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Esta situación de flaqueza intelectual ha sido detectada por diversos autores que van
desde Ludolfo Paramio y José Aricó que señalan el agotamiento del traslado mecánico de
categorías desde un marxismo de manual (Nikitin, Politzer, Harnecker) y el eclipse de los
paradigmas derivados del leninismo, cubierto de un barniz a la Althusser; hasta José Joaquín
Blanco que anota el fin de la contracultura que arribó a México en los setentas y Héctor
Aguilar Camín que enumera los fetiches y fosilizaciones ideológicas de la década, pasando por
Saúl Franco que al tratar la crisis y la salud en América Latina, llama a “sacudir la inercia del
saber transmitido y la ignorancia de lo propio”. (1)
El propósito de estas notas es enunciar las tesis que han torcido o extenuado el
discurso crítico de la salud en México y divisar los elementos, o señalar las terrazas dónde
asomarse a otearlos, que puedan romper esta tesitura. Como también invitar a un debate a
partir de las contradicciones no resueltas que plantean estos apuntes y las pistas de solución
que incluyen. A mi juicio, son siete las principales tesis o trozos de paradigma que como
escollos y bretes han venido sesgando y constriñendo los abordajes críticos en materia de
salud y sociedad.
El modelo médico-biologicista, que dominó sin competencia sería hasta finales de los
sesentas, ha sido bien definido por E. Menéndez y otros lo han caricaturizado como “modelo
veterinario”. (2)
No respetar la autonomía relativa y la especificidad de lo orgánico y lo viviente ha
conducido a un antropocentrismo que, por el énfasis en lo social, se distingue del
antropocentrismo de viejo cuño, pero que continúa sin rescatar la vida endógena de lo
biológico, que persiste en estudiar en un solo sentido las relaciones con la naturaleza, que no
ubica plenamente al hombre dentro del marco del ambiente físico y que traduce la formidable
resistencia que un campo de estudio como la salud tiene frene a una conceptualización de tipo
sociológico.
Esta ideología desciende del utopismo ilustrado del siglo XVIII que postuló el
advenimiento de un hombre nuevo. Este Adán resultaría “de una doble mutación, a la vez
cultural y biológica”, sería retoño tanto de una nueva pedagogía que lo liberaría de las
supersticiones y de las tiranías, como fruto de la vacuna contra la viruela, que le dotaría de “la
fuerza del bronce y de una salud perfecta”. (4)
En México, por la historia y su rol actual, no podemos pensar la salud sin el Estado.
Pero, después de los sismos de 1985, no podremos actuar fructífera y duraderamente en la
salud de la población, sin el concurso de la sociedad civil. En los últimos años, hemos asistido
en la arena de la salud a una proliferación de actores sociales no institucionalizados, de
organizaciones solidarias sin interés de rédito y de otras como parte de redes de auto
regulación y reproducción social, que cristalizan una sociedad civil próxima y fraternal.
Algunos actores expresan demandas de modificación institucional y todos buscan satisfacer
sus necesidades puntuales. La multiplicidad de sus formas de expresión es extraordinaria.
Una mínima taxonomía de estos entes no gubernamentales incluye desde los círculos
de auto-ayuda (alcohólicos anónimos, cuidakilos, neuróticos anónimos, smoke-enders); ligas
para el apoyo mutuo (asociaciones para la atención de enfermos crónicos como los de la
fibrosis quística, clubes de diabéticos o de hipertensos, y círculos para el cuidado de enfermos
terminales); mutualidades, colectivos de mujeres y grupos solidarios como los que hay en el
Ajusco, Coatzacoalcos y Minatitlán; centros académicos vinculados a fundaciones; y
asociaciones civiles con financiamiento de agencias extranjeras. Todos estos agentes
pertenecen al flanco laico de este proceso de expansión ciudadana. El ala no laica se puede
dividir en entidades católicas y en las de otras confesiones. Las católicas se componen de dos
brazos, las asociadas a la jerarquía (aquí entrarían los inumerables dispensarios parroquiales,
asilos, hospicios y hospitales que están surtidos con recursos humanos o materiales que
dependen de la iglesia institucional) y las comunidades eclesiales de base que se cocinan
aparte. Otras confesiones ofrecen a través de minúsculos consultorios o bien de clínicas,
atención médico-quirúrgica y dental, amén de otros servicios sociales.
