora de
Israel y Judá a partir de la época de Egipto. Ahola, Israel, es llama-

423
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

da así debido a que estableció su propio tabernáculo y su culto en


los días de Jeroboam I (1 R 12.26-33). El nombre Ahola significa
«su tabernáculo». Aholiba, Judá, significa «mi tabernáculo está en
ella», y hace referencia al santuario verdadero, que aún se hallaba
en Jerusalén (v. 4). Dios enseña que cada una de las dos hermanas
había pecado y había disgustado a Dios, y así como una de ellas,
Ahola, ya había sido castigada, así lo sería la otra.
La parábola de la olla hirviente (cap. 24) señala nuevamente la
importancia de la expiación que debe tener lugar ahora en Jerusa-
lén, a manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia (v. 2). Es como
una olla vaciada y quemada completamente con carbones encendi-
dos (vv. 3,6, 11).
Para enseñarle al pueblo que deberá aceptar este juicio de Dios
sin lamentarse, Dios trajo en este momento una gran tristeza perso-
nal sobre la vida de Ezequiel. Le dijo a Ezequiel que su esposa
moriría, y que no debería ni lamentarse por esta gran pérdida. De-
bería seguir profetizando (vv. 15-18). Ezequiel debería ser un ejem-
plo para los ciudadanos de Judá en la época del cautiverio, cuando
se enteraran de la caída de Jerusalén. No deberán llevar luto por
ella (vv. 22-24). Vemos, pues, una vez más, cómo Dios en ocasio-
nes hacía pasar a sus siervos por experiencias muy difíciles para
que pudieran comunicarle mejor su mensaje al pueblo (cf. el matri-
monio trágico de Oseas, y las prisiones frecuentes de Jeremías).
La última gran sección de la primera división de Ezequiel, trata
de los mensajes a las naciones (caps. 25—32), tal como hemos
visto también en Isaías, Jeremías, Amós, y Sofonías.
Amón es juzgado por reírse en el día de la calamidad de Jeru-
salén (25.3). Moab es condenado por ridiculizar a Judá (v. 8); Edom,
por su crueldad con Judá (v. 12); y Filistea por su continua enemis-
tad contra el país (v. 15).
A continuación, en los capítulos 26 al 28, el profeta presta aten-
ción especial a Fenicia. Tiro, su ciudad principal, alardeaba de ser

424
El tiempo de la expiación

invencible y se regocijaba cuando Jerusalén se hallaba sitiada (26.2).


En realidad, Tiro pudo sostenerse doce años más contra Babilonia,
pero cayó también, en el 574 A.C. Tiro había sido una ciudad orgu-
llosa que había colonizado gran parte de las costas del Mediterrá-
neo, incluyendo a Cartago en el norte de África. Debido a que era
tan orgullosa y vanidosa, Dios la pone ahora por ejemplo (v. 3). Él
lanzará a Nabucodonosor contra ella y caerá para no ser recons-
truida (vv. 7,13,14).
En medio de la larga lamentación que sigue por la ciudad de
Tiro, encontramos que el enfoque está puesto en su rey (cap. 28).
Por tener un corazón orgulloso y pensar de sí mismo como si fuera
un dios (28.2), recibirá un juicio especial de parte de Dios.
Su vanidad es tan grande que representa el orgullo del propio
Satanás (vv. 12-19). Las palabras de esta lamentación dan la im-
presión de que se refieren a un ser mayor que el rey de Tiro, y
aunque su nombre no sea mencionado, evidentemente es Satanás
el objeto de la profecía (cf. Is 14.12ss; Lc 10.18).
El objetivo del juicio de Dios contra Tiro y Sidón sería que las
naciones conocieran que hay un Dios al cual todas han de rendirle
cuentas (vv. 20-24).
Así como hemos visto tantas profecías dirigidas contra las na-
ciones, también hay aquí esperanza ofrecida al pueblo de Dios, al
remanente (vv. 25ss).
A continuación es condenado Egipto (caps. 29—32). También
este juicio es para que las naciones sepan que tendrán que habérselas
con Dios (29.6; 30.8). Pero aquí también hay esperanza que se
promete al remanente de Dios (29.21). La caída de Asiria, antes
poderosa, es presentada como una advertencia a Egipto sobre su
fin inevitable (21.2ss) .
En la parte final de la profecía, hay una especie de pase de lista
del infierno. Egipto tendrá mucha compañía cuando baje para ser
juzgado (32.18-32). Asur (Asiria) está allí (v. 22). Elam (v. 24) y

425
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

toda una multitud (vv. 26ss) están también allí. El faraón estará
muy acompañado (v. 31).
La primera división del libro de Ezequiel termina con las afir-
maciones relativas al deber del vigía (cap. 33), parecidas a la que
aparece en 3.16-21. También aquí, mientras la ciudad de Jerusalén
está a punto de caer, se le enseña a Ezequiel que su responsabilidad
ante Dios es advertir al pueblo. Él es el vigía de Dios sobre la casa
de Israel para alertarla (33.7). Por lo tanto, tenemos aquí una ex-
presión de la responsabilidad que tiene todo testigo ante Dios. To-
dos hemos de ser testigos de la verdad de Dios. Es responsabilidad
nuestra. Solo Dios puede hacer efectivo el mensaje para aquellos
que lo oigan. Aquí se repite mucho de lo que había sido dicho en el
capítulo 18 (vv. 2ss) .
El resto del capítulo 33, versículos 21 al 33, narra el suceso de
la caída de Jerusalén, que sería alrededor del 586 A.C.
Comenzando con el capítulo 34 y llegando hasta el final del
libro, el capítulo 48, tenemos la segunda gran división de la profe-
cía. Contiene las profecías dadas después de la caída de Jerusalén.
Después de que llegaron a Babilonia las nuevas de la caída de
Jerusalén, los mensajes de Dios que dio Ezequiel cambiaron consi-
derablemente. Pasó de las advertencias de juicio a los mensajes de
esperanza.
Pero antes, se dirige a los falsos profetas y falsos pastores de
Israel que descarriaron al pueblo y lo llevaron a su triste final (v. 2).
Estos se han alimentado a sí mismos en lugar de alimentar al reba-
ño de Dios. Usa aquí la imagen del pastor para señalarles su fraca-
so y al mismo tiempo mostrar qué hubiera hecho el buen pastor (vv.
4-6). Por tanto, vemos aquí un concepto del buen pastor similar al
que encontramos en Isaías 40.11, y que fue cumplido a plenitud
solamente en la persona de Jesucristo (ver Jn.10). Dios mismo
tendrá que ser el pastor verdadero, puesto que todos sus pastores
secundarios han fallado lastimosamente (vv. 11,15,16).

426
El tiempo de la expiación

Las palabras de los versículos 17-20 nos recuerdan Mateo


25.32ss, en que Cristo juzga a las ovejas. Estas palabras también
recuerdan a Isaías 9.7; 55.3-5 y Jeremías 30.9, cuando hablan de
las promesas hechas a David (el más grande de los hijos de David,
a Jesús) de que sería ese pastor verdadero que Dios proporcionaría
(vv. 22-24).
Así las ovejas de Dios, el remanente salvado, conocerán al
Señor que no han podido conocer en el pasado. Sabrán que él es su
libertador (v. 27) y que ellos son su pueblo (sus ovejas) (v. 30).
El juicio tan contrastante contra Edom que se encuentra en el
capítulo siguiente (35) tiene sin duda por objeto recordarle al pueblo
que Dios ha tratado a Edom (Esaú) de una manera diferente, en con-
traste con Israel (Jacob), según lo expresara posteriormente el profe-
ta Malaquías (Mal 1.2-4). Edom es el enemigo perpetuo de Israel
(35.5; cf. Am 1.11) y por tanto representa continuamente a ese ele-
mento de la iglesia que es secular y está fuera de la gracia de Dios.
Como lo hizo Abdías, Ezequiel también le advierte a Edom que recibi-
rá juicio porque se ha regocijado con la tragedia de Israel (v. 15).
Con el capítulo 36 Dios comienza un gran mensaje de esperan-
za para su pueblo. Se dirige a las montañas de Israel, como lo hizo
en el capítulo 6, pero en forma diferente. En el capítulo 6 el Señor
reprendió a las montañas (al pueblo de Israel) por su pecado, y las
previno de juicio. Pero aquí trae el evangelio de la esperanza.
La justicia y las obras de Israel se corrompieron cuando habi-
taba en la tierra (v. 17; cf. Is 64.6). Dios tenía que castigar y puri-
ficar a ese pueblo, pero cuando por causa de su sufrimiento las
naciones ridiculizaron a Israel y a su Dios, el celo de Dios por su
nombre prevaleció (vv. 20,21).
Debido a ello, el Señor aclara aquí que salvará a Israel de su
vergüenza, no porque lo merezca sino por su propio nombre, es
decir, por su gloria ante las naciones (vv. 22-24).

427
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La palabra de salvación que Dios realizará habrá de rociar


(limpiar) a su pueblo de sus pecados en sus corazones, como le
había mostrado anteriormente a Ezequiel (36.25; cf. caps. 8 al 10).
Esto está acorde con la promesa hecha a través de Isaías (Is 43.25).
En palabras parecidas a Jeremías 31.33, el Señor promete que
dará al pueblo un espíritu y un corazón nuevos (v. 26). Esto lo hará
por medio de la obra de su Espíritu Santo en ellos (v. 27; cf. Jl
2.28,29).
Entonces el pueblo obedecerá. Tendrá un corazón obediente a
Dios cuando él haya hecho su gran obra en ellos (v. 27). Entonces
habitarán en su lugar en paz y en bendiciones que no tendrán fin, y
darán fruto (vv. 28ss).
Esto no es otra cosa que la promesa del nuevo nacimiento por
el Espíritu Santo de Dios. Vemos que la misma verdad es enseñada
por Jesús a Nicodemo (Jn 3). Esta es también la doctrina expresa-
da por Pablo en Tito 3.5. Este es el lavado de regeneración y reno-
vación que es obra del Espíritu Santo.
Les recuerda también que no es por ellos mismos (porque ellos
se lo merecieran) por lo que los va a regenerar, sino por la gloria de
Dios (36.32ss).
El capítulo 37 es una visión en la que se ilustra la doctrina de la
regeneración. Ezequiel ve un valle repleto de huesos secos (vv.
1,2). Hace notar su sequedad (muerte), y se le hace la pregunta:
«¿Vivirán estos huesos?» (v. 3). Evidentemente, no pueden hacer
nada por sí mismos. Están bien muertos. Ezequiel, prudentemente,
contesta que solo Dios lo sabe (v. 3).
Ahora Dios le ordena algo muy extraño. Ezequiel ha de predi-
carles a estos huesos muertos y llamarlos a oír la Palabra del Señor
(v. 4). Lógicamente, esto carece de sentido desde el punto de vista
humano. Si realmente están muertos, no pueden oír ni responder.
Pero el Señor le revela a Ezequiel que cuando él predique, Dios
hará que su Espíritu (la palabra usada en hebreo aquí es la misma

428
El tiempo de la expiación

de 36.27) entre en ellos y les dé vida (v. 5). Nuevamente vemos


enseñar muy claramente la doctrina de la regeneración. Vivirán y
sabrán que el Señor es Dios (v. 6).
Así recordamos las palabras de Dios a Elías, después de ver
fracasar sus esfuerzos para convencer a Israel de su pecado. Dios
le mostró a Elías que los hombres solo podrían ser cambiados por la
voz tranquila y delicada que es su Palabra, obrando en ellos por el
Espíritu (ver comentario sobre 1 R 19.9-12; cf. Zac 4.6).
Ezequiel obedeció al Señor, y el resultado fue exactamente lo
que él había dicho que sucedería (37.7-10). Aquí hay palabras tra-
ducidas en ocasiones como viento o como aliento, y todas son la
misma que aparece en 36.27, espíritu, y así debería ser traducida.
Lo que se quiere presentar es que la nueva vida, la regeneración,
es la obra del Espíritu Santo de Dios.
La lección que se enseña en este texto es exactamente la mis-
ma que en Efesios 2.1-10. Todos estábamos muertos en el pecado
por naturaleza (Ef 2.1-3), pero Dios en su misericordia y su amor
nos hizo vivos cuando estábamos muertos y desamparados (Ef 2.4-
9). Hizo esto para que pudiéramos vivir y glorificarle por la obra
que ahora hacemos en su nombre (Ef 2.10; cf Ez 36.27).
El Señor nos muestra que esta es la forma en que el Israel
desesperanzado tendrá esperanza (vv. 11-13). ¡Vivirán porque Dios
ha puesto su Espíritu en ellos, para que habite en ellos, que son el
nuevo templo santo de Dios (ver Ef 2.21)!
El resto del capítulo 37 ilustra cómo este plan de redención es
el único mediante el cual todo el pueblo de Dios será reunido bajo
una sola cabeza (vv. 15-28). Los dos palos representan a Israel y a
Judá, todo el pueblo (vv. 15-19). Dios está diciendo en esencia que
habrá solo una iglesia, un pueblo de Dios en toda la tierra. Pero los
hijos de Israel, la simiente de Dios, serán reunidos de todas las
naciones (v. 21). Esto armoniza con las palabras de Pablo en Efesios
2.11-22 de que Dios hará de gentiles y judíos una sola iglesia verda-

429
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

dera. El verdadero Israel está compuesto por aquellos que en cual-


quier lugar de la tierra crean en el Señor, como también lo dice
Pablo (Ro 4.1-17; 9.6-8; 11.25-32). De esa misma manera contem-
pla Jesús a la única iglesia (Jn 17.20-24).
La esperanza de un rey (v. 22) recuerda las palabras de Oseas
(Os 1.11), y en el versículo 24 este rey es llamado David, señalando
hacia la promesa hecha a David de que Dios establecería su trono
para siempre (ver 2 S 7.10-16). Por lo tanto, la doctrina de un
pastor señala su cumplimiento en Cristo (34.23; Is 40.10; cf. Is 9.7;
Jer 30.9; 0s 3.5).
El pacto perdurable, el que no fracasará (v. 26), es el nuevo
pacto de Dios (pacto diferente), afirmado a través de Cristo y de-
clarado en el tiempo de Cristo (Lc 22.20; cf. 1 Co 11.25; 2 Co 3.6;
Heb 9.15). Es nuevo porque fue dado a conocer después de que el
viejo fracasara (es decir, después que se había hecho evidente que
Israel no podría permanecer en la tierra de la promesa porque no
podía guardar la Ley de Dios), pero es el pacto antiguo (en verdad
intemporal) porque en los propósitos de Dios es el pacto original,
establecido antes de que el mundo fuera creado (Ef 1.4) .
Los dos capítulos siguientes, 38 y 39, contienen profecías con-
tra Gog, gobernante de Magog (38.2). No es posible identificarlo
con ningún personaje conocido de la historia. En Apocalipsis 20.8
se lo identifica a él y a su tierra como representantes de los gober-
nantes y las naciones del mundo que están unidos bajo Satanás
contra Dios y contra su pueblo.
Las profecías de Ezequiel, pues, apropiadamente se vuelven
ahora para considerar el mundo, el reino de Satanás, que está en
enemistad con el reino de Dios y con sus propósitos. Puesto que el
Señor acaba de mostrar cómo será establecido su reino, y cómo
prevalecerá (caps. 36,37), ahora se ocupará del reino de Satanás y
su destrucción.

430
El tiempo de la expiación

Dios se declara a sí mismo contra Gog y contra todos los go-


bernantes seculares del dominio de Satanás (38.3; cf. Ef 6.10-12).
Como anunció Joel mucho tiempo antes el llamado de guerra de
Dios contra las naciones de la tierra (Jl 3.9ss), ahora lo hace Ezequiel
aquí (v. 7).
La escena de batalla descrita (vv. 14-16) nos recuerda Apoca-
lipsis 29.7-10, el ataque del mundo contra Dios y contra el pueblo
de Dios. Es el clímax final de esa lucha abierta que Dios había
predicho en Génesis 3.15. El Señor luchará a favor de su pueblo
(38.18,21-22). Las imágenes de esta narración son similares a las
del juicio divino contra Sodoma.
Nuevamente Dios se declara en contra de Gog, los gobernan-
tes del mundo (39.1). La caída de Gog y Magog se describe en
términos que recuerdan Apocalipsis 19.17,18 (vv. 4-6; cf. vv. 17ss).
El objetivo de esta gran derrota final es que el nombre de Dios
pueda ser glorificado entre las naciones (vv. 7,8).
La escena de los cuerpos muertos (vv. 11,12) recuerda las pa-
labras de Isaías al final de su mensaje (Is 66.24). Cuando Dios
haya destruido el reino de este mundo, entonces el pueblo de Dios
(el verdadero Israel) conocerá que Dios es el Señor para siempre
(vv. 21-29). Dios no los dejará solos. ¡Siempre y para siempre esta-
rán con el Señor!
La parte final del libro, capítulos 40 al 48, es una visión del
nuevo templo. Recordaremos que en los capítulos 8 al 11 Ezequiel
tuvo una visión del templo, el cual había sido profanado. Allí vimos
que lo que Dios le había enseñado era en realidad los corazones del
pueblo, es decir, el templo de sus cuerpos, que eran malos, y en los
cuales Dios no podía habitar.
Por lo tanto, este templo representa también los corazones de
aquellos que forman el pueblo de Dios. Ezequiel recorre este nuevo
templo y le mide cuidadosamente cada parte. Lo escudriña por
completo, como escudriñaría Dios los corazones de los hombres.

431
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Todo es perfecto. No hay defecto alguno en él (caps. 40-42). Dios


declara que este es el lugar de su trono, en el que habitará para
siempre, en el que su gloria llena la casa, los corazones de su pue-
blo (43.1-9).
Este templo es hechura de Dios, purificado por él, tal como le
recordó a Ezequiel antes de mostrárselo (39.29). Dios estará en su
trono en los corazones de su pueblo. Nunca volverán a mancharse
de nuevo (43.7).
Este concepto del corazón del creyente como el templo santo
de Dios es desarrollado en el Nuevo Testamento (1 Co 3.16,17;
6.19; 2 Co 6.16). Por esta razón Jesús habla del día en que los
hombres no adorarán en este o aquel edificio sino que realmente
adorarán en espíritu y en verdad (Jn 4.23,24). Por esto leemos en
Apocalipsis 21.22 con respecto al cielo que no hay templo ninguno
en él. Cada uno de los hijos de Dios es el templo de Dios. Los
templos de este mundo solo señalan hacia el templo definitivo de
Dios con su pueblo.
Cuando el pueblo vea el templo que Dios va a construir, se
sentirá avergonzado de sí mismo por sus pecados actuales (43.10).
Ninguna otra persona estará en el santuario de Dios más que
sus hijos (44.9; cf. Ap 21.8,27). El templo no tiene defecto (caps.
43—48). Es santo, y el Señor habita en él para siempre (48.35). En
este momento, y a manera de conclusión, sería de provecho re-
flexionar en lo que Dios nos ha mostrado simbólicamente tanto a
Ezequiel como a nosotros.
Distinguimos con claridad que la revelación de Dios a los san-
tos del Antiguo Testamento es muy diferente a su revelación a los
santos del Nuevo Testamento. Pero todos son verdaderos creyen-
tes en el Señor.
Difieren en que en el Antiguo Testamento, Dios habla en térmi-
nos de lo que va a hacer. Pero en el Nuevo Testamento declara lo
que ya ha hecho en Cristo.

432
El tiempo de la expiación

Tanto los santos del Antiguo Testamento como los del Nuevo
son salvos todos por la fe en el mismo Señor. En el Antiguo Testa-
mento el pueblo de Dios aprendía por medio de las señales simbó-
licas que Dios le daba, es decir, el tabernáculo, los sacrificios, etc.,
cómo aproximarse a Dios en fe, reconociendo su condición peca-
dora, y con corazones quebrantados, aprendiendo a confiar solo en
él para su salvación. En el Nuevo Testamento el pueblo de Dios ve
en Jesús el cumplimiento de todo lo que está simbolizado en las
señales del Antiguo Testamento, la única vía verdadera hacia Dios,
la única vida verdadera.
En el Antiguo Testamento los hijos de Dios renacen por el Es-
píritu de Dios, igual que en el Nuevo. Esto está evidenciado por la
fe que hay en ellos. Por fe, se les muestra simbólicamente lo que
Dios hará, para su redención, y confían en que el Señor lo hará. En
el Nuevo Testamento los hijos de Dios renacen por el Espíritu San-
to de Dios, que se evidencia también en su fe en el Señor. Por su fe
llegan al conocimiento de lo que Dios ha hecho ya realmente en
Cristo para su redención y la redención de todos los hombres, y
confían en el Señor que lo ha hecho.
En el Antiguo Testamento los santos conocieron a Cristo (Dios,
su Redentor) por la descripción verbal de sí mismo que les había
dado a través de Moisés (Éx 34.6,7; repetido con frecuencia como
ya hemos visto). En el Nuevo Testamento conocemos a Cristo en
la carne, el Verbo hecho carne, manifestación viva de Dios.
En el Antiguo Testamento los santos tenían realmente al Espí-
ritu Santo que les daba sus dones en número limitado, y tenían
también frutos del Espíritu. Pero en el Nuevo Testamento vemos al
Espíritu Santo derramarse, dando dones y produciendo fruto en
todos los creyentes a medida que el Espíritu Santo viene a habitar y
permanecer en ellos.
En el Antiguo Testamento la comisión de Dios a sus santos no
tenía un alcance mundial, pero la anticipación de que el evangelio

433
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

alcanzaría a todas las naciones se ve claramente desde el principio,


por ejemplo, en la profecía de Noé (Gn 9.26,27; 12.3; 22.18). Pero
al pueblo le faltaba poder espiritual para llevar el evangelio hasta
los confines de la tierra. Fue el momento en que Dios estableció su
cabeza de playa en el mundo de pecado de Satanás.
En el Nuevo Testamento nuestra comisión llega hasta los con-
fines de la tierra. Somos sus testigos. Tenemos el poder (Hch 1.8)
y por lo tanto libramos la batalla contra Satanás. Dios, entretanto,
va ganando del mundo a su pueblo y derrotando a Satanás a medi-
da que lo va atando por la predicación de la Palabra. Dios deja así
desarmado a Satanás para que no pueda contrarrestar la labor de
salvación que Dios va haciendo en toda la tierra.
Finalmente, en el Antiguo Testamento la herencia está expre-
sada principalmente en términos de un área geográfica y de una
tierra fértil, aunque Dios llama a producir fruto en la vida del pue-
blo, es decir, fruto de Justicia y juicio (Is 5.1-7) . Pero en el Nuevo
Testamento se habla del fruto espiritual y de un nuevo cielo y una
nueva tierra, así como de una herencia incorruptible y sin mancha
que no se desvanecerá (1 P 1.4,5).
Sin embargo, incluso en el Antiguo Testamento, los hijos de
Dios comprendían que la herencia que esperaban no era de este
mundo (ver Heb 11.8,10,16; 12.22; 13.14). La verdadera ciudad de
Dios, que es la herencia de su pueblo, ha sido siempre el cielo, la
nueva Jerusalén (Ap 21,22). Por eso Pablo les advierte a los Gálatas
que no se dejen engañar y que no pongan su mirada atrás, en la
Jerusalén terrena, poniendo en ella su esperanza (Gá 4.21-31).
Nuestra Jerusalén también está arriba y es libre. ¡Nuestra espe-
ranza está en la nueva Jerusalén, que está arriba, y no en la ciudad
terrenal de este mundo!

434
El tiempo de la expiación

III. Daniel
El libro de Daniel fue escrito por el profeta Daniel durante el
exilio en Babilonia. Se nos narra que en el tercer año de Joacim
fueron llevados a Babilonia procedentes de Jerusalén algunos de
los tesoreros de la Casa de Dios (Dn 1.1,2). Esto ha de haber
sucedido alrededor del 605 A.C. Es de suponer que en este mismo
momento algunos israelitas fueran llevados con ellos a Babilonia
(vv. 3,4; ver también 2 R 24.1; 2 Cr 36.5,6).
El libro de Daniel recoge en sus seis primeros capítulos varios
sucesos de la vida de Daniel y sus tres amigos. Los mensajes que
hay contenidos aquí se refieren sobre todo a la nación de Babilonia
y al testimonio de Daniel y sus amigos, los hijos de Dios, para con
esa nación en la que estaban cautivos. Los mensajes van dirigidos
por lo tanto al mundo pagano. Pero están incluidos en el libro que
Dios le dio a su pueblo, por lo que son también de provecho para
nosotros, los que creemos.
Los últimos seis capítulos contienen varias visiones y revela-
ciones que fueron dadas a Daniel, las cuales se extienden algo en lo
que había sido revelado a los paganos y que se refiere sobre todo al
triunfo final del reino de Dios y de su pueblo. Se encuentran aquí
algunas profecías muy específicas sobre la venida de Cristo y la
realización final de los propósitos de Dios.
Algo más; en la porción que va de 2.4 hasta 7.28 el texto está
en arameo, un lenguaje afín al hebreo que era el lenguaje principal
utilizado para comunicarse en Babilonia por aquel tiempo. La razón
por la que esta sección está en arameo es probablemente que el
mensaje iba dirigido fundamentalmente al mundo babilónico y al
mundo en general. Hasta el capítulo 7, en la segunda división, trata
principalmente sobre el desarrollo del sueño de Nabucodonosor
narrado en el capítulo 2.
Veamos a continuación el mensaje de Daniel.

435
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El capítulo primero nos presenta a Daniel y sus amigos. Esta-


ban entre los escogidos por Aspenaz, el siervo de Nabucodonosor,
por su buena apariencia y sabiduría. O sea, que eran de lo más
distinguido dentro del grupo de israelitas que había sido llevado cau-
tivo a Babilonia (vv. 3,4). Ellos, junto con otros judíos y jóvenes de
otras tierras, deberían ser enseñados en todos los conocimientos de
Babilonia y en el lenguaje babilónico, que puede haber sido el len-
guaje tan difícil de los acadios, con sus numerosas sílabas (v. 4).
El curso tendría una duración de tres años, durante los cuales
estos jóvenes serían favorecidos y alimentados. Se les deberían dar
las comidas buenas y las golosinas que se servían en la propia mesa
del rey (v. 5).
Los cuatro jóvenes hebreos mencionados entre esos jóvenes
llevaban todos unos nombres que glorificaban a Dios (vv. 6,7). El
nombre de Daniel significa «Dios es mi juez», y fue cambiado al de
Beltsasar, que significa «Bel proteja su vida». De igual manera,
Ananías significa «El Señor ha sido dadivoso», y le fue cambiado
por el de Sadrac, que significa «mandato de Aku (el dios luna)». El
nombre de Misael significa «¿quién cómo Dios?» Fue cambiado
por el de Mesac, que significa «¿quién como Aku?» Finalmente, el
nombre de Azarías significa «el Señor ha ayudado», y fue cambia-
do por el de Abed-nego, que significa «siervo de Nebo». De todo
esto deducimos, por lo tanto, que hubo un intento de babilonizar a
estos jóvenes judíos, y quitarle al Dios verdadero la gloria que le
daban sus nombres, para dársela a los dioses paganos de Babilonia.
Esta fue la ocasión en la que Daniel y sus compañeros supie-
ron mantenerse firmes, al ser colocados en una situación tal que
constituía un reto a todo su fondo cultural como judíos y como hijos
de Dios. Fueron fieles a Dios en la única manera en que podían
serlo: tratando de mantener una dieta de acuerdo con la ley de Dios
(v. 8). El jefe indiscutible era Daniel en este momento, y se entregó
de corazón a buscar la manera de glorificar a su Señor. Quizá tenía

436
El tiempo de la expiación

en mente las palabras de Proverbios 23.3-6. Buscaba con toda


claridad, no una simple conformidad externa con la Palabra de Dios
sino una entrega de corazón al Señor.
Como pudimos ver en José, en una relación similar con el fa-
raón, ahora también Dios bendice a Daniel, que había puesto su
confianza en él (v. 9). Le abrió la puerta a Daniel, quien permane-
cía firme en la fe, para llevarlo a un servicio mayor en su reino.
Notemos cómo Daniel propuso que su fe y la de sus amigos
fuera probada. Comerían solamente algunas hierbas y agua duran-
te diez días. Si al final de ese tiempo no tenían mejor aspecto que
los otros, entonces no resistirían más (v. 13).
Podemos ver aquí dos cosas. Primera, en su propio gesto de fe,
no quisieron causarles dificultades a otros, es decir, a Aspenaz (vv.
10ss). De igual forma, Abraham, cuando rechazó las recompensas
del rey de Sodoma, no les impidió a otros que las aceptaran si que-
rían (Gn 14.24). Nuestros propios actos de fe no pueden ser im-
puestos a los demás.
Segundo, la prueba definiría quién tenía mejor aspecto, si Da-
niel y sus amigos, o el resto, que comían las golosinas del rey (v.
13). El término «aspecto» va mucho más allá de la gordura o la
delgadez de la cara. Esto era secundario en sí mismo. El término se
refiere en realidad a la actitud de la persona y la sensación general
de felicidad o amargura, o cualquier cosa que haya en el corazón.
Un aspecto agradable significa un corazón recto; un mal aspecto
quiere decir que la maldad acecha en el corazón. Por eso Caín
mostró ante Dios un aspecto malvado, caído, que tenía que ver con
su actitud, y no con la gordura o la delgadez (Gn 4.5).
Cuando fueron probados, resultó que los cuatro tenían mejor
aspecto, es decir, mejores actitudes espirituales que el resto, y ade-
más, estaban hasta más robustos, o sea, tenían mejor apariencia
(vv. 14-16).

