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Alianza Universidad

Francis Bacon

El avance del saber


Introducción de
Alberto Elena
Traducción y notas de
María Luisa Balseiro

Alianza Editorial
Título original: Tbe Advancemenl of Learning
~ de la introducción: Alberto Elena

© de la traducción y las notas: María Luisa Balseiro


© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1988
Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 45
ISBN: 84-206-2565-5
Depósito legal: M. 39.107-1988
Compuesto en Fernández Ciudad, S. L.
Impreso en Lav~l. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Printed in Spain
INDICE

Introducción: Arquitectura de la fortuna y avance del saber:


la obra del joven Bacon, por Alberto Elena ... . . . ... .. . 9
Libro primero de Francis Bacon sobre el avance y progreso
del saber divino y humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Libro segundo de Francis Bacon sobre el avance y progreso
del sabor divino y humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Esquema de la obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226

7
Introducci6n
ARQUITECTURA DE LA FORTUNA Y AVANCE
DEL SABER: LA OBRA DEL JOVEN BACON

«Sería insensato, y contradictorio en sí mismo, pen-


sar que es posible hacer lo que hasta ahora nunca se
ha hecho ·por procedimientos que no sean totalmente
nuevos.>
Novum Organum, 1, 6.

Por alguna extraña, aunque históricamente explicable, circunstan-


cia la obra filosófica de Francis Bacon, Lord Verulam y Vizconde
de St. Albans, ha tendido a ser abusivamente identificada con su No-
vum Organum, olvidando -para empezar- que ésta no es sino una
ae las seis partes de que debía constar su inconclusa lnstauratio mag-
na y que, por lo demás, corresponde a un determinado momento de
su trayectoria intelectual y, aun dentro de su riqueza, está lejos
pe agotar el pensamiento del autor. En efecto, así como Bacon ten-
derá cada vez más a partir de 1620 (fecha de la publicación del
Novum Organum) a subrayar la importancia de la compilación de
historias naturales en detrimento del desarrollo del método, del
mismo modo cabría retrotraerse a períodos anteriores de su carrera
y ·encontrar ·significativas variaciones con respecto al contenido de
dicha obra. Hasta que Benjamín Farrington pusiera de relieve, hace
ya algunas décadas~ la enorme importancia que los años 1603-1609
tuvieron para la evolución del pensamiento baconiano y la ineludibi-
liclad de su estudio si se desea obtener una imagen más ajustada
9
10 Alberto Elena

del mismo, pocos habían prestado atención a los escritos compuestos


en ese período y por lo general habían tendido a despacharlos como
simples borradores del Novum Organum. Hoy en día, gracias a
contribuciones más recientes y sofisticadas (particularmente las de
Paolo Rossi y, en otro registro, Graham Rees),,la obra del joven
Bacon ha pasado a ocupar en los análisis de lps historiadores el lugar
que ciertamente merece y a suministrar, cada vez más, las claves para
la comprensión de algunos de los más oscuros elementos del pensa-
miento de Lord Verulam. ·
Hablar, en el caso de Bacon, de obra de juventud no es, sin em-
b~rgo, más que una cómoda etiqueta, puesto que los primeros textos
filosóficos salidos de su pluma fueron escritos cuando rondaba ya
los cuarenta años. La razón de ello es bien sencilla: Bacon fue emi-
nentemente un político que hubo de labrarse una carrera en la corte
y dedicar a ella sus mejores esfuerzos hasta que, ya en los primeros
años del siglo XVII y tras la subida al trono de Jacobo I, lograra
mejorar sensiblemente su posición y disponer del tiempo, el dinero y
--con algún que otro sobresalto-- la tranquilidad de ánimo necesa-
rios para entregarse al cultivo de la filosofía. En efecto, con casi un
cuarto de siglo de vida parlamentaria a sus ·espaldas Bacon logró
por fin en 1607 d nombramiento para un cargo importante: subfis-
cal de la Corona. Su ambición, sin embargo, no quedó en absoluto
satisfecha con la obtención de dicho cargo; antes bien, pensaba que
éste debía servirle únicamente como trampolín para alcanzar otros
más importantes y, sobre todo, para poder llevar a cabo sus vastos
planes de reforma del saber, con los que esperaba quedar para la
posteridad. Bacon ciertamente se tomó muy en serio su idea del hom-
bre como faber fortunae (arquitecto de la fortuna) y, con criterio
indisimuladamente pragmático, no tuvo inconveniente en . predicar.
con el ejemplo. '·· , .~
«Faber quisque fortunae suae» («Cada cual es artífice de su
propia fortuna•), la idea rectora de su ensayo sobre la· fortuna
-tómada, según dice, de algún poeta clásico, que tal vez pudiera
ser Apio Claudia-- reaparece asimismo en El avance del saber
(II, xxiii, 13) y se revela fuera de toda duda como una contribución
que Bacon tenía por originalísima. «Tema nuevo e inusitado», en
sus propias palabras, esta arquitectura de la fortuna, rimbombante
calificativo para el arte de desenvolverse en la vida, tiene a Maquia- ~
velo por maestro indiscutible y deja así a la~ claras la influencia
que éste ejerciera sobre el Canciller. A Maquiavelo debía éste, por
ejemplo, su convicción en la necesidad de separar la filosofía moral
y el conocimiento civil (la política), entendiendo, por lo demás, que·
ni en uno ni en otro ámbito deberían mezclarse consideraciones reli-
Introducción 11

giosas. En partieular, Maquiavelo le parece digno de elogio por ha-


ber procedido al estudio de lo que los hombres realmente hacen y
no de lo que se supone que deberían hacer (véase El avance del
saber, II, xxi, 9). De este modo, mantendrá Bacon, nada hay más
genuinamente político que hacer que las ruedas de nuestra mente
giren al compás de las ruedas de la fortuna: así lo habían hecho mu-
chos, aunque el conocimiento civil hubiese preferido ignorarlo hasta
entonces, y así, desde luego, procedería Lord Verulam. Pero el
éxito de éste en su carrera política (la caída fue dura, pero efímera,
y las generaciones venideras no tardaron en olvidar el desliz) no se
vio correspondido por respaldo alguno para sus ambiciosos planes
de reforma intelectual, y por ello su testamento filosófico, La nueva
Atlántida, puede muy bien ser leído -con Michele Le Doeuff-
como el desesperado mensaje que un náufrago sempiterno («a sorry
book-maker'f>, se autodescribiría Bacon en un momento de debilidad)
lanzara al mar en pos de· un desconocido· destinatario. Antes, sin em-
bargo, habían sido muchos los intentos y El avance del saber es pre-
cisamente uno de los más conocidos.
Ya en 1592 Bacon se había dirigido a su tío, Lord Burghley, ro-
gándole que se valiera de su influencia para procurarle un puesto im-
. portante desde el cual pudiera llevar a cabo sus planes tendentes a
la promoción del conocimiento, toda vez que -decía- había hecho
de la totalidad del saber su provincia. La nula repercusión de sus
propuestas, lejos de desanimarle, hizo que sus escritos se multiplica-
ran y ensayara las más diversas estrategias. Ese mismo año, en un
breve Elogio del saber compuesto para uno de los devices repre-
sentados en honor de la reina Isabel, había ensalzado el conocimien-
to («un hombre no es sino lo que conoce'f>, escribió) y había cifrado
en éste la clave para recuperar el dominio sobre la naturaleza que
el hombre había perdido al pecar en el Paraíso: ésta y no otra sería
la gran restaµración por la que trabajó toda su vida y que habría
de dar .título a su obra más famosa. En el Elogio, Bacon propugnaba
asimismo -no muy lejos de los planteamientos de la corriente her-
mética todavía en boga- un «matrimonio entre la mente del hom-
bre y la naturaleza de las cosas'f>, que ciertamente se situaba en las
antípodas del saber libresco de la tradición peripatética. Ya los pri-
meros biógrafos del Canciller se cuidaron de subrayar la temprana
insatisfacción de Bacon ante el pensamiento de Aristóteles, no sólo
erróneo, sino moralmente reprobable por haber conducido a los
hombres de la ignorancia al -todavía ·más grave-- prejuicio y ha-
ber convertido a la filosofía en un mero «intercambio de ladridos».
La crítica al Estagirita, pero también a la plana mayor de los filóso-
fos antiguos y modernos (e incluso a los alquimistas) será desde ese
12 Alberto Elena

momento un motivo recurrente en las obras de Bacon, a modo de


contrapartida o pars destruens de sus propuestas reformistas. .
La obra de juventud de Francis Bacon (esto es, la que alcanza
poco más o menos hasta La sabiduría de los antiguos de 1609) no es
reductible, sin embargo, a este único tema; muy por el contrario, la
larga docena de opúsculos inéditos, y aun inacabados, compuestos
durante este período resumen cabalmente las inquietudes filosóficas
de Lord Verulam y constituyen auténticos borradores de La gran
restauraci6n (que con frecuencia reproduce literalmente pasajes de
éstos). A beneficio de inventario, la producción filosófica de Bacon
entre la primera edición de sus Ensayos (1597) y La sabiduría Je
los antiguos (1609) incluye, entre otros, Temporis partus masculus
y Valerius terminus (textos ambos anteriores a 1603), De interpreta-
tione naturae proemium (1603), Cogitationes Je rerum nat11-
ra (1604), Cogitationes de scientia humana (1605), O/ the Proficience
and Advancement of Learning (1605) -cuya versión castellana aquí
se presenta-, Cogitata et visa (1607), Filum labyrinthi (c. 1607) y
Redargutio philosophiarum (1608), si bien sus dos importantes opús-
culos sobre cuestiones cosmológicas, T hema coeli y Descriptio globi
intellectualis, terminados en torno a 1612, pudieron sin duda haber-
se gestado durante este período y como pertenecientes al mismo.han
de ser estudiados. En todas estas obras, salvo quizás con la relativa
excepción de las dos últimas, Bacon se debate en pos de un estilo
y un vehículo literario idóneos para presentar sus ideas al gran
público: monólogos dramatizados coexisten con más asépticas expo-
siciones en tercera persona, textos en latín con otros en inglés; inclu-
so Bacon duda en algún momento acerca de la conveniencia de ser-
virse de un seudónimo ... Sin embargo, se inclina finalmente por una
solución convencional, como es la representada por El avance del
saber -un tratado sistemático en inglés-, la única de todas estas
obras que vio la luz en vida del autor.
El avance del saber se publicó, en efecto, en octubre de 1605 en
Londres y constaba de dos libros de muy desigual extensión. El se-
gundo y más largo constituirá precisamente la base del De dignitate
et augmentis scientiarum (1623), una nueva versión de la obra -esta
vez en latín, buscando así una difusión más amplia en el continente
(«those modern languages are the bankrupt of the book», se lamen-
tará Bacon)-, pero en absoluto una simple traducción, por más que
a veces así lo hayan afirmado comentaristas poco escrupulosos. No
es ocasión ésta para estudiar las diferencias entre una y otra obra,
pero sí parecería conveniente, en cambio, atender -siquiera suma-
riamente-- a la estructura y contenido de El avance del saber.
Mientras que en el libro primero Bacon ofrece una farragosa argumen-
Introducci6n 13

taci6n en pro de la excelencia del conocimiento y una pormenorizada


respuesta a las objeciones habitualmente formuladas a la búsqueda
de éste, en el segundo se ocupa de los obstáculos hasta entonces
interpuestos a su avance y presenta con gran detalle una clasificación
de las ciencias que habría de reaparecer en otros muchos textos del
Canciller: de acuerdo con ésta todo el saber humano podría dividirse
en .historia (natural, civil, eclesiástica y literaria), que corresponde
a la facultad de la memoria, poesía (narrativa, representativa y alu-
siva o parabólica), que corresponde a la imaginación, y filosofía (di-
vina, natural y humana), que corresponde a la razón. (La teología,
fundada únicamente en la palabra y el oráculo de Dios, y no en la
luz de la naturaleza, escaparía a esta clasificación.)
cDe hacer libros nunca se acaba, y la mucha lectura desgasta el
cuerpo> (Bel., XII, 2): ésa es la actitud que, a juicio de Bacon, con-
viene evitar por encima de todo. De hecho, subraya, las épocas de
mayor esplendor de la historia de la humanidad han coincidido inva-
riablemente. con el gobierno de príncipes doctos e ilustrados (El
avance del saber, I, vil, .3). Pero se ha tratado siempre de iniciativas
aisladas y 1 carentes .de .toda continuidad: nada se ha hecho para
promover una auténtica reforma del saber que permita finalmente
inaugurar una nueva edad de oro. Tal tarea, Bacon insistirá hasta
la saciedad, no puede concebirse sino como una verdadera opera
basílica, una empresa regia por encima de cualquier clase de inicia-
tivas privadas. Por ello él mismo, lamentando el forzado aislamien-
to en el que se veía obligado a realizar su labor, aspiraba a que se
le confiara la dirección de alguna importante institución educativa
(y en su diario de 1608, tratando de concretar, llega a barajar algu-
nos nombres), para desde ella impulsar el avance del conocimiento
y progresivamente poner fin al anquilosamiento de tales centros tra-
dicionales del saber. Bacon, pues, se presenta a sí mismo como un
filántropo y asegura no tener otro empeño que servir a la huma-
nidad. La gi:an reforma del saber habría de propiciar la restauración
del dominio del hombre sobre la naturaleza y, con ello, un bienestar
material hasta entonces desconocido y con el que se atreve a soñar
en La nueva Atlántida. Precisamente son los frutos, las obras, los
resultados prácticos, los mejores signa o indicios de la bondad de
una determinada filosofía: a los experimenta lt;cifera conducentes a
la interpretación de la naturaleza o conocimiento de las leyes de
ésta han de acompañar también otros experimenta fructifera que
arrojen importantes ventajas prácticas (El avance del saber, II, viii,
3 y 5). Los recientes descubrimientos geográficos, la orgullosa afir-
mación de un plus ultra en el globo terráqueo, presagian para Bacon
avances en el conocimiento -el globo intelectual, como él lo deno-
14 Alberto Elena

mina con frecuencia- que finalmente habrían de acabar haciendo


realidad la profecía de Daniel (XII, 4): «muchos pasarán y la cien-
cia avanzará» (véase 11, ii, 10). El programa parece claro; son los
medios para llevarlo a cabo los que presentan enormes dificultades
y hacen a Bacon confesar en más de una ocasión tener claro el ca-
mino a seguir, mas no cuál es su posición exacta.
El obstáculo fundamental radica, como es bien sabido, en la
propia naturaleza de la mente humana, que no es como una tableta
de cera a la espera de recibir una inscripción, sino un espe¡o encan-
tado -fa expresión es del propio Bacon-, que tiende a deformar
los objetos (véase 11, xiv, 9-11). No se puede, en una palabra, es-
cribir sobre ella sin haber borrado previamente lo que contenía.
Ahora bien, estos idola que empañan la mente humana no siempre
pueden erradicarse, y por ello Bacon cree de todo punto necesario
pergeñar un nuevo método capaz de minimizar su efecto y subsanar
los errores cuando quiera que éstos se produzcan, llevando así al
hombre por una senda segura hacia el verdadero conocimiento de la
naturaleza. Obviamente, la vieja argumentación silogística se revela
inútil para este cometido, pues lo que s~ requiere es una lógica del
descubrimiento, de la invención (véase 11, xiii, 5), un método ~nte­
ramente nuevo y original que permita la superación de los ires tipos
de saber, sin duda inadecuados, hasta entonces imperantes: el saber
fantástico, alimentado por las vanas imaginaciones de los filósofos
naturales; el saber contencioso al que se reducen los altercados ver-
bales de los escolásticos, y, por último, el saber delicado que carac-
teriza al vacío y afectado estilo de los retóricos (véase I, iv, 2). Pero
el mayor defecto de todos, el más grave error en el que habitualmen-
te han incurrido los hombres a la hora de proceder a la investigación.
de la naturaleza, ha sido mezclar la religión con la ciencia, dando así
lugar a «Ulla desastrosa confusión entre lo humano y lo divino»,
como escribiera en Cogitata et visa. Dar a la fe lo que corresponde
a la fe y distinguir claramente entre el libro de la palabra de Dios
y el libro de sus obras es la premisa fundamental de una sana y le-
gítima filosofía natural. Bacon explora en repetidas ocasiones las re-
laciones entre la fe y el conocimiento (en El avance del saber lo hace
particularmente en 11, xxv), siempre para subrayar la autonomía de
ambas esferas y reivindicar para la ciencia el derecho a no sufrir
las molestas intromisiones teológicas que tan frecuentes resultaban
aún en la época. Ello no significa, sin embargo, que el saber haya de
dar la espalda a la religión; antes bien, la gran restauración es
-como ya se apunt6- una empresa plena de resonancias religi9sas,
y, por lo demás, el conocimiento no puede sino constituir una eficaz
incitación a la exaltación de la gloria d~ Dios, así como un singular
Introducción

antídoto contra la incredulidad y el error (véase I, vi, 16). La teolo-


gía revela la voluntad de Dios; la ciencia, su poder.
El avance del saber, en la medida en que es la quintaesencia del
pensamiento baconiano de este período de formación que venimos
describiendo, sintetiza admirablemente las líneas maestras de éste
y exhibe ya muchos de los rasgos característicos de su obra de ma-
durez. Gracias a su notable difusión (conoció incluso una versión
francesa en 1624), realzada por la ulterior revisión del tema en De
augmentis, los proyectos del Canciller fueron bien conocidos y no
sintió la necesidad de dar a la luz ningún otro de los borradores
que a la sazón redactara, reservándose para su obra magna, La gran
restauración. El hecho de que ésta quedara inconclusa y de este modo
algunos elementos centrales del pensamiento baconiano se vieran
privados de un adecuado desarrollo (en particular, sus ideas cosmo-
lógicas) hacen obligado el estudio de su obra de juventud, vasto ice-
berg cuya punta no es sino este Avance del saber que ahora ya pre-
sentamos por vez primera en lengua castellana.

ALBERTO ELENA
La presente traducción del Aávancement of Learning se basa en la edición
de G. W. Kitchin, Londres, 1861; la división en secciones y subsecciones es
la utilizada en la de W. A. Wright, Oxford, 1868.
Las citas, directas o indirectas, de autores griegos y latinos insertas en el
texto son a veces tan inexactas que obligan a suponer que, en general, Bacon
citaba de memoria; se ha procurado traducirlas fielmente según el sentido con
que aquí aparecen, coincida o no con su sentido original. Las alusiones a
Bilis o Spedding se refieren a sus notas al De Dignitate et Augmentis Scien-
tiarum, en el volumen 1 de las obras completas de Bacon, The Works of
Francis Bacon, ed. a cargo de J. Spedding, R. L. Bilis y D. D. Heath, 7 vo-
lúmenes, Londres, 1857-1861.

17
LIBRO PRIMERO DE FRANCIS BACON SOBRE
EL AVANCE Y PROGRESO DEL SABER DIVINO
Y HUMANO

Al Rey

l. Había bajo la Ley, oh Rey excelente, tanto sacrificios


diarios como ofrendas voluntarias: procediendo aquéllos de la ob-
servancia ordinaria, éstas de una devota alegría. De la misma mane-
ra, corresponde a los reyes recibir de sus servidores tanto tributos
de deber como presentes de afecto. En lo primero espero no faltar
mientras viva, de conformidad con mi muy humilde oficio y los en-
cargos que Vuestra Majestad tenga a bien confiarme; para lo segun-
do he creído preferible escoger alguna oblación que antes hiciera re-
ferencia al carácter y excelencia particulares de vuestra persona que
al negocio de vuestra corona y estado.
2. Así pues, representándome muchas veces a Vuestra Majes-
tad en el pensamiento, y contemplándoos, no con la mirada curiosa
de la presunción, por descubrir lo que la Escritura me dice ser ines-
crutable 1, sino con la mirada respetuosa del deber y de la admira-
ción; dejando a un lado las restantes partes de vuestra virtud y for-
tuna, me he visto conmovido, y aun poseído de extremado asombro,
ante aquellas de vuestras virtudes y facultades que los filósofos lla-
man intelectuales: la amplia capacidad de vuestro ingenio, la fidelidad
de' vuestra memoria, la celeridad de vuestra comprensión, la pene-
tración de vuestro juicio y la facilidad y orden de vl.iestra elocución;
1 Prov. 25, .3.
19
20 Francia Bacon

y a menudo he pensado que, de cuantas personas vivas he conocido,


Vuestra Majestad fuera el mejor ejemplo para persuadir de la opi-
nión de Platón de que todo conocimiento no es sino remembranza,
y que la mente humana conoce de suyo todas las cosas, y no espera
sino que sus propias ideas innatas y originales, que por la extrañe-
za y oscuridad de este tabernáculo del cuerpo se hallan secuestradas,
de nuevo sean reavivadas y restablecidas 2 : tal es la luz natural que
he observado en Vuestra Majestad, y tal su disposición a llamear y
arder vivamente a la menor ocasión que se le presente, o con la
menor chispa del conocimiento de otro que se le comunique. Y como
dice la Escritura del rey más sabio, que su coraz6n era como las are-
nas del mar 3, que, aunque sea uno de los cuerpos más grandes, em-
pero está compuesto de las porciones más pequeñas y diminutas; así
Dios ha dado a Vuestra Majestad un entendimiento de composición
admirable, capaz de abarcar y comprender los asuntos mayores, y al
mismo tiempo tocar y aprehender los más pequeños, siendo así que
en la naturaleza parecería imposible que un mismo instrumento fue-
ra apto para obras grandes y pequeñas. Y en cuanto a vuestro don de
palabra, quiero recordar lo que Cornelio Tácito dijo de Augusto
César: Augusto profluens, et quae principem deceret, eloquentia
fuit 4,· pues, si bien se mira, el discurso pronunciado con trabajo
y dificultad, o el que sabe a afectación de arte y preceptos, o el
que imita algún modelo de elocuencia, por excelente que sea, todos
tienen algo de servil y de no soberano. Pero el modo de discurso
de Vuestra Majestad es verdaderamente el de un príncipe: fluye
como de una fuente, y empero discurre y se ramifica conforme al
orden de la naturaleza, y, lleno de facilidad y acierto, no imita a
nadie y es inimitable. Y así como en vuestro estado civil parece
haber una emulación y competición de vuestra virtud con vuestra
fortuna; una disposición virtuosa con un feliz régimen; una expec-
tación virtuosa (cuando era tiempo) de vuestra mayor fortuna, con
una próspera posesión de la misma a su tiempo debido; una virtuo-
sa observancia de las leyes del matrimonio, con el más santo y di-
choso fruto de él; un virtuoso y cristianísimo deseo de paz, con una
feliz inclinación de vuestros príncipes vecinos en igual sentido: así
también en estos asuntos intelectuales parece haber no menor compe-
tición entre la excelencia de las dotes naturales de Vuestra Majestad
y la universalidad y perfección de vuestro saber. Pues seguro estoy de
que esto que voy a decir no es ninguna hipérbole, sino verdad cierta

2 Platón, Menón, 81c-d; Fedón, 72e.


J 1 Re. 4, 29.
4 El habla de Augusto era fluida y regia. Tácito, Anales, XIII, _3.
El avance del saber 21

y sopesada: a saber, que no ha habido desde los tiempos de Cristo


ningún rey o monarca temporal tan versado en toda la literatura
y erudición divina y humana. Pues repase y recorra quien lo desee
seria y diligentemente la sucesión de los emperadores de Roma, de
los cuales fueron los más cultos César el dictador, que vivió algunos
años antes de Cristo, y Marco Antonino 5; y haga lo mismo con los
emperadores de Grecia, o del Oeste, y luego con las líneas de Fran-
cia, España, Inglaterra, Escocia y las restantes, y verá que este
juicio es bien fundado. Pues parece muy bien que un rey, mediante
los extractos resumidos de los ingenios y trabajos de otros, se apropie
algún ornamento superficial y máscara de erudición, o que favorez-
ca el saber y a los sabios; pero beber, de hecho, en las verdaderas
fuentes del saber, y aun llevar una de tales fuentes dentro de sí, en
un rey, y nacido de rey, es casi un milagro. Y tanto más cuanto que
en Vuestra Majestad se encuentra una rara conjunción de letras así
divinas y sagradas como profanas y humanas, de suerte que aparece
Vuestra Majestad investida de aquella triplicidad que con gran vene-
ración se atribuía al Hermes antiguo: el poder y la fortuna de un
rey, el conocimiento y la iluminación de un sacerdote y el saber y
la universalidad de un filósofo 6 • Esta cualidad propia y atributo
. personal de Vuestra Majestad merece quedar plasmada no sófo en la
fama. y admiración de la época presente, ni en la historia o tradición
de las venideras, sino también en alguna obra sólida, memorial fijo
y monumento inmortal, que lleve impreso el carácter o rúbrica así
del poderío de un rey como de la singularidad y perfección de un
rey tal.
3. Por eso concluí que no podía hacer a Vuestra Majestad
mejor oblación que la de un tratado tendente a ese fin, cuya suma se
compondrá de estas dos partes: una primera relativa a la excelencia
del saber y del conocimiento, y la excelencia del mérito y verdadera
gloria que hay en su aumento y propagación, y una segunda relativa
a cuáles sean las acciones y obras particulares que han sido puestas
en práctica y emprendidas en orden al progreso del saber, y también
a qué defectos e imperfecciones encuentro yo en tales actos parti-
culares; a fin de que, aunque no pueda yo aconsejar a Vuestra
Majestad positiva o afirmativamente, o exponer a vuestra considera-
ción materia bien compuesta, pueda, en cambio, animar vuestras re-
gias reflexiones a visitar el tesoro excelente de vuestro propio espíri-
s Marco Aurelio. Sobre su erudición y la de César, véase infra, 1, VII, 8
y22yss.
6 Rey, sacerdote y filósofo eran los tres títulos del Hermes Trismegisto. La
fórmula de Bacon se encuentra en Marsilio Ficino, Argumentum in Librum
Mercurii Trismegisti.
22 Francis Bacon

tu, y de allí extraer particulares para este propósito tan conforme a


vuestra magnanimidad y prudencia.

I.1. En el pórtico de entrada a la primera de esas partes, para


desembarazar el camino y, por así decirlo, hacer un silencio en el
que los testimonios verdaderos concernientes a la dignidad del saber
puedan oírse mejor, sin el estorbo de objeciones tácitas, creo con-
veniente exonerarlo de los descréditos e insultos de que ha sido
objeto, procedentes todos ellos de la ignorancia, pero de la ignoran-
cia diversamente disfrazada, mostrándose ora en el celo y suspicacia
de los teólogos, ora en la severidad y arrogancia de los políticos,
ora en los errores e impedecciones de los sabios mismos.
2. Oigo decir a los primeros que el conocimiento es una de esas
cosas que han de ser admitidas con limitación y cautela grandes; que
el aspirar a un conocimiento excesivo fue la tentación y pecado origi-
nales de los cuales se siguió la caída del hombre; que hay en el
conocimiento algo de la serpiente, y por eso allí donde entra en
el hombre le hace hincharse, scientia inflat 7 ; que Salomón da esta
censura, que de hacer libros nunca se acaba, y la mucha lectura des-
gasta el cuerpo 8, y también en otro lugar, que en el conocimiento
abundante hay mucha aflicción, y el que aumenta el conocimiento
aumenta la preocupación 9 ; que San Pablo da esta advertencia, que
no nos dejemos corromper por la vana filosofía 10 ; y que la experien-
cia nos muestra cómo hombres doctos han sido heresiarcas, cómo los
tiempos doctos se han inclinado al ateísmo y cómo la contemplación
de las causas segundas detrae de nuestra dependencia de Dios, que es
la causa primera.
3. Para poner al descubierto, pues, la ignorancia y el error de
esta opinión, y lo equivocado de su fundamento, diremos que esos
hombres no. advierten o consideran que no fue el conocimiento puro
de la naturaleza y el mundo, conocimiento a cuya luz el hombre puso
nombre a las otras creaturas en el Paraíso conforme eran llevadas a
su presencia 11 , según sus cualidades, lo que dio ocasión a la caída;
sino que la forma de la tentación fue el conocimiento soberbio del
bien y del mal, con la intención en el hombre de darse una ley a sí
mismo y no depender ya de los mandamientos de Dios. Ni hay can-
tidad de conocimiento, por grande que sea, que pueda hacer hin-
charse la mente del hombre; pues nada puede llenar, y mucho menos
7 La ciencia hincha. 1 Cor. 8, l.
8 Ecl. 12, 12.
9 Ecl. 1, 18.
10 Col. 2, 8.
11 Gén. 2, 19-20.
El avance del saber 23

dilatar, la mente humana, si no es Dios y la contemplación de Dios;


y por eso Salomón, hablando de los dos sentidos principales de la
inquisici6n, el ojo y el oído, afirma que no se harta nunca el ojo de
ver, ni el oído de oír 12 ; y si no hay llenarse, es que el continente es
mayor que el contenido. Así también del conocimiento mismo y la
mente del hombre, para los cuales los sentidos no son sino informa-
dores, dice estas palabras, puestas tras esa lista o tabla que hace de
la diversidad de tiempos y estaciones que hay para todas las acciones
y propósitos, y que termina así: Dios ha hecho todas las cosas her-
mosas, o apropiadas, cada una para su estaci6n; también ha puesto el
mundo en el coraz6n del hombre, pero no puede el hombre descubrir
la obra qpe Dios hace desde el principio hasta el fin 13 : donde decla-
ra sin oscuridad que Dios ha compuesto la mente del hombre a modo
de espejo o vidrio capaz de reflejar ·la imagen del universo, y dichoso
de recibir la impresión del mismo, como el ojo es dichoso de recibir
la luz; y que no sólo se deleita con la contemplación de la variedad
de las cosas y las vicisitudes de los tiempos, sino que se eleva asimis-
mo a averiguar y discernir las ordenanzas y decretos que a lo largo
de todos esos cambios son infaliblemente observados. Y aunque insi-
núa que la ley suprema o suma de la naturaleza, que él llama la obra
que Dio~ hace desde el principio hasta el fin, no puede ser descubier-
ta por el hombre, empero eso no menoscaba la capacidad de la mente,
sino que puede achacarse a impedimentos tales como la brevedad de
la vida, la mala conjunción de los esfuerzos, la defectuosa transmisión
del conocimiento de unos a otros, y muchas otras inconveniencias a
que la condición del hombre está sujeta. Pues que nada del mundo
está vedado a la inquisición y averiguación del hombre, lo deja sen-
tado en otro lugar, cuando dice: El espíritu del hombre es como la
lámpara de Dios, con la q1,1e registra la interioridad de todo lo ocul-
to 14• Siendo, pues, tal la capacidad y cabida de la mente humana, es
manifiesto que no hay peligro alguno de que la proporción o canti-
dad del conocimiento, por grande que sea, la haga hincharse y salirse
de sí; no, sino que es cualidad del conocimiento, tanto si es más
como si es menos, si es tomado sin su correctivo propio, el llevar en
sí algo de veneno o malignidad, y algunos efectos de ese veneno, que
son ventosidad e hinchazón. Esa especia correctiva, cuya adición hace
al conocimiento tan soberano, es la caridad, que el apóstol agrega in-
mediatamente a la cláusula citada, pues dice: El conocimiento hincha,
pero la caridad construye 15 , a semejanza de lo que declara en otro
12 Ecl. 1, 8.
13 Ecl. 3, 11.
14 Prov. 20, 27.
15 1 Cor. 8, l.
24 Francis Bacon

lugar: Si yo hablara con las lenguas de los hombres y de los ángeles,


y no tuviera caridad, sería como címbalo que resuena 16 ; no porque
el hablar con las lenguas de los hombres y de los ángeles no sea cosa
excelente, sino porque, si se separa de la caridad y no se aplica al
bien de los hombres y de la humanidad, es más gloria resonante e
indigna que virtud meritoria y sustancial. Y en cuanto a esa censura
de Salomón acerca del exceso en el escribir y leer libros y la ansiedad
del espíritu que nace del conocimiento, y a esa exhortación de San Pa-
blo de que no nos dejemos seducir por la vana filosofía, entiéndanse
bien estos pasajes, y se verá que exponen de manera excelente los
verdaderos términos y límites en que se encierra y circunscribe el
conocimiento humano, y aun ello sin tanta constricción o coartación
que no pueda éste comprender toda la naturaleza de las cosas. Esas
limitaciones son tres. La primera, que no situemos nuestra felicidad
en el conocimiento hasta el punto de olvidar nuestra mortalidad. La
segunda, que apliquemos nuestro conocimiento a darnos reposo y con.
tento, y no inquietud o insatisfacción. La tercera, que no presuma-
mos alcanzar a los misterios de Dios mediante la contemplación de la
naturaleza. En lo tocante a la primera, el propio Salomón se explica
óptimamente en otro lugar del mismo libro, donde dice: Y o vi que el
conocimiento se aparta de la ignorancia como la luz de las tinieblas,
y que los ojos del sabio vigilan en su frente, mientras que el nedo
deambula en las tinieblas: pero también aprendi que la misma mor-
talidad alcanza a ambos 11 • Y en cuanto a la segunda, cierto es que
no hay zozobra o preocupación que resulte del conocimiento, como
no sea por accidente; pues todo conocimiento y asombro (que es la
semilla de aquél) es una impresión de placer en sí; pero cuando los
hombres caen en componer conclusiones de su conocimiento, aplicán-
dolo a su afán particular y surtiéndose así de cobardes temores o de-
seos inmoderados, nace de ello esa demasía de cuidados y desasosiego
de la mente a que se alude: pues entonces el conocimiento ya no es
lumen siccum, de la que Heráclito el profundo dijo lumen siccum
optima anima, sino que se convierte en lumen madidum o macera-
tum 18, mojada e impregnada en los humores de las pasiones. Y 'en
cuanto al tercer punto, merece ser un poco meditado y no pasado a
la ligera: pues si alguno creyere, por la visión e inquisición de estas
cosas sensibles y materiales, obtener la luz necesaria para descubrir
por sí mismo la naturaleza o voluntad de Dios, entonces sí que esta-

16 1 Cor. 13, l.
17 Ecl. 2, 13.14,
u Luz seca; la luz seca es la mejor alma (véase Plutarco, De esu carnium
orationes ii, I, 995); luz húmeda o macerada.
El avance del saber 25

ría corrompido por vana filosofía: pues la contemplación de las crea-


turas y obras de Dios produce conocimiento con respecto a las obras
y creaturas mismas, pero 'con respecto a Dios no conocimiento per-
fectQ, sino admiración, que es conocimiento fragmentado. Por eso
dijo muy acertadamente uno de la escuela de Platón 19 que el sentido
del hombre muestra semejanza con el sol, que, según vemos, descubre
y revela todo el globo terrestre, pero también oscurece y oculta las
estrellas y el globo celeste: así el sentido descubre las cosas natura-
les, pero oscurece y ci(!rra las divinas. Y de ahí que sea cierto el ha-
ber sucedido que diversos grandes y doctos hombres hayan sido heré-
ticos, cuando han pretendido volar hasta los secretos de la Deidad
con las alas céreas de los sentidos. Y en cuanto a la idea de que el
demasiado conocimiento incline al hombre al ateísmo, y que la igno-
rancia de las causas segundas favorezca una dependencia más devota
de Dios, que es la causa primera, en primer lugar sería bueno pre-
guntar lo que Job preguntó a sus amigos: ¿Mentiréis por Dios, como
hace un hombre por otro, para agradarte? 20 Pues cierto es que Dios
no obra nada en la naturaleza sino a través de causas segundas; y si
se afirma creer otra cosa, es mera impostura, como si con ello se favo-
reciera a Dios, y no es sino ofrecer al autor de la verdad el sacrificio
impuro 'de una mentira. Pero aún más, es verdad segura y confirma-
da por la experiencia que un conocimiento pequeño o superficial de
la filosofía puede inclinar la mente humana al ateísmo, pero que un
mayor avance en la misma la vrielve a la religión. Pues en el umbral
de la filosofía, cuando las causas segundas, que están inmediatas a
los sentidos, se ofrecen a la mente, si ésta se detiene y asienta allí,
puede caer en cierto olvido de la causa suprema; pero si pasa más
allá, y ve la depedencia de las causas y las obras de la Providencia,
luego fácilmente creerá, según la alegoría de los poetas, que el esla-
bón más alto de la cadena de la naturaleza por fuerza debe estar ata-
do al pie del trono de Júpiter 21 • Para concluir, pues: que nadie, por
concepto pusilánime de la sobriedad o mal aplicada moderación, pien-
se o mantenga que se puede indagar demasiado o ser demasiado ver-
sado en el. libro de la palabra de Dios o en el libro de las obras de
Dios, esto es, en la teología o en la filosofía; antes bien aspiren los
hombres a un avance o progreso ilimitado en ambas, cuidando, eso
sí, de aplicarlas a la caridad y no al envanecimiento, a la utilidad y
no a la ostentación, y también de no mezclar o confundir imprudente-
mente uno de estos saberes con el otro.

1' Filón de Alejandría.


31 Job 13, 7.
21 lllada, VIIl,19.
26 Francia Bacon

Il.1. En cuanto a las injurias que el saber recibe de los políti-


cos, son de este tenor: que el saber reblandece los ánimos de los
hombres, y los hace menos aptos para la gloria y ejercicio de las ar-
mas; que estropea y pervierte sus disposiciones para los asuntos de
gobierno y la política, al volverlos demasiado curiosos e irresolutos
por la variedad de lecturas, o demasiado intolerantes o inflexibles por
la rigurosidad de las normas y axiomas, o demasiado inmoderados y
arrogantes por la grandeza de los ejemplos, o demasiado discordantes
y divorciados de sus tiempos por la disimilitud de los ejemplos; o,
cuando menos, que aparta los esfuerzos de los hombres de la acción y
los negocios, y los lleva a un amor del ocio y del retiro, y que intro-
duce en los estados una relajación de la disciplina, cuando todos están
más dispuestos a discutir que a obedecer y ejecutar. Por esa idea
Catón, de sobrenombre el Censor, sin duda uno de los hombres más
prudentes de todos los tiempos, cuando Carnéades el filósofo fue en
embajada a Roma, y todos los jóvenes romanos empezaron a congre-
garse en torno a él, seducidos por la dulzura y majestad de su elo-
cuencia y su saber, aconsejó públicamente en el Senado que se le
despachara con toda celeridad, no fuera a ser que infectara y cauti-
vara las mentes y los ánimos de la juventud, e inadvertidamente oca-
sionara una alteración de los usos y costumbres del estado 22 • Esa
misma idea o talante movió a Virgilio, empleando su pluma en bene-
ficio de su patria y perjuicio de su profesión, a establecer una suerte
de separación entre la política y el gobierno y las artes y las ciencias,
en esos versos tan conocidos donde asigna y vindica lo uno para los
romanos, y abandona y cede lo otro a los griegos:

Tu regere imperio populos, Romane, memento:


Hae tibi erunt artes, etcétera 23 •

Así también vemos que Anito, el acusador de Sócrates, esgrimió


como cargo y acusación contra él que con la variedad y fuerza de sus
discursos y debates apartaba a los jóvenes de la debida reverencia a
las leyes y costumbres de su patria, y que enseñaba una ciencia peli-
grosa y dañina, que era hacer que lo peor pareciese lo mejor, y ahogar
la verdad con la fuerza de la elocuencia y del discurso 24 •
2. Pero estas imputaciones y otras semejantes más tienen apa-
riencia de gravedad que base de justicia: pues la experiencia demues-
tra que así en personas como en tiempos ha habido una reunión y
Plutarco, Marco Cat6n, XXII.
22
Tú, romano, piensa en reinar sobre las naciones: ésas serán tus artes.
23
Eneida, VI, 851-852.
24 Platón, ApologÚI de S6crates, 23d; Jenofonte, Memorabilia, 1, 1, l.
El avance del saber 27

concurrencia del saber y las armas, floreciendo y llegando a la exce-


lencia en los mismos hombres y en las mismas épocas. Pues, en cuan-
to a hombres, no puede haber igual ni mejor ejemplo que el de esa
pareja de Alejandro Magno y Julio César el dictador, de los cuales
uno fue discípulo de Aristóteles en filosofía, y el otro rival de Cice-
rón en elocuencia; o, si se prefieren eruditos que fueron grandes ge-
nerales a generales que fueron grandes eruditos, tómese al tebano
Epaminondas, o al ateniense Jenofonte, de los cuales aquél fue el
primero que abatió el poder de Esparta, y éste el primero que abrió
el camino para el derrocamiento de la monarquía de Persia. Y esa
concurrencia es todavía más visible en los tiempos que en las perso-
nas, por cuanto una época es mayor objeto que un hombre. Pues
tanto en Egipto como en Asiria, Persia, Grecia y Roma, los mismos
tiempos que son célebres por las armas son también los más admira-
dos por el saber, de suerte que los más grandes autores y filósofos,
y los más grandes capitanes y gobernantes, han vivido en las mismas
épocas. Ni puede ser de otra manera: pues así como en el hombre la
robustez del cuerpo y la del espíritu llegan aproximadamente a la
misma edad, salvo que la del cuerpo llegue un poco antes, así en los
estados las armas y el saber, de los cuales aquéllas corresponden al
cuerpo '/ éste al alma del hombre, tienen una concurrencia o secuen-
cia próxima en el tiempo.
3. Por lo que respecta a los asuntos políticos y de gobierno, es
muy improbable que el saber pueda perjudicarlos más que favorecer-
los. Vemos que se tiene por error confiar un cuerpo natural a médi-
cos empíricos, que por lo común disponen de unas cuantas recetas
agradables con las que se muestran confiados y temerarios, pero no
conocen ni las causas de las enfermedades, ni las constituciones de
los pacientes, ni el peligro de los accidentes, ni el verdadero método
de las curas. Vemos que es un error semejante fiarse de abogados y
hombres de leyes que son sólo practicones y no basan su actuación
en sus libros, y muchas veces se ven fácilmente sorprendidos cuando
el asunto se sale de su experiencia, con perjuicio de las causas que
manejan. Por la misma razón ha de tener dudosas consecuencias el
que los estados sean administrados por estadistas empíricos, entre
los cuales no haya suficientes hombres de sólida instrucción. Y a la
inversa, apenas hay ejemplo que contradiga el principio de que nun-
ca hubo gobierno desastroso que estuviera en manos de gobernantes
doctos. Pues, a pesar de la costumbre de los políticos de desacredi-
tar y despreciar a los doctos dándoles la calificación de pedantes 25 ,

25 Huelga decir que Bacon emplea aquí la palabra cpedantesi. en su sen-


tido antiguo de pedagogos, preceptores.
28 Francia Bacon

los anales del tiempo muestran que en muchos casos los gobiernos de
príncipes menores de edad (pese a los innumerables inconvenientes de
esa situación) han sido mejores que los de príncipes de edad madura,
y precisamente por esa circunstancia que se pretende vituperar, a sa-
ber, que en esas ocasiones el estado ha estado en manos de pedantes:
pues así estuvo el estado romano durante los cinco primeros años,
tan alabados, de la minoría de Nerón, en manos de Séneca, un pedan-
te; así estuvo nuevamente por espacio de diez años o más, durante la
minoría de Gordiano el Joven, con gran aplauso y satisfacción gene-
ral, en manos de Misiteo, un pedante 26 ; así lo estuvo antes de esto,
en la minoría de Alejandro Severo, con semejante felicidad, en manos
no muy distintas, porque entonces gobernaron las mujeres, con el
auxilio de maestros y preceptores ZT. Más aún, contémplese el gobier-
no de los obispos de Roma, verbigracia los de Pío V y Sixto V en
nuestros tiempos, que cuando ascendieron al papado no eran tenidos
sino por frailes pedantes, y se verá que los papas de esa clase hacen
mayores cosas, y actúan conforme a principios de estado más acerta-
dos, que aquellos otros que llegan al papado desde una educación y
formación en los asuntos de estado y en las cortes de los príncipes.
Pues aunque los hombres de formación intelectual fallen a veces en
cuestiones de conveniencia y adaptación a las condiciones del presen-
te, que es lo que los italianos llaman ragioni di stato, de lo cual el
citado Pío V no podía ni oír hablar con paciencia, tachándolo de
invenciones contrarias a la religión y a las virtudes morales; por otra
parte, y para compensar lo dicho, son excelentes en todo lo tocante a
religión, justicia, honor y moralidad, cosas éstas que si fueran debfda
y atentamente procuradas, poca necesidad habría de las otras, como
no la hay de medicina en un cuerpo sano o bien nutrido. Ni puede
tampoco la-experiencia vital de una sola persona suministrar .ejemplos
y precedentes bastantes para orientar su vida; pues, así como sucede
a veces que el nieto u otro descendiente se asemeja al antepasado más
que su propio hijo, así también acontece muy a menudo que los suce-
sos del presente guardan mayor semejanza con casos antiguos que con
los de tiempos más recientes o inmediatos; y, finalmente, el ingenio
de un solo hombre puede tan poco frente al saber como los recursos
de uno solo frente a una bolsa común.

26 Gordiano III el Piadoso, emperador romano de 238 a 244, tenía tre-


ce años cuando subió al trono, y durante cinco fue aconsejado con acierto por
Misiteo (o Timesiteo), prefecto del pretorio.
Z1 Alejandro Severo ocupó el trono imperial en 222, a la edad de diecisie-
te años. Le asesoraron en el gobierno su madre, Julia Mamea; su abuela, Julia
Maesa, y varios jurisconsultos, entre ellos Ulpiano.
El avance del saber 29

. 4. ·Y, en cuanto a esas particulares seducciones o indisposiciones


del espíritu para la política y el gobierno, de las que se quiere hacer·
responsable al saber, si se admitiera que sucede tal cosa, habría que
recordar al mismo tiempo con cuánta mayor fuerza suministra el saber
medicina o remedio contra esas tentaciones que ocasión de ellas. Pues
si subrepticiamente hace a los hombres perplejos e irresolutos, en
cambio con preceptos claros les enseña cuándo y sobre qué funda-
mento tomar resolución, y cómo tener las cosas en suspenso sin per-
juicio hasta que la han tomado. Y si los hace inflexibles y rigurosos,
también les enseña qué cosas son de suyo indiscutibles, y qué otras
conjeturales, y lo mismo el uso de distinciones y excepciones que la
latitud de los principios y reglas. Y si conduce a error por la despro-
porción o disimilitud de los ejemplos, también enseña la fuerza de
las circunstancias, los errores que puede haber en la comparación y
las precauciones que hay que tomar a la hora de aplicar aquéllos, de
suerte que en todo esto más puede rectificar que conducir a engaño.
Y estas medicinas las administra al espíritu con mucha mayor poten-
cia por la viveza y penetración de los ejemplos. Pues considere cual-
quiera los errores de Clemente VII, tan vivamente descritos por
Guicciardini, que estuvo a su servicio, o los de Cicerón, pintados por
su propio pincel en sus epístolas a Ático, y en seguida huirá de ser
irresoluto. Examine los errores de Focio, y se guardará de ser obsti-
nado o inflexible. Lea tan sólo la fábula de Ixi6n, y ella le contendrá
de ser atolondrado y dejarse arrastrar por la imaginación. Examine
los errores de Catón el Segundo, y nunca se contará entre los antí-
podas, que pisan al revés que en este mundo.
5. _ Y en cuanto a la idea de que el saber incline a los hombres
al ocio y el retiro, y los haga perezosos, sería cosa extraña que aque-
llo que acostumbra a la mente a un movimiento y agitación perpetuos
indujera a la pereza; mientras que, a la inversa, se puede afirmar sin
faltar a la verdad que ninguna clase de hombres ama la actividad por
sí misma, si no son los doctos; pues otros la aman por lucro, como
el empleado que ama el trabajo por el salario; o por afán de hono-
res, porque los eleva a los ojos de los hombres, y reaviva su repu-
tación, que de otro modo se gastaría; o porque los lleva a pensar en
su fortuna, y les da ocasión de placer y desplacer; o porque ejercita
alguna facultad de la que se enorgullecen, y así los tiene de buen
humor y contentos consigo mismos, o porque de otro modo sirve a
sus fines. De suerte que, así como se dice que el valor de algunos
está en los ojos de quienes los miran, así la industria de éstos está
en los ojos de los demás, o cuando menos en la conformidad a sus
propios designios personales. Sólo los doctos aman la actividad en
cuanto acción conforme a la naturaleza, tan conveniente a la salud
30 Francis Bacon

del espíritu como es el ejercicio a la d~l c;uerpo, complaciéndose en


la acción misma y no en lo que ésta les reporte, de suerte que de
todos los hombres son los más infatigables, si se trata de alguna acti-
vidad capaz de llenar o sujetar su espíritu.
6. Y si uno es activo para la lectura y el estudio, pero holgazán
para el negocio y la acción, ello nace de alguna debilidad del cuerpo
o blandura del espíritu, como dice Séneca: Quidam tam sunt umbra-
tiles, ut putent in turbido esse quicquid in luce est 28, y no del saber.
Bien puede suceder que esa condición en la naturaleza de uno le lleve
a consagrarse al saber, pero no es el saber el que engendra esa condi-
ción en su naturaleza.
7. Y a lo de que el saber acapare demasiado tiempo u ocio,
respondo que el hombre más activo u ocupado que haya habido o
pueda haber tiene indiscutiblemente muchos momentos de ocio, mien-
tras espera las ocasiones y resultados de sus negocios (salvo que sea
lento para despachar sus asuntos, o frívola e indignamente se empe-
ñe en entrometerse en cosas que otros pueden hacer mejor que él):
y entonces la cuestión está en cómo hayan de llenarse y gastarse esos
intervalos de tiempo libre, si en placeres o en estudios; como bien
contestó Demóstenes a su adversario Esquines, que era hombre dado
al placer, y le dijo que sus discursos olían a lámpara: En efecto
-dijo Demóstenes-, hay mucha diferencia entre las cosas que tú y
yo hacemo~ a la luz de la lámpara 29 • De suerte que no se ha de temer
que el saber desaloje al negocio: antes bien sostendrá y defenderá la
integridad del espíritu frente a la ociosidad y el placer, que de otro
modo podrían introducirse subrepticiamente para perjuicio de ambos.
8. Por lo que respecta a esa otra idea de que el saber debilite
la reverencia debida a las leyes y al gobierno, sin duda es mera detrac-
ción y calumnia sin sombra de verdad. Pues decir que el hábito ciego
de obediencia es más segura lealtad que el sentido del deber enseña-
do y entendido, es afirmar que un ciego puede pisar más seguro
guiado por un lazarillo que un vidente iluminado por una luz. Y está
fuera de toda discusión que el saber hace a los espíritus mansos, no-
bles, dúctiles y dóciles al gobierno, en tanto que la ignorancia los
hace contumaces, refractarios y sediciosos: y la historia confirma este
aserto, si se considera que los tiempos más bárbaros, toscos e indoc-
tos han sido los más sujetos a disturbios, sediciones y alteraciones.
9. Y en cuanto al juicio de Catón el Censor, bien castigado fue
por su blasfemia contra el saber, y en la misma especie en que había

28 Algunos están tan acostumbrados a la sombra que todo lo claro les


parece turbio. Epistulae morales, III, 6.
29 Plutarco, Demóstenes, VIII; el interlocutor no es Esquines, sino Piteas.
El avance del saber 31

ofendido: pues cuando contaba más de sesenta años le embargó un


deseo vivísimo de volver a la escuela y aprender la lengua griega,
para poder leer a los autores griegos 30 ; lo cual demuestra que su ante-
rior censura del saber griego más brotaba de gravedad afectada que
de convicción interior. Y por lo que respecta a los versos de Virgilio,
aunque él tuviera gusto en desafiar al mundo reservando para los
romanos el arte del imperio, y dejando a otros las artes de súbditos,
empero es manifiesto que los romanos no alcanzaron la cima de su
imperio sin antes alcanzar la de otras artes: pues en la época de los
dos primeros césares, que fue cuando el arte de gobernar conoció su
mayor perfección, vivieron Virgilio Marón, el mejor poeta; Tito Livio,
el mejor historiógrafo; Marco Varrón, el mejor anticuario, y Marco
Cicerón, el mejor, o segundo, orador de cuantos se recuerdan. En
cuanto a la acusación de Sócrates, hay que tener en cuenta el momen-
to en que fue cursada, que fue bajo los treinta tiranos 31 , las personas
más viles, sanguinarias y envidiosas que hayan gobernado jamás; y,
no bien hubo pasado aquella revolución de estado, cuando de Sócra-
tes, de quien ellos habían hecho un criminal, se hizo un héroe, y
sobre su memoria se apilaron honores divinos y humanos, y aquellos
discursos suyos, de los que antes se había dicho que corrompían las
costumbres, fueron después reconocidos como medicinas soberanas de
la mente y las costumbres, y como tales se los ha tenido desde enton-
ces hasta hoy. Sirva esto, pues, de respuesta a los políticos que, lleva-
dos de ceñuda severidad o de gravedad fingida, se han atrevido a
lanzar acusaciones contra el saber; refutación ésta que, sin embargo,
no sería necesaria en el presente (salvo que no sabemos si nuestros
trabajos han de tener continuación en otras épocas), en vista del amor
y reverencia hacia el saber que el ejemplo y favor de dos príncipes
tan doctos, la reina Isabel y Vuestra Majestad, siendo como Cástor y
Pólux:, lucida sidera 32, estrellas de luz excelente y benignísima in-
fluencia, han infundido en todos los hombres de posición y autoridad
de nuestra nación.

111.1. Pasam9s ahora, pues, a esa tercera clase de descrédito o


disminución del crédito del saber que le viene a éste de los propios
doctos, y que es la que más fuerte arraigo suele tener. La cual pro-
cede o de su fortuna, o de sus costumbres, o de la naturaleza de sus
estudios. Lo primero no está en su poder y lo segundo es accidental,
luego en propiedad sólo habría que referirse a lo tercero. Pero, ya
30 Cicerón, Academica, II II, 5.
31 En esto no es exacto Bacon; Sócrates fue procesado y condenado bajo la
democracia restaurada que siguió al gobierno de los Treinta Tiranos.
32 Astros lucientes. Horado, Odas, I, III, 2.
32 Francia Bacon

que no estamos tratando con medida verdadera, sino con la estima-


ción e idea vulgar, no estará de más que hablemos un poco de las
dos causas primeras. Así pues, las detracciones que ha de sufrir el
saber por la fortuna o condición de los doctos tienen relación, o bien
con su escasez de medios, o bien con lo retirado de su vida y la mez-;
quindad de sus empleos. .
2. En lo que concierne a la necesidad, y a que los doctos suelen
empezar con poco y no enriquecerse tan aprisa como otros hombres,
porque no orientan sus trabajos principalmente al lucro y la ganancia,
quien mejor podría desarrollar el tópico del elogio de la pobreza
sería uno de esos frailes a quienes tanto atribuyó Maquiavelo en está
cuestión, cuando dijo que tiempo atrás habría llegado a su fin el
reinado del clero, si la estima y reverencia hacia la pobreza de los
frailes no hubiera compensado el escándalo de las superfluidades y
excesos de los obispos y prelados 33 • Del mismo modo podría decirse
que la prosperidad y refinamiento de los príncipes y grandes ha
tiempo habríase trocado en rudeza y barbarie, si la pobreza del saber
no hubiera conservado el sentido de la civilidad y la vida honorable.
Mas, sin necesidad de acudir a esas ventajas, es cosa digna de nota
cuán reverenciada y honrada fue la pobreza de fortuna durante algu-
nas épocas del estado romano, que sin embargo no amaba las para-
dojas. Pues vemos que Tito Livio dice en su prefacio: Caeterurn aut
me amor negotii suscepti fallit, aut nulla unquam respublica nec
ma;or, nec s_anctior, nec bonis exemplis ditior fuit; nec in quam tam
serae avaritia luxuriaque immigraverint,· nec ubi tantus ac tam diu
paupertati ac parsimoniae bonos fuerit 34 • Vemos también, cuando ya
el estado romano había degenerado, cómo aquél que tomó sobre sí
el aconsejar a Julio César tras su victoria acerca de por dónde empe-
zar su restauración del estado, señala como cuestión más importante
el acabar- con el aprecio de la riqueza: Verum haec et omnia mala
pariter cum honore pecyniae desinent; si neque magistratus, neque
alía vulgo cupienda, venalia erunt 35 • Para concluir este punto: "según
se ha dicho .con verdad que rubor est virtutis color 311 , aunque a veces
proceda del vicio, así también es lícito decir que paupertas est virtu-

33Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, III, l.


34Si la tarea que me he propuesto no me engaña, jamás hubo república más
grande, más religiosa ni más rica en buenos ejemplos que la. romana, ni qqe
durante tanto tiempo resistiera a la avaricia y al afán de ostentación, ni que
tanto honrase la pobreza y la austeridad. Décadas, Prólogo.
35 Mas éstos y todos los restantes males cesarán cuando cese el culto al
dinero, cuando ni las magistraturas ni las demás cosas que el vulgo ambiciona
estén en venta. Salustio (?), Ad Caesarem senem de republica oratio, VIII, 3.
36 El rubor es el color de la virtud. Di6genes Laercio, Diógenes (VI, 54).
El avance del saber 3.3

tis fortuna 37, aunque a veces pueda proceder de la mala administra-


ción y del azar. Sin duda Salomón lo ha proclamado, lo mismo en
forma de censura, Qui festinat ad divitias non erit insons 38 , que de
precepto: Compra la verdad y no la vendas, y haz lo mismo con la
s.abiduría y el conocimiento 39, juzgando que habían de gastarse los
medios en el saber, y no ser aplicado el saber a aumentar los medios.
Y en cuanto al retiro y oscuridad {pues por tal puede tenerlo la esti-
mación del vulgo) de la vida de los contemplativos, es tan común el
t~a de encomiar la vida retirada exenta de sensualidad y pereza, en
comparación con la vida mundana y con desventaja para ésta en lo
que se refiere a seguridad, libertad, placer y dignidad, o cuando me-
nos exención de indignidad, que no hay hombre que lo trate que
no lo trate bien, tan consonante es su expresión con las ideas de los
hombres y tan presto concuerdan en aprobarlo. Yo añadiré sólo esto,
que los hombres doctos que viven olvidados en los estados, y ocultos
a las miradas de los demás, son como las efigies de Casio y Bruto en
el funeral de Junia: de los cuales, al no estar representados, como lo
estaban muchos otros, dice Tácito que eo ipso praefulgebant, quod
non visebantur 40•
3. En cuanto a la humildad del empleo, lo que más se esgrime
para despreciarlos es que comúnmente se les encomiende la tutela de
la juventud, y siendo esta edad la de menor autoridad, se deduce de
ello la desestima de aquellos empleos con que la juventud se relacio-
na, y que se relacionan con la juventud. Pero cuán injusto es ese
desprecio (si queremos ver las cosas, no conforme a la opinión vulgar,
sino según el dictado de la razón) se demuestra en que vemos a los
hombres más cuidadosos de lo que ponen en una vasija nueva que
en otra ya endurecida por el uso, y de la tierra que ponen a una plan-
ta joven que a otra ya crecida, de suerte que es en las épocas y tiem-
pos más débiles de todas las cosas cuando se les suelen prestar las
mejores atenciones y auxilios. Y ¿queremos oír a los rabinos hebreos?
Vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sue-
ños 41 : con lo cual quieren decir que la juventud es la edad más esti-
mable, pues las visiones son manifestaciones de Dios más inmediatas
que los sueños. Y nótese que, por más que las condiciones de vida de
los pedantes hayan sido ridiculizadas en los teatros, presentándoles
como monos de imitación de los tiranos, y que la ligereza o negligen-
cia moderna no preste la debida atención a la elección de maestros y
n La pobreza es la fortuna de la virtud.
38 El que corre tras la riqueza no será inocente. Prov. 28, 22.
39 Prov. 2.3, 2.3.
40 Destacaban precisamente porque no se los veía. Anales, III, 76.
41 Jl. 2, 28.
34 Francis Bacon

preceptores, empero la sabiduría antigua de los mejores tiempos siem-


pre se lamentó con razón de que los estados se mostraran demasiado
ocupados en sus leyes y demasiado negligentes en punto a educa-
ción. Esta parte excelente de la disciplina antigua ha sido en cierto
modo resucitada en los últimos tiempos por los colegios de los jesui-
tas; de los cuales, aunque mirando a su superstición puedo decir
quo meliores, eo deteriores 42 , no obstante mirando a esto, y a algunos
otros puntos relativos al saber humano y asuntos morales, puedo de-
cir, como dijo Agesilao a su enemigo Farnabaces, T alis quum ~is,
utinam noster esses 43 • Y hasta aquí por lo que concierne al descré-
dito procedente de las fortunas de los doctos.
4. En lo tocante a sus costumbres, son cosa personal e indivi-
dual, y sin duda hay entre ellos, como en otras profesiones, gente de
todo tipo; lo cual no obsta a que sea verdad eso que se dice, Abeunt
studia in mores, que los estudios tienen influencia y efecto sobre las
costumbres de quienes los cultivan 44 •
5. Ahora bien, tras examen atento e imparcial, yo por mi parte
no encuentro que de las costumbres de los doctos pueda seguirse
deshonor alguno para el saber, esto es, de aquellas que les son in-
herentes en cuanto tales; como no sea una falta (que fue la supuesta
falta de Demóstenes, Cicerón, Catón el Segundo, Séneca y muchos
más) consistente en que, porque los tiempos acerca de los cuales leen
suelen ser mejores que aquellos en los que viven, y los deberes que
se enseñan mejores que los que se practican, a veces porfían dema-
siado por llevar las cosas a su perfección, y por corregir la corrupción
de las costumbres con preceptos honestos o ejemplos de demasiada
elevación. No obstante, sobre esto tienen suficientes advertencias en
su propia esfera. Pues Salón, cuando se le preguntó si había dado a
sus ciudadanos las mejores leyes, respondió prudentemente: Sí, de las
que estaban dispuestos a acatar 45 ; y Platón, viendo que no podía estar
de acuerdo con las costumbres corruptas de su país, se negó a osten-
tar posición o cargo alguno, diciendo que había que tratar a la patria
como a los padres, esto es, con persuasiones humildes y no con alter-
cados 46 ; y la misma advertencia dio el consejero de César: Non ad
vetera instituta revocans quae ¡ampridem corruptis moribus ludibrio

Cuanto mejores, peores.


42
Viendo cómo eres, me gustaría que fueses de los nuestros. Plutarco,
43
Agesilao, XII.
44 Ovidio, Heroídas, XV, 83.
45 Plutarco, Solón XV.
46 Platón, Epíst~Ía VII, 331, y Critón, 51c; Cicerón, Ad faciliares, I,
IX, 18.
El avance del saber 35

sunt .r7; y Cicerón señala directamente este error en Catón el Segun-


do, cuando escribe a su amigo Ático: Cato optime sentit, sed nocet
interdum reipublicae; loquitur enim tanquam im republica Platonis,
non tanquam in faece Romuli 48 ; y el mismo Cicerón excusa y explica
la inclinación de los filósofos a ir demasiado lejos y ser demasiado
exigentes en sus prescripciones, cuando dice: lsti ipsi praeceptores
virtutis et magistri videntur fines officiorum paulo longius quam na-
tura vellet protulisse, ut cum ad ultimum animo contendissemus, ibi
tamen ubi oportet, consis.teremus 49 ; y, sin embargo, él mismo podría
haber dicho: Monitis sum minor ipse meis 50, pues ésa fue su propia
falta, aunque no en grado tan extremo.
6. También en otra falta muy semejante a la anterior han incu-
rrido los hombres doctos, que es el haber estimado más la conserva-
ción, el bien y el honor de su patria o de su señor que su propia for-
tuna o seguridad. Pues así dice Demóstenes a los atenienses: Obser-
vad que los conse;os que os doy no son tales que con ellos yo me
haga grande entre vosotros, y vosotros pequeños entre los griegos;
sino que son de tal naturaleza que a veces no es bu~no para mí dar-
los, pero siempre es bueno para vosotros seguirlos 51 • Y así Séneca,
después de consagrar aquel quinquennium Neronis 52 a la eterna glo-
ria de los gobernantes doctos, persistió en su conducta honesta y leal
de consejos buenos y libres después de que su señor llegara a ser
extremadamente corrupto en su gobierno. Y así ha de ser, porque el
saber infunde en el espíritu de los hombres un sentido verdadero de
la fragilidad de sus personas, la inestabilidad de sus fortunas y la
dignidad de su alma y vocación, de suerte que les resulta imposible
creer que ningún engrandecimiento de su fortuna personal pueda ser
fin verdadero o digno de su ser y estado; y por lo tanto están deseo-
sos de rendir cuentas a Dios, e igualmente a sus señores bajo Dios
(como son los reyes y estados a los que sirven), con estas palabras:
Ecce tibi lucrefeci, y no: Ecce mihi lucrefeci 53 • No así la clase más
corrupta de meros políticos, que no tienen sus pensamientos ancla-

off No retornando a las viejas normas, que por la corrupción de nuestras


costumbres tiempo ha que cayeron en descrédito. Salustio (?), Ad Caesarem,
V, 4.
48 Catón, aunque animado por las mejores intenciones, a veces perjudica al
país, porque habla como si estuviera en la república de Platón y no en la hez
de Rómulo. Ad Atticum, 11, l.
49 Cicerón, Pro Murena, XXXI, 65.
so Ni yo mismo sigo mis consejos. Ovidio, Ars amandi, II, 548.
SI Demóstenes, De Chersoneso, 71.
52 Quinquenio de Nerón: el tiempo durante el cual Séneca inspiró su
política.
53 Mira, esto gané para ti (cf. Mt. 25, 20); mira, esto gané para mí.
36 Francis Bacon

dos por el saber en el amor y consideración del deber, ni miran nun-


ca hacia lo universal, sino que lo refieren todo a sí mismos, y se
sitúan en el centro del mundo, como si todo hubiera de confluir en
ellos y en sus fortunas, no inquietándose nunca, en cualesquiera tem-
pestades, por lo que pueda acaecer a la nave del estado, con tal que
ellos puedan salvarse en la barquilla de su situación personal; mien-
tras que los que sienten el peso del deber, y conocen los límites del
egoísmo, suelen ser fieles a sus puestos y obligaciones, aunque sea
con peligro. Y si permanecen incólumes en medio de alteraciones se-
diciosas y violentas, más se debe a la reverencia que muchas veces las
dos partes enfrentadas prestan a la honestidad, que a ninguna doblez
de su comportamiento. Mas, por lo que se refiere a este vivo sentido
y firme sujeción al deber que el saber infunde en el espíritu, por más
que la fortuna pueda ponerlo a prueba, y muchos en lo profundo de
sus principios corruptos despreciarlo, empero es cosa estimada por
todos, y por ende requiere tanta menos defensa o excusa.
7. Otra falta de que comúnmente adolecen los doctos, y que
puede ser más fácilmente defenaida que sinceramente negada, es que
a veces no saben aplicarse a las personas particulares. Esta incapaci-
dad de aplicación precisa nace de dos causas: la primera, que la am-
plitud de su mente apenas puede reducirse a la observación o examen
exquisito de la naturaleza y costumbres de una sola persona; pues es
opinión de amante, y no de sabio, la de que satis magnum alter alteri
theatrum sumus 54 • A pesar de lo cual, reconozco que quien no es
capaz de contraer la visión de su espíritu lo mismo que lo dispersa y
dilata, carece de una gran facultad. Pero hay una segunda causa, que
no es incapacidad sino negativa a distinguir y juzgar. Pues los límites
honestos y justos de la observación de una persona por otra no se
extienden más allá del comprenderla lo bastante para no ofenderla,
o para poderle dar consejo leal, o para mantenerse en guardia y cau-
tela razonables uno mismo; pero el indagar mucho en otro, con el
objeto de saber manejarle o llevarle o gobernarle, es cosa que pro-
cede de un corazón doble y calculador, no entero y franco; lo cual si
en la amistad es falta de integridad, hacia los príncipes o superiores
es falta de lealtad. Pues la costumbre del Levante, de que los súbdi-
tos se abstengan de fijar la vista sobre los príncipes, es bárbara como
ceremonia exterior, pero acertada en su sentido: pues no deben los
hombres mediante observaciones astutas y torcidas taladrar y pe-

S4 Cada uno de nosotros es suficiente espectáculo para el otro. Séneca,


Epistulae morales, VII, 11. La frase es de Epicuro, y aquí no aparece bien
interpretada, porque theatrum debe tomarse en el sentido de «auditorio» o
«público».
El avance del saber 37

netrar en los corazones de los reyes, que la Escritura ha declarado


inescrutables.
8. Hay todavía otra falta (con la cual concluiré esta parte) que
a menudo se advierte en los doctos, y que consiste en que muchas
veces no guardan compostura y discreción en su conducta y porte,
y cometen errores en cosas insignificantes y ordinarias, de suerte que
los espíritus más vulgares los juzgan en asuntos mayores por aquello
de lo cual los ven carentes en los menores. Pero esta deducción con
frecuencia engaña, y sobre esto remito a las palabras de T emístocles,
arrogante y groseramente aplicadas a sí mismo por su boca, pero
pertinentes' y justas si se aplican a esta cuestión en general; cuando,
al ser invitado a tañer un laúd, dijo que no sabía tañer, pero sí hacer
de una villa pequeña un gran estado 55 • Así sin duda hay muchos que,
saliendo airosos de los pasos del gobierno y la política, fallan en el
detalle sin importancia. Remito también a lo que dijo Platón de su
maestro Sócrates, a quien comparó con los tarros de las boticas, que
por fuera mostraban simios, lechuzas y figuras grotescas, pero dentro
encerraban licores y preparados soberanos y preciosos: reconociendo
que visto exteriormente no carecía de ligerezas y deformidades su-
perficiales, pero interiormente estaba repleto de virtudes y facultades
excelentes 56• Y hasta aquí por lo que respecta a las costumbres de
los doctos.
9. No obstante lo dicho, no es mi propósito dar por buenas
algunas actitudes y conductas bajas e indignas, con las cuales diver-
sos cultivadores del saber se han envilecido y excedido: como en el
caso de aquellos filósofos gorrones que en los últimos tiempos del
estado romano solían estar en casa de los grandes, y que eran poco
más que solemnes parásitos; de los cuales hace Luciano un gracioso
retrato en la figura de aquel filósofo que la dama de alcurnia llevó a
pasear en su coche, empeñándose en hacerle portador de su perrillo,
lo cual haciendo él obsequiosa pero indecorosamente, el paje se burló
y dijo que temía que el fil6sofo de estoico se convirtiera en cínico 51 •
Pero, sobre todo lo demás, ha sido la burda e indisimulada adulación
con que muchos no indoctos han degradado y hecho mal uso de sus
ingenios y sus plumas, convirtiendo, como dice Du Bartas, a Hécuba
en Helena y a Faustina en Lucrecia 58, lo que más ha menoscabado la

ss Plutarco, T emistocles, II.


56 Cf. Plat6n, Banquete, 215b. La forma en que aquí se presenta la com-
paraci6n es la del pr6logo de Rabelais a Gargantúa y Pantagruel.
51 Luciano, De mercede conductis potentium familiaribus, 34.
58 Tous ces doctes esprits dont la voix flattereuse / Change Hécube en
Hélene, et Faustine en Lucrece. Guillaume de Salluste, seigneur du Bartas
(1544-1590), La création Ju monde ou premiere semaine, «Le second jour».
38 Francis Bacon

apreciación y estima del saber. Como tampoco hay que elogiar las
acostumbradas dedicatorias de libros y escritos a protectores: pues los
libros que sean dignos de ese nombre no deben tener más protector
que la verdad y la razón, y la costumbre antigua era dedicarlos única-
mente a amigos íntimos e iguales, o intitularlos con sus nombres; o,
si a reyes y altos personajes, sólo a aquellos para quienes el argumen-
to de la obra fuera apropiado. Estos comportamientos y otros seme-
jantes más merecen reprensión que defensa.
10. No es que yo pueda desaprobar o condenar la sumisión o
adhesión de los doctos a los hombres de fortuna. Pues fue buena la
respuesta dada por Diógenes a uno que por burla le preguntó· que
¿Cómo eran los filósofos los que seguían a los ricos, y no los ricos a
los filósofos? A lo cual replicó él sobriamente, pero con agudeza, que
porque los unos sabían lo que necesitaban, y los otros no~. Y de
carácter semejante fue la respuesta que dio Aristipo, cuando, habien-
do hecho una petición a Dionisio y no siendo atendido, se arrojó a
sus pies, ante lo cual Dionisio le dio audiencia y le concedió lo que
le pedía; y después de esto alguna persona susceptible en lo tocante
a la dignidad de la filosofía, reprendió a Aristipo por haber rebajado
tanto la profesión de filósofo, arrojándose a los pies de un tirano por
un mero pleito privado; pero él repuso que no era culpa suya, sino
de Dionisio, que tenía los oídos en los pies 81 • Ni se reputó debilidad,
sino discreción, la de aquel que no quiso hacer valer sus argumentos
ante Adriano César, disculpándose con que era razonable ceder ante
quien mandaba treinta legiones 61 • Éstas y semejantes sumisiones y
concesiones en materia de necesidad y conveniencia no se pueden cen-
surar, pues, aunque exteriormente puedan mostrar cierta bajeza, si se
las juzga rectamente hay que tomarlas por sometimientos a la ocasión
.
y no a la persona .

