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Sonaba la caída del agua de las quebradas, se sentía viento intenso que hacía
mover las hojas de los frailejones, el clima era muy frio, allí vivía una familia que era
muy humilde, pero de buenos modales, principios, valores como el respeto y la
honestidad. Tenían una hija llamada Rosana Montes era una mujer alegre,
extrovertida le gustaba salir a pasear, tenía muchas ganas de estudiar, pero sus
pocos recursos no les alcanzaba para pagar una escuela, su aspecto era moreno,
de cabello crespo, de estatura mediana, vestía humilde, pero era feliz. Sus padres
se llamaban Leónidas Montes y Ana López eran muy religiosos y estrictos, Además
muy trabajadores, Leónidas trabajaba sembrando diferentes alimentos como papa,
maíz, trigo, frijol entre otros; Ana se dedicaba a hacer la comida y de llevarle al
cerdo.
Un día llega el joven Aldo venía vestido con alpargatas, pantalón de terlenca bota
ancha, ruana y sombrero. Traía en sus manos una mochila que le entrego como
presente al señor Leónidas y con gran sorpresa anuncio que venía a pedir la mano
de Rosana, después de una gran charla, don Leónidas y Ana aceptaron sin siquiera
conocer a Aldo porque esa era la tradición.
Días después se casaron por la iglesia católica, se organizó una gran fiesta, hicieron
un almuerzo tomaron chicha, la mayoría de personas disfrutaban la fiesta, pero
Rosana no estaba contenta porque no conocía a Aldo ni lo quería.
Luego de unos meses construyeron una casa de adobe donde vivieron. Rosana con
el tiempo fue conociendo a su esposo Aldo, era trabajador y honrado, pero a veces
llegaba a la casa borracho; la rutina de Rosana era muy dura, tenía que hacerle la
comida a su esposo, darles alimento a las vacas y al cerdo, haci fue su rutina todos
los días