• EL JARRÓN AZUL Peter B. Kyne Hace 50 años Meter B.
Kyne escribió la obra de un
luchadorque no se da por vencido, una historia que enseña cómo llegar a seruno. Este libro ha servido de inspiración para millones de personas. Setrata de un hombre de inquebrantable determinación para llevar a cabocon éxito una tarea, no importando cuán grandes sean las dificultades,un hombre que nunca deja las cosas a medio hacer, que nunca se dapor vencido y a quien nadie puede disuadirlo de su objetivo. “Lo haré” son las palabras que se convierten en su lema deguía, en un reto constante para vivir conforme a altos principios, en unfuente inagotable de renovado valor. El señor Alden P. Ricks, mejor conocido como Cappy Ricks,fue el fundador y el espíritu dirigente de una importante empresamaderera y de vapores. En teoría ya se había retirado de la direcciónactiva del negocio, pero en realidad continuaba siendo su principalguía y consejero, rehusándose –como el mismo expresó- aabandonar su actividad mental no obstante haber suspendido suactividad física. Los ayudantes y administrativos activos de Cappy eran: elseñor Skinner, encargado del negocio de maderas y Matt Peasley, quedirigía el de vapores. Ambos eran hombres competentes en quienesCappy tenía plena confianza, aunque a veces le entraban dudas de subuen criterio, especialmente en lo referente a la habilidad de esosseñores para juzgar la capacidad de otros. El problema que estos tres personajes confrontaban, segúnprincipia la historia, era la situación que existía en su oficina deShangai. El empleado que habían enviado a hacerse cargo de ellaestaba dando mal resultado, aunque esto no sorprendía a Cappy,porque en su opinión carecía de ciertas cualidades que él considerabaesenciales. - Skinner, ¿tienes un candidato para el puesto? Preguntó Cappy. - Siento decirte que no, señor Ricks, todos los empleados que tengo bajo mis ordenes son jóvenes….. demasiado jóvenes para asumir esa responsabilidad. • 2. - ¿Qué quieres decir con “demasiado jóvenes”? replicó Cappy. - Bueno el único a quien yo consideraría competente paraocupar el cargo sería Andrews, y el apenas tiene unos treinta años. - Treinta años, ¿eh?, pues si no mal recuerdo yo te empecé apagar por un sueldo de diez mil dólares al año y a confiarte laresponsabilidad de dos millones cuando apenas tenías veintiocho. - Es cierto, pero Andrews….. bueno, no hemos puesto a pruebatodavía su capacidad. - ¡Skinner! Interrumpió Cappy con voz resonante. No alcanzo acomprender por qué todavía no te he mandado al diablo. ¿Dices quetodavía no hemos puesto a prueba la capacidad de Andrews? ¿Porqué tenemos aquí gente que no sabemos lo que puede hacer?..... ¡Contéstame! El mundo de hoy es el mundo de la juventud, y méteteeso en la cabeza, y dirigiéndose al otro administrador continuó: - Matt,¿Qué te parece Andrews para el puesto de Shangai? - Lo creo capaz. - ¿Por qué? - Porque lleva bastante tiempo con nosotros para haberadquirido la experiencia necesaria. - ¿Crees, Matt, que también tenga el valor necesario paraasumir la responsabilidad?..... Eso es más importante todavía que laexperiencia que Skinner y tú consideran como la más esencial. - De eso nada puedo decirle a usted, pero me parece que tieneenergía e iniciativa, y personalmente es agradable. - Bueno antes de mandarlo tenernos que convencernos de quetiene energía e iniciativa….. que tendrá esas cualidades cuando debatomar una decisión inmediata, seis mil millas distante de sus jefes a • 3. quienes pudiera consultar y proceder acertadamente de acuerdo consu criterio. Eso es lo más importante Skinner. - Tiene usted razón señor Ricks, y creo que es usted quiendebe hacer la prueba. - Convencido, Skinner. El próximo representante quemandemos a Shangai tendrá que ser un luchador que no se de porvencido. Y hemos mandado a tres que resultaron un fracaso y deesos no queremos más. Sin decir otra palabra, Cappy se echó de espaldas en su sillóngiratorio y cerró los ojos. - Parece que va a fraguar la prueba para Andrews, dijo MattPeasley en voz baja a Skinner al salir de la oficina del Sr. Ricks. El destino no permitió dejar en paz al señor Ricks en susreflexiones por mucho tiempo. A los diez minutos el teléfono sonaba,y con no poco enfado, como si alguien le hubiera interrumpido untranquilo sueño, tomó el receptor y gritó “¿quién eres?”