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El Avance Del Saber Bacon
El Avance Del Saber Bacon
Francis Bacon
Alianza Editorial
Título original: Tbe Advancemenl of Learning
~ de la introducción: Alberto Elena
7
Introducci6n
ARQUITECTURA DE LA FORTUNA Y AVANCE
DEL SABER: LA OBRA DEL JOVEN BACON
ALBERTO ELENA
La presente traducción del Aávancement of Learning se basa en la edición
de G. W. Kitchin, Londres, 1861; la división en secciones y subsecciones es
la utilizada en la de W. A. Wright, Oxford, 1868.
Las citas, directas o indirectas, de autores griegos y latinos insertas en el
texto son a veces tan inexactas que obligan a suponer que, en general, Bacon
citaba de memoria; se ha procurado traducirlas fielmente según el sentido con
que aquí aparecen, coincida o no con su sentido original. Las alusiones a
Bilis o Spedding se refieren a sus notas al De Dignitate et Augmentis Scien-
tiarum, en el volumen 1 de las obras completas de Bacon, The Works of
Francis Bacon, ed. a cargo de J. Spedding, R. L. Bilis y D. D. Heath, 7 vo-
lúmenes, Londres, 1857-1861.
17
LIBRO PRIMERO DE FRANCIS BACON SOBRE
EL AVANCE Y PROGRESO DEL SABER DIVINO
Y HUMANO
Al Rey
16 1 Cor. 13, l.
17 Ecl. 2, 13.14,
u Luz seca; la luz seca es la mejor alma (véase Plutarco, De esu carnium
orationes ii, I, 995); luz húmeda o macerada.
El avance del saber 25
los anales del tiempo muestran que en muchos casos los gobiernos de
príncipes menores de edad (pese a los innumerables inconvenientes de
esa situación) han sido mejores que los de príncipes de edad madura,
y precisamente por esa circunstancia que se pretende vituperar, a sa-
ber, que en esas ocasiones el estado ha estado en manos de pedantes:
pues así estuvo el estado romano durante los cinco primeros años,
tan alabados, de la minoría de Nerón, en manos de Séneca, un pedan-
te; así estuvo nuevamente por espacio de diez años o más, durante la
minoría de Gordiano el Joven, con gran aplauso y satisfacción gene-
ral, en manos de Misiteo, un pedante 26 ; así lo estuvo antes de esto,
en la minoría de Alejandro Severo, con semejante felicidad, en manos
no muy distintas, porque entonces gobernaron las mujeres, con el
auxilio de maestros y preceptores ZT. Más aún, contémplese el gobier-
no de los obispos de Roma, verbigracia los de Pío V y Sixto V en
nuestros tiempos, que cuando ascendieron al papado no eran tenidos
sino por frailes pedantes, y se verá que los papas de esa clase hacen
mayores cosas, y actúan conforme a principios de estado más acerta-
dos, que aquellos otros que llegan al papado desde una educación y
formación en los asuntos de estado y en las cortes de los príncipes.
Pues aunque los hombres de formación intelectual fallen a veces en
cuestiones de conveniencia y adaptación a las condiciones del presen-
te, que es lo que los italianos llaman ragioni di stato, de lo cual el
citado Pío V no podía ni oír hablar con paciencia, tachándolo de
invenciones contrarias a la religión y a las virtudes morales; por otra
parte, y para compensar lo dicho, son excelentes en todo lo tocante a
religión, justicia, honor y moralidad, cosas éstas que si fueran debfda
y atentamente procuradas, poca necesidad habría de las otras, como
no la hay de medicina en un cuerpo sano o bien nutrido. Ni puede
tampoco la-experiencia vital de una sola persona suministrar .ejemplos
y precedentes bastantes para orientar su vida; pues, así como sucede
a veces que el nieto u otro descendiente se asemeja al antepasado más
que su propio hijo, así también acontece muy a menudo que los suce-
sos del presente guardan mayor semejanza con casos antiguos que con
los de tiempos más recientes o inmediatos; y, finalmente, el ingenio
de un solo hombre puede tan poco frente al saber como los recursos
de uno solo frente a una bolsa común.
apreciación y estima del saber. Como tampoco hay que elogiar las
acostumbradas dedicatorias de libros y escritos a protectores: pues los
libros que sean dignos de ese nombre no deben tener más protector
que la verdad y la razón, y la costumbre antigua era dedicarlos única-
mente a amigos íntimos e iguales, o intitularlos con sus nombres; o,
si a reyes y altos personajes, sólo a aquellos para quienes el argumen-
to de la obra fuera apropiado. Estos comportamientos y otros seme-
jantes más merecen reprensión que defensa.
10. No es que yo pueda desaprobar o condenar la sumisión o
adhesión de los doctos a los hombres de fortuna. Pues fue buena la
respuesta dada por Diógenes a uno que por burla le preguntó· que
¿Cómo eran los filósofos los que seguían a los ricos, y no los ricos a
los filósofos? A lo cual replicó él sobriamente, pero con agudeza, que
porque los unos sabían lo que necesitaban, y los otros no~. Y de
carácter semejante fue la respuesta que dio Aristipo, cuando, habien-
do hecho una petición a Dionisio y no siendo atendido, se arrojó a
sus pies, ante lo cual Dionisio le dio audiencia y le concedió lo que
le pedía; y después de esto alguna persona susceptible en lo tocante
a la dignidad de la filosofía, reprendió a Aristipo por haber rebajado
tanto la profesión de filósofo, arrojándose a los pies de un tirano por
un mero pleito privado; pero él repuso que no era culpa suya, sino
de Dionisio, que tenía los oídos en los pies 81 • Ni se reputó debilidad,
sino discreción, la de aquel que no quiso hacer valer sus argumentos
ante Adriano César, disculpándose con que era razonable ceder ante
quien mandaba treinta legiones 61 • Éstas y semejantes sumisiones y
concesiones en materia de necesidad y conveniencia no se pueden cen-
surar, pues, aunque exteriormente puedan mostrar cierta bajeza, si se
las juzga rectamente hay que tomarlas por sometimientos a la ocasión
.
y no a la persona .
los demás. Diríase, por tanto, que tenemos la viva imagen de esta
clase de filosofía o conocimiento en la fábula y ficción de Escila, que
por su parte superior se transformó en una hermosa doncella, pero
Candida succinctam latrantibus inguina monstris 70;
también las generalidades de los escolásticos son al principio buenas
y agradables, pero cuando después se desciende a sus distinciones y
conclusiones, se ve que acaban, no en fructífero vientre para utilidad
y beneficio de la vida humana, sino en disputas monstruosas y cues-
tiones ladradoras. Forzoso es, pues, que el conocimiento de esta ca-
lidad sea blanco del desprecio popular, porque el pueblo tiende a
desinteresarse por la verdad cuando ve controversias y altercados, y
a pensar que si los disputantes no se encuentran nunca es porque es-
tán todos extraviados; y al ver tanta contienda sobre sutilezas y ma-
teria de ninguna utilidad ni momento, caen fácilmente en aquel jui-
cio de Dionisia de Siracusa, Verba ista sunt senum otiosorum 71•
7. Sin embargo, es seguro que, si a su gran sed de verdad y ejer-
cicio incansable del ingenio hubieran unido aquellos escolásticos una
suficiente variedad y universalidad de lecturas y contemplación, ha-
brían sido excelentes luminarias, con gran progreso de todo saber
y conocimiento. Mientras que, siendo así, son, en efecto, grandes em-
prendedores, y fieros por tanto estar en lo oscuro; pero así como
en la inquisición de la verdad divina su soberbia los inclinó a aban-
donar el oráculo de las obras de Dios y a disiparse en la mixtura de
sus invenciones propias, así también en la inquisición de la natura-
leza abandonaron el oráculo de las obras de Dios y adoraron las imá-
genes engañosas y deformadas que el espejo desigual de sus propias
mentes, o de unos cuantos autores o principios prestigiosos, les pre-
sentaban. Y hasta aquí acerca de la segunda enfermedad del saber.
8. En cuanto al tercer vicio o enfermedad del saber, que es el
concerniente al engaño o falsedad, es el peor de todos, por cuanto
que destruye la forma esencial del conocimiento, que no es otra cosa
sino una presentación de la verdad: pues la verdad del ser y la
verdad del saber son una misma, y no difieren entre sí más que el
rayo directo y el rayo reflejado. Este vicio, pues, se ramifica en dos
clases: el deleite en engañar y la propensión a ser engañado, la im-
postura y la credulidad; que, aunque aparentemente sean de diversa
naturaleza, pareciendo que lo uno procede de la astucia y lo otro
de la simpleza, empero es cierto que coinciden casi siempre. Pues,
como señala el verso,
'lO Monstruos ladradores ciñen sus blancas caderas. Virgilio, Eglogas, VI, 75.
71 Eso son palabrerías de anciano. Di6genes Laercio, Platón (III, 18).
44 Francls Bacon
con materia dudosa, y, por otra parte, que las rarezas y noticias que
parecen increíbles no deben ser excluidas o eliminadas de la memo-
ria de los hombres.
11. Y en cuanto a la facilidad para dar crédito a las artes
y opiniones, es asimismo de dos clases, según que se crea excesiva-
mente en las artes mismas, o en ciertos autores del arte que sea. Las
ciencias que en sí han tenido mejor inteligencia y acuerdo con la
imaginación del hombre que con su razón son tres: la astrología, la
magia natural y la alquimia; ciencias, sin embargo, cuyos fines o
pretensiones son nobles. Pues la astrología pretende descubrir esa
correspondencia o concatenación que hay entre el globo superior y el
inferior; la magia natural pretende llamar y conducir la filosofía na-
tural de la variedad de especulaciones a la magnitud de obras, y la
alquimia pretende separar todas aquellas partes disímiles de los
cuerpos que en las mezclas de la naturaleza están incorporadas. Pero
las vías y procedimientos encaminados a esos fines, tanto en la teo-
ría como en la práctica, están llenos de error y vanidad, que los
propios grandes profesores de estos saberes han intentado velar y
ocultar mediante escritos enigmáticos y remitiéndose a tr&diciones au
riculares y otros subterfugios semejantes, para escapar a la acusa-
ción de impostura. A pesar de ello, a la alquimia se la debe en justi-
cia comparar con el agricultor de que habla la fábula de Esopo, que
al morir dijo a sus hijos que les había dejado oro enterrado bajo su
viñedo; y ellos, levantando todo el terreno, no hallaron oro alguno,
pero por efecto de todo lo que habían removido y cavado la tierra
alrededor de las raíces de las cepas, al año siguiente recogieron una
gran cosecha; así también es indudable que la búsqueda y el afán de
hacer oro han dado a luz gran número de buenos y fructíferos inven-
tos y experimentos, tanto en orden a la revdación de la naturaleza
como a la utilidad para la vida humana.
12. En cuanto al excesivo crédito otorgado a autores de las
ciencias, haciendo de ellos dictadores a los que no se pudiera repli-
car, ~n lugar de consejeros, el daño que de esto han recibido las cien-
cias es incalculable, pues es lo que principalmente las ha tenido pos-
tradas y estancadas, sin crecimiento ni progreso. Porque de esto ha
resultado que, así como en las artes mecánicas el primer inventor es
d que menos avanza, y el tiempo añade y perfecciona, en cambio
en las ciencias el primer autor es el que llega más lejos, y el tiempo
estropea y corrompe. Vemos así que la artillería, la navegación, la im-
prenta y otras cosas semejantes tuvieron principios toscos, y luego
. con el tiempo fueron mejoradas y refinadas, pero, a la inversa, las
filosofías y ciencias de Aristóteles, Platón, Demócrito, Hipócrates,
Euclides, Arquímedes, mostraron vigor sumo al principio, y con d
46 Francis Bacon
non recessit 82, etcétera. Pero de estas ideas habla Arist6teles seria y
juiciosamente cuando dice: Qui respiciunt ad pauca Je facili pro-
nunciant &3.
8. Otro error es la impaciencia ante la duda, y la prisa por
afirmar sin la debida y madura suspensión del juicio. Pues las dos
vías de la contemplación se asemejan a las dos vías de la acción
de las que frecuentemente hablan los antiguos, la una llana y lisa al
principio, y al final impracticable; la otra áspera y trabajosa a la en-
trada, pero después fácil y expedita. Así sucede con la contempla-
ción: el que empieza con certezas, acabará en dudas; pero el que se
aviene a empezar con dudas acabará en certezas.
