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La Amabilidad

La amabilidad nace de esos buenos sentimientos que el hombre alberga por el simple hecho de ser imagen misma de
Dios
 

La Amabilidad
“Los policías son mis amigos”

Ya anciana, mi madre seguía siendo una mujer muy activa que no se dejaba vencer por el peso
de los años. En cierta ocasión regresaba a su casa desde el mercado con una gran bolsa de
mandado, cuando un policía la observó y decidió ayudarla. El gendarme tomó la pesada carga y
acompañó a mi madre hasta la puerta de su hogar. Desde entonces, proclamaba con orgullo que
los policías eran sus amigos y los trataba con maternal cariño.

¿Qué es la amabilidad?

Es la “disponibilidad al trato benévolo y delicado con los demás” (Diccionario de la Virtudes,


Héctor Rogel Hernández, SCM 2003)
“Los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre y dominio de sí mismo”. (Gál 5, 22-23)
Se es amable, naturalmente, cuando se tiene aprecio de la dignidad del hombre y cuando se
reconoce también que todo lo que nos rodea, animales, plantas y cosas, tienen una especial
dignidad. Somos amables si somos amigos, desde siempre, del mundo que nos rodea o si nos
hemos reconciliado con él.
La amabilidad nace de esos buenos sentimientos que el hombre alberga por el simple hecho de
ser imagen misma de Dios. O se es amable, principalmente, por el amor que se tiene a toda
criatura por ser obra de Dios.
Por su parte, quien es amable con los demás se convierte en “digno de amor”, que de hecho, es
la traducción exacta del latín amabilis del cual proviene nuestra palabra en español.

La buena educación

A los viejos nos tocó estudiar en la escuela el famoso Manual de Carreño; a mis abuelos los
hacían aprender de memoria, ¡y practicar!, una serie de normas de buena educación que
compiló un tal Catón, y todavía hace algunas generaciones se impartía en la escuela el famoso
civismo que, después de haber sido suprimido, regresa de nuevo a las aulas escolares para evitar
que nuestros niños caigan en la ley de la selva.
Para convivir, necesitamos algunas normas de “buena educación” que nos facilitarán el trato
amable hacia los demás.
Esta buena educación que se nos enseñó en el pasado se ve todavía en nuestro trato con los
indígenas que son extremadamente amables y corteses.
La urbanidad y las buenas maneras llegaron a la exageración cuando se convirtieron en una
especie de código que se enseñaba (y se sigue enseñando) a los nobles para que se reconocieran
entre ellos. Entonces se le dio el nombre de etiqueta.
Sin esa exageración, ¡qué agradable es convivir con una persona bien educada que no nos causa
molestia ni repulsión por su trato ordinario o grosero!
Aprender a ser amables

En el seminario teníamos un sabio sacerdote que nos decía: “Hijitos, si no son sacerdotes santos,
por lo menos sean educados”.
¡Qué importante es el trato educado, amable, a los demás! ¡Qué difícil es no dejarse llevar por
el enojo, el fastidio, el malestar físico, la inconformidad en el trato con los demás! Y de un
trato amable depende, en el caso de nosotros los sacerdotes, la impresión que nuestros fieles
tengan de la Iglesia toda y, muchas veces, hasta su misma conversión y salvación.
La amabilidad se aprende en casa con el testimonio de los papás, principalmente con el trato
entre ellos y con sus hijos. La familiaridad hace que olvidemos las normas de educación cuando
una convivencia feliz depende también del cumplimiento de esas normas que significan el
respeto nacido del amor.
Pidan los papás que entre hermanos se traten amablemente, aún en los momentos de enojo,
evitando expresiones hirientes. Enseñen a sus hijos a ser amables, sobre todo con los más pobres
y con los más necesitados.
Las normas de educación se aprenden desde la niñez y se hacen hábito, de tal modo que un niño
bien educado lo es aunque no estén presentes sus padres.

El ejemplo arrastra 

Cuentan de Víctor Hugo, un genio de la literatura francesa, que al salir de una fiesta se encontró
con un limosnero que le pidió una moneda. El famoso escritor vivía una situación de pobreza
típica de los intelectuales, se llevó la mano a la bolsa y no encontró ni una moneda. “Perdóname
hermano, no tengo nada que darte”, le dijo. “Ya me diste, me llamaste hermano”, contestó el
pordiosero.
En Suecia, en los años cuarenta, una mujer bajaba del ferrocarril cargada de maletas. Un
caballero le ayudó a depositar las maletas en el andén y ella sintió que conocía a aquel hombre
tan amable: “Yo lo he visto en alguna parte”. “Sí, soy el rey”, contestó aquel hombre que
gustaba de andar por todos lados sin escolta y sin boato.

Amabilidad: Lo valiente no quita lo cortés


Siempre tenemos cientos de oportunidades para ser amables con los demás. Basta pensar que, cada mañana,
podemos decir «buenos días» a nuestros padres, a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, a los profesores, a los
compañeros de oficina o al conductor del au
 

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El padre José Luis Martín Descalzo narraba una anécdota que le sucedió a un compañero de
trabajo. Este amigo suyo volvía de la oficina a su casa. Al llegar a la estación compró, como
siempre, un billete de metro, pero al pagar se llevó una sorpresa. La chica que le atendía, con
una sonrisa tímida, le respondió: «Hoy no tiene usted que pagar». El hombre se quedó de una
pieza. Preguntó el porqué. «Porque ayer se fue sin coger el vuelto», respondió la chica desde el
otro lado del cristal. ¿Acaso recordaba su rostro? ¿Conocía quién era? Nada de eso. La chica ni
siquiera había estado el día anterior; pero una compañera le había dicho por la mañana:
«Cuando venga el señor que siempre nos da las buenas tardes, dile que hoy no tiene que pagar».
Con esta referencia, la muchacha en turno supo puntualmente de quién se trataba.

Una hermosa experiencia que hace brillar la nobleza de un corazón. Sin embargo, esta misma luz
pone de manifiesto la oscuridad de tantas personas que han olvidado ya ser amables con los
demás. ¡Cuántas personas pasarían por aquellas taquillas del metro madrileño! Y sólo una de
ellas era inconfundible porque era «el señor que siempre nos da las buenas tardes».

En la cultura que se ha ido imponiendo en nuestros días parece que ser amable es ser amilanado,
débil o, simplemente, tonto. Expresiones que denotan respeto y educación se evitan, ya que el
usarlas nos haría quedar mal delante de nuestro “círculo de amistades”.

Si le doy las gracias al mesero que me sirve la mesa dejaría entrever que estoy necesitado de su
servicio. Como en todos los casos implica una degradación de nuestra grande personalidad,
mejor no usarlas para poder aparecer como alguien fuerte y seguro de sí mismo.

Ser amable no es sinónimo de falta de reciedumbre. Todo lo contrario, produce más admiración
y gratitud quien dice: «pase usted» que quien simplemente se echa a un lado para quitarse de
enfrente de la puerta. Ser cordial indica mayor entereza y domino que poner un rostro frío de
absoluta indiferencia. El “duro” se hace respetar, el cortés es respetado por lo que es.

Siempre tenemos cientos de oportunidades para ser amables con los demás. Basta pensar que,
cada mañana, podemos decir «buenos días» a nuestros padres, a nuestro cónyuge, a nuestros
hijos, a los profesores, a los compañeros de oficina o al conductor del autobús. 

Ceder el asiento en el metro a una señora o a un anciano se puede hacer con facilidad. Desear
un buen día de trabajo al mesero de nuestro café preferido no cuesta mucho. Oportunidades,
desde luego, no faltan; sólo hay que descubrirlas y hacer la costumbre.

Este tipo de detalles es el que cambia rostros y alegra atmósferas enteras. Las relaciones se
estrechan. Las sonrisas se multiplican. El trabajo se disfruta. El corazón rejuvenece. Se
acrecienta el deseo de compartir el tiempo. ¿Por qué? Porque la gente se siente tratada con el
respeto y la dignidad de lo que verdaderamente son: personas e hijos de Dios. Y todo esto
depende tan sólo de un sencillo «buenos días».
Lección 40 y 41 La Afabilidad y la Generosidad
Afabilidad es la disposición habitual de recibir y escuchar con dulzura y amabilidad, en toda circunstancia.
 

