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Armonia Somers LA REBELION DE LA FLOR ANTOLOGIA PERSONAL © Armonia Somers, 1988 © 2a. edicién, Editorial Relieve, 1994, Disefio de carétula: Ed. Relieve. Basada en el diseflo original de Horacio Ann EI titulo La rebelién de la flor, se tomé del trabajo de Lilia Dapaz Strout, "La rebeliGn de la flor: La metamorfosis de un icono en El derrumbamiento". Puerto Rico: Revista "Atenea”, 3ra. época, N° I - 2 Esta segunda edicién se terminé de imprimir en el mes de febrero de 1994 en los talleres gréficos de Copygraf S.R.L., utilizindose papel obra de 74 gramos y golrado de 200 (FNP). Impreso en Uruguay - Printed in Uruguay Edicién amparada en cl art, 79 de la Ley 13349 D.L. N? 290145 DEL HORROR Y LA BELLEZA PROLOGO 0.0. Estaba ya cerca la mitad de este siglo XX, tan rico en cambios y transformaciones, cuando el modelo narrativo impe- rante en Uruguay, se fisura y estalla. Ese modelo, que no era sino la réplica del relato realista europeo occidental y decimonénico, dominé las leyes internas de Ia ficcién desde Ismael a Los albaitiles de Los Tapes. Es precisamente, la escritura art{sti- cade Onetti y Armonia Somers, el factor que produce el estallido de aquel modelo. Un amplio movimiento renovador se generd entonces, cuyas ondas sucesivas llegan hasta hoy, creando un espectro narrativo que integra yael magnifico friso de laliteratura latinoamericana contempordnea. 1.1. Este nuevo arte que Armonta Somers viene a consolidar, esuna verdadera transgresién yreformulacién del canon realista. Veamos esto muy rdpidamente con algunos ejemplos. El relato tradicional se comunicaba en tercera persona por un narrador no representado (sin rostro, sin nombre, sin personalidad, una pura funcién del relato), que lo sabla todo acerca de los hechos. En cambio ahora, el narrador se desplaza, para coincidir con la pers- pectiva de un personaje w otro, o incluso recurrir al enfoque de un plural anénimo, caracter{stico del testigo colectivo. Otro aspecto es la prescindencia del retrato convencional, en la actualidad sustitutdo por breves notaciones diseminadas a lo largo del texto, que el lector debe integrar en una unidad, realizando su propio trabajo sobre el lenguaje. En suma, el nuevo modelo exige una lectura mucho mas participativa y alerta que la tradicional; y es 3 ANTHOS Y LEGEIN (donde la autora nos muestra Ia otra cara de las historias) Mis preferencias han dictado este libro, dice Borges en la pri- mera linea de su Antologta personal (+), con|o cual él stres- ponde a lo de anthos (flor) y legein (escoger), segiin su leal saber yentender. Tomo dichas palabras por ser la primera vez que ha- ya leido titular ast una seleccién. Pero aunque comparto el senti- do, ya que los editores me dejaron en completa libertad selectiva, no astlo del anthos en su etimologta esencial. Debta, por razones obvias, cefiirme a unos doce cuentos. ¢Los que yo creyera la flor? Pues sty no. Confieso haber relegado al silencio ciertos relatos que styo hubiera querido reflotar desde viejas ediciones agotadas, porque me remontaban a su momento de concepcién y el énimo se me incendiaba con el recuerdo de su minuto creativo. Siempre pienso y digo que no inventamos la ficcién en su sentido absolu- 1o,sino que esafaena delirante depende algoast como del Demiur- go de los plat6nicos 0 neoplaténicos, y que nosotros apenas si so- ‘mos sus obedientes escribas. Pero “levanté", por una w otra razin mas bien anecdética, este pufiado de cuentos. El derrumba- miento, el primero que escribf en mi vida, por lo que serta espe- rado. Llamo mis “derrumbistas” a sus cultores, apologistas, tra- ductores y hasta desvelados (un joven escritor me dijo que no ha- bia dormido durante varias noches luego de su lectura). Y también, por qué no, para renovar la querella entre sus detracto- res y defensores, més religiosos los segundos que los primeros, 9 caso extrario que nunca pude descifrar. En Muerte por alacrén otra historia. “Alld por mi juventud en los campos, me conté una persona amiga, cayé en mis manos ese cuento. Desde entonces ipensé que hubiera dado una falange por escribir otro igual...” Oh Demiurgos: insomnios, falanges y yo sin saberlo, Saliva del paraiso: nadie le ha dado mayor importancia. Sin embargo, un critico que demolid, alld por los aiios cincuenta y tres, el libro que locontenta, dijo realmente que ese cuento era lo tinico rescatable. Y bien: se lo dedico hoy sin dar el nombre, desde luego, pues tengo lamemoriadeloselefantes, pero no el rencor de