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Rolando Astarita Sobre consignas en los primeros congresos de la IC

Sobre consignas en los primeros congresos de la IC


En mi respuesta a la crítica del PTS sobre el programa de transición (aquí) sostuve que la
Internacional Comunista, orientada por Lenin, no adoptó la política de la agitación
transicional que luego recomendaría Trotsky. Recordemos que en 1938 Trotsky recomendó a
sus partidarios agitar una o dos demandas transicionales (presentadas como recetas-solución a
los males de los trabajadores), en situación de dominio más o menos normal de la burguesía,
y sin explicitar sus condiciones de aplicabilidad. Mis críticos dicen que esta táctica ya estaba
sugerida en los debates y resoluciones de los primeros cuatro congresos de la IC. En esta
entrada demuestro que esta afirmación es insostenible.

Primer Congreso de la IC

El Congreso fundacional de la IC se realizó en 1919 y estuvo atravesado por un marcado


optimismo revolucionario. En noviembre de 1918 había triunfado la revolución democrática
en Alemania, hecho que Lenin asimiló al “febrero ruso” de 1917, esto es, el prólogo
inmediato de la revolución socialista. En otros países europeos había crisis, inestabilidad
política e intensa agitación revolucionaria. Los bolcheviques estaban convencidos de que para
el triunfo de la revolución obrera eran necesarios fuertes partidos comunistas, pero pensaban
que bajo la influencia de la IC, y dada la intensificación de la lucha de clases, esa condición
sería satisfecha. En el cierre del Primer Congreso de la IC Lenin decía: “La victoria de la
revolución proletaria está asegurada en el mundo entero; la constitución de la república
soviética internacional está en marcha”. En consonancia con este diagnóstico, las
resoluciones del Congreso trataron de la conquista del poder por la clase obrera; la dictadura
proletaria basada en los consejos (soviets); la expropiación de la burguesía; y la socialización
de los medios de producción. O sea, giraron en torno al “programa máximo”.

Segundo Congreso

Un año y medio más tarde se realizó el Segundo Congreso. La ofensiva revolucionaria había
sido detenida en Alemania–asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht- y la república
húngara de los soviets había sido aplastada. En otros países la burguesía demostraba mayor
capacidad de resistencia que la prevista por Lenin. Sin embargo, la situación todavía era muy
inestable. Además, el Ejército Rojo estaba a las puertas de Varsovia, y Lenin y la mayoría de
la dirección de la IC (pero no Trotsky) abrigaban la esperanza de que la intervención
soviética desatara la revolución en Polonia.

En consecuencia la IC caracterizó que se mantenía la ofensiva revolucionaria. Desde el punto


de vista de la táctica, la resolución más importante posiblemente fue la referida a los
sindicatos y comités de fábrica. En ella el Segundo Congreso planteó que las masas afluían a
los sindicatos; que el movimiento huelguístico “adquiere cada vez más el carácter de un
conflicto revolucionario entre la burguesía y el proletariado”, y que la burocracia sindical
“procura imponer a los obreros la política de las Comunas obreras, de los Consejos unidos de
la Industria y trabar la expansión del movimiento huelguístico”. Dada la crisis, todo
movimiento huelguístico “puede poner la cuestión de la revolución delante de los obreros”.
El ascenso de las masas desarrollaba “la creación de organizaciones capaces de entablar la
lucha por el renacimiento económico mediante el control obrero sobre la industria ejercido
por medio de Consejos de Producción”. “La tendencia a crear consejos industriales obreros
está ganando a los obreros de todos los países”. Los Comités de fábrica apuntan a ser “la

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verdadera organización de masas del proletariado”; y muy pronto se verían en la necesidad de


establecer el control obrero “sobre las grandes ramas de la industria y aun sobre su totalidad”.

