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EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Jack B. Scott
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debidamente identificada la fuente.
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Categoría: Comentario/Exposición
ISBN: 0-7899-1115-9
Impreso en Colombia
CONTENIDO
PREFACIO .................................................................... 7
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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CAPÍTULO 1
VISIÓN DE CONJUNTO
(DESDE GÉNESIS HASTA
MALAQUÍAS)
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del hombre que trajo como consecuencia el juicio terrible del diluvio
da testimonio de la necesidad que el hombre tiene de Dios y de su
gracia y salvación. Así, la idea de Dios como Salvador, que propor-
ciona esperanza a través de su gracia, se convierte en una de las
grandes doctrinas del Génesis y de toda la Palabra de Dios.
A través de todo el Antiguo Testamento podemos seguir una de
las señales distintivas de los hijos de Dios, a saber, aquella sensa-
ción de necesidad de él. Vemos así cómo Jacob, Moisés, David, y
Ezequías, entre muchos otros fieles, aprenden a confiar en Dios
por encima de todo, y a buscar en él las respuestas a todas las
perplejidades y pruebas de la vida.
Este es el pueblo de Dios, cuyos miembros son llamados uno a
uno a pertenecer a la familia de Dios, y señalados por su fe en él.
Así es como Dios llama a los que han de ser suyos, y este llamado
aparece por vez primera en el Génesis.
Abraham, Isaac, Jacob, Judá, y sus hermanos, son todos llama-
dos a la fe en Dios. También vemos cómo la fe que ha entrado por
la gracia de Dios en los corazones de los miembros de su pueblo
crece en cada uno de ellos. En ninguna otra parte del Antiguo o del
Nuevo Testamento ofrece la Escritura una visión más clara del
crecimiento de la fe en un hombre que cuando presenta el creci-
miento de la fe de Abraham.
Al mismo tiempo vemos cómo se va desarrollando otra cuali-
dad esencial del pueblo de Dios. El amor nace y crece en los que
por naturaleza eran pecadores hostiles luego que la gracia de Dios
efectúa su obra en sus corazones. Y así vemos a la familia de
Jacob, egoísta y beligerante, unirse más profundamente con lazos
de amor a través de las dificultades y las pruebas. Lo notamos de
manera especial en dos hombres del Génesis, Judá y José.
Además de la fe y el amor, otra marcada característica de los
hijos de Dios que se ve con frecuencia cada vez mayor en la Escri-
tura es la esperanza. Esta esperanza le llega al pueblo de Dios,
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Más tarde, el Señor les dijo en el monte Sinaí a los que habían
salido de Egipto que ellos eran su pueblo santo. Inmediatamente
después de esta declaración, que está en el capítulo 19 del Éxodo,
en el siguiente capítulo, el 20, les dio a conocer su voluntad bajo la
forma de los Diez Mandamientos. Estos fueron, por tanto, dados al
pueblo de Dios como expresión de la clase de vida que él quería
que manifestaran al mundo.
A continuación de estas reglas específicas de conducta, que
abarcan la totalidad de la voluntad revelada de Dios y que exponen
más a fondo la voluntad de Dios con respecto a su pueblo, es decir,
el «hacer justicia y juicio», Dios les dio un gran número de ejemplos
o «juicios» que afectan a todos los aspectos de la vida. Así, siguien-
do el Éxodo, en el capítulo 21 les da numerosos ejemplos tomados
de la vida diaria y les enseña cómo toda faceta de su vida debe
reflejar un esfuerzo conscientes por hacer la voluntad de Dios (los
Diez Mandamientos).
Es aquí también donde Dios describe al pueblo los sacrificios o
los medios de hacer que se dé cuenta de sus pecados y de su
consiguiente necesidad del perdón divino. El pueblo no daría la talla
de las altas normas establecidas por Dios. Por lo tanto, Dios les dio
los sacrificios para impresionarlos con esta realidad y, al mismo
tiempo, con la seriedad misma del pecado. Este debería romper el
corazón de los hijos de Dios y hacerlo contrito ante él; así aprende-
rían a confiar en él. La totalidad del sistema sacrificial fue el medio
que usó el Antiguo Testamento para humillar al pueblo de Dios y
enseñarle a confiar en él. Además de todo eso, el sistema señalaba
la necesidad de un salvador que pudiera rescatarlos del pecado.
El tabernáculo, introducido también en este período de la revela-
ción, fue diseñado para mostrar al pueblo de Dios su necesidad espi-
ritual y para llevarlo a confiar en el Salvador que Dios habría de en-
viarle. En sí mismo era un esquema de la obra de Cristo, como testifi-
ca posteriormente el autor de la Epístola a los Hebreos (Heb 9 y 10).
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CAPÍTULO 2
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ser un pueblo sin pecado y sin defecto, ya que solo un pueblo así
podría permanecer para siempre en la presencia de Dios.
Además, debería estar delante de Dios, en su presencia, en
una relación de amor. Dios nos habla aquí del amor, relación esen-
cial que debe ser el lazo que una a los miembros del pueblo de Dios,
y que lo una a él con dicho pueblo. En las Escrituras se presenta
frecuentemente el amor como el lazo de unión entre las Personas
de la Trinidad (Jn 3.35; 15.9; 17.23,26), lo que hace que el hombre,
que ha de ser creado a imagen de Dios, deba poseer también esta
característica.
Efesios 1.4 nos ayuda por tanto a ver qué es lo que tenía Dios en
su mente cuando comenzó a crear el cielo y la tierra y cuando puso al
hombre en ella. Necesitamos este concepto para poder ver la mara-
villosa unidad de la Palabra de Dios cuando intentamos discernir
cuáles son las motivaciones de Dios en todas sus relaciones con el
hombre. El propósito inicial de Dios nunca quedará frustrado; él se
mantiene firme en sus intenciones, y va llevando gradualmente sus
propósitos iniciales a su perfecto cumplimiento. Esta es la maravillo-
sa historia que se va desarrollando en la revelación de Dios, es decir,
en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento.
El primer párrafo de las Escrituras (Gn 1.1-5) presenta la labor
creadora de Dios. El verbo usado aquí para la acción de «crear» es
una palabra que únicamente aparece en las Escrituras teniendo a
Dios por sujeto. Por tanto, quiere significar únicamente la labor
divina que trae a la existencia aquello que antes no existía.
Para revelarnos aun más sobre el poder creador de Dios, se
nos dice que él sacó el orden del caos, y la luz de las tinieblas (v. 2).
El versículo segundo es un comentario del primero, y no una adi-
ción. Para su propia gloria, Dios creó primeramente el cielo y la
tierra, pero en un estado caótico y tenebroso, y posteriormente puso
el orden y la luz en lo que ya había hecho.
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Este cubrió toda la tierra (7.19). En este juicio murieron todos los
que se hallaban fuera del arca (7.22,23).
El capítulo 8 nos presenta la compasión de Dios por Noé cuan-
do seca la tierra que había inundado. La narración del diluvio y de
cómo la tierra se secó se parece mucho a otras narraciones del
Medio Oriente sobre una gran inundación. Esto ha hecho surgir la
teoría de que el relato bíblico no es más que una de esas muchas
historias. Sería mucho mejor pensar que en la Biblia tenemos el
relato verdadero, tal como Dios lo conservó para su pueblo, mien-
tras que en otros lugares del Oriente se conservó el recuerdo de
esta gran desgracia, aunque de manera imperfecta, llena de mitolo-
gía y politeísmo.
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ción sagrada de la vida, incluso esa vida que le importaba tan poco
a la humanidad (Gn 4.8,23).
En este punto Dios establece la pena de muerte para el asesi-
no. Dicha pena no fue dada en un contexto de falta de respeto por
la vida humana, sino al contrario, en un contexto de grandísimo
respeto por parte de Dios, hasta por las vidas de los pecadores
(9.5,6). La Ley fue dada en el contexto de la misión humana de
multiplicarse y llenar la tierra (9.7), es decir, en un contexto de vida.
Por consiguiente, el Dador de la ley tenía las mejores intenciones
para la humanidad con su pensamiento. Los argumentos de hoy en
día que se oponen a esta ley, por tanto, y que exigen que no se siga
aplicando la pena capital, no pueden estar dirigidos a beneficiar al
hombre.
El pacto mencionado primeramente en 6.18 y ahora en 9.9 es
un pacto con toda la humanidad en general (9.17). Noé y su des-
cendencia incluyen en sí obviamente a todos los hombres nacidos
después de él. El pacto incluye también a los animales de la crea-
ción que fueron rescatados por Noé. Como la mayoría de los pac-
tos bíblicos, es hecho para bien de los incluidos en él. Es estableci-
do por Dios, es incondicional, y tiene un sello o señal.
Dios es quien establece este pacto para conservar la vida so-
bre la tierra. Su objetivo es evitar que los hombres vuelvan a caer
en el estado de perversión en el que habían caído previamente, con
anterioridad al diluvio. No le pone condiciones al hombre, pero se
compromete a no destruir nuevamente a la raza humana con el
diluvio (9.15). Hasta el día del juicio final, Dios nunca borrará de
nuevo a los hombres de la faz de la tierra, como lo hizo en el diluvio.
Esto no impide que juzgue de manera local a través de inundacio-
nes o por otros medios, claro está. Ni tampoco quiere decir que
Dios no juzgará al mundo en el último día. Pedro aclara bien que Él
juzgará una vez más al mundo entero, en 2 Pedro 3.7. La señal de
este pacto es el arco iris en el cielo, que es visible tanto para el
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hombre como para Dios. Esto les recuerda a los hombres que Dios
se acuerda de su promesa cada vez que se reúnen las nubes, remi-
niscencia del diluvio. En esencia, el pacto declara que una destruc-
ción total como la que ya cayó en una ocasión sobre la humanidad
no volverá a suceder hasta el final de la historia humana; no porque
los hombres sean mejores, sino porque Dios en su bondad se ha
propuesto conservarlos hasta el final de los tiempos.
El viejo problema de la naturaleza pecadora del hombre resalta
en forma gráfica nuevamente en los versículos finales del capítulo
9. No hay un cambio verdadero en las inclinaciones naturales del
hombre hacia el pecado. Hasta Noé, considerado justo en su gene-
ración, está todavía lleno de una naturaleza pecadora que no ha
sido totalmente sometida. Después del diluvio, Noé se emborracha,
usando mal las bendiciones que Dios le había dado, y como conse-
cuencia, yace por el suelo en vergonzosa desnudez ante sus hijos,
en lastimoso y chocante aspecto (9.20,21).
Cam, uno de sus hijos, hace también despliegue de su tenden-
cia natural al pecado. Cuando ve la desnudez de su padre, su reac-
ción es ridiculizarlo, en lugar de ayudarlo y compadecerse de él tal
como debería ser entre padre e hijo. No sabemos qué les dijo a sus
hermanos, como tampoco sabemos lo que Caín le dijo a Abel, pero
en ambos casos, las Escrituras los reprueban, y sobreviene un jui-
cio. El delicado amor y respeto de Sem y Jafet presenta un agudo
contraste con la acción de Cam (9.23).
La profecía que sigue a este incidente no es de contenido racial
histórico sino espiritual. Básicamente plantea dos categorías de
hombre. Los primeros son los descendientes de Cam (Canaán y los
suyos), y representan la continuidad de los descendientes de Caín
antes del diluvio. Son los injustos, cuya injusticia está ejemplificada
en las acciones de su padre Cam. La mención específica de Canaán
en este lugar señala simplemente que la profecía se refiere también
a su descendencia.
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por pequeñas que sean las cosas de este mundo que el siervo del
Señor deje tras sí, Dios lo recompensa con riquezas espirituales
fuera de toda medida.
La única gran preocupación de Abraham en este momento,
estaba en que aún no tenía una descendencia a través de la cual
todas estas esperanzas pudieran realizarse (15.2). Las tabletas de
arcilla que se han descubierto en el área de Mesopotamia y que
han sido traducidas contienen un recuento de las costumbres en los
tiempos en que Abraham vivió en Mesopotamia. Nos muestran cómo
Abraham expresaba aquí la noción común en aquellos tiempos de
que cuando un hombre no tenía hijos, su sirviente se convertía en su
heredero, es decir, era adoptado como hijo. Este era el problema que
preocupaba a Abraham grandemente en ese momento.
Para comenzar, se encontraba ante un problema que era inca-
paz de solucionar. Su esposa no le daba heredero y, sin embargo,
Dios le prometía una descendencia y una multitud de herederos
(15.5). La respuesta de Abraham a esta promesa sobrenatural fue
creer en el Señor. Esa expresión de fe complació a Dios, y le fue
tenida en cuenta o imputada por justicia a Abraham. Pablo dirá más
tarde que, en realidad, todos los que permanecen justos ante el
Señor y son, por tanto, justificados en su presencia, lo son por la fe
como lo fue Abraham (Ro 4.3s, Gá 3.6s). Aquí queda establecido,
por tanto, el gran principio de justificación por la fe, en contraste
con el de justificación por las obras. Nadie es aceptable a Dios por
sus obras; solo por la fe puede serlo (Heb 11.6).
Aquí es necesario decir una palabra con respecto al significado
del término bíblico «fe». La palabra raíz utilizada aquí en la Biblia
hebrea es una palabra que tiene el sentido de algo muy fuerte,
cierto y seguro, como lo son los brazos de un hombre meciendo a
un niño (Nm 11.12), o los pilares de un edificio (2 R 18.16). En la
forma pasiva, toma el significado de «ser afirmado, o asegurado, o
establecido» (Is 7.9). En la forma causal significa «hacer que algo
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ocasión, dijo a los que le seguían: «He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo» (Jn 1.29). No podemos decir si Abraham
lo entendió así, o hasta qué punto lo logró entender, pero de lo que sí
estamos seguros es de que su profecía de aquel día señalaba hacia
la obra de Cristo en el futuro.
La intervención del Señor en el acto de obediencia de Abraham
(22.12) indica que nunca fue la intención de Dios que Abraham
llevara a cabo el sacrifico, sino solamente que estuviera dispuesto a
hacerlo. Aquí también, como en un cumplimiento parcial de la pro-
fecía de Abraham, Dios proporciona un sustituto para Isaac, el car-
nero (22.13). Ese día le fue dado a Abraham por primera vez el
principal motivo para los sacrificios de animales, es decir, la expia-
ción vicaria. No importa lo que hayan significado anteriormente los
sacrificios de animales para los oferentes; de ahora en adelante,
para el pueblo de Dios, querrían decir que Dios proporcionaría un
sacrifico como sustituto por el pueblo de Dios, a fin de que este no
tuviera que morir por sus pecados.
Una vez más, en este lugar tan; apropiado, Dios renueva su
alianza con Abraham en términos de su descendencia. Las pala-
bras «tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos» son
un claro enlace con Génesis 3.15, el triunfo de la simiente de la
mujer sobre la de la serpiente.
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hijo de Tamar, Fares, a través del cual dará más tarde sus bendicio-
nes a Israel (38.29).
Cuando sobrevino el hambre predicha por Dios al faraón a
través de José, la familia de Jacob, junto con todos los de la tierra,
comenzaron a sufrir. En la providencia divina, por tanto, los hijos de
Jacob fueron a Egipto y se tuvieron que enfrentar con José, al que
creían que no volverían a ver jamás. No pudieron reconocerlo debi-
do a que cuando lo habían vendido como esclavo era un jovencito,
y ahora era ya un hombre maduro (42.6s).
El juego del gato y el ratón que mantiene José con sus herma-
nos es sin duda voluntad de Dios. Les había llegado el momento de
ser probados, como ya lo había tenido José. Es evidente que los
hermanos, al sentir la presión que José les hacía, mostraron señales
de arrepentimiento y remordimiento por sus hechos pasados (42.21).
Cuando regresaron a donde estaba Jacob sin Simeón, y le dije-
ron cuáles eran las demandas del señor de la tierra, que regresaran
trayendo a Benjamín si querían volver a ver a Simeón, Jacob, como
es natural, desahogó toda la amargura almacenada en su alma
(42.36).
En este momento, Rubén, el hijo mayor, es probado de nuevo, y
falla. Su respuesta a las necesidades de su padre, solo puede reci-
bir el nombre de cruel (42.37). No es capaz de persuadir a su padre
con sus toscas medidas. De nuevo demuestra Rubén que no podía
ser el caudillo del pueblo de Dios.
Es entonces cuando Judá surge para dirigir a sus hermanos,
como el que lleva la voz cantante en la familia. Al contrario de lo
que vemos en Rubén, Judá se manifiesta compasivo y sacrificado,
dispuesto a ser la seguridad de Benjamín, y a dar su vida por su
hermano a causa de su amor por su padre (43.8,9). Así manifiesta
poseer cualidades espirituales de las que carecían por completo los
demás. De ahora en adelante, la frase «Judá y sus hermanos» se
hará frecuente, señalando así el nuevo papel de caudillo que Judá
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CAPÍTULO 3
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Como quiera que fuese, los egipcios eran ahora hostiles a Is-
rael, y lo esclavizaban cruelmente (1.10-14). Su crueldad alcanzó
grandes dimensiones, hasta el punto de exterminar a todos los hijos
varones (1.15s) aunque las parteras de Israel, que eran fieles, lo
evitaron (1.17).
Un hecho notable de precaución para proteger a su hijo fue el
de la madre de Moisés. Esta mujer piadosa, no teniendo fuerza en
sí misma para proteger a su niño recién nacido, se lo encomienda a
Dios y lo pone dentro de un bote de papiro en el río Nilo (2.1ss).
Por providencia divina esta confianza en el Señor fue bendecida, y
Moisés no solo fue salvado de ser matado sino que fue criado en el
palacio del rey. Encima de ello, fue cuidado por su propia madre.
Así quedaba expuesto a la vez a la mejor educación posible en el
mundo antiguo, y a la alimentación espiritual de su fe por su propia
madre. Dios le tenía preparada una labor especial a este niño.
En el capítulo 2 se nos cuenta de un fracasado intento realizado
por Moisés para liberar a su pueblo de la opresión (2.11s). Lo que
hizo, lo hizo como un acto de fe. Así nos dice el escritor de Hebreos
(11. 24-26). Sin embargo, fracasó y se vio forzado a huir de Egipto.
Todavía no estaba preparado para la gran tarea que Dios le tenía
reservada: la liberación de su pueblo. Le hacían falta aún varios
años de humillación, de aprender a ser paciente, y a confiar solo en
Dios. El Señor le proporcionó un lugar en el desierto y unas cir-
cunstancias que le permitieron llegar a la madurez espiritual que
Dios deseaba (2.16-22).
Mientras tanto, Dios no había olvidado a Israel en su sufrimien-
to (2.24). Estaba preparándole el camino de su liberación en la
persona de Moisés, que es ya un hombre maduro (cap. 3). Moisés
era pastor. Es notable la cantidad de grandes caudillos de Dios que
fueron pastores antes de guiar al pueblo de Dios. Por supuesto,
pensamos en Abel, Abraham, Isaac, y Jacob, que fueron todos
cuidadores de ganado. Más tarde, David aprenderá muchas de las
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verdades básicas del cuidado que Dios tiene con su pueblo, mien-
tras trabajaba como pastor (ver Salmo 23). El profeta Amós fue
también un pastor, y los profetas se referían con frecuencia a los
líderes de Israel como pastores. En el Nuevo Testamento Jesús se
llama a sí mismo el «Buen Pastor» y se presenta como ejemplo de
lo que deben ser todos los que Dios llame a guiar a su pueblo (Jn
10). Pedro hace referencia a los jefes de la iglesia como a pastores
del rebaño (1 P 5.1-4; cf. Hch 20.28s).
Cuando Moisés tenía unos ochenta años de edad, Dios tuvo un
encuentro con él en medio de una zarza en el desierto de Sinaí, o de
Horeb, como también es llamado (3.1). Sabemos su edad aproxi-
mada gracias a diversos pasajes que hemos podido comparar. Éxo-
do 7.7 y Hechos 7.23 indican que en este momento tenía unos
ochenta años. Esto significaría que Moisés había estado ya unos
cuarenta años en el desierto, cuidando los ganados de su suegro. A
pesar de ser un hombre de educación y cultura, tuvo que ser mol-
deado para llegar a ser el hombre que Dios quería que fuera.