las hormigas, que allt donde se ha matado a una vienen cien a devorarse el limone- ro. De modo que ya se lo estd viendo, casi todo en aras de los demds, tal como debe ser pues para quién se escribe? Réquiem por Goyo Ribera gusta a los hombres, se sienten, dicen, comprendidos. En cuanto a El des vio, saco a relucir su prehis- toria: perdié un concurso de inéditos de un Diario, alld por los afios 64, para una famosa revista internacional, pero con jurado local. ¥ segiin se dijo en este pequeiio Montevideo, hasta Onetti corrid lamisma mala suerte. Pero en mi caso los maté la curiosidad: ;de quién podria ser el raro cuento? Abrieron el sobre y luego conce- dieron una menci6n que lo hacla publicable en el diario. Y esa vez st que el elefante enfurecié. Yo estaba entonces en Paris y alguien me envié el recorte: hasta hoy veo volar los pedazos de papel por la ventana de un pintoresco séptimo piso donde, para mejor decorar el caso, se vela la Torre Eiffel. Tuve, por la apertura del sobre, la sensacién de haber sido violada, y eso nadie lo querra recordar cuando le sucede. Pero que no haya inquietud, no voy a contarlo todo, s6lo algo mds y de naturaleza metaftsica: dedico hoy a Angel Rama Carta a Juan de los espacios, que no llevaba ese titulo cuando me lopidié, sino lo que es actualmente el subtttulo. ¥ recuerdo su si- lencio después de la lectura en aquellas alturas del piso 16 del Palacio Salvo donde yo vivlaentonces. Con terror pienso ahora lo que puede suceder al margen de nuestras premoniciones: el estar tan acabadamente hechos, y en su caso tan brillantemente, para ‘que un destino de desintegracién nos aceche, ni mds ni menos que la filosofia del cuento 10 PorJezabel mil perdones. Durmié mds de tres décadas en un baiil, A una persona amiga le dolié el estémago cuando se lo let. “Nolo publiquesnunca” ,merog6.Hoylapersona, una mujer, esté muerta. ¥ aungue yo crea que el alma habita en el estémago, por lo que repercuten en ese tan desestimado drgano los golpes duros, su estémago, por lo menos, se extinguid. Y lafiera alma, sies que persiste en ese sistema de ruedas dentadas que algunos esotéricos dicen es la muerte, debe constituir un “inmaterial” muy resistente. ‘De modo que esta docena de cuentos son mds bien una ofren- daanecd6tica que una seleccién personal. Amo a mis lectores por su fidelidad, ya algunos por su forma amable de ser infieles per- dondndome la vida. El personaje involucrado enE1 hombre de Ja plaza derramé lagrimas mientras leta lo que yo habla hecho con la reelaboracién de sus desdichas. Luego se lanz6 a lafelici- dad, pues parece que algunos “encuentran lamandrdgora” ,y nolo vimds. Pero lo persigo conel cuento, yno por maldad, sino porque nadie Ilora en vano. Donde las légrimas mojan la tierra nacen homuinculos que nada puede destruir. ¥ esto que he dicho de la anthos sin la flor no lo es todo, sino un poco de historia, la tal st personal. Armonia Somers 1988 (*) Jorge Luis Borges, Antologia personal, Sur, Buenos Aires, 1964. " EL DERRUMBAMIENTO “Sigue lloviendo. Maldita virgen, maldita sea. :Por qué sigue loviendo?” Pensamiento demasiado obscuro para su dulce voz de negro, para su saliva tierna con sabor a palabras humildes de negro. Por eso es que él lo piensa sola- mente. No podria jamés soltarlo al aire. Aunque como pen- samniento es cosa mala, cosa fea parasu conciencia blanca de negro. El habla y piensa siempre de otro modo, como un enamorado: “ Ayudamé, virgencita, rosa blanca del cerco. Ayudalé al pobre negro quematé aese bruto blanco, que hizo esanadi- fa hoy. Mi rosa sola, ayudalé, mi corazén de almendra dulce, dale suerte al negrito, rosa clara del huerto”. Pero esa noche no. Esté loviendo con frio. Tiene los huesos calados hasta donde dueleel frio en el hueso. Perdid una de sus alpargatas caminando en el fango, y por la que Iehaquedado sele salen losdedos.Cada vez queuna piedra es puntiaguda, los dedosaquellos tienen queiradarallicon fuerza, en esa piedra y no en otra que sea redonda. Y no es nada el golpe en el dedo. Lo peor es el latigazo barbaro de ese dolor cuando va subiendo por la ramazén del cuerpo, y después baja otra vez hasta el dedo para quedarse alli, endurecido, hecho piedra doliendo. Entoncesel negro yano Publicado por primera vez en EI derrumbamiento, Montevideo, Ediciones Salamanca, 1953. 