IV .1. Paso ahora a aquellos errores y vanidades que se han in-


filtrado en los estudios mismos de los doctos, y que constituyen lo
principal y propio del presente argumento, con el cual no pretendo
justificar los errores, sino, censurándolos y poniéndolos aparte, justi-
ficar lo bueno y razonable, y exonerarlo de las calumnias que de ellos
le viene. Pues vemos que es usual difamar y denigrar aquello que
conserva su carácter y virtud, valiéndose para ello de lo corrupto y
degenerado, como los paganos solían desdorar y mancillar a los cris-

~ No es de Di6genes la respuesta, sino de Aristipo; véase Di6genes Laer-


do, Aristipo (II, 69). _
(() Di6genes Laercio, Aristipo (II, 79).
61 Es Favorino quien habla asi en Espartiano, Vida de Adriano, 15.
El avance del saber 39

tianos de la . Iglesia primitiva con las faltas y corrupciones de los


herejes. Sin embargo, no entra en mi intención en este momento
hacer una censura precisa de los errores y defectos en materia de
saber que están más ocultos y apartados de la opinión vulgar, sino
solamente hablar de aquellos que caen bajo la observación del vulgo
o están próximos a ella.
2. Digamos, pues, que son principalmente tres las vanidades de
los estudios que más han perjudicado al saber. Pues estimamos va-
nas aquellas cosas que son falsas o frívolas, aquellas en las que no
hay verdad o utilidad; y estimamos vanas a aquellas personas que son
crédulas o curiosas sin motivo; y esa curiosidad se refiere a la mate-
ria o a las palabras; de suerte que, lo mismo en la razón que en la
experiencia, tenemos estos tres desórdenes, por así llamarlos, del
saber: primero, el saber fantástico; segundo, el saber contencioso, y
último, el saber delicado: vanas imaginaciones, vanos altercados y
vanas afectaciones; y por estas últimas voy a comenzar. Martín Lu-
tero, sin duda guiado por una Providencia más alta, pero reflexionan-
do acerca de la empresa que había acometido frente al Obispo de
Roma y las tradiciones degeneradas de la Iglesia, y advirtiendo su
propia soledad, sin encontrar auxilio alguno en las opiniones de su
tiempo, se vio obligado a despertar a toda la Antigüedad, y a llamar
en su socorro a los tiempos pretéritos, para formar partido contra el
presente; de suerte que los autores antiguos, así de teología como de
humanidades, que durante largo tiempo habían dormido en las biblio-
tecas, comenzaron a ser universalmente leídos y examinados. Como
consecuencia de esto se siguió una necesidad de estudio más exquisi-
to de las lenguas originales en que habían escrito esos autores, para
mejor entenderlos y con mayor ventaja publicar y aplicar sus pala-
bras. Y de esto nacieron de nuevo un deleite en su estilo y redac-
ción, y una admiración hacia ese modo de escribir, que fueron muy
fomentados y precipitados por la hostilidad y oposición que los expo-
sitores de aquellas opiniones (primitivas pero aparentemente nuevas)
mostraban hacia los escolásticos; quienes por lo general eran de la
parte contraria, y cuyos escritos eran de estilo y forma totalmente
distintos, pues se tomaban la libertad de acuñar y componer términos
nuevos para expresar su sentido propio y evitar el rodeo, sin consi-
deración a la pureza, la elegancia y, por así decirlo, la legitimidad de
la frase o la palabra. Y también, debido a lo mucho que entonces se
trabajó con el pueblo (del cual los fariseos solían decir: Execrabilis
ista turba, quae non novit legem 62 ), para ganarlo y persuadirlo, nece-
sariamente lo que más subió de precio y demanda hubo de ser la

62 Esta gente execrable que no conoce la ley. Jn. 7, 49.


40 Francia Bacon

elocuencia y la variedad en el discurso, como medios de acceso más


apropiados y convincentes para la capacidad del vulgo. De suerte que
la concurrencia de estas cuatro causas: la admiración de los autores
antiguos, el odio a los escolásticos, el estudio exacto de las lenguas y
la eficacia de la predicación, dio origen a un estudio ardiente de la
elocuencia y la facilidad de palabra, que entonces comenzaron a ffore-
cer. Esto en seguida llegó a exceso, pues se empezó a prestar mayor
atención a las palabras que al contenido, y a lo escogido de la expre-
sión, y la composición redonda y clara de la frase, y la dulce cadencia
de las cláusulas, y la variación e ilustración de las obras con tropos
y figuras, que al peso del asunto, el valor del tema, la argumentación
correcta y el juicio profundo. Entonces vino a ser apreciado el estilo
fluido y acuoso de Osorio, el obispo de Portugal. Entonces consagró
Sturm tan dilatados y pacientes estudios a Cicerón el orador y Her-
mógenes el retórico, además de sus propios libros sobre los períodos,
la imitación y temas semejantes. Entonces Car de Cambridge y
Ascham, con sus lecciones y escritos, divinizaron casi a Cicerón y
Demóstenes, y atrajeron a toda la juventud estudiosa a aquella clase
de saber delicada y pulida 63 • Entonces tuvo ocasión Erasmo de hacer
el eco burlón: Decem annos consumpsi in legendo Cicerone 64, y. el
eco respondió en griego: one, asine 65 • Entonces el saber de los esco-
lásticos llegó a ser totalmente despreciado como cosa bárbara. En
suma, toda la inclinación y tendencia de aquellos tiempos fue más
hacia la abundancia que hacia el peso.
3. He aquí, pues, el primer desorden del saber, cuando se es.tu-
dian las palabras y no el asunto: el cual, aunque yo haya presentad.o
un ejemplo de los últimos tiempos, ha existido y existirá secundum
ma;us et minu~ en todas las épocas. ¿Y cómo no habría de resúltar
esto en descrédito del saber, aun para los entendimientos vulgares,
cuando ven que las obras de los doctos son como la inicial de una
patente o libro miniado, que aunque tenga grandes ringorrangos no
es más que una letra? Paréceme que el desvarío de Pigmalión sea
buen emblema o retrato de esta vanidad: pues las palabras no son
sino imágenes de las cosas, y si éstas no están vivificadas por la razón
63 Jerónimo Osorio (1506-1580), obispo de Silves, teólogo y erudito, fue
llamado el Cicerón portugués; Johannes Sturm (1507-1589), reformador ale-
mán, fue un ardiente defensor del estudio de los clásicos; Hermógenes de
Tarso (s. n) fue autor de un famoso tratado de retórica; Nicholas · Carr
(1524-1568), profesor de griego en Oxford, tradujo a Demóstenes al latín:
Roger Ascham (1515-1568), humanista y pedagogo, sirvió como secretario a
Eduardo VI e Isabel I, y fue amigo de Osorio y Sturm.
64 Diez años consagré a la lectura de Cicerón. Coloquio de Juvenis 'Y
Eco.
65 cAsno» en griego y latín.
El avance del saber 41

y la invención, enamorarse de ellas es lo mismo que enamorarse de


un cuadro.
4. Ahora bien, el vestir y adornar la oscuridad incluso de la pro-
pia filosofía con elocución fácil de entender y agradable es cosa que
no hay que condenar precipitadamente. Pues de esto tenemos gran-
des ejemplos en Jenofonte, Cicerón, Séneca, Plutarco y también, has-
ta cierto punto, en Platón; y es de suma utilidad; pues, si para la
inquisición severa de la verdad y el progreso profundo de la filosofía
constituye un cierto estorbo, porque satisface la mente humana dema-
siado pronto y apaga el deseo de ulterior indagación antes de alcan-
zado el término debido, también es verdad que, si uno ha de hacer
uso de tal conocimiento en ocasiones públicas, de conversación, con-
sejo, persuasión, discurso o cosas semejantes, entonces lo hallará ya
preparado y dispuesto en los autores que escriben de ese modo.
Empero, el exceso de esto es tan justamente despreciable, que así
como Hércules, cuando vio en un templo la imagen de Adonis, el
mimado de Venus, dijo con desdén: Nil sacris es«>, así tampoco hay
ninguno de los seguidores de Hércules en el saber, esto es, de los
inquisidores de la verdad más severos y laboriosos, que no desdeñe
esas delicadezas y afectaciones, las cuales en efecto son incapaces de
divinidad. Y hasta aquí sobre la primera enfermedad o desorden del
saber.
5. La segunda, que viene a continuación, es de suyo peor que
la anterior; pues, así como la sustancia del contenido es mejor que
la hermosura de las palabras, así a la inversa el contenido vano es
peor que las palabras vanas; a propósito de lo cual la reprensión de
San Pablo parece no sólo justa para aquellos tiempos, sino profética
para los siguientes, y no sólo apropiada para la teología, sino ex-
tensiva a todo conocimiento: Devita profanas vocum novitates, et
oppos.itiones falsi nominis scientiae 61 • Pues él asigna dos marcas o
señales a la ciencia sospechosa y falsificada: una, la novedad y ex-
trañeza de los términos; otra, la rigurosidad de las posiciones, que
por fuerza induce oposiciones, y con ello disputas y altercados. Sin
duda alguna, así como muchas sustancias que de suyo son sólidas se
pudren y corrompen quedando en gusanos, así el conocimiento bue-
no y correcto tiene la propiedad de pudrirse y disolverse en incon-
tables cuestiones sutiles, ociosas, insanas y, por así decirlo, vermicu-
lares, que tienen, sí, una cierta animación y vivacidad, pero ninguna

~ En ti no hay nada de sagrado. Bacon parece haber tomado esta historia


de los Adagios de Erasmo.
67 Rehuye la palabrería profana, y las oposiciones de la falsa ciencia.
1Tim.6, 20.
42 Francis Bacon

corrección ni bondad. Esta clase de saber degenerado prevaleció so-


bre todo entre los escolásticos, los cuales, provistos de ingenio avis-
pado y capaz, y abundancia de tiempo libre, pero pequeña variedad de
lecturas, pues estaban encerrados sus entendimientos en las celdas de
unos pocos autores (principalmente Aristóteles, su dictador), como
lo estaban sus personas en las celdas de monasterios y colegios; y co-
nociendo poca historia, natural o de los tiempos, con reducida can-
tidad de materia y agitación infinita del ingenio nos tejieron esas la-
borosas telarañas de saber que hallamos en sus libros. Pues el inge-
nio y la mente humanos, si trabajan sobre materia, que es la contem-
plación de las creaturas de Dios, trabajan conforme al material, y eso
mismo los contiene; pero si trabajan sobre sí como la araña trabaja
en su tela, entonces su actividad no tiene fin, y producen, en efecto,
telarañas de saber, admirables por la finura del hilo y de la obra, pero
sin sustancia ni provecho.
6. Esta sutileza o curiosidad inútil es ·de dos clases, según que
esté en el propio tema tratado, cuando es una especulación o contro-
versia infructuosa (de las cuales hay no pocas, tanto en teología como
en filosofía), o en la manera o método de tratar el conocimiento, que
entre ellos era éste: sobre cada posición o aserto particular compo-
ner objeciones, y a esas objeciones, soluciones; soluciones que en su
mayor parte no eran confutaciones, sino distinciones, siendo así que
la robustez de todas las ciencias ·está, como la robustez del haz de
leña del anciano, en la atadura. Pues la armonía de una ciencia, don-
de cada parte sostiene a otra, es y debe ser la verdadera y presta re-
futación y supresión de todas las objeciones de menor entidad, mas,
a la inversa, si se toma cada axioma, como las ramas que componen
el haz, uno por uno, se puede reñir con ellos y doblarlos y romper-
los a placer; de suerte que, lo mismo que se dijo de Séneca: Verbo-
rum minutiis rerum frangit pondera 68 , así se puede decir de los es-
colásticos: Quaestionum minutiis scientiarum frangunt soliditatem (IJ.
Pues ¿no sería mejor poner en una buena estancia una gran luz, o
un candelabro de muchos brazos, que ir recorriendo cada uno de los
rincones con una candelilla? Y tal es su método, que no se apoya
tanto en la evidencia probada mediante argumentaciones, autoridades,
similitudes, ejemplos, como en confutaciones y soluciones particula-
res para cada escrúpulo, cavilación y objeción, engendrando casi siem-
pre una dificultad nueva al paso que se resuelve otra: lo mismo que,
en la anterior comparación, al llevar la luz a un rincón se oscurecen.

68 Destruye la sustancia de las cosas con minucias verbales. Quintiliano,


De institutione oratoria, X, I, 130.
fD Destruyen la solidez de las ciencias con minucias dialécticas
El avance dd saber 43

los demás. Diríase, por tanto, que tenemos la viva imagen de esta
clase de filosofía o conocimiento en la fábula y ficción de Escila, que
por su parte superior se transformó en una hermosa doncella, pero
Candida succinctam latrantibus inguina monstris 70;
también las generalidades de los escolásticos son al principio buenas
y agradables, pero cuando después se desciende a sus distinciones y
conclusiones, se ve que acaban, no en fructífero vientre para utilidad
y beneficio de la vida humana, sino en disputas monstruosas y cues-
tiones ladradoras. Forzoso es, pues, que el conocimiento de esta ca-
lidad sea blanco del desprecio popular, porque el pueblo tiende a
desinteresarse por la verdad cuando ve controversias y altercados, y
a pensar que si los disputantes no se encuentran nunca es porque es-
tán todos extraviados; y al ver tanta contienda sobre sutilezas y ma-
teria de ninguna utilidad ni momento, caen fácilmente en aquel jui-
cio de Dionisia de Siracusa, Verba ista sunt senum otiosorum 71•
7. Sin embargo, es seguro que, si a su gran sed de verdad y ejer-
cicio incansable del ingenio hubieran unido aquellos escolásticos una
suficiente variedad y universalidad de lecturas y contemplación, ha-
brían sido excelentes luminarias, con gran progreso de todo saber
y conocimiento. Mientras que, siendo así, son, en efecto, grandes em-
prendedores, y fieros por tanto estar en lo oscuro; pero así como
en la inquisición de la verdad divina su soberbia los inclinó a aban-
donar el oráculo de las obras de Dios y a disiparse en la mixtura de
sus invenciones propias, así también en la inquisición de la natura-
leza abandonaron el oráculo de las obras de Dios y adoraron las imá-
genes engañosas y deformadas que el espejo desigual de sus propias
mentes, o de unos cuantos autores o principios prestigiosos, les pre-
sentaban. Y hasta aquí acerca de la segunda enfermedad del saber.
8. En cuanto al tercer vicio o enfermedad del saber, que es el
concerniente al engaño o falsedad, es el peor de todos, por cuanto
que destruye la forma esencial del conocimiento, que no es otra cosa
sino una presentación de la verdad: pues la verdad del ser y la
verdad del saber son una misma, y no difieren entre sí más que el
rayo directo y el rayo reflejado. Este vicio, pues, se ramifica en dos
clases: el deleite en engañar y la propensión a ser engañado, la im-
postura y la credulidad; que, aunque aparentemente sean de diversa
naturaleza, pareciendo que lo uno procede de la astucia y lo otro
de la simpleza, empero es cierto que coinciden casi siempre. Pues,
como señala el verso,
'lO Monstruos ladradores ciñen sus blancas caderas. Virgilio, Eglogas, VI, 75.
71 Eso son palabrerías de anciano. Di6genes Laercio, Platón (III, 18).
44 Francls Bacon

Percontatorem fugito, nam garrulus idem est 72:

el curioso es charlatán, y por la misma razón el crédulo es engaña-


dor; según se ve en los rumores, que aquel que fácilmente los cree
con igual facilidad los aumenta y les añade algo de su cosecha; lo
cual señala prudentemente Tácito cuando dice: Fingunt simul cre-
duntque 73, tan grande es la afinidad que hay entre fa ficción y la
creencia.
9. Esa prontitud para creer, y aceptar o admitir cosas de poca
autoridad o garantía, es de dos clases, según el objeto: pues o bien
es una credulidad para las historias (como dicen los hombres de le-
yes, los hechos), o bien para materias de arte y opinión. Por lo que
respecta a la primera, tenemos muestras de ese error y de sus incon-
venientes en la historia eclesiástica, que con demasiada facilidad ha
recibido y registrado noticias y narraciones de milagros realizados por
mártires, eremitas o monjes del desierto y otros santos hombres, y
sus reliquias, santuarios, capillas e imágenes; relatos éstos que, aun-
que durante algún tiempo tuvieron aceptación, por la ignorancia del
pueblo, la simpleza supersticiosa de algunos y la tolerancia política de
otros, que los tenían simplemente por poesía divina; sin embargo,
pasado un cierto período, cuando la niebla empezó a disiparse, vinie-
ron a quedar en cuentos de viejas, imposturas del clero, ilusiones de
los espíritus y distintivos del Anticristo, para gran escándalo y detri-
mento de la religión.
10. Así también en la historia natural vemos que no se ha he-
cho uso del juicio y discriminación debidos, según puede advertirse
en los escritos de Plinio, Cardano, Alberto y varios de los árabes, que
están cargados de mucha materia fabulosa, en gran parte no sólo in-
demostrada, sino notoriamente falsa, con gran menoscabo del crédito
dado a la fil9sofía natural por los ingenios serios y sobrios. En lo
cual es digna de nota la prudencia e integridad de Aristóteles, que,
habiendo hecho una historia tan diligente y exquisita de los seres
vivos, apenas ha mezclado en ella materia vana o ficticia, y en cam-
bio ha puesto en otro libro todas las narraciones prodigiosas que
juzgó merecedoras de ser registradas 74 ; entendiendo muy sabiamente
que la materia de verdad manifiesta, aquella sobre la cual se habían
de erigir observaciones y normas, no debía mezclarse o debilitarse

72 Huye del hombre curioso, porque es también charlatán. Horado, Epís-


tolas, 1, XVIII, 69.
73 Inventan, y al punto creen. Anales, V, 10: cf. Historias, 1, 51.
74 El primero de los libros aludidos es la Historia de los animales; el se-
gundo, según Spedding, sería el De mirabilibus auscultationibus, que no es
obra de Aristóteles.
El avance del saber 45

con materia dudosa, y, por otra parte, que las rarezas y noticias que
parecen increíbles no deben ser excluidas o eliminadas de la memo-
ria de los hombres.
11. Y en cuanto a la facilidad para dar crédito a las artes
y opiniones, es asimismo de dos clases, según que se crea excesiva-
mente en las artes mismas, o en ciertos autores del arte que sea. Las
ciencias que en sí han tenido mejor inteligencia y acuerdo con la
imaginación del hombre que con su razón son tres: la astrología, la
magia natural y la alquimia; ciencias, sin embargo, cuyos fines o
pretensiones son nobles. Pues la astrología pretende descubrir esa
correspondencia o concatenación que hay entre el globo superior y el
inferior; la magia natural pretende llamar y conducir la filosofía na-
tural de la variedad de especulaciones a la magnitud de obras, y la
alquimia pretende separar todas aquellas partes disímiles de los
cuerpos que en las mezclas de la naturaleza están incorporadas. Pero
las vías y procedimientos encaminados a esos fines, tanto en la teo-
ría como en la práctica, están llenos de error y vanidad, que los
propios grandes profesores de estos saberes han intentado velar y
ocultar mediante escritos enigmáticos y remitiéndose a tr&diciones au
riculares y otros subterfugios semejantes, para escapar a la acusa-
ción de impostura. A pesar de ello, a la alquimia se la debe en justi-
cia comparar con el agricultor de que habla la fábula de Esopo, que
al morir dijo a sus hijos que les había dejado oro enterrado bajo su
viñedo; y ellos, levantando todo el terreno, no hallaron oro alguno,
pero por efecto de todo lo que habían removido y cavado la tierra
alrededor de las raíces de las cepas, al año siguiente recogieron una
gran cosecha; así también es indudable que la búsqueda y el afán de
hacer oro han dado a luz gran número de buenos y fructíferos inven-
tos y experimentos, tanto en orden a la revdación de la naturaleza
como a la utilidad para la vida humana.
12. En cuanto al excesivo crédito otorgado a autores de las
ciencias, haciendo de ellos dictadores a los que no se pudiera repli-
car, ~n lugar de consejeros, el daño que de esto han recibido las cien-
cias es incalculable, pues es lo que principalmente las ha tenido pos-
tradas y estancadas, sin crecimiento ni progreso. Porque de esto ha
resultado que, así como en las artes mecánicas el primer inventor es
d que menos avanza, y el tiempo añade y perfecciona, en cambio
en las ciencias el primer autor es el que llega más lejos, y el tiempo
estropea y corrompe. Vemos así que la artillería, la navegación, la im-
prenta y otras cosas semejantes tuvieron principios toscos, y luego
. con el tiempo fueron mejoradas y refinadas, pero, a la inversa, las
filosofías y ciencias de Aristóteles, Platón, Demócrito, Hipócrates,
Euclides, Arquímedes, mostraron vigor sumo al principio, y con d
46 Francis Bacon

tiempo degeneraron y se degradaron; y la razón de esto no es otra


sino que en lo primero muchos ingenios y trabajos han contribuido a
una sola cosa, y en lo segundo muchos ingenios y trabajos se han
gastado en el ingenio de alguno, al cual muchas veces han envileci-
do más que ilustrado. Pues lo mismo que el agua no asciende a
altura mayor que el nivel del primer manantial de donde brota, así
el conocimiento derivado de Aristóteles, y no sometido a libre exa-
men, no volverá a alzarse por encima del conocimiento de Aristóte-
les. Por eso, aunque sea acertada la regla de que Oportet discentem
credere 75, empero hay que acompañarla de esta otra, Oportet edoc-
tJJm judicare 76, pues los discípulos sólo deben a los maestros una fe
temporal y una suspensión del propio juicio hasta estar plenamente
instruidos, no una sumisión absoluta o cautividad perpetua. Así pues,
para concluir este punto, no diré más sino que se dé a los grandes
autores lo que les corresponde, siempre que con ello no se prive al
tiempo, que es el autor de los autores, de lo que a su vez le corres-
ponde, que es el ir desvelando progresivamente la verdad. Con lo
dicho quedan vistas estas tres enfermedades del saber, además de
las cuales hay algunas otras, más humores mórbidos que enfermeda-
des ya formadas, pero no tan secretos e interiores que escapen a la
observación y el vituperio populares, y que por consiguiente no he-
mos de pasar por alto.

V.1. El primero es la preocupación excesiva por dos extremos,


uno la antigüedad y otro la novedad; en lo cual parece como si los
hijos del tiempo hubieran heredado su carácter y malicia. Pues así
como él devora a sus hijos, así buscan ellos devorarse y anularse en-
tre sí, no pudiendo la antigüedad tolerar que haya nuevas adiciones,
ni la novedad contentarse con añadir, si a la vez no suprime lo ante-
rior. La recta dirección en este asunto está sin duda en el consejo del
profeta: Staie super vías antiquas, et videte quaenam sit vía recta et
bona, et ambulate in ea 11 • La antigüedad merece que se le preste
la reverencia de apoyarse en ella y desde allí mirar cuál sea el mejor
camino; mas, una vez descubierto éste, hay que avanzar. Y, a decir
verdad, antiquitas saeculi juventus mundi 18 • Los verdaderos tiempos
antiguos son éstos, en los que el mundo es antiguo, no aquellos que

75 El que está aprendiendo debe creer. Arist6teles, Sobre las refutaciones


sofisticas, II (165b).
76 El que ha aprendido debe juzgar.
77 Paraos en los caminos antiguos, y mirad cuál sea el recto y bueno, y
caminad por él. Jer. 6, 16.
78 La antigüedad de los siglos es la juventud del mundo. Cf. Novum Orga--
num, I, 84.
El avance del saber 47

consideramos antiguos ordine retrogrado, contando desde nosotros


hacia atrás.
2. Otro error, inducido por el primero, es la desconfianza de
que quede ya nada por descubrir, nada que el mundo haya dejado
de advertir y pasado por alto durante tanto tiempo¡ como si hubiera
que hacerle al tiempo la misma crítica que hace Luciano a Júpiter
y a otros de los dioses paganos, a propósito de los cuales se mara-
villa de que antaño engendraran tantos hijos y ninguno en su época,
y se pregunta si serán ya septuagenarios o estarán refrenados por la
ley Papia, dictada contra los matrimonios de los viejos 79 • Así, pare-
ce como si se temiera que el tiempo no fuera ya capaz de tener hijos
y generar, siendo así que a diario vemos la ligereza e inconstancia de
los juicios de los hombres, que, hasta que algo se hace, se preguntan
si podrá hacerse, y tan pronto como está hecho se preguntan de
nuevo cómo no se habrá hecho antes: como vemos en la expedición
de Alejandro a Asia, que al principio fue juzgada por empresa vasta
e imposible, y después plugo a Livio no decir de ella más sino que
nil aliud quam bene ausus vana contemnere 80 • Y otro tanto sucedió
a Colón en la navegación hacia occidente. Pero en asuntos intelec-
tuales es esto mucho más frecuente, según puede verse en la mayo-
ría de las proposiciones de Euclides, que hasta ser demostradas pare-
cen extrañas, pero una vez demostradas la mente las acepta mediante
una suerte de retroacción (como dicen los jurisconsultos), como si las
conociera de antes.
3. Otro error, que también tiene alguna afinidad con el pri-
mero, es la idea de que, de las opiniones o sectas anteriores, tras di-
versidad y examen, ha prevalecido la mejor y eclipsado- a las demás;
de modo que, si uno emprendiera una pesquisa nueva, probablemente
acabaría en algo anteriormente rechazado, y por rechazo caído en el
olvido; como si la multitud, o los más sabios pctr mor de la multi-
tud, no estuvieran dispuestos a poner en circulación antes lo popular
y superficial que lo sustancial y profundo; pues lo cierto es que el
tiempo parece ser semejante a un río o torrente, que hace llegar
hasta nosotros lo liviano e hinchado, y hunde y sumerge lo pesante
y sólido.
4: Otro error, de naturaleza diversa de la de todos los ante-
riores, es la prematura y perentoria reducción del· conocimiento a
artes y métodos, a partir de la cual las ciencias suelen recibir poco o
ningún aumento. Pues así como los jóvenes, una vez perfectamente

79 El autor de esta observación no fue Luciano, sino Séneca, según Lactan-


do, De falsa religione, I, 16.
ao No fue sino atreverse a despreciar cosas vanas. Décadas, IX, XVII, 16.
48 Francis Bacon

hechos y formados, es raro que sigan creciendo, así también d co-


nocimiento, mientras está en aforismos y observaciones, está en
tiempo de crecimiento; mas, una vez encerrado en métodos preci-
sos, podrá quizá ser más pulido e ilustrado, y acomodado al uso y a
la práctica, pero no aumenta más de volumen y sustancia.
5. Otro error, que sigue al último mencionado, reside en que,
tras la distribución en artes y ciencias particulares, se ha abandonado
la universalidad, o philos_ophia prima, con lo cual por fuerza ha de
cesar y detenerse todo avance. Pues no es posible hacer ninguna ob-
servación perfecta desde un llano, ni lo es· tampoco descubrir las
partes más profundas y remotas de cualquier ciencia si solamente se
está al nivel de esa misma ciencia, y no se asciende a otra superior.
6. Otro error ha procedido de una reverencia exclusiva y una
especie de adoración del espíritu y el entendimiento humanos, por
efecto de lo cual los hombres se han retirado demasiado de la con-
templación de la naturaleza y las observaciones de la experiencia, y
han estado dando vueltas y vueltas por su propia razón e ideas. Sobre
estos intelectualistas, a quienes, sin embargo, se suele tener por los
filósofos más sublimes y excelsos, dio Heráclito una justa censura, al
decir que los hombres buscan la verdad en sus pequeños mundos
particulares, y no en el mundo grandt; y común 81 ; porque desdeñan
deletrear, y de ese modo ir leyendo poco a poco en el volumen de
las obras de Dios, y, al contrario, con continua meditación y agitación
del ingenio urgen, y por así decirlo invocan, a sus propios espíritus
a adivinar y darles oráculos, en lo cual se ven merecidamente de-
fraudados.
7. Otro error que guarda alguna relación con este último es que
a menudo los hombres han infectado sus meditaciones, opiniones y
doctrinas con algunas ideas que admiraban mucho, o algunas ciencias
a las que erl!,n muy adictos, y han dado a todas las demás cosas un
tinte que no les correspondía, completamente falso e impropio. Así
han mezclado Platón su filosofía con teología, y Aristóteles con ló-
gica, y la segunda escuela de Platón, Proclo y los restantes, con ma-
temáticas. Pues ésas eran las artes que tenían para ellos una suerte
de derecho de primogenitura. Así han construido los alquimistas una
filosofía a partir de unos cuantos experimentos de su horno, y
nuestro compatriota Gilbert, a partir de las observaciones de un
imán. Así Cicerón, cuando, repasando las diferentes opiniones acerca
de la naturaleza del alma, encontró un músico que sostenía que el
alma no era otra cosa que armonía, dijo con gracia: Hic ab arte sua

81 Sexto Empírico, Adversus logicos, VII, 133. Cf. Novum Ort,anum,


I, 42.
El avance del saber 49

non recessit 82, etcétera. Pero de estas ideas habla Arist6teles seria y
juiciosamente cuando dice: Qui respiciunt ad pauca Je facili pro-
nunciant &3.
8. Otro error es la impaciencia ante la duda, y la prisa por
afirmar sin la debida y madura suspensión del juicio. Pues las dos
vías de la contemplación se asemejan a las dos vías de la acción
de las que frecuentemente hablan los antiguos, la una llana y lisa al
principio, y al final impracticable; la otra áspera y trabajosa a la en-
trada, pero después fácil y expedita. Así sucede con la contempla-
ción: el que empieza con certezas, acabará en dudas; pero el que se
aviene a empezar con dudas acabará en certezas.
9. Otro error reside en el modo de comunicación. y transmi-
sión del conocimiento, que casi siempre es magistral y tajante en
lugar de franco y fiel, de manera que pueda ser antes creído, y no
mejor examinado. Verdad es que en los compendios destinados a la
práctica hay que desaprobar esa forma; pero en el verdadero manejo
del conocimiento no se debería caer ni, de un lado, en la actitud de
Veleyo el epicúreo, nil tam metuens, 9.,Uam ne dubitare aliqua Je re
videretur 84, ni, de otro lado, en la duda irónica de Sócrates sobre
todas las cosas; sino exponer las cosas sinceramente, con mayor o
menor aseveración según que al propio juicio aparezcan más o me-
nos probadas.
10. Otros errores hay en el objetivo que los hombres se fijan
para sí, y hacia el cual orientan sus esfuerzos: pues, siendo así que
los practicantes más constantes y asiduos de cualquier ciencia debe-
rían aspirar a hacer algunas adiciones a su ciencia, lo que hacen es
consagrar sus trabajos a la obtención de ciertos segundos premios,
como ser un intérprete o comentador profundo, ser un adalid o de-
fensor vehemente, ser un compilador o compendiador metódico, y de
ese modo el patrimonio del conocimiento llega a ser a veces mejo-
rado, pero raramente aumentado.
11. Pero el error mayor de todos es el confundir o situar inde-
bidamente el fin último o extremo del conocimiento. Pues han en-
trado los hombres en deseo de saber y conocimiento, algunas veces
por una curiosidad natural y gana de inquirir, otras por entretener
sus espíritus con variedad y deleite, otras buscando ornamento y re-
putación, y algunas para poder contradecir y vencer en materia de
ingenio; y casi siempre por lucro y sustento, y pocas veces por rendir
&2 Este no salió de los límites de su oficio. Tusculanae, I, X, 20.
83 Los que sólo toman en consideración unas pocas cosas, fácilmente se
pronuncian. Sobre la generaci6n y la co"upci6n, I, 2 (316a).
84 Nada temía tanto como dar la impresión de abrigar dudas acerca de
algo. Cicerón, De natura deorum, 1, VIII, 18, Cf. Novum Organum, I, 67.
50 Francis Bacon

sinceramente cuenta debida de su don de raciocinio, para beneficio


y utilidad de los hombres: como si en el conocimiento se buscara
un sillón en el que dar descanso al espíritu inquisidor e inquieto, o
una terraza donde la mente errabunda y variable pueda pasear y
gozar de bonitas vistas, o una torre altiva sobre la cual pueda alzarse
el espíritu orgulloso, o un fuerte o lugar dominante para la lucha y
el combate, o una tienda para ganancia o venta, y no un rico alma-
cén para gloria del Creador y mejora del estado del hombre. Pues lo
que en verdad dignificaría y enaltecería el conocimiento sería que la
contemplación y la acción estuvieran más íntima y estrechamente
ensambladas y unidas de lo que han estado: una conjunción como la
de los dos planetas más altos, Saturno, el planeta del reposo y la
contemplación, y Júpiter, el planeta de la sociedad civil y la acción.
Ahora bien, al hablar de utilidad y acción no me refiero a ese fin
antes mencionado de aplicar el conocimiento al lucro y provecho
profesional, pues no ignoro lo mucho que eso distrae e interrumpe la
búsqueda y progreso del conocimiento; como la pelota de oro arro-
jada ante Atalanta, que mientras ella se desvía y se agacha para re-
cogerla, se estorba la carrera:
Declinat cursus, aurumque volubile to/lit 85 •
Ni me refiero tampoco, según se dijo de Sócrates, a bajar la filo-
sofía del cielo para conversar sobre la tierra 86, esto es, a dejar
de lado la filosofía natural y aplicar el conocimiento solamente a las
costumbres y la política. Mas, lo mismo que el cielo y la tierra cons-
piran y contribuyen para la utilidad y el beneficio del hombre, así el
fin de ambas filosofías debiera ser el separar y desechar las especu-
laciones vanas y todo lo vacuo e inane, y conservar y acrecentar todo
lo sólido y fructífero: de suerte que el conocimiento no venga a ser
como una oortesana, sólo para el placer y la vanidad, ni como una
esclava, para adquirir y ganar en provecho de su amo, sino como
una esposa, para generación, fruto y solaz.
12. Con lo dicho he descrito y abierto, como mediante una di-
sección, esos humores mórbidos (los principales de ellos) que no sólo
han obstaculizado el avance del saber, sino que además han dado
ocasión a su vituperio; en lo cual, si he sido demasiado llano, hay que
recordar que fidelia vulnera amantis, sed dolosa oscula malignan·
tis 87• Esto creo haber ganado, el ser mejor creído en lo que diga de
alabanza, por haber procedido tan libremente en la censura. Y sin ·
Se desvía y recoge la pelota de oro. Ovidio, Metamorfosis, X, 667.
85
Cicer6n, Tusculanae, V, IV, 10.
86
Leales son las heridas del amigo, pero los besos del enemigo son enga-
trt
ñosos. Prov. 27, 6.
El avance del saber 51

embargo, no es mi propósito embarcarme en una loa del saber, ni


hacer un himno a las musas (aunque, en mi opinión, tiempo ha que
sus ritos no son debidamente celebrados); sino que mi intento es,
sin barniz ni exageración, sopesar honradamente la dignidad del co-
nocimiento puesto en la balanza con otras cosas, y calibrar su ver-
dadero valor mediante testimonios y argumentos divinos y humanos.

Vl.1. En primer lugar, pues, busquemos la dignidad del cono-


cimiento en su arquetipo o primer modelo, que son los atributos
y actos de Dios, en la medida en que son revelados al hombre y
pueden ser observados con sobriedad; en donde no podemos buscar-
lo bajo el nombre de saber, pues todo saber es conocimiento adqui-
rido, y en Dios todo conocimiento es original; y por lo tanto
hemos de buscarlo bajo otro nombre, el de sabiduría o sapiencia,
como lo llaman las Escrituras.
2. Es así, pues, que en la obra de la creación vemos una doble
emanación de virtud de Dios, refiriéndose la una más propiamente al
poder, la otra a la sabiduría; expresada la una en hacer la subsisten-
cia de la materia, y la otra en disponer la belleza de la forma. Esto
supuesto, hemos de observar que nada se opone en la historia de la
creación a que la masa y materia confusa del cielo y de la tierra
fuera hecha en un momento, y el orden o disposición de ese caos o
masa fuera obra de seis días, tal siendo la nota diferencial que plugo
a Dios poner entre las obras del poder y las obras de la sabiduría;
con lo cual coincide el que respecto a lo primero no esté escrito que
dijera Dios Háganse el cielo y la tierra, como está escrito para las
obras siguientes, sino de hecho, que Dios hizo el cielo y la tierra;
llevando lo uno el signo de manufactura, lo otro de ley, decreto o
resolución.
3. Pasando a lo que sigue por orden, de Dios a los espíritus,
hallamos, en la medida en que haya de darse crédito a la jerarquía
celeste de ese supuesto Dionisia senador de Atenas, que se otorga el
primer lugar o grado a los ángeles del amor, a quienes se llama que-
rubines; el segundo a los ángeles de la luz, a quienes se llama sera-
fines, y el tercero y subsiguientes lugares a los tronos, principados y
demás, que son todos ángeles de poder y ministerio, de suerte que
los ángeles de conocimientÓ e iluminación se sitúan por delante de
los de oficio y dominación.
4. Descendiendo de los espíritus y formas intelectuales a las
formas sensibles y materiales, leemos que la primera forma que fue
creada fue la luz, que tiene una relación y correspondencia en la
naturaleza y las cosas corpóreas con el conocimiento en los espíritus
y las cosas incorpóreas.
52 Francia Bacon

5. También en la distribución de los días vemos que aquel en


que Dios descansó y contempló sus propias obras fue enaltecido por
encima de todos aquellos otros en que las había efectuado.
6. Acabada la creación, se nos dice que el hombre fue colocado
en el jardín para trabajar en él 88, no pudiendo ser otro el trabajo que
se le asignaba que trabajo de contemplación, esto es, aquel orientado
solamente a ejercicio y experimento, y no a satisfacer una necesidad;
pues, no habiendo entonces rebeldía de la creatura ni sudor de la
frente, por fuerza la ocupación del hombre tuvo que ser materia
de deleite en el experimento, y no materia de esfuerzo para la uti-
lidad. Asimismo, las primeras acciones que el hombre llevó a cabo
en el Paraíso consistieron en las dos partes supremas del conocimien-
to: la visión de las creaturas y la imposición de nombres. En cuanto
al conocimiento que indujo a la caída, fue, como antes hemos men-
cionado, no el natural de la creaturas, sino el moral del bien y del
mal, partiendo del supuesto de que los mandamientos o prohibicio-
nes de Dios no eran los patrones del bien y del mal, sino que éstos
tenían otros principios, que el hombre aspiró a conocer, para de
ese modo desligarse por completo de Dios y depender únicamente
de sí mismo.
7. Pasando adelante, en el primer acontecimiento o suceso pos-
terior a la caída del hombre vemos (dado que las Escrituras contie-
nen infinitos misterios, sin violar en nada la verdad de la historia
o del texto literal) una imagen de los dos estados, el contemplativo y
el activo, representados en las dos personas de Abel y Caín, y en los
dos oficios más simples y primitivos de la vida: el de pastor (quien,
por razón de su ocio, descansa, y, viviendo a la vista del cielo, es
imagen viva de la vida contemplativa) y el de agricultor; y ahí
vemos nuevamente que el favor y la elección de Dios fueron para el
pastor y no para el labrador de la tierra.
8. Así también en la edad anterior al diluvio, los santos testi-
monios contenidos en esos pocos memoriales que en el mismo lugar
están consignados y registrados se han dignado mencionar y honrar
el nombre de los inventores y autores de la música y del trabajo de
los metales. En la edad posterior al diluvio, el primer gran juicio de
Dios sobre la ambición del hombre fue la confusión de lenguas, con
lo cual quedó gravemente impedido el libre comercio e intercambio
de saber y conocimientos.
9. Descendiendo a Moisés el legislador, y primera pluma de
Dios, señalaremos que las Escrituras le adornan con la adición y

88 Gén. 2, 1'.
• Hch. 7, 22.
El avance del saber

elogio de que era versado en toda la sabiduría de los egipcios 89, na-
ción que sabemos que fue una de las escuelas más antiguas del mun-
do; pues así presenta Platón al sacerdote egipcio diciendo a Solón:
Vosotros. los griegos sois siempre niños, no tenéis conocimiento de la
antigüedad ni antigüedad de conocimiento 90• Echad una ojeada a la
ley ceremonial de Moisés: encontraréis allí, además de la prefigura-
ción de Cristo, el distintivo o señal del pueblo de Dios, el ejercicio
e inculcación de la obediencia y otras aplicaciones y frutos divinos
de lo mismo, que algunos de los rabinos han observado, mediante
estudio provechoso y profundo, unos un sentido o contenido natu-
ral, otros moral, de las ceremonias y ritos. Así en la ley acerca de
la lepra, donde dice: Si la blancura ha cubierto toda la carne, el en-
fermo será declarado puro¡ mas si queda alguna carne entera, será
encerrado por impuro 91 , uno de ellos advierte un principio de la
naturaleza, que la putrefacción es más contagiosa antes de la ma-
durez que después, y otro advierte una tesis de la filosofía moral,
que los hombres entregados al vicio no corrompen tanto las costum-
bres como aquellos otros que son mitad buenos y mitad malos. Es
así como en éste y otros muchos lugares de esa ley se encuentra,
además del sentido teológico, mucha filosofía diseminada.
10. También ese excelente libro de Job, si se examina diligen-
temente, se lo hallará preñado y henchido de filosofía natural, como,
por ejemplo, sobre cosmografía y la redondez del mundo: Qui ex-
tendit aquilones super vacuum, et appendit terram super nihilum 92 ,
donde manifiestamente se alude al hecho de estar suspendida la
tierra, al polo del norte y a la finitud o convexidad del cielo. Asi-
mismo sobre astronomía: Spiritus e;us ornavit coelos, et obstetri-
cante mang eius eductus est Coluber tórtuosus 93• Y en otro lugar:
Nunquid coniungere valebis micantes stellas Pleiadas, aut gyrum
Arcturi poteris dis.sipare? 94, donde se señala con gran elegancia la
fijeza de las estrellas, que permanecen siempre a igual distancia. Y en
otro lular: Qui facit Arcturum, et Oriona, et Hyadas, et interiora
Austri , donde de nuevo queda registrada la depresión del polo sur,
llamándolo los secretos del sur, porque las estrellas meridionales no

so Timeo, 22b.
91 Lev. 1.3, 12-14.
9l Que extendió el Septentrión sobre el vado, y suspendió la tierra sobre la
nada. Job 26, 7.
93 Su espíritu adornó los cielos, su mano rectora hizo nacer la Serpiente
tortuosa. Job 26, 1.3.
94 ~Puedes tú atar las lucientes estrellas de las Pléyades, o deshacer el
circuito de Orión? Job .38, .31.
95 Que hizo la Osa y Orión, las Pléyades y las cámaras del Sur. Job 9, 9.
54 Francis Bacon

eran visibles en aquella región. Sobre la generación: Annon sicf't lac


mulsisti me, et sicut caseum coagulasti m~? 96, etc. Sobre minerales:
Habet argentum venarum suarum principia: et auro locus est in quo
conflatur, ferrum de terra tollitur, et tapis solutus calore in aes ver-
titur 91 , y así sucesivamente en ese capítulo.
11. Así también en la persona del rey Salomón vemos el don
de la sabiduría y la ciencia, tanto en la petición de Salomón como
en el consentimiento de Dios a la misma, antepuesto a toda otra
dicha terrenal y temporal 911 • Gracias a esa concesión o merced de
Dios, Salomón fue capaz no sólo de escribir esas excelentes parábolas
o aforismos de filosofía divina y moral, sino también de compilar
una historia de todos los vegetales, desde el cedro que crece en la
montaña hasta el musgo de la pared (que no es sino algo rudimenta-
rio entre putrefacción y hierba), y también de todo lo que respira
o se mueve 99 • Aún más, ese mismo rey Salomón, aunque sobresa-
liente por sus tesoros y edificios magníficos, sus barcos y navegación,
sus servidores y séquito, su fama y renombre, etcétera, empero no
recaba para sí ninguna de esas glorias, sino sólo la gloria de la in-
quisición de la verdad: pues así dice expresamente, La gloria de
Dios es ocultar una cosa, pero la d~l rey es descubrirla 100 ; como
si, a la manera del juego inocente de los niños, la Divina Majestad se
deleitara en ocultar sus obras para que después éstas fueran descu-
biertas; y como si los reyes no pudieran aspirar a más alto honor
que el de ser compañeros de Dios en ese juego, habida cuenta del
gran dominio que tienen sobre ingenios y medios, por efecto del cual
nada debe necesariamente estarles oculto.
12. No se alteró tampoco la prescripción de Dios en los tiem-
pos siguientes a la venida de nuestro Salvador al mundo: pues nues-
tro Salvador mismo mostró primeramente su poder para someter a la
ignorancia, con los sacerdotes y doctores de la Ley, antes de mos-
trarlo para someter a la naturaleza con sus milagros. Y la venida
del Espíritu Santo tuvo su principal figura y expresión en la simili-
tud y don de lenguas, que no son otra cosa que vehicula scientiae.·
13. Así en la elección de aquellos instrumentos que plugo a
Dios utilizar para la implantación de la fe, aunque al principio em-

¿No me batiste como leche y me cuajaste como queso? Job 10, 10.
96
Hay para la plata un venero, y un lugar donde el oro se purifica;
97
de la tierra se extrae el hierro, y el cobre de la piedra fundida. Job 28, 1-2.
98 1 Re. 3, 5-12.
99 Al decir «parábolas o aforismos» se refiere Bacon al libro de los Pro-
verbios, que, junto con el Eclesiastés, cita siempre como obra de Salomón.
De los tratados salomónicos sobre plantas y animales se habla en 1 Re, 4, 33.
100 Prov. 25, 2.
El avance del saber 55

pleó a personas enteramente indoctas salvo por inspiración, para


manifestar con mayor evidencia su acción inmediata y abajar toda
sabiduría o conocimiento humanos; empero, no bien hubo cumplido
aquel propósito suyo, en la siguiente mudanza y sucesión de los
tiempos envió al mundo su verdad divina atendida por otros saberes
como por sirvientas o doncellas, y así vemos que la pluma de San
Pablo, único instruido entre los apóstoles, fue la más empleada en las
escrituras del Nuevo Testamento.
14. Encontramos también que muchos de los antiguos obisp_os
y padres de la Iglesia fueron sumamente versados y peritos en todo
el saber de los paganos, hasta el punto de que el edicto del empe-
rador Juliano, por el cual se prohibía a los cristianos el acceso a las
escuelas, lecciones o ejercitaciones del saber, fue tenido y contado
por estratagema y maquinación más perniciosa contra la fe cristiana
que todas las sanguinarias persecuciones de sus predecesores 101 • Ni
pudieron tampoco el afán de emulación y los celos de Gregario,
primero de ese nombre y obispo de Roma, ser jamás conceptuados
de piedad o devoción, antes bien fueron tachados de arbitrariedad,
malevolencia y pusilanimidad, aun entre los hombres piadosos, en
cuanto que quiso borrar y extinguir la memoria de la Antigüedad
pagana y sus autores. Al contrario, fue la Iglesia cristiana la que,
entre las invasiones de los escitas por el noroeste y de los sarracenos
por el este, conservó en su sagrado seno y regazo las reliquias pre-
ciosas incluso del saber pagano, que de otro modo se habría extin-
guido como si jamás hubiera habido tal cosa.
15. Y a la vista tenemos que, en nuestra época y la de nues-
tros padres, cuando plugo a Dios pedir cuentas a la Iglesia de Roma
por sus costumbres y ceremonias degenerados, y doctrinas dañinas
y compuestas para respaldar esos mismos abusos, en el mismo tiem-
po fue ordenado por la Divina Providencia que a lo dicho acompa-
ñara una renovación y nueva floración de todos los demás conoci-
mientos; y del otro lado vemos a los jesuitas, que, en parte por
sí mismos y en parte por emulación y provocación de su ejemplo,
han avivado y robustecido mucho el estado del saber; vemos, digo,
cuán notable servicio y reparación han hecho a la sede romana.
16. Por lo cual, y para concluir esta parte, conviene observar
que hay dos oficios y servicios principales, además del ornamento y
la ilustración, que la filosofía y el saber humano prestan a la fe y
la religión. El primero está en que son incitaciones eficaces a la

101 Parece ser que lo que se prohibi6 entonces (en el año 362) a los cris-
tianos fue la enseñanza de lo que ahora llamaríamos humanidades. Véase San
Agustín, Confesiónes, VIII, 5.
56 Francis Bacon

exaltación de la gloria de Dios. Pues, siendo así que los Salmos y


otras Escrituras nos invitan a menudo a considerar y alabar las
grandes y maravillosas obras de Dios, si únicamente nos contentára-
mos con la contemplación de lo exterior de ellas tal como primero se
ofrecen a nuestros .sentidos, haríamos a la majestad de Dios una
injuria semejante a la que haríamos a un joyero excelente si juzgá-
ramos o dictamináramos sobre su almacén sólo por lo que tiene
expuesto en su tienda y a la calle. El segundo está en que suministran
un auxilio y preservativo singular contra la incredulidad y el error.
Pues dice nuestro Salvador: Erráis por no conocer las Escrituras ni
el poder de Dios 102, poniendo ante nosotros dos libros o volúmenes
que hemos de estudiar si queremos asegurarnos contra el error; pri-
mero las Escrituras, que revelan la voluntad de Dios, y luego las
creaturas, que manifiestan su poder; de las cuales las segundas son
una llave de las primeras, no sólo porque a través de las nociones
generales de la razón y las normas del discurso abren nuestro enten-
dimiento para que conciba el sentido verdadero de las Escrituras,
sino principalmente porque abren nuestra fe, al llevarnos a meditar
debidamente sobre la omnipotencia de Dios, que principalmente está
impresa y grabada sobre sus obras. Hasta aquí, pues, por lo que
respecta al testimonio y evidencia divinos acerca de la verdadera
dignidad y valor del saber.

VII.1. En cuanto a las pruebas humanas, es éste un campo


tan amplio que en una obra del carácter y brevedad de la presente
vale más hacer una selección de lo que se aduzca que abarcar toda la
diversidad de ellas. En primer lugar, pues, digamos que de los
grados del honor humano entre los paganos era el mayor el obtener
la veneración y adoración debida a un dios. Esto para los cristianos
es como la fruta prohibida. Pero hablamos ahora separadamente del
testimonio humano, según el cual aquello que los griegos llamaban
apotheosis, y los latinos relatio ínter divos 103 , era el honor supremo
que podía el hombre atribuir al hombre, en especial cuando era otor-
gado no por un decreto formal o edicto del estado, como era cos-
tumbre entre los emperadores romanos, sino por un asentimiento y
creencia interiores. Este honor, siendo tan elevado, tenía también un
grado o término medio, pues por encima de los honores humanos se
consideraban los heroicos y los divinos, en la atribución y distribu-
ción de los cuales vemos que la Antigüedad establecía esta diferencia:
que, mientras que los fundadores y unificadores de estados y duda-

102 Mt. 22, 29.


103 Apoteosis; inclusión entre los dioses.
El avance dd saber

des, legisladores, extirpadores de tiranos, padres de la patria y otras


personas eminentes en lo civil no eran honrados sino con el título
de héroe o semidiós, como se hizo con Hércules, T eseo, Minos, Ró-
mulo, etc., en cambio los inventores y autores de nuevas artes, bie-
nes y mejoras para la vida humana eran siempre incluidos entre los
propios dioses, y así lo fueron Ceres, Baco, Mercurio, Apolo y otros,
y con justicia; pues el mérito de los primeros queda circunscrito a
una época o nación, y es como las lluvias fecundas, que aunque sean
buenas y provechosas sólo sirven para esa estación, y para la exten-
sión de tierra donde caen; pero el otro es verdaderamente como los
dones del cielo, que son permanentes y universales. Asimismo, lo
primero está mezclado de lucha y perturbación, mas lo segundo tiene
el carácter genuino de la presencia divina, que llega en aura le ni 104 ,
sin ruido ni agitación.
2. Ni es ciertamente ese otro mérito del saber que consiste en
reprimir las discordias que nacen entre los hombres, muy inferior al
primero, esto es, al alivio de las necesidades que brotan de la natu-
raleza. Este mérito fue vivamente representado por los antiguos en
aquella fingida relación del teatro de Orfeo, donde todas las bestias
y aves se congregaron, y, olvidando sus· diversos apetitos, unas de
presa, otras de placer, otras de lucha, todas juntas escuchaban pláci-
damente los aires y acordes del arpa; no bien cesaba el ruido de la
cual, o era ahogado por algún ruido más fuerte, cuando cada bestia
retornaba a su naturaleza propia; con lo cual se describe acertada-
mente la naturaleza y condición de los hombres, que están llenos de
deseos salvajes e indomados de lucro, de lujuria, de venganza, y que,
en tanto prestan oídos a los preceptos, a las leyes, a la religión, dul-
cemente conmovidos por la elocuencia y persuasión de libros, sermo-
nes, exhortaciones, entonces se mantienen la sociedad y la paz; pero
si esos instrumentos enmudecen, o la sedición y el tumulto no dejan
oírlos, todo se disuelve en anarquía y confusión.
3. Esto se manifiesta más claramente cuando los reyes mismos,
o las personas de autoridad que hay por debajo de ellos, u otros
gobernantes de comunidades y pueblos, son eruditos. Pues, aunque
pudiera parecer que fue parcial para con su profesión aquel que dijo
que el pueblo y los estados serían felices cuando, o bien los reyes
fueran fil6sofos, o los fil6sofos reyes 105 , la experiencia demuestra que
bajo príncipes y gobernantes doctos han sido siempre los mejores
tiempos. Pues, aunque los reyes sean imperfectos en sus pasiones y
costumbres, si están iluminados por el saber tendrán esas ideas de

104 Brisa suave. 1 Re. 19, 12.


105 Plat6n en la República, V, 473c-d.
58 Francia Bacon

religión, política y moral que los preserven y refrenen de cualesquie-


ra errores y excesos ruinosos y fatales, susurrándoles siempre al oído,
cuando los consejeros y servidores enmudecen y guardan silencio.
Del mismo modo, los senadores o consejeros doctos proceden sobre
principios más seguros y sólidos que esos otros que sólo son hombres
de experiencia: aquéllos advierten los peligros desde lejos, pero éstos
no los descubren hasta tenerlos cerca, y fían entonces a la agilidad de
su ingenio el esquivarlos o evitarlos. ·
4. Esa felicidad de los tiempos bajo príncipes doctos {de la
cual, por atenernos a la ley de la brevedad, utilizaremos los ejemplos
más sobresalientes y selectos) tiene su mejor manifestación en la
época transcurrida desde la muerte del emperador Domiciano hasta
el reinado de Comodo, que comprende una sucesión de seis prínci-
pes, todos ellos doctos o singulares favorecedores y promotores del
saber: época ésta que, en los aspectos temporales, fue la más dicho-
sa y floreciente que disfrutó el Imperio Romano (que era entonces
modelo del mundo entero), según fue revelado y prefigurado a Do·
miciano en un sueño que tuvo la noche antes de ser asesinado. Pues
parecióle que por detrás y sobre sus hombros le habían crecido un
cuello y una cabeza de oro 106, lo cual justamente vino a cumplirse en
aquellos tiempos áureos que siguieron, y de cuyos príncipes vamos
a hacer algún recordatorio; pues, aunque sea materia sabida, y pueda
ser juzgada más propia de un discurso retórico que adecuada para un
tratado escueto como es éste, empero no quiero omitirla, porque es
pertinente para el tema que ahora nos ocupa, neque semper arcum
tendit Apollo 107, y porque el sólo nombrarlos sería demasiado seco y
precipitado.
El primero fue Nerva, del excelente temple de cuyo gobierno nos
da Cornelio Tácito un retrato vivo condensado en una sola observa-
ción: Po~tqyam divus Nerva res olim insociabiles 'miscuisset, impe-
ríum et libertatem 108 • Y en señal de su saber, el último acto de su
breve reinado del que se conserva memoria es una instrucción a su
hijo adoptivo Trajano, motivada por algún descontento interior ante
la ingratitud de los tiempos, y encerrada en un verso de Homero:

Telis, Phoebe, tuis lacrymas. ulciscere nostras lf1).

106 Cf. Suetonio, Domiciano, XXIII, 2 que da la idea aquí expresada,


pero sin hablar de cuello y cabeza, sino sólo de gibbam, «gibai..
101 Y no siempre tiene Apolo el arco tenso. Horacio, Odas, II, X, 19-20.
108 Nerva unió dos cosas antaño incompatibles, la autoridad y la libertad.
Agrícola, III.
100 Con tus flechas, Febo, venga nuestras lágrimas. Ilíada, l, 42.
El avance del saber 59

5. Trajano, que le siguió, no fue docto en su persona; mas, si


hemos de atender a las palabras de nuestro Salvador, que dice: Quien
recibe a un profeta en calidad de profeta, recompensa de profeta
tendrá 110 , entonces merece ser puesto entre los príncipes más doctos,
pues no hubo mayor admirador ni benefactor del saber: fundador de
famosas bibliotecas, constante promotor de hombres instruidos a
cargos públicos y conversador asiduo con profesores y preceptores
doctos, de quienes se sabía que eran entonces quienes disfrutaban de
mayor autoridad en la corte. Por otra parte, cuánto fueron admira-
dos y celebrados la virtud y el gobierno de Trajano, es cosa que segu-
ramente ningún testimonio de la historia seria y fidedigna presenta
con mayor viveza que esa leyenda de Gregario Magno, Obispo de
Roma, que se hizo notar por la extremada envidia que sentía hacia
toda excelencia pagana; y sin embargo se dice de él que, por amor
y estima de las virtudes morales de Trajano, dirigió a Dios plegarias
apasionadas y fervientes para que sacara su alma del infierno; y que
lo obtuvo, con la advertencia de que no hiciera más peticiones de esa
clase 111 • También en tiempos de este príncipe se interrumpieron las
persecuciones contra los cristianos, según certifica Plinio el Segundo,
hombre de gran saber y favorecido por Trajano 112 •
6. Adriano, su sucesor, fue el hombre más curioso de la histo-
ria, y el más universal inquisidor; tanto, que se señaló como error de
su espíritu el querer saberlo todo, y no reservarse para las cosas más
dignas, cayendo en el mismo capricho que mucho antes mostrara Fili-
po de Macedonia, el cual, cuando quiso superar y quedar por encima
de un músico excelente en una discusión sobre música, fue bien con-
testado por éste: No permita Dios, señor, que tengáis tan mala for-
tuna que conozcáis estas cosas meior que yo 113 • Plugo también a
Dios servirse de la curiosidad de este emperador en orden a la paz
de su Iglesia en aquellos días. Pues venerando él a Cristo, no en
cuanto dios o salvador, sino en cuanto prodigio o novedad, y tenien-

uo Mt. 10, 41.


111 Esta leyenda, repetida a lo largo de la Edad Media a partir de la historia
de San Gregorio compilada por Juan el Diácono en el siglo XI, aparece recogida
por Dante en la Divina Comedia, Purgatorio, X, 73 y ss.
112 No hubo persecución general de los cristianos bajo Trajano, sino la
primera formulación de su situación jurídica, concretamente en la respuesta
dada en 112 por el emperador a una consulta de Plinio el Joven, a la sazón
legado imperial en Asia: «No se ha de perseguir a los cristianos, pero sí
castigar a los denunciados y convencidos•; es decir, a los que se negaban a
apostatar. Cf. Plinio el Joven, Epístolas, X, 97.
113 Plutarco, Regum et imperatorum apophthegmata (179, 29).
60 Francis Bacon

do su retrato en su galería emparejado con el de Apolonio 114 (con el


cual en su vana imaginación pensaba que tuviera alguna afinidad),
ello sirvió para mitigar el odio acérrimo que el nombre de cristiano
suscitaba entonces, de suerte que la Iglesia tuvo paz en su tiempo.
Y por lo que respecta a su gobierno en lo civil, si no igualó al de
Trajano en gloria de armas o perfección de la justicia, empero lo
superó en cuanto a desvelo por el bienestar de sus súbditos. Pues
Trajano erigió muchos monumentos y edificios famosos, tantos que
Constantino el Grande, celoso, solía llamarle parietaria, flor de pared,
por estar su nombre en tantos muros; pero sus construcciones y obras
eran más de gloria y triunfo que de utilidad y necesidad. Pero
Adriano pasó todo su reinado, que fue apacible, haciendo un reco-
rrido o visita de inspección del Imperio Romano, dando órdenes y
asignando recursos dondequiera que iba para reedificar ciudades, vi-
llas y fortalezas deterioradas, contener ríos y torrentes, hacer puentes
y pasajes, dotar de nuevas ordenanzas y constituciones a las ciudades
y comunidades, otorgar exenciones y crear corporaciones; de modo
que toda su época fue una auténtica restauración de todos los lapsos
y deterioros de épocas anteriores.
7. Antonino Pío, que le sucedió, fue un príncipe sumamente
instruido, dotado del ingenio paciente y sutil de un escolástico, hasta
el punto de que entre el vulgo (que no perdona ninguna virtud) se
le llamaba cymini sector, cortador o partidor de cominos, que son de
las semillas más pequeñas; tanta paciencia y resolución tenía para
adentrarse en las diferencias más nimias y precisas de las cosas. Era
ello sin duda fruto de la extraordinaria tranquilidad y serenidad de
su espíritu, pues, no viéndose en modo alguno abrumado o estorbado
por temores, remordimientos ni dudas, antes bien destacándose como
uno de los hombres de más pura bondad, sin fingimiento ni afecta-
ción, que hayan reinado o vivido, tenía su espíritu siempre atento y
entero. Aproximóse también un grado más al cristianismo, y llegó a
ser, como dijo Agripa a San Pablo, medio cristiano us, teniendo en
buena opinión la religión y ley de los cristianos, y no sólo haciendo
cesar su persecución, sino favoreciendo su mejora.
8. Le sucedieron los primeros divi fratres, los dos hermanos
adoptivos Lucio Comodo Vero, hijo de Elio Vero, que fue muy aficio-
nado al saber más suave, y solía llamar al poeta Marcial su Virgilio;
y Marco Aurelio Antonino, que oscureció a su colega y le sobrevivió

114 Según Spedding no fue Adriano, sino Alejandro Severo. El Apolonio


citado es Apolonio de Tiana, neopitagórico del siglo I que después de muerto
fue venerado como un dios.
us Hch. 26, 28.
El avance del saber 61

largo tiempo, y que fue llamado el Filósofo. Y éste, así como superó
a todos los demás en saber, así también los superó en perfección de
todas las virtudes regias; hasta tal punto que el emperador Juliano,
en su libro titulado Caesares, que era como un libelo o sátira para
burlarse de todos sus predecesores, imaginó que estaban todos invi-
tados a un banquete de los dioses, y el bufón Sileno, sentado en el
extremo bajo de la mesa, iba haciendo una burla de cada uno según
entraban; mas, al entrar Marco el Filósofo, Sileno quedó confundido
y turbado, no sabiendo en qué zaherirle, hasta que al fin hizo alusión
a su paciencia para con su mujer. Y la virtud de este príncipe, junta
con la de su predecesor, hizo el nombre de Antonino tan sagrado en
el mundo, que, pese a ser sumamente deshonrado en Comodo, Cara-
calla y Heliogábalo, que lo llevaron todos, empero cuando Alejandro
Severo lo rehusó por no pertenecer a la familia, el Senado dijo unáni-
memente: Quomoáo Augustus, sic et Antoninus 116; tan célebre y
venerado era el nombre de estos dos príncipes en aquellos tiempos,
que quisieron tenerlo como adición perpetua al tratamiento de todos
los emperadores. También en la época de este emperador estuvo la
Iglesia casi siempre en paz¡ de suerte que en esta secuencia de seis
príncipes vemos los benéficos efectos del saber en el oficio de sobe-
rano, pintados sobre la mayor tabla del mundo.
9. Mas, si se quiere una tablilla o pintura de menor volumen
(no osando hablar de Vuestra Majestad, que vive), a mi juicio la más
excelente es la de la reina Isabel, vuestra inmediata predecesora en
esta parte de Bretaña: soberano tal, que, si Plutarco viviera ahora
para escribir vidas paralelas, creo que le sería difícil hallar para ella
paralelo entre las mujeres. Esta dama estaba adornada de erudición
singular en su sexo, y aun rara entre los príncipes varones, ya hable-
mos de saber de lenguas o de ciencias, moderno o antiguo, teología
o humanidades. Y hasta el postrer año de su vida tuvo costumbre de
reservar horas fijas para la lectura, como apenas habrá estudiante
joven de una universidad que lo haya cumplido más cotidiana o pun-
tualmente. En cuanto a su gobierno, seguro estoy de no exagerar si
afirmo que esta parte de la isla jamás tuvo cuarenta y cinco años
mejores, y ello no porque los tiempos fueran tranquilos, sino por la
prudencia de su regimiento. Pues si se consideran, de un lado, el
establecimiento de la verdad en la religión, la constante paz y segu-
ridad, la recta administración de la justicia, el uso templado de la
prerrogativa, ni muy laxo ni muy forzado, el estado floreciente del
saber, a tono con tan excelente protectora, el buen estado de las ri-

116 Como Augusto, así Antonino; es decir, que el nombre de Antonino sea
como el de Augusto.
62 Francis Bacon

quezas y recursos, así de la corona como de sus súbditos; y de otro


lado se consideran las diferencias en materia de religión, los distur-
bios de los países vecinos, la ambición de España y la oposición de
Roma; y, por añadidura, que la reina estaba sola y abandonada a sus
propios medios; consideradas, digo, estas cosas, así como no podría
yo haber escogido ejemplo más reciente o apropiado, así también creo
que no habría podido escogerlo más notable o eminente para el pro-
pósito que ahora nos ocupa, que es lo concerniente a la conjunción
de saber en el príncipe y bienestar en el pueblo.
10. No se crea tampoco que el saber sólo tiene influencia y ope-
ración sobre el mérito civil y la virtud moral, y las artes o templa-
dura de la paz y el gobierno pacífico, pues no son menores su poder
y eficacia en orden a la virtud y potencia marcial y militar, según se
manifiesta notablemente en los ejemplos de Alejandro Magno y Cé-
sar el dictador, que antes mencionamos, pero que ahora estamos en
lugar adecuado para resumir: cuyas virtudes y hechos de guerra no
es preciso señalar o enumerar, pues que han sido el asombro de la
historia en su clase; mas de su inclinación al saber, y perfección al-
canzada en el mismo, es pertinente decir algo.
11. Alejandro fue criado y educado por el gran filósofo Aristó-
teles, que le dedicó varios de sus libros de filosofía. Tuvo en su com-
pañía a Calístenes y otras personas doctas, que habitaban en su cam-
pamento y le seguían en todos sus viajes y conquistas. Cuánto valor
y estimación concedía al saber es cosa que notablemente se manifiesta
en estos tres detalles: primero, en la envidia que, según solía decir,
sentía de Aquiles, por haber tenido tan buen clarín de sus alabanzas
como los versos de Homero; segundo, en la sentencia o solución que
dio acerca de aquella arqueta preciosa de Daría, que fue encontrada
entre sus joyas, y que, al s~rgir la duda de qué cosa sería digna de
ser puestá en ella, él opinó que las obras de Homero; tercero, en su
carta a Aristóteles, después de que éste diera a la luz sus libros sobre
la naturaleza, carta donde le reprende por hacer públicos los secre-
tos o misterios de la filosofía, y le da a entender que él mismo tiene
en mayor precio aventajar a otros en saber y conocimiento que en
poder y mando 117 • Y el uso que hacía del saber es cosa que aparece,
o mejor resplandece, en todos sus discursos y respuestas, que están
llenos de ciencia y aplicación de la ciencia, y ello con suma variedad.
12. De nuevo aquí puede parecer escolástico y un tanto ocioso
el repetir cosas que todo el mundo sabe; mas, ya que el tema que
estoy tratando me conduce a ello, me alegro de que se vea que tan

117 Estas anécdotas y casi todas las siguientes proceden de Plutarco, Ale-
iandro.
El avance del saber 63

dispuesto estoy a adular (si alguno lo llamara así) a un Alejandro o


a un César o a un Antonino, que hace muchos cientos de años que
están muertos, como a cualquiera que ahora viva: pues es la exposi-
ción de la gloria del saber lo que me propongo, no el capricho de
cantar las alabanzas de nadie. Obsérvese, pues, lo que declaró a pro-
pósito de Diógenes, y véase si ello no responde a uno de los más
graves problemas de la filosofía moral, el de si la mayor felicidad
reside en disfrutar de las cosas exteriores o desdeñarlas; pues cuando
vio a Diógenes tan completamente satisfecho con tan poco, dijo a
los que se burlaban de él: Si yo no fuera Ale¡andro, me gustaría ser
Diógenes. Séneca lo invierte, y dice: Plus erat qyod hic nollet accipe-
re, quam quod ille posset dare: eran más las cosas que Diógenes
habría rechazado, que las que Alejandro podría haber dado o disfru-
tado 113•
1.3. Obsérvese también aquello que solía decir, que en dos
cosas sobre todo .¡entía su mortalidad, en el sueño y la concupiscen-
cia; y véase si no es una sentencia extraída de lo más profundo de la
filosofía natural, y que más se esperaría encontrar en boca de un
Aristóteles o un Demócrito que en la de un Alejandro.
14. Véase también la humanidad y poesía de aquella otra frase
suya, cuando, estando herido y sangrante, llamó a sí a uno de sus
aduladores que solía atribuirle honores divinos, y dijo: Mira, ésta es
sangre verdadera; no es un licor como é~e que Homero dice que
fluyó de la mano de Venus al ser traspasada por Diom·edes 119 •
15. · Véase asimismo su viveza para refutar la lógica, en lo que
dijo a Casandro acerca de una queja presentada contra su padre
Antípatro; pues diciéndole Alejandro: ¿Crees tú que es.os hombres
habrían venido desde tan leios para que;arse si no tuvieran ;usto
motivo de quebranto?, y respondiendo Casandro: Sí, pues ;ustamente
por eso pensarían no ser desmentidos; Alejandro entonces, echán-
dose a reír, dijo: He ahí las sutilezas de Aristóteles, tomar la cues-
tión desde los dos lados, el pro y el contra, etcétera.
16. Pero nótese igualmente qué buen uso sabía hacer para su
provecho de ese mismo arte que censuraba, cuando, teniendo secreto
enojo contra Calístenes porque éste se oponía a la nueva ceremonia
de su adoración, y estando cierta noche en un festín en el que tam-
bién estaba presente Calístenes, alguien propuso después de la cena
que Calístenes, que era hombre elocuente, para entretenerlos hablara
sobre algún tema o propósito de su elección; cosa que él hizo, esco-
giendo para su discurso las excelencias de la nación macedonia, y

118 Séneca, De beneficiis V, 4.


119 lliada, V, 340; cf. ~a, Epistulae morales, LIX, 12.
64 Francia Bacon

elogiándolas tan bien que sus oyentes quedaron entusiasmados. Ante


eso Alejandro, nada satisfecho, dijo que era fácil ser elocuente sobre
tan buen tema, y añadió: Pero vuelve el estilo, y oigamos qué sabes
decir contra nosotros¡ lo cual acometió inmediatamente Calístenes,
y lo hizo con tanta malicia y vivacidad que Alejandro le interrumpió,
diciendo que la bondad de la causa le había hecho elocuente antes,
y ahora la ojeriza volvía a hacerle tal.
17. Considérese también, por lo que se refiere a las figuras retó-
ricas, aquel excelente empleo de la metáfora o imagen con que criti-
có a Antípatro, que era un gobernante autoritario y tiránico; pues,
cuando uno de los amigos de Antípatro le alababa ante Alejandro
por su moderación, y porque no había caído como sus otros lugar-
tenientes en el lujo persa de vestir de púrpura, sino que conservaba
el antiguo traje negro de Macedonia, Alejandro le dijo: Es cierto,
pero Antípatro es todo púrpura por dentro 120 • O en aquella otra
ocasión, cuando Parmenión se le acercó en la llanura de Arbelas, y
mostrándole la inconmensurable multitud de sus enemigos, especial-
mente tal como se aparecía bajo el infinito número de luces, que se-
mejaban un nuevo firmamento de estrellas, le aconsejó atacarlos de
noche; a lo cual respondió que él no hurtaba la victoria.
18. En cuanto a política, medítese aquella significativa distin-
ción, tan utilizada después por todas las épocas, que hizo entre sus
dos amigos Hefestión y Cratero, cuando dijo que uno amaba a Ale-
jandro y el otro amaba al rey: donde se describe la principal diferen-
. da que hay entre los mejores servidores de los príncipes, que unos
por afecto aman su persona y otros por lealtad aman su corona.
19. Atiéndase también a aquella excelente censura de un error
muy común entre los consejeros de los príncipes, que es el aconsejar
a sus señores conforme a su mentalidad y fortuna propias, y no con-
forme a las de aquéllos; cuando, habiendo dicho Parmenión a la vista
de los grandes ofrecimientos de Daría: Yo sin duda aceptaría esos
ofrecimientos si fuera Aleiandro. díjole Alejandro: Y o también; si
fuera Parmenión.
20. Finalmente, medítese aquella rápida y aguda réplica que dio
cuando, habiendo repartido tan grandes regalos entre sus amigos y
servidores, y preguntándosele qué reservaba para sí, respondió: La
esperanza; medítese, digo, si no había echado bien sus cuentas, pues
la esperanza debe ser la parte de cuantos se proponen grandes em-
presas. Pues ésa fue la parte de César cuando por primera vei pasó
a la Galia, estando completamente arruinado por sus mercedes. Y
ésa fue igualmente la parte de aquel noble príncipe, aunque domina-

00 Plutarco, Regum et imperatorum apophthegmata (180, 17).


El avance del saber 65

do por la ambición, d duque Enrique de Guisa, de quien se solía


decir que era el mayor usurero de Francia, porque había convertido
toda su hacienda en obligaciones.
21. Concluyendo, pues: del mismo modo que ciertos críticos
acostumbran decir hiperbólicamente que si todas las ciencias se per-
dieran, se las podría encontrar en Virgilio, así indudablemente se
puede decir con verdad que en las pocas declaraciones que tenemos
de este príncipe están las marcas y huellas del saber; la admiración
dd cual, cuando le considero no como Alejandro Magno, sino como
d discípulo de Aristótdes, me ha llevado demasiado lejos.
22. En cuanto a Julio César, la excelencia de su saber no es
menester argüida de su educación, ni de su compañía, ni de sus
declaraciones, porque él mismo se demuestra en más alto grado en
sus escritos y obras, de los cuales algunos se han conservado y per-
manecen, y otros desgraciadamente han perecido. En primer lugar,
vemos que nos ha quedado esa historia excelente de sus propias gue-
rras, a la cual él puso solamente el título de comentario, y en la cual
todas. las épocas siguientes han admirado la solidez y peso del con-
tenido, y los pasajes realistas y vivas descripciones de acciones y per-
sonas, expresadas con la mayor propiedad de términos y claridad de
exposición que desearse pueda; y de que ello no fue efecto de un
don natural, sino del estudio y la aplicación, da fe esa obra suya titu-
lada De analogía, que es una filosofía de la gramática, en la que se
propuso hacer de la vox ad placitum una vox a{l licitum 121 , y conver-
tir el habla usual en habla congruente, tomando, por así decirlo, el
retrato de las palabras de la vida de la razón 122•
23. También nos ha llegado de él, a modo de monumento a su
poder y a su saber, el cómputo entonces reformado del año, donde
bien se manifiesta que tenía por tan glorioso para su persona el ob-
servar y conocer la ley de los cielos como el dar ley a los hombres
en la tierra.
24. Así también en su libro .l}..nticat6n se aprecia claramente
que aspiraba tanto a la victoria del ingenio como a la victoria militar,
pues en él traba combate con el máximo campeón de la pluma que
había entonces, Cicerón el orador 123 •
25. Asimismo, en el libro de Apotegmas por él recogidos vemos
que tuvo por más honroso el hacer de sí mismo un par de tablillas
donde poner las sentencias sabias y enjundiosas de otros, que el hacer

121Habla conforme a lo convenido, habla conforme a lo debido.