9. Otro error reside en el modo de comunicación. y transmi-
sión del conocimiento, que casi siempre es magistral y tajante en
lugar de franco y fiel, de manera que pueda ser antes creído, y no
mejor examinado. Verdad es que en los compendios destinados a la
práctica hay que desaprobar esa forma; pero en el verdadero manejo
del conocimiento no se debería caer ni, de un lado, en la actitud de
Veleyo el epicúreo, nil tam metuens, 9.,Uam ne dubitare aliqua Je re
videretur 84, ni, de otro lado, en la duda irónica de Sócrates sobre
todas las cosas; sino exponer las cosas sinceramente, con mayor o
menor aseveración según que al propio juicio aparezcan más o me-
nos probadas.
10. Otros errores hay en el objetivo que los hombres se fijan
para sí, y hacia el cual orientan sus esfuerzos: pues, siendo así que
los practicantes más constantes y asiduos de cualquier ciencia debe-
rían aspirar a hacer algunas adiciones a su ciencia, lo que hacen es
consagrar sus trabajos a la obtención de ciertos segundos premios,
como ser un intérprete o comentador profundo, ser un adalid o de-
fensor vehemente, ser un compilador o compendiador metódico, y de
ese modo el patrimonio del conocimiento llega a ser a veces mejo-
rado, pero raramente aumentado.
11. Pero el error mayor de todos es el confundir o situar inde-
bidamente el fin último o extremo del conocimiento. Pues han en-
trado los hombres en deseo de saber y conocimiento, algunas veces
por una curiosidad natural y gana de inquirir, otras por entretener
sus espíritus con variedad y deleite, otras buscando ornamento y re-
putación, y algunas para poder contradecir y vencer en materia de
ingenio; y casi siempre por lucro y sustento, y pocas veces por rendir
&2 Este no salió de los límites de su oficio. Tusculanae, I, X, 20.
83 Los que sólo toman en consideración unas pocas cosas, fácilmente se
pronuncian. Sobre la generaci6n y la co"upci6n, I, 2 (316a).
84 Nada temía tanto como dar la impresión de abrigar dudas acerca de
algo. Cicerón, De natura deorum, 1, VIII, 18, Cf. Novum Organum, I, 67.
50 Francis Bacon
88 Gén. 2, 1'.
• Hch. 7, 22.
El avance del saber
elogio de que era versado en toda la sabiduría de los egipcios 89, na-
ción que sabemos que fue una de las escuelas más antiguas del mun-
do; pues así presenta Platón al sacerdote egipcio diciendo a Solón:
Vosotros. los griegos sois siempre niños, no tenéis conocimiento de la
antigüedad ni antigüedad de conocimiento 90• Echad una ojeada a la
ley ceremonial de Moisés: encontraréis allí, además de la prefigura-
ción de Cristo, el distintivo o señal del pueblo de Dios, el ejercicio
e inculcación de la obediencia y otras aplicaciones y frutos divinos
de lo mismo, que algunos de los rabinos han observado, mediante
estudio provechoso y profundo, unos un sentido o contenido natu-
ral, otros moral, de las ceremonias y ritos. Así en la ley acerca de
la lepra, donde dice: Si la blancura ha cubierto toda la carne, el en-
fermo será declarado puro¡ mas si queda alguna carne entera, será
encerrado por impuro 91 , uno de ellos advierte un principio de la
naturaleza, que la putrefacción es más contagiosa antes de la ma-
durez que después, y otro advierte una tesis de la filosofía moral,
que los hombres entregados al vicio no corrompen tanto las costum-
bres como aquellos otros que son mitad buenos y mitad malos. Es
así como en éste y otros muchos lugares de esa ley se encuentra,
además del sentido teológico, mucha filosofía diseminada.
10. También ese excelente libro de Job, si se examina diligen-
temente, se lo hallará preñado y henchido de filosofía natural, como,
por ejemplo, sobre cosmografía y la redondez del mundo: Qui ex-
tendit aquilones super vacuum, et appendit terram super nihilum 92 ,
donde manifiestamente se alude al hecho de estar suspendida la
tierra, al polo del norte y a la finitud o convexidad del cielo. Asi-
mismo sobre astronomía: Spiritus e;us ornavit coelos, et obstetri-
cante mang eius eductus est Coluber tórtuosus 93• Y en otro lugar:
Nunquid coniungere valebis micantes stellas Pleiadas, aut gyrum
Arcturi poteris dis.sipare? 94, donde se señala con gran elegancia la
fijeza de las estrellas, que permanecen siempre a igual distancia. Y en
otro lular: Qui facit Arcturum, et Oriona, et Hyadas, et interiora
Austri , donde de nuevo queda registrada la depresión del polo sur,
llamándolo los secretos del sur, porque las estrellas meridionales no
so Timeo, 22b.
91 Lev. 1.3, 12-14.
9l Que extendió el Septentrión sobre el vado, y suspendió la tierra sobre la
nada. Job 26, 7.
93 Su espíritu adornó los cielos, su mano rectora hizo nacer la Serpiente
tortuosa. Job 26, 1.3.
94 ~Puedes tú atar las lucientes estrellas de las Pléyades, o deshacer el
circuito de Orión? Job .38, .31.
95 Que hizo la Osa y Orión, las Pléyades y las cámaras del Sur. Job 9, 9.
54 Francis Bacon
¿No me batiste como leche y me cuajaste como queso? Job 10, 10.
96
Hay para la plata un venero, y un lugar donde el oro se purifica;
97
de la tierra se extrae el hierro, y el cobre de la piedra fundida. Job 28, 1-2.
98 1 Re. 3, 5-12.
99 Al decir «parábolas o aforismos» se refiere Bacon al libro de los Pro-
verbios, que, junto con el Eclesiastés, cita siempre como obra de Salomón.
De los tratados salomónicos sobre plantas y animales se habla en 1 Re, 4, 33.
100 Prov. 25, 2.
El avance del saber 55
101 Parece ser que lo que se prohibi6 entonces (en el año 362) a los cris-
tianos fue la enseñanza de lo que ahora llamaríamos humanidades. Véase San
Agustín, Confesiónes, VIII, 5.
56 Francis Bacon
largo tiempo, y que fue llamado el Filósofo. Y éste, así como superó
a todos los demás en saber, así también los superó en perfección de
todas las virtudes regias; hasta tal punto que el emperador Juliano,
en su libro titulado Caesares, que era como un libelo o sátira para
burlarse de todos sus predecesores, imaginó que estaban todos invi-
tados a un banquete de los dioses, y el bufón Sileno, sentado en el
extremo bajo de la mesa, iba haciendo una burla de cada uno según
entraban; mas, al entrar Marco el Filósofo, Sileno quedó confundido
y turbado, no sabiendo en qué zaherirle, hasta que al fin hizo alusión
a su paciencia para con su mujer. Y la virtud de este príncipe, junta
con la de su predecesor, hizo el nombre de Antonino tan sagrado en
el mundo, que, pese a ser sumamente deshonrado en Comodo, Cara-
calla y Heliogábalo, que lo llevaron todos, empero cuando Alejandro
Severo lo rehusó por no pertenecer a la familia, el Senado dijo unáni-
memente: Quomoáo Augustus, sic et Antoninus 116; tan célebre y
venerado era el nombre de estos dos príncipes en aquellos tiempos,
que quisieron tenerlo como adición perpetua al tratamiento de todos
los emperadores. También en la época de este emperador estuvo la
Iglesia casi siempre en paz¡ de suerte que en esta secuencia de seis
príncipes vemos los benéficos efectos del saber en el oficio de sobe-
rano, pintados sobre la mayor tabla del mundo.
9. Mas, si se quiere una tablilla o pintura de menor volumen
(no osando hablar de Vuestra Majestad, que vive), a mi juicio la más
excelente es la de la reina Isabel, vuestra inmediata predecesora en
esta parte de Bretaña: soberano tal, que, si Plutarco viviera ahora
para escribir vidas paralelas, creo que le sería difícil hallar para ella
paralelo entre las mujeres. Esta dama estaba adornada de erudición
singular en su sexo, y aun rara entre los príncipes varones, ya hable-
mos de saber de lenguas o de ciencias, moderno o antiguo, teología
o humanidades. Y hasta el postrer año de su vida tuvo costumbre de
reservar horas fijas para la lectura, como apenas habrá estudiante
joven de una universidad que lo haya cumplido más cotidiana o pun-
tualmente. En cuanto a su gobierno, seguro estoy de no exagerar si
afirmo que esta parte de la isla jamás tuvo cuarenta y cinco años
mejores, y ello no porque los tiempos fueran tranquilos, sino por la
prudencia de su regimiento. Pues si se consideran, de un lado, el
establecimiento de la verdad en la religión, la constante paz y segu-
ridad, la recta administración de la justicia, el uso templado de la
prerrogativa, ni muy laxo ni muy forzado, el estado floreciente del
saber, a tono con tan excelente protectora, el buen estado de las ri-
116 Como Augusto, así Antonino; es decir, que el nombre de Antonino sea
como el de Augusto.
62 Francis Bacon
117 Estas anécdotas y casi todas las siguientes proceden de Plutarco, Ale-
iandro.
El avance del saber 63
139 Como vencedor da ley a las naciones obedientes, y busca el camino del
cielo. Geórgicas, IV, 561-562.
t40 Ap. 2, 24.
El avance del saber 71
ranía sobre el entendimiento humano, fundada en la fuerza de la
verdad rectamente interpretada, es lo que más se asemeja a la potes-
tad divina.
4. En cuanto a fortuna y medro, la beneficencia del saber no
es tan limitada que sólo dé fortuna a los estados y repúblicas, sino
que la da también a las personas particulares. Pues bien se señaló
hace mucho tiempo que Homero ha dado sustento a más hombres
que Sila o César o Augusto, a pesar de sus dádivas y donaciones y
repartos de tierras a tantas legiones. Y a fe que es difícil decir si son
las armas o el saber lo que ha hecho medrar a más. Y en el caso de
la soberanía, vemos que si las armas o el linaje se han llevado el
reino, en cambio es el saber el que se ha llevado el sacerdocio, que
siempre ha mantenido cierta rivalidad con el imperio.
5. Asimismo, por lo que respecta al placer y deleite que dan el
conocimiento y el saber, diremos que aventaja con mucho a todos los
demás naturales: pues si los placeres de los afectos superan en tanto
a los de los sentidos, cuanto la consecución del deseo o de la victoria
supera a una canción o una comida, ¿no deberán en consecuencia los
placeres del intelecto o entendimiento superar a los de los afectos?
Vemos que en todos los demás placeres hay hartazgo, y que después
de gustados pierden su lozanía: lo cual bien demuestra que no son
placeres, sino simulacros de placer, y que era la novedad lo que gus-
taba, no la calidad. De ahí que veamos a los hombres voluptuosos
meterse frailes, y a los príncipes ambiciosos tornarse melancólicos.
Pero del conocimiento no hay hartazgo, sino que la satisfacción y el
apetito de él perpetuamente se van alternando, y por eso parece ser
bueno en sí mismo, sin falacia ni accidente. Tampoco es pequeño el
efecto y contento que da a la mente humana ese placer que Lucrecio
describe elegantemente,
Syave mari magno, turbantibus aequora ventis, etcétera: es her-
moso estar o caminar sobre la orilla, y ver en el mar un navío zaran-
deado por la tempestad; o estar en un torre6n fortificado, y ver
cómo en el llano se entra en batalla. Pero nada se puede comparar
con el placer de tener el espíritu compuesto, asentado y fortificado
en la certeza de la verdad, y desde allí distinguir y contemplar los
errores, las perturbaciones, los afanes y los extravíos de los demás 141 •
6. Finalmente, dejando los argumentos vulgares, como que me-
diante el saber el hombre aventaja al hombre en aquello en que el
hombre aventaja a las bestias, que mediante el saber el hombre as-
ciende a los cielos y sus movimientos, como corporalmente no pue-
141 De rerum natura, II, 1-10. En su ensayo Sobre la verdad, Bacon corrige
la idea, señalando que esa mirada debe ser de misericordia y no de orgullo.
72 Francia Bacon
142 Que mate a su madre, si con eso ha de reinar. Tácito, Anales, XIV, 9;
dicho por Agripina de su hijo Ner6n, a prop6sito de las predicciones de algu-
nos astrólogos.
