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En el transcurso del año se envolvían las estatuas de Isis con ciertos colores que
también se usaban para representar las tres etapas del crecimiento personal. En la
antigüedad, la primera etapa, o el color rojo, denotaba vitalidad, energía, nueva vida, la
inocencia de la infancia. Esta etapa es semejante al sueño, de alguna manera
inconsciente y receptora de la naturaleza. Durante esta etapa podemos sentir que de
alguna forma estamos desvalidos y que la vida debería encargarse de nosotros. En
términos de una situación en la que se recuperará la salud, la relación entre el paciente
y el sanador es semejante a la relación entre padre e hijo.
Los antiguos hicieron hincapié en que las fases y ciclos de la vida eran procesos
normales de la naturaleza. Estos se sucedían unos a otros en una secuencia ordenada y
cada uno contribuía al desarrollo de fases futuras. Esto también se aplica al proceso
sanador. En la fase de blanco y negro, por ejemplo, los pacientes pueden comenzar a
aceptar las propias responsabilidades. Más que esperar una figura paterna que
resuelva sus problemas, los pacientes pueden participar siguiendo el consejo de un
sanador calificado, llevando una dieta, haciendo ejercicio, respirando y pensando, así
como visualizando y meditando activamente. Al participar en su propia curación, los
pacientes pueden llegar a darse cuenta del potencial curativo interno.
1.- Superaremos este problema si lo intentamos con más ahínco, leyendo otro libro,
asistiendo a otra conferencia, tomando otro curso... la próxima vez todo saldrá bien.
2.- Podemos considerar que la culpa es del paciente. Mi terapia es perfecta. Si tan sólo
siguieran mis órdenes, entonces todo resultaría bien.
Ya sea que seamos el sanador o el paciente, tendemos a pensar que estrategias como
éstas nos ayudan a competir en un mundo en blanco y negro. Hacen que crezca la
personalidad externa y nos impulsan a pensar que tenemos el control de nuestra vida y
nuestros problemas. Incluso si estamos convencidos de nuestro control, si aún
tenemos el coraje de ir hacia el interior con mente abierta e inquisidora podemos
descubrir que secretamente todavía tememos no estar realmente bajo control, que
quizás no somos en realidad «buenos» sanadores, que apenas tratamos, que
cometemos errores y somos culpables por fallar.
Podemos decidir practicar el arte de curar conscientemente, pero esto se hace sin la
coacción de hacer el papel de sanador o de paciente. Cada vez que comenzamos una
relación curativa con otros, no sabemos con precisión cual será el resultado. No
sabemos de que manera nuestra persona puede ser transformada benéficamente. En la
etapa de oro, entrar a una relación curativa es una aventura. Es una búsqueda que
conduce a un auto-descubrimiento siempre mayor, una apreciación más profunda por
el amor que lo une todo.
Con confianza, la enfermedad puede ser una oportunidad, un umbral a una mayor
salud, al estado dorado de vida al que llamamos sabiduría. Con experiencia nos damos
cuenta de que la confianza genuina sólo llega cuando deseamos enfrentar nuestros
miedos. Cruzar este umbral da por resultado una plenitud síquica, emocional y mental
mayor. En lugar de ser el opuesto dual de la salud, la enfermedad puede llegar a ser
una celebración y apreciación de la vida. La vida es nuestra amiga. La vida es la
proveedora de condiciones y oportunidades que evocan la evolución de la mente
abierta.