122Esta obra de Julio César se ha perdido. Lo que aquí dice Bacon es
una reconstrucci6n puramente caprichosa; en el .AMgmentis da otra descripción.
m Plutarco, Julio César, LIV. ·
66 Francia Bacon

de cada uno de sus propios dichos un apotegma u oráculo, como


pretenden los príncipes vanidosos, acostumbrados a la adulación 124•
A pesar de lo cual, si refiriésemos varias de sus declaraciones, como
hemos hecho con las de Alejandro, se vería que en verdad son como
aquellas a que alude Salomón, cuando dice: Verba sapientum t4n-
quam aculei, et tanquam clavi in altum defixi 125 ; de ellas referiré
solamente tres, no tan delectables por su elegancia como admirables
por su vigor y eficacia.
26. Cuanto a la primera, hay razón para considerar maestro en
las palabras a quien con una sola fue capaz de domeñar un motín de
su ejército; y ello aconteció como sigue. Los romanos, cuando los
generales hablaban al ejército, empleaban la palabra milites ll6; pero
cuando los magistrados hablaban al pueblo empleaban la palabra qui-
rites lZT. Los soldados andaban revueltos, y sediciosamente solicitaban
ser licenciados, no porque lo desearan, sino con idea de que para
disuadirlos César se viera obligado a otorgarles otras concesiones. Él
entonces, resuelto a no ceder, tras un breve silencio comenzó su dis-
curso diciendo: Ego, quirites, con ello dándoles ya por licenciados;
ante lo cual quedaron ellos tan sorprendidos, contrariados y confusos,
que no le permitieron seguir adelante, antes bien renunciaron a sus ·
demandas y lo único que pidieron fue volver a ser llamados por el
nombre de milites 128 •
27. El segundo dicho fue así: César codiciaba extremadamente
el título de rey, y unos cuantos le esperaron a su paso para procla·
marle tal por aclamación popular. Y él, viendo el clamor débil y
pobre, lo echó así a broma, como si hubieran equivocado su nombre:
Non rex sum, sed Caesar 129 ; frase que, si se la examina, se verá que
apenas se puede expresar todo el sentido y sustancia que contiene.
Pues, en primer lugar, era un rechazo del título, pero no dicho en
serio; y ·denotaba también una confianza y grandeza de ánimo infini·
tas, como si presumiera que el de César era el mayor título; pero
sobre todo fueron palabras muy conducentes a su propio propósito,
como si el estado quisiera disputarle sólo un nombre que llevaban
familias de poco fuste: porque Rex era apellido entre los romanos,
como lo es King entre nosotros.

124 Cicerón, Ad familiares, IX, XVI, 4.


125Las palabras de los sabios son como aguijadas, y como clavos bien
clavados. Ecl. 12, 11.
126 Soldados.
lZ1 Ciudadanos.
128 Suetonio, Julio César, LXX; Apiano, De bellis civilib!'!i.JI, XIII, 93.
129 No me llamo rey, sino César. Suetonio, Julio César, LA.A.IX; Apiano,
De bellis civilibus, II, XVI, 108.
El avance del saber 67

28. El último dicho que mencionaré fue dirigido a Metelo,


cuando César, declarada la guerra, tomó posesión de la ciudad de
Roma; y entrando por entonces en el tesoro para llevarse los cauda-
les allí acumulados, Metelo, que era tribuno, se lo prohibió; ante lo
cual César dijo que si no desistía de su actitud, allí mismo le dejaría
muerto; y luego, refrenándose, añadi6: Joven, más me cuesta decirlo
que hacerlo,· Adolescens, durius est mihi hoc dicere quam /acere 1.10.
Frase compuesta del mayor terror y la mayor clemencia que proceder
puedan de boca humana.
29. Mas, volviendo atrás y para concluir con César, digamos que
es evidente que él mismo conoda la superioridad de su saber, y se
preciaba de ella, según se ve en cierta ocasión en que, hablando algu-
no de cuán extraña resolución era en Lucio Sila el renunciar a su
dictadura, él, por burla y para su propia ventaja, respondió que Sila
no era ducho en letras, y por lo tanto no sabía dictar m.
30. Y aquí sería propio que dejáramos este punto, tocante a
la concurrencia de virtud militar y saber (pues ¿qué ejemplo podría
presentarse que no desmereciera después de los dos de Alejandro y
César?), si no fuera en atención a una curiosa circunstancia que en-
cuentro en otro caso, como fue el paso tan súbito del extremo menos-
precio a la admiración extrema; y el caso se refiere al filósofo Jeno-
fonte, que de la escuela de Sócrates marchó al Asia, en la expedición
de Ciro el menor contra el rey Artajerjes. Este Jenofonte era por en-
tonces muy joven, y nunca había visto las guerras; ni tenía tampoco
mando alguno en el ejército, sino que iba como mero voluntario, por
el amor y la compañía de su amigo Proxeno. Se hallaba presente
cuando Falino trajo mensaje del gran rey a los griegos, tras ser muer-
to Ciro en el campo de batalla, y quedar ellos reducidos a un puñado
de hombres desamparados en medio de los territorios del rey, sepa-
rados de su país por muchos ríos navegables y muchos cientos de
millas. El mensaje indicaba que debían rendir las armas y someterse
a la misericordia del rey. Antes de dar respuesta, varios del ejército
lo discutieron familiarmente con Falino, y entre los demás Jenofonte
acertó a decir: Patino, ya no nos quedan más que dos cosas, nyestras
armas y nuestro ánimo; y, si rendimos las armas, ¿c6mo emplearemos
el ánimo? Y Falino, sonriéndole, le dijo: Si no me engaño sois ate-
niense, ;oven caballero,· y creo que estudiais filosofía, y es bonito lo
que decís,· pero estais muy errado si pensais que vuestro ánimo puede
resistir al poder del rey 132• Aquí estuvo el menosprecio; la admira-
130 Plutarco, Julio César, XXXV.
131 Suetonio, ] ulio César, LXXVII.
132 Jenofonte, Anábasis, II, I, 12. La crítica moderna atribuye la respuesta
a Teopompo.
68 Francia Bacon

ción vino después, cuando aquel joven estudioso o filósofo, luego de


ser asesinados todos los capitanes a traición cuando estaban en par-
lamento, condujo a pie a los diez mil y atravesando todas las tierras
altas del rey los llevó ilesos desde Babilonia hasta Grecia, a pesar de
todas las fuerzas del rey, para asombro del mundo y aliento de los
griegos de épocas posteriores, a acometer la invasión del reino de
Persia, como después fue proyectado por Jasón el tesalio, intentado
por Agesilao el espartano y logrado por Alejandro el macedonio,
todos basándose en la acción de aquel joven estudioso.

VIII.1. Pasando ahora de la virtud imperial y militar a la vir-


tud moral y privada, en primer lugar diremos ser verdad cierta la que
se contiene en los versos:

Scilicet ingenuas didicisse fideliter artes


Emollit mores, nec s.init esse /eros 133•

Quita de los espíritus el salvajismo, la barbarie y la fiereza; pero en


realidad el acento debiera ponerse en fideliter, pues el saber escaso y
superficial más bien obra el efecto contrario. Quita toda ligereza,
temeridad e insolencia, mediante la sugestión abundante de dudas y
dificultades de toda clase, y acostumbrando al espíritu a sopesar las
razones de uno y otro lado, y a rehusar los primeros ofrecimientos e
imaginaciones de la mente, y a no aceptar nada que no esté exami-
nado y probado. Quita la vana admiración de cualquier cosa, que es
la raíz de toda debilidad. Pues todas las cosas admiradas lo son, o
bien porque son nuevas, o bien porque son grandes. Cuanto a la
novedad, nadie que se haya adentrado a fondo en el saber o en la
contemplación dejará de hallar grabado en su corazón Nil novi super
terram 134 ; ni puede maravillarse ante los títeres nadie que pase de-
trás de la cortina y se aperciba del movimiento. Y en cuanto a la
magnitud, lo mismo que Alejandro Magno, ya habituado a los gran-
des ejércitos y a las grandes conquistas de espaciosas provincias en
el Asia, cuando recibió cartas de Grecia acerca de algunos combates
y operaciones que allí habían tenido, y que a lo sumo se referían a
un paso o fuerte o ciudad amurallada, dijo que le parecía que le
informaban de las batallas de las ranas contra los ratones, que relata-
ban las antiguas consejas IJS; así indudablemente si se medita mucho
acerca de la fábrica universal de la naturaleza, la tierra y los· hom-
133 Ciertamente, el estudio fiel de las artes liberales suaviza y humaniza la
conducta. Ovidio, Ex Ponto, II, IX, 47-48.
134 No hay nada nuevo sobre la tierra. Ecl. 1, 9.
llS Plutarco, Agesilao, XV.
mavance del saber 69

bres que hay sobre ella (exceptuada la divinidad de las almas) no


parecerán mucho más que un hormiguero, donde unas hormigas lle-
van grano, y otras llevan sus crías, y otras van de vado, y todas se
afanan de acá para allá sobre un montículo de polvo. Quita o mitiga
el miedo a la muerte o a la fortuna adversa, que es uno de los mayo-
res impedimentos puestos a la virtud y flaquezas de la conducta.
Pues si uno tiene su espíritu bien curtido en la consideración de la
mortalidad y naturaleza corruptible de las cosas, fácilmente concor-
dará con Epicteto, que salió un día y vio a una mujer llorando por
su cántaro de barro que se le había roto, y salió al día siguiente y
vio a una mujer llorando por su hijo que había muerto, y ante ello
dijo: Heri vidi fragilem frangí, hodí~ vidi mortalem morí 136• Y por
eso Virgilio de manera excelente y profunda puso juntos el conoci-
miento de las causas y la conquista de todos los temores, como con-
comitantia:

Felix qui potuit rerum cognoscere causas,


Quique metus omnes et inexorabíle fatum
Sgb¡ecit pedibus, strepítumq_ue Acherontis avari 137•

2. Sería demasiado largo recorrer los remedios particulares que


el saber administra a todas las enfermedades de la mente, ora pur-
gando los malos humores, ora abriendo las obstrucciones, ora ayudan-
do a la digestión, ora aumentando el apetito, ora sanando sus heridas
y ulceraciones, etcétera; así pues, concluiré con aquello que tiene
rationem totius, que es que predispone la constitución mental a no
fijarse o asentarse en sus defectos, sino a ser siempre capaz y suscep-
tible de crecimiento y mejora. Pues el hombre inculto no conoce lo
que es adentrarse en uno mismo o llamarse a uno mismo a cuentas,
ni el placer de esa suavissima vita, indies sentire se fieri meliorem 132 •
Las buenas cualidades que tenga, aprenderá a mostrarlas al máximo
y a usarlas diestramente, pero no mucho a acrecentarlas; los defectos
que tenga, aprenderá a ocultarlos y disfrazarlos, pero no mucho a
enmendarlos; como el mal segador, que todo el tiempo siega y nun-
ca afila la guadaña; mientras que en el hombre culto no sucede tal

136 Ayer vi romperse lo frágil, hoy he visto morir lo mortal.


m Dichoso el que ha llegado a conocer las causas de las cosas, y ha
puesto bajo sus plantas todo temor, el hado inexorable y el fragor del ham-
briento Aqueronte. Ge6rgicas, 11, 490-492.
138 Dulcísima vida la de aquel que de día en día siente que se va haciendo
mejor. No parece que esta frase se encuentre en ningún autor latino; la idea
está en Dante, Divina Comedia, Paraíso, XVIII. 58-60, y se remonta a Jeno-
fonte, que la pone en boca de S6crates (Memorabilia, 1, VI, 9).
70 Francis Bacon

cosa, sino que siempre entremezcla la corrección y enmienda de su


espíritu con el uso y empleo del mismo. Aún más, en general y resu-
miendo, lo cierto es que veritas y bonitas no difieren entre sí más
que el sello y la impresión: pues la verdad imprime bondad, y son
las nubes del error las que descienden en las tempestades de las pa-
siones y perturbaciones.
3. De la virtud moral pasemos al tema del poder y el mando, y
pensemos si, rectamente considerado, lo hay que se pueda comparar
con aquel con que el conocimiento inviste y corona la naturaleza
humana. Vemos que la dignidad del dominio es conforme a la digni-
dad de lo dominado: tener dominio sobre bestias, como tienen los
pastores, es cosa desdeñable; tenerlo sobre niños, como tienen los
maestros, es cosa de poco lustre; tenerlo sobre galeotes es más opro-
bio que honor. Ni es mucho mejor el dominio de los tiranos, sobre
gentes que han renunciado a la grandeza de ánimo; y por eso se ha
pensado siempre que los cargos tuvieran más dulzura en las monar-
quías y repúblicas que en las tiranías, porque entonces el dominio se
extiende más sobre las voluntades de los hombres, y no solamente
sobre sus acciones y servicios. Y por eso cuando Virgilio se adelanta
a atribuir a César Augusto el mayor de los honores humanos, lo hace
con estas palabras:
victorque volentes
Per populos dat iura, viamque' affectat Olympo 139•

Sin embargo, el dominio que otorga el conocimiento es aún más alto


que el dominio sobre la voluntad: porque es un dominio sobre la
razón, la fe y el entendimiento del hombre, que son la parte más
elevada del espíritu, y que a la propia voluntad dan ley. Pues no hay
poder sobre la tierra que instale un trono o sillón de estado en los
espíritus y almas de los hombres, y en sus cogitaciones, imaginacio-
nes, opiniones y creencias, si no es el del conocimiento y el saber. Y
de ahí el detestable y extremado goce que embriaga a los heresiarcas,
falsos profetas e impostores, cuando descubren tener potestad sobre
la fe y conciencia de los hombres: tan grande que, con que una vez
lo hayan probado, raramente se verá que tortura o persecución algu-
na pueda inducirlos a renunciar a él o abandonarlo. Mas, así como
esto es lo que el autor del Apocalipsis llama el abismo o sima de
Satanás 140 , así por argumento de contrarios la justa y legítima sobe-

139 Como vencedor da ley a las naciones obedientes, y busca el camino del
cielo. Geórgicas, IV, 561-562.
t40 Ap. 2, 24.
El avance del saber 71
ranía sobre el entendimiento humano, fundada en la fuerza de la
verdad rectamente interpretada, es lo que más se asemeja a la potes-
tad divina.
4. En cuanto a fortuna y medro, la beneficencia del saber no
es tan limitada que sólo dé fortuna a los estados y repúblicas, sino
que la da también a las personas particulares. Pues bien se señaló
hace mucho tiempo que Homero ha dado sustento a más hombres
que Sila o César o Augusto, a pesar de sus dádivas y donaciones y
repartos de tierras a tantas legiones. Y a fe que es difícil decir si son
las armas o el saber lo que ha hecho medrar a más. Y en el caso de
la soberanía, vemos que si las armas o el linaje se han llevado el
reino, en cambio es el saber el que se ha llevado el sacerdocio, que
siempre ha mantenido cierta rivalidad con el imperio.
5. Asimismo, por lo que respecta al placer y deleite que dan el
conocimiento y el saber, diremos que aventaja con mucho a todos los
demás naturales: pues si los placeres de los afectos superan en tanto
a los de los sentidos, cuanto la consecución del deseo o de la victoria
supera a una canción o una comida, ¿no deberán en consecuencia los
placeres del intelecto o entendimiento superar a los de los afectos?
Vemos que en todos los demás placeres hay hartazgo, y que después
de gustados pierden su lozanía: lo cual bien demuestra que no son
placeres, sino simulacros de placer, y que era la novedad lo que gus-
taba, no la calidad. De ahí que veamos a los hombres voluptuosos
meterse frailes, y a los príncipes ambiciosos tornarse melancólicos.
Pero del conocimiento no hay hartazgo, sino que la satisfacción y el
apetito de él perpetuamente se van alternando, y por eso parece ser
bueno en sí mismo, sin falacia ni accidente. Tampoco es pequeño el
efecto y contento que da a la mente humana ese placer que Lucrecio
describe elegantemente,
Syave mari magno, turbantibus aequora ventis, etcétera: es her-
moso estar o caminar sobre la orilla, y ver en el mar un navío zaran-
deado por la tempestad; o estar en un torre6n fortificado, y ver
cómo en el llano se entra en batalla. Pero nada se puede comparar
con el placer de tener el espíritu compuesto, asentado y fortificado
en la certeza de la verdad, y desde allí distinguir y contemplar los
errores, las perturbaciones, los afanes y los extravíos de los demás 141 •
6. Finalmente, dejando los argumentos vulgares, como que me-
diante el saber el hombre aventaja al hombre en aquello en que el
hombre aventaja a las bestias, que mediante el saber el hombre as-
ciende a los cielos y sus movimientos, como corporalmente no pue-

141 De rerum natura, II, 1-10. En su ensayo Sobre la verdad, Bacon corrige
la idea, señalando que esa mirada debe ser de misericordia y no de orgullo.
72 Francia Bacon

de hacer, etcétera, concluyamos con la dignidad y excelencia del co-


nocimiento y el saber en aquello a que más aspira la naturaleza hu-
mana, que es la inmortalidad y la pervivencia: pues a eso tiende la
generación, y la formación de linajes y familias; a eso tienden los
edificios, fundaciones y monumentos; a eso tiende el deseo de me-
moria, fama y celebridad, y de hecho la suma de todos los demás
deseos humanos. Vemos, así, hasta qué punto los monumentos del
ingenio y del saber son más duraderos que los monumentos del
poder o de las manos. Pues ¿no se han conservado los versos de Ho-
mero dos mil quinientos años o más, sin mengua de una sílaba .
o letra, cayendo en ruinas o siendo demolidos entretanto incontables
palacios, templos, castillos, ciudades? No es posible tener efigies o
estatuas de Ciro, Alejandro, César, ni de los reyes o altos personajes
de épocas mucho más recientes: porque los originales no permanecen,
y a las copias por fuerza ha de faltarles vida y verdad. Pero las imá-
genes de las inteligencias y del conocimiento humano quedan en los
libros, sustraídas a los estragos del tiempo y capaces de perpetua
renovación. Como que ni siquiera es apropiado llamarlas imágenes,
porque no cesan de engendrar y esparcir su semilla en las mentes de
otros, provocando y causando infinitas acciones y opiniones en las
épocas sucesivas. De suerte que, si tan noble se creyó la invención de
la nave, que transporta riquezas y artículos de un lugar a otro, y en
la participación de sus frutos asocia entre sí las regiones más remo-
tas, ¿cuánto más habrá que ensalzar las letras, que a la manera de
naves cruzan los vastos mares del tiempo, y hacen que épocas tan
distantes participen las unas de la sabiduría, las luces y las invencio-
nes de las otras? Más aún, vemos que algunos de los filósofos me-
nos religiosos y más inmersos en los sentidos, y que en general ne-
garon la inmortalidad del alma, empero llegaron a esta conclusión,
que cualesquiera movimientos que el espíritu del hombre pudiera
realizar y ejecutar sin los órganos corporales, ésos pensaban que po-
drían permanecer después de la muerte; que son únicamente los del
entendimiento, no los del afecto: tan inmortal e incorruptible les
parecía el conocimiento. Mas nosotros, que por revelación divina sa-
bemos que no sólo el entendimiento, sino los afectos purificados, no
sólo el espíritu, sino el cuerpo modificado, han de ser elevados a la
inmortalidad, desdeñamos estos rudimentos de los sentidos. No
obstante, ha de recordarse a propósito de este último punto, y en
otros lugares si ello fuere menester, que en la demostración de la
dignidad del conocimiento o saber separé desde el comienzo el tes-
timonio divino del humano, y tal es el método que he seguido, por
ende, tratando los dos aparte.
El avance del saber 73

7. No pretendo, sin embargo, y sé que sería imposible por más


alegatos que presentase en favor del mío, invertir el juicio del gallo
de Esopo, que prefirió el grano de cebada a la piedra preciosa; o de
Midas, que llamado a escoger entre Apo.lo, presidente de las musas,
y Pan, dios de los rebaños, escogió la opulencia; o de Paris, que pre-
firió la belleza y el amor a la sabiduría y el poder; o de Agripina,
Occidat matrem, modo imperet 142 , que optó por el imperio aun con
la condición más detestable; o de Ulises, qui vetulam praetulit im-
mortalitati 143, y que es figura de aquellos que a cualquier excelencia
anteponen la costumbre y el hábito, ni muchísimos otros juicios po-
pulares semejantes a éstos. Pues estas cosas vienen siendo así, y así
seguirán; pero también seguirá aquello en que el saber se ha apoyado
siempre, y que no falla: Justificata est sapientia a filiis suis 144•

142 Que mate a su madre, si con eso ha de reinar. Tácito, Anales, XIV, 9;
dicho por Agripina de su hijo Ner6n, a prop6sito de las predicciones de algu-
nos astrólogos.
· 143 Que prefirió a su anciana (esposa) antes que la inmortalidad. Véase Ci-
cer6n, De oratore, I, XLIV (196), donde es !taca lo que Ulises prefiere.
M4 La sabiduría se justifica por sus hijos. Mt. 11, 19.
LIBRO SEGUNDO DE FRANCIS BACON SOBRE
EL AVANCE Y PROGRESO DEL SABER DIVINO
Y HUMANO

Al Rey

1. Podría parecer más apropiado, aunque a menudo acontezca


de otro modo, oh Rey excelente, que quienes han sido fructíferos en
el engendrar, y en sus descendientes tienen la previsión de su inmor-
talidad, fueran también los más cuidadosos del buen estado de los
tiempos futuros, a los cuales saben que han de transmitir y confiar
sus más queridas prendas. La reina Isabel fue transeúnte en el mundo
si se atiende a su vida célibe, y una bendición para sus tiempos; em-
pero, la impresión de su buen gobierno, unida a su feliz memoria,
no carec:e de cierto efecto que la sobrevive. Mas a Vuestra Majes-
tad, a quien Dios ha bendecido ya con tanta regia prole, digna de
sucederos y representaros para siempre, y cuyo juvenil y fértil tá-
lamo promete aún muchos renuevos semejantes, cumple y correspon-
de ser perito no sólo en las partes transitorias del buen gobierno,
sino también en aquellas empresas que por su naturaleza son per-
manentes y perpetuas .. Entre las cuales (si el afecto no me ofusca)
ninguna hay más digna que el continuo enriquecimiento del mundo
con conocimientos rectos y provechosos: pues ¿qué razón hay para
que unos cuantos autores prestigiosos se alcen a modo de columnas
de Hércules, más allá de las cuales no se pueda viajar y descubrir,
cuando en Vuestra Majestad tenemos una estrella tan luminosa y be-
nigna para guiarnos y darnos fortuna? Volviendo, pues, a donde nos
quedamos, resta considerar de qué índole sean esas empresas que han
74
El avance del saber 75

sido acometidas y ejecutadas por reyes y otros para el acrecenta-


miento y progreso del saber, de las cuales me propongo hablar acti-
vamente, sin digresión ni amplificación.
2. Sentemos, pues, esta base, que la dificultad de toda obra
puede ser superada por la amplitud de la recompensa, por la recti-
tud de la dirección y por la conjunción de los esfuerzos. Lo primero
multiplica el afán, lo segundo evita el error y lo tercero compensa
la debilidad humana. Pero lo principal es la dirección, pues Claudus
in via antevertit cursorem extra viam 145, y Salomón lo formula de
manera excelente: Si el hierro no está afilado, requiere mayor fuerza;
pero es la sabiduría lo que prevalece 146 ; con lo cual quiere decir que
el hallazgo o elección del instrumento es más efectivo que cualquier
refuerzo o acumulación de afanes. Si digo esto es porque, sin menos-
cabo de la noble intención de cuantos han servido al estado del saber,
observo, sin embargo, que sus obras y acciones han buscado más la
magnificencia y la memoria que el avance y el adelanto, y han ten-
dido más a incrementar la masa del saber en la multitud de los
doctos que a rectificar o elevar las ciencias mismas.
3. Las obras o acciones de mérito concernientes al saber se re-
fieren a tres objetos: los lugares de erudición, los libros de erudición
y las personas de los doctos. Pues lo mismo que el agua, ya sea rocío
del cielo o brote de los manantiales de la tierra, se dispersa y pierde
en el suelo si no se la recoge en algún receptáculo donde por unión
pueda acomodarse y mantenerse, y con ese fin la industria humana ha
diseñado y construido fuentes, conductos, cisternas y estanques, que
asimismo ha sido costumbre hermosear y adornar con fábricas mag-
níficas y majestuosas, a la vez que útiles y necesarias; así este exce-
lente licor que es el conocimiento, ya sea que descienda de la divina
inspiración o brote del sentido humano, pronto perecería y se desva-
necería en el olvido si no fuera conservado en libros, comunicacio-
nes, lecciones y lugares destinados a esa finalidad, tales como univer-
sidades, colegios y escuelas, donde se le recibe y se le da acomodo.
4. Las obras relativas a las sedes y lugares de erudición son
cuatro: instituciones y edificios, fundaciones con rentas, fundaciones
con franquicias y privilegios, disposiciones y ordenanzas de gobier-
no; todas ellas tendentes a lograr el sosiego y el recogimiento, y la
ausencia de cuidados y preocupaciones, en lugares que han de ser
muy semejantes a los que Virgilio prescribe para colocar las col-
menas:

145 El cojo que va por el camino adelanta al corredor que va por fuera
de él.
146 Ecl 10, 10.
76 Francis Bacon

Principio sedes apibu~ statioque petenda,


Quo neque sit ventis aditus 147 , etcétera.

5. Las obras tocantes a los libros son dos: en primer lugar, bi-
bliotecas, que son como los santuarios donde se conservan y reposan
todas las reliquias de los santos antiguos, llenas de virtud verdadera
y sin engaño ni impostura; en segundo lugar, las nuevas ediciones
de autores, con impresiones más correctas, traducciones más fieles,
glosas más provechosas, anotaciones más diligentes, etc.
6. Las obras concernientes a las personas de los doctos (ade-
más de favorecerlos y apoyarlos en general) son dos: la retribución
y nombramiento de profesores de las ciencias ya existentes y forma-
das, y la retribución y nombramiento de autores e investigadores de
todas las partes del saber insuficientemente trabajadas y cultivadas.
7. Estas son, brevemente enumeradas, las obras y acciones en
que han sobresalido muchos grandes príncipes y otros personajes
eminentes. En cuanto a hacer conmemoración de algunos en par-
ticular, recuerdo lo que dijo Cicerón al dar las gracias en general:
Difficile non aliquem, ingratum quemquam praeterire 141 • Mejor
haremos, como dicen las Escrituras, en mirar la parte del camino que
aún tenemos por delante, que en volver la vista a lo ya recorrido 1•.
8. En primer lugar, pues, diré que entre tantas grandes institu-
ciones de enseñanza como hay en Europa, paréceme extraño que
todas estén dedicadas a las profesiones, y ninguna tenga libertad
para tratar de las artes y ciencias en general. Pues quien juzgue que
el saber debe aplicarse a la acción, juzga bien; pero en esto se cae
en el error descrito en la antigua fábula 150, en que las restantes partes
del cuerpo suponían que el estómago estuviera ocioso, porque no
desempeñaba funciones de movimiento, como hacen los miembros,
ni de sensación, como hace la cabeza; y sin embargo es el estómago
el que digiere y distribuye para todas las demás. Así, el que piense
que la filosofía y el saber de lo universal son estudios ociosos, es
que no tiene en cuenta que todas las profesiones se sirven y surten
de ellos. Y en esto me parece ver una causa de peso que ha obsta-
culizado el avance del saber, porque estos conocimientos fundamen-
tales no se han estudiado sino de pasada. Mas, si se quiere que un
árbol dé más fruto que el que suele, no es lo que se haga a las

147 En primer lugar, busca para tus abejas un lugar fijo, al abrigo de los
vientos. Geórgicas, IV, 8-9.
148 Seria difícil no omitir a alguno, y omitirle sería ingratitud. Post redi-
tum in senatu, XII, 30.
149Flp. 3, 13.
uo Tito Livio, Décadas, 11, 32.
El avance del saber 77

ramas, sino el remover la tierra y poner mantillo nuevo alrededor de


las raíces lo que lo logrará. Ni hay que olvidar tampoco que esta
dedicación de las instituciones y dotaciones al saber profesora! no
sólo ha tenido un aspecto e influencia malignos sobre el crecimiento
de las ciencias, sino que además ha sido perjudicial para los estados
y gobiernos. Pues de aquí procede el que los príncipes hallen escasez
de hombres capacitados para servirles en los asuntos de estado, por-
que no hay en los colegios una educación liberal, con la cual los que
tuvieren esta inclinación pudieran consagrarse a las historias, las len-
guas modernas, los libros de política y temas civiles, y otras cosas
semejantes que les facultaran para el servicio del estado.
9. Y puesto que los fundadores de colegios plantan y los fun-
dadores de cursos de lecciones riegan, es conforme al orden que
hablemos del defecto que hay en las lecciones públicas, a saber, la
pequeñez y ruindad del salario o retribución que en la mayoría de
los sitios les, está asignada, ya sean lecciones de artes o de profesio-
nes. Pues para el avance de las ciencias es necesario que los profe-
sores sean escogidos entre los hombres más capaces y eficientes,
como corresponde a quienes tienen encomendado, no un uso transi-
torio de ellas, sino su engendramiento y propagación. Lo dicho no
será posible si su condición y remuneración no son tales que puedan
persuadir al más capacitado a consagrar todo su afán y permanecer
toda su vida en esa función y cometido; y por lo tanto ha de guardar
proporción con la medianía o posibilidad de mejora que cabe esperar
de una profesión o de la práctica de una profesión. De suerte que, si
se quiere que las ciencias florezcan, hay que observar la ley militar
de David, que era que los que permanecían en los carros tuvieran la
misma parte que los que entraban en combate 151 , pues de otro
modo los carros serían mal atendidos. Así, los profesores de las cien-
cias son, efectivamente, los guardianes de las reservas y provisiones
de ciencia de que se surten los hombres de acción, y por consiguien-
te deberían tener iguales ganancias que éstos; de lo contrario, si los
que son padres en las ciencias son de la clase más débil o están mal
mantenidos,
Et patrum invalidi referent ieiunia nati 152•
10. Otro defecto noto, a propósito del cual necesitaría el auxi-
lio de uno de esos alquimistas que instan a los hombres a vender sus
libros y hacerse hornos: a dejar y repudiar a Minerva y las musas
1511 Sam. 30, 24.
152Y en la débil progenie se reflejará el ayuno de sus padres. Virgilio,
Ge6rgicas, III, 128.
78 Francis Bacon

como vírgenes estériles, y confiar en Vulcano. Mas es cierto que para


el estudio profundo, fructífero y operativo de muchas ciencias, y en
especial de la filosofía natural y la medicina, los libros no son los
únicos instrumentos; y en esto no ha faltado totalmente la providen-
cia humana, pues vemos que junto a los libros se han suministrado
esferas, globos, astrolabios, mapas, etc., como aparatos necesarios
para la astronomía y la cosmografía; vemos asimismo que algunos
lugares destinados al estudio de la medicina tienen huertos anexos
con toda clase de simples, y disponen también de cadáveres para las
disecciones. Pero esto se hace con pocas cosas. En general, difícil-
mente habrá adelanto importante en el desvelamiento de la natura-
leza si no se asignan fondos para gastos de experimentación, ya se
trate de experimentos de Vulcano o de Dédalo, de horno o de
máquina, o de cualquier otra especie; por lo tanto, así como los se-
cretarios y espías de los príncipes y estados presentan facturas por
los servicios de inteligencia, así habrá que contar con que los espías
e informadores de la naturaleza presenten las suyas, o de lo contrario
se estará mal informado.
11. Y si Alejandro asignó a Aristóteles tan liberales tesoros
para pagar a cazadores, pajareros, pescadores, etc., a fin de compilar
una historia de la naturaleza l53, mucho más los merecen los que la-
boran en las artes de la naturaleza.
12. Otro defecto que observo es una negligencia y descuido, en
las consultas de los rectores de las universidades, y en las inspeccio-
nes de los príncipes o superiores, de tomar en consideración y exami-
nar si las lecciones, ejercicios y otras cosas habitualmente asociadas
al saber, iniciadas en tiempos antiguos y desde entonces mantenidas,
están bien instituidas o no, y sobre eso fundamentar una enmienda
o reforma de aquello que parezca inadecuado. Pues una de las máxi-
mas más sabias y principescas de Vuestra Majestad es ésa de que
en todos los usos y precedentes se examinen los tiempos en que se
iniciaron; pues si se hallare que fueron débiles o ignorantes, ello m~­
noscaba la autoridad del uso, y lo hace sospechoso. Por lo mismo,
siendo así que casi todos los usos y ordenanzas de las universidades
proceden de épocas más oscuras, tanto más necesario resulta reexami-
narlos. Acerca de esto señalaré, por poner algún ejemplo, un par de
cosas de las más evidentes y sabidas. Una es una costumbre que,
aunque antigua y general, me parece equivocada: que es que los es-
tudiantes de las universidades acceden demasiado pronto y demasia-
do inmaduros a la lógica y la retórica, artes más propias de graduados
que de niños y novicios. Pues, si bien se mira, son estas dos las más

153 Plinio, Historia natural, VIII, 17.


El avance dd saber 79

graves de las ciencias, siendo artes de artes, la una para el juicio y la


otra para el ordenamiento; y son las reglas y direcciones acerca de
cómo exponer y disponer la materia; y, por consiguiente, el que
mentes vacías y ayunas de materia, y que no han recogido lo que
Cicerón llama silva y supellex 154 , contenido y variedad, empiecen
por esas artes (como si se hubiera de aprender a pesar, medir o pin-
tar el viento), no tiene otro efecto que el de que la sabiduría que
encierran, que es grande y universal, caiga casi en objeto de ridículo,
y degenere en pueril sofistería y afectación ridícula. Y aún más, su
aprendizaje inoportuno ha traído como consecuencia la enseñanza
y escritura de ellas superficial e improvechosa, como corresponde a
la capacidad de los niños. Otra cosa es una falta que hallo en los
ejercicios empleados en las universidades, que hacen demasiado di-
vorcio entre la invención y la memoria: pues sus discursos son, o
bien premeditados in verbis conceptis, donde no se deja nada a la
invención, o bien extemporáneos, donde se deja poco a la memoria;
mientras que en la vida y la acción lo que menos se usa es lo uno
o lo otro, empleándose más bien combinaciones de premeditación e
invención, notas y memoria. De suerte que en este caso el ejercicio
no se ajusta a la práctica, ni la imagen a la vida; y siempre lo
acertado en los ejercicios es compc;>nerlos tan próximos como se
pueda a la práctica real, pues de otro modo pervierten los movimien-
tos y facultades de la mente, y no los preparan. La verdad de lo que
decimos se hace patente cuando los eruditos pasan a practicar las
profesiones u otras actividades de la vida civil: pues cuando se ponen
a ello pronto descubren esa carencia ellos mismos, y antes los de-
más. Mas esta parte, tocante a la enmienda de las disposiciones y
ordenanzas de las universidades, la concluiré con esa cláusula de la
carta de César a Oppio y Balbo: Hoc quemadmodum fieri possit,
nonnulla mihi in mentem veniunt, et multa reperiri possunt; de ils
rebus rogo vos ut cogitationem suscipiatis 1SS.
13. Otro defecto que observo toca a un nivel un poco más alto
que el anterior. Pues así como el avance del saber depende en gran
medida de las ordenanzas y régimen de las universidades dentro de
los estados y reinos, así conocería aún mayor adelanto si hubiera
más inteligencia mutua entre las universidades de Europa de la que
ahora hay. Vemos que hay muchas órdenes y fundaciones que, aun-
que divididas entre diversas soberanías y territorios, procuran
mantener entre sí una especie de contrato, fraternidad y correspon-
154 En De oratore, III, 26 (103), y Orator, 24 (80), respectivamente.
tss En cuanto a cómo se pueda hacer esto, a mí se me han ocurrido algunas
ideas, y pueden encontrarse muchas más. Os ruego que reflexionéis un poco
sobre d asunto. Cicerón, Ad Atticum, IX, 7c.
80 Francis Bacon

dencia mutua, hasta el punto de tener Provinciales y Generales. Y


qué duda cabe de que, así como la naturaleza crea hermandad en las
familias, y las artes mecánicas originan hermandades en las comuni-
dades, y el ser ungidos por Dios instaura una hermandad entre los
reyes y obispos, del mismo modo no puede dejar de haber una fra-
ternidad en el saber y las luces, por relación con esa paternidad que
se atribuye a Dios, a quien se llama padre de las iluminaciones o
luces 156 •
14. El último defecto que señalaré es que no ha habido, o ha
habido muy raramente, designación pública de escritores o investiga-
dores acerca de aquellas partes del conocimiento que pudieran pare-
cer insuficientemente trabajadas o acometidas. A ello induciría
el hacer un repaso y examen de qué partes del saber han sido culti-
vadas y qué otras omitidas, pues la presunción de riqueza es una
de las causas de la pobreza, y la gran cantidad de libros más da idea
, de superfluidad que de carencia; exceso éste, sin embargo, que no ha
de remediarse dejando de hacer libros, sino haciendo más libros bue-
nos, que como la serpiente de Moisés puedan devorar a las ser-
pientes de los hechiceros 157 •
15. La eliminación de todos los defectos hasta aquí enumera-
dos, salvo el último, y también la parte activa del último, que es la
designación de escritores, son opera basílica 158 , respecto a las cuales
los afanes de un particular no pueden ser sino como imagen puesta
en una encrucijada, que podrá señalar el camino, pero no andarlo.
Mas la parte inductora de lo último, que es el pasar revista al saber,
puede ser iniciada con medios privados. Por ello intentaré seguida-
mente hacer un repaso general y fiel del saber, examinando qué
partes del mismo siguen estando vírgenes y desatendidas, y no me-
joradas y transformadas por la industria humana, a fin de que ese
esquema así trazado y registrado sirva a la vez para suministrar luz
a toda designación pública, y para excitar los esfuerzos privados. A
este respecto, no obstante, la intención que ahora me mueve es la
de señalar únicamente las omisiones y deficiencias, sin hacer confu-
tación alguna de los errores o los tratamientos incompletos: pues una
cosa es declarar qué campo está sin cultivar, y otra corregir la mala
labranza del cultivado.
Al propo.nerme y emprender semejante obra, no ignoro la mag-
nitud de lo que pretendo e intento, ni soy insensible a mi propia
debilidad para sostener mi propósito; mas tengo la esperanza de que,

156 Sant. 1, 17.


157 Ex. 7, 12. La serpiente era de Aarón, no de Moisés.
158 Obras de rey.
El avance del saber 81

si mi amor extremado al saber me llevare demasiado lejos, me sea


concedida la atenuante del afecto: pues no es dado al hombre amar y
ser prudente. Bien sé que no puedo usar de otra libertad de juicio
que la que deje a los demás, y por mi parte me será indiferente eje-
cutar yo mismo o aceptar de otro ese deber de humanidad que es
nam qui erranti comiter monstrat viam 159 , etc. Preveo asimismo
que, de las cosas que apunte y registre como deficiencias y omisiones,
muchos pensarán y objetarán que unas están ya hechas y existen,
que otras no son sino curiosidades y cosas de poca utilidad, y otras
demasiado difíciles y casi imposibles de abarcar y hacer. Sobre las dos
primeras objeciones, a los particulares me remito. En cuanto a la
última, tocante a la imposibilidad, sostengo que hay que considerar
posible aquello que pueda ser hecho por alguno, aunque no por
cualquiera; y que pueda ser hecho por muchos, aunque no por uno;
y que pueda ser hecho en el transcurso del tiempo, aunque no dentro
del espacio de la vida de uno solo; y que pueda ser hecho por de-
signación pública, aunque no por esfuerzo privado. Con todo, si al-
guno prefiriese tomar para sí aquello de Salomón: Dicit piger, leo
est in vía 1"°, mejor que aquello de Virgilio: Possunt quia posse vi-
dentur 161 , yo restaré satisfecho con que a mis trabajos no se conceda
mayor estimación que a la mejor clase de deseos: pues así como es
menester cierto conocimiento para hacer una pregunta que no sea
inadecuada, así también se requiere cierto buen sentido para forjar
un deseo que no sea absurdo.

I.1. Las partes del saber humano hacen referencia a las tres
partes del entendimiento humano, que es la sede del saber: la his-
toria a su memoria, la poesía a su imaginación y la filosofía a su
razón. El saber divino se distribuye de igual modo, pues el espíritu
del hombre es el mismo, aunque la revelación del oráculo y la del
sentido sean diferentes; de suerte que la teología se compone también
de historia de la Iglesia, parábolas, que son la poesía divina, y doc-
trina o preceptos sagrados. Pues, por lo que respecta a esa parte
que parece haber de más, que es la profecía, no es otra cosa que his-
toria divina, que respecto a la humana posee el privilegio de ser
posible la narración no sólo después de los hechos, sino también
antes de ellos.
2. La historia es natural, civil, eclesiástica y literaria; de las
cuales las tres primeras las acepto como están, pero la cuarta me
159 El que enseña el camino al que va errado. Ennio, citado por Cicerón
en De olficiis, 1, 16.
160 Dice el perezoso: «Hay un león en el camino». Prov. 26, 13.
161 Pueden porque creen poder. Eneida, V, 231.
82 Francis Bacon

parece deficiente. Pues nadie ha tomado sobre sí la tarea de descri-


bir y presentar el estado general del saber a través de las épocas,
como han hecho muchos con las obras de la naturaleza y el estado
civil y eclesiástico; sin lo cual paréceme ser la historia del mundo
como la estatua de Polifemo con el ojo sacado, carente de aquella
parte que mejor revela el espíritu y carácter del personaje. No ig-
noro, sin embargo, que en diversas ciencias particulares, como las
de los jurisconsultos, matemáticos, retóricos, filósofos, hay escritos
algunos breves memoriales de las escuelas, autores y libros, como
también hay algunas relaciones improductivas acerca de la invención
de artes o procedimientos. Pero una historia correcta del saber, donde
se contengan las antigüedades y orígenes de los conocimientos, y sus
sectas; sus invenciones, sus tradiciones; sus diferentes administra-
ciones y cultivos; sus florecimientos, sus oposiciones, decadencias,
disminuciones, olvidos, desapariciones, con las causas y ocasiones de
los mismos, y todos los demás sucesos relacionados con el saber, a
lo largo de las edades del mundo, eso puedo afirmar con certeza que
no existe. La utilidad y finalidad de esta obra no estribarían tanto, a
mi entender, en dar satisfacción a la curiosidad de los amantes del
saber, cuanto en un propósito más serio y grave, que, dicho en pocas
palabras, sería el hacer sabios a los doctos en el uso y administra-
ción del saber. Pues las obras de San Agustín o de San Ambrosio no
hacen tan sabio a un clérigo como la historia eclesiástica bien leída
y meditada, y lo mismo sucede con el saber.
3. La historia de la naturaleza es de tres clases: de la natura-
leza en su curso normal, de la naturaleza en sus errores o variaciones
y de la naturaleza alterada o trabajada; esto es, historia de las crea-
turas, historia de las maravillas e historia de las artes. La primera
existe sin duda, y bien hecha; las dos últimas han recibido un tra-
tamientG> tan débil e improductivo que me inclino a considerarlas
deficientes. Pues no hallo una recopilación suficiente o competente de
las obras de la naturaleza que se apartan y desvían del curso ordi-
nario de las generaciones, producciones y movimientos, ya se trate
de singularidades locales o regionales, o de productos extraños del
tiempo y el azar, o de efectos de propiedades hasta ahora desconoci-
das, o de excepciones a tipos generales. Es verdad que hallo nume-
rosos libros de experimentos y secretos fabulosos, y frívolas impos-
turas para agradar y llamar la atención; pero una colección sustan-
ciosa y rigurosa de los heteróclitos o irregularidades de la natura-
leza 162 , bien examinadas y descritas, eso no lo encuentro, y menos
acompañada de un repudio debido de las fábulas y errores populares;

162 Cf. Novum Organum, I, 45 y II, 28.


El avance del saber 83

pues, tal como están ahora las cosas, con que una vez llegue a arrai-
gar una falsedad sobre las cosas naturales, entre el descuido del exa-
men y la sumisión a la antigüedad, y el empleo de la opinión en sí-
miles y ornamentos retóricos, jamás se la destierra.
4. La utilidad de semejante obra, honrada por un precedente en
Aristóteles 163 , no estaría en modo alguno en dar gusto al apetito de
los espíritus curiosos y vanos, como hacen los actuales libros de ma-
ravillas, sino que vendría avalada por dos razones, ambas de mucho
peso: una, la de corregir la parcialidad de los axiomas y opiniones,
que por lo regular se fundan únicamente en ejemplos comunes y
familiares; otra, porque partiendo de los prodigios de la naturaleza
es como mejor se descubren los prodigios del arte y se accede a
ellos; pues es siguiendo y, por así decirlo, acosando a la naturaleza
en sus extravíos, como después se la puede reconducir al mismo
sitio. Ni soy de la opinión de que de esta historia de las maravillas
se deban excluir de plano las narraciones supersticiosas de hechizos,
brujerías, sueños, adivinaciones y cosas semejantes, allí donde hay
seguridad y demostración clara de los hechos. Pues todavía no se
sabe en qué casos, y hasta qué punto, los efectos atribuidos a la su-
perstición participan de causas naturales; y, por lo tanto, aunque se
debe condenar la práctica de tales cosas, empero de su estudio y
consideración puede obtenerse luz, no sólo para discernir lo que en
ellas pueda haber de delictivo, sino para mejor desvelar la naturaleza.
Ni se debe tener escrúpulo en adelantarse en estas cosas para la inda-
gación de la verdad, como Vuestra Majestad ha demostrado con su
propio ejemplo: pues con los dos claros ojos de la religión y la filo-
sofía natural habéis dirigido miradas profundas y sabias a esas som-
bras, y aun así habéis acreditado poseer la naturaleza del sol, que atra-
viesa poluciones y él mismo sigue siendo tan puro como antes. Mas
sí veo conveniente que estas narraciones que contienen mezcla de
superstición sean puestas aparte, sin juntarlas con aquellas otras que
sean entera y sinceramente naturales. Por lo que respecta a las narra-
ciones de los prodigios y milagros de las religiones, o son falsas o se
trata de hechos no naturales, y por lo tanto no son pertinentes a la
historia de la naturaleza.
5. En cuanto a la historia de la naturaleza trabajada o mecáni-
ca, encuentro algunas recopilaciones de agricultura, y asimismo de
artes manuales, pero generalmente con desprecio de los experimen-
tos familiares y vulgares. Pues se tiene por una suerte de desdoro del
saber el descender a investigar o meditar sobre cuestiones mecáni-

163 El De mirabilibus auscultationibus; véase supra, nota 74.


84 Francis Bacon

cas, salvo que éstas se presenten como cosas recónditas, rarezas y


sutilidades especiales. Esta arrogancia desdeñosa y vana es justamen-
te ridiculizada por Platón, cuando presenta a Ripias, un sofista fan-
farrón, en disputa con Sócrates, verdadero y sincero inquisidor de la
verdad; y, siendo el tema el de la belleza, Sócrates, siguiendo su
acostumbrado peregrinaje de inducciones, pone primero el ejemplo
de una doncella hermosa, después el de un caballo hermoso y luego
el de una vasija hermosa bien vidriada, ante lo cual Ripias se ofende
y dice que, si no fuera descortesía, no querría él disputar con nadie
que adujera ejemplos tan bajos y viles, a lo que Sócrates responde:
Tienes razón, y es algo ql}e bien te cuadra, sfrndo como eres tan cui-
dadoso en el vestir, etc., y continúa en tono irónico 164• Pero lo cierto
es que no son los ejemplos más elevados los que proporcionan infor-
mación más segura, según se expresa bien en la tan conocida historia
de aquel filósofo que por ir con la vista levantada a las estrellas se
cayó al agua 165 ; pues si hubiera mirado hacia abajo podría haber
visto las estrellas en el agua, pero mirando hacia arriba no pudo ver
el agua en las estrellas. Así acontece a menudo que las cosas modes-
tas y pequeñas llevan a descubrir las grandes mejor que las grandes
a descubrir las pequeñas: por eso Aristóteles hace bien en señalar que
donde mejor se ve la naturaleza de cada cosa es en sus porciones más
pequeñas, y por esa razón, cuando quiere investigar la naturaleza
de una comunidad inquiere primero dentro de la familia, y en las
conjugaciones simples de marido y mujer, padre e hijo, amo y cria-
do, que hay en cualquier casa 166 ; así también, la naturaleza de esta ·
gran ciudad que es el mundo, y de su funcionamiento, hay que em-
pezar por buscarla en las concordancias modestas y porciones pe-
queñas. Vemos así que ese secreto de la naturaleza por cuya vir-
tud el hierro tocado con un imán se vuelve hacia el norte fue des- '
cubierto en agujas de hierro, no en barras.
6. Mas, si mi juicio tiene algún peso, se ha de admitir que el
uso de la historia mecánica es de todos el más primario y fundamen-
tal para la filosofía natural: para una filosofía natural, esto es, que
no se disipe en vapores de especulación sutil, sublime o delectable,
sino que sea operativa para el enriquecimiento y beneficio de la vida
humana; pues no sólo suministrará y sugerirá para el presente mu-
chas prácticas ingeniosas en todas las industrias, mediante la cone-
xión y transferencia de las observaciones de un arte a la práctica
de otro, una vez que las experiencias de diversos misterios sean so-

164 Ripias Mayor, 288 y 291.


165 Tales de Mileto, según Platón en el Teeteto, 174a.
Ui6 En la Politica, I, passim.
El avance del saber 85

metidas a la consideración de una misma persona, sino que además


dará una iluminación más verdadera y real acerca de las causas y axio-
mas que la que hasta ahora se ha alcanzado. Pues, lo mismo que no
se llega a conocer bien la disposición de un hombre hasta que se le
contraría, ni Proteo cambió de forma hasta que fue preso y atado 167 ,
así tampoco pueden las alteraciones y variaciones naturales manifes-
tarse tan plenamente en la libertad de la naturaleza como en las
pruebas y forzamientos del arte 168 •

II.1. En cuanto a la historia civil, es de tres clases, que no


sería impropio comparar con las tres clases de pinturas o imágenes.
Pues de las pinturas o imágenes vemos que unas están inacabadas,
otr~s están completas y otras están deterioradas. También de las
historias encontramos tres clases: memoriales, historias completas
y antigüedades; pues los memoriales son historia inacabada, o los
primeros o toscos borradores de ésta, y las antigüedades son historia
deteriorada, o algunos restos de ella que por casualidad se han sal-
vado del naufragio del tiempo.
2. Los memoriales o historia preparatoria son de dos tipos, de
los cuales uno comprende lo que podríamos llamar comentarios, y
el otro registros. Los comentarios son anotaciones de secuencias
de sucesos y acciones desnudos, sin los motivos o intenciones,. las
decisiones, los discursos, los pretextos, las ocasiones y demás acom-
pañantes de la acción; pues tal es la verdadera naturaleza del comen-
tario, aunque César, con modestia entreverada de grandeza, tuviera
gusto en dar ese nombre a la mejor historia del mundo. Los regis-
tros son recopilaciones de actuaciones públicas, tales como decretos
de consejo, procedimientos judiciales, declaraciones y cartas de es-
tado, discursos, etcétera, sin trabazón o seguimiento perfecto del
hilo de la narración.
3. Las antigüedades o restos de historia son, como hemos di-
cho, tanquam tabula naufragii 16'>, cuando alguna persona industrio-
sa, con diligencia y observación exacta y escrupulosa, a partir de los
monumentos, nombres, palabras, proverbios, tradiciones, anotacio-
nes y documentos privados, fragmentos de historias, pasajes de li-
bros que no se refieren a la historia, y otras cosas semejantes, salva
y rescata algo del diluvio del tiempo.

1111 Cf. Virgilio, Geórgicas, IV, 387 y ss.


168 En el De augmentis se insertan aquí tres capítulos sobre la división de
la historia natural, la división de la historia civil y la dignidad y dificultad
de ésta.
16'> Como maderos de un naufragio.
86 Francis Bacon

4. A estas clases de historias imperfectas no les atribuyo defi-


ciencia alguna, pues que son tanquam imperfecte mista 170, y por
consiguiente cualquier deficiencia que en ellas se encuentre no será
sino propia de su naturaleza. En cuanto a esas corrupciones y poli-
llas de la historia que son los epítomes, su uso merece ser desterrado,
conforme han declarado todos los hombres de buen juicio, como
cosas que han carcomido y corroído los cuerpos sanos de muchas
historias excelentes, y las han reducido a heces viles e improve-
chosas.
5. La historia que podríamos llamar cabal y perfecta es de tres
clases, según el objeto que expone o que se propone presentar: pues,
o bien presenta una época, o una persona o un hecho. A lo pri-
mero lo llamamos crónicas, a lo segundo vidas y a lo tercero narra-
ciones o relaciones. De estas clases de historia, aunque la primera
sea la más completa y entera y la que goza de mayor estima y ce-
lebridad, empero la segunda la aventaja en provecho y utilidad, y la
tercera en veracidad y fidelidad. Pues la historia de los tiempos pre-
senta la magnitud de las acciones y la faz y comportamiento públi-
cos de las personas, y pasa en silencio sobre los pasos y movimientos
más modestos de los hombres y los asuntos. Mas, siendo la manera
de obrar de Dios el colgar el mayor peso de los alambres más finos,
maxima e minimis suspendens, sucede que esas historias retratan
más la pompa del negocio que sus resortes interiores y verdaderos.
En cambio, las vidas, si están bien escritas, al proponerse presentar
a una persona en la que están mezcladas las acciones mayores y me-
nores, públicas y privadas, por fuerza han de contener una repre-
sentación más veraz, natural y animada. Del mismo modo, forzoso
es que las narraciones y relaciones de hechos, como la guerra del
Peloponeso, la expedición de Ciro el Joven, la conspiración de Ca-
tilina, seari más pura y exactamente veraces que las historias de
épocas, porque en ellas se pueden escoger un tema que no sobrepase
las noticias e información del autor, mientras que el que emprende
la historia de una época, sobre todo si es un poco extensa, no podrá
por menos de encontrarse con muchos vacíos y huecos que tendrá
que llenar con conjeturas y con lo que le dicte su ingenio.
6. Por lo que respecta a la historia de épocas (me refiero a la
historia civil), la providencia de Dios ha hecho la distribución:
pues ha tenido a bien ordenar e ilustrar dos estados ejemplares del
mundo en cuanto a armas, saber, virtud moral, política y leyes, que
son el estado de Grecia y el estado de Roma; cuyas historias, ocu-

110 Cosas de composición imperfecta.


El avance del saber 87

pando la parte media de los tiempos, dividen el resto en, antes de


ellas, aquellas historias que con un solo nombre podríamos llamar
antigüedades del mundo, y después de ellas, otras que asimismo po-
dríamos designar con el nombre de historia moderna.
7. Pasemos ahora a hablar de las deficiencias. Cuanto a las
antigüedades paganas del mundo, en vano es declararlas deficientes.
Lo son, sin duda, estando compuestas en su mayor parte de fábulas
y fragmentos; pero es ésa una deficiencia que no se puede remediar,
porque la Antigüedad es como el rumor, que caput ínter nubila
condit 171 , su cabeza está oculta a nuestra vista. Por lo que respecta
a la historia de los estados ejemplares, la hay bien hecha. No por
ello dejo de desear que hubiera una sola narración perfecta de la
historia de Grecia desde Teseo hasta Filopemen (en cuya época los
asuntos de Grecia quedaron ahogados y extintos por los asuntos de
Roma), y de Roma desde Rómulo hasta Justiniano, de quien legítima-
mente se puede decir que fue ultimus Romanorum. En esas secuen-
cias históricas, los textos de Tucídides y Jenofonte en la primera, y
de Livio, Polibio, Salustio, César, Apiano, Tácito y Herodiano en la
segunda, habrían de conservarse íntegros sin abreviación alguna,
siendo únicamente complementados y continuados. Pero es ésta una
cuestión de liberalidad, más para recomendada que para exigida; y
hablamos ahora de partes del saber complementarias, no extraordi-
narias.
8. Ahora bien, por lo que respecta a las historias modernas, de
las cuales hay unas pocas muy estimables, pero la mayoría no llegan
siquiera a medianas, y dejando el cuidado de las extranjeras a los es-
tados extranjeros, porque no quiero ser curiosus in aliena republi-
ca 172 , no puedo dejar de señalar a Vuestra Majestad la indignidad de
la historia de Inglaterra en sus principales muestras, y la parcialidad
y torcimiento de la de Escocia en el más reciente y copioso autor que
he visto 173 ; considerando que sería un honor para Vuestra Majestad
y una empresa muy memorable si esta isla de Gran Bretaña, del
mismo modo que ahora está unida en la monarquía para las edades
venideras, así también lo estuviera en una sola historia para los tiem-
pos pretéritos; a la manera de la historia sagrada, que va relatando
juntas, como gemelas, las historias de las Diez Tribus y de las Dos
Tribus. Y, por si pareciere que la amplitud de esta tarea pudiera
mermar exactitud a su ejecución, hay en la historia de Inglaterra un
111 Oculta su cabeza entre las nubes. Virgilio, Eneida, IV, 177.
112 Curioso en república ajena. Cicerón, De ofliciis, I, 34.
173 Se refiere al humanista escocés George Buchanan (1506-1582), que
fuera preceptor del propio Jacobo I y autor de una Rerum Scoticarum
historia.
88 Francis Bacon

período excelente de mucha menor extensión en el tiempo, que es el


que va desde la Unión de las Rosas hasta la Unión de los Reinos 174 ;
porción de tiempo en la que, a mi entender, ha habido las más inusi-
tadas mudanzas que haya conocido una monarquía hereditaria en ese
número de sucesiones. Pues se inicia con la obtención de una corona,
por las armas y por derecho; una entrada por batalla, un estableci-
miento por matrimonio; y en consecuencia tiempos correspondien-
tes, como las aguas tras una tempestad, llenas de oleaje e hinchazón,
aunque sin llegar al extremo de un temporal, pero bien pasados
gracias a la prudencia del piloto, que fue uno de los reyes más
capaces 175 • Viene después el reinado de un rey cuyas acciones, mejor
o peor ordenadas, estuvieron muy ligadas a los asuntos de Europa,
equilibrándolos e inclinándolos de diversa manera, y en cuyo tiempo
comenzó asimismo aquella gran alteración del estado eclesiástico,
acción que pocas veces aparece en escena 176 • Luego, el reinado de un
menor 177 ; luego un intento de usurpación 178, aunque sólo quedó en
febris ephemera; luego el reinado de una reina casada con un extran-
jero 179 ; luego el de otra reina que vivió sola y célibe, y empero de
gobierno tan viril, que tuvo mayor efecto e influencia sobre los es-
tados extranjeros que cuanto de un modo u otro recibió de ellos 180 ;
y ahora, finalmente, este felicísimo y gloriosísimo suceso de que
esta isla de Bretaña, dividida de todo el mundo 181 , se haya unido en
sí misma; y que aquel oráculo de reposo que fue dado a Eneas, an-
tiquam exquirite matrem 182 , se vea ejecutado y cumplido hoy en las
naciones de Inglaterra y Escocia, que ahora aparecen reunidas bajo
el antiguo nombre materno de Bretaña, poniendo punto final a toda
inestabilidad y peregrinaje. De suerte que, así como acontece en los
cuerpos pesados, que antes de fijarse y asentarse experimentan cier-
tas trepidaciones y vacilaciones, así parece que por la providencia
de Dios esta monarquía, antes de quedar asentada en Vuestra Majes-
174 Desde la unión de las casas de Lancaster y York en la persona de
Enrique VII hasta la unión personal de las monarquías de Escocia e Ingla-
terra en el propio Jacobo l.
175 Enrique VII.
176 Enrique VIII.
177 Eduardo VI, rey de 1547 a 1553, que recibió el trono a la edad de
nueve años.
17& El intento del duque de Northumberland, John Dudley, de instalar
en el trono, como sucesora de Eduardo VI, a lady Jane Grey, bisnieta de
Enrique VII.
179 María I Tudor, reina de 1553 a 1558, casada con Felipe 11 de España.
un Isabel 1, reina de 1558 a 1603, que precedió a Jacobo 1 en el trono
de Inglaterra.
181 Virgilio, Eglogas, I, 66.
182 Buscad a la madre antigua. Virgilio, Eneida. 111, 96.
El avance del saber 89

tad y sus descendientes (en los cuales espero haya quedado estable-
cida para siempre), hubo de sufrir esos cambios y mundanzas a modo
de preludio.
9. En cuanto a las vidas, encuentro extraño que esta época
nuestra tenga en tan poca estima sus virtudes, que ya no sea fre-
cuente escribirlas. Pues aunque no haya muchos príncipes sobera-
nos o comandantes absolutos, y casi todos los estl!-dos estén conver-
tidos en monarquías, no por eso deja de haber muchos personajes
ilustres que merecen algo mejor que la noticia suelta o el elogio es-
téril. Pues aquí viene a propósito la invención de uno de los poetas
recientes 183, y enriquece bien la antigua ficción: pues imagina éste
que al extremo del hilo o tejido de la vida de cada uno había una
. medallita con el nombre de la persona, y que el Tiempo esperaba
junto a las tijeras, y tan pronto como el hilo era cortado, ·tomaba
las medallas y las llevaba al río Leteo 134 ; y en torno a la orilla había
muchos pájaros revoloteando, que cogían las medallas y las llevaban
un rato en el pico, y luego las dejaban caer en el río: pero había allí
unos pocos cisnes, que si cogían un nombre lo llevaban a un templo
donde era consagrado. Y aunque muchos, más mortales por sus afec-
tos que por sus cuerpos, al deseo de renombre y memoria lo tienen
por mera vanidad e hinchazón,
Animi nil magnae laudis egentes 185 ,

opinión que brota de esa raíz de que non prius laudes contempsimus,
quam laudanda /acere desivimus 186 ; empero ello no altera el juicio
de Salomón, Memoria Íf'Sti cum laudibus, at impiorum nomen pu-
trescet 187 : la una florece, el otro se consume en inmediato olvido
o se torna en hedor. Y por eso, en esa fórmula o añadido que de
antaño viene siendo bien acogida y empleada, Felicis memoriae, piae
memoriae, bonae memoriae 188, reconocemos aquello que dijo Cice-
rón, tomándolo de Demóstenes, de que bona fama propria possessio
defunctorum 189 : posesión de la que no puedo dejar de señalar que

· 183 Ariosto, en su Orlando furioso, al final del canto XXXIV y comien-


zo del XXXV.
1&4 El río del olvido en la mitología griega.
185 Almas que no necesitan grandes alabanzas. Virgilio, Eneida, V, 751.
186 No despreciamos la alabanza sino cuando hemos dejado de hacer cosas
laudables. Plinio el Joven, Epístolas, III, 91.
187 La memoria del justo es bendita, pero el nombre de los impíos se
pudre. Prov. 10, 7.
184 De feliz, de pía, de buena memoria.
189 El buen nombre es lo único que poseen los difuntos. Philippicae, IX,
V, 10.
90 Francis Bacon

en nuestros tiempos está muy descuidada, en lo cual hay una omi-


sión 190 •
1O. En cuanto a las narraciones y relaciones de hechos parti-
culares, también sería de desear que se hicieran con mayor diligen-
cia, pues no hay acción grande que no tenga alguna buena pluma que
la acompañe. Y aunque el escribir una buena historia es cosa que
requiere talento poco común, como bien se ve por el escaso número
de ellas que hay, empero si las particularidades de las acciones me-
morables fueran tolerablemente anotadas en su momento, con
mayor razón cabría esperar la compilación de una historia de las
épocas completa, cuando surgiera un autor capaz de hacerla: pues
la compilación de tales relaciones sería como un semillero, en el
cual se pudiera plantar un jardín hermoso y magnífico cuando de
ello hubiera ocasión.
11. Aún hay otra modalidad de historia que hizo Cornelio
Tácito, y que no hemos de olvidar, en especial si se acompaña de
esa aplicación que él le dedicó, que son los anales y diarios, adju-
dicándose a los primeros los asuntos de estado, y a los segundos las
acciones y sucesos de menor importancia. Pues, no aludiendo él
si no de pasada a ciertos edificios magníficos, añade: Cum ex digni-
tate pop[-lli Romani repertum sit, res illustres annalibus, talia diur-
nis urbis actis mandare 191 • No sólo, pues, en lo civil, sino en lo con-
templativo hay como un orden de precedencia. Y así como nada
menoscaba más la dignidad de un estado que la confusión de grados,
así también el entremezclar noticias de fastos, ceremonias o nove-
dades con los asuntos de estado rebaja no poco la autoridad de una
historia. El uso de diarios no se ha dado únicamente en la historia
de épocas, sino también en la de personas, y de modo principal en la
de acciones; pues los príncipes de los antiguos tiempos mandaban,
como cuestión a la vez de honor y de política, que se llevasen dia-
rios de lo que acontecía de día en día. Así, vemos que la crónica
que fue leída ante Asuero 192, cuando no podía descansar, contenía,
en efecto, noticias de sucesos, pero que habían tenido lugar en su
propio tiempo, y muy poco antes; y en el diario de la casa de
Alejandro quedaba registrado hasta el menor detalle, aun en lo re-
ferente a su persona y corte 193 ; y todavía en las empresas memora-

190 Aquí se inserta en el De augmentis un breve capítulo sobre la división


de las historias de épocas en universales y particulares.
191 Siempre se ha pensado que fuese lo más conforme con la dignidad del
pueblo romano consignar en los anales sólo los acontecimientos importantes,
dejando esta clase de cosas para las gacetas de la ciudad. Anales, XIII, 31.
192 Est. 6, 1-2.
193 Plutarco, Quaestionum convivalium, I, 6.
El avance del saber 91

bles, tales como expediciones de guerra, navegaciones y otras seme-


jantes, sigue establecida la costumbre de llevar diarios de lo que su-
cede en cada momento.
12. Tampoco puedo ignorar una forma de escrito que han he-
cho algunos hombres graves y prudentes, en la cual se contiene una
historia suelta de aquellas acciones que les han parecido dignas de
recuerdo, con comentarios políticos y observaciones acerca de las
mismas, no incorporados a la historia, sino c_uestos por separado,
y como cosa la más principal en su intención 94 • Esta historia medi-
tada me parece más propio colocarla entre los libros de política, de
los que luego hablaremos, que entre los de historia: pues el verda-
dero cometido de la historia es el presentar los acontecimientos mis-
mos junto con las deliberaciones, y dejar las observaciones y conclu-
siones que de aquéllos se puedan extraer a la libertad y capacidad
de juicio de cada cual. Pero las mezclas son cosas irregulares, que
no es posible sujetar a definición.
13. Así también hay otra clase de historia muy mezclada, que
es la historia de la cosmografía: pues se compone de historia natural,
en lo tocante a las regiones mismas; de historia civil, en lo tocante
a los asentamientos, formas de gobierno y costumbres de la pobla-
ción, y de matemática, en lo tocante a los climas y configuraciones
celestes, parte ésta del saber que es la que en los últimos tiempos
más ha progresado. Pues puede afirmarse legítimamente para honra
de estos tiempos, y en virtuosa emulación de la Antigüedad, que en
este gran edificio que es el mundo no se habían abierto ventanas
hasta la época nuestra y de nuestros padres, ya que, aunque se tenía
conocimiento de las antípodas,

Nosque ubi primus equis oriens alflavit anhelis,


Illic sera rubens accendit lumina Vesper 195,

podía ser por razonamiento, y no de hecho; y si por viaje, es cosa


que sólo exige una travesía de la mitad del globo. Pero dar la vuelta
a la tierra, como hacen los cuerpos celestes, no se hizo ni se intentó
hasta estos últimos tiempos, y por eso éstos pueden con justicia
poner en su divisa, no ya Plus ultra mejor que el antiguo Non ultra,
e Imitabile fulmen 196 mejor que el antiguo Non imitabile fulmen:

194 Seguramente tendría aquí presentes Bacon los Discorsi de Maquiavelo,


que conocía bien.
195 Y cuando sobre nosotros el sol naciente, con jadeantes corceles, envía
su primer aliento, allí el bermejo Véspero enciende sus luces crepusculares.
Virgilio, Ge6rgicas, I, 250-251.
1116 Más allá; no más allá; imitable rayo.
92 Francis Bacon

Demens qui nimbos et non imitabile fl'lmen 1'11, etcétera,

sino también I mitabile coelum 198 , habida cuenta de los muchos via-
jes memorables que, a la manera del cielo, se han hecho ya alrededor
del globo terrestre.
14. Y este progreso de la navegación y los descubrimientos
puede asimismo instaurar una esperanza del mayor progreso y au-
mento de todas las ciencias, porque parece como si Dios hubiera
ordenado que fueran coetáneos, esto es, coincidentes en una misma
época. Pues así el profeta Daniel, hablando de los últimos tiempos,
anuncia: Plurimi pertransibunt, et multiplex erit scientia 199 ; como
si estuviera dispuesto que la apertura y transitabilidad del mundo y
el incremento del conocimiento acontecieran en las mismas épocas,
según vemos que ya se ha verificado en gran parte, no siendo muy
inferior el saber de estos últimos tiempos a lós dos períodos o
revoluciones anteriores del mismo, uno el de los griegos y otro el
de los romanos.