Las tendencias de agrupamiento social que reflejan los dispares actores de la sociedad
civil en la arena de la salud, apuntan a una multi-inserción social, a la creación de alternativas
autogestionarias y a propiciar movilizaciones menos institucionalizadas y más espontáneas,
que pueden conducir tanto a negociar con el Estado, como a antagonizar. Nada más fácil para
el caso de México que resumir la actual tesitura en “menos Estado, más sociedad”. En un
tiempo en que el tren de las teorías no llega a la estación final, podríamos desairar a las
parejas de opciones contrapuestas y arrinconar las antinomias (Estado-sociedad, mercado-
Estado) y en el caso de Estado, salud y sociedad, proponerla como cuestión abierta, presta a
descomposición o recomposición insólitas.
4. Del individuo tomado como víctima culpable, guarismo o diluido en la masa, pasar a
reivindicar el papel del individuo tanto en el análisis de la problemática como en la propuesta
de soluciones. Se requieren redefinir los ámbitos de acción individual, familiar, vecinal, laboral
y pública. En ningún país, el Leviatán ha podido pasar a lavar los dientes tres veces al día, al
domicilio de cada ciudadano. Años atrás, las feministas europeas han mostrado con el
diagnóstico temprano del carcinoma mamario, la utilidad y viabilidad de prácticas de
autodiagnóstico.
El individuo no es sólo un concepto, sino un valor. Así, podría plantearse una de las
cuestiones centrales del campo de la salud y la sociedad: ¿cómo pensar lo social a partir de
una conceptualización-valorización de lo individual? Asistimos a un deshielo de la opción
teórica marxista al respecto; se señala, como ingrediente de un marxismo secularizado y de
una ética laica, “la meta del desarrollo del individuo”; frente al menoscabo psicológico
derivado del uso pasivo de los servicios públicos, se propone desarrollar capacidades y
promover crecientes actividades concretas; y resignificar “nociones como el sujeto, la práctica
colectiva, la individualidad, la intersubjetividad y la identidad”. (24)
Sin caer en la ilusión de la extinción del Estado, el rescate del espacio individual
entronca con el redimensionamiento del proceso de autoatención-autoayuda-autogestión; en
lo que se refiere a socavar el excesivo hincapié en el Estado; a favorecer los movimientos
sociales de objetivos múltiples y los colectivos de autoayuda, a expensas de los sistemas de
salud de tipo piramidal; a carcomer el poder de la burocracia y de las grandes concentraciones
de autoridad; a comprobar que los individuos no son embriones infrapolíticos; a preferir las
redes sobre las jerarquías, las células sobre los grandes aparatos. (25)
Por una parte, el método clínico sirve para captar el proceso global salud-enfermedad
a nivel individual, y por otra, una demanda punzante es el acceso a un ámbito clínico atinado
en el diagnóstico, eficiente para la curación, personalizado en el trato y que brinde arrimo y
consuelo a los enfermos crónicos y achacosos o a los pacientes deshauciados o en estadios
terminales. Satisfacer esto, implicaría recobrar el abordaje hipocrático que no escatima los
antecedentes personales, y compartir que “el enfermo no es sólo el caso de una generalidad,
sino un individuo” que la relación médico- paciente debiera ser una “de recíproco
rebasamiento” y recuperar el valor insustituible de cada individuo. (27)
Así podría defenderse el ejercicio clínico de la aparatización que sorbe la facultad del
juicio, de la superespecialización que circunscribe tacañamente a la dolencia y achica al
paciente y prevenir que el médico sea causa de enfermedad. Esta revaloración de la clínica nos
conduce a preciar la consulta médica y a coincidir con Jaspers en que “se ha hecho cada vez
más difícil hallar el médico indicado para el paciente individual”. Un obstáculo mayúsculo
para ello, es la azarosa asignación de médicos familiares o generales, en nuestras instituciones
públicas. Debieran los derechohabientes ser menos cautivos en este aspecto y tener, al menos,
la opción de elegir entre varios. Aquí cabe amojonar el punto donde el poder debe detenerse,
es decir, precisar los límites de la acción del Estado. De ahí la necesidad de reasegurar la
confidencialidad de la historia clínica y repensar el menoscabo de la autonomía del clínico en
el sector público; y la erosión del secreto profesional, excepto como complicidad corporativa.