Lección 40 y 41 La
Afabilidad y la
Generosidad
Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero
Lección 40 y 41 La Afabilidad y la Generosidad

La afabilidad
La afabilidad es la virtud que nos impulsa “a poner en nuestras palabras y acciones exteriores
cuanto pueda contribuir a hacer amable y placentero el trato con nuestros semejantes” (1)

Es una virtud social por excelencia y una de las más exquisitas muestra de un espíritu cristiano,
que ayuda mucho a la agradable y sana convivencia en todos los ámbitos, haciendo agradable,
suave, ameno, fácil y dulce el trato y la conversación.

El hombre es un ser sociable por naturaleza. Todos y cada uno estamos obligados a tratar de ser
afables con quienes nos rodean, salvo en el caso de que sea útil corregir y amonestar a alguno
de ellos. En ese casoSanto Tomás nos dice que no debemos mostrarnos afables con quienes
pecan continuamente tratando de serles agradables y mostrarnos condescendientes con sus
vicios,porque los confundiremos y les daremos ánimo para continuar pecando.

Pero en general es necesario y conveniente que exista entre los hombres, tanto en sus palabras
como en sus obras, un comportamiento como es debido.Este buen trato, afable, exige
autodominio, tacto, (para callarnos lo que puede herir gratuitamente sin hacer el bien a nadie),
y tratar de pronunciar las palabras que resulten más convenientes y adecuadas para cada
circunstancia.Muchas veces un simple saludo, una sonrisa, una palabra de aliento o un gesto
amable puede alegrar el corazón de una persona y levantarle el ánimo.

La afabilidad ordena las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como
en las palabras, contribuyendo a hacer la vida más agradable a quienes vemos todos los días.
Una persona afable sonreirá y generará un trato fácil, cálido, cordial, indulgente con las faltas
del prójimo, paciente, afectuoso y amable, especialmente en las conversaciones, tratando de
agradar, ya que a veces las respuestas cortantes, ásperas y los silencios prolongados producen
un ambiente cortante y distante, que no ayuda a proseguir el diálogo para ninguna de las dos
partes.

La conversación afable no es hablar frivolidades para quedar bien, (que es espíritu mundano y no
es virtuoso), sino hablar de lo verdadero con buenas maneras, con naturalidad, con calidez, con
sencillez, que no es lo mismo. Se debe tratar de hacer comprender la verdad y corregir siempre
con dulzura y afabilidad para predisponer al otro a ser corregido y a aceptarlo.
El elogio oportuno, el ponderar adecuadamente a una persona por un trabajo o una virtud que
haya demostrado es muestra de afabilidad y estimula al bien, siempre y cuando la alabanza
pretenda contentar y ser motivo de aliento para continuar en las buenas obras. Es bueno y justo
esforzarse en destacar lo que otros han hecho bien, (como dejar el cuarto ordenado, ayudar a
un ciego a cruzar la calle, cederle el asiento a una embarazada, ponerle buena cara a la prima
que no se soporta o dejar pasar primero a una señora mayor), porque además de estimular al
otro lo predispone a aceptar una crítica constructiva.

El espiritu afable y de dulzura es el espiritu de Dios.

La dulzura es una de las llamadas “pequeñas” virtudes que contribuyen a que nuestro trato y
convivencia sea amable, afable y delicado hacia los demás, virtud que también debemos
aplicárnosla a nosotros mismos. Esta pequeña virtud en la convivencia diaria se agiganta porque
el trato se suaviza armoniosamente. Hay en nosotros un poder de irritación y de reacción que
nos permite luchar contra los obstáculos reaccionando contra los males presentes. Esta pasión
en sí misma no es mala, pero rápidamente se desordena si nos enojamos por cosas de poca
importancia o que no valen la pena. Nace entonces en nuestra alma un pequeño deseo de
venganza.

Cuando alguien nos ha contrariado o herido, sufrimos, y porque sufrimos guardamos en el fondo
de nuestro corazón un deseo, (aunque secreto), de devolverle lo mismo en la primera
oportunidad, olvidando aquello de que una gota de miel puede hacer lo que no hace una tinaja
de vinagre. Si bien es razonable que cuando cometemos una falta nos aflijamos o nos
entristezcamos, sin embargo, hemos de procurar no ser víctimas de un mal humor desagradable
y triste, despechado y colérico. Hay que sentir indignación por el mal y estar resuelto a no
transigir con él, pero hay que tratar de convivir dolcemente con nosotros mismos
yafablemente con el prójimo.

Los defectos que se oponen a la dulzura son la impaciencia y el mal humor, la excesiva
severidad, la adulacion o lisonja y el espiritu de contradiccion.

La impaciencia y el malhumor lo demostraremos cuando contrarían nuestro juicio u opinión y


entonces mostraremos nuestra pequeña cólera. Puede ser un simple gusto, un programa, una
elección en la televisión, pero enseguida mostramos nuestro descontento con gestos, miradas
agrias o enojadas, movimientos de hombros despectivos o levantando la voz. Aquí la dulzura
debiera intervenir para paralizar el apetito irascible e impedir que salga afuera.

Un alma no disciplinada no puede tener paz. Según los temperamentos es más o menos difícil,
pero esos movimientos tumultuosos del alma deben ser dominados por largos y pacientes
esfuerzos. Hemos de comportarnos de manera tal que las personas amen nuestra conversacion
y estar en nuestra compania por el ambiente agradable que generamos. Aristóteles ya decía
que “nadie puede aguantar un solo día de trato con un triste o con una persona desagradable”.

San Francisco de Sales era desde su juventud hombre de carácter muy irascible. Es por eso que
en su biografía, es una constante la lucha ascética para lograr el autodominio. Se cuenta que
cuando murió, al realizarle la autopsia, le encontraron el hígado endurecido como una piedra.
Esto probablemente sería causado por la enorme violencia que se hizo este hombre de fuerte
carácter para dominar su natural, propenso facilmente a la ira, contenerse, y hacerse para
con los demás dulce, afable, amable, delicado y bondadoso en el trato, cuando le sobraban
motivos para no serlo.

Y en un caso más sencillo contaremos la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Un día
su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia y se
violentara contra el prójimo debería clavar un clavo detrás de una puerta. El primer día el
muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. A medida que aprendía a controlar su
temperamento y a modelar su carácter clavaba cada vez menos clavos. Después descubrió que
era más fácil controlar su mal carácter que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó un día en
que pudo controlarse y así se lo informó a su padre. Su padre le sugirió entonces que retirara un
clavo cada día que sintiera dominio total sobre sí. Pasados los días no quedaron más clavos en la
puerta y así se lo informó. Entonces el padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta
diciéndole: “Has trabajado duro hijo mío, pero mira estos hoyos en la puerta. Nunca más será la
misma. Cada vez que tú te descontrolas contra alguien dejas cicatrices exactamente como las
que ves aquí. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo en que se lo digas
tal vez lo desbastarás y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina
como una ofensa física. Ten la imagen de esta puerta siempre presente”. 

Hoy está comprobada la enorme influencia que tienen los problemas psicológicos y espirituales
en la salud. Se lo llama “somatizar”. Problemas de piel, úlceras, causados por stress y disgustos,
diabetes por temas nerviosos, cancers por grandes violencias morales etc. Responde a que
somos una unidad sustancial de cuerpo y alma. Repetimos por lo claras las palabras de aquel
catedrático de Medicina que le dijo a sus alumnos el primer día de clase: “Lo esencial en el
hombre es el alma, pero tiene un cuerpo”.

Santo Tomás ya lo planteaba en el siglo XIII en la Suma en el “Tratado de la Tristeza”, donde


recomienda al que está triste: darle cierta satisfacción a los sentidos (como darse un buen baño
caliente, ponerse ropas suaves y confortables, comer algo agradable) y, lo más importante:
descargar el corazón contando “las cuitas”, (o penas), a algún amigo.

