Está en la página 1de 1

-¿Así?- sonó tu voz en el video que se reproducía en mi portátil.

- Sí, justo así. Sonríe, hola a la cámara - te respondí.


El video se detuvo.
Me quede mirando la pantalla como una forma de regresar en el tiempo. Me
puse de pie y me dirigí a la cocina. Me preparé una taza de café y ahora estoy
escribiendo esto.
Había pasado tanto tiempo desde tu despedida que había empezado a olvidar el
sonido de tu voz. No lo tomes a mal, pero no puedo seguir recordando a alguien que
me ha borrado de sus memoria desde mucho tiempo atrás.
No me gusta acordarme de ti, porque cuando lo hago me pongo un poco
melancólica, no sé por qué. Siempre después de recordarte apareces en mi sueños y
algunas veces, una lágrima se resbala por mi mejilla. Debo decirte que siempre la seco
rápido, no quiero que me vea mi madre y sepa que sigo llorando por ti.
Pero a pesar de todo, siempre acabo escribiendo para ti una carta que nunca
leerás. Cartas que guardo en mi memoria o el cajón que está junto a mi cama, donde
he puesto la foto que nos tomamos aquel día, el último día que estuvimos felices. De
vez en cuando me gusta observarla, pero no puedo evitar preguntarme una y otra vez
si aquella sonrisa que aparece era real, o no lo era, o por qué hiciste lo que hiciste.
Nunca pensé que nos fuéramos a quedar juntos, siempre supe que la muerte de
lo nuestro estaba anunciada, pero nunca quise aceptarlo. Cometiste errores, cometí
errores, cometimos errores, y nos seguimos jurando amor eterno.
Ahora estoy escribiendo esto mientras siento el café caliente caer en mi
estómago, mientras me pregunto por qué nunca te gustó leer lo que escribía. Escribo
esto mientras escucho una de esas canciones que nunca te gustaron, porque eran
demasiado lentas, demasiado aburridas.
Nunca pensé que pudiéramos durar para siempre, pero sí, que al menos
pudiéramos crear una buena historia de amor.
Y lo hicimos.
¿Lo hicimos?

También podría gustarte