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A fines de 1800 la Argentina agroexportadora se encuentra en plena expansión, tanto que necesita

mano de obra. Luego, los trabajadores de las zonas rurales empiezan a emigrar hacia las ciudades,
es así que, paralelamente al desarrollo de las economías agrarias, se comienzan a formar las
grandes ciudades. Con el crecimiento de las ciudades se generó una gran demanda de bienes, lo
cual requería el desarrollo de actividades manufactureras concentrando grandes cantidades de
trabajadores. Pero al mismo tiempo que Argentina prosperaba, las condiciones laborales
continuaban siendo precarias y las leyes obreras inexistentes.

Los inmigrantes de la Europa en proceso de industrialización traen ideas que encuentran eco en la
clase obrera argentina: El socialismo y el Anarquismo.

Ante las malas condiciones laborales, los socialistas promueven la acción política de los
trabajadores. En 1896 Juan B. Justo organiza el partido socialista obrero argentino liderado por
profesionales de clase media. El partido socialista denuncia vicios en la política, pero acepta las
condiciones de competencia electoral y promueve la asociación de los obreros, subordinados a la
dirección del partido. Organiza y apoya las ligas agrarias porque entiende que el latifundio es una
traba al progreso económico social perpetrada por el régimen oligárquico. Entre los obreros
promueve la formación de cooperativas de producción consumo y vivienda y de distintas formas
de asociación cultural. Se crean universidades, bibliotecas populares y escuelas primarias.

Los anarquistas, comienzan a tener difusión y peso desde mediados de 1880, como grupo de
choque, especialmente entre los inmigrantes italianos. Proponen la eliminación de toda forma de
opresión; del estado, de los patrones y de la iglesia. Algunos promueven la organización sindical y
la huelga general revolucionaria y otros son partidarios de la acción directa que va del sabotaje
individual a la colocación de bombas. La consigna es destruir la sociedad injusta y construir una
nueva sin patrones, gobiernos ni religiones. En 1897 logran la creación de los sindicatos de
albañiles, cigarreros, carreros, yeseros, ebanistas y marmoleros.

Una de las primeras medidas registradas del movimiento obrero organizado, es la de la Unión
Tipográfica Bonaerense en 1878 en la cual los trabajadores se resistían a la rebaja de salarios que
proponía una imprenta, y a la cual otras pretendían imitar, más de mil trabajadores reunidos en
asamblea se pronuncian por la huelga, y consiguen solidaridad del pueblo. Las patronales vuelven
a los sueldos originales y reducen las jornadas laborales a diez horas en invierno y doce horas en
verano. El reclamo que se abre es similar en todos los casos, aumento salarial, pago de haberes
atrasados, reducción de jornada laboral y mejores condiciones de trabajo. En esta etapa el 60% de
las huelgas consiguen lo que pretenden y el Estado prácticamente no interviene.

Todo esto hace que para principios de siglo XX el movimiento obrero argentino sea una realidad.

En 1901 la federación obrera argentina es la central que nuclea a la mayoría de los gremios del
país. La clase dirigente reacciona a estos movimientos, por un lado, reprimiendo y por el otro
explicando la conflictividad de la presencia de extranjeros malintencionados.

En 1902 se aprueba la ley de residencia que permite expulsar sin juicio previo a extranjeros
considerados peligrosos. El movimiento obrero decreta a través de la federación obrera argentina
la primera huelga general de la historia argentina, a la que los socialistas se oponen por
considerarla un acto desmesurado. Las divergencias provocan la fractura de la central sindical; la
Federación Obrera queda en manos anarquistas y los socialistas fundan la Unión General de
Trabajadores.

La huelga tiene un alto acatamiento en respuesta el gobierno decreta el estado de sitio y reprime
deteniendo a los argentinos y deportando a los extranjeros.

