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ESTUDIOS

EL SISTEMA POLITICO
DEL CLIENTELISMO*

Francisco Leal Buitrago**

I. INTRODUCCION frecuentem ente personalizando, som eter al


escarnio público a los infractores, con el fin de
Un tem a discutido con frecuencia durante m ás estim ular el retorno de la política a las buenas
de diez años, especialm ente en las coyunturas costum bres y la liberación del bipartidism o del
electorales, ha sido el clientelismo. El asunto flagelo clientelista.
llegó a la opinión pública cuando en el año 75 el
expresidente Lleras Restrepo inició su tra ta ­ Dentro de este am biente, al clientelismo se le
miento en los editoriales de Nueva Frontera. identificó con el aprovechamiento del poder
Para él, “ ...la prioridad en la satisfacción de para obtener ventajas electorales de tipo perso­
las necesidades públicas se viola para poder nal. La manipulación de los puestos públicos y
favorecer al clientelismo político; es infinita la los favores personales con los recursos del Es­
gam a de instrum entos (...) que se utilizan para tado son las prácticas que con m ás frecuencia
ten er un electorado cautivo” (1). M ás tarde, a han sido señaladas para definir el problem a. La
comienzos de la década de los años ochenta, el transgresión ética y moral, la pérdida de valo­
naciente Nuevo Liberalismo enarboló la bande­ res sociales, el m aterialism o en las costum bres
ra de denuncia al clientelismo. De ello hicieron y la corrupción son calificativos comunes que
eco medios de información, colum nistas y han pretendido explicar la ocurrencia del fenó­
com entaristas. El debate se adelantó dentro de meno.
un tono m oralista que pretendía erradicar el
vicio que supuestam ente contam inaba el ejer­ No obstante, trente a la opinión pública, nadie
cicio de la política (2). La denuncia pretendía, se ha preguntado por qué estas relaciones de
poder han tenido una difusión tan amplia a par­
* Este trabajo hace parte de la investigación que, con el m is­ tir de determ inado momento. Tampoco se h¿i
mo nombre, adelanta el autor con Andrés Dávila Ladrón de tratado de indagar su relación con la estructura
Guevara. del bipartidism o y mucho menos con el funcio­
** Sociólogo, Director del Instituto de Estudios Políticos y Rela­
ciones Internacionales. namiento mismo de! régim en. En otras pala­
bras, el clientelismo ha sido considerado como
1. Carlos Lleras Restrepo, "Las elecciones sucias y otras co ­ un epifenómeno, de ocurrencia particular e
sa s ” , en Nueva Frontera, No. 80, Bogotá, mayo 13-19 de
1976.
individual, en el cual la organización política de
2. “ Desgraciadamente la democracia, como todos los regím e­
nes políticos, puede padecer de enfermedades. (...) Una de
las formas patológicas que afecta no sólo a países en desarro­ política o apelación a la violencia” , en Nueva Frontera, Bo­
llo, como el nuestro (...) es el (...) clientelism o” . “ Acción gotá, marzo 30 de 1981.

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la sociedad no cuenta m ayorm ente. E sta exo­ se aprecian los alcances políticos del sistem a
neración del sistem a es, sin duda, la que ha del clientelismo, especialm ente en lo que
impedido la comprensión cabal dei problem a. corresponde a la articulación entre el Estado y
la sociedad civil.
En este ensayo puede apreciarse al clientelis-
mo como el medio principal para que los dos
partidos tradicionales que surgieron en el siglo n. UNA CONCEPCION DE CLIENTELISMO
XIX puedan continuar con el control del régi­
m en político, o sea, de las pautas establecidas No es fácil hablar de una teoría sobre el cliente­
para ejercer el poder. Este control ha perm itido lismo. Existe una serie de conceptos y plantea­
al bipartidism o usufructuar los beneficios del m ientos sobre este fenómeno que no pueden
calificarse como teoría en térm inos totalizan­
sistem a político, en cabeza de un número relati­
te s. Dichas conceptualizaciones han sido ex­
vam ente reducido de políticos profesionales.
traídas de teorías de diversa orientación en
La forma particular de ejercer su profesión, a la
antropología y en sociología, particularm ente
m anera de una casta, le ha dado contenido al
en sus variantes culturalista y funcionalista
nom bre de “ clase política” con que se los iden­
estructural. Tal intento de separación teórica
tifica. Sin em bargo, el medio clientelista no es
ha estado motivado m ás que todo por el análi­
un factor m ás dentro de la política. Con el fin
sis politice, por la búsqueda de explicaciones a
de cumplir su función de apoyo para que el
los fenómenos de poder, con énfasis en la disci­
liberalismo y el conservatismo prácticam ente
monopolicen el sistem a político, se requirió plina de la ciencia política. Como parte de teo ­
que las relaciones de clientela se convirtieran rías m ás am plias, sobre todo en antropolo­
en el aiticulador principal de éste, es decir, de gía (3), las num erosas referencias a los fenó­
la m anera como se ponen en práctica las nor­ m enos catalogados como clientelismo son de
m as que regulan el ejercicio de la política. De gran utilidad. Sin em bargo, un cuerpo teórico
esta forma, el sistem a colombiano ha llegado a separado, especialm ente en ciencia política, no
ser el “ sistem a político del clientelism o” . Los p resenta la suficiente riqueza como para pro­
inicios de este proceso pueden fijarse en 1958, porcionar explicaciones generales.
con el cambio de régim en del Frente Nacional y
sus efectos de debilitam iento del sectarismo En el am biente colombiano no es mucho lo que
bipartidista. M ás adelante, a partir de la co­ se ha adelantado al respecto. Hay un núm ero
no muy grande de trabajos que se refieren
yuntura electoral de 1970, el sistem a comenzó
directam ente al clientelismo, y otros tantos que
a funcionar de m anera articulada por las rela­
tratan el problem a como apéndice de algún
ciones clientelistas que se habían expandido.
tem a de análisis diferente. Quizás la prim era
elaboración sistem ática, más como estudio de
El desarrollo de la tesis anterior se lleva a cabo
caso que como una pretensión teorizante, fue
por medio del tratam iento de cinco tópicos que
pretenden dar una visión panorám ica del pro­ la tesis doctoral sobre clientelismo político en
blem a. El prim ero plantea una discusión sobre Colombia que presentó S. W. Schmidt en la
la conceptualización de clientelismo, con el fin Universidad de Columbia en 1972 (4). En algu­
de fijar su alcance teórico para explicar la reali­ na forma, el artículo de Malcolm Deas sobre
caciquismo en la historia nacional es tam bién
dad colombiana. El segundo tópico hace un
breve bosquejo de lo que significó el bipartidis­ una referencia inicial obligada (5). El intento
mo antes del Frente Nacional, para poder con­ de teorización política que publicó CINEP en
trastarlo con los cambios que sobre él produjo
este nuevo régim en. El tercer aspecto aboca la
forma como se adecuó el sistem a político al 3. Sobre el particular pueden verse los trabajos de Eric Wolf,
régim en frentenacionalista, particularm ente Sons of the shaking earth, Chicago. University of Chicago
con la expansión de las relaciones de clientela. Press, 1950, y Peasants, Englewood Cliffs, N .J., Prentice-
Hall, 1966
En cuarto térm ino, se consideran las dos varia­ 4. Steffen Walter Schmidt "Political Clientelism in Colombia” ,
ciones destacadas que ha tenido el régim en, el Ph.D. Dissertation, Faculty of Political Science, Columbia
esquem a gobierno-oposición y la elección University, 1972.
5. Malcolm Deas, “ Algunas notas sobre la historia del caci­
popular de alcaldes, para ver su posible inci­ quismo en Colombia” , en Revista de Occidente, No. 127,
dencia sobre el sistem a político. Finalm ente, Madrid, octubre de 1973.
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1976 fue una contribución im portante que en agentes mismos, las cualidades personales que
su momento hicieron Néstor M iranda y Fernán los em pujan a su posición, tam bién em ergen
González (6). Igualm ente, en la misma década como factores im portantes para entender su
pasada, CINEP insistió en la necesidad de e s­ conducta” (11).
tudiar el fenómeno, aunque como elem ento
adicional explicativo de otros fenómenos. Así Una de las afirmaciones m ás generalizadas se
se inscriben los trabajos de Alejandro Reyes, refiere a que el clientelismo es propio de rela­
Eloísa Vasco y Jorge Valenzuela (7). La presen­ ciones sociales de cualquier naturaleza y no
te década se inauguró con el aporte sobre clien- solam ente de las de tipo político. Sobre el p ar­
telism o de la serie Enfoques Colombianos. En ticular, Jaim e Arocha afirma que el clientelis­
ella participaron varios autores (8). En los últi­ mo se activa por la inseguridad social generada
mos años se han publicado algunos trabajos por la escasez de algún factor de produc­
sobre el tem a, como por ejemplo los de Rodrigo ción (12). Igualm ente, se asocia con caracterís­
Losada y Eduardo Díaz (9). Todos ellos tienen ticas atávicas como el autoritarism o y el pater-
el común denominador de tra ta r el tem a desde nalismo. La lealtad y la fidelidad, como base de
el ángulo político. la contraprestación de servicios, constituyen
los valores sociales que le dan contenido ideo­
Tradicionalmente se ha planteado que el clien- lógico al fenómeno. No obstante, cabría p re­
telism o es una forma de intercam bio interper­ guntarse si, de hecho, en toda relación cliente-
sonal “ ...que implica una larga am istad instru ­ lista no está presente, en el centro mismo de la
m ental en la cual un individuo de m ás status relación, el ingrediente político. El clientelismo
socioeconómico (patrón) usa su propia influen­ es una relación siem pre asim étrica, que se apo­
cia y recursos para proporcionar protección y/o ya en la diferencia de poder entre las partes.
beneficios a una persona de m enos status
(cliente) quien, a su vez, corresponde ofrecien­ El fenómeno político no puede circunscribirse
do apoyo y asistencia general, que incluye ser­ sólo a las relaciones de poder institucionaliza­
vicios personales, al p atró n ” (10). Esta defini­ das para que se le califique como tal. Esto es
ción, la más elem ental y abstracta, es diádica, particularm ente conveniente en el caso del
o sea, que se refiere al caso especial de víncu­ clientelismo, ya que, como señalan las teorías
los entre dos personas, una relación de inter­ convencionales, es una ocurrencia m ás propia
cambio entre roles, como señala la teoría fun- de organizaciones sociales atrasadas que de
cionalista. Sin em bargo, como anota Schmidt, sociedades m odernas. En aquéllas, el poder
“ ...los agentes operan en tres niveles; el pri­ generalm ente tiene pocas trazas de institucio-
m ero, como relaciones entre dos personas, el nalización, lo que no implica que las relaciones
segundo, como conexiones entre agregados de no sean políticas. Debido al atraso, la naturale­
personas y patronos o burócratas, y el tercero, za de las relaciones se confunde. Pueden ser
como ‘interfases’ que vinculan com unidades relaciones de producción, relaciones de inter­
enteras a la sociedad. Las características de los cambio en lo económico, relaciones religiosas,
etc., pero tam bién, y a la vez, relaciones políti­
cas. En las organizaciones sociales m odernas,
6. Néstor Miranda O. y Fernán E. González G ., “ Clientelismo, lo político tiende a estar institucionalizado, con
‘Democracia’ o Poder Popular” , en Controversia, Nos. 41- lo cual se hace menos problem ática la diferen­
42, Bogotá, 1976.
7. Alejandro Reyes Posada, Latifundio y poder político, Bogo­ ciación. Allí, el clientelismo, como fenómeno
tá, Editorial CINEP, Serie Colombia Agraria 2, 1978; Eloísa particularm ente político, se hace m ás notorio.
Vasco Montoya, Clientelismo y minifundio, Bogotá, Editorial
CINEP, Serie Colombia Agraria 3, 1978; Jorge Valenzuela
Ramírez, Producción arrocera y clientelismo, Bogotá, Edito­ “ Yo creo que el clientelismo es parte inherente
rial CINEP, Serie Colombia Agraria 4,1978. de los procesos políticos en todas las socieda­
8. “ Clientelismo", en Enfoques Colombianos, No. 14, Bogotá, d e s” , afirma Schmidt. Y añade, “ Significa el
Fundación Friedrich Nauman, 1980.
9. Rodrigo Losada Lora, Clientelismo y elecciones, Bogotá, fenómeno que provoca en la gente estratifica-
Pontificia Universidad Javeriana, 1984; Eduardo Díaz Uribe,
El clientelismo en Colombia, Bogotá, El Ancora Editores,
1986. 11. Schmidt, “ Political C lientelism ...” , p. 10 (traducción
10. James C. Scott, "Patron Client Politics and Politicai Chan- F.L.B.).
g e ” , 66th Annual M eeting of the American Politicai Scien­ 12. Jaime Arocha Rodríguez, “ Clientelismo, gasteo y violen­
ce Association, Los A ngeles, 1970. cia", en Enfoques..., p. 47.
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ción por jerarquías de gran autoridad crecien­ de como clientelismo, su m oderna m anifesta­
te, y como tal es quizás m ás útil que el análisis ción es la que interesa para el análisis. La anti­
de clase, puesto que perm ite analizar relacio­ gua manifestación puede entenderse m ás por
nes de autoridad en com unidades donde no el lado del caciquismo, del patronazgo, que de
cuenta, por ejemplo, la ausencia de diferencia­ lo que aquí se acoge como clientelismo.
ción de riqueza” (13). Pero el problem a no es,
como señala este autor, que el clientelismo sea El caciquismo o patronazgo estaba ligado ante
m ás o m enos útil que el análisis de clase, por­ todo con las condiciones de atraso generalizado
que no puede sustituir a éste como factor expli­ en la sociedad, vinculadas con una organiza­
cativo, por ejemplo, allí donde las relaciones de ción precapitalista, en la cual las relaciones
clientela son determ inadas por las de clase. m ercantiles eran incipientes, la urbanización
Una supuesta teoría sobre clientelismo no al­ estaba definida por com unidades pequeñas
canza, como tal, a sustituir teorías generales, personalizadas, la disponibilidad de bienes era
puesto que no tiene tal capacidad. Constituye lim itada y el Estado tenía una cobertura ínfi­
un conjunto conceptual im portante y útil para m a. En tal situación, el caciquismo constituía
integrarse con planteam ientos de macroteo- un recurso extendido, como compensación a la
rías, según sea el caso y el contexto empírico insuficiencia en la satisfacción institucionaliza­
que se pretenda analizar y explicar. da de necesidades. El clientelismo que hoy en
día puede llam arse político no tenía clara dife­
El análisis del clientelismo tiene sentido cuan­ renciación y se adscribía al conjunto de relacio­
do el fenómeno se integra dentro del conjunto nes sociales cotidianas. El Estado institucional
social que induce o, al m enos, posibilita su ocu­ era solam ente parte circunstancial de las rela­
rrencia. En otras palabras, no vale la pena su ciones de clientela. Y en el intercambio cliente-
tratam iento en casos excepcionales, sino allí lista prim aban los recursos provenientes de la
donde su disección contribuya decisivam ente a propiedad privada.
explicar problemas básicos de la sociedad. Al
respecto, es pertinente la tesis que postula
Thypin, cuando afirm a que el clientelismo se En el clientelismo de hoy subsiste una dosis
genera a partir de condiciones específicas de la grande de atavismo. Es decir, se reproduce en
sociedad en las que la parte subordinada de la buena parte el viejo tipo, puesto que las an ti­
relación no tiene capacidad de rechazar. Tilles guas condiciones sociales aún existen, aunque
condiciones son las que facilitan a muchos g ru ­ ya no de m anera generalizada. Las áreas depri­
pos sociales soluciones alternativas a necesida­ m idas de la sociedad m oderna lo son igual o
des que no pueden satisfacer las instituciones tanto m ás que en el pasado precapitalista. Pero
dom inantes del sistem a. Esta situación plantea aun en la parte atávica hay una diferencia fun­
una coerción estructural que refuerza la subor­ dam ental con respecto al caciquismo. Se trata
dinación del cliente al sistem a, lo que provoca de la injerencia creciente que tiene el Estado
su necesidad de acudir a la solución alternati­ en el proceso. La m anifestación m ás visible de
va (14). esta injerencia es la clara diferenciación que se
da entre clientelismo político y otras formas del
Para el caso colombiano que ocupa a este ensa­ fenómeno. Esta diferenciación aparece como
yo se asum e que el clientelismo es un problem a efecto residual de la separación entre Estado y
general de la sociedad, cuyo análisis es uno de sociedad civil, propia de las organizaciones ca­
los factores básicos para la comprensión de la pitalistas. Sin em bargo, tal subproducto no se­
crisis política actual. Este sentido de actuali­ ría del todo palpable si la participación estatal
dad perm ite establecer la especificidad concep­ en el fenómeno clientelista no fuera mayorita-
tual que requiere el trabajo. En efecto, si bien ria en el aporte de los recursos usados para el
algunas de las características anotadas ante­ tipo de intercam bio que lo define. En otras
riorm ente hacen parte de lo que aquí se entien- palabras, la utilización de los recursos oficiales
para im plem entar las relaciones políticas de
clientela constituye el aspecto central de la
13. Schm idt, “ Political C lien telism ...” , pp. 8-9.
14. Richard Thypin, "R ethinking CUentelism in P easan t Socie- mediación estatal y, por tanto, del carácter
ty ” , M eeting of the International Political Science Associa- moderno, nuevo, del fenómeno.
tion, Rio de Janeiro. 1982.
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E sta característica no solam ente ha hecho que dinación entre la relativa pasividad política
el caciquismo de las áreas deprim idas se haya cam pesina y las actividades urbanas, y los je ­
transform ado en clientelismo, sino que ha per­ fes regionales y nacionales del bipartidism o.
mitido que éste se presente en relaciones so­
ciales de corte moderno en áreas avanzadas. El líder moderno que nació del nuevo cliente­
En efecto, buena parte del clientelismo que se lismo no está ligado necesariam ente con el
ha desarrollado con el sistem a político vigente prestigio preestablecido por su ubicación den­
opera en sectores de clases m edias y aun en el tro del sistem a productivo. Esta figura subsis­
ápice de la pirám ide social. El grueso de la te, pero no constituye la tendencia dom inante.
burocracia con sabor a clientelismo proviene de Es m ás un rezago de transición, como tam bién
las nuevas clases m edias que em ergieron con lo es la inestabilidad que aún puede presentar
la organización capitalista ahora dom inante. A el acomodamiento de un líder debido a la com­
la vez, las grandes em presas contratistas del petencia entre varios de ellos. El nuevo líder
Estado “ bonifican” personalm ente con fines político viene de abajo, casi siem pre de secto­
electorales a sus interm ediarios políticos. Eso res sociales sin mayores recursos económicos.
no sería del todo posible si el Estado no fuera No es producto preestablecido del sistem a eco­
en últim a instancia el abastecedor económico nómico, al menos directam ente. Es un claro
que posibilita tal tipo de relaciones sociales. En producto del sistem a político, de los m ecanis­
ello consiste la base de la m odernidad del mos clientelistas que le han dado al líder los
clientelismo que, al haber generalizado y medios para escalar posiciones, generalm ente
orientado directa o indirectam ente sus fines en concordancia con su capacidad de interpre­
hacia la acumulación del capital electoral, ha ta r y utilizar la racionalidad del sistem a. Más
cim entado un sistem a para la reproducción del aún: el moderno cacique es parte substancial
bipartidism o. No obstante, es im portante tener del sistem a clientelista, ya que, debido a la
en cuenta la irrupción, seguram ente notable, reciente configuración de éste, fue uno de sus
que han hecho en el sistem a los capitales pro­ creadores e innovadores. En la m edida en que
venientes del narcotráfico. Este factor, que tiene éxito dentro del sistem a, es decir, que
busca legitimación política y social de estratos construye una red de relaciones articulada
em ergentes en la dinámica estructura de clases horizontal y verticalm ente, sobre la base del
de la sociedad colombiana, no contrarresta en intercam bio de favores con los recursos oficia­
modo alguno el nuevo papel del Estado en el les, con el fin de reproducir un capital electo­
fenómeno clientelista. Al contrario, lo refuer­ ral, el moderno líder asciende en status social.
za, ya que forma parte de su expansión y mo­ Hoy en día, la política es factor de frecuente
dernización. movilidad social para los líderes de base, lo
cual raram ente acontecía en el pasado.
La conceptualización del clientelismo como
fenómeno contem poráneo conduce a identificar La consistencia en la movilidad social, por me­
al tipo de líder que surgió de allí, en com para­ dio de la política clientelista, fue uno de los fun­
ción con el del esquem a tradicional. Anterior­ dam entos de la formación contem poránea de
m ente, los jefes locales del bipartidism o esta­ la especie de casta denom inada “ clase políti­
ban ligados directam ente con el sistem a pro­ ca” . Esta forma de profesionalismo, con pro­
ductivo de la sociedad. La mayor parte eran yección hacia el plano nacional, fue posible
propietarios de tierras, por no decir latifundis­ gracias al deterioro de las antiguas autoridades
tas necesariam ente, y tam bién pequeños co­ suprem as del bipartidism o. Fue el ascenso del
m erciantes e intelectuales orgánicos del viejo regionalismo bipartidista, como sustituto del
sistem a, como los profesionales y los m aestros. viejo y elitista liderazgo nacional. Pero para
Por esa razón, prestigio y legitimidad eran que la práctica política se dem ocratizara a tra ­
anteriores a cualquier clase de liderazgo, lo vés de este relativam ente rápido proceso, se
que convertía en jefes potenciales a las mino­ requirió la profesionalización de su ejercicio
rías que ocupaban los lugares adecuados en el con el apoyo de una amplia gam a de relaciones
contexto social. Sin em bargo, sólo unos pocos de clientela (15). Ello limitó no solam ente la
accedían al liderazgo político, por vocación y
selección dentro de sus familias y grupos socia­
les. Ese liderazgo se ejercía a través de la coor­ 15. Sin em bargo, la democratización del ejercicio político profe-
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definición de la órbita de lo político, que se cir­ sociedad, es decir, el régim en político. En


