mientras caminas por tu casa. Terminaste el quehacer doméstico y vas al mercado toda limpia. Yo sigo aquí esperando que el olor a fruta me indique tu regreso. Un sudor baña tu cuerpo todo el día, lo adivino. Te presiento en las noches como una flor que se abre; lástima, ya no puedo mirarte, debes ser muy hermosa cuando duermes.
De: Poemas al desconocido. Poemas a la desconocida (editorial Penélope, 1984).
Te vi en el parque dándole de comer a las palomas, hablamos como desconocidas de cosas que no tenían sentido. Soplaba un aire caliente y levantó tu falda; tus largas piernas terminaron por romper el hielo. Quise acercarme más a la cóncava superficie de tus brazos, sin embargo, no quiero pensar en lo imposible. Porque no tengo tiempo.
Basta el recuerdo de tus piernas
para andar como loca por las calles. Los pechos de Magaly
Los pechos de Magaly
son dos enormes girasoles que penden de su cuerpo. Atropellan desconocidos y se desbordan sin recelo. La cintura no es estrecha, pero la curva de sus caderas es como para entrar en su vida y no salir sobria. Su monte de Venus... un inmenso clavel negro. Yo quisiera leer los pechos de Magaly y encontrar a Dios entre sus piernas. Llegaste, trasnochada, (con un par de cervezas) hasta mi cuarto de hombre solo. Por tus caricias rápidas me di cuenta que tenías prisa. No te dije quédate pero en el trabajo estuve cuatro veces a punto de tener un orgasmo. Lo que siento por ti, no persigue ningún fin rebuscado en el ocio; es tan simple como las cosas que componen el mundo, como ir al mercado, como ver a los amantes peleando a la entrada de un cine, como hacer el amor en un cuarto de azotea mientras pasa la lluvia. Lo que siento por ti, no alcanza a romper los vidrios cuando me emborracho. No me orilla a mentarte la madre si no llegas nia ponerme celosa de la rubia que causa conmoción con sus pestañas. Es algo más sencillo, como abrir la ventana y palpar esa mancha luminosa que revienta en tus manos. Desde la media noche de mi cuarto te conjuro —hombre de medianos conflictos— y te exhorto a que te vistas de vida. No intentes acostumbrarme a tus desprecios, no quiero atraparte entre mis redes (ni que fueras monstruo marino). Lo que sí me gustaría es jugar con tus barbas más seguido y hacer figuritas en tu cuerpo con mi lengua de víbora. Puedes estar tranquilo tampoco pretendo hacer un río subterráneo con la última gota de tu semen. Sólo pido un lugar junto a tu cuerpo algunas veces en este invierno y después —lo prometo— regresarte a la muerte.
Ivonne Cuadra, - La Identidad Lesbiana en Dos Mujeres de Sara Levi Calderón - , Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Núm. 18, 2003, Pp. 63-70.