III .1. La historia eclesiástica tiene las mismas divisiones que


la civil, pero además en lo que le es propio se puede dividir en
historia de la Iglesia, con ese nombre genérico, historia de las pro-
fecías e historia de la providencia. La primera describe las vicisitu-
des de la Iglesia militante, ora esté en fluctuación, como el arca
de Noé, o en movimiento, como el arca en el desierto, o en reposo,
como el arca en el templo; esto es, el estado de la Iglesia en perse-
cución, en camino y en paz. Esta parte en modo alguno debo califi-
carla de deficiente, pero sí querría que su calidad y fidelidad se
correspondieran con su volumen y cantidad: Mas no me competen
ahora las censuras, sino las omisiones.
2. La segunda, que es la historia de las profecías, se compone
de dos cosas relacionadas entre sí, las profecías y su cumplimiento;
así pues, la naturaleza de semejante obra debería ser tal que cada
profecía de la Escritura se presentara acompañada del suceso que la
cumplió, a- .lo largo de las edades del mundo, y ello tanto para
mejor confirmar la fe como para iluminar mejor a la Iglesia en lo
tocante a aquellas partes de las profecías que todavía no se han
cumplido. No obstante, habría que respetar esa latitud que es propia
y usual en las profecías divinas, que participan de la naturaleza de

197 Loco que (pretende imitar) a la tormenta y el rayo inimitable. Virgi-


lio, Eneida, VI, 590.
198 Imitable cielo.
199 Muchos viajarán, y se multiplicará la ciencia. Dan. 12, 4.
El avance del saber 93

su autor, para el cual mil años son como un día 200 , y que por con-
siguiente no se cumplen puntualmente y de una vez, antes bien tie-
nen un cumplimiento progresivo y germinante a lo largo de muchas
épocas, por más que su culmen o plenitud pueda localizarse en una
sola época determinada. Este es un trabajo que falta, pero que hay
que hacer con prudencia, sobriedad y reverencia, o renunciar a
hacerlo. •
3. En la tercera, que es la historia de la providencia, se con-
tiene esa excelente correspondencia que hay entre la voluntad reve-
lada de Dios y su voluntad secreta; la cual, aunque sea tan oscura
que en su mayor parte no resulte legible para el hombre natural, ni
muchas veces para quienes la contemplan desde el tabernáculo, em-
pero en algunas ocasiones place a Dios, para mejor fortalecernos y
confutar a quienes viven en el mundo como sin Dios, escribirla con
tal texto y letras mayúsculas que, como dice el profeta, el que pasa
corriendo la pueda leer :111: que las personas meramente sensuales,
que apresuradas pasan de largo junto a los juicios de Dios y nunca
desvían o fijan su pensamiento en ellos, aun así se vean obligadas en
su tránsito y carrera a discernirlos. De esta clase son los sucesos y
ejemplos notables de los juicios divinos, sus castigos, salvaciones y
bendiciones. Y es ésta una tarea a la que muchos han aplicado sus
esfuerzos, y qúe por lo tanto no puedo presentar como omitida.
4. Hay asimismo otras partes del saber que son apéndices de
la historia. Pues toda la actividad exterior del hombre consiste en
palabras y hechos, y de éstos la historia con propiedad acoge y re-
tiene en la memoria los hechos, y las palabras en cuanto induccio-
nes y pasos conducentes a ellos, de suerte que hay otros libros y es-
critos que son los apropiados para la custodia y recepción de las
solas palabras, y éstas a su vez son de tres clases: oraciones, cartas
y discursos breves o sentencias. Las oraciones son alegaciones, dis-
cursos de consejo, laudatorias, invectivas, apologías, reprensiones,
oraciones de protocolo o ceremonia, etcétera. De cartas hay· tanta
variedad como de ocasiones: anuncios, consejos, instrucciones, pro-
posiciones, peticiones, comendatorias, reprobatorias, explicativas, de
cumplido, de placer, de trato y de todas las demás situaciones. Y
las escritas por hombres prudentes son, a mi juicio, lo mejor de
todas las declaraciones del hombre, pues son más naturales que las
oraciones y discursos públicos, y más meditadas que la conversa-
ción o el habla directa. Del mismo modo, las cartas acerca de asun-

'°' Hab.
Sal. 90, 4 y 2 Pe. 3, 8 .
.:111 2, 2. El sentido del texto bíblico es «que se pueda leer de
corrido>.
94 Francia Bacon

tos escritas por quienes los rigen o están en el secreto de ellos son
de todas las mejores informaciones para la historia, y para un lector
diligente las mejores historias en sí. En cuanto a los apotegmas, es
gran pérdida la de aquel libro de César, pues así como su historia y
esas pocas cartas que de él tenemos y esos apotegmas que eran
suyos superan en excelencia a los de todos los demás, así supongo
que habría de ser en el caso de su compilación de apotegmas; púes
por lo que respecta a las compilaciones que han hecho otros, o no
tengo yo gusto para tales cuestiones o su selección no ha sido acer-
tada. Pero sobre estas clases de escritos no voy a insistir, porque no
tengo deficiencias que señalar al respecto.
5. Hasta aquí, pues, por lo que concierne a la historia, que es
aquella parte del saber que corresponde a una de las celdas, domici-
lios u oficios de la mente humana, esto es, a la memoria.

IV.l. La poesía es una parte del saber casi siempre restringida


en cuanto a la medida de las palabras, pero en todos los demás as-
pectos sumamente libre, y en verdad es cosa propia de la imagina-
ción; la cual, no estando atada a las leyes .de la materia, puede unir
a su antojo lo que la naturaleza ha separado, y separar lo que la
naturaleza ha unido, y de ese modo hacer matrimonios ilegales y di-
vorcios de las cosas: Pictoribus atque poetis 202, etcétera. Se puede
tomar en dos sentidos, según que se atienda a las palabras o al
contenido. En el primer sentido no es sino una característica del
estilo, y se incluye dentro de las artes retóricas, y no nos interesa de
momento. En el segundo constituye, como hemos dicho, una de
las partes principales del saber, y no es otra cosa que historia fin-
gida, que puede ser compuesta lo mismo en prosa que en verso.
2. La utilidad de· esta historia fingida ha consistido en dar algu-
na sombra. de satisfacción a la mente humana en aquellos. aspectos
en que la naturaleza de las cosas se la niega; porque, siendo el mun-
do en proporción inferior al alma, al espíritu del hombre le cuadran
una más amplia grandeza, una más perfecta bondad y una más com-
pleta variedad que las que cabe hallar en la naturaleza de las cosas.
Por eso, porque los hechos o sucesos de la historia verdadera no tie-
nen esa magnitud que sola satisface al espíritu del hombre, la ,poesía
finge hechos y sucesos más grandes y heroicos; porque la historia
verdadera presenta desenlaces y consecuencias de las acciones no de-
masiado conformes a lo que merecen la virtud y el vicio, la poesía
los finge más justos en cuanto a retribución, y más acordes con la

202 Los pintores y los poetas (siempre han tenido igual licencia para aven-
turar lo que quisieran). Horado. Arte poética, 9.
El avance del saber 95

providencia revelada; porque la historia verdadera presenta accio-


nes y sucesos más ordinarios y menos entreverados, la poesía les
presta mayor rareza,. y variaciones más inesperadas y alternantes.
De suerte que la poesía sirve y contribuye a la grandeza de ánimo,
a la moralidad y a la delectación. Y por eso se pensó siempre que
tuviera en sí algo de divina, porque eleva y exalta el espíritu, al so-
meter las apariencias de las cosas a los deseos de él, en tanto que la
razón lo conforma y doblega a la naturaleza de las cosas. Y vemos ·
asimismo que por esos señuelos y congruencias con la naturaleza y
el gusto del hombre, unidos a la concordancia y consorcio que tiene
con la música, la poesía ha gozado de aceptación y estima en. tiempos
rudos y regiones bárbaras, donde no había cabida para ningún otro
saber.
3.· La división de la poesía más conforme con su caráct~r pro-
pio (además de las que le son comunes con la historia, como cróni-
cas fíi:igidas, vidas fingidas, y con los apéndices de la historia, como
epístolas fingidas, oraciones fingidas, etc.) es· la que distingue entre
·poesía narrativa, poesía representativa 203 y poesía alusiva. La narra-
. tiva es una mera imitación de la historia, con las licencias que antes
hemos recordado, y comúnmente escogiendo como tema las· guerras
y los amores, rara vez los asuntos de estado, y en ocasiones lo pla-
centero o lo cómico. La representativa es como una historia visible,
y es una imagen de las acciones como si éstas fueran presentes, lo
mismo que la historia lo es de las acciones como en realidad son,
esto es, pasadas. La alusiva o parabólica es una narrativa aplicada
sólo a expresar algún propósito o idea particular. Esta última clase
de sabiduría parabólica fue mucho más usada 'en los tiempos anti-
guos, como atestiguan las fábulas de Esopo, las breves sentencias de
los Siete y el empleo de jeroglíficos. Y la causa de esto fue que en-
tonces era forzoso que todo raciocinio que fuera más agudo o sutil
que lo vulgar se expresara de esta manera, porque los hombres
de aquellos tiempos querían a la vez variedad de ejemplos y sutileza
de ideas; y así como los jer.oglíficos fueron anteriores a las letras,
así también las parábolas a las argumentaciones; lo cual no obsta
para que ahora, y en toda época, conserven mucha vida y vigor,
porque la razón no puede ser tan perspicaz, ni los ejemplos tan
aptos.
4. Resta todavía otra aplicación de la poesía parabólica, con-
traria a la que acabamos de mencionar: pues aquélla tiende a mos-
trar e ilustrar lo que se enseña o comunica, y ésta a ocultarlo y os-

203 Representative en el original, pero dramatica en d De augmentis, como


la llamaríamos ahora.
96 Francia Bacon

curecerlo; y es cuando se envuelven en fábulas o parábolas los se-


cretos y misterios de la religión, la política o la filosofía. Este uso lo
vemos autorizado en la poesía divina. En la pagana vemos que la
exposición en fábulas resulta a vec;:es muy acertada; como en aquella
que dice que, al ser derrocados los gigantes en su guerra contra los
dioses, la Tierra su madre dio a luz al Rumor para vengarse:

Illam Yerra parens, ira irritata deorum,


Extremam, ut perhibent, Coeo Enceladoque sororem
Progenuit 'JIJ4;

que, explicada, quiere decir que cuando los príncipes y monarcas


han sometido a los rebeldes reales y declarados, entonces la malig-
nidad del pueblo (que es la madre de la rebelión) saca a la luz
libelos y calumnias y acusaciones contra el estado, que es lo mismo
que la rebelión, pero más femenino zis. Así en la fábula según la cual,
habiendo conspirado los demás dioses para atar a Júpiter, Palas
llamó en ayuda de él a Briareo con sus cien manos l06: que, explicada,
significa que las monarquías no tienen que temer freno alguno de su
autoridad absoluta por obra de súbditos poderosos, siempre que por
su prudencia conserven el afecto del pueblo, que a buen seguro se
pondrá de su lado. Así en la fábula de que Aquiles fue criado por
el centauro Quirón, que era en parte hombre y en parte animal:
explicada ingeniosa pero corruptamente por Maquiavelo, en el sen-
tido de que en la educación y disciplina de los príncipes, tan impor-
tante es que aprendan a desempeñar la parte del león en cuanto a
violencia, y la de la zorra en cuanto a astucia, como la del hombre
en cuanto a virtud y justicia '207. No obstante, en muchos de tales
casos más bien creo que lo primero fuera la fábula, y luego se in-
ventara la explicación, que no que lo primero fuera la moraleja y
sobre ella se construyera la fábula. Pues paréceme que fuera anti-
gua necedad la de Crisipo, que con gran esfuerzo se molestó en
confirmar la afirmaciones de los estoicos con las ficciones de los
poetas antiguo~ 208• En cuanto a que todas las fábulas y ficciones de
204 Según af~an, la madre Tierra, enfurecida contra los dioses; la en-
gendr6 la última, hermana de Ceo y Encélado. Virgilio, Eneida, IV, 178-180.
Ceo y Encélado eran dos de los gigantes que se rebelaron contra los dioses.
205 En ladn el rumor, fama, es femenino.
Dí Fue Tetis quien llam6 a Briareo en auxilio de Zeus. Cf. !liada, 1, 401
y SS.
'207 El príncipe, XVIII. En lugar de estas fábulas hay en el De augmentis
una larga exposición de los mitos de Pan, Perseo y Dionisos como indicativos
de ideas físicas, políticas y morales, respectivamente.
208 Véase Diógenes Laercio, Crisipo (VII, 180).
El avance del sal;x:r 97

los poetas no fueran sino capricho y no figura, sobre eso no


opino. Sin duda, de los poetas que se han conservado, incluso del
propio Homero (dejando aparte que las escuelas tardías de los grie-
gos hicieron de él una especie de Escritura), yo declararía sin re-
paro que sus fábulas no tenían ese sentido interior en la mente del
autor; pero lo que pueda haber en ellas procedente de una tradición
más primitiva, eso no es fácil de determinar; pues no fue Homero el
inventor de muchas de ellas.
5. En esta tercera parte del saber que es la poesía no puedo
señalar deficiencia alguna. Pues, siendo como la planta que nace del
vigor de la tierra, sin semilla formal, ha brotado y se ha extendido
más que ninguna otra. Si queremos ser justos con ella, habremos
de decir que, para la expresión de los afectos, pasiones, corrupcio-
nes y costumbres, debemos más a los poetas que a las obras de los
filósofos; y, en cuanto a ingenio y elocuencia, no mucho menos que
a las arengas de los oradores. Mas no es bueno permanecer demasia-
do tiempo en el teatro. Pasemos ahora a la sede o palacio judicial de
la mente, al cual debemos aproximarnos y contemplar con mayor re-
ver~cia y atención.

V.1. El conocimiento humano es como las aguas, que unas des-


cienden de lo alto y otras brotan de abajo: de una parte está infor-
mado por la luz de la naturaleza, de otra inspirado por la revela-
ción divina. La luz de la naturaleza consiste en las ideas de la mente
y las noticias de los sentidos; porque el conocimiento que el hombre
recibe de la enseñanza es acumulativo y no original, como el agua
que además de .su propia fuente se nutre de otros manantiales y
arroyos. Ast pues, de conformidad con estas dos diferentes ilumi-
naciones u orígenes, el conocimiento se divide primeramente en
teología y filosofía.
2. Dentro de la filosofía, puede ocurrir que la contemplación
humana esté dirigida a Dios, o se extienda sobre la naturaleza, o se
refleje y vuelva sobre el hombre mismo; indagaciones de las cuales
se derivan, respectivamente, tres conocimientos, la filosofía divina,
la filosofía natural y la filosofía humana o humanidades. Pues todas
las cosas están marcadas y estampadas con este carácter triple:
el poder de Dios, la diferencia de la naturaleza y la utilidad del
hombre. Mas, dado que las distribuciones y particiones del conod-
miento no son como las varias líneas que se tocan en ángulo, y así
se reúnen en un punto, sino como las ramas de un árbol, que antes
de separarse y diferenciarse confluyen en un tronco que en su di-
mensión y cantidad es entero y continuo; así es conveniente, antes
de pasar a la distribución citada, establecer y constituir una ciencia
98 Francis Bacon

universal, que, con el nombre de philosophia prima, filosofía primi-


genia o suprema, sea como la vía principal o común que hay antes
de que los caminos se dividan y separen. Sobre si esta ciencia la debo
declarar omitida o no, estoy en duda. Pues encuentro un cierto
batiburrillo ·de teología natural, y de diversas partes de la lógica,
y de esa parte de la filosofía natural que se refiere a los principios,
y de esa otra que se refiere al alma o espíritu; todo ello extraña-
mente mezclado y confundido, pero que, una vez examinado, más me
parece depredación de otras ciencias, elevada y exaltada con nom-
bres sublimes, que cosa sólida o sustanciosa en sí. Pese a lo cual
no puedo pasar por alto la distinción que se suele hacer, en el
sentido de que las mismas cosas no son sino tratadas en diversos
aspectos: por ejemplo, que la lógica estudia muchas cosas tal como
son en idea, y esta filosofía tal como son. en realidad; lo uno en apa-
riencia, lo otro en existencia. Pero esta diferencia me parece más.
dicha que mantenida. Pues si los que así dicen hubieran considerado
la cantidad, la similitud, la diversidad y los demás caracteres exter-
nos de las cosas, como filósofos y en su naturaleza, sus indagaciones
forzosamente habrían tenido que ser muy distintas. Pues, al tratar
de la cantidad, ¿habla alguno de ellos de la fuerza de la unión, cómo
y en qué medida multiplica la virtud? ¿Da alguno la razón de que
algunas cosas de suyo sean tan comunes y existan en tan grande
masa, y otras tan raras y en tan pequeña cantidad? Al tratar de la
similitud y la diversidad, ¿sugiere alguno la causa de que el hierro
no se mueva hacia el hierro, más semejante, sino hacia el imán, que
lo es menos? ¿Por qué en todas las variedades de cosas ha de haber
ciertos caracteres de suyo comunes, que casi son ambiguos en cuanto
a qué clase se deban atribuir? Mas no hay sino un profundo silen-
cio en lo tocante a la naturaleza y operación de estos elementos co-
munes de .}as cosas, como son en realidad; y sólo una insistencia y
reiteración de la fuerza y uso de ellos en el discurso o la argumenta-
ción. Por eso, y porque en un discurso de esta naturaleza quiero
evitar toda oscuridad, lo que pretendo decir acerca de esta filosofía
original o universal es esto, descrito llana y groseramente en forma
negativa: qµe sea un receptáculo para cuanta¡ observacion_es y axio-
mas provechosos caigan fuera del ámbito de las partes especiales de
la filosofía o ciencias, por ser más comunes y de rango superior.
3. Ahora bien, es indudable que hay muchas observaciones de
esa clase. Verbigracia, la regla Si inaequalibus aequalia addas, om-
nia erunt inaequalia 209 , ¿no es un axioma lo mismo de la justicia que
de la matemática? ¿Y acaso no hay una verdadera correspondencia

209 Si a cosas desiguales se añaden cosas iguales, las sumas serán desiguales.
El avance del saber 99

entre la justicia conmutativa y distributiva, y la proporción aritmé-


tica y geométrica? Esa otra regla, Quae in eodem tertio conveniunt,
et ínter se conveniunt 210 , ¿no es una norma tomada de la matemáti-
ca, pero tan poderosa en la lógica que todos los silogismos están
construidos sobre ella? La observación Omnia mutantur, nil interit 211 ,
¿no es la idea filosófica de que el quantum de la naturaleza es eter-
no? Y en la teología natural, la de que se requiere la misma omni-
potencia para de algo hacer nada, que se requirió al principio para
de nada hacer algo, o, según la Escritura: Didici quod omnia opera
quae fecit Deus perseverent in perpetuum,· non possum·us eis quic-
quam addere nec auferre 212 • Esa base sobre la cual habla Maquia-
vefo sabia y extensamente refiriéndose a los gobiernos, de que la ma-
nera de darles estabilidad y duración es retraerlos ad principia, ¿no
es norma tan válida en la religión y la naturaleza como en la admi-
nistración civil? ¿No fue la magia persa una reducción y correspon-
dencia de los principios y arquitectura de la naturaleza ·a las reglas
y política de los gobiernos? Esa norma del músico, de pasar de una
disonancia o acorde áspero a una asonancia o acorde dulce, ¿no vale
igualmente para los afectos? Ese tropo de la música que consiste en
evitar o rehuir el término o cadencia, ¿no es igual que el tropo de la
retórica de burlar la expectativa? El delite que proporciona en la
música el trino sobre un registro, ¿no es idéntico al juego de la luz
sobre el agua?

Splendet tremulo sub lumine pontus 213 •

Los órganos de los sentidos, ¿no son afines a los órganos de re-
flexión, el ojo al cristal, el oído a una cueva o angostura delimitada
y cerrada? Ni son estas cosas únicamente similitudes, como podrían
pensar los hombres de observación estrecha, sino las mismas huellas
de la naturaleza, marcadas o impresas sobre asuntos o materias diver-
sas 214• Esta ciencia, pues (tal como yo la entiendo), me es lícito cali-
ficarla de omitida: pues a veces veo a los ingenios más profundos,
tratando algún argumento en particular, sacar de tanto en tanto
un cubo de agua de este pozo para su uso del momento; pero su
manantial primero no me parece que haya sido visitado, a pesar de

210 Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí.
211 Todo se transforma, nada perece. Ovidio, Metamorfosis, XV, 165.
212 He sabido que todas las cosas que hace Dios perdurarán para siempre;
nada podemos añadirles ni quitarles. Ecl. 42, 21.
213 Brilla el mar bajo la trémula luz. Virgilio, Eneida, VII, 9.
214 Cf. Novum· Organum, 11, 27.
100 Franc:is Bacon

su excelente utilidad en orden tanto al desvelamiento de la natura-


leza como a la abreviación del arte.

VI.1. Colocada, pues, en primer lugar esta ciencia a manera de


madre común, como Berecintia, que tuvo tan abundante progenie
celestial:

Omnes cuclicolas, omnes supera alta tenentes 215,


podemos volver ya a la citada distribución de las tres filosofías, di-
vina, natural y humana. Y, por lo que se refiere a la filosofía divina
o teología natural, diremos que es ese conocimiento o rudimento de
conocimiento acerca de Dios que se puede obtener de la contempla-
ción de sus creaturas, conocimiento que en verdad se puede llamar
divino atendiendo al objeto, y natural atendiendo a la luz. Los lími-
tes de este conocimiento son que basta para confutar el ateísmo, pero
no para informar la religión. Así, Dios jamás hizo un milagro para
convertir a un ateo, porque la luz de la naturaleza habría bastado
para hacerle confesar la existencia de un dios; pero sí se han hecho
milagros para convertir a los idólatras y supersticiosos, porque nin-
guna luz natural llega a manifestar la voluntad y el culto verdadero
de Dios. Pues, así como toda obra refleja el poder y la habilidad del
artífice, pero no su imagen, así también sucede en las obras de Dios,
que muestran la omnipotencia y sabiduría del Hacedor, pero no su
imagen. Y de ahí que en eso difiera la opinión pagana de la verdad
sagrada, pues los paganos creían que el mundo fuera imagen. de
Dios, y el hombre un compendio o imagen condensada del mundo;
pero las Escrituras nunca atribuyen al mundo ese honor de ser
imagen de Dios, sino solamente obra de sus manos 216 ; ni hablan
tampoco de ninguna otra imagen de Dios, fuera del hombre. Por
consiguiente, el inferir de la contemplación de la naturaleza y Cf?IÍ-
firmar la existencia de Dios, y demostrar su poder, providencia y
bondad, es excelente argumentación, y ha sido excelentemente de-
sarrollado por varios. Mas, de otra parte, el inferir de la contempla-
ción de la naturaleza, o sobre la base de los conocimientos humar,.os,
cualquier certeza o convicción relativa a las cuestiones de fe, no es,
a mi juicio, seguro: Da fidei quae fidei sunt 217• Pues los propios
paganos llegan a esa conclusión en esa excelente y divina fábula de
215 Todos ciudadanos del cielo, todos habitantes de las alturas. Virgilio,
Eneida, VI, 787. Berecintia, o Berecynthia mater, era otro nombre de la diosa
Cibeles, la «Gran Madre de los dioses•.
zit. Sal. 8, 4.
217 Da a la fe lo que es de la fe. Cf. Le. 20, 25.
El avance dd saber 101

la cadena de oro, según la cual los .hombres y los dioses no pudieron


hacer descender a Júpiter a la tierra, pero, a la inversa, Júpiter
pudo hacerlos ascender al cielo 218 • Así, no debemos intentar hacer
bajar o someter los misterios de Dios a nuestra razón, sino a la
inversa, elevar y adelantar nuestra razón hasta la verdad divina. De
suerte que, en esta parte del conocimiento referente u fo filosoflu
divina, estoy tan lejos de observar deficiencia, que, antes al contrario,
observo exceso; sobre lo cual me he permitido una digresión, por el
extremo perjuicio que tanto la religión como la filosofía han recibido
y pueden recibir del ser mezcladas, de donde por fuerza ha de salir
una religión herética, y una filosofía imaginaria y fabulosa.
2. No así acontece con la naturaleza de los ángeles y espíritus,
que es un apéndice de ambas teologías, la divina y la natural, y no
es ni inescrutable ni prohibida 219 ; pues aunque la Escritura dice que
nadie os engañe con ~ublime discurso acerca de la adoración de los
ángeles, apuntando hacia lo que no conoce 220, etcétera, empero si se
examina bien ese precepto se puede entender como que solamente
hay dos cosas prohibidas, la adoración de ellos y la opinión fantástica
acerca de ellos: el ensalzarlos más de lo que es propio del grado de
creatura, o el ensalzar el conocimiento que de ellos tiene el hombre
más de lo justo. Pero la indagación sobria y bien fundada que pueda
derivarse de los pasajes de las Sagradas Escrituras, o de las grada-
ciones de la naturaleza, no tiene puestos límites. Así, en cuanto a
los espíritus degenerados y rebeldes, el tener trato con ellos o ser-
virse de ellos está prohibido, y tanto más el mostrarles veneración.
Pero la contemplación o ciencia de su naturaleza, su poder, sus en-
gaños, ya sea a través de la Escritura o de la razón, eso forma parte
de la sabiduría espiritual. Pues así dice el apóstol, No ignoramos sus
estratagemas 221 ; y no es menos lícito indagar la naturaleza de los
malos espíritus que indagar la fuerza de los venenos en la naturaleza,
o la naturaleza del pecado y del vicio en la moral. Esta parte tocante
a los ángeles y espíritus no la puedo calificar de omitida, porque
muchos se han ocupado de ella; más bien puedo denunciarla, en mu-
chos de ~us autores, como fabulosa y fantástica.
VII.1. Dejando, pues, la filosofía divina o teología natural (no
la teología inspirada, que reservamos para lo último, como puerto y
descanso de todas las contemplaciones humanas), pasamos ahora a la
filosofía natural. Si es cierto, pues, que Demócrito dijo que la verdad
211 Cf. Ilíada, VIII, 19-22.
219 Prohibida, se entiende, su investigación.
220 Col. 2, 18.
221 2 Cor. 2, 11.
102 Francls Bacon

de la naturaleza yace oculta en ciertas minas y cuevas profundas 222, y


si es cierto también aquello en que los alquimistas tanto insisten, que
Vulcano es una segunda naturaleza 223 , que diestra y compendiosa-
mente imita lo que la naturaleza obra de manera indirecta y a través
de largo tiempo, sería conveniente dividir la filosofía natural entre
la mina y el horno, y entre los filósofos naturales hacer dos profe-
siones u ocupaciones, de modo que unos fueran cavadores y otros
herreros: que unos excavaran y otros refinaran y martillaran. Yo sin
lugar a dudas apruebo una división de esa clase, si bien en términos
más comunes y escolásticos, a saber, que sean éstas las dos partes
de la filosofía natural: la inquisición de causas y la producción de
efectos; lo especulativo y lo operativo; la ciencia natural y la pru-
dencia natural. Pues, así como en las cosas civiles hay una sabiduría
del discurso y una sabiduría de la dirección, así también en las na-
turales. Y aquí he de hacer una petición, que para esto último (o al
menos para una parte de ello) se me permita resucitar y reponer el
nombre mal aplicado y vilipendiado de magia natural 224, que en su
sentido verdadero no es otra cosa que sabiduría natural o prudencia
natural, entendida según la acepción antigua y purgada de vanidad
y superstición. Ahora bien, aunque sea cierto, y bien lo sé, que hay
una interrelación entre las causas y los efectos, de suerte que estos
dos conocimientos, el especulativo y el operativo, mantienen un fuer-
te vínculo entre sí; empero, puesto que toda filosofía natural verda-
dera y fructífera tiene una doble escala, ascendente y descendente,
ascendente desde los experimentos hasta el hallazgo de las causas,
y descendente desde las causas hasta el hallazgo de nuevos experi-
mentos, me parece muy necesario que estas dos partes sean conside-
radas y de~arrolladas por separado.
2. La ciencia o teoría natural se divide en física y metafísica;
en lo cual deseo que se entienda que empleo la palabra «metafísica»
en sentido diferente del usual; y del mismo modo, no dudo que los
hombres de juicio fácilmente advertirán que en éste y otros casos,
por más que mi concepción e idea pueda diferir de las antiguas, em-
pero procuro conservar los términos antiguos. Pues, con la esperan-
za de evitar ser mal entendido por el orden y la expresión clara de
aquello que expongo, por lo demás tengo intención y empeño de no
apartarme más de la Antigüedad, ya sea en términos o en opiniones,
de lo que sea menester para la verdad y el progreso del conocimiento.
Y en esto no es poco lo que me maravilla el filósofo Aristóteles, que

222 Diógenes Laercio, Pirr6n (IX, 72).


223 Vulcano ha de entenderse aquí como d fuego del alquimista.
224 Cf. Novum Organum, II, 9 y 51.
El avance del saber 103

procedió con tal espíritu de diferencia y contradicción respecto a


toda la Antigüedad, empeñándose no sólo en acuñar a su antojo
nuevas palabras científicas, sino en demoler y extinguir toda la sabi-
duría antigua 225, hasta tal punto, que jamás nombra ni menciona un
autor o una opinión antiguos si no es para confutarlos y condenarlos;
en lo cual siguió el camino idóneo para granjearse gloria y atraer se-
guidores y discípulos. Pues ciertamente acontece y se cumple en la
verdad humana aquello que se señaló y declaró respecto a la verdad
más alta: Veni in nomine Patris, nec recipitis me,· si quis venerit in
nomine suo, eum recipietis 226• Mas en este aforismo divino (conside~
rando a quién fue aplicado, a saber, al Anticristo, el engañador
sumo) vemos claramente que el que uno venga en su propio nombre,
sin atender a antigüedad o paternidad, no es buena señal de verdad,
aunque se acompañe de la fortuna y éxito de un eum recipietis. Por
lo que respecta al eminente Aristóteles, tengo para mí que debió
aprender esa actitud de su discípulo m, con quien parece haber que-
rido rivalizar, conquistando uno todas las opiniones como el otro
conquistó todas las naciones. En lo cual, sin embargo, puede ocurrir
que de manos de algunos de genio áspero reciba un título semejante
al que fue dado a su discípulo:
Felix terrarum praedo, non utile mundo
Editus exemplum 228 , etcétera;
así,
Felix doctrinae praedo .229 •

Para mí, en cambio, que deseo, en la medida en que ello esté al


alcance de mi pluma, sentar los cimientos de una comunicación amis-
tosa entre la Antigüedad y el progreso, me parece mejor acompañar
a aquélla µsque ad aras :m, y conservar por ende los términos anti-
guos, aunque a veces altere sus usos y definiciones; de conformidad
con el proceder moderado del gobierno civil, donde, aunque haya
22S Cf. Novum Organum, I, 67, donde, como aquí en la secci6n VIII, 4.
se compara a Aristóteles con los turcos, que al ascender al trono daban muerte
a sus hermanos.
226 Vine en nombre de mi Padre y no me recibisteis; si uno viene en su
propio nombre, a ése le recibiréis. Jn. 5, 43.
m Alejandro Magno.
228 Afortunado ladrón de tierras, nacido para mal ejemplo del mundo.
Lucano, Farsalia, X. 20 y 26-27.
229 Afortunado ladrón de doctrinas.
DI Hasta los altares, es decir, hasta donde sea posible sin faltar a obliga-
ciones superiores.
104 Francis Bacon

alguna alteración, se cumple eso que sabiamente señala Tácito,


Eadem magistratuum vocabula 231 •
3. Volviendo, pues, al uso y acepción del término «metafísica»,
tal como ahora entiendo esa palabra, de lo que ya se ha dicho se
desprende que yo pretendo que la philosophia prima o filosofía su-
prema y la metafísica, que hasta ahora se han venido confundiendo
como una cosa sola, sean dos distintas. Pues aquélla la he puesto
como progenitor o antepasado común de todo conocimiento, y ésta
la he introducido ahora como una rama o descendiente de la ciencia
natural. Se desprende asimismo que he asignado a la filosofía supre-
ma los principios y axiomas comunes que son generales e indiferen-
tes para las diversas ciencias. También le he asignado la indagación
tocante a la operación de los caracteres relativos y adventicios de
las esencias, tales como la cantidad, la similitud, la diversidad, la
posibilidad y demás, con esta reserva y precaución, que sean tratados
según tienen efecto en la naturaleza, no según la lógica. Igualmente
se desprende que la teología natural, que hasta ahora se había trata-
do mezclada con la metafísica, yo la he encerrado y puesto límites
propios. Plantéase ahora el interrogante de qué queda para la meta-
física; sobre lo cual puedo sin reparo conservar la idea de la Anti-
güedad hasta este punto, que la física debe estudiar aquello que
está inserto en la materia y por lo tanto es transitorio, y la metafí-
sica aquello que es abstracto y fijo. Y también que la física debe
tratar de lo que sólo supone en la naturaleza una existencia y un
movimiento, y la metafísica debe tratar de lo que supone además en
la naturaleza una razón, entendimiento y plan. Ahora bien, la dife-
rencia, claramente expresada, es muy conocida y fácil de entender.
Pues así como la filosofía natural en general la dividíamos en inqui-
sición de causas y producción de efectos, así esa parte que se refiere
a la inquisición de las causas la subdividimos de acuerdo con la divi-
sión establecida y correcta de las causas: una de las partes, que es
la física, estudia y se ocupa de las causas material y eficiente, y la
otra, que es la metafísica, se ocupa de las causas formal y final 232•
4. La física (entendida esta palabra según su etimología, y no
como nombre que damos nosotros a la medicina 233 ) se sitúa en un
término o distancia media entre la historia natural y la metafísica.
Pues la historia natural describe la variedad de las cosas;· la física,
las causas, pero las causas variables o relativas, y la metafísica, las
causas fijas y constantes.

231 Los nombres de las magistraturas eran los mismos. Anales, I, .3.
232 Cf. Aristóteles, Analíticos posteriores, II, X, l.
233 Physic en el inglés de la época.
El avance del saber 105

Limus ut his durescit, et haec ut cera liquescit,


Uno eodemqye igni 234 •

El fuego es causa de endurecimiento respecto a la arcilla; causa de


licuefacción respecto a la cera; pero no es causa constante de endu-
recimiento ni de licuefacción. De modo que las causas físicas no son
sino la eficiente y la material. La física se compone de tres partes,
de las cuales dos se refieren a la naturaleza unida o recogida, y la
tercera estudia la naturaleza difusa o repartida. La naturaleza puede
estar recogida, o bien en una sola totalidad entera, o bien en princi-
pios o semillas. De suerte que la primera doctrina es la relativa a
la contextura o configuración de las cosas: De mundo, de universitate
rerum 235 • La segunda es la doctrina concerniente a los principios u
orígenes de las cosas. La tercera es la doctrina concerniente a toda
la variedad y particularidad de las cosas, ya se trate de sus diferen-
tes sustancias, o de sus diferentes cualidades y naturalezas; de lo
cual no es preciso hacer enumeración, por no ser esta parte sino una
a modo de glosa o paráfrasis acompañante del texto de la historia
natural. De estas tres no puedo señalar como omitida ninguna. Con
cuánta veracidad o perfección sean tratadas, no entro ahora a juzgar-
lo; pero son partes del conocimiento que el trabajo humano no ha
desatendido 236•
5. En cuanto a la metafísica, le hemos asignado la indagación
de las causas formales y finales: asignación que, por lo que respecta
a la primera, puede parecer fútil y vacía, conforme a esa opinión
establecida e inveterada que sostiene la incompetencia de la investi-
gación humana para descubrir las formas esenciales o diferencias
verdaderas; opinión a la que respondemos que el hallazgo de las for-
mas es de todas las partes del conocimiento la más merecedora de
ser buscada, si fuere posible encontrarla m. En cuanto a la posibili-
dad, malos descubridores son los que creen que no hay tierra donde
no ven otra cosa que mar. Es manifiesto que Platón, hombre dotado
de un ingenio de altura, como puesto sobre un acantilado, proclamó
en su teoría de las ideas que las formas constituían el verdadero obje-
to del conocimiento 238 ; pero perdió el fruto genuino de su teoría, al

234 Como esta arcilla se endurece y esta cera se funde, las dos en un mis-
mo fuego. Virgilio, Eglogas, VIII, 80-81.
235 Sobre el mundo, sobre la totalidad de las cosas.
• 236 Esta parte está muy ampliada en el De augmentis con alusiones a la
astronomía, la astrología y la mecánica.
m Cf. Novum Organum, II, 1; los veinte primeros capítulos del libro II
de esa obra son un desarrollo de esta idea.
238 Véase, p. ej., República, V, 479d-e.
106 Francis Bacon

considerarlas como algo totalmente abstraído de la materia, no algo


confinado y determinado por ella, y orientando por ende su visión
hacia la teología, de la cual está infectada toda su filosofía natural.
Mas si se mantienen una vigilancia continua y una mirada severa
sobre la acción, operación y empleo del conocimiento, será posible
advertir y percatarse de lo que son las formas, cuya averiguación es
provechosa e importante para la condición del hombre. Pues, por lo
que respecta a las formas de sustancias -exceptuado sólo el hom-
bre, de quien se ha dicho Formavit hominem de limo terrae, et spi-
ravit in faciem ejus spiraculum vitae 239 , y no como de todas las de-
más creaturas, Producant aquae, producat terra 240- , las formas de
sustancias, digo, tal como ahora aparecen multiplicadas por combi-
nación y trasplante, son tan complicadas que no es posible indagar
en ellas, lo mismo que no sería ni posible ni útil buscar en general
las formas de los sonidos que componen las palabras, que por com-
posición y transposición de letras son infinitos. En cambio, sí se
puede fácilmente inquirir la forma de aquellos sonidos o voces que
constituyen las letras simples, que, una vez sabida, manifiesta y con-
duce a las formas de todas las palabras, las cuales consisten y se com-
ponen de ellas. De la misma manera, el inquirir la forma de un león,
de un roble, del oro, y aun del agua, del aire, sería vano empeño;
pero inquirir las formas del sentido, del movimiento voluntario, de
la vegetación, de los colores, de la gravedad y la ligereza, de la den-
sidad, de la tenuidad, del calor, del frío, y de todas las restantes
naturalezas y cualidades, que como las partes de un alfabeto no son
muchas, y de las cuales están compuestas las esencias (sostenidas por
la materia) de todas las creaturas; inquirir, digo, las formas verdade-
ras de esas cosas, constituye esa parte de la metafísica que ahora es-
tamos qefiniendo. No es que la física no investigue y .tome en consi-
deración esas naturalezas: pero ¿de qué modo? Sólo en cuanto a
sus causas materiales y eficientes, y no en cuanto a las formas. Verbi-
gracia, si se inquiere la causa de la blancura en la nieve o.en la espu-
ma, y se expresa así, que la causa es la mezcla sutil de aire y agua,
estará bien expresado; no obstante, ¿es ésa la forma de la blancura?
No, sino que es la causa eficiente, que nunca es otra cosa que
vehiculum formae 241 • Esta parte de la metafísica no la encuentro
trabajada y hecha, de lo cual no me maravillo, porque no creo posi-
ble llegar a ella mediante el proceso de investigación que se viene

239 Formó al hombre con barro del suelo, e insufló en s1,1 faz aliento. de'
vida. Gén. 2, 7.
240 Produzcan las aguas, produzca la tierra. Gén. 1, 20 y 24.
241 Cf. Novum Organum, II, 3.
El avance del saber 107

utilizando, por cuanto que (y esto es la raíz de todo error) hemos


abandonado demasiado a destiempo y nos hemos alejado excesiva-
mente de los particulares. ·
6: La utilidad de esta parte de la metafísica que señalo como
omitida es de todas la mayor en dos aspectos: uno, porque es deber
y virtud de todo conocimiento el condensar la infinidad de experien-
cias individuales hasta donde lo permita la idea de la verdad, y po-
ner remedio a la queja de Vita brevis, ars longa 242, lo cual se logra
uniendo las ideas y concepciones de las ciencias. Pues los conocimien-
tos son como pirámides, que tienen por base la historia: así, de la
filosofía natural la base es la historia natural, el piso siguiente a la
base es la física, y el piso contiguo al ápice es la metafísica. En
cuanto al ápice, opus quod operatur Deus a principio usque ad
/inem 243, la ley suprema de la naturaleza, no sabemos si la indaga-
ción humana puede llegar hasta él. Pero estos tres son los verdaderos
estadios del conocimiento, que para los depravados no son mejores
que los montes de los gigantes:

Ter sunt conati imponere Pelio Ossam,


Scilicet atque Ossae frondosum involvere Olympum 244 ;

pero para quienes todo lo ponen al servicio de la gloria de Dios son


como las tres aclamaciones, Sancte, sancte, sancte: santo en la des-
cripción o exposición de sus obras, santo en la conexión o concate-
nación de ellas y santo en la unión de ellas bajo una ley perpetua y
uniforme. Por eso fue excelente la especulación de Parménides y
Platón, aunque en ellos sólo especulación, de que todas las cosas as-
cendían por una escala hasta la unidad. Así pues, siempre es más
apreciable aquel conocimiento que está cargado de menos multiplici-
dad; el cual parece ser la metafísica, como aquello que considera las
formas simples o diferencias de las cosas, que son pocas en número,
y de cuyas gradaciones y coordinaciones nace toda la variedad que
vemos. El segundo aspecto que presta valor a esta parte de la meta-
física y la hace recomendable es que da suelta al poder del hombre
para la máxima libertad y posibilidad de obras y efectos. Pues la fí-
sica lleva ·a los hombres por caminos angostos y limitados, sujetos a
muchos accidentes obstaculizadores, a imitación de los ordinarios
cursos sinuosos de la naturaleza; pero Latae undique sunt sapientibus
242 La vida es corta, el arte es largo de aprender. Hipócrates, Aforis·
mos, 1, l.
243 La obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin. Ecl. 3, 11
244 Por tres veces intentaron colocar el Osa sobre el Pelión, y sobre el Os ..
hacer rodar el frondoso Olimpo. Virgilio, Geórgicas, 1, 281-282.
108 Francis Bacon

viae 245 : para la sapiencia (que antiguamente fue definida como Rerum
divinarum et humanarum scientia 2~ 6 ), siempre hay elección de medios.
Pues las causas físicas dan a luz nuevos descubrimientos in simili
materia 247 , pero el que conoce alguna forma conoce la máxima posi-
bilidad de imponer esa naturaleza a cualquier clase de materia, y así
está menos limitado en su operación, tanto respecto a la base mate-
rial como a la condición del eficiente; clase ésta de conocimiento que
también describe elegantemente Salomón, aunque en un sentido más
divino: Non arctabuntur gressus tui, et currens non habebis oflen·
diculum 248 • Los caminos de la sapiencia no están muy sujetos ni a
la particularidad ni al azar.
7. La segunda parte de la metafísica es la inquisición de las
causas finales, que me veo obligado a calificar no de omitida, sino
de descolocada. No obstante, si sólo fuera un defecto de orden, no
hablaría de ello, porque el orden afecta a la exposición, pero no a
la sustancia de las ciencias; mas esta mala colocación ha ocasionado
una deficiencia, o por lo menos un gran estancamiento en las cien-
cias mismas. Pues el tratamiento de las causas finales mezcladas con
las demás en las investigaciones físicas ha entorpecido la indagación
severa y diligente de todas las causas reales y físicas, y dado ocasión
a los hombres de detenerse en estas causas meramente agradables y
especiosas, con gran freno y perjuicio de otros descubrimientos. Esto
lo encuentro hecho no sólo por Platón, que siempre echa el ancla
en esta orilla, sino por Aristóteles, Galeno y otros, que también sue-
len caer en estos bajíos de las causas discursivas 249 • Pues decir que
las pestañas son para formar un seto vivo o cercado alrededor de los
ojos, o que la firmeza de las pieles y pellejos de los animales es para
defenderlos del calor o del frío extremos, o que los huesos son para
suministrar las columnas o vigas sobre las cuales se alcen las fábricas
de los cuerpos de los animales, o que las hojas de los árboles son
para proteger el fruto, o que las nubes son para regar la tierra, o
que la solidez de la tierra es para dar sostén y morada a los anima-
les, etcétera, todas esas cosas están bien observadas y recogidas en
la metafísica, pero en la física son improcedentes. Peor aún, no son
sino rémoras y obstáculos que detienen la nave y le impiden conti-
nuar su travesía, y por su culpa la búsqueda de las causas físicas ha

245 Anchos son por todas partes los caminos de la sabiduría.


246 Ciencia de las cosas divinas y humanas. Cicerón, De officiis, I, 43.
247 En materia semejante.
24a Tus pasos no se verán entorpecidos; si corres no tropezarás. Prov.
4, 12.
249 Galeno De usu partium; Aristóteles, Física, II, VIII; Platón, Ti-
y
meo, III, 70 ss.
El avance del sa!:>er 109

sido desatendida y pasada por alto. Por eso la filosofía natural de


Demócrito y algunos otros, que no suponía una mente o razón en la
hechura de las cosas, sino que atribuía la forma permanente de éstas
a infinitos ensayos o pruebas de la naturaleza m, que ellos llamaban
fortuna, me parece ser (en la medida en que puedo juzgar de ello a
partir de las relaciones y fragmentos que conservamos) más real y
mejor observada, en cuanto a las particularidades de las causas físicas,
que las de Aristóteles y Platón, las cuales entremezclaban ambas las
causas finales, la una con la teología y la otra con la lógica, que fue-
ron respectivamente 251 los estudios favoritos de cada uno de ellos.
No es que esas causas finales no sean verdaderas, y dignas de ser
estudiadas, si se las mantiene dentro de la esfera que les correspon-
de, sino que sus salidas hasta los confines de las causas físicas han
generado un desierto y yermo en esa senda. Pues si, por el contra-
rio, se mantienen sus lindes y fronteras, se engañaría mucho el que
pensara que hay entre ellas enemistad o repugnancia. Pues la causa
expresada diciendo que las pestañas son para salvaguardia de la vista
no impugna la causa expresada diciendo que la vellosidad es inciden-
te a los orificios de humedad: Muscosi fontes 252 , etcétera. Ni la cau-
sa expresada diciendo que la firmeza de fos pellejos es para acorazar
el cuerpo frente al calor o el frío extremos impugna la causa expre-
sada diciendo que la contracción de los poros es incidente a las par-
tes más exteriores, atendiendo a su adyacencia a los cuerpos extraños
o disímiles, y así sucesivamente, siendo las dos causas verdaderas y
compatibles, y declarando la una una intención, y la otra una conse-
cuencia solamente. Ni tampoco pone esto en cuestión ni menoscaba
la providencia divina, antes bien marcadamente la confirma y exalta.
Pues, lo mismo que en las acciones civiles es mejor y más profundo
político el hombre capaz de hacer de otros instrumentos de su vo-
luntad y fines, y sin embargo no informarles nunca de su propósito,
de modo que lo hagan y no sepan lo que hacen, que aquel otro que
descubre su intención a quienes emplea; así es la sabiduría de Dios
más admirable, cuando la naturaleza pretendía una cosa y la provi-
dencia saca de ella otra, que si hubiera comunicado a las creaturas y
movimientos particulares los caracteres e impresiones de su provi-
dencia. Y hasta aquí por lo que respecta a la metafísica, cuya última
parte doy por existente, pero querría ver encerrada en el lugar que
le corresponde.

250Véase Lucrecio, De rerum natura, V, 837 y ss.


251Pero en orden inverso, teología en el caso de Platón y lógica en el de
Aristóteles. ·
252 Musgosas fuentes. Virgilio, Eglogas, VII, 45.
110 Francia Bacon

VIII.1. Queda, sin embargo, todavía otra parte de la filosofía


natural, de la cual se suele hacer parte principal, otorgándole el mis-
mo rango que a la física especial y a la metafísica, que es la mate-
mática; pero me parece más concorde con la naturaleza de las cosas
y con el orden debido colocarla como rama de la metafísica. Pues,
siendo su- objeto la cantidad, y no la cantidad indefinida, que no es
sino algo relativo y corresponde a la philosophia prima, como ya se
ha dicho, sino la cantidad determinada o conmensurada, parece ser
una de las formas esenciales de las cosas, como aquello que en la
naturaleza es causante de numerosos efectos. Tanto es así, que lo
mismo en la escuela de Demócrito que en la de Pitágoras vemos que
la una atribuyó figura a las primeras semillas de las cosas, y la otra
supuso que los números fueran los principios y orígenes de las co-
sas; y también es cierto que de todas las formas (tal como nosotros
las entendemos) es la más abstracta y separable de la materia, y por
ende la más propia de la metafísica; lo cual ha sido también la cau-
sa de que haya sido mejor trabajada y estudiada que ninguna de las
restantes formas, que están más inmersas en la materia. Pues siendo
connatural a la mente del hombre (para extremo perjuicio del cono-
cimiento) el deleitarse en la espaciosa libertad de las generalidades,
como en un campo abierto, y no en los cerramientos de la particula-
ridad, la matemática resultó ser, de todo el conocimiento, el mejor
predio para satisfacer ese apetito. En cuanto a la colocación de esta
ciencia, no es cosa muy importante; mas nosotros con estas particio-
nes hemos pretendido mantener una suerte de perspectiva, de
modo que una parte arroje luz sobre otra. · •
2. La matemática puede ser pura o mixta. A la matemática pura
pertenecen aquellas ciencias que tratan la cantidad determinada,
separada de todo axioma de la filosofía natural; y estas ciencias son
dos, la geometría y la aritmética, ocupándose una de la cantidad con-
tinua, y la' otra de la cantidad disjunta. La mixta tiene por objeto
ciertos axiomas o partes de la filosofía natural, y considera la canti-
dad determinada en cuanto auxiliar e incidente a aquéllos. Pues mu-
chas partes de la naturaleza no pueden ser desveladas con suficiente
sutileza, ni expuestas con suficiente claridad, ni acomodadas al uso
con suficiente facilidad, si no es con el auxilio e intervención de la
matemática: de este tipo son la perspectiva, la música, Ja astronomía,
la cosmografía, la arquitectura, la ingeniería y varias más. En· la
matemática no puedo señalar deficiencia, como no sea la de que no
se comprende suficientemente la gran utilidad de la matemática pura
para remediar y curar muchos defectos del ingenio y de las faculta-
des intelectuales. Pues si el ingenio es demasiado obtuso, ella lo
aguza; si demasiado errabundo, lo fija; si demasiado inmerso en lo
El avance del saber 111

sensorial, lo abstrae. De suerte que, así como el· tenis ·es un juego
sin ·utilidad en sí, pero muy útil en cuanto a formar una vista rápida
y un cuerpo dispuesto a colocarse en todas las posturas, así sucede
también con la matemática, que su utilidad colateral y. accidental no
es menos valiosa que la principal y pretendida. En cuanto a la mate-
mática mixta, sólo puedo hacer esta predicción, que por fuerza ha
de haber más clases de ella a medida que la naturaleza vaya siendo
más desvelada. Hasta aquí· acerca de la ciencia natural, o la parte
especulativa de la naturaleza.
3. Por lo que respecta a la prudencia natural, o parte operati-
va de la filosofía natural, la dividiremos en tres partes, experimental,
filosófica y mágica: tres partes activas que tienen correspondencia y
analogía con las tres partes especulativas, la historia natural, la físi-
ca y la metafísica. Pues muchas son las operaciones que se han des-
cubierto, a veces por un incidente y ocurrencia casual, a veces por un
experimento premeditado; y de las que se han hallado mediante un
experimento intencionado, algunas lo han sido variando o ampliando
el mismo experimento, otras transfiriendo y combinando entre sí va-
rios experimentos, siendo ésta una clase de invención que está al
alcance del empírico. Por otro lado, del conocimiento de las causas
físicas forzosamente han de seguirse muchas indicaciones y apuntes
de nuevos particµlares, si en la especulación se atiende a la aplica-
ción y la práctica. Mas estas cosas son como navegación de cabotaje,
premendo litus iniquum 253 ; pues paréceme que difícilmente se descu-
brirán alteraciones e innovaciones radicales o fundamentales en la
naturaleza mediante la fortuna y ensayos de los experimentos, o me-
diante la luz y dirección de las causas físicas. Si por ende hemos cali-
ficado de deficiente a la metafísica, ha de seguirse que hagamos lo
mismo con la magia natural, que guarda relación con aquélla. Pues,
por lo que respecta a la magia natural que ahora se menciona en los
libros, compuesta de ideas y observaciones crédulas. y supersticiosas
de simpatías y antipatías y propiedades ocultas, y experimentos frí-
volos, extraños más por su disfraz que en sí mismos, todo ello difie-
re tanto, en cuanto a la verdad de la naturaleza, del conocimiento
que buscamos, como la historia del rey Arturo de Bretaña, o de Hugo
de Burdeos, difiere de los comentarios de César en cuanto a la ver-
dad de la historia. Pues es manifiesto que César hizo mayores cosas
de vero que las que se supone que hayan hecho esos héroes imagina-
rios. Pero él no las hizo de esa manera fabulosa. Esta clase de saber
está figurada en la fábula de Ixión, que pretendió gozar de Juno,
la diosa del poder, y en vez de ayuntarse con ella se ayuntó con una

253 Sin apartarse de la peligrosa orilla. Horacio, Odas, 11, X, 3-4.


112 Francia Bacon

nube, de la cual mezcla fueron engendrados centauros y quimeras 254 •


Así el que alimente altas y vaporosas imaginaciones, en lugar de @a
laboriosa y sobria indagación de la verdad, engendrará esperanzas y
creencias de formas extrañas e imposibles. Y por eso cabe señalar a
propósito de estas ciencias que tanto tienen de imaginación y creen-
cia, como son esta magia natural degenerada, la alquimia, la astrolo-
gía, etcétera, que en sus teorías la descripción de los medios .es
siempre más monstruosa que la pretensión o fin. Pues es más pro-
bable que el que conozca bien las naturalezas del peso, el color," lo
plegable y lo frágil con respecto al martillo, de lo volátil y fijo con
respecto al fuego, etcétera, pueda imponer a algún metal la natura-
leza y forma del oro a través del procedimiento que corresponda a la
producción de las mencionadas naturalezas, que no que algunos
granos del compuesto proyectado puedan en pocos momentos con-
vertir un mar de mercurio u otro material en oro. Igualmente es más
probable que el que conozca la naturaleza de la arefacción, la natu-
raleza de la asimilación del alimento a lo alimentado, la manera de
acrecentamiento y eliminación de los espíritus 255 , la manera de las
depredaciones que los espíritus hacen sobre los humores y las partes
sólidas, pueda indirectamente, con dietas, baños, unciones, medici-
nas, ejercicios, etcétera, prolongar la vida o devolver cierto grado de
juventud . o vivacidad, que no que eso se pueda hacer mediante el
empleo de unas cuantas gotas o escrúpulos de un licor o receta. Para
concluir, pues: la verdadera magia natural, que es esa gran libertad
y latitud de operación que depende del conocimiento de las formas,
puedo calificarla de deficiente, como es su correlativa. A esta parte,
si somos serios y no nos inclinamos a cosas vanas y verbalismos,
conciernen, además del derivar y deducir las operaciones mismas de
la metafísica, dos cuestiones de mucha utilidad, una por vía de pre-
paración, la otra por vía de precaución. La primera es que se haga
una lista a modo de inventario del haber del hombre, que contenga
todos los descubrimientos (obras o frutos de la naturaleza o del
arte) que existen ahora y de los que el hombre está ya en posesión;
de lo cual naturalmente se desprende la noticia de qué cosas se con-
sideran todavía imposibles, o no están descubiertas. Esa lista será
tanto más perfecta y útil si a cada sup-qesta imposibilidad se agrega
aquello ya existente que más se le aproxime en grado, a fin de que,
mediante esas opciones y potencialidades, la investigación humana
esté tanto más despierta a deducir la dirección de obras de la especu-

254 Píndaro, Píticas, II, 21-48.


2SS Parece que por «espíritus» (spirits) hay que entender aquí los fluidos
vitales.
El avance del saber 113

laci6n· sobre causas. Y segundo, que no s6lo sean estimados los eipe-
rimentos que tengan una utilidad inmediata y presente, sino princi-
palmente los que encierren consecuencias más amplias para la inven-
ción de otros experimentos, y los que arrojen más luz para el hallaz-
go de causas; pues el descubrimiento de la aguja de marear, que su-
ministra la dirección, no fue menos beneficioso para la navegación
que el descubrimiento de las velas, que suministran el movimiento.
4. De este modo he pasado revista a la filosofía natural y sus
deficiencias; en lo cual me he apartado de las doctrinas antiguas y
actualmente establecidas, y por ello suscitaré contradictores; por mi
parte, así como no hago gala de disentir, así me propongo no con-
tender. Si es verdad que

Non canimus surdís, respondent omnia sylvae 256 ,

la voz de la naturaleza asentirá, asienta o no la voz del hombre. Y,


como solía decir Alejandro Borgia a propósito de la expedición de
los franceses a Nápoles, que iban con tiza en las manos para señalar
sus alojamientos, y no con armas para luchar 257 , así a mí me gusta
más esa entrada de la verdad que viene pacíficamente con tiza para
señalar aquellas mentes que son capaces de darle alojamiento y aco-
gida, que la que viene con pugnacidad y contienda.
5. Resta, sin embargo, una división de la filosofía natural según
la comunicación de la indagación, sin atender a la materia u objeto,
y es en positiva y considerativa, según que la comunicación expon-
ga una aseveración o una duda. Estas dudas o non liquets 258 son de
dos clases, particulares y totales. De la primera clase tenemos un
buen ejemplo en los Problemas de Aristóteles, que merecían haber
tenido mejor continuación, sobre lo cual, empero, hay que dar y
tomar una advertencia. El registrar dudas tiene dos efectos excelen-
tes: uno, que salvaguarda a la filosofía de errores y falsedades, cuan-
do aquello que no está del todo claro no se recoge en un aserto,
donde un error podría conducir a otro, sino que se deja en reserva
como dudoso; otro, que, al plantearse, las dudas son como otras tan-
tas ventosas o esponjas que sacan más sustancia del conocimiento,
por cuanto que aquello que, de no haberle precedido la duda, se
habría dejado pasar sin examinarlo, por la insinuación y solicitación

256 No cantamos para sordos; los bosques responden a cada nota. Virgilio,
Eglogas, X, 8. ,
2S1 Bacon repite esta. anécdota en varios lugares de sus escritos. Alejan-
dro VI se refería a la expedición de Carlos VIII de Francia, que en 1494
sometió a Italia en sólo cinco meses.
258 Cuestiones que no están claras. Liquets, as~ en el original.
114 Francis Bacon

de ellas ha de s~r atendido y manejado. Pero estas dos ventajas ape-


nas compensan de un inconveniente que ha de introducirse si no se
le cierra el paso, y que es éste: que, una vez establecida una duda,
hay más empeño en que siga siendo tal que en solucionarla, y a ello
se aplican los ingenios. De esto tenemos un ejemplo familiar en los
abogados y eruditos, que si una vez admiten una duda, para siem-
pre queda catalogada como tal. Mas hay que elogiar ese empleo del
ingenio y el conocimiento que trabaja por hacer ciertas las cosas du-
dosas, y no aquellos que trabajan por hacer dudosas las ciertas. Por
eso recomiendo como cosa excelente las listas de dudas, siempre que
se hagan con esta precaución, que una vez que hayan sido concienzu-
damente examinadas y resueltas sean de allí en adelante omitidas,
descartadas, y no se siga atesorándolas y alentando a los hombres a
dudar. A esa lista de dudas o problemas aconsejo anexar otra, tan
importante o más, que es una lista de errores populares: me refiero
principalmente a aquellas cosas de historia natural que solemos en-
contrar en el discurso y los dichos ingeniosos, y que no obstante son
claramente detectadas y convictas de falsedad; a fin de que el cono-
cimiento humano no se vea debilitado ni envilecido por tal ganga y
vanidad. En cuanto a las dudas o non liquets generales o totales,
entiendo por tales aquellas diferencias de opinión tocantes a los
principios de la naturaleza y cuestiones fundamentales de la misma,
que han sido causa de la diversidad de sectas, escuelas y filosofías,
como son las de Empédocles, Pitágoras, Demócrito, Parménides y
los demás. Pues aunque Aristóteles, como si hubiera pertenecido a la
raza de los otomanos, creyó no poder reinar como no empezara por
dar muerte a todos sus hermanos, empero, para los que buscan la
verdad y no el dogmatismo, no puede dejar de ser muy provechoso
el ver ante sí las diversas opiniones que se han expuesto acerca de
las bases· de la naturaleza. No es que de esas teorías quepa esperar
ninguna verdad exacta; pues, así como en la astronomía se da satis-
facción a los mismos fenómenos mediante la astronomía tradicional
del movimiento diurno y los movimientos propios de los planetas
con sus excéntricas y epiciclos, y mediante la teoría de Copérnico,
que supone que la tierra se mueve, y los cálculos valen igualmente
para una y otra, así el rostro y aspecto ordinario de la experiencia
queda muchas veces satisfecho por diferentes teorías y filosofías,
mientras que el hallar la verdad real requiere otra clase de severidad
v atención. Pues, como dice Aristóteles, que al principio los niños
llaman madre a toda mujer, pero después vienen a distinguir confor-
me a la verdad 259 , así la experiencia, si está en su infancia, llama

2S9 Física, I, I (184b).


El avance del saber 115

madre a toda filosofía, pero al llegar a la madurez distingue a la


madre verdadera. De modo que entretanto conviene ver las diversas
glosas y opiniones que se han dado sobre la naturaleza, en las cuales
puede suceder que cada uno haya visto más claro en una cuestión
que sus colegas. Por eso yo desearía que se hiciera, cuidadosa y dili-
gentemente, una compilación de antiquis philosophiis 260 , con cuantos
posibles datos nos han llegado de ellas. Esta clase de obra lá encuen-
tro omitida. Mas aquí he de poner una advertencia: que se haga con
claridad y separadamente, con la filosofía de cada uno completa en sí,
y no por títulos empaquetadas y hacinadas juntas, como hizo Plutar-
co. Pues la armonía de una filosofía consigo misma es lo que le pres-
ta luz y crédito, mientras que disgregada y rota ,parecerá más extra-
ña y disonante. Pues, así como cuando yo leo en Tácito las acciones
de Nerón o de Claudia, con las circunstancias de tiempos, motiva-
ciones y ocasiones, no me parecen tan extrañas, pero cuando las leo
en Suetonio Tranquilo reunidas en epígrafes y paquetes, y no por
orden cronológico, me parecen más monstruosas e increíbles, así
acontece con cualquier filosofía, de ser expuesta entera a desmem-
brada en artículos. Ni excluyo tampoco las opiniones de épocas más
recientes de ser igualmente representadas en esa lista de sectas filo-
sóficas: así la de Teofrasto Paracelso, elocuentemente reducida a ar-
monía por la pluma de Severino el danés; y la de Telesio, y su dis-
cípulo Donius, que es, por así decirlo, una filosofía pastoral, llena
de sentido pero sin mucha profundidad; y la de Fracastoro, que aun-
que no pretendió hacer ninguna filosofía nueva, empero aplicó a la
antigua la libertad de su propia visión; y la de nuestro compatriota
Gilbert, que resucitó, con algunas alteraciones y demostraciones, las
opiniones·· de Jenófanes, y toda otra digna de ser recogida.
6. Con lo dicho hemos terminado con dos de los tres rayos del
conocimiento humano, esto es, el radius directus que se refiere a la
naturaleza, y el radius refractus, que se refiere a Dios, y no puede
dar noticia verdadera por la desigualdad del medio. Queda el radius
reflexys, con el cual el hombre se mira y contempla a sí mismo.

IX.1. Llegamos ahora, pues, a ese conocimiento al que nos en-


camina el oráculo antiguo, que es el conocimiento de nosotros mis-
mos, y que merece un tratamiento tanto más cuidadoso cuanto que
nos toca más de cerca. Este conocimiento, siendo el final y término
de la filosofía natural en la intención del hombre, no es, sin embar-
go, sino una porción de la filosofía natural si se lo considera respecto
a la totalidad de la naturaleza. Y en general ha de seguirse esta nor-

:l(il) De las filosofías antiguas.


116 Francis Bacon

ma, aceptar todas las particiones de los conoc1m1entos más como


líneas y venas que como secciones y separaciones, y mantener la con-
tinuidad e integridad del conocimiento. Pues lo contrario ha hecho
que algunas ciencias particulares se tornasen estériles, superficiales
y erróneas, desde el momento en que han dejado de nutrirse y sus-
tentarse de la fuente común. Así vemos a Cicerón el orador quejarse
de Sócrates y su escuela, por haber sido los primeros en separar la
filosofía de la retórica 261 , con lo cual esta última vino a ser un arte
vacío y puramente verbal. Así vemos en la opinión de Copérnico
tocante a la rotación de la tierra, opinión que la propia astronomía
no puede corregir porque no repugna a ninguno de los fenómenos,
pero que la filosofía natural sí puede corregir. Así vemos también
que la ciencia médica, dejada de la mano y separada de la filosofía
natural, no es mucho mejor que una práctica empírica. Con esia re-
serva, pues, pasamos a la filosofía humana o humanidades, que· tiene
dos partes: una considera al hombre segregado, o de manera distri-
butiva; la otra congregado, o en sociedad. De suerte que la filosofía
humana es, ora simple y particular, ora conjugada y civil. La huma-
nidad particular se compone de las mismas partes que el hombre,
esto es, de conocimientos relativos al cuerpo y conocimientos relati-
vos al espíritu. Pero antes de dividir tanto es bueno componer. Pues
a mi juicio la consideración general y en conjunto de la naturaleza
humana merece ser emancipada y constituir un conocimiento en sí,
no tanto atendiendo a esos discursos deleitosos y elegantes que se
han hecho sobre la dignidad del hombre, sus miserias, su estado y
vida, y demás acompañantes de su naturaleza común e indivisa,
cuanto atendiendo al conocimiento concerniente a las simpatías y
concordancias que hay entre el espíritu y el cuerpo, que, siendo mix-
tas, no se pueden asignar propiamente a las ciencias de uno u otro.
2. Este conocimiento tiene dos ramas; pues así como todas las
ligas y amist~des se componen de inteligencia mutua y oficios mu-
tuos, así esta liga del espíritu y el cuerpo tiene estas dos partes,
cómo el uno revela al otro, y cómo el uno actúa sobre el otro: des-
cubrimiento e impresión. Lo primero ha engendrado dos artes, am-
bas de predicción y prenoción, de las cuales una se honra con la
investigación de Aristóteles, la otra con la de Hipócrates 2Q. Y aun-
que en los últimos tiempos ha sido frecuente maridarlas con artes
supersticiosas y fantásticas, empero si se las purga y restaura en su
verdadero carácter se verá que ambas tienen una base sólida en la
1"1 De oratore, III, 16 (60-61).
Los estudios fisiognómicos de Aristóteles se encuentran en sus obras
l62
sobre Historia y Partes de los Animales; los de Hipócrates sobre los sueños,
en el libro IV de Régimen.
El avance dd saber 117

naturaleza, y una aplicación provechosa en la vida. La primera es la


fisiognómica, que por los rasgos del cuerpo descubre la disposición
del espíritu. La segunda es la interpretación de los sueños naturales,
que por las imaginaciones del espíritu descubre el estado del cuerpo.
En la primera de ellas observo una omisión. Pues Aristóteles ha tra-
tado muy ingeniosa y diligentemente de las hechuras del cuerpo, pero
no de sus ademanes, que no son menos comprensibles por arte, y son
de mucha mayor utilidad y provecho. Pues los rasgos del cuerpo re-
velan la disposición e inclinación del espíritu en general, pero los
movimientos del semblante y partes no hacen eso solamente, sino
que además revelan el humor y estado presente de la mente y la
voluntad. Pues como Vuestra Majestad dijo con sumo acierto y ele-
gancia, como la lengua habla al oído, así el gesto habla a los o;os 263 •
Y por eso muchas personas sutiles, cuya vista se detiene en los ros-
tros y modales de los demás, conocen bien lo provechoso de esa
observación, como parte principal que es de su talento; como tam-
poco se puede negar que es gran medio de descubrir los fingimientos
y gran auxilio en la dirección de los negocios.
3. La segunda rama, tocante a la impresión, no ha sido reco-
gida en un arte sino tratada de manera dispersa, y tiene la misma
relación o correspondencia inversa que la primera. Pues la conside-
ración es doble: o bien de qué modo, y hasta qué punto, los humo-
res y estados del cuerpo alteran el espíritu o actúan sobre él, o bien
de qué modo, y hasta qué punto, las pasiones o aprehensiones del
espíritu alteran el cuerpo o actúan sobre él. Lo primero ha sido in-
vestigado y estudiado como parte de la religión o superstición. Pues
el médico prescribe curas del espíritu en los frenesíes y pasiones
melancólicas, y pretende también suministrar medicinas para exhila-
rar la mente, confirmar el valor, aclarar el ingenio, corroborar la
memoria, etcétera; pero mayores son los escrúpulos y supersticiones
relativos a la dieta y demás régimen del cuerpo en la secta de los
pitagóricos, en la herejía de los maniqueos y en la ley de Mahoma.
Asimismo son muchas y estrictas las ordenanzas de la ley judaica,
que prohíbe comer la sangre y el sebo 264, y distingue entre animales
puros e impuros para comer su carne 265 • E incluso la misma fe, lim-
pia y serena de toda nube de ceremonia, aun así mantiene el uso de
ayunos, abstinencias y otras mortificaciones y humillaciones del cuer-
po, como cosas reales y no figurativas. La raíz y razón de todas esas
prescripciones es, aparte de la ceremonia, la consideración de esa

263 Según Spedding, en el Basilicon doron, libro III.


"64 Lev. 7, 23-27.
265 Lev. 11, 1-30.
118 Francis Bacon
dependencia que tienen los afectos de la mente respecto del estado
y disposición del cuerpo. Y .si alguien de débil juicio pensare que
este padecer del espíritu por causa del cuerpo pone en cuestión la
inmortalidad o menoscaba la soberanía del alma, se le puede enseñar
con ejemplos fáciles que el niño en el vientre de su madre sufre con
ella y no obstante es separable, y que el monarca más absoluto es a
. veces conducido por sus servidores y ello no implica sometimiento.
En cuanto al conocimiento contrario, que es el de la operación de las
ideas y pasiones del espíritu sobre el cuerpo, vemos que todos los
médicos prudentes, al prescribir un régimen a sus pacientes, consi-
deran siempre los accidentia animi 266, como cosa de gran fuerza para
potenciar o entorpecer los remedios o curaciones; y más especial-
mente es una indagación de gran hondura y valor tocante a .la ima-
ginación, la de cómo y hasta qué punto altera el cuerpo del que ima-
gina. Pues, si bien tiene un poder evidente para hacer daño, no se
sigue que lo tenga igual para beneficiar; como no se puede concluir,
porque haya aires pestilentes capaces de matar de repente a un hom-
bre sano, que tenga que haber aires soberanos capaces. de curar de
repente a un enfermo. La investigación de esta parte es de gran
utilidad~ si bien requiere, como dijo Sócrates, un buceador de De-
los "}1,1, por ser difícil y profunda. Mas, para todo este conocimiento
de communi vinculo 268 , de las concordancias entre el espíritu y. el
cuerpo, la parte más nec~saria de la indagación es la que considera
los asientos y domicilios que las diversas facultades de la mente
toman y ocupan en los órganos del cuerpo: conocimiento que .há
sido intentado, y es debatido, y merece ser mucho mejor buscado._
Pues la opinión de Platón, que colocó el entendimiento en el cerebro,
el valor (que él impropiamente llamó ira, siendo así que tiene mayor
comunidad con el orgullo) en el corazón, y la concupiscencia o sen-
sualidad en .el hígado 2169 , no merece ser desdeñada, pero mucho menos
aprobada. Con lo dicho hemos dejado constituida, pues (conforme a
nuestro deseo y parecer), la inquisición tocante a la naturaleza huma-
na entera, como justa porción del conocimiento que debe ser tratada
aparte.