15 comprende a la rosita blanca. ¢Cémo ella pucde hacerle 50? Porque la dulce prenda debi avisarle que estaba allel guijarro. También debié impedir que esa noche loviera tanto y que hiciera tanto frio. EI negro Ileva las manos en los bolsillos, el sombrero hundido hasta los hombros, el viejo traje abrochado hasta donde le han permitido los escasos botones. Aquello, real- mente, ya no es un traje, sino un pingajo calado, brillante, resbaladizo como baba. El cuerpo todo se ha modelado bajo la tela y acusa lineas arménicas y perfectas de negro. Al Hegar a la espalda, agobiada por el peso del agua, la escul- tura termina definiendo su estilo sin el cual, a simple color solamente, no podria nunca haber existido. Y, ademis, sigue pensando, ella debié apresurar la noche. Tanto como la necesit6 él todo el dia. Ya no habia agujero donde esconderse el miedo de un negro. ¥ recién ahora la ha enviado la rosita blanca. El paso del negro es lento, persistente. Es como la Iluvia, ni se apresura ni afloja. Por momentos, parece que se cono- cen demasiado para contradecirse. Estan luchando el uno con la otra, pero no se hacen violencia. Ademis, ella es el fondo musical para la fatalidad andante de un negro. Lleg¢, al fin. Tenia por aquel lugar todo el ardor de la tiltima esperanza. A cincuenta metros del paraiso no hubie- ra encendido con tanto brillo las linternas potentes de sus grandes ojos. Si. La casaa medio caer estaba allien la noche. Nunca habia entrado en ella. La conocia s6lo por referen- cias. Le habian hablado de aquel refugio mas de una vez, pero sélo eso. -iVirgen blanca! Esta vez la invocé con su voz plena ala rosita. Unrelam- pago enorme lo habia descubierto cuén huesudo y largo era, y cudn negro, aun en medio de la negra noche: Luego sucedié lo del estampido del cielo, un doloroso golpe rudo y seco como un nuevo choque en el dedo. Se palpé los mus- los por el forro agujereado de los bolsillos. No, no habia desaparecido de la tierra. Sintié una alegria de negro, humilde y tierna, por seguir viviendo. Y, ademas, aquello le habia servido para verbien claro a casa. Hubiera jurado ha- berla visto moverse de cuajo al producirse cl estruendo. 16 Pero la casucha habia vuelto a ponerse de pie como una ‘mujer con mareo que se sobrepone. Todo a su alrededor era ruina. Habian barrido con aquellos antros de la calle, junto al rio. De la prostitucién que alli anidara en un tiempo, no quedaban mas que escombros. ¥ aquel trozo mantenido en pie por capricho inexplicable. Ya lo ve, ya lo valoraen toda su hermosisima ruina, en toda su perdida soledad, en todo su misterioso silencio cerrado por dentro. Y ahora no solo que ya lo ve. Puede tocarlo si quiere. Entonces le sucede lo que todos cuando les es posible estar en lo que han dese- ado: no se atreve. Ha caminado y ha sufrido tanto por lograrla, queasicomo la ve existir le parece cosairreal,oque no puede ser violada. Es un resto de casa solamente. A ambos costados hay pedazos de muros, montones de deso- lacién, basura, lodo. Con cada relémpago, la casucha se hace presente. Tiene grietas verticales por donde se la mire, una puerta baja, una ventana al frente y otra al costado. El negro, casi con terror sacrilego, ha golpeado ya la wuerta. Le duelen los dedos, duros, mineralizados por el fro. Sigue oviendo. Golpea por segunda vez y no abren. Quisiera guarecerse, pero la casa no tiene alero, absoluta- mente nada cordial haciaafuera. Era muy diferentecaminar bajo el agua. Parecia distinto desafiar los torrentes del cielo desplazandose. La verdadera lluvia no es esa. Es la que soportan los Arboles, las piedras, todas las cosas ancladas. Es entonces cuando puede decirse que llueve hacia dentro del ser, que el mundo dcueo pesa, destroza, disuelve la exis- tencia. Tercera vez golpeando con dedos frios, minerales, dedos de 6nix del negro, con aquellas tiernas rosas amari- llas en las yemas. La cuarta, ya es el pufio furioso el que arremete. Aqui el negro se equivoca. Cree que vienen a abrirle porque ha dado mis fuerte. Lacuarta, el ntimero establecido en el cédigo de la casa, aparecié el hombre con una lampareja ahumada en la mano. -Patr6n, patroncito, deje entrar al pobre negro. dentro, vamos, adentro, carajo! Cerré tras de sila puerta, levanté todo lo que pudo la lampara de tubo sucio de hollin. El negro era alto como si anduviera en zancos. Y 61, maldita suerte, de los minimos. 