· 143 Que prefirió a su anciana (esposa) antes que la inmortalidad. Véase Ci-
cer6n, De oratore, I, XLIV (196), donde es !taca lo que Ulises prefiere.
M4 La sabiduría se justifica por sus hijos. Mt. 11, 19.
LIBRO SEGUNDO DE FRANCIS BACON SOBRE
EL AVANCE Y PROGRESO DEL SABER DIVINO
Y HUMANO
Al Rey
145 El cojo que va por el camino adelanta al corredor que va por fuera
de él.
146 Ecl 10, 10.
76 Francis Bacon
5. Las obras tocantes a los libros son dos: en primer lugar, bi-
bliotecas, que son como los santuarios donde se conservan y reposan
todas las reliquias de los santos antiguos, llenas de virtud verdadera
y sin engaño ni impostura; en segundo lugar, las nuevas ediciones
de autores, con impresiones más correctas, traducciones más fieles,
glosas más provechosas, anotaciones más diligentes, etc.
6. Las obras concernientes a las personas de los doctos (ade-
más de favorecerlos y apoyarlos en general) son dos: la retribución
y nombramiento de profesores de las ciencias ya existentes y forma-
das, y la retribución y nombramiento de autores e investigadores de
todas las partes del saber insuficientemente trabajadas y cultivadas.
7. Estas son, brevemente enumeradas, las obras y acciones en
que han sobresalido muchos grandes príncipes y otros personajes
eminentes. En cuanto a hacer conmemoración de algunos en par-
ticular, recuerdo lo que dijo Cicerón al dar las gracias en general:
Difficile non aliquem, ingratum quemquam praeterire 141 • Mejor
haremos, como dicen las Escrituras, en mirar la parte del camino que
aún tenemos por delante, que en volver la vista a lo ya recorrido 1•.
8. En primer lugar, pues, diré que entre tantas grandes institu-
ciones de enseñanza como hay en Europa, paréceme extraño que
todas estén dedicadas a las profesiones, y ninguna tenga libertad
para tratar de las artes y ciencias en general. Pues quien juzgue que
el saber debe aplicarse a la acción, juzga bien; pero en esto se cae
en el error descrito en la antigua fábula 150, en que las restantes partes
del cuerpo suponían que el estómago estuviera ocioso, porque no
desempeñaba funciones de movimiento, como hacen los miembros,
ni de sensación, como hace la cabeza; y sin embargo es el estómago
el que digiere y distribuye para todas las demás. Así, el que piense
que la filosofía y el saber de lo universal son estudios ociosos, es
que no tiene en cuenta que todas las profesiones se sirven y surten
de ellos. Y en esto me parece ver una causa de peso que ha obsta-
culizado el avance del saber, porque estos conocimientos fundamen-
tales no se han estudiado sino de pasada. Mas, si se quiere que un
árbol dé más fruto que el que suele, no es lo que se haga a las
147 En primer lugar, busca para tus abejas un lugar fijo, al abrigo de los
vientos. Geórgicas, IV, 8-9.
148 Seria difícil no omitir a alguno, y omitirle sería ingratitud. Post redi-
tum in senatu, XII, 30.
149Flp. 3, 13.
uo Tito Livio, Décadas, 11, 32.
El avance del saber 77
I.1. Las partes del saber humano hacen referencia a las tres
partes del entendimiento humano, que es la sede del saber: la his-
toria a su memoria, la poesía a su imaginación y la filosofía a su
razón. El saber divino se distribuye de igual modo, pues el espíritu
del hombre es el mismo, aunque la revelación del oráculo y la del
sentido sean diferentes; de suerte que la teología se compone también
de historia de la Iglesia, parábolas, que son la poesía divina, y doc-
trina o preceptos sagrados. Pues, por lo que respecta a esa parte
que parece haber de más, que es la profecía, no es otra cosa que his-
toria divina, que respecto a la humana posee el privilegio de ser
posible la narración no sólo después de los hechos, sino también
antes de ellos.
2. La historia es natural, civil, eclesiástica y literaria; de las
cuales las tres primeras las acepto como están, pero la cuarta me
159 El que enseña el camino al que va errado. Ennio, citado por Cicerón
en De olficiis, 1, 16.
160 Dice el perezoso: «Hay un león en el camino». Prov. 26, 13.
161 Pueden porque creen poder. Eneida, V, 231.
82 Francis Bacon
pues, tal como están ahora las cosas, con que una vez llegue a arrai-
gar una falsedad sobre las cosas naturales, entre el descuido del exa-
men y la sumisión a la antigüedad, y el empleo de la opinión en sí-
miles y ornamentos retóricos, jamás se la destierra.
4. La utilidad de semejante obra, honrada por un precedente en
Aristóteles 163 , no estaría en modo alguno en dar gusto al apetito de
los espíritus curiosos y vanos, como hacen los actuales libros de ma-
ravillas, sino que vendría avalada por dos razones, ambas de mucho
peso: una, la de corregir la parcialidad de los axiomas y opiniones,
que por lo regular se fundan únicamente en ejemplos comunes y
familiares; otra, porque partiendo de los prodigios de la naturaleza
es como mejor se descubren los prodigios del arte y se accede a
ellos; pues es siguiendo y, por así decirlo, acosando a la naturaleza
en sus extravíos, como después se la puede reconducir al mismo
sitio. Ni soy de la opinión de que de esta historia de las maravillas
se deban excluir de plano las narraciones supersticiosas de hechizos,
brujerías, sueños, adivinaciones y cosas semejantes, allí donde hay
seguridad y demostración clara de los hechos. Pues todavía no se
sabe en qué casos, y hasta qué punto, los efectos atribuidos a la su-
perstición participan de causas naturales; y, por lo tanto, aunque se
debe condenar la práctica de tales cosas, empero de su estudio y
consideración puede obtenerse luz, no sólo para discernir lo que en
ellas pueda haber de delictivo, sino para mejor desvelar la naturaleza.
Ni se debe tener escrúpulo en adelantarse en estas cosas para la inda-
gación de la verdad, como Vuestra Majestad ha demostrado con su
propio ejemplo: pues con los dos claros ojos de la religión y la filo-
sofía natural habéis dirigido miradas profundas y sabias a esas som-
bras, y aun así habéis acreditado poseer la naturaleza del sol, que atra-
viesa poluciones y él mismo sigue siendo tan puro como antes. Mas
sí veo conveniente que estas narraciones que contienen mezcla de
superstición sean puestas aparte, sin juntarlas con aquellas otras que
sean entera y sinceramente naturales. Por lo que respecta a las narra-
ciones de los prodigios y milagros de las religiones, o son falsas o se
trata de hechos no naturales, y por lo tanto no son pertinentes a la
historia de la naturaleza.
5. En cuanto a la historia de la naturaleza trabajada o mecáni-
ca, encuentro algunas recopilaciones de agricultura, y asimismo de
artes manuales, pero generalmente con desprecio de los experimen-
tos familiares y vulgares. Pues se tiene por una suerte de desdoro del
saber el descender a investigar o meditar sobre cuestiones mecáni-
tad y sus descendientes (en los cuales espero haya quedado estable-
cida para siempre), hubo de sufrir esos cambios y mundanzas a modo
de preludio.
9. En cuanto a las vidas, encuentro extraño que esta época
nuestra tenga en tan poca estima sus virtudes, que ya no sea fre-
cuente escribirlas. Pues aunque no haya muchos príncipes sobera-
nos o comandantes absolutos, y casi todos los estl!-dos estén conver-
tidos en monarquías, no por eso deja de haber muchos personajes
ilustres que merecen algo mejor que la noticia suelta o el elogio es-
téril. Pues aquí viene a propósito la invención de uno de los poetas
recientes 183, y enriquece bien la antigua ficción: pues imagina éste
que al extremo del hilo o tejido de la vida de cada uno había una
. medallita con el nombre de la persona, y que el Tiempo esperaba
junto a las tijeras, y tan pronto como el hilo era cortado, ·tomaba
las medallas y las llevaba al río Leteo 134 ; y en torno a la orilla había
muchos pájaros revoloteando, que cogían las medallas y las llevaban
un rato en el pico, y luego las dejaban caer en el río: pero había allí
unos pocos cisnes, que si cogían un nombre lo llevaban a un templo
donde era consagrado. Y aunque muchos, más mortales por sus afec-
tos que por sus cuerpos, al deseo de renombre y memoria lo tienen
por mera vanidad e hinchazón,
Animi nil magnae laudis egentes 185 ,
opinión que brota de esa raíz de que non prius laudes contempsimus,
quam laudanda /acere desivimus 186 ; empero ello no altera el juicio
de Salomón, Memoria Íf'Sti cum laudibus, at impiorum nomen pu-
trescet 187 : la una florece, el otro se consume en inmediato olvido
o se torna en hedor. Y por eso, en esa fórmula o añadido que de
antaño viene siendo bien acogida y empleada, Felicis memoriae, piae
memoriae, bonae memoriae 188, reconocemos aquello que dijo Cice-
rón, tomándolo de Demóstenes, de que bona fama propria possessio
defunctorum 189 : posesión de la que no puedo dejar de señalar que
sino también I mitabile coelum 198 , habida cuenta de los muchos via-
jes memorables que, a la manera del cielo, se han hecho ya alrededor
del globo terrestre.
14. Y este progreso de la navegación y los descubrimientos
puede asimismo instaurar una esperanza del mayor progreso y au-
mento de todas las ciencias, porque parece como si Dios hubiera
ordenado que fueran coetáneos, esto es, coincidentes en una misma
época. Pues así el profeta Daniel, hablando de los últimos tiempos,
anuncia: Plurimi pertransibunt, et multiplex erit scientia 199 ; como
si estuviera dispuesto que la apertura y transitabilidad del mundo y
el incremento del conocimiento acontecieran en las mismas épocas,
según vemos que ya se ha verificado en gran parte, no siendo muy
inferior el saber de estos últimos tiempos a lós dos períodos o
revoluciones anteriores del mismo, uno el de los griegos y otro el
de los romanos.
su autor, para el cual mil años son como un día 200 , y que por con-
siguiente no se cumplen puntualmente y de una vez, antes bien tie-
nen un cumplimiento progresivo y germinante a lo largo de muchas
épocas, por más que su culmen o plenitud pueda localizarse en una
sola época determinada. Este es un trabajo que falta, pero que hay
que hacer con prudencia, sobriedad y reverencia, o renunciar a
hacerlo. •
3. En la tercera, que es la historia de la providencia, se con-
tiene esa excelente correspondencia que hay entre la voluntad reve-
lada de Dios y su voluntad secreta; la cual, aunque sea tan oscura
que en su mayor parte no resulte legible para el hombre natural, ni
muchas veces para quienes la contemplan desde el tabernáculo, em-
pero en algunas ocasiones place a Dios, para mejor fortalecernos y
confutar a quienes viven en el mundo como sin Dios, escribirla con
tal texto y letras mayúsculas que, como dice el profeta, el que pasa
corriendo la pueda leer :111: que las personas meramente sensuales,
que apresuradas pasan de largo junto a los juicios de Dios y nunca
desvían o fijan su pensamiento en ellos, aun así se vean obligadas en
su tránsito y carrera a discernirlos. De esta clase son los sucesos y
ejemplos notables de los juicios divinos, sus castigos, salvaciones y
bendiciones. Y es ésta una tarea a la que muchos han aplicado sus
esfuerzos, y qúe por lo tanto no puedo presentar como omitida.
4. Hay asimismo otras partes del saber que son apéndices de
la historia. Pues toda la actividad exterior del hombre consiste en
palabras y hechos, y de éstos la historia con propiedad acoge y re-
tiene en la memoria los hechos, y las palabras en cuanto induccio-
nes y pasos conducentes a ellos, de suerte que hay otros libros y es-
critos que son los apropiados para la custodia y recepción de las
solas palabras, y éstas a su vez son de tres clases: oraciones, cartas
y discursos breves o sentencias. Las oraciones son alegaciones, dis-
cursos de consejo, laudatorias, invectivas, apologías, reprensiones,
oraciones de protocolo o ceremonia, etcétera. De cartas hay· tanta
variedad como de ocasiones: anuncios, consejos, instrucciones, pro-
posiciones, peticiones, comendatorias, reprobatorias, explicativas, de
cumplido, de placer, de trato y de todas las demás situaciones. Y
las escritas por hombres prudentes son, a mi juicio, lo mejor de
todas las declaraciones del hombre, pues son más naturales que las
oraciones y discursos públicos, y más meditadas que la conversa-
ción o el habla directa. Del mismo modo, las cartas acerca de asun-
'°' Hab.