437
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Al mantenerse firmes en algo tan pequeño demostraron ser


fieles, por lo que Dios les encomendó mucho más. Como dijo Cris-
to, «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel» (Lc
16.10). A muchos se les confía muy poco en el reino de Dios por-
que no han demostrado ser fieles en las pequeñas cosas (ver Lc
16.11,12; 19.17).
Por ello Dios les dio a Daniel y a sus amigos mucho conoci-
miento y sabiduría, gracias a los cuales pudieran seguir glorificán-
dole ante todo el mundo secular (vv. 17-21). La reputación de Da-
niel pronto fue conocida de tal manera que incluso en la época de
Ezequiel, contemporáneo suyo, la sabiduría de Daniel era usada
como una expresión superlativa de sabiduría entre los hombres (Ez
28.3), y Daniel era colocado junto a Noé y a Job por su fama y su
justicia (Ez 14.14-20).
El capítulo 2 habla de un sueño de Nabucodonosor y su inter-
pretación por Daniel. Después de su sueño, el rey llamó a sus espe-
cialistas en interpretación de sueños (2.2). Puede que a esto se
deba que Daniel y sus compañeros no fueran llamados. Aun no
tenía reputación como intérprete. En el versículo 4, la narración
pasa al arameo, y en este idioma se hace el resto del relato. No se
ve con claridad en el relato arameo si Nabucodonosor había olvida-
do su sueño, o si simplemente quería estar seguro de que lo que los
intérpretes le dijeran era lo correcto; lo más probable es esto último
(vv. 5,7,8). La severidad del castigo indica que sospechaba que
eran unos farsantes, que es lo que eran en realidad (v. 9).
La respuesta de los caldeos a su extraña exigencia, le abrió
bellamente el camino a la glorificación de Dios a través de Daniel:
tal como ellos admitieron, solo Dios podría hacer lo que el rey exi-
gía (vv. 10,11) .
Es interesante que, aunque Daniel y sus amigos no habían sido
llamados, cuando se dio orden de matar a todos los sabios de
Babilonia los primeros en ser buscados fueron ellos (v. 12,13). Esto

438
El tiempo de la expiación

demuestra una vez más cómo la enemistad del mundo se dirige


directamente contra los hijos de Dios.
La bondad de Arioc con Daniel indica una vez más cómo Dios
favorece a los suyos a los ojos de sus enemigos (vv. 14-16).
Notemos que Daniel primero les dio a conocer el problema a
sus amigos, y después, pidió oración. En los momentos de prueba,
sabía a dónde volverse, como lo habían sabido David y Ezequías
antes que él (vv. 17,18).
Tan pronto como Dios le reveló a Daniel el sueño y su signifi-
cado, Daniel respondió con alabanzas a Dios (vv. 19-23). Alabó el
nombre de Dios, que era la esperanza de Israel, y la sabiduría y el
poder de Dios (v. 20). Vio cómo en el sueño Dios revelaba que
tenía control absoluto de todos los hombres y de los reinos (v. 21).
El Dios de sabiduría y poder, ahora le había dado sabiduría y poder
a Daniel (v. 23).
También vemos cómo hubo otros que se beneficiaron de las
bendiciones de Dios sobre sus hijos (v. 24). Daniel, tomando la
situación donde la habían dejado los caldeos, mostró claramente
que solo su Dios, el Dios verdadero, podría hacer lo que se exigía
(vv. 27,28; cf. v. 10). Daniel se aseguró que solo el Señor recibiera
la gloria por lo que él estaba a punto de hacer (v. 30).
El sueño en sí mismo recuerda varios otros pasajes del Antiguo
Testamento. La referencia a la piedra que aplastó a la imagen,
recuerda tanto a Génesis 3.15, donde se representa el aplastamien-
to de Satanás, como Isaías 8.14,15 y 28.16. En esos pasajes Cristo
es con toda claridad la Piedra que aplastará a Satanás y a su impe-
rio. Los desechos que quedaron después del aplastamiento son des-
critos como tamo (v. 35). Esto trae a la mente el Salmo 1, y esa
misma descripción hecha con respecto a los impíos. La montaña
que crece (v. 35) señala a Isaías 2.2ss, el monte de Sión, la ciudad
de Dios. Así podemos comprender que Daniel, una vez que Dios le
había mostrado el sueño, pudiera deducir su significado basado solo

439
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

en las Escrituras. Es importante ver que Dios revela la verdad a


base de la verdad que ya ha sido revelada. Encontramos que la
imagen tiene cinco partes: cabeza, pecho y brazos, vientre y mus-
los, piernas, y pies (vv. 32,33).
En la interpretación, lo primero que Nabucodonosor aprendió
fue que el reino que tenía, y su lugar a la cabeza de él (rey de
reyes), se debían solo a un don de Dios (vv. 37,38). Como la cabeza
de oro, el reino de Nabucodonosor representaba el primero de una
serie de reinos sobre la tierra. Cada reino de los que se van suce-
diendo, es inferior en calidad (valor) pero mayor en fortaleza (vv.
38-40). La quinta parte de la imagen son los pies, es decir, el funda-
mento de todos los reinos de los hombres (v. 41). Esto apuntaría al
hecho de que todos los reinos humanos descansan sobre una base
que no puede sostenerse (la mezcla de hierro y arcilla, que no se
sostiene unida). Al final se derrumbarán (vv. 42,43).
Mientras tanto, Dios prepara su reino, que durará y perdurará
más allá de los reinos humanos. Permanecerá para siempre (v. 44).
Así se le muestra a Nabucodonosor lo que habrá de pasar con
toda certeza. Su reino y los que lo sucedan, todos se derrumbarán,
basados en un fundamento falso, y al final, el reino de Dios triunfa-
rá (v. 45). Con respecto a la identidad de los demás reinos, pode-
mos suponer razonablemente que se trate del imperio medo-persa
(plata), del imperio griego de Alejandro (bronce), y del imperio ro-
mano (hierro). Más tarde se identificará positivamente a dos de
ellos (8.20,21), de manera que no estamos haciendo simples espe-
culaciones.
Por lo tanto, lo que estamos viendo aquí es la predicción hecha
por Dios sobre los poderes que habrán de venir, y el triunfo final del
reino de Cristo, que ya había sido predicho por los profetas anterio-
res. Por supuesto, todos los reinos humanos, que son de este mun-
do, son solo una manifestación del reino de Satanás. En algunos
otros lugares de las Escrituras a Satanás se le describe como el

440
El tiempo de la expiación

dios de este mundo, o el príncipe de este mundo (Jn 12.31; 14.30;


16.11; 2 Co 4.4; Ef 2.2; 6.12). Pronto veremos cómo se les dice a
los hombres aquí que sus reinos al final serán derrocados, porque
Satanás caerá.
Nabucodonosor quedó sumamente impresionado por la hazaña
de Daniel y de su Dios (v. 47). Demostró sus sentimientos nom-
brando a Daniel para un puesto alto en el gobierno, junto con sus
amigos (vv. 48,49). Pero aquí no se ve que Nabucodonosor com-
prendiera en realidad lo que Dios le estaba diciendo. Este sueño y
su interpretación deberían haberlo puesto de rodillas ante Dios, pero
como veremos en el próximo capítulo, no fue así.
En el capítulo 3 tenemos una narración acerca de cierta esta-
tua de oro erigida por Nabucodonosor. Al parecer, todo lo que de-
dujo del sueño fue que él era el más grande, y que su reino era el
más grandioso, por lo que procedió a exigir a todos los hombres que
adoraran su imagen de oro (sin duda, porque la cabeza de la ima-
gen del sueño era de oro). Las dimensiones sugieren que esta no
era la estatua de un hombre sino que simbolizaba claramente la
grandeza de Nabucodonosor (vv. 1-5). La pena por no adorar la
imagen al oír la señal era la muerte en el horno (v. 6). De esta
manera estaba mostrando Nabucodonosor su orgullo vano. Con su
injusticia aplastó la verdad, como suele hacer siempre el hombre
natural (ver Ro 1).
La conformidad que se exigía, y que demostraron la mayoría
de las personas, nos recuerda Apocalipsis 13.14ss, y el día aún por
venir en que los hombres se conformarían a las exigencias de los
poderes paganos aliados con la falsa iglesia.
Es posible que haya habido muchos que no se doblegaran. Sin
embargo, como vimos en 2.13, los enemigos del pueblo de Dios
buscaron rápidamente a aquellos miembros del pueblo de Dios contra
los cuales estaban celosos, e intentaron matarlos (vv. 8ss).

441
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

De nuevo vemos la vanidad de Nabucodonosor cuando supo


que los tres amigos de Daniel no se doblegaron. No sabemos por
qué Daniel no es mencionado. Quizá estuviera fuera de la ciudad
en aquel momento (v. 13). El que Nabucodonosor les diera una
segunda oportunidad nacía más de su orgullo que de ninguna bon-
dad que hubiera en él (vv. 14,15). Su alarde (v. 15) nos recuerda el
alarde del rey de Asiria en los días de Ezequías (Is 36.20).
La respuesta de aquellos tres hombres valientes es clásica.
Fue un verdadero despliegue de auténtica fe. Se sentían obligados
y responsables en este asunto solo ante el Señor (v. 16).
Sabían que su Dios podía salvarlos del horno, aunque no supie-
ran si lo querría hacer o no (vv. 17,18). No les importó: nunca lo
negarían.
Después que Nabucodonosor llevó a cabo su amenaza (vv. 19-
23) vio a alguien con ellos, y los cuatro se hallaban caminando por
todo el horno (vv. 24,25). La identidad de la cuarta persona es
interesante. Nabucodonosor pensó que tenía un aspecto como el
hijo de los dioses. ¿Era Cristo? No podemos saberlo. El juicio de
que parecía como uno de los hijos de los dioses era una evaluación
pagana.
Al salir intactos los prisioneros, todos quedaron asombrados, y
nuevamente Dios fue glorificado (v. 27). Una vez más
Nabucodonosor no hizo profesión de fe en su Dios, sino que alabó
la fe de ellos en su Dios (v. 28). No toleraría ya por más tiempo
oposición alguna contra su Dios, lo que es un decreto notable provi-
niendo de un pagano de aquella época (v. 29). Dios elevaba a los
que le eran fieles a una gran posición sobre sus enemigos, tal como
era su agrado (v. 30).
El capítulo 4 es el último sobre Nabucodonosor. En él vemos la
humillación final del rey en su propia confesión de que hay un Dios
soberano que gobierna y domina a los hombres y a los reinos, y que
hace las cosas como a él le agrada.

442
El tiempo de la expiación

Primero tenemos su proclamación (vv. 1-3). En ella reconoce


la grandeza y la superioridad del reino de Dios sobre todos, incluso
el suyo propio. Después, en los versículos 4 a 36, relata cómo fue
humillado por su orgullo después de haber rechazado la adverten-
cia de Dios (v. 27). Estaba tan pagado de sí mismo que se tomó
toda la gloria para sí (v. 30). Por ello, todo lo que el sueño había
predicho se hizo realidad (vv. 20-26, 31-33).
Después de su humillante prueba, en la que al parecer se volvió
loco, Nabucodonosor se humilló ante Dios (v. 34). Supo reconocer
la verdad que Dios le estaba exigiendo (ver los vv. 17,25,34).
Cuando recuperó nuevamente la razón, Nabucodonosor no solo
reconoció la grandeza de Dios sino que hizo proclamación de que
todos deberían proclamarla igualmente (vv. 36,37). En todo esto
notamos dos cosas más: la primera, que Daniel tuvo el valor de
exhortar a este rey pagano para que viviera justamente. No tuvo
miedo de hablar la verdad con amor ni aun a los poderes seculares
(v. 27). Tampoco lo deberíamos tener nosotros. Dios exige de ellos
justicia y misericordia, y les pide cuentas cuando fallan. Por lo tan-
to, es lo correcto que el pueblo de Dios hable contra las injusticias
en las altas esferas. En realidad, es deber suyo.
En segundo lugar, Nabucodonosor habló de Dios de una forma
tal que al final parece haber sido creyente él mismo (v. 37). Lo que
dijo aquí no es distinto de lo que Ana dijo del Señor en 1 Samuel 2.
Si llegó a creer, no podemos saberlo ni debemos decidirlo. Eso que-
da en manos de Dios. El hecho de que la historia secular no registre
ni la humillación de Nabucodonosor ni su alabanza del Dios de Is-
rael no tiene por qué sorprendernos. Los registros humanos están
borrando constantemente todo lo que hallan en ellos que pueda
glorificar a Dios.
El capítulo 5 habla de los últimos días del reino babilónico, el
cual no duró mucho después de la muerte de Nabucodonosor. El
mismo Belsasar no ha sido conocido de la historia secular sino has-

443
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

ta hace poco. Durante muchos años los historiadores y los eruditos


bíblicos de tendencia liberal consideraron que todo este capítulo era
algo ficticio. Aseguraban que nunca hubo un Belsasar y que el
último rey de Babilonia fue Nabonides.
Fue entonces cuando se hallaron documentos de Nabonides en
los que él mencionaba a su hijo Belsasar. Con toda seguridad,
Belsasar fue segundo en el gobierno de su padre y corregente con
él. En el momento de la caída, Nabonides se hallaba fuera de la
ciudad de Babilonia y Belsasar estaba a cargo de todo. Esto pudo
haber sido sobre el 539 A.C.
Belsasar y sus invitados estaban una noche disfrutando de una
gran fiesta. Para aumentar los festejos el rey ordenó que los vasos
que había tomado Nabucodonosor del templo de Jerusalén fuesen
traídos para que sirvieran para beber (v. 2; ver 2 R 24). Aquí el
término «padre» aplicado a Nabucodonosor significa antepasado, y
no padre en sentido literal, tal como Abraham podía ser llamado
«padre» por los judíos muchos años después, o David «padre» de
Ezequías, etc. El verdadero padre de Belsasar era Nabonides.
Los babilonios profanaron los vasos santos del templo de Dios,
y hasta alabaron a sus dioses mientras bebían. Sea lo que fuere,
claramente se ve que lo que Nabucodonosor aprendió de Dios no
fue comunicado a sus hijos y descendientes (v. 4).
En este momento apareció una mano que escribió en la pared
(vv. 5ss). Esto fue suficiente para llenar de terror el corazón del rey
y de sus invitados. La oferta que hizo de recompensar al que leyera
e interpretara el mensaje escrito incluía la de darle el tercer lugar
en su reino (v. 7). Ofrecía el tercer lugar, por supuesto, porque su
padre Nabonides era el primero, y él el segundo. Ofrecía el honor
más alto que él podía conceder (v. 7).
La reina mencionada en el versículo 10 era sin lugar a dudas su
madre, la esposa de Nabonides. Seguramente recordaría a Daniel de
los días de Nabucodonosor. La alabanza que hace de él pone en claro

444
El tiempo de la expiación

el impacto que él había tenido en aquella generación, aunque eviden-


temente ella estaba lejos de creer en el Dios de Daniel (vv. 11,12).
Pero la oferta resultó ser ridícula (v. 16), ya que su reino habría de
terminar esa misma noche. La negativa de Daniel nos recuerda la de
Abraham ante la recompensa ofrecida por el rey de Sodoma (Gn 14).
Una vez más Daniel mostró su fortaleza en la fe al aprovechar
la oportunidad para reprender a Belsasar por no haber sido capaz
de aprender de las experiencias de Nabucodonosor que todos los
hombres y en especial los reyes deben honrar al Dios verdadero
(vv. 18-24). El pecado particular de Belsasar estuvo en la profana-
ción de los vasos del Dios Altísimo (v. 23). Como Dios había hecho
anteriormente con los filisteos que habían profanado el arca, ahora
también lo haría con estos babilonios que no honraban su nombre
(cf. 1 S 5,6).
Por primera vez se nos dice en el versículo 25 lo que había
escrito por la mano en la pared. Estaba en arameo, y las palabras
debieron haber sido comprensibles para el rey. Pero no así su signi-
ficado. La escritura decía: «Contó, pesado, roto». La interpretación
de Daniel simplemente reflejaba lo que había sido dicho anterior-
mente por Isaías y Jeremías, que el reino de Babilonia habría de
caer. El siguiente reino del sueño de Nabucodonosor (los medos y
los persas) estaba a punto de tomar el poder (v. 28). La palabra
«Peres», que significaba «roto, división», es probable que fuera tam-
bién un juego de palabras, puesto que prácticamente daba el nom-
bre del conquistador, «Persia».
La recompensa que el rey le ofreció a Daniel fue, como hemos
dicho, ridícula. No era un gran honor ser tercero de un reino que
caería pronto (vv. 29,30).
La mención de Darío el Medo (v. 31) suscita algunos proble-
mas. Su identidad es desconocida aun en las fuentes seculares. Era
un hombre relativamente anciano en ese momento. Al parecer era
medo, y ocupaba el cargo de general en el ejército persa.

445
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Ya en ese momento los medos y los persas, originalmente se-


parados, eran un solo imperio. Al parecer este Darío tenía el mando
del ejército que estaba tomando Babilonia, aunque Ciro era el ver-
dadero rey de todos los persas. Por ello Darío actuó por algún
tiempo como gobernador de la ciudad de Babilonia y de los distritos
exteriores y los suburbios.
El capítulo seis habla de la forma en que Darío honró a Daniel
cuando reorganizó el gobierno de la ciudad. La organización que se
describe aquí es la organización persa típica (vv. 1-3). La elevación
de Daniel provocaría celos, naturalmente, tal como los había provo-
cado en forma similar en los días de Nabucodonosor (v. 4).
El tributo a Daniel, como a siervo fiel del rey, no significa en
manera alguna que Daniel hubiera claudicado. En verdad, significa
exactamente lo contrario. Sería acusado precisamente en aquellos
aspectos en que su fidelidad a Dios sería probada sobre su fidelidad
al rey (v. 5). Nadie pudo ponerse delante del Señor en la vida de
Daniel, ni siquiera el rey.
La reacción de Daniel fue seguir viviendo como siempre lo
había hecho (v. 10). No hizo ninguna exhibición de religiosidad,
pero los espías pronto descubrieron que todavía estaba adorando a
Dios. Así es como lo hacía siempre (v. 10b).
Cuando Darío supo la verdad de lo que había sucedido se la-
mentó amargamente, pero estaba atrapado por la complicación le-
gal que había heredado. Darío no era la cabeza del imperio, y no
podía cambiar las leyes; solo Ciro podía hacerlo (vv. 12-15).
Sin embargo, Darío demostró una fe notable en el Dios de Daniel
(v. 16). Y cuando Daniel fue protegido de los leones, Darío se sintió
alegre. Así como Dios había visitado a los amigos de Daniel en el
horno ardiente, ahora el ángel de Dios estaba en la guarida de los
leones con Daniel (ver 3.25). La confianza de Daniel en Dios nun-
ca se tambaleó, porque era un verdadero hijo de Dios (v. 23; cf. Is
12.2; 26.3).

446
El tiempo de la expiación

El castigo de los que habían intentado destruir a Daniel fue


severo (v. 24), pero no tanto como lo fue el castigo de Coré en el
desierto, cuando encabezó una rebelión contra el jefe escogido por
Dios (Nm 16.28-35).
De manera que Darío emitió un decreto similar al de
Nabucodonosor (vv. 25-27; cf. 4.1ss). El honor de que fue objeto
Daniel en los días de Darío muestra nuevamente cómo el Señor
confía mucho a aquellos que le han sido fieles en lo poco. La men-
ción de Ciro en el versículo 28 no significa que sucediera a Darío
en el reinado sino que al mismo tiempo que Darío gobernaba sobre
la ciudad de Babilonia, Ciro gobernaba sobre todo el imperio. Aquí
termina la primera gran división del libro. Ahora proseguiremos a la
división final, que está en los capítulos 7 al 12 y consiste en una
serie de visiones y revelaciones hechas a Daniel durante los días de
su actividad en Babilonia.
La primera visión aparece en el capítulo 7 y está fechada en el
primer año de Belsasar, por lo que ha de haber sucedido antes de
los hechos narrados en el capítulo 5. El sueño de Daniel es similar
al de Nabucodonosor, ya que evidentemente mostraba la misma
verdad. Sin embargo, en lugar de ser representados por las cuatro
partes de una imagen, los cuatro reinos fueron simbolizados por
cuatro bestias (vv. 3-7). Se nos enseña aquí algo con respecto a la
naturaleza de los cuatro reinos. El primero (Babilonia) era seme-
jante a un león, que es la más majestuosa, la reina de las bestias (v.
4). El segundo (Persia) sería como un oso poderoso y temible (v.
5). El tercero (Grecia) sería como un leopardo (v. 6). Las cuatro
cabezas representaban las cuatro divisiones de ese imperio des-
pués de la muerte de Alejandro. La cuarta bestia era muy terrible y
espantosa (v. 7). La mención de los dientes de hierro identifica a
esta bestia con la parte de hierro de la imagen del sueño de
Nabucodonosor (cf. 2.40).

447
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La imagen de la bestia, usada para representar los poderes


seculares de la tierra, será tomada posteriormente por el libro de
Apocalipsis. En el Apocalipsis las fuerzas del mal sobre la tierra
son simbolizadas con bestias (ver Ap 13). Los diez cuernos aquí (v.
7), al igual que en el Apocalipsis, al parecer representan los reinos
sucesivos posteriores a Roma (Ap 12.3; 13.1). El resto de la visión
de Daniel comienza en realidad donde terminaba la de
Nabucodonosor, y se extiende sobre la caída de los reinos de este
mundo y el triunfo del reino de Dios. Mucho de lo que aparece aquí
será visto también posteriormente por Juan en el Apocalipsis. La
descripción del anciano de días (v. 9) es muy similar a la descrip-
ción de Cristo en el primer capítulo del Apocalipsis. Las ruedas nos
recuerdan la visión de Ezequiel (Ez 1). El libro abierto del juicio
recuerda el capítulo 20 del Apocalipsis. La matanza de la bestia
aparece también en el capítulo 20 de Apocalipsis (Dn 7.11).
La visión nocturna de Daniel revelaba la venida del Hijo del Hom-
bre, un término usado por Jesús aplicándoselo a sí mismo (v. 13).
Jesús describe su propia venida exactamente en estos términos (Mt
26.64; cf. 1 Tes 4.17). Lo que Daniel vio en aquella visión fue una
ilustración del tema del triunfo del reino de Dios, tema que había sido
comenzado antes en el sueño de Nabucodonosor. Había incluidas varias
visiones sobre la derrota del reino secular, el juicio de todos los hom-
bres, y el regreso de Cristo. El versículo 14 tiene muchos similares en
el Nuevo Testamento (1 Co 15; Ef 1.20ss; Flp 2.9,10). Aquí se mues-
tra a Cristo como la piedra del sueño de Nabucodonosor; él será el
que aplastará todos los poderes terrenales.
En los versículos 17 y 18 se interpreta la visión y se pone un
definido énfasis en el triunfo del reino de Dios y de sus santos.
Enseña que en realidad solo hay dos reinos entre los hombres: el
reino de Satanás (las cuatro bestias) y el reino de Dios.
Todos los creyentes pertenecen al reino de Dios, y triunfarán
con Cristo.

448
El tiempo de la expiación

Los cuernos descritos en los versículos del 19 al 21 represen-


tan a los sucesores humanos al reino de Roma; las cuatro bestias,
los que les sucedieron en el dominio del mundo, todos bajo Satanás.
Al final todos ellos intentarán destruir el reino de Dios y a sus san-
tos. Es algo que llevan en su propia naturaleza (ver Ap 12.17;
17.13,14).
La promesa de que al final los santos poseerán el reino (v. 22)
es un anuncio de la revelación de Juan en Apocalipsis 20.7-9. En el
ajuste de cuentas final, Satanás y su simiente son derrotados.
La representación de Babilonia y Roma como las bestias, y
como simbólicas de los reinos de este mundo que están en contra
del reino de Dios, se ve también en el Apocalipsis del Nuevo Testa-
mento. Los capítulos 17 y 18 hablan de Babilonia como represen-
tante del poder terrenal que debe ser derrocado. Y sin duda, con la
bestia escarlata de Apocalipsis 17.3ss se trata de presentar a Roma
con sus siete famosas colinas (17.3,9).
La personalidad descrita en Daniel 7.25 suena muy parecida al
hombre sin ley de 2 Tesalonicenses 2.3-12 (cf. Ap 13.7). La expre-
sión «un tiempo y tiempos y un medio tiempo» (v. 25) se encuentra
también en Apocalipsis 12.14, donde parece representar los años
de la iglesia en la historia entre las dos venidas de Cristo, o sea,
entre la ascensión de Jesús y su segunda venida.
Todo el pensamiento de la visión del capítulo 7 se resume en el
versículo 27, que declara el triunfo inevitable del reino de Dios.
Sin duda, aún había en esto muchas cosas que Daniel no enten-
día, y que no se le permitió entender (v. 28), lo cual está de acuerdo
con las palabras de Pedro (1 P 1.10-12).
El capítulo 8, la visión tenida en el tercer año de Belsasar, es una
ilustración del duelo entre la segunda y la tercera bestia (o nación). El
carnero que se movía del este a oeste y de norte a sur (8.4) repre-
sentaba a Persia (v. 20). El macho cabrío estaba en el oeste y se
movía sobre la tierra (v. 15), y representaba a Grecia (v. 21).

449
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sabemos de cierto que Jerjes de Persia intentó avanzar hacia


el oeste donde estaba Grecia, pero fue detenido. Más tarde Alejan-
dro Magno gobernó a Grecia y extendió su imperio sobre todo el
mundo de aquel día, venciendo finalmente a Persia. La mención de
la magnificencia del macho cabrío (v. 8) está de acuerdo con la
exaltación de sí mismo al lugar de un dios que hizo Alejandro. La
sustitución del imperio del macho cabrío por cuatro divisiones está
también de acuerdo con lo que le sucedió al imperio de Alejandro
cuando murió. Se dividió en cuatro reinos, cada uno de ellos gober-
nado por un general del ejército de Alejandro.
Se le presta particular atención en esta visión a un pequeño cuer-
no (gobernante) que era pomposo y sacrílego (vv. 9ss). Se hacen
notar especialmente sus atrocidades con respecto al santuario de
Dios (vv. 11,12,24,25). La duración de su dominio sobre Jerusalén se
da como unos tres años y medio, o mil ciento cincuenta días.
Todo esto se ajusta muy bien al gobierno de Antíoco Epífanes,
quien gobernó desde 175 hasta 163 A.C. una de las divisiones del
imperio griego después de Alejandro. Durante su reino, intentó
helenizar (convertir en griega) a Jerusalén. Saqueó el templo, y
puso una estatua de Júpiter en el Lugar Santísimo. También ordenó
que fueran sacrificados cerdos en los altares, y cualquier otra cosa
que profanara el culto de Dios.
Son tan exactas estas predicciones del capítulo 8 que los no
creyentes y los eruditos bíblicos de tendencia liberal las han consi-
derado escritas después del 163 A.C., y no en tiempos de Daniel
(siglo VI A.C.).
El capítulo 9 menciona el deseo de Daniel de comprender mejor
el significado de los setenta años de que hablaba Jeremías (9.2; cf.
Jer 25.11,12; 29.10). O sea, que tenemos aquí una oración de Daniel
pidiendo mayor sabiduría. Evidentemente el número setenta signifi-
caba que los judíos estarían setenta años en el exilio, pero Daniel
buscaba un significado mayor en el simbolismo del número setenta.

450
El tiempo de la expiación

El número siete lleva frecuentemente consigo en las Escrituras


la idea de plenitud.
Podemos ver aquí la vida de oración ferviente y devota que
vivía Daniel (vv. 3ss). Vemos cómo está dispuesto a confesar su
pecado y los de su pueblo (vv. 5,6,8-11). También, como David,
anhelaba la misericordia y el perdón de Dios (v. 9). También mues-
tra su fidelidad a la Ley de Moisés, que es la Palabra de Dios (vv.
11,13).
Pronunció una gran oración de intercesión a favor de Jerusa-
lén, a pesar de que se hallaba muy lejos de la ciudad (vv. 16-19).
Oró en el primer año de Darío (9.1), que fue también el primero de
Ciro. Por lo tanto, cuando en ese año (539 A.C.) Ciro decretó el
regreso de los judíos a Jerusalén (ver Esd 1.1), bien puede ello
haber sido una respuesta a la oración de Daniel.
También notamos en su oración, cómo Daniel había captado el
mensaje de la relación de Dios con nuestra justicia, y la necesidad
que tenemos de la misericordia de Dios (9.18; cf. Jer 23.6; 33.16;
Is 64.6).
Dios respondió en ese momento a la oración de Daniel, envián-
dole a Gabriel, quien se le había aparecido anteriormente (9.21;
8.16). Este es el mismo Gabriel que se le aparecerá más tarde a
Zacarías (Lc 1.19) y también a María (Lc 1.26) para anunciar el
nacimiento de Jesús. Su aparición a Daniel en este momento, tuvo
el mismo propósito.
Gabriel mostró que el número setenta representaba también
setenta semanas, o sea el tiempo para terminar la obra de Dios en
la destrucción del pecado y el afianzamiento de la justicia, y para
cumplir todas las profecías relativas al Cristo (v. 24). Las referen-
cias sobre la salida de la orden para restaurar a Jerusalén (v. 25),
parecerían primeramente significar el momento del decreto de Ciro
(539 A.C.) o del primer regreso bajo Zorobabel, en el 538 A.C.

451
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sabemos, gracias a Esdras y Nehemías, que hubo tres regre-


sos. El primero tuvo lugar en el 538 bajo el mando de Zorobabel. El
segundo en el 458 bajo las órdenes de Esdras, y el tercero en el
445, dirigido por Nehemías. Lo que quiere mostrar la profecía del
versículo 25 es que han de transcurrir sesenta y nueve semanas
entre el mandato de regresar y el tiempo del ungido, del Mesías. Si
suponemos que en este momento está hablando de la venida de
Cristo para cumplir su tarea redentora, entonces el tiempo sería de
unos cuatrocientos años.
Si tomamos los días de tal manera que cada cual represente un
año, basándonos en Ezequiel 4.6, entonces se requerirían cuatro-
cientos ochenta y tres años (sesenta y nueve veces siete). En este
caso, el 538 no podía ser el punto inicial, puesto que 483 años desde
ese momento nos situarían en el 55 A.C. Esto sería demasiado
temprano. Pero si el punto de referencia es el tiempo del regreso
de Esdras, el 458 A.C., entonces llegaríamos al año 25 A.C., y en el
tiempo adecuado del ministerio de Jesús.
Hay mucho que decir sobre el establecimiento del momento del
regreso de Esdras como el punto inicial para el recuento de los cua-
trocientos ochenta y tres años requeridos. El regreso de Zorobabel
careció de significado en cuanto a traer consigo un reavivamiento
espiritual a la tierra. El de Esdras sí lo hizo. Fue un regreso espiritual,
como veremos cuando estudiemos a Esdras. Fue el momento del
regreso del pueblo a la Palabra de Dios, el verdadero regreso a Dios.
La referencia a que se le quitará la vida al Mesías habla proba-
blemente de su muerte (v. 26). Esta debe haber tenido lugar alrede-
dor del año 25 A.C., puesto que Jesús nació en el año 7 A.C., y no en
el año 1. El error en el recuento de los años del nacimiento de Jesús
es algo conocido desde hace mucho tiempo. Herodes el grande, ac-
tivo en los primeros años de la vida de Jesús, murió en el año 4 A.C.
La referencia que se hace en el versículo 27 al cese del siste-
ma de sacrificios podría referirse a la realización de todo lo que

452
El tiempo de la expiación

este sistema y los mismos sacrificios simbolizaban: la muerte de


Cristo. Cuando el velo del templo se rasgó en el momento de la
muerte de Jesús, estaba indicando el final de la utilidad del sistema
de sacrificios, del templo, y de todo lo que simbolizaban. Todo había
sido cumplido ya (Mt 27.51).
Los capítulos 10 al 12 se refieren a la gran guerra entre Miguel
y sus ángeles, y Satanás y los suyos (10.1). Sabemos más sobre
esto gracias a Apocalipsis 12.7-9. Cuándo haya ocurrido, no esta-
mos seguros. Puesto que esta revelación tiene lugar después de la
referente a la obra de Cristo (cap. 9), podemos deducir que está
relacionada con ese gran suceso. Apocalipsis 12.13 indica también
que Satanás fue echado del cielo para ser confinado a la tierra
después de la muerte y resurrección de Cristo (ver Ap 12.5). Judas
9 indica también que ha habido una larga contienda entre Miguel y
Satanás. Jesús también habla del lanzamiento de Satanás en rela-
ción con su propia obra y su ministerio (Lc 10.18).
Evidentemente Satanás tuvo acceso al cielo hasta que la obra
de Cristo quedó terminada para acusar a los hijos de Dios y para
pelear sobre los muertos (cf. Job 1,2), pero después de que Cristo
terminó su tarea fue lanzado del cielo a la tierra.
De manera que Miguel se le apareció a Daniel para darle se-
guridad con respecto a lo que Dios haría todavía por su pueblo que
confiaba en él (10.12-14).
El capítulo 11 es muy parecido al 8. Habla de las luchas entre Persia
y Grecia (v. 2). Es un desarrollo de los capítulos 8, 9ss, en que se habla
del pequeño cuerno (Antíoco Epífanes) que se hizo rey a sí mismo.
En este lugar Antíoco Epífanes se convierte en un símbolo de
todos los gobernantes que se alzan contra Dios y contra su pueblo
(vv. 28-39). Encontramos aquí muchas alusiones a los últimos días
y a las guerras y rumores de guerra que los precederán (v. 31; cf.
Mt 24.15; 2 Tes 2). También habla de que muchos apostatarán de
su fe (v. 34; cf. 2 Tim 3.1ss).

