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Cuentario Rosina Conde Convocadora wonky Desliz Ediciones Ciudad de México, 2012 Lo veo pasar cubierto por una sabana, reconozco el pezfil y la estatura bajo la cordillera blanca que se desliza hasta la ‘morgue. Camino con lentitud, temo el encuentzo, tal vez si voy despacio todo desaparezca y despierte, aunque sé que no se tra- tade una pesadilla. Describiste por escrito cémo te tocé reconocer el cuerpo y arreglar lo necesario para levarlo a una pequefa capilla ar- diente de la colonia Roma. Mientras lo preparaban, Francisco te Tleve a tu casa a recostarte un rato, pero no podias, escuchabas gritos dentro de tu cabeza, pensaste en el camino de la muerte del que habla El fantasma de Canterville. Sostenias internamen- te un discurso desorganizado que te enloquecia. Caminabas en cfrculos alrededor de la mesa del comedor. Cuando Francisco ‘observé tu mirada extraviada, y escuché algunas de tus pala- bras sin sentido, te pregunt6 asustado qué podia hacer por ti. Apenas alcanzaste a pedirle que lamara al médico: "Por favor, dile que me ayude, me estoy volviendo loca’. E] homespata te recet6 dos tipos de grajeas azucaradas y as voces se silenciaron. Summertime, retoma Rosina de nuevo el estrbillo, and the livin’ is easy, fish are jumpin’ and the cotton is high... La cancién est por terminar y td necesitas escucharla mil veces més para comprender a fondo el mensaje del angel Rosinel, Rosina, quien result6 ser el arcéngel mensajero de tus muertos. Your daddy's rich and your mamma’s good lookin’ Aquella noche, el hombre al que has elegido amar hasta que legue la mafiana en que habras de extender las alas, te mantu- vo abrazada fuertemente mientras salian de Sears. Sin confesdr- selo, ambos buscaron al joven de rizos negros, pero sabfan que no volverian a verlo. La iltima frase de Summertime te lava suavemente el alma: So hush little baby, dont you ory Héctor Dominguez Héctor Dominguez nacié en Hermosillo, Sonora, en 1962. Es doctor en literatura hispénica por la Universidad de Colorado en Boulder. Desde 1984, se ha desempefiado como docente en diversas universidades de México y Estados Unidos. Actualmente es profesor investigador en Ja Universidad de Texas en Austin. Es autor del libro de poesia El viento no responde (Xalapa, Gobierno del Estado de Veracruz, 1992); el libro de ensayo La moderniad abyecta. Formacin de discurso homosexual en Latinoamérica (Xalapa, Universidad Veracruzana, 2001), el libro Modernity and the Nation in Mexican Representations of Maculinity: form Sensuality fo Boodshed (New York, Palgrave, 2007); es ade- més coautor del libro Donde las voces fecundan (La Paz, Universidad Auténoma de Baja California Sur); coordi- nador de las antologias Entre las duras aristas de las armas: violencia y victimizaciOn en Ciudad Judrez (México, cHSAS; 2007), y Gender violence at the ULS.-Mexico Border (Tucson, University of Arizona, 2010); ademés, se encuentra antolo- gado en Dondepalabra (México, Desliz, 2011). Ha publicado diversos trabajos de poesia, narrativa, critica literaria; de arte y sobre cultura popular, en revistas, suplementos y an- tologias tanto en México como en el extranjero. Su labor como investigador en el plano de los estudios de la mas- culinidad lo ha Uevado a interesarse por la literatura ho- mosexual en Chile, Colombia y México, el arte mexicano, asi como los discursos de la violencia en la frontera y el andlisis cultural de la criminalidad. El precio de la organza La Chanel dormfa como los perros, a ratos furtivos sobre el sofé, lista siempre para levantarse apenas escuchara pasos, el abrir discreto del zaguén, la voz baja e imperiosa de alguno de los cincuenta y tantos hombres que podria llegar en cualquier momento de las veinticuatro horas del da. Una bugambiliain- candescente invadia el pequefio jardin