7 El negro pudo verle la cara. Tenfa un rostro blanco, arruga- do verticalmente como un yeso rayado con la ula. De la comisura de los labios hasta la punta de la ceja izquicrda, le iba una cicatriz bestial de inconfundibleorigenLa cicatriz seguia la curvatura de la boca, de finisimo labio, y, a causa de’eso, aquello parecia en su conjunto una boca enorme puesta de través hasta la ceja. Unos ojillos penetrantes, sin pestafias, una nariz roma. El r contemplacién y dijo con su voz de miel quemada: -{Cudnto?, patroncito. -Dos precios, a elegir. Vamos, répido, negro pelmazo. Son diez por el catre y dos por el suelo -contesté el hombre con aspereza, guareciendo su lampara con la mano. Era el precio. Diez centavos lo uno y dos|o otro. Ellecho de lujo, el catre solitario, estaba casi siempre sin huéspedes. El negro miré el suelo. Completo. De aquel conjunto barbaro subia un ronquido colectivo, variado y tinico al tiempo como la miisica de un pantano en la noche. dog? e1ae dos, patroncito-ijo con humildad, doblén- lose. Entonces el hombre de la cicatriz volvié a enarbolar su lampara y empez6 a hacer camino, viboreando entre los ‘cuerpos. El negro lo seguia dando las mismas vueltas como un perro. Porel momento, noleinteresabaal otro siel recién Hegado tendria o no dinero. Ya lo sabria después que lo viese dormido, aunque casi siempre era initil la tal rebus- ca. Slo engafiado podia caer alguno con blanca. Aquella casa era la institucién del vagabundo, el tiltimo asilo en la noche sin puerta. Apenas si recordaba haber tenido que al- quilar su catre alguna vez a causa del precio. El famoso echo se habfa convertido en sitio reservado para el dueito. -Aquitenés,echate-dijo al fin deteniéndose, con una voz aguda y fria como el tajo de la cara.- Desnudo 0 como te aguante el cuerpo. Suerte, te ha tocado entre las dos mon- taftas. Pero si viene otro esta noche, habré que darle lugar al lado tuyo. Esta zanja es cama para dos, 0 tres, 0 veinte. El negro miré hacia abajo desde su metro noventa de altura. En el piso de escombros habfa quedado aquello, nadie sabria por qué, una especie de valle, tierno y célido como la separacién entre dos cuerpos tendidos. 18 Ya iba a desnudarse. Ya iba a ser uno més en aquel conjunto ondulante de espaldas, de vientres, deronquidos, de olores, de ensuefios brutales, de silbidos, de quejas. Fue en ese momento, y cuando el patron apagaba la luz de un soplido junto al catre, que pudo descubrirla imagen misma de la rosa blanca, con su Hamita de aceite encendida en la repisa del muro que él deberia mirar de frente. ~iPatrén, patroncito! -jAcabaras de una vez? -Digamelé - pregunts el otro sin inmutarse por la orden - geree usté en la nifia blanca? Larisa fria del hombre dela cicatriz salié cortando el aire desde el catre. -Qué voy a creer, negro inorante! La tengo por si cuela, porsi ella manda, noms. Y en ese caso me cuida de que no caiga el establecimiento. ‘Quiso volver a refr con su risa que era como su cicatriz, como su cara. Pero no pudo terminar de hacerlo. Un trueno que parecia salido de abajo de la tierra conmovié la casa. jQué trueno! Era distinto sentir eso desde alli, pensé el negro. Le habia retumbado adentro del est6mago, adentro dela vida. Luego redoblaron a lluvia,el viento. La ventana lateral era la mds furiosamente castigada, la recorrfa una especie de epilepsia ingobernable. Porencima delosruidoscomenz6 adominar, sinembar- g0, el fuerte olor del negro. Parecié engullirse todos los demés rumores, todos los demés olores, como si hubira peleado a pleno diente de raza con ellos. Dormir. Pero cémo? Si se dejaba la ropa, era agua, Si se la quitaba, era piel sobre el hueso, también lena de agua helade, Opt por la pel, que pareca calentar un poco el agua. Y se largé al valle, al fin, desnudo como habia nacido. La claridad de la lamparita de la virgen empezé a hacerse entonces més tierna, mas eficaz, como si se hubiera alimen- tado en el aceite de la sombra consubstanciado con la piel del negro. Dela pared de la nifia hasta la otra pared, marcan- do el Angulo, habia tendida una especie de gasa sucia, movediza, obsesionante, que se hamacaba con el viento colado. Era una muestra de tejedurfa antigua que habia crecido en la casa. Cada vez que el viento redoblaba afuera, 19 la danza del trapo aquel se hacfa vertiginosa, legaba hasta Ta locura de la danza. El negro se tap6 los oidos y pens6: si yo fuera sordo no podria librarme del viento, lo veria, madrecita santa, en la telarafia esa, lo veria lo mismo, me moriria viéndolo. ‘Comenzéa tiritar. Se tocé la frente: la tenia como fuego. Todo su cuerpo ardia por momentos. Luego se le caiaen un estado de frigidez, de temblor,desudores. Quiso arrebujar- se en algo, ,pero en qué? No habia remedio. Tendria que soportar aquello completamente desnudo, indefenso, tendidoenel valle. ;Cudnto deberia resistir ese estado terri- ble de temblor, de