Se trataba entonces de profundizar, mediante los comités de fábrica, la ofensiva


revolucionaria. En ella los comunistas tenían el deber de “hacer resaltar ante los obreros, en
todas las fases de la lucha económica, que esa lucha no será coronada por la victoria sino en
la medida en que la clase obrera haya vencido a la burguesía… y que establecida su
dictadura, se encargue de la organización socialista de su país”. O sea, la IC lanza la consigna
del control obrero, explicando la condición de la victoria de esa demanda, la toma del poder
por la clase obrera. El antecedente más inmediato era la experiencia rusa posterior a febrero
de 1917, cuando en muchas fábricas los obreros establecieron el control sobre la producción.

Tercer Congreso

El Tercer Congreso, realizado en 1921, se desarrolla en un marco distinto a los precedentes.


El Ejército Rojo había sido derrotado en Polonia. En Alemania el PC –con apoyo de la
dirección de la IC, pero la oposición de Trotsky- había intentado un golpe revolucionario, que
terminó en un desastre; decepcionados, miles de obreros dieron su espalda a los comunistas, y
el Partido sufrió una fuerte represión. Además, en Rusia la crisis era tan grande,
especialmente en el campo, que se impuso la necesidad de retroceder del comunismo de
guerra (viraje a la Nueva Política Económica).

La IC reorienta su táctica para adecuarla a las nuevas condiciones. El Tercer Congreso por lo
tanto determina que la tarea es “ganar la influencia en la mayoría de la clase obrera e
involucrar a los obreros más activos en la lucha” (resolución “Las tareas más importantes del
día”). Admite que la mayoría de la clase obrera estaba fuera de la influencia de los
comunistas, de manera que la tarea revolucionaria pasaba por participar en las luchas
cotidianas de las masas, además de realizar propaganda y agitación. Si bien en los dos años
anteriores se había logrado separar sectores de los obreros de la influencia reformista y
burguesa, la ofensiva revolucionaria había sido frenada por la burguesía.

A pesar de la importancia que había tenido en el Segundo Congreso la consigna de los


comités de fábrica, en las resoluciones del Tercero no aparece un balance de cuánto habían
avanzado, ni en qué medida habían establecido el control sobre la producción. De todas
formas, el Tercer Congreso sostuvo que los comités de fábrica debían surgir como resultado
de luchas arrancadas en torno a las necesidades elementales. Más precisamente, “los
comités de fábrica podrán cumplir sus tareas solo si se establecen en el curso de la lucha por
la defensa de los intereses económicos de las amplias masas trabajadoras y si tienen éxito en
unir todas las secciones revolucionarias del proletariado…”. En consecuencia, la IC vuelve a
poner énfasis en el programa mínimo. “Los comunistas pueden mostrar a las masas atrasadas
y vacilantes el camino a la revolución, y mostrar cómo los otros partidos están contra la clase
obrera, avanzando un programa militante que urja al proletariado a luchar por sus
necesidades básicas”. La agitación, propaganda y trabajo político de los PC “deben empezar
por entender que no es posible la mejora a largo plazo de la clase obrera bajo el capitalismo y
que solo el derribo de la burguesía y la destrucción de los Estados capitalistas harán posible
la transformación de las condiciones de vida de la clase obrera y la reconstrucción de la
economía arruinada por el capitalismo” (énfasis agregado).

Se explicitan, por lo tanto, las condiciones sociales y políticas para el triunfo de esas
demandas. Por eso también el Congreso afirma que la consigna, avanzada por los partidos
centristas, de la socialización o nacionalización de las ramas más importantes de la industria

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“es un engaño, ya que no está vinculada a una demanda de victoria sobre la burguesía”.
Señala que “algunos centristas piensan que su programa de nacionalizaciones… está en línea
con la idea de Lassalle de concentrar todas las energías del proletariado en una única
demanda, usándola como palanca de la acción revolucionaria que entonces se desarrolla en
lucha por el poder”. En oposición a ese tipo de agitación, la IC afirmaba que “la acción
revolucionaria debe organizarse en torno a todas las demandas levantadas por las masas, y
estas acciones separadas gradualmente se fundirán en un movimiento poderoso por la
revolución social”. Se llama a los partidos Comunistas a ponerse al frente de la lucha de los
desempleados. Además, debían crear organizaciones militares proletarias y grupos obreros de
autodefensa para oponerse a los fascistas o bandas de rompehuelgas.