453
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La predicción de las penas que le sobrevendrán al pueblo de


Dios (12.1) es paralela a la revelación del Nuevo Testamento (Mt
24.15-22). En los últimos días, antes de la llegada del Día del Señor,
los tiempos serán difíciles para el pueblo de Dios.
La referencia que se hace en el 11.31 a la abominación de la
desolación que habría en los días de Antíoco Epífanes es usada por
Cristo en Mateo 24.15 para que sirva de indicación de la corrupción
pagana y de la profanación del pueblo de Dios por el mundo pagano.
Las palabras finales de Daniel, en el capítulo 12, le dan gran
esperanza al pueblo de Dios, tanto en los días del propio Daniel,
mientras aún estaban en el exilio, como en el futuro, para que el
pueblo de Dios pudiera confiar en el triunfo final de Dios.
La promesa de liberación era para aquellos cuyos nombres
estaban escritos en el Libro de Dios, el Libro de la Vida del Corde-
ro (v. 1; cf. Ap 20.12; 3.5).
La resurrección de todos los muertos, unos para ir a la vida
eterna y otros para el castigo eterno (v. 2), está en total armonía
con Isaías 66.22-24 y Apocalipsis 20.12-15.
Lo que más se destaca aquí es que los hijos de Dios, mientras
todo esto llega, deben estar ocupados en dar testimonio de la ver-
dad proclamada por Dios, brillando como luces en medio de una
generación en tinieblas (v. 3; ver Flp 2.15).
En el versículo 4 se nos dice que han de pasar muchos años y
mucha historia antes de que se realicen los propósitos de Dios.
«Muchos correrán de acá para allá, y se aumentará la ciencia», es
un buen resumen de la historia humana.
Daniel, como todos los creyentes, quería saber el tiempo (v. 6).
Dios nunca lo llega a decir. Su respuesta a Daniel es como la que
luego dio a Juan (v. 7; Ap 12.14). Esto quiere decir simplemente
que Dios no lo revelará.
El versículo 10 presenta la historia del entretiempo como una
época en la que muchos serán rescatados del pecado para entrar

454
El tiempo de la expiación

en el reino de Dios, mientras que otros seguirán viviendo en pecado


y haciendo perversidades. Una vez más, Dios le dice a su pueblo
que sea paciente y espere (v. 13).

IV. Ester
El libro de Ester narra la protección de Dios a su pueblo en la
época de Asuero, conocido en la historia secular también con el
nombre de Jerjes. Los sucesos que se relatan ocurrieron en la pri-
mera mitad del siglo V A.C., antes del regreso de Esdras, que tuvo
lugar en el 458 A.C. (1.1).
La característica inusitada del libro es que no registra el nom-
bre de Dios en ningún lugar. Sin embargo, la actividad y el control
de Dios sobre todo lo que relata es muy evidente.
El capítulo 1 cuenta la deposición de Vasti, la esposa de Jerjes,
de su puesto de reina. La ocasión fue una fiesta similar a otras que
hemos visto en Daniel (1.3-7). Es evidente que había una libertad
considerable en esa época (v. 8), lo cual se menciona aquí quizá en
contraste con la costumbre ordinaria de los reyes.
La orden del rey con respecto a Vasti estaba equivocada (v.
11). Debemos alabarla por su negativa. Pero gracias a ella, se abrió
el camino para que Ester fuera hecha reina, puesto que el rey,
siguiendo el consejo de sus consejeros, depuso a Vasti y comenzó a
buscar otra reina (1.15-22).
El capítulo 2 narra la forma en la que Ester fue elegida para ser
la reina. Era judía, y esto debería haberla descalificado. Sin embar-
go, Dios era el que mandaba. Este capítulo lo deja ver con claridad.
Mardoqueo, el tío y padre adoptivo de Ester, es presentado en
2.5. Sus antepasados habían estado entre los que fueron llevados a
Babilonia en el reinado de Jeconías (Joaquín). Esto ha de haber
sucedido en el 597 A.C., cuando Ezequiel fue también llevado cau-
tivo (Ez 1.2).

455
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Ester fue escogida entre las que habrían de competir por el


honor de ser reina (2.8). Como sucedió con José y con Daniel, pasó
también con Ester, que se ganó el favor de los que la atendían. Esta
era la forma en que la gracia de Dios era con ella (v. 9).
En este momento comenzaron a suceder una serie de hechos
que no pueden ser atribuidos a la casualidad. Aunque no se men-
ciona el nombre de Dios, es evidente que su mano guió toda esta
larga cadena de sucesos hasta su culminación y la salvación de los
judíos de manos de sus enemigos.
1. Ester no dio a conocer su procedencia judía (v. 10). Esto fue
significativo para la historia posterior.
2. Cuando Ester apareció ante el rey, lo agradó grandemente
(vv. 15-17). Esto la condujo a un puesto estratégico desde el
cual podría ser de utilidad a Dios y a su pueblo. Vemos también
que, aunque estaba en un lugar tan encumbrado, seguía sujeta
a la guía espiritual de su tío Mardoqueo (v. 20). Esto también
tendría importancia posteriormente.
3. Mardoqueo se enteró de una conspiración para matar al rey
(vv. 21-23). Mardoqueo estaba en la puerta del rey, el centro
de la actividad política. Tenía sus oídos abiertos, y pudo ente-
rarse de la conspiración. La reportó, como era debido, y los
hombres fueron castigados.
4. Estos sucesos fueron escritos, pero no recompensados (v. 23).
Es extraño que, aunque se le concedió todo el crédito a
Mardoqueo por la información que salvó la vida del rey, no se
le recompensó en ese momento. Esto también tendría su signi-
ficado posteriormente.
Antes de seguir con la serie de sucesos que llevaron al rescate
del pueblo de Dios, se nos dice cuál era el fondo de las amena-
zas contra el bienestar de los judíos.
Un hombre llamado Amán fue engrandecido en el reino de
Jerjes (3.1). Tenía la alabanza y la gloria de parte de todos

456
El tiempo de la expiación

excepto de Mardoqueo. Igual que Daniel, Mardoqueo amaba a


Dios demasiado para inclinarse ante los hombres o mostrarles
reverencia (v. 2). Aquí aunque el nombre de Dios no sea men-
cionado, el parecido entre estos sucesos y el capítulo 6 de Da-
niel es tan claro que se ve sin lugar a dudas que Mardoqueo
honraba al mismo Dios que Daniel, y en la misma forma puesto
que arriesgó en ello la vida.
Esto llevó a Amán a odiar no solo a Mardoqueo sino también a
todos los judíos (vv. 3-6), y maquinó su destrucción como lo
han hecho muchos después de él, incluyendo a Hitler.
Este fue el origen de la conspiración de Amán contra Mardoqueo
y todos los judíos (vv. 8-15). La cooperación del rey en todo
esto simplemente sigue el patrón de Nabucodonosor y Darío el
medo, que pusieron demasiada confianza en sus consejeros.
De manera que en el momento en que fue echada Pur (la suer-
te, v. 7), se lanzó un decreto a todo el reino, con la firma del rey,
mandando que fueran asesinados todos los judíos (v. 13). Esto
causó gran preocupación a los judíos (v. 15).
Mardoqueo le envió recado a Ester (4.1-4), y luego le dijo que
ayudara a su pueblo presentándose al rey para interceder por
ellos (v. 8).
La indecisión de Ester era comprensible. Se había alzado des-
de el nivel de cautiva hasta una posición elevada en el reino,
como lo había hecho anteriormente José, o como Moisés en
sus primeros cuarenta años en Egipto. Sabía que cualquier acto
por parte suya podría precipitar su caída. Entonces sí que no
podría ayudar a su pueblo. Es muy posible que haya razonado
así (4.11).
La réplica de Mardoqueo es clásica. Le demostró que su exal-
tación no había sido para provecho suyo propio sino de su pue-
blo. Actuar de modo egoísta no podría salvarla (v. 13). Más
aun, Mardoqueo manifiesta aquí una gran fe en Dios al decla-

457
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

rar que el pueblo sería liberado con o sin su consentimiento (v.


14). Las palabras «¿Quién sabe si para esta hora has llegado al
reino?», expresaban la gran fe que tenía en Dios, que es sobe-
rano y dirige el camino de los hombres. De seguro que nada de
lo que la llevó hasta la condición de reina había sido accidental.
Ester es digna de encomio por su valiente resolución de tratar
de salvar a su pueblo (vv. 15-17). Una vez más el llamado al
ayuno indica que se trata de un pueblo de fe.
Ahora seguimos nuevamente la serie de hechos que conduje-
ron a la salvación de los judíos de manos de su enemigo Amán.
5. La reina halló gracia ante los ojos del rey (5.2). El primer
obstáculo estaba salvado, pero aún tenía que convencer al rey
de la maldad de Amán, en el que confiaba, y en la justicia de su
causa. Mostrando sabiduría, no atacó a Amán abiertamente,
sino que buscó tiempo para poder llevar adelante un plan (v. 4).
La invitación que le hizo al orgulloso Amán para comer con el
rey y la reina, lo halagó y lo puso fuera de aviso.
6. El rey estaba deseoso de complacer a Ester (vv. 5,6). Se ofre-
ció a concederle su petición sin saber siquiera de qué se trata-
ba. Ahora también ella procedió con cautela, con sabiduría,
deliberadamente, dando tiempo a que la situación madurara.
Aprendió a esperar en el Señor (5.7-8).
7. Amán, complacido de sí mismo, aumentó su ira contra
Mardoqueo, sintiéndose asegurado en su propio éxito (vv. 9-
14). Animado por su esposa, Amán decidió prematuramente
actuar contra Mardoqueo. Si los hijos de Dios aprendieran sim-
plemente a ser pacientes, con cuánta frecuencia Dios trataría
a sus enemigos en su propia forma.
8. El rey no pudo dormir aquella misma noche (6.1). Mientras
Amán planeaba la muerte de Mardoqueo, Dios le quitó el sue-
ño al rey.

458
El tiempo de la expiación

9. El rey decidió remediar su insomnio haciendo que le leyeran las


aburridas crónicas del reino (6.1). Este era el mismo tipo de
acción que podría realizar hoy en día la persona que escogiera
un libro aburrido para que le dé sueño si está teniendo dificultad
para dormirse.
10. El lugar de las crónicas que se le leyó resultó ser aquel en que
estaba escrita la buena acción de Mardoqueo en favor del rey
anteriormente (6.1,2). Habiendo tantas páginas que podían ha-
ber sido leídas no era coincidencia que este fuera el lugar esco-
gido.
11. Ahora también el hecho de que no se hubiera recompensado a
Mardoqueo en ese momento, resultó significativo (v. 3).
12. Amán se estaba preparando para ver al rey y contarle sobre su
intento contra Mardoqueo. Esto sucedía justo en el momento
en el que el rey apreciaba más profundamente a Mardoqueo
(vv. 4-7).
13. Amán, en su vanidad, pensó que el rey deseaba honrarlo (v. 6).
Esto lo llevó a aconsejar que el hombre que el rey quería honrar
fuera tan grandiosamente honrado como lo describió (vv. 8,9).
Hubiera sido interesante ver la cara de Amán cuando supo que
era Mardoqueo a quien el rey quería honrar, y no a él (v. 10).
La profecía de su esposa y sus amigos resultó ser muy cierta
(v. 13). Su mundo se hizo pedazos rápidamente.
La narración del capítulo 7 es clásica. Contiene mucho de dra-
mático, y es sumamente interesante.
14. La solicitud de Ester con respecto a su pueblo fue revelada
(vv. 3-5). Abogó por sí misma y por su pueblo. Solo cuando el
rey le preguntó por la identidad de su pueblo fue que ella se la
dio a conocer (v. 6).
15. Amán, completamente frustrado, se vio tontamente en una po-
sición comprometedora con respecto a Ester ante los ojos del
rey (v. 8).

459
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

16. Amán fue ejecutado en la horca que había construido para


Mardoqueo (vv. 9,10).

Vemos en esta larga cadena de sucesos que Dios lo controlaba


todo, y que actuó a favor de su pueblo para salvarlo. Ninguno de
estos sucesos puede ser llamado «simple coincidencia». Todo fue
guiado por la mano del Salvador, el Señor.
El resto del libro es un anticlímax. Relata cómo todos los judíos
fueron aquel día librados de la destrucción, como Mardoqueo. El
versículo 3 del capítulo 10 nos recuerda los últimos días de Daniel.
Tanto en este libro, como en el de Daniel, el Señor le asegura a su
pueblo que él sí es capaz de librarlo de sus enemigos, incluso estan-
do en el exilio.

Ruinas que recuerdan la caída de Jerusalén

460
CAPÍTULO 13

LA RESTAURACIÓN Y LA
ESPERANZA FUTURA DEL PUEBLO
DE DIOS

En el 530 A.C. Dios tocó el corazón de Ciro, rey de Persia,


para que permitiera a su pueblo regresar a Jerusalén y reconstruir
el templo de su Dios, así como asentarse nuevamente en la tierra
de Canaán. Ya no seguirían siendo una nación independiente, ni
tendrían tampoco un rey, pero estarían en su propia tierra.
Este regreso fue sobre todo un regreso físico, porque la mayor
parte del pueblo no había crecido espiritualmente en aquellos tiempos.
Su primera tarea sería reconstruir el templo, y aun así no fue termina-
da sino muy lentamente, y luego que los profetas de Dios los espolea-
ron para que lo hicieran. Todavía tenían el mundo demasiado dentro.
El período que estudia este capítulo va desde el 538 A.C. hasta
aproximadamente el 400 A.C., e incluye 1 y 2 Crónicas, Esdras,
Nehemías, Hageo, Zacarías, y Malaquías.

I. 1 y 2 Crónicas
Cuando el pueblo estaba regresando a su tierra después de
más de una generación en la cautividad, sus necesidades eran mu-
chas. Habían vivido en medio del paganismo, y muchos de ellos
habían nacido allí. Habían estado sin templo y sin el sistema de
sacrificios. También, en su mayoría, habían vivido en aquellos tiem-
pos sin jefatura alguna de entre su pueblo.

461
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Ya no había más reyes que los guiaran, y la mayoría de los


profetas guardaban silencio ahora. El sacerdocio había caído en
desgracia en los últimos días del reino, y la mayoría de los sacerdo-
tes le habían fallado completamente a Dios.
Por ello la gran necesidad que había mientras el pueblo prepa-
raba su regreso era la de un renacimiento espiritual. Pero este tenía
que venir acompañado de un nuevo auge del respeto al sacerdocio
y una nueva comprensión del lugar y la importancia del templo y del
sistema de sacrificios, pues todas esas cosas se habían deteriorado
ante los ojos del pueblo en los últimos días de Judá.
Los libros de Crónicas tienen como primer propósito recordar-
le al pueblo de Dios esas instituciones que Dios le había dado ante-
riormente, de modo que nuevamente pudiera ser un pueblo contrito
de corazón que comprendiera la importancia de la santidad, la jus-
ticia, y el juicio. El pueblo tenía que comprender que necesitaba a
Dios y saber en qué forma debía llegarse ante su presencia, tratan-
do el pecado de la manera debida. Todo esto iba unido a una nueva
comprensión del lugar del sacerdocio y del sistema de sacrificios y
el templo en la vida del pueblo de Dios.
Las Crónicas no son otra historia paralela a Samuel y Reyes,
que simplemente dan otra narración, y tampoco deben ser leídas
junto con Samuel y Reyes. Han sido escritas separadamente con el
propósito de mostrar cómo, al tratar Dios con su pueblo, había puesto
mucho énfasis en el sacerdocio, los sacrificios, y el templo.
Por lo tanto, el hecho de que las Crónicas le presten una gran
atención al interés de David en el templo pero que no mencionen su
pecado con respecto a Betsabé no es falta de honradez, como han
dicho algunos. No estaba en la intención del autor de las Crónicas
simplemente contar otra historia. El pueblo ya había leído Samuel y
Reyes; no había necesidad de repetir su contenido. Las Crónicas
fueron escritas con otro propósito: hacer que el pueblo volviera a
sentir respeto hacia los medios de dirección espiritual que Dios

462
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

había establecido al principio, a saber, el sacerdocio y todo lo rela-


cionado con él. Una vez que hubieran afianzado este respeto, el
terreno para el reavivamiento espiritual que tanto se necesitaba
habría quedado preparado, y se podría construir encima.
El término «sacerdote» aparece en las Crónicas más de cien
veces, más que en ningún otro libro excepto el Levítico. «Levita»
aparece cerca de cien veces, más que en ningún otro libro sin ex-
cepción. Esto nos puede dar una idea del tema central del libro.
1 Crónicas comienza con una genealogía que se inicia en Adán
(1.1). La genealogía cubre los primeros ocho capítulos. A continua-
ción, el capítulo 9 trata sobre los residentes de Jerusalén después
del exilio, especialmente los sacerdotes. El resto de 1 Crónicas
habla de la vida de David desde que asumió el poder hasta su muerte.
2 Crónicas continúa la narración en este punto y presenta la
vida de Salomón en los nueve primeros capítulos. El resto del libro
sigue a los reyes de Judá, desde Roboam hasta la caída y el decreto
de Ciro autorizando el regreso.
Regresemos ahora a 1 Crónicas y veamos donde esta su ma-
yor énfasis. El libro comienza con un registro de las genealogías de
Israel (caps. 1—8). El primer nombre es el de Adán (1.1). Este es
mencionado muy pocas veces en el Antiguo Testamento fuera de
los capítulos del 2 al 5 del Génesis. Además de este pasaje, solo lo
mencionan Deuteronomio 32.8 y Job 31.33, y posiblemente Oseas
6.7, aunque se discute si la palabra debería ser traducida «Adán» o
bien «hombre».
Su lugar aquí, al mismo tiempo que apoya su historicidad como
persona, muestra que fue a través de él como comenzó la línea de
la gracia que vino por medio de Set.
El capítulo 1 sigue desde Adán a través de Set, Sem, Abraham,
e Isaac, hasta Jacob, a quien se refiere llamándolo Israel. Además
de esto, se sigue a los descendientes de Jafet y de Cam así como a
los de Esaú durante varias generaciones, como en el Génesis.

463
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Del capítulo 2 al 4:23 se presta gran atención a las genealogías


de los descendientes de Judá, uno de los hijos de Jacob, hasta Da-
vid (3.1) y Salomón (3.10).
Desde 4.24 a 5.26 se trazan las genealogías de Simeón, Rubén,
y Gad, incluyendo una breve narración sobre la caída de las tribus
norteñas de Rubén, Gad, y la media tribu de Manasés ante las
fuerzas de Tiglat-Pilasar (5.25,26).
El capítulo 6, que tiene ochenta y un versículos, se dedica ex-
clusivamente a los descendientes de Leví, o sea, a la tribu sacerdo-
tal, incluyendo sus deberes y las ciudades en las cuales ellos vivían
en la tierra, fijando así el lugar que les tocaba por derecho entre el
pueblo de Dios.
El capítulo 7 traza brevemente la descendencia de Isacar, Ben-
jamín, Neftalí, Manasés, y Aser. El capítulo 8 centra su atención
exclusivamente en Benjamín, probablemente porque los benjaminitas
terminaron uniéndose a Judá como un solo pueblo.
El capítulo 9 trae los nombres de algunos de los que regresaron
en el primer reasentamiento en Jerusalén después del exilio. La
atención principal está dirigida en este momento a los sacerdotes
que regresaron (vv. 10-44).
El resto del libro está dedicado a la era de David (capítulos 10 al 29).
Después de narrar brevemente el fracaso y la muerte de Saúl
(cap. 10) se habla de David y sus seguidores (caps. 11,12).
En los cuatro capítulos siguientes se relata en gran detalle la
acción de David de traer el arca a Jerusalén (caps. 13-16). Se le
presta considerable importancia a su atención por la Ley y a la
parte de los levitas a través de este suceso (13.2,3; 15.2,15ss).
En 16.1-6 se recuerda cómo se guardó la ley ceremonial y se
nombraron levitas para que cuidaran del arca, una vez situada en
Jerusalén.
Entonces David elevó un himno de alabanza a Dios por medio
de Asaf, el jefe de los sacerdotes que habían sido nombrados para

464
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

cuidar del arca (16.7-36; cf. 16.5). En este himno se incluyen par-
tes de los salmos 105 (8-22); 96 (23-33), y 106 (34-36). La respon-
sabilidad principal por la custodia del arca fue dejada en manos de
Asaf y sus hermanos (16.37-43) .
El capítulo 17 habla del gran deseo de David de construir una
casa permanente (templo) para el arca. El asunto tratado aquí es
similar al de 2 Samuel.
Los tres capítulos siguientes hacen un repaso de los éxitos de
David en su reinado sobre Judá, sus victorias militares, y su rectorado
espiritual. Después, en el capítulo 21, se nos habla del pecado de
David, contando también en 2 Samuel 24.1-25, al querer enumerar
al pueblo. El propósito principal de narrar este suceso en particular
parece ser el de preparar el camino para el extenso relato de la
atención de David a los preparativos para la construcción del tem-
plo más tarde por su hijo Salomón.
Fue el pecado de hacer un censo del pueblo lo que llevó a David
a comprar el lugar del templo (21.18—22.1). El lugar vino a ser
conocido luego como Moria (2 Cr 3.1), donde Abraham había cons-
truido un altar para sacrificar sobre él a su hijo único, Isaac (Gn 22).
Comenzando con el capítulo 22 de 1 Crónicas hasta el final del
libro, se presta mucha atención a la preparación de David para el
templo que construiría Salomón. La presentación del asunto se hace
en 22.2-5. A continuación se habla de cómo se reunieron materia-
les y accesorios para el edificio.
El resto del capítulo 22 contiene el encargo de David a Salomón
con respecto a la construcción del templo. Le insiste grandemente
en que se entregue totalmente a la obra. David la veía como el
primer trabajo de Salomón en su reinado (22.9,10,14,19) . También
le recomendó encarecidamente a Salomón que obedeciera la Ley
dada por Dios a través de Moisés (22.12,13).
En los capítulos siguientes, del 22 al 26, sigue una descripción
detallada de los diversos oficios que les señaló David a los levitas

465
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

dentro de sus obligaciones. Solo después de hecho esto se mencio-


nó la organización política del pueblo (cap. 27). Esto demuestra
dónde estaba el interés principal de David: en el templo y en las
leyes levíticas a él referentes.
Los capítulos 28 y 29 contienen discursos de David sobre el
templo y sus instrucciones concretas a Salomón acerca de cómo
construirlo, así como exhortaciones para que se comprometiera
espiritualmente (28.9). Se tomaron ofrendas procedentes de las
tribus para pagar la construcción (cap. 29), y finalmente David oró
delante de todos sobre el trabajo que sería comenzado por Salomón
(29.10-19).
El libro se cierra con una nota sobre la muerte de David y el
comienzo del gobierno de Salomón (29.22-28). Las historias men-
cionadas en 29.29,30 son probablemente lo que nosotros llamamos
los libros de Samuel.
2 Crónicas sigue adelante recorriendo la situación después de
David, prestando gran atención al reinado de Salomón (caps. 1—9)
y en especial a sus esfuerzos en la construcción del templo. El
capítulo 1 habla de su sabiduría y gloria, y después, en la parte
central de esta sección, hasta 7.10, relata sus empeños en la cons-
trucción del templo. El resto del capítulo 7 y los capítulos 8 y 9
terminan la sección sobre Salomón, destacando el hecho de su fama.
El resto del libro registra a los gobernantes de Judá, desde Roboam
hasta el último. En todos estos capítulos vemos continuamente la
importancia y la atención que se les da a los sacerdotes y al sistema
de sacrificios, así como a su papel en la historia.
En el capítulo 1 se nos cuenta la adoración de Salomón en
Gabaón, donde estaba el tabernáculo de reunión, aunque el arca ya
había sido trasladada a Jerusalén. Esa misma noche, el Señor se le
apareció a Salomón para prometerle sabiduría (1.7-13).
En el pasaje de 2.1 a 7.10 leemos de los preparativos que hizo
Salomón para comenzar a construir el templo. Mucha atención se

466
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

les dedica a los detalles de estructura y mobiliario. Finalmente, cuando


el templo estuvo terminado, fue llevada a él el arca (5.2-10). El
capítulo 6 contiene la oración de dedicación del templo hecha por
Salomón, que aparece también en 1 Reyes capítulo 8.
Luego que la gloria del Señor hubo llenado el templo (7.1-3), el
pueblo adoró allí. Entonces el Señor se le apareció a Salomón, con
promesas si obedecía y advertencias si no era fiel (vv. 11-22).
Los capítulos 8 y 9 narran el resto de la vida de Salomón, y
hacen notar especialmente su fama. No mencionan sus pecados,
que acarrearon tanta desgracia en sus últimos años. La crónica de
los últimos años de Salomón ya estaba bien clara en 1 Reyes. El
propósito de este libro era señalar el motivo por el que se había
construido el templo y todo lo relativo a él. El principal tema no era
Salomón, sino el templo.
Los capítulos siguientes, 10 a 36, relatan la sucesión de los
reyes de Judá. Se nota que se concede la mayor importancia al
papel de los sacerdotes en esta historia.
En el reinado de Roboam, capítulos 10—12, se nos cuenta cómo
los sacerdotes del norte huyeron al sur cuando Jeroboam se apartó
del culto correcto. En realidad, los sacerdotes dirigieron el camino y
sentaron ejemplo para los fieles que vivieran en el norte (11.13-17).
En el reinado de Abías (cap. 13) los sacerdotes guiaron al pue-
blo en oración, consiguiendo su rescate de Dios cuando, en una
ocasión, Judá era amenazado por Jeroboam de Israel (13.13-16).
Durante el reinado de Asa (caps. 14—16) se hace notar la
ausencia de sacerdotes en el reino del norte y la gran repercusión
que esto tuvo sobre su estado espiritual (15.1-5).
También durante el reinado de Josafat (caps. 17—20) tienen
lugar un renacimiento espiritual y una vuelta a la fe bajo la direc-
ción de los sacerdotes que iban por todas partes enseñando la Pa-
labra de Dios (17.7-9).

467
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Cuando Josafat fue reprendido por el Señor a través del profe-


ta Jehú por su alianza con Acab (19.1-3), se arrepintió y puso sa-
cerdotes al frente de los asuntos de Jerusalén para darle una mejor
orientación (19.8-11). Asimismo, más tarde, cuando el pueblo se
vio amenazado por su enemigo Amón, Josafat les pidió que tuvie-
ran mucha fe en el Señor y en sus siervos los profetas (20.20; cf. Is
7.9; Hab 2.4; 2 P 1.19). En este momento, fueron dos cantores
(sacerdotes) los que los guiaron en la adoración y la alabanza a
Dios (20.21). Luego, en el reinado de Joram, hijo de Josafat (cap.
21), comenzó una época de perversión. En un malvado acto, Joram
asesinó a todos sus hermanos, que eran rivales en su aspiración al
trono. Fue entonces cuando le llegó un mensaje de Elías advirtién-
dole del juicio que habría de venir por causa de su pecado (21.11-
15). El Señor procedió a realizar los juicios que había predicho
(21.18ss). No se hace mención alguna de los sacerdotes, o de su
importancia en este período de maldad. Pero Dios estaba activo,
destruyendo a los que se habían rebelado contra él y a los que
estaban infectados con la sangre de la malvada Jezabel, la esposa
de Acab. Recordemos que Joram se había casado con la hija de
Jezabel y Acab, llamada Atalía (22.7,8; cf. 2 R 8.18).
Atalía, hija de Jezabel y viuda del difunto Joram, intentó tomar
el reino en sus manos. Para asegurarse su posición, trató de matar
todos los rivales y posibles rivales (22.10). Sin embargo, una de las
hijas de Joram, la esposa del sacerdote Joiada, se las arregló para
esconder a un hijo de Joram llamado Joás (22.11).
Cuando el niño tuvo siete años, Joiada el sacerdote lo presentó
a los ancianos de la tierra, y Atalía fue derrocada (cap. 23). De
esta manera vemos cómo Judá y la línea de David fueron salvados
de la destrucción por medio de un sacerdote. El mismo Joás estuvo
bajo bienhechora influencia mientras vivió el sacerdote Joiada
(24.1,2). Joás restauró el templo (24.4) y recogió fondos para pa-
gar su conservación (24.8).