sudores, de desamparo, de frio? Eso no podia saberlo él. Y, menos, agregéndole aquel dolor a la espalda que lo estaba apufalando. Traté de cerrar los ojos, de dormir. Quiza lograra olvidarse de todo durmiendo. Tenia mucho que olvidar, ademds de su pobre cuerpo. Principalmente algo que habia hecho en ese mismo dia con sus manos, aquellas manos queeran también un dolor desu cuerpo. Probé antes mirar hacia la nifia. Alli permanecia ella, tierna, suave, blanca, velandoa los dormidos. El negro tuvo un pensamiento negro. ;Cémo podia ser que ella estuviese entre tanto ser perdido, entre esa masa sucia de hombre, de la que se levantaba un vaho fuerte, una hediondez de cuerpo y harapo, de aliento impuro, de crimenes, de vicios ydemalos suefios? Miré con terror aquella mezcla fuerte de humanidad, piojo y pecado, tendida alli en el suelo ron- cando, mientras ella alumbraba suavemente. ¢Pero y él? Comenzé a pensarse a si mismo, vio que estaba desnudo. Era, pues, el peor de los hombres. Los otros, al menos, no le mostraban a la virgencita lo que él, todasu carne, toda su descubierta vergiienza. Deberia tapar aquello, pues, para no ofender los ojos de la inmaculada, cubrirse de algun modo. Quiso hacerlo. Pero le sucedié que no pudo lograr el acto. Frio, calor, temblor, dolor de espalda, voluntad muerta, suefto. No pudo, ya no podria, quizas, hacerlo nunca. Ya quedaria para siempre en ese valle, sin poder gritar que se morfa, sin poder, siquiera, rezarle a la buena nifia, pedirle perdén por su azabache desnudo, por sus huesos a flor de piel, por su olor 20 invencible, y, 1o peor, por lo que habjan hecho sus manos. Fue entonces cuando sucedié aquello, lo que él jamas hubiera crefdo que podria ocurrirle. La rosa blanca comen- zaba a bajar de su plinto, lentamente. Alli arriba, él la habia visto pequefia como una mufieca; pequefia, dura y sin relieve, Peroamedida que descendia iba cobrando tamaiio, plasticidad carnal, dulzura viva. El negro hubiera muerto. El miedo y el asombro eran mas grandes que él, lo trascen- dian. Probé tocarse, cerciorarse desu realidad para creer en algo. Pero tampoco pudo lograrlo. Fuera del dolor y del temblor, no tenia mas verdad de si mismo. Todo le era imposible, lejano, como un mundo suyo en otro tiempo y que se Ie hubiera perdido. Menos lo otro, la mujer bajando. Larosa blanca no se detenia. Habia en su andar enelaire una decisin fatal de agua que corre, de luz llegando a las cosas. Pero lo més terrible era la direccién de su desplaza- miento. :Podia dudarse de que viniera hacia él, justamen- tehacia¢l, el masdesnudoy sucio deloshombres? Y no s6lo se venia, estaba ya casi al lado suyo. Eran de verse sus Pequerios zapatos de loza dorada, el borde de su manto celeste El negro quiso incorporarse. Tampoco. Su terror, su temblor, su vergiienza, lo habian clavado de espaldas en el suelo. Entonces fue cuando oyé la voz, la miel mas dulce para gustar en esta vida: “Tristan... Si, él recordé lamarse asin un lejano tiempo que habia quedado tras la puerta. Era, pues, cierto que la nifia habia bajado, era real su pie de loza, era verdad la orla de su manto. Tendria él que responder o morirse. Tendria que hablar, que darse por enterado de aquella flor llegando. Intenté tragar saliva. Una saliva espesa, amarga, insufi- ciente. Pero que le sirvié para algo. -Usté, rosita blanca del cerco... i, Tristan. ;Es que no pucdes moverte? lo, nifia, yo no sé lo que me pasa. Todo se me queda arriba, en el pensar las cosas, y no se baja hasta el hacerlo. Pero yo no puedo creer que sea usté, perla clara, yo no puedo creerlo. -Y sin embargo es cierto, Tristan, soy yo, no lo dudes. 21 Fue entonces cuando sucedié lo increible, que la virgen misma se arrodillara al lado del hombre. Siempre habia ocurrido lo contrario. Esta vez la virgen se le humillaba al negro. “Santa madre de Dios, no haga eso! No, rosita sola asomada al cerco, no lo haga! Si, Tristén, y no s6lo esto de doblarme, que me ducle mucho fisicamente. Voy a hacer otras cosas esta noche, ‘cosas que nunca me heanimadoa realizar. Y tu tendrés que ayudarme. ~Ayudarla yo a usté?, lirito de agua. ¢Con estas manos que no quieren hacer nada, pero que hoy han hecho... ;Oh, no puedo decirselo, mi nifia, lo que han hecho! Lirito de Ambar, perdonelé al negro bueno que se ha hecho negro malo en un dia negro... -Dame esa mano con que lo mataste, Tristan. -Y cémo sabe usté que lo ha matado un negro? -No seas hereje, Tristén, dame la mano. -Es que no puedo levantarla, -Entonces yo iréhacia la mano- dijo ella con una