En el primer encuentro que tiene Moisés cara a cara con el
Señor, este se le aparece como el Dios de sus padres, establecien-
do con ello una continuidad con el pacto que había hecho con los
patriarcas (3.6). Tal como le había prometido anteriormente a
Abraham, estaba ya listo para sacar a su pueblo de la esclavitud.
En el versículo 10 le dice detalladamente a Moisés cuál ha de ser
su papel.
Podemos notar que Moisés ha perdido ya su vana confianza en
sí mismo, y en sus años de humillación ha llegado a darse cuenta de
sus propias limitaciones (3.11). Esto es algo imprescindible para los
siervos de Dios. La respuesta de Dios es más que adecuada: «Yo
estaré contigo» (3.12).
Fijado ya este contexto, Dios procede a designar el nombre por
el cual le habrá de conocer su pueblo (3.14,15). El nombre que
Dios se da —la mejor forma de traducirlo— es «Yo seré», o «Yo
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verdaderos jefes, que él estaba con ellos. Esto es lo único que hace
posible la labor continua de la iglesia hoy en el mundo.
A pesar de todo esto Moisés no se sentía seguro todavía. Su
miedo seguía basándose en sus sentimientos de incapacidad. Con
razón, temía que el pueblo no le escuchara, ni aceptara lo que él
decía como procedente del Señor (4.1). La respuesta de Dios fue
darle poderes milagrosos ese día para demostrar la presencia de
Dios y su aprobación de lo que él dijera e hiciera (4.2s). En el
versículo 5 se nos dice explícitamente cuál habría de ser la función
de los milagros que Dios realizaría a través de Moisés: hacer creer
al pueblo que Moisés era un enviado del Señor, y que no había ido a
él a hablarle con su propia autoridad humana.
Este pasaje es muy importante para ver la relación exacta que
hay entre los milagros bíblicos y la revelación. Dicho llanamente,
los milagros fueron dados a Moisés para dejar en claro que hablaba
en nombre de Dios y para darle autoridad a lo que enseñaba. Ve-
mos además que los milagros de la Biblia aparecen principalmente
en los tiempos de una nueva revelación escrita. Hay ciertos grupos
de milagros en este período, que es el primero de la revelación
escrita, la época de Moisés. Posteriormente, en tiempos de Elías y
Eliseo, que fueron los precursores de los grandes profetas escrito-
res, tenemos otro grupo de milagros; y un grupo menor en la época
de Daniel. En el Nuevo Testamento el grupo mayor se halla por
supuesto alrededor de Cristo, en la presentación del evangelio, y en
menor grado, alrededor de sus apóstoles, tanto antes como después
de su resurrección y ascensión. Dios les dio estos poderes milagro-
sos a sus siervos con un propósito específico, y a través de ellos
afirmó su autoridad como dadores de una nueva revelación que
provenía de Dios. Por tanto, parece válido concluir que la era de los
milagros quedó cerrada cuando se cerró la de la nueva revelación,
al final de la Era Apostólica.
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este momento Dios hace que el corazón del faraón sea obstinado y
rebelde cuando por naturaleza habría estado inclinado a obedecer-
le, es erróneo. La palabra «endurecido» usada aquí estaría mejor
traducida como «dejó que se endureciera». Dios no hizo peor al
faraón; simplemente, rehusó frenarlo para que no hiciera el mal.
Dejó que el corazón del faraón se fijara en sus tendencias naturales
a la maldad. En el Nuevo Testamento, Pablo describe un fenómeno
similar en Romanos capítulo 1, cuando habla de los malvados que
«Dios entregó a pasiones vergonzosas ... a una mente reprobada»
(Ro 1.26,28). Dios aquí simplemente se abstiene de intervenir, como
hace con frecuencia en las vidas de los hombres, y no impide que el
faraón realice toda la maldad que estaba en su corazón.
Quizá la razón por la que Dios permitió que los magos y encan-
tadores de Egipto igualaran algunos de los milagros suyos, era po-
der probar la fe de Moisés y Aarón, provocando al mismo tiempo
pensamientos de vanidad en los egipcios (7.11,22ss). Las obras de
esos magos fueron reales muy probablemente, y no simples ilusio-
nes. Las Escrituras dicen que las hicieron, pero no por su propio
poder, claro está. Deben de haber estado tan sorprendidos como lo
estaba la bruja de Endor más tarde, cuando, con la ayuda de Dios,
trajo a Samuel de entre los muertos hasta su presencia.
Los capítulos siguientes narran los diversos milagros que sir-
vieron para mostrar el favor de Dios hacia su pueblo (8.22, 9.4,6ss)
y para humillar a los egipcios (9.22ss). Pero el corazón del faraón
continuó siendo duro hasta el final. Aunque parecía fluctuar entre
la sumisión a la voluntad de Dios y el obstinado rechazo de la idea
de permitir que Israel se marchara, no hay evidencias de que su
corazón haya cambiado realmente jamás, sino que siguió en la du-
reza que le era connatural.
En el capítulo 11 leemos la culminación de las plagas milagro-
sas lanzadas contra Egipto. El propósito divino era a un tiempo
bendecir a su pueblo y juzgar a Egipto. Para hacerlo, le dio riquezas
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Se nos dice que había unos 600.000 hombres, sin contar los
demás que dejaron Egipto. Hay quien ha estimado la población
total de los israelitas que vivieron en Egipto en alrededor de dos
millones y medio (12.37).
La multitud de toda clase de gentes mencionada en 12.38 (ver
también Nm 11.4) puede que haya estado integrada por egipcios y
otros extranjeros que se habían ido uniendo a los israelitas durante
los últimos 400 años de su historia. Sin embargo, una explicación
mejor parece ser que el término «multitud de toda clase de gentes»
haga referencia a la mezcla espiritual que había entre los israelitas.
No todos los que salieron de Egipto eran hijos de Dios. Abundaban
entre ellos los no creyentes. Esto se manifiesta claramente en las
pruebas que Israel tuvo que sufrir en el desierto. Al parecer, este
era el sentido que Pablo le daba al texto (1 Co 10.1-11). También
podríamos comparar las palabras del escritor de Hebreos (Heb
3.16-19) y de Judas (v. 5).
La época en que tuvo lugar el Éxodo sigue siendo un gran
problema. En 12.40 se nos dice que el tiempo que Israel estuvo en
Egipto fue de 430 años. Esto está de acuerdo con los 400 años de
aflicción que Dios le había predicho a Abraham (Gn 15.13). Tam-
bién Pablo hace referencia a los 430 años como el tiempo transcu-
rrido entre la promesa por fe y la entrega de la Ley. Al parecer,
considera la promesa en fe como lo que Jacob llevó consigo a Egip-
to, y sirvió de apoyo al pueblo de Dios durante los 430 años que
habitó allí (Gá 3.17). En 1 Reyes 6.1 se considera que han pasado
480 años desde el Éxodo hasta el cuarto año del reinado de Salomón.
Debido a ciertas inconsistencias aparentes en las fechas que tene-
mos y a nuestra imposibilidad de conocer el método usado para
contarlas, los eruditos conservadores no se han podido poner todos
de acuerdo con respecto a la fecha del Éxodo. Hay buenos argu-
mentos a favor de considerarlo de una fecha que se remonta al
siglo quince antes de Cristo, pero también los hay a favor de una
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para advertir que la observancia del sábado nunca podrá ser usada
como excusa para juzgar sin misericordia, o para no tener compa-
sión hacia los demás. Jesús sanaba en sábado, como vemos aquí;
era recibido en las casas como invitado a cenar en sábado (Lc
14.1), y le ordenó a un hombre que cargara con su propia camilla
en sábado, porque al hacerlo estaba glorificando a Dios (Jn 5.10).
Pablo exhorta también a los cristianos a que no permitan que los
demás los juzguen con respecto a su observancia del sábado o de
cualquier otro día por esta razón (Col 2.16s). Es erróneo permitir que
otros legislen sobre como o por que medios podemos o debemos
observar el sábado. La observancia sabática es algo que queda es-
trictamente entre el creyente y su Señor. Lo que hagamos o dejemos
de hacer en ese día debe estar basado en nuestro amor a Dios y
nuestro deseo de estar en paz con él. Como se sugiere en Hebreos
4.1ss, la observancia del sábado es una figura del descanso eterno
del pueblo de Dios con él, y debería ser para nosotros como una
muestra de lo que será el cielo. Por tanto, debería ser utilizado para
esas cosas que esperamos hacer en el cielo cuando habitemos con
Dios y su pueblo en amor, gozo, paz, y alabanza para siempre.
El Nuevo Testamento introduce la práctica del Día del Señor, o
primer día de la semana, como el sábado cristiano, no por enseñanza
específica, sino por vía de ejemplo. Hallamos una práctica que se va
desarrollando gradualmente: la de hacer las reuniones cristianas de
adoración en el primer día de la semana (Hch 20.7; 1 Co 16.2) en
honor de la resurrección de Cristo, que tuvo lugar en ese día. Así
como el último día de la semana marcaba el final de la primera crea-
ción, el primero es el principio de la nueva creación en Cristo.
El quinto mandamiento se considera como un mandamiento de
transición que separa los primeros cuatro mandamientos de los úl-
timos cinco. Está en este lugar porque, como ya hemos señalado, el
hogar es el punto donde comienza la instrucción de los hijos con
respecto al Señor y a las relaciones con los demás hombres. Dios
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El tercer objeto que hay en estos lugares el altar del incienso, que
está quemándolo continuamente y le da un suave olor a todo el recin-
to. El incienso simboliza con frecuencia la elevación de nuestras ora-
ciones a Dios en las Escrituras (Prv 141.2; Lc 1.10; Ap 5.8; 8.3,4).
Esta área exterior está separada por una gran cortina o velo
del lugar santísimo. Detrás de dicha cortina está el arca de la alian-
za, donde se halla la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el
arca está el asiento de la misericordia, y cerniéndose sobre este
asiento, los querubines. La última vez que vimos a los querubines
hacían el oficio de guardianes del camino que conduce al árbol de
la vida (Gn 3.24). Es de suponer que su presencia aquí quiere indi-
car que toda la estructura del tabernáculo ha sido diseñada para
enseñarles a los hombres el camino de regreso a Dios y a la vida
eterna en él. En Hebreos, capítulos 8 y 9, se nos dice que el diseño
del tabernáculo en el Antiguo Testamento representaba la obra de
ministerio de Dios, a través de Jesucristo (8.1,2). El tabernáculo del
Antiguo Testamento es llamado «sombra de las cosas celestiales»
(8.5). Por tanto toda la estructura y el mobiliario del tabernáculo del
Antiguo Testamento, señalaban simbólicamente hacia la obra que
tendría su cumplimiento en Jesucristo (9.1-10).
Hebreos 9.11s nos señala que Jesucristo cumplió todo lo que
estaba representado simbólicamente en el Antiguo Testamento por
el tabernáculo, y por nosotros se ha acercado realmente a la misma
presencia de Dios. El tema principal del autor de Hebreos es que
todo lo que había sido simbolizado por el tabernáculo del Antiguo
Testamento fue cumplido en Jesucristo. Él se llegó por nosotros
hasta la misma presencia de Dios (9.24).
Por tanto, es razonable suponer que toda esta estructura del
Antiguo Testamento fuese un retrato visible de la futura obra de
Cristo para realizar todo lo necesario para podernos acercar a Dios.
El altar de los sacrificios, donde diariamente se ofrecía el
cordero, lo vemos en el Nuevo Testamento en Cristo, quien es lla-
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mado Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1.29). La
fuente de las abluciones, para mantener una limpieza continua,
apunta hacia dos pasajes del Nuevo Testamento que se refieren a
la obra de Cristo. En el evangelio Jesús les dice a sus discípulos
que, habiendo sido limpiados una vez, ya no hay más necesidad que
la de lavarse los pies, y es de suponer que se refiere a la limpieza
del pecado de una vez por todas a través de su labor redentora, y
posteriormente a la necesidad de confesar diariamente el pecado
en la vida del creyente, para su propio bien (Jn 13.10). Asociado
con este pasaje encontramos también 1 Juan 1.7-9, donde leemos
que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, y sin embar-
go, debemos confesar nuestros pecados continuamente, en la se-
guridad de que el Señor nos limpiará de toda injusticia.
El candelero y los panes de la proposición nos recuerdan, por
supuesto, las palabras que Jesús dijo sobre sí mismo: «Yo soy la luz
del mundo» (Jn 8.12), y «Yo soy el pan de vida» (Jn 6.35).
El altar del incienso trae a la mente las palabras de Hebreos
7.25 sobre Cristo: «...viviendo siempre para interceder por ellos»
(los que se acercan a Dios a través de Cristo). Finalmente, el arca
de la alianza, el símbolo de la presencia misma de Dios con su
pueblo, situado tras el velo, seguramente señala hacia las palabras
de Cristo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre, sino por mí» (Jn 14.6). Así como el sumo sacerdote entraba
tras el velo una vez al año, simbólicamente, en la presencia misma
de Dios, así también Cristo ha entrado de una vez por todas a su
presencia, por nosotros (Heb 8.1s; 9.11s, 24-28; 10.19-23). Por
esto fue que el día de la muerte de Jesús el velo del templo se rasgó
en dos de arriba abajo. Ya no hace falta más simbolismo. Para
cumplirlo, Cristo ha realizado todo lo que el mismo señalaba (Mt
27.51; Heb 10.20).
Como el tabernáculo estaba situado en medio del campamento
para señalar la presencia de Dios con su pueblo, los hijos de Dios
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Tabernáculo
resto del Pentateuco está dedicado a enseñarle al pueblo cómo
vivir como pueblo de Dios.
Desde Éxodo capítulo 20, hasta Números, se relata la entrega
de la ley de Dios a Israel al mismo tiempo que se dan ciertas for-
mas de aprender qué es lo que Dios quiere que el pueblo haga para
agradarle. En este punto, como ya hemos señalado, el tabernáculo
y el sistema de sacrificios en última instancia están presentando a
Cristo como el cumplimiento de todo lo que Dios exige en cuanto a
obediencia y adoración. El libro de Deuteronomio, reflexionando
sobre los cuarenta años de vida errante que llevó Israel en el de-
sierto, interpreta la Ley, predice que el pueblo no será capaz de
cumplirla en el futuro, y por último señala hacia la esperanza de que
Dios habrá de rescatar a su pueblo de sus pecados.
Ciertamente, el Pentateuco es el fundamento de nuestra compren-
sión de todo el resto de la revelación verbal de Dios. Por eso, hemos de
hacer referencias constantes a él, a medida que progresemos en el
estudio del resto del Antiguo Testamento, así como del Nuevo.
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CAPÍTULO 4
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CAPÍTULO 5
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ISRAEL
(JUECES, RUT, 1 SAMUEL 1,2)
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CAPÍTULO 6
EL REAVIVAMIENTO ESPIRITUAL Y
LA PROSPERIDAD DEL PUEBLO DE
DIOS (1 Samuel 2.12- 1 Reyes 11)
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hallaron digno de elogio. Pero Dios mira el corazón, esto es, lo que
es un hombre realmente, debajo de su apariencia externa (v. 7).
Se nos dice que el Espíritu Santo vino aquel día para permane-
cer en David, a diferencia de la forma en que venía y se iba con
respecto a Saúl (v. 13). David habría de tener el Espíritu Santo en
gran medida, ya que era el escogido por Dios para guiar a su pue-
blo, y habría de ser una figura del Cristo que habría de venir de su
descendencia.
La mención que se hace del mal espíritu que estaba en Saúl (v.
14) no tiene por qué turbarnos si recordamos que la palabra «mal»
tiene dos sentidos en las Escrituras. Puede significar «mal moral»,
que nunca es asociado con Dios, o puede significar el juicio de Dios
sobre los hombres pecadores, y este siempre viene de él. En este
último sentido hemos de entender aquí que el espíritu enviado por
Dios a Saúl, era un espíritu de juicio.
Por supuesto que no fue una coincidencia que hubiera a mano
alguien que recomendara a David como un consumado tocador de
arpa que podía sosegar a Saúl (v. 18). Dios buscó la manera de que
su siervo comenzara a ser entrenado en los asuntos del reino y en
la guerra, tal y como había hecho antes preparando a Moisés en la
corte del faraón. Tampoco fue ninguna coincidencia que David
encontrara favor, tal como lo había encontrado José en la corte del
faraón mucho antes. El Dios soberano es el que está siempre al
frente de las cosas, y todo lo obra para su propia gloria y para el
bien de aquellos que confían en él.
La narración del desafío entre David con Goliat, en el capítulo
17, es bien conocida. Debemos llamar la atención sobre el hecho
de que cuando se le dio oportunidad a David de pelear con Goliat,
puso su confianza no en sí mismo sino en el Señor. Esta seguridad
no la había ganado súbitamente, sino a través de todos los años en
que había ido viendo la protección de Dios sobre su vida (vv. 34-
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do. Nos quiere contritos ante él. Dios, como había visto la madre de
Samuel, exalta al humilde y abate al soberbio (1 S 2.5-10).
A partir de este momento, las tragedias se van sucediendo en
la vida de David, muchas de las cuales se originan en su propio
hogar. En esto hay otra indicación importante. El perdón del peca-
do no equivale a que seamos liberados de las consecuencias del
pecado en esta vida. Cuando a David se le aseguró que con res-
pecto a su posición ante el Señor había sido perdonado, al mismo
tiempo se le advirtió que las tristes consecuencias de aquel pecado
afectarían al resto de su vida (12.10-12).
Muchos creyentes no comprenden esto, pero es importante
que lo hagamos. Yo puedo mentirle a alguien y arrepentirme des-
pués, por lo que soy perdonado, pero las consecuencias de esa
mentira no se borran. Por causa de haber yo mentido, quizá se le ha
hecho mal a alguien, quizá se le ha negado a alguien lo que le per-
tenecía, quizá haya sido herida la reputación de alguien. Y eso no
puede deshacerse. Puede que me ponga a conducir descuidada-
mente y pase el límite de velocidad y mate a un niño. Dios me
perdonará si soy creyente y le confieso mi pecado, pero el niño ya
está muerto, y los corazones de sus padres destrozados. Quizá ten-
ga que ir a la cárcel y mi propia familia tenga que sufrir por mi
descuido. No se puede escapar de estas consecuencias. El perdón
y la liberación de las consecuencias que trae el pecado en este
mundo no son la misma cosa.
La diferencia entre Saúl y David está no en que el uno pecara
y el otro no, ni en que el uno tuviera una vida trágica después de
su pecado y el otro no. Ambas vidas estuvieron llenas de trage-
dias después de sus pecados. La diferencia esta en que el uno no
tenía el corazón quebrantado ni obtuvo perdón, y por tanto care-
cía de la amistad de Dios para sostenerse, mientras que el otro
tuvo todas estas cosas, y en realidad creció espiritualmente en
medio de sus tragedias.
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tar todo el castigo que fuera necesario. Sabe honrar a Dios durante
su prueba (15.25; 16.10-12). Confía en el Señor y su confianza no
es en vano. Todo estaba realmente en las manos de Dios, que incli-
nó los propósitos de los hombres para que sirvieran a sus propios
fines y a su propia voluntad (17.14).
Vemos también el amor que David tenía aún por su hijo rebel-
de. No en balde tenía un corazón según el corazón de Dios (18.5).
Joab, el pariente impetuoso, orgulloso, y vano de David, no pudo
comprender un corazón así y mató cruelmente a Absalón, sin con-
sideración alguna hacia los sentimientos de su padre (18.9-15). In-
cluso su consejo, aunque quizá fuera sabio en esta ocasión, tenía un
propósito cruel y malvado. Su intención no era consolar a David
sino herirlo (19.1-6).