El actual modelo de prestación de servicios ha reducido el vínculo médicopaciente a un
encuentro anónimo y de brevedad exagerada. La receta automática ha reemplazado la
conversación personal entre el terapeuta y el enfermo. Ha sido en los hospitales enormes,
donde la relación médico-paciente ha sufrido más estragos, debido a la alienación de entorno
cotidiano del paciente y donde éste sólo es un número, disolviendo así el pacto tácito que
existe en toda consulta médica. (28)
Habrá que relanzar la medicina familiar o general como el escenario más propicio para
suscribir una promesa de cura y sostén; para generar un espíritu de igualdad y de acción
recíproca; para mantenerse alejado tanto de un abstencionismo médico, tan teorético como
imposible -en el colmo de la desmedicalización-, como del espejismo de ofrecer la tecnología
médica ilimitada; y para avenirse con la atención doméstica legítima. La disponibilidad de
denominadores precisos haría que nuestros clínicos dejen de reportar casuística y hagan
epidemiología.
De esta forma, las políticas nacionales de salud se vuelven más asequibles y concretas,
en el sentido de que atañen a gente de carne y hueso. Lo que lleva de la mano a replantear la
descentralización. Es falso el dilema entre los programas verticales-como la Campaña
Nacional para la Erradicación del Paludismo y que fueron timbre de orgullo de los sanitaristas
mexicanos-y la descentralización. Más de cincuenta años después, toca devolver a los
municipios y a los estados, lo que la entonces ineludible “federalización” sanitaria de los años
veinte y treinta, les arrancó en materia de sanidad.
Para México, en el mediano plazo, habría que tender a “transformar la deuda social
vertical del Estado, en una organización estrictamente horizontal de solidaridad”, (31)
teniendo por premisas que la consolidación de los derechos sociales se realiza más en los
niveles locales que en los centrales; que no se propugna una autonomía basada en la
separación del Estado, sino en la articulación de las instituciones representativas del Estado
de carácter local y la sociedad civil; para lo cual, habrá que empeñarse en la reconstrucción de
un tejido social más organizado y solidario, en la promoción de la vida asociativa y
cooperativa, no estorbando a las asociaciones autogestionarias y abriendo mecanismos de
participación próxima a todos los ciudadanos. Así, compaginando distintos ritmos, se
favorecería a los centros de ayuda mutua y a toda la pléyade de estructuras comunitarias con
una base territorial; se elevaría el control social sobre la administración oficial y posibilitaría
una relación más transparente entre carga fiscal y acción pública.
Haciendo a un lado, tanto el uso electoral de esta plataforma para seducir votantes,
como la compulsión de uncir panaceas a las teorías -la teoría sin panacea es poco atractiva-,
convendría ubicar a los servicios de salud en las coordenadas de la economía y repasar que los
recursos son escasos comparados con las necesidades humanas; que los recursos tienen usos
alternativos; y que la población tiene diferentes necesidades y que éstas son percibidas
disímilmente. De ahí deriva la tarea de, con conciencia o sin ella, estar constantemente
eligiendo usos y destinos de los recursos disponibles, al tiempo que se postergan otras
necesidades. (35)
Foucault resume la tesitura de la seguridad social en “La relación entre una demanda
infinita y un sistema finito” y en que el crecimiento de las demandas de salud ha revelado que,
por hoy, la necesidad de salud “no tiene un principio interno de limitación”. (37) ¿Cómo
asumir esto en la crisis financiera de la seguridad social y del Estado? No sería más
provechoso establecer una concertación al respecto con los cotizantes, los contribuyentes, los
prestadores y los usuarios de los servicios -que explícitamente asuma las limitaciones de
recursos financieros y los ajustes temporales o duraderos que hay que tomar para asimilar
provechosamente la crisis-, que repercutir negativamente, por la vía de los hechos, la calidad
del servicio; disimular las enormes listas de espera y dejar que los obstáculos al acceso de los
servicios de salud, jueguen el papel equivalente al del precio como limitante de la demanda.