. - Señor Ricks –respondió la telefonista de las oficinasgenerales- está aquí un joven que se llama William Peck y deseaverlo a usted personalmente. Cappy suspiró para reflexionar. - Bien, dígale que pase. Un empleado condujo al visitante ante el precedente de laimportante empresa maderera y de vapores. Al hallarse en supresencia, saludó respetuosamente y dijo: - Señor Ricks, mi nombre es William Peck, le agradezco austed mucho la fineza de concederme una entrevista. Mirándolo con semblante severo Cappy le dijo que tomaraasiento, señalándole una silla frente al escritorio. Al acercarse Peck a • 4. la silla, Cappy notó que cojeaba un poco y que el brazo izquierdo lotenía amputado hasta el codo. - Bien señor Peck, ¿qué desea usted? - He venido a que me de usted trabajo – respondió Peck-. - Habla usted como si tuviera la seguridad de que va aconseguirlo. - Ciertamente, señor Ricks, yo se que usted no me lo negará. - ¿Por qué? Peck, sonriendo en una forma que le simpatizó al señor Ricks,contestó: - “Yo soy agente vendedor y se que puedo vender cualquiercosa que tenga algún valor, porque lo he demostrado durante 5 añosy quiero demostrárselo a usted”. - Señor Peck….. Dijo Cappy sonriendo, de eso no tengo lamenos duda, pero dígame, ¿acaso sus defectos físicos son algúnimpedimento? - No señor Ricks, de ningún modo….. lo que me queda delcuerpo está sano, sobre todo mi cabeza y me queda el brazoderecho. Puedo pensar y puedo escribir y, aunque cojeo puedo ir trasun pedido más aprisa y más lejos que la mayoría de los que tienendos piernas, ¿estoy contratado señor Ricks? - No señor Peck, lo siento, usted sabrá que yo no tomo parteactiva en la administración en este negocio desde hace 10 años.Aquí simplemente tengo mi oficina para despachar micorrespondencia particular y atender asuntos personales. A quiendebe usted ver es al señor Skinner. - Ya vi al señor Skinner, replicó prontamente Peck, pero por elmoso en que habló parece que no le simpaticé. Me dijo queactualmente no había suficiente negocio ni para mantener ocupado al • 5. personal que tiene. Yo le manifesté que estaba dispuesto a aceptarcualquier ocupación, de taquígrafo para arriba. Puedo escribir amáquina bastante rápido con una mano, puedo llevar contabilidad yhacer cualquier trabajo de oficina. - ¿No le dio ninguna esperanza? - No señor. - Entonces -le dijo Cappy en tono confidencial-, vaya a ver a miyerno, el capitán Peasley, que dirige los transportes marítimos deesta empresa. - Ya hablé con el capitán Peasley, quien me trató con muchaamabilidad, me dijo que con todo gusto me daría un puesto, pero quelos negocios estaban tan malos, que por ahora era imposible. - Bueno amiguito, entonces ¿para qué viene a verme a mi? Sonriendo nuevamente, Peck respondió: Porque quiero trabajaraquí en esta compañía, no importa de qué, con tal que sea algo queyo pueda hacer. Si me dan trabajo que pueda hacer, será hechomejor que nunca, y si no puedo hacerlos renunciaré voluntariamente,para evitarle a usted la molestia de despedirme. Tengo referenciascomerciales de primera clase. Cappy oprimió un botón en su escritorio, un momento despuésentró el señor Skinner, lanzando una mirada hostil a William Peck yluego otra interrogativa al señor Ricks: - Oye Skinner –dijo Cappy en voz baja- he estado meditando elasunto de enviar a Andrews a la oficina de Shangai y he llegado a laconclusión de que nos tenemos que arriesgar. Esa oficina está ahoraa cargo de un empleado menor y es preciso nombrar cuanto antes ungerente, así que haremos esto, vamos a mandar a Andrews en elpróximo vapor, haciéndole entender que asumirá el cargotemporalmente, si vemos que no da resultado, le ordenaremos quese devuelva para ocupar su puesto actual en el cual es bastenteapto. Entre tanto Skinner, te agradecería mucho que le dieras empleo • 6. a este joven….. dale una oportunidad de demostrar lo que puedehacer….. Hazle ese favor Skinner….. Hazme ese favor….. El señor Skinner bien sabía que un ruego de Cappy equivalía auna orden, y Peck, comprendiéndolo miró al administrador generalcon una sonrisa: - Muy bien señor Ricks, dijo Skinner con cierto despecho: ¿Haconvenido con el señor Peck el sueldo que ganará? - Ese detalle te toca a ti –contestó