Los problemas de David no terminaron aquí. El capítulo 20
habla de otra rebelión en Israel, acaudillada por Seba, de la tribu de
Saúl. Esta rebelión no tenía ningún propósito en particular, y fue
sofocada rápidamente, aunque sirvió para poner en evidencia nue-
vamente la maldad de Joab, quien asesina al nuevo escogido de
David para capitán de su ejército, a Amasa (vv. 4-10). Tal como
antes había hecho con Abner, que era una amenaza para su posi-
ción, ahora asesina a Amasa. El fallo de David de no haber discipli-
nado a este hombre desde mucho antes lo sigue persiguiendo.
El resto de la vida de David se narra rápidamente en la Palabra
de Dios. Los capítulos 22 y 23 recogen algunos de los salmos de
David en alabanza a Dios. En el capítulo 22 narra él cómo Dios lo
ha librado de todos aquellos que buscaban su vida. Alaba a Dios
como su libertador (v. 1ss) y a la Palabra de Dios como probada y
segura (v. 31). Al final, se ve reflejado en la simiente prometida, y
mira sin duda al Mesías que habría de venir de su descendencia (v.
51, cf. Mt 1.1).
En el capítulo 23 David declara con toda claridad que lo que él
ha escrito proviene del Espíritu Santo de Dios (vv. 1,2). Reflexiona
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disciplina que había tenido David con sus propios hijos. El nunca lo
había llamado a cuentas por las cosas que hacía mal (v. 6), por lo
que en cierto sentido, este acto de rebelión de parte de Adonías
reflejaba una vez más el punto débil de su padre.
Esta vez, dos que siempre habían estado antes de parte de
David aparecen ahora en contra: Joab y el sacerdote Abiatar.
Los que estaban con David estaban preocupados por el giro de
las cosas y le avisaron del peligro a Betsabé, la madre de Salomón,
el escogido por David para ser su sucesor. El Simei que se mencio-
na aquí de parte de David puede muy bien haber sido el mismo que
en una ocasión lo había maldecido (cf. 2 S 16.5ss y 19.18-21).
Cuando David recibió la noticia de lo que estaba sucediendo,
reunió apresuradamente a todos aquellos en quienes podía confiar
e hizo que Salomón fuera ungido rey en un lugar lo suficientemente
cercano a los seguidores de Adonías, como para que estos pudie-
ran oír la celebración de la coronación del nuevo rey y supieran que
su causa era desesperada (vv. 41-43)
Adonías fue abandonado rápidamente y suplicó misericordia a
Salomón. Este se comportó con una sorprendente clemencia para
con su medio hermano (vv. 52,53).
Las instrucciones dadas por David a Salomón antes de morir
nos hacen recordar las últimas palabras de Jacob y de otros pa-
triarcas de la antigüedad (2.1-4). En estas instrucciones menciona
específicamente la Ley de Moisés como el fundamento de una vida
fiel para el rey y para todo su pueblo. Tienen bastante parecido con
las palabras habladas por Dios a Josué después de la muerte de
Moisés (Jos 1).
David continúa dándole instrucciones con respecto a muchos
que habían pecado durante su reinado y no habían sido disciplina-
dos. Menciona en primer lugar a Joab (2.5) y todo el mal que ha
hecho. También menciona a Simei, que lo había maldecido (v. 8), y
reclama la muerte de ambos hombres (vv. 6,9).
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de oro que hubiera en él. Vale la pena mencionar que más tarde el
Señor hablaría desdorosamente del templo que Salomón había cons-
truido y consideraría mucho mayor la gloria del templo construido
después de la cautividad, que era mucho menos pretencioso (Hag
2.7,8). Quizá también Jesús hiciera alusión a la obsesión de Salomón
con el oro cuando hablaba a los fariseos (Mt 23.16,17) que ponían
tanta importancia en el oro del Templo. Al final, el oro no glorifica-
ba a Dios, sino a los hombres.
La obsesión de Salomón con el oro continúa revelando su vani-
dad cuando hace hasta escudos de oro (10.17), objetos sumamente
inútiles, y llega hasta cubrir la hermosura del marfil con oro (v. 18).
Creo muy posible que en estos marcados excesos está la clave
de la depauperación espiritual de Salomón. No hay duda de que se
fue depravando espiritualmente, a pesar de todos los méritos ya
mencionados.
3) Sus pecados. Los pecados de Salomón están a la vista, y lo
triste es que no hay la más mínima evidencia de que se arrepintiera
de ellos. Primero, se casó con una extranjera que no era creyente,
y hasta utilizó su matrimonio para hacer una alianza con un poder
pagano (3.1).
Otro pecado de Salomón, conectado con su naturaleza ambi-
ciosa, fue que decretó una leva en Israel, convirtiendo así a los
israelitas en esclavos (5.13). Esto más tarde precipitó la rebelión
que causó la división del reino en la época de su hijo.
Su orgullo y amor de sí mismo no se pueden pasar por alto
cuando leemos que dedicó más tiempo a su propio palacio y lo
construyó mayor que la Casa del Señor (ver 6.2,38; 7.1,2). Tardó
siete años construyendo el Templo y trece construyendo su pala-
cio. El Templo del Señor tenía un tamaño equivalente más o menos
a la mitad del de su palacio.
Debemos decir que el corazón de Salomón no era recto ante
Dios como lo había sido el de David. Sus pecados y excesos nos
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Ciudad de Jerusalén
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CAPÍTULO 7
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más fiel y durante más tiempo, y dio varios reyes buenos, entre los
cuales se encuentran Asa, Josafat, Uzías, Ezequías, y Josías.
En conclusión hemos de decir que el derecho no puede deter-
minarse por conteo sino sobre la base de sí la iglesia permanece fiel
a la Palabra de Dios. Por tanto, en realidad nada quedó establecido
por la división; solo mucho después, cuando una de las partes de-
mostró ser más fiel que la otra.
Los dos capítulos siguientes, 13 y 14, muestran que Dios no
pasaría por alto los pecados de Jeroboam. La notable profecía so-
bre la venida de Josías para destruir el altar construido por aquel se
cumplió exactamente en la forma predicha por el profeta anónimo
(13.1,2; cf. 2 R 23). El trágico fin de este profeta, cuyo nombre
desconocemos, pone énfasis una vez más en la clara lección divina
de que la Palabra de Dios ha de ser tomada en serio siempre por
todos, y de manera especial por aquellos a quienes Él llama para
que sean sus voceros (recuérdese el severo juicio sobre Moisés).
Debido a la infidelidad de Jeroboam, Dios predice su derroca-
miento y caída, como en otra ocasión le había predicho a Jeroboam
la caída del reino de Salomón (14.13,14). El resto del capítulo 14
habla del reinado de Roboam, a quien se presenta como un malva-
do (vv. 22ss). Por este tiempo la gloria de Salomón comienza a
desvanecerse con la llevada a Egipto de sus escudos de oro y sus
tesoros por el poderoso rey Sisac (vv. 25ss).
Quizá el mejor bosquejo de esta época está en el versículo 30.
Había una guerra continua entre las dos divisiones de la iglesia del
Antiguo Testamento en los días de estos dos reyes que habían des-
obedecido al Señor.
Con el capítulo 15 comenzamos a seguir la trayectoria de los
dos reinos, primero de uno, luego del otro, hasta que Israel, el reino
del norte, cae en el 722 antes de Cristo. En los capítulos que van del
15 al final de 1 Reyes, se nos narran los reinados de Abías, Asa, y
Josafat de Judá, y de Nadab, Baasa, Ela, Zimri, Omri, y Acab de
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reino del norte era un acto similar al que realizarían más tarde otros
reyes, como Joás (2 R 12.17ss) y Acaz, en los días de Isaías el
profeta (2 R 16.7ss; cf. Is cap. 7). También indicaba una falta de fe
por parte del rey al confiar más en las alianzas humanas que en el
poder protector de Dios.
Con respecto a Israel, encontramos una rápida sucesión de
reyes que nos lleva hasta el período de Omri y Acab. Nadab, hijo
de Jeroboam, no fue mejor que su padre, y así llega rápidamente el
final de la dinastía de Jeroboam, tal como Dios le había advertido a
través de su profeta Ahías (15.29; cf. 14.9-16).
Baasa, el instrumento utilizado para el derrocamiento de la di-
nastía de Jeroboam, demostró no ser mejor (15.34). Por tanto, fue
suscitado Jehú, otro profeta de Dios, para que predijera que la casa
de Baasa sería derrocada también (16.1-3), lo que sucedió durante
el reinado de su hijo Ela a manos de su capitán Zimri (16.8-10). A
su vez, Zimri vivió una semana antes de ser derrocado por Omri
(vv. 17,18).
Israel vio pasar cuatro reyes en rápida sucesión, mientras Judá
disfrutaba de la estabilidad del mandato de Asa. Finalmente logra
dominar Omri y triunfa en su intento de darle a Israel su primer
reino estable desde el momento en que había comenzado (v. 23).
Cuando hablamos de la grandeza de Omri, hablamos en senti-
do político y no en el religioso. Desde el punto de vista de Dios, no
hubo nunca un solo rey bueno en Israel. Todos llevan el mismo
epitafio. Anduvieron todos en los caminos de Jeroboam, quien hizo
pecar a Israel. Sin embargo, en el mundo de la política, Omri tuvo
muchos logros. Primeramente, convirtió a Samaria en la capital, lo
que fue una decisión excelente (v. 24). Samaria estaba en una
magnífica posición para guardar todas las rutas hacia el norte y
hacia el sur, siendo además fácil de defender, por encontrarse ele-
vada por encima de la llanura y con murallas naturales de gran
altura que no podían ser tomadas con facilidad. Tan grande fue su
200
La época de los profetas
reputación entre las demás naciones que en los anales asirios Israel
recibe siempre el nombre de «tierra de Omri» a partir de este mo-
mento. Incluso Jehú, quien más tarde derrocaría la casa de Omri,
es conocido en los registros asirios como «el hijo de Omri».
Con la muerte de Omri llegamos al reinado más pervertido de la
historia de Israel, el de Acab (vv. 29,30). Añadió un pecado a otro al
casarse con la malvada Jezabel, una pagana fenicia que adoraba a
Baal. Siguiendo el ejemplo de Salomón, Acab construyó un lugar
para ella en Samaria a fin de que adorara a su dios, algo contrario a
todo lo que Dios había advertido a través de Moisés (Dt 7.1-5).
Es ilustrativo de la gran perversión del pueblo en aquel día el
acto de cierto Hiel de Bet-el, quien despreciaba tanto la Palabra de
Dios, que se atrevió a reconstruir Jericó, en rebelión abierta contra
las palabras de Josué, el siervo de Dios (v. 34; cf. Jos 6.26). De
esta manera vemos cómo en los días de Acaz había una total des-
atención a las cosas de Dios y a su voluntad.
Era tiempo de que Dios interviniera, como lo había hecho antes
cada vez que la maldad del hombre llegaba a cierto punto. Ahora
envía al gran profeta Elías para que se enfrente a Acab y a la
iniquidad de sus dominios.
Los capítulos 17 al 19 hablan sobre la gran confrontación entre
Elías y Acab y la gran lección que Dios enseñó a través de esa
experiencia. No hay ningún aviso de la aparición de Elías. Este
gran hombre aparece súbitamente ante Acab y declara que no vol-
vería a llover más, hasta que él lo dijera (v. 1). Podemos imaginar-
nos cómo deben haberse reído Acab y su corte de este hombre
extraño vestido con ropas raras (ver 2 R 1.8).Y se rieron aun más
cuando habló con la autoridad de un dios. ¿Quién se creía que era?
Pero sucedió que pasaba tiempo y más tiempo y no llovía. Mien-
tras tanto, el Señor cuidaba de Elías, como nos relata el resto del
capítulo.
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fuera sangre (vv. 22,23). Esto les hizo suponer erróneamente que
los aliados se habían lanzado unos contra otros y se habían destrui-
do mutuamente (v. 23). Este error fatal fue el que terminó con la
rebelión de Moab.
La quinta de las grandes señales fue el aumento milagroso del
aceite de la viuda (4.1ss). La sexta señal fue la promesa de un niño
a una mujer que ya era demasiado vieja para procrear. Esta mujer
era de Sunem (4.8ss). Más tarde esta mujer tuvo un niño, y años
más tarde el niño se enfermó y murió (vv. 17ss). La mujer encontró
a Eliseo en el monte Carmelo y lo llevó consigo a su casa. El sépti-
mo milagro fue la vuelta a la vida del muchacho (v. 35).
Los milagros octavo y noveno están relacionados con la comi-
da. En uno de ellos, Eliseo purifica una comida que había sido enve-
nenada por accidente (v. 41). En el otro realiza algo similar a lo que
hizo Jesús dos veces alimentando a una gran cantidad de personas
con un poco de comida (v 42).
El capítulo 5 habla de un milagro muy interesante relacionado
con la lepra de Naamán. Este, capitán de los ejércitos de Siria, era
enemigo de Israel. Sin embargo, cuando supo que había un profeta
en Israel que podía obrar milagros, fue en su busca.
Cuando Eliseo le dice que vaya a bañarse siete veces en el Jordán,
Naamán se indigna, pensando que había perdido el tiempo. Pero unos
siervos suyos, prudentes, le aconsejan que obedezca, y cuando lo
hace, la lepra lo deja (v. 14). Este fue el milagro número diez.
El suceso convenció a Naamán, quien se convirtió en un creyen-
te manifiesto en el Señor (5.15). Su conversión parece haber sido
auténtica (v. 17ss). Pero el acto engañoso de Giezi, el sirviente de
Eliseo, le acarreó, no las riquezas que deseaba, sino la lepra de Naamán
(v. 27). Este fue el undécimo milagro. El siguiente, el duodécimo,
sucedió cuando hizo flotar una cabeza de hacha de hierro (6.6).
El milagro número trece fue la visión de los ejércitos de Dios que
se le presentó al sirviente de Eliseo (v. 17). El rey de Siria se había
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po antes. Envía a uno de los profetas para que unja a Jehú como
rey de Israel. Este había sido escogido por Dios para destruir la
línea de Omri y para erradicar el culto de Baal en Israel (9.8).
Mientras Ocozías se encontraba visitando a Joram de Israel,
Jehú dirigió una revuelta contra el rey. Al final, Jehú mató a Joram
(v. 24) y a Ocozías de Judá (v. 27). Fue entonces Jehú a Jezreel,
donde destruyó a la orgullosa y vana Jezabel (v. 30ss) y después a
todos los hijos y descendientes de Acab (10.11). Incluso mató a
todos los hermanos de Ocozías de Judá, porque ahora él también
era descendiente de la línea de Acab.
Mientras se hallaba ocupado en la destrucción de las casas de
Israel y Judá, Jehú se encontró con Jonadab, hijo de Recab (v. 15).
Mostró respeto por esta distinguida familia de Israel, que será men-
cionada también posteriormente en la profecía de Jeremías (35.6-
19) como una familia modelo de fidelidad.
La exterminación del culto de Baal en Israel fue muy efectiva,
tanto que dicho culto nunca volvió a suscitarse en Israel a pesar de
que continuó en Judá (vv. 18ss). Con Jonadab, Jehú mató a todos
los adoradores de Baal en Israel (v. 28).
Hasta el momento estaba siguiendo la voluntad de Dios en todo
lo que hacía. Sin embargo, es triste decir que Jehú no dio honra a
Dios convirtiendo en maldad sus matanzas en masa en lugar de
realizarlas para agradar al Señor. Por esta razón, Oseas describirá
y condenará más tarde el pecado de Jezreel (cf. 9.30ss y Os 1.4).
El crimen de Jehú no fue matar a toda la casa de Acab sino hacerlo
por provecho personal y no como un servicio a Dios (v. 31).
Estos hechos marcaron en realidad el final de Israel como pue-
blo de Dios. A decir verdad, Oseas declararía que ellos no eran
pueblo de Dios (cf. 2 R 10.32; 0s 1.4,9).
La matanza de tantos miembros de la descendencia de Acab
dejó a su hija que estaba en Jerusalén en una situación interesante.
Ahora era ella la que aparecía como sucesora al trono, e intentó
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ello los estaba castigando por medio de los asirios (vv. 22,25). Sin
embargo, más tarde puso en ridículo a ese mismo Dios, señalando
que no tenía poder para salvar a Jerusalén de las manos de los
asirios (v. 32).
Leemos en los anales asirios de aquellos días que Senaquerib se
jactaba de tener al judío Ezequías encerrado como un pájaro en una
jaula, de modo que la cruel jactancia del rey que aparece en las Escri-
turas está también reflejada en los anales asirios o registros históricos.
En esta situación la fe del buen rey Ezequías fue puesta a dura
prueba. Sus propios recursos habían fallado. En verdad que era
como un pájaro en una jaula, carente de toda ayuda, pero como
tenía fe, se volvió al Señor en esta hora oscura (19.1). Vemos aho-
ra su grandeza, cuando pone toda su fe en el Señor su Dios. Su
valor era similar al de su antepasado David (v. 4; cf. 1 S 17.36).
Ezequías mandó a buscar a Isaías, quien era el profeta de Dios
del momento. Recordemos que Isaías había sido enviado anterior-
mente al padre de Ezequías, Acaz, en una situación similar, para
asegurarle que Jerusalén no caería ante Siria e Israel (16.5,6; cf.
Is.7). Acaz no había creído en el Señor, y en su lugar, había contra-
tado a Asiria para que lo protegiera. Ahora, como resultado de la
infidelidad de Acaz en aquel momento, los asirios estaban amena-
zando también con tomar Jerusalén.
Ezequías, sin embargo, confió en el Señor. Le hizo caso al men-
sajero de Dios, Isaías, quien le aseguró que Jerusalén no caería
ante los asirios (vv. 6,7). Encontramos esto mismo relatado en los
capítulos del 36 al 38 de Isaías.
Los asirios desafiaron una vez más al Dios de Ezequías (vv.
10ss), y una vez más confió este en el Señor y elevó a él una
hermosa oración de fe (vv. 14ss).
De nuevo volvió Isaías con palabras reconfortantes para decir-
le que el Dios soberano triunfaría sobre Asiria, su gran enemigo
(vv. 20ss; cf. Sal 2). El mensaje de Isaías a Ezequías declaraba que
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CAPÍTULO 8
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Sin embargo, desde mediados del siglo noveno hasta el final, los
sacerdotes sí ocuparon un lugar de influencia, e incluso poderoso.
Fue el tiempo en que gobernó Joás de Judá, el joven que fue criado
en secreto muchos años por el sacerdote Joiada. Como recordare-
mos, Atalía había intentado matar a todos los descendientes de David
(ver nuestro comentario sobre el gobierno de Atalía y el de Joás de
Judá).
El mismo Eliseo, el sucesor de Elías, había alcanzado este perío-
do, dando así la aprobación divina al mensaje presentado en esa épo-
ca por uno de los profetas de Dios, tal como Joel ha de haber sido.
Durante todo el tiempo que vivió Joiada, Joás fue un buen rey,
y sin duda en esa época el prestigio de la clase sacerdotal fue en
aumento. Hay también otra evidencia a favor de la fecha tempra-
na, de la que hablaremos posteriormente al estudiar el libro.
El libro de Joel está dividido en cuatro partes lógicas. La pri-
mera se refiere a un suceso terrible que acababa de ocurrir en la
tierra, una plaga de langostas. Esta sección comprende del 1.2 al
2.11.
La segunda contiene el llamado de Dios al pueblo para que se
arrepienta, so pena de que le sucedan cosas peores. Deben regre-
sar a Dios siguiendo la revelación que él le había dado a su pueblo
a través de Moisés en el desierto. Joel los llama a la verdadera
adoración y promete bendiciones mayores si se arrepienten. Esta
sección incluye del 2.12 al 32.