cunscribió básicam ente a esta práctica, sino, lo otras palabras, el clientelismo comanda el con­
que es m ás im portante, la posibilidad de que el junto de relaciones sociales que definen la for­
nuevo sistem a buscara la democratización del ma real como opera la política (sistema), a p ar­
conjunto de la sociedad. tir de las norm as establecidas para tal efecto
por el Estado (régimen). El Estado, a su vez,
El clientelismo contem poráneo y su forma de expresa la organización de las relaciones de
liderazgo son fenómenos frecuentes. El clien­ poder en la sociedad, m aterializadas en un con­
telism o político ha adquirido un gran vuelo en junto de instituciones adm inistradas por los
la sociedad y está en un momento de apogeo y gobiernos. El objetivo teórico-empírico del
desarrollo. No es posible hablar de crisis en el ensayo es, precisam ente, el uso de estos con­
clientelismo, aunque ciertam ente su m anifes­ ceptos a lo largo del análisis.
tación y generalización han influido notoria­
m ente en la crisis política. Aunque sea factor
de crisis, su expresión no está en crisis, no está III. EL BIPARTIDISIMO Y EL CONTEXTO DE
en peligro, porque nunca antes había tenido CAMBIO DEL FRENTE NACIONAL
mayor sustentación. Basta señalar que el siste­
m a político que pone en funcionamiento al ré­ Por sus implicaciones políticas, el Frente Na­
gim en se puede definir a partir de las relacio­ cional ha sido el cambio político más im portan­
nes de clientela: es el sistem a político del clien­ te en Colombia durante el presente siglo. Este
telism o. La sociedad logró adecuar y generali­ cambio de régim en tuvo que ver con la consti­
zar un tipo de relaciones provenientes del pa­ tución de un Estado de tipo capitalista, que
sado, integrándolas como vertebración de su estuviera acorde con la organización social de
sistem a político, a m edida que se transform aba este tipo que com enzaba a ser predom inante.
velozm ente y adquiría los patrones propios de Así mismo, el Frente Nacional transform ó de
una organización capitalista. La novedad del cuajo al bipartidism o proveniente del siglo XIX
clientelismo como fenómeno contem poráneo y reorganizó el sistem a político en función de la
no radica tanto en su caracterización, sino, sociedad m oderna que se afincaba.
sobretodo, en que logró convertirse en el prin­
cipal soporte de funcionamiento del sistem a Teniendo en cuenta que el objetivo de este
político. Ahí sustenta su im portancia y la razón ensayo es analizar el sistem a político reorgani­
de ser de este trabajo. zado a partir del Frente Nacional, se debe
comenzar con la descripción de las característi­
De acuerdo con lo señalado h asta aquí, el cas m ás destacadas que definían al bipartidis­
clientelismo que se escoge para el análisis es, mo hasta el advenimiento del nuevo régim en.
quizás, el m ás extendido en la sociedad y, sin Sobre esta base, se podrán señalar los efectos
duda, el de mayor importancia. Es el moderno que el Frente Nacional produjo sobre el contex­
clientelismo mercantil alimentado por el E sta­ to político, particularm ente en lo que respecta
do y sustentado en el antiguo y difundido valor al funcionamiento del sistem a regulado por el
social de las lealtades. Se caracteriza por la Estado.
apropiación privada de recursos oficiales con
fines políticos. Esta característica central se Las guerras civiles de la segunda mitad del si­
ejerce por medio de una vasta red de relaciones glo XIX sirvieron para consolidar y desarrollar
sociales de tipo clientelar que cumple el papel el bipartidism o que se incubó a mediados del
de articulador del sistem a político. Lo que ar­ siglo. Igualm ente, gestaron el sectarismo que
ticula, entonces, el clientelismo es la m anera fue un activador de la dinámica partidista hasta
como se ponen en funcionamiento las directri­ el Frente Nacional (16). La consolidación de los
ces que regulan las relaciones políticas de la partidos, aunada al movimiento regresivo de la
Regeneración cuyo punto nodal fue la Constitu-
sional quedó lim itada en la práctica. Se desarrolló un
“ clientelism o m onolítico” , es decir, con m ínim a rotación,
frente a lo que hubiera podido ser un ‘‘clientelism o fluido” , 16. E stas ideas se p resen tan en el Capítulo III de mi libro Esta­
que es el caso de México donde hay rotación de la élite polí­ do y política en Colombia, Bogotá, Siglo XXI, segunda ed i­
tica con cada cam bio de gobierno. ción, 1989.
14 A N A L IS IS PO LITIC O No. 8 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1989

ción de 1886, perm itieron que se estableciera, bien, un sistem a de operación de la política en
por prim era vez, un régim en político con carac­ el cual tendían a confundirse actividades públi­
terísticas definidas, la mayoría de las cuales cas y privadas: Estado, partidos y régim en;
permanecen hasta hoy. El bipartidism o y, en dominación y ejercicio de la autoridad. Así, la
buena medida, la Iglesia asum ieron el papel polarización de la sociedad se reflejó en la
estatal de integración política. Fueron el susti­ organización del bipartidism o. E sta se cimen­
tuto de un Estado prácticam ente inexistente y, tó, ya bien entrado el siglo XX, por medio de la
como tal, la base estructural de im plem enta- confluencia de dos niveles de operación, el n a­
ción de la nueva Constitución a través del pri­ cional y el local o regional.
m er régim en político que adquiría estabilidad.
El nivel nacional bipartidista se objetivó en lo
El régim en político estaba encabezado por un que se llamaron las “ jefaturas n atu rales” de
sistem a de gobierno presidencial y centralista los partidos. Estas fueron la característica más
que dependía en su eficacia de la fortaleza de visible de una organización bipartidista eficien­
los partidos políticos. Ambos partidos eran sec­ te en el funcionamiento y en la continuidad de
tarios y cada uno excluía a su contrario. Se su reproducción. Era la expresión política de
plasm aban en subculturas políticas que soste­ una sociedad elitista, en la cual autoridades
nían el sistem a de dominación, sobre la base om nipotentes en cada uno de los dos partidos
de señalar la división partidista como la única pudieron m antener sectariam ente la disciplina
im portante en la sociedad. La tendencia a las de sus colectividades. Tradicionalm ente, los
coaliciones bipartidistas constituía un efectivo jefes naturales fueron los representantes políti­
mecanismo am ortiguador de los conflictos pro­ cos de los grupos dom inantes, en una época en
vocados por el faccionalismo surgido de la frag­ que la pasividad o la actitud servil de las mayo­
mentación regional y por los desbordes del sec­ rías les daban la apariencia de ser los represen­
tarism o político. Las decisiones tom adas en la tantes de todo el pueblo. La ideología de su
cúpula de los partidos, cuyos m iem bros ejer­ condición natural de jefes, es decir, su carácter
cían su autoridad en forma fundartientalista, se obvio e incuestionable, los convertía en supre­
legitim aban por medio de un fuerte sistem a m as autoridades de la dirección pública de la
electoral que constituía parte substancial del sociedad. El histórico faccionalismo político,
acendrado formalismo jurídico proveniente del motivado en buena m edida por la diversidad y
siglo XIX. Finalm ente, el régim en político exi­ falta de integración entre las regiones, se ocul­
gía un manejo oligárquico de la política, con taba tras la disciplina que imprimía la autori­
mecanismos que desarrollaron grupos de polí­ dad de los jefes naturales sobre cada uno de los
ticos profesionales erigidos como representan­ dos agregados sectarios de facciones que con­
tes de las minorías privilegiadas de una organi­ form aban los partidos. E sta rala pero firme red
zación social latifundista enfrentada a una vas­ de jefes fue la que creó y desarrolló por un lar­
ta economía cam pesina. go tiem po el carácter nacional de lo político.