Cappy-. No es mi intencióninmiscuirme en tus asuntos administrativos. Naturalmente le habrásde pagar al señor Peck lo que valga y nada más. Volviéndose hacia el triunfante Peck, lo amonestó diciéndole:“Oiga amiguito, no crea que porque he intercedido por usted ya tienesu porvenir asegurado. Su porvenir usted mismo tendrá que labrarloy tiene que comenzar muy pronto. La primera vez que meta la pata ono dé la talla en el trabajo que se le confíe, lo amonestarán, lasegunda vez lo suspenderán por un mes y la tercera vez quedarádefinitivamente fuera de esta organización, ¿me he explicadoclaramente? - Sí señor –contestó Peck sin vacilar-, “todo lo que yo pido esuna plaza en la línea de combate, y le aseguro que pronto me haréacreedor a la confianza del señor Skinner”. Dirigiéndose a Skinner:“Muchas gracias señor Skinner, por haber consentido en darme unaoportunidad, haré cuando esté de mi parte para merecer suconfianza”. - “Este diablo” –se dirigió así mismo Cappy- “Este tiene tacto ytambién tiene sesos, no me explico cómo Skinner no puede darsecuenta de ello. Si este pobre chico se sale un poco de la raya o sebrota en la cabeza alguna idea nueva que quiera poner en práctica,es casi seguro que firmará su sentencia de muerte con esta gente decerebro fosilizado que hay en este mundo. El no podrá defenderse,pero por fortuna, todavía estoy aquí”. El joven Peck, poniéndose de pie preguntó: • 7. - ¿Cuándo puedo empezar? Skinner le contestó con cierta ironía: “Cuando este listo”. Peck miró rápidamente su reloj….. “Son las doce, añadió, voy aalmorzar y estaré aquí a la una”. Skinner se retiró mordiéndose los labios. Al cerrarse la puertatras de él, Peck levantó las cejas, y despidiéndose del señor Ricks ledijo: “Muchas gracias, señor Ricks, ha sido usted un extremo amable,pero parece que no voy a empezar bajo muy buenos auspicios”, ytomando su sombrero se marchó. Apenas había salido cuando Skinner entró de nuevo, másantes de poder abrir la boca, Cappy le impuso silencio levantando undedo y en voz cordial le dijo: - “Ni una palabra, Skinner, ya se lo que me vas a decir y admitoque tienes razón, Pero óyeme hijo….. ¿cómo era posible rechazar aun joven que tanto empeño tiene en trabajar y que no acepte un NOcomo final? A pesar de que no encontró aquí más obstáculos paralograr su propósito no se dio por vencido ni se desanimó. Tú luchastecontra él, pero él ganó, y vaya que tuvo que vérselas con un experto.¿Qué trabajo le vas a dar?” - El de Andrews naturalmente. - Ah si, había olvidado. Dime Skinner, ¿no tenemos disponiblecomo medio millón de pies de abeto fétido? Skinner asintió, y Cappy, continuando con la avidez de quienacaba de hacer un descubrimiento que cree que causará unaverdadera revolución en el mundo científico le dijo: “Bueno, mándalocon esa madera apestosa y un par de furgones de pinabete rojo ocualquiera de las maderas que casi nadie quiere ni regaladas”. Skinner sonrió maliciosamente y dijo: - “Convenido, pero si no vende le quitamos su pasaporte”. • 8. En el estado de Arizona, Peck consiguió varios pedidos demadera de refuerzo para pozos de minas, pero sólo hasta que llegóal centro de Texas empezó realmente a demostrar su extraordinariahabilidad para vender. Allí se especializó en la venta de madera paratorres de taladrar pozos petroleros, y fue tal el bombardeo de pedidosque mandó a las oficinas generales, que Skinner tuvo quetelegrafiarle pidiéndole que se calmara un poco en la venta de esamadera por estársele agotando las existencias, y que se dedicara avender maderas de otras clases. Completando su itinerario, emprendió el viaje de regreso víaLos Ángeles, pero de regreso se detuvo en Valle de San Joaquín yvendió dos furgones más de abeto fétido. Al recibir Skinner eltelegrama, fue a mostrárselo al presidente: - “No cabe duda de que Peck puede vender madera” le dijo alseñor Ricks de mala gana. “Ha conseguido 5 nuevos clientes y acabade mandar otro pedido de otros dos furgones de abeto fétido. Creoque tendré que aumentarle el sueldo el primero del año”. - Óyeme Skinner, ¿por qué diablos quieres esperar hasta elprimero del año? Ese pernicioso hábito que tienes de dejar para mástarde lo que debes hacer hoy, especialmente cuando se trata desoltar dinero, nos ha costado la pérdida de los servicios de más deun