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CARLOS VEGA Las danzas populares argentinas danzas populares argentinas TOMO II CON 13 LAMINAS, 72 DIBUJOS Y 15 ILUSTRACIONES MUSICALES TUL BUENOS AIRES, 1986 REPUBLICA ARGENTINA INSTITUTO NACIONAL DE MUSICOLOGIA “CARLOS VEGA” DIRECCION NACIONAL DE MUSICA SECRETARIA DE CULTURA MINISTERIO DE EDUCACION Y JUSTICIA LA ZAMACUECA CUECA - ZAMBA - CHILENA - MARINERA~ A cien largos afios de su tremenda irrupcién, después de haber incitado a la danza y exaltado el danzar a su paso triunfante por las tres Américas, la Zamacueca esta aferran- do un lento morir al suelo de modestas remoliendas provin- ciales de Chile, al de apartados lugares peruanos y bolivianos, al de viejas pulperias y temporales ramadas o trincheras argentinas. Danza de la pasién y del afan —intimidad en plastica—; ocasién de proclamar la pristina voluntad del amor, para los hombres; compensacién de la tendencia refrenada, ejercicio de coqueteria y ensayo de asentimiento, para las mujeres; argumento pantomimico que sintetiza las angustias de la conquista sinuosa y en que las cosas de soledad se dicen en la alta voz ritmica del cuerpo; predémbulo sin desenlace real; oculto sentido universal y eterng franqueandose en ambiente de tolerancia o beneplacito, la Zamacueca fué negada y Joada, escarnecida y aclamada, rechazada y elegida, adorada y maldita. Todas las clases sociales —incluso el estadista, el militar severo y hasta algiin fervoroso clérigo de parroquia rural— bailaron, cantaron, jalearon, zapatearon y “combebieron” Ja Zamacueca augusta. Ojos de casi todo el mundo occiden- tal vieron Ia gran danza americana; hombres de todas las tierras dejaron en contradictorias paginas su sensacién del espectaculo maravilloso, y nos quedd una antologfa de reac- ciones varia en rezumos de estereotipologia forastera, rica en matices de idiosincracia, despareja por envejecimiento resentido o generosidad juvenil; segtin quién. 12 GARLOB VEGA Algo intenso y hondo quiso decir América por su Za- macueca; cosa singular significara para quienes bucean en el alma de los pueblos, que en circunstancias y momento dados el Continente inserte en una danza el cauce de su pasion, el lenguaje que cada habitante habria inventado para expresar a un‘tiempo su intimidad personal y sus afa- nes colectivos. El liberalismo europeo introduce los elemen- tos coreograficos precursores y, cuando caen los ultimos ba- luartes coloniales, la nueva danza, recreacién americana, emerge y estalla y vuela, gravida y dgil; y es porque los hombres identificaron la independencia politica de la tierra natal con la liberacion pasional insita en el coreodrama des- enfrenado y publico. Que esta danza del amor fué la danza de las Republicas emancipadas, de los grupos sociales libe- rados, de los hombres libres. Por eso es la danza nacional del Perti y de Chile; y por eso, cuando algtin célebre danzante de la Argentina occidental —recordado a medio siglo de su muerte— prometia su concurso a la fiesta préxima, los po- bladores de veinte leguas peregrinaban por los arenales nada mds que por verlo bailar la Zamacueca colectiva y propia. Ex: Nomsre. Antes de afrontar el capitulo de la historia debemos entretenernos en ordenar ideas que evita- ran seguras confusiones. Vamos a tratar aqui del nombre de la danza, no de la coreografia, no de la musica, no del texto; sdlo del nombre o mejor, en plural, de los nombres que en cada tiempo y lugar se le aplicaron. El nombre suele Nevar arbitraria vida y observar costumbres disipadas. Anda por su cuenta y desaparece o subsiste segtin lo alcancen des- dén o preferencia. Es necesario tomar precauciones. Cualquier danza es el conjunto de una forma coreogra- fica, de una forma de composicién musical estrechamente ligada a ella, y de un texto que se aiiade a la musica —si se canta—; todo bajo un rétulo. Ninguno de estos elementos suele persistir sin variacion. Ciertos elementos coreograficos y algunos musicales, especialmente los ritmicos, constituyen el micleo caracterizador de una danza, por su relativa coA- PE HOMBRES HE EA ZAMACUECA 13 tania A diel tiempo y del espacio; una carga de signi- fieweion von etal Y sobre ese niicleo y su carga revo- lotean nombres, 1a aventiira de los rétulos es comprensible si enten- demos que la danza, en plena dispersién, va sufriendo por todas partes agresiones minimas que después, no obstante la aceptacién de su formula general, se particularizan y ensa- fian con cualesquiera de sus discretas particulas. La danza se presenta con un nombre y se difunde. Los centros dependientes que reciben la novedad la adoptan con su nombre 0, andando el tiempo, se lo cambian. El centro inicial, donde la danza sigue evolucionando, puede, tiempo