Sal. 90, 4 y 2 Pe. 3, 8 .
.:111 2, 2. El sentido del texto bíblico es «que se pueda leer de
corrido>.
94 Francia Bacon
tos escritas por quienes los rigen o están en el secreto de ellos son
de todas las mejores informaciones para la historia, y para un lector
diligente las mejores historias en sí. En cuanto a los apotegmas, es
gran pérdida la de aquel libro de César, pues así como su historia y
esas pocas cartas que de él tenemos y esos apotegmas que eran
suyos superan en excelencia a los de todos los demás, así supongo
que habría de ser en el caso de su compilación de apotegmas; púes
por lo que respecta a las compilaciones que han hecho otros, o no
tengo yo gusto para tales cuestiones o su selección no ha sido acer-
tada. Pero sobre estas clases de escritos no voy a insistir, porque no
tengo deficiencias que señalar al respecto.
5. Hasta aquí, pues, por lo que concierne a la historia, que es
aquella parte del saber que corresponde a una de las celdas, domici-
lios u oficios de la mente humana, esto es, a la memoria.
202 Los pintores y los poetas (siempre han tenido igual licencia para aven-
turar lo que quisieran). Horado. Arte poética, 9.
El avance del saber 95
209 Si a cosas desiguales se añaden cosas iguales, las sumas serán desiguales.
El avance del saber 99
Los órganos de los sentidos, ¿no son afines a los órganos de re-
flexión, el ojo al cristal, el oído a una cueva o angostura delimitada
y cerrada? Ni son estas cosas únicamente similitudes, como podrían
pensar los hombres de observación estrecha, sino las mismas huellas
de la naturaleza, marcadas o impresas sobre asuntos o materias diver-
sas 214• Esta ciencia, pues (tal como yo la entiendo), me es lícito cali-
ficarla de omitida: pues a veces veo a los ingenios más profundos,
tratando algún argumento en particular, sacar de tanto en tanto
un cubo de agua de este pozo para su uso del momento; pero su
manantial primero no me parece que haya sido visitado, a pesar de
210 Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí.
211 Todo se transforma, nada perece. Ovidio, Metamorfosis, XV, 165.
212 He sabido que todas las cosas que hace Dios perdurarán para siempre;
nada podemos añadirles ni quitarles. Ecl. 42, 21.
213 Brilla el mar bajo la trémula luz. Virgilio, Eneida, VII, 9.
214 Cf. Novum· Organum, 11, 27.
100 Franc:is Bacon
231 Los nombres de las magistraturas eran los mismos. Anales, I, .3.
232 Cf. Aristóteles, Analíticos posteriores, II, X, l.
233 Physic en el inglés de la época.
El avance del saber 105
234 Como esta arcilla se endurece y esta cera se funde, las dos en un mis-
mo fuego. Virgilio, Eglogas, VIII, 80-81.
235 Sobre el mundo, sobre la totalidad de las cosas.
• 236 Esta parte está muy ampliada en el De augmentis con alusiones a la
astronomía, la astrología y la mecánica.
m Cf. Novum Organum, II, 1; los veinte primeros capítulos del libro II
de esa obra son un desarrollo de esta idea.
238 Véase, p. ej., República, V, 479d-e.
106 Francis Bacon
239 Formó al hombre con barro del suelo, e insufló en s1,1 faz aliento. de'
vida. Gén. 2, 7.
240 Produzcan las aguas, produzca la tierra. Gén. 1, 20 y 24.
241 Cf. Novum Organum, II, 3.
El avance del saber 107
viae 245 : para la sapiencia (que antiguamente fue definida como Rerum
divinarum et humanarum scientia 2~ 6 ), siempre hay elección de medios.
Pues las causas físicas dan a luz nuevos descubrimientos in simili
materia 247 , pero el que conoce alguna forma conoce la máxima posi-
bilidad de imponer esa naturaleza a cualquier clase de materia, y así
está menos limitado en su operación, tanto respecto a la base mate-
rial como a la condición del eficiente; clase ésta de conocimiento que
también describe elegantemente Salomón, aunque en un sentido más
divino: Non arctabuntur gressus tui, et currens non habebis oflen·
diculum 248 • Los caminos de la sapiencia no están muy sujetos ni a
la particularidad ni al azar.
7. La segunda parte de la metafísica es la inquisición de las
causas finales, que me veo obligado a calificar no de omitida, sino
de descolocada. No obstante, si sólo fuera un defecto de orden, no
hablaría de ello, porque el orden afecta a la exposición, pero no a
la sustancia de las ciencias; mas esta mala colocación ha ocasionado
una deficiencia, o por lo menos un gran estancamiento en las cien-
cias mismas. Pues el tratamiento de las causas finales mezcladas con
las demás en las investigaciones físicas ha entorpecido la indagación
severa y diligente de todas las causas reales y físicas, y dado ocasión
a los hombres de detenerse en estas causas meramente agradables y
especiosas, con gran freno y perjuicio de otros descubrimientos. Esto
lo encuentro hecho no sólo por Platón, que siempre echa el ancla
en esta orilla, sino por Aristóteles, Galeno y otros, que también sue-
len caer en estos bajíos de las causas discursivas 249 • Pues decir que
las pestañas son para formar un seto vivo o cercado alrededor de los
ojos, o que la firmeza de las pieles y pellejos de los animales es para
defenderlos del calor o del frío extremos, o que los huesos son para
suministrar las columnas o vigas sobre las cuales se alcen las fábricas
de los cuerpos de los animales, o que las hojas de los árboles son
para proteger el fruto, o que las nubes son para regar la tierra, o
que la solidez de la tierra es para dar sostén y morada a los anima-
les, etcétera, todas esas cosas están bien observadas y recogidas en
la metafísica, pero en la física son improcedentes. Peor aún, no son
sino rémoras y obstáculos que detienen la nave y le impiden conti-
nuar su travesía, y por su culpa la búsqueda de las causas físicas ha
sensorial, lo abstrae. De suerte que, así como el· tenis ·es un juego
sin ·utilidad en sí, pero muy útil en cuanto a formar una vista rápida
y un cuerpo dispuesto a colocarse en todas las posturas, así sucede
también con la matemática, que su utilidad colateral y. accidental no
es menos valiosa que la principal y pretendida. En cuanto a la mate-
mática mixta, sólo puedo hacer esta predicción, que por fuerza ha
de haber más clases de ella a medida que la naturaleza vaya siendo
más desvelada. Hasta aquí· acerca de la ciencia natural, o la parte
especulativa de la naturaleza.
3. Por lo que respecta a la prudencia natural, o parte operati-
va de la filosofía natural, la dividiremos en tres partes, experimental,
filosófica y mágica: tres partes activas que tienen correspondencia y
analogía con las tres partes especulativas, la historia natural, la físi-
ca y la metafísica. Pues muchas son las operaciones que se han des-
cubierto, a veces por un incidente y ocurrencia casual, a veces por un
experimento premeditado; y de las que se han hallado mediante un
experimento intencionado, algunas lo han sido variando o ampliando
el mismo experimento, otras transfiriendo y combinando entre sí va-
rios experimentos, siendo ésta una clase de invención que está al
alcance del empírico. Por otro lado, del conocimiento de las causas
físicas forzosamente han de seguirse muchas indicaciones y apuntes
de nuevos particµlares, si en la especulación se atiende a la aplica-
ción y la práctica. Mas estas cosas son como navegación de cabotaje,
premendo litus iniquum 253 ; pues paréceme que difícilmente se descu-
brirán alteraciones e innovaciones radicales o fundamentales en la
naturaleza mediante la fortuna y ensayos de los experimentos, o me-
diante la luz y dirección de las causas físicas. Si por ende hemos cali-
ficado de deficiente a la metafísica, ha de seguirse que hagamos lo
mismo con la magia natural, que guarda relación con aquélla. Pues,
por lo que respecta a la magia natural que ahora se menciona en los
libros, compuesta de ideas y observaciones crédulas. y supersticiosas
de simpatías y antipatías y propiedades ocultas, y experimentos frí-
volos, extraños más por su disfraz que en sí mismos, todo ello difie-
re tanto, en cuanto a la verdad de la naturaleza, del conocimiento
que buscamos, como la historia del rey Arturo de Bretaña, o de Hugo
de Burdeos, difiere de los comentarios de César en cuanto a la ver-
dad de la historia. Pues es manifiesto que César hizo mayores cosas
de vero que las que se supone que hayan hecho esos héroes imagina-
rios. Pero él no las hizo de esa manera fabulosa. Esta clase de saber
está figurada en la fábula de Ixión, que pretendió gozar de Juno,
la diosa del poder, y en vez de ayuntarse con ella se ayuntó con una
laci6n· sobre causas. Y segundo, que no s6lo sean estimados los eipe-
rimentos que tengan una utilidad inmediata y presente, sino princi-
palmente los que encierren consecuencias más amplias para la inven-
ción de otros experimentos, y los que arrojen más luz para el hallaz-
go de causas; pues el descubrimiento de la aguja de marear, que su-
ministra la dirección, no fue menos beneficioso para la navegación
que el descubrimiento de las velas, que suministran el movimiento.
4. De este modo he pasado revista a la filosofía natural y sus
deficiencias; en lo cual me he apartado de las doctrinas antiguas y
actualmente establecidas, y por ello suscitaré contradictores; por mi
parte, así como no hago gala de disentir, así me propongo no con-
tender. Si es verdad que
256 No cantamos para sordos; los bosques responden a cada nota. Virgilio,
Eglogas, X, 8. ,
2S1 Bacon repite esta. anécdota en varios lugares de sus escritos. Alejan-
dro VI se refería a la expedición de Carlos VIII de Francia, que en 1494
sometió a Italia en sólo cinco meses.
258 Cuestiones que no están claras. Liquets, as~ en el original.
114 Francis Bacon
purumque reliquit
Aethereum sensum atque aurai simplicis ignem 771 •
y
Dives inaccessos ubi Solis filia tucos n6, etcétera.
regular suelan cultivar alguna otra arte o práctica que estiman más
que su profesión; Pues los hay que son anticuarios, poetas, humanis-
tas, estadistas, mercaderes, teólogos, y en cada una de esas ocupa-
ciones más peritos que en su profesión; y sin duda por este motivo,
qu~ ven que a la mediocridad o excelencia en su arte no corresponde
una diferencia de lucro o estimación, porque la debilidad de los pa-
cientes, la dulzura de la vida y la naturaleza de la esperanza hacen a
los· hombres depender de los médicos con todos sus defectos. Ahora
bien, estas cosas de que hemos hablado se producen por la combi-
nación de un poco de ocasión y un mucho de desidia y descuido;
pues si espoleamos y avivamos nuestra observación veremos en ejem-
plos de todos conocidos hasta dónde llega· el imperio de la sutileza
de espíritu sobre la variedad de materia o forma. Nada hay más va-
riado que los rostros y semblantes, y sin embargo se pueden conser-
var en la memoria sus infinitas distinciones; más aún, un pintor con.
unos pocos cuencos de colores, y la ventaja que le dan su vista y su
. imaginación experta, es capaz de imitar todos los que han sido, son
o serán, si se le ponen delante. Nada hay más variado que las voces,
y sin embargo también es posible distinguirlas de una persona a
otra; más aún, un bufón o actor imita todas las que quiera. Nada
hay más variado que los diferentes sonidos de las palabras, y sin em-
bargo se ha encontrado la manera de reducirlos a unas cuantas letras
simples. De modo que no es fa insuficiencia o incapacidad de la
mente humana, sino el aplicarla demasiado de lejos, lo que origina
esos extravíos e incomprensiones. Pues así como los sentidos de
lejos están llenos de erroi:, pero de cerca son exactos, lo mismo suce-
de con el entendimiento, y el remedio no está en aguzar o reforzar
el órgano, sino en aproximarse más al objeto; así pues, no hay duda
de que si los médicos aprendieran y usaran los verdaderos accesos y
avenidas de la naturaleza; podrían hacer suyo lo que dice el poeta:
Que así hicieran. es cosa que merece la nobleza de su arte, bien fi-
gurada por los poetas, que hicieron ~ Esculapio hijo del sol, éste
fuente de vida y aquél como un segundo manantial; pero infinita-
mente más dignificada por el ejemplo de nuestro Salvador, que hizo
al cuerpo del hombre objeto de sus milagros, como al alma objeto
de su doctrina. Pues no leemos que condescendiera nunca a hacer l:Jn
118 Y, ya que las enfermedades varían, variaremos las artes: a mil clases
de mal, mil remedios habrá. Ovidio, De remediis amoris, 525.