La tercera sección, 3.1-13, habla de la certeza del juicio que
vendrá sobre todas las naciones del mundo. El Señor no es Dios
solamente de Israel sino de todas las naciones, y gobierna sobre
estas. En esta sección se pone énfasis en ciertos temas que serán
vistos en casi todos los profetas: la certeza del juicio que vendrá
sobre todas las naciones, y la seguridad de que el pueblo de Dios
que pone su confianza en él será salvado, mientras que los malva-
dos perecerán.
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de Dios. El ejército, sean las langostas que han azotado la tierra, sea
de gente como los asirios y babilonios que después la arrasarían, es el
ejército de Dios, está bajo su dominio y hace su voluntad (v. 11).
Sería de ayuda comparar este mensaje dado a Israel con otro
mensaje parecido del Señor para Éfeso en el Nuevo Testamento.
En Apocalipsis 2.1-7 el Señor envía a través del apóstol Juan una
advertencia similar a los cristianos de Éfeso. Aunque ellos siguen
siendo bastante ortodoxos en su fe y celosos del evangelio, falta
entre ellos el amor del Señor que ha de tener su pueblo (el primer
fruto del Espíritu) y; a menos que se arrepientan y vuelvan a él
(como Israel debía volver a su gozo en el Señor), la iglesia de Éfeso
será juzgada por el Señor y quitada de delante de su presencia.
En ambos casos vemos el interés de Dios en tener corazones
que lo amen y se regocijen en él. Toda la conformidad exterior con
la Ley, o el ritual, o el evangelio carece de valor alguno si los cora-
zones del pueblo no son rectos con Dios. Por tanto, aquí tenemos
un principio que es eterno en las relaciones entre Dios y todos los
cuerpos de creyentes a través de toda la historia de la iglesia. Se
aplica por igual a nosotros hoy. Debemos examinarnos para cono-
cer si nuestra ortodoxia y nuestro ritual de adoración salen o no del
corazón. Es algo que significa mucho para Dios.
En el versículo 12 comienza la segunda sección principal de
Joel. Llega hasta el final del capítulo 2. Habiendo atraído la aten-
ción del pueblo sobre su verdadero problema espiritual, Joel pre-
senta ahora la solución, la alternativa a la invasión y el juicio, la
manera de evitar el desastre que se cierne sobre ellos. No es por
medio de alianzas humanas, como se intentaba con frecuencia en
Israel, según pudimos notar en nuestro estudio de su historia, sino
más bien por medio de un verdadero arrepentimiento delante de
Dios y de fe en él. Los problemas espirituales tienen soluciones
espirituales una lección que resulta muy difícil de aprender para
muchos.
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CAPÍTULO 9
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I. Eclesiastés
La palabra «Eclesiastés» significa «aquello que pertenece a la
iglesia o a la predicación», es decir, el mensaje. El libro de Eclesiastés
ha de ser considerado por tanto como algo similar a un sermón.
La frase introductoria (1.1) contiene la palabra «predicador» o,
transliterada del hebreo, «Kohelet». Esta palabra significa básica-
mente «uno que preside una reunión». «Predicador» es una buena
traducción, aunque la palabra «moderador» sería más exacta.
La identidad del predicador no se revela nunca, aunque de la
descripción del versículo 1 parecería desprenderse que se trata de
Salomón. Pero todos los reyes de Judá podían ser llamados hijos de
David con todo derecho. Incluso Jesús llevaría más tarde este título
(Mt 1.1).
La frase introductoria no significa que el predicador, quien quiera
que sea, haya sido el autor del libro. En realidad, está citado en el
libro, y a veces largamente, pero el autor sostiene claramente una
posición que es opuesta a las palabras del predicador que se pre-
sentan en los versículos 1 y 2.
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Esta vista de las afueras de Jerusalén, nos recuerda a los campos a los
cuales pertenecía la sulamita.
El libro que tenemos ante nosotros está escrito en forma de
drama. Lo que no quiere decir que fuera hecho con el propósito de
que se representara alguna vez en un escenario. No hay nada en
las Escrituras que sugiera que esto haya sido hecho. Sin embargo,
su forma es la de un drama, puesto que contiene ciertos personajes
que tienen una participación hablada en el cuerpo principal del li-
bro. Este es un registro del intercambio de palabras entre los perso-
najes envueltos en la acción, sin que nos hayan sido presentados
anteriormente en ninguna forma.
Los tres personajes principales son la joven sulamita, que es la
heroína de la narración, el pastor, que es el héroe, y Salomón, que
es el malvado. Están además las hijas de Jerusalén, quienes hablan
ocasionalmente. El primer verso, que da el título, nos dice que el
escrito lleva el nombre de «Cantar de los Cantares» y trata sobre
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las traducciones no dejan del todo claro, quién habla a quién. Solo el
hebreo nos puede ayudar aquí; algunas traducciones más recientes,
han intentado hacer estas distinciones a base de notas en el margen.
Otra marca distintiva que nos ayuda a identificar a los varones
cuando hablan, es que el pastor, cuando se dirige a la sulamita, usa
continuamente una terminología rural, mientras que Salomón usa la
terminología del palacio y se refiere a su preferencia excesiva de
todo lo que es rico y ostentoso. Iremos haciendo notar esto a medi-
da que vayamos progresando.
En la escena primera encontramos a la joven sulamita en la
casa de Salomón, reflexionando sobre su propia infidelidad y
añorando a su pastor.
La primera parte de la escena (vv. 2-7) contiene sus propias
palabras al reflexionar sobre su infidelidad y su deseo de volver a
su pastor, así como sus preguntas sobre su paradero. El versículo 4
nos orienta diciéndonos que está ahora en la casa de Salomón. Por
tanto, está fuera de su debido lugar. Es una joven de campo, de vida
al aire libre, y no está acostumbrada a la vida delicada de palacio
(vv. 5,6). La alusión a su viña que no ha sabido cuidar, nos da la
pista de cuál es su problema. Más tarde veremos cómo su cuerpo
es comparado a una viña que ha de ser protegida de intrusos. Aquí
está confesando que no ha guardado su cuerpo de las intrusiones
de Salomón, como debería haber hecho. En la primera parte del
versículo 7, pregunta sobre su pastor. Quiere irse con él. La última
parte del versículo implica nuevamente que su lugar no es el harén
de Salomón, «como una de las que están veladas».
La parte siguiente de la escena primera, el versículo 8, es un
estribillo dirigido por las hijas de Jerusalén a la joven sulamita. Pa-
recen darle dirección y ánimos en su búsqueda, y posteriormente
reprenden a Salomón por sus lujuriosos deseos para con ella. En
resumen, lo que dicen aquí es: «¿Dónde esperarías encontrar a un
pastor, si no es en medio de los rebaños?»
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CAPÍTULO 10
I. Amós
Con Amós llegamos a los profetas que predicaron en el siglo
octavo antes de Cristo, una época de rápida decadencia espiritual,
tanto para Israel como para Judá. Antes de que termine este siglo,
ya Israel no existirá y Judá será atacado duramente, y su capital,
Jerusalén, sometida a sitio.
Amós predicó en la época de Jeroboam II, y su mensaje estaba
dirigido fundamentalmente al reino del norte, o sea, a Israel. Al
norte de él, se estaba levantando Tiglat-Pileser III en Asiria, la
nación norteña a la que Jonás temía tanto. Al sur, Uzías ocuparía el
trono de Judá durante un largo período.
En Israel la mayoría del pueblo no estaba consciente del peli-
gro, y llevaba un nivel de vida más alto que el que había tenido en
largo tiempo. Jeroboam II tuvo un reinado próspero a los ojos de
sus súbditos, al menos a los de los ricos y prósperos de aquel día.
Sin embargo, ese reinado era malo a los ojos de Dios. Siguió el
sendero de todos los reyes del norte, haciendo lo que era malo. El
pueblo vivía en el lujo y el pecado, a imitación de los pecados de
Salomón.
El libro de Amós es básicamente un libro de juicio; juicio contra
las naciones y contra Israel, el pueblo de Dios. El primer capítulo y
la mitad del segundo, hasta el versículo 8, contienen una larga intro-
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ducción que trata sobre el juicio de Dios contra las naciones paga-
nas, y también contra Israel. El resto del libro trata exclusivamente
de Israel.
En el resto del capítulo 2 se muestra cómo el pecado de Israel
es algo especialmente inexcusable, a la luz de la bondad que Dios
ha tenido para con él.
Los capítulos del 3 al 5.15 hablan detalladamente sobre los
pecados de Israel. A continuación hay un capítulo y medio (5.16—
6.14) que describe las desgracias que caerían sobre Israel por cau-
sa de sus pecados. El resto de los pasajes que tratan del juicio
contiene una serie de visiones dadas a Amós, todas relativas al
juicio inevitable que caería sobre el reino del norte.
Posteriormente, en el 9.8, hay un cambio súbito de un mensaje
de juicio a uno de esperanza. El libro concluye con este mensaje
esperanzador para el remanente, que es el verdadero pueblo de Dios.
Volviendo ahora para ver con más detalle el mensaje de Amós,
encontramos en el versículo primero su origen y oficio. Procedía de
Tecoa, al sur de Jerusalén, y trabajaba allí como pastor. Mas ade-
lante nos dirá también que se dedicaba a recoger higos silvestres.
Su ministerio tuvo lugar en la época de Jeroboam II, como se
indica anteriormente. Era una época muy poco apropiada para un
mensaje de juicio y desgracias, ya que el pueblo estaba disfrutando
tiempos incomparablemente buenos. El hecho de que también fue-
ran tiempos incomparablemente llenos de pecado no molestaba en
lo más mínimo a los ricos o a los líderes de Israel.
La primera unidad del mensaje de Amós, del 1.1 al 2.8, presen-
ta el mensaje del juicio de Dios contra los pecadores. Este mensaje
fue presentado dos años antes del terremoto (1.1). No sabemos
cuándo sucedió; pero fue algo tan impresionante que siglos des-
pués, en la época de Zacarías, aún se lo recordaba (Zac 14.5). Es
posible que sea mencionado aquí porque haya servido para impre-
sionar al pueblo con respecto a la urgencia del mensaje de Amós.
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Amós está tratando aquí de manera especial sobre los pecados inter-
nos de la iglesia, en la que aquellos que tienen más riquezas de este
mundo les han hecho mal a los más pobres. Verdaderamente, ya
tienen su ganancia al haber hecho mal a los verdaderos hijos de Dios.
No solo eso, sino que han profanado el Nombre de Dios al
llevar una conducta vergonzosa en el santuario (vv. 7,8).
La primera parte de Amós, la introducción, termina en el versí-
culo 8. A continuación hay un resumen muy corto de por qué la
acción de Israel es particularmente inexcusable (vv. 9-16). Dios
había manifestado en la historia de Israel su bondad y misericordia
una y otra vez. Venció a todos sus enemigos, y le dio ricas bendicio-
nes. Pero el pueblo manifestaba poco respeto por su Dios (v. 12).
Cuando el juicio del Señor llegara, toda la fortaleza humana y el
orgullo en que se apoyaba Israel se derrumbaría (2.13-16).
La tercera sección de Amós (3.1— 5.15) es una presentación
detallada del asunto del pecado de Israel y el consiguiente juicio de
Dios. La sección comienza con una nueva presentación por parte
de Dios de la atrocidad del pecado de Israel: había pecado a pesar
del amor especial que Dios le había mostrado (v. 2). Después, en
una serie de ejemplos de causa y efecto (vv. 3-6), Amós enseña
por qué él le está trayendo en ese momento el mensaje al pueblo
norteño de Israel. Se ve obligado a hacerlo porque Dios ha hablado
y él no puede quedarse callado (v. 8; cf. Jr 20. 9; 1 Co 9.16).
La escena descrita en 3.9-12 es una lección de geografía.
Samaria, fundada sobre una alta colina, se alza sobre la llanura.
Pero alrededor de esa llanura, hay montañas aun más altas. Las
naciones son llamadas a sentarse sobre estas montañas, como si
fueran un gigantesco anfiteatro y mirar a la escena (Samaria) en la
que el Señor va a ejecutar un terrible juicio sobre Israel, como
ejemplo para todas las naciones de lo que es el juicio divino. El
adversario es sin lugar a dudas; el poder del norte al que hace
referencia Joel (Jl 2.20). El juicio vendría del norte. Y es del norte
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qué es lo que hará el Señor, pero puesto que lo hará, lo mejor que
puede hacer Israel es prepararse para el encuentro con su Dios.
Es muy adecuado en este momento que el Señor, a través de
Amós, llame al pueblo que lo está oyendo al arrepentimiento y la
lamentación, como lo había hecho Joel (Jl 2.12,13; Am 5.1-3).
Además de llamarlos al arrepentimiento, los llama a buscar al
Señor, no en sus lugares de culto, que no están de acuerdo con la
voluntad de Dios, sino donde el Señor está, es decir, de acuerdo con
su voluntad revelada, haciendo la rectitud y justicia de la que se han
desviado (v. 7).
Sin embargo, en vez de buscar al Señor a través de la obedien-
cia a su voluntad, se habían opuesto, tanto a él como a los que él
había enviado (v. 10). Maltrataron a los hijos de Dios, y por tanto
violaron la justicia que Dios demanda (vv. 11-13).
En síntesis, Amós está en este momento llamando al pueblo
para que cese en sus hábitos de maldad y comience a vivir como
deben vivir los hijos de Dios (vv. 14-15). La referencia al remanen-
te hecha aquí deja claro que solo hay esperanza para los que se
arrepientan y obedezcan al Señor.
La gran sección siguiente de Amós, desde el versículo 5.16 has-
ta 6.14, contiene principalmente una serie de lamentos contra la tie-
rra, porque el pueblo persiste en sus pecados. Suponen que el día del
Señor será día de buenas noticias para Israel (un día en el que el
Señor destruirá a todos sus enemigos), pero en realidad es un día en
el que la mayoría del pueblo de Israel será destruido también, porque
Israel se ha convertido en enemigo del Señor. Por eso, tanto aquí
como en muchos otros lugares, el día del Señor se describe en los
términos más terribles, como un día que no sería feliz en lo absoluto
para los pecadores (vv. 18-20; cf. Jl 1.15; 2.1,2,22). El juicio tiene
que comenzar en la Casa de Dios, en la iglesia misma (1 P 4.17).
Por si acaso queda alguna duda en la mente de alguien sobre si
sus ejercicios religiosos tenían algún mérito ante el Señor, lo aclara
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sábado para poder engañar a unos cuantos más (vv. 5,6). Dios
dice: «No me olvidaré jamás» (v. 7).
Entre las cosas terribles que le sucederán a este pueblo que en
otro tiempo había sido bendecido por el Señor, nada es tan terrible
como lo que se menciona en el 8.11: hambre de oír la palabra de
Dios. Nunca más volverán a oír a los profetas del Señor, o la predi-
cación de su Palabra en el lugar adonde irán. Saúl había conocido
un tiempo así al final de su vida (1 S 28.6). Ahora le sucederá a
todo Israel. No se les ofrece aquí ninguna esperanza a los hijos de
Israel que continúan rebeldes y desobedientes ante Dios (v. 14).
La última visión (9.1ss) hace desvanecerse cuanta esperanza
pudiera quedar. No solo serán destruidas las casas lujosas sino tam-
bién los mismos altares que han erigido para adorar a Dios, que
serán destrozados, y sus propias cabezas serán estrelladas contra
las piedras de los altares (v. 1). No habrá escapatoria (vv. 2-3), ni
aun en su tierra de cautiverio (v. 4). La primera parte del versículo
8 es bastante definitiva con respecto a los pecadores de Israel.
En este momento, Amós se vuelve para dar esperanza a los
justos que queden en la tierra (vv. 8b-15). El Señor tendrá un pue-
blo y lo guardará en medio del juicio. Aquí el Señor hace una distin-
ción clara entre su pueblo y los pecadores o injustos de Israel.
Estos últimos perecerán, pero el remanente se salvará (vv. 9,10).
La mención de David que se hace en el versículo 11 señala la
continuidad del plan de salvación del pueblo a través de la casa y la
simiente de David.
El libro concluye con una nota de gozo y expectación basada
en el continuo propósito de Dios de tener ante sí un pueblo santo y
sin mancha, en una relación de amor (vv. 13-15; cf. Ef 1.4). Las
bendiciones se ponen en términos de abundancia agrícola, porque a
través de todo el Antiguo Testamento esta era la forma en que Dios
describía sus bendiciones sobre el pueblo y manifestaba su favor
hacia ellos. Sin embargo, debemos recordar que desde los tiempos
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Los profetas del siglo octavo
II. Oseas
El libro de Oseas se sitúa en la época de Uzías de Judá y
Jeroboam II de Israel, igual que el de Amós. El también dirige prin-
cipalmente su mensaje al reino norteño de Israel poco antes de la
caída de Samaria, su capital.
El mensaje de Oseas se divide en cinco partes: la primera, del
1.2 al 3.3, trata sobre la triste experiencia de Oseas con su esposa
Gomer y lo que Dios le enseñó a él y a Israel a través de este
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pueblo fiel (v. 12). La única respuesta para los hijos de Dios que hay
en Israel, es esperar en el Señor (12.6) . Esta palabra, «esperar», es
muy importante, y es palabra clave en los últimos profetas, puesto
que llama al pueblo a desesperar de cualquier esperanza que tuviera
puesta en sí mismo y a mirar a Dios en busca de respuesta.
La siguiente sección, 12.7—14.3, es como si fueran las delibe-
raciones de un juez que pesa los pros y los contras de un caso,
hasta llegar a hacer un veredicto final. Por una parte, Israel es
vano, está lleno de orgullo, y vive en el engaño (vv. 7,8). Pero por la
otra, Dios ha tenido un propósito con Israel desde los días de Egipto
(vv. 9,10).
Por una parte, Israel está lleno de iniquidad (v. 11). Su tierra
está repleta de altares que simbolizan su rechazo de Dios. Pero por
la otra, Dios ha ido protegiendo fielmente a Israel desde los días en
que llamó a Jacob y lo dirigió (v. 12).
Por una parte, Israel ha estado provocando continuamente a
Dios a la ira con su idolatría. El pueblo es como el humo, sin sustan-
cia (vv. 14—13.3). Por otra parte, sin embargo, Dios es su única
esperanza, su único Dios verdadero (vv. 4,5).
Por una parte, el pueblo merece el castigo. Se lo han acarreado
ellos mismos. Sus jefes, en los que han confiado, han fallado todos
(vv. 6-13). Pero por otra parte, Dios tiene poder sobre el infierno y
la muerte, y los puede rescatar (v. 14).
En conclusión, el Señor aclara que los pecadores que no se
hayan arrepentido deben ser destruidos (vv. 15,16). Pero aquellos
que miren hacia el, reconociendo sus pecados y buscando su mise-
ricordia, serán conservados (14.1-3).
El veredicto final del Juez, que es el Señor, aparece en los
versos 4-8. Dios decide sanar. Los amará gratis, porque solo por su
gracia podrán sobrevivir. Por tanto, los llama para que se refugien
en él (v. 7). Vemos, por consiguiente, que en Oseas se le hace ver
a Israel en primer lugar su gran pecado contra Dios, y también, que
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III. Isaías
El profeta Isaías dirigió su mensaje a Judá, el reino del sur, en
los últimos días de Israel y Siria en el norte. Fue llamado en el
último año de Uzías y continuó profetizando hasta bien entrado el
reino de Ezequías (1.1).
Una breve visión de conjunto del contenido puede ser de ayuda
antes de que miremos más de cerca la exposición de su mensaje.
El libro de Isaías, en sus primeros capítulos, se desarrolla con
un ciclo que se va repitiendo: 1. el propósito de Dios; 2. el pecado
de Judá; 3. el juicio consiguiente; 4. la esperanza que prevalece
para el remanente. Podemos ver este ciclo en especial, en los capí-
tulos que van del 1 al 12.