adelante, rebautizarla, y como su modo de irradiacién no consiste en el sdlo y tinico envio de un paquete sino en el establecimiento de una corriente, la misma danza, modifi- cada y con su propio nombre, o igual con nombre distinto. invade otra vez los centros menores y crea en ellos problemas que cada cual soluciona a su manera: homologa o unifica la anterior con la siguiente bajo el nombre viejo o bajo el nuevo, retiene las dos variantes con iguales o diferentes rétulos 0... combine el lector las posibilidades. Se han dado todas en la historia de las danzas. Es comprensible que los estudiosos, Jos aficionados y el ptiblico mismo padezcan desconcierto ¢ incurran en con- fusién si no tienen en cuenta las veleidades de los rétulos y la naturaleza flexible, plastica, de todos los elementos que integran el complejo de una danza. Pero si las aclaraciones son necesarias con respecto a las danzas en general, mucho més lo son en el caso particular de la Zamacueca, baile anda- riego y cambiante que cada comunidad reconformé a la medida de su apetencia. Los datos histéricos que revista- remos mas adelante esclarecen con suficiente precisién las circunstancias en que la Zamacueca cambié de nombres durante su permanencia o su marcha por el continente. Ahora corresponde examinar los nombres con que se ha conocido y conoce hasta hoy en diversas areas de la Argen- tina. Para este trabajo cuento con dos colecciones de datos: GAMLOS VEGA tna es 14 que los maestros nacionales de nuestras provine _ clas y territorios formaron en 1921; la otra se debe a en- uiestas que personalmente hice desde 1931 en casi toda la extensién de nuestro pais. Complementaremos estos datos con los documentos antiguos. Zamacueca. Wa voz “zamacueca’’, como nombre de danza, se difundié con el baile mismo. En el segundo cuarto de este siglo, a cien afios de su aparicién, el nombre de Zamacueca se recuerda en buena parte de nuestro territorio, pero cada vez menos a medida que nos acercamos a nuestros dias. Y esto, a pesar de la difusién de los rétulos que vinie- ron después en su reemplazo. En las provincias de Salta y Jujuy parece que ha desaparecido totalmente, acaso absor- bido y eliminado en definitiva por el pentiltimo nombre que dio el Pert a la danza: Chilena. Cuando sus elementos se chilenizaron se llamé algunas veces “Zamacueca chilena”’ en el Pert y en la Argentina. Cueca. En nuestro libro Danzas y canciones argentinas (1936) explicamos y documentamos cémo los chilenos, por aféresis, redujeron la voz “zamacueca’’ a sus silabas finales: “cueca”. Graciosamente ha dicho el poeta y estadista perua- no José Galvez **, que la Zamacueca “‘perdié la cabeza” en Chile. Esto es verdad en todos los sentidos. Cueca es el nombre mas difundido en la Argentina. Lo conocen las dieciséis provincias, las gobernaciones del norte, y las del sur hasta Rio Negro. Hace un cuarto de siglo, para ¢ada uno que decia Zamacueca habia cinco que decian Cueca. Hoy la proporcion es considerablemente mayor en favor de la yoz Cueca. Se ve que el rétulo posterior y mas breve fué ganando adeptos a expensas del primitivo. Cueca chilena. Ocasionalmente, Chile Iamé Zama- eileca chilena a su variante local. Pero la voz Cueca, sola, significd eso con brevedad triunfal. Cuando esta corta pala- bra salié de Chile con la danza remozada, en el exterior le afiadieron la referencia geografica: chilena. “Cueca chilena” se Hamé en el Perti, sin duda por poco tiempo, pues los re- la von oth ain apén- Peril, La Paz y los pueblos de las pro del norocate argentino (Tucumdn, or apebieen principalmente la voz Chilena para Zamacuieca o Cueca o Cueca Chilena. Fuera den a ad provincias nuestras es rarfsimo el uso de la palabra Chilena, y se debe, probablemente, a ocasional tras- | ante moderno. La dispersién geografica del nombre Chi- fon’ con su foco denso y su caracter exclusivo en el alto noroeste argentino (Jujuy) demuestra a las claras su pro- | cedencia de Pert-Bolivia, de donde nos llegé con nuevos envios de la propia danza. El lector se explicard esto, cuando, ya internado en el capitulo de Ja historia ¢ impuesto de los documentos, reconozea la intensidad del intercambio mari- timo directo que se producfa entre Chile y Peri, y Ja fuerza \_ de irradiacién de Lima sobre nuestro noroeste. Zamba, Este es el nombre de una antigua danza perua- na anterior a la Zamacueca y, muy probablemente, seme- ' jante a su victoriosa sucesora. También lo conocieron todas las provincias argentinas. Hace un cuarto de siglo era sdlo un poco menos usado que el de Cueca, que ahora lo est4 absorbiendo, La primitiva Zamba llegé a la Argentina unos diez afios antes que la Zamacueca, es decir, hacia 1815 6 1820. Poco sabemos sobre su coreografia. La danza que hoy se nombra asf en