122 Francia Bacon
285 Suetonio, Augusto, XCIX. Bacon parece ser aqÚí el primer moderno
que aboga por la eutanasia pasiva.
1.86 Diógenes Laercio, Epicuro, X, 15-16, donde, sin embargo, s6lo se dice
que Epicuro se dio un baño caliente y pidió que le sirvieran vino puro.
m Esto por aquello. La expresión latina se empezó a usar en Inglaterra en
el siglo XVI, precisamente para designar la sustitución de una sustancia medi-
cinal por otra.
El avance del saber 125
288 Por adorno artificial hay que entender, según se declara en el De aug-
mentis, la pintura del rostro, que a Bacon le gustaría ver prohibida.
2B9 En este punto del De augmentis se habla, entre las artes voluptuosas,
de la música y la pintura, aquí no mencionadas quizá por descuido, y que,
naturalmente, no le ·parecen a Bacon reprobables. En la obra latina se dice
que las artes placenteras son tantas cuantos son los sentidos, y que las más
estimables son las relativas a la vista (no sólo la pintura, sino también. la
decoración, la jardinería, etc.) y al oído (la música). Lo que hay que repri-
mir es el exceso en perfumes o en comidas exquisitas, y sobre todo cuanto
incite a la concupiscencia.
El avance del saber 127
293 ¡Oh ciudad venal, y qué pronto se· ha de perder si .encuentra compra-
aor! Salustio, Gue"a de Yuguria, XXXV, 10. .
El avance del saber 129
también se dice de las bestias: Quis psittaco docuit suum x-a.Lpe? 311
¿Quién enseñó al cuervo en una sequía a arrojar piedrecitas en el
interior de un árbol hueco donde ve agua, para que así suba el nivel
del agua y poder llegar a ella? ¿Quién enseñó a la abeja a navegar
por tan vasto mar de aire, y encontrar el camino de regreso -desde
un campo en flor muy alejado de su colmena? ¿Quién enseñó a la
hormiga a morder cada grano de trigo que entierra en su hormiguero,
para que no eche raíz y crezca? Añádanse entonces la palabra extun-
dere, que denota la extrema dificultad, y la palabra paulatim, que
denota la extrema lentitud, y estamos donde estábamos, todavía en-
tre los dioses de los egipcios: siendo poco lo que queda para la
facultad de la razón, y nada para el oficio del arte, por lo que a
asunto de invención se refiere.
3. En segundo lugar, la inducción de que hablan los lógicos, y
que Platón parece haber conocido bien, en virtud de la cual cabe
sostener que hayan sido descubiertos los principios de las ciencias,
y las proposiciones medias por derivación de los principios, esta for-
ma de inducción, digo, es totalmente defectuosa e incompetente: en
lo cual el error de sus autores es tanto más grave cuanto que el deber
del arte es perfeccionar y exaltar la naturaleza, pero ellos, al contra-
rio, la han ofendido, insultado y vilipendiado. Pues el que atenta-
mente observe cómo la mente recoge ese excelente rocío del conoci-
miento, semejante a aquel del que habla el poeta, Aerei mellis coe-
lestia dona 312, destilándolo y extrayéndolo de particulares naturales
y artificiales, como las flores· del campo y del jardín, verá que la
mente misma de suyo ejercita y practica una inducción mucho mejor
que la que ellos proponen. Pues concluir de una enumeración de
317 Disimulando -su saber, simulaba. Cf. Cicer6n, Academica, 11, V, 15.
318 Véase Tácito, Anales, I, 7.
319 Entre los escépticos, la imposibilidad de saber algo con certeza.
320 «Experiencia Üustrada• e «interpretaci6n de la naturaleza•. Cf. Novum
Organum, I, 101 y 103. En el De augmentis se amplía esta parte con la des-
cripci6n de distintas condiciones de la experimentaci6n.
136 Francis Bacon
XIV.l. Pasamos ahora a las artes del juicio, que tratan de las
naturalezas de las pruebas y demostraciones: lo cual en el caso de la
inducción coincide con la invención, pues en toda inducción, ya sea
formalmente buena o viciosa, la misma acción de la mente que des-
cubre, juzga, siendo todo uno en el sentido; mas no sucede así en la
prueba por silogismo, pues no siendo la prueba inmediata, sino a
través de medio, el descubrimiento del medio es una cosa, y el juicio
de la consecuencia es otra, lo uno excitando solamente, y lo otro
examinando. Por lo tanto, para la forma real y exacta del juicio nos
remitimos a lo que ya hemos dicho acerca de la interpretación de la
naturaleza:
2. En cuanto a este otro juicio por silogismo, al ser cosa muy
agradable a la mente humana, ha sido vehemente y excelentemente
trabajado. Pues la naturaleza humana ansía en extremo tener en su
entendimiento algo fijo e inamovible, y que sea como un apoyo o
soporte del espíritu. Por eso, así como Aristóteles intenta demostrar
que en todo movimiento hay algún punto quieto 326, y elegantemente
explica la antigua fábula de Atlas (que estaba quieto y sostenía el
cielo para que no se cayera) dándole el sentido de los polos o eje
del cielo, sobre el cual se efectúa la rotación, así sin duda desean
los hombres tener un Atlas o eje en su interior que les resguarde de
la fluctuación, que es como un perpetuo peligro de caer, y en con-
secuencia se apresuraron a establecer algunos principios alrededor
de los cuales pudieran girar sus varias controversias.
3. Digamos, pues, que este arte del juicio no es otra cosa que
la reducción de proposiciones a principios a través de un término
medio, debiendo ser los principios aceptados por todos e indiscuti-
dos, el término medio escogido libremente por cada uno según su
inventiva, y la reducción de dos clases, directa e inversa: la una
cuando l~ proposición se reduce al principio, que es lo que se llama
probación ostensiva, y la otra cuando el contrario de la proposición
se reduce al contrario del principio, que es lo que se llama per in-
commodum, o reducción al absurdo; y siendo el número de términos
medios mayor o menor según que la proposición esté separada del
principio por más o menos grados.
4. Y a este arte sirven dos clases diferentes de doctrina, una de
dirección y la otra de precaución. La primera configura y determina
una forma de consecuencia verdadera, mediante las variaciones y de-
flexio!).es que permitan juzgar exactamente los errores e inconsecuen-
cias; y para la composición y estructuración de esa forma es perti-
nente estudiar las partes de la misma, que son las proposiciones, y
Medida común.
331
Antropomorfitas, herejes que atribuían a Dios cuerpo humano.
332
Cicerón, De natura deorum, I, 9.
333
En la República, VII, desde el principio.
334
Hay que hablar como el vulgo, pero pensar como los que saben. Nifo,
335
Comentario al Sobre la generaci6n y la corrupci6n de Aristóteles, 1, 29g.
142 Francis Bacon
340 Aristóteles, Política, 111, 13. Tito Livio, Décadas, I, 54, atribuye esa
acción a Tarquino d Soberbio.
146 Francis Bacon
341 Preferida que los platos de nuestra cena gustasen a los invitados a
que fueran del gusto de los cocineros. Marcial, Epigramas, IX, 81.
342 Curiosamente, lo que parece antiguo en el tiempo es lo más nuevo.
343 Todo por todo, es decir, de cualquier texto mediante cualquier signo.
El avance del saber 147
para quienes las han escogido por objeto de sus afanes parecen gran-
des asuntos.
344 Las polémicas surgidas en tomo a las teorías de Petrus Ramus (1515-
1572) sobre el método.
345 Camino cerrado y no frecuentado.
148 Francis Bacon
que es posible hacer gran ostentación de arte con cosas que disgre-
gadas valdrían bien poco. En segundo lugar, los sistemas son más
adecuados para obtener asentimiento o creencia, pero menos para
orientar a la acción: pues en ellos se hace una especie de demostra-
ción circular, iluminando una parte a otra, y por eso satisfacen, mien-
tras que los particulares, al estar dispersos, concuerdan mejor con las
indicaciones dispersas. Y, finalmente, los aforismos, al presentar un
conocimiento incompleto, invitan a seguir investigando, en tanto
que las exposiciones sistemáticas, al aparentar una totalidad, aquie-
tan y hacen creer que se ha llegado a término.
8. Otra división del método, también de gran peso, es la que
distingue entre el tratamiento del conocimiento por afirmaciones y
sus pruebas, o por cuestiones y sus determinaciones; siendo esta úl-
tima clase, si se la sigue sin moderación, tan perjudicial para el avan-
ce del saber como sería para el avance de un ejército el ir sitiando
cada pequeña plaza o posición. Pues si se domina la zona y se per-
sigue la totalidad de la empresa, esas cosas menores caerán por sí
solas, aunque en realidad nadie dejaría una parte importante del
enemigo a sus espaldas. De modo semejante, el empleo de refuta-
ciones en la transmisión de las ciencias debería ser muy parco, y
servir para eliminar preocupaciones y prejuicios fuertes, no para
suministrar y excitar disputas y dudas.
9. Otra división de los métodos es la conforme al objeto o ma-
teria tratada, pues hay una gran diferencia entre la transmisión de
las matemáticas, que son el más abstracto de los conocimientos, y la
de la política, que es el más material. Y aunque se haya abogado
por una uniformidad del método con multiformidad de la materia,
a la vista está cómo esa opinión, aparte de su debilidad, ha sido per-
judicial para el saber, porque tiende a reducirlo a generalidades
vacías y estériles, que no son más que las cáscaras y cortezas de las
ciencias, habiendo sido extraído y expulsado todo el meollo con la
estrujadura y presión del método. Por consiguiente, lo mismo que
me parecían bien los tópicos particulares para la invención, así tam-
bién me parecen los métodos particulares de transmisión.
10. Otra división del método que ha de ser usada con buen
juicio en la transmisión y enseñanza del conocimiento es la conforme
a la luz y supuestos previos de lo que se transmite, pues el conocí-
dirigido para hacer los axiomas convertibles sin por ello hacerlos
circulares, y no progresivos o a sí mismos recurrentes; la intención,
empero, era excelente.
13. Las otras consideraciones del método concernientes a las
proposiciones se refieren principalmente a las proposiciones extre-
mas, que limitan el alcance de las ciencias: pues de todo conocimien-
to es legítimo decir que posee, además de la profundidad (que es su
verdad o sustancia, lo que le presta solidez), una longitud y una
latitud, midiéndose la latitud hacia otras ciencias, y la longitud hacia
la acción, esto es, desde la mayor generalidad hasta el precepto más
particular; lo uno determina hasta qué punto un conocimiento debe
entrometerse en la provincia de otro, que es la norma que se llama
x-a.6ctv"T:o 349 ; lo otro determina hasta qué grado de particularidad
debe descender un conocimiento, y esto último lo veo desatendido,
siendo a mi juicio lo más importante, pues ciertamente hay que
dejar algo a la práctica, pero merece investigarse cuánto. Vemos que·
las generalidades remotas y superficiales no hacen sino exponer el
conocimiento al desprecio de los hombres prácticos, y no son más
útiles para la práctica que el mapa universal de Ortelius para indicar
el camino de Londres a York. La mejor clase de normas ha sido
comparada, no desacertadamente, con los espejos de acero sin pulir,
donde se pueden ver las imágenes de las cosas, pero antes hay que
alisarlos: así las normas auxilian, si son trabajadas y pulidas por la
práctica. Pero la cuestión es cuán cristalinas pueden ser hechas al
comienzo, y hasta qué punto pueden ser pulidas de antemano, y la
indagación de esto me parece omitida.
14. También se ha cultivado y puesto en práctica un método
que no es método legítimo, sino de impostura, y que es el de trans-
mitir los conocimientos de tal manera que rápidamente puedan llegar
a hacer ostentación de saber quienes carecen de él; tal fue el trabajo
de Raimundo Lulio al hacer ese arte que lleva su nombre, no muy
diferente de algunos libros de tipocosmia que se han hecho desde
entonces, y que no es más que una masa de palabras de todas las
artes, con las que se pretende hacer creer que los que usan los tér-
minos entienden el arte: recopilaciones muy semejantes a una tienda
de ropavejero o chamarilero, que tiene restos de todo, pero nada de
valor.