empleado. Sabiendo que Peck merece un aumento de sueldo,¿por qué no se lo das ahora y con gusto? Peck tendrá buenavoluntad, trabajará más todavía y por lo menos te considerará comoser humano”. - Muy bien, señor Ricks, voy a asignarle el mismo sueldo queAndrews tenía antes que Peck tomara su puesto. - Skinner, tu realmente me obligas a recordarte quien mandaen esta empresa, Peck vale más que Andrews, ¿verdad? - Así parece….. - Entonces, por amor a la justicia, págale más y haz efectivoese aumento desde el día en que empezó a trabajar. ¡Vete de aquíque me pones nervioso!..... un momento….. ¿Cómo le va a Andrewsem su nuevo trabajo en Shangai? • 9. - Dándole a ganar a la compañía cablegráfica, contestó Skinnercon sarcasmo. Cablegrafía como tres veces por semana sobreasuntos que él mismo podría resolver, Matt Peasley está disgustadocon él. - Eso no me sorprende….. supongo que Matt vendrá a decirmedentro de un poco que yo fui quien escogió a Adrews para el puesto,pero no olvides Skinner, que le advertí que el puesto era temporal. - Sí señor Ricks. - Bueno, creo que tendré que buscar a un sucesor e impedirque Matt venga a echarme la culpa en cara. Creo que Peck tienevarias características de un buen administrador para la oficina deShangai, pero tendré que probarlo un poco más. Mirando a Skinner con una sonrisa picaresca: - “Oye Skinner voy a pedirle a Peck que me traiga el jarrónazul”. El semi-pálido semblante de Skinner casi se sonrojó. - “Bueno, notifica al jefe de la policía y al propietario del bazarpara que no nos cueste tanto”. Cappy caminó hacia la ventana, mirando la calle pensativopero sonriendo todavía y añadió: “Tú convendrás conmigo Skinner,que se me trae el jarrón azul valdrá 10 mil dólares al año comogerente de Shangai”. - Sin duda los valdrá, señor Ricks. - Bueno, Skinner, haz los arreglos necesarios para que Peckesté listo el domingo a la una, yo me encargaré de los demásdetalles. El sábado de esa semana, el señor Skinner no se presentó ensu oficina, de su casa avisaron por teléfono que se hallaba • 10. indispuesto. Su secretaria tenía instrucciones de avisarle a Peck queel señor Skinner deseaba hablar con él ese día, pero que debido auna indisposición repentina no podía verlo en la oficina, quenecesitaba conferenciar con él antes de que saliera nuevamente deviaje el lunes, y que le agradecería que lo visitara en su casa eldomingo en la tarde a la una. Peck contestó que con todo gusto iría a ver al señor Skinner ala hora indicada. A la una en punto del domingo se presentó en la casa deladministrador general, a quien halló en la cama, pero sin síntomas deestar enfermo. Después de desearle su pronta recuperación,entraron en discusión respecto a los nuevos clientes y a perspectivasque el señor Skinner estaba deseoso de que Peck investigara. En el curso de la conferencia, Ricks telefoneó. El señor Skinnerestuvo escuchando por varios minutos, luego Peck lo oyó decir: “Contodo gusto complacería sus deseos, señor Ricks, si no fuera porqueestoy en cama y no podré salir hoy, pero el señor Peck está aquí ycon seguridad no tendrá inconveniente en eso que usted desea”. - “Claro que no” interrumpió Peck….. y tomando el receptor seapresuró a saludar al señor Ricks. - Oye Peck….. –dijo el presidente- quisiera confiarte unencargo, no puedo mandar a un muchacho, pero al mismo tiempo meda pena darte esta molestia. - No será molestia alguna, señor Ricks, mande lo que gusteque estoy a sus órdenes. - Gracias, Peck, por tu buena voluntad. Se trata de esto,andando yo en el centro a medio día, pasé frente a una tienda en lacalle Sutter, entre Stockton y Powell, y es ahí donde en unescaparate vi un jarrón azul. Yo soy muy afecto a los jarrones deornato, Peck, y aunque éste no es nada extraordinario sucede queuna dama a quien le tengo una gran estimación tiene otro igual, y seque nada le agradaría más como regalo de su aniversariomatrimonial que otro jarrón como ese para completar el par que • 11. necesita para las dos rinconeras que tiene en su comedor. Yo tengoque tomar el tren a las ocho de este noche para llegar a tiempomañana a Santa Bárbara, donde ella vive, y poder felicitarlapersonalmente, así como entregarle el regalo y ese jarrón, Peck es loque quiero. - Muy bien señor Ricks, comprendo que si aguardamos