nuestras provincias no es la antigua Zamba sino la Zamacueca. Ignoramos también cémo el nombre de la ante- rior subsistié aplicado a la posterior triunfante. La verdadera Zamba, procedente del Pert, se difundid 16 CARLOS VEGA por Chile y por la Argentina. En Chile, la Zamacueca absorbié coreograficamente a la Zamba e hizo desaparecer su viejo nombre; en la Argentina la absorbié también, pero he aqui que el antiguo rétulo, lejos de perderse, se conservd al lado del de Zamacueca para designar la nueva variante coreografica. Esto és lo concreto, simple hecho de observa- cién. No puede dudarse de que cuando en la Argentina alguien dice Zamba se esta refiriendo a la Zamacueca o Cueca. Hablo, es claro, del ambiente folklérico; porque aqui, en Buenos Aires, cualquiera llama de cualquier modo a cualquier cosa. Esta “zamba’” ultralenta y esta “‘cueca” ultrarrapida que actualmente ejecutan los tradicionalistas, son pura adultera- cién portefia. No existen, como danzas diferenciadas, en el terreno folklérico argentino. La Zamacueca misma —con cualquiera de sus nombres— puede ser més lenta o mas ani- mada segtin se baile en los salones 0 en la campaiia, en una u otra zona. La variacién de la velocidad se produce en todas las danzas y en todas las canciones hasta en el mismo lugar, hasta en boca del mismo cantor. La referencia provincial. A todos los nombres que acabamos de ver se les suele afiadir la referencia geografica: Zamacueca tucumana, Zamba santiaguefia, Cueca mendoci- na, Chilena saltefia, etc. Estas referencias no significan nada mds que la procedencia inmediata de la composicién musi- cal o el territorio en que fué ofda por quien la menciona. Identidad de los nombres. Por los azares de tan larga evolucién y amplia dispersién del baile, todos los nombres antiguos y modernos quedaron por diversos lugares para designar la sola danza que los trajo uno a uno andando el tiempo. Nuestra poblacién rural sabe perfectamente que los diferentes nombres no significan sino un solo baile. Las encuestas en que nos fundamos son categéricas; muchos de los informantes, al referirse a la danza que nos ocupa, dan dos o tres nombres con la conjuncién “0”, | i valencia. Vemos asf las siguientes “Esta en la Y del campo Que muera No han sido recogidas por mi; las tres figuran en una coleccién que publicd Term A, Anualaz', y proceden, dos de una provincia, y la otra de provincia no lejana, Me he limitado a subrayar los tres distintos nombres de la misma melodia. Todo esto significa que la conciencia de identidad es evidente, por lo menos en aquellas localidades donde que- daron uno o mds de los nombres viejos. En el pueblo de Belén. provincia de Catamarea, of un testimonio en forma de chiste. Cuando la orquesta de la pulperia terminéd de tocar la Cueca, uno de los presentes, con voz alta y acento socarrén, pidié a los musicos: —Bueno; ahora toquen una zamba”. Muchos de los concurrentes festejaron la broma. 18 CARLOS VEGA Pedir Zamba después de Cueca como si fueran danzas dife- rentes era chiste celebrado. Por otra parte —y esto es lo definitivo— el anilisis téc- nico de las melodfas y formas coreograficas recogidas por nosotros en nuimero de seiscientas o mds en todas las provin- cias donde se recuerda la danza, es terminante: sus caracte- risticas esenciales, por sobre las superficiales variantes regio- nales, por sobre la diferencia de velocidad (que nunca aparece unida a un nombre determinado) son siempre las mismas bajo cualquiera de los rétulos. Los tradicionalistas portefios —por desconocimiento— y los provincianos resi- dentes en Buenos Aires —a sabiendas— pueden generalizar yariantes locales, o inventar ritmos o maneras y atribuirlos a cualquiera de los nombres de la danza. Aqui no se trata de tales ocurrencias ni se propone una discusién. Tampoco entrafian estas lineas forma alguna de reproche. Conviene que la historia conozca estas curiosas empresas urbanas para informacién preventiva de los estudiosos y para que se vea cémo influyen los circulos en la suerte de las danzas. El nombre en los documentos. La cuestién del nom- bre en el terreno folklérico no es grave, porque general- mente con él nos Ilegan el recuerdo de la musica y hasta su coreografia. Cuidado requiere, en cambio, cuando en los documentos antiguos aparece el nombre sélo, variantes, o nombres distintos del mismo baile sin una descripcién de Ja coreografia. . Si la documentacién es abundante la cuestién del nom- bre solitario se allana por el principio de que en afios y luga- res mas 0 menos préximos no pueden coexistir danzas dife- rentes e inconexas con el mismo nombre simplemente por- que la sociedad que las bautiza no debe tener interés en confundirse. Las variantes del rétulo principal importan poco; el buen sentido