SOPHISMA
REDARGUTIO
3llJ Ante todo, hijo mío, guarda tu corazón, porque de él proceden las
acciones de la vida. Prov. 4, 23.
160 Francia Bacon
394 Considera cuánto tiempo llevas haciendo las mismas cosas: comer; dor-
mir, gozar, tal es nuestra diaria ronda. No sólo la fortaleza, la desdicha o la
sabiduría pueden llevar a desear la muerte, sino también el mero hartazgo.
Séneca, Epistulae morales, LXXVII, 6.
3'JS La vida sin ideal es cosa lánguida y desasosegada. Séneca, Epistulae
morales, XCV, 46.
El avance del saber 167
De modo que el caso era dudoso, y hubo opiniones en los dos senti-
dos. Asimismo vemos que cuando M. Bruto y Casio invitaron a
cenar a algunos cuyas ideas querían sondear, por ver si eran adecua-
dos para tomarlos como asociados suyos, y suscitaron la cuestión del
dar muerte al tirano usurpador, hubo opiniones divididas, diciendo
unos que la servidumbre era el peor de los males, y otros que era
mejor la tiranía que una guerra civil G. Muchos otros casos seme-
jantes hay de deber comparado, de los cuales el más frecuente es
aquel en que de una injusticia pequeña puede seguirse mucho bien.
Jasón de Tesalia lo decidió erróneamente: Aliqua sunt iniuste fa-
cienda, ut multa iuste fieri possint 410 ; hay, en cambio, una buena
respuesta: Authorem praesentis ;ustitiae habes, sponsorem futurae
non habes 411 • Se debe procurar lo que es justo en el momento
presente, y dejar el futuro a la divina Providencia. Con lo dicho
damos por terminada esta parte general tocante al modelo y defi-
nición del bien, y pasamos adelante.
los sabios para ordenar los ejercicios del espíritu, como los hay para
ordenar los ejercicios del cuerpo; de los cuales enumeraremos unos
·cuantos.
9. El primero será el de tener cuidado de no imponerse al prin-
cipio un esfuerzo demasiado arduo ni demasiado débil: pues si de-
. masiado arduo, en ,el carácter inseguro se crea desaliento, y en· el
seguro una presunción de facilidad, y con ello desidia; y en uno y
otro se crean esperanzas infundadas, y así al final insatisfacción. Si,
por el contrario, :es. deniasiado débil, no se podrá contar con llevar
a cabo y superar ningún trabajo grande.
10. Otro precepto es el de practicar todas las cosas principal-
·mente en dos-momentos diferentes, uno cuando el espíritu está mejor
dispuesto y otro cuando está más remiso, de suerte que con lo uno
se avance largo trecho y con lo otro se deshagan los nudos y oposi-
ciones del espíritu, y los momentos intermedios sean más gratos y
placenteros.
11. Otro precepto, que Aristóteles menciona de pasada, es el de
tirar siempre hacia el extremQ <;ontrario a aquel a que por natura-
leza se tiende, como el remar contra la corriente, o el enderezar una
vara doblándola en el sentido contrario a su inclinación natural 433 •
12. Ot¡o precepto estriba en que el espíritu se deja llevar
· mejor, y con mayor agrado y contento, si aquello que se pretende
no es lo primero en la intención, sino· tanquam aliud agenda 434, por
. el ·odio natural que el espíritu siente hacia la necesidad y la obliga-
ción. Muchos otros· axiomas hay relativos a la administración del
ejercicio y la costumbre, que de este modo conducida demuestra
ser, efectivamente, una segunda natural~a, mas gobernada por el
'. azar no suele quedar en otra cosa que en simia de la naturaleza, y
engendra deformidades y' fraudes.
13. Del mismo modo, si examinamos los libros y estudios, y la
influencia y efecto que tienen· sobre la conducta, ¿no hallaremos
acerca de esto.· diversos preceptos de gran cautela y provecho? ¿No
llamó uno de los Padres con gran indignación a la poesía vinum
daemonum 435, porque ·aumenta las tentaciones, las perturbaciones y
las opiniones vanas? ¿No merece ser considerada la opinión de Aris-
tóteles, cuando dice que los ióvenes no son oyentes aptos para la
filosofía moral, porque no se ha apaciguado en ellos el calor ardiente
de los afectos, ni les han templado el tiempo y la experiencia 431>?
¿Y no procede de ahí el que esos excelentes libros y disertaciones de
los escritores antiguos, con que han alentado a la virtud de la manera
más eficaz, representándola con grandeza y majestad, y a las opinio-
nes vulgares contrarias a ella con ropas de parásito, como merecedo-
ras de mofa y desprecio, obren tan escaso afecto en orden a la hones-
tidad de la vida, porque no son leídos y estudiados por los hombres
en sus años maduros y asentados, sino dejados casi exclusivamente a
los muchachos y principiantes? Mas ¿no es asimismo cierto que mu-
cho menos son los jóvenes oyentes aptos para la materia de política,
hasta estar enteramente curtidos en la religión y la moral, no sea
que su juicio se corrompa, y caigan en pensar que no hay entre las
cosas diferencias verdaderas, sino que lo único que importa es la
utilidad y el éxito? Como dice el verso,
y también:
cosas éstas que los poetas dicen con intención satírica, y por la indig-
nación movidos a defender la virtud, pero que los libros de política
afirman seria y positivamente: pues así le place decir a Maquiavelo
que, si César hubiera sido derrocado, habría sido más aborrecido que
fuera nunca Catilina 439 , como si no hubiera habido otra diferencia
que la de la fortuna entre una verdadera fiera de concupiscencia
y sangre, y el espíritu más excelente (excepción hecha de su am-
bición) de cuantos ha habido en el mundo. Del mismo modo, ¿no
hay que manejar con cautela las propias doctrinas de la moral (al-
gunas de ellas), no sea que hagan a los hombres demasiado puntillo-
sos, arrogantes, intolerantes; como dice Cicerón de Catón, In Marco
Catone haec bona quae videmus. divina et egregia, ipsius scitote esse
propria; quae izonnunquam requirimus, ea sunt omnia non a natura,
po: pues así como en Egipto los siete años buenos sostuvieron los
siete malos 4S1, así los gobiernos que durante algún tiempo han estado
bien asentados soportan los errores subsiguientes, mientras que la
resolución de los individuos naufraga más de repente. Estas circuns-
tancias mitigan un tanto la dificultad extrema del conocimiento
civil.
2. Este conocimiento tiene tres partes, correspondientes a las
tres acciones básicas de la sociedad, que son la conversación, la nego-
ciación y el gobierno. En efecto, el hombre busca en la sociedad
solaz, utilidad y protección, y a esto corresponden tres prudencias de
diversa naturaleza, que a menudo andan divorciadas: la prudencia
de comportamiento, la prudencia de negocio y la prudencia de
gobierno.
3. La prudencia de conversación no merece estima excesiva,
pero mucho menos desprecio; pues no sólo tiene valor en sí misma,
sino también influencia en los negocios y el gobierno. Dice el poeta:
otra 466, seguro estoy de que los doctos con escasa experiencia aven-
tajarían con mucho a los hombres de larga experiencia sin doctrina,
y con el propio arco de éstos tirarían más lejos.
5. Tampoco hay que tener temor alguno de que este conoci-
miento sea tan variable que no pueda ser recogido en preceptos;
pues es mucho menos infinito que la ciencia del gobierno, que vemos
que está trabajada y en parte codificada. Parece ser que algunos de
los antiguos romanos fueron profesores de esta sabiduría en los tiem-
pos más serios y más sabios: porque Cicerón nos dice que entonces
era costumbre que los senadores que tenían fama y prestigio de pru-
dentes en general, como Coruncanio, Curio, Lelio y muchos otros,
se pasearan a ciertas horas por el Foro y dieran audiencia a todo el
que quisiera pedirles consejo; y que los ciudadanos particulares acu-
dían a ellos, y les consultaban acerca del matrimonio de una hija, o
el empleo de un hijo, o una adquisición o trato, o un pleito, o cual-
quier otra ocasión de las que se presentan en la vida 467 • Existe, pues,
una prudencia de consejo y guía aun para los asuntos privados, que
nace de una comprensión universal de los asuntos del mundo, y que
aunque se aplique a cada caso particular está recogida de la observa-
ción general de los asuntos de análoga naturaleza. Así vemos en el
libro que Q. Cicerón escribe para su hermano, De petitione consula-
tus (único libro de negocio escrito por los antiguos que conozco),
que, aunque concerniente a una acción particular y del momento,
empero su sustancia consiste en muchos axiomas prudentes y políti-
cos, que encierran una guía no efímera, sino permanente, para el caso
de las elecciones populares. Pero donde mejor lo vemos es en esos
aforismos que se· incluyen entre los escritos divinos, compuesto~ por
el rey Salomón, de quien las Escrituras testimonian que su corazón
era como las arenas del mar, que abarcaba el mundo y todos los
asuntos mundanales; vemos ahí, digo, no pocas profundas y excelen-
tes advertencias, preceptos, tesis, que se extienden a ocasiones muy
variadas; en lo cual nos detendremos un poco, ofreciendo a la con-
sideración unos cuantos ejemplos 468•
6. Sed et cunctis sermonibus q~i dicuntur ne accommodes au-
rem tuam, ne forte audias servum tuum maledicentem tibi 469 • Aquí
se recomienda la renuncia previsora a buscar aquello que no nos
466 De la de gobierno.
4161De oratore, III, XXXIII (133-134).
468 La parte que sigue está muy ampliada en la versión latina, con treinta
y cuatro sentencias comentadas por extenso.
. 469 No prestes oídos a todo lo que se dice, no sea que oigas a tu siervo
maldecirte. ~· 7, 21.
188 Francia Bacon
485 No hagas amistad con el hombre airado, ni vayas con el violento. Ibitl.,
22, 24. .
o4B6 El que turba su casa, viento heredará. Ibitl., 11, 29. ·
487 El hijo sabio es la alegría de su padre, y el necio la pesadumbre de su
madre. Ibid., 10, l. ·
488 El que cubre un delito se granjea 111Distad, pero el que propala cosas
separa a los amigos. lbid., 17, 9. .
489 Toda buena obra genera abundancia, pero donde hay muchas· palabras
suele haber indigencia. Ibid., 14, 23.
490 El primero en pleitear parece justo, mas llega la otra parte y le pone en
evidencia. lbid., 18, 17.
491 Las palabras del traidor parecen simples, pero bajan hasta el fondo de
las entrañas. Ibid., 18, 8.
El avance del saber 191
tus más grandes, tan sensibles a esta idea que apenas si son capaces
de guardarla para sí. Así vemos que César Augusto (que era bastante
distinto de su tío e inferior a él en virtud) al morir quiso que los
amigos que le rodeaban le dieran un plaudite sos, como si él mismo
fuera consciente de haber desempeñado bien su papel sobre la esce-
na. Esta parte del conocimiento la señalamos también como omitida,
no porque no se practique, y mucho, sino porque no está puesta por
escrito. Y para que a ninguno parezca que no se la puede recoger en
axiomas, preciso es, como hicimos con la anterior, que anotemos
algunos de sus títulos o cuestiones.
13. A primera vista puede parecer tema nuevo e inusitado éste
de enseñar a los hombres a elevarse y hacer fortuna, doctrina de la
que tal vez todos querrían ser disdpulos, hasta que perciben su difi-
cultad: pues la fortuna impone cargas tan pesadas como la virtud, y
tan duro y severo es el ser auténticamente político como el ser ver-
daderamente moral. Mas el tratamiento de esta cuestión interesa
grandemente al saber, tanto desde el punto de vista del honor como
desde el del contenido: del honor, por que los pragmáticos no pue-
dan sostener la ,opinión de que el saber es como una alondra, capaz
de elevarse y cantar y a sí misma contentarse, y de nada más; sino
que sepan que también tiene algo del halcón, que lo mismo que
puede alzarse a gran altura puede también descender y abatirse sobre
la presa; del contenldo, porque la perfecta ley de la inquisición de la
verdad e11 que no. haya nada en el orbe material que no esté igual-
mente en el orbe cristalino, o formal, esto es, que no haya nada ~
la existencia y acción que no sea tomado y recogido en la contem-
plación y'la doctrina. No admira o estima el saber esta arquitectura
de la fortuna más que como obra inferior, pues de nadie puede ser
la fortuna objetivo digno de su ser, y muchas veces los hombres de
mayor valía renuncian de buen grado a ella a cambio de mejores co-
sas; lo cual no obsta para que, como órgano de la virtud y del mérito,
merezca ser tomada en consideración. . .