Indudablem ente el siglo XX trajo para Colom­ Sobre la base de esta organización autoritaria
bia una gran estabilidad en la formación de las se ideó la modalidad de la otrora famosa “ fila
estructuras políticas. Sin guerras ni ejercicio india” para la nominación presidencial de los
m ilitar como m anera de hacer política, la confi­ jefes naturales que, por tradición de clase so­
guración de un régim en exigía tam bién estabi­ cial en una sociedad de m arcados privilegios,
lidad en la organización partidista. Esto es p ar­ se sentían ungidos con el derecho de regir los
ticularm ente cierto si se tiene en cuenta que la destinos políticos del país. Desde la Presiden­
fuerza de Ja ideología adscriptiva o de p erte­ cia, con el raquítico pero fundam ental aparato
nencia ai liberalismo y al conservatismo era la burocrático que excluía de plano al otro parti­
que sustentaba las expresiones de un Estado do, se proclamaban dogm áticas directrices
endeble. En estas circunstancias, dentro de para regir la vida de gobiernos hegemónicos,
una sociedad pobre, atrasada y polarizada so­ que buscaban m antenerse a toda costa en el
cialm ente, sin mayor institucionalidad de sus control del poder estatal. En la otra orilla, se
incipientes estructuras, la organización del erigía la contraparte, el partido opositor, que,
bipartidism o no podía m aterializarse en ningún en el ostracismo burocrático, esperaba la opor­
organigram a concreto. Tenía que ser, más tunidad de una crisis para dar el zarpazo que
EL S IST E M A PO LITIC O D E L C L IE N T E L ISM O . F. LEA L 15

invertía la hegem onía en el gobierno, general­ loz modernización, al ya legendario período de


m ente apoyado en una coalición bipartidis­ la Violencia. Fue allí donde m ás se puso a
ta (17). De esta forma, las jefaturas naturales prueba, con gran éxito, la consistencia de la
lograron entretejer y articular verticalmente tram a celular del bipartidismo: casi todas las
una amplia red de relaciones políticas en la so­ expresiones del conflicto aparecieron m ediadas
ciedad. red que constituyó el nivel regional del partidariam ente. Sin em bargo, el nivel nacio­
bipartidism o controlado por los gam onales lo­ nal tuvo momentos de gran dificultad paira
cales. Sustentado en una actitud de subordina­ hacer valer su autoridad disciplinariam ente,
ción pasiva, este segundo nivel no requería de como en los casos del desbordam iento de la
organización formal alguna, excepto cuando el Violencia entre 1951 y 1953, y de las pretensio­
sufragio tendió a universalizarse y los m om en­ nes de autonomía del gobierno militar entre
tos electorales requirieron de un patrón transi­ 1956 y 1957. En estos casos, las jefaturas natu­
torio de organización jerárquica (18). rales hicieron uso de todo su potencial para
movilizar al bipartidism o en apoyo de dos solu­
La articulación de los gam onales locales, ex­ ciones: el golpe militar de 1953 y el Frente Na­
presión del nivel regional, con los jefes natura­ cional de 1958. Estos dos cambios de régimen
les, fue la que institucionalizó la dominación en fueron, a la vez, otro reto para dem ostrar la
térm inos bipartidistas, proporcionándole con­ capacidad de recuperación de las condiciones
tenido político nacional. Se alimentó con el sec­ de eficiencia política del sistem a de articula­
tarism o partidista que fue funcional m ientras ción bipartidista entre los niveles nacional y
la sociedad mantuvo su condición agraria atra­ regional. En el prim ero, el del gobierno mili­
sada. Los enfrentam ientos entre los partidos tar, se salió adelante, precisam ente con el se­
dentro de fuerzas sociales totalm ente subordi­ gundo de los cambios de régim en. Pero en
nadas no interferían la limitada necesidad de éste, en el del Frente Nacional, se planteó con
configuración nacional. Por el contrario, la con­ su prolongación la desvertebración del funcio­
frontación bipartidista proporcionaba casi la namiento del sistem a dentro de los cánones en
única dinámica que alim entaba la débil necesi­ que se había constituido a comienzos de siglo.
dad de cohesión nacional dentro de una socie­
dad con un Estado exiguo. El gobierno militar pretendió prolongar lo que
había sido proyectado por el bipartidismo como
Las transform aciones sociales iniciadas en la transitorio. Se recurrió, entonces, a otra de las
década de los años veinte constituyeron, a par­ características del régimen: la tendencia a las
tir de los años cuarenta, la base del período coaliciones bipartidistas como mecanismo
quizás m ás dinámico de transición social de la am ortiguador de los conflictos. El Frente Na­
historia del país. E sta transición, en la cual cional fue un efectivo cambio de régim en políti­
em ergió el capitalismo como directriz orgánica co. Con él, básicam ente se alteró una de las
de la sociedad, tuvo como subproducto de los características del régimen, la del bipartidismo
desajustes estructurales provocados por la ve- sectario, pero bastó para que se produjera una
profunda transformación. Esta característica
había sido el pilar del régim en y la razón de ser
17. D escripciones de aspectos e implicaciones que tenían las del sistem a político.
hegem onías de partido que caracterizaron el proceso políti­
co colom biano pueden verse en Jorge O rlando M eló, “ La
República C onservadora ’ ’, en Colombia hoy, B ogotá, Siglo Son suficientem ente conocidos los efectos de
XXI E ditores (varias ediciones), y “ De Carlos E. R estrepo debilitam iento que sobre la ideología de ads­
a Marco Fidel Suárez: Republicanism o y gobiernos conser­
v ad o res", en Nueva historia de Colombia, I: Historia políti­
cripción política tuvo el ejercicio monopólico
ca 1880-1946, Bogotá, Editorial P laneta, 1989. De ese m is­ bipartidista del régim en frentenacionalis-
mo texto, tam bién, G erm án C olm enares, “ O spina y A ba­ ta (19). Tal debilitam iento de la ideología de
día: la política en el decenio de los v ein te” , y Alvaro Tirado
M ejía, “ López Pum arejo: la Revolución en M arch a” .
pertenencia al liberalismo y al conservatismo
18. La evolución del sufragio y de las norm as electorales en próvocó la extinción del sectarism o. La convi­
Colombia es un aspecto que m erece destacarse por su tem ­ vencia burocrática fue la matriz que desató el
prana aparición y por su estabilidad y perm anencia dentro
de la contienda política. Al respecto puede consultarse
A ugusto H ernández B ecerra, Derecho electoral: La elección
popular de alcaldes, Bogotá, Universidad E xternado de 19. Al respecto puede verse mi trabajo “ La crisis del régim en
Colombia, 1988, Capítulo I. b ip a rtid ista'', en Leal Buitrago, Estado y ...
16 A N A L IS IS PO LITIC O No. 8 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E DE 1989

proceso, al elim inar el conflicto interpartidista lización. Perdió, entre otras funciones, su
que alim entaba la reproducción sectaria de tal capacidad de imponer disciplina en el seno de
ideología. Contradictoriam ente, antes, cuando las colectividades (21). Perdió, tam bién, su
no existían los partidos norm ativam ente, todo función de aglutinación de los diversos seg­
mundo era liberal o conservador. Pero cuando m entos del nivel local de los dos partidos, alen­
se definió constitucionalm ente su existencia de tados, adem ás, por el desarrollo de ciudades
m anera exclusiva con el Frente Nacional, el regionales. Así, se daba rienda suelta a la te n ­
debilitam iento ideológico comenzó a m erm ar dencia al faccionalismo partidista, por la debili­
su cobertura sobre la sociedad. De esta m ane­ dad con que el nivel nacional ejercía su au to ­
ra, la función de control social del bipartidism o ridad política. E sta se circunscribía al plano
comenzó a resquebrajarse. legal e institucional proporcionado por el E sta­
do a través de los aitos cargos. El disminuido
Gran parte de la fuerza de la sectaria ideología nivel nacional del bipartidism o asum ía la difícil
de pertenencia se focalizaba en sostener la tarea de coordinar una pléyade de facciones
existencia de los jefes naturales de los dos p ar­ para m antener la ficción de un bipartidism o
tidos. Su autoridad inquebrantable definía la que com enzaba a operar m ultipartidariam ente
eficacia de la disciplina partidista. Ello se ha­ en las regiones, bipartidariam ente en la com­
bía dem ostrado en momentos de gran crisis, petencia formal nacional y unipartidariam ente
como cuando se constituyó el Frente Civil en en los beneficios derivados de la adm inistra­
los años 56 y 57. Alberto Lleras y Laureano ción del Estado.
Gómez actuaron como todo un conglomerado
nacional bipartidista. Pero como ya se indicó, Dentro de este contexto, el nivel nacional de
el sectarism o, como ideología que sostenía la los partidos no pudo sostener su papel rector
regeneración de los jefes naturales, desapare­ en el proceso de reproducción de éstos. Sin
ció a m edida que avanzó el ejercicio del Frente sectarism o, sin autoridad suficiente y sin capa­
Nacional, dentro de una sociedad m odernizada cidad de articulación efectiva, el nivel nacional
que facilitaba la democratización. De esa for­ cedió su puesto. El sistem a de reproducción de
m a, desaparecieron tam bién las posibilidades los partidos descendió definitivam ente al nivel
de surgim iento de nuevos jefes naturales y la regional. Pero fue adoptado por éste, desco­
práctica de su autoridad suprem a. Unicamente nectado casi siem pre de los problem as funda­
permaneció el atavismo de los m ás caracteriza­ m entales de la política nacional y con la disper­
dos jefes naturales, como Mariano Ospina Pé­ sión propia de las varias realidades regionales
rez, Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López Este sistem a de reproducción ha creado su pro­
M ichelsen o el mismo Julio César Turbay Aya- pia lógica y dinámica para com pensar la insufi­
la. Solamente que, a excepción de López Mi­ ciencia y la crisis del nivel nacional, y ha pasa­
chelsen y por otras razones, no tenían capaci­ do a comandar la reproducción de los partidos
dad alguna para revitalizar su condición n atu ­ a partir de la política local. Su fuerza y estruc­
ral de jefes. E sta situación arrastró consigo turación están apoyadas en el uso político del
grandes consecuencias (20). recurso del clientelismo, modernizado y revita-
lizado.
Con el eclipse de las jefaturas naturales, el
nivel nacional del bipartidism o perdió su efec­
tividad', ya que aquéllas constituían su m ateria- IV. ADECUACION DEL SISTEMA POLITICO
AL NUEVO REGIMEN

20. Con Barco se rescató la últim a figura presidenciable con


Cuando el bipartidism o sustituía buena parte
pretensión de “jefe n a tu ra l” . A nteriorm ente, con T urbay de las funciones de un Estado casi inexistente,
Ayala, había quedado atrás la m odalidad de la fila india
p ara la nominación presidencial. Su agotam iento ha provo­
cado en el m undo de los políticos profesionales u n a p esad i­ 21. El inicio del proceso fue la insubordinación de los jefes re ­
lla, dad a la com petencia d esatad a en tre los caciques regio­ gionales fíen te a la autoridad del expresidente O spina P é­
nales que se creen con igual derecho a asum ir la P resid en ­ rez, que im ponía en 3970 la candidatura presidencial con­
cia. E ste hecho los había llevado a conservar a to d a costa la servadora de un jefe natural advenedizo como era M isael
ficción de un Partido Liberal unido con cobertura nacional, Pastrana Borrero. Una descripción de este proceso se p ue­
al aceptar lentam ente la casi invisible can d id atu ra de Virgi­ d e consultar en mi trabajo Análisis histórico del desarrollo
lio B arco proclam ada inicialmente por un reducido grupo de político nacional, 1930-1970, Bogotá. Ediciones Tercer
“ notables” . M undo, 1973, p p . 172-174.
EL SIS T E M A PO LITIC O D E L C L IE N T E L ISM O . F. LEA L 17