X.1. El conocimiento concerniente al cuerpo humano se divide


igual que el bien del cuerpo humano, al cual se refiere. El bien del
cuerpo humano es de cuatro clases, a saber, salud, belleza, fuerza y
placer; así, los conocimientos son la medicina o arte de curar, el
266 Estados de ánimo.
'161Di6genes Laercio, Sócrates (II, 22).
268 Del vínculo común.
·'1$ Timeo, 69-71.
El avance del saber 119

arte del adorno, que se llama cosmética, el arte· de la actividad, que


se llama atlética, y el arte de lo voluptuoso, que Tácito llama acer-
tadamente eruditus luxus 270 • Este asunto del cuerpo humano es de
todas las cosas de la naturaleza la más suceptible de enmienda, pero
también esa enmienda es la más suceptible de error. Pues la propia
·sutileza del asunto es a la vez ocasión de grandes consecuciones y fá-
ciles fracasos, y por ende su indagación debería ser tanto más pre-
cisa. ·
2. Hablando, pues, de la medicina, resumiendo lo que ya he~
mos dicho y ascendiendo un poco más, diremos que la antigua opi-
nión de que el hombre es un microcosmos, un compendio o modelo
del mundo, ha sido fantásticamente exagerada por Paracelso. y los
alqµimistas, como si en el cuerpo humano se pudieran encontrar co-
rrespondencias y paralelismos con todas las variedades de· cosas,
como estrellas, planetas, minerales, que existen en el- mundo gran-
de. Ahora bien, es evidentemente cierto que, de todas las sustancias
que la naturaleza ha producido, el cuerpo humano es la más com-
puesta. Pues vemos que las hierbas y plantas se nutren de tierra y
agua; las bestias, en su mayor parte de hierbas y frutos; el hombre
de la carne de bestias, aves y peces, hierbas, granos, frutos, agua, y
de las múltiples alteraciones, condimentaciones y preparaciones de
esos varios cuerpos antes de que lleguen a ser comida y alimento
suyo. Añádase a esto que las bestias tienen un modo de vida más
simple, y menos cambio de afectos que actúe sobre sus cuerpos,
mientras que el hombre, en su vivienda, sueño, ejercicio, pasiones,
conoce infinitas variaciones, y no se podrá negar que el cuerpo del
hombre es de todas las cosas la masa más compuesta. El alma, en
cambio,.es la más simple de las sustancias, como está bien expresado
en .

purumque reliquit
Aethereum sensum atque aurai simplicis ignem 771 •

. · De suerte que no es maravilla que el alma así situada no conozca


descanso, si es cierto ese principio de que Motus rerum est rapiáus
extra locum, placidus in loco m. Pero vayamos a lo nuestro. Esta
composición variable del cuerpo humano lo ha hecho como un ins-
trumento que fácilmente se desafina; y por eso los poetas hicieron
:m Voluptuosidad refinada. Anales, XVI, 18.
111 Y deja inmaculados el sentido etéreo y la llama del espíritu simple. Vir-
gilio, Eneiáa, VI, 746-747.
m El movimiento de las cosas es rápido cuando están fuera de su lugar,
sosegado cuando están en él
120 Francis Bacon

bien en unir la música y la medicina en Apolo 273, porque el oficio


de la medicina no es otro que el de afinar esa. arpa extraña que es
el cuerpo humano y llevarla a armonía. Ahora bien, del ser tan va-
riable el objeto se ha seguido que el arte fuera más conjetural; y el
arte, al ser conjetural, ha dejado tanto mayor espacio a la impostura.
Pues casi todas las demás artes y ciencias se juzgan por acciones u
obras maestras, si se me permite llamarlo así, y no por las conclu-
siones y desenlaces. Al abogado se le juzga por la calidad de su ar-
gumentación, no por el fallo de la causa. Al capitán de una nave se
le juzga por la correcta dirección de su curso, no por la fortuna de
la travesía. Pero el médico, y tal vez también el político, carece de
acciones particulares que demuestren su capacidad, antes bien es
juzgado sobre todo por el desenlace, que siempre es según se mire:
pues ¿quién puede decir, si un paciente se muere o se recupera, o si
un estado se mantiene o se arruina, si ello ha sido por arte o por
accidente? Y por eso muchas veces al impostor se le premia, ·Y al
hombfe de talento se le critica. Más aún, vemos que la debilida!i y
la credulidad de los hombres son tales que a menudo prefieren un
charlatán o hechicero a un médico instruido. Por eso los poetas tu-
vieron buena vista para discernir esta extremada necedad cuando hi-
cieron a Esculapio y Circe hermanos 274, hijos ambos del sol, como
en los versos:

lpse repertorem medicinae talis et artis


Fulmine Phoebigenam Stygias detrusit ab undas 275 ;

y
Dives inaccessos ubi Solis filia tucos n6, etcétera.

Pues en todos los tiempos, en la opinión de la multitud, los brujos,


las viejas y los impostores han competido con los médicos. ¿Y qué
se sigue de ello? Pues esto, que los médicos se dicen a sí mismos,
como lo expresa Salomón en ocasión más alta: Si me ha de suced,er
como a los necios, ¿por qué voy a trabajar por ser más sabio? m
Y por eso no puedó yo culpar mucho a los médicos porque por lo

Cf. Ovidio, Metamorfosis, I, 521.


TTJ
Esculapio, el dios de la medicina, y Circe, la hechicera.
274
El mismo (Júpiter) con su rayo arrojó a las ondas de la Estigia al
275
hi¡o de Febo, el descubridor de la medicina y sus artes. Virgilio, Eneida,
VII. 772.
276 Donde la opulenta bija del Sol, los bosques inaccesibles... Virgilio,
Eneida, VII, 11.
m Ecl. 2, 15.
El avance del saber 121

regular suelan cultivar alguna otra arte o práctica que estiman más
que su profesión; Pues los hay que son anticuarios, poetas, humanis-
tas, estadistas, mercaderes, teólogos, y en cada una de esas ocupa-
ciones más peritos que en su profesión; y sin duda por este motivo,
qu~ ven que a la mediocridad o excelencia en su arte no corresponde
una diferencia de lucro o estimación, porque la debilidad de los pa-
cientes, la dulzura de la vida y la naturaleza de la esperanza hacen a
los· hombres depender de los médicos con todos sus defectos. Ahora
bien, estas cosas de que hemos hablado se producen por la combi-
nación de un poco de ocasión y un mucho de desidia y descuido;
pues si espoleamos y avivamos nuestra observación veremos en ejem-
plos de todos conocidos hasta dónde llega· el imperio de la sutileza
de espíritu sobre la variedad de materia o forma. Nada hay más va-
riado que los rostros y semblantes, y sin embargo se pueden conser-
var en la memoria sus infinitas distinciones; más aún, un pintor con.
unos pocos cuencos de colores, y la ventaja que le dan su vista y su
. imaginación experta, es capaz de imitar todos los que han sido, son
o serán, si se le ponen delante. Nada hay más variado que las voces,
y sin embargo también es posible distinguirlas de una persona a
otra; más aún, un bufón o actor imita todas las que quiera. Nada
hay más variado que los diferentes sonidos de las palabras, y sin em-
bargo se ha encontrado la manera de reducirlos a unas cuantas letras
simples. De modo que no es fa insuficiencia o incapacidad de la
mente humana, sino el aplicarla demasiado de lejos, lo que origina
esos extravíos e incomprensiones. Pues así como los sentidos de
lejos están llenos de erroi:, pero de cerca son exactos, lo mismo suce-
de con el entendimiento, y el remedio no está en aguzar o reforzar
el órgano, sino en aproximarse más al objeto; así pues, no hay duda
de que si los médicos aprendieran y usaran los verdaderos accesos y
avenidas de la naturaleza; podrían hacer suyo lo que dice el poeta:

Et quoniam variant morbi, variabimus artes,·


Mille mali species, mille salutis erunt 218 •

Que así hicieran. es cosa que merece la nobleza de su arte, bien fi-
gurada por los poetas, que hicieron ~ Esculapio hijo del sol, éste
fuente de vida y aquél como un segundo manantial; pero infinita-
mente más dignificada por el ejemplo de nuestro Salvador, que hizo
al cuerpo del hombre objeto de sus milagros, como al alma objeto
de su doctrina. Pues no leemos que condescendiera nunca a hacer l:Jn

118 Y, ya que las enfermedades varían, variaremos las artes: a mil clases
de mal, mil remedios habrá. Ovidio, De remediis amoris, 525.
122 Francia Bacon

milagro en cuestiones de honor, ni de dinero (excepto aquél para


dar tributo al César 279 ), sino únicamente para la conservación, sus-
tento y curación del cuerpo humano.
· 3. La medicina es una ciencia que ha sido, como hemos dicho,
más profesada que trabajada, y aun así más trabajada que adelantada;
habiendo sido el trabajo hecho, a mi juicio, más en círculo que en
progresión. Pues encuentro en ella mucha reiteración, pero poco
incremento. Considera las causas de las enfermedades, con sus oca~
siones u orígenes; las enfermedades mismas, con sus síntomas, y
los. remedios, con las maneras de prevenir 2llO. Las deficiencias que me
parece conveniente señalar, que no son sino unas pocas de entre
muchas, y de las más visibles y manifiestas, las voy a enumerar, sin
asignarles lugar.
4. La primera es el abandono de aquella antigua y seria dili-
. gencia de Hipócrates, que tenía por costumbre escribir una relación
de los casos particulares de sus pacientes, de cómo evolucionaban y
cómo eran sentenciados por la curación o la muerte. Teniendo así
un ejemplo propio en el padre del arte, no necesito aducir un ejem-
plo ajeno, el de la prudencia de los hombres de leyes, que ponen
cuidado en dar cuenta de los casos y decisiones nuevos para direc-
ción de los juidos futuros. Esta continuación de la historia medici-
nal la encuentro deficiente, entendiendo que no debe ser tan infini-
ta que se extienda a todos los casos comunes, ni tan restringida que
no admita más que prodigios: pues hay muchas cosas nuevas en la
manera que no lo son en el género; y si uno se lo propone, hallará
mucho digno de observar.
5. En el estudio que se hace de la anatomía encuentro mucha
deficiencia: pues se estudian las partes, y. sus sustancias, formas y
ubicaciones, pero no las diversidades de las partes, ni la interioridad
de los con9uctos ni los asientos o depósitos de los humores, ni tam-
poco mucno las huellas e impresiones de las enfermedades. Esta
omisión imagino que se debe a que la primera indagación puede ser
satisfecha con la visión de una o unas pocas disecciones, pero la
segunda, al ser comparativa y casuística, ha de brotar de la visión
de muchas. Y en cuanto a la diversidad de las partes, no cabe duda
de que la factura o conformación de las partes interiores admite tan-
ta diferencia como la de las exteriores, y en ello reside la causa cons-
titucional 281 de muchas enfermedades; y por no atender a esto mu-
!19 Mt. 17, 27.
2IKl En el De augmentis se divide la medicina en conservaci6n de la salud,
curaci6n de las enfermedades y prolongaci6n de la vida, quejándose el autor
del imperfecto tratamiento de lo primero y del desprecio de lo último.
281 En el original cause continent, expresión tomada de Celao.
El avance del saber 123

chas veces se echa la culpa a los humores, que no la tienen, estando


el fallo en la propia hechura y mecánica de la parte, y no pudiendo
ser eliminado mediante medicina alterativa, sino que hay que corre-
girlo y paliarlo con regímenes y medicinas comunes m. Y en cuanto
a los conductos y poros, es verdad lo que ya se señaló antiguamente,
que los más sutiles no se aprecian en las disecciones, porque, aunque
abiertos y visibles en los cuerpos vivos, en los muertos están cerra-
dos y" ocultos. Ahora bien, aunque la inhumanidad de la anatomía
vivorum 1.83 fue por Celso justamente reprobada 284, empero, habida
cuenta de la gran utilidad de esa clase de observación, no era preciso
que por tan poco motivo se renunciara sin más a la investigación, o
se la dejara a la práctica casual de la cirugía, sino que bien podía
haber sido desviada a la disección de animales vivos, que, pese a la
desemejanza de sus partes, puede satisfacer cumplidamente este es-
tudio. Y en cuanto a los humores, en las disecciones se los suele
pasar por alto como purgantes, siendo así que es sumamente nece-
sario observar qué cavidades, nidos y receptáculos encuentran en las
partes, con la diferente clase de humor así alojada y recogida. Y en
cuanto a las huellas de las enfermedades, y sus devastaciones de las
partes interiores, supuraciones, ulceraciones, cesaciones, putrefaccio-
nes, consunciones, contracciones, extensiones, convulsiones, disloca-
ciones, obstrucciones, repleciones, junto con todas las sustancias
anormales, como piedras, carnosidades, excrecencias, vermes, etcéte-
ra, deberían haber sido exactamente observadas mediante multitud
de disecciones y la aportación de las diversas experiencias de cada
cual, y cuidadosamente anotadas, tanto históricamente según su apa-
riencia como técnicamente con referencia a las enfermedades y sín-
tomas que resultaron de ellas, en el caso de que la disección sea de
un paciente difunto; mientras que ahora al abrir los cuerpos se las
pasa por alto descuidadamente y sin comentario.
6. En la indagación de las enfermedades se renuncia a la cura-
ción de muchas, de unas afirmando que por su propia naturaleza son
incurables, y de otras que pasó el momento en que se pudieron curar,
de suerte que Sila y los triunviros no condenaron a la muerte a
tantos hombres como hacen éstos con sus edictos de ignorancia; de
los cuales, sin embargo, escapan muchos con menos dificultad que de
las proscripciones romanas. Por eso no vacilo en señalar como defi-
ciencia el que no se inquiera el perfecto remedio de muchas en!er-
medades, o de sus grados extremos, antes bien declarándolas incura-

m Es decir, no con remedios drásticos, sino suaves y constantes.


283 Vivisección.
* Véase Celso, De medicina, I, l.
124 Francia Bacon

bles se promulga una ley que legitima el descuido y exonera de


descrédito a la ignorancia.
7. Más aún, estimo ser oficio del médico no sólo restaurar la
salud, sino mitigar el dolor y los sufrimientos, y no sólo cuando esa
mitigación pueda conducir a la recuperación, sino cuando pueda
lograrse con ella un tránsito suave y fácil; pu~s no es pequeña ben-
dición esa eutanasia que César Augusto deseaba para sí 2ll5, y que
fue especialmente notada en la muerte de Antonino Pío, que fue a
modo y semejanza de un adormecimiento dulce y placentero. Así está
escrito en Epicuro, que después que fue desahuciado ahogó su estó-
mago y sus sentidos con gran ingestión de vino, a propósito de lo
cual se hizo el epigrama: Hinc Stygias ebrius haf!SÍt aquas, no estaba
lo bastante sobrio para gustar ninguna amargura en el agua de la
Estigia 2116 • Mas los médicos, al contrario, tienen casi por ley y reli-
gión el seguir con el paciente después de desahuciado, mientras que,
a mi juicio, debieran a la vez estudiar el modo y poner los medios
de facilitar y aliviar los dolores y agonías de la muerte.
8. En la consideración de los remedios de las enfermedades en-
cuentro una deficiencia en las prescripciones indicadas para el trata-
miento específico de cada enfermedad, pues los médicos han inutili-
zado el fruto de la tradición y la experiencia con sus magistrales,
añadiendo y quitando y cambiando qf!id pro quo w en las recetas a
su antojo, mandando y disponiendo sobre la medicina como ésta no
puede mandar y disponer sobre la enfermedad. Porque, excepción
hecha de la triaca y el mitridato, y últimamente del diascordio, con
algunas pocas más, no se sujetan a ninguna fórmula rigurosa y reli-
giosamente. Y por lo que respecta a los preparados que hay a la
venta en las boticas, son para uso inmediato y no específicos, pues
sirven para las intenciones genéricas de purgar, abrir, confortar, re-
gular la digestión, y no resultan muy apropiados para las enferme-
dades concretas; y a esta causa obedece el que los empíricos y las
comadres sean muchas veces más afortunados en sus tratamientos
que los médicos entendidos, porque son más rigurosos en la compo-
sición de las medicinas. En esto, pues, reside la deficiencia que hallo,
en que los médicos no han puesto por escrito y comunicado, valién-
dose en parte de su práctica personal, en parte de las pruebas cons-

285 Suetonio, Augusto, XCIX. Bacon parece ser aqÚí el primer moderno
que aboga por la eutanasia pasiva.
1.86 Diógenes Laercio, Epicuro, X, 15-16, donde, sin embargo, s6lo se dice
que Epicuro se dio un baño caliente y pidió que le sirvieran vino puro.
m Esto por aquello. La expresión latina se empezó a usar en Inglaterra en
el siglo XVI, precisamente para designar la sustitución de una sustancia medi-
cinal por otra.
El avance del saber 125

tantes que se describen en los libros y en parte de las tradiciones de


los empíricos, ciertas medicinas experimentales para el tratamiento
de enfermedades concretas, además de sus propias anotaciones conje-
turales y magistrales. Pues así como en el estado romano los hom-
bres de mejor composici6n eran los que siendo cónsules se inclina-
ban al pueblo, o siendo tribunos se inclinaban al senado, así en la
materia que estamos tratando son los mejores médicos los que sien-
do doctos atienden a las tradiciones de la experiencia, o siendo em-
píricos atienden a los métodos del saber.
9. En la preparación de medicinas, encuentro extraño, sobre
todo si se tiene en cuenta de qué modo se han alabado las medicinas
minerales, y que son más seguras para las partes exteriores que para
las interiores, que nadie se haya propuesto hacer una imitación
artificial de los baños naturales y fuentes medicinales, de los cuales,
sin embargo, .se afirma que deben sus virtudes a los minerales; y no
s6lo esto, sino que se ha averiguado y distinguido de qué mineral
concreto llevan mezcla, si de azufre, vitriolo, hierro, etcétera; y si
esas composiciones se pudieran hacer artificialmente, se aumentaría
su variedad, y se podría graduar mejor su efecto.
1O. Por no descender a más detalles de lo que conviene a mi
intención o a las dimensiones de esta obra, concluiré esta parte se-
ñalando otra deficiencia más, que me parece de suma importancia:
que es que los tratamientos al uso son demasiado sumarios para al-
canzar sus fines, pues, a mi entender, es vano e ilusorio pensar que
haya medicina tan excelente o acertada que su prescripción o em-
pleo baste para obrar grandes efectos sobre el cuerpo humano. Raro
sería el discurso que con s6lo dicho, o dicho a menudo, rescatara a
un hombre de un vicio al que por naturaleza estuviera sometido.
Son el orden, la perseverancia, la sucesión y la alternancia de aplica-
ci6n los que tienen poder en la naturaleza; lo cual, aunque requiera
un más exacto conocimiento en la prescripci6n y una más precisa
obediencia en la aplicaci6n, empero queda recompensado por la
magnitud de los efectos. Y aunque por las visitas diarias de los
médicos se pudiera pensar que hay alguna continuidad en el trata-
miento, basta examinar sus prescripciones y administraciones para
ver que son cosas inconstantes y del día, sin providencia o plan fijo.
No es que toda pi:escripci6n escrupulosa o meticulosa haya de ser
eficaz, como no todo camino recto lleva al cielo; pero el acierto de
la direccjón ·debe preceder a la severidad de la observancia.
11. En cuanto a la cosmética, hay partes de ella que son de
·civilidad, y partes que son de afeminamiento. Pues siempre se ha
pensado que la limpieza corporal procede de una reverencia debida
a Dios, a la sociedad y a nosotros mismos. En cuanto al adorno arti-
126 Francis Bacon .

ficial, bien se merece las deficiencias que muestra, pues ni es tan


fino que engañe, ni su uso es sano, ni su resultado agradable 2BB. .
. 12. Por lo que respecta a la atlética, la tomo en su sentido am-
plio, es decir, en el de todo grado de capacidad a que pueda ser lle-
vado el cuerpo humano, ya sea de actividad o de resistencia; de las
cuales la actividad tiene dos partes, fuerza y celeridad, y la resisten·
cia otras dos, reciedumbre frente a las privaciones y rigores y resis-
tencia al dolor o tormento; de lo cual vemos el ejercicio en los sal-
timbanquis, en los salvajes y en los que sufren castigo; aún más, .si
hubiere alguna otra facultad no incluida en ninguna de las anteriores
divisiones, como es en los buceadores el adquirir un extraño poder
de contener la respiración, etcétera, la remito a esta parte. De estas
cosas se conoce la práctica, pero la filosofía correspondiente no ha
sido muy indagada, y tanto menos, creo yo, porque se supone que
se llegue a ellas por una aptitud natural, que no se puede enseñar,
o bien sólo por un hábito continuo, que basta con prescribir; y, aun-
que ello no sea cierto, renuncio aquí a señalar deficiencia alguna,
pues los Juegos Olímpicos ha mucho que se extinguieron, y para
fines útiles es suficiente la mediocridad en estas cosas; en cuanto
a la excelencia en ellas, casi nunca sirve para otra cosa que para
mercenaria ostentación.
13. En cuanto a las artes del placer sensual, la principal omi-
sión que hay en ellas es la de leyes que las repriman. Pues, si }ia
sido bien observado que las .artes que florecen en aquellas épocas en
que crece la virtud son las marciales, y mientras la virtud está en
pleno vigor las liberales, y cuando la virtud va declinando las volup-
tuosas, por lo mismo me temo que esta época presente del mundo
esté un poco en el movimiento descendente de la rueda. Con las
artes voluptuosas emparejo las prácticas jocundas, pues el engaño
de los sentidos es uno de los placeres de ellos. En cuanto a los jue-
gos de entretenimiento, los considero incluidos dentro de la vida
y educación civiles. Y hasta aquí por lo que respecta a esa filosofía
humana particular que se refiere al cuerpo, que no es sino taber-
.náculo del espíritu 289 • . . .

288 Por adorno artificial hay que entender, según se declara en el De aug-
mentis, la pintura del rostro, que a Bacon le gustaría ver prohibida.
2B9 En este punto del De augmentis se habla, entre las artes voluptuosas,
de la música y la pintura, aquí no mencionadas quizá por descuido, y que,
naturalmente, no le ·parecen a Bacon reprobables. En la obra latina se dice
que las artes placenteras son tantas cuantos son los sentidos, y que las más
estimables son las relativas a la vista (no sólo la pintura, sino también. la
decoración, la jardinería, etc.) y al oído (la música). Lo que hay que repri-
mir es el exceso en perfumes o en comidas exquisitas, y sobre todo cuanto
incite a la concupiscencia.
El avance del saber 127

XI.1. En cuanto al conocuruento humano concerniente al es-


píritu, tiene dos partes, una que estudia la sustancia o naturaleza
del alma q espíritu, otra que estudia sus facultades o funciones. A
la primera de las dos pertenecen las consideraciones acerca del origen
del alma, si es innata o adventicia, y hasta qué punto escapa a las le-
yes de la materia, y acerca de. su inmortalidad, y muchas otras cues-
tiones, que no han sido más laboriosamente indagadas que diversa-
mente decididas, de suerte que el trabajo que a ello se ha dedicado
más parece haber sido en un laberinto que a lo largo de un camino.
Mas, aunque opino que este conocimiento puede ser indagado con
mayor veracidad o corrección, aun en lo natural, de lo que ha sido,
empero sostengo que al final ha de ser limitado por la religión, o
caerá en engaños e ilusiones; pues así como en la creación .la sustan-
cia del alma no fue extraída de la masa del cielo y de la tierra me-
diante la bendición de un producat, sino que fue inmediatamente
inspirada desde Dios 290, así no es posible que esté sujeta, si no es
por accidente, a las leyes del cielo y de la tierra, que constituyen el
objeto de la filosofía; y por lo tanto el verdadero conocimiento de
la naturaleza y estado del alma debe venir de la misma inspiración
que dio su sustancia 291 • De esta parte del conocimiento tocante al
a:~a hay dos apéndices, que, del modo en que han sido tratados, más
han emanado fábulas que irradiado verdad, y que son la adivinación
y la fascinación.
·. 2. De la adivinación hay una división antigua y acertada en
artificial y natural, de las cuales la artificial es aquella en que la
mente hace una predicción por argumentación, deduciendo de signos
. e· indicios, y la natural es aquella en que la mente tiene un presen-
timiento por un poder interior, sin la incitación de un signo. La ar-
tificial es de dos clases, según que la argumentación vaya aparejada a
una derivación de causas, y entonces .es racional, o que solamente se
funde en una coincidencia de efectos,. y entonces es experimental; y
esta última casi siempre es supersticiosa, como eran las observacio-
nes paganas acerca de la inspección de sacrificios, los vuelos de las
aves, los énjambres de abejas, y como era la astrología de los cal-
deos, etcétera. En cuanto a la adivinación artificial 292 , sus diversas
clases se reparten entre los conocimientos particulares. El astrónomo

290 Cf. Gén. 1 y 2, 7.


291 En la versión latina se distingue entre alma racional e irracional; sólo a
la primera, privativa del hombre, se refiere este texto. El alma irracional,
común al hombre y el animal, anima sensibilis sive producta, se puede estudiar
de modo natural, pero Bacon opina que no ha sido bien hecho ese estudio.
292 Así en el original, aunque parece que lógicamente debería decir adivi-
naci6n artificial racional. ·
128 Francis Bacon

tiene sus predicciones, como son las de conjunciones, aspectos, eclip-


ses, etcétera. El médico tiene las suyas de muerte, de curación, de
los síntomas y desenlaces· de las enfermedades. T.ambién las hay ~
política: O urbem venalem, et cito perituram, si emptorem invene-
rit! 293 , que no tardó mucho en cumplirse, primero con Sila y des-
pués con César. Mas, como estas predicciones. no no~ conciernen
ahora, las dejaremos para otro lugar. De lo que ahora estamos ha-
blando es de la adivinación que brota de la naturaleza interior del
alma, y que se ha considerado de dos clases, primitiva y por influjo.
La primitiva se funda en la súposición de que la mente, cuando está
recogida y replegada sobre sí y no difusa por los órganos del cuerpo,
posee cierto margen y latitud de premonición, que por lo mismo se
manifiesta más en el sueño, en los éxtasis y en la proximidad de la
muerte, y más raramente en la vigilia, y que es induciqa y fomenta-
da por aquellas abstinencias y observancias que más llevan a la tp.en-
te a tratar consigo misma. La adivinación por influjo se funda en
la idea de que la mente, a manera dé espejo o cristal, puede recibir
iluminación de la presciencia de Dios y los espíritus, a lo cu~l con-
duce igualmente ese mismo régimen. Pues el retiro de la mente a sí
misma es el estado más susceptible a los influjos divinos, salvo que
en este caso va acompañado de un .fervor y elevación, lo que los
antiguos denominaban furia, Y. no, como en el otro, de un reposo .Y
calma.
3. La fascinación es el poder y acción intensivos de la imagi-
nación sobre otros cuerpos distintos del de quien imagina (pues· de
eso ya hemos hablado en su lugar debido): en lo cual la escuela de
Paracelso y los seguidores de la pretendida magia natural han sido
tan descomedidos que han exaltado el poder de la imaginación hasta
identificarlo con el de la fe milagrosa; otros, que se acercan más
a lo probable, aduciendo en apoyo de su opinión las comunicaciones .
secretas de las cosas, y en particular el contagio que pasa1, de un
cuerpo a otro, piensan que igualmente sería conforme a la naturaleza
que hubiera ciertas transmisiones y operaciones de . un espíritu .a
otro, sin mediación de los sentidos: de donde se han originado esas.
ideas, ahora ya casi de uso común, del genio. dominante, la fuerza
de la confianza, etcétera. Emparentado con esto está el estudio de
cómo acrecentar y fortalecer la imaginación; ·pues si la imaginación
fortalecida tiene poder, entonces es importante saber fortaleceda y
exaltarla. Y aquí entra sinuosa y peligrosamente una excusa de gran
parte pe la magia ceremonial. Pues se puede sostener que las cere-

293 ¡Oh ciudad venal, y qué pronto se· ha de perder si .encuentra compra-
aor! Salustio, Gue"a de Yuguria, XXXV, 10. .
El avance del saber 129

monias, los signos .y los encantamientos no obran por ningún con-


trato tácito o .sacramental con los malos espíritus, sino que única-
mente sirven para fortalecer la imaginación de quien los utiliza;
como dice la iglesia de Roma que las imágenes fijan el pensamiento
y acre~ientan la devoción de los que oran ante ellas. Mas mi opinión
personal es que, si se admite que la imaginación tiene poder, y las
ceremonias fortalecen la imaginación, y se usan sincera e intencio-
nadamente con ese propósito, aun así yo las consideraría ilícitas,
como contrarias a aquel primer precepto que Dios dio al hombre,
In sudore vultus comedes panem tuym 294 • Pues quienes tal sostienen
presentan esos nobles efectos que Dios ha propuesto al hombre. para
ser comprados al precio del trabajo como algo que se puede alcanzar
mediante unas pqcas observancias fáciles y perezosas. En estos co-
nocimientos no señalaré deficiencias, aparte de la general de que
no se sabe cuánto hay en ellos de verdad y cuánto de ilusión.

XII.1. El conocimiento relativo a las facultades de la mente


humana. es de dos clases, una concerniente a su entendimiento y
razón y la otra a su voluntad, apetito y afecto, de las cuales la
primera produce afirmación o mandato, la segunda acción .o ejecu-
ción. Es verdad que la imaginación es agente o nuncius 295 en ambas
provincias, así en la judicial como en la ministerial. Pues el sentido
informa a la imaginación antes de que la razón haya juzgado, y la
razón. informa a la imaginación antes de que el decreto sea puesto en
Rráctica, pues la imaginación precede siempre al movimiento volun-
tario; salvo que este Jano de la imaginación tiene rostros diversos,
porque el rostro que tiene vuelto hacia la razón lleva la impronta
de la verdad, pero el que tiene vuelto hacia la acción lleva la impron-
ta del bien, a pesar de lo cual son rostros ·

Quales dece~ esse sororum 296 •


Tampoco es la imaginación simple y solamente mensajera, sino que
en sí está investida de no pequéña autoridad, o cuando menos la
usurpa, además de su obligación de llevar mensajes. Pues bien dijo'
Aristóteles ·que la mente tiene st>hre el cuerpo ese dominio que el
señor tiene sobre el subordinado, pero la razón tiene sobre la ima-
ginación ese dominio que el magistrado tiene ~obr~ el ciudadano
libre m, que a su vez puede también lleg~r a mandar. Pues vemos
294Comerás el pan con el sudor de tu rostro. ·~. 3, 19. ·
295Embajador.
296Como de hermanas. Ovidio, Metamorfosis, 11, 14.
:m Politica, I, 5, 1260a.
130 Francis Bacon

que en las cuestiones de fe y religión elevamos nuestra imaginación


por encima de la razón, lo cual es causa de que la religión haya bus-
cado siempre acceso a la mente por semejanzas, tipos, parábolas,
visiones, sueños. Y asimismo en toda persuasión obtenida mediante
la elocuencia y otras impresiones de análoga naturaleza, que pintan
y disfrazan la verdadera apariencia de las cosas, es la imaginación
lo que convence a la razón. No hallando, sin embargo, ninguna cien-
cia que propia o adecuadamente corresponda a la imaginación, no
veo motivo para alterar la antedicha división. Pues, por lo que res-
pecta a la poesía, es más un placer o juego de la imaginación que
una obra o función de ella. Y si es una obra, no estamos hablando
ahora de las partes del saber que nacen de la imaginación, sino de
las ciencias que tratan de ella y la estudian; como no hablaremos
ahora de los conocimientos que nacen de la razón (pues eso abarca
toda la filosofía), sino de los que tratan de la facultad racional y la
investigan; de modo que la poesía ya tuvo su lugar debido. Y por
lo que respecta al poder de la imaginación en la naturaleza, y la
manera de fortalecerla, lo hemos mencionado en la doctrina de
anima 298, que es a donde más propiamente pertenece. Y finalmente
en cuanto a la razón imaginativa o insinuativa, que es el objeto de
la retórica, nos parece mejor remitirla a las artes de la razón. De
modo que nos contentamos con la antedicha división, que la filosofía
humana referente a las facultades de la mente humana tiene dos
partes, una racional y otra moral.
2. La parte racional de la filosofía humana es de todos los
conocimientos el menos deleitoso para la mayoría de los jngenios, y
no parece sino una red de sutileza y espinosidad. Pues, así como se
dijo con verdad que el conocimiento es pabulum animi m, así en la
naturaleza del apetito humano por este alimento la mayoría de los
hombres i;nuestran tener el gusto y estómago de los israelitas en el
desierto, que gustosamente habrían vuelto ad ollas carnium 300 y
estaban cansados del maná, que, aunque fuera celestial, empero pare-
cía menos nutritivo y sabroso. Así por regla general suelen gustar
aquellos conocimientos que vienen envueltos en carne y hueso: la
historia civil, la moral, la política, que tratan y giran en torno a los
afectos de los hombres, sus alabanzas, sus fortunas, mientras que esta
lumen síccum 301 reseca y molesta a las naturalezas acuosas y blandas
de la mayoría. Mas, si hemos de hablar verazmente de las cosas en
298 Sobre el alma.
299 Alimento del espíritu. Cf. Cicer6n, Academica, II, 41 (127), y De se-
nectute, XIV, 49.
300 A las ollas de carne. Núm. 11, 4-6 •
.301 Cf. supra, I, I, 3 y nota 18.
El avance dd saber 131

lo que valen, tendremos que decir que los conocimientos racionales


son las llaves de todas las demás artes: pues, como afirma Aristóteles
oportuna y elegantemente, que la mano es el instrumento de los ins-
trumentos, y la mente es la forma de las formas 31J2' así de éstos se
puede afirmar que son el arte de las artes; y que no sólo dirigen,
sino que confirman y refuerzan, lo mismo que la costumbre de tirar
no capacita solamente para hacer un tiro más certero, sino también
para tirar con un arco más fuerte.
3. Las artes intelectuales son en número de cuatro, divididas
conforme a los fines a que se ordenan: pues el cometido del hom-.
bre es descubrir aquello que se busca o propone, o juzgar aquello
que se descubre, o retener aquello que se juzga, o comunicar aquello
que se retiene. De suerte que las artes deben ser cuatro: el arte de
la indagación o invención, el arte del examen o juicio, el arte de la
custodia o memoria y el arte de la elocuencia o tradición.

XIII.1. La invención es de dos clases, que difieren mucho


entre sí: una de las artes y ciencias, y la otra del discurso y argumen-
tos. La primera la encuentro omitida, con una omisión que me pare-
ce ser como si al hacer el inventario de las posesiones de un difunto
se escribiera que no hay dinero en efectivo: pues así como con el
dinero se obtienen todos los demás bienes, así este conocimiento es
aquel con que se compran todos los restantes. Y así como no se
habrían descubierto las Indias Occidentales si antes no se hubiera
descubierto el empleo de la aguja de marear, aunque lo uno sean
vastas regiones y lo otro un pequeño movimiento, así no ha de
extrañar que no se descubran nuevas ciencias, si se ha pasado por
alto el arte mismo de la invención y el descubrimiento.
2, Que esta parte del conocimiento falta es cosa a mi juicio
evidente: pues, en primer lugar, la lógica no se propone inventar
ciencias o los axiomas de las ciencias, sino que lo pasa por alto con
un Cuique in sua arte credendum 303 • Y Celso lo reconoce seriamente
cuando, hablando de las sectas empírica y dogmática de los médicos,
dice que primero se descubri~ron las medicinas y remedios, y luego
se discutieron las razones y causas, pero no se averiguaron primero
las causas, a la luz de ellas descubriendo las medicinas y remedios 304 •
Y Platón señala bien en su T eeteto que los particulares son infinitos,
y las generalidades de orden superior no dan suficiente direcci6n; y
302 Sobre el alma, III, VIII (432a).
303 Hay que dar crédito a cada uno en lo que se refiere a su arte. Cf. Aris-
t6teles, Analíticos primeros, I, 30 (46a).
304 De medicina, I, l. No es opinión de Celso, quien la pone en boca
de los empíricos.
132 Francis Bacon

que el meollo de todas las ciencias, en lo que el perito se distingue


del inexperto, se encuentra en las proposiciones medias, que en cada
conocimiento particular están tomadas de la tradici6n y la experien-
cia 305 • Y por eso vemos que los que hablan de las invenciones y
orígenes de las cosas más los atribuyen al azar que al arte, y más a
bestias, aves, peces y serpientes que a hombres.
Dictamnum genetrix Cretaea carpit ab Ida,
Puberibus caulem foliis et flore comantem
Purpureo: non illa feris incognita capris
Gramina, cum tergo volucres haesere sagittae 306 •
De suerte que no es extraño (siendo costumbre en la Antigüedad
divinizar a los inventores) que los egipcios tuvieran tan pocos ídolos
humanos en sus templos, sino casi todos brutos:
Omnigenumque Deum monstra, et latrator Anubis,
Contra Neptunum et Venerem, contraque Minervam Yfl, etcétera.
Y si se prefiere la tradición de los griegos, y se atribuyen los prime-
ros descubrimientos a hombres, aun así antes se creerá que Prometeo
primero golpeó los pedernales, y se quedó asombrado ante la chispa,
que no que cuando primero los golpeó esperaba la chispa; de donde
vemos que el Prometeo de las Indias Occidentales no tenía inteligen-
cia con el europeo, por la escasez en ellas del pedernal, que fue lo
que suministró la primera ocasión. De suerte que parece que más
estén en dcu<la los hombres hasta ahora con una cabra salvaje por
la cirugía, o con un ruiseñor por la música, o con el ibis por alguna
parte de la medicina, o con la tapadera de la olla que salió por los
aires por la artillería, o en general con el azar o cualquier otra cosa,
que con la lógica, por la invención de artes y ciencias. Ni es muy
distinta la forma de invención que describe Virgilio:
Ut varias usus meditando extunderet artes
Paulatim 308 •
No se encuentra esto en el Teeteto; pero véase, p. ej., Filebo, 16c-17e.
305
Del cretense Ida arranca la madre (Venus) un tallo de díctamo, vestido
306
de vellosas hojas y purpúrea flor; no es desconocida esa planta por las cabras
salvajes, cuando las aladas saetas se incrustan en sus flancos. Virgilio, Eneiáa,
XII, 412-415. Aristóteles y Cicerón, entre otros, dan testimonio del uso que
las cabras cretenses hacen del díctamo para curarse de sus heridas.
307 Y toda clase de dioses monstruosos, y el ladrador Anubis (toman ar-
mas) contra Neptuno, Venus y Minerva. Virgilio, Eneida, VIII, 698-699.
308 Para que la práctica reiterada fuera extrayendo poco a poco las diver-
sas artes. Ge6rgicas, I, 133.
El avance del saber 133

Pues si se observan bien las palabras, no es otro método que aquel


de que son capaces los brutos, y que ejercitan: que es un continuado
intento o práctica de alguna cosa, urgido e impuesto por una nece-
sidad absoluta de conservaci6n del ser; pues así dice Cicerón con
mucha verdad, Usus uni reí deditus et naturam et artem saepe vin-
cit 309 • Y por eso, si de los hombres puede decirse que
labor omnia vincit
Improbus, et duris urgens in rebus egestas 310,

también se dice de las bestias: Quis psittaco docuit suum x-a.Lpe? 311
¿Quién enseñó al cuervo en una sequía a arrojar piedrecitas en el
interior de un árbol hueco donde ve agua, para que así suba el nivel
del agua y poder llegar a ella? ¿Quién enseñó a la abeja a navegar
por tan vasto mar de aire, y encontrar el camino de regreso -desde
un campo en flor muy alejado de su colmena? ¿Quién enseñó a la
hormiga a morder cada grano de trigo que entierra en su hormiguero,
para que no eche raíz y crezca? Añádanse entonces la palabra extun-
dere, que denota la extrema dificultad, y la palabra paulatim, que
denota la extrema lentitud, y estamos donde estábamos, todavía en-
tre los dioses de los egipcios: siendo poco lo que queda para la
facultad de la razón, y nada para el oficio del arte, por lo que a
asunto de invención se refiere.
3. En segundo lugar, la inducción de que hablan los lógicos, y
que Platón parece haber conocido bien, en virtud de la cual cabe
sostener que hayan sido descubiertos los principios de las ciencias,
y las proposiciones medias por derivación de los principios, esta for-
ma de inducción, digo, es totalmente defectuosa e incompetente: en
lo cual el error de sus autores es tanto más grave cuanto que el deber
del arte es perfeccionar y exaltar la naturaleza, pero ellos, al contra-
rio, la han ofendido, insultado y vilipendiado. Pues el que atenta-
mente observe cómo la mente recoge ese excelente rocío del conoci-
miento, semejante a aquel del que habla el poeta, Aerei mellis coe-
lestia dona 312, destilándolo y extrayéndolo de particulares naturales
y artificiales, como las flores· del campo y del jardín, verá que la
mente misma de suyo ejercita y practica una inducción mucho mejor
que la que ellos proponen. Pues concluir de una enumeración de

309 A menudo la aplicación constante a una sola cosa aventaja a la capaci-


dad natural y la destreza. Pro Balbo, XX, 45.
310 El trabajo venció todos los obstáculos, y la dura necesidad en circuns-
tancias difíciles. Virgilio, Ge6rgicas, 1, 145.
311 ¿Quién enseñó al loro a decir: «Buenos días»? Persio, «Prólogo», 8.
312 La miel aérea, regalo del cielo. Virgilio, Ge6rgicas, IV, l.
134 Francia Bacon

particulares sin instancia contradictoria no es conclusión, sino conje-


tura: porque ¿quién puede asegurar (en muchas materias), basándose
en aquellos particulares que aparecen de un lado, que no haya otros
del lado contrario que no aparecen? Como si Samuel se hubiera con-
tentado con los hijos de Jesé que le mostraron, y no hubiera contado
con David, que estaba en el campo 313 • Y, a decir verdad, esta forma
es tan burda, que no habría sido posible que ingenios tan sutiles
como han tratado estas cosas la ofrecieran al mundo, de no ser por-
que se precipitaron a formular teorías y dogmas, y fueron autorita-
rios y desdeñosos para con los particulares, que acostumbraron uti-
lizar meramente como lictores y viatores 314, guardias y maceros ad
sµmmovendam turban 315 , para abrir paso y hacer sitio para sus
opiniones, más que según su verdadera utilidad y función. Cierta-
mente es cosa que puede mover a religiosa admiración, el ver cómo
las huellas del engaño son las mismas en la verdad divina y humana;
pues así como en la verdad divina el hombre se resiste a hacerse
como un niño, así en la humana el atender a las inducciones de que
hablamos se ha tildado de segunda infancia o niñez.
4. En tercer lugar, admitiendo que algunos principios o axio-
mas fueran rectamente inducidos, aun así es cierto que, en materia
natural, no se pueden deducir de ellos proposiciones medias por silo-
gismo, esto es, por manipulación y reducción de ellos a principios en
un término medio. Es verdad que en las ciencias populares, como son
la moral, el derecho y otras semejantes, y aun en la teología (porque
quiere Dios acomodarse a la capacidad de los más simples), esa forma
puede ser útil; y asimismo en la filosofía natural, por vía de ar~­
mento o razón plausible, Quae assensum parit, operis efloeta est 16;
pero la sutilidad de la naturaleza y sus operaciones no se deja pren-
der en esos lazos: porque los argumentos se componen de proposi-
ciones, y las proposiciones de palabras, y las palabras no son sino los
signos o señales corrientes de las ideas populares de las cosas; ideas
que, si se recogen burda y variablemente de los particulares, no habrá
examen laborioso de las consecuencias de la argumentación o de la
verdad de las proposiciones que pueda corregir ese error, por e.star
éste, como dicen los médicos, en la primera digestión; y por eso no
faltaba razón a tantos excelentes filósofos como se hicieron escép-
ticos y académicos, y negaron toda certeza de conocimiento o com-
prensión, y sostuvieron que el conocimiento humano se extiende
313 1 Sam. 16, 10-11. .
314 Los que en la antigua Roma precedían a los magistrados y les servían
de escolta, respectivamente.
315 Para abrir paso entre la multitud.
316 Lo que suscita asentimiento no requiere mayor esfuer7.0.
El avance del saber 135

solamente a las apariencias y probabilidades. Es verdad que en Sócra-


tes se tomaba esto por mera forma de ironía, Scientiam dissimulando
simulavit 311 , pues solía depreciar su conocimiento para exaltarlo;
como el humor de Tiberio en sus comienzos, que quería reinar pero
no lo reconocía 318 • Y también en la Academia posterior, que Cicerón
abrazó, me temo que esta opinión de acatalepsia 319 no fuera sosteni-
da sinceramente, pues todos cuantos sobresalían por su verbosidad
parecen haber elegido esa secta, como la más idónea para lucir su
elocuencia y sus veleidosos discursos, que más eran paseos de placer
que viajes a un punto de destino. Pero sin duda muchos disemina-
dos en ambas academias la sostuvieron con sutileza e integridad. Su
principal error fue achacar el engaño a los sentidos, que a mi juicio,
y pese a todas sus capciosas objeciones, son más que suficientes para
certificar y comunicar la verdad, si no siempre de manera inmediata,
sí por comparación, con la ayuda de instrumentos, y haciendo que las
cosas que son demasiado sutiles para el sentido se traduzcan en algún
efecto comprensible para él, y con otras asistencias semejantes. Debe-
rían, en cambio, haberlo achacado a la debilidad de las potencias
intelectuales, y a la manera de reunir las informaciones de los senti-
dos y concluir de ellas. Esto lo digo, no para depreciar la mente
humana, sino para espolearla a buscar ayuda; pues no hay hombre,
por hábil o experto que sea, que pueda a mano alzada trazar una
línea recta o un círculo perfecto, cosa que puede hacerse fácilmente
con el auxilio de una regla o compás.
5. Esta parte de la invención, concerniente al descubrimiento
de ciencias, me propongo (si Dios me lo permite) exponerla en el
futuro, habiéndola dispuesto en dos partes, de las cuales llamo a
una experientia literata y a la otra interpretatio naturae 320, no sien-
do la primera sino un grado y rudimento de la segunda. Pero no
quiero detenerme mucho ni hablar demasiado acerca de una pro-
mesa.
6. La invención de discursos o argumentos no es propiamente
invención, pues inventar es descubrir lo que no se sabe, no recupe-
rar o reinvocar lo ya sabido; y la práctica de esta invención no con-
siste sino en, del conocimiento que nuestra mente ya posee, extraer
o llamar aquello que pueda ser pertinente para el propósito que
tenemos entre manos. De suerte que, hablando con rigor, no se trata

317 Disimulando -su saber, simulaba. Cf. Cicer6n, Academica, 11, V, 15.
318 Véase Tácito, Anales, I, 7.
319 Entre los escépticos, la imposibilidad de saber algo con certeza.
320 «Experiencia Üustrada• e «interpretaci6n de la naturaleza•. Cf. Novum
Organum, I, 101 y 103. En el De augmentis se amplía esta parte con la des-
cripci6n de distintas condiciones de la experimentaci6n.
136 Francis Bacon

de invención alguna, sino de un recuerdo o sugestión, con la aplica-


ción del mismo, y a eso se debe el que las escuelas lo coloquen des-
pués del juicio, como cosa subsiguiente y no precedente. Sin embar-
go, puesto que por igual llamamos cacería a la de ciervos que se
hace en un coto cerrado o en un bosque abierto, y como ya ha obte-
nido ese nombre, la llamaremos invención, con tal que se entienda
y tenga presente que el alcance y fin de esta invención es la dispo-
nibilidu<l y pronto empleo de nuestro conocimiento, y no ninguna
adición o ampliación del mismo.
7. Para procurarse esa disponibilidad del conocimiento hay dos
procedimientos, la preparación y la sugestión. El primero de ellos
apenas parece parte del conocimiento, pues que consiste más en
diligencia que en ninguna erudición trabajada. Y a propósito de esto
Aristóteles se burla, con ingenio pero dañinamente, de los sofistas
próximos a su tiempo, diciendo que hacían como si uno que profe-
sara el arte de hacer zapatos, en lugar de enseñar a hacerlos, se limi-
tase a mostrar ya dispuestos muchos zapatos d~ todos los tipos y
tamaños 321 • Aun así, se podría replicar que el zapatero que no tuvie-
ra zapatos en su tienda, sino que trabajara solamente por encargo,
tendría escasa clientela. Mas nuestro Salvador, hablando del conoci-
miento divino, dice que el reino de los cielos es semeiante a un
buen amo de casa, que de lo que guarda saca lo nuevo y lo vie¡o 322 ;
y vemos que los autores antiguos sobre retórica dan este precepto,
que los oradores tengan a mano aquellos lugares de que hagan uso
más frecuente, en toda la variedad que sea necesaria: para hablar,
por ejemplo, a favor de la interpretación literal de la ley frente a la
equidad, y a la inversa, o de las presunciones e inferencias frente al
testimonio, y a la inversa. Y el propio Cicerón, avezado a ello por
su mucha experiencia, declara llanamente que, sea lo que sea aquello
de que uno tenga ocasión de hablar, puede tenerlo (si se toma esa
molestia) de hecho premeditado, y preparado in thesi de modo que
al llegar a un particular no le quede sino poner los nombres, tiem-
pos y lugares y demás circunstancias del caso individual 323 • Vemos
también la cuidadosa diligencia de Demóstenes, que, conociendo la
gran fuerza que para hacer una buena impresión tienen las entradas
y accesos a la matería, tenía dispuestos de antemano unos cuantos
prólogos para las ocasiones y discursos. Todas estas autoridades y
precedentes pueden pesar más que la opinión de Aristóteles, que
querría hacernos trocar un rico vestuario por un par de vellones.

321 Sobre las refutaciones sofísticas, XXXIV (184a).


322 Mt. 13, 52.
323 De oratore, II, 32-34 (137-147).
El avance del saber 137

8. En cuanto a la naturaleza de esta provisión o almacén prepa-


ratorio, que es común a la lógica y a la retórica, aunque le hayamos
dado entrada aquí, donde primero se ha hablado de ella, sin embar-
go me parece conveniente remitir su ulterior tratamiento a la retó-
rica.
9. La otra parte de la invención, que yo llamo sugestión, nos
remite y orienta a ciertas señales y lugares capaces de excitar nues-
tra mente a retomar y sacar el conocimiento que en otro tiempo ha
recogido, para que podamos hacer uso de él. Bien entendido, no se
limita su uso a suministrar argumentos para disputar verosímilmente
con otros, sino que también auxilia a nuestro juicio para que noso-
tros mismos lleguemos a conclusiones correctas. Ni pueden esos luga-
res servir únicamente para estimular nuestra invención, sino asimis-
mo para dirigir nuestra pesquisa: porque en la facultad de saber inte-
rrogar está la mitad del conocimiento. Pues, como dice Platón, el
que busca conoce ya de manera general aquello que está buscando:
si no fuera así, ¿c6mo lo conocería cuando lo encuentra? 324 Y por
eso, cuanto más amplia sea la anticipación, más directa y breve será
la búsqueda. Y aquellos mismos lugares que nos ayuden a sacar
aquello que ya sabemos, nos ayudarán también, si tenemos ante
nosotros a un experto, a saber qué preguntas hacerle, o, si tenemos
libros y autores que nos instruyan, a saber qué cuestiones buscar y
examinar; de suerte que no puedo afirmar que esta parte de la in-
vención, que es lo que las escuelas llaman tópicos, esté omitida.
10. No obstante, los tópicos son de dos clases, generales y es-
peciales. De los generales hemos hablado; los particulares han siclo
tocados por algunos, pero por lo regular rechazados como ilógicos y
variables. Mas, renunciando a ese talante que ha prevalecido dema-
siado en las escuelas, que es el de ser vanamente sutil en unas pocas
cosas que están al alcance de uno, y rechazar las demás, yo admito
los tópicos particulares, esto es, los lugares o direcciones de inven-
ción e indagación en cada conocimiento particular, como cosa de
gran utilidad. En su composición entran la lógica y la materia de
las ciencias, pues en éstas se cumple eso de que Ars inveniendi ado-
lescit cum inventis 325 : porque, lo mismo que al recorrer un camino
no sólo ganamos esa parte que ya llevamos recorrida, sino que obte-
nemos también una mejor visión de la parte que queda por reco-
rrer, así todo avance en una ciencia arroja luz sobre lo siguiente, luz
que si robustecemos, llevándola a cuestiones o lugares de indagación,
adelantaremos mucho en nuestra tarea.

324 Men6n, 80.


32S El arte de descubrir crece con cada descubrimiento.
138 Francis Bacon

XIV.l. Pasamos ahora a las artes del juicio, que tratan de las
naturalezas de las pruebas y demostraciones: lo cual en el caso de la
inducción coincide con la invención, pues en toda inducción, ya sea
formalmente buena o viciosa, la misma acción de la mente que des-
cubre, juzga, siendo todo uno en el sentido; mas no sucede así en la
prueba por silogismo, pues no siendo la prueba inmediata, sino a
través de medio, el descubrimiento del medio es una cosa, y el juicio
de la consecuencia es otra, lo uno excitando solamente, y lo otro
examinando. Por lo tanto, para la forma real y exacta del juicio nos
remitimos a lo que ya hemos dicho acerca de la interpretación de la
naturaleza:
2. En cuanto a este otro juicio por silogismo, al ser cosa muy
agradable a la mente humana, ha sido vehemente y excelentemente
trabajado. Pues la naturaleza humana ansía en extremo tener en su
entendimiento algo fijo e inamovible, y que sea como un apoyo o
soporte del espíritu. Por eso, así como Aristóteles intenta demostrar
que en todo movimiento hay algún punto quieto 326, y elegantemente
explica la antigua fábula de Atlas (que estaba quieto y sostenía el
cielo para que no se cayera) dándole el sentido de los polos o eje
del cielo, sobre el cual se efectúa la rotación, así sin duda desean
los hombres tener un Atlas o eje en su interior que les resguarde de
la fluctuación, que es como un perpetuo peligro de caer, y en con-
secuencia se apresuraron a establecer algunos principios alrededor
de los cuales pudieran girar sus varias controversias.
3. Digamos, pues, que este arte del juicio no es otra cosa que
la reducción de proposiciones a principios a través de un término
medio, debiendo ser los principios aceptados por todos e indiscuti-
dos, el término medio escogido libremente por cada uno según su
inventiva, y la reducción de dos clases, directa e inversa: la una
cuando l~ proposición se reduce al principio, que es lo que se llama
probación ostensiva, y la otra cuando el contrario de la proposición
se reduce al contrario del principio, que es lo que se llama per in-
commodum, o reducción al absurdo; y siendo el número de términos
medios mayor o menor según que la proposición esté separada del
principio por más o menos grados.
4. Y a este arte sirven dos clases diferentes de doctrina, una de
dirección y la otra de precaución. La primera configura y determina
una forma de consecuencia verdadera, mediante las variaciones y de-
flexio!).es que permitan juzgar exactamente los errores e inconsecuen-
cias; y para la composición y estructuración de esa forma es perti-
nente estudiar las partes de la misma, que son las proposiciones, y

326 Véase Del movimiento del alma, 3.


El avance dd saber 139

las partes de las proposiciones, que son simples palabras; y ésta es


esa parte de la lógica que abarca el análisis.
5. La segunda clase de doctrina fue introducida con vistas al
uso expedito y seguro, y tiene por objeto descubrir las formas más
sutiles de sofismas y trampas con sus refutaciones, y esto es lo que
se denomina elencos. Pues, si bien en las clases más burdas de fala-
cia sucede (según' la acertada comparación de Séneca) como en los
trucos de prestidigitación, que aunque no sabemos cómo están he-
chos, sí estamos seguros de que no es como parece m, empero las
más utiles no sólo nos dejan sin respuesta, sino que muchas veces
burlan nuestro juicio.
6. Esta parte relativa a los elencos está excelentemente tratada
por Aristóteles con preceptos, pero más excelentemente por Platón
con ejemplos, no sólo en las personas de los sofistas, sino aun en la
del propio Sócrates, quien, haciendo profesión de no afirmar nada,
sino invalidar lo afirmado por otro, ha expresado perfectamente to-
das las formas de objeción, falacia y confutación. Y aunque hemos
dicho que esta doctrina tiene su empleo propio en la confutación,
empero es manifiesto el uso degenerado y corrupto que se hace de
ella para engañar y contradecir, que pasa por ser gran facultad y sin
duda resulta muy ventajoso; a pesar de lo cual es cierta la diferencia
que se hizo entre oradores y sofistas, que los primeros son como el
galgo, que lleva su ventaja en la carrera, y los segundos como la lie-
bre, que la tiene en el giro, que es la ventaja del más débil.
, 7. Aún hay que añadir que esta doctrina de los elencos tiene
una latitud y extensión más amplias de lo que parece, alcanzando a
divers"'s partes del conocimiento, de las cuales algunas están traba-
jadas y otras omitidas. Pues, en primer lugar, yo entiendo (aunque a
primera vista pueda parecer un tanto extraño) que esa parte que
unas veces se incluye en la lógica y otras en la metafísica, tocante a
los elementos comunes de las esencias, no es sino un elenco; pues,
siendo el mayor de todos los sofismas la confusión o ambigüedad de
palabras y frases, y en especial de las palabras que son más genera-
les y entran en toda indagación, paréceme que la verdadera y fructí-
fera utilidad (dejando a un lado sutilezas y especulaciones vanas) de
la investigación de la mayoría, la minoría, la prioridad, la posteriori-
dad, la identidad, la diversidad, la posibilidad, el acto, la totalidad,
las partes, la existencia, la privación, etcétera, está en surtirse de
prudentes cautelas contra las ambigüedades de la expresión verbal.
Del mismo modo, la distribución de las cosas en ciertas tribus que

3%1 Séneca, Epistulae mortdes, XLV. 8.


140 Francis Bacon

llamamos categorías o predicables no es sino cautela contra la confu-


sión en las definiciones y divisiones.
8. En segundo lugar, hay una seducción que obra por la fuerza
de la impresión y no por la sutileza del enredo: que, más que dejar
perpleja a la razón, la vence por la potencia de la imaginación.
Pero esta parte me parece más apropiado tratarla cuando hablemos
de la retórica.
9. Finalmente, queda todavía otra clase mucho más importante
y profunda de falacias en la mente del hombre, que no veo que en
modo alguno haya sido observada ni estudiada, y que creo conve-
niente colocar aquí, como aquella que más interesa para rectificar el
juicio: siendo su fuerza tal, que no sólo deslumbra o enreda el en-
tendimiento en algunos particulares, sino que de modo más general
e interior infecta y corrompe su estado 328 • Pues la mente humana
dista mucho de ser como un espejo claro y liso en el que los rayos
de las cosas se reflejen según su verdadera incidencia, antes bien es
como un espejo encantado, lleno de supersticiones e impostura, si no
se la libera y corrige. Con ese fin, consideremos las falsas apariencias
que nos impone la naturaleza general de la mente, contemplándolas
en uno o dos ejemplos: como, primeramente, en esa circunstancia
que es la raíz de toda superstición, a saber, que con la naturaleza de
la mente de todos los hombres es consonante que lo afirmativo o ac-
tivo impresione más que lo negativo o privativo, de suerte que unos
pocos casos de acierto o presencia pueden más que muchos de fallo
o ausencia; como fue bien contestado por Diágoras a aquél que en
el templo de Neptuno le mostraba el gran número de efigies de
cuantos se habían salvado del naufragio y ofrendado sus exvotos a
Neptuno, y que le decía: Reflexiona ahora, tú que tienes por nece-
dad invocar a Neptuno en la tormenta; y díjole Diágoras: Sí, pero
¿dónde están pintados los que se ahogaron? 329 Contemplémoslo en
otra circunstancia, a saber, que el espíritu del hombre, por ser de
sustancia igual y uniforme, suele suponer e imaginar en la naturaleza
una mayor igualdad y uniformidad de la que realmente hay. De ahí
procede el que los matemáticos no puedan darse por satisfechos si
no reducen los movimientos de los cuerpos celestes a círculos per-
fectos, rechazando las líneas espirales y esforzándose en deshacerse
de las excéntricas. De ahí procede el que, pese a haber en la natura-
leza muchas cosas que son, por así decirlo, monodica, sui ;uris 3311,

328 Comienza aquí la exposición de la teoría baconiana de los ídola, cuya


versión más completa se encm:ntra en el Novum Organum, I, 39-68.
329 Cicerón, De natura deorum, III, 37.
330 Cosas únicas en su clase, de derecho propio.
El avance del saber 141

empero las cogitaciones del hombre les inventan parientes, paralelos


y conjugados, siendo así que no hay tal. Así se ha inventado un
elemento ígneo para hacer cuarteto con la tierra, el agua y el aire,
etcétera; más aún, es increíble, hasta que se lo examina, el número
de ficciones y fantasías que la similitud con las acciones li artes hu-
manas, junto con el hacer del hombre communis mensura 3 1, ha intro-
ducido en la filosofía natural, que de ese modo viene a ser como la
herejía de los antropomorfitas, nacida en las celdas de monjes toscos
y solitarios 332, o como la opinión de Epicuro, culpable de lo mismo
en el paganismo, que suponía que los dioses tuvieran forma humana.
Y por eso Veleyo el epicúreo no tenía necesidad de preguntarse por
qué Dios hubiera adornado los cielos con estrellas, como si fuera un
edil, encargado de organizar juegos o espectáculos magníficos 333 • Pues
si ese gran operario hubiera sido de disposición humana, habría
colocado las estrellas formando conjuntos y agrupaciones agradables
y hermosas, como las decoraciones de los tejados de las casas; sien-
do así que entre un número infinito de ellas apenas se encuentra una
colocación en cuadrado o triángulo o línea recta, tan diferente es la
armonía que reina en el espíritu del hombre y en el espíritu de la
naturaleza.
1O. Consideremos asimismo las falsas apariencias que nos im-
ponen el carácter y costumbres particulares de cada uno, en ese
supuesto imaginario que hace Platón de la caverna 334 : pues qué duda
cabe de que, si un niño fuera retenido dentro de una gruta o cueva
subterránea hasta su mayoría de edad, y entonces saliera de repente,
tendría imaginaciones extrañas y absurdas; así también, aunque
nuestras personas vivan a la vista del cielo, nuestros espíritus están
encerrados en las cavernas de nuestros caracteres y costumbres, que,
si no los llamamos a examen, nos suministran infinitos errores y
opiniones vanas. Pero de esto hemos dado muchos ejemplos en uno
de los errores, o humores mórbidos, que repasamos brevemente en
nuestro primer libro.
11. Y, finalmente, consideremos las falsas apariencias que nos
imponen las palabras, que son compuestas y aplicadas de conformi-
dad con las ideas y capacidad del vulgo; y aunque creamos gobernar
sobre nuestras palabras, y acertadamente prescribamos Loquendum
ut vulgus, sentiendZJm ut sapientes 335 , empero es cierto que, como

Medida común.
331
Antropomorfitas, herejes que atribuían a Dios cuerpo humano.
332
Cicerón, De natura deorum, I, 9.
333
En la República, VII, desde el principio.
334
Hay que hablar como el vulgo, pero pensar como los que saben. Nifo,
335
Comentario al Sobre la generaci6n y la corrupci6n de Aristóteles, 1, 29g.
142 Francis Bacon

el arco de un tártaro, se vuelven contra el entendimiento de los más


sabios 336, y fuertemente enredan y pervierten el juicio, de suerte que
en casi todas las controversias y disputas sería necesario imitar la
prudencia de los matemáticos, y en el comienzo mismo fijar las defi-
niciones de nuestras palabras y términos, para que los demás pue-
dan saber cómo los adoptamos y entendemos, y si están de acuerdo
con nosotros o no. Pues por falta de esto sucede que a la fuerza he-
mos de acabar donde deberíamos haber empezado, que es en discu-
siones y diferencias sobre las palabras. Para concluir, pues, hemos de
confesar que no nos es posible desembarazarnos de estas falacias y
falsas apariencias, porque son inseparables de nuestra naturaleza y
condición vital; sin embargo, la cautela que se tome contra ellas
(pues todos los elencos, como hemos dicho, no son sino cautelas) es
sumamente importante para la recta dirección del juicio humano.
Los elencos o cautelas particulares contra estas tres falsas ap~iencias
los encuentro totalmente omitidos.
12. Resta una parte del juicio de gran importancia, que a mi
entender ha sido tratada tan a la ligera que puedo también darla por
omitida, y que es la aplicación de las diferentes clases de pruebas a
las diferentes clases de objetos. Pues, habiendo solamente cuatro.
clases de demostraciones, esto es, por el asentimiento inmediato de
la mente o del sentido, por inducción, por sofisma y por congruen-
cia, que es lo que Aristóteles llama demostración en orbe o círculo 311 ,
y no a notioribus 338 , a cada una de ellas corresponden ciertos obje-
tos en la materia de las ciencias para los cuales son de la mayor
utilidad, y otros de los cuales deberían ser excluidas; y el rigor y curio-
sidad en el pedir las pruebas más severas en algunas cosas, pero sobre
todo la facilidad para contentarse con las más flojas en otras, ha
figurado entre las mayores causas de detrimento y estorbo para d
conocimiento. La distribución y asignación de las demostraciones,
hecha por analogía con la de las ciencias, la señalo como omitida.

XV.1. La custodia o conservación del conocimiento se hace


mediante escritura o mediante memoria; de las cuales en la escritura
se distinguen dos partes, la naturaleza del carácter y el orden de la
anotación. En cuanto al arte de los caracteres u otros signos visibles
de las palabras o cosas, tiene muy estrecho parentesco con la gramá-

336 Se alude a la costumbre atribuida a los tártaros y a los partos de dis-


parar hacia atrás, volviéndose sobre la montura.
337 Analiticos primeros, 11, V (57b).
338 Partiendo de cosas mejor conocidas.
El avance del saber 143

tica, y por lo tanto lo remito a su lugar debido. En cuanto a la dis-


posición y colocación del conocimiento que conservamos por escrito,
consiste en una buena colección de citas; a propósito de lo cual no
ignoro el daño que se imputa al uso de cuadernos de citas, como
causante de retardo en la lectura y de cierta pereza o relajación de
la memoria. Mas, porque en los conocimientos es falsedad ser precoz
y rápido, salvo el que sea muy profundo e instruido, yo sostengo
que la anotación de citas es cosa muy útil y esencial en el estudio,
porque asegura abundancia de invención y concentra el juicio robus-
teciéndolo. Es verdad, sin embargo, que entre los sistemas de citas
que he visto no hay ninguno de suficiente valor, mostrando todos
ellos el semblante de una escuela en vez de un mundo, y refiriéndose
a asuntos vulgares y divisiones pedagógicas sin interés ni relación
con la acción.
2. Por lo que respecta a la otra parte principal de la custodia
del conocimiento, que es la memoria, encuentro que esta facultad
ha sido, a mi juicio, flojamente estudiada. Existe un arte de ella,
pero paréceme que hay mejores preceptos que ese arte, y prácticas
mejores de ese arte que las acostumbradas. Es cierto que el arte, tal
cual es, puede ser llevado a extremos de lucimiento prodigiosos,
mas su uso, tal como ahora se hace, es estéril: no oneroso ni peli-
groso para la memoria natural, según se cree, sino estéril, esto es,
carente de aplicación productiva en la administración seria de nego-
cios y. ocasiones. Y por eso al repetir un gran número de nombres o
palabras con sólo haberlos oído una vez, o componer muchos versos
o rimas ex tempore, o hacer un símil satírico de cualquier cosa, o
convertir cualquier cosa en chiste, o presentar como falsa o contra-
decir cualquier cosa capciosamente, o cosas semejantes, de lo cual
las facultades mentales suministran gran abundancia, y tales que con
ingenio y práctica pueden ser llevadas a un grado de prodigio extre-
mo, a todo eso no lo tengo en mayor estima que a los juegos de los
acróbatas, funámbulos y volatineros, siendo lo uno en la mente lo
que lo otro es en el cuerpo, cuestiones de rareza sin valor.
3. Este arte de la memoria se alza únicamente sobre dos ele-
mentos, la prenoción y el emblema. La prenoci6n dispen~a de la
búsqueda indefinida de lo que querríamos recordar, y nos orienta a
buscar dentro de un ámbito reducido, esto es, entre lo congruente
con nuestro lugar de memoria. El emblema reduce las ideas intelec-
tuales a imágenes sensibles, que hacen más mella en la memoria, de
lo cual se pueden extraer axiomas mucho más prácticos que los que
ahora se utilizan; y además de esos axiomas hay otros varios tocan-
tes al auxilio de la memoria, que no son inferiores a aquéllos. Pero
144 Francis Bacon

al comienzo ya advertí que no iba a señalar como omitidas aquellas


cosas que sólo están mal tratadas.

XVI.1. Resta la cuarta clase de conocimiento racional, que es


transitiva, por cuanto que concierne a la expresión o transferencia
de nuestro conocimiento a otros, y a la cual daré el nombre genérico
de comunicación o transmisión. La comunicación tiene tres partes,
de las cuales la primera se refiere al órgano de comunicación, la
segunda al método y la tercera a la ilustración.
2. En cuanto al órgano de comunicación, es el habla o la escri-
tura: pues bien dice Aristóteles que las palabras son imágenes de los
pensamientos, y las letras imágenes de las palabras 339 ; empero, no
es necesario que los pensamientos sean expresados mediante palabras.
Pues todo aquello que es susceptible de mostrar suficientes diferen-
cias perceptibles por los sentidos, es de suyo apto.para expresar los
pensamientos. Y por eso vemos que en el comercio entre gentes
bárbaras que no comprenden unas las lenguas de las otras, y en la
práctica de los mudos y sordos, se expresa lo que se piensa mediante
gestos, que, aunque no perfectamente, sirven para lo que se preten-
de. Y sabemos también que en China y los reinos del Extremo
Oriente hay la costumbre de escribir en caracteres reales, que no
expresan en general letras ni palabras, sino cosas o ideas, hasta d
punto de que los países y provincias que no entienden los unos la
lengua de los otros pueden, no obstante, leer los respectivos escritos,
porque el área de difusión de los caracteres es mayor que la de las
lenguas; y por eso tienen una enorme cantidad de caracteres, tantos,
supongo, como palabras radicales.
J. Estos signos de los pensamientos son de dos clases, una
cuando el signo guarda alguna semejanza o congruencia· con la idea,
y la otra ad placitum, teniendo validez solamente por contrato o con-
venio. De la primera clase son los jeroglíficos y los gestos. En cuanto
a los jeroglíficos, cosas de uso antiguo, y cultivadas sobre todo por
los egipcios, una de las naciones más antiguas, no son sino imp~esio­
nes y emblemas fijados. Y en cuanto a los gestos, son a modo de
jeroglíficos transitorios, y son respecto a éstos como las palabras
dichas respecto a las escritas, porque no permanecen; mas siempre
tienen, al igual que ellos, una afinidad con las cosas significadas:
como en el caso de Periandro, que, consultado acerca de cómo con-
servar una tiranía recientemente impuesta, indicó al mensajero que
pusiera atención y comunicara lo que le viera hacer, y yendo al 'jar-
dín desmochó todas las flores más altas, queriendo decir con ello

339 Sobre la interpretación, I (16a).


El avance dd saber 145

que era preciso desmochar y tener a raya a la nobleza y los gran-


des 340 • Ad placitum son los caracteres reales ya mencionados, y las
palabras; aunque algunos han querido, por curiosa indagación, o más
bien por hábil fingimiento, hacer proceder la imposición de nombres
de la razón y el entendimiento: especulación elegante y, puesto que
indaga en la Antigüedad, reverente, pero escasamente mezclada de
verdad, y de poco fo~to. Esta porción del conocimiento, tocante a
los signos de las cosas y pensamientos en general, no la hallo inves-
tigada sino omitida. Y aunque pudiera parecer de no grande utili-
dad, considerando que las palabras y escritos con letras aventajan en
mucho a todos los demás procedimientos, empero por referirse esta
parte, por así decirlo, a la ceca del conocimiento (pues las palabras
son el medio de cambio corriente y aceptado de las ideas, como las
monedas lo son de los valores, y conviene no ignorar que las mone-
das pueden ser de otra clase que de oro y plata). he juzgado conve-
niente recomendar su mejor estudio.
4. Por lo que respecta al habla y las palabras, su consideración
ha engendrado la ciencia de la gramática: pues siempre el hombre
pugna por recuperar aquellas bendiciones de las que por su falta fue
privado; y así como ha luchado contra la primera maldición general
mediante la invención de todas las demás artes, así ha buscado hur-
tarse a la segunda maldición general, que fue la confusión de lenguas,
mediante el arte de la gramática, cuya utilidad es poca en la lengua
materna, mayor en una lengua extranjera y máxima en las lenguas
extranjeras que han dejado de ser vulgares, y han quedado solamente
en lenguas cultas. Su cometido es doble: uno popular, que atiende al
aprendizaje rápido y perfecto de las lenguas, así para el comercio
hablado como para la comprensión de autores, y otro filosófico, que
examina el poder y naturaleza de las palabras en cuanto pisadas y
huellas de la razón. Esta clase de analogía entre las palabras y la
razón está tratada sparsim, de manera dispersa, aunque no entera-
mente, y por lo tanto no puedo señalarla como omitida, si bien me
parece muy merecedora de ser erigida en ciencia ella sola.
5. A la gramática pertenece también, a modo de apéndice, la
consideración de los accidentes de las palabras, que son su medida,
sonido y elevación o acento, y su dulzura o aspereza. De esto han
brotado algunas observaciones curiosas en la retórica, pero sobre
todo en la poesía, considerada con respecto al verso y no al argumen-
to; en lo cual, aunque en las lenguas cultas siguen los autores atados
a las medidas antiguas, en las lenguas modernas paréceme que haya

340 Aristóteles, Política, 111, 13. Tito Livio, Décadas, I, 54, atribuye esa
acción a Tarquino d Soberbio.
146 Francis Bacon

tanta libertad para inventar nuevas medidas de versos como danzas:


pues la danza es un paso medido, como la poesía es un discurso
medido. En estas cosas el sentido es mejor juez que el arte:

coenae fercula nostrae


Mallem convivís quam placuisse cocis 341 •

Y acerca de la servil imitación de la Antigüedad con temas incon-


gruentes e impropios, bien se dijo que Quod tempore antiqf'um vide-
tur, id incongruitate est maxime novum 342 •
6. En cuanto a las cifras, suelen ser de letras o alfabetos, pero
también pueden ser de palabras. Las clases de cifras (además de las
simples por cambio y adición de elementos nulos y no significantes)
son muchas, según la naturaleza o norma de la ocultación: cifras en
rueda, en clave, dobles, etcétera. Y sus virtudes, por las cuales han
de ser preferidas unas a otras, son tres: que no sean trabajosas de
escribir y leer, que sean imposibles de descifrar y, en algunos casos,
que no despierten sospechas. Su grado más elevado es la escritura
de omnia per omnia 343 , lo cual es indudablemente posible, con una
proporción de a lo sumo cinco por uno del escrito encubridor al
escrito encubierto, y sin ninguna otra limitación. Este arte de cifrar
tiene su correspondiente en el arte de descifrar, que en teoría debiera
ser infructuoso, pero que tal y como se hacen las cosas resulta de
gran utilidad. Pues en el supuesto de que las cifras se hicieran bien,
habría multitud de ellas que burlasen al descifrador; mas, por efecto
de la impericia y falta de habilidad de las manos por las que pasan,
muchas veces los asuntos más serios se transmiten en las cifras más
inseguras.
7. En la enumeración de estas artes particulares y retiradas po-
dría pen.sarse que lo que pretendo es hacer un largo registro de las
ciencias, nombrándolas por lucimiento y ostentación, y sin apenas
otro propósito. Mas juzguen los expertos en ellas si las introduzco
sólo por aparato, o si en lo que acerca de ellas digo, aunque conciso,
no hay alguna semilla de mejora. Y téngase en cuenta que, así como
hay muchos que en sus países y provincias son grandes personajes,
mas en llegando a la sede del estado no son sino medianos y escasa-
mente considerados, así estas artes, al estar aquí puestas junto a las
ciencias principales y supremas, parecen cosas insignificantes, mas

341 Preferida que los platos de nuestra cena gustasen a los invitados a
que fueran del gusto de los cocineros. Marcial, Epigramas, IX, 81.
342 Curiosamente, lo que parece antiguo en el tiempo es lo más nuevo.
343 Todo por todo, es decir, de cualquier texto mediante cualquier signo.
El avance del saber 147

para quienes las han escogido por objeto de sus afanes parecen gran-
des asuntos.