14. Primeramente, pues, diré que el precepto que me parece
ser el más sumario para triunfar es el de conseguirse aquella venta-
na que pedía Momo, que, viendo en la fábrica del corazón humano
tales rincones y escondrijos, echaba de menos una ventana para mirar
en ellos D: esto es, el procurarse buenas informaciones detalladas
acerca de las personas, sus naturales, sus deseos y aspiracione8, sus
costumbres y maneras de actuar, sus auxilios y ventajas, y en qué
516 Habl6 con lenguaje tan florido que no parecía sincero. !bid., I, 52.
517 Habl6 menos, pero con más sentimiento y sinceridad. !bid.
518 Torpe para expresarse; tenía más facilidad de palabra cuando se trataba
de ejercer la clemencia. !bid., IV, 31.
519 La doblez se gana confianza en cosas pequeñas, para después engañar
con mayor provecho. Tito Livio, Décadas, XXVIII, XLII. ·
DI cChi mi fa piU carezze che non suole, o m'a ingannato, o ingannar mi
vuole.•
521 Alimento de la necedad. Según Spedding, Bacon tom6 la idea de la
traducción de H. Wolf de Dem6stenes, Ollnticas, XXXIII.
522 Al mismo tiempo obsequiaba a sus amigos con cargos de tribuno y
prefecto. Tácito, Historias, IV, XXXIX.
El avance del saber 197
versu admonuit, ideo laedi quia non regnaret 51.3. Y por eso el poeta
elegantemente llama a las pasiones torturas, que impulsan a los
hombres a confesar sus secretos:
Vino tortus et ira 524 •
Y la experiencia demuestra que pocos son tan fieles a sí mismos y
tan firmes que, ora por acaloramiento Q por coraje, ora por cortesía
o por preocupación y debilidad, no se descubran alguna vez, sobre
todo si se les incita a ello con otro fingimiento, conforme al prover-
bio español, Di mentira y sacará~ verdad 525 •
19. En cuanto al conocimiento de los hombres que se obtiene
de segunda mano, por informes, diremos que sus debilidades y faltas
se conoce mejor a través de sus enemigos, sus virtudes y capacida-
des a través de sus amigos, sus costumbres y horas a través de· sus
criados, sus ideas y opiniones a través de sus amigos íntimos, que son
con quienes más conversan. El rumor general tiene poco peso, y las
opiniones· concebidas por superiores o iguales son engañosas, porque
frente a tales se está más enmascarado: V erior fama e dome~ticis
emanat 526 •
20. Pero como mejor se revelan y descubren los hombres es por
sus naturales y sus objetivos, siendo los más débiles mejor conocidos
por su natural, y los más prudentes por sus objetivos. Gracia y pru-
dencia hubo (aunque creo yo que muy poca· verdad) en aquello que
dijo un nuncio papal, al volver de cierta nación donde había servido
como legado: pues, habiéndosele pedido su opinión sobre el nombra-
miento de otro que fuera en su lugar, manifestó que en modo algu-
no se debía enviar a uno demasiado sabio, porque ningún hombre
muy sabio sería capaz de imaginar lo que en aquel país podían hacer.
Y ciertamente es error frecuente el pasarse, y suponer objetivos más
hondos y alcances más amplios de lo que son en realidad, siendo
elegante, y casi siempre acertado, el proverbio italiano:
Di danari, di senno, e_ di fede,
Ce ne manco che non credi:
dinero, prudencia y buena fe, suele haber menos de lo que se cree.
21. Por otra razón bien distinta, los príncipes son mejor conocí·
dos por su natural, y las personas privadas por sus objetivos: pues
hallándose los príncipes en la cima de los deseos humanos, no suelen
tener objetivos particulares a los que aspiren, por la distancia hasta
los cuales se pueda tomar medida y escala del resto de sus acciones
y deseos, siendo ésta una de las causas que hacen sus corazones más
inescrutables. Tampoco basta con informarse solamente de los diver·
sos objetivos y naturales de los hombres, sino que hay que saber
también qué es lo que predomina, qué humor es el que prevalece y
qué objetivo es el que principalmente se busca. Pues así vemos que
cuando Tigelino se vio aventajado por Petronio Turpiliano en cuanto
a atender al afán de placeres de Nerón, Metus eius rimatf'r, removió
los temores de Nerón, y con ello se adelantó al otro m.
22. En toda esta parte de la indagación, el camino más directo
requiere tres cosas. La primera es tratar e intimar con quienes tie- .
nen trato general y están más en contacto con el mundo, y especial·
mente, según la variedad de los negocios y de las personas, tener in-
timidad y rc:lación por lo menos con un amigo que sea experto y buen
conocedor de cada clase. La segunda es mantener un conveniente tér-
mino medio entre la franqueza y la reserva: en la mayoría de las co-
sas franqueza, y reserva allí donde importe; porque la franqueza
invita y ~nima a su vez a la franqueza, y así añade mucho al cono-
cimiento, y la reserva, por otra parte, induce confianza e intimidad.
La última es adquirir el hábito vigilante y sereno de, en toda confe-
rencia y acción, proponerse observar al mismo tiempo que se actúa.
Pues lo mismo que Epicteto quería que el filósofo en cada acción
particular se dijera a sf mismo: Et hoc volo, et etiam institutum
servare 528 , así el hombre político en todas las cosas debería decirse:
Et hoc volo, ac etiam aliquid addisc~e 529• Me he detenido más en
este precepto de obtener buena información porque en sf es una
parte principal, que equivale a todo lo restante. Mas sobre todo hay
que cuidar de tener buen gobierno y dominio de uno mismo; y que
este mucho conocimiento no signifique mucho entrometimiento, pues
nada hay más desafortunado que el entrometerse a la ligera y sin
pensar en muchos asuntos. De suerte que esta variedad de conoci-
mientos solamente tiene por objeto el hacer mejor y más Ubre elec:·
ción de aquellas acciones que puedan concernirnos, y dirigirlas con
menos error y más destreza.
DI Sant. 1, 23-24.
531 Otro era el talante de Tiberio. Anales, 1 ,4,
m c.ésar Borgía. Sobre su cambio de profesión véase Guicciardini, Storia
d'Italill, IV, 111 (1498).
533 Plutarco, Julio Clsar, 111.
200 Francia Bacon
tumbrarse a disimular las capacidades que son notorias,. por así apa-
rentar que las verdaderas carencias no son sino· astucia y disimulo.
En cuanto a la confianza, es el. último remedio,. pero el más seguro,
a saber, el quitar importancia y aparentar desprecio hacia todo aque-
llo que no se puede alcanzar, observando el prudente principio de
los mercaderes, que se las componen· para subir el precio de sus
artículos y rebajar el de los ajenos. Otra confianza hay que aún deja
pequeña a ésta, y que es el plantar cara a los propios defectos, fin-
giendo creer que donde mejor se es, es en aquello en que se falla; y
para respaldar esto, fingir por otro lado que donde peor opinión
se tiene de uno mismo es en aquellas cosas en que se es mejor;
como vemos habitualmente en los poetas, que si muestran sus versos
y se les critica alguno, responden que ése les costó más trabajo que
ningún otro, y en seguida aparenta.n censurar y dudar de otro, que
bien saben que es el mejor de todos. Mas sobre todo, en esta correc-
ción y auxilio de uno mismo con su porte, se ha de cuidar de no
mostrarse desarmado y expuesto al desdén y al insulto, por dema-
siada dulzura, bondad y cordialidad, antes bien dejar ver algunas.
chispas de libertad, independencia y genio: talante éste fortificado
que, junto al presto responder a los desprecios, viene a veces im-
puesto necesariamente por algo de la propia persona o suerte, pero
que siempre resulta muy provechoso.
33. Otro precepto de este conocimiento es el de procurar por
todos los medios que el espíritu sea dócil y acomodable a la oca-
sión, pues nada pone más obstáculos a la fortuna que el ldem mane·
bat neque idem decebat 542 , seguir estando como se estaba cuando·
muda la ocasión; por eso Livio, al hablar de Catón, a quien pinta
como tan buen arquitecto de su fortuna, comenta que poseía versa-.
tile ingenium 543 • Y de aquí procede que en esos caracteres graves y·
solemnes, ~ue han de mantenerse siempre iguales a sí mismos sin.
variación, haya más dignidad que éxito. Mas en algunos es innato el
ser algo viscosos y cerrados, y poco aptos para variar. En algunos es
casi naturaleza el vicio de no admitir que deban cambiar de táctica,
cuando en la experiencia anterior les ha sido provechosa. Maquiave-
lo observa prudentemente cómo Fabio Máximo pretendía seguir con-
temporizando, según su costumbre inveterada, cuando la naturaleza
de la guerra era ya otra, y exigía acción enérgica 544 • En otros es
falta de agudeza y penetración, porque no advierten cuándo han pa-
sado las cosas, y pasada la ocasión llegan tarde: como compara De-
móstenes al pueblo de Atenas con los rústicos que se ejercitan en
la esgrima, que cuando reciben un golpe llevan la espada a ese quite,
pero no antes 545 • En otros es una repugnancia a dar por perdidos los
afanes pasados, y una ilusión de poder suscitar nuevas ocasiones se-
gún su conveniencia; y al final, cuando ya no ven otro remedio, en-
tonces se avienen con desventaja: como Tarquino, que por la terce-
ra parte de los libros de Sibila dio el triple de lo que en un principio
le habría bastado para tenerlos todos 546 • Cualquiera que sea la raíz
o causa de donde proceda esta renilncia del espíritu, es cosa suma-
mente perjudicial; y nada hay más político que el hacer que las rue-
das del propio espíritu tengan el mismo centro que las de la fortuna,
y con ellas giren.
34. Otro precepto de esté conocimiento, que tiene alguna afi-
nidad con el anterior, pero con una diferencia, es ése que expresa
bien la frase Fatis accede Deisque 547 : no sólo cambiar con las oca-
siones, sino también correr parejas con ellas, y no poner demasiado
a prueba la fama o la fuerza por cosas en exceso arduas o extremas,
antes bien elegir eri las acciones lo más asequible: pues de ese modo
se evitan los reveses, no se está · demasiado tiempo con un mismo
asunto, se gana fama de moderación, se agrada más y se presenta una
apariencia de continuo éxito en todo lo que se emprende, cosas que
no pueden por menos de acrecentar poderosamente el buen nombre.
3.5. Otra parte de este· conocimiento hay que parece estar en
cierta oposición con las dos anteriores, mas no del modo que yo la
entiendo, y es aquella que Demóstenes declara con grandiosos
términos: Et quemadmodum receptum est, ut exercitum ducat impe-
rator, sic et a cordatis' viris res ipsae ducendae; ut quae ipsis viden-
t14r, ea gerantur, et non ipsi eventus persequi cogantur 548 • Pues si
bien observamos, hallaremos dos clases diferentes de pericia en la
administración de los negocios: unos saben aprovechar las ocasiones
con habilidad y destreza, pero planean poco; otros saben impulsar y
ejecutar bien sus planes, pero no adaptarse ni aprovechar; y cada
una de estas clases es muy imperfecta sin la otra.
36. Otra parte de este conocimiento es la sujeción a un conve-
niente término medio en el descubrirse o no descubrirse: pues aun-
que el secreto riguroso, y el abi:Use camino qualis est vía navis in
mari 549 (que los franceses llaman sourdes menées, cuando uno echa
las cosas a rodar sin descubrirse para nada), resulte a veces provecho-
so y admirable, empero muy a menudo Dissimulatio errores parit qui
dissimulatorem ipsum illaqueant 550 • Por eso vemos que los mayores
políticos natural y libremente han declarado sus deseos, antes que
guardarlos para sí y disimularlos. Así vemos que Lucio Sila hizo una
especie de confesión, que deseaba que todos fueran felices o infelices
según que fueran amigos o enemigos suyos 551 • Así César, cuando por
primera vez marchó a la Galia, no tuvo escrúpulo en confesar ~e
prefería ser primero en una aldea antes que segundo en Roma .