hastamañana lunes a que abran la tienda, no podrá llegar a tiempo aSanta Bárbara, sino hasta el martes. - Ese es precisamente el caso Peck, ojalá que lo hubiera vistoayer para no tener que molestarte. Los siento mucho. - No necesita usted darme explicaciones, ni disculpas, señorRicks. Sólo hágame el favor de describir el jarrón. - Es un jarrón cloisonné, Peck, de un azul entre pálido y oscuro,con figuras orientales de pájaros y flores. No te puedo decir conexactitud el tamaño pero me parece que tiene como 30 cm de alto y10 de diámetro en el centro y está montado sobre una base demadera teca. - Con eso basta, señor Ricks, yo le llevaré el jarrón. - Gracias Peck, muchas gracias. Me harás entregármelo 5minutos antes de las 8 en la sección del tren del pacífico, yo estaré abordo del tren en el coche dormitorio número 7 sección A. - Convenido, señor Ricks. - Oye Peck, el costo no será gran cosa. Tu podrás pagarlo ymañana se lo cobras al cajero diciéndole que lo cargue a mi cuenta.Ricks colgó el receptor. Skinner reanudó la conferencia y Peck no salió de la casahasta las tres de la tarde, dirigiéndose enseguida a buscar el famosojarrón azul. Al llegar a la calle Sutter caminó por una acera, entreStockton y Powell, luego por la otra, y aunque se fijó con el mayorcuidado en todos los escaparates y vitrinas que había, no pudo ver • 12. ningún jarrón azul o de otro color ni tienda alguna donde vendierantal clase de artículos. - “Sin duda que Cappy se equivocó en el nombre de la calle oyo le entendí mal” –dijo Peck para sí mismo- “voy a hablarle porteléfono para que me repita la dirección”. Habló a la casa del señor Ricks, pero la criada le informó que elseñor había salido y no sabía ella a dónde había ido ni a que horavolvería. Entonces Peck, regresó a la calle Sutter y la recorrió denuevo, por uno y otro lado, sin mejor resultado que la primera vez,luego dobló hacia una de las calles que cruzaba, caminando doscuadras en una dirección y dos en otra, así continuó recorriendotodas las calles del barrio sin vislumbrar en ninguna parte enconcebido jarrón azul. No por eso se dio por vencido, sino queemprendió la pesquisa en otra zona comercial. Caminó calles y máscalles en todas las direcciones sin mejorar su suerte, y como últimorecurso, se dirigió a una cuadra aislada de la calle Post –la única queno había recorrido- donde recordó que existían dos o tres pequeñastiendas. Al llegar a la última de ellas, notó de pronto en el escaparateun jarrón azul que al parecer respondía a la descripción del que elseñor Ricks quería. Al examinarlo de cerca y convencerse de queese era en realidad el jarrón que buscaba, dio un profundo suspiro desatisfacción. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada con llave, como yalo suponía….. de todos modos, golpeó con fuerza por si acasohubiera alguien dentro que pudiera abrirle, pero sin resultado. Entonces, levantando la vista, vio en la fachada un letrero quedecía “Browne’s Art Shop”. Sin pérdida de tiempo se dirigió al hotelmás cercano a buscar en un directorio telefónico el nombre del bazarsusodicho sin encontrarlo. En la guía, estaban escritas 19 personasde apellido Browne, entonces pidió en la oficina del hotel undirectorio de los habitantes de la ciudad en el cual halló el nombre deBrowne como propietario de un bazar de objetos de arte situado n elestablecimiento donde había encontrado el jarrón azul, pero sin darla dirección de su residencia particular. Inmediatamente, cambió undólar por feria y dirigiéndose de nuevo al teléfono empezó a llamar a • 13. cuantas personas de apellido Browne figuraban en la guía telefónicade San Francisco, el resultado fue nulo. Procedió a consultar las guías de varias poblaciones cercanasdonde suelen vivir muchas personas que trabajan o tienen susnegocios en San Francisco, y continuó llamando a cuantos Browneencontró. Al llamar al último sin mejor éxito, ya le corría el sudor porel cuello. Eran ya las 6, Peck volvió al bazar, y mirando nuevamente elletrero, notó con gran sorpresa que el apellido del dueño no eraBrowne sino Brown y eso hacía necesario que volviera al hotel abuscar a todos los “Browns” que hubiera en la ciudad. Hizo cambiarun billete de 20 dólares en monedas pequeñas de valores diversos,se dirigió al teléfono y de