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Vacuna contra la polio: cómo dos

investigadores judíos cambiaron el


mundo
22/3/2020 | por Yvette Alt Miller

Cuando se difundió el virus, el pánico arrasó el país. Las escuelas cerraron y las
ciudades guardaron cuarentena. No era la ansiedad por el COVID-19, sino otro
flagelo que asoló a una generación previa: la polio.

Antes de mediados de 1950, cada verano había casos de polio en todo el


mundo. Más de 50.000 norteamericanos se infectaban cada año. En 1952 sólo
en los Estados Unidos murieron a causa de la polio 3.000 personas. La
enfermedad (poliomielitis) causa una infección en el sistema nervioso central
que provoca debilidad muscular y parálisis. Particularmente estaban en riesgo
los niños: cada año miles quedaban gravemente discapacitados y la enfermedad
mataba entre el 2 y el 10% de las personas que la contraían.

El 7 de setiembre de 1937, un artículo del Milwaukee Sentinel ilustró el pánico


que sentían muchos padres al tratar de mantener a sus hijos a salvo. “Ayer se
promulgó un edicto que prohíbe que los niños menores de 7 años asistan a la
escuela y a otros lugares públicos”, anunciaba el artículo, y señalaba la
“posibilidad de posponer la apertura de todos los grados si la situación se
vuelve más alarmante…”. Una autoridad de salud pública aconsejaba a los
padres mantener a los niños “en sus propios patios”, solos, y no asistir a fiestas,
picnics ni playas.

Cuando las familias en todo el mundo reclamaban que se investigara esta


enfermedad mortal, dos jóvenes médicos judíos lograron una serie de
sorprendentes avances y finalmente encontraron la cura para la polio. Los
doctores Jonas Salk y Albert Sabin salvaron miles de vidas y protegieron a un
número desconocido de niños de sufrir parálisis y otras complicaciones de
salud. Las vacunas para la polio que ellos desarrollaron cambiaron la sociedad
y pusieron fin al terror de la polio bajo el cual vivieron nuestros padres y
abuelos.

Las primeras investigaciones de Albert Sabin


Albert Sabin nació en 1906 en Bialistok, Polonia. Como todos los judíos, la
familia Sabin enfrentó un intenso antisemitismo. La amenaza de violencia
nunca estaba demasiado lejos. En 1921, cuando Albert tenía quince años, sus
padres Tillie y Jacob ahorraron suficiente dinero para llevar a la familia a
Paterson, New Jersey, donde tenían parientes. Albert no sabía inglés, así que
cuando llegaron sus primos le enseñaron el idioma. Albert era un estudiante
brillante y en seis semanas ya tenía suficiente idioma como para entrar a la
escuela secundaria en Paterson, donde se destacó.
Uno de los tíos de Albert era dentista y prometió pagar los estudios
universitarios de Albert si él también estudiaba odontología. Albert se inscribió
en la Universidad de Nueva York, una de las pocas universidades de los
Estados Unidos que en ese momento no tenía cupos para los estudiantes judíos.
Él amaba la medicina y la ciencia, pero comprendió que la odontología no era
para él. En cambio, logró conseguir trabajos ocasionales y obtuvo las becas
necesarias para financiar por sí mismo sus estudios de medicina, donde se
dedicó a la investigación médica y virológica.

Se graduó de la escuela de medicina en la Universidad de Nueva York en 1931.


Ese mismo año la ciudad entró en pánico por un gran brote de polio. Sabin
decidió dedicarse a investigar sobre la polio. Él se preparó como patólogo y
estudió en Londres y Nueva York antes de mudarse a Cincinnati en 1939,
donde trabajó en la Fundación de Investigación del Hospital de Niños de la
Universidad de Cincinnati, investigando los virus.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, el Dr. Sabin se convirtió en


Teniente Coronel del Cuerpo Médico, donde estudió los virus que afectaban a
las tropas norteamericanas en todo el mundo y logró sorprendentes avances.
Uno de sus primeros temas de estudio fue sobre la “fiebre de la mosca de la
arena” que atacaba a las tropas norteamericanas en el Norte de África. El Dr.
Sabin demostró que la enfermedad la transmitían los mosquitos y que usar
repelente contra mosquitos podía ayudar a minimizar la enfermedad.

