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De acuerdo a Claus Offe (1990), las crisis que afectan a los sistemas pueden
entenderse de dos formas. Por un lado, pueden originarse en acontecimientos
desastrosos e imprevisibles que, en términos generales, son externos al sistema en
cuestión. Esta es una concepción “esporádica” de crisis. Por otro lado, las crisis pueden
obedecer, no ya a circunstancias externas, sino a dinámicas internas de los propios
sistemas que violan la “gramática” de los procesos sociales. En este caso, estamos ante
una crisis procesual cuyos resultados son de difícil pronóstico. Esta distinción, que
originalmente integra un modelo analítico sobre el Estado de Bienestar, nos puede
ayudar también a pensar la crisis argentina de Diciembre del 2001 en cuanto
transformación profunda de la gramática de la política en la Argentina.
La crisis, a esa altura irreversible, fue convalidada por el retiro y fuga de capitales
de los grandes (y más informados) inversionistas, lo que determinó el colapso del
sistema bancario. Mientras esto se producía, el Ministro Cavallo por cadena nacional
exhortaba a los pequeños ahorristas a no retirar los depósitos y “apostar al país”. Días
después, el “superministro” anunciaba el “corralito” -limitando el retiro de dinero a
doscientos cincuenta pesos por semana- y preanunciaba el “corralón” por el cual se
arrebataron los plazos fijos en pesos y dólares de los ahorristas.
Lash se interroga sobre las razones por las cuales es posible encontrar
reflexividad en ciertos espacios, actividades, individuos y no en otros. La respuesta a
esta pregunta debe buscarse en “las nuevas condiciones estructurales de reflexividad”
que no son más que un “conjunto articulado de redes globales y estructuras de
información y comunicación” (Lash, 1994). Como bien menciona Maristella Svampa
(2006) la reflexividad debe ser pensada como un recursos social más y que como tal
esta desigualmente distribuido.
Llegados a este punto quisiéramos retomar la cuestión de la crisis del 2001 y sus
consecuencias sociales y políticas. Si ponemos nuestra mirada “por arriba”, en las
“catedrales del poder” (Beck, 1999) y en la institucionalidad política arribaremos a dos
conclusiones paradójicas pero no contradictorias. Por un lado, es clara la reconstitución
institucional y de la autoridad presidencial durante la gestión del Kirchnerismo, pero por
otro, es clara también la precariedad y volatilidad de los apoyos sociales que sirven de
base a tal empresa.
Por otro lado, la solidez de las instituciones y la política solo pueden sostenerse
en tanto las personas tengan confianza en sus instituciones. Esto no sucede en nuestro
país, donde solo el 22 % de las personas creen en estas, unos de los niveles más bajos
de Latinoamérica. Un párrafo aparte merecen los partidos políticos que por debajo del
promedio general, tienen un nivel de aprobación de solo el 17% de la población
(Zovatto, 2004).6
¿Nos indican estas estadísticas la crisis de la política? Por cierto que no. Solo
una mirada tradicionalmente política puede identificar crisis de las instituciones políticas
con la crisis de lo político. El distanciamiento de las instituciones de los ciudadanos se
conjuga con la movilización de otros actores, lo que nos invita a pensar y buscar la
política en otros lugares. Muchas áreas que en la modernidad industrial estaba exentas
de conflictos políticos (como la vida cotidiana, la intimidad, las relaciones de pareja, la
ciencia, las ciudades y los barrios) se tornan conflictivas, y generan nuevas
subjetividades políticas por fuera, en contra y también en los intersticios del sistema
político.
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De todos modos creemos que nuestro país logro un consenso no cuestionado por casi ningún actor
político o social relevante, tal como la adhesión al sistema democrático y sus reglas, como forma de
dirimir los distintos proyectos económicos y políticos.
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De acuerdo a esta investigación los niveles de confianza del resto de las instituciones son: parlamento
24%, poder judicial 22%, administración pública 21% y la institución presidencial 28,8%. En promedio el
nivel de aprobación del conjunto de las instituciones democráticas en Argentina alcanza un 22,8% de
aprobación, ocupando el antepenúltimo lugar de América Latina.