468
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Sin embargo, después de la muerte de Joiada, Joás se volvió a los


caminos malvados de su padre (24.17-19). Cuando Zacarías, hijo del
sacerdote Joiada, le echó en cara su maldad al rey, este lo hizo matar
(24.21). Este hecho fue tan miserable que Jesús lo mencionó en su
discurso sobre las maldades de su tiempo (Lc 11.49-51).
En su reinado, el hijo de Joás, Amasías (cap. 25), comenzó
siendo un buen rey, pero más tarde indujo al pueblo a la idolatría
(25.14ss). También él fue castigado con la muerte a manos de cons-
piradores (25.27).
El reinado (cap. 26), de Uzías fue bueno. Este rey trató de
agradar al Señor, siendo influido por la vida y el martirio de Zacarías,
hijo de Joiada el sacerdote (26.5). Pero también él se volvió vanido-
so y como lo había hecho Saúl, el primer rey, usurpó deberes
sacerdotales (26.16). Por este motivo, fue castigado severamente.
Notemos cómo los sacerdotes de esa época eran fieles guardianes
de las cosas de Dios (26.17,18). Por causa de su pecado Uzías
contrajo lepra para el resto de su vida (26.20).
Jotam, el sucesor de Uzías, tenía miedo de entrar en el templo
luego de la experiencia de su padre (27.2). Según parece, simple-
mente dejó todos los asuntos religiosos en manos de los sacerdotes.
Por esta causa su hijo Acaz fue un escéptico en materia religiosa
que no mostró deseo alguno de seguir al Señor (cap. 28). Durante
su reinado llevó a cabo una alianza con Asiria y la contrató para
combatir a Siria e Israel, el reino del norte, que eran sus enemigos
(28.16ss).
Por razón de su preocupación por las cosas del Señor, el reina-
do de Ezequías, el hijo de Acaz, ocupa los cuatro capítulos siguien-
tes. Él fue el que llamó a los levitas para que limpiasen el templo
(29.5), hecho que quedo debidamente anotado (29.12). El sistema
de sacrificios fue restaurado (29.24), y los levitas fueron devueltos
a sus deberes, como en los días de David (29.25,30). Fue una épo-
ca de verdadero reavivamiento espiritual (29.31ss) y asimismo de

469
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

evangelismo. En los días de Ezequías se envió un mensaje al norte,


invitando a los que vivían en Israel a unirse a los de Judá en el
verdadero culto al Señor (30.5,6). Esto sucedió poco antes de la
caída de Samaria, y fue la última oportunidad que tuvieron los hijos
de Dios que había en el reino del norte para unirse a los del sur
(30.13-16). Aquí también observamos el papel clave que juegan los
sacerdotes (30.26,27). Todo el capítulo 31 está dedicado a las leyes
referentes a las ofrendas y los diezmos.
Los reinados de Manasés y Amón fueron en su mayor parte
malvados (cap. 33). Por ello, no se nota actividad sacerdotal duran-
te ese período. Después, con los capítulos 34 y 35, tenemos nueva-
mente el reinado de un buen rey: Josías, el biznieto de Ezequías.
Este también llamó a los levitas y sacerdotes para que ayudaran a
limpiar y reparar el templo (34.9,12,14).
Una vez más la atención vuelve a la Ley de Moisés, y es res-
taurada la rectoría espiritual que por derecho les correspondía a los
sacerdotes (35.1-3,9,10,18).
Después de la muerte prematura de Josías (35.24) se suceden
cuatro reyes, todos los cuales hicieron el mal. Y no solo ellos sino
que también los sacerdotes se apartaron de Dios (36.14). Con su
caída comenzó la caída de toda la ciudad de Jerusalén y la cautivi-
dad de Babilonia (vv. 19,20).
El libro termina hablando del decreto de Ciro que permitía a
aquellos de Judá que lo quisieran regresar a Jerusalén para recons-
truir el templo (36.22-23) .
De manera que vemos que el mensaje central de las Crónicas
es que cuando los sacerdotes son fieles, y los reyes y el pueblo
siguen su dirección espiritual, el pueblo de Dios es bendecido. Pero
en los años en que se descuidan los asuntos sacerdotales, o se es
indiferente a la Ley de Moisés, surge el mal para causarle grandes
sufrimientos al pueblo de Dios.

470
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Crónicas, pues, fue escrito para mover los corazones de los


hijos de Judá a volver a los fundamentos antiguos que habían sido
puestos por Moisés mucho tiempo atrás. Estos fundamentos están
en la fe en la Palabra completa de Dios y siguen siendo el único
medio válido por el que el pueblo de Dios podrá regresar verdade-
ramente a una relación correcta con su Dios.

II. Esdras
El libro de Esdras es una continuación de 1 y 2 Crónicas. Co-
mienza donde Crónicas termina, en el decreto de Ciro, fechado en
539 A.C. (Esd 1.1; cf. 2 Cr 36.22-23). En Esdras 1.3,4 encontra-
mos algunas palabras adicionales que no aparecen en la relación de
Crónicas, y que nos hablan de la manera en que fueron cubiertos
los gastos del regreso.
Después de la relación del decreto dictado por Ciro, el libro de
Esdras se divide fácilmente en dos partes básicas: el primer regreso,
bajo las órdenes de Sesbasar y Zorobabel (1.5 a 6.22) y el segundo
regreso, al mando de Esdras (caps. 7 a 10). Estos dos sucesos estu-
vieron separados entre sí por un período de unos ochenta años.
En la relación del primer regreso se nos habla primeramente de
la acogida favorable que el decreto de Ciro tuvo en el pueblo de
Dios (1.5-11). También aquí notamos la importancia que se le da al
sacerdocio y a su papel en el regreso (v. 5). La iniciativa, tanto para
la proclamación de Ciro, como para la buena respuesta del pueblo
partió del Señor (vv. 1,5). Entre las cosas que se llevaron de vuelta
a Jerusalén estaban los vasos que Nabucodonosor había tomado
del templo, y que Belsasar había profanado (v. 7; cf. Dn 5.2ss).
Sesbasar, mencionado como el jefe del regreso (v. 8), fue rápi-
damente eclipsado por Zorobabel, ya sea porque muriera, o porque
estaba anciano e incapacitado para gobernar. Desaparece rápida-
mente de la escena. En el capítulo 2 aparece una lista de las fami-
lias que regresaron. De nuevo podremos notar que se les presta

471
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

considerable atención a los levitas (vv. 36ss). Algunos que afirma-


ban ser de familia sacerdotal no pudieron probarlo, por lo que no se
les permitió ejercer las funciones sacerdotales (vv. 64,63).
La lista de los que regresaron a Jerusalén comprende un total
de 42.360, además de 7.337 sirvientes (vv. 64,65).
Cuando llegaron, muchos de ellos entregaron gustosamente de
sus posesiones para restaurar el templo (v. 68). Notamos aquí un
espíritu favorable a la donación que es elogiado por Dios (cf. Éx
35.29; 2 Co 9.7). Una vez más los levitas aparecen como personas
significativas entre los que regresan (v. 70).
El capítulo 3 narra el reinicio del sistema sacrificial y otras
leyes relativas a la Ley de Moisés (vv. 1-7). En al año segundo
después del regreso comenzaron a reconstruir el templo. Esto ten-
dría lugar sobre el 537 A.C. (v. 8). En ese momento ya se veía
claramente a Zorobabel como el jefe. La supervisión de las labores
de construcción corría a cargo de los levitas (v. 8). El sacerdote
Jesuá estaba al frente de todo (v. 9). Todo fue hecho de acuerdo
con la ley levítica y tal como había indicado David (v.10; cf. 1 Cr
6.31).
Las emociones confusas de muchos, que notamos ahora al
comenzar los trabajos, reflejan la preocupación de que esta casa no
pudiera igualar la gloria del templo de Salomón (vv. 12-13). Más
tarde Hageo se encargará de este pesimismo (Hag 2.3-9).
En el capítulo 4 se empieza a ver cómo se levanta una oposi-
ción externa a la obra que los judíos estaban haciendo. Los que se
oponían eran los habitantes de la tierra, los samaritanos que habían
estado radicando en Canaán desde los días de la conquista de
Samaria por los asirios (4.2). De estos pueblos se nos habla en 2
Reyes 17.24-41. Se los describe como personas que temían al Se-
ñor y servían a sus propios dioses (2 R 17.32,41). Se asentaron en
aquella tierra con una religión sincrética: una amalgama de paga-
nismo y culto a Jehová.

472
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Su oferta de ayudar a los judíos era en realidad la de llegar a una


componenda. Zorobabel y Jesuá hicieron bien en rechazarlos (v. 3).
Evitaron el error de Josué que llevó a tanta transigencia cuan-
do Israel entró en Canaán (Jos 9.3-27; cf. Jue 1.27,28,32,33; 2.1-
3). Sin embargo, el rechazar la componenda les costó que sus ene-
migos intentaran interferir en todo lo que hacían. Cuando nos pone-
mos firmes ante los enemigos de Dios, estamos atrayéndonos el
fuego de Satanás y de su simiente (vv. 4-5).
La mención del nombre de Asuero (v. 6) suscita un problema
para nosotros. No está claro quién haya sido el Asuero que se men-
ciona aquí. Las cronologías seculares nos dicen que Ciro gobernó
hasta el 530 A.C. Después de él reinó Cambises hasta el 522, y más
tarde Darío I hasta el 486 A.C. El Asuero que conocemos es el de
Ester 1.1, que era conocido también como Jerjes. Este no gobernó
sino hasta el 486 A.C. La mención de él que se hace aquí estaba
simplemente relacionada con la resistencia continuada hasta los días
de su reinado (486 A.C.), o sea, más de cincuenta años.
El Artajerjes del versículo 7 es conocido en la historia secular
como Cambises, y gobernó, como indicamos anteriormente, desde
la muerte de Ciro en el 530 A.C. hasta el 522 A.C. Durante su
reinado, los enemigos de los judíos que estaban en Jerusalén se
hicieron lo suficientemente fuertes como para poder detener el tra-
bajo en el templo. Le escribieron al rey Cambises (Artajerjes) en
arameo (sirio), como se escribían todas las cartas oficiales (v. 7).
Aquí las Escrituras citan extensamente la carta, y a partir de
este punto, como en Daniel, están en arameo (vv. 8—6.18) . Pues-
to que toda esta sección contiene mucha correspondencia entre el
rey y otros oficiales, y se refiere a los procedimientos oficiales con
respecto a los judíos, es comprensible que toda la sección esté en
arameo. Después, al comenzar a enfocar la atención una vez más
en el culto y la conducta del pueblo de Dios, a partir de 6.19, se
vuelve a usar el hebreo.

473
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La carta era una acusación contra los judíos. Torcía los he-
chos, acusándolos de ser rebeldes e intentar construir de nuevo los
muros para tener independencia del rey de Persia. En resumen, se
les acusaba de traición (4.12,13,16). Al insinuar que su interés esta-
ba puesto en el rey, los escritores buscaban de él una respuesta
favorable a su solicitud de que el trabajo en la ciudad fuese deteni-
do (vv. 15,16).
Aunque habían mentido respecto a la actividad de los judíos,
sus mentiras tuvieron éxito y lograron que los trabajos del templo
fueran detenidos (v. 24).
En el 522 A.C. subió Darío al poder en Persia. Ya hacía algún
tiempo que el trabajo en el templo había cesado. Allí permanecía
inconcluso, mientras los judíos se ocupaban de sus propias casas y
de sus asuntos.
Era importante para la gloria de Dios que el templo fuera ter-
minado, y también para el bien de los judíos. El templo representa-
ba la presencia de Dios en su pueblo y señalaba el camino al traba-
jo acabado de Dios a favor del mismo. Dios a través de Ezequiel
había prometido darles un nuevo templo (corazón), como recorda-
remos (Ez 36,37). Por tanto, la reconstrucción del templo simboli-
zaba la fe del pueblo en la fidelidad de Dios en el cumplimiento de
sus promesas. Dejarlo sin terminar sería una expresión de indife-
rencia con respecto a la obra de Dios que tanto necesitaban.
Aprovechando sin duda la ocasión de la muerte de Cambises,
se levantaron dos profetas para instar al pueblo a seguir constru-
yendo el templo. Hageo y Zacarías escribieron mensajes que estu-
diaremos posteriormente (5.1). Su labor fue efectiva, y Zorobabel
y Jesuá comenzaron nuevamente el trabajo del templo (v. 2).
Al ser interrogados por las autoridades sobre sus obras (vv.
3,9), contaron en detalle su historia y lo que había detrás de su
esfuerzo (vv. 11-16). Se elevó una apelación a Darío para resolver
el asunto (v. 17).

474
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Es evidente, según se desprende de la respuesta de Zorobabel


y de los otros, que comprendían su historia pasada y su significado,
y que habían sido debidamente humillados por la forma en que Dios
los había tratado (vv. 11,12).
Los hombres de Darío encontraron el decreto de Ciro relativo
a la casa de Dios en Jerusalén (6.1-5). Por lo tanto, la respuesta de
Darío a las autoridades de Jerusalén fue sumamente favorable a
los judíos. No solo permitió que trabajaran nuevamente sino que
ordenó que se les diera ayuda económica (vv. 7,8). El deseo de que
oraran a favor del rey recuerda las palabras de Dios a Jeremías
anteriormente, con respecto a los exiliados de Babilonia (Jer 29.7;
cf. Esd 7.23; Ro 13.1-7; 1 Tim 2.1,2). La carta fue muy efectiva
para detener a todos los enemigos de los judíos y hacer que no
siguieran interfiriendo (v. 11) .
Así fue terminada la obra por bendición de Dios y concluido el
templo (v. 14). La fecha de su conclusión, año sexto de Darío (v.
15), ha de haber sido alrededor del 516 A.C. Les había tomado
unos veinte años, y había sido la obra principal de la vida de Zorobabel
y de Jesuá.
Una vez más vemos centrar el interés en la rectoría del
sacerdocio cuando los sacerdotes dirigen al pueblo en la adoración
correcta, de acuerdo con la Ley de Dios (vv. 19-22). El uso del
nombre Asiria (v. 22) refleja simplemente el hábito de llamar a la
región por su antiguo nombre, como hoy en día nos pudiéramos
referir a Zaire llamándolo «el Congo»
Así termina la relación de la actividad de Zorobabel y de los
que estaban con él. En el capítulo 7 comenzamos la segunda mitad
del libro de Esdras acerca del trabajo del sacerdote Esdras al hacer
que el pueblo regresara espiritualmente al Señor (caps. 7-10).
Pasaron unos cincuenta y ocho años entre los sucesos del capí-
tulo 6 y los del capítulo 7. En el entretiempo, es de suponer que todos
los jefes espirituales de la época anterior hubieran muerto, y el pue-

475
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

blo en su vida había regresado a la práctica de los matrimonios con


extranjeros que amenazaba la misma continuidad de un pueblo de
Dios identificable, como había pasado tantas veces anteriormente.
En la época de Artajerjes de Persia, Dios levantó de entre los
exiliados un grupo de creyentes dirigidos por Esdras, quien es des-
crito como un escriba conocedor de la Ley de Moisés (7.6). Era el
año séptimo de Artajerjes, que sería alrededor del 458 A.C. (v. 7).
Esdras puede ser comparado a Daniel en que dispuso su cora-
zón para servir al Señor (v. 10; cf. Dn 1.8). Encontramos este
propósito triple: buscar (aprender) la Ley de Dios; obedecerla, y
enseñarla. También es Esdras comparado con frecuencia a Moi-
sés, y en muchos aspectos es considerado como otro Moisés, por lo
buen conocedor de la Ley que se había hecho y por su entrega a la
misma. Su sometimiento a la Palabra de Dios es muy similar a lo
que Pablo quería para la vida de Timoteo (2 Tim 2.2).
La larga carta de Artajerjes está también en arameo (vv. 12-
26). Es una carta de recomendación que garantizaba a Esdras una
libertad y un poder considerables (vv. 21,22).
Nuevamente notamos el deseo del rey persa de ganarse el
favor de todos los dioses (v. 23; cf. 6.10). Vemos también una vez
más que se le concede gran importancia al sacerdocio en el regre-
so de Israel a su Dios. El propio Esdras era un sacerdote que des-
cendía de la línea de Aarón, Eleazar, y Finées (vv. 1-5). Entre los
que fueron con él se hallaban en primer lugar los sacerdotes (v. 7).
Se les había prometido una protección especial a los sacerdotes
que lo acompañaran (v. 24).
En esta carta también se nos brinda una visión de la justicia
persa y los niveles o grados de castigo que contemplaba: muerte,
destierro, confiscación de bienes, o prisión (v. 26).
Como sucede con los demás grandes guías espirituales, en el
caso de Esdras también la gloria es dada toda al Señor por lo que se
ha realizado (vv. 27ss).

476
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Después de una corta genealogía de las cabezas de familia que


acompañaban a Esdras (8.1-14), tenemos una narración del propio
Esdras sobre el viaje de regreso a Jerusalén. Cuando no encontró
levitas entre los que iban con él, mandó a buscarlos (vv. 15-20).
El deseo de Esdras de regresar sin escolta alguna de los hom-
bres del rey era también un deseo de glorificar a Dios y expresar su
gran fe en él (v. 22). Su fe fue recompensada (vv. 33,34).
Después de su llegada, Esdras tuvo que enfrentarse inmediata-
mente con esa continua amenaza a la integridad del pueblo de Dios
que eran los matrimonios con extranjeras (9.1,2). La reacción de
Esdras fue la de un hombre auténticamente devoto que se lamenta-
ba de los pecados del pueblo (v. 3; cf. Mt 5.4).
Discurriendo sabiamente, no comenzó con una reprensión abier-
ta sino por averiguar quiénes estaban sujetos a la autoridad de la
Palabra de Dios y quiénes deseaban obedecer al Señor (v. 4). Con
estos se reunió para orar (vv. 5ss).
Esdras no actuó en forma santurrona en este asunto sino que en
sus oraciones se incluyó a sí mismo en el pecado y la culpa de su
pueblo al hablar «nuestras iniquidades» (v. 6). Reconoció que la su-
pervivencia de un remanente hasta ese momento de la historia, se
debía únicamente a la misericordia de Dios, y no a sus merecimien-
tos (v. 8; cf. Is 1.9). Expresó después su profundo agradecimiento al
Señor por todo lo que había hecho por aquel pueblo (v. 9). En medio
del desánimo, era capaz de ver muchas cosas por las que había que
estar agradecidos. Su motivo principal de preocupación eran los ma-
trimonios con extranjeras, y en ellos se centró su petición: que el mal
que había sido hecho fuera ahora deshecho (vv. 13-15).
En esta acción y oración de Esdras podemos ver un ejemplo
excelente de conductor espiritual. Los pastores de las congregacio-
nes podrían aprender mucho imitando la paciencia, la mansedumbre,
y la humildad de este hombre. Esto les serviría para ir muy lejos en la
erradicación de la maldad que haya en cualquier congregación.

477
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Cuando Esdras y aquel grupito de devotos se reunieron en ora-


ción, hubo otros que se les unieron (10.1). El verdadero renaci-
miento espiritual estaba comenzando a hacer efectos. El pueblo
era guiado al arrepentimiento (vv. 2,3). Primeramente, los guías
espirituales se comprometieron a obedecer a Dios (v. 5); y después
llamaron al pueblo para que rectificara las equivocaciones cometi-
das (vv. 6ss).
Cuando el pueblo se reunió, su fe fue probada. Se enfrentó con
cambios grandes y radicales que lo hicieron temblar en su interior.
Después de esto, comenzó a llover mientras esperaban las orienta-
ciones de Esdras (v. 9).
Esdras llamó a una decisión que estuviera de acuerdo con la
confesión de sus pecados. Deberían separarse de sus esposas ex-
tranjeras (v. 11). Si esto parece radical es porque lo que estaba en
juego era la continuidad misma de la simiente sana. Dios les había
advertido siempre contra el matrimonio con los no creyentes. Siem-
pre que esto había sido ignorado, habían caído consecuencias gran-
des y serias sobre el pueblo de Dios.
Debido a la enormidad de la tarea y a la recia lluvia que caía, el
pueblo decidió nombrar un comité para que estudiara todo el pro-
blema (vv. 12-14). Hasta donde yo haya podido averiguar, este es
el único respaldo bíblico para la práctica tan extendida de los tribu-
nales eclesiásticos de hoy día para nombrar y estudiar asuntos de
negocios en comités.
Entre los que estaban casados con extranjeras había numero-
sos sacerdotes y levitas. Con estos se trató primero el asunto (vv.
18-24), y después con los demás (vv. 25-44). El libro termina así
con una relación expresa de la acción del pueblo para respaldar su
compromiso verbal.

478
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

III. Nehemías
Trece años después de que Esdras hubiera ido a Jerusalén,
Nehemías recibió en Babilonia mensaje de que las cosas no estaban
marchando bien entre los exiliados que habían regresado (1.1-3).
Como lo había hecho Esdras, Nehemías hizo duelo por la situación y
confesó sus pecados y los de ellos ante Dios (vv. 4,6,7). Al igual que
muchos anteriormente, recordaba en esos momentos la gran revela-
ción que Dios había hecho de sí mismo (Éx 34.6-7), y basado en ella,
suplicaba la misericordia divina (vv. 5,8) . En forma especial, apelaba
a las promesas del Deuteronomio (v. 9; cf. Dt 30.4).
La posición de Nehemías en el gobierno persa era encumbrada.
Como copero del rey (v. 11) debe haber sido uno de sus siervos de
mayor confianza, y probablemente, uno de sus consejeros. La triste-
za de su semblante fue notada por Artajerjes (2.2). Cuando Dios
abrió la puerta, Nehemías estaba listo. Después de una rápida ora-
ción (v. 4) solicitó regresar por algún tiempo para ayudar a su pueblo.
Evidentemente, a diferencia de la mayoría de los que regresaron, no
tenía la intención de mudarse permanentemente sino de hacer un
viaje, una misión para satisfacer una necesidad específica de Jerusa-
lén. Una vez más notamos cómo Dios movía los corazones de los
reyes para que hicieran su voluntad (v. 8; cf. Prv 21.1).
Hay dos partes principales en el libro de Nehemías: la primera
es la reconstrucción del muro, la gran necesidad que comprendió
Nehemías cuando todavía estaba en Susa (v. 9; 6.19); y la segunda,
la reconstrucción espiritual del pueblo, la gran necesidad que él,
junto con Esdras, vio después de llegar a Jerusalén (caps. 8—10).
El ministerio de Nehemías se centra en estas dos grandes obras.
Como sucedió con Zorobabel en el primer regreso, pasó con
Nehemías también; tan pronto como llegó, se alzaron enemigos que
quisieron oponerse a sus esfuerzos (v. 10). Nehemías, al igual que
Esdras, demostró ser un caudillo de calidad y sabiduría al no decla-
rar abiertamente su actitud. Lo que hizo fue reunir a unos pocos

479
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

con los cuales compartió su preocupación (vv. 11-12; cf. Esd 9.4).
Dirigió a los hombres en el comienzo de la reconstrucción de las
murallas (vv. 17,18). Nehemías demostró tener gran fe al comen-
zar la obra no obstante el ridículo que les lanzaban sus enemigos
(vv. 19-20).
El capítulo 3 relata los detalles de la construcción. Fue una
obra bien planeada y sabiamente llevada a cabo, en la que cada
hombre tenía que preparar la parte de muralla más cercana a su
casa, con lo que se aseguraba que cada uno de los segmentos sería
hecho cuidadosamente (3.28).
Los capítulos del 4 al 6 detallan algunos de los problemas con
los que se encontraron los decididos constructores. Los primeros
problemas eran externos y provenían de sus enemigos (cap. 4).
Primero fueron puestos en ridículo (vv. 1-3). Nehemías llevó
todo esto a Dios en oración (vv. 4-5). El pueblo fue alentado por
Dios, y continuó construyendo, a pesar del ridículo (v. 6).
Después sus enemigos probaron con la fuerza y las amenazas
(vv. 7-8). Nuevamente el pueblo oró (v. 9), y esta vez Nehemías
contestó a la fuerza con la fuerza y armó a su gente para que se
protegieran a sí mismos (vv. 10-14). Animó al pueblo a base de
exhortaciones a no retroceder delante de los enemigos (vv. 14,20).
También hubo problemas que surgieron en el interior del cam-
pamento de Israel (cap. 5). Entre los judíos, los ricos se estaban
aprovechando de los pobres (vv. 1-5). Los pecados antiguos del
siglo octavo y el séptimo estaban reapareciendo. Nehemías se sin-
tió profundamente turbado (v. 6).
Estos pecados estaban prohibidos estrictamente en la Ley de
Dios (v. 7; cf. Éx 22.25; Lv 25.36). Vemos aquí la aplicación de la
Ley de Dios a una situación muy real (v. 8). La decidida exhortación
de Nehemías a obedecer a Dios obtuvo el efecto deseado (vv. 9-12).
El pueblo se estaba volviendo ya más sumiso a la Ley de Dios.

480
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Es importante notar que Nehemías, quien había sido nombrado


gobernador, supo dar en sí mismo ejemplo a su pueblo (vv. 10,14-
19). La oración que repite Nehemías de que Dios lo recordará por
la justicia que había hecho, no era una expresión de justicia por
obras sino de justicia que producía buenas obras (v. 19). Su conti-
nuo deseo, como en el caso de otros que hemos estudiado, era que
Dios recibiera toda la gloria.
Cuando las murallas estaban casi acabadas, los enemigos de
los judíos intentaron una vez más detener la obra. Esta vez trataron
de hacerlo por medio del engaño (6.1-14). Sanbalat intentó prime-
ramente desviar a Nehemías de su labor para hacerle daño separa-
do de los otros judíos (v. 2). La entrega de Nehemías a la obra que
el Señor le había encargado que hiciera lo salvó de esta malvada
maquinación (v. 3).
Después, los enemigos amenazaron con hacer suspender la
obra a base de cartas a los altos oficiales (vv. 6,7). Tampoco esto
tuvo resultado (vv. 8,9).
Por último trataron de llegar a Nehemías a través de un amigo
convertido en traidor (vv. 10-14). Una vez más Nehemías, con sa-
biduría, evitó sus intentos de atraparlo en componendas, y las mu-
rallas fueron terminadas (v. 15). El impacto sobre todos sus enemi-
gos fue grande, y para la gloria de Dios (v. 16).
El capítulo 7 hace referencia a la genealogía, que es de supo-
ner sea la mencionada en Esdras 2.1-70 (v.5). Habían pasado mu-
chas décadas desde aquel primer regreso, y se imponía una reno-
vación de la genealogía. Otra vez se puso de relieve en forma es-
pecial a los levitas y sacerdotes que se hallaban entre los que re-
gresaron a Jerusalén (vv. 39-56,73).
Después de terminar el trabajo, la preocupación se dirigió a la
reconstrucción espiritual del pueblo (caps. 8—10). Esta vez el cau-
dillo era Esdras (8.1). Esdras, el escriba conocedor de la Ley de

481
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios, estaba listo para esta ocasión, y leyó y enseñó al pueblo día
tras día (vv. 2-8). Encontramos varias cosas interesantes aquí. Pri-
mero, vemos el respeto del pueblo por la Ley de Dios, en que per-
manecieron atentos escuchándola durante varias horas al día (vv.
3-5). Segundo, Esdras leyó y habló desde algo muy similar a los
púlpitos nuestros de hoy en día (v. 4). Tercero, no solamente se
leyó la Palabra sino que también fue explicada (v. 8).
Aquí vemos lo que sin duda se convirtió en la práctica ordinaria
de las sinagogas en aquellos días y posteriormente. En los tiempos de
Jesús se seguía un esquema similar (Lc 4.16-22; cf. Hch 13.14-42).
Como resultado de la enseñanza de la Palabra de Dios, el pue-
blo quiso ser hacedor de esa Palabra, guardando sus leyes (vv.
13,18).
Finalmente, llegaron a un momento de confesión pública ante
Dios (cap. 9). En este renacimiento, fueron los levitas los caudillos
espirituales (vv. 4-5). Dirigieron al pueblo en grandes oraciones de
confesión (vv. 5-38).
Esta oración es digna de ser estudiada cuidadosamente, puesto
que muestra cómo un pueblo de Dios, enseñado por la Palabra de
Dios, llegó a tener un corazón quebrantado y contrito. Comenza-
ron alabando a Dios, de acuerdo con la revelación que había he-
cho de sí mismo: Creador y Vivificador (v. 6); el que escogió a su
pueblo a través de Abraham (v. 7); el que hizo un pacto eterno
con su pueblo (v. 8).
A continuación sigue en la oración una larga revisión de la forma
misericordiosa en que Dios trata a su pueblo, a pesar de su condición
pecadora y su dureza de entendimiento (vv. 9ss). Su esperanza se-
guía descansando en la revelación que él había hecho de sí como
dispuesto a perdonar y lleno de misericordia (vv. 17-31, cf. Éx 34.6-
7). Al final hacían la petición de que Dios los ayudara, y se compro-
metían a un pacto firme con Dios, y a obedecerlo (v. 38). Nueva-
mente se destaca la rectoría de los levitas y sacerdotes (v. 38).

482
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

El capítulo 10 contiene la lista de los que firmaron el pacto en


representación de todo el pueblo (vv. 1-27) y el contenido de dicho
pacto (vv. 28-31). Después de esto siguieron adelante con hechos
que reflejan su intención de obedecer la Ley de Dios (vv. 32-39).
Los capítulos 11 y 12 contienen principalmente el censo de los
sacerdotes y su establecimiento en puestos de jefatura entre el
pueblo, así como provisiones para su distribución.
El capítulo 13 contiene el relato de la rectificación de cuantas
prácticas seguían existiendo entre el pueblo que no estaban de acuer-
do con la Ley de Dios. Un ejemplo es la disciplina impartida al
sacerdote Eliasib por permitirle al amonita Tobías vivir en el patio
del templo (v. 7).
Otro ejemplo de abuso de la Ley estaba en los que no les entre-
garon a los levitas las porciones que se les debían (vv. 10-14).
Aun otra violación: el sábado (vv. 15-22). Recordaremos cómo
los profetas habían puesto énfasis en la importancia de observar
esta ley (cf. Is 56.1ss; 58.13ss).
Pero todavía quedaban algunos que se estaban casando con
extranjeras (vv. 23-24). Nehemías los trató como una amenaza
para el futuro del pueblo de Dios (v. 25). Les mostró a Salomón
como un mal ejemplo en este asunto, que había acarreado mucho
sufrimiento (vv. 26-27).
Todos aquellos cuyo estilo de vida estaba descendiendo en al-
guna forma fueron disciplinados (v. 28). El trabajo de Nehemías
había terminado. Ciertamente había sido fiel al Señor, y para Esdras
el escriba había resultado un valioso aliado y un poderoso auxiliar
en el cumplimiento de su tarea espiritual (vv. 29-31).

IV. Hageo
Hageo y Zacarías fueron dos profetas mencionados en Esdras
5.1 en la época de Zorobabel. Fueron levantados por Dios para
sacudir al pueblo y hacerlo reiniciar la construcción del templo en

483
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

los días de Darío I de Persia. El año segundo de Darío sería alrede-


dor del 521 A.C.
El mensaje del profeta va dirigido a los líderes responsables de
la reconstrucción del templo: Zorobabel y Josué (1.1).
Evidentemente, después de la muerte de Cambises, rey de Persia,
quien había detenido la construcción, los judíos no volvieron a inten-
tarla. En los años en los cuales les había sido prohibido construir se
habían vuelto demasiado preocupados por otras cosas. Esta actitud
los llevó a dejar la construcción indefinidamente pospuesta (v. 2).
Pero era una deshonra para el nombre de Dios ante el mundo
pagano que su pueblo viviera en hogares terminados mientras que
la casa del Señor yacía en ruinas o sin terminar (v. 4).
Por esto, el Señor le pide al pueblo que considere sus caminos
(v. 5). Esta fue la base del mensaje de Hageo.
El problema con el que se enfrentaba era que la casa de Dios
seguía sin terminar. Día tras día, al ir los judíos a sus labores, a los
campos o a sus casas, pasaban junto a los desechos del templo.
Ese templo había significado para ellos la presencia misma de Dios,
y la representación de cómo deberían ellos acercarse a él. ¿No les
había prometido Dios por medio de Ezequiel que los traería de vuel-
ta a un nuevo templo? ¿Importaba realmente que este templo per-
maneciera en ruinas?
La respuesta estaba en que recapacitaran en su manera de
vivir, sus caminos (vv. 5-7). ¡Ciertamente, el pueblo estaba traba-
jando duro en sus campos y en sus casas, pero esto no lo llevaba a
ninguna parte (v. 6)! La solución a su problema estaba en poner a
Dios primero en sus vidas. Si consentían en reiniciar su primera
empresa, y el propósito principal por el que regresaron a Jerusalén
(vv. 8-9), Dios los bendeciría y no les enviaría más sequías como
las que tanto los habían dañado últimamente (vv. 10-11). Es la sen-
cilla lección de aprender a poner a Dios en primer lugar (Mt 6.33).