nuevo empezó a llamar a cuantas personasBrown había registradas en San Francisco y los suburbios. Al cabo de quien sabe cuántas llamadas, dio con la residenciadel señor Brown que buscaba, pero tan sólo para que una sirvienta leinformara que este señor había ido a comer a la casa de un tal señorSimón en la vecina población de Mill Valley. Tres personas deapellido Simón aparecían como residentes de Mill Valley y Peckllamó a los tres Simón que encontró en la guía, preguntando si elseñor Brown estaba allí. A la tercera llamada le dijeron que sí,preguntándole quién era. Peck dio su nombre, transcurrió un rato en silencio y luego oyóesto: “El señor Brown dice que no conoce a ningún William Beck,además está comiendo y no quiere que lo importunen a menos quesea un asunto de suma importancia”. - Dígale que se trata de algo importantísimo y que mi nombrees William Peck, no Beck. - ¿Deck? - No!!!!..... ¡Peck!..... ¡Peck!..... ¡Peck!!!!!..... Llámelo y dígaleque su tienda se está incendiando. • 14. Un momento después, el señor Brown hablaba sumamenteexcitado: - ¿Es usted el jefe de bomberos? Preguntó con vozentrecortada. - No señor Brown, su tienda no se está quemando, pero tuveque decirle eso para hacerlo venir al teléfono. Usted no me conoce,pero en el escaparate de su tienda, aquí en San Francisco, vi unjarrón azul que quiero comprar urgentemente antes de las 7:45 leruego que inmediatamente se venga a abrir el bazar y me venda eljarrón. - ¡Qué demonios…..!!!! ¿Me está usted tomando el pelo o creeque estoy loco? - No señor Brown, nada de eso….. si alguien está loco, ese soyyo….. estoy loco por el jarrón azul y como tengo que salir de laciudad a las 8:00, quiero llevármelo ahora mismo. - ¿Sabe usted lo que vale ese jarrón? - No, ni me importa….. yo lo quiero cueste lo que cueste. - ¿Qué hora es?..... déjeme ver….. Y después de un momento de silencio mientras veía el relojdijo: - Es un cuarto para las siete y el próximo tren para SanFrancisco no sale hasta las ocho, así es que no podré llegar alláantes de las 8:50, además estoy cenando con unos amigos y apenashe terminado la sopa. - Señor Brown, a mi todo eso no me importa, ese jarrón azultengo que llevármelo hoy. - Bien, si no puede usted aguardar, llame por teléfono al señorHerman Joost, mi encargado, que vive en Clinton Apartament, elnúmero de su teléfono es 55-32-49; dígale de mi parte que valla • 15. enseguida a abrir el bazar y le venda el jarrón. Adiós. (El señorBrown colgó el teléfono). Peck llamó inmediatamente al número que el señor Brown lehabía dado y preguntó por el señor Hernan Joost. La mamá de estecaballero contestó, manifestando que sentía muchísimo que su hijono estuviera en casa, pues había ido a cenar al Country Club. - ¿Cuál Country Club? La buena señora no sabía, así es que Peck pidió en la oficinadel hotel una lista de todos los clubes de San Francisco yalrededores y comenzó a llamar por teléfono. Eran ya las 8:00 y aun no había dado con el tal señor Joost, enningún club lo conocían. - “Estoy perdido –murmuró Peck- pero no pueden decir que noperdí luchando, el único recurso que me queda es romper esavidriera con un ladrillo y echar a correr con el jarrón” Acto seguido hizo llamar a un taxi, le dijo al chofer que loaguardara a la vuelta de la esquina y le pidió prestado un martillo.Cuando llegó al bazar encontró un policía parado frente a la puerta;en vista de eso, Peck continuó su camino sin detenerse, másadelante cruzó al otro lado de la calle y se devolvió. Ya era de nochey al pasar de nuevo frente al bazar, observó un letrero iluminadosobre la puerta en que el apellido del propietario no decía Brown sinoBrocen. Peck fue a donde el taxi lo esperaba y se devolvió al hotel.Teniendo uno de esos espíritus que no aceptan la derrota fácilmente,volvió a llamar por teléfono al domicilio del señor Joost y por primeravez la suerte le favoreció: el señor Joost había regresado. Peck, convoz ansiosa le informó lo que deseaba y de la orden que había dadoel señor Brown. El cauteloso Joost contestó que primero tendría quehablar por teléfono con el señor Brown para cerciorarse de que eracierto, agregando que si el señor Brown confirmaba su orden, élestaría en el bazar antes de las 9. • 16. Con la impaciencia que es de suponer, Peck lo aguardaba.Finalmente a las 9:15 Joost se presentó acompañado de un policía, aquien por precaución había pedido que lo acompañara; abrió lapuerta, encendió las luces, y con gran cuidado sacó del escaparate eljarrón azul. - ¿Cuánto vale? –preguntó Peck- - 2000 dólares, contestó Joost….. tan fríamente como sihubiera dicho 50 centavos. Peck tuvo que reclinarse sobre el mostrador para no caer, -2000 dólares!