de enfrente. Desde un rincén dispuesto atrés de la sala, su maquina de coser y un montén multicolor de telas eran su estrado. Reina de las cos- ‘turas, os cortes y los hilvanados. Un gran monitor en volumen perceptible por toda la cuadra lanzaba videos musicales por la ‘manana y telenovelas por la tarde. Por la noche amenizaba su estereofénico Sony con un tablero de lucecitas temblorosas. Un follaje de plantas artificiales y flores de tela en macetas amari- Ilas atiborraba la sala. Ocho gatos se paseaban con su gordura aparatosa. Alas once y media salié al jardin con un blusén floreado de ray6n, envuelto el pelo con un retazo azul afil y la cara emba- durada de aceite. Dio un suspiro hacia la carniceria de entren- te, donde un moreno panzén separaba los huesos de la carne. Chanel entré de nuevo con un movimiento forzado de caderas. Un olor a huevos fritos llenaba la casa. Martina ya habia puesto la mesa. El autobtis urbano se detuvo por un momento entre su casa y Ia camicerfa. Un vecino cantaba El abendonado. Apenas terminaba de beber el jugo cuando oy6 que se abria la puerta del zaguén, Dofia Teresita Murrieta se aparecié con una estela de colo- nia. La Chanel se limpié los labios con una servilleta y corrié all bafio para quitarse el aceite de la cara, desatarse el cabello que cay6 ondulante sobre sus hombros, “;Abre, Martina!" le grité a la sirvienta. Cuando salié a la sala, Teresita la esperaba sentada en el sofé, curioseando los angelitos que volaban alrededor de Ja ventana. Venia a probarse un conjunto verde que pensaba usar para la boda de su nieta. Chanel la hizo entrar al probador. Allé adentro las dos reian ruidosamente. Mire lo que traje de McAllen, pensando en usted -le mos- {6 unos tarros de crema y unos maquillajes-, este color, aplica- do debajo de los pémulos le da un aire de misterio sin quitarle lo alegre, le queda tan bien a su piel; porque usted es de un color que ya no hay, Teresita, usted si es de cepa, no como la gente renegrida que anda por todos lados. Y Teresita levantaba el gesto de dignicad, como si el apellido Murrieta estuviera dibujado en su perfil. La vieja unt6 un poco de maquillaje en el dorso de su mano y sin saber por qué, quedé satisfecha, Sacé doscientos pesos y los puso en la mesita, sin advertir la mirada brillosa de Chanel a su lado. —;Se acuerda que le hablé de un satin azul marino que le iba a conseguir? Pues mire, aqui esta -como si fuera un mago de circo, la Chanel lo hizo aparecer de su espalda. Teresita apa~ rent6 sorpresa. Lo miré con desconfianza y entonces Chanel lo puso en sus manos con un leve gesto de reto-, claro que se lo ensefio porque sé que a usted le gustaria més que a nadie. Dofia Hortensia Vidaurri me lo ha encargado tanto... pero yo dije: no, antes de a dofia Hortensia, se lo muestro a Teresita, porque a usted le quedarfa mejor, con la presencia que tiene usted tan esbelta, —{Cuanto? -fue la respuesta. Y antes de contestar, a Chanel alargé la mano hacia las revistas de moda que estaban debajo de la mesita de centro, sacé la de encima y Ia abrié donde tenia tun separador de encaje. —Mire: como éste de solapas medianas, la falda debajo de 1a rodilla, el saco de dos botones y una blusa nécar de lino, con los collares de perlas que se compré el aito pasado, usted va a quedar igualita que las mejor vestidas de Europa. El conjunto se lo pongo en mil doscientos pesos y se lo hago para dentro de diez dias. No dijo que si. Cambi6 de conversacién. Martina sirvi6 unas limonadas. Hablaron de hombres. Chanel le contaba detalles de color de piel, de piernas velludas, de espaldas abultadas, de penes impensables y Teresita entrecerraba los ojos y reprimia ‘una especie de sontisa, casi tos o eructo, como si fuera presa de tun orgasmo remoto. De pronto se levant6, La Chanel dobl6 el satin con ceremonia, puso la revista en su lugar y