En la época de la guerra, el Dr. Sabin


también condujo investigaciones vitales
sobre el dengue, la toxoplasmosis y la
encefalitis, enfermedades que afectaban
a las tropas norteamericanas. Una
vacuna que él ayudó a desarrollar
contra la encefalitis fue administrada a
70.000 soldados norteamericanos que se
preparaban para una posible invasión a
Japón.

Dr. Jonas Salk


Jonas Salk nació en 1914 en el Bronx, Nueva York, en una familia judía pobre
con cuatro hijos. El padre de Jonas, Daniel Salk, trabajaba en la industria de la
confección y su madre, Doris, alentó a Jonas a hacer “algo extraordinario” con
su vida.

”El Dr. Salk es miembro Desde que era muy joven Jonas
supo que deseaba cambiar el
de la raza judía, pero mundo a través de la
creo que tiene una investigación médica. Él estudió
maravillosa capacidad en el City College en Nueva
York y después, como Sabin,
para llevarse bien con la asistió a la escuela de medicina
gente”. de la Universidad de Nueva
York. En los años 30, sin importar cuán brillante era su mente, el hecho de ser
judío era una barrera para su éxito en el campo de la medicina. Cuando aplicó
para una beca realizando investigaciones médicas, le pidió una recomendación
a su mentor, el Dr. Thomas Francis, un famoso investigador de enfermedades
infecciosas. Su recomendación del Dr. Salk resalta el antisemitismo que había
en la época: ”El Dr. Salk es miembro de la raza judía, pero creo que tiene una
maravillosa capacidad para llevarse bien con la gente”.
La familia Salk

Junto con el Dr. Francis, Salk desarrolló un trabajo innovador que


eventualmente desembocó en una vacuna contra la gripe. Su investigación fue
considerada como un esfuerzo patriótico y una ayuda vital para la Segunda
Guerra Mundial. Posteriormente el Dr. Salk se unió a la Universidad de
Pittsburg y allí se convirtió en Director de la Investigación Viral. A finales de
1940 y comienzos de 1950, al igual que los investigadores de todo el mundo,
dedicó su atención a una de las mayores crisis de salud pública: la polio.

La carrera por una vacuna contra la polio


Albert Sabin descubrió algo sorprendente: la polio era causada por un virus que
vivía y se desarrollaba en el intestino delgado de las personas infectadas. Él y
otros investigadores entendieron que una vacuna tenía que ser capaz de evitar
que el virus entrara a la corriente sanguínea, evitando que colonizara y se
dispersara en el intestino del paciente.

Se habían probado algunas vacunas contra la polio, pero trágicamente


resultaron en la muerte, infección y parálisis de las personas que las probaron.
A comienzos de 1950 se incrementaron los casos de polio y el público
demandaba más investigaciones para encontrar un tratamiento para esta terrible
enfermedad. Así comenzó la carrera para desarrollar una vacuna efectiva contra
la polio.

Jonas Salk formaba parte de un prestigioso equipo que estudiaba todos los
casos de polio de los Estados Unidos. Rápidamente entendió que cualquier
vacuna efectiva tenía que contener cepas de tres variaciones distintas de polio.
Aunque él era uno de los investigadores más jóvenes que trabajaban buscando
la vacuna, el Dr. Salk no dejó que nada lo detuviera. Su confianza en sí mismo
a veces alienaba a otras personas, pero él confiaba que su equipo iba por el
camino correcto. Salk se inspiró en las investigaciones recientes respecto a
crear vacunas bajo condiciones de laboratorio en tejidos animales, y cultivó
células del virus de la polio en células de riñón de monos. Luego mató a esas
células virales usando formaldehído. El objetivo del Dr. Salk era desarrollar
una vacuna utilizando esas células de polio muertas.

Esto chocó contra la sabiduría convencional de la época respecto a que una


vacuna que usara células de polio vivas sería superior. Ese era el camino que
seguía Albert Sabin: crear una vacuna a partir de células vivas. Su vacuna tenía
la ventaja de usar células de polio manipuladas: dado que esas no eran las
mismas células que causaban la enfermedad en los seres humanos, pensaban
que la vacuna de virus “vivo” de Sabin sería más segura. También tenía la
ventaja de administrarse de forma oral en vez de tener que inyectarla como en
el caso de la vacuna de virus “muerto”. La rivalidad profesional de Salk y
Sabin se transformó también en una rivalidad personal. Cada uno sentía que su
propia vacuna potencial era superior y menospreciaba la de su rival.