La primera guerra mundial de 1914 provoca un fuerte impacto en la economía argentina, dado
que sus principales socios comerciales forman parte del conflicto internacional. Esta situación
frena el ingreso de capitales, disminuye la exportación, reduce los barcos que circulan y provoca la
escasez de insumos y productos terminados.

En 1917 el 20% de la población se encontraba desocupada. Caen los salarios nominales y la


desocupación les quita fuerza a las huelgas como herramienta de lucha y negociación.

Al finalizar la guerra comienza la recuperación económica, crecen las exportaciones, lo que hace
subir el precio de los productos internos. Aumenta la demanda de mano de obra y mejora la
posición de los trabajadores que comienzan a reclamar mejores salarios.

Entre 1916 y 1918 algunos sindicatos logran el arbitraje del gobierno nacional en sus conflictos. El
gobierno de Hipólito Irigoyen es el primero en intervenir en las negociaciones de salarios entre
sindicatos y empleadores, lo que fortalece la situación de los sindicatos.

A partir de 1917 se suceden huelgas en las que el movimiento obrero reclama mejores salarios y
retoma la demanda de la limitación de la jornada laboral a 8 horas diarias.

Con el acceso al parlamento de legisladores socialistas, se elaboran las primeras leyes obreras; la
ley de descanso dominical, la ley de regulación del trabajo femenino e infantil y la ley de
accidentes de trabajo. Las nuevas leyes regulan los horarios de trabajo, los días de descanso
periódico pago y la licencia por maternidad.

Los trabajadores de algunas industrias consiguen la jornada laboral de 8 horas, pero recién en
1929 llega a convertirse en ley nacional.

El trabajo reglamentado y el contacto con las primeras formas de organización industrial de la


producción genera una experiencia particular y un movimiento de sindicalización fuerte

Cuando la guerra llega a su fin en 1918 algunos sectores industriales logran mejoras en sus
condiciones de trabajo, pero la situación general de los trabajadores argentinos sigue siendo
precaria

En la posguerra, comienza la recuperación de los fletes y el aumento de las exportaciones a


Europa. La economía argentina, que viene de casi 5 años de recesión atraviesa fuertes presiones
inflacionarias que aumenta por el alza de los precios en el mercado internacional. Los trabajadores
reclaman la suba de salarios para compensar el deterioro de su nivel de vida.

En 1918 en el campo pampeano se produce un aumento de la demanda laboral y una migración de


obrero de las ciudades al campo. La migración de la ciudad al campo mejora la posición de los
trabajadores urbanos. El gobierno de Hipólito Irigoyen inicia una nueva forma de vinculación con
los obreros a través de la mediación en los conflictos laborales. Pero los sindicatos cercanos al
partido socialista, principal competidor electoral del radicalismo, reciben menos apoyo, y ningún
tipo de beneficio reciben los anarquistas que no están dispuestos por principio a negociar con el
Estado.

En 1919 a partir de represiones a trabajadores, la fracción de la federación obrera regional


argentina controlada por los anarquistas ve en los hechos una oportunidad para convocar a una
Huelga general revolucionaria. Los reclamos a lo largo de todo el territorio nacional no se
detienen. Durante 1919 cerca de 50 huelgas reúnen unos 10000 trabajadores.

Para inicio de la década de los 20 el reajuste de las economías europeas provoca una crisis
financiera en la Argentina, las organizaciones obreras reaccionan con medidas de fuerza y el
gobierno de Irigoyen vuelve a reprimirlos.

Hacia 1922 la recuperación de la economía argentina apoyada en la mejora del mercado


internacional reduce las tensiones, aumenta la demanda de trabajo y se recupera el flujo
inmigratorio para mano de obra, perdido a principios de siglo. Los sindicatos cambian de
estrategia para conseguir mejoras laborales y despliegan tácticas de negociación, más que de
confrontación.

La mejoría económica y la represión despiadada sufrida por el naciente movimiento obrero,


imponen un periodo en el cual las diferentes formas de reclamos disminuyen la violencia en sus
acciones.

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