voz que estaba haciéndose cada vez menos neutra, més viva. Y sucedié la nueva enormidad de aquel descenso. La virgen apoyé sus labios de cera en la mano dura y huesuda del negro, y la bes6 como ninguna mujer se la habfa jamas besado. ~iSanta madre de Dios, yo no resisto eso! Si, Tristan, te he besado la mano con que lo mataste. Y ahora voy a explicarte por qué. Fui yo quien te dijo aquello que tii ofas dentro tuyo: “No aflojes, aprieta, termina ahora, no desmayes”. ~jUsté, madrecita del nifio tierno! -S{, Tristan, y has dicho la palabra. Ellos me mataron al hijo. Melo matarfan de nuevo si él volviera. Y yo no aguan- to mas esa farsa. Ya no quiero més perlas, mas rezos, ms Iloros, mas perfumes, mas cantos. Uno tenia que ser el que pagase primero, y tui me ayudaste. He esperado dulcemen- te y he comprendido que debo empezar. Mi nifio, mi pobre y dulce nifio sacrificado en vano. ;Cémo lo lloré, cémo le ‘empapé con mis lagrimas el cuerpo lacerado! Tristan, tui no sabes lo més tragico. 22 -{Qué, madrecita? -Que Iuego no pude Horar jamés por haberlo perdido. Desde que me hicieron de marmol, de cera, de madera tallada, de oro, de marfil, de mentira, ya no tengo aquel lanto. Lloran ellos, si, o simulan hacerlo, por temor a asumir un mundo sin é1 -Y usté por qué no? -Lo que ya no se puede no se puede. Y debo vivir asi, mintiendo con esta sonrisa estiipida que me han puesto en la cara. Tristén, yo no era lo que ellos han pintado. Yo era distinta, y ciertamente menos hermosa. Y es por lo que voy a decirte que he bajado. -Digal6, nifia, digaselé todo al negro. -Tristan, td vas a asustarte por lo que pienso hacer. -Yame muero de susto, lirito claro, y sin embargo no soy negro muerto, porque estoy vivo. “Pues bien, Tristan -continué la virgen con aquella voz cada vez mds segura de si, como si se estuviera ya humani- zando- voy a acostarmeal lado tuyo. No dijo el patron que habia sitio para dos en el valle? -iNo, no, madrecita, que se me muere la lengua y no puedo seguir pidiéndole que no lo haga. Tristan, {sabes lo que haces? Estas rezando desde que nos vimos. Nadie me habia rezado este poema... -Yole inventaré un son mucho més dulce, yo le robaré a las cafias que cantan todo lo que ellas dicen y lioran, pero no se acueste al lado del negro malo, no se acueste! “Si, Tristan, y ya lo hago. Mirame cémo lo hago. Entonces el negro vio cémo la mufieca aquella se le tendfa, con todo su ruido de sedas y collares, con su olor a tiempo y a virginidad mezclado en los cabellos. -Y ahora viene lo mas importante, Tristan. Tienes que quitarme esta ropa. Mira, empieza por los zapatos. Son los moldes dela tortura. Me los hacen de materiales rigidos, measesinan los pies. Y no piensan que estoy parada tantos siglos. Tristén, quitamelos, por favor, que ya no los soporto. -Si, yo le libero los pies doloridos con estas manos pecadoras. Eso si me complace, nifia clara. -Oh, Tristan, qué alivio! Pero atin no lo has hecho todo. 23 Ves qué pies tan ridiculos tengo? Son de cera, técalos, son de cera. Si, nifia de los pies de cera, son de cera. -Pero ahora vas a saber algo muy importante, Tristén. Por dentro de los pies de cera yo tengo pies de carne. -Ay, madre santa, me muero! -Si-y toda yo soy de carne debajo de la cera. -No, no, madrecita! Vuélvase al plinto. Este negro no quiere que la santa madre de carne esté acostada con él en el yalle. Vuélvase, rosa dulce, vuélvase al sitio de la rosa clara! -No, Tristan, ya no me vuelvo. Cuando una virgen bajé del pedestal ya no se vuelve. Quiero quemederritasla cera. Yo no puedo ser mésla virgen, sino la verdadera madre del nifio que mataron. Y entonces necesito poder andar, odiar, Morar sobre la tierra. Y para eso es preciso que sea de carne, no de cera muerta y fria. -ZY cémo he de hacer yo, lirito dulce, para fundirla cera? -Técame, Tristan, acariciame. Hace un momento tus manosno te respondian. Desde que lasbesé, estasactuando conellas. Ya comprendeslo que vale la caricia. Empieza ya. ‘Técame los pies de cera y verds c6mo se les fundeel molde. Si, mi dulce perla sola, eso si, los pies deben ser libres. EI negro sabe que los pies deben ser libres y de carne de verda, aunque duelan las piedras. Y ya los acaricio, no més. Y ya siento que sucede eso, virgen santa, ya siento eso... Mire, madrecita, mire cémo seme queda la cera en los dedos... -Y ahora técame los pies de verdad, Tristan. -¥ eran dos gardenias vivas, eran pies de gardenia. Pero eso no basta. Sigue, libérame las piernas. -gLas piernas de la nifia rosa? Ay, ya no puedo més, ya