supera, no ya las inmediatas variantes ortogra- ficas, sino hasta las mds extrafias formas deturpadas: Zama- cueca, Samacueca, Sama-cueca, Sama Quequa, Samacuacua, Sama quaker, Zamactica, Zambacueca, Zamba Cueca, Samba LOS NOMBRES DE LA 2AMAGUEGA 19 Cueca, Zamba-clu Zamba-queka, Samcecueca, Sambanica, ete, Algunas son lectura errada de manuscritos borrosos, pero asi se nos presentan en los documentos. En cuanto a la identificacién de los distintos nombres que no es cosa mia— ha sido parcialmente hecha delibe- rada o involuntariamente por varios autores antiguos. Don Clemente Barahona Vega‘, que escribe en Chile poco antes de 1910, establece la identidad de los nombres Zamacueca y Cueca. Dice que la Zamacueca es el nombre reservado para los clasicos: que s6lo un “‘adocenado cursilén” —son sus palabras— se atreveria a mantener en una tertulia Ja integridad del nombre; y que seria apedreado quien dijera zamacuequero en lugar de cuequero. Don Ramén Vial‘, que escribid en 1882, dice: ‘‘Pre- sentar a la zamacueca como baile peruano es un error, por- que precisamente-en el Perit la Haman Ja chilena.” Se equi- yoca don Ramon Vial, pero aqui sélo nos importa que, para él, Zamacueca y Chilena son una misma cosa. Una década antes nos confirma el detalle André Bresson ®, que vid el baile en Atacama: ‘‘Zamacueca o Chilefia, asi se llama esta danza’... Y en cuanto al nombre de Marinera, es curioso notar cémo don Abelardo Gamarra**, creador de este rétulo en 1879, cuenta con detalles que... “Marinera le pusimos y marinera se qued6”’, como veremos en su lugar. En conclusién: todos los rétulos de todos los lugares en todos los tiempos, dentro de los ciento veinticinco afios pasados, denominan una sola y tinica coreografia basica —la del asedio amoroso a base de vueltas y medias vueltas con juego de pafiuelos—, una musica ritmicamente caracteristi- ca, y un texto de particulares estructuras. Y esto, por sobre las variantes coreogrdficas, los distintos estilos melédicos y Jas diferencias de la forma poética *. No padezcamos confu- sién, pues, cuando los documentos engarzan cualquiera de los nombres antedichos. Siempre se trata de la misma danza, Nosotros,para designar aqui el baile que nos ocupa usare- * La vor zambra del siglo XVI no tiene nada que ver con nuestra Zambo. Esto palabra es, muy probablemente, africana. - Pm fe. 20 CARLOS VEGA mos el nombre que llevd por todas partes durante su gran expansion inicial: Zamacueca. Historia. Las encuestas orales modernas puramen- te folkldricas, aun cuando operan sobre hechos actuales vi- gentes o recordados, autorizan nuestra penetracién en el pasado hasta cosa de medio siglo, excepcionalmente dos o- tres décadas mas, en nuestra materia. Es decir, que podemos llegar hasta el afio 1900, hasta 1880; poco més. El conoci- miento de la danza en tiempos mas lejanos requiere un cambio de método: ahora es indispensable recurrir al método. histdrico en sentido estricto, esto es, a los documentos. En esta fecunda combinacién de recursos historiograficos, la observacién folklérica anima el cuadro que nos ofrecen los yertos escritos antiguos e ilumina las interpretaciones del historiador. Porque el folklorista se introduce en el pasado libresco enriquecido por la visién del espectdéculo vivo, que es, antigiiedad triunfante, la fuente misma del documento que lo perpettia. La realidad folklérica, los recuerdos de ancianos y los escritos no muy viejos coinciden y se superponen en la re- presentacién de las cosas que tuvieron general vigencia en tiempos ni recientes ni lejanos. Pasado ese término —las décadas finales del siglo anterior— disminuye la fuerza inductora de la supervivencia, callan las voces, y entramos en el campo de los documentos, que es campo anochecido, apenas iluminado por dispersas y espaciadas luces. Todos los recursos tienen ventajas y desventajas. La ZAMACUECA EN LA ARGENTINA. En especiales cir- cunstancias, un anciano puede hablarnos de la Zamacueca que vid en su primera juventud —hacia 1890, digamos— con Ja seguridad posible; un documento, en cambio, nos comu- nicard sin riesgos de olvido o confusién posteriores lo que el testigo supo y escribid en su tiempo. El libro Mis montafas, de Joaquin V. Gonzalez”, se publicé en 1890 y contiene observaciones que el autor hizo LA ZAMAGQUECA IN LA ARGENTINA, 21 #1 la provincia La Rioja. Dice un parrafo: ..."me recuerda que debo una historia —la del indio Panta— el tambor de las fiestas religiosas, el indispensable miisico de gatos y zamacuecas en los bailes criollos” .. . “se pasaba la noche de claro en claro repicando zapateos y gri- tando “jaro!” para que la nifia de pies ligeros y el mozo de espuela chillona, diesen la graciosa media vuelta revoleando los patiuelos sobre sus cabezas.” En otra pagina menciona la “‘zamacueca chilena” y afiade —documentando sin querer la superposicién de nom- br la siguiente exclamacién de un personaje: “;Qué pierna... para una cueca!”’ Era familiar nuestra danza en aquella provincia —y en todas las centrales y andinas— a] menos en los “bailes crio- los”. Aun cuando las altas clases de las ciudades le profe- saban por esos tiempos condicional devocién, especialmente al final de los saraos, el pueblo la celebraba con tanto gusto que hasta los organillos callejeros la incorporaron a su reper- torio. Conocemos esta postrera aventura sonora de la danza porque, en Tucuman, La Razén del 3 de abril de 1884 censura al gobierno provincial por haber condenado a los organillos y le enrostra dureza de ofdo, pues —dice— “no goza escuchando las sublimes armonias de las zamba-cueca, prefiriendo la musica de las carretas que recorren la pobla- cién” —segtin Isabel Aretz *—. Con todo, cualquier referencia a este baile podia inte- resar en nuestra propia capital. Asi lo entendiéd La gaceta musical *, que el 19 de julio de 1885 publicé una breve nota —“La Zamacueca, Danza Peruana’’— firmada con el seudénimo de “Omar” por quien la vid, sin duda, en el Pert. “La zamacueca —dice el articulista— es una danza eminentemente popular en Chile y 21 Pert que no se baila en la buena sociedad sino en reuniones de mucha confianza.”” Y da algunos detalles que no importan en este capitulo. Ventura R. Lynch ®, que concluyé en 1881 un libro cuya segunda parte se publicd dos afios después, apenas menciona esta danza entre las que integraban el repertorio 22 GARLOS VEGA del gaucho. Hay que recordar que se extendid sobre varias otras y que hasta did sus textos y musica. Escribe: ““Tenemos en seguida otros bailes como !a sambacueca y el gato corren- tino, que ambos han sido importados: —la una del Perti y el otro de Corrientes.” Nada més. Sin duda fundado en re- cuerdos de viejos, Lynch anota que las “‘cuecas” legaron a la provincia de Buenos Aires antes de 1850. Con nuestros documentos a la vista la indicacién resulta exacta; pero es claro que vinieron con su primitivo nombre de Zamacueca. De cualquier modo, ya lo hemos visto, el nombre y hasta la musica eran conocidos en la Capital. Un escritor podia permitirse una imagen a sus expensas. Asi, Eugenio Cambaceres *°, en el libro Silbidos de un vago, (1882) , com- plementa la descripcién de un personaje diciendo que ...“cierto colorido en sus corbatas y cierta cuadratura mu- sical de zamacueca en todos sus movimientos, hacen de él, ano dudarlo, el doncel mas garboso’’.. . Arturo Berutti’, mds tarde sobresaliente compositor argentino, hizo en su mocedad Ia serie de cinco articulos que publicéd en la revista Mefistdfeles entre julio y setiem- bre de 1882. Aires nacionales, se titulaba la serie, y era un ambicioso ensayo de clasificacién que inclufa la descripcién de algunas danzas. Paginas ingénuas, escritas por un musico de veinte afios que improvisaba inexactitudes con desenvol- tura, son hoy una simpatica curiosidad histérica. De la Zamacueca dice acertadamente que “tiene su principio en el Pert”. Después, al imaginar origenes, entra en los domi- nios de Ja fantasia: que en el Pert “se Hamaba uinicamente Cueca” y que “vino a completarlo la Zamba’, baile que los cuyanos tomaron “‘de los indigenas chilenos.” Su descripcién del baile, sin embargo, es aprovechable. A titulo de digresién metodolégica podemos examinar todavia un pdrrafo del mismo Berutti que dice: “Mas tarde el pueblo chileno reunié la cueca con la zamba formando el elegante y gracioso baile que se llama la zamacueca”... Porque es el caso que un autor moderno, no menos imagina- tivo, escribe casi exactamente lo contrario: “Al correr de LA ZAMAGURGA BN LA ARGENTINA 23 los aos, la palabra “Zambacueca’ se fracciond en dos, es decir, en “Zamba” y “Cueca’, originando a su vez la crea- «én de dos nuevos bailes asi denominados.”” ‘Todo lo cual prueba que las ocurrencias indocumen- tadas pueden formularse en términos diametralmente Opuestos. Carlos Walker Martinez ** filosofa en 1876 mds o menos de espaldas a la realidad. En su libro Paginas de un viaje a través de la América del Sud, dice muchas cosas y, al pasar, menciona nuestra danza: “Rara vez nuestras canciones popu- lares son alegres; la misma Zamacueca es grave’... Por no demorar con exceso en indispensables negaciones, algunas veces me veo obligado a reducir las citas a su expre- sion minima; y ocurre que aun en las pocas palabras repro- ducidas se desliza la inexactitud. No se qué es lo que el autor ha querido expresar con la voz “grave”; de todos mo- dos, el adjetivo es inadecuado, asi, aplicado a la Zamacueca en general, y no a una modalidad temporal y circunscripta a determinado