la política era solamente el bipartidism o. E ra zado (23). Adem ás, se centralizó y aum entó la
su sinónimo. No había posibilidad de que algo educación oficial, y hubo ampliaciones en las
que fuera político no fuera, al mismo tiempo, ram as legislativa y judicial del Estado.
partidista. No obstante, la capacidad de los
partidos de representar los intereses de la so­ El aparato paraestatal pudo colocarse a la par,
ciedad era lim itada. La sumisión de las clases en volumen de recursos y de personal, con el
subalternas era producto, en gran medida, de la del sector tradicional, adem ás de que complicó
pasividad relacionada con el atraso. No existía el antiguo y simple organigram a estatal. A p ar­
conformación del ciudadano para la m ayoría de tir de allí, se desarrolló una m araña de relacio­
la población, y no había formas de organización nes adm inistrativas dentro del Estado que ins­
interm edias con funciones políticas. E sta situa­ titucionalizó progresivam ente el desorden, a
ción daba la impresión de una gran capacidad m edida que el sistem a político se consolidaba.
de representación de intereses por parte del Este “ desorden” formal del Estado contribuyó
bipartidism o. a la eficacia política que requería el uso cliente-
lista de recursos. Los límites entre legalidad e
M ás adelante, a partir de los profundos cam ­ ilegalidad en la utilización de recursos econó­
bios de una transición estructural que no ha micos se volvieron difusos, aparte de que la ile­
parado desde sus comienzos hace ya cinco dé­ galidad que pudo proliferar se hizo m ás difícil
cadas (22), el Estado inició un proceso de ex­ de detectar. No solam ente los flujos de recur­
pansión y fortalecimiento. Como se conoce, el sos económicos pudieron acomodarse de mil
bipartidism o entonces ejerció su sectarism o al m aneras dentro de la m araña adm inistrativa,
máximo. Buscó beneficiarse proselitistam ente, sino que su sistem a de control fiscal, la Contra-
con violencia, del crecimiento del Estado, y loria General de la República, se integró como
absorber las em ergentes expresiones de ciuda­ un im portante eslabón burocrático en la cadena
danía y las nacientes organizaciones interm e­ de beneficios de la reproducción bipartidis­
dias con funciones políticas, como los sindica­ ta (24).
tos y los gremios económicos. Sin em bargo, el
verdadero beneficio de los partidos con el cre­ La expansión de la nómina del Estado se apoyó
cimiento del Estado se logró una vez que se en la obligatoria paridad burocrática de los dos
desmilitarizó el conflicto bipartidista y se des­ partidos tradicionales, y fue altam ente funcio­
personalizó el poder político, a partir del ejerci­ nal para integrar el excedente de mano de obra
cio del Frente Nacional. que había brotado de las transform aciones so­
ciales de la consolidación capitalista. Particu­
Las instituciones del Estado comenzaron a cre­ larm ente, las nuevas clases m edias encontra­
cer en la prim era etapa de la transición, duran­ ron en las instituciones del Estado un espacio
te las dos décadas que rodearon el medio siglo. de ubicación social muy im portante. El biparti­
El funcionamiento social del capitalismo que dismo fue el encargado exclusivo de legitim ar
impusieron las transform aciones estructurales el tipo de desarrollo histórico que se operaba,
(industrialización, expansión comercial, urba­ gracias a su monopolio sobre las decisiones del
nización, etc.) exigía instituciones estatales Estado. Se tratab a de capitalizar todo compo­
m ás amplias, fuertes y racionales. Los gobier­ nente ideológico, factor que se convirtió en
nos m ilitares y sobre todo el Frente Nacional fundam ental para com pensar el deterioro del
aportaron a la modernización del Estado la eli­ sectarism o partidista, vieja fuente de fortaleza
minación del sectarism o partidista. A partir de del sistem a tradicional. La obligación de identi­
ahí no solam ente se amplió el aparato ya esta­ ficación partidista, para ingresar y m antenerse
blecido de los gobiernos central, departam en­ en la burocracia, constituyó la base para la re-
tal y municipal, sino que se proyectó un inm en­
so bloque paraestatal, mal llamado descentrali-
23. Misión de Finanzas Intergubem am entales, Finanzas Ínter-
gubernamentales en Colombia, Bogotá, D epartam ento Na­
22. Sobre el tem a de la transición estructural no acabada, p u e­ cional de Planeación, 1981, p. 289.
de verse mi trabajo “ Democracia oligárquica y rearticula­ 24. Sobre algunos de estos aspectos se puede consultar Sema­
ción de la sociedad civil: el caso colom biano” , en P en sa­ na. No. 229, Bogotá, 23-29 de septiem bre de 1986, y El
miento Iberoam ericano, No. 14, M adrid, julio-diciem bre de E spectador, 18 de septiem bre de 1986, p. 4-A, 10 de octu­
1988, pp. 54 y ss. bre de 1986, p. 2-A, y 24 de diciem bre de 1988, p. 2-A.
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producción de la debilitada afiliación a los p ar­ profesional que logre colocarse en prim era lí­
tidos. Los recursos burocráticos se p resenta­ nea de los procesos regionales de acumulación
ban ante los ávidos ojos de los políticos como de capital electoral, se m aterializa en una fac­
inagotables. ción (26). De esta forma, cualquier decisión
que implique movilización de recursos estata­
No obstante, la rápida absorción burocrática no les, tiende a ten er el adjetivo de un partido y la
era ilimitada. Llegó un momento en que tendió identidad de una facción y su respectivo jefe.
a estabilizarse. La capacidad de expansión
burocrática del Estado perdió flexibilidad y se Bajo este panoram a, el normal usufructo colec­
encuentra en un nivel de relativa saturación, tivo o con fines sociales de los recursos del Es­
debido a que alcanzó los límites económico- tado queda en m anos de las facciones políticas,
fiscales y técnico-administrativos adecuados a en la medida en que se legitimen ante los go­
lo que podría llam arse la ecuación nacional biernos (central, departam ental o municipal),
contem poránea sociedad civil-Estado institu­ de acuerdo con la cantidad de votos que obten­
cional (25). La circulación burocrática es lenta y gan y m antengan. De ahí que el crecimiento
pesada, por la dificultad de competir con quie­ del Estado durante el Frente Nacional se hu­
nes ya han logrado integrarse al mecanismo. biera traducido en una gran capacidad para
Solamente con alteraciones relativam ente movilizar recursos de todo tipo con el fin de sa­
bruscas en la distribución político-electoral se tisfacer, en prim era instancia, las necesidades
producen desbarajustes de acomodamiento. políticas de las facciones partidistas según su
Adem ás, la sindicalización de la burocratiza- fuerza electoral y, secundariam ente, para res­
ción estatal ha creado ciertas dificultades para ponder a las necesidades adm inistrativas pro­
la manipulación clientelista de los cargos. pias de un E stado capitalista. Como, en buena
Pero, con todo y ello, el control del grueso de parte, la fortaleza de los gobiernos depende del
las nóm inas oficiales continúa en manos de las apoyo de las facciones con m ás presencia elec­
facciones bipartidistas, ya que crearon un sis­ toral, conviene facilitarles cuotas de recursos
tem a circular que tiende a reproducirse al obs­ para la conservación de ese capital político.
taculizar la injerencia de fuerzas que no traigan E sta tendencia al equilibrio de corresponden­
la divisa de uno u otro de los dos partidos. cias se altera en la m edida en que se inyectan
recursos provenientes de otras fuentes exter­
El beneficio del bipartidism o con la m oderniza­ nas al Estado (em presas privadas y narcotráfi­
ción del Estado no se limitó a la absorción co, por ejemplo), para colocar cuñas que sirvan
burocrática. Se fundam entó y continúa funda­ para integrar nuevas fuerzas en el engranaje
m entándose en la puja perm anente por la ex­ político del sistem a establecido. También pue­
pansión de toda clase de recursos que pueda de haber variación según sean el partido y la
controlar directa o indirectam ente el Estado. facción o facciones que ganen electoralm ente
Cualquier clase de acción estatal de moviliza­ las posiciones claves del gobierno, con lo cual
ción de recursos tiende a-hacerse con la m edia­ se tiende a redistribuir los límites de las cuotas
ción de uno u otro de los dos partidos. Pero de recursos para favorecer más a los ganado­
éstos aparecen, cada vez con mayor frecuencia, res. Pero como el monopolio de la votación lo
en el trasfondo de sus m últiples facciones, tiene el bipartidismo en forma preestablecida,
dada la abierta parcelación partidista que ha las variaciones m ás frecuentes se presentan
desatado el debilitam iento de su nivel nacional debido a los cambios electorales entre sus cada
y de la disciplina que conllevaba. Todo político vez m ás num erosas facciones regionales, y
m enos por la irrupción quijotesca de movi­
m ientos ajenos al férreo control de la cerrada
25. En 1965 el núm ero de em pleados públicos del nivel nacional
era de 186.801. Para 1986 ese núm ero habla ascendido a
599.910. El principal crecim iento en térm inos relativos se 26. U na revisión de las E stadísticas Electorales de la R egistra-
dio en el sector descentralizado nacional que se multiplicó duria Nacional del Estado Civil perm ite constatar este fenó­
por cinco, aproxim adam ente. Al respecto, se p uede consul­ m eno. M uestran una tendencia a la consolidación del fac-
ta r D epartam ento A dm inistrativo del Servicio Civil, Evolu­ cionalismo, pero tam bién bruscas variaciones. El caso de
ción del em pleo público en Colombia, Bogotá, DASC, 1986. S antander sirve de ejemplo: m ientras en 1958 había un total
Tam bién Jorge I. González, “ La evolución del em pleo en el de 15 listas p ara la elección de senadores, rep resen tan tes y
sector público 1964-1986’’, Bogotá, Universidad Nacional y diputados, en 1970 su núm ero había ascendido a 55. En
Servicio Civil, julio d e 1986. Informe a la M isión de Empleo. 1982 las listas fueron 84, y en 1986 descendieron a 68.
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asociación liberal-conservadora. La com peten­ en gran parte de las decisiones estatales, m u­


cia se genera, entonces, cuando cada facción chas de capital im portancia, que contradice no
busca m antenerse dentro del juego del sistem a sólo cierta am plitud de beneficiarios que debe­
con las mayores ventajas posibles. ría existir en la sociedad civil con tales decisio­
nes, sino incluso la racionalidad de reproduc­
El control del bipartidism o sobre la adm inistra­ ción del capital.
ción del Estado condujo a que la clase política
tendiera a hacer un uso indiscriminado de los Toda la extensa gam a de recursos del Estado
recursos estatales. De ahí a verse como natural que controla el bipartidism o es la que le da
el usufructo privado de tales recursos fue un vida al sistem a político del clientelismo. Sin la
problem a de desarrollo de m ultitud de prácti­ tu tela estatal, la capacidad de reproducción
cas y costum bres. Ellas van desde la ficción de clientelista del bipartidism o desaparecería y el
pregonar cualquier tipo de paternidad de las sistem a tendría que reestructurarse. N atural­
acciones oficiales, con el fin de obtener venta­ m ente, esta dependencia que tiene el sistem a
jas electorales o de otra índole, hasta la apro­ bipartidista de los recursos estatales exige una
piación de los recursos oficiales con el objetivo articulación fluida entre am bas partes. E sta se
del enriquecim iento personal (27). En esta for­ da entre la clase política, que absorbe la identi­
ma de utilización de los recursos oficiales, la dad de los partidos, y las instituciones que
supuesta racionalidad capitalista es la última albergan a los representantes de la sociedad
de las prioridades. elegidos directam ente y que provienen de esa
m ism a “ clase” . La Presidencia de la Repúbli­
E sta m anera de activar el mecanismo cliente- ca, los cuerpos colegiados y recientem ente las
lista desembocó en una situación generalizada alcaldías constituyen no solam ente la correa de
de corrupción adm inistrativa, no solam ente en transm isión formal entre el Estado y la operati-
térm inos de la legalidad vigente (peculados, vidad del bipartidism o, sino que son el pivote
especialm ente) sino m ás que todo desde un estatal que ensam bla y regula la dispersión en
punto de vista ético. En efecto, la enredada que están sumidos los dos partidos. El faccio-
telaraña del organigram a estatal, los m últiples nalismo del nivel regional y local del bipartidis­
puentes formales e informales de comunica­ mo, huérfano de la disciplina integradora que
ción entre instancias institucionales y la com­ le facilitaba el otrora fuerte nivel nacional, se
plicidad política de la fiscalización adm inistra­ aferra al E stad o para generar, a p a rtir de allí, el
tiva crearon un panoram a de oscurecimiento de clientelismo articulador que facilita su repro­
la posibilidad de descubrir, investigar y sancio­ ducción. Las instituciones de representación de
n ar adm inistrativa o penalm ente el uso arbitra­ la sociedad civil en el Estado regulan, a través
rio de los recursos del Estado. A demás, deci­ de un trabajo que no es el que les corresponde
siones y acciones, a todas luces correctas adm i­ legalm ente pero que es el m ás im portante para
nistrativa y legalm ente, tienen el sello de la fal­ el sistem a, un aparato de jerarquías conforma­
ta de ética política, cuando al prever sus efec­ das por m aquinarias locales y regionales, m u­
tos se da prioridad a los dividendos privados chas de las cuales pugnan por proyectarse n a­
electorales relegando los beneficios públicos y cionalmente. Para captar la base de reproduc­
sociales a un segundo plano. No se trata, aquí, ción de estas m aquinarias, se pueden ver algu­
de idealizar la realidad del usufructo discrimi­ nas relaciones que se establecen con las dos
nado que las acciones estatales provocan en instituciones que proporcionan su pauta: la
cualquier sociedad capitalista. Se tra ta m ás Presidencia de la República y el Congreso.
bien de identificar un tipo de com portam iento
El presidente de la República, como cabeza del
Ejecutivo y responsable principal de la legiti­
27. Son m últiples los m ecanism os clientelistas a trav és de los m idad del régim en ante el conjunto de la socie­
cuales se utilizan privadam ente los recursos oficiales y los
servicios del E stado. En la prensa han sido continuas las
dad, opera am bivalentem ente frente a las exi­
denuncias sobre escándalos de este estilo. A m anera de gencias no siem pre coincidentes de las raciona­
ejem plo, véanse, “ P ara poder g an a r” , en N ueva Frontera, lidades capitalista y del sistem a. En efecto, el
No. 320, Bogotá, febrero 2 3 de 1981; Carlos A ugusto Norie­
ga, “ Algo sobre clientelism o” , El Espectador, 25 de junio
presidente, producto directo del bipartidismo,
de 1985, p. 2-A; y Jorge Child, "A uxilios y clientelism o” , trata de com paginar sus compromisos partidis­
El Espectador, octubre 22 de 1985. tas y de reproducción del sistem a, con aquellos
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derivados de la satisfacción de los intereses gan los amagos populistas gubernam enta­
capitalistas y de los sectores sociales no cobija­ les (30). La clase política se siente cada vez
dos por los beneficios del sistem a. E sta especie menos representada en y por el Ejecutivo,
de equilibrio es complicado de m anejar, debido pero, al mismo tiem po, ningún gobierno ha
a los costos económicos cada vez m ás altos que tenido las agallas suficientes para aprovechar
exige la reproducción del sistem a y a las com­ el debilitam iento de sus vínculos con el biparti­
plicaciones derivadas de la crisis de crecim ien­ dismo, y enfrentar al sistem a con un liderazgo
to del capitalismo. Cada presidente ha tenido nacional de las m últiples expresiones organiza­
su propia ecuación, según haya sido su manejo tivas que existen en la sociedad civil. Esta ha
del problema, ecuación que abarca m andato y respondido en forma caótica a las insuficien­
actuaciones posteriores. Su afán de revitalizar cias políticas del sistem a, con organizaciones
el nivel nacional del bipartidism o, a partir de fragm entadas y dispersas (guerrillas, movi­
su cabeza, ha provocado verdaderos m alabares m ientos sociales, autodefensas, etc.). Pero no
políticos en las conductas presidenciales y ex- ha habido la suficiente fuerza para que, a p ar­
presidenciales (28). tir de las contradicciones del sistem a, conden-
sadas en el Ejecutivo, se genere el principio de
La clase política necesita que se la integre solución a una múltiple crisis cuyos costos son
cuanto sea posible en el Ejecutivo para facilitar cada vez m ayores. Contradictoriam ente, las
su reproducción y la del sistem a con el uso grandes transform aciones estructurales de la
clientelista del poder. Sin em bargo, el faccio- ya interm inable transición que envuelve a la
nalismo, su competencia y la debilidad del ni­ nación desde hace casi cincuenta años han difi­
vel nacional para aglutinar a los partidos han cultado una salida, pero su gran dinámica es la
provocado que éstos últim am ente hayan dismi­ que le ha dado vida, con creces, a la sociedad
nuido su eficacia como mecanismo de presión civil.
ante el Ejecutivo para obtener las prebendas
deseadas. E sta situación, si bien proporciona La segunda institución señalada, el Congreso,
mayor independencia política a los gobiernos es la que ha dado la pauta para la reproducción
para rodearse de técnicos y aglutinar fuerzas y de las m aquinarias clientelistas del sistem a. Su
apoyo populares con sus políticas, crea un cli­ proceso comenzó con la modernización que
m a de debilidad gubernam ental disim ulada experim entó el Estado durante el Frente Na­
por el abuso de la vigencia del estado de sitio. cional y que definió las limitaciones institucio­
De hecho, los dos últimos han sido práctica­ nales del Congreso. La reform a constitucional
m ente gobiernos sin partido (29). Para los go­ de 1968 ubicó al Ejecutivo en situación de pre­
biernos es muy difícil arm ar una organización eminencia sobre el resto de centros institucio­
popular fuera del sistem a, adem ás de que la nales de poder estatal, con la contribución de
clase política se apresura a desvirtuar cual­ varias reform as m enores, de la creación de
quier sentido partidista y organizativo que ten- organism os e institutos descentralizados liga­
dos al Ejecutivo, y del tradicional ejercicio pre-
sidencialista de los regím enes colombianos.
28. Al nivel regional del bipartidism o le corresponde aseg u rar Particularm ente, el Congreso mismo aprobó la
la reproducción de los procesos de articulación política y
legitimación de la dominación, p ara lo cual se ha apoyado reform a, con la anuencia de sus miem bros a
fundam entalm ente en las prácticas clienteH stas. M ientras cambio de dádivas políticas y de beneficio eco-
tanto, el nivel nacional se encarga de m an ten er las condi­
ciones propicias p ara la reproducción del capitalism o y de
las condiciones de la acumulación. Mauricio G arcía, "Los
fiscos regionales y la reproducción del bipartidism o: el caso 30. El intento de Virgilio Barco por prom over un plebiscito,
de Santander, 1958-1980” , D epartam ento de Ciencia Políti­ como fórmula p ara recuperar la legitim idad perdida por el
ca, U niversidad de los A ndes, Tesis p ara o p tar al titulo de régim en y p ara lograr algún tipo de apoyo popular, se estre­
politòlogo, Bogotá, 1984, pp. 10, 51 y 57. lló contra los obstáculos y la falta de apoyo de la clase políti­
29. E sta característica es señalada y analizada en m is ensayos ca, incluso la m atriculada como liberal. V éanse, Gustavo
“ Algunas consideraciones acerca de la coyuntura política” , Gallón, ‘‘El am biguo plebiscito” , en Cien Días, Bogotá,
en Alvaro Camacho (comp.), La Colombia de hoy, Bogotá, marzo de 1988, pp. 6-7; “ El 'go lp e' de B arco” , “ Barco ha­
CIDSE-CEREC, 1986, pp. 45-46, y ‘‘La crisis política en bla sobre el plebiscito” y "G olpe a g o lp e” , en Semana,
Colombia: alternativ as y frustraciones” , en E stad o y P olíti­ No. 301, Bogotá, 9-15 de febrero de 1988, pp. 23-35, y H er­
ca..., p. 333. Tam bién en Luis Alberto R estrepo, "L a g u e ­ nando Valencia Villa, “ De las guerras constitucionales en
rra como sustitución de la política” , en Análisis Político, Colombia, Capítulo LXVII” , en Análisis Político, No. 6,
No. 3, Bogotá, enero a mayo de 1988, pp. 83-84. Bogotá, enero a abril de 1989.
E L S IS T E M A PO LITIC O D E L C L IE N T E L ISM O . F. L E A L 21