E igualmente, tan pronto como hubo iniciado la guerra, vemos lo
que Cicerón dice de él: Al,ter (por César) non recusat, sed quodam-
modo postulat, et ( ut est) sic appelletur tyrannus 553 •
Así podemos ver en una carta de Cicerón a Ático, que apenas en-
trado en acción César Augusto, cuando era favorito del senado, em-
pero en sus arengas al pueblo juraba Ita parentis honores consequi
liceat 554 ; que no era nada menos que la tiranía, salvo que para respal-
darlo extendía la mano hacia una estatua de César que se alzaba en
el lugar; y muchos se reían y se asombraban, y decían: «¿Será posi-
ble?», o « ¿Habrase oído cosa igual?», pero no lo tomaban a mal,
por la gracia y espontaneidad con que lo hacía. Y todos estos pros-
peraron: mientras que Pompeyo, que perseguía. el mismo fin pero
de manera más oscura y encubierta, como dice de él Tácito, Occultior
non melior 555 , en lo cual coincide Salustio: 'Ore probo, animo inve-
recundo 556 ; Pompeyo se trazó el plan de, mediante infinitas maqui-
naciones secretas, poner el estado en una anarquía y confusión abso-
lutas, para que llevado de la necesidad y en busca de protección se
arrojase en sus brazos, con lo cual vendría él a ser investido del
poder soberano, sin participación suya visible; y cuando lo hubo
adelantado (según él pensaba) hasta el punto de ser nombrado cónsul
solo, como jamás lo fuera ningún otro, sin embargo no pudo sacar
de ello mucho partido, porque la gente no le entendía; y al final
hubo de seguir el camino trillado de tomar las armas, so pretexto del
temor a los planes de César. Así son de tediosos, azarosos y desdí-
549 Como el navío en el mar. Prov. 30, 19.
550 El disimulo engendra errores que aprisionan al propio disimulador.
551 Plutarco, Sila, XXXVIII.
552 Plutarco, Julio César, XI.
SS3 Y no rechaza, sino que virtualmente pide, que se le llame tirano, que
en verdad es lo que es. Ad Atticum, X, 4.
SS4 Alcanzar los honores de su padre. Ibid., XVI, 15.
555 No mejor, sino más disimulado. Historias, 11, XXXVIII.
556 Semblante honesto, carácter desvergonzado. Suetonio, De grammati-
cis, XV.
El avance del saber 205
chados estos disimulos extremados, sobre los cuales parece que Tácito
pronunció este juicio, que eran una astucia de clase inferior en com-
paración con la verdadera política: atribuyendo lo uno a Augusto y
lo otro a Tiberio, cuando hablando de Livia dice: Et cum artibus
mariti simulatione filii bene composita 557 ; pues indudablemente el
continuo hábito de disimulo no es sino una astucia débil y pasiva, y
no eminentemente política.
3 7. Otro precepto de esta arquitectura de la fortuna es el de
acostumbrar al espíritu a juzgar de la proporción o valor de las cosas
según sean conducentes e importantes para nuestros particulares ob-
jetivos, y hacerlo no superficial, sino sólidamente. Pues hallamos
que en algunos hombres la parte lógica (por así llamarla) de la mente
es buena, pero la parte matemática es errónea, esto es, que saben
juzgar bien de consecuencias, pero no de proporciones y comparacio-
nes, y prefieren lo ostentoso y llamativo a lo sólido y eficaz. Así
algunos se enamoran del acceso a los príncipes, y otros de la fama y
el aplauso populares, tomándolos por grandes conquistas, cuando en
muchos casos no traen sino envidia, riesgo e impedimento. Los hay
que miden las cosas según el trabajo y el esfuerzo o asiduidad gasta-
dos en ellas, y creen que con estar siempre moviéndose por fuerza
habrán de avanzar y adelantar; como dice César despectivamente de
Catón el segundo, cuando describe lo laborioso e infatigable que era
para nada: Haec omnia magno studio agebat 558 • Así en la mayoría
de las cosas se cae fácilmente en el error de pensar que los medios
más grandes son los mejores, cuando deberían ser los más ade-
cuados.
38. En cuanto a la correcta ordenación de los medios humanos
de conseguir fortuna, según su mayor o menor importancia, me pa-
rece ser la siguiente. Lo primero es la enmienda del propio espíritu:
pues es más probable que la eliminación de los estorbos del espíritu
abra los caminos de la fortuna, que no que el obtener fortuna elimine
los estorbos del espíritu. En segundo lugar pongo la riqueza y los
caudales, que sé que la mayoría habría puesto primero, por la utili-
dad general que tienen en toda suerte de ocasiones. Mas esa opinión
puedo condenarla con la misma razón con que Maquiavelo condena
esta otra, que el dinero es el nervio de la guerra: siendo así, dice él,
que el verdadero nervio de la guerra es el nervio de los brazos de los
hombres, esto es, una nación valerosa, populosa y marcial; y oportu-
namente cita la autoridad de Solón, que al mostrarle Creso su tesoro
díjole que, si llegase otro que tuviera mejor hierro, se haría dueño
de su oro 559 • De modo semejante, cabe afirmar con verdad que no
es el dinero el nervio de la fortuna, sino que lo son los nervios y el
hierro de los espíritus, el ingenio, el coraje, la audacia, la decisión,
el temple, la industria, etcétera. ·En tercer lugar coloco el buen
nombre, por las imperiosas mareas y corrientes a que está sujeto,
que si no se las aprovecha a su debido tiempo raramente se las recu-
pera, siendo extremadamente difícil jugar al desquite en materia de
reputación. Y en último lugar pongo la honra, porque es mucho más
fácil conquistarla con cualquiera de las otras tres cosas, y aún más
con todas, que con la honra comprar cualquiera de ellas. Para con-
cluir este precepto, diremos que, así como hay orden y prioridad en
la materia, así lo hay también en el tiempo, siendo la colocación
indebida en éste uno de los errores más comunes, cuando los hom-
bres se abalanzan a los fines cuando deberían atender a los comien-
zos, y no toman las cosas por su orden conforme van llegando, antes
bien las ordenan según su magnitud y no según la urgencia, sin ob-
servar ese buen precepto de Quod nunc instat agamus SEO.
39. Otro precepto de este conocimiento es el de no embarcarse
en asuntos que ocupen demasiado tiempo, sino tener resonando en
los oídos aquello de Sed fugit interea, fugit · irreparabile tempus 561 •
Esta es la causa de que quienes confían. su elevación a profesiones
de mucho trabajo, como los abogados, los oradores, los teólogos eru-
ditos y otros semejantes, por lo general no sean muy políticos para
su propia fortuna, si no es a su modo ordinario, porque les falta
tiempo para enterarse de particulares, esperar ocasiones y trazar
planes. .
40. Otro precepto de este conocimiento es el de imitar a la
naturaleza, que no hace nada en vano; cosa que sin duda puede
hacer Cl,lalquiera si combina bien su negocio y no se obstina dema-
siado en aquello que principalmente persigue. Pues en cada· acción
particular se deben ordenar de tal modo las intenciones, y poner una
cosa debajo de la otra, que si no se puede tener lo que se busca en
el mejor grado, se lo tenga en un segundo, o por la misma razón en
un tercero; y si no se puede obtener parte alguna de lo que se pre-
tendía, aun así aprovechar lo hecho para otra cosa; y si no se puede
sacar nada de ello para el presente, empero hacer de ello como una
semilla de algo para el porvenir; y si no se puede obtener de ello
SS9 Discorsi, II, VIII; sobre la opinión que refuta véase Cicerón, Philippi-
cae, V, II, 5.
560 Despachemos lo que ahora urge. Virgilio, Ge6rgicas, IX, 66.
561 Entretanto huye el tiempo irrecuperable. !bid., III, 284.
El avance del saber 207
562 Esto habría que hacer, sin descuidar aquello. Mt. 23, 23 y Le. 11, 42.
563 Esopo, «Las ranas y el pantano desecado».
564 Ama a tu amigo como a quien en el futuro puede ser tu enemigo, y
odia a tu enemigo como a quien en el futuro puede ser tu amigo. Di6genes
Laercio, Bías (I, 88).
208 Francia Bacon
S90 Divinity.
591 Los cielos declaran la gloria de Dios. Sal. 19, 2.
592 Los cielos declaran la voluntad de Dios.
593 ¡Por la enseñanza y el testimonio! Si no hacen según esta palabra...
Is. 8. 20.
594 Mt. 5, 44-45.
595 No es voz humana la que suena. Virgilio, Eneida, l, 328.
596 Y lo que la naturaleza tolera lo prohiben las leyes envidiosas. Ovidio,
Metamorfosis, X, 330.
El avance del saber 215
y moral ?97. Hay que confesar que, en efecto, una gran parte de la
ley moral reside en un nivel de perfección al cual la luz natural no
puede aspirar. ¿Cómo se dice entonces que el hombre tiene por la
luz y ley de la ~aturaleza algunas nociones e ideas de la virtud y
el vicio, de la justicia y la injusticia, del bien y del mal? Sencilla-
mente, porque la luz natural se usa en dos sentidos diferentes: uno,
el de aquello que brota de la razón, el sentido, la inducción, la argu-
mentación, conforme a las leyes del cielo y de la tierra; otro, el de
aquello que .en el espíritu del hombre está impreso por un instinto
interior, conforme a la ley de la conciencia, que es un destello de la
pureza de su primer estado: únicamente en este último sentido par-
ticipando de alguna luz y discernimiento en lo tocante a la perfec-
ción de la ley moral. Mas ¿de qué modo? Lo suficiente para refrenar
el vicio, pero no para informar el deber. Así pues, a la doctrina de la
religión, tanto moral como mística, sólo se alcanza mediante inspira-
ción y revelación de Dios.
4. Ahora bien, la utilidad de la razón en las cosas espirituales,
y su capacidad de acción en ellas, es muy grande y general: no en
vano llama el apóstol a la religión nue~tro culto razonable a Dios 598 ;
tanto, que las propias ceremonias y figuras de la antigua Ley estaban
llenas de razón y significado, mucho más que las ceremonias de la
idolatría y la magia, que abundan en sinsentidos y absurdos. Pero
es más concretamente la Fe cristiana, en esto como en todo, la que
merece ser altamente alabada, pues en este aspecto mantiene y con-
serva la áurea mediocridad entre la ley de los paganos y la ley de
Mahoma, que han abrazado los dos extremos. En efecto, la religión
de los paganos carecía de creencia o credo constante, dejándolo todo
a la libre argumentación, y en cambio la ley de Mahoma prohíbe ab-
solutamente la discusión, en lo cual muestra una el rostro mismo del
error, y la otra el de la impostura; mientras que la Fe a la vez admite
y rechaza la discusión, según el caso.
5. La aplicación de la razón humana a la religión es de dos cla-
ses: la primera se refiere a la concepción y aprehensión de los miste-
rios de Dios que nos han sido revelados; la segunda, a la deducción
y derivación de doctrina y guía a partir de aquéllos. Lo primero se
extiende a los misterios mismos; mas ¿cómo? Por vía de ilustración,
no por vía de argumento. Lo segundo consiste de hecho en probación
y argumento. En lo primero vemos que Dios se digna descender a
nuestra capacidad, expresando sus misterios de modo que sean per-
ceptibles para nosotros, e injerta sus revelaciones y sagradas doctri-
Libro primero
Libro segundo
1-15: Empresas y acciones con que se fomenta el avance del saber: instituciones,
libros, retribución de los profesores e investigadores.
1.1: División del saber humano en historia, poesía y filosofía. División del saber
divino en historia de la Iglesia, parábolas y doctrina. 2: Historia natural,
civil, eclesiástica y literaria. 3-5: Historia de la naturaleza: las creaturas, las
maravillas, las artt·s. 6: Importancia de la historia de las artes.
11.1-3: La historia civil: memoriales, historias completas y antigüedades. 4: Epí-
tomes. 5-10: Hi~torias completas: crónicas, vidas, narraciones. 11: Anales y
diarios. 12: Historias sueltas de acciones. 13-14: Historia de la cosmografía.
111.l: Historia de la Iglesia. 2: Historia de las profecías. 3: Historia de la pro-
videncia. 4: Apéndices de la his•oria: oraciones, cartas, sentencias. 5: Con-
clusión.
226
El avance del saber 227