no puedo seguir fundiendo. Esto me da miedo, esto le da miucho miedo al negro. -Sigue, Tristan, sigue. -Ya toco la rodilla, nifia presa. Y no més. Aqui termina este crimen salvaje del negro. Juro que aqui termina. C teme las manos, madre del nifio rubio, cértemelas. Y haga que el negro no recuerde nunca que las tuvo esas manos, que seolvide que toc6 la vara dela santa flor, cértemelascon 24 cuchillo afilado en sangre. Un trueno brutal conmueve la noche. Las ventanas siguen golpeando, debatiéndose. Por momentos vuelve la casa a tambalear como un barco. ~Has oido, estas viendo cémo son las cosas esta noche? Si no continiias fundiendo, todo se acabaré hoy para mi. Sigue, apura, termina con el muslo también. Necesito toda lapierna. -Si, muslos suaves del terror del negro perdido, aqui estén ya, tibios y blandos como lagartos bajo un sol de invierno. Pero ya no més, virgencita. Miremé como me loro. Estas lagrimas son la sangre doliéndole al negro. -iHas oido, Tristan, y has visto? La casa tambalea de nuevo. Déjate de micdo por un muslo. Sigue, sigue fundiendo. -Pero esqueestamos ya cerquita del narciso de oro, nifia. Es el huerto cerrado. Yo no quiero, no puedo... -Técalo, Tristan, toca también eso, principalmente eso. ‘Cuando se funda la cera de ahi, ya no necesitards seguir. Sola se me fundiré la de los pechos, la de la espalda, la del vientre. Hazlo, Tristén, yo necesito también eso. -No, nifia, és el narciso de oro. Yo no puedo. -Igual lo seguird siendo. ,O crees que puede dejar de ser porque lo toques? -Pero no es por tocarlo solamente. Es que puede uno quererlo con la sangre, con la sangre loca del negro. Tenga lastima, nifia. El negro no quiere perderse y se lo pide Horando que lo deje. -Hazlo. Mirame los ojos y hazlo. Fue entonces cuando cl negro levanté sus ojos a la altu- ra de los de la virgen, y se encontré alli con aquellas dos miosotis vivas que cchaban chispas de fuego celeste como incendios de la quimera. Y ya no pudo dejar de obedecer. Ella lo hubiera abrasado en sus hogueras de voluntad y de tormenta. ~iAy, yalo sabia! ;Por qué lo he hecho? Por qué he toca- do eso? Ahora yo quiero entrar, ahora yo necesito hundir- meen la humeda del huerto. Y ahora ya no aguantaré més el pobre negro. Mire, nifia cerrada, cémo le tiembla la vida al negro, y como crece la sangre loca para ahogar al negro. 25 Yo sabfa queno deba tocar, pues. Déjeme entrar en el anillo estrecho, nifia presa, y después matelo sobre su misma desgracia al negro. “Tristan, no lo hards, no lo harias. Yahas hecho algomas grande. ,Sabes lo que has hecho? -Si, palma dulce para el suefio del negro. Si que lo sé la barbaridé que he hecho. j _ -No, tino lo sabes completamente. Has derretido a una virgen. Lo que quieres ahora no tiene importancia. Alcanza con que el hombre sepa derretir a una virgen. Es la verda- dera gloria de un hombre. Después, la penetre 0 no, ya no importa. ~Ay, demasiado dificil para la pobre frente del negro. Sélo para la frente clara de alguien que bajé del cielo. -Ademés, Tristan, otra cosa que no sabes: tii te estés muriendo. -{Muriendo? cY eso qué quiere decir? Ih, Tristan! ¢Entonces te has olvidado de la muerte? Por eso yo te lo daria ahora mismo el narciso que deseas. Sélo cuando un hombre se olvida al lado de una mujer de que existe la muerte, es que merece entrar en el huerto. Pero no, no te lo daré. Olvidate. -Digamé, lunita casta del cielo, zy usté se lo dara a otro cuando ande por el mundo con los pies de carne bajo las varas de jacinto tierno? ~{Qué dices, te has vuelto loco? {Crees que la madre del que asesinaron irfa a regalarlos por afiadidura? No, es la tinica realidad que tengo. Me han quitado el hijo. Pero yo estoy entera. A mi no me despojardn. Ya sabran lo que es sufrirese deseo. Dime, Tristan, zti sufres mas por ser negro © por ser hombre? -Ay, estrellita en la isla, dejemé pensarlo con la frente oscura del negro. Elhombre hundié la cabeza en los pechos ya carnales de Ja mujer para aclarar su pensamiento. Aspir6 el aroma de flor en celo que alli habia, revolvié la maternidad del sitio blando. Ih, se me habia olvidado, madre! - grité de pronto como enloquecido. - Ya lo pensé en su leche sin nifio. {Me van a linchar! He tocado a la criatura de ellos. [Dejemé, 26 mujercita dulce, dejemé que me vaya! No, no es por ser hombre que yo sufro. Dejemé qué me escurra. jSuelte, madre, suelte! -No grites asi, Tristan, que van a despertar los del suelo -dijo la mujer con una suavidad mecida, como de cuna- tranquilizate. Ya no podra sucederte