484
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

El mensaje de Hageo surtió efecto (vv. 12-15). El pueblo re-


anudó la construcción y el templo fue terminado. Este pueblo estu-
vo espiritualmente alerta a la voz de Dios, y obedeció. Y el Señor le
aseguró una vez más que él estaba realmente con él (v. 13).
El resultado de su empeño por poner a Dios y a su voluntad en
primer lugar fue que el Señor fue glorificado (2.1-9). Hubo algunos
que aún recordaban el antiguo templo (v. 3; cf. Esd 3.12). Sus
emociones chocaban entre sí, puesto que el nuevo templo no podía
igualarse en esplendor al anterior. El peligro esta a en que esta
nueva casa fuera despreciada (v. 3). Sin embargo, así como suce-
de con los hombres, sucede con los templos: los hombres miran el
exterior, pero Dios mira más adentro (ver 1 S 16.7).
El Señor le aseguró a Zorobabel que él estaría con su pueblo
(v. 4), y que llenaría su templo con gloria (v. 7). No fue la cantidad
de plata ni de oro lo que lo hizo glorioso, sino la presencia y la
bendición de Dios (v. 8; cf. Mt 23.16-22).
En realidad, Dios prometió que este templo tendría mayor glo-
ria que el anterior (v. 9). Esto decía mucho con respecto a Salomón
y toda su gloria en comparación con la sencilla labor de unos senci-
llos hombres de fe (cf. Mt 6.28-29).
Se le exigió al pueblo una vez más que aprendiera la lección de
que a Dios no le glorificamos con nuestras buenas obras, es decir,
con lo que podamos hacer por él. En realidad, nuestras obras y
nuestros esfuerzos son totalmente ineficaces. Son impuros (vv. 10-
14; cf. Is 64.6). Lo que se requiere para glorificar a Dios es que su
pueblo se arrepienta y se vuelva a él, poniéndolo en el primer lugar
y reconociendo la necesidad que tiene de él (vv. 17,18). Solo enton-
ces, cuando Dios sea el primero en sus corazones, las obras podrán
ser llamadas buenas obras que dan gloria a Dios (ver Mt 5.16; Ef
2.8,9,10). Cuando el pueblo hubiera puesto a Dios primero, enton-
ces Dios comenzaría a bendecirlos, y ciertamente el nombre de
Dios sería glorificado ante todo (v. 19).

485
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El mensaje de Hageo concluye con una promesa relativa a


Zorobabel (vv. 20-23). Aquí se ve a Zorobabel como un símbolo
que hace Dios de la reconstrucción de su reino (v. 33). Al final, el
Señor destruirá a todos los enemigos de Israel, a los reinos de este
mundo (2.21-22), tal como había prometido a través de Daniel, y
exaltará el remanente de su pueblo, personificado en la jefatura
obediente de Zorobabel (cf. 1.14).
Así, en el espacio de tres meses (ver 1.1,15—2.10,20), Hageo
terminó su labor de profetizar la Palabra de Dios al pueblo, pero la
Palabra fue efectiva para lograr que el templo fuera terminado y
que el nombre de Dios fuera glorificado.

V. Zacarías
Zacarías fue contemporáneo de Zorobabel y de Hageo. Tam-
bién él fue suscitado para instar al pueblo a seguir reconstruyendo
el templo en el año segundo de Darío (1.1). Sin embargo, su men-
saje es bastante diferente en estilo y en contenido del de Hageo. Su
escrito contiene mucho material apocalíptico (escritura simbólica),
como sucede con los libros de Ezequiel y Daniel en el Antiguo
Testamento y Apocalipsis en el Nuevo.
Este libro se divide básicamente en dos partes. La primera
contiene las visiones mostradas a Zacarías para que llame al pue-
blo a realizar la labor de la reconstrucción (1.7—6.8). A continua-
ción, en la segunda mitad (6.9—14.21), encontramos sobre todo
profecías dadas a Zacarías para que le diga al pueblo de Dios que
tenga esperanza con respecto al futuro. El ministerio de Zacarías
cubrió más tiempo que el de Hageo, pues llegó por lo menos al año
cuarto de Darío (7.1).
El mensaje de Zacarías comienza con una lección del pasado
(1.2-6). Como había hecho Hageo, Zacarías llama al pueblo a re-
gresar al Señor, es decir, a ponerlo en primer lugar en sus vidas (v.
3; cf. Hag 2.17-18). Antes del exilio, los padres no habían aprendi-

486
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

do esa lección (vv. 2,4) y habían sufrido amargas consecuencias (v.


6). Esencialmente, Zacarías, como Hageo, los estaba llamando a
considerar sus caminos; él los trataría en consecuencia (v. 6).
Después de esto Zacarías habla de una serie de visiones y
revelaciones que se le dieron para conmover al pueblo y llevarlo a
una entrega mayor al Señor (v. 7—6.8).
La primera visión fue la de un hombre en un caballo alazán (vv.
7-17). El caballo alazán y los demás, explica el profeta, son envia-
dos por el Señor para que caminen sobre la tierra (v. 10). En Apo-
calipsis 6.1-8 hay una visión similar de caballos. Allí el mensaje está
relacionado aparentemente con las fuerzas de la historia desatadas
sobre la tierra. Aquí podría significar lo mismo. Los caballos sugie-
ren ejércitos conquistadores, como ya hemos visto en muchos pro-
fetas (cf. Jl 2.4ss). El ángel parece interpretar la visión como un
símbolo de la aflicción que había oprimido a Israel en los últimos
setenta años, esto es, en el período de la cautividad (v. 12).
En este momento el Señor le presenta a Zacarías el mensaje
tranquilizador de que ahora quería el bien para su pueblo (vv. 13ss).
Al igual que había hecho por medio de otros profetas (Isaías, Jere-
mías, Ezequiel), ahora expresa también su disgusto con naciones
como Asiria y Babilonia, Edom y Moab, y otras que no habían teni-
do misericordia en sus tratos con su pueblo, que él había querido
que fuera castigado pero no con la severidad con que esos pueblos
paganos habían tratado a Jerusalén.
Por esta razón era ahora importante que Dios le mostrara su
misericordia a su pueblo y lo restaurara a una relación correcta con
él (v. 16). Por lo tanto, era también importante que el templo, el sím-
bolo de la presencia y la bendición de Dios en medio de su pueblo,
fuera terminado (v. 16). Una vez más el pueblo de Dios tendría una
herencia (tal es el significado del «cordel colocado sobre Jerusalén»;
cf. Jer 31.38-39). Las palabras dichas por Isaías al pueblo de Dios
mucho tiempo antes serían hechas realidad (1.17; cf. Is 40).

487
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La segunda visión (vv. 18-21) es la de los cuatro cuernos y los


cuatro carpinteros. Enseña prácticamente lo mismo que vimos en
la primera. Dice claramente en forma simbólica que las fuerzas
que trajeron la aflicción a Jerusalén serán destruidas (v. 21).
La tercera visión es la de un hombre con un cordel de medir
(2.1-13). Sin duda alguna, está relacionada con la visión de Ezequiel
sobre la nueva Jerusalén (v. 2; Ez caps. 40—48). La promesa de
Dios de que él sería la muralla y la gloria de Jerusalén está de
acuerdo con el mensaje de Hageo 2.7 (v. 5; cf. Is 4.5). Es un
desarrollo del tema de la primera y segunda visión, esto es, de que
al final Dios bendecirá a su pueblo (vv. 6-10) .
Junto a lo que dicen las otras visiones, esta atiende a los mensajes
del pasado, que les prometían bendiciones también a las otras nacio-
nes si venían al Señor y al pueblo de Dios (v. 11; cf. Miq 4.2). Como
ya había sido dicho por medio de Oseas, el Señor será conocido por su
pueblo (v. 11). El pueblo de Dios será su herencia para siempre, como
había dicho él por medio de Moisés (v. 12; cf. Dt 32.9).
Como en Isaías, Miqueas, y Habacuc, Dios habla aquí desde
su santo templo, haciendo que todos queden en silencio ante su
santa presencia (v. 13; cf. Is 6.1-5; Miq 1.2; Hab 2.20).
La cuarta visión es la del sumo sacerdote Josué (cap. 3). Este
Josué fue el colaborador de Zorobabel cuando este trajo al pueblo
de vuelta a Jerusalén para la reconstrucción (Esd 5.2; Hag 1.1). La
presencia de Satanás como adversario suyo recuerda una escena
parecida en los capítulos 1 y 2 de Job, que veremos posteriormente
(cf. 1 Cr 21.1). Las frecuentes apariciones de Satanás en el cielo
antes de que Cristo consumara su obra en la cruz y resucitara han
sido ya comentadas (ver nuestras observaciones sobre Ez 28.11ss).
Aquí Josué, el sumo sacerdote, representa claramente a todo el
pueblo de Dios, el verdadero remanente, sacado como un tizón del
incendio (v. 2; cf. Am 4.11). Como todos los hombres, Josué está
vestido con ropas sucias: su propia justicia (v. 3; cf. Is 64.4).

488
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

Dios en su misericordia, le quita a Josué sus ropajes sucios y lo


viste con otros limpios: la justicia por la fe (v. 4; cf. Is 53; Ap 3.4-5;
4.4; 6.11; 7.9,13; 19.14). La restauración de Josué al sacerdocio
(vv. 6ss) señala sin duda al deseo de Dios de que todos los creyen-
tes ejercieran su sacerdocio (Éx 19.6; 1 P 2.5,9; Ap 1.6; 5.10).
Así, el justo de los días de Josué es una señal del Cristo que
habría de venir, que es el Renuevo (v. 8; cf. Is 11.1; Jer 33.15). La
escena de paz del final es usada frecuentemente en las Escrituras
con el fin de expresar la paz ideal en la tierra para el pueblo de
Dios, el día en que todo lo malo haya pasado y solo permanezca el
pueblo de Dios (v. 10; cf. 1 R 4.25; Is 36.16; Miq 4.4).
Esta visión eleva al pueblo por encima de sus dificultades del
momento y ayuda a aquella generación a ver lo que Dios ha pla-
neado para su final definitivo. Esto también serviría para animarlos
a reconstruir y a manifestar su fe en las promesas de Dios.
La quinta visión es la de un candelero de oro y dos olivos (cap.
4). Zacarías vio un candelero de oro con siete lámparas, y al lado
dos olivos (vv. 1-3). Esta visión comunicaba la verdad de que la
obra de Dios sería cumplida, no por el poder y la fuerza de los
hombres (es decir, las espadas), sino por el Espíritu de Dios (v. 6).
Por lo tanto, esta verdad es la misma que fue revelada a Elías,
como se ve en 1 Reyes 19; no en el terremoto, ni en el viento, ni en
el fuego sino en la «voz suave y apacible».
La lección fue aplicada inmediatamente a la construcción del
templo en los días de Zorobabel (v. 9). Esta había sido comenzada
por la actividad del Espíritu de Dios, que impulsó a Ciro a decretar
la construcción y al remanente a regresar para construir (cf. Esd
1.1,5). No había fuerza humana que fuera capaz de detener ahora
al Espíritu de Dios para que no fuera terminada. De modo que Dios
suscitó a los dos olivos (los dos testigos, Hageo y Zacarías) para
que indujeran a Zorobabel y a Josué a terminar la labor que habían
comenzado (vv. 11,14).

489
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Aquí se nota también la misma actitud que se pudo ver en el


mensaje de Hageo. Hubo algunos que ridiculizaron los esfuerzos
de estos judíos como algo pequeño e insignificante (v. 10). Pero si
Dios lo ordenaba, no era insignificante, y Dios dispondría las cosas
para que fuera terminado. (En el capítulo 11 de Apocalipsis hay una
revelación similar.)
La sexta visión es la de un rollo volante (cap. 5). El rollo en sí
podría ser identificado con la Palabra de Dios escrita, o el Libro de
Dios (cf. Jer 36.2; Ez 2.9). Dios le mostró a Zacarías que sus
verdades eran aplicables a todos los hombres y que todos serían
juzgados por él (vv. 3,4). Así, tal como a Habacuc, ahora se le
muestra a Zacarías que las exigencias de Dios son aplicadas a
todos y que la Ley de Dios buscará y juzgará a cada pecador sin
importar dónde se encuentre.
Como ilustración de lo escrutador de su juicio, Dios le muestra
a Zacarías la visión de un efa (medida) gigantesco, lo suficiente-
mente grande como para que una mujer se sentara dentro de él (v.
6-7). Amós había reprendido al pueblo por haber hecho pequeño el
efa, engañando a sus hermanos con medidas no honradas (Am 8.5;
cf. Os 12.7; Miq 6.11). Pero Dios tomaría el pecado secreto, lo
engrandecería, y los metería en él, como hizo aquí simbólicamente
con la mujer (vv. 7,8).
Su traslado hasta Sinar (término usado algunas veces para de-
signar a Mesopotamia y las regiones aun más allá), región que en
estos momentos estaba controlada por Persia (vv. 9-11), señalaba
a la deportación de los pecadores de Israel a Babilonia.
Como segunda representación de la función escrutadora del
juicio divino, Zacarías ve cuatro carros tirados por caballos de di-
versos colores, parecidos a los caballos descritos en 1.8ss (6.1-8).
Aquí se describe a los caballos como los cuatro vientos que reco-
rren toda la tierra (vv. 5-7). Con esto Dios está simbolizando sim-
plemente el juicio escudriñador de Dios, el cual, como el viento,

490
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

sopla en todas las direcciones sobre toda la tierra. Este parece ser
también el significado de la visión similar que está en el libro de
Apocalipsis (Ap 6.1-8; 7.1).
A través de esta serie de visiones Dios le ha hablado a su
pueblo mostrándole en forma simbólica el significado y el sentido
de aquellos días. Dios estaba obrando para purificar a su pueblo y
juzgar al mundo. El llamado a reconstruir el templo y terminarlo no
provenía de los hombres sino de Dios, y por lo tanto era importante.
Tenía que ser terminado.
Con esto concluye la primera gran división de Zacarías. En la
segunda parte Zacarías, en forma similar a otros profetas de Dios,
recibe una serie de mensajes que señalaban a los juicios pasados
que Dios había realizado sobre su pueblo y a la esperanza futura
del remanente que busca a Dios para tener salvación (6.9—14.21).
Primeramente, Dios ordenó la coronación de Josué, el sumo
sacerdote (6.9-15). Podemos ahora hacer una comparación con el
capítulo 3. Dios le da instrucciones a Zacarías para que haga coro-
nar a Josué (v. 11), es de suponer que como símbolo de la exalta-
ción que el mismo Dios hace de su pueblo a través del llamado
Vástago o Retoño, el que surgirá para construir el Verdadero Tem-
plo de Dios (v. 12-13) .
Varios pasajes vienen ahora a colación. Primeramente, el Cris-
to, el mayor de los hijos de David, es descrito como un Vástago en
Isaías 11.1, que sería el vástago brotado del tronco de Isaí. Des-
pués, en Isaías 53.2, se describe en forma similar al Cristo, como
una raíz nacida de la tierra seca. Aquí aparece como sacerdote y
rey a un tiempo (v. 13). Como sacerdote, construirá el templo de
Dios, y como rey, gobernará sobre el reino de Dios (cf. Is 9.6-7).
En el Nuevo Testamento encontramos que las palabras referentes
a Jesús señalan tanto hacia su misión de construir el Verdadero Templo
de Dios (la Iglesia: Jn 2.19-21, porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo)
como de gobernar a las naciones (Hch 7.35; Mt 2.6; Ap 2.27; 12.5).

491
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Aquí, en Zacarías 6.13, su misión se describe como de paz,


como lo fue en Isaías 9.6.
Este pasaje (vv. 9-15) sirve por tanto a un doble propósito. Por
un lado, animaría al pueblo a reconstruir el templo en sus días como
expresión de su fe en las promesas de Dios respecto al templo
glorioso de Dios al final de los tiempos (cf. el mensaje de Dios por
medio de Ezequiel en la última parte de ese libro), y al mismo tiem-
po señalaría a la obra mucho mayor del Príncipe-Sacerdote (el Cris-
to) que habría de venir, para dar cumplimiento al propósito de Dios
de construir un templo perdurable (la Iglesia de Cristo).
El segundo mensaje (7.1-7) se refiere al verdadero ayuno del
pueblo de Dios. Como había hecho Isaías (Is 58.3-7), ahora tam-
bién Zacarías se preocupa con el auténtico ayuno para impedir que
este acto religioso se convierta en un simple rito carente de signifi-
cado. Es importante notar aquí que el Señor enseñó que nadie po-
día ayunar para Él, si no comía ni bebía también para Él (vv. 5-6; cf.
1 Co 10.31). ¡Todo lo que hacemos debería ser para la gloria de
Dios! Por eso leemos frecuentemente en la Palabra de Dios que él
está interesado en que todo culto, incluso el ayuno, sea para su
gloria. Lo que le preocupa es la actitud del corazón, y no el acto en
sí (ver Mt 6.16-18; Jn 4.23).
El tercer mensaje se refiere al juicio de Dios en el pasado contra
Judá por causa de sus pecados (vv. 8-14). Dios había esperado que
hubiera justicia auténtica en los individuos de su pueblo (vv. 8-10; cf.
Gn 18.19; Is 5.7), pero se habían negado (v. 11). Esta es la razón por
la cual Dios había lanzado un duro juicio sobre la tierra (v. 14).
Sin embargo, en el cuarto mensaje (8.1-17) Dios explica por
qué él hizo que un remanente de Israel regresara a la tierra para
reconstruir. En esta sección Dios expresa su determinación de que,
a pesar de sus fallos anteriores, el suyo sea un pueblo obediente.
Dios ha regresado, y por tanto, hay esperanza para su pueblo (v. 3).
La montaña santa (la Iglesia de Dios) sobrevivirá, y se edificará

492
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

sobre ella (v. 3; cf. Is 2.2-4). La descripción de una época de paz


(v. 5) hace recordar la promesa de Dios que aparece en Apocalip-
sis 21 y 22 sobre la Nueva Jerusalén, que es la esperanza de todo el
pueblo auténtico de Dios, formado por los sobrevivientes del juicio
de Dios gracias a su fe (v. 6).
Vemos también cómo este pasaje se dirige a animar al pueblo
para que termine el templo como expresión de su fe en que Dios
hará lo que ha prometido (v. 9). La viña que una vez había defrau-
dado a Dios (Is 5), florecerá aún y llevará fruto (v. 12). Pero estas
promesas eran solamente para el remanente compuesto por los
verdaderos hijos de Dios (v. 12).
Tomemos nota también de que Dios no cambia sus exigencias
con respecto a la conducta de su pueblo (vv. 16-17; cf. 7.8-11).
El quinto mensaje le promete a ese remanente una verdadera
restauración de júbilo en el culto y la bendición (vv. 18-23). Ahora,
debemos tener en mente que Joel había hablado mucho tiempo
antes de la necesidad del gozo en el culto a Dios (Jl 1.16; 2.18-29).
En aquellos días —la época en que Dios derramaría sus bendicio-
nes sobre su Iglesia— muchos vendrían de los gentiles al pueblo de
Dios para buscar esas mismas bendiciones (v. 23).
El sexto mensaje abarca del capítulo 9 al 11 y habla del final
seguro de los enemigos de Jerusalén y de la llegada de su Rey. Tiro
simboliza en este momento a todos los enemigos de Dios. Será
derrotada (9.3-4). En la misma forma tratará Dios a los filisteos y a
todos los enemigos de él (vv. 5-8).
El Señor hará esto por medio del Rey que habrá de venir (vv.
9-10). Aquí se describe al Cristo en términos que son a un tiempo
relativos a su gloria y a su humildad. Este pasaje es aplicado a
Jesús en el Nuevo Testamento (Mt 21.5). Él se sentará sobre un
reino eterno que abarcará todo el mundo (v. 10; cf. Dn 2.44-45).
El resto del capítulo señala hacia la gran victoria que será al-
canzada a través del Cristo que vendrá: el Rey del Pueblo de Dios.

493
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Por medio de la sangre que derramará, que es la sangre del pacto,


libertará a los que están en prisión (v. 11; ver aquí también en Gn 22
las promesas hechas por Dios de que proporcionaría un cordero
para el sacrificio; Jn 1.29; Heb 10. 29; 1 Co 11). Dios habrá de
proteger a su pueblo (v. 15).
En el capítulo 10 se hacen alusiones al símbolo de Daniel de los
machos cabríos: Grecia (ver Dn 8.21; 9.13) y los pastores, que le
habían fallado todos a Dios (v. 3). Los pastores son una referencia
a aquellos rectores de Israel que habían pecado (cf. Jer 50.6; Ez
34.10). Cuando los hombres fallan, la misericordia de Dios se pone
en acción, y ahora será él quien guíe a su pueblo (v. 6). Será como
un segundo éxodo para el remanente (vv. 8-12) .
En el capítulo 11 Dios, como gran Pastor de su rebaño, alimen-
tará a los dignos de compasión, quienes conocen su indigencia y su
necesidad de Dios (vv. 4-10). Estos son las verdaderas ovejas de
Dios —los pobres del rebaño— que conocerían y seguirían la voz
de Dios (v. 11; cf. Jn 10.1-6).
La alternativa a oír y obedecer al Verdadero Pastor es la de ser
pastoreados por asalariados que no van a ayudar a las ovejas sino a
hacerles daño (vv. 15-17). Son pastores como los que describe
Ezequiel en 34.2-10 (cf. Jn 10.12-13).
El séptimo y último mensaje se ocupa del sufrimiento y la muerte
del Rey pero también de su triunfo final (caps. 12—14). Aquí habla
el Señor como creador (12.1). Les permitirá a las naciones que se
levanten contra su Iglesia (vv. 2-3; cf. Ap 20.7-9), pero Dios al final
los destruirá (vv. 4-6; cf. Ap 20.9b) y salvará a su pueblo (12.7-9).
Pero incluso en medio de esta representación del triunfo final,
el Señor les recordará una vez más, como lo hizo en Isaías 53, lo
costosa que le ha sido a él su salvación (vv. 10-14). Aquí habla con
toda claridad de los sufrimientos y la muerte de su Salvador para
mostrar su misericordia para con ellos (cf. Jn 19.37). Así, aquí como

494
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

en 9.9, se les muestra que junto con la gloria habrá también sufri-
miento antes del triunfo final del Salvador sobre sus enemigos.
El capítulo 13 sigue hablando de la sangre derramada por el
Redentor, que es una fuente en la que pueden limpiar su pecado y
sus impurezas (v. 1). Se mencionan en forma específica las heridas
de sus manos (cf. Lc 24.39,40; Jn 20.24-27).
Profetizando nuevamente sobre los sufrimientos del Salvador,
lo describe como el Pastor herido (v. 7; cf. Mt 26.31). En sus sufri-
mientos y en la vida dura de quienes lo sigan, serán expiadas las
faltas, de tal manera que solo los purificados, el remanente, sobre-
vivirán y serán salvados: tal es el pueblo de Dios (vv. 8-9).
El último capítulo regresa a las palabras de 12.1-3 y a la des-
cripción de las naciones unidas contra la Iglesia de Dios (14.1-2).
Dios declara además su intención de entrar en combate a favor de
su pueblo y ganar la victoria para ellos (vv. 3-8; cf. Dn 12.1; Ap
20.7-9). La expresión «al caer la tarde habrá luz», del versículo 7,
señala hacia la esperanza de que cuando las cosas parezcan más
oscuras para el pueblo de Dios será cuando Dios regresará y con-
vertirá la noche en día.
Entonces Dios reinará como Rey de reyes (v. 9; cf Ap 1.5-6).
Nuevamente vemos que todas las naciones serán juzgadas, pero
será también salvado un remanente de ellas, que será el verdadero
Israel, la verdadera simiente de Dios (vv. 12-16). La ciudad y el
pueblo de Dios serán purificados por completo de todos los que no
crean y de todos los pecadores en aquel día (vv. 17-21; cf. Ap
21.8,27). No habrá lugar en las tiendas de Sem para los cananeos
en aquel día (v. 21; cf. Gn 9.25-27; Is 54.2-3; Jer 30.18; Zac 12.7).
De manera que por medio de Hageo y de Zacarías hemos visto
lo importante que era para el pueblo de Dios en aquel momento
estar activos en la terminación del templo. En este templo se halla-
ban simbolizadas las promesas de Dios de permanecer con su pue-

495
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

blo y de darle el triunfo final. En aquellos días la mejor expresión de


su fe en el Señor y en sus promesas era el terminar la tarea que él
les había encomendado.

VI. Malaquías
Los escritos del profeta Malaquías surgieron hacia el final de la
revelación del Antiguo Testamento, probablemente una generación
o dos después de los días de Esdras y Nehemías. A Malaquías
generalmente se le sitúa alrededor del año 400 A.C.
Por el contexto del mensaje de Malaquías es evidente que,
desde las reformas de Esdras y Nehemías, a mediados del siglo V
A.C., los judíos se habían deteriorado espiritualmente una vez más.
Esto se refleja en especial en las preguntas que Dios responde tan
pacientemente en el libro.
Desde el primer capítulo hasta 3.15 encontramos una serie de
preguntas hechas al parecer por los jefes del pueblo, los que no creían
lo que Dios les había estado enseñando a través de su Palabra. Cada
pregunta va precedida de una declaración de Dios sobre la situación
espiritual del pueblo en aquellos días. A continuación sigue la pregun-
ta llena de dudas del pueblo y finalmente la respuesta de Dios. Des-
pués de esta serie de preguntas y respuestas, el mensaje procede a
hacer una clara distinción entre los justos y su futuro, por un lado, y
los injustos y su futuro por otro (3.16—4.3). El libro termina con una
exhortación final dirigida al pueblo de Dios (4.4-6).
Dios comienza su mensaje declarando su amor por los judíos
de aquella época post-exilio (1.25). Como había hecho al principio
con Israel en el momento del éxodo, ahora también Dios muestra
que los ama (v. 2; cf. Dt 4.37). Sin embargo ellos dudan de su amor
y lo ponen entre interrogantes (v. 2).
La respuesta de Dios es hacer que Israel mire a la historia.
Jacob y Esaú eran hermanos de los mismos padres. Sin embargo,
Dios no los trató de igual manera a ambos. Al escoger a Jacob,

496
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

rechazó a Esaú. La decisión fue claramente suya. Como resultado,


Esaú no pudo triunfar. Dejado en libertad para hacer todo el mal
que se le antojase, se rebeló contra Dios; pero nunca pudo derrotar
a Dios ni al pueblo de Dios (1.3-5).
Si miramos al pasado, veremos que Esaú era un hombre car-
nal, completamente materialista (ver Gn caps. 25—27,33). Daba
muestras de ser orgullosamente contrario a Dios. Más tarde, sus
descendientes los edomitas también resistieron a Dios y fueron or-
gullosos ante los hombres. Por medio de Abdías Dios les predijo su
caída (ver Abdías).
Lo que Dios quiere demostrar aquí es que el hecho de que
Israel siga siendo bendecido por Dios como su pueblo (mientras
Esaú y sus descendientes están bajo maldición) prueba su amor por
ellos. Aquí el amor de Dios significa que él ha escogido a Israel, y
su odio que él ha rechazado a Esaú.
Pablo usará luego este ejemplo al escribir a los Romanos. En
los capítulos del 9 al 11 muestra que la salvación de todos los hom-
bres depende de la gracia y la elección de Dios, y no de las obras
(9.10-13). Ni Jacob ni Esaú merecían ser bendecidos. Si Dios lo
hubiera dejado obrar a su antojo, Jacob hubiera terminado igual que
Esaú. Esto es lo que quiere decir. No terminó como Esaú por la
única razón de que Dios lo había amado.
A continuación Dios reprende a los sacerdotes por no darle a él
la gloria y el honor sino más bien despreciar su nombre (1.6—2.9)
. Recordemos que los sacerdotes y el sacerdocio habían renacido
después del exilio, y que este reavivamiento había sido el instru-
mento para la reforma del pueblo de Dios en los días de Esdras y
Nehemías. Ahora, al parecer, los sacerdotes se estaban apartando
una vez más de la Ley de Dios (v. 6). Se estaban dirigiendo hacia el
mismo estado de cosas que se había desarrollado en el pasado en
los días de Elí y de sus dos hijos malvados (cf. 1 S 2.12-17).

497
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Y sin embargo, los sacerdotes preguntaban: «¿En qué hemos


menospreciado tu nombre?» (v. 6).
La respuesta de Dios fue que, en primer lugar, le habían ofreci-
do a él las sobras, guardándose lo mejor para ellos (v. 7). ¡Su trato
con Dios era contentarse con darle lo que no se hubieran atrevido a
darle al gobernador de la tierra (vv. 7.8)! Dios rehusaba esos dones
y los llamaba al arrepentimiento, y a que le ofrecieran verdaderas
ofrendas (vv. 9-10). La situación se parecía mucho a la que había
habido en los días de Isaías, cuando Dios había rehusado también el
culto de los israelitas (Is 1.11-15).
Dios tenía celo por su nombre y su gloria entre los gentiles,
aunque los sacerdotes no lo tuvieran (vv. 11-12). Lo que es peor,
encontraban aburrido y agotador todo el culto a Dios (v. 13) . Sus
ofrendas deshonraban a Dios, y él les advirtió que esto no lo permi-
tiría (v. 14). Les dijo que les enviaría una maldición, y los apartaría
de su cargo de sacerdotes (2.1-3).
En este punto Dios quiso expresar cuál era el sacerdocio ideal,
en los términos de su pacto original con la tribu de Leví (2.4-7).
Cuando Dios estableció inicialmente el sacerdocio, en la época del
éxodo, eligió a la tribu de Leví, y en particular a Aarón y a sus hijos,
para que fueran sacerdotes suyos. Los primeros sacerdotes reve-
renciaban a Dios y respetaban su nombre (v. 5). Sabían la Ley de
Dios y la enseñaban, además de vivir de acuerdo con la justicia que
Dios exigía (v. 6). Por lo tanto, eran guías espirituales efectivos que
llevaban a muchos hasta Dios (v. 6).
El versículo 7 expresa hermosamente lo que Dios había queri-
do siempre que fueran los sacerdotes. Debían enseñar la Palabra
de Dios y ser la fuente de la que aprendieran la Ley de Dios todos
los hijos del pueblo. En resumen, eran los mensajeros de Dios y
debían estar preparados para enseñar toda verdad espiritual proce-
dente de Dios. El mejor ejemplo de esto lo encontramos en Esdras
(Esd 7.6).