acompafié a Teresita hasta el zagudn, —No se lo ensefes a Hortensia, guérdamelo para fin de mes ~Aijo antes de despedirse y puso en sus manos otros doscientos pesos de anticipo. Los alaridos de Selena lenaban la calle. Elmozo de la car- niceria la mind fjamente. La Chanel cerré los ojos y tardé en abrirlos como si se le hubieran pegado los pérpados. El carro de Teresita habia doblado la esquina; la Chanel se dio la vuel- ta, Se fue a sentar a la maquina, dio unas costuras de zigzag a unas piezas que habia cortado por la noche. Hizo unos ojales, puso los botones. En el monitor, Pedrito Fernandez de cuerpo entero se recargaba sobre el tronco de un arbol y arrugaba la frente alargando los labios en las palabras més dulces, mientras Ja Chanel tarareaba. Cinco bocinas se hallaban dispersas en to- dos los rincones de la casa. Planché las costuras de un vestido de género azul celeste escotado y con bolsas grandes; lo colg6 de un gancho y entré al bafio. En el espejo se depilé las cejas y se dio una manita de gato. Martina, enciende el aire! ~orden6. Se sent6 con un ves- tido hilvanado de quinceaftera de organza lila al que tenfa que poner doscientas aplicaciones de florecillas de encaje de dife- rentes tamafios con tonos de lila al rosa. Entre suspiros evoc6 Jas manos callosas del alabafil que ligé el fin de semana. Le re- gal6 dos discos pirata, uno de Elvis Crespo y otro de Los Tigres del Norte. Me salié hasta barato el macho, conciuyé Chanel. En menos de una hora ya estaban todas las aplicaciones en su sitio. Ella misma lo habia disefiado, se lo apalabré a dofia Lorenza y ésta acept6 por cinco mil pesos todo el cuento de encajes, cuellito redondo, cintas con bordados de hilo de seda, tocado de cristal con mariposas doradas, tacones de satin y el compromiso de que todas la damas de compafia vinieran a en- cargar sus vestidos a mil quinientos cada uno. Ya con e0 se podria ir a Europa a conocer por all. Porque decia la Chanel: quien no haya ido a Europa no es gente, y por eso todos crefan que ella sfhabfa estado por alla. Mimadre es italiana, presumia, ella vive en Mildn desde que se separ6 de mi padre, y yo la visito dos veces por afio. Como ella no puede viajar por la pre- siGn, se siente tan mal cada vez que se sube a un avin. Y una vez, cuando todos la hacfan en Europa, hubo quien la vio en Monterrey... desde entonces, mejor no dice nada de su madre. —Ya me voy. {Se le ofrece algo més? ~se despedia Martina, —Solamente pon todos los discos en el cuarto de la mercan- fa. Aqu{ esté la ave “Martina puso los discos en una caja-. ‘También mete el estéreo -afiadi6 Chanel. En el cuarto habia cajas de zapatos, chamarras, camisetas, aparatos electrénicos, botellas de wisky, ginebra, bolsas de piel, cosméticos, para halagar el gusto de los tampiquefios que no tenian, como ella, visa fronteriza, de la cual dependia su pres- tigio. Yo, ni siquiera ropa interior sé comprar en México, es de tan mala calidad, decia. Y levantaba los labios enroscéndolos hasta tocar la punta de la nariz, para que quedara legitimado su desprecio con ese gesto tan fehaciente. Fue a servirse el pollo con ensalada rusa que prepar6 Martina, Comié con desgano, se sirvié un vaso de coca cola, le puso un poco de brandy, tomé el vestido de aplicaciones y se tendié con él sobre el sillén, de manera que podia verse en 1 espejo grande que puso en la parte mas alta de la pared. Asi durmié la siesta, rodeando con el resplandor roséceo de una quinceafiera su cara regordeta de pérpados hinchados. El triste pregon de un vendedor de raspados lo despert6 para encontrarse con que la coca cola se habia volcado sobre el olén. "Pendeja, puta, y ahora que no tardan en venir a probérse- Jo." Fue corriendo al lavabo, enjabons el oldn manchado, tallé, cenjuag6, tallé.. exprimié y sacudi6. Por tltimo lo secé con una plancha, hasta dejar el atropello