La excesiva severidad se demostrará en los gestos destemplados, en los juicios severos y


cortantes, en el tono de voz terminante, en la falta de flexibilidad para contemplar los temas de
interés de los demás, en no tener en cuenta los gustos, los problemas, las debilidades, las
preocupaciones y los intereses del prójimo.

Pero el exceso de elogios es la adulacion o lisonja, que generalmente pretende conseguir


ventajas basándose en lisonjas excesivas y desordenadas, y en cuya raíz siempre hay hipocresía,
interés y doblez. El adulador generalmente se desborda y miente porque no busca la verdad sino
la conveniencia.

El espiritu de contradicion estará siempre en actitud de contradecir al prójimo, con motivo o


sin él, generando discusiones inútiles e interminables, lo que genera mucho malestar en todas
las reuniones e impide la sana convivencia y la armonía. El espíritu de contradicción corta todos
y cada uno de los inicios de diálogo y de las conversaciones, genera mal clima, rompe la armonía
entre las personas, las lleva a discutir por horas interminables sin llegar a ninguna conclusión.

Habitualmente destruye todas las posibilidades de hablar temas serios, interesantes o


simplemente familiares, porque no se busca la verdad en cada tema sino el simple
enfrentamiento inmaduro, caprichoso, la dialéctica o ser el centro de atención. Hay gente que
hace de esto un deporte intelectual en todas las reuniones, pero no dimensionan ni toman
conciencia de que rompen y frustran interminables encuentros entre familiares y amigos,
muchas veces irrepetibles.

Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo.P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág 586
La generosidad

La generosidad es la virtud que nos impulsa a actuar “en favor de otras personas


desinteresadamente y con alegria, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la
aportacion para esas personas, aunque cueste un esfuerzo” (1)

Dicho en otras palabras, la virtud de la generosidad nos hace tener en cuenta más la necesidad
del otro que nuestra conveniencia, sabiendo la importancia que nuestra ayuda tiene para esa
persona, aunque nos signifique un esfuerzo o una privación.

No consiste solo en dar cosas, sino en darse a sí mismo y es una de las virtudes que más acerca
al hombre a la felicidad, porque habremos oído decir que la felicidad es una puerta que se abre
hacia fuera. La generosidad es la disposición de dar lo que se puede, (según las necesidades del
prójimo), aún sobrepasando la medida de lo justo. La justicia exige dar a cada uno lo suyo pero
la generosidad va mas alla y pone el acento en dar mas de lo que la justicia reclama. Es la
necesidad del otro, (espiritual o material), la que no los demanda. Esta carencia que sufre el
prójimo se mete con nosotros mismos, y podemos responder con esfuerzo o sin él, con afecto,
con violencia hacia nuestra voluntad, haciendo todo un trabajo para ser generosos, o con
naturalidad.

Se trata de una entrega, de una decision libre de entregar lo que uno tiene, ya sea tiempo,
inteligencia, conocimientos, conexiones, dinero, o hasta la misteriosa y valiosisima receta de
cocina, para que nuestra vecina también pueda lucirse cuando invita a comer. Se busca el bien
de una persona necesitada en un determinado momento. Pero para ser generosos deberemos
ante todo valorar lo que tenemos, porque si no le damos valor a lo que tenemos, no habrá
mérito en ofrecerlo.

La medida de la generosidad será sólo en función de lo que se podía dar y se dió o no, y uno no
la conoce. De ahí que Dios sea el único justo Juez capaz de juzgar la medida de la generosidad
de cada uno y las intenciones que lo movilizaron a dar. Y es por eso que esta virtud es muy
difícil de distinguir cuando la observamos desde afuera, porque en general no sabremos las
intenciones que llevan a las personas a realizar actos aparentemente generosos.

La importancia del óbolo (la limosna) de la viuda que destaca Nuestro Señor en el Evangelio no
fue por la cantidad que dio, (que eran tan sólo unas monedas), sino porque Dios vio que había
dado todo lo que tenía.

Para comprenderlo mejor tomemos esta anécdota como ejemplo: “Una mujer rica llegó al cielo,
y allí San Pedro le señaló la mansión de su chofer. Ella pensó: “Si ése es el hogar de mi chofer,
pienso cómo será el mío”. San Pedro le señaló una de las chozas más humildes, y le dijo: “Ése es
su hogar”. “Oh”- dijo ella - “Nunca podría vivir allí”. Y San Pedro le respondió: “Disculpe
señora, pero es lo mejor que pude hacer con los materiales que me envió”.(2)

La generosidad no es una virtud opcional de la cual podremos prescindir. Si no lo somos, seremos


egoístas. En esto, no hay un terreno neutral. Es el alimento del alma y, si le queremos dar a
nuestra alma el oxígeno que necesita para respirar, tendremos que practicarla. Pero para que
sea virtud cristiana debe ser ofrecido por una razón divina. El hombre de Dios cree que lo más
bajo debe ser utilizado para lo más elevado, es decir, el dinero debe ser utilizado en primer
lugar para ayudar a espandi la Verdad divina, para evangelizar, para que las almas puedan ser
libres y para procurar su salvación, para consolar al afligido, para curar al enfermo para dar de
comer al hambriento y de beber al sediento.

En el fondo, sin un sentido trascendente de la vida, y sin estar convencidos que tenemos el
deber moral de ayudar y amar al prójimo como a nostro mismos, es difícil que adquiramos esta
virtud de sacrificarnos en aras del bien ajeno. De ahí que sea más
importante “darse” que “dar”, (si bien ambas son necesarias), ya que todos tenemos
oportunidad de darnos al prójimo y no todos tendremos oportunidad de dar cosas materiales
porque a veces no las tendremos.

Lo que más necesita el prójimo generalmente es nuestro tiempo, nuestra atención, el ser
escuchado, (y no el escucharnos a nosotros hablar de nuestras cosas a borbotones). Si queremos
escuchar a alguien y nos divierte, nos interesa o nos conviene hacer sociales no será virtud. Pero
si no querelo escuchar porque tenemos otras prioridades y postergamos nuestros intereses para
hacerlo, recién ahí entraremos en el terreno de la virtud de la generosidad con nuestro
tiempo.

Hacer algo por las personas puede significar muchas cosas distintas y no necesariamente
generosidad, preocupación por el prójimo o desinterés. Podemos tener a veces actitudes
generosas sin por ello ser generosos, ya que para que sea virtud hace falta que sea habitual y
natural en nosotros en praticarla en todos los órdenes. La virtud necesita rectitud de
motivos para que lo sea.

Por ejemplo, decir siempre que si puede ser por distintos motivos (sentimientos de culpa que
queremos compensar, falta de compromiso con la verdad, indiferencia, desinteres, pereza,
indolencia, irresponsabilidad, no querer confrontar contradicciones, querer esquivar los
problemas ,etc.), pero no necesariamente generosidad. En los actos de generosidad, por ser
virtud, no sólo cuenta lo que damos, sino si lo que damos es bueno para esa persona, y si en
realidad es lo que necesita.

Los niños pequeños no podemos decir que sean generosos porque en general no tienen noción de
lo que poseen. De todos modos, hay que enseñarles poco a poco a dar de lo que les pertenece.
Si tienen cuatro caramelos, siempre podrán ofrecer uno o dos. Pero la generosidad es un acto
libre. Es una invitacion a compartir nuestros bienes con otros que tienen menos. Para
entender bien esto hay un ejemplo muy gráfico:

Una madre le regala a su hijo una caja de caramelos para su cumpleaños y le pide que los
reparta entre los 50 invitados. Como su hijo no lo hace, le saca la caja a la fuerza y le dice:
“ Yo te enseñaré a ser generoso” repartiéndola entera mientras su hijo ve partir… con enorme
sufrimiento, todos sus caramelos... Ante este avasallo de lo que era legítimamente suyo el niño
piensa: “Si esto es la generosidad, a mí no me gusta, no la quiero”... Como pedagogia es
desastrosa, porque todo requiere su justa medida y habria que haber sugerido al nino
compartir los caramelos regalados, en primer lugar, con los 2 primos de afuera que se quedaron
a dormir esa noche.