De lo que se trata, es asumir, que en el mejor de los mundos posibles, también habrá
servicios de salud escalonados, selectivos y limitados-y no instantáneos, masivos e
inagotables-, pero a cambio de que sean prestados con una base territorial descentralizada,
combinando modalidades autogestionarias y mutualistas, y siguiendo la pauta de Foucault de
“transformar el campo de las instituciones sociales en un vasto terreno experimental”. Así,
arrumbamos otro condicionante de una ciudadanía que apretujada ante las ventanillas,
irritada por los trámites y la demora, aun así constituye por su sola presencia “… la base de la
autoridad cuya intervención solicita”. Por medio del aparato administrativo, al que asedian
con sus demandas, los ciudadanos devienen clientes políticos, receptores de servicios y en
administrados. (38)
(1) J. Aricó, “Debemos inventar América Latina, pero… ¿desde qué conceptos pensar América
David y Goliath, no. 49, 1986, pp. 3-16; L. Paramio: Tras el diluvio: un ensayo de
postmarxismo, nexos, no. 109, 1987, pp. 37-49; J. J. Blanco “¿Nos fuimos con los setentas?, La
Jornada Semanal, febrero 16 de 1986; H. Aguilar Camín, Mitologías del costado izquierdo, La
Jornada Semanal, octubre 25 de 1987; y S. Franco, Gisis y salud en América Latina, Cuadernos
médicos sociales, no. 32, 1985, pp. 21-32.
(2) E. L. Menéndez, “El modelo médico y la salud de los trabajadores” en F. Basaglia e al., La
salud de los trabajadores. Aportes para una política de la salud. México, Nueva Imagen, 1978,
pp. 11-53; Néstor A. Braunstein habla de “un modelo veterinario que infiltra buena parte de la
medicina de nuestro tiempo”, ibid., Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis, México, Siglo
XXI, 5a. edición, 1986, p. 32.
(5) En este sentido, están las obras de Stephen Jay Gould y de lo Medawar. Un trabajo que
combina equilibradamente lo biológico y lo social es el de E. Le Roy Ladurie, “A concept: The
unification of the globe by diseasen. En ibid., The Mind and method of the historian. Chicago,
University of Chicago Press, 1984, pp. 28-83. Hominización es un término acuñado por
Teilhard de Chardin con otra acepción. Vid. C. Tresmontant, Introducción al pensamiento de
Teilhard de Chardin. Madrid, Taurus, 1968.
(7) J. Le Goff, “Las mentalidades. Una historia ambigua”, en ibid. y P. Nora, Hacer la historia. III.
Objetos nuevos. Barcelona, Laia, 1980, p. 90.
(8) G Canguilhem, “Lógica de lo viviente e historia de la biología”, en F. Jacob et al., op. cit., p.
116.
(9) H. L Kaye, The social meaning of modern biology. From social darwinism to sociobiology.
New Heaven, Yale University Press, 1986, p. 161. Por otra parte, la socialización de lo
biológico y sus excesos ha sido aludida por Menéndez, en la práctica antropológica, como
“sobresocialización” (ibid., Poder, estratificación y salud. México, Ediciones de la Casa Chata,
1981, p. 504); una “sobreestimación del papel de las fuerzas productivas” señalada por Adolfo
Sánchez Vázquez (ibid. y V. Mikecin, “Cuestiones maristas disputadas”, en Cuadernos Políticos,
no. 42, 1985, pp. 5-19) ha sido bien acogida por J. Breilh y G. Berlinguer en el seno del 50.
Congreso Mundial de Medicina Social, celebrado en Bogotá en agosto de 1987; y A. Córdova, G.
Leal y C. Martínez denominan “barbarización” a un enfoque hipercrítico “que pretende partir
de cero” en aras de una pureza ideológica extremada y que busca expurgar las contribuciones
científicas occidentales. (ibid. “El discurso académico de la salud en México”. La cultura en
México, no. 1258, marzo 26 de 1986, p. 53). Esto está relacionado con el monismo social que
ha cundido en el área y que se plantea más adelante.
(10) A.S. Evans, “Causation and disease: a chronological journey”, Am. J. Epidemiology (108)4,
pp. 249-258, 1978.
(11) M. Gottraux et al., Sciences Sociales et Santé, no. 1, pp. 61 y 80, 1982.
(12) Para una caracterización del modelo médico, véase Menéndez, op. cit.