La siguiente sección de Isaías (capítulos 13 al 27) se refiere al
juicio de Dios sobre las naciones que ha usado para disciplinar y
castigar a su pueblo. Esta sección se cierra también con una expre-
sión de esperanza para el remanente de los que crean.
La tercera sección, que va del capítulo 28 al 35, hace una apli-
cación de las dos secciones anteriores al declarar todas las desgra-
cias que sobrevendrán a todos los que hagan el mal, tanto en las
naciones como en Judá, y al ofrecerles esperanza a aquellos que
pongan su confianza en el Señor.
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asegura que sus pecados son perdonados (v. 7). Por tanto, para
Isaías, las condiciones expresadas en 1.18 son una realidad. Así es
como el profeta se convierte en un ejemplo de lo que le debe suce-
der a todo hijo de Dios auténtico: debe llegar a darse perfecta cuenta
de su propio pecado y clamar a Dios pidiendo ayuda, a fin de recibir
el poder purificador que solo Dios tiene.
Ahora bien, Isaías es llamado a dar testimonio y ser el mensa-
jero de Dios a la iglesia (vv. 8-13). Su ministerio será difícil, y la
mayoría no creerá su mensaje. Pero un remanente sí lo creerá: la
simiente santa (v. 13). Una vez más vemos que la verdadera espe-
ranza se ofrece solo al remanente.
El capítulo 7 nos da una nueva oportunidad de ver el ciclo, esta
vez en un suceso histórico de ese período. La situación histórica
queda descrita en los versículos 1 y 2. Acaz estaba en ese momen-
to en el trono de Judá, y se hallaba amenazado por los reinos del
norte: Siria e Israel.
En este momento el profeta Isaías llegó ante el rey Acaz para
darle la seguridad de que no tenía nada que temer, porque Dios
derrotaría a sus enemigos y salvaría a Jerusalén de una posible
captura (v. 4). Lo único que se le pedía a Acaz era confiar en el
Señor y creer en él (v. 9). Esto constituye el buen propósito de Dios
de llegar a tener un pueblo, la primera parte del ciclo. Es significa-
tivo que el hijo de Isaías reciba el nombre de Sear-jasub, que signi-
fica «un remanente volverá», llevando de esta forma, como los
hijos de Oseas, un mensaje para el pueblo de Israel en su propio
nombre.
La segunda parte del ciclo aparece en el rechazo por parte de
Acaz, que se niega a creer, y por tanto, en su pecado contra Dios
(vv. 10-16). El pecado de Acaz no es tan evidente aquí, puesto que
finge que no quiere tentar a Dios (v. 12). Sin embargo, en 2 Reyes
16.7-9 leemos que en lugar de confiar en que el Señor derrotaría a
sus enemigos, Acaz sobornó al rey de Asiria para que combatiera y
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ño, línea tras línea, un poco aquí y un poco allá, porque el pueblo es
lento para aprender (v. 10). Debido a la falta de fe que prevalece
en Judá, Dios les hablará por medio de aquellos que usan lenguas
extrañas, y aun así, muchos no creerán (vv. 11-13). Esto es posible-
mente lo que sucedió en Pentecostés (Hch 2.1-21; cf. 1 Co 14.22).
Ay de los burladores que mandan sobre Judá (vv. 14-15). Estos
son aquellos que han rechazado la palabra de Dios y la están susti-
tuyendo por sus propias mentiras. Están aliados con el diablo y
buscan su protección en lugar de la divina (v. 15). Aquí podríamos
comparar esta porción con la descripción que hace Pedro de los
últimos días (2 P 3.3). Su refugio en las mentiras contrasta con el
refugio del remanente (Is 4.5,6).
Esperanza por la piedra que está en Sión (vv. 16-29). Este
pasaje es claramente mesiánico. Señala al Salvador que habría de
venir y lo compara con una piedra, esto es, con el fundamento del
pueblo de Dios (v. 16; ver Ro 9.33; 10.11; 1 P 2.6). La única rela-
ción correcta con el Salvador que vendrá, es la fe (v. 16). Solo en él
la justicia y el juicio que Dios espera de sus hijos son posibles (v. 17;
Gn 18.19; Is 5.7). Para escapar del juicio de Dios sobre todos los
pecadores es imprescindible que el pueblo deje de burlarse de la
Palabra de Dios y crea (v. 22).
Ay de los falsos adoradores (29.1-21). Jerusalén es llamada en
estos versículos «Ariel», que significa «el león de Dios» (v. 1). Es
probable que el simbolismo venga de las palabras de Joel y Amós,
que representan al Señor como un león que ruge desde Sión (Jl
3.16; Am 1.2). El león también está asociado con el trono de David
(Ap 5.5; cf. Gn 49.9).
Aquí el problema radica en que el pueblo celebra todo el ritual
del culto (v. 1), pero aunque sus labios hablan palabras en honor de
Dios, sus corazones están lejos de él (v. 13). El corazón del pueblo
está equivocado, y como dispuso Dios desde el principio, los que no
le rindan culto de corazón con fe no son aceptables para él (Gn
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no son hijos suyos (vv. 1,14). Pero será misericordioso para con
aquellos que han puesto su confianza en él, que esperan en él, y
cuyas vidas demuestran que la justicia y el juicio de Dios están en
ellos (vv. 2,5,15,16). Vemos aquí claramente el principio de que el
juicio comienza por la casa de Dios, puesto que Dios desecha pe-
cadores de entre su propio pueblo (v. 14). Amós enseñó también la
misma cosa (Am 3.2). Habacuc posteriormente abundará más en
este tema (cf. 1 P 4.17).
Esperanza en el Señor nuestro Rey (vv. 17-24). Hemos visto
cómo la esperanza se va centrando más y más en una persona, en el
Señor nuestro Rey que vendrá. Dios ciertamente mantendrá su pro-
mesa de que estaría con su pueblo, como primero se lo dijo a Moisés
(Éx 3.12). Ahora aparece claramente que él vendrá en la carne como
el Rey de su pueblo, para gobernarlo y para salvarlo (vv. 21,22; cf. Is
7.14; 9.6,7; 11.1-5). Cuando el Señor es declarado como el único
verdadero Rey de su pueblo, los sucesos del capítulo 8 del primer
libro de Samuel parecen haber sido del todo inútiles. Pero la declara-
ción de Moisés y del pueblo al cruzar el mar Rojo se mantiene. El
Señor si es Rey (Éx 15.18), y él nunca abdicará de su trono.
Llegamos ahora al momento final de esta serie de ayes y espe-
ranzas. Como si fuera un resumen de todo lo que ha sido dicho en
esta sección, Isaías concluye que habrá un ay para todos los que
sean objeto de la indignación de Dios (34.1-17). Las naciones y los
pueblos que no agraden al Señor y se rebelen contra él serán cas-
tigados para siempre (vv. 2,3,8,10). El resto de los versículos revela
la destrucción total de las naciones del mundo y la prosperidad
consecuente de toda clase de aves y animales allí donde una vez el
hombre levantó sus ciudades de rebelión (vv. 4,11-15).
Al mismo tiempo, habrá esperanza para aquellos objeto de la
compasión de Dios (35.1-10). Dios puede hacer un lugar bendeci-
do de toda esa soledad y ese desierto descritos anteriormente. En
los versículos 1 y 2 se habla de la devastación descrita en el 34.11-
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Hay consuelo porque Dios revivirá a los suyos; les dará vida
(44.1-23). La relación personal de cada uno de los hijos de Dios
comienza no cuando cree por primera vez en el Señor sino mucho
tiempo antes. Dios hizo y formó a sus hijos en el vientre, aun antes
de que nacieran (v. 2), y Pablo nos dice que fueron escogidos en
Cristo antes aun de que creara el mundo (Ef 1.4).
Como lluvia caída del cielo sobre tierra seca e improductiva,
así será el derramamiento del Espíritu Santo de Dios sobre sus hijos
que él ha escogido cuando venga el tiempo oportuno (v. 3). Esto
nos recuerda las palabras dichas anteriormente por Joel (Jl 2.28) y
por el mismo Isaías en 32.15. El versículo 5 de Isaías 44 enseña
cómo los hijos de Dios llegan todos a la conciencia de que son sus
hijos después de que el Espíritu Santo viene a ellos y los regenera
para la vida eterna.
Esta maravillosa esperanza que nos viene del Dios poderoso,
está en imponente contraste con los hombres ignorantes que ponen
su esperanza en imágenes que han tallado ellos mismos (vv. 6-20).
Solo la redención que Dios se propone realizar trae la respuesta de
los creyentes en alabanza a Dios (vv. 21-23).
Hay consuelo porque Dios es el centro de toda la historia y
obrará todas las cosas para el bien de su pueblo, de acuerdo con su
propósito (vv. 24—46.13). El Señor comienza aquí con una afirma-
ción de que él controla todas las cosas, como se pudo ver en la
creación (v. 24) y se demuestra en toda la historia y los hechos de
los hombres (v. 25), culminando en su decisión de llevar adelante
sus buenos propósitos a favor de sus hijos, como habló a través de
su siervo (v. 26).
Inmediatamente a continuación, el Señor dice un nombre que
no ha sido oído aún por los oídos de los hombres, y menciona el
futuro gobernante de un gran imperio que no está aun en el horizon-
te de la historia; el nombre es el de Ciro (44.28; 45.1). Declara que
ha predicho la venida de Ciro para servir a sus propósitos, a fin de
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dad sufrió por nosotros tomando nuestro lugar, y fue hasta escupido
(Mt 26.67; 27.30). Sin embargo, Isaías está hablando en este mo-
mento de las aflicciones que todo creyente sufre cuando Dios tiene
que juzgar a su iglesia y purificarla.
Como dijimos anteriormente, la única cosa que distingue a los
hijos de Dios de los hipócritas es su confianza en el Señor (v. 10; cf.
Is 12.2).
Hay consuelo porque Dios reafirmará constantemente su pac-
to con Abraham (51.1—52.2). De una manera muy similar a como
Pablo haría posteriormente, Isaías apela en este momento a la ins-
titución del pacto de Dios con su pueblo en los tiempos de Abraham.
Ve a todos los hijos de Dios (aquellos que buscan la rectitud) como
los hijos de Abraham, que nacen del mismo pacto basado en la fe
en Dios (cf. Ro 4.1-18). Este es el consuelo que Dios les ofrece a
sus hijos (v. 3).
Dios aclara nuevamente que lo que él exige de sus hijos (justi-
cia y juicio; ver Gn 18.19), él lo proporcionará por sí mismo, por
amor de ellos (vv. 4,5). Por tanto, llama a la salvación de ellos, su
propia salvación. La evidencia de que somos hijos de Dios es que
Dios ha actuado en nuestros corazones, haciendo su obra de salva-
ción. Nosotros conocemos la justicia (la justicia de Dios que nos ha
sido atribuida como a Abraham; Gn 15.6), y por tanto guardamos la
Ley de Dios en nuestros corazones (v. 7).
Este gozo y esta felicidad que estaban tan obviamente ausen-
tes en los días de Joel (Jl 1) serán vistos en aquellos a los que Dios
rescate del pecado y de la muerte (v. 11). En esta forma es Dios el
que es el motivo de nuestro consuelo, Dios y su obra (v. 12).
La particular distinción de aquellos que sean el pueblo de Dios
en ese día es que ellos tienen la Palabra de Dios que les ha sido
confiada, el mensaje de Dios a los hombres. Entonces, todo el pue-
blo de Dios se convertirá en profetas de Dios, voceros de Dios en
la tierra. Tienen la Palabra de Dios en sus corazones por la acción
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por el pecado porque Dios está satisfecho con Cristo como sustitu-
to nuestro (53.11). Aquí se le llama a esto el pacto de paz: la paz
entre Dios y los creyentes (v. 10; cf. Ro 5.1).
El resto del capítulo nos da la seguridad de ese consuelo espera-
do por tanto tiempo (v. 11). También enseña que la aplicación de la
obra de Cristo a nosotros nos vendrá cuando seamos enseñados por
Dios, esto es, regenerados por su Espíritu Santo, de tal manera que
tengamos ojos para ver, oídos para oír, y corazones para comprender
lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo (cf. 50.5; 51.7). Jesús
mostrará más tarde que Isaías 54.13 es ciertamente una referencia a
la regeneración (Jn 6.44,45; cf. 1 Tes 4.9; 1 Jn 2.27).
A esto lo llama Isaías la herencia de todos los siervos del Señor
(54.17). Nosotros recibimos todos los beneficios de la muerte del
Cristo, el perfecto siervo de Dios descrito en el capítulo 53. Somos
considerados justos, como también lo fue Abraham, porque la justi-
cia de Dios nos es aplicada en Cristo. Así Dios nos proporciona lo
mismo que nos exigía.
Finalmente se presenta la bondadosa invitación de Dios a los
hombres para que vengan a participar de este plan (Is 55.1-7).
Dios había dicho que proveería gratuitamente el agua para los
pobres y necesitados (Is 41.17). Ahora esta agua de vida es ofreci-
da gratuitamente a todos los que están sedientos (55.1; cf. Jn 4.10-
14). Notemos que la invitación es para todos los que están sedien-
tos (v. 1). Así también la bondadosa invitación de Dios llega a todos
(cf. 45.22; Mt 11.28; Ap 22.17). Por tanto, ninguno de los hijos de
Dios tiene el derecho de restringir esta invitación gratuita. Por su-
puesto que sabemos que solo cuando Dios obre en los corazones
de los hombres para hacerles darse cuenta de su pobreza y de su
sed, de su necesidad de él, entonces será cuando responderán.
Deben ser enseñados por Dios para conocer que tienen necesidad
de él (v. 13). Pero cuando se trata del ofrecimiento de la salvación,
este debe ser hecho a todos, sin distinción.
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IV. Miqueas
Miqueas fue un contemporáneo tardío de Isaías, y su profecía
fue mucho más corta, pero en líneas generales iba dirigida a las
mismas personas. Ciertamente, profetizó antes de la caída de
Samaria, puesto que el mensaje es de interés tanto a Samaria como
a Jerusalén (v. 1). Los reyes mencionados aquí son todos de Judá,
puesto que en esa época no había reyes de importancia en Israel.
El mismo Miqueas es mencionado también en Jeremías 26.18 como
un predecesor de Jeremías.
El mensaje se dirige a las capitales, puesto que trata especial-
mente de la culpa de los gobernantes del pueblo y de sus pecados.
La primera parte (1.2—2.11) resume los pecados del pueblo en
general y presenta el desagrado de Dios por causa de ellos. Des-
pués, antes de centrarse en los jefes y en sus faltas, habla indirec-
tamente de la esperanza que habrá de seguirse para el remanente
(2.12,13). Este tema del remanente será desarrollado más tarde
por Miqueas.
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CAPÍTULO 11
I. Jeremías
El profeta Jeremías cubre con su ministerio los últimos días del
reino de Judá, al sur. Cubre el período comprendido entre el año
decimotercero de Josías, el último rey bueno de Judá, y el año
onceavo de Sedequías, año de la caída de Jerusalén. Esto sería
desde aproximadamente del 626 hasta el 586 antes de Cristo, unos
40 años (1,2,3).
Sabemos más sobre la procedencia y la vida de Jeremías que
sobre cualquier otro de los profetas escritores. Nos dice él que
procede de la familia de sacerdotes que vivía en Anatot (1.1). Gra-
cias a 1 Reyes 2.26-27, sabemos que Abiatar, el sacerdote de la
época de David que estuvo con él a través de sus años de penuria
y de triunfo, fue relevado de su cargo por Salomón al subir al trono.
Fue enviado de vuelta a su hogar de Anatot. Salomón hizo esto
porque Abiatar se había unido a los que apoyaban a Adonías como
rey en lugar de Salomón (1 R 1.7). Es de suponer, por tanto, que
Jeremías pertenecería a esa familia sacerdotal.
Los reyes que reinaron después de Josías son pocos en núme-
ro: Joacaz, Joacim, Joaquín, y Sedequías. Este fue el período de la
rápida decadencia de Judá. Josías fue el último rey bueno, y murió
relativamente joven. Todos los demás desobedecieron a Dios y fueron
unos fracasos en todo sentido.
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Pero el Señor traerá la paz para todos los que son sus hijos.
Los pensamientos de Dios son paz para ellos (29.11). Por su
amor y misericordia, Dios afianzará la paz con los suyos, que
son los que ponen su confianza en él (33.6).
Dos ilustraciones de esa paz con Dios en medio de las condi-
ciones externas de agitación de este mundo, nos serán de ayu-
da en este momento. En Habacuc encontramos al profeta tur-
bado con una situación externa de guerra, tal como le sucedía a
Jeremías. Dios le muestra que es necesario purificar al pueblo.
Pero aquellos que confíen en él serán justos y sobrevivirán.
Después de esto, Habacuc comprende que como creyente,
deberá pasar a través de grandes pruebas en la tierra, pero que
puede pasarlas en paz con Dios.
El Nuevo Testamento dice de una ocasión en que estaba Jesús
con sus discípulos en un barco en el mar de Galilea. Estaba
dormido. Una tormenta se levantó y los discípulos estaban asus-
tados. Lo despertaron para pedirle que hiciera algo con res-
pecto a la tormenta. Jesús calmó la tormenta, pero después los
reprendió. Si ellos lo tenían a él, ¿por qué no fue esto suficien-
te? La paz verdadera capacita a los hijos de Dios para estar en
paz en medio de las tormentas terribles que tiene la vida (Mr
4.35-41). En una escena vemos a Pablo en paz en medio de
una tormenta, y aunque el barco no fue capaz de sostenerse a
flote, tanto él como los que estaban con él se salvaron. Tenía
paz mientras la tormenta rugía a su alrededor. Así debería ser
con todos los hijos de Dios (Hch 27.14-26).
Un tercer tema, también relacionado con los otros, es el tema
de la confianza. El pecado del pueblo había sido poner su con-
fianza donde no debía. Confiaba en las palabras mentirosas de
los falsos profetas. Estos profetas prometían que puesto que el
templo estaba en Jerusalén y representaba la presencia de Dios,
nada malo le podía suceder a la ciudad (7.4,8,14). Pero Dios
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les advirtió que así como Silo, el lugar donde había estado ante-
riormente el arca, había perecido, así también perecería Jeru-
salén. Aquellos que pongan su confianza en cosas, aunque es-
tas sean símbolos religiosos, fallarán con toda seguridad.
Tampoco pueden los hombres poner su confianza en otros hom-
bres (9.5; cf. Mi 7.5). Puesto que los corazones de los hombres
están corrompidos, los hombres no pueden salvar al mundo; ¡ni
tan siquiera pueden salvarse a sí mismos! Confianza en las
mentiras y en las promesas de los hombres solo puede aca-
rrear vergüenza y derrota (13.25-26) .
Por tanto, aquellos que han puesto su confianza en los hombres
reciben maldición (17.5). Confían en el brazo de carne, que no
puede ni sostener ni salvar. Sus corazones han abandonado a
Dios. Por otra parte, los que pongan su confianza en el Señor
serán bendecidos. Dios no les fallará (17.7). Son como un árbol
plantado junto al agua. Ellos serán los que prosperarán (cf. Sal 1).
Por último, aparece el tema del remanente. ¿Quién confiará?
¿Quién tendrá paz? ¿Quién tendrá corazón puro? Primero, ve-
mos que se dan respuestas negativas.
Los que sigan alegando que son inocentes no conocerán a Dios
(2.35). ¡Es necesario que se arrepientan y reconozcan su pe-
cado! (3.13). Lo que hace falta es una confesión verdadera, tal
como la que Jeremías hace en este momento, si queremos te-
ner paz (3.25). Pero muchos en Jerusalén se niegan a sentirse
culpables y se endurecen (5.3). Se niegan a creer que la mal-
dad haría caer a la ciudad (5.12).
Su negativa a arrepentirse no es más que orgullo endurecido y
maldad (8.6,8). Este orgullo será la destrucción de Judá (13.9,10).
Fingen ser inocentes pero tienen una mente malvada, y en rea-
lidad le echan a Dios las culpas de todo su sufrimiento (16.12).