XVII.1. En cuitnto al método de la comunicaci6n, veo que ha


suscitado una controversia en nuestra época 344• Mas, así como acon-
tece en los negocios civiles, que si hay una reunión y entre los asis-
tentes surge un altercado, eso suele poner fin al asunto por el mo-
mento y ya no se avanza, así sucede también en el saber, que donde
hay mucha controversia hay muchas veces poca indagaci6n. Pues
esta parte del conocimiento relativa al método me parece tan pobre-
mente investigada que la señalaré como omitida.
2. El método ha sido colocado, y no erradamente, en la lógica,
como parte del juicio: pues, así como la doctrina del silogismo com-
prende las normas del juicio sobre lo descubierto, así la doctrina del
método abarca las normas del juicio sobre lo que se ha de comuni-
car; porque el juicio precede a la comunicaci6n, como sigue al des-
cubrimiento. Ni es el método o naturaleza de la comunicación sola-
mente importante para el uso del conocimiento, sino que igualmen-
te lo es para el progreso del mismo: pues, ya que el esfuerzo y la
vida de un solo hombre no bastan para alcanzar la perfección del
conocimiento, es la sabiduría de la comunicación lo que inspira el
acierto en la continuación y el avance. Por eso la divisi6n más real
del método es· aquella que distingue entre el método orientado al uso
y el método orientado al progreso, de los cuales al primero lo pode-
mos llamar magistral, y al segundo de iniciación.
3. Este último parece ser via deserta et interclusa 345 • Porque,
tal y como ahota se transmiten los conocimientos, hay una especie
de contrato de error entre el transmisor y el receptor: pues el que
transmite el conocimiento desea hacerlo de la manera en que sea
mejor creído, y no mejor examinado; y el que lo recibe más desea
satisfacción inmediata que indagación expectante, y así antes no
dudar que no errar, haciendo el afán de gloria que el autor no des-
cubra su debilidad, y la desidia que el discípulo no conozca su
fuerza.
4. Mas el conocimiento que se transmite como hilo sobre el
cual tejer debería ser comunicado e insinuado, si ello fuera posible,
con el mismo método con que fue descubierto, y así puede hacerse
con el conocimiento obtenido por inducción. Pero en este otro cono-
cimiento anticipado y prematuro, nadie sabe cómo llegó a él. Aun

344 Las polémicas surgidas en tomo a las teorías de Petrus Ramus (1515-
1572) sobre el método.
345 Camino cerrado y no frecuentado.
148 Francis Bacon

así, secundum ma;us et minus, es posible revisitar y descender a los


fundamentos del propio conocimiento y asentimiento, y de ese modo
trasplantarlos a otros como crecieron en la propia mente. Pues sucede
con los conocimientos como con las plantas: si se quiere utilizar la
planta, no hay que preocuparse por las raíces; mas si se quiere tras-
ladarla para que crezca, entonces es más seguro confiar en raíces que
en esquejes. De modo que la transmisión de conocimientos, tal como
ahora se efectúa, es como de hermosos troncos de árboles sin las
raíces, que son buenos para el carpintero pero no para el criador;
en cambio, si se quiere que las ciencias crezcan, no importa tanto el
tronco o cuerpo del árbol, con tal que se mire bien a tomar consigo
las raíces. De esta clase de transmisión hay alguna sombra en el
método usado en las matemáticas; pero en general no la veo ni
puesta en práctica ni sometida a indagación, y por lo tanto la señalo
como omitida.
5. Otra división del método hay, que tiene alguna afinidad con
la primera, empleada en algunos casos por la discreción de los anti-
guos pero afeada desde entonces por las imposturas de gente vana,
que ha hecho de ella como una falsa luz para sus mercancías fraudu-
lentas, y es la de método enigmático y descubierto. Con el primero
se pretende evitar que los espíritus vulgares tengan acceso a los se-
cretos de los conocimientos, y reservar éstos para oyentes selectos, o
ingenios de agudeza bastante para rasgar el velo.
6. Otra división del método, de gran consecuencia, es la que se
refiere a la transmisión del conocimiento en aforismos o de manera
sistemática: a propósito de lo cual podemos observar que ha habido
demasiada costumbre de, a partir de unos cuantos axiomas u obser-
vaciones acerca de cualquier tema, construir un arte solemne y for-
mal, rellenándolo con algunos discursos, ilustrándolo con ejemplos y
refundiéndolo todo en forma de sistema; pero la escritura en aforjs-
mos tiene muchas virtudes excelentes, a las cuales no alcanza la
escritura sistemática.
7. Pues, en primer lugar, pone a prueba al escritor, revelando
si es superficial o profundo: porque los aforismos, salvo que sean
ridículos, no se pueden hacer si no es con el meollo y médula de las
ciencias, ya que no tienen c.1bida en ellos ni el discurso ilustrativo, ni
las enumeraciones de ejemplos, ni el discurso de conexión y orden,
ni las descripciones de práctica, de suerte que no queda otra cosa
con que llenar el aforismo más que una buena dosis de observación;
y por consiguiente nadie es apto para escribir aforismos, ni sensata-
mente intentaría hacerlo, sino el que posea un conocimiento correcto
y bien fundado. En los sistemas, en cambio,
El avance dd saber 149

tantum series iuncturaque pollet,


T antum de medio sumptis accedit honoris 346 ,

que es posible hacer gran ostentación de arte con cosas que disgre-
gadas valdrían bien poco. En segundo lugar, los sistemas son más
adecuados para obtener asentimiento o creencia, pero menos para
orientar a la acción: pues en ellos se hace una especie de demostra-
ción circular, iluminando una parte a otra, y por eso satisfacen, mien-
tras que los particulares, al estar dispersos, concuerdan mejor con las
indicaciones dispersas. Y, finalmente, los aforismos, al presentar un
conocimiento incompleto, invitan a seguir investigando, en tanto
que las exposiciones sistemáticas, al aparentar una totalidad, aquie-
tan y hacen creer que se ha llegado a término.
8. Otra división del método, también de gran peso, es la que
distingue entre el tratamiento del conocimiento por afirmaciones y
sus pruebas, o por cuestiones y sus determinaciones; siendo esta úl-
tima clase, si se la sigue sin moderación, tan perjudicial para el avan-
ce del saber como sería para el avance de un ejército el ir sitiando
cada pequeña plaza o posición. Pues si se domina la zona y se per-
sigue la totalidad de la empresa, esas cosas menores caerán por sí
solas, aunque en realidad nadie dejaría una parte importante del
enemigo a sus espaldas. De modo semejante, el empleo de refuta-
ciones en la transmisión de las ciencias debería ser muy parco, y
servir para eliminar preocupaciones y prejuicios fuertes, no para
suministrar y excitar disputas y dudas.
9. Otra división de los métodos es la conforme al objeto o ma-
teria tratada, pues hay una gran diferencia entre la transmisión de
las matemáticas, que son el más abstracto de los conocimientos, y la
de la política, que es el más material. Y aunque se haya abogado
por una uniformidad del método con multiformidad de la materia,
a la vista está cómo esa opinión, aparte de su debilidad, ha sido per-
judicial para el saber, porque tiende a reducirlo a generalidades
vacías y estériles, que no son más que las cáscaras y cortezas de las
ciencias, habiendo sido extraído y expulsado todo el meollo con la
estrujadura y presión del método. Por consiguiente, lo mismo que
me parecían bien los tópicos particulares para la invención, así tam-
bién me parecen los métodos particulares de transmisión.
10. Otra división del método que ha de ser usada con buen
juicio en la transmisión y enseñanza del conocimiento es la conforme
a la luz y supuestos previos de lo que se transmite, pues el conocí-

346 Tanto pueden d orden y la concatenación, con tanta gracia se puede


presentar lo mediocre. Horado, Arte poética, 242-243.
150 Francia Bacon

miento que es nuevo y diverso de las opiniones establecidas ha de


ser transmitido de otra forma que lo ya aceptado y conocido; y por
eso Aristóteles, queriendo censurar a Demócrito, en realidad le alaba
cuando dice: Si queremos en efecto disputar, y no s~guir símiles w,
etcétera. Pues a aquellos cuyas ideas están asentadas en opiniones
populares les basta con probar o disputar; pero aquellos otros cuyas
ideas están más allá de las opiniones populares tienen un doble tra-
bajo: de un lado hacerse comprender, y de otro probar y demostrar,
de suerte que forzosamente habrán de recurrir a símiles y traduccio-
nes para expresarse. Y por eso en la infancia del saber, y en las
épocas rudas, cuando esas ideas que ahora son vulgares eran nuevas,
el mundo estaba lleno de parábolas y símiles; pues de no ser así,
aquello que se ofrecía habría pasado inadvertido, o habría sido re-
chazado por paradójico, antes de ser comprendido o juzgado. Así en
el saber divino vemos cuán frecuentes son las parábolas y los tropos:
pues es norma que toda ciencia que no esté en consonancia con los
supuestos previos ha de llamar en su auxilio a los símiles.
11. Hay además otras divisiones de los métodos, vulgares y
establecidas, como la que los divide entre métodos de resolución o
análisis, de constitución o sistasis; de ocultamiento o crípticos, etcé-
tera, que me parecen bien, aunque me he detenido en aquellas que
están menos tratadas y observadas. Todo lo cual he recordado con
este objeto, el de señalar que yo erigiría y constituiría una sola inda-·
gación general, que me parece omitida, sobre todo lo tocante a la
prudencia de la comunicación.
12. Esta parte del conocimiento concerniente al método atañe
además no sólo a la arquitectura de la fábrica entera de una obra,
sino también a sus diversas vigas y columnas, no en cuanto a su
materia, sino a su cantidad y figura; y por lo tanto el método consi-
dera no sólo la disposición del argumento o tema, sino asimismo las
proposiciones, no en cuanto a su verdad o materia, sino en cuanto a
su limitación y manera. En esto fue mucho más meritoria la actua-
ción de Ramus al resucitar las buenas reglas de las proposiciones,
Ka06A.ov 1tp(,)-cov Ka-ca. 1tav-cóc; 348, etcétera, que al introducir el
cancro de los epítomes; y sin embargo (siendo tal la condición
de lo humano que, según las fábulas antiguas, las cosas más preciosas
tienen los guardianes más perniciosos), fue el intento de lo uno lo
que le hizo caer en lo otro. Pues habría que haber estado muy bien
347 Etica a Nic6maco, VI, III (1139b). Hay que suponer que Aristóteles
no está pensando en Dem6crito, sino probablemente en Platón.
348 Según Ellis, «que sean verdaderas generalmente, primariamente y esen-
cialmente». Son reglas de Ramus, pero que le fueron sugeridas por los Anll-
liticos posteriores de Aristótdes.
El avance dd saber 151

dirigido para hacer los axiomas convertibles sin por ello hacerlos
circulares, y no progresivos o a sí mismos recurrentes; la intención,
empero, era excelente.
13. Las otras consideraciones del método concernientes a las
proposiciones se refieren principalmente a las proposiciones extre-
mas, que limitan el alcance de las ciencias: pues de todo conocimien-
to es legítimo decir que posee, además de la profundidad (que es su
verdad o sustancia, lo que le presta solidez), una longitud y una
latitud, midiéndose la latitud hacia otras ciencias, y la longitud hacia
la acción, esto es, desde la mayor generalidad hasta el precepto más
particular; lo uno determina hasta qué punto un conocimiento debe
entrometerse en la provincia de otro, que es la norma que se llama
x-a.6ctv"T:o 349 ; lo otro determina hasta qué grado de particularidad
debe descender un conocimiento, y esto último lo veo desatendido,
siendo a mi juicio lo más importante, pues ciertamente hay que
dejar algo a la práctica, pero merece investigarse cuánto. Vemos que·
las generalidades remotas y superficiales no hacen sino exponer el
conocimiento al desprecio de los hombres prácticos, y no son más
útiles para la práctica que el mapa universal de Ortelius para indicar
el camino de Londres a York. La mejor clase de normas ha sido
comparada, no desacertadamente, con los espejos de acero sin pulir,
donde se pueden ver las imágenes de las cosas, pero antes hay que
alisarlos: así las normas auxilian, si son trabajadas y pulidas por la
práctica. Pero la cuestión es cuán cristalinas pueden ser hechas al
comienzo, y hasta qué punto pueden ser pulidas de antemano, y la
indagación de esto me parece omitida.
14. También se ha cultivado y puesto en práctica un método
que no es método legítimo, sino de impostura, y que es el de trans-
mitir los conocimientos de tal manera que rápidamente puedan llegar
a hacer ostentación de saber quienes carecen de él; tal fue el trabajo
de Raimundo Lulio al hacer ese arte que lleva su nombre, no muy
diferente de algunos libros de tipocosmia que se han hecho desde
entonces, y que no es más que una masa de palabras de todas las
artes, con las que se pretende hacer creer que los que usan los tér-
minos entienden el arte: recopilaciones muy semejantes a una tienda
de ropavejero o chamarilero, que tiene restos de todo, pero nada de
valor.

XVIII.1. Pasamos ahora a esa parte que concierne a la ilustra-


ción de la comunicación, recogida en esa ciencia que llamamos retó-
rica, o arte de la elocuencia: ciencia excelente, y excelentemente

349 La norma de que las proposiciones sean verdaderas esencialmente.


152 Francia Bacon

trabajada. Pues si en valor auténtico es inferior a la sabiduría, como


fue dicho por Dios a Moisés, cuando éste se excusaba por carecer de
esa facultad: Aarón hablará por ti, y tú serás para él como Dios 3SO,
empero frente al pueblo es lo más poderoso; pues así dice Salom6n,
Sapiens corde appellabitur prudens, sed dulcis eloquio ma;ora repe-
riet 351 , queriendo decir que la sabiduría profunda ayuda a conseguir
celebridad o admiración, pero es la elocuencia lo que prevalece en
la vida activa. En cuanto a su cultivo, la emulación de Arist6teles
con los retóricos de su tiempo, y la experiencia de Cicerón, hicieron
que en sus obras de retórica se superasen a sí mismos. Por otra parte,
la excelencia de los modelos de elocuencia que tenemos en las ora-
ciones de Demóstenes y Cicerón, unida a la perfección de los pre-
ceptos, ha duplicado el progreso en este arte; por consiguiente, las
deficiencias que voy a señalar más bien se referirán a ciertas recopi-
laciones que pueden servir al arte a modo de criadas, que a las nor-
mas o empleo del arte mismo.
2. No obstante, por remover un poco la tierra alrededor de las
raíces de esta ciencia, como hemos hecho con las restantes, diremos
que la función y oficio de la retórica es acomodar la razón a la ima-
ginación para mover mejor la voluntad. Pues vemos que el régimen
de la razón puede ser afectado de tres maneras: por enredo o sofis-
ma, que corresponde a la lógica; por imaginación o impresión, que
pertenece a la retórica, y por pasión o afecto, que pertenece a la
ética. Y así como en la negociación con otros el hombre se ve domi-
nado por la astucia, por la importunidad y por la vehemencia, así en
esta negociación con nosotros mismos nos vemos debilitados por las
falacias, solicitados e importunados por las impresiones u observa-
ciones y arrastrados por las pasiones. Mas no está la naturaleza
humana tan mal compuesta que esos poderes y artes tengan fuerza
para perturbar la razón, y no la tengan para confirmarla e impul-
sarla: pues el fin de la l6gica es enseñar una forma de argumentaci6n
que asegure a la raz6n, no que la haga caer en una trampa; el fin de
la ética es procurar que los afectos obedezcan a la razón, no que la
invadan, y el fin de la ret6rica es llenar la imaginaci6n para que
secunde a la razón, no para que la oprima. De suerte que los abusos
de estas artes sólo reclaman atenci6n ex obliquo, por cautela.
3. Por eso fue gran injusticia en Plat6n, aunque nacida de un
justo aborrecimiento de los ret6ricos de su tiempo, el no estimar -la

350 Ex. 4, 16.


Al de corazón sabio se le llama prudente, pero la dulzura del habla
351
consigue mayores cosas. Prov. 16, 21.
El avance del saber 153

retórica sino como arte voluptuosa, declarándola semejante al arte


de cocinar, que estropea las viandas buenas y con variedad de salsas
hace las malas placenteras al gusto 352 • Pues vemos que con mucha
más frecuencia se aplica el discurso a adornar lo bueno que a dar
semblante de bondad a lo malo, porque nadie puede ser más honesto
en su habla que en sus acciones o pensamientos; y muy bien señaló
Tuddides en el caso de Cleón, que porque en las causas de estado
solía ponerse en el lado malo, por eso siempre estaba clamando con-
tra la elocuencia y el buen decir, sabiendo que nadie es capaz de
hablar bien de propósitos sórdidos y bajos 353 • Por eso, como dijo
Platón con elegancia, La virtud, si pudiera ser vista, movería a gran
amor y afecto 354 ; y ya que no es posible mostrarla a los sentidos en
forma corpórea, lo siguiente es mostrarla a la imaginación en repre-
sentación animada; pues mostrarla a la razón solamente en argume.n-
tos sutiles fue cosa siempre ridiculizada en Crisipo y muchos de los
estoicos, que creyeron poder imponer la virtud a los hombres con
discusiones y conclusiones agudas, que no tienen atractivo para la
voluntad.
4. Por otra parte, si los afectos fueran de suyo dóciles y obe-
dientes a la razón, sería verdad que las persuasiones e insinuaciones
dirigidas a la voluntad no tuvieran mayor utilidad que las proposi-
ciones y pruebas desnudas; mas, en vista de los continuos motines y
sediciones de los afectos,

Video meliora, proboque;


Deteriora sequor 355 ,

la razón estaría cautiva y sierva si la elocuencia de las persuasiones


no se atrajera a la imaginación y la moviera a abandonar el lado de
los afectos, y contra éstos estableciera una confederación de la razón
y la imaginación. Pues los afectos mismos apetecen siempre el bien,
al igual que la razón; la diferencia estriba en que el afecto contempla
solamente el presente, en tanto que la razón contempla el futuro y
la totalidad del tiempo. Por eso, porque el presente llena más la
imaginación, la razón suele ~alir vencida; pero una vez que la fuer-
za de la elocuencia y de la persuasión ha hecho aparecer como pre-

352 Gorgias, 462 y ss.


3S3 Tucídides, III, XLII, 2. Son palabras de Deodoto respondiendo a
Qe6n.
354Fedro, 250d.
355Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor. Ovidio, Metamorfosis,
VII, 20.
154 Francia Bacon

sentes las cosas futuras y remotas, entonces la razón prevalece sobre


la rebeldía de la imaginación.
5. Concluimos, pues, que no es más lícito culpar a la retórica
de dar semblante de bondad a lo peor que culpar a la lógica de la
sofistería, o a la moral del vicio. Pues sabemos que las doctrinas de
contrarios son las mismas, aunque su aplicación sea opuesta. Parece
también que la lógica no sólo difiere de la retórica como d puño de
la palma, aquél cerrado y ésta abierta, sino, mucho más que eso,
que la lógica opera sobre la razón exacta y verdadera, y la retórica
sobre la razón tal como está implantada en las opiniones y usos
populares. Por eso Aristóteles la coloca sabiamente entre la lógica
por un lado y el conocimiento moral o civil por otro, como partícipe
de ambos 356 ; pues las pruebas y demostraciones de la lógica son indi-
ferentes e iguales para todos los hombres, pero las pruebas y persua-
siones de la retórica deberían diferir según los oyentes:

Orpheys in sylvis, inter delphinas Arion 357 ;

aplicación que en rigor debería llevarse hasta d punto de que, ha-


blando uno de la misma cosa a varias personas, a cada una de ellas
hablara de diverso modo. No obstante, es fácil que los mejores ora-
dores sean deficientes en esta parte política de la elocuencia en d
discurso particular, en tanto la sujeción a sus fórmulas degantes les
resta flexibilidad; de suerte que no está de más recomendar el mejor
estudio de esto, pareciéndonos indiferente colocarlo aquí o en la
parte concerniente a la política.
6. Pasaré ahora, pues, a las deficiencias, que, como dije, tienen
solamente d carácter de apéndices. En primer lugar, no veo que
haya tenido continuación la prudencia y diligencia de Aristóteles,
que empezó a hacer una compilación de los signos populares y colo-
raciones del bien y del mal, simples y comparativos, que, como ant~
he mencionado, son como los sofismas de la retórica 358 • Verbigracia:

SOPHISMA

Quod laudatur, bonum; quod vituperatur, malum.

356 Ret6rica, I, 11 (1356a).


357 Un Orfeo en los bosques, un Ari6n entre los delfines. Virgilio, Bglo-
gas, VIII, 56.
358 Esto fue sugerido, no hecho, por Arist6tdes; véanse Tópicos, I, XII
y ss., y Retórica, I, VI y VII (1362a-1365b).
El avance del saber 155

REDARGUTIO

Laudat venalis qui vult extrudere merces.


Malum est, malum est, inquit emptor: sed cum recesserit, tum glo-
riabitur 359 •

Tres son los defectos del trabajo de Aristóteles: uno, que de


muchas cosas figuran sólo unas pocas; otro, que no llevan anejos
los elencos; y el tercero, que sólo pensó en una parte de su uso,
pues su utilidad no está sólo en la probación, sino mucho más en la
impresión. Pues hay muchas fórmulas iguales en su significación que
producen impresiones diferentes, como hay mucha diferencia entre
el corte que hace una cosa afilada y el que hace una cosa roma, aun-
que la fuerza de percusión sea la misma; pues no hay nadie a quien
no conmueva un poco más oír Tus enemigos se alegrarán de esto:

Hoc Ithacus velit, et magno mercentur Atridae 361,

que oír solamente Esto es malo para ti.


7. En segundo lugar, retomo también lo que ya mencioné antes
acerca de esas provisiones o almacenes preparatorios para tener per-
trechado el discurso y presta la invención, y que me parecen ser de
dos clases, una a modo de tienda de piezas sueltas, la otra a modo de
tienda de cosas ya compuestas, y ambas para ser aplicadas a lo fre-
cuente y más requerido; a la primera de dichas clases la llamaré
antitheta, y a la segunda formulae 361 •
8. Las antitheta son tesis argumentadas pro et contra 362, con
las cuales se puede ser más copioso y laborioso; mas, para evitar la
prolijidad en la anotación que se haga de ellas, yo encerraría las se-
millas de los diversos argumentos en sentencias breves y agudas, no
para citarlas, sino para servirse de ellas como de carretes o bobinas
de hilo, que se van desenroscando a voluntad cuando llega el mo-
mento de usarlos, suministrando autoridades y ejemplos por refe-
rencia ...

359 Sofisma: Lo que se alaba es bueno, lo que se vitupera es malo. Elenco:


El vendedor alaba las mercancías · que quiere quitarse de encima (Horacio,
Epístolas, II, 11, 11). «Es malo, es malo», dice el comprador; pero después
que se ha marchado se regocija (Prov. 20, 14). En el De augmentis siguen
a éste otros once ejemplos.
360 Esto querría el de !taca, y comprarían a alto precio los hijos de
Atreo. Virgilio, Eneiáa, II, 104.
361 Antítesis; f6rmulas.
1.56 Francia Bacon

PRO VERBIS LEGIS

Non est interpretatio, sed divinatio, quae recedit a litera.


Cum recedit a litera, judex transit in legislatorem.

PRO SENTENTIA LEGIS


Ex omnibus verbis est eliciendus. sensus qui interpretatur singula 363 •

9. Las formulae no son otra cosa que pasajes o frases hechas,


elegantes y apropiadas, que puedan servir indistintamente para dife-
rentes temas, como prólogo, conclusión, digresión, transición, excusa,
etcétera. Pues lo mismo que en los edificios hay gran deleite y pro-
vecho en el buen trazado de las escaleras, entradas, puertas, ventanas
y demás cosas semejantes, así en el discurso los pasajes y frases he-
chas son de especial ornamento y efecto.

CONCLUSION PARA UNA DELIBERACION

De ese modo podremos redimir las faltas pasadas, y prevenir las


inconveniencias futuras.

XIX.1. Restan dos apéndices tocantes a la transmisión del co-


nocimiento, uno crítico y el otro pedagógico. Pues todo conocimien-
to es, o bien comunicado por maestros, o bien alcanzado mediante los
esfuerzos personales de cada cual; de ahí que, del mismo modo que
la parte principal de la transmisión del conocimiento consiste sobre
todo en escribir libros, así la parte correspondiente consista en leer-
los. A propósito de esto se imponen las siguientes consideraciones.
La primera concierne a la recta corrección y edición de los autores,
en lo cual, sin embargo, la diligencia precipitada ha hecho mucho
daño. Pues con frecuencia han presumido algunos críticos que lo que
no entendían estaba mal puesto, como aquel sacerdote que donde
halló escrito acerca de San Pablo demissus est per sportam enmendó
su libro y lo cambió por demissus est per portam 364 , por ser sporta
una palabra difícil, que él no había encontrado en sus lecturas; sin

362 A favor y en contra. De estas antítesis se ofrece una larga colección en


el De augmentis, agrupadas en cuarenta y siete temas. ~
363 A favor de la palabra de la ley: La interpretación que se aparta de la
letra no es interpretaci6n, sino conjetura. Cuando se aparta de la letra, el
juez pasa a ser legislador. A favor de la intenci6n de la ley: El sentido en
que se interprete cada palabra ha de ser sacado del conjunto de todas ellas.
364 Le sacaron en una espuerta (Hch. 9, 25); le sacaron por una puerta.
El avance del saber 1.57

duda los errores de aquéllos, aunque no tan palpables y ridículos,


son de la misma índole. Por eso, según se ha señalado con acierto,
las copias más corregidas suelen ser las menos correctas.
La segunda concierne a la exposición y explicación de los auto-
res, que descansa en las anotaciones y comentarios; en lo cual es
frecuentísimo pasar en silencio por los puntos oscuros y perorar
sobre los claros.
La tercera concierne a los tiempos, que en muchos casos arrojan
gran luz en orden a la interpretación correcta.
La cuarta concierne a la breve censura y juicio de los autores,
con la que cada cual pueda hacer una selección personal de qué li-
bros leer.
Y la quinta concierne a la sintaxis y ordenación de los estudios,
con la que cada cual sepa en qué orden o sucesión debe leer.
2. En cuanto al conocimiento pedagógico, le corresponden las
diferencias que ha de mostrar la transmisión dirigida a la juventud.
Aquí se imponen varias consideraciones de mucho fruto.
La primera se refiere a la oportunidad y sazón de los conocimien-
tos: por cuáles deban empezar los que aprenden, y de cuáles se
les deba apartar durante algún tiempo.
La segunda es la consideración de en qué casos se deba comenzar
por lo más fácil y de ahí pasar a lo más difícil, y en qué otros pujar
hacia lo más difícil y luego conducir a lo más fácil; pues hay un
método que es el de practicar la natación con vejigas, y otro que es
el de practicar la danza con zapatos pesados.
Una tercera es la administración del saber de acuerdo con la
condición de los ingenios: pues no hay defecto en las facultades inte-
lectuales que no parezca tener su correspondiente cura en alguna
clase de estudio. Si un niño, por ejemplo, tiene la cabeza a pájaros,
esto es, carece de la facultad de atención, las matemáticas lo reme-
dian, porque en ellas basta con que el ingenio se distraiga un mo-
mento para que haya que empezar de nuevo. Y al igual que las
ciencias poseen la propiedad de enmendar y auxiliar las correspon-
dientes facultades, así también las facultades o potencias tienen una
simpatía con las ciencias que favorece el dominio o rápido aprovecha-
miento de ellas, por lo cual es muy sensato investigar qué clases de
ingenios y caracteres son los más aptos y adecuados para cada
ciencia.
En cuarto lugar, la ordenación de los ejercicios es asunto de
grandes consecuencias para perjudicar o ayudar: pues, como bien
observa Cicerón, quienes ejercitan sus facultades sin estar bien
asesorados ejercitan sus defectos y contraen hábitos malos lo mismo
158 Francia Bacon

que buenos 365 ; de suerte que la continuación e interrupción de los


ejercicios es cosa que requiere mucho juicio. Resultaría demasiado
largo particularizar muchas otras consideraciones de esta índole, co-
sas en apariencia modestas, pero de eficacia singular. Pues así
como el maltratar o cuidar solícitamente las semillas o las plantas
jóvenes es lo más importante para su medro, y así como se advirtió
que el ser los seis primeros reyes de Roma como tutores del estado
en su infancia fue la causa principal de la inmensa grandeza de aquel
estado que luego se siguió 366 , así el cultivo y labranza del espíritu
en la juventud tiene efectos tan poderosos, aunque invisibles, que
después difícilmente habrá extensión de tiempo o intensidad de
esfuerzo capaces de contrarrestarlos 367 • No está de más sefialar
también que las facultades pequeñas y modestas adquiridas mediante
la educación, si dan en grandes hombres o grandes asuntos, obran
efectos grandes e importantes; de lo cual vemos en Tácito el ejemplo
notable de dos actores, Percenio y Vibuleno, que gracias a su habi-
lidad dramática pusieron en tumulto y alboroto extraordinarios a
los ejércitos panonios. Pues, estallando entre ellos un motín cuando
murió César Augusto, el teniente . Bleso había arrestado a algunos
de los amotinados, que en seguida fueron libertados. Entonces
Vibuleno pidió ser escuchado, y habló de esta manera: A estos
pobres desgraciados sin culpa, condenados a una muerte cruel, les
habéis devuelto a la luz del día; mas ¿quién me devolverá a mi
hermano, o le devolverá a él la vida? Enviáronle aqui con un men-
sa;e de las legiones de Germanía para tratar de la causa común, y
anoche Bleso le ha hecho asesinar por esos espadachines y rufianes
que tiene con él para verdugos de los soldados. Responde, Bleso:
¿qué se ha hecho de su cuerpo? Ni los más mortal.es enemigos niegan·
la sepultura. Cuando, con besos y con lágrimas, haya e;ecutado mis
últimos. deberes para con el cadáver, manda que me asesinen junto
a él,· con tal que estos mis compañeros, ya que no morimos por
ningún crimen, sino por nuestra buena intenci6n y fidelidad a las
legiones, tengan permiso para sepultarnos 368 • Con esa perorata
desató una furia y violencia infinitas en el ejército, cuando lo Cierto
es que no tenía ningún hermano ni había tal asunto, sino que mera-
mente lo fingió como si estuviera en el teatro.
De oratore, I, 33 (149-150).
365
Cf. Maquiavelo, Discorsi, I, XVI y XVII.
366
En el De augmentis se extiende Bacon sobre la pedagog{a, poniendo
367
como modelo los colegios de los jesuitas, y recomendando la instrucci6n co-
legial, el respeto a la independencia de juicio del educando, el asesoramiento
de los padres por los maestros para decidir la ocupaci6n de sus hijos y la
inclusi6n de representaciones dramáticas en la educaci6n.
368 Anales, I, 16-17.
El avance dd saber 159

· 3. Mas, volviendo a nuestro tema, diré que hemos llegado al


término de los conocimientos racionales. Si acerca de esto he hecho
divisiones distintas de las acostumbradas, empero no quisiera que
se piense que desapruebo todas las que no empleo. Pues es una
doble necesidad lo que me constriñe a alterarlas. Por un lado, por-
que es distinto el fin y objetivo que se persigue poniendo juntas
aquellas cosas que están próximas por su naturaleza, y aquellas que
están próximas en cuanto al uso. Pues si un secretario de estado
ordena sus papeles, es probable que en su estudio o archivo general
ponga juntas las cosas de igual naturaleza, verbigracia, los trata-
dos, las instrucciones, etc., pero en sus cajas o archivo particular
ponga juntas las que probablemente haya de usar juntas, aunque
sean de naturaleza diversa. Así en este archivo general del conoci-
miento yo he tenido que seguir las divisiones de la naturaleza de las
cosas, mientras que, si me hubiera propuesto tratar algún conocimien-
to en particular, habría respetado las divisiones más apropiadas para
el uso. Por otro lado, porque el introducir las omisiones alteró por
ende las particiones del resto; pues si el conocimiento existente es,
pongamos, quince, y el conocimiento con las omisiones es veinte,
los submúltiplos de quince no son los de veinte: porque los de quin-
ce son tres y cinco, y los de veinte son dos, cuatro, cinco y diez. De
modo que en esto no hay contradicción, ni podría ser de otra ma-
nera.

XX.1. Pasamos ahora al conocimiento que estudia el apetito y


la voluntad del hombre, del cual dice Salomón: Ante omnia, fili,
custodi cor tuum; nam ináe proceáunt actiones vitae 3/IJ. Paréceme
que los que han tratado esta ciencia han escrito como si uno que
se ofreciera a enseñar a escribir se limitase a mostrar buenas copias
de alfabetos y letras unidas, sin dar ningún precepto o guía sobre
cómo se deba llevar la mario y componer las letras. Así, han hecho
·buenos y limpios modelos y copias de las trazas y retratos del bien,
la virtud, el deber, la felicidad, describiéndolos bien y proponiéndo-
los como objetos y metas verdaderas de la voluntad y los deseos
del hombre; pero sobre cómo se puedan alcanzar esos excelentes
objetivos, y cómo ordenar y someter la voluntad humana para hacer-
la dócil y plegable a esos propósitos, sobre esto guardan un com-
pleto silencio, o hablan ligera e improvechosamente. Pues ni el
sostener que las virtudes morales están en el espíritu del hombre

3llJ Ante todo, hijo mío, guarda tu corazón, porque de él proceden las
acciones de la vida. Prov. 4, 23.
160 Francia Bacon

por hábito y no por naturaleza 310, ni el distinguir diciendo que a los


espíritus generosos se los conquista con doctrinas y persuasiones, y
al vulgo con recompensas y castigos, ni otros avisos y toques dis-
persos semejantes pueden excusar la ausencia de esta parte.
2. La razón de esta omisión supongo que debe estar en ese
escollo oculto en que han naufragado ésta y otras muchas naves del
conocimiento, a saber, que se ha desdeñado el ser perito en los
asuntos comunes y ordinarios, cuya juiciosa dirección constituye, sin
embargo, la doctrina más sabia, porque la vida no está hecha de
novedades o sutilezas; y al contrario, se ha buscado sobre todo el
construir ciencias de contenido brillante o lucido, escogido para dar
lustre a la sutileza de las discusiones o a la elocuencia de los discur-
sos. Ahora bien, Séneca pone un freno excelente a la elocuencia:
Nocet illis eloquentia, quibus non rerum cupiditatem facit, sed
sµi 371 • Las doctrinas deben ser tales que nos hagan enamorarnos
de la lección, no del maestro, y estar dirigidas al beneficio del oyen-
te, no a la gloria del autor. De suerte que las convenientes son
aquellas que puedan concluir como concluye Demóstenes su consejo:
Quae si feceritis, non oratorem duntaxat in praesentia laudabitis,
sed vosmetipsos etiam non ita multo post statu rerum vestrarum
meliore 372 •
3. Ni era forzoso que hombres de tan excelentes partes deses-
perasen de la fortuna que el poeta Virgilio se prometió y que de
hecho obtuvo, ganando para sí tanta fama de elocuencia, ingenio y
erudición con la expresión de las observaciones de la agricultura
como de las hazañas heroicas de Eneas:

Nec sum animi dubius, verbis ea vincere magnum


Quam sit, et angustis bis addere rebus honorem 373 •

Y qué duda cabe de que, si hay el propósito serio, no de escri-


bir ociosamente lo que otros ociosamente puedan leer, sino de ins-
truir realmente y preparar para la acción y la vida activa, estas Geór-
gicas del espíritu, concernientes a su cultivo y labranza, no son
menos valiosas que las descripciones heroicas de la virtud, el deber

170Cf. Aristóteles, Etica a Nic6maco, II, 1 (1103a-b}.


371Es dañina la elocuencia que no despierta pasión por el asunto, sino
por ella misma. Epistulae morales, Lll, 14.
372 Si esto hacéis, no sólo podréis felicitar ahora al orador, sino también
felicitaros a vosotros mismos más adelante, cuando veáis prosperar la causa
nacional. Otínticas, 11, 31 (final).
373 Y bien sé cuán difícil es triunfar con palabras en esto, y dar gloria a
estas cosas modestas. Ge6rgicas, 111, 289-290.
El avance del saber 161

y la felicidad. Así pues, la división principal y primera del conoci-


miento moral parece ser aquella que distingue entre el modelo o
imagen del bien, y el regimiento o cultura del espíritu: describiendo
aquello la naturaleza del bien, y prescribiendo esto normas para
someter, aplicar y acomodar a él la voluntad del hombre.
4. La doctrina tocante al modelo o naturaleza del bien lo con-
sidera como simple o i;omparado: ora las clases de bien, ora sus gra-
dos; siendo en esta última parte zanjadas por la fe cristiana todas
aquellas infinitas discusiones que antes había acerca del grado su-
premo del bien, al que llaman felicidad, beatitud o bien más alto,
cuyas doctrinas eran como la teología de los paganos. Y según dice
Aristóteles, que los ióvenes pueden ser felices, pero sólo en virtud
de la esperanza 314, así hemos todos de reconocer nuestra minoría
de edad, y acoger la felicidad que la esperanza del mundo futuro
nos otorga.
5. Liberados, pues, y descargados de esa doctrina del cielo de
los filósofos, con que ellos fingieron una naturaleza humana más
elevada de lo que es en realidad (pues vemos con qué grandilocuen-
cia escribe Séneca: Vere magnum, habere fragilitatem hominis, secu-
ritatem Dei 375), podemos con más sobriedad y verdad admitir el res-
to de sus indagaciones y trabajos. En ellos han retratado óptimamen-
te la naturaleza del bien positivo o simple, describiendo las formas
de la virtud y del deber con sus situaciones y condiciones, distribu-
yéndolas en sus clases, partes, provincias, acciones y dispensaciones,
etcétera; más aún, las han recomendado a la naturaleza y espíritu
del hombre con muy agudos argumentos y hermosas persuasiones,
y las han fortificado y atrincherado, en la medida en que el discurso
puede hacerlo, contra las opiniones corruptas y vulgares. Asimis-
mo, por lo que respecta a los grados y naturaleza comparada del
bien, los han tratado tan sabiamente con su idea de la triplicidad
del bien~. con sus comparaciones entre la vida contemplativa y la
vida activa m, con la distinción entre virtud con trabajo y virtud ya
confirmada, con sus oposiciones de lo honesto y lo lucrativo, con
su equilibrar una virtud con otra, etcétera, que esta parte merece
que se la califique de excelentemente trabajada.
6. Ahora bien, si antes de pasar a las ideas populares y esta-
blecidas de la virtud y el vicio, el placer y el dolor y las restantes,

374 Etica a Nic6maco, I, IX (llOOa).


37S En verdad es grande tener la flaqueza de UD hombre y la falta de
cuidados de UD dios. Epistulae morales, LIII, 12.
376 Bienes exteriores, bienes del alma y bienes del cuerpo; d. Aristóteles,
Etica a Nic6maco, I, VIII.
m Véase, p. ej., Aristóteles, Etica a Nic6maco, X, VII.
162 Francia Bac:oJJ

se hubieran detenido un poco más en la investigación de las raíces


del bien y del mal, y en las fibras de esas raíces, habrían dado, en
mi opinión, una gran luz a lo siguiente; y en especial si hubieran
consultado a la naturaleza, sus doctrinas habrían sido menos proli-
jas y más profundas; cosa que, estando por ellos en parte omitida
y en parte tratada con mucha confusión, intentaremos nosotros reto-
mar y exponer de manera más clara.
7. En todas las cosas existe un bien de doble naturaleza: una,
en cuanto que cada cosa es una totalidad o algo sustantivo en sí, la
otra en cuanto que es parte o miembro de un cuerpo mayor; de las
cuales la última es en grado la mayor y más estimable, porque se
orienta a la conservación de una forma más general. Por eso vemos
que el hierro es movido por particular simpatía hacia el imán, mas
excediendo de cierta cantidad renuncia a su afecto hacia éste y
como buen patriota se mueve hacia la tierra, que es la región y pa·
tria de los cuerpos pesados; y, yendo más allá, vemos que el agua y
los cuerpos pesados se mueven hacia el centro de la tierra, pero
antes que tolerar interrupción en la continuidad de la naturaleza se
elevan desde el centro de la tierra, renunciando a su deber para con
ésta en atención a su deber para con el mundo. ·Esta doble natura-
leza del bien, con sus grados de comparación, está mucho más gra-
bada en el hombre, si no degenera, debiendo ser para él el manteni·
miento del deber hacia la comunidad mucho más precioso que el
mantenimiento de la vjda y el ser; como en aquella memorable
declaración de Pompeyo el Grande, que, habiéndosele encargado
suministros para atender a una escasez que había en Roma, ·y que-•
riendo disuadirle sus amigos con gran vehemencia y empeño de que
arrostrando tan mal tiempo se aventurase a hacerse a la mar, él se
limitó a responderles: Necesse est ut eam, non ut vivam 378 • Mas
puede afirmarse con verdad que no hubo nunca ninguna filosofía;
religión u otra disciplina que tan clara y fuertemente exaltase el bien
comunicable y rebajase el bien privado y particular, como la Santa
Fe; en donde bien se ve que el mismo Dios que dio a los hombres
la ley cristiana fue quien dio a las creaturas inanimadas esas leyes
naturales de que hablábamos antes; pues leemos que los santos
elegidos de Dios han deseado ser anatematizados y borrados del libro
de la vida, en un éxtasis de caridad y sentimiento de comunión
infinito 379 • _ _
8. Dicho esto y bien sentado, ello mismo juzga y zanja la ma-
yoría de las controversias que se plantean en la filosofía moral. En

378 Lo necesario es que vaya, no que viva. Plutarco, Pompeyo, L.


3'19 Cf. Rom. 9, 3, y Ex. 32, 32.
El avance del saber 163

primer lugar, decide la cuestión de si se ha de preferir la vida con-


templativa o la vida activa, y la decide en contra de Aristóteles.
Pues todas las razones que él esgrime en favor de la contemplativa
son privadas, y hacen referencia al placer y dignidad de uno solo
(aspectos éstos en que es indiscutible la preeminencia de la vida con-
templativa); de modo semejante a aquella comparación que hizo
Pitágoras para honrar y enaltecer la filosofía y la contemplación:
pues, preguntándosele qué era él, respondió que si Hier6n había
estado alguna vez en los ;uegos olímpicos, sabría que unos iban alli
para probar fortuna con los premios, y otros como mercaderes para
vender Sf'S mercancías, y otros para divertirse y encontrarse con sus
amigos, y otros para mirar; y que él era uno de los que iban a
mirar Jlkl. Mas sépase que en este teatro que es la vida humana el
papel de espectador queda únicamente reservado para Dios y los
ángeles. Ni habría podido cuestión semejante tener jamás entrada
en la Iglesia, a pesar del Pretiosa in oculis Domini mors sanctorum
ej11.f 381 , con que se exalta la muerte civil y los votos regulares, si en
su defensa no contase con la circunstancia de que la vida monástica
no es solamente contemplativa, sino que desempeña el cometido,
o bien de elevar oraciones y súplicas incesantes, que es cosa que
con razón se ha estimado como un oficio dentro de la Iglesia, o bien
de escribir o tomar instrucciones para escribir acerca de la ley de
Dios, . como hizo Moisés cuando habitó tanto tiempo en el monte.
Y así vemos a Henoc, el séptimo desde Adán, que fue el primer
contemplativo y caminaba con Dios 382, y sin embargo suministró a
la Iglesia profecías, que San Judas cita 383 • Mas la contemplación que
acaba en sí misma, sin irradiar sobre la sociedad, ésa de fijo que
la teología no la conoce.
9. Zanja también las controversias desatadas entre Zenón y
Sócrates y sus escuelas y sucesores de una parte, que ponían la felici-
dad en la virtud sola o acompañada, cuyas acciones y ejercicios se
dirigen y conciernen principalmente a la sociedad, y de otra parte
los cirenaicos y epicúreos, que la ponían en el placer, y, como es
costumbre en algunas comedias de enredo, en que la señora y la
criada truecan sus vestidos, de la virtud hacían meramente una sier-
va, necesaria para el servicio y acompañamiento del placer; y la
escuela reformada de los epicúJ:eos, que la ponía en la serenidad del
espíritu y ausencia de perturbaciones, como si quisieran deponer a

380 Cicer6n, Tusculanae, V, III, 9.


381 Preciosa a los ojos de Dios es la muerte de sus santos. Sal. 116, 1.5.
382 Gén. .5, 24.
313 Jds. 14.
164 Francis Bacon

Júpiter y reponer a Saturno y la primera edad, en que no había


verano ni invierno, primavera ni otoño, sino siempre un mismo aire
y estación; y Herilo, que puso la felicidad en la extinción de los
combates del espíritu, no reconociendo una naturaleza fija del bien
y del mal, sino estimando las cosas según que claramente suscitaran
deseo o repugnancia: opinión resucitada en la herejía de los anabap-
tistas, que medían las cosas según los movimientos del espíritu y
la constancia o vacilación de la fe; teorías todas que manifiestamen-
te se orientan al reposo y contento privado, y no al bien de la
sociedad.
10. Desautoriza también la filosofía de Epicteto, que presu-
pone que haya de situarse la felicidad en aquello que está en nuestro
poder, no sea que caigamos víctimas de la fortuna y los contratiem-
pos, como si no hubiera mucha mayor dicha en fracasar en empresas
buenas y virtuosas para la comunidad que en obtener cuanto poda-
mos desear para nosotros mismos por nuestra fortuna personal;
como dijo Gonzalo 384 a sus soldados, mostrándoles Nápoles y de-
clarando que prefería morir un palmo más adelante que asegurarse
larga vida retrocediendo un palmo; lo cual corrobora la sabiduría
de ese jefe celestial que afirma que una buena conciencia es una
continua fiesta 385, frase que claramente indica que la conciencia de
buenas intenciones, sea cual fuere el resultado, es un contento más
continuo para la persona que toda la provisión que pueda hacerse
para obtener seguridad y reposo.
11. Desautoriza igualmente aquel abuso de la filosofía que vino
a ser general en tiempos de Epicteto, y que fue el convertirla en
una ocupación o profesión, como si su propósito fuera, no el resistir
y extinguir las perturbaciones, sino el rehuir y evitar las causas
de éstas, y con ese fin trazarse un modo de vida particular. Inven-
tose de ese modo una salud del espíritu que era como esa salud del
cuerpo a que alude Aristóteles hablando de Heródico, que durante
toda su vida no hizo otra cosa que cuidar su salud 386 ; mientras
que, si uno se orienta hacia sus deberes para con la sociedad, así
como la mejor salud del cuerpo es la que mejor resiste todas las alte-
raciones y rigores, así también la más verdadera salud del espíritu
es la que puede pasar por las mayores tentaciones y perturbaciones.
De modo que hay que hacer propia la opinión de Diógenes, que no
elogiaba a los que se abstenían, sino a los que soportaban, y eran
384 Gonzalo Femández de Córdoba. La historia se cuenta en Guicciardini,
Storia d'ltalia, VI, 11 (1503).
Prov. 15, 15.
385
Retórica, I, V (1361b). En el mismo sentido se habla de Her6dico en
386
el libro 111 (406a-b) de la República de Platón.
El avance del saber 16.5

capaces de refrenar su espíritu in praecipitio, y de hacerle detener-


se o girar en el mínimo espacio, como se hace con los caballos :in.
12. Finalmente, desautoriza la blandura e intolerancia de al-
gunos de los más antiguos y reverendos filósofos y hombres de ta-
lante filosófico, que con demasiada presteza se retiraban de los
asuntos civiles por no tener que sufrir indignidades y perturbacio-
nes; siendo así que la resolución de los hombres verdaderamente
morales debería ser como deda ese mismo Gonzalo del honor del
soldado, e tela crassiore 388, no tan fina que con cualquier cosa se
pueda enredar y peligrar.

XXI.1. Volviendo al bien privado o particular, diremos que se


divide en activo y pasivo. Esta división del bien (semejante a aque-
lla que entre los romanos se expresaba con los términos familiares
o domésticos de promus y condus 389) existe en todas las cosas, y
donde mejor se manifiesta es en los dos apetitos distintos de las crea-
turas, uno de conservación y subsistencia, y otro de propagación o
multiplicación, de los cuales el segundo parece ser el más estimable.
Pues en la naturaleza, los cielos, que son lo más estimable, son el
agente, y la tierra, que es lo menos, es el paciente. En los placeres
de los animales, el de la generación es mayor que el de la comida.
En la doctrina divina, Beatius est dare quam accipere 390 • Y en la
vida no hay hombre de tan blando ánimo que al llevar a cabo algo
que se ha propuesto no lo estime más que la sensualidad. Esta
prioridad del bien activo tiene un fuerte respaldo en la considera-
ción de que nuestro estado es mortal y está sujeto a la fortuna: pues
si pudiéramos contar con la perpetuidad y seguridad de nuestros
placeres, su estabilidad acrecentaría su precio; pero cuando vemos
que todo se reduce a un Magni aestimamus morí tardi1's 391 , y un
Ne glorieris de crastino, nescis partum diei 392, eso nos mueve a
desear tener algo seguro y puesto a salvo del tiempo, y esto sólo
pueden ser nuestros hechos y obras, según se dice: Opera eorum se-
quuntur eos 393 • Igualmente respaldada está la preeminencia de este
bien activo por esa inclinación que es natural en el hombre a la

:in Diógenes Laercio, Di6genes.


388 De tela más fuerte.
389 El que saca de la despensa; el que guarda en la despensa.
390 Hay mayor felicidad en dar que en recibir. Hch. 20, 3.5.
391 Parécenos gran cosa morir un poco más tarde. Séneca, Naturales
quaestiones, 11, LIX, 7.
392 No te glories del mañana, porque no sabes lo que depara un día.
Prov. 27, l.
.m Sus obras les siguen. Ap. 14, 13.
lf.6 Francia Bacon

variedad y el avance, y que en los placeres de los sentidos (que cons-


tituyen la parte principal del bien pasivo) no puede tener mucho
campo: Cogita quamdiu eadem feceris; cibus, somnus, ludus; per
hunc circulum curritur; mori velle non tantum fortis, aut mis,,-,
aut prudens, sed etiam fastidiosus potest 394 • En cambio, en las em-
presas, afanes y propósitos de la vida hay mucha variedad, que con
placer advertimos en sus comienzos, avances, retrocesos, renovacio-
nes, aproximaciones y consecuciones; de suerte que con raz6n se
dijo que Vita sine proposito languida et vaga ~st 'J9s. En modo alguno
se identifica este bien activo con el bien de la sociedad, aunque en
algunos casos coincida con él: pues si muchas veces acarrea acciones
benéficas, empero lo que le interesa es el poder, la gloria, la exal-
tación y la conservación personales, como claramente se demuestra ·
cuando choca con el bien contrario. Pues ese estado de ánimo gigan-
teo que posee a los perturbadores del mundo, como fue Lucio Sila
y han sido muchísimos otros en menor escala, en virtud del cual
querrían hacer a todos los hombres felices o infelices según que sean
amigos o enemigos suyos, y dar forma al mundo según su personal
capricho (que es la verdadera teomaquia), ése pretende y aspira al
bien activo, y sin embargo es lo que más se aleja del bien de .la
sociedad, que ya dijimos ser el mayor.
2. En cuanto al bien pasivo, se subdivide en conservativo y
perfectivo. Pues, haciendo un breve repaso de lo que hemos dicho,
vemos que hemos hablado primeramente del bien de la sociedad, cuya
intención se refiere a la forma de la naturaleza humana, de la cual
somos miembros y porciones, y no a nuestra forma personal e indi-
vidual; hemos hablado del bien activo, y lo hemos puesto como
parte del bien privado y particular, y con razón, pues en todas las
cosas hay impreso un triple deseo o apetito que procede del amor
a sí mismas: uno de conservación y persistencia en su forma, otro de
mejora y perfeccionamiento y un tercero de multiplicación y propa-
gación en otras cosas; de los cuales, la multiplicación o impresión
sobre otras cosas es lo que hemos tratado bajo el nombre de bien
activo. De suerte que resta la conservación y el perfeccionamiento o
elevación, y esto último es el grado más alto del bien pasivo. Porque
lo menos es conservar en el mismo estado, y lo más es conservar con
mejora. Así en el hombre,

394 Considera cuánto tiempo llevas haciendo las mismas cosas: comer; dor-
mir, gozar, tal es nuestra diaria ronda. No sólo la fortaleza, la desdicha o la
sabiduría pueden llevar a desear la muerte, sino también el mero hartazgo.
Séneca, Epistulae morales, LXXVII, 6.
3'JS La vida sin ideal es cosa lánguida y desasosegada. Séneca, Epistulae
morales, XCV, 46.
El avance del saber 167

lgneu¡ est ollis vigor, et coelestis origo 396 ;

su aproxiinación o elevación a la naturaleza divina o angélica es la


perfección de su forma, y el error o falsa imitación de este bien es
lo que constituye la tempestad de la vida humana, cuando el hom-
bre, respondiendo al instinto de progreso formal y esencial, es em-
pujado a buscar un progreso local. Pues lo mismo que los enfermos
que no encuentran alivio se agitan de acá para allá y cambian de
lugar, como si por una mutación local pudieran obtener una muta-
ción interna, así acontece también en los ambiciosos, que cuando no
hallan medio de exaltar su naturaleza están en continua ebullición
por exaltar su lugar. De modo que el bien pasivo es, como hemos
dicho, o conservativo o perfectivo.
3. Volviendo al bien de conservación o contento, que consiste
en la fruici6n de aquello que es conforme a nuestro natural :m, dire-
mos que parece ser el más puro y natural de los placeres, pero en
realidad es el más blando y bajo. Y también dentro de él se aprecia
una división, que no ha sido ni bien juzgada ni bien estudiada. Pues
el bien de fruición o contento estriba, ya en la sinceridad de la
fruición, ya en la viveza y vigor de ella: favoreciendo a aquélla la
igualdad, a ésta la variedad; teniendo lo primero menos mezcla de
mal, y lo segundo mayor impresión de bien. Cuál de éstos sea el
mayor bien es cuestión controvertida; mas lo que no se ha estudiado
es si la naturaleza humana no puede ser capaz de los dos.
4. Debatida la primera cuestión entre Sócrates y un sofista,
situando aquél la felicidad en la paz de espíritu igual y constante, y
éste en el mucho desear y mucho disfrutar, de la discusi6n pasaron
a los insultos, diciendo el sofista que la felicidad de Sócrates era la
de un tronco o una piedra, y Sócrates que la felicidad del sofista
era la de un sarnoso, que .todo se le vuelve sentir picor y rascar-
se 391 • No les falta fundamento a estas dos opiniones. La de S6crates
está respaldada por el consenso general, incluso de los propios epi-
cúreos, de que en la felicidad tiene gran parte la virtud; y si es
así, cierto es que la virtud es más útil para aquietar perturbaciones
que para urdir deseos. A la opinión del sofista favorece mucho la
afirmación que últimamente citamos, de que el bien de mejora es
mejor que el bien de mera conservación: porque en toda obtención
de un deseo hay una apariencia de mejora, como en todo movimien-
to, aunque sea en círculo, hay una apariencia de progresión.
396 Ignea es su fuerza, y celestial su origen. Virgilio, Eneida, VI, 730.
m Literalmente, cel natural de cada uno»: our natures, en la versión lati-
na naturae nostrae.
• Plat6n, Gorgias, 492-494.
168 Francia Bacon

5. Mas la segunda cuesti6n determina la vía recta, y torna


superflua la primera. Pues ¿cabe dudar de que algunos gozan más
que otros con el disfrute de los placeres, y sin embargo se ven me-
nos afectados por su pérdida o abandono? De ahí lo de que Non uti
ut non appetas, non appetere ut non metuas, sunt animi pusilli et
dilfidentis m. Y paréceme que casi todas las doctrinas de los fi16sofos
sean más medrosas y cautelosas de lo que la naturaleza de las cosas
exige. Así han acrecentado el miedo a la muerte ofreciéndose a
curarlo; pues, si pretenden que la vida entera del hombre no sea
sino una disciplina o preparaci6n para el morir,. por fuerza harán
pensar que es terrible enemigo aquel frente al cual no acaba uno
nunca de prepararse. Mejor dijo el poeta:

Qui finem vitae extremum ínter munera ponat


Naturae 400 •
Así han querido hacer a los espíritus demasiado uniformes y arm6-
nicos, al no habituados lo bastante a movimientos contrarios, su-
pongo que porque ellos mismos eran hombres consagrados a ~
modo de vida privado, libre y apartado de la acción. Pues lo mismo
que vemos que, al tocar el laúd u otro instrumento similar, un bajo
continuo, aunque sea dulce y parezca tener muchos cambios, em-
pero no habitúa la mano a tan extraños y duros cortes y transiciones
como una canci6n o una improvisaci6n, algo muy semejante sucede
con la diversidad entre la vida filos6fica y la vida civil. Por ello
sería conveniente imitar la prudencia de los joyeros, que, si hay una
mácula o una nube o un pelo que puedan raspar sin llevarse de-
masiado de la piedra, lo quitan, pero si eso la recortase y rebajase
demasiado, lo dejan estar: así se debería procurar la serenidad, siem-
pre que con ello no se destruya la grandeza de ánimo.
6. Desarrollado el bien del hombre que es privado y particu-
lar hasta donde parece conveniente, volveremos ahora a ese otro
bien suyo que se refiere y dirige a la sociedad, al cual podemos
llamar deber: pues este término «deber» es el más propio para d
espíritu bien compuesto y dispuesto hacia los demás, como d tér-
mino «virtual» se aplica al espíritu bien formado y compuesto en
sí mismo, aunque ni se puede entender la virtud sin alguna rda-
ci6n con la sociedad, ni el deber sin una disposici6n interior. A pri-
mera vista pudiera parecer que esta parte corresponde a la ciencia
39'J No gozar para no desear, no desear para no temer son cosas propias
de ánimos cobardes y pusilánimes. Cf. Plutarco, Sol6n, VII.
400 Que coloca el fin de la vida entre los dones de la naturaleza. Juvenal,
Sátiras, X, 358.
El avance dd saber 169

civil y política, mas no si se la observa bien; pues concierne al regi-


miento y gobierno de cada cual sobre sí, no sobre otros; Y así como
en la arquitectura no es lo mismo la instrucción sobre cómo se
hayan de disponer los postes, vigas y demás partes del edificio que
la manera de ensamblarlos y levantar la obra, y en la mecánica no
es lo mismo la instrucción sobre cómo se haya de componer un ins-
trumento o máquina que la manera de ponerlo en funcionamiento
y emplearlo, y sin embargo al expresar lo uno se expresa inciden-
talmente lo otro, así la doctrina de la conjugación de los hombres
en sociedad es distinta de la doctrina de su conformidad a ella.
7. Esta parte referente al deber se subdivide en dos: la del
deber común a todo hombre, en cuanto hombre o miembro de un
estado, y la del deber respectivo o especial de cada uno en su pro-
fesión, vocación y lugar. La primera existe y está bien trabajada,
como se ha dicho. La segunda también puedo calificarla más de
dispersa que de omitida, y reconozco que en esta clase de argu-
mento la manera de escribir dispersa es la mejor. Porque ¿quién
podría tomar sobre sí el escribir acerca del deber, virtud, exigencia
y derecho de cada una de las vocaciones, profesiones y lugares?
Pues aunque a veces el mirón pueda ver más que el jugador, y el
proverbio, más arrogante que acertado, diga que desde el valle es
desde donde meior se ve el monte, empero difícilmente se podría
poner en duda que cada uno escribe mejor, y con más realidad y
sustancia, acerca de su propia profesión; y que los escritos de hom-
bres especulativos sobre asuntos de acción en su mayoría parecen a
los hombres de experiencia como pareció a Aníbal la disertación
de Formio sobre las guerras, mero sueño y desvarío 401 • Solamente
hay un vicio que acompaña a los que escriben sobre la propia pro-
fesión, y es el concederle excesiva importancia. Mas en general sería
de desear que los hombres de acción quisieran o pudieran ser escri-
tores, porque con ello el saber sería verdaderamente sólido y fe.
cundo .
. · . 8. A este respecto no puedo dejar de mencionar, honoris causa,
el excelente libro de Vuestra Majestad acerca del deber del rey 402,
obra ricamente compuesta de teología, moral y política, con gran
participación de todas las demás artes, y que tengo por uno de los
escritos más sensatos y sanos que he leído: no destemplado por el
calor de la invención, ni por la frialdad de la negligencia; no aque-

401Cicer6n, De oratore, II, XVIII (75-76).


«12 El Basilicon doron, cuyas tres partes estaban dedicadas a «El deber de
un rey cristiano hacia Dios», «El deber de un rey en su oficio» y «La con-
ducta de un rey en cosas indiferentes».
170 Francis Bacon

jado de mareos, como los que se dejan llevar por su materia, ni de


convulsiones, como los que se contraen con materia impertinente;
no sabiendo a perfumes y pinturas, como los que buscan halagar al
lector más allá de las posibilidades del tema, y sobre todo de es-
píritu bien equilibrado, conforme a la verdad y apto para la acción,
y muy alejado de esa flaqueza natural a que según he señalado están
expuestos los que escriben de sus profesiones, y que es el exaltarlas
sin tasa. Pues Vuestra Majestad ha descrito fielmente, no a un rey
de Asiria o de Persia con su pompa exterior, sino a un Moisés o
un David, pastores de su pueblo. Ni puedo tampoco borrar de mi
recuerdo aquello que oí declarar a Vuestra Majestad, dentro de la
misma sagrada concepción de lo que es el gobernar, en una gran
causa judicial, que fue que los reyes gobernaban por sus leyes como
Dios por las leyes de la naturaleza, y que tan raramente debían
hacer uso de su prerrogativa suprema como hace Dios de su potes-
tad de obrar milagros 403 • Lo cual no obsta para que en vuestro libro
sobre la monarquía libre 404 bien deis a entender que conocéis toda
la extensión del poder y derechos del rey, no menos que los lími-
tes de su oficio y deberes. Me he atrevido, pues, a aducir ese
excelente escrito de Vuestra Majestad, como ejemplo primero o
eminente de tratado acerca de un deber especial y respectivo, a pro-
pósito del cual habría dicho lo mismo si hubiera sido escrito hace
mil años. No me preocupan esos melindres cortesanos según los
cuales es adulación el alabar en presencia. Al contrario, la adula-
ción es alabar en ausencia, esto es, cuando está ausente la virtud o la
ocasión, con lo cual la alabanza no es entonces natural sino forzada;
respecto a la verdad o al momento. Mas léase a Cicerón en su ora-
ción Pro Marcello, que no es otra cosa que un retrato excelente de
la virtud de César, y hecho delante de él, y atiéndase al ejemplo de
otras muchas personas ilustres, mucho más cuerdas que esos escru-
pulosos, y nunca se tendrá reparo, habiendo ocasión cabal, de dar
alabanzas justas a presentes o ausentes.
9. Mas, volviendo a nuestro tema, diremos que al tratamiento
de esta parte tocante a los deberes de las profesiones y vocaciones
corresponde un contrario u opuesto, tocante a los fraudes, trucos,
imposturas y vicios de cada profesión, que igualmente ha sido tra-
tado, pero ¿de qué manera? Más satírica y cínicamente que seria y

403 Según Spedding, Bacon se refiere probablemente al caso de sir Francis


Godwin, de 1604, en el que se discuúa la competencia de la Cámara de los
Comunes o de la Chancery para juzgar de la validez de una elección.
404 The True Law of Free Monarchies, que se publicó anónimo, pero fue
recogido en la compilación de las obras del rey hecha en 1616. Por «monar-
quía libre» ha de entenderse aquí algo muy semejante a monarquía absoluta.
El avance del saber 171

prudentemente, porque antes se ha buscado ridiculizar y vilipendiar


con ingenio mucho de lo que es bueno en las profesiones, que
descubrir y separar con juicio lo que es corrupto. Pues, como dice
Salomón, el que viene a buscar conocimiento con intención de bur-
larse y censurar, puede estar seguro de hallar materia para su ca-
pricho, pero no para su instrucción: Quaerenti derisori scientiam
ipsa· se abscondit; sed studioro fit obviam «15, El desarrollo de este
tema con integridad y veracidad, que señalo como omitido, me
parece ser una de las mejores fortificaciones que se puedan hacer
de la honestidad y la virtud. Pues como dice la fábula del basilisco,
que si él te ve primero tú mueres de ello, pero si tú eres el primero
en verle muere él, así acontece con los engaños y las malas artes,
que si primero son descubiertos quedan sin fuerza, pero si son
ellos los que se anticipan son peligrosos. De suerte que mucho es
lo que debemos a Maquiavelo y otros, que escriben lo que los hom-
bres hacen, no lo que deberían hacer. Porque no es posible unir la
astucia serpentina a la inocencia columbina 406, si no se conocen con
exactitud todas las cualidades de la serpiente: su bajeza y reptación
sobre el vientre, su volubilidad y lubricidad, su envidia y aguijón,
etcétera, esto es, todas las formas y caracteres del mal. Pues sin
esto la virtud yace expuesta y desprotegida. Más aún, un hombre
honesto no puede hacer nada por convertir a los perversos sin
ayudarse del conocimiento del mal. Pues los hombres de espíritu
corrompido suponen que la honestidad nace de la sencillez de ma-
neras, y del creer a predicadores, a maestros de escuela y al lenguaje
exterior de los hombres; de suerte que, si no se les puede hacer
percibir que se conocen hasta los últimos confines de sus corruptas
opiniones, desprecian toda. moral. Non recipit stultus verba pruden-
tiae, nisi ea dixeris quae versantur in corde ejus "11.
10. A esta parte tocante al deber respectivo corresponden
también lQs deberes entre marido y mujer, padre e hijo, amo y
criado, así como las leyes de la amistad y la gratitud, el vínculo
civil de las compañías, colegios y corporaciones políticas, de vecin-
dad y todos los demás de esta clase, no en cuanto partes del go-
bierno y la sociedad, sino en lo que se refiere a la disposición de los
espíritus.
11. El conocimiento concerniente al bien respecto a la sociedad
también lo trata no sólo simplemente, sino comparadamente, a lo
405 Ocúltasele la ciencia al que la busca para burlarse, pero al estudioso
se le aparece llanamente. Prov. 14, 6.
«16 Cf. Mt. 10, 16.
"11No atiende el necio a las palabras prudentes, si (antes) no se le dice
lo que tiene en su ooraz6n. Prov. 18, 2.
172 Francis Bacon

cual corresponde el sopesar los deberes entre una persona y otra, un


caso y otro, lo particular y lo público, como vemos en la conducta
de Lucio Bruto contra sus propios hijos, que fue tan alabada, y sin
embargo se dijo:

Infelix, utcunque ferent ea fata minores 0 •

De modo que el caso era dudoso, y hubo opiniones en los dos senti-
dos. Asimismo vemos que cuando M. Bruto y Casio invitaron a
cenar a algunos cuyas ideas querían sondear, por ver si eran adecua-
dos para tomarlos como asociados suyos, y suscitaron la cuestión del
dar muerte al tirano usurpador, hubo opiniones divididas, diciendo
unos que la servidumbre era el peor de los males, y otros que era
mejor la tiranía que una guerra civil G. Muchos otros casos seme-
jantes hay de deber comparado, de los cuales el más frecuente es
aquel en que de una injusticia pequeña puede seguirse mucho bien.
Jasón de Tesalia lo decidió erróneamente: Aliqua sunt iniuste fa-
cienda, ut multa iuste fieri possint 410 ; hay, en cambio, una buena
respuesta: Authorem praesentis ;ustitiae habes, sponsorem futurae
non habes 411 • Se debe procurar lo que es justo en el momento
presente, y dejar el futuro a la divina Providencia. Con lo dicho
damos por terminada esta parte general tocante al modelo y defi-
nición del bien, y pasamos adelante.