La escuela de la generosidad, como todas las virtudes debe ser paulatina. “Estamos haciendo
niños egoístas e incapaces porque se lo damos todo hecho. Si el abuelo acompaña al niño al
colegio, lo primero que hace es llevarle la mochila; si subimos al metro, el primero – y el único,
si nos descuidamos – que
se sienta es el niño; si tiene que hacer algo más complicado: “ya lo hará tu padre”; si cuando
entra en casa va sembrando pasillos y suelos con sus cosas, va su mamá detrás poniéndolas en su
sitio... y así sucesivamente.

Ciertamente, sobre todo cuando son pequeños, habrá que empezar por hacer con ellos las cosas
que les mandamos, para enseñarles cómo se hacen, para que las hagan bien; tardaríamos menos
si lo hiciésemos directamente, pues como dice el refrán: “es más fácil hacerlo que mandarlo a
hacer”: pero asi no educamos.

Al contrario, los incapacitamos, los empequeñecemos, los egolatramos, aprenden que estamos
para su servicio, que sus deseos son órdenes, que son el centro de la casa... Y todo esto se
acentúa más cuanto más reducida es la familia. Y al revés; se les vacuna contra esto en las
familias numerosas... “ (3)

A los niños, desde que son pequeños, habrá que enseñarles a ser generosos no sólo con sus cosas
sino hasta con su tiempo. Escuchar por segunda vez el cuento de la abuela sin poner caras de
aburridos, visitar algún pariente enfermo, esperar a que otros se bañen primero porque están
más apurados y necesitan cambiarse, colaborar con alguna sociedad de beneficencia aunque sea
una vez por mes etc.

Todas estas actitudes ante la vida y actos cotidianos pequeños de generosidad nos irán
entrenando para las grandes decisiones de generosidad que se nos pueden presentar como: decir
que sí a una maternidad abierta a la vida llamada, a una llamada a la vida consagrada, o a
defender la Patria hasta las últimas consecuencias.

Los jóvenes tienden a reducir su generosidad al mundo de sus amigos.Pero esto no es virtud
cuando sólo se limita a ellos, (o cuando sólo dan el buzo y la remera que no se han comprado y
no les importa perder), y a la par son incapaces de renunciar a un programa que han organizado
para acompañar a su madre o a un hermano, que los necesita. Muchas veces los padres o los
abuelos los necesitan más que los amigos, pero ellos se auto enganan justificandose ya que el
mundo de la generosidad en los jóvenes y en los adolescenteses fragmentado y generalmente
pasa por los amigos. Al ser parcial, no es virtud sino simplemente con actitudes y actos
generosos.

Dijimos que un acto generoso tiene que ver con la necesidad del otro y no la nuestra, aunque
nosotros nos veamos beneficiados en hacer el bien. En general tendemos a dar lo que a nosotros
nos gusta dar o lo que no nos cuesta, (a veces aún con cierto interés), sin considerar la
necesidad de otras personas.
Por ejemplo:

Podremos aparentar ayudar a nuestro compañero de clase con los estudios, (que de hecho está
bien), cuando en realidad estamos especulando con que nos invite el fin de semana a la pileta o
que nos presente a su hermana. En ese caso no seremos generosos sino interesados.

Podremos ser generosos cuando regalamos nuestra ropa, (que de hecho está muy bien), cuando
en realidad lo que nos mueve es hacer orden en nuestro ropero y la otra persona lo que
realmente necesita es medicamentos que le podremos comprar, o que le demos unos días de
franco para descansar y acompañar a un familiar con problemas graves.

Podremos aparentar generosidad en regalarle un tapado de piel a nuestra mujer o en llevarla de


vacaciones, (porque se luce y nos lucimos nosotros ante los demás), cuando en realidad
estaremos tratando de acallar nuestra conciencia por nuestras infidelidades. Tanto ayudar a un
compañero en los estudios, como regalar la ropa que no usamos, invitar a comer, regalar un
tapado u organizar unas vacaciones en familia son actos buenos en sí mismos, lícitos y generosos
(y es mejor hacerlos que no hacerlos) pero el fin que nos movera a tacerlo será lo que los
definirá como virtuosos. Para que sean virtuosos tiene que haber “rectitud de intencion”.

Seremos generosos de corazon en cambio cuando:


Estemos dispuestos a hacerles la vida fácil y agradable a los demás, especialmente en las
familias, limando conflictos y enfrentamientos estériles y haciéndonos cargo de nuestras propias
responsabilidades para evitarles problemas y sufrimientos.

Cuando sacrifiquemos nuestros propios gustos, nuestros programas, nuestras mezquindades,


nuestros intereses para darles satisfacción a otros, (siempre y cuando sea bueno lo que quieren).
Ayudas como cortarles el pasto, podarles la enredadera, arreglarles un enchufe, arreglarles la
biblioteca, llevarles una carta al correo, ir a pagarles una cuenta, ayudarles en la mudanza o
colaborar en firmar un testamento si no hay herederos para que el cónyuge pueda morirse en
paz.

Cuando tratemos bien a alguien que no nos guste, para evitar tensiones y malestares familiares
que causan mucho dolor en el corazón.
Cuando escuchemos a una persona que nos aburre a morir pero que sabemos tiene necesidad de
ser escuchada.
Cuando nos privemos de comprarnos algo que nos gusta para comprarle al prójimo lo que
necesita y no se lo hagamos sentir.
Cuando sacrifiquemos algún programa que nos encanta para acompañar a alguien que se queda
solo, como puede ser nuestra abuela. Visitar a una abuela es antes que nada un deber moral que
está mandado en el cuarto mandamiento. Puede además ser un placer porque la queremos. Pero
sería generosidad dejar de lado el programa que teniamos organizado (como ir al cine o al
partido) porque sabemos que esta sola y nuestra visita le cambiara la tarde.

Cuando tratemos de quedarnos en casa y hacer vida de familia, (aunque esto nos implique no
pasarnos todo el día perdiendo el tiempo en la calle con nuestros amigos), specialmente si nos
damos cuenta que en nuestra casa hay alguna tristeza que consolar o un vacio espiritual
para rellenar con nuestra presencia. Tal vez un padre o una madre que acaba de enviudar, o
una hermana a quien le dejo el novio por otra despues de cinco anos de noviazgo.

Tendremos que ser generosos además en otras actitudes como esperar para no corregir en
público porque humilla, no magnificar los errores ajenos, tratar de sonreír cuando no tenemos
motivos, etc. Esto lógicamente debe aplicarse a todas las relaciones entre las personas.

La generosidad nunca nos debe llevar a satisfacer los caprichos de los demás, de ahí que la
prudencia sea la que debe regir para iluminarnos cuando debemos ayudar buscando un bien y
cuando no deberemos hacerlo, porque haremos un mal. Hace falta saber y analizar cuáles son
las necesidades reales y no ficticias de la otra persona, para no generar un habito de ayuda que
socave la dignidad de la persona perjudicándola.

También hará falta analizar las consecuencias positivas y negativas de nuestra ayuda, y nos
sorprenderemos en constatar la cantidad de veces que habiendo dado o habiendo pensado hacer
un bien, habremos hecho un mal. Por ejemplo, pagando cuentas de hijos ya mayores de edad
que no nos corresponden, erosionándoles la responsabilidad de administrarse en sus propios
gastos, o levantando a un hijo dormilón durante meses para que no llegue tarde al trabajo. Con
estas actitudes se impide que el hijo asuma sus propias responsabilidades, crezca y madure. Es
mejor que afronte sus deudas y que lo echen del trabajo por llegar tarde. Y cuanto antes
aprenda, mejor.