nada. ;Oyes? Sigue el viento. La casa no se ha caido porque yo estaba. Pero podria suceder algo peor, aunque estando yo, no lo dudes. ~2¥ qué seria eso? -Telo diré. Han buscado todo el dia. Les queda s6lo este lugar, lo dejaron para el final, como siempre. Y vendran dentro de unos segundos, vendran porque ti mataste a aquel bruto. Y no les importaré que estés agonizando desnudo en esta charca. Pisotearéna los otros, se teecharan encima. Te arrastrarén de una pierna o de un brazo hacia afuera. jAy, madre, no los deje! -No, no los dejaré. ;Cémo habria de permitirlo? Té eres el hombre que me ayudé a salir de la cera. A ese hombre no se le olvida. -2¥ c6mo haré para impedir que me agarren? -Mira, yononecesitonadamédsque salir poresa ventana. Ahora tengo pies que andan, tu me los has dado - dijo ella secretamente. -Entonces golpeardn. Ta sabes cudntas veces se golpea aqui. Alacuariase levanta el hombre del catre zno escierto? Ellos entran por ti. Yo no estoy ya. Si ti no estuvieras mori- bundo yo te llevaria ahora conmigo, saltariamos juntos la ventana. Pero en eso el Padre puede més que yo. Tino te salvas de tu muerte. Lo tinico que puedo hacer por ties que no te cojan vivo. -2¥ entonces?, madre - dijo el negro arrodilléndose a pesar de su debilitamiento. “Ta sabes, Tristan, lo que sucederd sin mi en esta casa. -Sshh... oiga. Ya golpean. Es la primera vez... -Tristén, ala segunda vez nos abrazamos- murmuré la mujer cayendo también de rodillas. El hombre del catre se ha puesto en pie al ofr los golpes. Enciende la lampara. ~Ya, Tristan. 27 EI negro abraza a la virgen. Le aspira los cabellos de verdad, con olor a mujer, le aprieta con su cara la mejilla humanizada. El tercer golpe en la puerta. El duefio de la cicatriz ya anda caminando entre los dormidos del suelo. Aquelios golpes no son los de siempre. El ya conoce eso. Son golpes con el estémago Ileno, con el revélver en la mano. En ese momento la mujer entreabre a ventana lateral de Ia casa. Ella es fina y clara como la media luna, apenas si necesita una pequefia abertura para su fuga. Un viento triste y lacio se la lleva en la noche. -iMadre, madre, no me dejes! Ha sido el cuarto golpe. Y ahora me acuerdo de lo que es la muerte! jCualquier muerte, madre, menos la de ellos! -Callate, negro bruto - dijo sordamente el otro. -Apos- taria a que es por vos que vienen. Hijo de perra, ya me parecia que no trafas cosa buena contigo. Entonces fue cuando sucedié. Entraron como piedras con ojos. Iban derecho al negro con las linternas, pisando, pateando a los demas como si fueran fruta podrida. Un viento infernal se colé también con ellos. La casucha empez6 a tambalear como lo habia hecho muchas veces aquella noche. Pero ya no estabala virgen encasa. Un ruido de esqueleto que se desarma. Luego, de un mundo que se desintegra. Ese ruido previo de los derrumbes. Yocurri6,depronto,encima de todos,delosqueestaban casi muertos y de los que venfan a sacarlos fuera. Es claro que habia cesado la lluvia. El viento era entonces ms libre, més Aspero y desnudo lamiendo el polvo con su lengua, el polvo del aniquilamiento. 28 REQUIEM POR GOYO RIBERA El médico olié la muerte infecciosa del individuo y ordené que no hubiera velatorio. Cuando Ilegé Martin Bogard, llamado por un cable no sabia de quién, se dio de bruces contra aquello. Dos hombres de la asistencia piibli- ca, vestidos de blanco, protegidos con tapabocas de lienzo y guantes de goma,estaban manejando el cuerpo consumi- ‘do de Goyo Ribera. Si, porque aunque no pudiera creerse, aquella pequefia cosa sin importancia era Goyo Ribera, al parecer en el tiltimo estadio de una metamorfosis regresiva. Lo metieron répidamente en un cajén ordinario, con manijasde hojalata. La operacién fueen sian sencillacomo sise pinchara un insecto en el fondo de una cajita de museo. Luego, y siempre con el mismo ritmo vertiginoso, uno de os hombres se quité el guante de goma, tomé una estilo gréfica del bolsillo superior, llené un formulario de una libreta quele tendia el otro individuo, indicé al recién llega- do un renglén inferior y le pas6 la pluma. Martin firmé no sabia qué cosa, como testigo ocasional del hecho. Por costumbre, y por estar idiotizado con todo aquello, agreg6 bajo su firma de presidente del Tribunal el distintivo oficio, aunque no viniera al caso. Y asunto conchuido con el muerto. Afuera, ya estaba esperando el furgén, también de Publicado por primera vez en Ei derrumbamiento, Montevideo, Ediciones Salamanca, 1953, 29

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