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Arte y Objetualidad
Arte y Objetualidad
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Maikol Frid.
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En este ensayo, Michael Fried critica el arte minimalista –o, como le llama, arte
“literalista”- debido a lo que él describe como su teatralidad inherente. Al mismo
tiempo, plantea que el arte modernista, incluyendo la pintura y la escultura, han
llegado a depender cada vez más, para su misma continuidad, de su capacidad de
derrotar al teatro. Fried caracteriza el teatro en términos de una relación
particular entre el espectador como sujeto y la obra como objeto, una relación que
se establece en el tiempo, que tiene duración. Derrotar al teatro, en cambio,
implica derrotar o suspender tanto la objetualidad como la temporalidad.
El diario de Edwards exploró y probó con frecuencia una reflexión cuya impresión
rara vez llegó a permitir: si todo el mundo fuese aniquilado, escribió... y un
mundo nuevo fuese creado, si fuese a existir como este mundo en cada una de sus
particularidades, no sería el mismo. Por ende, dado que existe una continuidad, que
es el tiempo, "es ciertamente conmigo que el mundo se renueva en cada momento; que
la existencia de las cosas cesa y se renueva en cada momento”. La seguridad que
perdura es que “en cada momento vemos la prueba de un Dios como deberíamos haberla
visto si Lo hubiésemos visto crear el mundo por primera vez”
Perry Miller, Jonathan Edwards
La empresa conocida como arte minimal, arte ABC, estructuras primarias u objetos
específicos es en gran parte ideológica. Busca declarar y ocupar una posición -que
pueda formularse verbalmente y que, de hecho, ya lo ha sido por algunos de sus
principales exponentes. Esto distingue al arte minimal –o, como prefiero llamarlo,
el arte literalista– de la pintura y la escultura modernistas, por un lado, y del
arte pop o del arte op, por el otro. Desde el principio, el arte literalista fue
algo más que un nuevo episodio en la historia del gusto. En efecto, este episodio
pertenece más bien a la historia –casi a la historia natural– de la sensibilidad y,
lejos de estar aislado, sería la expresión de una condición general y dominante. Su
seriedad está avalada por las relaciones que mantiene tanto con la pintura como con
la escultura modernistas, a las que define o ubica en la posición que aspira a
ocupar. (Sugiero que, debido a ello, sus planteamientos ameritan considerarse como
una “posición”). En concreto, el arte literalista no se concibe a sí mismo ni como
pintura ni como escultura, sino que, por el contrario, mantiene reservas, o más que
reservas, específicas acerca de ambas, aspirando al mismo tiempo, aunque quizás no
exacta o inmediatamente, a desplazarlas. Como sea, busca constituirse como un arte
independiente y en pie de igualdad tanto con la una como con la otra.
II
La figura también ha sido clave en la pintura más importante de los últimos años.
En varios ensayos recientes he intentado mostrar de qué manera, en la obra de
Noland, Olitski y Stela, ha surgido poco a poco un conflicto entre la figura
considerada como propiedad fundamental de los objetos, por un lado, y la figura
considerado como un medio [médium] de la pintura, por el otro. En líneas generales,
el éxito o el fracaso de una pintura determinada han llegado a depender de la
habilidad de ésta para preservar, inscribir o imponer la convicción de que se trata
de una figura –o bien para sortear o eludir de alguna manera la interrogante acerca
de si lo hace o no. Las primeras pinturas con spray de Olitski son el ejemplo más
puro de pinturas que, al mismo tiempo, logran y fracasan en sustentarse como
figuras, mientras que, en sus imágenes más recientes, al igual que en la mejor obra
reciente de Noland y Stela, la exigencia de que una determinada imagen se sustente
como figura fue vadeada o eludida de distintas maneras. Lo que está en juego en
este conflicto es si acaso tales pinturas u objetos son experimentados como
pinturas o como objetos, decidiéndose su identidad pictórica a partir de su
confrontación con la exigencia de sustentarse como figuras. De lo contrario, no se
experimentarían más que como objetos. Esto puede resumirse diciendo que ha llegado
a parecerle imperativo a la pintura modernista el derrotar o suspender su propia
objetualidad, empresa en la cual el factor crucial es la figura, pero una figura
que debe pertenecerle a la pintura –que debe ser pictórica y no, o no meramente,
literal. En cambio, el arte literalista lo apuesta todo a la figura como una
propiedad dada de los objetos o bien, de hecho, como una clase de objeto por
derecho propio. No aspira a anular o suspender su propia objetualidad, sino, por el
contrario, a descubrirla y proyectarla como tal.
