Está en la página 1de 6

Silvia Tomasa Rivera (1955)

Te observo desde mi ventana


mientras caminas por tu casa.
Terminaste el quehacer doméstico
y vas al mercado toda limpia.
Yo sigo aquí esperando que el olor a fruta
me indique tu regreso.
Un sudor baña tu cuerpo todo el día, lo adivino.
Te presiento en las noches como una flor que se abre;
lástima, ya no puedo mirarte,
debes ser muy hermosa cuando duermes.

De: Poemas al desconocido. Poemas a la desconocida (editorial Penélope, 1984).


Te vi en el parque
dándole de comer a las palomas,
hablamos como desconocidas
de cosas que no tenían sentido.
Soplaba un aire caliente
y levantó tu falda;
tus largas piernas terminaron
por romper el hielo.
Quise acercarme más
a la cóncava superficie de tus brazos,
sin embargo, no quiero pensar en lo imposible.
Porque no tengo tiempo.

Basta el recuerdo de tus piernas


para andar como loca por las calles.
Los pechos de Magaly

Los pechos de Magaly


son dos enormes girasoles
que penden de su cuerpo.
Atropellan desconocidos
y se desbordan sin recelo.
La cintura no es estrecha,
pero la curva de sus caderas
es como para entrar en su vida
y no salir sobria.
Su monte de Venus...
un inmenso clavel negro.
Yo quisiera leer los pechos de Magaly
y encontrar a Dios entre sus piernas.
Llegaste, trasnochada,
(con un par de cervezas)
hasta mi cuarto de hombre solo.
Por tus caricias rápidas
me di cuenta que tenías prisa.
No te dije quédate
pero en el trabajo
estuve cuatro veces
a punto
de tener un orgasmo.
Lo que siento por ti,
no persigue ningún fin rebuscado en el ocio;
es tan simple como las cosas que componen el mundo,
como ir al mercado,
como ver a los amantes peleando a la entrada de un cine,
como hacer el amor en un cuarto de azotea
mientras pasa la lluvia.
Lo que siento por ti,
no alcanza a romper los vidrios cuando me emborracho.
No me orilla a mentarte la madre si no llegas
nia ponerme celosa de la rubia
que causa conmoción con sus pestañas.
Es algo más sencillo,
como abrir la ventana
y palpar esa mancha luminosa que revienta en tus manos.
Desde la media noche de mi cuarto
te conjuro
—hombre de medianos conflictos—
y te exhorto a que te vistas
de vida.
No intentes acostumbrarme
a tus desprecios,
no quiero atraparte
entre mis redes
(ni que fueras monstruo marino).
Lo que sí me gustaría
es jugar con tus barbas más seguido
y hacer figuritas en tu cuerpo
con mi lengua de víbora.
Puedes estar tranquilo
tampoco pretendo
hacer un río subterráneo
con la última gota
de tu semen.
Sólo pido un lugar
junto a tu cuerpo
algunas veces
en este invierno
y después —lo prometo—
regresarte a la muerte.

También podría gustarte