nómico (31), para quedar reducido en sus fun­ ción política se limita a asegurar una perm a­
ciones y limitado en la iniciativa parlam entaria, nencia formal como congresistas, y para ello el
su actividad fundam ental. Tal situación, unida trabajo m ás efectivo no se realiza en el Capito­
al proceso de afirmación del sistem a que re ­ lio Nacional.
quería la reproducción del bipartidism o, con­
tribuyó a que el Congreso se convirtiera en ins­ La dinámica normal del profesional de la políti­
tancia de legalización y legitimación de las ca en Colombia se dirige entonces a producir y
decisiones tom adas previam ente por el gobier­ conservar su capital electoral en el nivel local o
no (32). La limitación de su función principal, a regional de su contexto partidista o, m ás exac­
pesar de que el Congreso había adquirido tam ente, en el ámbito geográfico de su facción.
mayor complejidad burocrática (mayor núm ero No obstante, la producción y conservación elec­
de congresistas, burocracia adicional, mayor toral exige recursos económicos que hay que
presupuesto), y el nuevo perfil de la clase polí­ conseguir y tram itar generalm ente en lugares
tica fueron factores fundam entales para que la distintos a los de su feudo político. En éste se
institución se transform ara en la instancia de invierten el trabajo y los recursos indispensa­
legitimación y coordinación de las relaciones bles para la reproducción de la base electoral.
de clientela. Con la excepción de pequeños La consecución de tales recursos puede dividir­
núcleos de parlam entarios, el papel principal se en dos procesos diferenciados. E l primero
de éstos consiste en una dedicada ejecución de se refiere al dinero que es necesario recolectar
la función clientelista, escudada por su investi­ para sufragar los costos de las cam pañas elec­
dura institucional. Esta protección institucional torales que garanticen un triunfo en las eleccio­
se fundam enta en la búsqueda de una mayor nes. E l segundo se relaciona con los recursos
eficiencia en la destinación clientelista de los de diversa índole que es m enester conseguir
recursos del Estado a través de las decisiones para invertir en las localidades, con el fin de
del Ejecutivo. m antener viva la fidelidad de los electores.

El perfil profesional de la clase política se defi­ El prim er proceso se ha vuelto arduo, pues la
nió por sus esfuerzos de reproducción con ca­ competencia por las curules ha crecido desm e­
racterísticas de casta. Tal reproducción se fun­ suradam ente, motivada por el faccionalismo
dam enta en acum ular y m antener un capital que ha tendido a sustituir los rótulos partidis­
electoral que perm ita su elección y reelección tas de la propaganda por los de llamativos
en el Congreso, seguram ente tras previo trá n ­ movimientos o por los simples nom bres de los
sito por concejos y asam bleas. Este proceso candidatos, seguidos frecuentem ente por slo­
consume la mayor parte del tiem po y la energía gans. De la misma m anera, los costos de las
de los así llamados parlam entarios, convirtien­ cam pañas electorales han aum entado escanda­
do la ejecución de la tarea en objetivo y profe­ losam ente. Este fenómeno de di versificación
sión. Cuando no hay dedicación y éxito en la de candidatos y de inflación de costos se p re­
actividad profesional se perece políticamente. senta especialm ente en las ciudades grandes,
Esta particular concepción del profesionalismo donde la posibilidad de m antener votos cauti­
parlam entario no exige el ejercicio político en vos es mucho m ás difícil que en las áreas m e­
el sentido convencional del térm ino. De hecho, nos urbanizadas. Sin em bargo, el aumento de
la mayoría de los congresistas no asisten si­ los costos es un fenómeno extendido, lo que se
quiera a la mayor parte del escaso medio año traduce en un exclusivismo elitista del ejercicio
de trabajo ordinario del Congreso ni, menos de la política profesional y en un mayor ‘‘cerra­
aún, participan activam ente en él (33). Su fun- m iento” del sistem a. Los principales gastos se

31. Sobre el trám ite, la aprobación y las negociaciones de la am biente de desidia generalizad a” , El Espectador, 9 de
reform a se puede consultar Armando Borrero, ‘‘El proceso octubre de 1987, p. 5-A. Fenómenos como el ausentism o y
legislativo” , en Gary Hoskin y otros, Estudio del comporta­ el llam ado turism o parlam entario alcanzaron en 1987 y 1988
miento legislativo en Colombia, Bogotá, U niversidad de los un grado tan m arcado que hubo necesidad de tom ar m edi­
A ndes-C ám ara de Comercio, 1975. das para corregirlos. Véanse, ‘‘Acuerdo político contra
32. Este tem a es tratado en mi artículo ‘‘A usentism o parlam en­ ausentism o en el C ongreso” , El Espectador, 22 de noviem­
tario y eficiencia legislativa, 1930-1973” , en Ibid. b re de 1987, pp. 1 y 12-A, y "D escuento de d ietas en la
33. El vicepresidente de la Cám ara, en la legislatura de 1987, Cám ara por au sen tism o ” , El Espectador, 5 de octubre de
dijo que “ el C ongreso e s un circo, en el cual se respira un 1988, p. 12-A.
22 A N A L IS IS PO LITIC O No. 8 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1989

orientan a pagar una costosa publicidad en los los fondos fam iliares, en los que no se descarta
medios de comunicación, el sistem a de vallas, la inversión en el prestigio social que implica
que sustituyó a la em papelada de m uros, el una figura política en la parentela. De la m ism a
transporte y el m antenim iento de un equipo de m anera, la utilización de préstam os, generad-
personas, y una serie de servicios y propagan­ m ente con entidades financieras, es fuente
da diversa que amplía el panoram a de vender o común. Pero, dados los costos crecientes de las
revender la imagen. cam pañas, todo gasto en ellas tiende a ser con­
siderado como una inversión económica, pues­
El aum ento del costo inusitado de las cam pa­ to que es necesario recuperarla, ojalá con cre­
ñas, sobre todo en los últimos diez años, no se ces, aparte del valor social y político de vieja
compagina, desde ningún punto de vista, con data que tiene la operación. En este sentido, se
el trabajo formal que desem peña un congresis­ debe mencionar el papel de legitimación social
ta, diputado o concejal, o con el nivel de ingre­ tan im portante que tiene la política en una so­
sos que estos cargos les proporcionan. En el ciedad donde las clases m edias han brotado
caso de los concejales, esta aparente irraciona­ velozmente como producto de la larga y diná­
lidad es extrem a r y a que sus cargos son desem ­ mica transición estru ctu ral.
peñados ad honorem (34). La explicación prin­
cipal de este fenómeno proviene del carácter Claro está que las fuentes de financiación de
clientelista del problem a. El m oderno cliente- las cam pañas son m ás num erosas, sobre todo
lismo, tal como se definió en este trabajo, si se tra ta de m anejos no delictivos, aunque
equivale a la apropiación privada de los recur­ m uchos de ellos éticam ente son cuestionables.
sos del Estado con fines políticos. En otras p a ­ A las donaciones de sim patizantes o de perso­
labras, como anotaba un desprevenido y ho­ nas pudientes, que esperan ganar o m antener
nesto congresista (35), los exorbitantes fondos una influencia política con quien resulte triun­
que invierte un núm ero cada vez mayor de p ar­ fador, se sum an las cuotas y los pagos por ser­
lam entarios se recuperan robando al Estado en vicios de grandes em presas y em presarios que,
el ejercicio del cargo (36). de esta m anera, sostienen un peso perm anente
sobre las decisiones que se tom an en el Estado.
N aturalm ente, la financiación de las cam pañas Aquí, el clientelismo de la financiación de cam ­
continúa apoyada en el recurso tradicional de pañas tam bién incluye a los candidatos a la
Presidencia de la República y, desde 1988, a
las alcaldías. Su imbricación con la profesión
34. En “ Las cam pañas políticas. Cómo invertir en el peor d e los
de político y, por tanto, con los cuerpos colegia­
negocios” , El Espectador, 10 d e septiem bre de 1986, pp. 1 dos es bastante conocida, excepto en pocos
y 10-A, se dan cifras de las cam pañas p ara las elecciones de casos de municipios donde las candidaturas
1986, con b ase en los libros entregados al Consejo Nacional
Electoral. Allí se señala que sólo 19 congresistas hicieron
cívicas se enfrentan al bipartidism o.
públicas sus cuentas, m ien tras 294 “ ocultan la identidad de
quienes financiaron su cam p añ a” . Concluyen q u e “ invertir Am erita mención particular la fuente de finan-
es el peor negocio” porque las d ietas o el salario nunca com­ ciamiento proveniente de los llamados dineros
pensarán en m ínim a parte el millonario gasto, salvo que sea
otro el in terés. E n Sergio O cam po, ‘‘¿C uánto vale u n a cam ­
sucios o calientes, es decir, de las actividades
paña electoral?, Una danza de cifras con 9 cero s” , El T iem ­ ilícitas, entre las que se destaca el narcotráfico.
po, 10 de abril de 1989, p. 7-A, se dan cifras sobre costos de N aturalm ente que ésta tam bién debe ser consi­
las cam pañas p ara los diferentes cargos sujetos a elección
popular. Se aseg u ra que p ara 1990 las cam pañas ten d rán
derada como una inversión económica, no sola­
los siguientes costos: presidente 1.000 m illones de pesos, m ente por parte del respectivo “ padre de la
senador 30 m illones, rep resen tan te 15 m illones, diputado p a tria ” , sino tam bién por su acucioso m ece­
12 millones y alcalde popular 400 m illones en ciudades
como Bogotá, M edellín y Cali. nas. Para éste, la representación política del
35. E ntrevistas con senadores y rep resen tan tes d u ran te 1988. inversionista en el sistem a formal constituye
36. Las denuncias m ás claras se han hecho en los llam ados suficiente inversión. Obviamente, esa repre­
“ robos a los d ep artam en to s” . Uno de los m ás sonados fue
el caso d e C aldas que puede verse en Sem ana, No. 33-34, sentación no puede ser abierta ni directa. Tie­
Bogotá, 22 de diciem bre de 1982 a 5 d e enero de 1983, ne que ser soterrada y con subterfugios para
p. 22. R ecientem ente se denunció el caso de Sucre, como se que pueda disminuir, sin riesgos para el políti­
puede ver en “ G obernador encargado de Sucre denuncia
graves irreg u larid ad es” , El Espectador, febrero 20 de
co, las trabas y la represión que dificultan el
1989, p. 5-A, y C risto G arcía Tapia, “ Sucre: el reto d é la ejercicio de la actividad em presarial del narco­
corruptela” , El E spectador, marzo 16 de 1989, p. 4-A. tráfico. Este ocultamiento de los nexos de la
E L S IS T E M A PO LITIC O D E L C L IE N T E L ISM O . F . L E A L 23

política partidista con el narcotráfico se produ­ d e s tin ó le los auxilios es fraccionado y diversi­
jo sólo desde hace un lustro, ya que la repre­ ficado al máximo, supuestam ente beneficia a
sentación política directa y personal pudo ope­ entidades reales y ficticias, y tiene mayor efec­
rar por unos años, luego de que se consolidara to en las innum erables zonas donde el atraso
este m agno problem a social, hasta cuando los expresa la ausencia del Estado institucional. El
crím enes del narcotráfico alcanzaron a perso­ beneficio fraccionado, insuficiente y antitécni­
najes destacados del Estado y de la em presa co a todas luces, se lo identifica con el nombre
privada. Difícilmente puede pensarse que el del político benefactor. El control del flujo de
mutismo y la inoperancia del Congreso, con dineros lo hacen en últim a instancia los congre­
relación al narcotráfico y sus delitos, no esté sistas. Su monto, porcentualm ente pequeño,
ligada con afinidades de sus miem bros con las es en muchos casos altam ente significativo, si
actividades económicas y políticas de las m a­ se m ira su libre destinación y manejo personal
fias. con utilidad privada, bien sea directa o indirec­
tam ente (39).
El segundo de los procesos mencionados para
la consecución de recursos se refiere a aquellos Pero los recursos que se m anejan a lo largo del
destinados a la inversión en las regiones, como ejercicio parlam entario, con el fin de m antener
alimento para la fidelidad electoral. En este el fervor electoral en las regiones, no se limitan
campo, los m ás famosos son los denominados a los auxilios parlam entarios. Esos son los ins­
auxilios parlam entarios. Se tra ta de una parti­ titucionalizados. Por tanto, cualquier otro tipo
da del presupuesto nacional, que se ha tasado de recurso estatal, que pretenda usarse para
en cerca del uno por ciento de su monto (37). tal fin, depende de la iniciativa y de la capaci­
E sta asignación tiene su equivalente paralelo dad del político para lograrlo. Es la aplicación
en los presupuestos de las asam bleas departa­ profesional de la “ imaginación política’’, en
m entales y de muchos concejos municipales. una actividad que define grandem ente en ésta
La destinación de tales rubros es de discreción su razón de ser. La enredada telaraña del orga­
de los políticos, con el fin de proporcionar nigram a institucional del Estado y de sus flujos
“ auxilios de fomento a sus regiones’’. En el burocráticos paradójicam ente facilita la tarea
Congreso, la partida se sitúa en las comisiones en lugar de complicarla. Precisam ente, en el
de presupuesto de Senado y Cám ara, las cuales enredo de los trám ites es posible confundirse
se encargan de hacer la distribución entre los p ara ocultar los m anejos arbitrarios de recur­
congresistas para que éstos dispongan su des­ sos hum anos, económicos o de otra índole.
tino. La distribución es en buena m edida capri­
chosa, y depende de los acuerdos con los dig­ En el plano de la burocracia, no obstante cierta
natarios de tales comisiones y del núm ero de saturación en la nómina estatal y el abultado
congresistas de cada departam ento (38). El déficit fiscal, continúa el manejo clientelista
ajeno a cualquier otra racionalidad. En el m is­
mo Congreso y en las dem ás instancias de los
37. E n 1970 el m onto de los auxilios fue de 183 m illones de p e ­
sos, en un presupuesto de g asto s del nivel nacional, sector cuerpos colegiados, se m anejan perm anente-
central, d e m ás de 18 mil millones de pesos. En 1980 los
auxilios sobrepasaron los 1.300 millones d e pesos, en un
presu puesto de g astos de 200 mil m illones d e pesos. En re p a rtir en tre (...) las m esas directivas de C ám ara y Sena­
1985 los auxilios superaron los 4.700 m illones, en u n p re su ­ do, y lo que su s señorías ten g an a b ie n ” , M aría T eresa
puesto de gastos de casi 700 mil millones de pesos (cifras en H errán, “ O currencias, algunos m ercachifles del C ongre­
pesos corrientes). Ver Informe Financiero, Contraloria so ” , £3 Espectador, octubre 11 de 1985, p. 2-A. T am bién en
G eneral d e la R epública, y Leyes de Presupuesto, Sector “ O currencias, lo de m enos: El p resu p u esto ” , El E sp ecta­
Central, M inisterio de H acienda (años respectivos). dor, octubre 16 de 1985, p . 2-A.
38. "L os todopoderosos presid en tes de las Com isiones C uartas 39. Algunos ejem plos sobre utilización de los auxilios pueden
se dan el gusto d e rep artir el p astel pero no eq uitativam en­ verse en “ Auxilios parlam entarios: politiquería y clientelis-
te (...) sino de acuerdo con curiosas reglas del juego. (...) m o” , V anguardia Liberal, noviem bre 8 d e 1980, p . 3; N ue­
A lgunas se derivan del sistem a m ism o y otras de m alas cos­ va Frontera, No. 320, febrero 23 de 1981; “ Auxilios y clien-
tu m b re s” . Por ellas, ‘‘ciertos parlam entarios prefieren telism o” , El Espectador, octubre 22 de 1985, p. 3-A; “ El
seguir haciéndose elegir por departam entos poco pobla­ auxilióm etro, $150 millones a centros de estu d io s” y “ El
d o s” , lo que increm enta el monto de auxilios que les co rres­ auxilióm etro (2), ¿qué hacer para captar fondos públicos?” ,
ponde pues es m enor el núm ero de parlam entarios. A los de El Espectador, mayo 20 de 1986, pp. 1 y 12-A y mayo 23 de
las Comisiones C uartas les corresponde “ cinco millones 1986, p . 10-A; “ Auxilio de $20 millones se esfum a en poder
m á s” y “ quedan doscientos ochenta y ocho m illones d e los de fundación fan tasm a ” , El Espectador, marzo 11 de 1988,
cuales disponen los (...) presidentes de las com isiones p ara p. 10-A.
24 A N A L IS IS PO LITIC O No. 8 ■ S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E D E 1989