Es aquí donde surge la pregunta: ¿Qué es, según lo proyectado e hipostasiado por
los literalistas, al menos desde la perspectiva de la pintura modernista reciente,
lo que hace que la objetualidad sea antitética con respecto al arte?
III
IV.
Más todavía, la presencia del arte literalista, analizada en forma pionera por
Greenberg, es básicamente un efecto o una calidad teatral –una especie de presencia
escenificada. Se trata de una función no sólo de la impertinencia de la obra
literalista e incluso, a menudo, de su agresividad, sino de la complicidad especial
que la obra arranca del espectador. En efecto, se dice que algo tiene presencia
cuando le pide al espectador que le preste atención, y se la preste en serio –y
cuando el cumplimiento de tal demanda consiste simplemente en estar consciente de
ello y, por así decirlo, en actuar en consecuencia. (Ciertos modos de seriedad le
están negados al espectador por la obra misma, en particular aquellos establecidos
por las mejores pinturas y esculturas del pasado reciente. Pero, por supuesto, esos
modos de seriedad a duras penas son aquellos con los cuales la gente se siente como
en casa o, incluso, que la gente encuentra tolerables). Una vez más, la experiencia
de ser distanciados por el trabajo en cuestión parece crucial, pues el espectador
se asimila a sí mismo estando, en tanto sujeto, en una relación indeterminada y
abierta –e imprecisa– con el objeto impasible que se encuentra en la pared o en el
suelo. De hecho, estar distanciado de tales objetos no es, creo, del todo diferente
a estar distanciado, o colmado, por la silenciosa presencia de otra persona; la
experiencia de toparse con objetos literalistas de manera inesperada –por ejemplo
en una sala oscurecida– puede llegar a ser, en este sentido, fuertemente
inquietante, aun cuando dure sólo un momento.
Q: ¿Por qué no lo hiciste más grande para que pudiera asomarse sobre el observador?
Para describir lo que Smith estaba haciendo, podría decirse que hacía una persona
sustituta –es decir, una especie de estatua. (Esta interpretación se apoya en la
leyenda de una fotografía de otra de las piezas de Smith, La Caja Negra [The Black
Box], publicada en la edición de diciembre de 1967 de Artforum y en la cual Samuel
Wagstaff Jr., aparentemente con la sanción del artista, observó que “pueden verse
las dos-por-cuatro patas debajo de la pieza, lo que impide que ésta se asimile a
una pieza arquitectónica o un monumento y estableciendo que se trata de una
escultura”. Esas patas de dos-por-cuatro, en efecto, constituyen un pedestal
rudimentario, reforzando por ello la similitud con la estatua como calidad de la
pieza). En segundo lugar, las entidades o seres que, hallándose en la experiencia
cotidiana, resultan ser más cercanos a los ideales literalistas de lo no-
relacional, lo unitario y lo holístico, son otras personas. Asimismo, la
predilección literalista por la simetría, así como en general por un tipo de orden
que “es simplemente orden… una cosa tras otra", no está arraigada, a diferencia de
lo que Llud parece pensar, en los nuevos principios filosóficos y científicos,
cualesquiera crea que éstos sean, sino en la naturaleza. Y, en tercer lugar, el
vacío aparente de la mayor parte de las obras más literalistas –la cualidad de
tener un interior– es casi descaradamente antropomórfica. Según lo han señalado
numerosos comentarios aprobatorios, es como si la obra en cuestión tuviese una vida
interior o, incluso, una vida secreta –un efecto que tal vez es más explícito en el
Sin título (1965-66) de Morris, una gran forma anillada compuesta de dos mitades
cuya estrecha separación desprende, desde el interior, el brillo de una luz
fluorescente. Compartiendo este espíritu, Tony Smith ha señalado estar “interesado
en la inescrutabilidad y el misterio de la cosas”6 y se le ha citado diciendo:
<voice required="name = Jorge">
He llegado a interesarme cada vez más por las estructuras neumáticas. En ellas,
todo el material está en tensión. Pero es el carácter de la forma el que me atrae.
Las formas biomórficas que se derivan de la construcción tienen una calidad onírica
para mí o, al menos, una calidad similar a lo que, según se dice, sería un tipo
bastante común de sueño americano.
<voice required="name = Carlos">
Los intereses de Smith en las estructuras neumáticas pueden resultar sorprendentes,
pero son coherentes tanto con su propio trabajo como, en general, con la
sensibilidad literalista. Las estructuras neumáticas pueden describirse como huecos
con revancha –al insistirse en que no se trata de "masas irreductibles y sólidas"
(Morris), en lugar de darse esto por sentado. Y creo que el hecho de que las formas
resultantes sean “biomórficas” es revelador de lo que el vacío significa en el arte
literalista.