Concluimos entonces que para ser generosos y hacer el bien debemos recordar siempre qué es
una persona y qué es lo bueno para ella según Dios la pensó y la creó. Muchas veces lo bueno
para una persona no sera decirle que si, sino contradecirla todas las veces que sea necesario
para fortalecer su voluntad, lo que la mantendra en su sitio y en un buen rumbo en la
vida. Y nuestra generosidad consistirá en hacérselo notar, porque lo que la persona necesita es
un buen consejo o una brújula que le marque el rumbo correcto,aunque nos cueste su
alejamiento.
El mayor acto de amor es dar la vida por otro. Pero el acto de máxima generosidad espiritual es
el de saber perdonar el daño que se nos ha hecho, demostrando a la otra persona que le damos
la oportunidad de mejorar y recomponerse, totalmente entrelazado con la virtud de la caridad.
El perdonar las ofensas está mandado, pero implica una enorme generosidad el poder perdonar,
(por amor a Dios), a quienes nos han injuriado, nos han dañado y nos han hecho mal dándoles
una segunda oportunidad... Y según lo mandado “setenta veces siete...”.
Esta escuela del perdón es importante que la ejerciten especialmente los padres cuando los
hijos son testigos de peleas y discusiones. Los chicos saben que cuando ellos se pelean nada
grave sucede, pero cuando los grandes se pelean muchas veces se separan. Si los hijos ven
que los padres se pelean pero luego hacen las paces el daño hecho será menor. Mantener la alta
estima del matrimonio ante los hijos, (si bien es un deber de estado y está mandado), es un acto
de generosidad enorme, porque sabemos que a veces cuesta muchísimo, pero dejará menos
heridas en los hijos y, sobre todo, los ayudará a que ambos sean respetados.

Lo opuesto a la generosidad en el orden espiritual es el pecado de egoismo. Ese amor


desordenado que tenemos por nosotros mismos que nos lleva a pensar sólo en nosotros.

Otro exceso será no permitir que nadie nos ayude, ya que todos tenemos necesidad de ayudar y
darle la oportunidad a otros también de poder ser generosos con nosotros.

Lo opuesto a la generosidad en el uso de los bienes es el pecado de avaricia, ese afán


desordenado de poseer y adquirir bienes tan sólo para atesorarlos y no para compartirlos y dar
trabajo, estabilidad y bienestar a muchos.

Pero la prodigalidad, que aparenta ser virtud, no lo es, (por exceso) porque somos
administradores de los bienes que Dios ha permitido que tengano y debemos hacer un uso
responsable de ellos. El manirroto, que dilapida los bienes sin control es lo contrario a la
virtud. Abandonar la buena administracion de nuestros bienes seria ademas falta de gratitud
a quienes nos los han dado, falta de responsabilidad social en descuidar bienes que bien
administrados podria generar trabajo a los demas y falta de justicia hacia quienes deberian
heredarlos despues de nostros. 

De ahí que no sea generosidad renunciar, desperdiciar lo propio, abandonar o entregar lo que
legítimamente nos pertenece. Que nos saquen lo nuestro, lo que nos pertenece legítimamente
(ya sea espiritual, cultural, nuestra propia identidad nacional o bienes materiales como hacen
muchos gobiernos liberales, masones, socialistas y comunistas), es un atentado a la justicia y a
la propiedad privada a las cuales somos muy sensibile desde pequeños, porque son derechos
naturales básicos de las personas.

Notas:

(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág.61.
(2) “Camino hacia la felicidad”. Monseñor Fulton Sheen. Colección Pilates. Pág 93.
(3) “Educar la conciencia”. José Luis Aberasturi y Martinez. Ediciones Palabra. Pág.147

Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso) 


En relación a La afabilidad

1. ¿Qué es la virtud de la afabilidad? 


2. ¿Cuáles son las consecuencias d epracticar esta virtud?
3. ¿Qué es la dulzura?
4. ¿Cuáles son los vicios contrarios a esta virtud? ¿Por qué?
5. ¿Algún comentario o sugerencia?

En relación a La generosidad
1. ¿Qué es la virtud de la generosidad?
2. ¿De que manera podemos demostrar que somos generosos?
3. ¿Qué elemento esencial necesitan nuestros actos de generosidad para que sean virtuosos?
4. ¿Cuáles son las actitudes opuestas? ¿Cuál es la influencia de esta en tu vida personal?
5. ¿Algún comentario o sugerencia?

Para reflexión personal 


1. ¿Quiero ser generoso con Dios como él lo es comigo?
2. ¿Mis relaciones con los demás dependen del servicio o utilidad que aporten a mis intereses
personales? ¿Aparento amabilidad para ganar favores? ¿Valoro a los emás por lo que puedan ser
útiles?
3. ¿Es criterio y norma de mi vida el parecerme a Cristo en su entrega total a los demás?
¿Acostumbro a medir mi amor a él `por el amor sobrenatural que tengo a los que me rodean,
especialmente a mi esposo (a) y a mis hijos?
4. ¿Me autocompadezco por no recibir agardecimiento por mis acciones? ¿Busco honores en el
cumplimiento de mis deberes? 
5. ¿Estoy dispuesto a dar más de lo que el otro se merece?¿Ayudo solamente cuando me sobra
tiempo o el dinero?¿Solamente cuando me lo piden?¿Despilfarro en lo mío y recorto en lo que
puedo dar?
6. ¿Siempre espero que otros se ofrezcan o hagan las cosas por mí? ¿Busco servir, siempre que
puedo, sin condiciones?¿Acepto con alegría lo que me pide mi esposo (a)?¿Mis hijos?¿la iglesia?
7. ¿Vivo cada instante de mi tiempo como una oportunidad para hacer el bien a los demás?

Sobre la alegría
La felicidad está en el interior y en querer siempre lo que Dios quiere.
 

Sobre la alegría

Vamos a dedicar este rato a hablar de la alegría. Voy a leer unas notas sacadas del libro
«Palabras para el silencio», de Mosén Alimbau. Es el Delegado Diocesano de Medios de
Comunicación Social de Barcelona. Con ocasión de unas conferencias que yo tuve en Barcelona
me hizo una entrevista por Radio Barcelona. Es un hombre simpático y amable, que escribe muy
bien. En este libro recoge sus artículos en la Hoja Dominical. Voy a hilvanar algunas de sus ideas,
con añadidos míos.

***

Dice Aristóteles que todos los hombres, por naturaleza, buscan la felicidad. Pero algunos la
buscan fuera en lugar de buscarla dentro, que es donde está. Cuenta una antigua leyenda polaca
que vivía en Cracovia un rabino judío llamado Eisik, que tuvo un sueño donde se le revelaba que
a la entrada del puente de Praga, que da acceso al castillo real, había enterrado un gran tesoro.
Y para allá se encaminó. Al llegar, el centinela no le dejó pasar. El rabino le contó su sueño, y el
centinela le contestó que él también había tenido otro sueño de que junto a la estufa de la
habitación del rabino Eisik, en Cracovia, había un gran tesoro. Para allá volvió el rabino. Cavó
junto a la estufa, y allí estaba el tesoro. ¡Fue a buscarlo tan lejos y lo tenía dentro!

Muchos buscan la felicidad en cosas exteriores, y no está ahí. Está dentro de nosotros, en
nuestra alma. Decía Lacordaire: «la felicidad es privativa del alma» y la paz interior sólo la
puede dar Dios.

***

La paz interior podemos mantenerla en medio de las contrariedades de la vida. Ante las
contrariedades, lo primero, dominar el mal humor. Después no abatirse. Aceptar la contrariedad
tal como se presenta. Levantar el corazón a Dios y pedirle ayuda. Saber que toda clase de
sufrimiento, unido a la Pasión de Cristo, redime al mundo. Esto es consolador. Pero, además, el
que sabe sufrir por amor a Dios, sufre mucho menos. Siempre será verdad que las espinas
pinchan cuando se pisan, no cuando se besan. Renunciar a lo que no es posible es hacer de la
necesidad, virtud.

Finalmente, intentar sacar algo positivo de la contrariedad. Hay que vivir con alegría las propias
limitaciones. Y saber que la máxima felicidad del hombre está en ayudar a los demás. Escribió el
célebre poeta indio Rabindranath Tagore: «Soñé que la vida era la felicidad. Desperté y vi que la
vida era servicio. Me puse a servir y descubrí que en el servicio está la felicidad».