En el caso de la ciudad de Córdoba, entre los años 2004 y 2006 7 la
descorporativización de la acción colectiva puede observarse en la movilización
ciudadana en colectivos que podemos llamar “vecinales”. En este sentido, el 86 % de
las demandas por la provisión de servicios públicos, el 57,1% de demandas por
viviendas y tierras, el 62% de las demandas medioambientales, el 40% de las
demandas de seguridad y el 57 % de las demandas por asistencia social directa fueron
protagonizadas por vecinos sin marcos organizativos reconocibles o previos. Si
agregamos todas estas demandas representan casi el 40 % de la totalidad de las
demandas sociales
No obstante, no queremos pasar por alto que el 53,2% del total de las demandas
y protestas sociales registrados en el periodo en la Ciudad de Córdoba fueron por
cuestiones relativas al trabajo, siendo protagonizadas en el 77% de los casos por
sindicatos. En este sentido, y vale la pena aclararlo, no creemos que los “antiguos”
movimientos sociales estén perdiendo relevancia y vayan a desaparecer a instancias de
la individuación. Más bien lo que existe, es una tendencia a la desmonopolización y
descorporativizacion de la política y la acción colectiva.
Creemos que tanto la expansión de reflexividad social como proceso social y los
hechos de Diciembre del 2001 como crisis gramatical del sistema político, si bien
impulsaron ciertas transformaciones institucionales8, causaron la desestructuración de
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El relevamiento de la acción colectiva en el periodo mencionado se hizo a través del seguimiento de los
dos principales diarios locales en base a la metodología desarrollada por el Grupo de Estudios sobre la
Protesta y y la Acción Colectiva (GESPAC) y el Observatorio Social de América Latina (OSAL) de
CLACSO.
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En los casos de estudios se puede ver como a traves de la acción de los colectivos el Estado provincial
trayectorias, identidades, prácticas políticas pero también un “inesperado renacimiento
del subjetivismo político” (Beck, 1999).
El desencanto con las instituciones, dado los límites de la democracia liberal para
integrar sectores marginales, proveer servicios básicos y satisfacer las demandas
republicanas, se deben también vincular a la creciente autonomía y reflexividad personal
y social alcanzada en nuestro país en las dos ultimas décadas. Es necesario
comprender que tal distanciamiento no es una “crisis” que pueda superarse para volver
a la “normalidad”, puesto que hay de por medio un proceso, en principio, sin retroceso
(Sidicaro, 2002).
Estas transformaciones
sancionó por ejemplo leyes relativas a la salud sexual y reproductiva o prohibiendo la minería a cielo
abierto en toda la Provincia, o se crearon fiscalias para el tratamiento de la violencia familiar y de genero.
Y a nivel Municipal se creo una Subsecretaria de Economía Social y políticas destinadas a incentivar
ciertas expresiones culturales.
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Tendencias que se expresan por ejemplo en las identidades precarias de las “tribus urbanas”, de los
equipos de fútbol o de ciertas expresiones espirituales y religiosas.
aparejan una conciliación de valores públicos y privados en una nueva instancia
superadora y contenedora de ambas. Una nueva ciudadanía que se organiza, demanda
reconocimiento de los “actores sistémicos” y que intenta articular aspiraciones
individuales y sociales. El horizonte vital de muchos de los integrantes de los colectivos
de solidaridad estudiados, nos remite a la imperiosa necesidad de conciliación de
valores e intereses, del mundo de la vida y los imperativos sistémicos.
Por otro lado, las identidades colectivas no solo son un proyecto reflexivo del
nosotros y de expresión de subjetividades, sino que también suponen la presencia de
“otros”; suponen en términos de Mouffe (2007), la presencia de adversarios, limites y
clausuras con el exterior imprescindibles para la constitución de un espacio solidario
(Aboy Carles, 2005).
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Citado en Latorre Catalán (2005).
“ciudadano” y el “burgués” (Beck, 1999) dado el enriquecimiento y densidad que
adquiere la vida pública por la aparición de nuevos riesgos, identidades y solidaridades
sociales.