VI
VII
Quiero en este punto plantear algo que no puedo pretender probar o justificar, pero
que, sin embargo, creo ser cierto: el teatro y la teatralidad hoy están en guerra,
no sólo con la pintura modernista (o con la pintura y la escultura modernista),
sino con el arte como tal –y en la medida en distintas artes pueden ser descritas
como modernistas, con una sensibilidad modernista como tal. Este aserto puede
dividirse en tres proposiciones o tesis:
1. El éxito o incluso la supervivencia de las artes ha llegado a depender
crecientemente de su capacidad para derrotar al teatro. Esto quizás no sea evidente
en ninguna parte más que dentro del mismo teatro, donde la necesidad de derrotar lo
que he llamado teatro se ha hecho sentir principalmente en la necesidad de
establecer una relación radicalmente diferente con su público. (Los textos
relevantes en este caso son, por supuesto, Brecht y Artaud15). En efecto, el teatro
tiene una audiencia –existe para alguien– de una manera que las demás artes no, y
esto, más que cualquier otra cosa, es lo que a la sensibilidad modernista le
resulta intolerable del teatro general. Aquí debiera observarse que el arte
literalista también posee una audiencia, aunque un tanto especial, pues el hecho de
que el espectador se vea confrontado a la obra literalista dentro de una situación
que experimenta como suya significa que la obra en cuestión, en importante medida,
existe sólo para él, aun si no se encuentra efectivamente solo con la obra en el
momento. Puede ser paradójico plantear tanto que la sensibilidad literalista aspira
a un ideal de "algo que cualquiera pueda entender" (Smith) y que el arte
literalista se dirige únicamente al espectador, pero la paradoja es sólo aparente.
Basta entrar en la sala donde se ha emplazado una obra literalista para convertirse
en ese espectador, en esa audiencia de una sola persona –casi como si la obra en
cuestión lo hubiese estado esperando. En la medida en que la obra literalista
depende del espectador, es incompleta sin él, lo ha estado esperando. Y una vez
que está en la sala, la obra se niega, obstinadamente, a dejarlo solo –es decir, se
niega a dejar de confrontarlo, distanciarlo, aislarlo. (Este aislamiento no es una
soledad más de lo que tal confrontación es una comunión).
3. Los conceptos de calidad y de valor –y, en la medida que éstas son fundamentales
para el arte, el mismo concepto de arte– son significativas, o completamente
significativas, sólo dentrode las artes individuales. Lo que subyace entrelas artes
es el teatro. Me parece significativo que, en sus diversas declaraciones, los
literalistas hayan evitado la cuestión del valor o la calidad, demostrando, al
mismo tiempo, una incertidumbre considerable en cuanto a si lo que están haciendo
es arte o no. Describir su empresa como un intento por establecer un nuevo arte no
cancela la incertidumbre, sino que, a lo más, permite apuntar a su origen. El mismo
Llud ha reconocido el carácter problemático de la empresa literalista al afirmar
que "una obra sólo necesita ser interesante”. Para Llud, como para la sensibilidad
literalista en general, lo importante es que determinada obra sea capaz de provocar
y mantener el (su) interés, puesto que en el arte modernista, nada importa menos
que la convicción –específicamente, la convicción de que determinada pintura,
escultura, poema o pieza musical pueda o no soportar una comparación con obras
previas al interior de un arte cuya calidad no está en duda. (La obra literalista a
menudo es condenada –cuando lo es– por aburrida. Una acusación aun más fuerte sería
decir que es meramente interesante).
El interés de una obra dada reside, de acuerdo con Llud, tanto en su carácter de
totalidad como en la especificidad absoluta de los materiales a partir de los
cuales está elaborada:
El mismo comentario es hecho por Tony Smith en una declaración cuya primera frase
cité más arriba:
Al igual que los objetos específicos de Llud y que las gestalts o formas unitarias
de Morris, un cubo de Smith siempre presenta un interés mayor; nunca sentimos que
éste hemos llegado a su fin, pues es inagotable. Sin embargo, no lo es debido a
algún tipo de plenitud –ésa es la inagotabilidad del arte– sino porque no hay nada
allí que pueda agotarse. Es interminable del mismo modo en que podría serlo un
camino si, por ejemplo, fuese circular.
La infinitud, la capacidad de seguir y seguir, incluso teniendo que hacerlo, es
crucial tanto para el concepto de interés como para el de objetualidad. De hecho,
pareciera ser la experiencia más profundamente excitante para la sensibilidad
literalista, aquella que los artistas literalistas buscan objetivar en sus obras –
por ejemplo, mediante la repetición de unidades idénticas (el “una cosa tras otras”
de Llud), la que implicaría que las unidades en cuestión podrían ser multiplicadas
ad infinitum. La reseña de Smith acerca de su experiencia en la autopista
inconclusa da cuenta de esta excitación en forma explícita. De modo similar, la
afirmación de Morris en cuanto a que, en las mejores obras nuevas, el espectador
está consciente de “establecer él mismo las relaciones al aprehender el objeto
desde posiciones variadas y bajo condiciones variables de luz y contexto espacial”
se basa en supuesto según el cual el espectador está consciente del carácter
infinito e inexhaustible, si no del objeto mismo, de la experiencia del objeto.