m ente nom bram ientos de planta y supernum e­ final está acom pañada, con frecuencia, de un
rarios, muchos con carácter tem poral y bastan ­ interés económico por las comisiones y los so­
tes que ni siquiera necesitan hacer acto de p re­ bornos que se presentan a todo lo largo de la
sencia (40). Por otra parte, las influencias de jerarquía adm inistrativa del Estado.
los políticos en los nom bram ientos de los em ­
pleados del Ejecutivo, en todos sus niveles, son Para concluir se m enciona la difundida práctica
conocidas por aquellos que han ocupado algún clientelista de manipulación del voto. Las elec­
puesto directivo en cualquier gobierno. Así ciones han adquirido todo un carácter m ercan­
mismo, la creación de cargos adicionales en las til. Lo m ás destacado es la com praventa de
burocracias regionales, con recursos prove­ votos en varias regiones, particularm ente en la
nientes de variadas fuentes oficiales, es prácti­ Costa Atlántica (42). Sus métodos van desde el
ca perm anente en los establecim ientos públi­ pago individual para que un elector consigne
cos (41). Toda esta inserción y reinserción un voto por alguien cuya identidad política no
hum ana se lleva a cabo dentro de una guerra importa, hasta la recolección de cédulas por
sorda y perm anente por la distribución de cuo­ parte de lugartenientes de los caciques políti­
tas en el microcosmos de las facciones biparti­ cos para conducir a los votantes a m anera de
distas. De esta guerra no se han salvado si­ rebaños (43). La com pra de votos en dinero exi­
quiera los cargos claram ente técnicos y su­ ge ingentes sum as para que sea significativo el
puestam ente despolitizados, tanto en los nive­ núm ero de sufragios. Con mayor difusión aún,
les medios como en los más encum brados del en áreas menos urbanizadas se practica la com­
Estado. E sta situación ha puesto al descubierto pra de votos en especie. Su costo es menor,
m uchas veces la contradicción entre la raciona­ aunque de ninguna m anera despreciable. Es el
lidad del clientelismo y aquella que exige, al convite para num erosos grupos, una vez que
menos idealm ente, la eficiencia del capitalis­ han sido “ orientados” en su votación. Con el
mo. transporte colectivo para su desplazam iento y
mayor seguridad de por quién van a votar, la
Quizás donde está m ás generalizado el manejo inversión económica local que se hace el día de
arbitrario de recursos económicos, con fines las elecciones es considerable. Allí confluye
clientelistas de beneficio privado, es en el tráfi­ una buena parte del costo de las cam pañas y la
co de influencias que define la inversión públi­ compra de conciencias ciudadanas, en el único
ca y, en m uchas ocasiones, el funcionamiento acto de participación política formal dentro del
del Estado. Las licitaciones públicas y la pre­ sistem a que tienen oportunidad de experim en­
sentación de entidades que sum inistran bienes ta r un gran núm ero de com unidades colombia­
y servicios al Estado tienen, con bastante fre­ nas cada dos o cuatro años.
cuencia, el toque clientelista. Con él se afecta
directam ente la eficacia del Estado, puesto que
no siem pre coincide la buena calidad de lo que V. VARIACIONES DEL REGIMEN FRENTE
debería conseguir el sector oficial, con el inte­ AL SISTEMA POLITICO
rés privado que mueve su selección. Además,
la motivación política y electoral de la selección El régim en político bipartidista ha tenido dos
variaciones significativas que pueden influir en

40. Al respecto, los escándalos y las denuncias son innum era­


bles. Véanse A ura Rosa Triana, ‘‘La b arriad a en la Cám ara. 42. Ejem plos sobre el particular en “ Colchones y m uebles por
Cómo se recom ienda una cuota b u rocrática” , El Especta­ votos en B arranquilla” , El Espectador, febrero de 1988,
dor, octubre 18 de 1986, p. 10-A; "120 corbatas adicionales p. 7-A; “ El engaño de los votos por tie rra ” , El Espectador,
en una sola comisión de la C ám ara” , El Espectador, no­ mayo 3 de 1987, p . 11-A; “ Procuraduría investigará m erca­
viem bre lo. de 1986, p. 10-A; y Aura Rosa T riana, “ D enun­ dos (de) electo res” , Vanguardia Liberal, febrero 17 de
cia contra em pleados de la Cám ara. Peculado y falsedad en 1988, p. 3.
caso de supernum erarios fan tasm as” , El Espectador, octu­ 43. A m edida que la m odernización de la R egistraduria h a
bre 23 de 1988, pp. 1 y 20-A. necesitado la inscripción de los potenciales electores, m u­
41. E ste problem a se ha convertido en fuente de inestabilidad chas de las prácticas clientelistas se han trasladado a e3ta
de los gobernadores, victim as de las pugnas regionales que acción. V éanse, ‘ ‘G igantesco trasteo de votos en la G uajira,
se expresan a través de los apetitos burocráticos. D urante Barranca: 17 mil inscritos en una población de 7 mil votan­
la adm inistración Barco han sido perm an en tes los cambios te s ” , El Tiempo, marzo 6 de 1988, p. 6-A; “ Si no votan los
en las gobernaciones por la imposibilidad de responder a b o tan ” , “ Y la Contraloría viajó a B ucaram anga” , El E spec­
las exigencias clientelistas de todas las facciones. tador, febrero 16 de 1988 y marzo 13 de 1988, p. 3, Bogotá,
EL S IS T E M A PO LITIC O D EL C L IE N T E L ISM O . F. L EA L 25

el sistem a clientelista. Se tra ta del denominado brían incorporado intereses políticos diferentes
“ esquem a gobierno-oposición” y de la elec­ de los clientelistas. Ello hubiera alterado la
ción popular de alcaldes como parte de las polí­ base actual dé reproducción de la clase política
ticas de descentralización. Dado que esas re­ y del mismo bipartidism o. Pero como no se lo­
formas se concretaron durante el actual gobier­ gró, es lógico deducir que el mismo sistem a
no del presidente Barco, es difícil apreciar sus encontró distintas m aneras de volver estéril el
efectos sobre el sistem a político. No obstante, propósito gobiernista.
se pueden adelantar algunas consideraciones
al respecto. La aparición del fenómeno param ilitar y sus
conexiones con el narcotráfico ha sido funcio­
Sin duda, el esquem a gobierno-oposición (44) nal para la reproducción del sistem a político
tuvo un objetivo muy im portante. Se trata de del clientelismo, tenga o no vinculaciones di­
crear incentivos institucionales de crítica frente rectas con el bipartidism o. E l apoyo que, even­
al gobierno, con el fin de canalizar los conflic­ tual o consistentem ente, hayan podido propor­
tos sociales y políticos dentro de las reglas de cionar algunos organismos arm ados del E s ta ­
juego establecidas por el régim en. El esquem a do a los grupos mal llamados de autodefensa,
supone que los partidos tradicionales poseen puede ser visto con sim patía por parte de polí­
suficiente fortaleza como para reconstituirse e ticos profesionales. N aturalm ente, la escalada
integrar bajo su comando todos los conflictos del param ilitarism o y del narcotráfico en sus
nacionales por medio de una oposición organi­ acciones criminales ha sacado a relucir las con­
zada. tradicciones del fenómeno (45). El repudio for­
mal y real de sus hechos por parte de la m alea­
El experim ento no ha producido una revitaliza- ble opinión pública le ha quitado piso a la legi­
ción del bipartidism o con la integración de las tim idad que acciones ilegales, funcionales al
fuerzas políticas m arginadas por el sistem a. La sistem a, ostentaban dentro del mismo. Inclusi­
única fuerza que se hubiera podido integrar es ve, indujo una providencia del Estado de dere­
la Unión Patriótica, resultante del proceso de cho que le resta legalidad al param ilitarism o,
paz del gobierno anterior. La UP ha sido recha­ al prohibir el porte de arm as de uso privativo
zada al ser diezm ada y agotada políticamente de las fuerzas estatales. Tal m edida pone con­
por expresiones crim inales, subproducto de la tra la pared a las instituciones represivas del
debilidad del Estado, que inducen mecanismos Estado que se supone deben ejercer y defender
informales e ilegales de defensa del sistem a. el monopolio de su función arm ada (46).
Por su paute, la eventual integración del Movi­
miento 19 de Abril, M-19, con el actual proceso El sistem a tam bién pudo encontrar la m anera
de paz, no tiene gran significación dentro de legal, dentro del mismo régim en, de neutrali­
las fuerzas guerrilleras y, sobre todo, no ten ­ zar las ingenuas pretensiones del presidente
dría nada que ver con el esquem a gobierno- Barco y sus asesores. El instrum ento ha sido el
oposición. En consecuencia, la situación de fra­ partido conservador; m ás específicam ente, el
caso que se vislum bra en la ampliación de la pastranism o. El expresidente Pastrana, de
cobertura política del régim en, tiene relación m anera egoísta y con corta visión política, ha
con una mayor afirmación del sistem a político absorbido los pocos y débiles recursos del es­
del clientelismo. Si se hubieran introducido quem a, para proyectar un “ Partido Social Con­
nuevas fuerzas en la arena política del régi­ servador” de oposición que no perm ite compa­
m en, posiblem ente se habría iniciado una des­ ñía alguna, a no ser con fines inm ediatos de
articulación del monopolio bipartidista del sis­ beneficio político. E sta “ oposición reflexiva” ,
tem a al propiciar un efecto de cambio. Se ha-
45. E n tre las m uchas y graves acciones de los param ilitares
hubo dos de particu lar im portancia: la m atanza de funcio­
y 10-A; "C ontraloría desm iente movilización d e em p lea­ narios judiciales en La Rochela y el atentado al general
dos", Vanguardia Liberal, febrero 17 de 1988, p p . 1 y 3-A. M aza M árquez, director del DAS, que evidenciaron la con­
44. En P atricia Pinzón de Lewin (compiladora), La oposición en tradicción de su s actividades al en trar en confrontación con
Colombia: A lgunas bases para su discusión, Bogotá, las instituciones del E stado, en contra del sistem a que d i­
FESCOL, CEI, 1986, hay una recopilación de m ateriales cen defender.
históricos 9obre el ejercicio de la oposición en Colombia y 46. Ver “ Los grupos de autodefensa están fuera de la ley ” , El
planteam ientos que alim entan el d e b a te . Espectador, mayo 26 de 1989, pp. 1 y 11-A.
26 A N A L IS IS PO LITIC O No. 8 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E DE 1989