lugar y ambiente. Antes dijimos que la misma Zamacueca, con este nombre, fué aqui o alla més rapida o més lenta. Ingeniero e intelectual francés, Alfred Ebelot ** vid la pampa bonaerense con ojos frescos y dvidos. Tomé contacto con la campafia en 1870, y es probable que sean de sus pri- meros afios de residencia las observaciones —para él singu- lares— con que articuld el libro La Pampa, que did a las prensas en 1890. Escritor costumbrista, fué sorprendido por la practica de danzar en los velorios de angelito, y en el con- siguiente relato nos explica cémo, en el ambito fiinebre. . . “Al pasar delante del pequefio muerto, algunas de las baila- rinas, balancedndose sobre las caderas por el movimiento lascivo que exigen la habanera y la zamacueca, hacian un signo de la cruz furtivo”... Gracias a tales circunstancias sabemos que nuestra danza alternaba en la campaiia bonae- rense con la entonces moderna Habanera. Esta, la Polca, la Mazurca y el Chotis, debian eleminarla poco después. Con gran vitalidad pujaba por aquellos tiempos en las 24 CARLOS VEGA zonas rurales del centro y del oeste, pero en las ciudades sobrevivia con trabajo. La Carcajada*’, un ‘“‘periddico joco- serio” que se editaba en la ciudad de Cordoba, dedicaba con frecuencia bromitas aldeanas a conocidos vecinos de la pobla- cién. Un ntimero de junio de 1872 comenta la tertulia que se realiz6 en casa de la familia Argiiello el 25 de mayo. Extraemos este detalle: “D. Fabio bailé la zamba desempe- fdndose no como caballero sino como sefiorita, tal [es] eran las coqueterias que usaba y lo bien que lo hizo.” Si; aunque medio en broma, podia ejecutarse nuestro baile —esta vez llamado Zamba— en las tertulias de respe- tables familias. Acaso lo desconocfan las sefioritas jévenes, o lo desdefiaban porque no figuraba ya en la linea de las danzas en boga. El mismo periddico, en su edicién de abril 9 de 1871, augura el siguiente episodio: “Hoy dia, indispen- sablemente hoy dia! aunque truene o Ilueva, [...] tendra Jugar un gran baile dado por los Vicentinos, el que dara principio con una cueca bailada a la rigurosa por los pro- fesores don Gorgonio Savid y don Martin de las Casas.” Los vicentinos eran los habitantes de la Villa de San Vicente, que es hoy un barrio de la ciudad de Cordoba, y los supues- tos danzantes, personas de figuracién en su tiempo. El cro- nista da a nuestro baile el nombre de Cueca. Este comentario, y otros que omito, confirman que la Zamacueca, tanto como los otros bailes criollos, estaban pa- deciendo el menosprecio de la juventud aristocratica. El historiador Justiniano Carranza", como el perodis- ta cordobés de la nota que vimos antes, le da el nombre de Zamba. De paso por la provincia de Santiago del Estero, en 1872, la vio el mencionado autor: “El 13 salimos, todavia en medio del Carnaval, viendo en las reuniones que en ca- da rancho y con la célebre zamba santiaguefia, tocada por un clarinete, un violin y un bombo, se forman”’... Las poblaciones menores del interior permanecen, fie- Jes a la Zamacueca. Setenta afios después la verfa yo mismo por esos lugares y tocada con idénticos instrumentos. El abandono de la Zamacueca (y de todos los bailes LA TAMACUECA EN LA ARGENTINA 25 eriollos) por los centros cultos de provincias, ya en la se gunda mitad del siglo, se produjo a consecuencia de la ra- diante europeizacién de Buenos Aires. Oficialmente, la Za- macueca no era danza “de buen tono”; pero lo mismo que el pueblo Mano, la aristocracia provincial sentia honda de- vocién por su precioso baile. Parece increible que en toda la Argentina del norte y del oeste, lo mismo que en Jas na- ciones del Pacifico, la Zamacueca se haya perdido en medio de secreta adoracién. Sélo creyéndolo se puede reconocer la extraordinaria energia coercitiva de las practicas que irra- diaba el supremo centro monitor de Europa: Paris. Esos al- tos circulos provinciales siguieron fieles a la entrafiada Za- macueca, pero necesitaban alguna justificacién, algun pre- texto para ejecutarla sin padecer reacciones de intolerancia. En dilatadas dreas de Sudamérica se generalizé el recurso de volver a los bailes criollos al final de las reuniones, cuan- do los asistentes podian atribuir a la “alegria”, a la con- fianza, al espiritu de broma y francachela, la libertad de exponer en pttblico sus mas profundamente sentidas pre- ferencias. Muchas veces fué observado el hecho por andan- tes forasteros. Los propios debian ser audaces para decirlo con timidez; y esto hizo un dfa en el periddico Norte del 28 de julio de 1870, el poeta santiaguefio José Manuel Go- rostiaga, segtin el historiador Alfredo Gargaro *’. Escribe el poeta: “Tal vez parezca extrafio a aquellos que no conozcan nuestras costumbres, pero es la verdad —de la