Pon tus cualidades al servicio de los demás. Te lo agradecerán inmensamente. Y al hacer ellos lo
mismo, los dos saldréis beneficiados. Cuentan que después de una batalla un soldado quedó cojo
y otro ciego. Se pusieron de acuerdo. El ciego cargó con el cojo, y el cojo dirigía al ciego. Con
esta solidaridad se podrían hacer muchas cosas.

Una de las cosas que puedes poner al servicio del prójimo es tu simpatía. A esto se le llama
«tener ángel». Tener ángel es tener belleza de alma. Tener simpatía, bondad, amabilidad,
sencillez, saber consolar, saber echar una mano, saber escuchar.

*** 

En la vida hay que saber escuchar. Escuchar con interés es la mejor manera de consolar al que
sufre. A todos nos gusta que nos escuchen. Mucho más al que sufre. Y si además tu palabra
cálida le transmite paz y alegría interior, habrás hecho una gran obra.

Procura hacer cada día algo que aumente la felicidad de alguien. Una de las cosas más bellas es
ser sembrador de alegría. La alegría es la música del alma. El hombre alegre es feliz y hace
felices a los demás. La alegría nace de la paz del alma, de la paz interior, del deber cumplido y
de sentirse útil a los demás.

El mayor servicio al prójimo es llevarle alegría. Un semblante sonriente y un alma alegre


transmiten felicidad. El que comunica alegría, da ánimos, y dar ánimos es un modo de amar. La
mejor manera de amar es pasar por el mundo haciendo el bien. Es lo que hizo Jesucristo.

Lo menos que se te puede pedir es que seas amable. La gente necesita amabilidad.

- Una palabra amable y cordial.


- Un semblante afable y acogedor.
- Una actitud bondadosa y afectiva.
- Un gesto educado y cortés.
- Una sonrisa sincera y alentadora.

La amabilidad atrae y eleva. Decía Kant: «La amabilidad es la belleza de la virtud».

Cinco razones para una sonrisa:

a) Dar una sonrisa cuesta muy poco y puede ayudar mucho.


b) Una sonrisa jamás empobrece al que la da y siempre enriquece al que la recibe.
c) Una sonrisa puede tener una duración muy corta, pero su recuerdo puede durar años.
d) Nadie es tan rico que pueda vivir sin sonrisas, ni tan pobre que no las merezca.
e) Sonreír por fuera, embellece por dentro.

Pero lo que más ayuda al prójimo es darle afecto, ternura, cordialidad, valorar lo que es,
demostrar aprecio e interés por todo valor de las personas que nos rodean. Hay quienes
desprecian lo que no pertenece a su mundo, lo que desconocen, lo que ignoran. Esto, además de
herir a los demás, rebaja al que desprecia. Él se cree superior, pero demuestra su mezquindad.

El gran guitarrista Andrés Segovia, mundialmente famoso, preguntado qué era para él lo más
importante de la vida, respondió: «La bondad». Y la madre Teresa de Calcuta dice: «sed
bondadosos. Que todo el que se acerque a vosotros se vaya mejor y mas feliz. Bondad en vuestro
rostro, en vuestra sonrisa, en vuestra acogida».

La bondad no se hereda. No es cuestión de genes. Se adquiere con la repetición de actos


buenos: vencimiento propio, ayudar al prójimo, devolver bien por mal, irradiar paz, alegría,
optimismo, etc.

***

Para vivir alegre y feliz no hace falta tener de todo, sino basta estar contento con lo que se
tiene. No es feliz el que tiene mucho, sino al que le sobra todo. Y querer siempre lo que Dios
quiere. Los maestros espirituales de todos los tiempos han enseñado que lo que da más paz,
tranquilidad y alegría es la perfecta conformidad con la voluntad de Dios: «Quiere siempre y en
todo lo que Dios quiera y como Dios lo quiera». Quien se siente fiel a Jesucristo goza de enorme
entusiasmo cristiano. Comunicar este entusiasmo cristiano, es extender el Reino de Dios en la
Tierra.

El entusiasmo cristiano se alimenta de la esperanza. De la esperanza en una vida mejor. En la


vida eterna. Jesús es el único que nos promete vida eterna. Dice San Pablo a los filipenses:
«Manteneos alegres como cristianos que sois». «Que la esperanza os tenga alegres». La
esperanza hace llevadera la cruz, y soportable el dolor. La esperanza es esencial para la vida del
ser humano. El hombre sin esperanza muere.

Decía el doctor Frankl, al narrar sus experiencias con los prisioneros de los campos de
concentración nazis: «Sólo se mantenían vivos los que tenían esperanza. Aquellos a quienes se
les apagaba la llama de la esperanza, tenían sus días contados». La esperanza de la vida eterna
es la más brillante y cierta de las esperanzas. Debemos vivir y comunicar esta esperanza.

Los cristianos debemos ser portadores de esperanza. Dice el Concilio Vaticano II en la Gaudium
et Spes: «El cristiano tiene que dar al mundo razones para vivir y para esperar».
Vivir la esperanza cristiana llena la vida de ilusión y optimismo en un mundo donde reina el
pesimismo, la tristeza, la amargura, el vacío interior y el hastío. Un mundo harto de
materialismo y de sexo. Un mundo miope y arrugado.

***
Quien no tiene a Dios, vive una angustiosa soledad. Quien sabe rezar, nunca se encuentra solo.
Para un cristiano nunca hay fracaso definitivo. Vivir sin ilusión es vivir con tristeza. Y vivir triste
es empezar a morir. Dice la Biblia en el libro del Eclesiástico : «Todos los males nos vienen con
la tristeza, y la muerte viene con ella».

Para vivir alegre, procura ser útil a los demás. La mayor felicidad es sentirse útil. Aprovecha
todas las ocasiones para hacer el bien. No dejes pasar la ocasión. Esta ocasión ya no vuelve a
repetirse. Quizás otra sí. Pero ésta no. Ocasión pasada, oportunidad perdida.
Procura hacer siempre bien todo lo que tienes que hacer. Al menos hacerlo lo mejor que sepas y
puedas. Y hecho ésto, quédate alegre y feliz; cualquiera que sea el resultado.

Deberíamos siempre pedir a Dios:

- Valor para cambiar las cosas que puedo cambiar.


- Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar.
- Y sabiduría para distinguir una cosa de otra.
- Pero siempre rezar para que Dios lleve las cosas por buen camino.
- Y finalmente, conformidad con la voluntad de Dios.

Érase una vez un hombre de campo que tenía un caballo. Un día el caballo se le escapó al
monte. Y el hombre se dijo:

- ¡Qué mala suerte! He perdido mi caballo.

A los pocos días volvió el caballo acompañado de otro. Y el hombre se dijo:

- ¡Qué buena suerte!. Ahora tengo dos caballos.

Pero el nuevo caballo le dio una coz a su hijo y le partió una pierna. Y él se dijo:

- ¡Qué mala suerte! Ahora mi hijo se queda cojo.

Pero estalló una guerra, y el hijo se libró de ir al frente por estar cojo. Y el hombre se dijo:

- ¡Qué buena suerte! Mi hijo no morirá en el frente.

Y es que nunca se sabe. Fiémonos de Dios que sabe lo mejor para nosotros.

***

Y no olvidar las cosas pequeñas. El océano está hecho de gotas de agua, y el desierto con granos
de arena. Decía San Jerónimo: «En lo pequeño se muestra la grandeza de alma». Todos los
santos han dado importancia a las cosas pequeñas. Podemos dar mucha alegría con pequeños
detalles. En saber descubrirlos está la verdadera sabiduría.

Para hacer siempre todo bien podríamos pensar que hoy es el último día de nuestra vida. Y
mañana cuando despertemos daremos gracias a Dios por tener un día mas. 

Podríamos terminar con el verso de Sta. Teresa:

“Nada te turbe. 
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.”