casi imperceptible. Era ya hora de la novela. Encendié la televisiGn. Juan Gabriel cantaba sobre un paisaje de hacienda. Sergio Goiri en silla de ruedas, bajo el sombrero de fieltro lanzaba la maldad desde un rostro iracundo. Marfa Rojo a sus pies adoraba al amo y sefior. La Chanel se estremecia, miraba fijamente es0s ojos feroces acer- 36 céndose, una fantasia de estrujamiento la tenia absorta. Afuera habian tocado la puerta por cuarta vez. Eran la quinceafera de piel requemada bajo un paraguas rojo y su madre encorvada. Sali6 la Chanel con el pecho alzado, en toda su estatura. —Pasen, pasen, no las habia ofdo, cémo le va dofia Lorenza, ya le tengo listas las aplicaciones, només quiero que mire esto. Ven péntelo -le dijo a la timida y flaca quinceafiera. En breve sali6 con el vestido puesto-. Enderézate muchacha. Solo le fal- tan unas pinzas aqut y para mafiana ya esté listo ~y empezé a ofrecer mercancia, perfumes, hornos de microondas, pero de nada pudo convencer a dofia Lorenza, quien prefirié despedir- se cuanto antes Luis el giiero esperaba a un lado del zagudn cuando salfan las clientas. —Qué onda, Chanel, te hago un buen jale por trescientos. Una camiseta de ucta es lo que te puedo dar. —Ta bien, ya qué. Y entraron. Chanel cerré las cortinas amarillas, una llamara- da dorada caia sobre el cuerpo semidesnudo y palido de Luis, quien se tendi6 sobre el sillén con un vaso de cuba en la mano y la bragueta abierta, dejéndose hacer, sin alterar el gesto de abu- rrimiento con la vista ja en el tapiz de terciopelo de pavorrea- les que cubria la pared. Repentinamente, Chanel interrumpié su postracion. —No te sabe a nada, tienes el pito de hule. Mejor ven otro dia —No, Chanel, no me dejes ast, dime qué quieres. —Ahorita vengo'-Chanel entr6 en la cocina. Escondié las aves en una taza para darlas por perdidas. —Te doy veinte pesos site vas. —0 sea que me corres? -el giiero se levants ofendido. Te doy cincuenta, entonces. El gtiero salié con el billete en la mano sin decir nada. Chanel se sirvié ron en las rocas y se fue a cortar una licra para una blusa entallada. Su cabello estaba revuelto y su aliento olfa‘a alcohol digerido y a sexo. Fue al espejo y advirtié su cara 7 ‘recida, las rafces del pelo canosas, ponders la flacidez, la papa- da irreversible, los dientes amarillos. Apagé las luces. No quiso vver ni su sombra arrastrarse por la casa. Afuera habfa oscureci- do, el viento arrastraba polvo y ruidos rotos. Oyé el rechinido del zaguan, los pasos urgidos de algiin chichifo, los pequefios golpes en la puerta, Una voz apagada atravesé la penumbra. Chanel detuvo la respiracién hasta escuchar los pasos que se alejaban. Durmié hasta que la calle ya estaba desierta. Lo de: pert la presencia de unas siluetas en el jardin. Fue al rincén de la méquina a esconderse como una rata entre los retazos. Nadie tocé la puerta. Escuché en la azotea pasos como de tres personas, luege dos cuerpos que saltaron al patio de atrés. Un golpe al vidrio de 1a puerta de la cocina. Reconocié la silueta del giiero que se recortaba contra el resplandor de la ventana. Chanel habia enmudecido. Con un pedazo de fierro, un cincel oun machete dieron golpes a la puerta de la bodega. Un chifli- do se oy6 afuera, los ruidos se detuvieron. El zagudn soné de ‘nuevo. Tocaron la puerta tres veces. Después de un minuto, los [pasos se alejaron. Poco a poco vio Chanel eémo iba vacidndose su bodega. Los aparatos, las baratijas, las cajas de zapatos, la ropa, las botellas de wiskey salieron por la puerta del frente. Al ‘maxcharse, prendieron fuego al montén de telas donde Chane! se ocultaba y salieron corriendo. Mas por aburrimiento que por vergitenza, mas por orgullo que por cobardia, Chanel apreté los labios para no gritar cuando iban saliendo sus hombres. Elsa Fujigaki

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