una a la dos, es la hora que en nuestros bailes se toca la Zamacueca. Es realmente agradable ver el contraste que origina este precioso baile —aparte del eco melodioso y dulce de su bella musica, En lugar de esa aglomeracién tumultuosa de parejas que pueblan un salén, dejandole la mayor parte de las veces intransitable, sino se mueven todas juntas, se abre un claro bastante, cuando no van todas las parejas a tomar su asiento, para dejar el espacio abierto, libre a aquel que satis. fecho de su habilidad y su gracia, quiere lucirlas, llamado la mayor parte de las veces por todos, porque todos somos aficionados a la Zamacueca. Su musica tiene tanto de original, es tan americana, que nadie deja de conmoyerse al escuchar sdlo sus preludios. Parece que la Providencia que nos ha unido para fortalecernos en creencias, 26 GARLOS VEGA en principios, con las desgracias y las glorias, haciendo comunes nuestras derrotas y nuestros triunfos a todos los hijos de este nuevo mundo, de esta tierra clasica de la libertad, ha querido que se manifieste hasta en los hechos més pequefios, no sélo que nuestras aspiraciones son iguales, sino que son iguales también nuestros corazones. Una salva de aplausos saluda siempre el anuncio de una Zamacueca, y una manifestacion de entusiasmo le sigue. Las miradas todas se dirigen hacia aquellos que bailan y nadie vuelve la vista hasta que su ultimo eco espira.” Después de recomendaciones diver- sas, el articulista termina: “A la una y media, pues, si se nos permite la expresién, estabamos en plena Zamacueca.”” Es probable que le hayan permitido la expresion. La publicacién de indocumentadas afirmaciones y la ulterior repeticién sin critica, engendran generalizadas con- vicciones que suelen inducir en error incluso a publi- cistas de renombre. En 1871, Juan Maria Gutiérrez * pre- sento en la Revista del Rio de la Plata un ensayo sobre la literatura de Mayo en que cupieron, sin embargo, conceptos sobre la Zamacueca, incluso la suposicién de su origen afri- cano. “El cielo —escribfa— no tiene entre nosotros como la zamba-clueca peruana o el Bambuco neo-granadino origen africano y no participa por consiguiente del delirio sensual ni de la ausencia del pudor que son inherentes a los cantares y danzas de las razas ecuatoriales sujetas a la esclavitud’”... etcétera. Va implicita una opinién negativa sobre la Zama- cueca. Otras veremos. No obstante, fué admirada y celebra~ da hasta en los més austeros salones. Gutiérrez relaciona la Zamacueca con la esclavitud; yo, con Ja libertad. De todo ocurre. Una preciosa carta, veraz y sencilla, que conserva en su archivo familiar el escritor tucumano Fortunato Mendi- laharzu, nos ofrece datos por muchos conceptos interesantes. Francisco S. del Corro, joven miembro de una distin- guida familia tucumana, es el autor de la carta; y se la escri- be al padre el 3 de julio de 1869 con el objeto de relatarle su viaje a Entre Rios y su permanencia de cuatro semanas en el Palacio San José como huésped del General Urquiza. Coincidié la visita del tucumano con las grandes fiestas que el précer dedicé al aniversario de la Revolucién de Mayo. LA ZAMAGUEGA IN LA ARGENTINA 27 Viajaba con Francisco su hermano Eraclio. Se prese) taron el di{a 28 y fueron muy bien recibidos —dice la carta “e instalados en el mismo palacio donde habia ya como 200 personas que habian Megado de distintos paises para asistir a las fiestas que debian principiar el 25 de Mayo”. Hubo grandes banquetes, brindis, reuniones, baiies. La danza empez6 el dia 24, y seguramente constituyeron el repertorio la Cuadrilla y el Vals con las tres de “moderna” boga: la Polea, la Mazurca y el Chotis. Leamos ahora lo que dice el joven tucumano Francisco del Corro: Desde el dia anterior principiamos a bailar como le he dicho ya; las sefioritas de baile eran solamente tres hijas del General, que se Iaman Lola, Justa y Norberta, tres nietas del mismo, y se Haman Concepcién, Telesila y Sergia, y otras tres sefioritas més del Uruguay que son muy amigas de las mencionadas hijas y nietas del General. Los mozos éramos yo, Eraclio, nuestro paisano Rude- cindo Ibaseta, un nieto del General hijo de Waldino Urquiza que se lama Manuel y que en la actualidad es muy amigo de nosotros, Julio Victorica, un Peralta y cuatro o cinco mas del Uruguay: entre éstos y éstas hemos bailado diez y nueve noches consecutivas sin descansar, y después tres 0 cuatro mas dejando un dia de por medio; si alguna noche tardabamos en ir a la sala yo, Ibaseta o Eraclio en el acto iban los mensajes, bien de parte de las nifias, o bien de la sefiora del General; pero cuando éste mandaba un mensajero que decia, que se lame a los Corros que quiero verlos bailar una Sama Cueca* con Justa, dejabamos el mate, el