- exclamó en una voz y con semblante dedesesperación (tenía en el bolsillo 10 dólares solamente). - ¿Acepta usted mi cheque señor Joost? - Yo no lo conozco a usted señor Peck –respondió Joost- - ¿Dónde está su teléfono? Joost condujo a Peck al teléfono y éste llamó a la casa delseñor Skinner. - Señor Skinner –balbuceó Peck- estoy en un terrible apuro ycasi exhausto, conseguí que abrieran el bazar, pero el jarrón azulque tanto desea el señor Ricks cuesta 2000 dólares y yo entendí quecostaba una friolera. - No me digas Peck, ¿has estado en busca del jarrón todo estetiempo? - Sí, y estoy propuesto a llevármelo….. hágame el favor deenviar a alguien aquí, al bazar del señor Brown, en la calle Postcerca de la Avenida Grand, con los 2000 dólares, porque yo ya notengo fuerzas para ir por ellos. - Mi querido Peck –replicó el señor Skinner compasivamente-no tengo aquí 2000 dólares….. esa es una cantidad demasiadogrande para llevarla en el bolsillo o guardarla en casa. • 17. - Bueno, entonces tenga la bondad de venir al centroinmediatamente, abrir la oficina y sacar el dinero de la caja fuerte. - Eso no lo puedo hacer Peck, porque la caja fuerte tiene unacombinación que nadie puede abrir antes de cierta hora. - Señor Skinner, hágame el favor de venir de todos modos paraque me identifique en alguna parte donde nos puedan aceptar micheque personal. - ¿Tienes suficientes fondos en el banco Peck? Esto, puso fin ala conversación y pedimentos, y Peck llamó enseguida a la casa delseñor Ricks, sabiendo que ahí residía su yerno, el capitán Peasley.Afortunadamente lo halló en casa, y Peasley lo escuchó con bastanteamabilidad: - Peck, es casi increíble que te hayan asignado una misiónsemejante, dijo el capitán Peasley. - Sigue mi consejo y olvídate del jarrón azul. - No puedo –replicó-….. el señor Ricks se sentiría muycontrariado si no le entrego el jarrón, él se ha portado conmigo demanera espléndida y considero un deber ineludible cumplir con estedeseo suyo. - Pero ya es muy tarde Peck, para entregárselo, se fue en eltren de las 8:00 y ya son las 9:30 - Lo sé, pero si puedo obtener el jarrón, yo se lo entrego antesde que baje del tren en Santa Bárbara a las 6 de la mañana. - ¿Cómo? - Aquí en el aeropuerto tengo un amigo que con gusto mellevará en su avión a Santa Bárbara. - ¡Estás loco! • 18. - Lo sé, pero por favor présteme 2000 dólares - ¿Para qué? - Para comprar el jarrón azul. - Ahora ya no me cabe duda de que estás loco….. si el señorRicks supiera que estas dispuesto a pagar 2000 dólares por esejarrón, te mandaría al manicomio. - Oiga señor Peasley….. ¿Me va a prestar los 2000 dólares ono? - No Peck, vete a tu casa a dormir y olvídate del jarrón azul….. - ¡Por favor señor Peasley!..... A usted le pueden cambiar uncheque porque lo conocen bien, y a mi no, además es domingo….. - Bueno….. interrumpió Joost….. ¿Vamos a pasar aquí toda lanoche? Peck, colgando el teléfono, lo miró con actitud de desafío y ledijo: ¿Es usted conocedor de diamantes? - Sí, contestó Joost. - ¿Me aguardará aquí hasta que vaya al hotel para traer uno? - Sí. William Peck salió cojeando tan aprisa como pudo y veinteminutos más tarde estaba de regreso con un anillo de platino quetenía un hermoso brillante cercado de zafiros. - Se lo dejo en prenda, Peck se apresuró a decir, déme unrecibo y cuando haya cobrado usted mi cheque vendré a buscar mianillo. Quince minutos más tarde, con el jarrón azul cuidadosamenteempacado, Peck entraba a cenar a un restaurante. Al terminar pidió • 19. que le llamaran a un taxi, y a toda velocidad se dirigió al aeropuerto.Ahí se informó de la residencia de su amigo aviador, se comunicócon él, y a media noche ambos y el jarrón azul se perdían en lasnubes rumbo al sur. Hora y media más tarde en el valle de Salinas, cerca de la víadel ferrocarril, Peck descendió y el aviador emprendió el vuelo deregreso a San Francisco. Peck corrió hacia