Acerca de “Cambiemos”.

Entiendo a “Cambiemos” hasta ahora, más como un “revelador” que como un productor de cambios. Un
catalizador alrededor del cual se precipitan y hacen más evidentes rasgos salientes de diferentes dimensiones
de la situación actual. Coyunturales sí, pero cada una resultante del juego simultáneo de distintas y co-
operantes temporalidades. No como contenedor de “lo que hay” de un lado de la supuesta grieta. Porque su
triunfo electoral desnudó que coexisten muchas grietas en la descascarada estructura de la política, la
sociedad y la economía argentinas. Tantas como al interior de la propia coalición. Basta con seguir los
complejos pero folklóricamente previsibles recorridos de los peronismos y kirchnerismos en todos sus
niveles y escenarios, la salida a la superficie de secretos a voces silenciados por décadas sobre la relación
obscena entre agencias gubernamentales y actores privados, la penosa índole del sistema judicial que supimos
conseguir. Y las configuraciones de futuros posibles para un radicalismo ya ineluctablemente escindido y unas
izquierdas, democráticas o no, que con coartada K se “desgorilizan” para combatir un supuesto retorno del
“neoliberalismo” (para el que objetivamente no hay espacio) eludiendo así sus destinos de decadencia. Si
esto plasmará a futuro en otros modos de representación política y la consolidación de un sistema de
partidos al modo “centro-izquierda” vs. “centro-derecha”, está por verse. A favor de “Cambiemos” como
herramienta electoral juega su probada capacidad de captar sectores que otros reclaman para sí como
pertenecientes al “campo nacional & popular”. Como fuerza de gobierno, señales fuertes instrumentadas y
aún ajustes mediantes, conserva intactas nada desdeñables porciones de las expectativas que suscitó. Pero
mucho deberá cambiar “Cambiemos” y no sólo en lo comunicacional - hacia adentro y en sus vínculos con
distintos sectores de la sociedad – más allá de cambios de estilo y clima, para preservar y acrecentar su
legitimidad.

Cristina Diaz