como se la llama pom posam ente, opera indis­ primidos de la población, particularm ente en
crim inadam ente si el gobierno opina, decide o aquellas zonas donde la guerrilla o el inconfor­
actúa sin contar con la consulta, ia información mismo activo han prosperado debido a la
o el acuerdo previos con el expresidente. Por el ausencia del Estado. Con ello se busca la rem o­
contrario, todo es adecuado para la salud del ción de las causas objetivas de la subversión,
país, si los actos de gobierno transitan antes para su incorporación al juego político formal.
por el filtro de la solitaria oposición formal con E sta política se compagina con los amagos
que cuenta el sistem a (47). gubernam entales de reactivar la raquítica Re­
forma Agraria, aunque es bien conocida la
Ai lado de los dos tipos de defensa del sistem a dinámica provocada por la compra masiva de
señalados, la ilegal y la legal, ha seguido su tierras por parte del narcotráfico, que ha lleva­
curso paralelam ente la m ás efectiva y soterra­ do a una verdadera contrarreform a agraria. De
da de las defensas. Las diarias, sistem áticas y todas m aneras, en este tercer frente de apoyo
m últiples acciones que posibilitan la reproduc­ al sistem a no es fácil prever los resultados,
ción de los dos partidos de m anera mancom u­ aunque no parece que tenga efectos multiplica­
nada, no han sufrido alteraciones distintas a dores m ás allá de las com unidades que pueda
las tradicionales que se producen por la sórdi­ cobijar. Inclusive, el PNR es visto con descon­
da competencia con fines electorales. En reali­ fianza por parte de la clase política, ya que se
dad, allí nunca ha existido el esquem a gobier­ ha procurado que ella no sea interm ediaria.
no-oposición. La competencia por m antener los Por tanto, no ha sacado el provecho clientelista
favores de la adm inistración del Estado institu­ que quisiera de los recursos que considera
cional, como efecto del monopolio bipartidista deberían ser de su dominio. Ellos han sido
y de la paridad burocrática durante el Frente m anejados más por técnicos que por políti­
Nacional, ha coartado la posibilidad de oposi­ cos (48).
ción política institucionalizada. Así mismo,
cualquier intento de producción ideológica, con El segundo cambio que se produjo en el régi­
fines de diferenciación doctrinaria y program á­ men durante el gobierno del presidente Barco
tica entre partidos, ha sido desestim ulada, fue la aprobación de la reform a constitucional
pues es obsoleta para los fines del sistem a. En sobre elección popular de alcaldes. Esta en­
sum a, las tendencias del sistem a son hacia el m ienda tuvo su origen en el m andato anterior y
equilibrio de la distribución política con m iras a hace parte de la denom inada descentralización
conservarla, hacia el anquilosam iento ideológi­ del Estado. Contrariam ente a las tendencias
co y hacia la competencia por variar ventajosa­ neoliberales, en Colombia la descentralización
m ente la distribución de los recursos, pero sin aparece en buena m edida como una búsqueda
alterar el equilibrio del sistem a para que no de mayor presencia del Estado en los escena­
penetren nuevas fuerzas diferentes a las del rios del nivel local y regional del bipartidismo,
bipartidismo. tanto en forma directa como indirecta. En casi
la mayor parte de situaciones, la presencia
Debe m encionarse la intención del actual go­ clientelista del Estado en las localidades se ha
bierno de construir frentes sociales comple­ dado de m anera indirecta. La descentralización
m entarios de integración al sistem a, a partir de no solam ente proporciona m ayores recursos
fuerzas susceptibles de incorporación al régi­ para la acción directa del Estado en los munici­
m en. La política del Plan Nacional de Rehabili­ pios, por medio de la m eta, en el año 92, del
tación, PNR, hace inversiones en sectores de- cincuenta por ciento de la progresiva transfe­
rencia hacia*las regiones del im puesto del valor
agregado. Facilita, tam bién, que la acción indi-
47. D esde la posesión del presidente Virgilio Barco han ab u n ­
dado los casos que m uestran el carácter de la oposición re ­
flexiva. Los m ejores ejem plos se encuentran en los casos
del plebiscito y la reform a constitucional. En el prim ero, el 48. Algunos planteam ientos en este sentido se en cuentran en
expresidente P astrana aceptó la p ropuesta luego del A cuer­ “ Rompiéndole una vértebra al clientelism o” (entrevista
do de la Casa de Nariño, interpretado como un segundo con Rafael Pardo, consejero presidencial p ara la rehabilita­
Frente Nacional. Ver H ernando Valencia Villa, “ De las ción, la normalización y la reconciliación), El Espectador,
g u e rr a s ..." ; Semana, No. 303, Bogotá, 22-28 de febrero de abril 24 de 1988, pp. 1 y 10-A, y "A lzas y bajas del PNR” ,
1988; y Alfredo Vázquez Carrizosa, “ La Constitución de El Espectador, junio y julio de 1988 (serie en varias e n tre ­
1886 ha m u erto ’’, El Espectador, febrero 2 de 1988, p. 3-A. gas).
EL SIST E M A PO LITICO D E L C L IE N T E L ISM O . F. L EA L 27

recta, que ha operado hasta ahora con auxilios día constituirse en cabeza de facción con un
regionales y partidas sem ejantes, pueda tener tam año que dependía del tipo de municipio
un m ayor efecto m ultiplicador, en razón de la donde estuviese ubicada.
nueva capacidad económica de los gobiernos
m unicipales. Se podría argum entar que cierta­ No obstante, hubo casos en los que la elección
m ente hay mayores recursos pero tam bién más de alcaldes mostró autonomía con relación al
responsabilidades, m ás obligaciones. No obs­ viejo andam iaje ciientelista, adem ás de que las
tante, las mayores obligaciones pueden pro­ posibilidades de independencia política son
yectar una m ás amplia participación comunita­ m ayores en este tipo de elecciones que en las
ria con el aliciente del ejercicio de la autono­ de cuerpos colegiados. Muchos de los candida­
mía. Además, una de las razones del apoyo tos de movimientos cívicos de las localidades
parlam entario al proceso de descentralización fueron, en efecto, una reacción a fonnas clien-
fue su visión de relativa liberación que obtenía telistas desprestigiadas, aunque entre ellos no
el clientelismo local de parte del Ejecutivo cen­ pocos tenían el disfraz del viejo bipartidism o o
tral. Como se anotó anteriorm ente, aunque la la representación del narcotráfico y el paramili-
pérdida de apoyo partidista ha debilitado polí­ tarism o que pretende el control de ciertas re­
ticam ente al Ejecutivo, le ha perm itido operar giones de conflicto (50). La autonomía con res­
con mayor autonomía, terciando a favor de la pecto al clientelismo emergió generalm ente de
racionalidad capitalista en detrim ento de la la búsqueda de soluciones a problem as ele­
cüentelista. Eso ha alejado aún m ás a la clase m entales de las localidades, especialm ente los
política y a su institucionalidad del gobierno de los servicios públicos. En este campo, la
central (49). ausencia del Estado es percibida claram ente, y
i a ocupación de ese espacio por parte del clien­
El nom bram iento de alcaldes hacía parte de las telism o no ha logrado satisfacer las necesida­
prerrogativas del Ejecutivo para designar fun­ des populares, particularm ente en las peque­
cionarios con el criterio político de las cuotas ñas poblaciones. A parte de la insuficiencia de
burocráticas. Así mismo, los alcaldes buscaban recursos, es el problem a de su dispersión y
reproducir esas cuotas con los nom bram ientos fragm entación, como parte de la racionalidad
que de ellos dependen. Este mecanismo hacía del clientelismo, sobre todo en las zonas depri­
parte de la cadena ciientelista desde arriba, en midas. Esta situación ha significado un reto
la cual la influencia regional de los políticos se para el sistem a establecido, en uno de sus
expresaba directa o indirectam ente. Con el aspectos más vulnerables.
procedimiento actual, inaugurado en las elec­
Pero, ¿qué posibilidades de independencia tie­
ciones de “ m itaca” en 1988, el manejo cliente-
nen las elecciones para alcaldes con respecto a
lista sufrió un cambio cualitativo. En efecto, a
las prácticas clientelistas? En la elección popu­
los candidatos a las alcaldías, fueran políticos
lar de alcaldes las decisiones no vienen necesa­
profesionales o m eros aspirantes a ello, les
riam ente desde arriba. Las com unidades tie­
correspondió asum ir, en mayor o m enor grado, nen la opción de evaluar y decidir quién debe
el papel de los candidatos a cuerpos colegia­ ser su líder político formal. Sin em bargo, hay
dos. En otras palabras, tuvieron que adoptar ciertos factores que limitan la independencia
los métodos de éstos, correspondientes, grosso política de los alcaldes y la relación con sus
modo, a los de los concejales: ostentosos en las electores. Uno de ellos se refiere a la capacidad
grandes ciudades y parcos en el resto de m uni­
cipios. Por otra parte, la mayoría de aspirantes
y elegidos a ¡as alcaldías estaba vinculada a las 50 Sobre los resultados y prim eros efectos de la elección popu­
redes de clientelismo ya establecidas, o preten- lar de alcaldes se puede consultar Pilar Gaitán, “ Prim era
elección popular de alcaldes: expectativas y frustracio­
n e s '', en Análisis Político. N o 4, Bogotá, mayo a agosto de
1988. En agosto de este año salió a flote el in terés político
49. Un análisis del significado y los alcances de la d escen trali­ directo del narcotráfico con la creación del Movimiento de
zación, con planteam ientos algo diferentes a los aquí expre­ R estauración Nacional, M orena, en el M agdalena Medio.
sados. puede verse en Carlos Moreno, “ La reform a m unici­ Así mism o, con la desbocada terrorista de asesinatos, entre
pal: ¿descentralización o centralism o?” , en A nálisis Políti­ los que sobresale el del candidato presidencial Luis Carlos
co, No. 3, Bogotá, enero a abril de 1988. Tam bién en Pedro G alán Sarm iento V éanse, “ M orena se d e sta p a ’’, en Sem a­
M edellin (com pilador). La Reforma ilei E stado en Am érica na, No. 380, 15-21 de agosto de 1989, y “ La g u erra es to­
Latina, Bogotá, FESCOL (sin fecha). ral’’, en Sem ana, No. 381, 22-28 de agosto de 1989.
28 A N A L IS IS PO LITIC O No. 8 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E DE 1989

que tiene la desueta figura del gobernador de En la etapa en que se estableció el Frente Na­
vetar y destituir a los alcaldes en casos especia­ cional, la sociedad civil poseía mayor cuerpo.
les. Pero las contradicciones entre los alcaldes Se había diversificado y tenía m anifestaciones
y las jerarquías regionales y nacionales difícil­ adicionales al bipartidism o, como un débil sin­
m ente puede sobrepasar los límites de estabili­ dicalismo y unos gremios económicos, entre los
dad del orden público en las com unidades. Por que sobresalía el de los cafeteros (51). No obs­
otra parte, el período de dos años que tienen tante, el bipartidismo era la expresión por ex­
los alcaldes es muy corto para adelantar una celencia que perm eaba y buscaba m oldear a
gestión que perm ita ser sopesada consistente­ todas las dem ás. Más adelante, a pesar de que
m ente. Esta situación debilita la nueva institu­ los partidos se debilitaron significativam ente
ción y la hace m ás vulnerable a los manejos dentro de la sociedad civil, no perdieron su
clientelistas. inserción dentro del Estado. Pero en ella sí per­
dieron el sentido de globalidad, es decir, la
Otro factor lim itante es el económico. Aunque función de canalizadores ante el Estado de las
las disposiciones sobre descentralización am ­ expresiones políticas surgidas de la sociedad
pliaron progresivam ente el presupuesto prove­ civil. La disminución de cobertura social del
niente de la cesión fiscal de la nación a los bipartidism o y la limitación de sus objetivos
municipios, su monto y el tope fijado de ningu­ ante el Estado, condujeron a que m uchas ex­
na forma son suficientes para cubrir las necesi­ presiones políticas de la sociedad civil busca­
dades mínimas básicas de las poblaciones. Ello ran su propia proyección hacia el Estado. Es el
proyecta la posibilidad de que se recurra al caso de la tendencia de acción directa de los
clientelismo como forma de compensación de gremios de la producción económica hacia el
esa insuficiencia. Los recursos cedidos por la Estado. Ello le dio un toque corporativo a la
nación, junto con los provenientes de los im­ articulación entre éste y la sociedad civil (52).
puestos municipales que regulan los concejos,
pueden fácilmente caer dentro de un manejo Pero el problem a principal no radica en la dis­
clientelista, sobre todo teniendo en cuenta que minución de la cobertura social del bipartidis­
el sistem a ha estado integrado a la adm inistra­ mo, sino en los efectos que tuvo para el Estado
ción de los municipios por largo tiem po. De la configuración del sistem a político del clien­
todas formas, la elección popular de alcaldes es telismo. Todo sistem a político define, en forma
un reto que tienen las com unidades para su subordinada a las directrices del régim en, la
organización y relativa independencia políti­ m anera como se articula el Estado con la socie­
cas. R epresenta, al menos potencialm ente, una dad civil. En el caso colombiano, el sistem a
cuña para el sistem a político del clientelismo, clientelista moldeó esa articulación de m anera
máxime si se mira la rigidez e inamovilidad tal que el Estado, no obstante su considerable
que ha ostentado desde su cimentación como crecimiento institucional, no alcanzó la fortale­
subproducto del cambio de régim en del Frente za que exigía la nueva organización social. En
Nacional. otras palabras, la capacidad de acción del E sta­
do no adquirió la potencialidad estructural para
proyectarse hacia el tipo de sociedad que iba
moldeando el desarrollo capitalista. Por eso,
VI. DIMENSION POLITICA DEL SISTEMA
tampoco pudo hacer sentir su presencia en
muchos sectores y grupos sociales, nuevos y
El bipartidismo fue por largo tiempo práctica­
m ente la única organización social con que se
identificó la sociedad civil que em ergía. Al m is­ 51. Sobre el papel de los gremios en la política se puede consul­
mo tiem po, como ya se señaló, fue el factor que tar Alvaro Echeverri, Elites y proceso político en Colombia
le brindó contenido a las expresiones políticas 1950-1978, Bogotá, Fondo de Publicaciones FUAC, 1986.
52. El proceso tuvo un claro comienzo durante el gobierno del
de un Estado en formación. Ainto con la Igle­ presidente Carlos Lleras Restrepo, con una política econó­
sia, el bipartidismo definió siem pre la capaci­ mica sectorizada. A partir de ahí. la manifestación política
dad política del Estado en una sociedad agraria directa de los gremios ha sido más notoria. Se incluye den­
atrasada y segm entada. Era el principal refe­ tro del rubro de las llamadas políticas de concertación. Al
respecto puede verse Gustavo Gallón, "Concertación sim­
rente tanto del Estado como de la sociedad ci­ ple, concertación ampliada", en Controversia, No. 105,
vil. Bogotá, CINEP, 1982.
EL S IS T E M A PO LITICO D EL C L IE N T E L ISM O . F. L EA L 29

viejos, em ergentes y en descomposición, que El encadenam iento de esta legitimación es


prácticam ente no han tenido la ocasión de pal­ absoluto. Dentro del bipartidism o se elige di­
par la acción estatal, a no ser de m anera fortui­ rectam ente al presidente de la República y a
ta, impositiva o represiva. Son las limitaciones los m iem bros del Congreso Nacional, de las
que ostenta la cultura clientelista de un siste­ asam bleas departam entales y de los concejos
m a político m ercantil. Ella contrasta con una municipales y, recientem ente, a los alcaldes.
cultura democrática, en la que el Estado alcan­ De ahí en adelante, el presidente de la Repú­
za una proyección allende las fronteras del al­ blica, y la ram a ejecutiva que se deriva de él,
cance físico de sus instituciones, gracias a la designa sucesivam ente todos los funcionarios,
legitim idad que inspira un régim en abierto y al nom brar a las cabezas de los cargos políticos
pluralista. que son los menos estables, y al ratificar o
ajustar nom bram ientos en el resto de la adm i­
El nuevo sistem a no se ocupó de abrir las posi­ nistración pública que constituye la mayoría de
bilidades de organización en la sociedad civil, la gran m asa burocrática actual. El resto de­
como respuesta adecuada a la amplia gam a de penden directa o indirectam ente de la ram a
expectativas políticas que se engendró una vez legislativa y, en m enor grado, de la judicial.
culm inadas las dictaduras civil y m ilitar y avan­ Todo este proceso político postelectoral de
zando el proceso de transform aciones en la so­ cada cuatro años, con ajustes interm edios lue­
ciedad. Al contrario, circunscribió monopólica- go de las elecciones de “ m itaca” donde se
m ente la mediación política con el Estado al renuevan asam bleas, concejos y desde 1988
bipartidism o. Por eso aprovechó la existencia alcaldías, se realiza de acuerdo con la distribu­
del viejo recurso del clientelismo para absor­ ción obtenida por las fuerzas electorales de las
berlo y multiplicarlo, particularm ente a partir facciones bipartidistas. Esta es, en realidad, la
del gran susto que experim entó el bipartidismo ley em pírica y pragm ática de la llam ada carre­
oficial con la Alianza Nacional Popular, ra adm inistrativa en Colombia.
ANAPO, en su sorpresivo triunfo electoral de
1970. Con la generalización del clientelismo El uso clientelista de los crecientes recursos
como articulador del sistem a, la mediación se estatales ha afectado las posibilidades de am ­
limitó a las dem andas sociales que fueran sus­ pliar la acción oficial por medio de su utiliza­
ceptibles de transform arse directam ente en ción m ás racional. En efecto, una mayor por­
votos. El sistem a tendió a apoyarse, entonces, ción del presupuesto tiende a engrosar los gas­
solam ente en su capacidad de integrar el m a­ tos estatales de funcionamiento en detrim ento
yor núm ero posible de beneficiarios directos de los de inversión, aun teniendo en cuenta el
que los respaldaran como individuos o como uso clientelista que tam bién se hace de estos
grupos vinculados al bipartidism o. Cualquier últimos. Además, la presión hacia el ensanche
tipo de intereses provenientes de la sociedad presupuestal inflacionario es constante, máxi­
civil, que no guardara relación directa con la me si no se tienen recursos para atender m últi­
reproducción de un capital electoral (53) era ples necesidades sociales y em ergencias. El
tram itado de m anera incidental. Dentro de esta desfase entre los presupuestos y su ejecución
lógica, la dinámica del sistem a pasó a depen­ es cada vez mayor, o se tiene que contrarres­
der, en principio, del crecimiento y utilización tar, como ha ocurrido durante los dos últimos
clientelista de los recursos del Estado. Su legi­ gobiernos, con un crecido endeudam iento ex­
tim idad quedó resguardada por un rígido pro­ terno. E sta solución de corto plazo va a rever­
cedim iento electoral inmerso, en últim a instan­ tir, en últim as, en el agravam iento del mismo
cia, en una formalidad jurídica con una tradi­ problem a fiscal que trata de enm endar, cuando
ción casi sin parangón dentro de las sociedades el servicio de la deuda aum ente considerable­
llamadas del Tercer Mundo (54). m ente en el presupuesto (55). En esta forma, al