XXII. l. Puesto que hemos hablado ya de este fruto de la vida,


réstanos hablar del cultivo que le corresponde, parte sin la cual la
primera no parece mejor que una hermosa efigie o estatua, que es
agradable de contemplar pero carece de vida y movimiento. El pro-
pio Aristóteles lo suscribe con estas palabras: Necesse est 1cilicet
de virtute ducere, et quid sit, et ex quibus gignatur. Inutile enim
/ere fuerit virtutem quidem nosse, acquirendae autem f!ÍUS modos
et vías ignorare. Non enim de virtute tantum, qua specie sit, quaren-
dum est, sed et quomodo sui copiam faciat: utrumque ~nim volu-
mus, et rem ipsam nosse, et e;us compotes fieri: hoc autem ex voto
non succedet, nisi sciamus et ex quibus et quomodo 412 • Con tan ex-
«JS ¡Desgraciado1 sea cual sea el juicio de la posteridad! Virgilio, Eneida,
VI, 822. Debe ser ¡acta.
<4()1) Plutarco, Bruto, XII.
410 Es preciso hacer algunas injusticias para poder hacer muchas cosas jus-
tas. Plutarco, Praecepta gerendae reipublicae, 817.
411 En tus manos está la justicia presente, pero de la futura no puedes
responder.
412 Es obvio que hemos de hablar de la virtud, de en qué consiste y de
dónde se origina. Pues sería inútil saber qué es la virtud, si no se conocieran
El avance del saber · 173

presas palabras y tal ms1stencia reclama él esta parte. Así dice


Cicerón como gran elogio de Catón el segundo, que se había apli-
cado al estudio de la filosofía Non ita disputandi causa, sed ita vi-
vendi 413 • Y aunque el descuido de nuestra época, en que pocos se
paran a pensar sobre la reforma de su vida (como muy bien dice
Séneca, De partibus vitae quisque deliberat, de summa nemo 414),
pudiera hacer que esta parte parezca superflua, empero he de con-
cluir con el aforismo de Hipócrates, Qui gravi morbo co"epti do-
lores non sentiunt, iis mens aegrotat 415 : necesitan medicina no sólo
para curar la enfermedad, sino para despertar la sensación. Y si
se dijera que la cura de los espíritus humanos corresponde a la
sagrada teología, diríase gran verdad; pero eso no impide poner
junto a ella la filosofía moral como prudente sirvienta y humilde
criada. Pues dice el Salmo que Los oios de la sierva están constan-
temente puestos en la señora 416, y sin embargo qué duda cabe de
que muchas veces toca a la discreción de aquélla adivinar los deseos
de ésta; así debería la filosofía moral prestar constante atención a
las enseñanzas de la teología, sin . que ello le impida dar de sí
misma, dentro de los límites debidos, muchas instrucciones acerta-
das y provechosas.
2. Habida cuenta, pues, de la gran utilidad de esta parte, no
puedo por menos de extrañarme de que no haya sido puesta por
escrito, tanto más cuanto que incluye mucha materia con la cual
el discurso y la acción tienen trato frecuente, y sobre la cual el
habla común de los hombres es a veces, aunque raramente, más
sabia que sus libros. Es razonable, pues, que la expliquemos con algo
más de detalle, tanto por su valor como por hacernos perdonar el
calificarla de omitida, cosa que parece casi increíble, y que no han
concebido y entendido así quienes han escrito sobre el tema. Enu-
meraremos, por lo tanto, algunos apartados o puntos de la misma,
por que mejor se vea lo que es, y si está hecha.

asimismo los modos y maneras de adquirirla. No sólo hemos de considerar


cuál sea su naturaleza, sino también cuáles sean sus elementos constitutivos.
Queremos conocer la virtud, y al mismo tiempo queremos ser virtuosos; y esto
no será posible si ignoramos de d6nde nace y c6mo. Magna Moralia, 1, 1, 4
(1182a).
413 No para disputar, sino para vivir en consecuencia. Pro Murena,
XXX, 62.
414 Sobre las partes de la vida reflexiona todo el mundo, sobre la totali-
dad nadie. Epistulae morales, LXXI, 2.
415 Aquellos que, padeciendo una enfermedad grave, no sienten los dolo-
res, tienen la mente trastornada. Aforismos, 11, 6.
416 Sal. 123, 2.
174 Francia Bacon

3. En primer lugar, en esto como en todas las cosas prácticas


deberíamos echar cuentas de qué está en nuestro poder y qué no,
pues lo uno cabe tratarlo mediante alteración, mas lo otro sólo
mediante acomodo. El agricultor no tiene potestad sobre la natura-
leza de la tierra ni las estaciones, como tampoco la tiene el médico
sobre la constitución del paciente ni los diversos accidentes. Así
también en la cultura y cura del espíritu humano hay dos cosas que
escapan a nuestro dominio, lo dado por la naturaleza y lo dado por
la fortuna: pues a la base de aquello y las condiciones de esto está
limitada y atada nuestra acción. En estas cosas, pues, nos queda
proceder por acomodo:

Vincenda est omnis fortuna ferendo 417 ;

y, del mismo modo:

Vincenda est omnis nattJra ferendo 418 •


'
Mas al hablar de sufrimiento no queremos decir el obtuso y descui-
dado, sino el prudente e industrioso, que sepa sacar utilidad y ven-
taja de lo que parece adverso y contrario, y que es eso que' llama.:
mos facultad de adaptación. Ahora bien, la prudencia. de la adapta-
ción descansa sobre todo en el conocimiento preciso y ··claro del
estado o disposición precedente al cual nos adaptamos, pues no se
puede ajustar una prenda sin antes tomar medida del cuerpo. · '·
4. Por consiguiente, el primer artículo de este conocimiento
consiste en establecer divisiones y descripciones correctas y verda-
deras de los diversos caracteres y temperamentos que aparecen· en
el natural y disposición de los hombres, atendiendo especialmente
a aquellas diferencias que son las más radicales por ser fuente y
causa de las· demás, o las más frecuentes en conjunción o combina-
ción. No se satisface esta intención tratando unas pocas de ellas de
pasada, para mejor describir el carácter intermedio de las virtudes;
pues si merece ser considerado que hay espíritus meior dotados
para los grandes asuntos, y otros para los pequeños (que es lo que
Aristóteles trata o debería haber tratado bajo el nombre de magna.:
nimidad 419 ), ¿no merece igualmente serlo que hay espíritus mejor
dotados para ocuparse de muchos asuntos, y otros de pocos? De
suerte que unos son capaces de dividirse, y otros tal vez podrán
417 La resistencia [que Bacon traduce por sufrimiento] vence a toda suer-
te. Virgilio, Eneida, I, 18.
418 La resistencia vence a toda naturaleza.
419 Véase Etica a Nic6maco, IV, 111.
El avance del saber 175

actuar a la perfección, pero siempre que sea en pocas cosas a la vez;


y así resulta haber una estrechez de espíritu, como hay una pusilani-
midad. Y asimismo, que algunos espíritus están mejor dotados para
aquello que puede ser despachado en seguida, o en breve plazo de
tiempo, y otros para aquello que se empieza desde lejos, y ha de ser
logrado tras larga procuración:

Jam tum tenditque fovetque 420 ;

de suerte que propiamente puede hablarse de una longanimidad,


que suele ser atribuida también a Dios como magnanimidad. Del
mismo modo, merece ser considerado por Aristóteles que hay una
disposición en la conversación (suponiendo que verse sobre cosas
que en modo alguno toquen o conciernan a uno mismo) a aplacar
y agradar, y una disposición opuesta, a contradecir y contrariar 421 ;
¿y no merece mucho más serlo que hay una disposición, no en la
conversación o charla, sino en asuntos mucho más serios (y siempre
suponiendo que se trate de cosas enteramente indiferentes), a ale-
grarse del bien ajeno, y a la inversa, una disposición a disgustarse
ante el bien ajeno, que es esa cualidad que llamamos buen carácter
o mal carácter, benignidad o malignidad? Por eso no puedo maravi-
llarme lo bastante de que esta parte del conocimiento tocante a los
varios caracteres de los naturales y disposiciones sea omitida tanto
en la m,oral como en la política, siendo tan grande el servicio y enri-
quecimiento que puede prestar a ambas. En las tradiciones de la
astrología se encuentran algunas divisiones ingeniosas y acertadas
de los naturales humanos, según el predominio de los planetas:
amantes del sosiego, amantes de la acci6n, amantes del triunfo,
amantes del honor, amantes del placer, amantes de las artes, amantes
del cambio, y así sucesivamente. En las más juiciosas de esas rela-
ciones que hacen los italianos con ocasión de los cónclaves se en-
cuentran los naturales de los diversos cardenales diestra y vivamente
pintados. En la conversación de todos los días se encuentran los
calificativos de sensible, seco, formalista, sincero, caprichoso, firme,
huomo di prima impressione, huomo di ultima impress.ione, etc.;
mas esta clase de observaciones circulan en palabras, pero no están
fijadas en estudios. Pues muchas de tales distinciones se encuentran,
pero no se deducen preceptos de ellas, en lo cual nuestra falta es
mucho mayor cuanto que la historia, la poesía y la experiencia
diaria son otros tantos campos donde crecen abundantemente estas

G1 Ya entonces era su prop6sito y deseo. Virgilio, Eneida, I, 18.


421 Etica a Nicómaco, IV, VI.
176 Francis Bacon

observaciones, de las cuales hacemos algún que otro ramillete para


tener en la mano, mas nadie las lleva al boticario para con ellas
hacer preparados útiles para la vida.
5. Muy semejantes son esos caracteres innatos que imprimen
en el espíritu el sexo, la edad, la región, la salud y la enfermedad, la
belleza y la fealdad, etc., que son intrínsecos y no exteriores, y
también aquellos otros que determina la fortuna externa, como son
la soberanía, la nobleza, la oscuridad de origen, la riqueza, la po-
breza, el cargo público, la vida retirada, la prosperidad, la adversi-
dad, la fortuna constante, la fortuna variable, la elevación per sal-
tum, per gradus 422 , etc. Por eso vemos a Plauto extrañarse de ver
a un anciano benefactor: Benignitas hujus t,tt adolescentuli est 423 •
San Pablo concluye que ha de usarse severidad de disciplina con los
cretenses, increpa eos dure 424 , por la disposición de su nación:
Cretenses semper mendaces, malae bestiae, ventres pigri 425 • Salustio
señala que es corriente que los reyes deseen cosas contradictorias:
Sed plerumque regiae voluntates, ut vehementes sunt, sic mobiles,
saepeque ipsae sibi adversae 426 • Tácito observa cuán raramente la
elevación de la fortuna enmienda la disposición: Solus Vespasianus
mutatus in melius 427 • Píndaro hace notar que casi siempre la fortuna
grande y súbita vence a los hombres, qui magnam felicitatem conco-
quere non possunt 428 • El Salmo muestra que es más fácil guardar
medida en el disfrute de la fortuna que en su aumento: Divitiae si
aflluant, nolite cor apponere 429 • Estas observaciones y otras seme-
jantes no niego que Aristóteles las haya tocado someramente, como
de paso, en su retórica 430, ni que estén tratadas en algunos textos
diseminados; pero nunca han sido incorporadas a la filosofía moral,
a la cual esencialmente corresponden, como corresponde a la agri-
cultura el conocimiento de la diversidad de suelos y tierras, y al
médico el de la diversidad de complexiones y constituciones; salvo
que queramos imitar la insensatez de los empíricos, que a todos los
pacientes administran las mismas medicinas.

Elevación súbita, gradual.


422
Su generosidad es la de un joven. Miles gloriosus, 111, 1 (634).
423
Repréndelos severamente. Tít. 1, 18.
424
Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezo.
425
sos. Tít. 1, 12. Según Ellis, este juicio, que San Pablo da como cita, es del
poeta Epiménides.
426 Los deseos de los reyes son tan variables como vehementes, y a menudo
contradictorios. Guerra de Y ugurta, CXIII.
4TT Sólo Vespasiano cambió para mejor. Historias, 1, L.
428 Que no son capaces de digerir tan grande dicha. Olímpicas, 1, 55-56.
429 Si las riquezas aumentan, no apeguéis a ellas el corazón. Sal. 62, 11.
430 Véase Ret6rica, II, XII-XVII (1388b-1391b).
El avance del saber 177

6. Otro artículo de este conocimiento es la indagación tocante


a los afectos; pues como en la medicina corporal lo primero es
conocer las diferentes complexiones y constituciones, lo segundo las
enfermedades, y lo último los tratamientos, así en la medicina
espiritual, tras el conocimiento de los diferentes caracteres de las
naturalezas, lo siguiente es conocer las enfermedades y flaquezas
del espíritu, que no son otra cosa que las perturbaciones y trastor-
nos de los afectos. Pues lo mismo que los políticos antiguos de esta-
dos populares solían comparar al pueblo con el mar y a los orado-
res con los vientos, porque como el mar de suyo estaría tranquilo y
calmado si los vientos no lo movieran y turbaran, así el pueblo sería
pacífico y dócil si los oradores sediciosos no lo excitaran y agitaran;
igualmente se podría decir que el espíritu de suyo estaría templado
y sereno si los afectos, a manera de vientos, no lo pusieran en
tumulto y desorden. Y aquí nuevamente paréceme extraño, como
antes, que Aristóteles escribiera varios volúmenes de ética sin estu-
diar nunca los afectos, que constituyen el principal objeto de ella, ·-y
en cambio en su retórica, a la cual sólo interesan colateral y se-
cundariamente (en cuanto que puedan ser movidos por el discurso),
encuentre lugar para ellos, y los trate bien para el espacio que les
dedica 431 ; mas en su lugar propio los omite. Pues no son sus discu-
siones en torno al placer y al dolor lo que puede satisfacer esta
indagación, como no se podría decir que el que tratase de la
naturaleza de la luz en general tratase de la naturaleza de los colores;
porque el placer y el dolor son a los afectos particulares como la luz
a los colores particulares. Mejores esfuerzos creo yo que dedicaron
los estoicos a este tema, en la medida en que puedo colegirlo por lo
que nos ha llegado de segunda mano; con todo, y según su costum-
bre, consistiendo más su trabajo en dar definiciones sutiles (que en
un tema de esta índole no son sino vanas curiosidades) que descrip-
ciones y observaciones prácticas y amplias. Encuentro también algu-
nos escritos particulares que tratan con elegancia algunos de los
afectos, como la ira, el consuelo frente a la adversidad, la vergüen-
za y otros. Pero los mejores doctores de este conocimiento son los
poetas y autores de historias, en quienes podemos encontrar pintado
muy a lo vivo cómo se encienden y suscitan los afectos, y cómo se
pacifican y refrenan, e igualmente cómo se evita que pasen a la
acción y a mayor grado; cómo se revelan, cómo actúan, cómo
varían, cómo se acumulan y robustecen, c6mo están envueltos unos
en otros y unos a otros se combaten y enfrentan, y otros particulares

431 Véase Ret6rica, II, 1-XI (1.378a-1388b).


178 Francis Bacon

semejantes. De lo cual esto último es especialmente útil en l¿s


asuntos morales y civiles, quiero decir el saber enfrentar un afecto
a otro, y dominar uno con otro, como se caza animal con animal y se
persigue ave con ave, que de otro modo tal vez sería más difícil
cobrar. En esto se basa esa excelente aplicación del praemium y de
la poena que es el cimiento de los estados civiles, empleándose los
afectos predominantes del temor y la esperanza para sofoc~r y su·
jetar los restantes. Pues como en el gobierno de los estados resulta
a veces necesario sujetar a una facción con otra, así sucede también
en el gobierno interior.
7. Pasamos ahora a aquellas cuestiones que están sujetas a
nuestro arbitrio, y que tienen fuerza y operación sobre el e~píritu
para afectar a la voluntad y el apetito y alterar la conducta, de las
cuales se deberían haber estudiado la costumbre, el ejercicio, el hábi-
to, la educación, el ejemplo, la imitación, la emulación, la compañía,
las amistades, la alabanza, la reprensión, la exhortación, la fama,
las leyes, los libros, los estudios. Estas cosas tienen una clara utili-
dad para la moral, actúan sobre el espíritu y con ellas se componen
y establecen las recetas y tratamiento~ encaminados a recobrar o
conservar la salud y buen estado del espíritu, hasta donde alcanza
la medicina humana. De ellas nos detendremos en una o dos como
ejemplo de las restantes, pues sería demasiado largo examinarlas
todas; hablaremos, pues, de la costumbre y el hábito.
8. Paréceme negligente la opinión de Aristóteles, de que en
aquello que es así por naturaleza nada puede sei: alterado por la
. costumbre, poniendo como ejemplo que aunque diez mil veces se
tire a lo alto una piedra, no aprenderá a ascender, y que por ver
u oír a menudo no se aprende a ver u oír mejor 432• Aunque este
principio sea correcto en . aquellas cosas en que la naturaleza es
inflexible (p"or razones que ahora no podemos pararnos a discutir),
empero no sucede lo mismo en aquellas otras en que admite una
holgura. Pues a la vista tenía que un guante estrecho entra mejor
con el uso, y que con el uso se tuerce una vara de modo distinto de
como creció, y que a fuerza de usar la voz hablamos más alto y con
mayor potencia, y que a fuerza de soportar el calor o el frío lo
soportamos mejor, etc.; teniendo estos últimos ejemplos mayor
afinidad con el tema de moral que él trata que los ejemplos que
él aduce. Y admitiendo su conclusión de ·que las virtudes y los
vicios son hábito, con tanta mayor .razón debería· haber ensenado.
la manera de instaura~ ese hábito: pues hay muchos preceptos de

432 Etica a Nic6maco, 11, l.


m avance del saber 179

los sabios para ordenar los ejercicios del espíritu, como los hay para
ordenar los ejercicios del cuerpo; de los cuales enumeraremos unos
·cuantos.
9. El primero será el de tener cuidado de no imponerse al prin-
cipio un esfuerzo demasiado arduo ni demasiado débil: pues si de-
. masiado arduo, en ,el carácter inseguro se crea desaliento, y en· el
seguro una presunción de facilidad, y con ello desidia; y en uno y
otro se crean esperanzas infundadas, y así al final insatisfacción. Si,
por el contrario, :es. deniasiado débil, no se podrá contar con llevar
a cabo y superar ningún trabajo grande.
10. Otro precepto es el de practicar todas las cosas principal-
·mente en dos-momentos diferentes, uno cuando el espíritu está mejor
dispuesto y otro cuando está más remiso, de suerte que con lo uno
se avance largo trecho y con lo otro se deshagan los nudos y oposi-
ciones del espíritu, y los momentos intermedios sean más gratos y
placenteros.
11. Otro precepto, que Aristóteles menciona de pasada, es el de
tirar siempre hacia el extremQ <;ontrario a aquel a que por natura-
leza se tiende, como el remar contra la corriente, o el enderezar una
vara doblándola en el sentido contrario a su inclinación natural 433 •
12. Ot¡o precepto estriba en que el espíritu se deja llevar
· mejor, y con mayor agrado y contento, si aquello que se pretende
no es lo primero en la intención, sino· tanquam aliud agenda 434, por
. el ·odio natural que el espíritu siente hacia la necesidad y la obliga-
ción. Muchos otros· axiomas hay relativos a la administración del
ejercicio y la costumbre, que de este modo conducida demuestra
ser, efectivamente, una segunda natural~a, mas gobernada por el
'. azar no suele quedar en otra cosa que en simia de la naturaleza, y
engendra deformidades y' fraudes.
13. Del mismo modo, si examinamos los libros y estudios, y la
influencia y efecto que tienen· sobre la conducta, ¿no hallaremos
acerca de esto.· diversos preceptos de gran cautela y provecho? ¿No
llamó uno de los Padres con gran indignación a la poesía vinum
daemonum 435, porque ·aumenta las tentaciones, las perturbaciones y
las opiniones vanas? ¿No merece ser considerada la opinión de Aris-

43l !bid., Il, IX. .


434Como haciendo otra cosa .
• 415Vino de los demonios. San Agustín (Confesiones, I, XVI) llama a cierta
poesía vinum erroris, «vino del error», y San Jer6nimo (Epístolas, CXLVI) la
llama: cibus daemonum, «alimento de los demonios». Bacon parece haber fun.
elido ambos juicios en uno.
180 Francia Bacon

tóteles, cuando dice que los ióvenes no son oyentes aptos para la
filosofía moral, porque no se ha apaciguado en ellos el calor ardiente
de los afectos, ni les han templado el tiempo y la experiencia 431>?
¿Y no procede de ahí el que esos excelentes libros y disertaciones de
los escritores antiguos, con que han alentado a la virtud de la manera
más eficaz, representándola con grandeza y majestad, y a las opinio-
nes vulgares contrarias a ella con ropas de parásito, como merecedo-
ras de mofa y desprecio, obren tan escaso afecto en orden a la hones-
tidad de la vida, porque no son leídos y estudiados por los hombres
en sus años maduros y asentados, sino dejados casi exclusivamente a
los muchachos y principiantes? Mas ¿no es asimismo cierto que mu-
cho menos son los jóvenes oyentes aptos para la materia de política,
hasta estar enteramente curtidos en la religión y la moral, no sea
que su juicio se corrompa, y caigan en pensar que no hay entre las
cosas diferencias verdaderas, sino que lo único que importa es la
utilidad y el éxito? Como dice el verso,

Prosperum et felix scelus virtus vocatur 437 ;

y también:

Ille crucem pretium sceleris tulit, hic diadema 438 ;

cosas éstas que los poetas dicen con intención satírica, y por la indig-
nación movidos a defender la virtud, pero que los libros de política
afirman seria y positivamente: pues así le place decir a Maquiavelo
que, si César hubiera sido derrocado, habría sido más aborrecido que
fuera nunca Catilina 439 , como si no hubiera habido otra diferencia
que la de la fortuna entre una verdadera fiera de concupiscencia
y sangre, y el espíritu más excelente (excepción hecha de su am-
bición) de cuantos ha habido en el mundo. Del mismo modo, ¿no
hay que manejar con cautela las propias doctrinas de la moral (al-
gunas de ellas), no sea que hagan a los hombres demasiado puntillo-
sos, arrogantes, intolerantes; como dice Cicerón de Catón, In Marco
Catone haec bona quae videmus. divina et egregia, ipsius scitote esse
propria; quae izonnunquam requirimus, ea sunt omnia non a natura,

436 Etica a Nicómaco,_ I, I, donde, sin embargo, Arist6teles no se refiere a


la filosofía moral sino a la política. .
437 'Al delito que prospera se le llama virtud. Séneca, Hercules furens, 251.
438 El delito de aquél ha sido recompensado con la horca, y el de éste
con la diadema. Juvenal, Sátiras, _XIII, 105.
439 Discorsi, I, X.
El avance del saber 181

sed a magistro 440 ? Muchos otros axiomas y advertencias hay tocan-


tes a esas cualidades y efectos que los estudios infunden e instilan
en la conducta. E igualmente los hay tocantes al empleo de todas
esas otras cuestiones de compañía, fama, leyes y demás que enume-
ramos al principio en la doctrina moral.
14. Mas hay una clase de cultura del espíritu_ que parece aún
más precisa y elaborada que las demás, y que se erige sobre esta
base: que los espíritus de todos los hombres están unas veces en un
estado más perfecto, y otras en un estado más depravado. Por con-
siguiente, esta práctica tiene por objeto fijar y cultivar las buenas
horas del espíritu y diminar y anular las malas. Las buenas han sido
fijadas a través de dos medios: los votos o resoluciones constantes
y las observancias o ejercicios, que no hay que estimar tanto por sí
mismos como porque mantienen el espíritu en continua obediencia ..
Las malas han sido eliminadas a través de dos medios: alguna espe-
cie de redención o expiación por lo pasado, y un comenzar o echar
cuentas de novo para lo por venir. Esta parte parece santa y religio-
sa, y con justicia, pues toda buena filosofía moral no es, como diji-
mos, sino sirvienta de la religión.
15. Concluiremos, pues, con un último punto que es de todos
los medios el más directo y sumario, y también el más noble y efec-
tivo, para convertir al espíritu a la virtud y buen estado, que es el
de que cada cual escoja para su vida y se proponga fines buenos y
virtuosos, de entre los que razonablemente estén a su alcance. Pues
supuestas estas dos cosas, que uno se proponga fines honestos y
buenos, y que sea resuelto, constante y fiel a ellos, se seguirá que
de una vez adquiera todas las virtudes. Y esto es de hecho como la
obra de la naturaleza, mientras que el otro proceder es como la obra
de la mano. En efecto, cuando un escultor hace una imagen va for-
mando sólo aquella parte en la que trabaja, de modo que, si está
ocupado en el rostro, aquello que ha de ser el cuerpo seguirá siendo
entretanto una piedra tosca, hasta que llegue a ello; mientras que,
por el contrario, cuando la naturaleza hace una flor o un animal, va
formando al mismo tiempo rudimentos de todas las partes. Así, al
adquirir la virtud por hábito, mientras uno practica la templanza no
adelanta mucho en fortaleza, etcétera, mas cuando se consagra y apli-
ca a fines buenos, no hay virtud que la prosecución y avance hacia
esos fines requiera que no le encuentre predispuesto a ella: estado
éste del espíritu que el mismo Aristóteles dice muy acertadamente
440 Esas cualidades sobrehumanas y egregias que vemos en Marco Catón,
estad seguros de que son innatas; la ausencia, en cambio, de todas aquellas
que echamos en falta no es obra de la naturaleza, sino de su maestro (el
estoico Zenón). Pro Murena, XXIX, 61.
182 Francis Bacon

que no se debería llamar virtuoso, sino divino, con estas palabras:


Immanitati autem consentaneum est opponere eam, quae supra
humanitatem est, heroicam sive divinam virtutem 441 ; y un poco más
adelante: Nam ut ferae neque vitium neqye virtus est, sic neque Dei:
sed hic quidem status altius quiddam virtute est, ille aliud quidáam
a vitio 442 • Por donde vemos qué grande honor atribuye Plinio el Se-
gundo a Trajano en su oración fúnebre 443 , cuando dice que no ten-
drían otra cosa que pedir los hombres a los dioses sino que siguierañ-
siendo tan buenos señores para con ellos como lo había sido Traja-
no 444 , como si no hubiera sido solamente una imitación de la natura-
leza divina, sino un modelo de la misma. Son éstas, sin embargo,
ideas paganas y profanas, que no llevan en sí más que una sombra de
ese divino estado del espíritu a que la religión y la santa fe conducen
a los hombres al imprimir en sus almas la caridad, a la cual muy acer-
tadamente se da el nombre de vínculo de la perfección 445, porque
comprende y reúne en sí todas las virtudes. Y como elegantemente
dice Menandro hablando del ~mor vano, que no es sino falsa imita-
ción del amor divino: Amor melior sophista laevo ad humanam
vitam 446 , esto es, que el amor enseña al hombre a conducirse mejor
que un sofista o preceptor, a quien llama zurdo porque con todas
sus reglas y preceptos no es capaz de formar al hombre tan diestra-
mente ni con tanta facilidad para que se precie y se gobierne, como
es capaz de hacerlo el amor; así ciertamente, si el espíritu está de
veras inflamado por la caridad, eso le lleva de inmediato a mayor
perfección que pueda llevarlo toda la doctrina moral, que no .es
sino un sofista en comparación con aquélla. Más aún, como correcta-
mente observó Jenofonte que todos los demás afectos, aunque ele-
ven el espíritu, lo hacen con distorsión y deformación de arr~batos o
excesos, y el amor es el único ~ue aunque exalte el espíritu al mismo
tiempo lo w;ienta y ordena 44 , así todas las restantes excelencias,
aunque mejoren la naturaleza, están expuestas a exceso; sólo en la
caridad no puede haberlo. Así, vemos que, por aspirar a ser como

441 En cuanto a la brutalidad, lo que propiamente se le opone es la virtud


sobrehumana o heroica. Etica a Nic6maco, VII, 1 (114.5a). ·
442 Pues as( como en el bruto no hay vicio ni virtud, as( tampoco los hay
en Dios, estando esta elevaci6n por encima de la virtud, como la brutalidad
es cosa distinta del vicio. Ibid.
443 Error suprimido en el De augmentis: fue un elogio hecho en presencia
de Trajano.
444 Panegirico, 74.
445 Col. 3, 14.
446 El amor es mejor para la vida humana que un sofista zurdo. Según
Spedding la frase no es de Menandro, sino de Anaxandrides.
447 Banquete, I, 10.
El avance del saber 183

Dios en poder, los ángeles transgredieron y cayeron: Ascendam, et


ero similis in Altissimo 448 ; por aspirar a ser como Dios en conoci-
miento, el hombre transgredió y cayó: Eritis sicut Dii, scientes bo-
num et malum 449 ; mas por aspirar a asemejarse a Dios en bondad o
amor, ni hombre ni ángel transgredieron jamás ni transgredirán. A
esta imitación somos, efectivamente, llamados: Diligite inimicos
vestros, benefacite eis qui oderunt vos et orate pro persequentibus et
calumniantibus vos, ut sitis filii Patris vestri qui in coelis est, qui
solem syum oriri facit super bonos et malos, et pluit super ;ustos et
iniustos 450• Así, al referirse al primer modelo de la propia naturaleza
divina, la religión pagana habla en estos términos: O ptimus Maxi-
mus 451 , y las Sagradas Escrituras lo hacen en estos otros: Misericor-
dia e;us super omnia opera e;us 452 •
16. Con esto concluyo esta parte del conocimiento moral, con-
cerniente a la cultura y regimiento del espíritu; sobre lo cual juzga-
ría bien el que, a la vista de las partes de la misma que he enumera-
do, dedujera que mi afán no ha sido otro que el de reunir en un
arte o ciencia aquello que otros han omitido por considerarlo mate-
ria de sentido común y experiencia. Mas, como deda Fil6crates
bromeando con Demóstenes: No os extrañéis, atenienses, de que
Demóstenes y yo discrepemos, porque él bebe agua y yo vino 453 ; y
como leemos en una parábola antigua acerca de las dos puertas del
sueño:

Sunt geminae somni portae: quarum altera fertur


Cornea, qua veris facilis datur exitus umbris:
Altera candenti perfecta nitens elephanto,
Sed falsa ad coelum mittunt insomnia manes 454 ;

así, si sobria y atentamente se considera, se verá que en el cqnop-


miento es máxima segura la de que el licor más placentero (el vino)

448 Ascenderé, y seré como el Altísimo. Is. 14, 14.


4t9 Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Gén. 3, 5.
· 4llO Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y rogad
por los que os persi.gap. y calumnien, para que seáis hijos de vuestro Padre
que está en los cielos, · que hace salir su sol sobre buenos y malos, y llover
sobre justos e injustos. Mt. 5, 4445. ·
451 Optimo y máximo.
. 452Su misericordia ~obre todas sus obras. Sal. 145, 9.
453 Demóstenes, De falsa legatione, 46 (355).
454 Dos puertas hay del sueño: una .:fe cuerno, que da paso expedito a
las visiones verdaderas; la otra es toda de blanco y refulgente marfil, pero
por ella los manes envían al mundo superior falsos ensueños. Virgilio, Enei-
"4, VI, 894:897.
184 Francis Bacon

es el más vaporoso, y la puerta más hermosa (la de marfil) es la que


envía los sueños más falsos.
17. Hemos concluido esa parte general de la filosofía humana
que contempla al hombre segregado, y en su composición de cuerpo y
espíritu. A propósito de ello podemos todavía señalar que parece ha-
ber una relación o conformidad entre el bien del espíritu y el bien
del cuerpo. Pues así como el bien del cuerpo lo dividimos en salud,
belleza, fuerza y placer, así el bien del espíritu, según lo estudian
los conocimientos racional y moral, consiste en que sea sano y libre
de perturbación, hermoso y agraciado por el decoro, y fuerte y ágil
para todas las exigencias de la vida. Estas tres cosas, así en el cuer-
po como en el espíritu, rara vez se encuentran juntas, y por lo común
andan divorciadas. Pues fácilmente se observa que muchos tienen
robustez de ingenio y valentía, pero no tienen ni salud sin perturba-
ciones, ni belleza o decoro alguno en sus acciones; otros poseen ele-
gancia y finura en su actuación, pero no tienen talante moral sano
ni capacidad para obrar con acierto; otros, en fin, son honestos y
virtuosos, pero incapaces de hacerse estimar ni de administrar un
asunto; y en ocasiones se encuentran dos de estas cosas, y rara vez
las tres. En cuanto al placer, igualmente hemos establecido que no
debe el espíritu ser reducido a insensibilidad, sino conservar su ca-
pacidad para el goce, debiendo sujetarse a límite más bien por lo
que respecta al contenido del placer que a su fuerza y vigor.

XXIII.1. El conocimiento civil versa sobre un tema que es de


todos el más inmerso en lo material, y el más difícil de reducir a
axiomas. Aun así, como dijo Catón el censor, que los romanos eran
como ovejas, porque era más fácil llevarlos en rebaño que uno a
uno, pues en un rebaño bastaba con lograr que unos pocos marcha-
ran rectamente, y los demás les seguirían 455, así en ese aspecto la
filosofía moral es más intrincada que la política. Además, la filosofía
moral tiene por objeto constituir la bondad interior, en tanto que el
conocimiento civil requiere solamente una bondad exterior, pues eso
basta para la sociedad; y por eso acontece a menudo que haya malos
tiempos con buenos gobiernos; así encontramos en el sagrado relato,
cuando los reyes· eran buenos, y sin embargo se añade: Sed adhuc
populus non direxerat cor suum ad Dominum Deum patrum suo-
rum 456 • Sucede también que los estados, a manera de grandes má-
quinas, se mueven despacio, y no se descomponen en tan poco tiem-

Plutarco, Marco Cat6n, VIII.


455 ,
Pero el pueblo no había vudto todavía su coramn hacia el Señor Dios
456
de sus padres. 2 Cr6n. 20, 33.
El avance del saber 185

po: pues así como en Egipto los siete años buenos sostuvieron los
siete malos 4S1, así los gobiernos que durante algún tiempo han estado
bien asentados soportan los errores subsiguientes, mientras que la
resolución de los individuos naufraga más de repente. Estas circuns-
tancias mitigan un tanto la dificultad extrema del conocimiento
civil.
2. Este conocimiento tiene tres partes, correspondientes a las
tres acciones básicas de la sociedad, que son la conversación, la nego-
ciación y el gobierno. En efecto, el hombre busca en la sociedad
solaz, utilidad y protección, y a esto corresponden tres prudencias de
diversa naturaleza, que a menudo andan divorciadas: la prudencia
de comportamiento, la prudencia de negocio y la prudencia de
gobierno.
3. La prudencia de conversación no merece estima excesiva,
pero mucho menos desprecio; pues no sólo tiene valor en sí misma,
sino también influencia en los negocios y el gobierno. Dice el poeta:

Nec vultu destrue verba tuo 458 ,

un hombre puede destruir con su semblante la fuerza de sus palabras;


e igualmente la de sus acciones, dice Cicerón, recomendando a su
hermano la afabilidad y la cordialidad: Nil interest habere ostium
apertum, vultum clausum,· de nada sirve acoger con la puerta abierta,
y recibir con el semblante cerrado y hosco 459 • Así vemos que Ático,
antes de la primera entrevista de César y Cicerón, estando en juego
la guerra, aconsejó seriamente a Cicerón sobre cómo debía componer
y ordenar su semblante y sus gestos 4li0. Y si el gobierno del semblan-
te tiene tan grande efecto, mucho mayor es el de la manera de
hablar y otros aspectos del porte en la conversación. En esto el ideal
me parece estar bien expresado por Livio, aunque no con esta inten-
ción: Ne· aut arrogans videar, aut obnoxius; quorum alterum est
alienae libertatis obliti, alterum suae 461 ; la perfección del comporta-
miento está en mantener la propia dignidad sin interferir en la liber-
tad de los -demás. Por otra parte, si se atiende demasiado al compor-
tamiento y porte exterior, primero, se puede caer en afectación, y

4S1 Gén. 41, 47-48 y 53-56.


458 Y no dejes que tu semblante anule tus palabras. Ovidio, Ars amandi,
II, 312.
459 Quinto Cicer6n, Commentariolum petitionis, 11 (44).
4(¡j)Cicer6n, Ad Atticum, IX, 12 y 18.
-161 Por no parecer ni arrogante ni servil, cosas que son propias, aquélla del
que olvida la libertad ajena y ésta del que olvida la propia. Décadas, XXIII,
XII, 9.
186 Francia Bacon

segundo, Quid deformius quam scenam in vitam transferre? 462 , estar


toda la vida representando. Aun sin llegar a ese extremo, es cosa que
consume tiempo y ocupa demasiado la mente. De modo que, lo mis-
mo que a los jóvenes estudiantes se les advierte del peligro de estar
siempre en compañía, porque Amici fures temporis 463, tampoco se
puede poner en duda que el preocuparse por lo discreto de la con-
ducta sea un gran ladrón del pensamiento. Además, los peritos en
ese ornato que presta la urbanidad se contentan con ello y rara vez
aspiran a mayor mérito, mientras que los que en eso fallan por de-
fecto buscan su adorno en la buena fama, pues allí donde hay buena
fama casi todo agracia, mas donde no la hay es menester suplirla con
puntos <164 y finezas. Asimismo, no hay cosa que más estorbe la acción
que la observancia demasiado rigurosa del decoro, y de las condicio-
nes del decoro, que son el tiempo y la oportunidad. Pues, como dice
Salomón, Qui respicit ad ventas, non seminat; et qui respicit ad
nubes, non metet -46.5: hay que aprovechar la ocasión siempre que se
presente. Para concluir, pues, diré que a mi juicio la conducta exte-
rior es como un vestido del espíritu, y debe reunir las mismas condi-
ciones que un vestido. Pues debería estar hecha conforme al uso del
momento, no ser demasiado delicada, estar cortada de modo que deje
ver todas las buenas cualidades del espíritu y oculte todos sus defec-
tos, y, sobre todo, no ser demasiado estrecha ni tal que estorbe el
ejercicio o el movimiento. Pero esta parte del conocimiento civil ha
sido elegantemente tratada, y por lo tanto no puedo señalarla como
omitida.
4. La prudencia .concerniente a la negociación o a los negocios
no ha sido hasta ahora recogida por escrito, para gran deshonra del
saber y de quienes lo profesan. De esta raíz, en efecto, brota princi-
palmente ese reproche u opinión que entre nosotros se expresa en
forma de ~dagio, de que el saber y la prudencia no suelen coincidir.
Pues de las tres prudencias que hemos puesto como propias de la
vida civil, la de comportamiento es despreciada por la mayoría de
los doctos, como inferior a la virtud y enemiga de la meditación; en
la de gobierno salen airosos cuando son llamados a ella, pero eso
acontece a pocos; mas acerca de ésta de negocio, que es la más nece-
saria en la vida, no hay libros escritos, si se exceptúan unos pocos
avisos diseminados, que no guardan proporción con la magnitud del
tema. Pues si se escribieran libros de ésta, como se escriben de la
462 ¿Qué puede haber más feo que llevar el teatro a la vida?
463 Los amigos son ladrones de tiempo.
<164 En español en el original.
-46.5 El que vigila el viento no siembra, el que mira a las nubes no siega.
Ecl. 11, 4.
El avance del saber 187

otra 466, seguro estoy de que los doctos con escasa experiencia aven-
tajarían con mucho a los hombres de larga experiencia sin doctrina,
y con el propio arco de éstos tirarían más lejos.
5. Tampoco hay que tener temor alguno de que este conoci-
miento sea tan variable que no pueda ser recogido en preceptos;
pues es mucho menos infinito que la ciencia del gobierno, que vemos
que está trabajada y en parte codificada. Parece ser que algunos de
los antiguos romanos fueron profesores de esta sabiduría en los tiem-
pos más serios y más sabios: porque Cicerón nos dice que entonces
era costumbre que los senadores que tenían fama y prestigio de pru-
dentes en general, como Coruncanio, Curio, Lelio y muchos otros,
se pasearan a ciertas horas por el Foro y dieran audiencia a todo el
que quisiera pedirles consejo; y que los ciudadanos particulares acu-
dían a ellos, y les consultaban acerca del matrimonio de una hija, o
el empleo de un hijo, o una adquisición o trato, o un pleito, o cual-
quier otra ocasión de las que se presentan en la vida 467 • Existe, pues,
una prudencia de consejo y guía aun para los asuntos privados, que
nace de una comprensión universal de los asuntos del mundo, y que
aunque se aplique a cada caso particular está recogida de la observa-
ción general de los asuntos de análoga naturaleza. Así vemos en el
libro que Q. Cicerón escribe para su hermano, De petitione consula-
tus (único libro de negocio escrito por los antiguos que conozco),
que, aunque concerniente a una acción particular y del momento,
empero su sustancia consiste en muchos axiomas prudentes y políti-
cos, que encierran una guía no efímera, sino permanente, para el caso
de las elecciones populares. Pero donde mejor lo vemos es en esos
aforismos que se· incluyen entre los escritos divinos, compuesto~ por
el rey Salomón, de quien las Escrituras testimonian que su corazón
era como las arenas del mar, que abarcaba el mundo y todos los
asuntos mundanales; vemos ahí, digo, no pocas profundas y excelen-
tes advertencias, preceptos, tesis, que se extienden a ocasiones muy
variadas; en lo cual nos detendremos un poco, ofreciendo a la con-
sideración unos cuantos ejemplos 468•
6. Sed et cunctis sermonibus q~i dicuntur ne accommodes au-
rem tuam, ne forte audias servum tuum maledicentem tibi 469 • Aquí
se recomienda la renuncia previsora a buscar aquello que no nos

466 De la de gobierno.
4161De oratore, III, XXXIII (133-134).
468 La parte que sigue está muy ampliada en la versión latina, con treinta
y cuatro sentencias comentadas por extenso.
. 469 No prestes oídos a todo lo que se dice, no sea que oigas a tu siervo
maldecirte. ~· 7, 21.
188 Francia Bacon

gustaría encontrar: como fue juzgado muy prudente en Pompeyo el


Grande el quemar los papeles de Sertorio sin hojearlos 4"10.
Vir sapiens si cum stylto contenderit, sive irascatur ~ive rideat,
non inveniet requiem 471 • Aquí se describe la gran desventaja que para
el sabio tiene el enfrentarse con uno más frívolo que él; pues tanto
si echa el asunto a broma como si se acalora, y por más que mude
de actitud, de ningún modo saldrá airoso del encuentro.
Qui delicate a pueritia nutrit servum suum, postea sentiet eum
contµmacem 412 • Aquí se significa que el empezar demasiado por alto
en los favores suele acabar en descortesía e ingratitud.
Vidisti virum velocem in opere suo? Coram regibus stabit, nec
erit ínter ignobiles 413 • Aquí se observa que, de cuantas virtudes sir-
ven para elevarse a los honores, la celeridad de despacho es la mejor:
pues muchas veces los superiores no quieren que aquellos a quienes
emplean sean demasiado profundos o capaces, pero sí dispuestos y
diligentes.
Vidi cunctos viventes qEti ambulan! sub sole, cum adolescente
secundo qui consurgit pro eo 474 • Aquí se expresa aquello que prime-
ro señaló Sila, y después que él Tiberio: Plures adorant solem orien-
tem quam occidentem vel meridianum 415 •
Si spiritus potestatem habentis ascenderit super te, locum tuum
ne dimiseris; quia curatio faciet cessare peccata maxima 416• Aquí se
advierte que al caer en desgracia la retirada es de todas las alternati-
vas la más inconveniente, porque el que así hace deja las cosas en su
peor estado, y se priva de los medios de mejorarlas.
Erat civitas parva, et pauci in ea viri: venit contra eam rex
magnus, et vadavit eam, intruxitque munitiones per gyrum, et per-
fecta eI,t obsidio: inventusque est in ea vir pauper et sapiens, et
liberavit eam per sapientiam suam; et nullus deinceps recordatus est
hominis illiys pauperis 477 • Aquí se pinta la corrupción de los estados,

47<1 Plutarco, Pompeyo, XX, y Sertorio, XXVII.


471 Cuando el sabio tiene pleito con el necio, ya se irrite o se ría, no lo-
grará sosiego. Prov. 29, 9.
472 Quien mima a su siervo desde niño, al final le hallará contumaz.
Ibid., 29, 21.
473 ¿Has visto a un hombre diligente en su trabajo? Estará ante los reyes,
no entre gente baja. Ibid., 22, 29.
474 Vi a todos los vivos que caminan bajo el sol, con el joven sucesor que
ocupará su puesto. Ecl. 4, 15.
475 Son más los que adoran al sol naciente que al sol poniente o en el
mediodía. Tácito, Anales, VI, 46.
476 Si el enojo del que manda se alza contra ti, no abandones tu puesto,
porque el cuidado (de los asuntos) borra grandes yerros. Ecl. 10, 4.
El avance del saber 189

que no estiman la virtud o el mérito después que haya dejado de


serles útil.
Mollis responsio frangit iram 478 • Aquí se señala que el silencio o
la respuesta áspera exaspera, mientras que la respuesta inmediata y
templada apacigua.
Iter pigrorum quasi sepes spinarum m. Aquí se representa viva-
mente cuán trabajosa resulta ser al final la desidia: pues cuando se
dejan las cosas para el último momento y no se prepara nada de ante-
mano, luego a cada paso se encuentra un espino u obstáculo, que
enreda o detiene.
Melior est finis orationis quam principium 4MI. Aquí se censura
la ligereza de los oradores formalistas, que cuidan más los prólogos
y entradas que las conclusiones y finales del discurso.
Qui cognoscit in ;udicio faciem, non bene facit; iste et pro bucce-
lla panis des.eret veritatem 481 • Aquí se señala que es mejor el juez
venal que el que hace acepción de personas: pues el juez corrupto no
falta tan fácilmente como el laxo .
. Vir pauper calumnians pauperes similis est imbri vehementi, in
quo paratur /ames 482 • Aquí se expresa el rigor con que extorsiona el
necesitado, figurado en la antigua fábula de la sanguijuela ahíta y
hambrienta.
Fons turbatus pede, et vena corrupta, est ;ustus cadens coram
impío 483 • Aquí se señala que una sola iniquidad sellada por un tri-
bunal y mostrada ante la faz del mundo perturba más las fuentes de
la justicia que muchas injusticias privadas silenciadas por concha-
banza.
Qui subtrahit aliq{Jid a patre et a matre, et dicit hoc non esse
peccatum, particeps est homicidii 484 • Aquí se señala que, aunque
quienes perjudican a sus mejores amigos suelen restar importancia a
su falta, como si con ellos les fuera lícito ser osados o atrevidos, esa
'"1 Había una ciudad pequeiía, con pocos hombres en ella. Vino contra ella
un gran rey y le puso cerco, rodeándola de fuertes empalizadas. Encontróse
en la ciudad un hombre pobre y sabio, y con su sabiduría la liberó; pero luego
nadie se volvió a acordar de aquel pobre. Ecl. 9, 14. .
478 Una respuesta suave calma la ira. Prov. 15, l.
m El camino de los perezosos es como un seto de espinas. !bid., 15, 19.
480 Vale más el final de un discurso que el principio. Ecl. 7, 8.
481 No obra bien el que en un juicio hace acepción de personas; por un
bocado de pan el hombre se aparta de la verdad. Prov. 28, 21.
482 El pobre que falsamente acusa a los pobres es como lluvia devastadora
que deja sin pan. !bid., 28, 3.
483 Fuente hollada y manantial contaminado es el justo que cae ante el
impío. !bid., 25, 26..
484 El que roba a su padre y a su madre, y dice que eso no es falta, es
compañero del homicida. !bid., 28, 24.
190 Francia Bacon

circunstancia por el contrario la agrava, y de daño la convierte en


impiedad.
Noli esse amicus homini iracundo, nec ambulato cum homine
furioso 485 • Aquí se advierte que en la elección de nuestros amigos
'evitemos sobre todo a los susceptibles, porque nos arrastrarán a mu-
chas contiendas y riñas.
Qui conturbat domum suam, possidebit ventum 486• Aquí se se-
ñala que con las separaciones y rupturas domésticas nos prometemos
tranquilidad de espíritu y contento, pero siempre se ve burlada esa
esperanza, y tórnase viento.
Filius sapiens laetificat patrem: filius vero stulttJs maestitia est
matri suae 487 • Aquí se hace la distinción de que los padres son los
que más se regocijan con las buenas condiciones de sus hijos, y las
madres las que más se disgustan por sus aflicciones, porque las muje-
res tienen poco discernimiento para la virtud, y más para la for-
tuna.
Qui celat delictum, quaerit amicitiam,· sed qtJi altero s.ermone
repetit, separat foederatos 488 • Aquí se advierte que la reconciliación
se alcanza mejor mediante amnistía, y pasando en silencio lo pasado,
que mediante apologías y justificaciones.
In omni opere bono erit abundantia,· ubi autem verba sunt plu-
rima, ibi frequenter egestas 489 • Aquí se señala que donde más. abun-
dan la palabrería y el discurso es donde hay ociosidad y penuria.
Primus in sua causa ;ustus; sed venit altera pars, et inquirit in
eum 490 • Aquí se observa que en todos los litigios tiene mucha fuerza
la primera versión del caso, de modo que el prejuicio así instaurado
difícilmente se podrá eliminar, si no es detectando algún engaño o
falsedad en la información.
Verba bilinguis quasi simplicia, et ipsa perveniunt ad interiora
ventris 491 .. Aquí se hace la distinción de que la adulación e insinua-
ción que parece compuesta y artificial no echa raíz profunda, en tan-
,.

485 No hagas amistad con el hombre airado, ni vayas con el violento. Ibitl.,
22, 24. .
o4B6 El que turba su casa, viento heredará. Ibitl., 11, 29. ·
487 El hijo sabio es la alegría de su padre, y el necio la pesadumbre de su
madre. Ibid., 10, l. ·
488 El que cubre un delito se granjea 111Distad, pero el que propala cosas
separa a los amigos. lbid., 17, 9. .
489 Toda buena obra genera abundancia, pero donde hay muchas· palabras
suele haber indigencia. Ibid., 14, 23.
490 El primero en pleitear parece justo, mas llega la otra parte y le pone en
evidencia. lbid., 18, 17.
491 Las palabras del traidor parecen simples, pero bajan hasta el fondo de
las entrañas. Ibid., 18, 8.
El avance del saber 191

to que lo que llega a lo hondo es lo que lleva apariencia de natura-


lidad, libertad y sencillez.
Qui erudit derisorem, ipse sibi iniuriam facit; et qui arguit im-
pium, sibi maculam general 492 • Aquí se advierte sobre cómo se ha
de reprender a los hombres de carácter arrogante y desdeñoso, que
porque son así toman la reprensión por contumelia, y en consecuen-
cia la devuelven.
Da sapienti occasionem, et addetur ei sapientia 493 • Aquí se dis-
tingue entre la virtud hecha hábito, y la que sólo es verbal y flota
en el ámbito de las ideas: pues la primera al presentársele ocasión
se aviva y redobla, y la segunda queda aturdida y confusa.
Quomodo in aquis resplendet vultus prospicientium, sic corda
hominum manifesta sunt prudentibus 494 • Aquí se compara la mente
del prudente con un espejo, donde se reflejan las imágenes de todas
las diversas naturalezas y costumbres, reflejo del cual procede el prin-
cipio:

Qui sapit, innumeris moribus aptus erit 495 •

7. Con lo dicho me he detenido en estas sentencias políticas de


Salomón algo más de lo debido para un ejemplo, llevado del deseo
de prestar autoridad a esta parte del conocimiento, que señalé como
omitida, con tan insigne precedente; y las he acompañado de breves
observaciones, tales que a mi entender no hacen violencia al sentido,
aunque bien sé que pueden aplicarse a uso más divino; mas aun en
la teología se reconoce que algunas interpretaciones, e incluso algu-
nos escritos, son más elevados• que otros. Tomándolas, empero,
como instrucciones para la vida, podrían haber sido objeto de largo
comentario, si las hubiéramos explicado e ilustrado con deducciones
y ejemplos.
8. Ni fue esto utilizado únicamente por los hebreos, sino que
generalmente se halla en la sabiduría de los tiempos más antiguos
que, siempre que se pensaba que una observación pudiera ser prove-
chosa para la vida, se la recogía y expresaba en forma de parábola,
aforismo o fábula. Mas las fábulas eran representantes y sustitutos

492 Quien corrige al arrogante a s{ mismo se perjudica, y el que reprende


al malvado se echa sobre sí un oald6n. !bid., 9, 7.
493 Da oportunidad al sabio, y será más sabio todavía. !bid., 9, 9.
494 Como el rostro del que mira al agua se refleja en ella, as{ los oorazo-
nes de los hombres se 'manifiestan a los sabios. !bid., 27, 19.
495 El que sabe se adapta a innumerables talantes. Ovidio, Ars amandi,
1. 760.
496 Have more of tbe eagle, literalmente «tienen más de águila».
192 Francis Bacon

a falta de ejemplos; ahora que la época abunda en historias, se logra


mejor puntería sobre blanco vivo. Por eso la forma de escrito más
adecuada para este tema variable de la negociación y los asuntos
civiles es aquella que prudente y acertadamente escogió Maquiavelo
para el gobierno, esto es, el discurso sobre historias o ejemplos. En
efecto,· el conocimiento recientemente y a la vista extraído de par-
ticulares es el que mejor se deja aplicar de nuevo a particulares; y
es mucho más conveniente para la práctica que el discurso sirva al
ejemplo, que no que el ejemplo sirva al discurso. No se trata de una
cuestión de orden, como a primera vista parece, sino de contenido.
Pues cuando la base es el ejemplo, al estar registrado dentro de una
historia amplia, está puesto con todas las circunstancias, que a veces
pueden limitar el discurso que sobre él se haga, y a veces comple-
mentarlo en cuanto modelo para la acción; mientras que los ejem-
plos aducidos para servir al discurso se citan sucintamente y sin
pormenores, y llevan en sí una apariencia de supeditación hacia el
discurso que con su inclusión se pretende justificar.
9. Y no está de más recordar esta diferencia: que así como la
historia de épocas es la base mejor para los discursos sobre el gobier- .
no, como los que hace Maquiavelo, así las historias de vidas son la
más apropiada para los discursos sobre el negocio, porque hablan de
las acciones privadas. Y aun hay otra base de discurso más idónea
que ambas para este objeto, que son las cartas, cuando son pruden-
tes y sólidas, como son muchas de las de Cicerón ad Atticum y
otras. Pues en las cartas se representan los negocios de manera más
próxima y detallada que en las crónicas o en las vidas. Con lo dicho
hemos hablado de la materia y de la forma de esta parte del cono-
cimiento civil relativa a la negociación, que señalamos como omitida.
10. Mas queda aún otra parte de esa parte, que difiere tanto
de la que acabamos de mencionar como el sapere del sibi sapere 4'T1,
moviéndose una, por así decirlo, hacia la circunferencia, y la otra
hacia el centro. Hay, efectivamente, una prudencia para aconsejar, y
otra distinta para mejorar la propia fortuna: a veces coinciden, y a
menudo están divorciadas. Pues hay muchos que siendo prudentes
para lo suyo son flacos para el gobierno o el consejo, como las hor-
migas, que son animales muy sabios para sí, pero muy dañinos para
el jardín. De esta prudencia sabían mucho los romanos: Nam pol
sapien$ fingit fortunam sibi 498 , dice el poeta cómico; y vino a ser

497 Saber; saber para provecho propio.


498 El hombre sabio conforma él mismo su destino. Plauto, Trinumnus, 11,
11 (363).
El avance del saber 193

adagio que Faber quisque fortynae propriae "9'J; y Livio la atribuye a


Catón el primero: In hoc viro tanta vis animi et ingenii inerat, ut
q11ocunque loco natus esset, sibi ipse fortunam facturus videretur ~.
11. Esta idea o principio, si demasiado declar~da y publicada,
se ha tenido por cosa impolítica y que trae mala suerte, según se
observó en Timoteo el ateniense, que, habiendo prestado muchos
grandes servicios al estado durante su gobierno, y dando relación de
los mismos al pueblo como era costumbre, a cadaJarticular añadía
esta cláusula: «y en esto la fortuna no tuvo parte» 1• Y vino a suce-
der que de allí en adelante no volviera a prosperar en nada de cuanto
emprendió: pues eso es ser demasiado altivo y arrogante, y recuerda
aquello que Ezequiel dijo de Faraón: Dicis, fluvius est meus, et ego
feci memet ipsum ~; o eso que dice otro &rofeta, que los hombres
ofrecen .sacrificios a sus redes y trampas ; y eso que expresa el
poeta: · ·

Dext'ra mihi Deus, et telum missile libro,


N une adsint ! !I)¡

Estas confianzas siempre fueron irreligiosas e impías. De ahí que


todos los grandes políticos hayan atribuido siempre sus éxitos a su
suerte, y no a su talento o su virtud. Así, Sila tomó para sí el sobre-
nombre de Felix, no el de Magnus 505 ; y así dijo César al capitán del
barco: Caesarem portas et fortunam ejl's 506 •
12. No obstante, estos principios: Faber quisque fortunae suiJe;
Sapiens dominabitur astris; Invia virtuti nulla est via 5111 , y otros se-
mejantes, tomados y utilizados como acicates de la industriosidad y
no como espuelas de la insolencia, más para animar a resolución que
a presunción u ostentación externa, siempre han sido tenidos por
acertados y buenos, y sin lugar a dudas están impresos en los espíri-
• Cada uno es arquitecto de su fortuna. Esta sentencia se atribuye al
estadista romano Apio Claudio. ·
SJO Había en aquel hombre tal fuerza de ánimo y carácter, que parecía que
en cualquier lugar en que hubiera nacido habría hecho fortuna. Décadas,
XXXIX, XL, 4.
501 Putan:o, Sila, VI.
502 Dices: «El do es mío, y yo mismo lo he hecho.i. Ez. 29, 3.
503 Hab. 1, 16.
~ Ayúd~e ahora mi diestra, que es un dios para mí, y el dardo que
disparo. Virgilio, Eneiáa, X, 773.
505 Afortunado; grande. Véase Plutarco, Sila, VI.
B Llevas a César y su fortuna. Plutarco, ] ulio César, XXXVIII.
5111 Cada uno es arquit~to de su fortuna¡ el sabio manda sobre sus estre-
llas (atribuido a Ptolomeo); para la virtud no hay camino impracticable
(Ovidio, Metamorfosis, XIV. 113).
194 Francis Bacon

tus más grandes, tan sensibles a esta idea que apenas si son capaces
de guardarla para sí. Así vemos que César Augusto (que era bastante
distinto de su tío e inferior a él en virtud) al morir quiso que los
amigos que le rodeaban le dieran un plaudite sos, como si él mismo
fuera consciente de haber desempeñado bien su papel sobre la esce-
na. Esta parte del conocimiento la señalamos también como omitida,
no porque no se practique, y mucho, sino porque no está puesta por
escrito. Y para que a ninguno parezca que no se la puede recoger en
axiomas, preciso es, como hicimos con la anterior, que anotemos
algunos de sus títulos o cuestiones.
13. A primera vista puede parecer tema nuevo e inusitado éste
de enseñar a los hombres a elevarse y hacer fortuna, doctrina de la
que tal vez todos querrían ser disdpulos, hasta que perciben su difi-
cultad: pues la fortuna impone cargas tan pesadas como la virtud, y
tan duro y severo es el ser auténticamente político como el ser ver-
daderamente moral. Mas el tratamiento de esta cuestión interesa
grandemente al saber, tanto desde el punto de vista del honor como
desde el del contenido: del honor, por que los pragmáticos no pue-
dan sostener la ,opinión de que el saber es como una alondra, capaz
de elevarse y cantar y a sí misma contentarse, y de nada más; sino
que sepan que también tiene algo del halcón, que lo mismo que
puede alzarse a gran altura puede también descender y abatirse sobre
la presa; del contenldo, porque la perfecta ley de la inquisición de la
verdad e11 que no. haya nada en el orbe material que no esté igual-
mente en el orbe cristalino, o formal, esto es, que no haya nada ~
la existencia y acción que no sea tomado y recogido en la contem-
plación y'la doctrina. No admira o estima el saber esta arquitectura
de la fortuna más que como obra inferior, pues de nadie puede ser
la fortuna objetivo digno de su ser, y muchas veces los hombres de
mayor valía renuncian de buen grado a ella a cambio de mejores co-
sas; lo cual no obsta para que, como órgano de la virtud y del mérito,
merezca ser tomada en consideración. . .
14. Primeramente, pues, diré que el precepto que me parece
ser el más sumario para triunfar es el de conseguirse aquella venta-
na que pedía Momo, que, viendo en la fábrica del corazón humano
tales rincones y escondrijos, echaba de menos una ventana para mirar
en ellos D: esto es, el procurarse buenas informaciones detalladas
acerca de las personas, sus naturales, sus deseos y aspiracione8, sus
costumbres y maneras de actuar, sus auxilios y ventajas, y en qué

508 Aplauso. Suetonio, Augusto, CXIX.


D Luciano, Hermolimus, 20.
El avance del saber 195

se muestran más fuertes, e igualmente sus debilidades y desventajas,


y en qué aparecen más expuestas y vulnerables; acerca de sus enemi-
gos, aliados, dependencias 510, e igualmente de sus opositores, envi-
diadores, competidores, sus talantes y sus horas, Sola viri molles
aditus et tempora noras 511 ; sus principios, normas y observaciones,
etcétera. Y esto no sólo de las personas, sino de las acciones: cuáles
están en marcha de cuando en cuando, y cómo son dirigidas, favore-
cidas, obstaculizadas; su importancia, etcétera. Porque el conocimien-
to de las acciones presentes no sólo es importante en sí, sino que
sin él el de las personas es muy erróneo, pues los hombres cambian
con las acciones, y mientras están en ellas son de una manera, y
cuando vuelven a su natural son de otra. Estas informaciones de
particulares relativos a las personas y acciones son como las premi-
sas menores de todo silogismo operante: pues no hay observaciones
(que son como las mayores), por excelentes que sean, que basten
para fundamentar la conclusión si hay error y equivocación en las
menores.
1_5. De la posibilidad de este conocimiento es nuestro garante
Salomón, que dice: Consilium in corde viri tanquam aqua profunda;
sed vir prudens exhauriet illud 512 • Y aunque el conocimiento mismo
no sea reductible a precepto, por ser de lo individual, empero las ins-
trucciones para obtenerlo sí pueden serlo.
16. Comenzaremos, pues, con este precepto, conforme a la
antigua opinión de que los nervios de la prudencia son la lentitud
para creer y la. desconfianza: que se confíe más en los semblantes y
en los hechos que en las palabras, y, de las palabras, más en las
declaraciones súbitas y sorprendidas que en las compuestas y pensa-
das. Ni ha de temerse eso qu~ se dice de fronti nulla fides 513, que se
refiere al porte externo en general, y no a los movimientos y cambios
sutiles y particulares del semblante y el gesto; que, como dice ele-
gantemente Q. Cicerón, es animi ;anua, puerta del alma 514 • Nadie
más reservado que Tiberio, y sin embargo Tácito dice de Galo que
Etenim vultu offensionem con;ectaverat SIS, Y el mismo, señalando

510 Dependencies, que parece abarcar a los protectores y los protegidos,


como se expresa claramente en la versión latina: patronis, clientelis.
511 Sólo tú oonoces la mejor manera y sazcSn para abordarle. Virgilio, Enei-
da, IVi.,123.
512 ~ consejo en el corazcSn del hombre es como agua profunda, pero el
sabio sabrá sacarla. Prov. 20, 5.
· 513 No nos fiemos del semblante. Juvenal, Sátiras, 11, 8.
514 Commenttlriolum petitionis, 11 (44 ).
515 De su expresión habla deducido que (Tiberio) se había ofendido. Ana-
les, I, 12.
196 Francia Bacon

el diferent!! tono y manera de las recomendaciones que de Germánico


y Druso hizo ante el senado, dice acerca de su discurso sobre Germá-
nico que magis in speciem adornatis verbis, quam ut penitus sentire
videretur 516, y del de Druso, en cambio, que paucioribus, sed inten-
tior, et fida oratione 517 ; y en otro lugar, aludiendo a su manera de
hablar cuando hacía algo agradable y popular, dice que para otras·
cosas era velut eluctantium verborum, pero que solutius loquebatur
quando subveniret 518 • No hay, pues, artista tan consumado del di-
simulo, ni semblante tan dominado ( vultus ¡ussus), que de un fingi-
miento pueda eliminar algunos de estos indicios, ya sea un matiz
más leve y descuidado, o más compuesto y formal, o más vago y
errabundo, o más seco y duro.
17. Tampoco son los hechos prendas tan seguras que se pueda
confiar en ellos sin una consideración juiciosa de su magnitud y na-
turaleza: Fraus sibi in parvis /ídem praestruit, ut maiore em9lumen-
to fallat 519 , y los italianos se creen en puertas de ser comprados y
vendidos cuando sin causa manifiesta se ven mejor tratados de lo
que solían 91 • Pues los pequeños favores no hacen otra cosa que
adormecer la cautela y la indus'triosidad, y son como Demóstenes los
llama, alimenta socordiae 521 • Igualmente vemos cuán falsos son algu-
nos hechos en aquello que hizo Muciano con Antonio Primo, con
ocasión de aquella reconciliación huera e insincera que hubo entre
ellos, y que fue favorecer a muchos de los amigos de Antonio, Simul
amicis eius praefecturas et tribunatus largit1:1r 522, con lo cual so capa
de robustecerle le arruinó, robándole sus aliados.
18. En cuanto a las palabras, aunque sean como las aguas para
los médicos, cosa llena de ilusión e incerteza, empero no hay que
despreciarlas, sobre todo si aparecen con la ventaja de la pasión y el
afecto. Así vemos que Tiberio, ante un discurso hiriente y ofensivo
de Agripina, por un instante abandonó su disimulo para decir: Estás
resentida porque no reinas,- a propósito de lo cual dice Tácito: Audi-
ta haec raram occulti pectoris vocem elicuere¡ correptamque Graeco

516 Habl6 con lenguaje tan florido que no parecía sincero. !bid., I, 52.
517 Habl6 menos, pero con más sentimiento y sinceridad. !bid.
518 Torpe para expresarse; tenía más facilidad de palabra cuando se trataba
de ejercer la clemencia. !bid., IV, 31.
519 La doblez se gana confianza en cosas pequeñas, para después engañar
con mayor provecho. Tito Livio, Décadas, XXVIII, XLII. ·
DI cChi mi fa piU carezze che non suole, o m'a ingannato, o ingannar mi
vuole.•
521 Alimento de la necedad. Según Spedding, Bacon tom6 la idea de la
traducción de H. Wolf de Dem6stenes, Ollnticas, XXXIII.
522 Al mismo tiempo obsequiaba a sus amigos con cargos de tribuno y
prefecto. Tácito, Historias, IV, XXXIX.
El avance del saber 197

versu admonuit, ideo laedi quia non regnaret 51.3. Y por eso el poeta
elegantemente llama a las pasiones torturas, que impulsan a los
hombres a confesar sus secretos:
Vino tortus et ira 524 •
Y la experiencia demuestra que pocos son tan fieles a sí mismos y
tan firmes que, ora por acaloramiento Q por coraje, ora por cortesía
o por preocupación y debilidad, no se descubran alguna vez, sobre
todo si se les incita a ello con otro fingimiento, conforme al prover-
bio español, Di mentira y sacará~ verdad 525 •
19. En cuanto al conocimiento de los hombres que se obtiene
de segunda mano, por informes, diremos que sus debilidades y faltas
se conoce mejor a través de sus enemigos, sus virtudes y capacida-
des a través de sus amigos, sus costumbres y horas a través de· sus
criados, sus ideas y opiniones a través de sus amigos íntimos, que son
con quienes más conversan. El rumor general tiene poco peso, y las
opiniones· concebidas por superiores o iguales son engañosas, porque
frente a tales se está más enmascarado: V erior fama e dome~ticis
emanat 526 •
20. Pero como mejor se revelan y descubren los hombres es por
sus naturales y sus objetivos, siendo los más débiles mejor conocidos
por su natural, y los más prudentes por sus objetivos. Gracia y pru-
dencia hubo (aunque creo yo que muy poca· verdad) en aquello que
dijo un nuncio papal, al volver de cierta nación donde había servido
como legado: pues, habiéndosele pedido su opinión sobre el nombra-
miento de otro que fuera en su lugar, manifestó que en modo algu-
no se debía enviar a uno demasiado sabio, porque ningún hombre
muy sabio sería capaz de imaginar lo que en aquel país podían hacer.
Y ciertamente es error frecuente el pasarse, y suponer objetivos más
hondos y alcances más amplios de lo que son en realidad, siendo
elegante, y casi siempre acertado, el proverbio italiano:
Di danari, di senno, e_ di fede,
Ce ne manco che non credi:
dinero, prudencia y buena fe, suele haber menos de lo que se cree.