café o el tocador para ir corriendo pues Justita es la hija predilecta, por ser la menor tal vez o por ser la mas diablilla: a ésta le hemos ensefiado nosotros, es decir yo y Eraclio la Sama Cueca pues aunque todas bailan muy bien, este baile no Jo conocian y mucho les ha gustado tanto al General como a la sefiora ¢ hijas.” En la campafia de nuestras provincias orientales lama- das “del litoral”, la decadencia de las brillantes danzas picarescas se precipita tempranamente; y los circulos en que actuaron las clases superiores de esas mismas provincias, aun cuando —probablemente— las adoptaron hacia 1835, las perdieron ya en la primera década después del medio siglo. © El original dice Sama Quequa. Por lo demis, hemos climinado las abre- viaturas entonces usuales y modernizado la ortografia. 28 CARLOS VEGA Esta Zamacueca que ensefia el joven tucumano a la nifia entrerriana no inaugura, sino retorna. Se ignora en aquel salén porque cayé al cabo de pasajera boga. Sin embargo, las clases altas, incluso los intelectuales del litoral, la cono- cian como danza popular, aunque no la ejecutaran. Dos menciones sin importancia que hallo en sendas poestas, ambas de 1868, demuestran que el nombre de la danza era familiar por entonces. Una es de Hilario Asca- subi*, nuestro difundido pocta gauchesco, y aparece en paginas que escribié en el susodicho aiio y publicé en 1872 con su seudénimo de “Aniceto el Gallo”: “Je haria la zamacueca bailar, aunque se frunciera.” La otra es de Carlos Paz *, y se encuentra en una poesia que dedica al pianista Gottschalk: “algunas bellas demuestran su americano donaire en repiqueteado gato o en ldnguida zama-cueca.” Muy distinta es la suerte que corre nuestro baile por esas fechas hacia la cordillera. Una tradicién provincial ampliamente difundida hasta hoy, confirma no sdlo la descontada presencia de la Zama- cueca o Zamba en la zona del centro, sino también su enor- me popularidad, la incorporacién de algunas en el reper- torio de las bandas militares y, por fin, el influjo de cohe- sion y el estimulo de accién que la musica tradicional puede ejercer en quienes la sienten y comprenden. Por su vinculo con la historia nacional, la tradicién adquiere fecha y cir- cunstancias precisas. Después de la batalla de Caseros (1852) y por espacio de largos quince afios, hombres de gran ascendiente popu- lar se alzaron en provincias contra las autoridades locales adictas al gobierno central. A principios de 1867, durante la presidencia del general Mitre y en guerra el pais con el Paraguay, Felipe Varela, caudillo de La Rioja, se movid ne) Lee gir : LA ZAMAGUEGA IN LA ARGENTINA 29 con cinco mil hombres hacia la capital de la provincia, antes ocupada por sublevados partidarios suyos, ya recupe- rada por el ejército nacional. Contaban las fuerzas leales con unos dos mil quinientos hombres, era su comandante el general Antonino Taboada y Jefe del estado mayor su hermano el Capitan general Manuel Taboada, gobernador de la provincia de Santiago del Estero. Intimado por Varela, Taboada tomé posiciones a unas tres leguas de la capital riojana, en un lugar llamado ‘Pozo de Vargas”. El 10 de abril de 1867, a la hora de la siesta, las fuerzas contrarias tomaron contacto, Es creencia difundida que aquello fué un simple encontronazo. Por el numero de com- batientes, por la calidad de buena parte de las tropas nacio- nales, por la fiereza de las revolucionarias y por las compli- caciones tacticas de la accién, la del “Pozo de Vargas” fué una verdadera batalla. Atacé Varela el centro y la réplica dispersé el sector; tuvo éxito el ala derecha nacional, mientras la izquierda, quebrantada, requirié las reservas para sostenerse. La extre- ma derecha, que se lanzé contra los revolucionarios, fué deshecha y padecié un ataque en masa de la caballerfa adversaria; los Granaderos a caballo restablecieron el equi- librio. Nuevamente avanzaron los revolucionarios, esta vez para dispersarse ante el contraataque de los nacionales. La derecha de Varela fué enérgicamente contenida. Con el centro y un flanco deshechos, los revolucionarios abando- naron el campo. Habian perdido la batalla. El ejército na- cional, con rapidos y acertados desplazamientos de tropas, vencié a un adversario que duplicaba su miimero. Pedro F. Soria Ojeda™ ha descripto recientemente la accién en un folleto titulado Batalla de Vargas. El episodio que se relaciona con la danza —numerosas veces repetido como ejemplo de lo que puede el canto tra- dicional sobre la moral de los combatientes— fué publicado por vez primera el 10 de abril de 1906 por Un veterano, el capitin Ambrosio Salvatierra™, presente en la accién, en el diario “El Siglo”, de Santiago del Estero.

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