498
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

En contraste con lo que debían ser, estos sacerdotes de la épo-


ca de Malaquías se habían apartado de la voluntad de Dios. En
lugar de ayudar al pueblo, habían sido motivo de tropiezo para él
(2.8). En consecuencia estos sacerdotes habían perdido el respeto
de todo el pueblo (v. 9).
Después el Señor reprendió al pueblo por la alevosía con que
se trataban unos a otros (vv. 10-16). Se esperaba de ellos que fue-
ran hermanos espirituales de la misma familia divina (v. 10). Pero
en lugar de eso, se habían tratado traidoramente unos a otros, por lo
que habían profanado y deshonrado el pacto que Dios había hecho
con las familias de Judá.
El pueblo preguntó otra vez cómo era que se habían tratado
con alevosía y habían profanado la santidad de Dios (vv. 11-14). La
respuesta de Dios se contentó con señalar particularmente a sus
matrimonios, sus relaciones familiares conforme al pacto. Era como
si hubieran profanado la santidad de Dios al casarse con las hijas
(adoradoras) de dioses extraños (v. 11). Por esta causa no podían
adorar a Dios en forma aceptable (vv. 11-12) . Habían profanado la
simiente del pacto, no teniendo miramientos con la santidad de Dios.
Se habían casado con adoradoras de ídolos y no podían esperar que
Dios aceptara sus ofrendas, ni aunque fueran acompañadas de lá-
grimas (v. 13).
Evidentemente, el pueblo objeto de esta acusación se había
divorciado de sus esposas creyentes para casarse con mujeres pa-
ganas (v. 14). Y Dios nunca había querido que pasara esto. Los
había hecho hombre y mujer para que se casaran y se hicieran una
sola carne (Gn 2.24). El hogar debería ser un lugar sólido en el que
padres creyentes enseñen a sus hijos la Palabra y la voluntad de
Dios (Gn 18.19), y ellos mismos vivan como un ejemplo de vida
piadosa (Dt 6.4-9). Vemos cómo Dios buscaba en Abraham una
simiente de creyentes, rechazando a Ismael y eligiendo a Isaac.
Vemos también cómo Abraham, comprendiendo la voluntad de Dios

499
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de tener un pueblo santo y creyente, rechazó a las hijas de Canaán


para el matrimonio de su hijo, y envió a su sirviente a buscarle
esposa a Isaac de entre su propia familia (Gn 24).
El Señor, como el mismo Jesús enseñó, nunca quiso que su
pueblo destruyera sus matrimonios divorciándose de esposas cre-
yentes. Dios contemplaba este rechazo de la propia esposa, como
un acto de violencia, similar al de rasgar una vestidura cosida para
permanecer en una sola pieza (v. 16; cf. Mt 19.3-9).
Pasadas estas cosas, el Señor declaró que las palabras del pueblo
ya lo estaban cansando (v. 17—3. 6). Pero ellos preguntan nueva-
mente: «¿En qué le hemos cansado?« (v. 17). Las palabras de las
que Dios hablaba eran sus juicios morales, que no se basaban en la
verdad de Dios y declaraban bueno el mal, profanando el nombre
de Dios al enseñar que Dios aprobaría sus malas obras. En otras
palabras, ellos en realidad, ¡habían llegado a dudar de la existencia
de un Dios de justicia y de juicio (v. 17)!
En este momento el Señor manifestó su intención de enviar un
mensajero antes de venir él para realizar su temible juicio contra el
pueblo (3.1-6). La venida de este mensajero precedería a la del
mismo Señor. Pero su venida no sería agradable sino temible, por-
que vendría para convencer al pueblo de sus pecados, para que
cuando el Señor viniera no fueran todos consumidos (v. 6). O sea,
la venida del mensajero tenía por fin limpiar al pueblo a través de un
llamado al arrepentimiento (vv. 2-3). Todos los que no se arrepin-
tieran serían barridos en el juicio (v. 5) .
Esta profecía se refiere a Juan el Bautista (Mt 11.7-19). Como
antes el profeta Joel, Malaquías advierte sobre el día terrible del
Señor que habría de venir (cf. Jl 1.15ss). El propósito mismo de la
venida de Juan fue preparar al pueblo para recibir al Señor. Si él no
hubiera venido y preparado al pueblo por el bautismo de arrepenti-
miento en aquellos días, al venir Jesús todos habrían sido juzgados y
barridos. La misión de Juan era exclusiva y hacía mucha falta,

500
La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios

porque sin ella todos hubieran sido consumidos (v. 6; cf. Mt 3.1-12;
Lc 3.1-20). Solo el hecho de que Dios es bondadoso y lleno de
misericordia podía salvar al pueblo (v.6; cf. Is 1.9).
Entonces, el Señor reprende al pueblo por apartarse de él y no
guardar sus ordenanzas (3.7-12). También tenían dudas sobre esta
acusación, y decían: «¿En qué hemos de volvernos?» (v. 7). Dios
les indicó un camino específico. Podrían regresar a Dios dándole
nuevamente su diezmo. Le habían estado robando a Dios al negar-
le lo que le pertenecía por derecho (v. 8). Dios prometió una bendi-
ción misericordiosa para ellos si le mostraban el amor que le tenían
dándole el diezmo (vv. 10-12). Su amor por el dinero les había aca-
rreado una maldición, y les había impedido acercarse al Señor (v. 9;
cf. Lc 18.18-25).
Y sin embargo, en vez de responder a Dios como él les había
indicado, el pueblo había sido violento contra Dios (vv. 13-15). Una
vez más el pueblo preguntó con incredulidad: «¿Qué hemos habla-
do contra ti?» (v. 13). Dios les mostró cómo ellos habían murmura-
do en sus palabras contra él, como lo habían hecho los israelitas en
el desierto (v. 14). Envidiaban al orgulloso y al malvado, suponiendo
que gente así florece y prospera con su pecado (v. 15). Dios había
llamado felices a los que le eran obedientes (v. 12), pero, echando a
un lado el juicio de Dios, este pueblo había declarado que los peca-
dores y los hacedores de maldad eran los felices (v. 15).
Con el versículo 15 termina la serie de preguntas y de respues-
tas de Dios. A continuación Malaquías pasa a destacar la clara
distinción que hay entre los justos y los injustos, o sea, entre los
bienaventurados y los malditos (v. 16—4.3).
Como en otros lugares, los justos son descritos aquí como aque-
llos que temen al Señor (v. 16). Son los creyentes verdaderos (cf.
Prv 1.7; 9.10; 19.23; Sal 34.9; 112.1). Sus nombres están escritos
en el libro de memorias de Dios (v. 16; cf. Is 4.3; Dn 12.1; Ap 17.8;
21.27).

501
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Estos son los que Dios reclama como suyos; estos son su pue-
blo (v. 17). Al salvar a este remanente, Dios hará una distinción
radical entre los justos y los malvados (v. 18). Como había declara-
do por medio del salmista (Sal 1.4-6), pone nuevamente en claro
que todos los malvados que se han negado a creer en él serán
destruidos (4.1). Por otra parte, los que han tenido temor del Señor,
y han recibido la seguridad de la bendición de Dios, tienen al Sol de
justicia brillando sobre sus cabezas para sanar sus pecados (v. 2).
Esto señala sin duda a la obra de Cristo salvando a los que creen.
Esta sección termina con la promesa de victoria sobre los ene-
migos, que son la simiente malvada de Satanás, la serpiente (v. 3;
cf. Gn 3.15; Ro 16.20).
El mensaje de Malaquías concluye con un llamado al pueblo de
Dios para que siga obedeciendo la Ley dada por Dios a través de
Moisés, y esperando anhelante la venida del Señor, que será prece-
dido por Elías (Juan el Bautista) (v. 5; cf. Mt 11.14). Solo su venida
salvará al pueblo de caer herido cuando venga el Señor (v. 6).
Aquí termina la profecía en el Antiguo Testamento. Finaliza
señalando hacia atrás, al fundamento de la fe en esa etapa, es
decir, a la Ley de Moisés, y señalando hacia adelante, a la venida
del Señor para salvar a su pueblo.
Pasarán unos cuatrocientos años en silencio, sin que haya una
palabra de Dios, hasta que repentinamente, en los días de Tiberio
César de Roma y Poncio Pilato en Judea, Juan, el hijo de Zacarías,
aparecerá como heraldo de la venida inminente del Señor Jesucristo.

502
CAPÍTULO 14

LOS LIBROS DE DEVOCIÓN Y


CONDUCTA DEL PUEBLO DE DIOS

Solo quedan tres libros del Antiguo Testamento por estudiar. Son
Job, Salmos, y Proverbios. En los tres, podremos encontrar la fe y la
vida del pueblo de Dios. Tratan sobre los grandes temas de la fe y la
vida cristianas. Además, no pasan jamás de moda, porque la verdad
que contienen trata problemas que la gente de todas las generacio-
nes tiene que enfrentar. Comenzaremos con el libro de Job.

I. Job
Sabemos muy poco de Job fuera de lo que dice este libro. Se le
menciona en Ezequiel como igual espiritualmente a Noé y Daniel
(Ez 14.14,20). Los tres eran conocidos por su justicia. En el libro de
Santiago, en el Nuevo Testamento, se presenta a Job como ejemplo
de paciencia (Stg 5.11).
Se supone que Job viviera por la misma época de los patriarcas
Abraham, Isaac, y Jacob, aunque no se le identifica como hebreo
sino como uno de los hijos del oriente (1.3), término aplicado en
sentido amplio a todos los que vivían al este de Canaán.
No se nos dice en qué ocasión fue escrito el libro; posiblemente
fuera en una época de la historia israelita en la que se estaba escri-
biendo literatura sapiencial, porque el libro habla mucho de sabidu-
ría. Podríamos fijarle una fecha algo posterior a la época de
Salomón, pero probablemente alrededor de la época de Ezequías.

503
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sin embargo, como ya dijimos, debido a sus grandes temas, el libro


no pasa de moda jamás.
Se divide en las siguientes partes principales: un prologo narra-
tivo que habla de Job y su sufrimiento, en los capítulos 1 y 2; una
presentación hecha por el mismo Job sobre su gran problema, en el
capítulo 3; un largo diálogo entre Job y sus tres amigos, en los
capítulos del 4 al 31; un largo monólogo de Eliú, el cuarto que re-
prende a Job, en los capítulos 32 al 37; la respuesta de Dios al
problema de Job, en los capítulos 38 al 41; la respuesta de Job a la
solución de Dios, en 42.1-6; y finalmente, una breve narración, ha-
blando de las bendiciones que Dios derramó sobre Job en sus últi-
mos días, en 42.7-16.
La narración que hace de prólogo, capítulos 1 y 2, nos habla
primeramente de quién era Job. Era de la tierra de Uz, de la cual
sabemos muy poco, excepto que era un lugar conocido en los días
de Jeremías ligado a las naciones de Filistea, de Edom, Moab, y
Amón (Jer 25.20). Uz estaba especialmente relacionada con Edom,
que se hallaba al sudeste de Israel y al sur de la región del mar
Muerto.
Job era bien visto por Dios. Se le describe como perfecto y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal (1.1). Era como fue
Noé en su generación (Gn 6.9), y también vivía como Abraham
había intentado vivir ante Dios (Gn 17.1).
Job disfrutaba de prosperidad: tenía diez hijos y abundantes
propiedades (1.2,3). Por sobre todo era un hombre devoto; no sola-
mente fiel adorador de Dios sino muy cuidadoso y preocupado con
respecto al estado espiritual de sus hijos (vv. 4,5).
De pronto pasamos de la descripción de Job a una escena que
se desarrolla en la presencia dc Dios (vv. 6-12). No se nos dice
quiénes eran los hijos de Dios que se mencionan en el versículo 6.
Muchos han deducido que eran algún tipo de seres angélicos. Sin
embargo, el término «hijos de Dios» en las Escrituras se refiere

504
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

generalmente a los que son creyentes dentro de la humanidad (Gn


6.2-4; Jn 1.12). Estos deben haber sido de los que ya habían muerto
en la fe y que en algún sentido estaban en la presencia de Dios.
Sorprende hallar a Satanás también en una reunión así. La Es-
critura parece admitir implícitamente que, de alguna manera, Sata-
nás tenía acceso a la presencia de Dios antes de la obra redentora
de Jesús. Después de esto, se dice de él que fue arrojado del cielo
y confinado a la tierra (ver Lc 10.18; cf. Ap 12.7-9; Jn 12.31; Is
14.12-20; Ez 28.2-9).
La actividad de Satanás incluía recorrer la tierra, tratando de
acusar a los siervos de Dios que encontrara (v. 7; cf. Ap 12.10;
Zac 3.1; Lc 22.31). Según entendemos, Satanás está ahora confi-
nado a la tierra, pero sigue buscando la destrucción de los hijos de
Dios que están aún en su vida terrenal (1 P 5.8).
El Señor muestra su agrado por Job, y lo describe en términos
que la Escritura aplica antes a los patriarcas Noé y Abraham. El
reto de Satanás al juicio de Dios con respecto a Job dice en esencia
que uno sirve a Dios solamente por lo que pueda conseguir para sí
mismo en esta vida (v. 10). Satanás reta a Dios a que le retire sus
bendiciones a Job, y predice que Job desertará de él si así lo hace.
En respuesta, y para su propia gloria, el Señor le permitió a
Satanás quitarle todo a Job. Sin embargo, en su soberanía, Dios no
quiso permitir que Satanás hiciera daño al cuerpo de Job (v. 12).
Las pruebas que le vinieron a Job procedentes de Satanás, con
el consentimiento de Dios, se presentaron en forma de catástrofes
naturales y atrocidades humanas: salteadores (vv. 15,17), rayos
quizás (v. 16), y tormentos (v. 19). El control que Satanás tenía de
estas fuerzas naturales solo puede ser entendido como una permi-
sión divina, puesto que ordinariamente en las Escrituras aparecen
bajo el control único de Dios. Los salteadores actuaban simple-
mente bajo las órdenes de su padre el diablo.

505
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La aceptación de estas tragedias por Job, aunque abatido por


el dolor, le da el mentís a la acusación de Satanás (vv. 20-22). Job
demostró a las claras que era un hijo fiel de Dios.
En el capítulo 2 encontramos una narración similar, esta vez
con respecto al sufrimiento físico de Job (vv. 1-8). Hasta su esposa
hizo más duro su sufrimiento, instándolo a que maldijera a Dios y
muriera (v. 9). Una vez más brillan la fe y la integridad de Job con
toda claridad (v. 10). Acepta todo lo que le suceda, con un amor y
una fe firmes hacia Dios.
De todo esto podemos deducir con seguridad que el problema
de este libro no es «¿por qué sufren los justos?», puesto que la
pregunta ha sido respondida ya. Los justos sufren en este mundo
para la gloria de Dios y para que demuestren la firmeza de su fe en
él. No era este tampoco el problema que turbaba a Job. Se ve
claramente que no le preguntó a Dios por qué permitía que suce-
dieran estas cosas. Reconocía voluntariamente el derecho de Dios
de tratarlo como le pareciera. Ni sospechaba de Dios, ni lo acusaba
por haber hecho mal en todo lo que le había sucedido. Para hallar la
respuesta a la pregunta o preocupación principal de este libro debe-
mos seguir adelante.
Sin embargo, debemos reconocer que ya hemos ganado en
profundidad con respecto a la forma en que Dios trata a sus hijos.
De vez en cuando puede que les exija que sufran por su gloria. En
esos momentos es posible que no les aclare por qué estas cosas
están sucediendo, sino que espere que acepten lo que suceda sin
acusarlo a él o quejarse, siguiendo el ejemplo de Job.
También aprendemos mucho sobre la naturaleza de Satanás.
En verdad es como un león rugiente que merodea buscando a quien
devorar. Es un enemigo de Dios que trata de quitarle su gloria, y es
el enemigo de todos los que creen en el Señor, pues busca destruir-
los y desacreditarlos.

506
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

El pasaje 2.11ss nos introduce a la escena en que se va a desa-


rrollar el largo debate que sigue. Tres amigos de Job de lugares
distantes se enteran de su tragedia y vienen a consolarlo (v. 11). Sin
embargo, no hay duda de que no estaban preparados para lo que
encontraron. Quedaron sorprendidos ante la desgracia de Job (v.
12). Tanto que se quedaron sin habla (v. 13). Sabemos que Ezequiel
pasó por una circunstancia similar (Ez 3.15).
El capítulo 3 contiene la queja de Job y con ello entramos al
verdadero problema del libro.
Pocos hombres han sufrido tanto y han sido tan probados en su
fe como Job. La forma en que comenzó su discurso nos podrá
parecer chocante, pero debemos recordar que no se estaba que-
jando por el sufrimiento. Esto ya ha quedado demostrado anterior-
mente. Su queja se debía a algo diferente.
Las fuertes palabras de Job (3.3-19) solo son igualadas quizá una
sola vez en las Escrituras por Jeremías (Jer 20.14-18). Job y Jeremías
tienen mucho en común. Ambos sufrieron grandemente y sin quejar-
se por causa de su fe, y ambos estuvieron muy solitarios, sin ningún
consuelo humano. Ambos fueron escarnecidos por sus amigos (cf.
Jer 20.7-10). Ambos procuraron ver la mano de Dios en las cosas,
como una seguridad de que todo estaba bien (cf Jer 20.12) .
De manera que el deseo que tuvo Job de morir para escapar a
sus pruebas no es único, pero le vino solo cuando su fe en Dios fue
probada hasta el límite. Ni Job ni Jeremías negaron al Señor, sino que
ambos le pidieron que los liberara de sus pruebas con la muerte.
Entonces, ¿cuál era el verdadero problema de Job? Lo vemos
presentado por primera vez en 3.20-26. Consideraba que su cami-
no estaba escondido de Dios. Se sintió encerrado, separado de Dios
(v. 23). Pudo soportar el sufrimiento físico, pero la pena espiritual
de no tener amistad con Dios, o no poder sentir su presencia, era
demasiado. Era un problema con el que no podía luchar. Toda su
vida había tenido miedo de esa quiebra de su comunión y de no

507
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

poder encontrar a Dios (v. 25; cf. 1.5). No tenía descanso ni paz
espiritual; solamente un corazón turbado porque no podía encontrar
al Señor en su momento de soledad, cuando todos lo habían des-
echado, o carecían de modos de consolarlo.
En este tercer capítulo, Job estaba diciendo en resumen que si
no podía tener amistad con Dios era mejor para él morirse. Y real-
mente, si los hombres son separados de su amistad con Dios, es
mejor que estén muertos.
En este momento comenzamos a los tres ciclos de debate en-
tre Job y sus amigos: Elifaz, Bildad, y Zofar (caps. 4-31; cf. 2.11).
El primer ciclo abarca los capítulos 4 al 14 e incluye declaraciones
de los tres amigos, y de Job como respuesta a ellos.
Elifaz es el primero que habla (caps. 4, 5). Él es también el que
sienta la pauta para todos los discursos de los amigos. Aunque pa-
rece comenzar con una descripción elogiosa de Job (4.3,4), pronto
empieza a reprenderlo y a desarrollar la acusación básica contra él,
la que simplemente se repite y amplifica cada vez que habla uno de
los amigos (vv. 5-9). En síntesis, lo que dicen todos es que solo los
malvados sufren, y por lo tanto, si Job sufre, es porque ha pecado
contra Dios y lo mejor que puede hacer es arreglar cuentas con él
(vv. 7-9).
Se puede notar cómo estos amigos dicen todos en esencia la
misma cosa (cf. 5.6-8; 8.4-6,13,14,20; 11.2-6; 11.12,20). Mientras
más protestaba Job de que era inocente ante Dios, más lo denun-
ciaban y criticaban sus amigos. Vemos que muchas de sus afirma-
ciones con respecto a Dios y a la naturaleza del hombre eran cier-
tas (5.9-13,17), pero lo que buscaban era ponerse en el lugar de
Dios para juzgar y condenar a Job, aplicando impropiamente su
caudal teológico. En esto tenemos un ejemplo diáfano de alguien
con una teología perfectamente sólida y ortodoxa que puede sin
embargo estar muy equivocado en su manera de aplicarla a la vida.
Su teología no le ha dado el don de la humildad. Tal persona es

508
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

como Elifaz, Bildad, y Zofar: orgulloso y vano en su pensamiento y


en su teología, pero muy equivocado en sus juicios sobre los demás
e inútil para ayudarlos.
Job también responde a sus amigos más o menos en la misma
forma cada vez. Hay tres cosas dignas de atención en sus respues-
tas: (1) Es persistente en negar su culpa ante el Señor; no conoce
pecado que no haya confesado y del que no haya sido perdonado.
Cree firmemente en la justificación por la fe en el Señor, y no acep-
ta el argumento de los amigos de que no todo anda bien entre él y
Dios. (2) Vuelve una y otra vez a su queja inicial; quiere la amistad
de Dios pero no la percibe. (3) Muestra señales de amargura cre-
ciente a medida que los tres «amigos» lo molestan
inmisericordemente, pero nunca se deja vencer por la amargura.
Mirando a cada uno de ellos, lo primero que notamos es lo
firme que es Job declarándose inocente. Afirma con vehemencia
no haber negado al Santo (6.10). Reta a sus amigos a mostrarle
que hay injusticia en él (vv. 28-30). No se proclama carente de
pecado pero sí afirma que todos sus pecados ya habían sido trata-
dos con el Señor. Sabía que Dios había perdonado sus pecados y no
se los tenía en cuenta (7.20,21). Afirmó con vigor su estado de
justicia ante el Señor, que significaba, por supuesto, justicia por su
fe en el Señor (13.18). También parecía estar lleno de confianza en
que la preciosa doctrina de justicia a la que se estaba asiendo sería
revindicada al final (17.9). También tenía confianza en que la posi-
ción de justicia que mantenía ante Dios en fe pasaría la prueba de
Dios y sería probada cierta (23.10). Al final de todo Job sabía que
la doctrina que lo sostenía, justificación por la fe, era correcta, y
que no podía concederles a sus amigos que su fe en Dios careciera
de valor (27.4-6). Job comprendió que había mucho más en juego
aquí que el ganar un argumento: era toda la relación del hombre
con Dios —lo justificado por la fe— lo que se habla con peligro.

509
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Job jamás cedió en esta convicción. Se negó a aceptar las acu-


saciones de sus amigos de que vivía una vida contraria a la volun-
tad de Dios. Exhibió justicia tanto como juicio en su forma de tratar
con todos los hombres (29.12-14). No tenemos razones para dudar
de Job, porque Dios ya había afirmado anteriormente su integridad
(1.1,8; 2.3). Sus palabras finales fueron nuevamente una negación
de los cargos lanzados contra él por los tres hombres que sin razón
lo acusaban (cap. 31).
No hay en realidad duda alguna, o al menos no debería haberla,
de que Job estuviera en lo cierto y sus amigos estuvieran equivoca-
dos. Job no se estaba proclamando exento de pecado, sino que se
consideraba en una relación correcta con Dios, como todo hijo au-
téntico de Dios que puede afirmar que ha sido justificado por la fe.
Por su parte, los amigos aumentan su error al persistir en su
acusación de que Job había disgustado a Dios y esta sufriendo por
ese motivo. Por supuesto, sabemos, gracias a los dos primeros ca-
pítulos, que toda su teoría está equivocada. Y sin embargo, persis-
ten en ella.
Sus acusaciones se fueron gradualmente haciendo cada vez
más crueles y erróneas. Bildad le lanzó a la cara a Job la muerte de
sus hijos, tachándolo de no ser más que un viento recio (8.2-6). En
realidad, estaba atacando la fe misma de Job (vv. 13,14). Zofar fue
sentencioso y cruel en sus palabras (11.1-6). Pero fue Elifaz el que
cambió más a lo largo del debate, desde un comienzo un tanto re-
servado, hasta una denuncia final de Job que desembocó en una
lista de cargos falsos que no podían en absoluto ser sostenidos (15.1-
6; 22.5-10). Sus últimas acusaciones (22.5-10) son mentiras claras,
sin bases reales. Evidentemente, a medida que Elifaz hablaba, fue
aumentando su frustración, y recurrió a todas las palabras que pudo
encontrar para degradar a Job, reflejaran o no la verdad.
Sus amigos nunca pudieron entender realmente cuál era el pro-
blema de Job, aunque él exteriorizaba persistentemente su sensa-

510
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

ción de haber sido separado de Dios, de no poder hallar a Dios.


Después de que así lo declaró en 3.23, lo vemos expresar la misma
idea en otras palabras y de otras formas. Al no poder experimentar
la proximidad de Dios, se sentía en la ignorancia y el desamparo
(6.13). Sabía que Dios debía estar cerca, pero no podía encontrarlo
(9.11). Una y otra vez rogaba que el Señor le enviara alguna pala-
bra (10.2,3). Tenía la seguridad de que la respuesta a su problema
estaba en Dios y en su Palabra, pero no podía alcanzar a Dios
(10.12,13). Anteriormente había conocido lo que era tener una
amistad estrecha con Dios, y cuando él llamaba, Dios siempre res-
pondía, pero ahora era distinto, y Job estaba aturdido (12.4). Para
él, lo horrible era que Dios parecía haber escondido de él su rostro,
a pesar de que en el pasado había tenido una estrecha amistad con
él (13.21-24). Añoraba los días del pasado, cuando oía a Dios y le
respondía en una dulce comunión (14.15). Sabía que si Dios quería
responderle, lo presentaría totalmente libre de culpa ante sus
acusadores (16.19,20,21).
Es lógico que Job se sintiera frustrado de que sus súplicas a
Dios pidiéndole una respuesta al parecer no fueran atendidas en lo
más mínimo por Dios (19.6-8). Parecía como si Dios hubiera le-
vantado una pared entre los dos. Nadie lo comprendía, ni siquiera
sus amigos que habían venido a consolarlo (19.13-22). Sin embar-
go, Job seguía afirmando que al final, Dios lo exculparía totalmente,
y que puesto que él estaba en una relación correcta con Dios, al
final triunfaría a pesar de que sus actuales circunstancias parecie-
ran decir lo contrario (19.25-27).
El gran problema de Job era que no sentía que Dios estuviera
cerca. No sentía sensación alguna de amistad con Dios. No podía
encontrar a su Señor (23.3-5,8-9). Añoraba aquellos días del pasa-
do en los cuales había caminado con Dios y sentido su presencia, y
sabido que Dios era su amigo y que siempre se hallaba cerca de él
(29.2-5). En síntesis, el problema de Job era similar al de la mayoría

511
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

de los creyentes en algún momento de su experiencia cristiana.


Hay momentos en los cuales sentimos la presencia de Dios muy
cerca de nosotros, y nuestra comunión con él es dulce y maravillo-
sa. Pero a veces, sin ninguna advertencia previa, Dios parece estar
muy lejos. Nuestras oraciones parecen regresar vacías a nosotros,
sin haber llegado hasta él. Cuando leemos, su Palabra es como el
bronce, y nos parece fría. Ni nos mueve ni nos da calor. Esta expe-
riencia de no sentir a Dios cerca, es una experiencia común para
los cristianos, no sabemos por qué. Este era el problema de Job.
A medida que sus amigos continúan hostigándolo, notamos una
amargura creciente en el ánimo de Job contra ellos e incluso contra
Dios. Job sentía esa misma amargura dentro de sí (9.18-24,28-29).
En ocasiones se preguntaba si era que no valía nada ser fiel, ya que
los malvados parecen prosperar (12.6). Este sentimiento era para
él una experiencia común con el salmista (ver Sal 73). Sin duda que
cada creyente, a la luz de la prosperidad de los malvados, se pre-
gunta en ocasiones si vale la pena sufrir por la justicia. Sin embar-
go, sentimientos así nos vienen cuando tenemos los ojos puestos en
la tierra en lugar de en el cielo, cuando nuestra visión es temporal y
no eterna. El salmista pasó por ello (Sal 73.17ss) y Job también.
Aunque Job dijo muchas cosas nacidas en un corazón amarga-
do y sus amigos continuaron hiriéndolo con palabras crueles, y aun-
que seguía frustrado y sin tener respuesta de Dios (13.21ss; 14.1ss;
16.9ss; 21.4-15), al final no quiso aceptar el camino de los malva-
dos, y desechó todo pensamiento de llegar a ser como ellos (21.16).
Aunque no podamos disculpar la amargura de Job, sí podemos
entenderla. Al final, siguió creyendo que su causa era justa, y lo
único que deseaba era una palabra de Dios que la confirmara.
Después del largo período de debate entre Job y sus tres ami-
gos, no habían llegado a ninguna conclusión. De pronto, sin haber
sido presentado, aunque al parecer había escuchado toda su con-
versación, comenzó a hablar Eliú, el cuarto acusador de Job (caps.