Queridos hermanos en Cristo N.S: 

Hoy, con alegría, leí la vida del santo del dia: San Francisco de Sales, y aunque es el patrono de
los periodistas, creo que tambien debería ser patrono de los que quieren superarse en la páctica
de la CORTESIA. 
Con él tenemos un ejemplo palpable de que la AMABILIDAD, LA DULZURA, etc. etc., son Valores
y Virtudes que son parte de las enseñanzas de Cristo, en su palabra y con su ejemplo de vida. 
Cuando estamos en Gracia de Dios, nos es más fácil se amables y sobrellevar los problemas de
la vida cotidiana, ya que bajo la luz de La Gracia, se instala en nuestro corazón una alegría, que
difícilmente nos es arrebatada por las agresiones exteriores. 
El ser amables, no nos quita nada, y si nos deja mucho en las relaciones con nuestros
hermanos; o quizás en algún momento en que nos resulte más dificil mostrarnos amables por
las dificultades propias de la vida, un esfuerzo real, ocultando toda nuestra tristeza, frustación,
mal humor, o porque no decirlo, indiferencia, que en ocaciónes es la manifestacion más dañina
para algunas personas, ya que hacemos sentir poca o ninguna importancia hacia su persona o
problemas, si nos mostramos amables, interesados en sus asuntos, escuchando lo que necesitan
decirnos, y que nosotros con lo que estamos viviendo, quisieramos no solo no escuchar, sino
irnos del lugar y librarnos de involucrarnos en lo que nos quieren compartir. 
Es, no solo una obra de Caridad, es anteponer nuestro Amor a travéz de Cristo hacia los demás. 
Cierto que a veces nos resulta muy difícil, sobre todo porque existen hermanos que nos es más
difícil tratar debido a su modo de ser, pero son pruebas que se nos presentan y que podemos
ofrecer Al SEñor para, algún día no llegar con las manos vacías a Su Prescencia. 
Amables: en el saludo con una sonrisa, en el trato diario, ayudando en lo que nos soliciten, con
los detalles que hacen milagros en las buenas relaciones y en fin queridos hermanos, uds. más
que yo sabrán como aplicar la Amabilidad en su vida diaria, de acuerdo a lo que cada un@
necesita. 

Es por esto, que los invito a leer la vida de San Francisco de Sales, El Santo de la Amabilidad, y
la forma como venció su propia debilidad por la ira, tornándose dulce, afable, Santo y Doctor de
la Iglesia 

Los Saludo en La Santísima Trinidad

San Francisco de Sales, el santo de la amabilidad y su


llamada universal a la santidad
Por Diogneto, 5 de septiembre de 2004
Queridos amiguitos:

Hoy vamos a conocer la vida de un santo de carne y hueso, de los de verdad, no prefabricado.
Aunque el marqués de Sándwich fue famoso por el invento que lleva su nombre, Francisco de
Sales no inventó ningún clorato ni sal ferruginosa en particular. Se llamaba de Sales porque había
nacido en el castillo de Sales, en Thorens, en el viejo ducado de Saboya, hijo de Francisco de
Sales de Boisy, y de Francisca de Sionnaz, que, dicho sea de paso, eran marqueses, aunque esto a
nosotros nos importa un bledo como tampoco nos interesa saber si el bueno de Francisco era
hábil con la pala para el pescado. Y si no nos interesa es porque hay muchas cosas pequeñas que
no interesan nada, absolutamente nada.

Nuestro amigo Francisco, aunque nació prematuro, vivió una infancia normal, no se le conocen
alucinaciones ni ensoñaciones ni otro tipo de barruntos, quizás porque era un niño que jugaba
mucho; sí, amigos, Francisco jugaba todo lo que podía y procuraba pasárselo bien que eso es lo
mejor y lo más importante que deben hacer los niños: jugar mucho. Es por eso que dos de sus
mejores enseñanzas las aprendió él mientras jugaba con sus amiguitos:

El valor de la amistad y el optimismo


Valoraba la amistad, la amistad entre las personas, entre los amigos, no esa amistad de los que
buscan algo con interés, con sonrisitas y pasándote el brazo por los hombros con el ánimo de
usarte para sus intereses y objetivos personales. El ayudar a nuestros papás, hermanos y
compañeros, el ser amables como lo era Francisco; su amabilidad llegó a ser tan admirable que
San Vicente de Paúl exclamaba: "Oh Dios mío, si Francisco de Sales es tan amable, ¿Cómo serás
tú?".

El santo basa su práctica de la amistad en el ejemplo de nos da Jesús con su dulce amistad a San
Juan, a Lázaro, a Marta y a Magdalena, pues la Escritura da testimonio de ello. Y añade, como si
esto no bastase:

"Sabemos que San Pedro amó tiernamente a San Marcos y a Santa Petronila; como San Pablo, a
Timoteo y a Santa Tecla. San Gregorio Nacianceno se gloria cien veces de la amistad
incomparable que profesó al gran San Basilio, y la describe de esta manera: "Parecía que en
nosotros no había más que una sola alma en dos cuerpos". Y, aunque no hemos de creer a los que
afirman que todas las cosas están en todas las cosas, hemos de creer, empero, que nosotros
éramos dos en cada uno de nosotros, el uno en el otro; los dos teníamos una sola aspiración:
cultivar la virtud y ajustar los designios de nuestra vida a las esperanzas venideras, saliendo así
de esta tierra mortal antes de morir en ella. San Agustín atestigua que San Ambrosio amaba a
Santa Mónica únicamente por las virtudes que veía en ella, y que ella, recíprocamente, le amaba
como a un ángel de Dios.
Pero me equivoco al entretenerte en una cosa tan clara. San Jerónimo, San Agustín, San
Gregorio, San Bernardo y todos los más grandes siervos de Dios, han tenido amistades muy
particulares, sin menoscabo de su perfección. San Pablo, al censurar los vicios de los gentiles,
les acusa de que son personas sin afecto; es decir, que no tienen ninguna amistad. Y Santo
Tomás, como todos los buenos filósofos, afirma que la amistad es una virtud."

¿Os imagináis, amigos, a nuestro amigo Jesús, caminando como un juguete de cuerda sin prestar
atención a sus amigos?, ¿corriendo como un tonto de un lado para otro cumpliendo normas
repetitivas sin saber para que las hace y sin intentar una y otra vez ser nuestro amigo? Yo, no.

Pero no nos olvidemos del optimismo y de la alegría. Él decía: "el mismo Dios que toma cuidado
de nosotros hoy, cuidará de nosotros mañana y siempre." Y: "Acontezca lo que sea, no te
desanimes; asegúrate firmemente en Dios, mantente en paz, con confianza en su amor eterno
por ti". Y también: "Sólo confía en Dios y Él continuará conduciéndote seguramente a través de
todo. Donde no puedas caminar, El te cargará en los brazos". Por otra parte, nuestro amigo
Francisco nos dejó un mensaje de tranquilidad y una imagen de Dios amigo: "No pierdas tu paz
interior por nada, aún si todo tu mundo parece venirse abajo. Si te das cuenta que te alejaste
de la protección de Dios, conduce tu corazón de vuelta a Él tranquila y simplemente".

Sus ideales de moderación y caridad, de gentileza y humildad, de alegría y entrega a la voluntad


de Dios son expresados con una sensatez que anima a los débiles y alimenta a los fuertes y que
provocó que fuese llamado "el Santo Caballero".

Pero sigamos, amigos, con más cosas de este amable santo. Al hacer su primera Comunión se
propuso rezar todos los días por la mañana y por la noche. Él solía decir: "Todo por amor, nada
a la fuerza".

Se esforzó siempre en sus estudios, doctorándose en Leyes y en derecho canónico en Padua en el


1.592 recibiendo el diploma de manos del famoso Pancirola y poco después se hizo sacerdote y se
ofreció para ir a Chablais, una región en la que sus habitantes se habían apartado de la Iglesia.
Francisco lo pasó muy mal, dos veces intentaron matarle y tenía que recorrer caminos muy
peligrosos en aquellos montañosos parajes, hasta el punto de dormir en los montes atado en las
ramas de los árboles para evitar ser comido por los lobos. Pero Francisco no quiso rendirse ni
nunca se subió a las espaldas de nadie para vadear los fríos riachuelos de los Alpes. Supo ganarse
el corazón de aquellas gentes que quedaban admiradas por su amabilidad y cariño, de
madrugada, repartía papeles por debajo de las puertas de las casas y fue tal su oración, su
sacrificio y su constancia y sabiduría para enseñar, que a los pocos años logra convertir a nuestra
Fe a los 72.000 habitantes de esa región.