Se fijan un rumbo para seguir sus propósitos malvados (18.12)
y hasta se oponen a hombres de Dios como Jeremías (18.18).
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inevitable que les espera a todos los que son enemigos de Dios y de
ellos (vv. 27-28). La parte final del versículo 28 nos recuerda la
revelación de sí mismo que Dios le hace a Moisés: clemente, mise-
ricordioso, pero que no pasa por alto el pecado (Éx 34.6,7).
A continuación está Filistea, el máximo oponente de Israel des-
pués de que este conquistó la tierra de Canaán (cap. 47). La profe-
cía pone en claro que los días de sufrimiento que vendrán sobre
Filistea y sus ciudades no le vienen por casualidad sino que son el
juicio deliberado de Dios (vv. 4,6,7).
Sigue después el pronunciamiento de juicio sobre Moab, Amón,
y Edom (48—49.22). Estos tres están relacionados con Israel en la
historia, como vimos en el capítulo 1 de Amós. Moab es juzgado
por su confianza en sus propias obras y su creencia en Quemós, su
dios, y no en el Señor (vv. 7,13). Estos descendientes de Lot, que
había sido fiel, se apartaron del Dios de él (2 P 2.7). Moab, en su
orgullo, se exaltó contra Dios (vv. 26,29), y había ridiculizado a
Israel en medio de sus sufrimientos (v. 27). Al final, Moab deberá
ser destruido y perder su identidad como pueblo (v. 42). Sin embar-
go, la profecía termina con una nota de esperanza para el fin último
de Moab (v. 47), quizá por causa de Lot y de Rut. Cristo era des-
cendiente de Rut y la moabita.
Amón será derrotado en forma similar (49.2). Su dios Milcom
demostrará que no es tal dios en lo absoluto (v. 3). Y sin embargo,
también hay esperanza para Amón.
Edom será abatida por causa de su orgullo (v. 15; ver el libro de
Abdías). Estos descendientes de Esaú, mundanos de corazón, como
Esaú, seguramente perecerían como les había sucedido a Sodoma
y Gomorra (v. 18).
Después sigue una breve condenación de Siria, un enemigo de
la historia media y posterior de Israel (23-27). En forma similar a la
de Amós en su capítulo 1, Jeremías habla del derrocamiento de
Damasco (v. 27).
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cautivos (Dn 1.1; 2 R 24.14). Las fechas para las cuatro cautividades
son por lo tanto, más o menos como sigue: en el 605, 10.000; en el
597, 3.023; en el 586, 832; y en el 581 A.C. unos 745; en total, unos
14.600.
Alrededor del 561 A.C. , Evil-merodac ensalzó a Joaquín, como
mencionamos anteriormente (2 R 25.27—30). Es posible que esto
fuera hecho como una evidencia de que Dios seguía estando con
su pueblo.
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III. Sofonías
Hay otros cuatro profetas en Jerusalén cuyo ministerio es con-
temporáneo al de Jeremías: Sofonías, Nahum, Abdías, y Habacuc.
A continuación veremos estos profetas y sus mensajes particula-
res, reconociendo que cada uno de ellos hablaba con el mismo tras-
fondo histórico que Jeremías.
Sofonías repite muchas cosas que ya han sido dichas anterior-
mente, aunque en una forma muy propia suya. Primeramente trata
del Día del Señor (1.2-18); después hace un llamado a los hombres a
que busquen al Señor (2.1-3). Se extiende en el tema sobre el signi-
ficado del Día del Señor como un día de ira para todos los pecadores
(2.4—3.7). Finalmente, termina con un mensaje para los justos, quie-
nes han de esperar en el Señor cuando lleguen esos días (3.8-20).
Sofonías escribió en los días de Josías, quien, como recordare-
mos, intentó llevar al pueblo de vuelta al Señor (1.1). Sin embargo,
ya Jeremías había declarado que el reavivamiento del pueblo sería
un fracaso, porque su vuelta había sido solo fingida, y no con todo el
corazón (Jer 3.6-10).
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IV. Nahum
Aunque el profeta Nahum no nos da la fecha de su escrito, el
hecho de que su primera preocupación sea predecir la caída de
Nínive, lo sitúa alrededor del 630, y siempre antes del 612, fecha en
que cayó Nínive. Esto lo haría contemporáneo de Jeremías y
Sofonías.
Comienza con una declaración general del juicio de Dios en
contra de sus enemigos (cap. 1). El Señor puede ser visto desde
dos puntos de vista, según se ha revelado a sí mismo en la historia.
Primero, él es celoso, toma venganza y se llena de ira (v.2). Esta es
la forma en que aparece siempre para sus enemigos, aquellos que
no creen en él. Pero él es también lento para la ira. No se apresura
a destruir. Dios ejerce una gran paciencia con sus enemigos (v. 3;
cf. Éx 34.6,7). Cuando juzga a las naciones, por lo tanto, es porque
los hombres y las naciones lo han estado rechazando durante un
gran período de tiempo. Nadie podrá esperar entonces misericor-
dia (v. 6).
Pero para sus amigos, para aquellos que se refugian en Dios,
es un pastor, un baluarte, un lugar de refugio, como vimos en Sofonías
(v. 7). Por tanto, todos los hombres tienen que enfrentarse a Dios,
ya sea como amigos o como enemigos (vv. 7,8).
El balance del capítulo 1 muestra sencillamente que el juicio de
Dios es completo. El purificará toda maldad, pero al mismo tiempo
proclamará el mensaje de la paz para aquellos que lo buscan (vv. 9-
15). En el versículo 15, cita a Isaías 40.9, que es el comienzo del
mensaje de esperanza dado por Dios a través de Isaías.
Después de haber pronunciado el juicio en general, ahora enfo-
ca su atención sobre Nínive (caps. 2,3). Podemos ver, gracias al
capítulo 1, en su trato con Nínive, capital de Asiria, cómo es aplica-
da la lentitud de Dios para la ira. Unos doscientos años antes, el
Señor había visto la maldad de Nínive y había tenido compasión de
ella. Por eso envió a Jonás para advertirla sobre el juicio y llevarla
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V. Abdías
Podemos fechar este libro en el mismo período de Jeremías,
especialmente por la evidencia interna. En el versículo 11 se men-
ciona el día de la caída o cautividad de Jerusalén, y por tanto, el
mensaje pertenece al período de derrota aparente para el pueblo de
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VI. Habacuc
Este profeta escribió probablemente alrededor de la época de
los últimos días de Jeremías en Jerusalén, justamente antes de la
caída de Jerusalén. Deducimos esto debido a la mención que se
hace de los caldeos en 1.6 describiéndolos como un ejército a punto
de invadir la tierra.
Este libro hace referencia a un problema que es común a los
profetas del siglo octavo y el séptimo: el problema del pecado en la
iglesia (Israel), y el aparente triunfo de la iniquidad en Israel.
Habacuc hace la introducción a su libro, con una queja sobre esto
(1.1-4). A esta queja sigue una respuesta de Dios (1.5-11). Sin
embargo, la respuesta de Dios «suscita otro problema para Habacuc
que lo preocupa aun más (1.12-21).
Dios le da a Habacuc después de esto una respuesta para su
segunda queja, y esa respuesta de Dios es el núcleo del libro (2.2-
20). Finalmente, después de meditar en la respuesta de Dios, el
profeta responde hermosamente con la alabanza y la entrega, sin-
tiéndose seguro y consolado con la Palabra de Dios (3.1-19).
A continuación, miraremos con más detalle el mensaje de
Habacuc. El primer problema que plantea el profeta se expone en
1.1-4. Se siente confundido porque aunque ha clamado con fre-
cuencia a Dios a favor de los justos de la tierra que están siendo
oprimidos por los malvados, Dios ha dado la impresión de que no
oye (v. 2). Todo a su alrededor es violencia, y sin embargo, Dios al
parecer no hace nada por resolverla.
Enumera los actos de violencia. Ve iniquidad y perversidad,
destrucción y violencia, rivalidad y contienda (v. 3). La ley de Dios
es ignorada y no se hace justicia (v. 4). Da la impresión de que por
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todas partes de la tierra los malvados son los que dominan, y su tipo
de justicia el que prevalece.
Esta es la imagen típica que tenemos del estado de cosas en
Israel y Judá, desde los tiempos de Amós hasta los de Jeremías.
Habacuc es uno más en la serie de profetas que clamaron contra
tal estado de maldad en la iglesia entre el pueblo de Israel. Como
Jeremías y otros más, Habacuc estaba indignado con razón, y se
lamentaba, como debe hacerlo todo creyente.
Dios tenía una respuesta franca para esta queja (1.5-11). En
esencia, le mostró al profeta que ya él había estado obrando para
combatir la iniquidad en la tierra (v. 5). Específicamente, había le-
vantado a los caldeos (babilonios) para castigar a su pueblo (v. 6).
De modo que, en un estilo que nos recuerda a Joel, describió el
temible carácter guerrero de esta gran máquina militar (vv. 6-11).
En otras palabras, como lo había predicho a través de Isaías y
Jeremías, Dios estaba levantando a los babilonios para que fueran
el instrumento en sus manos para castigar a Judá y Jerusalén.
Esto provocó otro problema en la mente de Habacuc (1.12—
2.1). Comenzó recitando el credo del pueblo de Dios: el Señor es
desde siempre. Es Santo. Está por encima de los pequeños errores
de los hombres. Dios le ha prometido vida a su pueblo. Nunca se
retractará de su promesa. El grito «no moriremos» (v. 12) expresa
la confianza que tienen los verdaderos hijos de Dios en su Señor.
Pero Dios ve a los paganos, a pueblos como Babilonia, como reser-
vados para el juicio (v. 12).
Comenzando con los versículos 13-17, Habacuc describe a los
paganos que obran traidoramente. Los llama malvados que se tra-
gan a aquellos que son más justos que ellos (v. 13). A continuación
sigue una descripción del pagano que adora a las obras de sus
propias manos. Es descrito como un pescador que captura hom-
bres en su red. Es orgulloso y vano, y les rinde culto a las cosas que
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su soberbia. Los que son así son como el borracho altanero, que va
dando traspiés por la vida hasta llegar al mismo infierno (v. 5).
Como respuesta a la súplica de Habacuc para que solo el pue-
blo de Dios que confiaba en él pudiera vivir (1.12), Dios está di-
ciéndole: «¡Sí, por fe!»
Comenzando con el versículo 6 y siguiendo hasta el final de
este capítulo, encontramos un proverbio burlón que muestra que no
importa que el injusto esté dentro de la iglesia (Israel) o fuera de
ella (paganismo). Todos los injustos desagradan a Dios y serán
castigados.
Dios enseña esto en una serie de ayes (vv. 6-16). Ay de la
nación pagana que saquea otras naciones y derrama violencia so-
bre las ciudades. Al final será ella la saqueada (vv. 6-8). Pero tam-
bién, ay de aquel que codicia injusta ganancia para su casa. Está
haciendo saqueo en pequeña escala, pero Dios no lo pasará por
alto (vv. 9-11) .
Ay de la nación que construye ciudades con sangre (los botines
de guerra) y va de conquista en conquista sin pensar en la gloria de
Dios (vv. 12-14). Pero ay también del hombre que le da de beber a
su vecino para emborracharlo y actuar lascivamente. Sería lo mis-
mo que fuera un incircunciso. ¡Con toda seguridad recibirá el cas-
tigo de Dios (vv. 15-17)!
Es decir, que Dios juzgará toda violencia: la de la nación paga-
na, que tanto le había preocupado a Habacuc, pero también la de
los pecadores que vivían en Jerusalén, que también le había pre-
ocupado al profeta. Toda injusticia, esté donde esté, será hallada
por Dios y castigada. Toda idolatría pagana o israelita (vv. 18-19),
es igualmente odiosa a la vista de Dios y será juzgada.
Termina con una descripción de Dios en su santo templo, ante
quien todo el mundo es culpable y por lo tanto puesto en vergüenza.
Nadie en absoluto tiene justicia propia, con la cual pueda jactarse ante
Dios. Todos son silenciados ante el Dios Santo (2.20; cf. Ro 3.19).
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CAPÍTULO 12
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II. Ezequiel
Ezequiel, al igual que Jeremías, escribió tanto antes como des-
pués de la caída de Jerusalén. Pero mientras Jeremías escribió
desde Jerusalén, Ezequiel escribió en Babilonia.
El libro se divide en dos partes principales: la escrita antes de la
caída (caps. 1—33.20) y la escrita después de la caída (caps. 34—
48). Estas dos secciones están unidas por una breve narración de
la llegada a Babilonia de las noticias acerca de la caída de Jerusa-
lén (33.21-33).
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bien para sus vidas; pero ellos ignoraron las intenciones de Dios y
siguieron adelante en su desobediencia.
Mostrándoles en esta reprensión de tipo histórico que habían
fallado con respecto a lo que Dios quería que llegaran a ser, ahora
llama a una segunda experiencia de desierto y de cautiverio en
medio de las naciones para que puedan aprender nuevamente a
hacer la voluntad de Dios y que Dios podía purificar a su pueblo
(vv. 33-39).
En un estilo semejante al de Isaías en su capítulo 2, trae ahora
esperanza al remanente de los que en la cautividad aprendan a
confiar en el Señor y a obedecerle. Ellos serán su pueblo después
que los demás hayan sido desechados (vv. 40-44).
Después de haber explicado a los de Babilonia la necesidad del
cautiverio y de la expiación en el exilio el profeta se vuelve ahora
(de Babilonia) hacia el sur, y se dirige a los que aún están en Jeru-
salén (vv. 45; 21.2). Jerusalén estaba a punto de caer (v. 45—
22.31). El Señor mostró que Babilonia era el instrumento que había
escogido para el juicio (21.24,25). Los pecados que estaban en los
corazones del pueblo ahora estaban expuestos de tal manera, que
hasta Ezequiel los había visto. El Señor nos muestra aquí que el
propósito de su juicio era purificar al pueblo de toda culpa (22.15-
18). Simplemente, no había otra alternativa. No podría ser hallado
hombre alguno que pudiera llenar el abismo que había entre Dios y
su pueblo pecador. No se pudo encontrar mediador alguno (vv.
30,31). Aquí podemos comparar esta parte con Jeremías 15.1, don-
de se dice que ni tan siquiera Moisés o Samuel serían ahora sufi-
cientes como mediadores. Solo el Señor puede venir y pararse so-
bre el abismo; solo él puede traerle la salvación a su pueblo.
La parábola de las dos mujeres, Aholiba y Ahola (cap. 23), es
una parábola que expresa la condición grandemente pecadora de
Israel y Judá a partir de la época de Egipto. Ahola, Israel, es llama-
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toda una multitud (vv. 26ss) están también allí. El faraón estará
muy acompañado (v. 31).
La primera división del libro de Ezequiel termina con las afir-
maciones relativas al deber del vigía (cap. 33), parecidas a la que
aparece en 3.16-21. También aquí, mientras la ciudad de Jerusalén
está a punto de caer, se le enseña a Ezequiel que su responsabilidad
ante Dios es advertir al pueblo. Él es el vigía de Dios sobre la casa
de Israel para alertarla (33.7). Por lo tanto, tenemos aquí una ex-
presión de la responsabilidad que tiene todo testigo ante Dios. To-
dos hemos de ser testigos de la verdad de Dios. Es responsabilidad
nuestra. Solo Dios puede hacer efectivo el mensaje para aquellos
que lo oigan. Aquí se repite mucho de lo que había sido dicho en el
capítulo 18 (vv. 2ss) .
El resto del capítulo 33, versículos 21 al 33, narra el suceso de
la caída de Jerusalén, que sería alrededor del 586 A.C.
Comenzando con el capítulo 34 y llegando hasta el final del
libro, el capítulo 48, tenemos la segunda gran división de la profe-
cía. Contiene las profecías dadas después de la caída de Jerusalén.
Después de que llegaron a Babilonia las nuevas de la caída de
Jerusalén, los mensajes de Dios que dio Ezequiel cambiaron consi-
derablemente. Pasó de las advertencias de juicio a los mensajes de
esperanza.
Pero antes, se dirige a los falsos profetas y falsos pastores de
Israel que descarriaron al pueblo y lo llevaron a su triste final (v. 2).
Estos se han alimentado a sí mismos en lugar de alimentar al reba-
ño de Dios. Usa aquí la imagen del pastor para señalarles su fraca-
so y al mismo tiempo mostrar qué hubiera hecho el buen pastor (vv.
4-6). Por tanto, vemos aquí un concepto del buen pastor similar al
que encontramos en Isaías 40.11, y que fue cumplido a plenitud
solamente en la persona de Jesucristo (ver Jn.10). Dios mismo
tendrá que ser el pastor verdadero, puesto que todos sus pastores
secundarios han fallado lastimosamente (vv. 11,15,16).
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Tanto los santos del Antiguo Testamento como los del Nuevo
son salvos todos por la fe en el mismo Señor. En el Antiguo Testa-
mento el pueblo de Dios aprendía por medio de las señales simbó-
licas que Dios le daba, es decir, el tabernáculo, los sacrificios, etc.,
cómo aproximarse a Dios en fe, reconociendo su condición peca-
dora, y con corazones quebrantados, aprendiendo a confiar solo en
él para su salvación. En el Nuevo Testamento el pueblo de Dios ve
en Jesús el cumplimiento de todo lo que está simbolizado en las
señales del Antiguo Testamento, la única vía verdadera hacia Dios,
la única vida verdadera.
En el Antiguo Testamento los hijos de Dios renacen por el Es-
píritu de Dios, igual que en el Nuevo. Esto está evidenciado por la
fe que hay en ellos. Por fe, se les muestra simbólicamente lo que
Dios hará, para su redención, y confían en que el Señor lo hará. En
el Nuevo Testamento los hijos de Dios renacen por el Espíritu San-
to de Dios, que se evidencia también en su fe en el Señor. Por su fe
llegan al conocimiento de lo que Dios ha hecho ya realmente en
Cristo para su redención y la redención de todos los hombres, y
confían en el Señor que lo ha hecho.
En el Antiguo Testamento los santos conocieron a Cristo (Dios,
su Redentor) por la descripción verbal de sí mismo que les había
dado a través de Moisés (Éx 34.6,7; repetido con frecuencia como
ya hemos visto). En el Nuevo Testamento conocemos a Cristo en
la carne, el Verbo hecho carne, manifestación viva de Dios.
En el Antiguo Testamento los santos tenían realmente al Espí-
ritu Santo que les daba sus dones en número limitado, y tenían
también frutos del Espíritu. Pero en el Nuevo Testamento vemos al
Espíritu Santo derramarse, dando dones y produciendo fruto en
todos los creyentes a medida que el Espíritu Santo viene a habitar y
permanecer en ellos.
En el Antiguo Testamento la comisión de Dios a sus santos no
tenía un alcance mundial, pero la anticipación de que el evangelio
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III. Daniel
El libro de Daniel fue escrito por el profeta Daniel durante el
exilio en Babilonia. Se nos narra que en el tercer año de Joacim
fueron llevados a Babilonia procedentes de Jerusalén algunos de
los tesoreros de la Casa de Dios (Dn 1.1,2). Esto ha de haber
sucedido alrededor del 605 A.C. Es de suponer que en este mismo
momento algunos israelitas fueran llevados con ellos a Babilonia
(vv. 3,4; ver también 2 R 24.1; 2 Cr 36.5,6).
El libro de Daniel recoge en sus seis primeros capítulos varios
sucesos de la vida de Daniel y sus tres amigos. Los mensajes que
hay contenidos aquí se refieren sobre todo a la nación de Babilonia
y al testimonio de Daniel y sus amigos, los hijos de Dios, para con
esa nación en la que estaban cautivos. Los mensajes van dirigidos
por lo tanto al mundo pagano. Pero están incluidos en el libro que
Dios le dio a su pueblo, por lo que son también de provecho para
nosotros, los que creemos.