(13) Para una visión panorámica, véase I. Almada Bay, “Las ciencias sociales en salud en
México”, en E. Duarte Nunes (ed.), Ciencias sociales y salud en la América Latina, Montevideo,
OPS, 1986, pp. 133-141.
(14) En el tenor de Yajot, Nikitin, Politzer y Hamecker, se encuentran, entre otros: F. Mercado
et al. Medicina para quién? México, Unión Nacional de Médicos y Ed. Nueva Sociología, 1980 -
con la excepción del trabajo de J. C. Escudero-; y A. Rodríguez Ortiz, Apuntes de sociología
médica. Mélico, UNAM, 1985. Los apartados sobre marco teórico, ciencias sociales y marxismo
y la (supuesta) critica al funcionalismo son de antología; con ingredientes de divulgación y de
abstracción teórica, se hallan R. Roja Soriano, Sociología médica. México, Folios, 1983; ibid.,
Capitalismo y enfermedad. México, Folios, 1982; y A. Tecla Jiménez, Enfermedad y clase
obrera. Marco teórico. México, IPN, 1982.
(15) Una obra menor de V. Navarro es un ejemplo de este sesgo. Véase Class struggle, the state
and medicine. An historial and contemporary analysis of the medical sector in Great Britain.
Oxford, Martin Robenson, 1978. Vivienne Walters arriba a conclusiones opuestas a las de
Navarro. Vid. Class inequatity and health care. London, Croom Helm, 1980. Para una crítica a
la corriente que privilegia las categorías sobre los referentes materiales y, en general, al
marxismo estructuralista (althusseriano) véase E.P. Tnompson. Miseria de la teoría.
Barcelona, Crítica, 1981.
(18) I. Berlin, “El erizo y el zorro”. En Pensadores Rusos. México, F.C.E., 1979, pp. 69-70. Para
otros planteamientos de Berlin sobre el monismo conceptual, véase su ensayo “La
originalidad de Maquiavelo”, en Contra la corriente. México. F.C.E. 1983.
(19) Como si algunas de las campañas sanitarias se efectuaran mejor en estado de suspensión
de garantías y derechos. El símil con la estrategia castrense ya ha sido planteado para el
combate al paludismo: erradicacióncontención -vigilancia. Vid. Aureliano Mier- Juan César
García. “Situación actual de las ciencias sociales aplicadas a salud en América Latina”, xerox,
s.f., 29 pp.
(20) Repásense otras campañas de los años veinte y treinta: anti-opio, anti-venéreas, anti-
alcohólica, anti-malárica y anti-tuberculosa. Estas cruzadas contra las “lacras” sociales,
etiquetadas como “plagas sociales” por Ceniceros en 1935, generaron términos como
“matrimonios salubres”. A este respecto, Julio Jiménez Rueda escribió acerca de la
“pasteurización del amor” y Mazzaferri vislumbra una suerte de “dictadura sanitaria”.
(21) Esto es parte de un añejo proceso, como es la extensión de la autoridad del Estado a
numerosos dominios privados, postulada por J. Habermas y “la medicalización de cuestiones
consideradas antes del dominio social (secualidad, delincuencia, toxicomanías)”. Vid. M.
Goldberg, “Cet obscur objet de l’epidemiologie”, pp. 96-7, en Gottrau et al., op. cit. pp. 76-86.
Para la intrincada relación entre práctica médica y el Estado, véase G. Rosen, De la policía
médica a la medicina social. México, Siglo XXI, pp. 138-283 y a Bercé, op. cit., pp. 76-86.
(22) A. Quijano, 1986, op. cit., p. 43. Para este desbordamiento civil véase a Sonntag, Quijano,
opera cit., 1989 y a F. Calderón, “Institucionalidad democrática y acción colectiva”, UNESCO,
Quito, 1989, 33 pp. Para México, E. Rajchenbelg, “La sociedad civil frente a la gestión de la
salud”. En I. Almada Bay (coord.), “Salud y crisis. Tetos para un debate”, Cuadernos de trabajo,
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades, UNAM, 1990. Para una
clarinada sobre d tema, vid. E. Menéndez, “Autoatención, autoayuda, autogestión: los
fundamentos teórico-ideológicos de una alternativa”, en ibid. Hacia una práctica médica
alternativa, Cuadernos de la Casa Chata, CIESAS, 1983, pp. 73-105.