El mismo Papa lo nombra obispo siendo famoso el examen que el propio Pontífice le hace junto
con Baronio, Bernardino, El Cardenal Federico Borromeo y otros, en el que el Papa Clemente VIII
baja de su sitial a abrazarle y a decirle: "Bebe, hijo mío, de tu cisterna y de tu manantial de
agua viva, y que tus aguas fluyan y se conviertan en fuentes públicas en las cuales el mundo
pueda calmar su sed."Más tarde, Pío IX, en su Bula en que lo proclamaba Doctor de la Iglesia,
llama al Santo "El Maestro y Restaurador de la Elocuencia Sagrada".
Y es que nuestro amigo Francisco hablaba con su corazón y utilizaba palabras sencillas para
hablar de Dios, su amabilidad y suavidad estaban en todas sus palabras. "Para hablar bien sólo
necesitamos amar bien", decía; y no había en sus sermones todo ese ornato y ostentación de
dudoso conocimiento de citas griegas y latinas, comunes en aquellos tiempos; recordemos,
amiguitos, que esto fue hace 400 años. La gente decía: "Este santo sacerdote no dice nada raro,
pero sus palabras llegan al corazón y lo convierten". Francisco de Sales se dirigió a todos
nosotros, a todas las personas que estamos en el mundo porque él comprendió que Dios nos
llamaba a todos a la santidad:

Dios nos llama a todos a la santidad


"Donde quiera que estemos, podemos y tenemos que aspirar a una vida perfecta." Así escribió
San Francisco de Sales en su obra "La introducción a la vida devota". Pensaba nuestro amigo que
todos estamos creados a imagen y semejanza de Dios, que no somos polvo caído y sucio ni
depósito de la basura ni cacharro de los desperdicios ni carroña hedionda, y que todos somos
llamados a la misma finalidad: la unión con Dios.

"¿No es una barbaridad -decía él- querer desterrar la vida devota del cuartel de los soldados, del
taller de los artesanos, del palacio de los príncipes, del hogar de los casados?"

Fijaros que cosas más bonitas dice y como nos invita a ser santos en medio del mundo:

"En la creación, manda Dios a las plantas que lleven sus frutos, cada una según su especie; de la
misma manera que a los cristianos, plantas vivas de la Iglesia, les manda que produzcan frutos
de devoción, cada uno según su condición y estado. De diferente manera han de practicar la
devoción el noble y el artesano, el criado y el príncipe, la viuda, la soltera y la casada; y no
solamente esto, sino que es menester acomodar la práctica de la devoción a las fuerzas, a los
quehaceres y a las obligaciones de cada persona en particular. Dime, Filotea, ¿sería cosa puesta
en razón que el obispo quisiera vivir en la soledad, como los cartujos? Y si los casados nada
quisieran allegar, como los capuchinos, y el artesano estuviese todo el día en la iglesia, como los
religiosos, y el religioso tratase continuamente con toda clase de personas por el bien del
prójimo, como lo hace el obispo, ¿no sería esta devoción ridícula, desordenada e insufrible? Sin
embargo, este desorden es demasiado frecuente, y el mundo que no discierne o no quiere
discernir, entre la devoción y la indiscreción de los que se imaginan ser devotos, murmura y
censura la devoción, la cual es enteramente inocente de estos desórdenes.

Las piedras preciosas, introducidas en la miel, se vuelven más relucientes, cada una según su
propio color; así también cada uno de nosotros se hace más agradable a Dios en su vocación,
cuando la acomoda a la devoción: el gobierno de la familia se hace más amoroso; el amor del
marido y de la mujer, más sincero; el servicio del príncipe, más fiel; y todas las ocupaciones,
más suaves y amables.

Es cierto, Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y propia de los


religiosos, no puede ser ejercitada en aquellas vocaciones; pero también lo es que, además de
estas tres clases de devoción, existen muchas otras, muy a propósito para perfeccionar a los que
viven en el siglo. Abrahán, Isaac, Jacob, David, Job, Tobias, Sara, Rebeca y Judit nos dan en ello
testimonio en el Antiguo Testamento, y, en cuanto al Nuevo, San José, Lidia y San Crispín fueron
perfectamente devotos en sus talleres; las santas Ana, Marta, Mónica, Aquila, Priscila, en sus
casas; Cornelio, San Sebastián, San Mauricio, entre las armas, y Constantino, Santa Helena, San
Luis, el bienaventurado Amadeo y San Eduardo, en sus reinos. Más aún: ha llegado a acontecer
que muchos han perdido la perfección en la soledad, con todo y ser tan apta para alcanzarla, y
otros la han conservado en medio de la multitud, que parece ser tan poco favorable. Lot, dice
San Gregorio, que fue tan casto en la ciudad, se mancilló en la soledad. Dondequiera que nos
encontremos, podemos y debemos aspirar a la perfección".

También dijo: "Procura ver a Dios en todas las cosas sin excepción, y disponte a hacer su
voluntad con alegría. Hazlo todo para Dios, uniéndote con Él por palabras y obras". Y
también: "Haz todas las cosas en nombre de Dios y lo harás todo bien. Ya comas o bebas,
trabajes o descanses, ganarás mucho a los ojos de Dios, al hacer todas esas cosas como Él quiere
que sean hechas".

"La devoción, decía, cuando es auténtica, no estropea nada, antes bien, todo lo perfecciona:
hace apacible el cuidado por la familia, más sincero el amor del esposo y la esposa, y más suaves
y agradables cualesquiera ocupaciones"

Por todo esto, el Papa Pablo VI afirmó en una Carta Apostólica, en 1967: Ninguno de los
Doctores de la Iglesia, más que San Francisco de Sales preparó las deliberaciones y
decisiones del Concílio Vaticano II con una visión tan perspicaz y progresista. Él ofrece su
contribución por el ejemplo de su vida, por la riqueza de su verdadera y sólida doctrina,
por el hecho que él abrió y reforzó las sendas de la perfección cristiana para todos los
estados y condiciones de vida. Proponemos que esas tres cosas sean imitadas, acogidas y
seguidas.

Nuestro santo San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de
Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes en la casita del jardinero del convento de la
Visitación y sin mármoles, oro ni incienso a su alrededor.

Los milagros que empezaron a obtenerse por su intercesión fueron tan numerosos, que el Santo
Padre lo declaró santo cuando apenas hacía 40 años que se había muerto sin ser necesario que
ninguno de sus devotos seguidores mendigase por los pasillos del Vaticano tal consideración.

Además del Instituto de la Visitación, que él fundó, el siglo XIX ha visto el surgimiento de
asociaciones del clero secular y de laicos piadosos al igual que varias congregaciones religiosas,
formadas bajo el patronato del santo Doctor. Entre ellas podemos mencionar los Misioneros de
San Francisco de Sales, de Annecy; los Salesianos, fundados en Turín por San Juan Bosco,
especialmente dedicados a la educación cristiana y técnica de niños de las clases más pobres; los
Oblatos de San Francisco de Sales, establecidos en Troyes (Francia) por el Padre Brisson, quienes
tratan de hacer realidad en la vida religiosa y sacerdotal el espíritu del santo Doctor, tal como él
lo transmitió a las monjas de la Visitación.

Queridos amigos: aquí se acaba la historia de la vida de San Francisco de Sales, tal como yo la he
estudiado os la he contado. Espero que os haya gustado.

Recordad que las historias que cuentan la vida de una persona se llaman biografías y las
narraciones sobre hechos fantásticos o inventados se llaman fábulas o cuentos… mejor cuentos,
si, eso: cuentos.

Diogneto

Nota: El que aquí firma no tiene ninguna relación con la Orden Salesiana ni la tuvo nunca.

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