la vía férrea con unperiódico en la mano, y pocos momentos después, cuando vió que eltren donde venía el Sr. Ricks se aproximaba, hizo del periódico unaantorcha y empezó a hacer señas con ella en medio de la vía. El trense detuvo, el conductor abrió la puerta de uno de los coches paraaveriguar qué pasaba, y Peck se metió de un salto. - ¿Quién diablos es usted?, preguntó el conductor. - ¿Por qué hizo parar el tren? - Porque tengo urgencia de ver a un pasajero que viene en lasección A del coche # 7, yo le pago mi pasaje. - ¡Ah!..... Es un señor de baja estatura, avanzada edad,¿verdad?, antes de salir de San Francisco preguntó si no habíanvisto a un individuo con un paquete bajo el brazo….. - Sí, ese soy yo, aquí le traigo el paquete que no pudeentregarle a tiempo….. hágame el favor de llevarme a su sección. Hubo que tocar el timbre varias veces para despertar a CappyRicks, quien al fin abrió la puerta en pijamas. - Soy William Peck señor Ricks, perdóneme que venga aimportunarle a esta hora, pero es que tropecé con tantas dificultadespara conseguir el jarrón azul que usted tanto quería, que no pudellegar a tiempo a la estación. La dirección de la tienda no era la queusted me dio, tuve que buscarla por todo San Francisco y llamar porteléfono a todos los “Browns” y “Brownes” que hay ahí y en lossuburbios; además, fue imposible conseguir el domingo por la nochelos 2000 dólares que costaba el jarrón, pero aquí tiene usted, por quele prometí entregárselo….. y lo que yo prometo lo cumplo. • 20. Cappy Ricks miraba a Peck con los ojos azorados, como si lecreyera loco, Luego se echó a reír, lo hizo tomar asiento, y empezó areferir que todas las dificultades con las que se tropezó habían sidofraguadas intencionalmente, desde la dirección equivocada del bazarhasta el precio del jarrón, pues en realidad sólo valía 10 dólares. Al oír esto, Peck casi de desmayó, pero rehaciéndose,prorrumpió en tono alterado y grave: - Señor Ricks, yo estoy acostumbrado a obedecer órdenes sinambages, por necias que parezcan, a cumplir con los cometidos quese me confíen, con puntualidad si es posible, y si no, tan pronto comome sea posible. Desde muy joven me inculcaron lealtad para missuperiores, pero ahora me duele realmente que mi estimado jefeactual haya querido hacer de mi un payaso….. Burlarse de un fielservidor. Desde hoy en adelante puede usted mandar a Skinner o aquien se le dé la gana a vender su abeto apestoso al cual tantotrabajo me ha costado darle salida. Cappy Ricks pasó cariñosamente la mano por la cabeza dePeck, y le dijo: - Mi querido Peck, bien sé que lo que hice fue cruel,extremadamente cruel; pero tengo que confiarte un puesto de talimportancia, que necesitaba ponerte antes a prueba paracerciorarme de que podías desempeñarlo. Por eso te confié la tareamás ardua que doy a personas que pienso destinar a cargos querequieren hombres que nunca se dan por vencidos. Ahora tecomunico que en vez de haberme traído un jarrón que vale 2000dólares, saldrás de este tren con un puesto que vale 10000 dólares alaño como gerente de nuestra oficina en Shangai. La sorpresa de Peck al oír estas palabras no fue menor que laque había recibido antes y el señor Ricks continuó: - De 15 hombres a quienes he dado como prueba la búsquedadel jarrón azul, tú eres el segundo que ha salido airoso. • 21. - Gracias señor Ricks, y perdóneme lo que le dije. Haré de miparte todo lo posible para desempeñar mi cometido en Shangai a suentera satisfacción. - Eso bien lo sé Peck, pero dime: ¿No te viste a punto deabandonar le empresa al tropezar con tantas dificultades casiinsaciable? - Sí señor, me entraron deseos de suicidarme antes de haberllamado por teléfono a cuantos “Browns” y “Brownes” hay en SanFrancisco. Pero yo no acostumbro empezar una tarea y dejarla amedias, especialmente desde que, estando enfermo una vez en elhospital, ya habiendo perdido casi la esperanza de rehabilitarme, unamigo fue a verme y me dijo: “William, tu no estás tan grave comocrees….. vas a vivir muchos años todavía” Yo le contesté que no locreía; entonces, mirándome con semblante serio agregó: “WilliamPeck, tu no eres de los que se dan por vencidos y, si te lo propones,te recuperarás….. para principiar, sonríe”. - Desde entonces, mi lema en todo lo que emprendo es: ¡LO HARÉ!