(23) M. Rocard, ¿Coherencia o ruptura?, Textos políticos 1979-1985. México, FCE, 1988, pp.
225-230. La referencia a H. Arendt está tomada de H. L. Kaye, op. cit., p. 164.
(24) F. Furet aporta elementos para la recuperación conceptual del individuo en Pensar la
Revolución Francesa. Barcelona, Petrel, 1980. Algunas piezas del discurso marista de apertura
al tema son “Marxismo y laicismo” en El Bacón, no. 7, 1983, pp. 103-9, de Göran Therbom; y de
P. Leonard, “Marxism, the individual and the welfare state”, en P. Bean y S. Mac Pherson:
Approaches to Welfare London, Routledge, 1983, pp. 6482. Véase, también “Hacia un
individualismo de izquierda” de J. F. Fernández en nexos, no. III, 1987, pp. 53-55 y trabajos
varios de Ludolfo Paramio y de Agnes Heller. La última cita de este párrafo es de H. Sonntag,
op. cit., p. 22. Al calce, vid G. Myrdal, “The state and the individual” en Ch. Schottland, The
Welfare State. New York, Harper, 1967, pp. 214-221.
(25) La cuestión es espinosa. Por tres años, se dio un rudo debate al respecto en International
J. of Health Services (1980-1982). También se registró fuego cruzado en Foro Mundial d la
Salud en 1981. Tiene miga el trabajo de R. Crawford, “Individual responsability and health
politics in the 1970s” en S. Reverby, Health Care in America Philadelphia, Temple, 1979, pp.
247-268.
(27) Estas ideas y algunas de las siguientes están tomadas de los primeros capítulos del libro
de K. Jasper, La práctica médica en la era tecnológica. Barcelona, Gedisa, 1988. En esta vena se
halla el incisivo opúsculo de A. Jores, La medicina en la crisis de nuestro tiempo. México, Siglo
XXI, 1967, donde se apunta aquello de que “La especialización paraliza y la
superespecialización mata” de Teilhard de Chardin H.P. Klotz en su futurología habla de los
monomicroespecialistas” como los “terapeutas ocasionales, los médicos de la enfermedad; y
los generalistas-sintetistas que serán los terapeutas ocasionales, los médicos del hombre”.
Ibid., “La medicina en el año 2000″, en J. Dijan (ed.), La medicina contemporánea. México, Siglo
XXI, 1969.
(29) No está de más en los tiempos que corren, traer a cuento la idea de médico que Camus
apunta en La peste “…a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no
pudiendo ser santos, se niegan a ponerse de parte de las epidermis y se esfuerzan, no
obstante, en ser médicos”.
(30) C. Véliz, La tradición centralista de América Latina. Barcelona, Ariel, 1984, p. 29s. En este
apartado mi glosario de términos proviene, además de Véliz, de J. Borja et al.
Descentralización del Estado movimiento social y gestión local. Santiago, Flacso, 1987; y de P.
Rosanvallon, La crise de L’Etat-providence. París, Seuil, 1981.
(32) Véase a este respecto, la insistencia de M. Rocard, 198 8, Op. cit. e ibid. Un pays comme le
notre. Textes politiques 1986-1989. París Seuil, 1989.
Actualmente la O.P.S. alienta el desarrollo de los sistemas locales de salud, Vid.: Desarrollo
fortalecimiento de los sistemas locales de salud. Washington, 1989. Para captar los bemoles
de servicios de salud piramidales, pero de alguna forma regionalizados, véase: D.M. Fox, “The
consequences of hierarchical regionalism” en ibid. Healt policies health politics. The british
and american experience 1911-1965. Princeton, Princeton University Press, 1986, pp. 207-
212.
(34) Vid. V. R. Fuchs, “Economics, health, and postindustrial society”. En ibid., The health
economy. Cambridge, Harvard University Press, 1986, p. 274-6 y passim.
(35) V. R. Fuchs, Who shall live? Healh, economics and social choice. New York, Basic Boors,
1974.
(38) Foucault, op. cit., p. 215. La siguiente cita y argumentación está tomada de G. Burdeau, El
liberalismo político. Buenos Aires, EUDEBA, 1983, p. 237.
ALMADA BAY IL. Siete tesis equivocadas sobre salud y sociedad. Cuadernos médico-sociales
1990;(52): 1