Los últimos seis capítulos contienen varias visiones y revela-
ciones que fueron dadas a Daniel, las cuales se extienden algo en lo
que había sido revelado a los paganos y que se refiere sobre todo al
triunfo final del reino de Dios y de su pueblo. Se encuentran aquí
algunas profecías muy específicas sobre la venida de Cristo y la
realización final de los propósitos de Dios.
Algo más; en la porción que va de 2.4 hasta 7.28 el texto está
en arameo, un lenguaje afín al hebreo que era el lenguaje principal
utilizado para comunicarse en Babilonia por aquel tiempo. La razón
por la que esta sección está en arameo es probablemente que el
mensaje iba dirigido fundamentalmente al mundo babilónico y al
mundo en general. Hasta el capítulo 7, en la segunda división, trata
principalmente sobre el desarrollo del sueño de Nabucodonosor
narrado en el capítulo 2.
Veamos a continuación el mensaje de Daniel.
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IV. Ester
El libro de Ester narra la protección de Dios a su pueblo en la
época de Asuero, conocido en la historia secular también con el
nombre de Jerjes. Los sucesos que se relatan ocurrieron en la pri-
mera mitad del siglo V A.C., antes del regreso de Esdras, que tuvo
lugar en el 458 A.C. (1.1).
La característica inusitada del libro es que no registra el nom-
bre de Dios en ningún lugar. Sin embargo, la actividad y el control
de Dios sobre todo lo que relata es muy evidente.
El capítulo 1 cuenta la deposición de Vasti, la esposa de Jerjes,
de su puesto de reina. La ocasión fue una fiesta similar a otras que
hemos visto en Daniel (1.3-7). Es evidente que había una libertad
considerable en esa época (v. 8), lo cual se menciona aquí quizá en
contraste con la costumbre ordinaria de los reyes.
La orden del rey con respecto a Vasti estaba equivocada (v.
11). Debemos alabarla por su negativa. Pero gracias a ella, se abrió
el camino para que Ester fuera hecha reina, puesto que el rey,
siguiendo el consejo de sus consejeros, depuso a Vasti y comenzó a
buscar otra reina (1.15-22).
El capítulo 2 narra la forma en la que Ester fue elegida para ser
la reina. Era judía, y esto debería haberla descalificado. Sin embar-
go, Dios era el que mandaba. Este capítulo lo deja ver con claridad.
Mardoqueo, el tío y padre adoptivo de Ester, es presentado en
2.5. Sus antepasados habían estado entre los que fueron llevados a
Babilonia en el reinado de Jeconías (Joaquín). Esto ha de haber
sucedido en el 597 A.C., cuando Ezequiel fue también llevado cau-
tivo (Ez 1.2).
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CAPÍTULO 13
LA RESTAURACIÓN Y LA
ESPERANZA FUTURA DEL PUEBLO
DE DIOS
I. 1 y 2 Crónicas
Cuando el pueblo estaba regresando a su tierra después de
más de una generación en la cautividad, sus necesidades eran mu-
chas. Habían vivido en medio del paganismo, y muchos de ellos
habían nacido allí. Habían estado sin templo y sin el sistema de
sacrificios. También, en su mayoría, habían vivido en aquellos tiem-
pos sin jefatura alguna de entre su pueblo.
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
cuidar del arca (16.7-36; cf. 16.5). En este himno se incluyen par-
tes de los salmos 105 (8-22); 96 (23-33), y 106 (34-36). La respon-
sabilidad principal por la custodia del arca fue dejada en manos de
Asaf y sus hermanos (16.37-43) .
El capítulo 17 habla del gran deseo de David de construir una
casa permanente (templo) para el arca. El asunto tratado aquí es
similar al de 2 Samuel.
Los tres capítulos siguientes hacen un repaso de los éxitos de
David en su reinado sobre Judá, sus victorias militares, y su rectorado
espiritual. Después, en el capítulo 21, se nos habla del pecado de
David, contando también en 2 Samuel 24.1-25, al querer enumerar
al pueblo. El propósito principal de narrar este suceso en particular
parece ser el de preparar el camino para el extenso relato de la
atención de David a los preparativos para la construcción del tem-
plo más tarde por su hijo Salomón.
Fue el pecado de hacer un censo del pueblo lo que llevó a David
a comprar el lugar del templo (21.18—22.1). El lugar vino a ser
conocido luego como Moria (2 Cr 3.1), donde Abraham había cons-
truido un altar para sacrificar sobre él a su hijo único, Isaac (Gn 22).
Comenzando con el capítulo 22 de 1 Crónicas hasta el final del
libro, se presta mucha atención a la preparación de David para el
templo que construiría Salomón. La presentación del asunto se hace
en 22.2-5. A continuación se habla de cómo se reunieron materia-
les y accesorios para el edificio.
El resto del capítulo 22 contiene el encargo de David a Salomón
con respecto a la construcción del templo. Le insiste grandemente
en que se entregue totalmente a la obra. David la veía como el
primer trabajo de Salomón en su reinado (22.9,10,14,19) . También
le recomendó encarecidamente a Salomón que obedeciera la Ley
dada por Dios a través de Moisés (22.12,13).
En los capítulos siguientes, del 22 al 26, sigue una descripción
detallada de los diversos oficios que les señaló David a los levitas
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
II. Esdras
El libro de Esdras es una continuación de 1 y 2 Crónicas. Co-
mienza donde Crónicas termina, en el decreto de Ciro, fechado en
539 A.C. (Esd 1.1; cf. 2 Cr 36.22-23). En Esdras 1.3,4 encontra-
mos algunas palabras adicionales que no aparecen en la relación de
Crónicas, y que nos hablan de la manera en que fueron cubiertos
los gastos del regreso.
Después de la relación del decreto dictado por Ciro, el libro de
Esdras se divide fácilmente en dos partes básicas: el primer regreso,
bajo las órdenes de Sesbasar y Zorobabel (1.5 a 6.22) y el segundo
regreso, al mando de Esdras (caps. 7 a 10). Estos dos sucesos estu-
vieron separados entre sí por un período de unos ochenta años.
En la relación del primer regreso se nos habla primeramente de
la acogida favorable que el decreto de Ciro tuvo en el pueblo de
Dios (1.5-11). También aquí notamos la importancia que se le da al
sacerdocio y a su papel en el regreso (v. 5). La iniciativa, tanto para
la proclamación de Ciro, como para la buena respuesta del pueblo
partió del Señor (vv. 1,5). Entre las cosas que se llevaron de vuelta
a Jerusalén estaban los vasos que Nabucodonosor había tomado
del templo, y que Belsasar había profanado (v. 7; cf. Dn 5.2ss).
Sesbasar, mencionado como el jefe del regreso (v. 8), fue rápi-
damente eclipsado por Zorobabel, ya sea porque muriera, o porque
estaba anciano e incapacitado para gobernar. Desaparece rápida-
mente de la escena. En el capítulo 2 aparece una lista de las fami-
lias que regresaron. De nuevo podremos notar que se les presta
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
La carta era una acusación contra los judíos. Torcía los he-
chos, acusándolos de ser rebeldes e intentar construir de nuevo los
muros para tener independencia del rey de Persia. En resumen, se
les acusaba de traición (4.12,13,16). Al insinuar que su interés esta-
ba puesto en el rey, los escritores buscaban de él una respuesta
favorable a su solicitud de que el trabajo en la ciudad fuese deteni-
do (vv. 15,16).
Aunque habían mentido respecto a la actividad de los judíos,
sus mentiras tuvieron éxito y lograron que los trabajos del templo
fueran detenidos (v. 24).
En el 522 A.C. subió Darío al poder en Persia. Ya hacía algún
tiempo que el trabajo en el templo había cesado. Allí permanecía
inconcluso, mientras los judíos se ocupaban de sus propias casas y
de sus asuntos.
Era importante para la gloria de Dios que el templo fuera ter-
minado, y también para el bien de los judíos. El templo representa-
ba la presencia de Dios en su pueblo y señalaba el camino al traba-
jo acabado de Dios a favor del mismo. Dios a través de Ezequiel
había prometido darles un nuevo templo (corazón), como recorda-
remos (Ez 36,37). Por tanto, la reconstrucción del templo simboli-
zaba la fe del pueblo en la fidelidad de Dios en el cumplimiento de
sus promesas. Dejarlo sin terminar sería una expresión de indife-
rencia con respecto a la obra de Dios que tanto necesitaban.
Aprovechando sin duda la ocasión de la muerte de Cambises,
se levantaron dos profetas para instar al pueblo a seguir constru-
yendo el templo. Hageo y Zacarías escribieron mensajes que estu-
diaremos posteriormente (5.1). Su labor fue efectiva, y Zorobabel
y Jesuá comenzaron nuevamente el trabajo del templo (v. 2).
Al ser interrogados por las autoridades sobre sus obras (vv.
3,9), contaron en detalle su historia y lo que había detrás de su
esfuerzo (vv. 11-16). Se elevó una apelación a Darío para resolver
el asunto (v. 17).
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III. Nehemías
Trece años después de que Esdras hubiera ido a Jerusalén,
Nehemías recibió en Babilonia mensaje de que las cosas no estaban
marchando bien entre los exiliados que habían regresado (1.1-3).
Como lo había hecho Esdras, Nehemías hizo duelo por la situación y
confesó sus pecados y los de ellos ante Dios (vv. 4,6,7). Al igual que
muchos anteriormente, recordaba en esos momentos la gran revela-
ción que Dios había hecho de sí mismo (Éx 34.6-7), y basado en ella,
suplicaba la misericordia divina (vv. 5,8) . En forma especial, apelaba
a las promesas del Deuteronomio (v. 9; cf. Dt 30.4).
La posición de Nehemías en el gobierno persa era encumbrada.
Como copero del rey (v. 11) debe haber sido uno de sus siervos de
mayor confianza, y probablemente, uno de sus consejeros. La triste-
za de su semblante fue notada por Artajerjes (2.2). Cuando Dios
abrió la puerta, Nehemías estaba listo. Después de una rápida ora-
ción (v. 4) solicitó regresar por algún tiempo para ayudar a su pueblo.
Evidentemente, a diferencia de la mayoría de los que regresaron, no
tenía la intención de mudarse permanentemente sino de hacer un
viaje, una misión para satisfacer una necesidad específica de Jerusa-
lén. Una vez más notamos cómo Dios movía los corazones de los
reyes para que hicieran su voluntad (v. 8; cf. Prv 21.1).
Hay dos partes principales en el libro de Nehemías: la primera
es la reconstrucción del muro, la gran necesidad que comprendió
Nehemías cuando todavía estaba en Susa (v. 9; 6.19); y la segunda,
la reconstrucción espiritual del pueblo, la gran necesidad que él,
junto con Esdras, vio después de llegar a Jerusalén (caps. 8—10).
El ministerio de Nehemías se centra en estas dos grandes obras.
Como sucedió con Zorobabel en el primer regreso, pasó con
Nehemías también; tan pronto como llegó, se alzaron enemigos que
quisieron oponerse a sus esfuerzos (v. 10). Nehemías, al igual que
Esdras, demostró ser un caudillo de calidad y sabiduría al no decla-
rar abiertamente su actitud. Lo que hizo fue reunir a unos pocos
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
con los cuales compartió su preocupación (vv. 11-12; cf. Esd 9.4).
Dirigió a los hombres en el comienzo de la reconstrucción de las
murallas (vv. 17,18). Nehemías demostró tener gran fe al comen-
zar la obra no obstante el ridículo que les lanzaban sus enemigos
(vv. 19-20).
El capítulo 3 relata los detalles de la construcción. Fue una
obra bien planeada y sabiamente llevada a cabo, en la que cada
hombre tenía que preparar la parte de muralla más cercana a su
casa, con lo que se aseguraba que cada uno de los segmentos sería
hecho cuidadosamente (3.28).
Los capítulos del 4 al 6 detallan algunos de los problemas con
los que se encontraron los decididos constructores. Los primeros
problemas eran externos y provenían de sus enemigos (cap. 4).
Primero fueron puestos en ridículo (vv. 1-3). Nehemías llevó
todo esto a Dios en oración (vv. 4-5). El pueblo fue alentado por
Dios, y continuó construyendo, a pesar del ridículo (v. 6).
Después sus enemigos probaron con la fuerza y las amenazas
(vv. 7-8). Nuevamente el pueblo oró (v. 9), y esta vez Nehemías
contestó a la fuerza con la fuerza y armó a su gente para que se
protegieran a sí mismos (vv. 10-14). Animó al pueblo a base de
exhortaciones a no retroceder delante de los enemigos (vv. 14,20).
También hubo problemas que surgieron en el interior del cam-
pamento de Israel (cap. 5). Entre los judíos, los ricos se estaban
aprovechando de los pobres (vv. 1-5). Los pecados antiguos del
siglo octavo y el séptimo estaban reapareciendo. Nehemías se sin-
tió profundamente turbado (v. 6).
Estos pecados estaban prohibidos estrictamente en la Ley de
Dios (v. 7; cf. Éx 22.25; Lv 25.36). Vemos aquí la aplicación de la
Ley de Dios a una situación muy real (v. 8). La decidida exhortación
de Nehemías a obedecer a Dios obtuvo el efecto deseado (vv. 9-12).
El pueblo se estaba volviendo ya más sumiso a la Ley de Dios.
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
Dios, estaba listo para esta ocasión, y leyó y enseñó al pueblo día
tras día (vv. 2-8). Encontramos varias cosas interesantes aquí. Pri-
mero, vemos el respeto del pueblo por la Ley de Dios, en que per-
manecieron atentos escuchándola durante varias horas al día (vv.
3-5). Segundo, Esdras leyó y habló desde algo muy similar a los
púlpitos nuestros de hoy en día (v. 4). Tercero, no solamente se
leyó la Palabra sino que también fue explicada (v. 8).
Aquí vemos lo que sin duda se convirtió en la práctica ordinaria
de las sinagogas en aquellos días y posteriormente. En los tiempos de
Jesús se seguía un esquema similar (Lc 4.16-22; cf. Hch 13.14-42).
Como resultado de la enseñanza de la Palabra de Dios, el pue-
blo quiso ser hacedor de esa Palabra, guardando sus leyes (vv.
13,18).
Finalmente, llegaron a un momento de confesión pública ante
Dios (cap. 9). En este renacimiento, fueron los levitas los caudillos
espirituales (vv. 4-5). Dirigieron al pueblo en grandes oraciones de
confesión (vv. 5-38).
Esta oración es digna de ser estudiada cuidadosamente, puesto
que muestra cómo un pueblo de Dios, enseñado por la Palabra de
Dios, llegó a tener un corazón quebrantado y contrito. Comenza-
ron alabando a Dios, de acuerdo con la revelación que había he-
cho de sí mismo: Creador y Vivificador (v. 6); el que escogió a su
pueblo a través de Abraham (v. 7); el que hizo un pacto eterno
con su pueblo (v. 8).
A continuación sigue en la oración una larga revisión de la forma
misericordiosa en que Dios trata a su pueblo, a pesar de su condición
pecadora y su dureza de entendimiento (vv. 9ss). Su esperanza se-
guía descansando en la revelación que él había hecho de sí como
dispuesto a perdonar y lleno de misericordia (vv. 17-31, cf. Éx 34.6-
7). Al final hacían la petición de que Dios los ayudara, y se compro-
metían a un pacto firme con Dios, y a obedecerlo (v. 38). Nueva-
mente se destaca la rectoría de los levitas y sacerdotes (v. 38).
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
IV. Hageo
Hageo y Zacarías fueron dos profetas mencionados en Esdras
5.1 en la época de Zorobabel. Fueron levantados por Dios para
sacudir al pueblo y hacerlo reiniciar la construcción del templo en
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V. Zacarías
Zacarías fue contemporáneo de Zorobabel y de Hageo. Tam-
bién él fue suscitado para instar al pueblo a seguir reconstruyendo
el templo en el año segundo de Darío (1.1). Sin embargo, su men-
saje es bastante diferente en estilo y en contenido del de Hageo. Su
escrito contiene mucho material apocalíptico (escritura simbólica),
como sucede con los libros de Ezequiel y Daniel en el Antiguo
Testamento y Apocalipsis en el Nuevo.
Este libro se divide básicamente en dos partes. La primera
contiene las visiones mostradas a Zacarías para que llame al pue-
blo a realizar la labor de la reconstrucción (1.7—6.8). A continua-
ción, en la segunda mitad (6.9—14.21), encontramos sobre todo
profecías dadas a Zacarías para que le diga al pueblo de Dios que
tenga esperanza con respecto al futuro. El ministerio de Zacarías
cubrió más tiempo que el de Hageo, pues llegó por lo menos al año
cuarto de Darío (7.1).
El mensaje de Zacarías comienza con una lección del pasado
(1.2-6). Como había hecho Hageo, Zacarías llama al pueblo a re-
gresar al Señor, es decir, a ponerlo en primer lugar en sus vidas (v.
3; cf. Hag 2.17-18). Antes del exilio, los padres no habían aprendi-
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sopla en todas las direcciones sobre toda la tierra. Este parece ser
también el significado de la visión similar que está en el libro de
Apocalipsis (Ap 6.1-8; 7.1).
A través de esta serie de visiones Dios le ha hablado a su
pueblo mostrándole en forma simbólica el significado y el sentido
de aquellos días. Dios estaba obrando para purificar a su pueblo y
juzgar al mundo. El llamado a reconstruir el templo y terminarlo no
provenía de los hombres sino de Dios, y por lo tanto era importante.
Tenía que ser terminado.
Con esto concluye la primera gran división de Zacarías. En la
segunda parte Zacarías, en forma similar a otros profetas de Dios,
recibe una serie de mensajes que señalaban a los juicios pasados
que Dios había realizado sobre su pueblo y a la esperanza futura
del remanente que busca a Dios para tener salvación (6.9—14.21).
Primeramente, Dios ordenó la coronación de Josué, el sumo
sacerdote (6.9-15). Podemos ahora hacer una comparación con el
capítulo 3. Dios le da instrucciones a Zacarías para que haga coro-
nar a Josué (v. 11), es de suponer que como símbolo de la exalta-
ción que el mismo Dios hace de su pueblo a través del llamado
Vástago o Retoño, el que surgirá para construir el Verdadero Tem-
plo de Dios (v. 12-13) .
Varios pasajes vienen ahora a colación. Primeramente, el Cris-
to, el mayor de los hijos de David, es descrito como un Vástago en
Isaías 11.1, que sería el vástago brotado del tronco de Isaí. Des-
pués, en Isaías 53.2, se describe en forma similar al Cristo, como
una raíz nacida de la tierra seca. Aquí aparece como sacerdote y
rey a un tiempo (v. 13). Como sacerdote, construirá el templo de
Dios, y como rey, gobernará sobre el reino de Dios (cf. Is 9.6-7).
En el Nuevo Testamento encontramos que las palabras referentes
a Jesús señalan tanto hacia su misión de construir el Verdadero Templo
de Dios (la Iglesia: Jn 2.19-21, porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo)
como de gobernar a las naciones (Hch 7.35; Mt 2.6; Ap 2.27; 12.5).
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La restauración y la esperanza futura del pueblo de Dios
en 9.9, se les muestra que junto con la gloria habrá también sufri-
miento antes del triunfo final del Salvador sobre sus enemigos.
El capítulo 13 sigue hablando de la sangre derramada por el
Redentor, que es una fuente en la que pueden limpiar su pecado y
sus impurezas (v. 1). Se mencionan en forma específica las heridas
de sus manos (cf. Lc 24.39,40; Jn 20.24-27).
Profetizando nuevamente sobre los sufrimientos del Salvador,
lo describe como el Pastor herido (v. 7; cf. Mt 26.31). En sus sufri-
mientos y en la vida dura de quienes lo sigan, serán expiadas las
faltas, de tal manera que solo los purificados, el remanente, sobre-
vivirán y serán salvados: tal es el pueblo de Dios (vv. 8-9).