Señalo que Trotsky no presentó nada alternativo a estas decisiones de táctica política; en
particular, no cuestionó la crítica de la IC a la táctica lassalleana de concentrar las energías en
una única demanda (en 1938 recomendará esa política).

Cuarto Congreso

El Cuarto Congreso, en 1922, profundiza la orientación del Tercero. La consigna de este


último, “hacia las masas”, se concreta ahora en el llamado al frente único.

Se caracteriza (“Tesis del Frente Único”) que la crisis económica del capitalismo sigue
profundizándose, y que existe una fuerte ofensiva contra la clase obrera. Frente a esto, los
obreros –incluidos los obreros socialdemócratas- empujan a la unidad. De manera que los
partidos Comunistas debían luchar por la unidad de las masas en “la actividad práctica”. La
condición para esa unidad era la libertad de crítica a la socialdemocracia y el reformismo.
Luego la Resolución pasa revista a la situación en los diferentes países –Alemania, Francia,
Gran Bretaña, Italia, Checoslovaquia, EEUU- y para todos enfatiza en la unidad obrera para
luchar por reivindicaciones elementales. La táctica del frente único pone en discusión si es
correcto plantear que el frente único obrero se transforme en gobierno obrero; una discusión
que no examinamos aquí.

A su vez, en las “Tesis sobre la actividad comunista en los sindicatos”, el Cuarto Congreso
reconoce que, producto de la ofensiva capitalista y de la política de los socialdemócratas, el
movimiento sindical ha perdido considerable fuerza en todos los países. La tarea es luchar
por mantener la unidad sindical; y oponerse a los intentos de la burocracia de expulsar de los
sindicatos a los comunistas. En las “Tesis sobre táctica del Comintern”, se sostiene que “la
táctica del frente unido permite a la vanguardia comunista liderar las luchas inmediatas de
las masas obreras por sus intereses más vitales”. También: “Toda lucha por lo demanda
inmediata más limitada es una Fuente de educación revolucionaria, ya que es la experiencia
de la lucha la que convencerá a la clase obrera de la inevitabilidad de la revolución y el
significado del comunismo” (énfasis agregados).

El frente unido debe servir también para avanzar en la organización de las masas obreras:
consejos de fábrica, comisiones de control de los obreros, comités de acción. El movimiento
de los consejos de fábrica ocupa un lugar mucho más secundario en comparación con las
resoluciones del Segundo Congreso. Se afirma que los consejos de fábrica son el pilar del
movimiento de masas proletario y que “la lucha contra la ofensiva capitalista y por el control
de la producción no tiene perspectiva a menos que los comunistas tengan una firme
implantación en todas las fábricas y la clase obrera haya creado sus propias organizaciones de
lucha en todas en ellas (consejos de fábrica, consejos obreros)”.

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Radek, las consignas transicionales y la postura de Trotsky

En ese Cuarto Congreso Radek –representante del ala de izquierda- planteó que en la era de
la revolución social a escala mundial era necesario lanzar las reivindicaciones de transición,
“que deben conducir a la clase obrera a la lucha, la cual solo tendrá por objetivo la dictadura
cuando se haya profundizado y generalizado”. Precisaba: “Nos distinguimos de todos los
demás partidos obreros no solo por la consigna de la dictadura y el régimen de los soviets,
sino también por las reivindicaciones de transición. Mientras que las de todos los partidos
socialdemócratas no solo deben ser realizadas en el terreno del capitalismo, sino también para
reformarlo, las nuestras sirven para luchar por la conquista del poder para la clase obrera, por
la destrucción del capitalismo” (citado por Pierre Broué en La Révolution en Allemagne). O
sea, Radek incorpora la agitación por el programa de transición, vinculándolo a la dictadura
del proletariado y el régimen de los soviets. Se trataba del programa que aplicaría un
gobierno revolucionario. Por eso, su planteo poco tenía que ver con la táctica de agitación
transicional que Trotsky habría de proponer en 1938.