512
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

32—37). Ya había llegado a la conclusión de que tanto Job como


sus amigos estaban equivocados, y prometió decir algo nuevo y
significativo (32.1-10).
Eliú era un joven impetuoso que creía saber todas las respues-
tas. Puso en ridículo a los otros (v. 15) y al mismo tiempo se burló
de la declaración de inocencia de Job (33.8-12). Al parecer, creyó
todo lo que Elifaz había dicho contra Job sin investigarlo (34.7-8).
Hasta deseaba que le viniera más sufrimiento a Job para que apren-
diera una lección, demostrando así que era por lo menos tan duro y
cruel como los otros (vv. 35-37).
En realidad, Eliú estaba revelando la magnitud de su arrogan-
cia cuando se suponía a sí mismo hablando en nombre de Dios
(36.2). Pero al final, no había dicho nada distinto de lo que los tres
amigos ya habían dicho (36.11-13). En cuanto al anhelo que tenía
Job de recibir una palabra de Dios, Eliú decía al parecer que Dios
está por encima de todos y no necesita responderle a nadie (36.26ss).
Se ve claramente que no conocía a Dios, y no había experimentado
la amistad divina como lo había hecho Job.
Cuando Eliú terminó su discurso largo e inútil, Dios deshizo
rápidamente todo lo que había dicho, describiendo su consejo como
oscuro y carente de conocimiento (38.2).
Entonces fue Dios quien comenzó a responderle a Job (caps.
38—41). En síntesis, encontramos en la respuesta que Dios lleva
consigo a Job a un viaje verbal a través del universo. Le enseña la
creación y su providencia. Cuando le pregunta a Job si él podría
proveer las necesidades diarias de todas estas criaturas, el Señor lo
que está diciendo es que él sí puede hacerlo. Dios se preocupa por
todas las criaturas, las grandes y las pequeñas, y sin la ayuda de
Job, el Señor ha estado satisfaciendo todas sus necesidades, y lo
seguirá haciendo. Job puede verlo con solo abrir los ojos.
La respuesta de Dios dejó a Job sin habla (40.3-5). Cuando
Dios terminó, Job afirmó que todo era de Dios, y ahora podía afir-

513
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

mar que había visto claramente con sus ojos lo que antes solo había
oído con sus oídos, esto es, la doctrina que tenía sobre Dios estaba
ahora mucho más clara (42.1-5). Ante una evidencia tan abrumado-
ra de la forma en que Dios cuida de todas sus criaturas, Job se sintió
poseído por la sensación de su propia pequeñez, y no supo cómo
pudo atreverse a haber dudado de que Dios cuidara de él (v. 6).
En realidad, ¿cuál fue la respuesta de Dios? Ciertamente no fue,
como pretendía Eliú, que Dios está por encima de todos y que no
tiene por qué responderles a los hombres. ¡Eliú había dicho esto (36.24-
32) y Dios había afirmado que esas palabras eran «palabras carentes
de conocimiento»! (38.2). Lo que Dios le dijo a Job en su larga res-
puesta era esencialmente lo mismo que Jesús les indicó a sus discí-
pulos: el Dios que provee tan abundantemente para todas sus peque-
ñas criaturas, ¿no cuidará también de ti? (ver Mt 6.25-34).
Job se había dejado llevar de sus sentimientos en lugar de con-
fiar en la verdad de la revelación natural de Dios. Si hubiera abierto
los ojos y visto que Dios seguía cuidando de todas las criaturas que
lo rodeaban, entonces no se hubiera sentido ansioso. Se hubiera
sentido seguro como Jesús les señaló a sus propios discípulos, ¡de
que con mucha mayor razón Dios proveería para sus hijos todo
aquello que necesitaran! Job estaba ansioso porque se dejó llevar
por sus sentimientos en lugar de seguir la revelación clara de Dios.
La comunión entre Dios y Job nunca se rompió en realidad.
Toda la creación y la providencia declaraban esta realidad. Por lo
tanto, la respuesta se encontraba alrededor de Job todo el tiempo,
pero él se había vuelto hacia adentro para contemplar sus propios
sentimientos, y de esta manera había perdido la respuesta.
Por lo tanto, este libro tiene un mensaje importante para todos
los hijos de Dios. Debemos proceder no sobre lo que sentimos sino
sobre lo que revela la verdad de Dios. Si no sentimos que Dios esté
cerca, o nos parece que no nos oye, entonces debemos saber que
estos sentimientos no son de confiar. La verdad de Dios revelada

514
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

en su Palabra nos habla a nosotros hoy aun más claramente de lo


que le hablaba la revelación natural a Job. Tenemos una razón mucho
mejor para estar no ansiosos sino seguros de que Dios está cerca,
de que ciertamente nos cuida, y de que nos proporcionará la satis-
facción a toda necesidad.
Se nos dice que Job estaba en lo cierto al defender la fe y la
justificación por la fe contra el consejo equivocado de sus amigos.
Lo que él habló Dios lo llamó correcto, mientras que las palabras de
los amigos desagradaron a Dios (42.7).
Para mostrar a todos lo que le había dicho a Job, Dios al final
derramó sobre él ricas bendiciones (42.10-16). Pero sabemos que
Job estaba satisfecho antes de esas bendiciones finales. Por lo tan-
to, no fueron derramadas por él, sino más bien por sus amigos y por
nosotros, a fin de que todos pudiéramos ver que Dios se sentía
complacido verdaderamente con Job, y aun seguía favoreciéndolo.

II. Salmos
El libro de los Salmos es una colección de ciento cincuenta
himnos del culto del pueblo de Dios. Expresan toda la gama de la
experiencia religiosa del pueblo de Dios cuando lo adoraba indivi-
dual o corporativamente.
Se han hecho intentos para ordenar y volver a ordenar los sal-
mos de acuerdo con algún esquema significativo, pero ninguno de
dichos intentos ha tenido éxito. Suelen ser divididos en cinco libros
que algunos han comparado con los cinco libros de Moisés. Pero
esto tampoco puede ser demostrado con facilidad.
Tratar de establecer la situación y el momento en que fue he-
cho cada salmo es algo riesgoso también. Algunos tienen títulos
que indican la circunstancia, pero aun estos no son seguros del
todo, ya que al parecer fueron añadidos posteriormente y no son
parte de las palabras originales.

515
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Por lo tanto, lo mejor al estudiar los Salmos es estar convenci-


dos de que son la expresión continua de la adoración del pueblo de
Dios en una forma aceptable a Dios. Si bien recogen los sentimien-
tos y la fe del pueblo hacia Dios, son también la expresión que Dios
ha deseado y aprobado; por ello son parte verdadera de la Palabra
de Dios, de la Palabra infalible de Dios, y contienen grandes reve-
laciones con respecto a Dios, al hombre, y al camino de salvación.
La introducción adecuada al libro de los Salmos y a todo el
salterio es el Salmo 1. En él hallamos lo que podría llamarse el
contexto adecuado. Debemos, por lo tanto, darle una atención es-
pecial al Salmo 1, y ver cómo es que se le puede llamar «el contex-
to» de todo el resto de los salmos.
El Salmo 1 comienza hablando de la vida bienaventurada. El
mismo término «bienaventurado» que se usa aquí requiere algún
pensamiento. Más que una exclamación, como «la bienaventuran-
za de...», es una expresión que es propia de la vida que agrada al
Señor, es decir, la vida de los hijos de Dios. Esta expresión «bien-
aventurado» aparece con frecuencia en las Escrituras.
Sin necesidad de un estudio exhaustivo de la palabra, podemos
notar que describe la vida bienaventurada como algo que consiste en
tres puntos básicos: conocernos a nosotros mismos como Dios nos
conoce; vivir como Dios quiere que vivamos; y refugiarse en el Señor
como en nuestro Salvador que nos protege de nuestros enemigos.
Donde primero aparece el término «bienaventurado» es
Deuteronomio 33.29, con referencia a Israel como pueblo especial
de Dios, salvado por el Señor y triunfante en él.
Con respecto a conocernos como Dios nos conoce, la Palabra
enseña que la vida bienaventurada trae consigo el ser reprobados
por el Señor, esto es, que él nos muestre en su Palabra que somos
pecadores y necesitamos su ayuda (Job 5.17). La vida bienaventu-
rada insiste no en que escondamos nuestro pecado ni lo ignoremos,
sino más bien en que no se encuentre engaño en nosotros (Sal

516
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

32.1-2). Este es el único fundamento del verdadero perdón, que a


su vez es la única base para la felicidad, o sea, la vida bienaventu-
rada (cf. 1 Juan 1.8,9,10). Debemos ser sinceros para con Dios. La
Palabra de Dios nos fustiga y nos enseña y es por eso que somos
bienaventurados. Él nos trata como a sus propios hijos (Sal 94.12;
cf. 2 Tim 3.16-17).
En cuanto a vivir nuestras vidas como Dios desea que las viva-
mos se nos enseña que Dios espera que seamos no solo oidores de
la Palabra sino también hacedores (Stg 1.22; Mt 7.24ss). El Salmo
1 declara que la vida bienaventurada del justo se ve en que no anda
en la senda de los pecadores sino más bien encuentra su delicia en
la Palabra de Dios (Sal 1.1-2; cf. Sal 112.1). Además, la vida bien-
aventurada nos lleva a hacer la voluntad de Dios en concordancia
con las exigencias que él siempre ha hecho de sus hijos: justicia y
juicio (Sal 106.3; cf. Gn 18.19; Is 56.1-2). O, para decirlo de otra
manera, debemos andar en la Ley de Dios (Sal 119.1; Prv 29.18)
para hallar la vida bienaventurada. Por supuesto que esto significa
que amamos a Dios y a nuestro prójimo, pensando y preocupándo-
nos por el pobre y el débil (Sal 41.1; Prv 14.21; Stg 1.27).
Finalmente, la vida bienaventurada incluye que encontremos
nuestro refugio en el Señor, tanto con respecto a nuestros enemi-
gos cuando intentamos vivir como le agrada a Dios como de nues-
tros pecados cuando los reconocemos y le rogamos a Dios que nos
dé su perdón (Sal 2.12; 34.8; 40.4; 65.4). Este concepto de encon-
trar refugio en el Señor se expresa como confianza en el Señor (Sal
84.12), y también como un esperar en él (Is 30.18).
Esta es la vida bienaventurada, y cuando comparamos estos
pasajes del Antiguo Testamento sobre la vida bienaventurada con
las palabras de Jesús sobre el mismo asunto, las Bienaventuranzas
de Mateo 5.3-12, encontramos que hay un gran parecido. Las pri-
meras tres bienaventuranzas —bienaventurados los pobres en es-
píritu, bienaventurados los que lloran, y bienaventurados los man-

517
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sos— apuntan todas a darnos cuenta de nuestra condición de pe-


cadores y nuestra necesidad de Dios, es decir, de conocernos a
nosotros mismos como Dios nos conoce.
El segundo grupo de tres bienaventuranzas —bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, bienaventurados los
misericordiosos, y bienaventurados los de limpio corazón— hablan
de la clase de vida que Dios espera que vivamos.
Finalmente, las tres últimas bienaventuranzas —bienaventura-
dos los pacificadores, bienaventurados los que padecen persecu-
ción por causa de la justicia, y bienaventurados los perseguidos por
la causa de Cristo— hablan todas de que busquemos refugio en
Dios, haciendo las paces con él y encontrando en él nuestra espe-
ranza ante la persecución enemiga (cf. Ro 8.18).
Regresando de nuevo al Salmo 1, encontramos que la vida bien-
aventurada es descrita aquí en términos del hombre justo y de su
justicia (vv. 1-3). En contraste, el hombre malvado no tiene lugar en
medio del pueblo de Dios (vv. 4-5). El versículo final, el 6, señala lo
opuestos que son los caminos y los finales del justo y del malvado.
Regresando ahora a la primera parte del salmo, se expresa la
vida bienaventurada del justo primero en forma negativa, esto es,
en términos de qué es lo que no debe hacer. De esto podemos
deducir que cuando alguien está en una relación correcta con Dios,
se encontrará en oposición con el consejo, los caminos, y la posi-
ción de los pecadores (v. 1).
El consejo de los malvados es el conocimiento propio, sin refe-
rencia alguna a Dios. Vivir y planificar nuestras vidas sin preocu-
parnos lo más mínimo de Dios. Este fue el consejo que Satanás les
dio a Adán y Eva (Gn 3). También fue el consejo del pueblo en
Babel, cuando decidió construir una ciudad sin mención alguna de
Dios (Gn 11.3-4). El hombre, debido a su orgullo, no ve que haya
necesidad de Dios, porque no se ve a sí mismo como Dios lo ve a
él, esto es, un pecador, muerto en transgresiones y pecados. Por

518
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

eso planifica su vida y la vive sin reconocer a Dios en lo absoluto.


Por lo tanto, el camino de los pecadores consiste en hacer lo
que les guste y no lo que agrada a Dios. Ellos ponen su vista en la
gloria, la fama, las riquezas, y las recompensas de este mundo,
como fue el caso de Esaú. Son profanos, incapaces de ver o acep-
tar las metas espirituales que Dios tiene para sus hijos.
La silla de escarnecedores, el final inevitable de la vida del
pecador, carece de toda esperanza. Como rechaza a Dios, acaba
por no poder hallarle sentido alguno a la vida. Puesto que todos los
hombres fueron creados para tener amistad íntima con Dios, al
rechazar ese gran fin, el hombre termina en la amargura y la deses-
peración.
Pero la vida bienaventurada tiene también un lado positivo. Sus
delicias están puestas en la Ley (voluntad) de Dios. Por eso medita
en esa ley todo el tiempo. Su actitud con respecto a la Ley de Dios
es la opuesta a la de los hijos de Satanás (ver Jer 6.10). El mismo
estado espiritual de la persona puede ser determinado por su postu-
ra ante la Palabra de Dios.
Con la palabra «meditar» estamos diciendo mucho más que
una simple reflexión sobre la Biblia con ojos soñolientos. Meditar
es aplicar la Palabra de Dios, su verdad, a cada faceta de nuestra
vida. Es ser hacedor, y no solamente oidor de la Palabra de Dios
(cf. Dt 6.4-9; Jos 1.8).
Los justos que son penetrados espiritualmente por la medita-
ción en la voluntad de Dios tienen vidas transformadas, reanimadas
y llenas de fruto (v. 3). Se asemejan a un árbol que es transplantado
junto a la corriente de la vida. Sus raíces penetran profundamente
en la Palabra de Dios, que da y sostiene la vida (cf. Jer 17.8). A
diferencia de Israel que era pecador, son fieles y dan fruto espiri-
tual de justicia y juicio en sus vidas (cf. Is 5.1-7; Gá 5.22-23). Sus
hojas no se caerán (no morirán) porque viven eternamente. Pros-
perarán en todas las cosas, si no ante los ojos de los hombres, sí con

519
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

seguridad ante los ojos de Dios (Jos 1.8; Ro 8.28). ¡Una vida de fe
no puede fracasar!
En fuerte contraste, el malvado o impío carece por completo de
estabilidad. El símbolo del tamo como algo seco y muerto es un sím-
bolo adecuado para los injustos (v. 4; cf. Mt 3.12). Por esta razón los
malvados caerán en el día del juicio, sin importar que parezcan estar
prósperos en este mundo. No tienen lugar en la congregación de los
justos, y no importa que en este mundo hayan sido miembros de la
iglesia visible, ¡quién sabe si hasta predicadores en ella (v. 5)! Dios
purificará a su Iglesia de toda injusticia. Ningún pecador tendrá parte
en la Iglesia verdadera (Ap 21.27; 22.13-15).
En conclusión, Dios muestra una vez más que solo existen dos
familias de hombres, tal como lo había hecho tan frecuentemente
desde Génesis 3.15 en adelante: los justos, a los que Dios ha cono-
cido (escogido para que fuesen suyos); y los malvados o injustos,
cuyo camino perecerá (v. 6; cf. Jn 3.16).
En este salmo se nos presentan todos los temas fundamentales
del salterio entero, que son: el justo y su justicia, el injusto y su
maldad, y el final inevitable que tendrá cada uno de ellos. Aquí se
halla implícito también el tema de la enemistad que existe entre los
justos y los impíos.
Por lo tanto, el salterio se extiende hablando sobre la vida justa,
la alabanza y meditación de la Palabra de Dios, la vida espiritual-
mente fiel de los hijos de Dios, y el hecho de que el justo nunca se
marchite (perezca) sino que al final todo lo que haga prosperará. El
salterio habla detalladamente de la maldad de los impíos, de su vida
inestable, y de su juicio final y derrocamiento por Dios. Además,
habla frecuentemente de la enemistad de los que no creen con
respecto a Dios y a sus hijos, lo que se expresa en hostilidad y
crueldad hacia los hijos de Dios. También enseña la importancia de
que el creyente conozca y trate a este enemigo suyo, el impío,
como enemigo que es; sin capitular y sin hipocresía.

520
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

Encontraremos uno o más de estos temas en cada salmo, y


nuestro punto de referencia al estudiar cualquiera de ellos, debería
ser siempre la perspectiva del Salmo 1.
Ahora veremos brevemente algunos de los salmos, haciendo
especial énfasis en los temas que se entretejen en cada uno de ellos.
El Salmo 2 enseña cómo los injustos, a diferencia de los justos,
se entregan a la vanidad (v. 1). Con esto manifiestan enemistad
contra Dios y contra sus hijos. Pero Dios, por medio de su Ungido
(el Cristo, su Hijo), les ha dado la victoria a todos los que busquen
refugio en él (v. 12).
El Salmo 3 muestra al justo sufriendo el ataque de los impíos
(vv. 1-2). Sin embargo, encuentra en Dios su refugio, y tiene la
seguridad de que Dios lo librará de la mano de su enemigo. Es Dios
el que decide la salvación del creyente, y no el hombre (v. 8).
El Salmo 4 acentúa la paz del hijo de Dios que pone su confian-
za en el Señor (vv. 3,4,8) en medio del vano ejemplo de los impíos.
El Salmo 5 expresa el desagrado que le causan a Dios el peca-
dor y sus obras (vv. 4-6), y al mismo tiempo la bendición que derrama
sobre los que se llegan a él con confianza (vv. 7-8). Contiene una
descripción de los malvados (v. 9) y la oración del creyente pidiendo
el juicio de Dios sobre ellos (v. 10). Esta última oración está en per-
fecta conformidad con el punto de vista de Dios sobre los malvados,
como ya hemos visto (vv. 4-6). Finalmente, el salmo se cierra dándo-
les confianza a aquellos que buscan en Dios su refugio.
El espacio no nos permite analizar cada salmo en particular; sin
embargo, como podemos ver en estos cinco primeros, todos los
temas emanan del Salmo 1, y lo que hacen es simplemente exten-
derse. De aquí en adelante veremos solo unos cuantos salmos es-
cogidos de entre el resto del salterio.
El Salmo 19 expresa con elocuencia las maravillas y efectos de
aquella Palabra de Dios sobre la cual debe meditar el justo. Los
seis primeros versículos hablan de la revelación natural que Dios

521
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

había mostrado a Job. Es evidente que todo lo que Dios ha hecho y


todo lo que hace día tras día en su providencia nos enseña grandes
verdades acerca de él (cf. Gn 1; Ro 1.20). Hay sin embargo una
revelación aun mayor de Dios en su Palabra. Sobre ella habla el
salmista aquí de manera especial (vv. 7-11).
Habla de los nombres de la Palabra de Dios: la ley del Señor, el
testimonio del Señor, los preceptos del Señor, y el mandamiento del
Señor (vv. 7-8). Cada uno de estos términos tiene su significado
especial. «Ley» se refiere a todo el cuerpo de la Palabra de Dios, a
todo lo que se enseña. «Testimonio» se refiere especialmente a los
Diez Mandamientos como resumen de la ley de Dios. «Preceptos»
habla en particular de la aplicación de la ley de Dios a la vida.
«Mandamiento» se refiere a la Palabra específica de Dios para
cualquier situación dada, tal como fue usada por Cristo para com-
batir las tentaciones de Satanás (ver Mt 4.4,7,10).
También habla este salmo del carácter de la Palabra de Dios
(vv. 7,8): es perfecta, es segura, es correcta, es pura. Por «perfec-
ta» quiere decir completa, que no le falta nada (cf. Dt 4.2; 12.32;
Ap 22.18-19; también Prv 30.5-6). Por «segura» quiere decir que
es firme, que se puede confiar en ella. La palabra que se usa aquí
es la misma de la que proviene el concepto de «fe» y de «creer» en
el Antiguo Testamento. (Ver nuestra explicación sobre la «fe» en
Génesis 15.6.) Por la palabra «correcta» quiere decir que es el
mismo modelo de lo que está correcto, del juicio de Dios. Y final-
mente, la palabra «pura» quiere decir sin defecto en contraste con
los dados a la alta crítica y todos los que dudan en nuestros días,
que afirman que la Biblia está llena de errores.
Por último habla sobre el efecto de la Palabra de Dios (vv. 7,
8). Restaura el alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, ilumi-
na los ojos. Restaura el alma dándoles vida a los que estaban muer-
tos en el pecado, convirtiéndolos a Dios por medio de su Espíritu.
Hace sabio al sencillo (por la fe en Cristo), dirigiéndolo y alimen-

522
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

tándolo con la Palabra de Dios, hasta crecer espiritualmente y al-


canzar la sabiduría que viene de Dios (cf. 2 Tim 3.16-17; 1 P 2.2).
Alegra el corazón, haciendo que el hijo de Dios se regocije como
puede regocijarse alguien cuando se le pone una buena comida
delante, o cuando toma para sí esposa, o cuando obtiene la victoria
en una fuerte competencia. La palabra «gozo» se usa en todos
estos contextos en otros lugares de las Escrituras. Ilumina los ojos,
como los lentes a un hombre de poca vista, dejándonos ver la vida
como es y al mismo tiempo desde la perspectiva de Dios.
El salmista habla a continuación del valor incomparable de la
Palabra de Dios (v. 10) y su uso práctico para el creyente en su
vida presente y futura (v. 11). La Palabra de Dios nos enseña la
verdad sobre nosotros mismos, que de otra manera no hubiéramos
podido conocer (v. 12). Esto nos permite vivir de una manera más
agradable a Dios. La Palabra de Dios es la única guía infalible,
tanto para las palabras de nuestra boca como para la aplicación
seria de esa misma Palabra a nuestra vida (meditación). Solo si-
guiendo la Palabra de Dios podemos esperar el ser hallados acep-
tables ante él. El Salmo 119 es similar en naturaleza y en contenido.
El salmo 22 trata también del sufrimiento del justo a manos de
los injustos. Habla de los mismos problemas con que se enfrentó
Job: la sensación de que Dios ha olvidado al salmista, de que no
puede oír la respuesta de Dios (vv.1-2).
Sin embargo, a diferencia de Job, el salmista puede apelar a la
revelación escrita de Dios acerca de los que confían en él, y lo
hace fortalecido por la confianza de que Dios está cerca y lo habrá
de oír, aunque sea despreciado por los hombres (vv. 3-11). Aunque
sufre mucho, como Job percibe la cercanía de Dios, y al final se
siente tan consolado que a su vez es capaz de consolar a otros (vv.
12-24). El final del salmo mira hacia la proclamación de la bondad
de Dios hasta los confines de la tierra (vv. 27-31).

523
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Este salmo fue particularmente significativo para nuestro Se-


ñor en las horas de su agonía en la cruz (Mt 27.46). En ello pode-
mos ver tanto la sensación que experimentó Jesús de que Dios lo
abandonaba en el momento en que cargó sobre él nuestros peca-
dos, como la confianza que tenía, al ponerse en las manos del Pa-
dre, por la seguridad que este mismo salmo le daba de que Dios no
estaría lejos de él (vv. 19,24).
Ya hemos visto el Salmo 51, el gran salmo de confesión de
David sobre el pecado que había cometido con respecto a Urías el
hitita (ver comentario sobre 2 Samuel 12.13ss).
El Salmo 69 es uno de esos salmos imprecatorios que han
turbado a muchos, y que han sido llamados «no cristianos» por
algunos. Pero lejos de ello, lo que expresa son los pensamientos
de cualquier cristiano verdadero que comprenda los problemas
ciertos que están envueltos en la enemistad que hay entre los
justos y los injustos.
Aquí el salmista se halla bastante sorprendido por sus enemi-
gos y su hostilidad hacia él (vv. 1-4). Sin embargo, basado en su
confianza de que el justo habrá de prosperar, tal como Dios lo ha
prometido en el Salmo 1, mira hacia Dios con esperanza (vv. 5-6).
Siente intensamente que su sufrimiento tiene por causa la justicia
(vv. 7-12). En tiempos de un sufrimiento así, sabe que Dios es su
único refugio (vv. 13-18).
Debemos ver todo este salmo en el contexto del Salmo 1. Él
sabe que Dios lo conoce, y que Dios sabe todo lo que está sufrien-
do a manos de sus enemigos (vv. 19-21). Por lo tanto, su oración
pidiendo que sean derrotados está completamente de acuerdo con
el propósito que Dios tenía y había anunciado de destruir a los mal-
vados (vv. 22-28; cf. Sal 1.4,5,6).
Vale la pena tener en cuenta que la descripción de estos mal-
vados es aplicada en el Nuevo Testamento a los que crucificaron a
Jesús (v. 21; Jn 19.29); a los que rechazaron a Jesús (vv. 22-23; Ro

524
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

11.9-10); a Judas Iscariote (v. 25; Hch 1.20); y a los impuros y


abominables (vv. 27-28; Ap 21.27).
Aquí el salmista trata al enemigo como enemigo. Siguiendo la
orientación de Dios, reconoce el fin inevitable de los impíos. ¡Orar
en otra forma hubiera sido algo contrario a la voluntad de Dios! El
salmista no se está regocijando con el derrocamiento de los impíos,
sino que está reconociendo que es la voluntad de Dios (cf. Job
31.29).
Se ve claramente que esta enemistad que el salmista expresa
no es una enemistad personal, sino esa misma franca enemistad
que Dios estableció entre su simiente y la simiente de Satanás (Gn
3.15). Es engañoso darles consuelo a los enemigos de Dios porque
al final perecerán. El salmista no conoce más esperanza que la de
aquellos que aman el nombre de Dios (v. 36).
Los Salmos 137 y 138 son de naturaleza parecida, e igualmente
malentendidos por muchos. En el 137, los versículos 8 y 9 no expre-
san la actitud del salmista como de alegría por causa del juicio que
habrá de caer sobre los babilonios, sino que más bien declara que
aquellos que aplastarán a sus niños bajo sus pies (es decir, los per-
sas) se sentirán felices de hacerlo. El Salmo 139 en su parte final
declara nuevamente que el salmista odia a sus enemigos. Pero no
se trata de un odio personal sino basado en el hecho de que los
enemigos de Dios se han convertido en sus propios enemigos (vv.
21-22). Puesto que son enemigos de Dios, una vez que el salmista
ponga su confianza en Dios, se convierten en enemigos suyos tam-
bién. Hacer las paces con los que se oponen a Dios sería un peca-
do y una rebelión contra Dios; ¡sería el acto de un Judas!
Regresando ahora al Salmo 73 vemos que trata sobre la apa-
rente prosperidad de los enemigos de Dios, los malvados. El salmista
se siente profundamente turbado por esto, y está tentado de volver-
le la espalda a Dios para buscar la prosperidad terrena. Pero su
conocimiento de la verdad de Dios que se enseña en el salmo 1 con

525
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

respecto al final de los malvados, lo detiene para que no realice un


pecado así contra Dios (vv. 17ss).
En el Salmo 94 el salmista apela a la venganza de Dios al con-
siderar la prolongada maldad de los impíos (vv. 1-11). Se siente
consolado con el conocimiento de que Dios fortalecerá y apoyará a
los justos, y no permitirá que sean derrotados (vv. 12-19).
Terminamos con el Salmo 150. Este salmo está repleto del estri-
billo «aleluya» o «alabad al Señor». Nos muestra que la tarea del
pueblo de Dios es reclamarlo todo para él y hacer que todas las cosas
lo alaben. Verdaderamente, es el «coro de aleluyas» del salterio.
Todos estos salmos que hemos examinado señalan al Salmo 1
y tienen en él su contexto. Deben ser vistos a la luz de los temas
presentados en él para poder ser contemplados en la perspectiva
correcta. Lo que podemos ver en estos pocos salmos, puede obser-
varse también en el resto del salterio.

III. Proverbios
El libro de los Proverbios, junto con Job y Eclesiastés, entra en
lo que se llama literatura sapiencial, por la razón de que estos libros
tratan sobre la verdadera sabiduría que viene de Dios, la cual está
por encima de la sabiduría de los hombres, que no puede conducir a
Dios. Antes de entrar al contenido de este libro sería bueno, por lo
tanto, considerar brevemente la visión bíblica de la sabiduría.
Las Escrituras aclaran que hay dos clases de sabiduría entre
los hombres: la general y la especial, o de otro modo, la natural y la
sobrenatural.
La sabiduría natural viene con la edad. Los hombres adquieren
madurez a través de la experiencia y llegan a tener cierta sabiduría
con respecto a la vida (Job 12.12). Esta sabiduría pasa de genera-
ción en generación, y se va acumulando gradualmente. La mayoría
de las culturas antiguas tuvieron sus cuerpos de literatura sapiencial.
Aunque sea mejor que la fuerza, debido a la naturaleza pecadora

526
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

del hombre la efectividad de la sabiduría natural es muy limitada


(Ec 9.16-18). La sabiduría humana falla sobre todo en que no pue-
de conducir a Dios; está orientada hacia las cosas de la tierra (1 Co
1.20—2.5).
En ese mismo contexto (1 Co 1 y 2) Pablo nos lleva a conside-
rar la sabiduría sobrenatural, la que procede de Dios y es para los
creyentes. Esta sabiduría llega solo por revelación, de la Palabra de
Dios dada por el Espíritu Santo (1 Co 2.6-16).
En el Antiguo Testamento hay mucha de esta sabiduría sobre-
natural o especial. Primeramente aprendemos que viene solamente
de Dios y no de los corazones de los hombres. Es un regalo de Dios
(1 R 4.29). Además, este regalo se les da a los hombres a fin de
que puedan hacer mejor su obra y desempeñar la responsabilidad
que Dios les ha dado (Éx 28.3; 36.1).
Esta sabiduría sobrenatural que viene de Dios es impartida úni-
camente a través de su Palabra. La sabiduría que viene de Dios no
nos llega simplemente por conocer la Palabra de Dios sino por
guardarla (Dt 4.5,6). Esto quiere decir que la sabiduría consiste en
algo más que conocer las realidades. La alcanzamos al aplicar las
verdades de Dios a nuestras vidas. La sabiduría verdadera es co-
nocer y hacer la voluntad de Dios (cf. Mt 7.24-27).
Así, al tener sabiduría, estamos en condiciones de agradar a
Dios con nuestra vida, haciendo lo que él ha esperado de nosotros:
obrar con justicia y juicio (Gn 18.19; cf. 1 R 3.28). En el Nuevo
Testamento se describe el deseo de Dios para nuestras vidas em-
pleando el término «fruto espiritual». Santiago nos muestra que la
sabiduría que procede de Dios es la que produce los frutos del
Espíritu (Stg 3.17-18; cf. Gá 5.22-23; ver también Sal 37.30).
Finalmente, la sabiduría que viene de Dios nos permite cono-
cernos a nosotros mismos tal como Dios nos conoce, puesto que su
Palabra nos muestra cómo somos en realidad. Hasta en las zonas
más secretas de nuestro ser más íntimo, la Palabra de Dios puede

527
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

revelar todos los pecados escondidos que hay en nosotros (Sal


51.6,16-17).
El Antiguo Testamento enseña que nuestra sabiduría proce-
dente de Dios comienza cuando confiamos en el Señor y en su
Palabra. Esto es lo que se llama el temor del Señor. La locura de
Eva se produjo cuando ella decidió que la sabiduría era algo aparte
de la palabra de Dios (Gn 3.6).
Job expresa muy claramente la relación entre la sabiduría ver-
dadera y la revelación de Dios (Job 28.12-28). La expresión «te-
mor del Señor» significa «confianza en el Señor». El salmista usa
este término con frecuencia para expresar el concepto de alguien
que es creyente, o sea, «temeroso de Dios», lo que quiere decir
«creyente» (cf. Sal 115.11-13).
En Proverbios 1.7 leemos que el temor del Señor (la confianza
en el Señor) es el principio del conocimiento. Más tarde, en 9.10
aprendemos que «el temor del Señor» es el principio de la sabidu-
ría. En estas dos oraciones, la palabra usada para indicar «princi-
pio» es diferente en hebreo. En el primer caso (1.7), la palabra
traducida como «principio» tiene el sentido del principio cuando se
mira hacia el final, hacia el resultado final. De suerte que la fe en el
Señor es esencial cuando miramos hacia la realización del conoci-
miento en la sabiduría (la aplicación del conocimiento de la Palabra
de Dios a nuestra vida).
En el caso de Proverbios 9.10, la palabra traducida como «prin-
cipio» significa el principio como primer paso. Así que creer en el
Señor (temerle) es el primer paso en todo el proceso de esa sabidu-
ría que habrá de venir.
Entonces, ¿cuál será el final, o la meta definitiva de la sabidu-
ría? Nuevamente encontramos la respuesta en los Proverbios 3.13-
18. Aquí aprendemos que la sabiduría es la clave para una vida
verdaderamente bienaventurada. Alcanzar sabiduría es mejor que
ganar plata y oro o rubíes (cf. Sal 19.10; 119.72,127). En una pala-

528
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

bra, tener la sabiduría que procede de Dios es algo incomparable-


mente mayor que todo lo que este mundo nos puede ofrecer. Cual-
quiera que haya sido el anhelo de los hombres: larga vida, riquezas,
honor, comodidades, paz, salud, felicidad, la sabiduría que procede
de Dios los sobrepasa a todos.
Entremos ahora en este gran libro de sabiduría que son los
Proverbios con el fin de adquirir de él una comprensión mayor de
los caminos y las bendiciones de la sabiduría.
Primeramente se declara el propósito del libro: conocer la sabi-
duría y la instrucción, discernir palabras de comprensión, recibir
instrucción para vivir sabiamente en justicia, juicio, y equidad (1.2-
4; cf. Gn 18.19). De este modo se nos prepara para darle pruden-
cia al simple y enseñarles conocimientos a los jóvenes (cf. 2 Tim
2.2). Vemos, pues, que el libro fue ideado para equiparnos comple-
tamente para hacer la obra de Dios y para que nosotros a nuestra
vez podamos enseñar a otros.
A continuación se define la meta del libro (Prv 1.5-6). El ayuda a
los sabios a aumentar su aprendizaje y a recibir comprensión de los
dichos oscuros de Dios, esto es, de los misterios del reino de Dios.
Por lo tanto, en Proverbios hay una provisión inagotable de conoci-
miento y de crecimiento en sabiduría si lo tomamos con seriedad. Es
un medio a través del cual todos podemos crecer espiritualmente .
Antes de estudiarlo, digamos primero algo sobre su estructura.
Lo primero que encontramos es una introducción que es un
ensayo en elogio de la sabiduría (caps. 1—9). Está escrito desde el
punto de vista de un padre instruyendo a su hijo. La instrucción
paterna es aquí el contexto adecuado (1.8-9; cf. Dt 6.4-9). Se ex-
horta al hijo a temer al Señor (v. 7; 9.10). Esto es un reto a creer en
el Señor y a escoger así la sabiduría de Dios por encima de las
seducciones del mundo.
Después tenemos el primer grupo de proverbios propiamente
dichos (10.1—22.16). Estos son proverbios de Salomón que hablan

529
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

sobre el contraste entre la justicia y la maldad (el sabio y el necio).