Esta consciencia es exacerbada por lo que puede llamarse la inclusividad de su
situación, es decir, por el hecho, observado antes, de que todo lo que observa
cuenta como parte de esa situación y, por ende, se siente que descansa, de una
manera que sigue estando indefinida, en su experiencia del objeto.
Aquí, finalmente, deseo enfatizar algo que puede haber quedado claro ya: la
experiencia en cuestión persiste en el tiempo y el presentimiento de infinitud que,
según he estado sosteniendo, es central para el arte y la teoría literalista es,
esencialmente, un presentimiento de duración infinita o indefinida. Una vez más, la
reseña de Smith sobre su paseo nocturno es relevante, así como lo es su observación
según la cual “no podemos verla {i.e. la jarra y por implicación, el cubo} en un
segundo, seguimos leyéndola”. Morris también lo ha señalado explícitamente: “la
experiencia de la obra necesariamente existe en el tiempo” –aunque no habría
diferencia si no lo hubiese sido. La preocupación literalista por el tiempo –más
precisamente, con la duración de la experiencia– es, sugiero, paradigmáticamente
teatral: como si el teatro confrontara al espectador, aislándolo por esta vía, con
la infinitud no sólo en tanto objetualidad sino en tanto tiempo; o como si el
sentido que, en el fondo, conlleva el teatro fuese un sentido de la temporalidad,
del tiempo que ha pasado tanto como del tiempo por venir, simultáneamente
aproximándose y alejándose, como aprehendido en una perspectiva infinita. Esta
preocupación señala una profunda diferencia entre la obra literalista y la pintura
y la escultura modernistas. Es como si la experiencia de estas últimas no tuviese
duración –no porque, de hecho, se experimente una imagen de Noland u Olitsky o una
escultura de David Smith o Caro fuera del tiempo, sino porque, en cada momento, la
obra misma es plenamente manifiesta. (Esto es verdadero de la escultura a pesar del
hecho obvio de que, al ser tridimensional, puede ser vista desde infinitos puntos
de vista. La experiencia de un Caro no es incompleta y la convicción acerca de su
calidad no queda suspendida, simplemente porque se le ha visto solamente desde
donde se está parado. Más todavía, en su mejor trabajo, la visión que pueda tenerse
de su escultura es, por así decirlo, eclipsada por la escultura misma –respecto de
la cual no tiene sentido decir que está solo parcialmente presente). Es esta
presentidad continua y completa que responde, por así decirlo, a la perpetua
creación de sí misma, lo que se experimenta como una suerte de instantaneidad: como
si, de ser infinitamente más preciso, un solo instante infinitamente breve fuese
suficientemente largo para verlo todo, para experimentar la obra en toda su
profundidad y su completitud, para ser convencido para siempre por ella. (Aquí vale
pena notar que el concepto de interés implica la temporalidad bajo la forma de una
continua atención hacia el objeto, mientras que el concepto de convicción no).
Quiero decir que es debido a esta virtud de la presentidad y la instantaneidad que
la pintura y la escultura modernistas derrotaron al teatro. De hecho, me tienta
sugerir, más allá de mi conocimiento, que, enfrentados a la necesidad de derrotar
el teatro, es sobre todo la condición de la pintura y la escultura –es decir, la
condición de existir, o de hecho la de secretar o constituir un presente continuo y
perpetuo– a lo que aspiran las demás artes modernistas contemporáneas, sobre todo
la poesía y la música20.
VIII
Este ensayo será leído como un ataque de ciertos artistas (y críticos) y como una
defensa de otros. Y, por supuesto, es verdad que el deseo de distinguir entre lo
que, para mí, es el auténtico arte de nuestro tiempo y otra obra que, cualquier sea
la dedicación, la pasión y la inteligencia de sus creadores, me parece compartir
algunas características asociadas aquí con los conceptos de literalismo y teatro,
lo que ha motivado mi escrito. En estas últimas líneas, sin embargo, quiero llamar
la atención sobre la ubicuidad –la virtual universalidad– de la sensibilidad o el
modo de ser que he caracterizado como corrupto o pervertido por el teatro. Todos
somos literalistas la mayor parte de nuestras vidas. La presentidad es la gracia.