El Congreso aceptó la propuesta de Radek, aunque ello no se reflejó en las resoluciones. En


estas se hace mención a la posibilidad de que consejos de fábrica pudieran establecer formas
de control sobre la producción y las condiciones laborales. Pero esto no se articula con un
programa de transición. Tal vez eso explique por qué, en la literatura trotskista posterior, casi
no se hizo mención de esta propuesta de Radek.

Por otra parte, en los escritos de 1922 referidos al frente único, Trotsky puso el acento en la
necesidad de movilizar por demandas mínimas (véase, entre otros, “La cuestión del frente
unido”, febrero de 1922; sus informes sobre la cuestión francesa; su informe sobre el Cuarto
Congreso de la IC de diciembre de ese año). No hay mención a programa de transición
alguno. En su texto de febrero: “La lucha por los intereses inmediatos de las masas
trabajadoras es siempre, en nuestra época de la gran crisis imperialista, el comienzo de una
lucha revolucionaria”. También: “… los trabajadores que no están en nuestro partido y que
no lo entienden, quieren tener la posibilidad de luchar por el pan diario, por el pedazo de
carne diario”. “Nosotros, comunistas, proponemos una acción inmediata por el pan y la carne,
te lo proponemos a ti y a tus dirigentes, a toda organización que representa una parte del
proletariado”.

En “Un programa de trabajo militante del Partido Comunista de Francia” (diciembre de


1922), sostiene que para organizar la resistencia del proletariado es necesario centrarse en la
lucha por las ocho horas de trabajo; por mantener y aumentar la escala salarial existente; y
por todas las demandas económicas. En el mismo sentido que las resoluciones de la IC, en el
punto 4 sostiene que el partido “debe llevar a cabo una campaña de agitación activa entre los
trabajadores por la creación de comités de fábrica, abarcando a todos los obreros, sin importar
que estén organizados políticamente, o en sindicatos. El objetivo de esos comités de fábrica
es introducir el control obrero sobre las condiciones de trabajo y producción”. De nuevo,
estamos lejos de un programa transicional. Es que el control obrero como medida de
transición, supone la apertura de la contabilidad de las empresas, el control de ganancias y
precios, la intervención obrera en el crédito bancario, la posibilidad de estatizar empresas (es
el encadenamiento de medidas que solo se sostienen en relación unas con otras, y con poder
social y político para aplicarlas). Con el agregado que a comienzos de los 1920 la consigna
del control obrero de las condiciones laborales y de la producción había sido asumida por
fuerzas reformistas para desviar los impulsos revolucionarios (en Italia en primer lugar).

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En otro Informe, del 28 diciembre 1922, Trotsky insiste en que las consignas centrales en los
países europeos son la lucha por las ocho horas y la escala de salarios. En ninguna parte
recomienda ese tipo de “consignas solución” (del tipo “acabar la desocupación repartiendo
las horas de trabajo”) que luego serían tan comunes en los partidos trotskistas.

Para concluir, destaco que en la tradición socialista jugaron un rol de primer orden la
propaganda y la agitación –entendida esta como el arte de explicar a las masas dos o tres
ideas. Y por lo tanto, la lucha en el plano teórico. Los primeros cuatro congresos de la IC
evidencian ese criterio. En aquellos años a nadie se le ocurría que la militancia socialista
pudiera reducirse a una monótona repetición de una o dos consignas-soluciones
“transicionales”. Menos todavía abstraídas de las condiciones políticas y sociales que hicieran
posible su aplicación exitosa. Esta forma de presentar las cosas es reformismo
pequeñoburgués, y del peor tipo. Una política que, además, promueve partidos carentes de
base doctrinaria. De ahí que la obsesión natural en esas organizaciones sea la pesca de votos
y el crecimiento cuantitativo. Lo que a su vez profundiza el menosprecio de la teoría, la
despolitización y la incapacidad de responder con ciencia a los argumentos de los
economistas y demás defensores del capitalismo (¿o creen que basta con repetir la receta de
ocasión?). En este marco, tampoco es casual que en defensa de esas prácticas procuren
desechar las tradiciones más genuinas del socialismo revolucionario.

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