Contiene también una sección sobre el gran problema del hombre y
su solución, que es una especie de tratado (16.1—22.16).
A continuación siguen las palabras de los sabios (22.17—24.22),
al parecer proverbios de sabios de un período posterior a Salomón,
y después un apéndice a estas palabras (24.23-24).
Sigue una colección adicional de los proverbios de Salomón,
reunida en los días de Ezequías (caps. 25—29). Estos tratan en
particular sobre lecciones en cuanto a conducta y las alternativas
de la vida.
Para terminar hay dos secciones breves tituladas «Las pala-
bras de Augur» (cap. 30) y «Las palabras de Lemuel» (cap. 31).
Este es el esquema que seguiremos en nuestro estudio.
La primera parte del libro de los Proverbios es un ensayo en
elogio a la sabiduría. Sirve de introducción a todo el libro (caps. 1—
9). El título general del libro como «Los proverbios de Salomón» es
una descripción general de su contenido, aunque está claro que no
significa que Salomón escribiera todo lo que está contenido en él.
Los proverbios de Salomón, específicamente los capítulos de 10.1
a 22.16, y los capítulos 25 a 29, fueron el marco y la base para toda
la colección. Probablemente la colección entera con una introduc-
ción (caps. 1—9) fue compilada en los días de Ezequías (25.1).
La primera sección comienza realmente en el versículo 7. Ya
hemos hecho notar la relación que hay entre el temor del Señor y la
fe (v. 7; 9.10). Toda la sección se expresa alrededor del concepto
de que el conocimiento y la sabiduría comienzan verdaderamente
solo cuando tenemos al Señor y aprendemos de él.
El contexto adecuado para este largo ensayo en alabanza de la
sabiduría es la instrucción paterna de unos padres creyentes a su
hijo (1.8; cf. Dt 6.1-9). Se menciona aquí a ambos padres, aunque
los nueve primeros capítulos se expresan de una manera especial
repitiendo el tema del padre y el hijo. Es interesante notar que el

530
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

libro de los Proverbios comienza con las instrucciones de un padre


a su hijo, y se cierra con la alabanza que el hijo hace de su madre,
y después de su esposa (cap. 31).
Empieza con el padre exhortando a su hijo a tomar una posi-
ción contraria al camino del pecador (vv. 10-19). Ya hemos visto
este tema en el Salmo 1. En realidad, el contexto de esta instruc-
ción parece ser el mismo Salmo 1. El hijo debe estar en guardia
para no ser seducido a seguir la vía o el consejo de los pecadores
(vv. 10-19). Esta vía conduce a la muerte (cf. Salmo 1.1,4-6).
Después, en el versículo 20, comienza el cuerpo principal de la
instrucción, la que tiene como objetivo convencerlo y persuadirlo a
guardar su corazón de los engaños del mundo y dárselo a la sabidu-
ría (v. 20—9.18). El padre logra esto describiendo a la sabiduría
como una dama gentil y las seducciones del mundo como una ra-
mera. Las llamaremos la Sabiduría y la Maldad.
En la primera subsección, de 1.20 a 3.12, son presentadas la
Sabiduría y la Maldad. Las dos batallan por conquistar el corazón
del joven, y su padre lo exhorta a vigilar su corazón por encima de
toda otra cosa (4.23). El corazón es tan importante porque de él
viene la vida del hombre (los problemas de la vida). Con esto quiere
decir que lo que está en el corazón es lo que en última instancia
habrá de guiar y dirigir la vida hasta su resultado final.
Jesús enseña estas mismas cosas en Mateo 15.18-20. Allí dice
que lo que sale del corazón corrompido de un hombre es lo que
realmente lo mancha, a él y a su vida.
La Sabiduría es presentada por el padre (vv. 20-33) y habla
llanamente y con toda claridad. Se dirige a los jóvenes como a
gente simple (v. 22), pues esto es lo que todos los hombres son:
simples y sujetos a los ardides de Satanás. Necesitan sabiduría
para guiarse rectamente por la vida. Esa sabiduría proviene de la
Palabra de Dios, que la Sabiduría está ofreciendo aquí (vv. 21,23;
cf. Sal 19.7). Advierte con claridad que las alternativas con que

531
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

cada hombre se enfrenta son la calamidad o la seguridad (vv. 24.33).


No hay más que estas: ¡o seguir la sabiduría hacia la verdadera
seguridad, o rechazarla y caer en el desastre!
El padre le aconseja fuertemente a su hijo que la busque y la
abrace (2.1-10). Después, lo alerta contra las astucias de la Mal-
dad, cuyo camino lleva a la muerte (vv. 11-22). La Maldad es lla-
mada «mujer extraña, extranjera», cuyas palabras halagan (v. 16).
Su zalamería, surte efecto y nos damos cuenta de que hasta Josué
se dejó atrapar por ella en el asunto de los gabaonitas (Jos 9.3-15;
ver comentario antes).
A continuación el padre le aconseja a su hijo que confíe en el
Señor, que lo tema y lo honre (3.1-12). Debe apartarse del mal (la
Maldad) para que su vida prospere (v. 7). El hijo podrá manifestar
su temor del Señor dándole honra con todos sus bienes, con todo lo
que posee (vv. 9-10). Irá creciendo a medida que Dios le vaya
enseñando, a través de las correcciones, lo que le agrada y lo que le
disgusta (vv. 11-12).
En este punto el padre prorrumpe en alabanzas a la Sabiduría
(3.13—4.27). Empieza hablando de su valor incomparable (vv. 13-
18); después dice cómo seguir su orientación por caminos de vida
práctica (vv.19-35): haciendo bien al prójimo y no envidiando a los
hacedores de mal, que hacen el mal para ganancia propia (vv. 27-
31). Pone en contraste los caminos del perverso y del recto (vv. 32-
35). Las metas finales de cada uno de estos caminos son respecti-
vamente la vergüenza y la gloria (v. 35). Nuevamente podemos
comparar aquí al Salmo 1, que parece ser el fondo de lo que el
padre está enseñando.
El capítulo 4 contiene la exhortación que el padre le hace a su
hijo de seguir a la Sabiduría. Recurre a su propia experiencia de la
forma en que fue instruido por su padre (vv. 3-4). Señala que él le
ha enseñado a su hijo el camino recto, y que también ha vivido ese
camino ante él como ejemplo (v. 11). Otra vez habla de que sola-

532
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

mente hay dos caminos por donde ir: la senda de los rectos, que
lleva a las metas fijadas por Dios para él, o la senda de los malva-
dos, que lleva a tinieblas cada vez mayores (vv. 18-19).
Después de exhortar al hijo a que guarde su corazón, le instru-
ye que guardar el corazón significará controlar todo su cuerpo y
cada una de sus partes: la boca, los labios, los ojos, los párpados, los
pies (vv. 24-27). Todo esto es lo que significan los problemas de la
vida. La boca, las manos, los pies, los ojos, y los oídos, han de hacer
lo que el corazón les dicte.
Los tres capítulos siguientes (5—7) contienen una serie de ad-
vertencias contra los ardides de la Maldad. Esta, como ya vimos,
es descrita como una ramera, una mujer seductora de la calle. Quizá
se haya escogido esta personificación de la maldad porque para un
hombre joven una mujer de la calle puede ser algo fascinante. Sus
labios parecen destilar miel (5.3). Pero al final da un sabor amargo
a la vida (v. 4). Sus caminos llevan al infierno (v. 5). Se dibujan con
claridad aquí las consecuencias de aceptar la apetitosa invitación
de la ramera (vv. 7-23).
A continuación, y en forma práctica, el padre pone en guardia
al hijo contra los enredos terrenales que hacen que un hombre cai-
ga en las trampas de la Maldad (6.1-19). Una forma de enredarse
con los pecadores es hablar sin pensar, hablar demasiado precipita-
damente, comprometiendo el ser y la vida con un pecador (vv. 1-5;
cf. Stg 1.19). Otra forma es ser perezoso, dándole así una oportu-
nidad a Satanás de utilizar nuestra pereza en provecho suyo (vv. 6-
11). No hay posición neutral en esta vida; quien no está a favor del
Señor está contra él (Mt 12.30) . Finalmente, el no poder controlar
el cuerpo —los ojos, la boca, los pies— equivale a dirigirse hacia la
calamidad (vv. 12-19; cf. 4.23-27). Dios odia la vida en la que los
miembros del cuerpo no están sujetos a su Palabra y bajo su con-
trol. ¡Vidas así demuestran por las acciones de ojos, manos, y pies
que el corazón no le pertenece a Dios! (vv. 16-19).

533
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Nuevamente regresa el padre a su instrucción de tomar en


serio la Palabra de Dios como la manera de impedir que el mal
domine la vida (vv. 20-24). Sin esta Palabra de Dios quedamos a
merced de los ardides de la Maldad y caemos fácilmente en su
seducción y somos destruidos (vv. 25-35). Si un hombre puede lle-
narse de ira por los celos cuando su esposa yace con un joven en
adulterio, cuánto más el Señor cuando somos seducidos por el mal
(vv. 32-35; cf. Éx 20.5; Os 2.2-7).
El capítulo 7 se refiere a la única manera de apartarse de la
seducción de la Maldad, que es abrazarse a la Sabiduría (vv. 1-4).
Sigue a continuación una descripción muy gráfica de un hombre
simple (sin sabiduría) que es seducido por la Maldad y queda
convertido en masa en sus manos. Si no tiene a la Sabiduría a su
lado, no podrá resistir esta seducción (vv. 5-23). El padre reitera
la advertencia de que los caminos de maldad conducen a la muer-
te (vv. 24-27).
La introducción concluye con una invitación a seguir a la Sabi-
duría (8.1—9.12) y rechazar el llamado de la Maldad, que es con-
trario al de la Sabiduría (9.13-18). El llamado de la Sabiduría es a
vivir en el temor del Señor, confiando en él y poniendo la fe en él
(8.13). A todos llama públicamente para que la sigan (8.1-4; 9.3-6).
El llamado de la Maldad es el llamado a la muerte misma, y
consiste en ir por nuestros propios caminos, complaciéndonos a
nosotros mismos y no a Dios (9.15,18).
Con esto termina la introducción. Tanto la Sabiduría como la
Maldad han hecho su llamado final al joven. Si hace caso de la
Sabiduría y teme al Señor, ha tomado el primer paso hacia la sabi-
duría auténtica que imparten las palabras que siguen en el libro
(caps. 10—31). Si es seducido por la Maldad, entonces lo que si-
gue en el resto de los Proverbios carece de valor para él, y solo
servirá para condenarlo.

534
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

A continuación de las instrucciones paternas encontramos los


proverbios de Salomón propiamente dichos (10—22.16), que es la
primera sección principal del libro, lo que explica el encabezamien-
to separado (10.1). Con toda probabilidad, esta sección era el nú-
cleo original del libro de los Proverbios, alrededor del cual se agre-
gó el resto, incluso la introducción.
Esta sección se subdivide en dos partes básicas: del capítulo 10
al 15 y del 16 al 22.16.
En la primera parte hay una colección de los proverbios de
Salomón cuyo tema es el contraste entre el justo y el impío. A los
justos se les designa de diversas maneras: los rectos, los perfectos,
los sabios, los diligentes, los que aman, los que hacen caso de la
corrección, los humildes, los sinceros, los lentos en hablar, y los
serenos. En contraste, los impíos son los malvados, los tontos, los
perezosos, los que odian, los orgullosos, los mentirosos, los que ha-
blan temerariamente, y los envidiosos. Aquí se nos enseñan mu-
chas cosas relativas a los justos. Con respecto a la eternidad, el
justo es librado de la muerte (10.2; 11.21; 14.32). Esto significa
más que meramente vivir para siempre. El justo disfruta de una
vida de calidad en todo lo que hace. Como dice el Salmo 1, sus
hojas no se marchitan. Su memoria es bendecida por quienes lo han
conocido (10.7), y su recompensa es segura (11.18; cf. 1 P 1.4).
Por esta razón, su casa permanecerá, en contraste con la del mal-
vado, que caerá (12.7; cf. Mt 7.24-27). Nunca será quitado de la
presencia de Dios (10.30).
Con respecto a la vida presente, no pasará hambre sino que
florecerá como una rama (10.3; 11.28; cf. Sal 1). Esto quiere decir
que su esperanza se convierte en felicidad, o sea, que nunca será
frustrada (10.28; 13.9,25; cf. Mt 5.6). Su raíz produce fruto (12.12;
cf. Sal 1; Jn 15; Gá 5.22,23). La calidad de sus días va en aumento
(10.27). Esto significa que obtendrá mucho más de la vida, no im-
porta cuántos sean los días que viva sobre la tierra.

535
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Con respecto a la meta de su vida, su deseo es concedido


(10.24). Sabe que es aceptable a los ojos de Dios y ora de acuerdo
con ello (10.32; 15.8), con confianza en que el Señor lo oirá (15.29).
Con respecto a los demás es una bendición. Es un fundamento
perdurable, y su vida les sirve de fortaleza a los demás (10.25).
Cuando habla es para el bien de los demás (10.20,21; 12.26). Cuando
todo le va bien la gente de su lugar se alegra (11:10, S 11). Guía a su
vecino hacia el bien (12.26). Hasta sus bestias son mejor tratadas
que las del impío (12.10; cf. Ro 8.19-23).
Con respecto a la Ley de Dios, el justo controla sus pensa-
mientos para que sean rectos (12.5), lo cual significa que están de
acuerdo con la voluntad de Dios. Tiene su justicia, o sea, una rela-
ción correcta con Dios, por su fe, y esta confianza es lo que lo
guarda (13.6; 11.6). Se libra del mal gracias a su conocimiento de
Dios y de su voluntad (11.9; cf. Mt 4.1-11). Como teme al Señor
(porque es un creyente), odia todo lo que se oponga a Dios (14.2;
13.5; cf. Sal 5.4-6; 139.19-22).
Tal es el justo; Dios se complace en él. Dios lo ama (15.9) y
está a favor de él (10.29; cf. Ro 8.31-39). Es la delicia del Señor
(11.20) .
De manera similar podríamos seguir los otros temas relaciona-
dos que aparecen en estos capítulos, pero el espacio no lo permite.
Profundizaremos en el significado de la sabiduría o la necedad, de
ser diligente o perezoso, amante o lleno de odio, corregible o inco-
rregible, humilde u orgulloso, sincero o mentiroso, lento para hablar
o temerario en el hablar, calmado o envidioso. Recomiendo que se
hagan estos estudios como un medio efectivo de conocerse a sí
mismo tal como Dios nos conoce a todos.
Un tema significativo que se descubre al meditar en estos
versículos es la amenaza sutil que significa para una vida justa la
admisión de los métodos de la impiedad, disfrazada para disimular
su naturaleza siniestra de injusticia y maldad. Aunque retrocede-

536
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

mos ante términos tales como «malvado» en nuestras vidas, sin


embargo quizá no hagamos lo mismo con respecto a la envidia, o a
la precipitación al hablar, o quizá incluso a la mentira, el orgullo, o la
pereza. Debemos examinarnos a nosotros mismos, para ver si al-
guno de estos rasgos aparece en nosotros, porque allí donde están,
la maldad no anda lejos.
La segunda mitad de los proverbios de Salomón (16—22.16)
contiene proverbios de muchas clases. Aquí, en lugar de una mis-
celánea de proverbios que tratan sobre el justo y el impío, encontra-
mos de nuevo una especie de ensayo desarrollado sobre un asunto
o tema en particular. Mucho de lo que se había enseñado en la
primera mitad aparece también aquí, pero en relación con un tema
en particular: el camino del hombre y el camino de Dios. Ya el
camino del hombre fue presentado en la primera sección, pero aho-
ra se desarrolla, así como también el camino de Dios (14.12; 16.25).
El problema está en que a los ojos del hombre su camino le
parece justo (16.25). Pero el hombre ve defectuosamente. Su co-
razón está corrompido y por sí mismo no puede conocer la exten-
sión de su propio pecado (16.2; cf. Jer 17.9-10). Necesita una re-
velación de Dios con respecto a sí mismo. Y este es el tema central
de los capítulos del 10 al 15. Allí se muestra a los hombres tal y
como Dios los ve. Los temas tratados están, pues, entretejidos con
el tema fundamental del camino de Dios.
Como se declara en 16.2, el Señor es el juez final. A él tendrán
que rendir cuentas los hombres. Esta idea se expone de varias
maneras en estos capítulos: el Señor prueba los corazones de los
hombres (17.3). Dios es el hacedor del ojo y del oído, y por lo tanto
su juicio tiene precedencia sobre lo que vemos, oímos, o pensamos
(20.12). El Señor escudriña los corazones de todos los hombres
(20.27). Dios, el conocedor del corazón, es el juez final de ese
corazón (21.2). Al final, Dios conserva o desecha al hombre, de
acuerdo con el propio juicio (22.12).

537
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Es aquí donde está el problema. El hombre ve las cosas de una


manera (que él es capaz de obrar por sí mismo lo necesario para su
propia salvación), pero Dios las ve de una manera muy diferente
(todos son pecadores y están totalmente incapacitados para esco-
ger lo recto).
A la postre es Dios quien lo controla todo, de modo que la vía
que él apruebe, y no la del hombre, será la triunfante. Esta idea se
expresa también en diversas formas. Un hombre podrá planear sus
acciones de acuerdo con su propia voluntad, pero Dios es el que
manda, y él dirige activamente al hombre a dónde debe ir (15.9).
Dios dispone todas las cosas de acuerdo con lo que a él le place
(16.33). Los planes del hombre no pueden sostenerse cuando se
oponen al consejo de Dios. Su consejo será el que prevalecerá en
todo tiempo (19.21). Jonás tenía el plan de huir de Dios y de Nínive,
pero al final hizo lo que Dios tenía propuesto, y por lo tanto, predicó
en Nínive. Sea cual fuere el camino por el que vaya un hombre,
quiéralo o no, Dios lo dispone todo de acuerdo con su voluntad
(20.24; 21.1). Resumiendo: no hay parecer de hombres que pueda
pasar por encima de la voluntad de Dios (21.30).
Dios lo controla todo y todo marcha de acuerdo con su designio
y con su plan, y el hombre no puede ayudarse a sí mismo ni cambiar
su caída naturaleza tal como la ve Dios (20.9). Por tanto, el hombre
podrá ver su propio problema resuelto solo cuando aprenda a en-
tregarse totalmente en las manos de Dios (16.3). Esto constituye
con toda claridad un llamado a la confianza y a la fe en el Dios
Salvador.
La solución a los pecados que nos conducen a la muerte está
en la misericordia y la verdad que Dios ha manifestado hacia noso-
tros (16.6). La verdad nos dice lo pecadores que somos y nos indi-
ca que confiemos en Dios, quien muestra su misericordia para con
todos los que lo buscan con auténtico arrepentimiento y sin espe-
ranza alguna en sí mismos. El temor del Señor al que aquí se exhor-

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Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

ta es, como ya hemos indicado, un llamado a la fe en Dios como


refugio del pecador.
Debemos, pues, prestar atención a la Palabra de Dios (como ya
se nos ha dicho en los capítulos 1—9) y aprender a confiar en el Señor
(16.20). Este es el camino hacia la auténtica felicidad (cf. Sal 1).
Una vez que hayamos encontrado a Dios, debemos correr ha-
cia él con diligencia (18.10). Él es nuestro único refugio seguro del
pecado, de la muerte, y de Satanás. Solo Dios puede destruir a
estos enemigos (Gn 3.15; Ap 20.9-14; 1 Co 15.26). Así como el
camino del hombre conduce a la muerte, el camino del Señor, que
es acatamiento a él, lleva a la vida (19.23). Al que cree, se le da la
confianza de una satisfacción permanente y la protección contra el
mal que acecha a todo hombre nacido en este mundo. El Señor, y
solo el Señor, puede salvarnos (20.22).
Esta es la fórmula de estos capítulos (16—22.16). Dentro de
esta fórmula podemos incluir todo el resto de la sabiduría que apa-
rece en esta sección.
Comenzando en 22.17 tenemos una nueva sección, los dichos
de los sabios (22.17-24.22). Evidentemente esta sección fue agre-
gada en una época temprana como un apéndice a los Proverbios de
Salomón, y contiene sabiduría que Dios manifestó a través de otras
personas. La sección se distingue por la abundancia de pareados, o
sea, pares de versículos que contienen exhortaciones seguidas de
razonamientos o de las consecuencias de no hacerles caso.
El propósito de estos pareados es hacer agradable la vida del cre-
yente, que esté en armonía con lo que complace al Señor (22.18-19).
El primer pareado (22.22-23) es un buen ejemplo de este estilo.
Nos muestra nuestra responsabilidad hacia los pobres, reflejando
mucho de lo que ya ha sido dicho por los profetas. De nuevo debe-
mos recordar que el término «pobres» se refiere, no solo a los que
lo son materialmente sino también a los pobres de espíritu, esto es,
a los humildes (cf. Mt 5.3).

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El pareado siguiente nos enseña como debemos actuar con


respecto a los iracundos (22.24-25). Esto nos recuerda Salmo 1.1.
Podemos señalar otros ejemplos de pareados y de la instrucción
que dan: 23.1-3, la conducta ante un rey; 23.6-7, la conducta ante el
enemigo; 23.10-11, cómo tratar a los huérfanos o desvalidos; 23.17-
18, que es mejor temer al Señor que envidiar al pecador (cf. Sal
37.1-4); 23.20-21, que hay que apartarse de los borrachos y comi-
lones; 23.26-27; que se debe escoger a la Sabiduría y no a la Mal-
dad (cf. caps. 1—9); 24.1-2, advertencias contra los que hacen el
mal; 24.15-16, sobre el triunfo de los justos ante los malvados; 24.17-
18, la actitud con respecto a un enemigo caído; 24.19-20, el final
inevitable de los malvados.
En medio de esta sección hay una descripción muy gráfica de
un bebedor que debería ser estudiada por todos los que se permiten
el gusto de los licores fuertes y otras bebidas alcohólicas en nues-
tros días (23.29-35).
Estos dichos de los sabios llevan añadida otra breve colección
(24.23-24). Entre estos versículos hay muchos favoritos de los li-
bros del Nuevo Testamento: 24.23 (cf. Stg 2.1-13); 24.29 (cf. la
«regla de oro» de Cristo, Mt 7.12); 24.30-34; (cf. «por sus frutos
los conoceréis», Mt 7.16).
Con el capítulo 25 comienza una nueva colección de prover-
bios de Salomón (caps. 25—29). Estos se distinguen de los anterio-
res porque son los que fueron reunidos en los días de Ezequías y
sus hombres (25.1). Probablemente fue en esta época cuando todo
el libro de los Proverbios fue finalmente compilado y terminado.
La colección se subdivide en dos grandes secciones: lecciones so-
bre conducta (caps. 25—27) y los proverbios antitéticos (caps. 28—29).
El asunto de esta primera parte son diversos temas que tienen
todos relación con la conducta correcta ante diferentes categorías
de hombres: la conducta ante los reyes (25.1-7); la conducta para
con los vecinos (25.8-20); la conducta hacia nuestros enemigos

540
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

(25.21-28); la conducta ante los necios (26.1-12); la conducta para


con los perezosos (26.13-16); advertencias contra las contiendas
(26.17-25); y finalmente advertencias contra el orgullo (cap. 27).
Entre otras cosas, encontramos aquí varios pasajes a los que se
hace alusión en el Nuevo Testamento, como el 25.7, que habla de
que busquemos los lugares menores (cf. Lc 14.7-11), y más ade-
lante sobre colocar ascuas en la cabeza de nuestro enemigo (25.21-
22; cf. Mt 5.44; Ro 12.20). El significado de esta última expresión
parecería ser que cuando nos comportamos amablemente con un
enemigo lo sumimos en gran confusión, lo que en sentido figurado
equivale a poner ascuas sobre su cabeza.
En el 26.4-5 encontramos dos versículos que a primera vista
parecen contradictorios, pero no lo son. En esencia, enseñan que
no hay manera de responderle a un necio a su plena satisfacción,
ya que, por ser necio, vive como si no hubiera Dios. Si uno intenta
responderle basado en sus propios pensamientos, esto es, en que
no hay Dios, entonces, le ha concedido demasiado, y no tiene nin-
gún fundamento seguro en el cual afianzar su propia posición (v. 4).
Pero si no le responde nada, entonces el necio se va pensando que
es él quien está en lo cierto, o sea que, a la luz de su necedad, el
creyente debe responderle basándose en la seguridad de la Palabra
de Dios, que el necio no querrá aceptar, y que sin embargo, el
creyente debe afirmar ante él, para la gloria de Dios (v. 5).
La última sección del apéndice a los proverbios de Salomón
(caps. 28—29) contiene varios proverbios antitéticos, o declaracio-
nes en las que se muestra el contraste entre el justo y el malvado.
Aquí aparece frecuentemente la conjunción «mas». El contenido
de estos capítulos es muy similar al que encontramos en la primera
parte de esta sección (caps. 10-16).
Dejando ahora los proverbios de Salomón, encontramos en el
capítulo 30, las palabras de Agur, del que no sabemos nada más que
lo que se dice aquí (30.1).

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Agur nos da primeramente su propio testimonio personal (vv.


1-10). Él cree que la Palabra de Dios es digna de toda confianza
(vv. 5-6). A Dios solamente le pide sus necesidades diarias: ni de-
masiado, ni muy poco (vv. 7-9). Por lo tanto, se halla en armonía
con lo que el Señor enseñó en el Padrenuestro y en el Sermón del
Monte (ver Mt 6.11,24-34) .
Seguidamente, describe la generación descreída, que es al pa-
recer su propia generación (30.10-33). Hay aquí una clara relación
entre el 30.11 y los versículos 15-17; y entre el 30.12 y los versículos
18-20; así como entre el 30.13 y los versículos 21-23; y entre el
30.14 y los versículos 24-28.
En conclusión, exhorta a los hombres a que no se alcen contra
el Rey (el ungido del Señor), sino a hacer las paces con él, para que
no se derrame su ira sobre ellos (30.29-33).
La sección final de los Proverbios se titula «Palabras del rey
Lemuel; la profecía con que le enseñó su madre» (31.1-31). Está
en dos partes: las palabras de su madre (vv. 2-9) y un poema
acróstico en alabanza de la mujer valiosa (vv. 10-31).
El consejo materno que deja escrito aquí trata primordialmente
de una serie de advertencias al rey virtuoso en contra de tomar
bebidas alcohólicas (vv. 2-7; cf. Is 5.22; Os 4.11; Hab 2.15; Dt
16.19). Para poder realizar la obra que Dios espera de él (31.8-9),
el rey debe ser sobrio (cf. Miq 3.1-4) .
La parte final, los versículos de 10 al 31, es un bello poema
alfabético que ensalza los atributos de una esposa virtuosa. Una
esposa así tiene la confianza de su esposo (v. 11). Es diligente.
Proporcionándole a su familia lo que necesita, está capacitada para
tomar decisiones importantes con respecto a la economía de la
casa, y hasta trabaja en el mercado, vendiendo sus mercancías (vv.
12-19,24). Sin embargo, tiene tiempo para preocuparse de los po-
bres (v. 20) y para hacer cosas hermosas para sí misma (v. 22). Es
fuerte, digna, y sabia, pero sobre todo, es clemente (vv. 25-26).

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Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios

Nunca está perezosa sino que siempre piensa en los demás, espe-
cialmente en los de su casa (v. 27).
Por esta razón, recibe la alabanza de sus hijos y de su esposo
(vv. 28-29). No le preocupan los favores sociales ni la belleza; lo
que le interesa es ser temerosa de Dios, y esto es lo que la hace
digna de alabanza ante los demás (vv. 30-31).
Parece sumamente apropiado, pues, que este libro, que co-
mienza con el consejo de un padre a su hijo, termine con la alaban-
za de un hijo y un esposo a su madre y a su esposa. Una vez más
podemos ver todo el libro expresado en el contexto de la familia, del
hogar ordenado por Dios (Gn 2.24), a través del cual, Dios tiene el
propósito de que comience toda evangelización y toda instrucción
en su verdad (Dt 6.4-9).

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