El último capítulo regresa a las palabras de 12.1-3 y a la des-
cripción de las naciones unidas contra la Iglesia de Dios (14.1-2).
Dios declara además su intención de entrar en combate a favor de
su pueblo y ganar la victoria para ellos (vv. 3-8; cf. Dn 12.1; Ap
20.7-9). La expresión «al caer la tarde habrá luz», del versículo 7,
señala hacia la esperanza de que cuando las cosas parezcan más
oscuras para el pueblo de Dios será cuando Dios regresará y con-
vertirá la noche en día.
Entonces Dios reinará como Rey de reyes (v. 9; cf Ap 1.5-6).
Nuevamente vemos que todas las naciones serán juzgadas, pero
será también salvado un remanente de ellas, que será el verdadero
Israel, la verdadera simiente de Dios (vv. 12-16). La ciudad y el
pueblo de Dios serán purificados por completo de todos los que no
crean y de todos los pecadores en aquel día (vv. 17-21; cf. Ap
21.8,27). No habrá lugar en las tiendas de Sem para los cananeos
en aquel día (v. 21; cf. Gn 9.25-27; Is 54.2-3; Jer 30.18; Zac 12.7).
De manera que por medio de Hageo y de Zacarías hemos visto
lo importante que era para el pueblo de Dios en aquel momento
estar activos en la terminación del templo. En este templo se halla-
ban simbolizadas las promesas de Dios de permanecer con su pue-
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VI. Malaquías
Los escritos del profeta Malaquías surgieron hacia el final de la
revelación del Antiguo Testamento, probablemente una generación
o dos después de los días de Esdras y Nehemías. A Malaquías
generalmente se le sitúa alrededor del año 400 A.C.
Por el contexto del mensaje de Malaquías es evidente que,
desde las reformas de Esdras y Nehemías, a mediados del siglo V
A.C., los judíos se habían deteriorado espiritualmente una vez más.
Esto se refleja en especial en las preguntas que Dios responde tan
pacientemente en el libro.
Desde el primer capítulo hasta 3.15 encontramos una serie de
preguntas hechas al parecer por los jefes del pueblo, los que no creían
lo que Dios les había estado enseñando a través de su Palabra. Cada
pregunta va precedida de una declaración de Dios sobre la situación
espiritual del pueblo en aquellos días. A continuación sigue la pregun-
ta llena de dudas del pueblo y finalmente la respuesta de Dios. Des-
pués de esta serie de preguntas y respuestas, el mensaje procede a
hacer una clara distinción entre los justos y su futuro, por un lado, y
los injustos y su futuro por otro (3.16—4.3). El libro termina con una
exhortación final dirigida al pueblo de Dios (4.4-6).
Dios comienza su mensaje declarando su amor por los judíos
de aquella época post-exilio (1.25). Como había hecho al principio
con Israel en el momento del éxodo, ahora también Dios muestra
que los ama (v. 2; cf. Dt 4.37). Sin embargo ellos dudan de su amor
y lo ponen entre interrogantes (v. 2).
La respuesta de Dios es hacer que Israel mire a la historia.
Jacob y Esaú eran hermanos de los mismos padres. Sin embargo,
Dios no los trató de igual manera a ambos. Al escoger a Jacob,
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porque sin ella todos hubieran sido consumidos (v. 6; cf. Mt 3.1-12;
Lc 3.1-20). Solo el hecho de que Dios es bondadoso y lleno de
misericordia podía salvar al pueblo (v.6; cf. Is 1.9).
Entonces, el Señor reprende al pueblo por apartarse de él y no
guardar sus ordenanzas (3.7-12). También tenían dudas sobre esta
acusación, y decían: «¿En qué hemos de volvernos?» (v. 7). Dios
les indicó un camino específico. Podrían regresar a Dios dándole
nuevamente su diezmo. Le habían estado robando a Dios al negar-
le lo que le pertenecía por derecho (v. 8). Dios prometió una bendi-
ción misericordiosa para ellos si le mostraban el amor que le tenían
dándole el diezmo (vv. 10-12). Su amor por el dinero les había aca-
rreado una maldición, y les había impedido acercarse al Señor (v. 9;
cf. Lc 18.18-25).
Y sin embargo, en vez de responder a Dios como él les había
indicado, el pueblo había sido violento contra Dios (vv. 13-15). Una
vez más el pueblo preguntó con incredulidad: «¿Qué hemos habla-
do contra ti?» (v. 13). Dios les mostró cómo ellos habían murmura-
do en sus palabras contra él, como lo habían hecho los israelitas en
el desierto (v. 14). Envidiaban al orgulloso y al malvado, suponiendo
que gente así florece y prospera con su pecado (v. 15). Dios había
llamado felices a los que le eran obedientes (v. 12), pero, echando a
un lado el juicio de Dios, este pueblo había declarado que los peca-
dores y los hacedores de maldad eran los felices (v. 15).
Con el versículo 15 termina la serie de preguntas y de respues-
tas de Dios. A continuación Malaquías pasa a destacar la clara
distinción que hay entre los justos y los injustos, o sea, entre los
bienaventurados y los malditos (v. 16—4.3).
Como en otros lugares, los justos son descritos aquí como aque-
llos que temen al Señor (v. 16). Son los creyentes verdaderos (cf.
Prv 1.7; 9.10; 19.23; Sal 34.9; 112.1). Sus nombres están escritos
en el libro de memorias de Dios (v. 16; cf. Is 4.3; Dn 12.1; Ap 17.8;
21.27).
501
El plan de Dios en el Antiguo Testamento
Estos son los que Dios reclama como suyos; estos son su pue-
blo (v. 17). Al salvar a este remanente, Dios hará una distinción
radical entre los justos y los malvados (v. 18). Como había declara-
do por medio del salmista (Sal 1.4-6), pone nuevamente en claro
que todos los malvados que se han negado a creer en él serán
destruidos (4.1). Por otra parte, los que han tenido temor del Señor,
y han recibido la seguridad de la bendición de Dios, tienen al Sol de
justicia brillando sobre sus cabezas para sanar sus pecados (v. 2).
Esto señala sin duda a la obra de Cristo salvando a los que creen.
Esta sección termina con la promesa de victoria sobre los ene-
migos, que son la simiente malvada de Satanás, la serpiente (v. 3;
cf. Gn 3.15; Ro 16.20).
El mensaje de Malaquías concluye con un llamado al pueblo de
Dios para que siga obedeciendo la Ley dada por Dios a través de
Moisés, y esperando anhelante la venida del Señor, que será prece-
dido por Elías (Juan el Bautista) (v. 5; cf. Mt 11.14). Solo su venida
salvará al pueblo de caer herido cuando venga el Señor (v. 6).
Aquí termina la profecía en el Antiguo Testamento. Finaliza
señalando hacia atrás, al fundamento de la fe en esa etapa, es
decir, a la Ley de Moisés, y señalando hacia adelante, a la venida
del Señor para salvar a su pueblo.
Pasarán unos cuatrocientos años en silencio, sin que haya una
palabra de Dios, hasta que repentinamente, en los días de Tiberio
César de Roma y Poncio Pilato en Judea, Juan, el hijo de Zacarías,
aparecerá como heraldo de la venida inminente del Señor Jesucristo.
502
CAPÍTULO 14
Solo quedan tres libros del Antiguo Testamento por estudiar. Son
Job, Salmos, y Proverbios. En los tres, podremos encontrar la fe y la
vida del pueblo de Dios. Tratan sobre los grandes temas de la fe y la
vida cristianas. Además, no pasan jamás de moda, porque la verdad
que contienen trata problemas que la gente de todas las generacio-
nes tiene que enfrentar. Comenzaremos con el libro de Job.
I. Job
Sabemos muy poco de Job fuera de lo que dice este libro. Se le
menciona en Ezequiel como igual espiritualmente a Noé y Daniel
(Ez 14.14,20). Los tres eran conocidos por su justicia. En el libro de
Santiago, en el Nuevo Testamento, se presenta a Job como ejemplo
de paciencia (Stg 5.11).
Se supone que Job viviera por la misma época de los patriarcas
Abraham, Isaac, y Jacob, aunque no se le identifica como hebreo
sino como uno de los hijos del oriente (1.3), término aplicado en
sentido amplio a todos los que vivían al este de Canaán.
No se nos dice en qué ocasión fue escrito el libro; posiblemente
fuera en una época de la historia israelita en la que se estaba escri-
biendo literatura sapiencial, porque el libro habla mucho de sabidu-
ría. Podríamos fijarle una fecha algo posterior a la época de
Salomón, pero probablemente alrededor de la época de Ezequías.
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
poder encontrar a Dios (v. 25; cf. 1.5). No tenía descanso ni paz
espiritual; solamente un corazón turbado porque no podía encontrar
al Señor en su momento de soledad, cuando todos lo habían des-
echado, o carecían de modos de consolarlo.
En este tercer capítulo, Job estaba diciendo en resumen que si
no podía tener amistad con Dios era mejor para él morirse. Y real-
mente, si los hombres son separados de su amistad con Dios, es
mejor que estén muertos.
En este momento comenzamos a los tres ciclos de debate en-
tre Job y sus amigos: Elifaz, Bildad, y Zofar (caps. 4-31; cf. 2.11).
El primer ciclo abarca los capítulos 4 al 14 e incluye declaraciones
de los tres amigos, y de Job como respuesta a ellos.
Elifaz es el primero que habla (caps. 4, 5). Él es también el que
sienta la pauta para todos los discursos de los amigos. Aunque pa-
rece comenzar con una descripción elogiosa de Job (4.3,4), pronto
empieza a reprenderlo y a desarrollar la acusación básica contra él,
la que simplemente se repite y amplifica cada vez que habla uno de
los amigos (vv. 5-9). En síntesis, lo que dicen todos es que solo los
malvados sufren, y por lo tanto, si Job sufre, es porque ha pecado
contra Dios y lo mejor que puede hacer es arreglar cuentas con él
(vv. 7-9).
Se puede notar cómo estos amigos dicen todos en esencia la
misma cosa (cf. 5.6-8; 8.4-6,13,14,20; 11.2-6; 11.12,20). Mientras
más protestaba Job de que era inocente ante Dios, más lo denun-
ciaban y criticaban sus amigos. Vemos que muchas de sus afirma-
ciones con respecto a Dios y a la naturaleza del hombre eran cier-
tas (5.9-13,17), pero lo que buscaban era ponerse en el lugar de
Dios para juzgar y condenar a Job, aplicando impropiamente su
caudal teológico. En esto tenemos un ejemplo diáfano de alguien
con una teología perfectamente sólida y ortodoxa que puede sin
embargo estar muy equivocado en su manera de aplicarla a la vida.
Su teología no le ha dado el don de la humildad. Tal persona es
508
Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
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Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios
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El plan de Dios en el Antiguo Testamento
mar que había visto claramente con sus ojos lo que antes solo había
oído con sus oídos, esto es, la doctrina que tenía sobre Dios estaba
ahora mucho más clara (42.1-5). Ante una evidencia tan abrumado-
ra de la forma en que Dios cuida de todas sus criaturas, Job se sintió
poseído por la sensación de su propia pequeñez, y no supo cómo
pudo atreverse a haber dudado de que Dios cuidara de él (v. 6).
En realidad, ¿cuál fue la respuesta de Dios? Ciertamente no fue,
como pretendía Eliú, que Dios está por encima de todos y que no
tiene por qué responderles a los hombres. ¡Eliú había dicho esto (36.24-
32) y Dios había afirmado que esas palabras eran «palabras carentes
de conocimiento»! (38.2). Lo que Dios le dijo a Job en su larga res-
puesta era esencialmente lo mismo que Jesús les indicó a sus discí-
pulos: el Dios que provee tan abundantemente para todas sus peque-
ñas criaturas, ¿no cuidará también de ti? (ver Mt 6.25-34).
Job se había dejado llevar de sus sentimientos en lugar de con-
fiar en la verdad de la revelación natural de Dios. Si hubiera abierto
los ojos y visto que Dios seguía cuidando de todas las criaturas que
lo rodeaban, entonces no se hubiera sentido ansioso. Se hubiera
sentido seguro como Jesús les señaló a sus propios discípulos, ¡de
que con mucha mayor razón Dios proveería para sus hijos todo
aquello que necesitaran! Job estaba ansioso porque se dejó llevar
por sus sentimientos en lugar de seguir la revelación clara de Dios.
La comunión entre Dios y Job nunca se rompió en realidad.
Toda la creación y la providencia declaraban esta realidad. Por lo
tanto, la respuesta se encontraba alrededor de Job todo el tiempo,
pero él se había vuelto hacia adentro para contemplar sus propios
sentimientos, y de esta manera había perdido la respuesta.
Por lo tanto, este libro tiene un mensaje importante para todos
los hijos de Dios. Debemos proceder no sobre lo que sentimos sino
sobre lo que revela la verdad de Dios. Si no sentimos que Dios esté
cerca, o nos parece que no nos oye, entonces debemos saber que
estos sentimientos no son de confiar. La verdad de Dios revelada
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Los libros de devoción y conducta del pueblo de Dios
II. Salmos
El libro de los Salmos es una colección de ciento cincuenta
himnos del culto del pueblo de Dios. Expresan toda la gama de la
experiencia religiosa del pueblo de Dios cuando lo adoraba indivi-
dual o corporativamente.
Se han hecho intentos para ordenar y volver a ordenar los sal-
mos de acuerdo con algún esquema significativo, pero ninguno de
dichos intentos ha tenido éxito. Suelen ser divididos en cinco libros
que algunos han comparado con los cinco libros de Moisés. Pero
esto tampoco puede ser demostrado con facilidad.
Tratar de establecer la situación y el momento en que fue he-
cho cada salmo es algo riesgoso también. Algunos tienen títulos
que indican la circunstancia, pero aun estos no son seguros del
todo, ya que al parecer fueron añadidos posteriormente y no son
parte de las palabras originales.
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seguridad ante los ojos de Dios (Jos 1.8; Ro 8.28). ¡Una vida de fe
no puede fracasar!
En fuerte contraste, el malvado o impío carece por completo de
estabilidad. El símbolo del tamo como algo seco y muerto es un sím-
bolo adecuado para los injustos (v. 4; cf. Mt 3.12). Por esta razón los
malvados caerán en el día del juicio, sin importar que parezcan estar
prósperos en este mundo. No tienen lugar en la congregación de los
justos, y no importa que en este mundo hayan sido miembros de la
iglesia visible, ¡quién sabe si hasta predicadores en ella (v. 5)! Dios
purificará a su Iglesia de toda injusticia. Ningún pecador tendrá parte
en la Iglesia verdadera (Ap 21.27; 22.13-15).
En conclusión, Dios muestra una vez más que solo existen dos
familias de hombres, tal como lo había hecho tan frecuentemente
desde Génesis 3.15 en adelante: los justos, a los que Dios ha cono-
cido (escogido para que fuesen suyos); y los malvados o injustos,
cuyo camino perecerá (v. 6; cf. Jn 3.16).
En este salmo se nos presentan todos los temas fundamentales
del salterio entero, que son: el justo y su justicia, el injusto y su
maldad, y el final inevitable que tendrá cada uno de ellos. Aquí se
halla implícito también el tema de la enemistad que existe entre los
justos y los impíos.
Por lo tanto, el salterio se extiende hablando sobre la vida justa,
la alabanza y meditación de la Palabra de Dios, la vida espiritual-
mente fiel de los hijos de Dios, y el hecho de que el justo nunca se
marchite (perezca) sino que al final todo lo que haga prosperará. El
salterio habla detalladamente de la maldad de los impíos, de su vida
inestable, y de su juicio final y derrocamiento por Dios. Además,
habla frecuentemente de la enemistad de los que no creen con
respecto a Dios y a sus hijos, lo que se expresa en hostilidad y
crueldad hacia los hijos de Dios. También enseña la importancia de
que el creyente conozca y trate a este enemigo suyo, el impío,
como enemigo que es; sin capitular y sin hipocresía.
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III. Proverbios
El libro de los Proverbios, junto con Job y Eclesiastés, entra en
lo que se llama literatura sapiencial, por la razón de que estos libros
tratan sobre la verdadera sabiduría que viene de Dios, la cual está
por encima de la sabiduría de los hombres, que no puede conducir a
Dios. Antes de entrar al contenido de este libro sería bueno, por lo
tanto, considerar brevemente la visión bíblica de la sabiduría.
Las Escrituras aclaran que hay dos clases de sabiduría entre
los hombres: la general y la especial, o de otro modo, la natural y la
sobrenatural.
La sabiduría natural viene con la edad. Los hombres adquieren
madurez a través de la experiencia y llegan a tener cierta sabiduría
con respecto a la vida (Job 12.12). Esta sabiduría pasa de genera-
ción en generación, y se va acumulando gradualmente. La mayoría
de las culturas antiguas tuvieron sus cuerpos de literatura sapiencial.
Aunque sea mejor que la fuerza, debido a la naturaleza pecadora
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mente hay dos caminos por donde ir: la senda de los rectos, que
lleva a las metas fijadas por Dios para él, o la senda de los malva-
dos, que lleva a tinieblas cada vez mayores (vv. 18-19).
Después de exhortar al hijo a que guarde su corazón, le instru-
ye que guardar el corazón significará controlar todo su cuerpo y
cada una de sus partes: la boca, los labios, los ojos, los párpados, los
pies (vv. 24-27). Todo esto es lo que significan los problemas de la
vida. La boca, las manos, los pies, los ojos, y los oídos, han de hacer
lo que el corazón les dicte.
Los tres capítulos siguientes (5—7) contienen una serie de ad-
vertencias contra los ardides de la Maldad. Esta, como ya vimos,
es descrita como una ramera, una mujer seductora de la calle. Quizá
se haya escogido esta personificación de la maldad porque para un
hombre joven una mujer de la calle puede ser algo fascinante. Sus
labios parecen destilar miel (5.3). Pero al final da un sabor amargo
a la vida (v. 4). Sus caminos llevan al infierno (v. 5). Se dibujan con
claridad aquí las consecuencias de aceptar la apetitosa invitación
de la ramera (vv. 7-23).
A continuación, y en forma práctica, el padre pone en guardia
al hijo contra los enredos terrenales que hacen que un hombre cai-
ga en las trampas de la Maldad (6.1-19). Una forma de enredarse
con los pecadores es hablar sin pensar, hablar demasiado precipita-
damente, comprometiendo el ser y la vida con un pecador (vv. 1-5;
cf. Stg 1.19). Otra forma es ser perezoso, dándole así una oportu-
nidad a Satanás de utilizar nuestra pereza en provecho suyo (vv. 6-
11). No hay posición neutral en esta vida; quien no está a favor del
Señor está contra él (Mt 12.30) . Finalmente, el no poder controlar
el cuerpo —los ojos, la boca, los pies— equivale a dirigirse hacia la
calamidad (vv. 12-19; cf. 4.23-27). Dios odia la vida en la que los
miembros del cuerpo no están sujetos a su Palabra y bajo su con-
trol. ¡Vidas así demuestran por las acciones de ojos, manos, y pies
que el corazón no le pertenece a Dios! (vv. 16-19).
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Nunca está perezosa sino que siempre piensa en los demás, espe-
cialmente en los de su casa (v. 27).
Por esta razón, recibe la alabanza de sus hijos y de su esposo
(vv. 28-29). No le preocupan los favores sociales ni la belleza; lo
que le interesa es ser temerosa de Dios, y esto es lo que la hace
digna de alabanza ante los demás (vv. 30-31).
Parece sumamente apropiado, pues, que este libro, que co-
mienza con el consejo de un padre a su hijo, termine con la alaban-
za de un hijo y un esposo a su madre y a su esposa. Una vez más
podemos ver todo el libro expresado en el contexto de la familia, del
hogar ordenado por Dios (Gn 2.24), a través del cual, Dios tiene el
propósito de que comience toda evangelización y toda instrucción
en su verdad (Dt 6.4-9).
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