53. Un indicador del carácter mercantil de la institución electo­


ral puede apreciaise en la orientación de los trabajos pre­ de batalla, una crítica del constitucionalismo colombiano,
sentados en el libro Mercado electoral, elección de alcal­ Bogotá, Universidad Nacional-CEREC, 1987.
des, publicado por el Programa de Estudios Políticos de la 55. Ei incremento de la deuda externa ha sido grande a partir
Universidad Javeriana, Bogotá, FEI, 1988. de 1980. José Antonio Ocampo y Eduardo Lora, Colombia y
54. La importancia de la formalidad jurídica colombiana puede la deuda externa. Bogotá, Tercer Mundo Editores-
apreciarse en el trabajo de Hernando Valencia Villa, Cartas Fedesarrollo, 1988, Cuadro 1, muestran cómo la deu-
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ya tradicional problem a del déficit fiscal en las competencia individualizada y apuntala el con­
sociedades capitalistas, en el cual el Estado ha trol político. No hay duda que es funcional para
asumido costos que corresponden a las clases las estructuras de dominación.
dom inantes para socializarlos, se sum an las
relaciones clientelistas como factor estim ulante Casi todas las formas de organización de las
de dicho déficit. Sin duda, el problem a fiscal ha clases subalternas en la sociedad civil, que no
incidido de m anera negativa en la capacidad hayan estado avaladas por el bipartidism o, ta r­
politica del Estado. Es una forma de debilita­ de o tem prano han fracasado en sus intentos de
m iento político. mediación ante el Estado. Disidencias liberales
y conservadoras, nuevos partidos y movimien­
No obstante, el sistem a político ha tratado de tos políticos, han desaparecido o perm anecido
com pensar la limitada presencia del Estado en el ostracismo. Las formas legales, como los
fuera del amplio radio de acción de la burocra­ sindicatos, han tenido triunfos coyunturales,
cia bipartidista. Ha prolongado el alcance físico aunque las m ás de las veces sus acciones han
de las instituciones estatales en la sopiedad ci­ sido declaradas ilegales (57). M ultitud de orga­
vil, a través de interm ediarios. El sistem a polí­ nizaciones esporádicas, como los paros cívicos
tico del clientelismo opera no solam ente de la y los movimientos sociales, han sido reprim i­
mano del Estado, con cargos en la burocracia y das por el Estado a instancias del sistem a.
obras de infraestructura, grandes y pequeñas, Existe la tendencia oficial a considerar subver­
sino que interviene, ante todo, con el auxilio de siva toda organización que reivindique intere­
m ediadores. Así, garantiza que se cumpla ses populares ante el Estado.
mejor el intercambio de beneficios propios de
la racionalidad del clientelismo. Esta m anera En contraste, por lo general, las organizacio­
de prolongar la presencia del Estado se orien­ nes de los sectores capitalistas de la sociedad
ta, básicam ente, hacia las áreas deprim idas de civil han logrado rom per el cerco del bipartidis­
la sociedad, o hacia aquellas donde por razones mo en su mediación ante el Estado. Es, como
especiales otras instituciones asum en funcio­ se mencionó, el sabor corporativista en la polí­
nes estatales. Este último caso es el de la Fede­ tica, disimulado por la presencia del bipartidis­
ración de Cafeteros, a través de sus Comités y mo en el Estado en todo lo que implique rem o­
obras en sus zonas de influencia. En el resto, el ción, reubicación o asignación de sus recursos,
de áreas mayor o m enorm ente deprim idas, que es lo m ás ruidoso y persistente. El acceso
cumplen la intermediación las juntas de acción político más o menos directo de las organiza­
comunal que estim ula el Estado para el trabajo ciones dom inantes, generalm ente los gremios
comunitario, con aportes generalm ente exi­ de la producción y la comercialización, se ve
guos de capital. Con frecuencia, la acción facilitado por la racionalidad capitalista con
comunal tiene la interm ediación del bipartidis- que tiende a operar el Estado. Sin em bargo,
mo en cabeza de una de sus m últiples faccio­ todo el peso de esta racionalidad lo ha tenido
nes. E stas, como interm ediarios, han ideado que asum ir el Ejecutivo, a espaldas del Con­
un sinnúmero de formas de acción clientelista greso, y m uchas veces en contravía de su m is­
que prolongan indirectam ente la presencia del m a burocracia adscrita a la racionalidad del
Estado y legitiman el sistem a en sectores no clientelismo, pocas veces coincidente en su ló­
capitalistas de la sociedad civil (56). Aunque gica con la del capitalismo. Por eso, los proble­
discutible, el clientelismo es aquí funcional mas sociales, económicos y políticos de enver­
para un limitado progreso. Que fomente el gadura han caído en m anos de los “ técnicos”
cambio social es cuestionable. Estim ula la con que se escudan los gobiernos en su condi­
ción de representantes de una doble racionali­
dad. Los técnicos, que no burócratas, son aje­
da era de 4.417 millones de dólares en 1978, 6.809 en 1980, nos generalm ente a experiencias previas en
10.271 en 1982, 14.080 en 1985, 15.021 en 1986 y 15.685 en
1987. Este incremento de casi cuatro veces da una idea del
carácter irreversible que ha adquirido.
56. Algunos planteamientos sobre la racionalidad clientelista 57. Un análisis de los logros y fracasos de las alternativas políti­
en la utilización de los recursos fiscales se exponen en mi cas, fuera del bipartidism o, se puede consultar en Gustavo
artículo “ Clase política y desarrollo regional” , en Econo­ Gallón (compilador), Entre movimientos y caudillos, 50
mía Colombiana, No. 154, Bogotá, octubre de 1985, pp. 99- años de hipartidif.mo, izquierda y alternativas populares en
100 . Colombia, Bogotá, CINEP-CEREC, 1989.
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política (aunque su papel en e! Estado ha sido les del bipartidism o fue el caldo de cultivo para
una vía de ingreso a ella por lo alto), y tienen la exacerbación de las fuerzas que se sentían
que transigir y acomodarse a los intereses y a segregadas. En una sociedad con una veloci­
la lógica de la ‘ ‘política profesional ’’. dad de transform ación estructural sin compa­
ración en América Latina, estas condiciones
No cabe duda que el sistem a político del clien- revirtieron en una nueva violencia. La debili­
telism o, a pesar de sus lastres y de las contra­ dad del Estado se m anifestó en la militariza­
dicciones con la lógica de la eficiencia capitalis­ ción de la política, bajo la égida de las institu­
ta, ha sido altam ente funcional para los secto­ ciones arm adas del Estado, que operaron como
res dom inantes de la sociedad civil. Ha perm i­ ruedas sueltas por la despreocupación guber­
tido una prolongada estabilidad institucional y nam ental derivada de las prioridades fijadas
una alta integración de la población dentro del por el sistem a.
Estado, como medios de amortiguación de con­
flictos. Adicional a la legitimidad que ostenta En estas circunstancias, el Estado ha demos­
en el amplio radio de acción de la burocracia trado su incapacidad en la política represiva y
bipartidista y en los grupos populares que pue­ ha dejado ver su debilidad de una m anera difí­
da satisfacer, el sistem a fundam enta tam bién cilm ente reversible. También las guerrillas han
su legitim idad en los sectores privilegiados de tratado infructuosam ente de construir alterna­
la sociedad, que se extienden hasta vastos es­ tivas frente al Estado (58). Estos fracasos polí­
tratos de las clases m edias. La estabilidad eco­ ticos, guerrillero y del Estado, han llevado a
nómica colombiana, y no sólo la institucional, crear sustitutos en la sociedad civil a la incapa­
ha sido factor de prim er orden en la cobertura cidad correctiva y represiva del Estado. El ca­
de su legitimidad. Todo ello rubricado, claro rácter delincuencial de la acción punitiva priva­
está, por el mantón de la formalidad juridicis- da, que pretende ejercer justicia y represión,
ta. hace que se alteren negativam ente la labor
jurisdiccional del Estado y el monopolio que
Sin em bargo, la profundización de la crisis n a­ éste debe ejercer sobre la violencia. La supues­
cional ha sacado a relucir los grandes lastres ta justicia privada de los grupos param ilitares y
del sistem a y del régim en político que lo sus­ de narcotraficantes refuerza la inoperancia de
tenta. En prim er lugar, el costo económico de la justicia oficial, dados los mecanismos de
la estabilidad del sistem a es muy alto. La racio­ defensa y la capacidad económica que tales
nalidad clientelista es cada vez m ás onerosa y actividades delictivas exhiben (59). El origen
no garantiza que las relaciones de poder que se anticom unista y antiguerrillera de los grupos
encuentran por fuera del sistem a puedan ser param ilitares, la vinculación que a ellos ha te ­
neutralizadas en sus efectos desestabilizado­ nido el narcotráfico y la debilidad estatal los
res. En la política de ajustes al funcionamiento colocó en una posición de complacencia por
económico, la fortaleza de! Estado es insufi­
ciente por cuanto no proporciona al gobierno
las herram ientas de consenso necesarias para
corregir las bruscas desviaciones del capitalis­ 58. Sobre la historia y el significado de la lucha guerrillera se
mo salvaje. En momentos en que la estabilidad pueden ver William Ramírez Tobón, “ Violencia y democra­
cia en Colombia ” , en Análisis Político, No. 4, Bogotá, mayo
económica comienza a flaquear, salen a flote a agosto de 1988, y “ La liebre mecánica y el galgo corre­
las profundas deficiencias del aparato produc­ dor” , en Análisis Político, No. 7, Bogotá, mayo a agosto de
tivo poco competitivo, acostum brado a generar 1989; también Ana M. Bejarano, “ El proceso de paz duran­
te la administración Betancur (1982-1986): resultados de
altos beneficios por las ventajas del privilegio y un esfuerzopara ampliar el espacio de participación politica
la perm isibilidad corruptora del clientelismo en en Colombia” , Departamento de Ciencia Política, Universi­
las decisiones oficiales. dad de los Andes, Tesis para optar al título de politòlogo,
Bogotá, 1987, pp. 34 y ss., y Socorro Ramírez y Luis Alberto
Restrepo, Actores en conflicto por la paz, Bogotá, Siglo
En segundo lugar, el cerram iento del sistem a XXI-CINEP, 1989.
contribuyó decisivam ente a fom entar las m ani­ 59. Ejemplo de lo anterior puede verse en "El ‘Dossier’ Para-
festaciones de poder que se enfrentaban al militar", en Semana, No. 362, Bogotá, 11-17 de abril de
1989, y “ La oveja negra” , en Semana, No. 365, Bogotá, 2-8
Estado. La criminalización oficial a las oposi­ de mayo de 1989. En las páginas 36 y 37 de esta última se
ciones facilitó su radicalización. La tradición de enfatiza lo referente a las conexiones entre miembros del
violencia im plantada por las jefaturas natu ra­ ejército, paramilitares y narcotraficantes.
32 A N A L IS IS PO LITICO No. 8 - S E P T IE M B R E A D IC IE M B R E DE 1989

parte de algunos organism os oficiales encarga­


dos de la represión (60).

Por último, en el plano en que m ás se notó la


debilidad del Estado, ya que engloba a todos
los dem ás, es en el ejercicio de su función de
mediación y articulación de las relaciones de
poder que se presentan en la sociedad. Con su
régim en cuestionado, y un sistem a clientelista
que se ocupa solam ente de m antener viva la
capacidad de reproducción de un bipartidism o
que disminuye la credibilidad en las reglas for­
males del juego político, el Estado es incapaz
de orientar las m anifestaciones de poder en la
sociedad. De esta m anera, cualquier gobierno,
con cualquier propuesta, se topa con la reali­
dad de su fraccionamiento político. Y si a ello
se sum a el hecho de la dependencia que tienen
los gobiernos de parte del sistem a, sus proyec­
tos generalm ente están viciados por las propias
limitaciones que le proporciona esa dependen­
cia. En esta forma, el sistem a político del clien-
telismo es un lastre adicional que tiene la so­
ciedad colombiana a las vicisitudes propias de
su condición capitalista subdesarrollada y de­
pendiente.

En sum a, el sistem a político del clientelismo


permitió la consolidación y reproducción del
capitalismo, pero incubó su propia racionalidad
con costos económicos crecientes que contras­
tan con los beneficios políticos en descenso.
Igualm ente, rescató la formalidad democrática
del viejo régim en, pero no trascendió la m era
legitimidad de la representación electoral. Así
mismo, obtuvo su estabilidad, pero no la exten­
dió al conjunto de la sociedad. Finalm ente,
alentó el fortalecimiento del Estado, pero lo
castró al usarlo como compensación al debilita­
miento del bipartidism o. El clientelismo ali­
m entó al sistem a, desprestigió al régim en y
debilitó al Estado.

60. A raíz de los magnos asesinatos de agosto, el gobierno


impulsó una ofensiva contra el narcoterrorismo. La res­
puesta no ha sido proporcional a sus fuerzas por parte de
las instituciones armadas del Estado.

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