• 523 Estas palabras arrancaron de Tiberio la voz, tan raramente oída, de su


pensamiento interior: asiéndola violentamente, le recorcl6 el verso griego,
que estaba resentida porque no reinaba. Anales, IV, 52.
S24 Torturado por el vino y la ira. Horacio, Epístolas, I, XVIII, .38.
525 En español en el original.
526 La fama más cierta es la que procede de la gente de casa. Quinto
Cicer6n; Commentariolum petitionis, 5 (17)•.
198

21. Por otra razón bien distinta, los príncipes son mejor conocí·
dos por su natural, y las personas privadas por sus objetivos: pues
hallándose los príncipes en la cima de los deseos humanos, no suelen
tener objetivos particulares a los que aspiren, por la distancia hasta
los cuales se pueda tomar medida y escala del resto de sus acciones
y deseos, siendo ésta una de las causas que hacen sus corazones más
inescrutables. Tampoco basta con informarse solamente de los diver·
sos objetivos y naturales de los hombres, sino que hay que saber
también qué es lo que predomina, qué humor es el que prevalece y
qué objetivo es el que principalmente se busca. Pues así vemos que
cuando Tigelino se vio aventajado por Petronio Turpiliano en cuanto
a atender al afán de placeres de Nerón, Metus eius rimatf'r, removió
los temores de Nerón, y con ello se adelantó al otro m.
22. En toda esta parte de la indagación, el camino más directo
requiere tres cosas. La primera es tratar e intimar con quienes tie- .
nen trato general y están más en contacto con el mundo, y especial·
mente, según la variedad de los negocios y de las personas, tener in-
timidad y rc:lación por lo menos con un amigo que sea experto y buen
conocedor de cada clase. La segunda es mantener un conveniente tér-
mino medio entre la franqueza y la reserva: en la mayoría de las co-
sas franqueza, y reserva allí donde importe; porque la franqueza
invita y ~nima a su vez a la franqueza, y así añade mucho al cono-
cimiento, y la reserva, por otra parte, induce confianza e intimidad.
La última es adquirir el hábito vigilante y sereno de, en toda confe-
rencia y acción, proponerse observar al mismo tiempo que se actúa.
Pues lo mismo que Epicteto quería que el filósofo en cada acción
particular se dijera a sf mismo: Et hoc volo, et etiam institutum
servare 528 , así el hombre político en todas las cosas debería decirse:
Et hoc volo, ac etiam aliquid addisc~e 529• Me he detenido más en
este precepto de obtener buena información porque en sf es una
parte principal, que equivale a todo lo restante. Mas sobre todo hay
que cuidar de tener buen gobierno y dominio de uno mismo; y que
este mucho conocimiento no signifique mucho entrometimiento, pues
nada hay más desafortunado que el entrometerse a la ligera y sin
pensar en muchos asuntos. De suerte que esta variedad de conoci-
mientos solamente tiene por objeto el hacer mejor y más Ubre elec:·
ción de aquellas acciones que puedan concernirnos, y dirigirlas con
menos error y más destreza.

m Tácito, Anal~s, XIV, Y/ •


.m Quiero hacer · esto; y al mismo tiempo permanecer en mi prop6sito.
Enchiridion, IV.
52!1 Quiero hacer esto, y al mismo tiempo aprender algo.
El avance del saber 199

23. El segundo precepto relativo a este conocimiento es el de


recoger buena información sobre la propia persona, y comprenderse
bien a uno mismo, sabiendo que, como dice Santiago, aunque a me-
nudo nos miremos en un espejo, luego en seguida nos olvidamos de
nosotros mismos 530; en lo cual, así como el espejo divino es la pa-
labra de Dios, así el espejo político es el estado del mundo o época
en que vivimos, y· en él hemos de contemplarnos.
24. Pues es menester tener una visión imparcial de las propias
capacidades y virtudes, y también de las propias carencias e impedi-
mentos, tasando éstos en más y aquéllas en menos, y a partir de esa
visión y examen hacerse las consideraciones siguientes.
25. Primera, considerar de qué modo la constitución de la pro-
pia persona se acomoda al estado general de la época, y, si se la
halla conforme y ajustada, darse en todo mayor radio de acción y
libertad; mas, si divergente y disonante, entonces en todo el modo
de vida ser más cauto, retirado y reservado: según vemos en Tiberio,
que jamás fue visto en los juegos y no apareció en el senado durante
doce de sus últimos años, en tanto que César Augusto vivió siempre
a la vista del público, lo cual observa Tácito: Alía Tiberio morum
vía 531, .
26. Segunda, considerar de qué modo se acomoda el propio
carácter a las profesiones y ocupaciones, y elegir en consecuencia, si
se es libre, y si no liberarse en la primera ocasión: según vemos que
hizo el duque Valentino 532, que por su padre estaba destinado a la
profesión sacerdotal, pero la dejó al poco tiempo, a la vista de sus
condiciones personales e inclinación; que eran tales, sin embargo,
que no se sabría decir a ciencia cierta si eran peores para un príncipe
o para un sacerdote.
27. Tercera, considerar de qué modo se acomoda uno con quie-
nes· probablemente haya de tener por competidores y rivales, y optar
por la carrera en que haya más soledad, y se tengan más posibilida-
des de ser el más eminente: como hizo Julio César, que al principio
era. orador y abogado, mas viendo la excelencia de Cicerón, Horten-
sio, Catulo y otros en el campo de la elocuencia, y viendo que en
.la guerra no había nadie con prestigio más que Pompeyo, de quien
el estado se veía obligado a depender, abandonó la carrera que había
iniciado en pos de la grandeza civil y popular, y transfirió sus aspira-
ciones a la ,grandeza militar 533 • ·

DI Sant. 1, 23-24.
531 Otro era el talante de Tiberio. Anales, 1 ,4,
m c.ésar Borgía. Sobre su cambio de profesión véase Guicciardini, Storia
d'Italill, IV, 111 (1498).
533 Plutarco, Julio Clsar, 111.
200 Francia Bacon

28. Cuarta, en la elección de amigos y subordinados, proceder


de acuerdo con la composición del propio carácter: según vemos en
César, cuyos amigos y seguidores eran todos hombres activos y di-
ligentes, pero no grandes ni prestigiosos.
29. Quinta, atender especialmente a cómo se deja uno guiar
por los ejemplos, pensando que se es capaz de hacer lo que se ve
hacer a otros, porque puede ser que los naturales y caracteres sean
muy diferentes. En este error parece haber caído Pompeyo, de quien
Cicerón cuenta que a menudo solía decir: Sylla potuit, ego non
potero? SM; en lo cual .se engañaba mucho, por ser los caracteres y
modos de actuar de él y de su modelo los más dispares del mundo:
el uno fiero, violento y yendo siempre a los hechos, y el otro grave,
preocupado siempre por la pompa y la ceremonia, y ·por lo tanto
menos eficaz.
Este precepto tocante al conocimiento político de uno mismo
tiene otras muchas ramificaciones, en las que no podemos detener-
nos.
30. Lo siguiente al bien comprenderse y conocerse uno mismo
es el bien descubrirse y revelarse a los demás, en lo cual lo más
frecuente es que el hombre más grande sea el que hace menos os-
tentación. Hay, en efecto, una gran ventaja en mostrar bien las pro-
pias virtudes, fortuna, méritos, e igualmente en encubrir con arte
las propias debilidades, defectos, infortunios, deteniéndose en lo uno
y resbalando sobre lo otro, ilustrando aquello con pormenores "J
hermoseando esto con interpretaciones, etcétera. Sobre esto vemos
lo que dijo Tácito de Muciano, que fue el mayor político 115 de su
tiemJo, que Omnium quae dixerat feceratque arte quadam ostenta-
tor ; lo cual requiere cierto arte, si no se quiere resufo~r enojoso
y arrogante. Con todo, a mí la ostentación me parece más vicio en
la moral que en la política, aunque raye en vanidad; pues lo mismo
que se dice: Audacter calumniare, semper aliquid haeret m, así tam-
bién, siempre que no se llegue a un grado de exageración ridículo,
podría decirse: Audacter te vendita, semper aliquid haeret m. Que-
dará, en efecto, entre los más ignorantes e inferiores, por mucho que
los hombres prudentes y de rango se sonrían y lo desprecien; y la
autoridad ganada ante muchos compensa el desdén de unos pocos. Y

534 Sila pudo, ¿y yo no he de poder? Cicer6n, Ad Atticum, IX, 10.


m En el sentido de hombre hábil para labrar su propia fortuna. a. infra.
536 Sabfa poner cierta ostentación en todo lo que decía y hada. Historias,
II, LXXX.
m Calumnia con audacia, que siempre queda algo. Cf. Plutarco, Quomodo
adulator ah amico internoscatur, XXIV (65c-d).
538 ExJ>Ón tus pretensiones con audacia, que siempre queda algo.
El avance del saber 201

si se hace con decoro y buen juicio, como de forma natural, graciosa


e ingenua; o en momentos en que lleve consigo peligro e inseguridad,
como en los militares; o cuando otros son más envidiados; o con
soltura y descuidadamente entrando y saliendo de ello, sin detenerse
demasiado o mostrar demasiada seriedad; o con igual franqueza cen-
surándose y adornándose a uno mismo; o cuando se trata de repeler
o responder al insulto o la insolencia ajenos, entonces acrecienta
grandemente la reputación; y es indudable que no pocos caracteres
sólidos, que carecen de presunción y con estos vientos no saben
hinchar sus velas, con su moderación se perjudican y ponen en des-
ventaja.
31. Si estas ostentaciones y realces de la virtud no son tal vez
innecesarios, sí es necesario al menos que la virtud no quede deva-
luada y rebajada por debajo de su justo precio, cosa que acontece de
tres maneras: cuando uno mismo se ofrece y se adelanta, con lo cual
solamente con aceptarle ya se le considera recompensado; cuando se
hace demasiado 539, con lo cual no se da tiempo a que lo bien hecho
arraigue, y al final se produce hartazgo; y cuando el fruto de la
propia virtud se ve demasiado pronto recogido en la alabanza, el
aplauso, el honor, el favor, debiendo atender el que en esto se con-
tente con poco a aquello que se dijo con razón: Cave ne insuetus
rebus maioribus videaris, si haec te res parva sicuti magna delectat 540 •
32. No menos importante que el hacer apreciar las buenas cua-
lidades es el tapar los defectos, que también se puede bacer de tres
maneras: mediante cautela, mediante pretexto y mediante confianza.
Cautela es cuando con ingenio y discreción se evita ser destinado a
aquellas cosas para las que no se vale; mientras que, por el contrario,
los espíritus osados e inquietos se embarcan en unas cosas y otras
sin distinción, y con ello publican y vocean todas sus faltas. Pretexto
es cuando se prepara el camino para que los propios defectos o fal-
tas se interpreten como procedentes de mejor causa, u ordenados a
otro fin. De lo primero está bien dicho que Saepe latet vitium proxi-
mitate boni 541 ; de suerte que, por cada falta que uno tenga, debe
hacer ver que aspira a la virtud que la cubre, verbigracia si es torpe
fingir gravedad, si es cobarde dulzura, etcétera. Respecto a lo segun-
do, preciso es pergeñar alguna causa verosímil que justifique el que
uno se quede corto y oculte sus talentos, y con ese fin hay que acos-

539 En la versión latina se añ.ade: «sobre todo al principio y de una vez».


540 Si te agrada tanto lo pequeño como lo grande, cuida de no dar la
impresión de no estar acostumbrado a mejores cosas. Ocer6n, Rhetorica ad
Herennium, IV, IV, 7.
541 Muchas veces un vicio queda oculto por su proximidad a una virtud.
Ovidio, Ars amandi, 11, 662.
202 Francia Bacon

tumbrarse a disimular las capacidades que son notorias,. por así apa-
rentar que las verdaderas carencias no son sino· astucia y disimulo.
En cuanto a la confianza, es el. último remedio,. pero el más seguro,
a saber, el quitar importancia y aparentar desprecio hacia todo aque-
llo que no se puede alcanzar, observando el prudente principio de
los mercaderes, que se las componen· para subir el precio de sus
artículos y rebajar el de los ajenos. Otra confianza hay que aún deja
pequeña a ésta, y que es el plantar cara a los propios defectos, fin-
giendo creer que donde mejor se es, es en aquello en que se falla; y
para respaldar esto, fingir por otro lado que donde peor opinión
se tiene de uno mismo es en aquellas cosas en que se es mejor;
como vemos habitualmente en los poetas, que si muestran sus versos
y se les critica alguno, responden que ése les costó más trabajo que
ningún otro, y en seguida aparenta.n censurar y dudar de otro, que
bien saben que es el mejor de todos. Mas sobre todo, en esta correc-
ción y auxilio de uno mismo con su porte, se ha de cuidar de no
mostrarse desarmado y expuesto al desdén y al insulto, por dema-
siada dulzura, bondad y cordialidad, antes bien dejar ver algunas.
chispas de libertad, independencia y genio: talante éste fortificado
que, junto al presto responder a los desprecios, viene a veces im-
puesto necesariamente por algo de la propia persona o suerte, pero
que siempre resulta muy provechoso.
33. Otro precepto de este conocimiento es el de procurar por
todos los medios que el espíritu sea dócil y acomodable a la oca-
sión, pues nada pone más obstáculos a la fortuna que el ldem mane·
bat neque idem decebat 542 , seguir estando como se estaba cuando·
muda la ocasión; por eso Livio, al hablar de Catón, a quien pinta
como tan buen arquitecto de su fortuna, comenta que poseía versa-.
tile ingenium 543 • Y de aquí procede que en esos caracteres graves y·
solemnes, ~ue han de mantenerse siempre iguales a sí mismos sin.
variación, haya más dignidad que éxito. Mas en algunos es innato el
ser algo viscosos y cerrados, y poco aptos para variar. En algunos es
casi naturaleza el vicio de no admitir que deban cambiar de táctica,
cuando en la experiencia anterior les ha sido provechosa. Maquiave-
lo observa prudentemente cómo Fabio Máximo pretendía seguir con-
temporizando, según su costumbre inveterada, cuando la naturaleza
de la guerra era ya otra, y exigía acción enérgica 544 • En otros es
falta de agudeza y penetración, porque no advierten cuándo han pa-

S42 Segufa siendo el mismo cuando ya no ~nvcrúa lo mismo. Cicerón,


Brutus, XCV, 327.
S43 Ingenio versátil. Décadas, XXXIX, XL, '·
S44 Discorsi, III, VIII.
El avance del saber 203

sado las cosas, y pasada la ocasión llegan tarde: como compara De-
móstenes al pueblo de Atenas con los rústicos que se ejercitan en
la esgrima, que cuando reciben un golpe llevan la espada a ese quite,
pero no antes 545 • En otros es una repugnancia a dar por perdidos los
afanes pasados, y una ilusión de poder suscitar nuevas ocasiones se-
gún su conveniencia; y al final, cuando ya no ven otro remedio, en-
tonces se avienen con desventaja: como Tarquino, que por la terce-
ra parte de los libros de Sibila dio el triple de lo que en un principio
le habría bastado para tenerlos todos 546 • Cualquiera que sea la raíz
o causa de donde proceda esta renilncia del espíritu, es cosa suma-
mente perjudicial; y nada hay más político que el hacer que las rue-
das del propio espíritu tengan el mismo centro que las de la fortuna,
y con ellas giren.
34. Otro precepto de esté conocimiento, que tiene alguna afi-
nidad con el anterior, pero con una diferencia, es ése que expresa
bien la frase Fatis accede Deisque 547 : no sólo cambiar con las oca-
siones, sino también correr parejas con ellas, y no poner demasiado
a prueba la fama o la fuerza por cosas en exceso arduas o extremas,
antes bien elegir eri las acciones lo más asequible: pues de ese modo
se evitan los reveses, no se está · demasiado tiempo con un mismo
asunto, se gana fama de moderación, se agrada más y se presenta una
apariencia de continuo éxito en todo lo que se emprende, cosas que
no pueden por menos de acrecentar poderosamente el buen nombre.
3.5. Otra parte de este· conocimiento hay que parece estar en
cierta oposición con las dos anteriores, mas no del modo que yo la
entiendo, y es aquella que Demóstenes declara con grandiosos
términos: Et quemadmodum receptum est, ut exercitum ducat impe-
rator, sic et a cordatis' viris res ipsae ducendae; ut quae ipsis viden-
t14r, ea gerantur, et non ipsi eventus persequi cogantur 548 • Pues si
bien observamos, hallaremos dos clases diferentes de pericia en la
administración de los negocios: unos saben aprovechar las ocasiones
con habilidad y destreza, pero planean poco; otros saben impulsar y
ejecutar bien sus planes, pero no adaptarse ni aprovechar; y cada
una de estas clases es muy imperfecta sin la otra.
36. Otra parte de este conocimiento es la sujeción a un conve-
niente término medio en el descubrirse o no descubrirse: pues aun-
que el secreto riguroso, y el abi:Use camino qualis est vía navis in

545 Filipicas, I, 40 (51).


546 Aulo Gelio, I, XIX.
547 Ponte del lado del hado y de los dioses. Lucano, Farsalia, VIII, 486.
548 Y lo mismo que el general guía al ejército, así los estadistas deben
guiar las circunstancias, si quieren llevar adelante sus propósitos y no dejarse
· arrastrar por el azar. Filipicas, I, 39 (51).
204 Francia Bacon

mari 549 (que los franceses llaman sourdes menées, cuando uno echa
las cosas a rodar sin descubrirse para nada), resulte a veces provecho-
so y admirable, empero muy a menudo Dissimulatio errores parit qui
dissimulatorem ipsum illaqueant 550 • Por eso vemos que los mayores
políticos natural y libremente han declarado sus deseos, antes que
guardarlos para sí y disimularlos. Así vemos que Lucio Sila hizo una
especie de confesión, que deseaba que todos fueran felices o infelices
según que fueran amigos o enemigos suyos 551 • Así César, cuando por
primera vez marchó a la Galia, no tuvo escrúpulo en confesar ~e
prefería ser primero en una aldea antes que segundo en Roma .
E igualmente, tan pronto como hubo iniciado la guerra, vemos lo
que Cicerón dice de él: Al,ter (por César) non recusat, sed quodam-
modo postulat, et ( ut est) sic appelletur tyrannus 553 •
Así podemos ver en una carta de Cicerón a Ático, que apenas en-
trado en acción César Augusto, cuando era favorito del senado, em-
pero en sus arengas al pueblo juraba Ita parentis honores consequi
liceat 554 ; que no era nada menos que la tiranía, salvo que para respal-
darlo extendía la mano hacia una estatua de César que se alzaba en
el lugar; y muchos se reían y se asombraban, y decían: «¿Será posi-
ble?», o « ¿Habrase oído cosa igual?», pero no lo tomaban a mal,
por la gracia y espontaneidad con que lo hacía. Y todos estos pros-
peraron: mientras que Pompeyo, que perseguía. el mismo fin pero
de manera más oscura y encubierta, como dice de él Tácito, Occultior
non melior 555 , en lo cual coincide Salustio: 'Ore probo, animo inve-
recundo 556 ; Pompeyo se trazó el plan de, mediante infinitas maqui-
naciones secretas, poner el estado en una anarquía y confusión abso-
lutas, para que llevado de la necesidad y en busca de protección se
arrojase en sus brazos, con lo cual vendría él a ser investido del
poder soberano, sin participación suya visible; y cuando lo hubo
adelantado (según él pensaba) hasta el punto de ser nombrado cónsul
solo, como jamás lo fuera ningún otro, sin embargo no pudo sacar
de ello mucho partido, porque la gente no le entendía; y al final
hubo de seguir el camino trillado de tomar las armas, so pretexto del
temor a los planes de César. Así son de tediosos, azarosos y desdí-
549 Como el navío en el mar. Prov. 30, 19.
550 El disimulo engendra errores que aprisionan al propio disimulador.
551 Plutarco, Sila, XXXVIII.
552 Plutarco, Julio César, XI.
SS3 Y no rechaza, sino que virtualmente pide, que se le llame tirano, que
en verdad es lo que es. Ad Atticum, X, 4.
SS4 Alcanzar los honores de su padre. Ibid., XVI, 15.
555 No mejor, sino más disimulado. Historias, 11, XXXVIII.
556 Semblante honesto, carácter desvergonzado. Suetonio, De grammati-
cis, XV.
El avance del saber 205

chados estos disimulos extremados, sobre los cuales parece que Tácito
pronunció este juicio, que eran una astucia de clase inferior en com-
paración con la verdadera política: atribuyendo lo uno a Augusto y
lo otro a Tiberio, cuando hablando de Livia dice: Et cum artibus
mariti simulatione filii bene composita 557 ; pues indudablemente el
continuo hábito de disimulo no es sino una astucia débil y pasiva, y
no eminentemente política.
3 7. Otro precepto de esta arquitectura de la fortuna es el de
acostumbrar al espíritu a juzgar de la proporción o valor de las cosas
según sean conducentes e importantes para nuestros particulares ob-
jetivos, y hacerlo no superficial, sino sólidamente. Pues hallamos
que en algunos hombres la parte lógica (por así llamarla) de la mente
es buena, pero la parte matemática es errónea, esto es, que saben
juzgar bien de consecuencias, pero no de proporciones y comparacio-
nes, y prefieren lo ostentoso y llamativo a lo sólido y eficaz. Así
algunos se enamoran del acceso a los príncipes, y otros de la fama y
el aplauso populares, tomándolos por grandes conquistas, cuando en
muchos casos no traen sino envidia, riesgo e impedimento. Los hay
que miden las cosas según el trabajo y el esfuerzo o asiduidad gasta-
dos en ellas, y creen que con estar siempre moviéndose por fuerza
habrán de avanzar y adelantar; como dice César despectivamente de
Catón el segundo, cuando describe lo laborioso e infatigable que era
para nada: Haec omnia magno studio agebat 558 • Así en la mayoría
de las cosas se cae fácilmente en el error de pensar que los medios
más grandes son los mejores, cuando deberían ser los más ade-
cuados.
38. En cuanto a la correcta ordenación de los medios humanos
de conseguir fortuna, según su mayor o menor importancia, me pa-
rece ser la siguiente. Lo primero es la enmienda del propio espíritu:
pues es más probable que la eliminación de los estorbos del espíritu
abra los caminos de la fortuna, que no que el obtener fortuna elimine
los estorbos del espíritu. En segundo lugar pongo la riqueza y los
caudales, que sé que la mayoría habría puesto primero, por la utili-
dad general que tienen en toda suerte de ocasiones. Mas esa opinión
puedo condenarla con la misma razón con que Maquiavelo condena
esta otra, que el dinero es el nervio de la guerra: siendo así, dice él,
que el verdadero nervio de la guerra es el nervio de los brazos de los
hombres, esto es, una nación valerosa, populosa y marcial; y oportu-
namente cita la autoridad de Solón, que al mostrarle Creso su tesoro

557 Reunia en sí las artes de su marido y la simulación de ·su hijo. Ana-


les, V, l.
ssa Todas estas cosas las hacía con mucho celo. De bello civili, 1, 30.
206 Francia Bacon

díjole que, si llegase otro que tuviera mejor hierro, se haría dueño
de su oro 559 • De modo semejante, cabe afirmar con verdad que no
es el dinero el nervio de la fortuna, sino que lo son los nervios y el
hierro de los espíritus, el ingenio, el coraje, la audacia, la decisión,
el temple, la industria, etcétera. ·En tercer lugar coloco el buen
nombre, por las imperiosas mareas y corrientes a que está sujeto,
que si no se las aprovecha a su debido tiempo raramente se las recu-
pera, siendo extremadamente difícil jugar al desquite en materia de
reputación. Y en último lugar pongo la honra, porque es mucho más
fácil conquistarla con cualquiera de las otras tres cosas, y aún más
con todas, que con la honra comprar cualquiera de ellas. Para con-
cluir este precepto, diremos que, así como hay orden y prioridad en
la materia, así lo hay también en el tiempo, siendo la colocación
indebida en éste uno de los errores más comunes, cuando los hom-
bres se abalanzan a los fines cuando deberían atender a los comien-
zos, y no toman las cosas por su orden conforme van llegando, antes
bien las ordenan según su magnitud y no según la urgencia, sin ob-
servar ese buen precepto de Quod nunc instat agamus SEO.
39. Otro precepto de este conocimiento es el de no embarcarse
en asuntos que ocupen demasiado tiempo, sino tener resonando en
los oídos aquello de Sed fugit interea, fugit · irreparabile tempus 561 •
Esta es la causa de que quienes confían. su elevación a profesiones
de mucho trabajo, como los abogados, los oradores, los teólogos eru-
ditos y otros semejantes, por lo general no sean muy políticos para
su propia fortuna, si no es a su modo ordinario, porque les falta
tiempo para enterarse de particulares, esperar ocasiones y trazar
planes. .
40. Otro precepto de este conocimiento es el de imitar a la
naturaleza, que no hace nada en vano; cosa que sin duda puede
hacer Cl,lalquiera si combina bien su negocio y no se obstina dema-
siado en aquello que principalmente persigue. Pues en cada· acción
particular se deben ordenar de tal modo las intenciones, y poner una
cosa debajo de la otra, que si no se puede tener lo que se busca en
el mejor grado, se lo tenga en un segundo, o por la misma razón en
un tercero; y si no se puede obtener parte alguna de lo que se pre-
tendía, aun así aprovechar lo hecho para otra cosa; y si no se puede
sacar nada de ello para el presente, empero hacer de ello como una
semilla de algo para el porvenir; y si no se puede obtener de ello

SS9 Discorsi, II, VIII; sobre la opinión que refuta véase Cicerón, Philippi-
cae, V, II, 5.
560 Despachemos lo que ahora urge. Virgilio, Ge6rgicas, IX, 66.
561 Entretanto huye el tiempo irrecuperable. !bid., III, 284.
El avance del saber 207

efecto o sustancia, de todos modos ganar con ello alguna buena


opinión, etcétera: de suerte que uno se exija a sí mismo cosechar
algo de cada acción, y no quedarse parado y confundido si fracasa
en aquello que fundamentalmente pretendía. Nada hay, en efecto,
más impolítico que el consagrarse totalmente a las acciones una por
una, porque el que tal hace pierde infinitas ocasiones que entretanto
se presentan, y que muchas veces son más aptas y propicias para
algo de lo que después habrá necesidad, que para lo que urge en el
presente; y por eso hay que ser perfecto en esa norma que dice
Haec oportet /acere, et illa non omittere 562 •
41. Otro precepto de este conocimiento es el de no comprome-
terse definitivamente en nada, aunque no parezca ofrecer riesgo de
accidente, sino siempre disponer de una ventana por donde huir o
un camino por el que retirarse; siguiendo la prudencia de la antigua
fábula de las dos ranas, que al secarse su charca discutieron adónde
irían, y una propuso descender a un pozo, porque no era probable
que el agua se secase allí, mas la otra respondió: Es cierto, pero si
se seca, ¿cómo volveremos a salir? 563
42. Otro precepto de este conocimiento es aquel antiguo de
Bfas, no llevado hasta un punto de perfidia, sino solamente de caute-
la y moderación: Et ama tanquam inimicus futurus, et odi tanquam
amaturus 564 ; pues el ír demasiado lejos en amistades desafortunadas,
enfados molestos y envidias o emulaciones pueriles y caprichosas es
cosa que anula toda utilidad.
43. Si acerca de esto me estoy extendiendo más allá de la me-
dida de un ejemplo, es porque no quisiera que de los conocimien-
tos que señalo como omitidos se pensara que son cosas imaginarias
y etéreas, o un par de observaciones infladas, sino cosas de peso y
masa, cuyo estudio es más fácil comenzar que acabar. Debe asimis-
mo entenderse que lo que digo de aquellos puntos que menciono y
señalo - está muy lejos de constituir un tratamiento completo de
ellos, siendo sólo pequeños fragmentos que sirvan de orientación. Y
finalmente, supongo que ninguno pensará que sostengo que no se
obtiene fortuna sin todo este trabajo: pues bien sé que a los regazos
de algunos llega rodando, y que son bastantes los que consiguen bue-
nas fortunas con simple diligencia, poca dedicación y abstenerse de
errores graves.

562 Esto habría que hacer, sin descuidar aquello. Mt. 23, 23 y Le. 11, 42.
563 Esopo, «Las ranas y el pantano desecado».
564 Ama a tu amigo como a quien en el futuro puede ser tu enemigo, y
odia a tu enemigo como a quien en el futuro puede ser tu amigo. Di6genes
Laercio, Bías (I, 88).
208 Francia Bacon

44. Mas lo mismo que Cicerón, al establecer el ideal del orador


perfecto, no pretende que todo el que habla haya de ser así; y que
quienes tratando estos temas, al describir un príncipe o cortesano,
por lo común han hecho el modelo conforme a la perfección del arte,
y no a la práctica usual, así entiendo yo que deba hacerse en la des-
cripción del hombre político; quiero decir, político para su propia
fortuna.
45. Junto a todo lo dicho hay que tener presente que los pre-
ceptos que hemos establecido son de aquellos que podríamos consi-
derar y llamar bonae artes 565 • En cuanto a las malas, si se quiere
seguir ese principio de Maquiavelo, de no buscar la virtud en sí, sino
s6lo su apariencia, porque la fama de virtud es 1:1na ayuda, pero su
práctica un estorbo 566 ; o ese otro también suyo, de partir de la base
de que a los hombres s6lo se los domina con el miedo, y por lo tanto
procurar tenerlos a todos expuestos, debilitados y oprimidos S1>7, que
es lo que los italianos llaman seminar spine, sembrar espinas; o la
norma contenida en el verso que cita Cicerón, Cadant amici; dum-
modo inimici intercidant 568 , como los triunviros, que entre sí se ven-
dieron las vidas de sus amigos por las muertes de sus enemigos; o
la declaración de L. Catilina, de prender fuego y agitar el estado
para así pescar en aguas revueltas y abrir paso a su fortuna personal:
Ego si quid in fortunis meis excitatum sit incendium, id non aqua
sed ruina restinguam 569 ; o ese principio de Lisandro de que a los
niños hay que engañarlos con confites, y a los hombres con ;uramen-
tos 570 ; y demás teorías perversas y corruptas, de las cuales (como en
todo) hay más que de las buenas, qué duda cabe de que con esas
dispensas de las leyes de la caridad y la integridad la consecución
de la propia fortuna puede ser más rápida y expedita. Pero sucede
con la vida como con los caminos: el más corto suele ser el más
sucio, y el mejor no supone a la postre tanto rodeo.
46. Mas el hombre libre que a sí mismo se sostiene, y que no
se deja arrastrar por torbellinos o tempestades de ambición, en la
prosecución de su fortuna debería ponerse ante los ojos no sólo ese
mapa general del mundo, de que todo es vanidad y agitación del

565 Buenas artes.


566 El príncipe, XVIII.
S1J1 !bid., XVII.
568 Caigan nuestros amigos, con tal que perezcan nuestros enemigos. Pro
rege Deiotaro, IX, 25.
569 Si se prendiera fuego a mis bienes, no lo apagaría con agua, sino con
destrucción. Cicerón, Pro Murena, XXV, 51. Cf. Salustio, Bellum Catilinae,
XXXI, 9.
570 Plutal!co, Lisandro, VIII, 4.
El avance del saber 209

espíritu 571 , sino también muchas otras cartas e indicaciones particu-


lares, y principalmente ésta, que el ser sin ser bien es una maldición,
y a más ser más maldición, y que toda virtud lleva su mayor recom-
pensa, y toda maldad su mayor castigo, en sí misma; como dice
excelentemente el poeta:
Quae vobis, quae digna, viri, pro laudibus. istis
Praemia posse rear solvi? pulche"ima primum
Dii moresque dabunt vestri 572 ;
y lo mismo de lo contrario. En segundo lugar, debería alzar la vista
a la providencia eterna y el juicio divino, que a menudo burlan la
sagacidad de los malos planes y maquinaciones, según dice la Escri-
tura: Ha concebido iniquidad, y parirá una cosa vana 573 • Y aunque
uno se abstenga del delito y de las malas artes, con todo el perseguir
incesantemente y sin descanso la propia fortuna no permite dar a
Dios ese tributo de nuestro tiempo que le debemos; en lo cual ve-
mos que, pidiéndonos un diezmo de nuestra sustancia, de nuestro
tiempo nos pide, con mayor rigor, un séptimo; y de poco sirve tener
el rostro vuelto hacia el cielo, y el espíritu continuamente postrado
en el suelo, comiendo polvo como la serpiente:
Atque affigit humo divi",;ae particulam aurae 574 •
Y si alguno se lisonja pensando que empleará su fortuna bien aun-
que la obtenga mal, como se dijo a propósito de Julio César, y des-
pués de Septimio Severo, que o no deberían haber nacido o no
deberían haber muerto 575 , por el mucho mal que hicieron en su
camino y ascensión a la grandeza, y el mucho bien una vez encum-
brados, le respondo que esas compensaciones y reparaciones es bueno
hacerlas, pero nunca proyectarlas. Y, finalmente, no está de más que
el que corre hacia su fortuna se refresque un poco con esa idea que
elegantemente expresó el emperador Carlos V en sus instrucciones
al rey su hijo, que La fortuna es como una mujer, que si demasiado
se la corteja se aparta más 576 • Pero esto último no es sino un remedio
571 Ecl. 2, 11. .
512 ¿Qué recompensa, amigos, podría yo daros digna de tales ácciones?
La mejor será la que os den los dioses y vuestro propio modo de ser. Virgilio,
Eneida, IX, 252-254.
573 Sal. 7, 15, y Job 15, 35.
574 Y clava en el suelo un fragmento del espíritu divino. Horado, Sátiras,
~~~ .
575 Aurelio Víctor, Epitome, 1-6; Lampridio, Vida de Severo.
576 Según Spedding, fue al verse obligado a levantar el sitio de Metz cuan-
do Carlos V compar6 la fortuna con una mujer, aunque no con estas palabras.
210 Francis Bacon

para los que ya tienen los gustos corrompidos: mejor edifíquese


sobre ese cimiento que es como piedra angular de la teología y la
filosofía, en la cual ambas se tocan, y que es el Primum quaerite.
Pues la teología dice: Primum quaerite regnum Dei, et ista omnia
ad¡icientur vobis sn; y la filosofía dice: Primum quaerite bona animi,
caetera aut ader1mt aut non obe,runt 518 • Y aunque el cimiento huma-
no sea un poco de arena, como vemos en M. Bruto cuando prorrum-
pió en aquellas palabras:

Te colui, Virtus, ut rem,- at tu nomen inane es 519 ,

sin embargo el cimiento divino es de roca. Baste lo dicho como


muestra de ese conocimiento que señalé como omitido.
47. Por lo que respecta al gobierno, es una parte del conoci-
miento secreta y retirada, en los dos sentidos en que las cosas se
consideran secretas: pues unas lo son porque son difíciles de cono-
cer, y otras porque no es conveniente publicarlas. Vemos que todos
los gobiernos son oscuros e invisibles.

T otamque infusa per artus


Mens agitat molem, et magno se corpore miscet 580 :

tal es la descripción de los gobiernos. Vemos que el gobierno de Dios


sobre el mundo está oculto, hasta el punto de que parece haber en
él mucha irregularidad y confusión. El gobierno del alma sobre los
movimientos del cuerpo es interior y profundo, y su operación difí-
cilmente se puede demostrar. También la sabiduría de la Antigüe-
dad (cuyas sombras están en los poetas), al describir los tormentos y
penas, después del delito de rebelión, que fue la ofensa de los gigan-
tes, pone .como más aborrecible el delito de indiscreción, como en
Sísifo y Tántalo 581 • Esto se refería a particulares, pero incluso a las
normas y discursos generales de política y gobierno se debe un
tratamiento respetuoso y reservado.
· 48. Mas, a· la inversa, de los gobernados hacia los gobernantes
todo debería estar, hasta donde la flaqueza humana lo permita, ma-
m Buscad primero el reino de Dios, y todas esas cosas se os darán por
añadidura. Mt. 6, 33.
578 Buscad primero el bien del espíritu, que lo demás o vendrá o no
se perderá.
579 Te he venerado, Virtud, como a algo real; pero eres un nombre vacío.
Di6n Casio, XLVII, XLIX. ·
sao Y la mente, infusa por las articulaciones, vivifica toda la masa y se
mezcla con el vasto cuerpo. Virgilio, Eneida, VI, 726-727.
581 Véase Píndaro, Olínticas, I, 55 y ss.
El avance del saber 211

nifiesto y revelado. Así se dice en las Escrituras a propósito del


gobierno de Dios, que este orbe, que a nosotros nos parece un cuer-
po oscuro y sombrío, es a la vista de Dios como de cristal: Et in
conspectu sedis tanquam mare vitreum simile crystallo 582 • Del mis-
mo modo, para los príncipes y gobiernos, y especialmente para los
senados y consejos prudentes, las naturalezas y disposiciones del
pueblo, sus condiciones y necesidades, sus divisiones y combinacio-
nes, sus animosidades y descontentos, deberían ser, habida cuenta
de los diversos medios de información de que disponen, de la pruden-
cia de sus observaciones y de la elevación del puesto desde donde
montan guardia, en gran parte claros y transparentes. Por consi-
guiente, considerando que escribo· para un rey que es maestro en
esta ciencia, y que está tan bien asistido, paréceme oportuno pasar
en silencio sobre esta parte, como deseoso de obtener aquel certifi-
cado a que aspiraba uno de los antiguos filósofos: que, guardando
silencio cuando otros rivalizaban por demostrar con discursos su
talento, para sí quiso que se certificara que había uno que sabía
callarse.
49. No obstante, acerca de la parte más pública del gobierno,
que son las leyes, paréceme conveniente señalar una sola deficiencia:
que es que cuantos han escrito de leyes lo han hecho como filósofos
o como jurisconsultos, mas ninguno como estadista. Por lo que res-
pecta a los filósofos, hacen leyes imaginarias para repúblicas imagi-
narias, y sus discursos son como las estrellas, que dan poca luz por
lo altas que están. En cuanto a los jurisconsultos, escriben conforme
a los estados donde viven, qué es ley establecida, y no qué debería
ser ley: porque una cosa es la prudencia del legislador, y otra la del
jurisconsulto. Hay, en efecto, en la naturaleza ciertas fuentes de la
justicfa, de donde todas las leyes civiles se derivan como torrentes;
y lo mismo que las aguas toman tintes y sabores de los suelos por
donde discurren, así las leyes civiles varían según las regiones y
gobiernos donde están implantadas, aunque procedan de las mismas
fuentes. Además, la prudencia del legislador no tiene por único ob-
jeto el patrón de la justicia, sino también su aplicación, tomando en
consideración qué medios hay para conseguir que las leyes sean
claras, y cuáles son las causas y remedios de su ambigüedad y oscu-
ridad; qué medios hay para conseguir que sean adecuadas y fáciles
de ejecutar, y cuáles son los impedimentos y remedios para su cum-
plimiento; qué influencia tienen en el estado público las leyes rela-

582 Y delante del trono había como un mar transparente, semejante al


cristal. Ap. 4, 6.
212 Francis Bacon

tivas al derecho privado de meum y tu~m 583 , y cómo se puede hacer


que sean aptas y congruentes con aquél; cómo hay que redactarlas y
promulgarlas, si en texto o en decreto, breves o extensas, con preám-
bulos o sin ellos; cómo se las ha de podar y reformar de vez en
cuando, y cuál es el mejor sistema para evitar que lleguen a ser
demasiado voluminosas o a estar demasiado llenas de multiplicidad
y contradicción; cómo se las ha de explicar, cuándo a partir de causas
surgidas y judicialmente discutidas y cuándo a partir de dictámenes
y consultas sobre puntos o cuestiones generales; cómo hay que apli-
carlas, si con rigor o con suavidad; cómo hay que mitigarlas con
equidad y buena conciencia, y si la discreción y la ley estricta han
de mezclarse en los mismos tribunales o mantenerse separadas en
tribunales distintos; asimismo cómo se debe vigilar y regir la prác-
tica, profesión y erudición legal, y muchas otras cuestiones tocantes
a la administración de las leyes y, si se me permite ·llamarlo así, su
vivificación. Sobre lo cual insisto tanto menos cuanto que, habiendo
iniciado una obra de este carácter en aforismos, me propongo (Dios
mediante) desarrollar más adelante esta investigación, entretanto
señalándola como omitida 584 •
50. Y por lo que respecta a las leyes de Inglaterra de Vues.tra
Majestad, podría decir mucho de su valor, y algo de sus defectos;
mas en cuanto a idoneidad para el gobierno, no pueden por menos
de aventajar a las leyes civiles, pues la ley civil era Non hos quaesi-
tum munus in usus 585 , no ha sido hecha para los países en los que
rige. De esto dejo de hablar, porque no quiero mezclar materia de
acción con materia de saber general.

XXIV. Con lo dicho he concluido la parte del saber tocante


al conocimiento civil, y con el conocimiento civil he concluido la
filosofía humana, y con la filosofía humana, la filosofía en general.
Haciendo ahora una pausa y volviendo la vista al camino recorrido,
este escrito me parece ser (si nunquam fallit imago 5116), en la medida
en que uno puede juzgar su propia obra, no mucho mejor que ese
ruido o sonido que hacen los músicos mientras afinan sus instrumen-
tos, que no es nada agradable de oír, pero es la causa de que después
Lo mío (y) lo tuyo.
583
Algo del desarrollo prometido puede verse en el De augmentis, donde
584
esta parte se compone de dos tratados puestos a modo de ejemplo. El primero,
sobre cómo se pueden extender los límites de un imperio, es traducción del
ensayo De la verdadera grandeza de los reinos y repúblicas; d segundo, sobre
la justicia general o universal y sus fuentes, está formado por 97 aforismos en
los que se tocan las cuestiones aquí mencionadas.
585 Un regalo no pedido para este uso. Virgilio, EneidaÍ IV, 647.
586 Si la imagen no engaña nunca. Virgilio, Eglogas, I , 27.
El avance del saber 213

la música sea dulce. Así yo me he contentado con afinar los instru-


mentos de las musas, para que puedan tocar los que tienen mejores
manos. Y ciertamente, cuando me represento el carácter de estos
tiempos, en que el saber ha hecho su tercera inspección o ronda, con
todas sus cualidades, como son la excelencia y vivacidad de los inge-
nios de esta época; los nobles auxilios y luces que nos prestan los
trabajos de los escritores antiguos; el arte de imprimir, que pone los
libros al alcance de todas las fórmulas; la apertura del mundo por la
navegación, que ha revelado multitud de experiencias y gran canti-
dad de historia natural; el ocio que ahora abunda, no siendo tan
general que lo empleen los hombres en los asuntos civiles, como
hicieron los estados de Grecia por su carácter popular, y el estado
de Roma por la grandeza de su monarquía; la presente disposición
que en estos momentos hay hacia la paz sn; el agotamiento de cuanto
se puede decir en las controversias de religión, que tanto han apar-
tado a los hombres de otras ciencias; la perfección del saber de
Vuestra Majestad, que a manera de fénix puede llamar tras de sí
a bandadas enteras de ingenios 588 ; y esa propiedad inseparable de
nuestra época, que es el progresivo descubrimiento de la verdad, no
puedo por menos de abrigar la convicción de que este tercer período
del tiempo aventajará con mucho a los del saber griego y romano,
con sólo que los hombres conozcan a la vez su fuerza y su debilidad,
y unos de otros tomen luz de invención y no fuego de contradic-
ción, y en la inquisición de la verdad vean una empresa y no una
distinción o adorno, y empleen su ingenio y su largueza en cosas de
mérito y valor, y no en cosas vulgares y de estimación popular. En
cuanto a mis trabajos, si alguno quiere darse a sí mismo o a otros
el gusto de criticarlos, ellos le harán aquella petición antigua y pa-
ciente, Verbera sed audi 589 : sean censurados, mas también estudiados
y sopesados. Pues la apelación (legítima, aunque tal vez no necesa-
ria) sería en este caso de las primeras cogitaciones de los hombres a
sus segundas, y de los tiempos más próximos a los más lejanos. Pa-
semos ahora a ese saber que ninguna de las dos épocas anteriores tuvo
la bendición de conocer, la teología sagrada e inspirada, descanso y
puerto de todos los trabajos y peregrinajes de los hombres.

XXV.1. La prerrogativa de Dios alcanza por igual a la razón y


a la voluntad del hombre: de suerte que, así como hemos de obede-
. cer su ley aunque hallemos renuencia en nuestra voluntad, así hemos
5r'1Se acababa de firmar la paz 'entre España e Inglaterra.
S88 Véase Tácito, Anales, VI, donde se describe una aparición del fénix en
Egipto, seguido por muchas otras aves.
589 Pégame, pero escucha. Plutarco, T emístocles, XI.
214 Francia Bacon

de creer su palabra aunque hallemos renuencia en nuestra razón.


Pues si creemos sólo aquello que es conforme a nuestro sentido,
damos asentimiento a la materia y no al autor, que no es más que lo
que haríamos frente a un testigo sospechoso y desacreditado; mas
la fe que en Abraham se contó por santidad llegó hasta el punto de
mover a risa a Sara, que con ello fue imagen de la razón natural.
2. Con todo, y rectamente considerado, más digno es creer que
conocer como ahora conocemos. Pues en el conocimiento la mente
humana es movida por el sentido, pero en la fe es movida por el
espíritu, al que tiene por más autorizado que ella misma, y así es
movida por el agente más digno. No sucederá lo mismo en el estado
del hombre glorificado: pues entonces cesará la fe, y conoceremos·
como somos conocidos.
3. Concluimos, por lo tanto, que la teología sagrada (que en
nuestra lengua llamamos saber divino 590) se funda solamente en la
palabra y el oráculo de Dios, y no en la luz de la naturaleza: pues
está escrito: Coeli enarrant gloriam Dei 591 , mas no está escrito:
Coeli enarrant voluntatem Deim, sino que de eso se dice: Ad legem
et testimonium: si non fecerint secundum verbum istud 593 , etcétera.
Esto se aplica no sólo a aquellos puntos de la fe que conciernen a
los grandes misterios de la Deidad, de la Creación, de la Redención,
sino igualmente a aquellos otros que conciernen a la ley moral rec-
tamente interpretada: Amad a vuestros ~nemigos,· haced bien a los
que os aborrecen,· sed como vuestro Padre celestial, que derrama.
su lluvia sobre ;ustos e iniustos 594 • A esto se debería aplaudir, Nec
vox hominem sonat 595 , esta voz viene de más allá que la luz de la
naturaleza. Así vemos que los poetas paganos, cuando quieren de;.,
fender una pasión libertina, siempre se quejan de las leyes y de la
moral, como si fueran opuestas y contrarias a la naturaleza: Et quod
natura remittit, invida ;ura negant 596 • Así dijo el indio Dendamis a
los mensajeros de Alejandro, que algo había oído acerca de Pitágoras
y algunos otros de los sabios de Grecia, y que los tenía por hombres
excelentes; mas que adolecían de un defecto, que era el tener en
demasiada reverencia y veneración una cosa que ellos llamaban ley

S90 Divinity.
591 Los cielos declaran la gloria de Dios. Sal. 19, 2.
592 Los cielos declaran la voluntad de Dios.
593 ¡Por la enseñanza y el testimonio! Si no hacen según esta palabra...
Is. 8. 20.
594 Mt. 5, 44-45.
595 No es voz humana la que suena. Virgilio, Eneida, l, 328.
596 Y lo que la naturaleza tolera lo prohiben las leyes envidiosas. Ovidio,
Metamorfosis, X, 330.
El avance del saber 215

y moral ?97. Hay que confesar que, en efecto, una gran parte de la
ley moral reside en un nivel de perfección al cual la luz natural no
puede aspirar. ¿Cómo se dice entonces que el hombre tiene por la
luz y ley de la ~aturaleza algunas nociones e ideas de la virtud y
el vicio, de la justicia y la injusticia, del bien y del mal? Sencilla-
mente, porque la luz natural se usa en dos sentidos diferentes: uno,
el de aquello que brota de la razón, el sentido, la inducción, la argu-
mentación, conforme a las leyes del cielo y de la tierra; otro, el de
aquello que .en el espíritu del hombre está impreso por un instinto
interior, conforme a la ley de la conciencia, que es un destello de la
pureza de su primer estado: únicamente en este último sentido par-
ticipando de alguna luz y discernimiento en lo tocante a la perfec-
ción de la ley moral. Mas ¿de qué modo? Lo suficiente para refrenar
el vicio, pero no para informar el deber. Así pues, a la doctrina de la
religión, tanto moral como mística, sólo se alcanza mediante inspira-
ción y revelación de Dios.
4. Ahora bien, la utilidad de la razón en las cosas espirituales,
y su capacidad de acción en ellas, es muy grande y general: no en
vano llama el apóstol a la religión nue~tro culto razonable a Dios 598 ;
tanto, que las propias ceremonias y figuras de la antigua Ley estaban
llenas de razón y significado, mucho más que las ceremonias de la
idolatría y la magia, que abundan en sinsentidos y absurdos. Pero
es más concretamente la Fe cristiana, en esto como en todo, la que
merece ser altamente alabada, pues en este aspecto mantiene y con-
serva la áurea mediocridad entre la ley de los paganos y la ley de
Mahoma, que han abrazado los dos extremos. En efecto, la religión
de los paganos carecía de creencia o credo constante, dejándolo todo
a la libre argumentación, y en cambio la ley de Mahoma prohíbe ab-
solutamente la discusión, en lo cual muestra una el rostro mismo del
error, y la otra el de la impostura; mientras que la Fe a la vez admite
y rechaza la discusión, según el caso.
5. La aplicación de la razón humana a la religión es de dos cla-
ses: la primera se refiere a la concepción y aprehensión de los miste-
rios de Dios que nos han sido revelados; la segunda, a la deducción
y derivación de doctrina y guía a partir de aquéllos. Lo primero se
extiende a los misterios mismos; mas ¿cómo? Por vía de ilustración,
no por vía de argumento. Lo segundo consiste de hecho en probación
y argumento. En lo primero vemos que Dios se digna descender a
nuestra capacidad, expresando sus misterios de modo que sean per-
ceptibles para nosotros, e injerta sus revelaciones y sagradas doctri-

m Plutarco, Aleiandro, LXV.


se Rom. 12, l. '
216 Francia Bacon

nas en las ideas de nuestra razón, y aplica sus inspiraciones a abrir


nuestro entendimiento, como se aplica la forma de la llave al rodete
de la cerradura 59!1; en lo segundo se nos permite un uso de la razón
y la argumentación secundario y relativo, ya que no original y abso-
luto. En efecto, una vez establecidos los artículos y principios de la
religión, y eximidos de examen por la razón, se nos permite enton-
ces hacer deducciones e inferencias de ellos:·· y por analogía con
ellos, para nuestra mejor dirección. En la naturaleza esto no rige,
tanto porque los principios son susceptibles de examen por induc-
ción, aunque no a través de medio o por silogismos, como porque
esos principios o primeras tesis no son discordantes con la razón que
extrae y deduce las tesis inferiores. Sin embargo, no rige solamente
en la religión, sino en muchos conocimientos mayores y menores, a
saber, en aquellos en que no sólo hay posita sino también placita tHJ,
pues en esos no se puede aplicar la razón absoluta. Tenemos un
ejemplo familiar de ello en los juegos de ingenio, como el ajedrez
u otros semejantes: los movimientos y leyes básicas del juego son

indiscutibles, pero meramente ad placitum 1, y no examinables por
la razón; mas luego el dirigir sobre ellos nuestro juego en las mejo-
res condiciones para ganar, eso es cosa de lógica y razón. Así tam-
bién en las leyes humanas hay muchas bases y máximas que son
placita jwi~ 602 , concluyentes por autoridad y no por razón, y por lo
tanto indiscutibles; mas acerca de lo que sea más justo, no absoluta
sino relativamente y de conformidad con esas máximas, sobre eso
existe un amplio campo de discusión. Tal, pues, es esa razón subor-
dinada que tiene sitio en la teología, que está basada en los placets
de Dios.
6. Aquí, pues, señalo esta omisión, que a mi entender no han
sido lo bastante investigados y tratados los verdaderos límites y apli-
cación de la razón a las cosas espirituales, como una especie de dia-
léctica teológica; por no estar hecha la cual me parece ser habitual,
so pretexto de concebir rectamente lo revelado, rebuscar y revolver
en lo no revelado, y so pretexto de poner al descubierto inferencias
y contradicciones examinar lo indiscutible, cayendo los unos en el
error de Nicodemo, que pedía le fueran presentadas las cosas más
asequiblemente de lo que place a Dios revelarlas: Quomodo possit
homo nasci cum sit senex? 603 , y los otros en el error de los discípu-

m «Estando nosotros obligados al mismo tiempo a abrir y ensanchar nues-


tro entendimiento para recibirlas», se añade en la versión latina.
~ Supuestos; convenios.
601 Por convenio.
602 Convenios jurídicos.
603 ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? Jn. 3, 4.
El avance del saber 217

los, que se escandalizaban ante una aparente contradicción: Quid est


hoc quod dicit nobis? Modicum, et nom videbitis me; et iterum,
modificum, et videbitis me, etcétera 604 •
7. Si he insistido en esto, ha sido en atención a su grande y
santa utilidad: pues este punto, bien trabajado y esclarecido, sería a
mi juicio un tranquilizante que detendría y refrenaría no sólo la fri-
volidad de las especulaciones vanas que sufren las escuelas, sino
también la furia de las controversias que sufre la Iglesia. Pues por
fuerza se abrirían los ojos de los hombres, al ver que muchas con-
troversias tienen por objeto cosas no reveladas o no indiscutibles, y
que muchas otras brotan de inferencias o deducciones débiles y os-
curas; y estas últimas, si se resucitara el santo estilo del gran doctor
de los gentiles, se harían bajo el lema de Ego, non Dominus 605 , y de
Secundum consilium meum 606, con opiniones y consejos, no con
tesis y enfrentamientos. Pero ahora están los hombres más que dis-
puestos a usurpar el lema Non ego, sed Dominus (1.11, y no sólo a eso,
sino a remachado con truenos y amenazas de maldiciones y anate-
mas, para terror de aquellos que no han aprendido suficientemente
de Salomón que la maldici6n sin causa no llegaráª.
8. La teología tiene dos partes principales, a saber, el contenido
informado o revelado y la naturaleza de la información o revelación;
y por esta última comenzaremos, porque es la más congruente con
lo que acabamos de tratar. En la naturaleza de la información hay
tres ramas: los límites de la información, su suficiencia y su adquisi-
ción u obtención. A los límites de la información convienen estas
consideraciones: hasta qué punto las personas particulares siguen
siendo inspiradas; hasta qué punto es inspirada la Iglesia, y hasta
qué punto se puede emplear la razón, cuestión esta última que he
señalado como omitida. A la suficiencia de la información convienen
dos consideraciones: qué puntos de la religión son fundamentales, y
cuáles perfectibles, siendo materia de progresiva edificación y per-
feccionamiento sobre un mismo y único cimiento; y también qué
importancia tienen para la suficiencia de la fe las gradaciones de la
luz, según la revelación de cada época.
9. Nuevamente aquí puedo, más que señalar una omisión, dar
un consejo, y es que los puntos fundamentales deberían ser con pie-
dad y prudencia distinguidos de aquellos otros que sólo son de pro-

604 ¿Qué es esto que dice de «Dentro de poco ya no me veréis, y poco


después me volveréis a ver»? Jn. 16, 17.
(I05 Yo, no el Señor. 1 Cor. 7, 12.
606 A mi parecer.
fJ1I No yo, sino el Señor.
a Prov. 26, 2.
218 Francis Bacon

gresiva perfección, cuestión ésta tendente a un fin muy similar al de


aquella que antes mencioné: pues así como con ésa probablemente
disminuiría el número de controversias, así con ésta el ardor de
muchas de ellas. Vemos que Moisés, cuando vio luchando al israelita
y el egipcio, no dijo: ¿Por qué lucháis?, sino que desenvainó su es-
pada y dio muerte al egipcio; mas cuando vio luchando a los dos
israelitas, dijo: Sois hermanos, ¿por qué lucháis? ti» Si el punto de
doctrina es un egipcio, se le ha de dar muerte con la espada del Es-
píritu, y no reconciliarse con él; mas si es un israelita, aunque esté
errado, entonces: ¿Por qué lucháis? Vemos que, acerca de los puntos
fundamentales, nuestro Salvador cierra la alianza con estas palabras,
El que no está con nosotros, está contra nosotros 610 ; pero acerca de
los no fundamentales la limita con estas otras, El que no está contra
nosotros, está con nosotros 611 • Igualmente vemos que la túnica de
nuestro Salvador era de una pieza sin costura 612 , y así es la doctrina
de las Escrituras en sí misma; pero el vestido de la Iglesia era de
diversos colores 613 , y aun así indiviso. Vemos que la ahechadura
puede y debe ser separada del grano en la espiga, pero que la cizaña
no se puede arrancar del trigo en el campo; sería muy útil, pues,
definir con precisión cuáles son y hasta dónde llegan esos puntos
que excluyen a los hombres de la Iglesia de Dios.
10. En cuanto a la obtención de la información, estriba· en la
recta y sana interpretación de las Escrituras, que son los manantia-
les del agua de la vida. Las interpretaciones de las Escrituras son de
dos clases, sistemáticas o sueltas. Pues esta agua divina, que en tanto
aventaja a la del pozo de Jacob, es extraída de modo muy semejante
a como se suele sacar el agua natural de los pozos y fuentes: o bien
es primeramente conducida a una cisterna, y de allí tomada y dis-
tribuida para su uso, o bien es extraída y recogida en baldes y vasijas
allí mismo. donde brota. La primera de estas clases, aunque parezca
ser la más cómoda, empero es, a mi juicio, la que más se presta a
corrupción. Este es el método que nos ha mostrado la teologia esco-
lástica, con el cual la teología ha sido convertida en arte, como en
una cisterna, y de ahí sacados y deducidos los canales de doctrina o
tesis.
11. Con esto se han buscado tres cosas: una brevedad sumaria,
una fuerza compacta y una perfección completa; de las cuales las dos
primeras no se han encontrado, y la última no se debería buscar.
«» Ex. 2, 11-13.
610 Mt. 12, 30.
611 Le. 9, 50.
612 Jn. 19, 23.
613 Quizá Sal. 45, 14.
El avance del saber 219

Pues, por lo que respecta a la brevedad, vemos que en todos los


métodos sumarios, cuando se pretende abreviar se da pie a amplifi-
caciones. En efecto, la suma o abreviación por contracción se torna
oscura, la oscuridad requiere explicación, y de la explicación se origi-
nan grandes comentarios, o citas y apartados, que acaban siendo más
vastos que los escritos originales de donde primero se sacó la suma.
Así vemos que los volúmenes de los escolásticos son mucho mayores
que los primeros escritos de los Padres, de donde el Maestro de las
Sentencias 614 hizo su suma o compilación: De igual manera los volú-
menes de los modernos doctores del derecho civil sobrepasan a los
de los . jurisconsultos antiguos, de los cuales Triboniano compiló el
Digesto. De modo que este proceder por sumas y comentarios es lo
que torna ·el corpus de las ciencias más inmenso en cantidad, y más
pobre en contenido.
12. En cuanto a la fuerza, es verdad que los conocimientos sis-
tematizados tienen una apariencia de ella, en la medida en que cada
parte parece respaldar y sostener otra; pero esto es más ilusorio que
real, c:omo los edificios construidos por trabazón y unión, que están
más expuestos a ruina que aquellos otros que, aunque menos com-
pactos, son más robustos en sus diversas partes. Asimismo es eviden-
te que cuanto más nos alejemos de las bases, más débiles serán las
conclusiones; y así como en la naturaleza cuanto más nos apartamos
de los particulares mayor es el riesgo de error que corremos, con
tanta mayor razón en la teología, cuanto más nos distanciemos de las
Escrituras con inferencias y consecuencias, más débiles y precarias
serán nuestras tesis.
13. Y en cuanto a la perfección o totalidad, en teología no se
ha de buscar, y el hacerlo torna aún más sospechosa esta clase de
teología de artificio. Pues el que quiere convertir en arte un cono-
cimiento lo hace redondo y uniforme, pero en teología son muchas
las cosas que hay que dejar abruptamente y concluir con esto: O
altitudo sapientiae et scientiae Dei! quam incomprehensibilia sunt
;udicia e;us, et non investigabiles viae e;us! 615 • Así también dice el
apóstol, Ex parte scimu~ 616 ; y p~ra tener forma de totalidad donde
sólo hay materia para parte, es menester suplir con suposiciones y
presunciones. Concluyo, por lo tanto, qqe el recto uso de esas sumas
y sistemas tiene cabida en los textos de iniciación o introducciones
preparatorias al conocimiento; mas el tratar en ellos, o por deduc-

614 Pedro Lombardo.


615 jOh profundidad de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán in-
sondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Rom. 11, 33.
616 Sabemos en parte. 1 Cor. ll, 9.
220 Francis Bacon

ción de ellos, el cuerpo principal y la sustancia de un conocimiento


es en todas las ciencias perjudicial, y en la teología peligroso.
14. En cuanto a la interpretación suelta y dispersa de las Escri-
turas, se han propuesto e inventado diversas clases de la misma,
algunas más frívolas e inseguras que sobrias y autorizadas. Ahora
bien, hay que reconocer que las Escrituras, naciendo de la inspiración
y no de la razón humana, difieren de todos los demás libros en
cuanto a autor, de lo cual lógicamente se sigue que su explicador
debe obrar de modo un tanto distinto. En efecto, el que las dictó
sabía cuatro cosas que ningún hombre alcanza a saber, y que son
los misterios del reino de la gloria, la totalidad de las leyes de la
naturaleza, los secretos del corazón humano y la sucesión futura de
todos los tiempos. En cuanto a lo primero, está dicho: El que pu¡a
hacia la luz, será abrumado por la gloria; y también: Ningún hombre
que vea mi rostro vivirá 611 • De lo segundo: Cuando prepar6 los cie-
los yo estaba presente, cuando con ley y compás encerr6 ~l abis-
mo 618 • De lo tercero: Ni era necesario que nadie diera ante él testi-
monio del hombre, porque bien sabia él lo que en el hombre
había 619 • Y de lo último: Desde el principio son conocidas por el
Señor todas sus obras 620 •
15. De las dos primeras cosas citadas se han sacado ciertos
sentidos y explicaciones de las Escrituras, que habría que haber con-
tenido dentro de los límites de la sobriedad: unos anagógicos, y otros
filosóficos. Por lo que respecta a lo primero, no puede el hombre
anticiparse a los acontecimientos: Videmus nunc per speculfr'm in
aenigmate, tune autem facie ad faciem 621 ; palabras que, sin embargo,
parecen conceder licencia para al menos pulir ese cristal, o buscar
alguna explicación moderada del enigma. Mas el pujar hacia ello en
demasía no puede obrar otro efecto que la disolución y ruina del es-
píritu humano. Pues entre las cosas que el cuerpo ingiere se distin-
guen tres grados, alimento, medicina y veneno: de los cuales alimen-
to es aquello que la naturaleza humana puede enteramente alterar y
asimilar, medicina es aquello que en parte es transformado por la
naturaleza y en parte la transforma, y veneno es aquello que entera-
mente obra sobre la naturaleza, sin que ésta pueda en modo alguno
obrar sobre él. Así en la mente todo conocimiento sobre el cual no

Ex. 33, 20.


6 17
Prov. 8, 27.
618
Jn. 2, 25.
619
Hch. 15, 18.
620
Ahora vemos en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a
621
cara. l Cor. 13, 12.
El avance del saber 221

pueda la razón de ningún modo obrar y transformarlo es mera into-


xicación, y amenaza con disolver la mente y el entendimiento.
16. En cuanto a lo segundo 622, ha sido muy empleado en los
últimos tiempos por la escuela de Paracelso y algunas otras, que han
pretendido encontrar en las Escrituras la verdad de toda la filosofía
natural, calumniando y vilipendiando a todas las demás filosofías
como paganas y profanas. Pero no hay tal enemistad entre la palabra
de Dios y sus obras, ni honran quienes tal dicen a las Escrituras,
como ellos suponen, sino que mucho las degradan. Pues buscar el
cielo y la tierra en la palabra de Dios, de la cual se ha dicho: El cielo
y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará 623 , es buscar cosas
temporales entre las eternas; y así como buscar teología en la filo-
sofía es buscar lo vivo entre lo muerto, así el buscar filosofía en la
teología es buscar lo muerto entre lo vivo; ni las pilas o estanques
que tenían su sitio en la parte exterior del templo 624 hay que bus-
carlos en el lugar más santo de todos, donde reposa el Arca de la
Alianza. Además, la intención o propósito del Espíritu de Dios no
es expresar materia natural en las Escrituras, salvo de pasada y para
acomodar a la capacidad humana lo que se dice de materia moral o
divina. Y es norma cierta que Authoris aliud agentis parva authori-
tas 625 ; pues extraña conclusión sería, si, empleando uno para orna-
mento o ilustración un símil tomado de la naturaleza o de la historia
conforme a alguna idea popular, verbigracia de un basilisco, un uni-
cornio, un centauro, un Briareo, una hidra, etcétera, con ello hubiera
de pensarse que afirma positivamente la existencia de eso. Para con-
cluir, pues, diremos que estas dos interpretaciones, una por conver-
sión o enigmática, la otra filosófica o material, que han sido admiti-
das y cultivadas a ir.q.itación de los rabinos y cabalistas, hay que en-
cerrarlas dentro de los límites de un Noli altum sapere, sed time 626 •
17. En las otras dos cuestiones conocidas de Dios e ignoradas
por el hombre, relativas a los secretos del corazón y la sucesión de
los tiempos, se establece una diferencia justa y sensata entre la mane-
ra de explicar las Escrituras y todos los demás libros. Pues, acerca de
las respuestas de nuestro Salvador Jesucristo a muchas de las pre-
guntas que se le hacían, se ha observado con mucho acierto que son
impertinentes al estado de la cuestión planteada. La razón de esto
reside en que, no siendo como un hombre, que conoce los pensa-
mientos de los hombres por sus palabras, antes bien conociéndolos
622 La interpretación filosófica.
623 Mt. 24, .35.
6l4 1 Re. 7, .38.
625 Un autor tiene poca autoridad en aquello que no hace a su tema.
626 No te engrías, antes teme. Rom. 11, 20.
222 Francis Bacon

directamente, no respondía nunca a sus palabras, sino a sus pensa-


mientos 6II; de modo muy semejante a lo que acontece con las Escri-
turas, que, al estar escritas para los pensamientos de los hombres, y
para todas las sucesivas épocas, con previsión de todas las herejías,
oposiciones, diferentes estados de la Iglesia, y particularmente de los
elegidos, no han de ser interpretadas solamente según la latitud del
sentido propio del pasaje, y en relación con la ocasión inmediata en
que fueron pronunciadas las palabras, o con congruencia exacta o
según el contexto de las que las preceden o siguen, o atendiendo a
la intención principal del pasaje, sino que en sí mismas contienen,
no sólo en conjunto o colectivamente, sino distributivamente en sus
cláusulas y palabras, infinitos manantiales y arroyos de doctrina para
regar la Iglesia en todos los particulares. De suerte que, siendo el
sentido literal la corriente principal o río, por así decirlo, es sobre
todo el sentido moral, y a veces el alegórico o típico, el que encierra
mayor utilidad para la Iglesia. No es que yo recomiende que se sea
audaz en las alegorías, o indulgente o frívolo en las alusiones, sino
que mucho condeno esa interpretación de la Escritura que se limita
al modo en que se suele interpretar un libro profano.
18. En esta parte tocante a la interpretación de las Escrituras
no puedo señalar ninguna omisión, pero a modo de recordatorio aña-
diré esto: al hojear libros de teología, encuentro muchos de contro-
versia, y muchos de citas y tratados; una masa de teología positiva,
convertida en arte; numerosos sermones y lecciones, y muchos co-
mentarios prolijos sobre las Escrituras, con armonías y concordancias;
pero la forma de escrito teológico que a mi juicio es de todas la más
rica y preciosa es la teología positiva extraída de textos particulares
de las Escrituras, sin extenderla con lugares comunes, ni aplicarla a
controversias, ni convertirla en sistema según arte: cosa que abun-
da en los sermones, que pasan, pero falta en los libros, que perma-
necen, y en la cual sobresale nuestra época. Pues estoy convencido
-y puedo hablar de ello con un Absit invidia verbo 628, y sin de nin-
gún modo pretender menoscabo de la antigüedad, sino como en bue-.
na emulación de la vid y el olivo-- de que, si se hubieran recogido
a lo largo del tiempo las mejores y más selectas observaciones sobre
textos de las Escrituras que dispersas en sermones se han hecho en
esta isla de Bretaña de Vuestra Majestad durante los últimos cuaren-
ta años y más, dejando fuera las exhortaciones y aplicaciones acom-

6T1 En el De augmentis se añade: «Y también porque se dirigía no sólo


a los presentes, sino a los hombres de todas las épocas y lugares a los que se
predicase el Evangelio.»
628 Dicho sea sin presunción. Tito Livio, Décadas, IX, XIX.
El avance del saber 223

pañantes, el resultado sería la mejor obra de teología escrita desde


los tiempos de los apóstoles.
19. La materia informada por la teología es de dos clases: mate-
ria de creencia y verdad de opinión, y materia de culto y adoración,
que es asimismo determinada y regida por la primera, siendo aqué-
lla como el alma interna de la religión, y ésta como su cuerpo exter-
. no. Por eso la religión pagana no era sólo idolatría, sino que toda
ella era un ídolo en sí: pues no tenía alma, esto es, certeza de
creencia o credo, como bien se comprende si se piensa que los prin-
cipales doctores de su iglesia eran los poetas; y debíase esto a que
los dioses paganos no eran dioses celosos, sino que gustosamente se
avenían a compartir, y con razón. Ni atendían tampoco a la pureza
de corazón, contentándose con honores y ritos externos.
20. De las dos cosas citadas se originan y parten cuatro ramas
principales de la teología: la fe, la moral, la liturgia y el gobierno.
La fe contiene la doctrina de la naturaleza de Dios, de sus atributos
y de sus obras. La naturaleza de Dios consiste en tres personas uni-
das en la Deidad. Los atributos de Dios son, o bien comunes a la
Deidad, o bien propios de cada una de las personas. Las obras direc-
tas de Dios son dos, la Creación y la Redención, y ambas, así como
en su conjunto pertenecen a la unidad de la Deidad, así en sus partes
hacen referencia a las tres personas: la de la Creación, en cuanto a
la masa de la materia, al Padre; en cuanto a la disposición de 1a
forma, al Hijo, y en cuanto al mantenimiento y conservación del ser,
al Espíritu Santo. Y lo mismo en la Redención, que en cuanto a la
elección y decisión hace referencia al Padre; en cuanto al acto entero
y su consumación, al Hijo, y en cuanto a su aplicación, al Espíritu
Santo: pues por el Espíritu Santo fue concebido Cristo en la Carne,
y por el Espíritu Santo renacen en el espíritu los elegidos. Esta obra
la consideramos también, según su eficacia en los elegidos, o según
su negación en los réprobos, o según la apariencia en la Iglesia
visible.
21. En cuanto a la moral, su doctrina está contenida en la ley,
que revela el pecado. La ley misma se divide, según su procedencia,
en ley natural, ley moral y ley positiva, y según su modalidad en
negativa y afirmativa, prohibiciones y mandamientos. El pecado, por
su materia y contenido, se divide según los mandamientos. Por su
forma hace referencia a las tres personas de la Deidad: pecados de
flaqueza contra el Padre, cuyo atributo más propio es el poder; peca-
dos de ignorancia contra el Hijo, cuyo atributo es la sabiduría, y
pecados de malicia contra el Espíritu Santo, cuyo atributo es la
gracia o el amor. Por sus movimientos, tiende hacia la derecha o
hacia la izquierda, hacia la devoción ciega o hacia la transgresión pro-
224 Francis Bacon

fana y libertina: ya imponiendo restricción donde Dios deja libertad,


ya tomando libertad donde Dios impone restricción. Por sus grados
y avance, se divide en pecado de pensamiento, de palabra y de obra.
Y en esta parte me parece muy recomendable el exponer la ley de
Dios según casos de conciencia, que es como mostrar el pan de la
vida no entero, sino fragmentado. Con todo, lo que vivifica estas
doctrinas de la fe y la moral es la elevación y asentimiento del cora-
zón, a lo cual se orientan los libros de exhortación, las meditaciones
santas, la resolución cristiana, etcétera.
22. En cuanto a la liturgia o culto, consiste en los actos recí-
procos que hay entre Dios y el hombre: que por parte de Dios son
la predicación de la palabra y los sacramentos, que son sellos de la
alianza, o a modo de palabra visible; y por parte del hombre, la
invocación del nombre de Dios, y, bajo la Ley, los sacrificios, que
eran a modo de oraciones o confesiones visibles; mas siendo ahora
el culto fo spiritu et veritate 629 , restan sólo Vituli labiorum 630, si
bien los santos votos de agradecimiento y correspondencia se pueden
contar también como peticiones selladas.
23. Y por lo que respecta al gobierno de la Iglesia, consiste en
lo relativo a su patrimonio, sus privilegios, sus oficios y jurisdicciones,
y las leyes eclesiásticas que rigen el conjunto; todo lo cual puede ser
objeto de dos consideraciones, una de la cosa en sí y otra de su
compatibilidad y conformidad con el estado civil.
24. Estos asuntos de teología se tratan en forma de instruc-
ción de la verdad, o de confutación de la falsedad. Las desviaciones
de la religión, además de la excluyente, que es el ateísmo y sus
ramificaciones, son tres: herejías, idolatría y brujería; herejías, cuan-
do servimos al verdadero Dios con falsa adoración; idolatría, cuando
adoramos a dioses falsos, creyéndolos verdaderos, y brujería, cuando
adoramos a dioses falsos, sabiendo que son falsos y perversos. Pues
así Vuestra Majestad observa muy acertadamente, que la brujería es
la culminación de la idolatría. Empero vemos que, aun siendo ciertas
estas distinciones, Samuel nos enseña que son todas de igual natu-
raleza, cuando uno se aparta de la palabra de Dios: Quasi peccatum
ariolandi est repugnare, et quasi scelus idololatriae nolle acquies-
cere 621 •
25. He pasado por estas cosas con tanta brevedad porque no
puedo señalar ninguna deficiencia en lo tocante a ellas, no hallando
espacio o campo que en materia de teología yazga vacío y sin culti-
En espíritu y verdad. Jn. 4, 24.
629
Terneras de nuestros labios. Os. 14, 3.
630
631 Como pecado de hechicería es la rebeldía, y como crimen de idolatría
la contumacia. 1 Sam. 15, 23.
El avance del saber 225

var: tan diligentes han sido los hombres en la siembra de buena


semilla o de cizaña.

De este modo he compuesto, por así decirlo, una pequeña esfera


del mundo intelectual, con tanta veracidad y fidelidad como me ha
sido posible, señalando y describiendo aquellas de sus partes que me
parecen no estar continuamente ocupadas, o bien transformad.as por
el trabajo del hombre. En lo cual, si en algún punto me he apartado
de lo comúnmente establecido, ha sido con el propósito de pasar
in melius, no in aliud 632 : con intención de enmienda y progreso, no
de cambio y diferencia. No podría, en efecto, ser fiel y constante al
tema que trato, si no estuviera dispuesto a ir más allá que otros, y
al mismo tiempo igualmente dispuesto a que otros a su vez vayan
más allá que yo; lo cual bien puede apreciarse en el hecho de haber
expuesto mis opiniones desnudas y desarmadas, sin pretender ade-
lantarme con confutaciones a la libertad de los juicios ajenos. Pues
en todo lo que esté bien puesto, tengo la esperanza cierta de que, si
la primera lectura suscita una objeción, la segunda dará una respues-
ta:. Y en aquellas cosas en que haya errado, seguro estoy de no haber
prejuzgado la verdad con argumentos litigiosos, que sin duda tienen
el efecto y operación contrarios de añadir autoridad al error y des-
truir la autoridad de lo que está bien descubierto: pues para la
falsedad la cuestión es un honor y deferencia, como para la verdad
es una repulsa. Con todo, los errores los reclamo y me los arrogo
como míos. Lo bueno, si lo hubiere, es tributo debido T anquam
adeps sacrificii 633 , para ser consumida en honor, primeramente de la
Divina Majestad, y después de Vuestra Majestad, que es en la tierra
aquel a quien estoy más obligado. ·

632 A mejor; a cosa distinta.


633 Como grasa del sacrificio. Is. 43, 24.
ESQUEMA DE LA OBRA

Libro primero

l : Dedica to ria a Jacobo l. 2: Elogio de Jacobo l. 3: Plan y objeto de la obra.


I.1-3: Refutación de los ataques al saber fundados en argumentos teológicos.
Il.1-9: Refutación de los ataques al saber fundados en argumentos políticos.
III.1-10: Refutación de los ataques al saber fundados en la vida y costumbres
de los doctos.
IV.l-V.12: Errores de los doctos en sus estudios.
VI.l-16: Demostración de la dignidad del saber con argumentos teológicos.
VIl.1-9: El valor del saber en los asuntos civiles y políticos. 10-30: Ejemplos de
Alejandro. Julio César y Jenofonte.
VIIU-6: El valor del saber en la moral privada. 7: Conclusión del libro primero.

Libro segundo

1-15: Empresas y acciones con que se fomenta el avance del saber: instituciones,
libros, retribución de los profesores e investigadores.
1.1: División del saber humano en historia, poesía y filosofía. División del saber
divino en historia de la Iglesia, parábolas y doctrina. 2: Historia natural,
civil, eclesiástica y literaria. 3-5: Historia de la naturaleza: las creaturas, las
maravillas, las artt·s. 6: Importancia de la historia de las artes.
11.1-3: La historia civil: memoriales, historias completas y antigüedades. 4: Epí-
tomes. 5-10: Hi~torias completas: crónicas, vidas, narraciones. 11: Anales y
diarios. 12: Historias sueltas de acciones. 13-14: Historia de la cosmografía.
111.l: Historia de la Iglesia. 2: Historia de las profecías. 3: Historia de la pro-
videncia. 4: Apéndices de la his•oria: oraciones, cartas, sentencias. 5: Con-
clusión.
226
El avance del saber 227

IV.1: La poesía como historia fingida. 2: Su utilidad. 3: Poesía narrativa, poesía


representativa y poesía alusiva o parabólica. 4: La poesía parabólica. 5: Con-
clusión.
V.1: División del conocimiento humano en teología y filosofía. 2-3: División de
la filosofía en divina, natural y humana. Philosophia prima.
VI.1-2: La filosofía divina.
VII.1: La filosofía n'lltural. 2-7: Física y metafísica. El estudio de las causas.
V:III.1-2: La matemática. 3: La prudencia natural o parte operativa de la filo-
sofía natural. La magia natural. Historia de los descubrimientos. Experimen-
tos. 4-6: Conclusión. Modos de comunicación de la filosofía natural.
IX.1: El conocimiento del hombre. 2: Relaciones entre el cuerpo y el espíritu.
La fisiognómica y la interpretación de los sueños. 3: Efectos de los humores
sobre el espíritu y de las pasiones sobre el cuerpo.
X.1: El conocimiento del cuerpo humano. 2-10: La medicina. 11: La cosmética.
12: La atlética. 13: Las artes del placer sensual.
XI.1: El conocimiento del espíritu humano. 2: La adivinación. 3: La fascinación.
XII.1-2: El conocimiento de las facultades de la mente, racional y moral. 3: Di-
visión de las artes intelectuales.
XIII.1-5: Invención de artes y ciencias; la inducción. 6-10: Invención de dis-
cursos o argumentos.
XIV.1-8: Las artes del juicio. 9-11: Las falsas apariencias. 12: Distintas clases
de pruebas.
XV.1: La conservación del conocimiento. 2-3: El arte de la memoria.
XVI.1: La comunicación del conocimiento. 2-7: El habla y la escritura. Los
signos. La gramática. Las cifras.
XVII.1-14: El método de la comunicación.
XVIIl.1-9: La retórica.
XIX.1: La crítica. 2: La pedagogía. 3: Conclusión.
XX.1-3: El conocimiento moral. 4-12: El bien.
XXl.1-5: El bien privado. 6-11: El bien público. El deber.
XXIl.1-3: La moral práctica. 4: Caracteres y temperamentos. 5: Estados y cir-
cunstancias. 6: Los afectos. 7-15: La costumbre y la educación. 16-17: Con-
clusióñ.
XXIIl.1-2: El conocimiento civil. 3: La conversación. 4-9: La negociación. 10-46:
El cultivo de la propia fortuna. 47-50: El gobierno. 50: Conclusión.
XXIV.1: Comentario del.autor sobre su libro.
XXV.1-25: La teología. Conclusión de la obra.

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