En 1954, Jonas Salk dio un paso dramático. Su vacuna de células “muertas”


había sido probada en animales, pero los oficiales de salud dudaban de ponerla
a prueba con seres humanos. El Dr. Salk se inyectó su vacuna a sí mismo y
también a su esposa y a sus hijos. Ellos fueron los primeros humanos que
fueron vacunados contra la polio usando el invento de Salk. Cuando no
sufrieron ningún efecto secundario, el mundo clamó por su vacuna.

En 1954, la organización de caridad para la polio March of Dimes organizó una


prueba a gran escala con niños entre seis y nueve años. Participaron más de un
millón de niños. Los padres corrieron para que sus hijos fueran considerados
para la prueba. La prueba recibió gran cobertura de los medios de
comunicación, lo cual alejó a muchos científicos y médicos del Dr. Salk,
porque pensaron que buscaba llamar la atención. De todos modos, la
posibilidad de encontrar una vacuna para la polio electrificó a la nación. La
mitad de los niños que participaron en la prueba recibieron la vacuna de Salk y
la otra mitad recibió placebo. Al final de la prueba anunciaron que la vacuna
del Dr. Salk fue un éxito. Había encontrado una forma de prevenir la polio.

El Dr. Thomas Francis, quien había supervisado las pruebas de Salk, convocó
una gran conferencia de prensa en la Universidad de Michigan el 12 de abril de
1955. Más de 50.000 médicos observaron la transmisión en proyecciones
especiales. Millones de personas escucharon la conferencia por radio. Allí
anunciaron que la vacuna del Dr. Salk era “segura y efectiva”. La gente lo
celebró en todo el país. Hicieron repicar las campanas de las iglesias. La gente
se abrazaba y lloraba. Las compañías farmacéuticas comenzaron a producir
millones de dosis de la vacuna de Salk.

Continúan las investigaciones sobre la polio


Aunque la vacuna del Dr. Salk fue ampliamente aceptada, el Dr. Sabin continuó
investigando sobre su vacuna “viva”. Él condujo grandes pruebas fuera de los
Estados Unidos, para que no fueran incluidas en el estudio personas que ya
habían recibido la vacuna de Salk y que eso no alterara los resultados. Muchas
de las pruebas del Dr. Sabin tuvieron lugar en Europa oriental y en países
comunistas, donde corroboraron que también esta vacuna era efectiva para
prevenir la polio.

Jonas Salk con su familia

La vacuna del Dr. Sabin tenía varias ventajas sobre la del Dr. Salk. La vacuna
de Salk debía inyectarse y requería dosis periódicas de refuerzo. La vacuna de
Sabin se administraba de forma oral y no precisaba dosis posteriores. Además,
parecía que la vacuna de Sabin actuaba de la forma que lo hace un virus regular
y proveía protección incluso a quienes nunca habían recibido una vacuna. A
mediados de los años 60 la vacuna del Dr. Sabin se convirtió en la vacuna
preferida en los Estados Unidos.
Otros emprendimientos
Después de abolir la polio, las vidas de Salk y de Sabin divergieron por
completo. Jonas Salk se mudó a California y aparentemente fue a la deriva
tanto profesional como personalmente. Aunque condujo algunas
investigaciones sobre el SIDA en los años 80, nunca volvió a acercarse al éxito
que logró con su vacuna para la polio. Uno de sus mayores proyectos después
de desarrollar la vacuna fue establecer el Instituto Salk de Ciencias Biológicas
en San Diego, que unió a científicos e importantes contribuidores de otros
campos para trabajar en pos de objetivos que podían beneficiar a la raza
humana.

Más tarde, Albert Sabin condujo investigaciones sobre el cáncer. Él se


convirtió en presidente del Instituto Weizman de Ciencia en Israel en 1970,
aunque por razones de salud debió dejar su cargo dos años más tarde. Albert
Sabin falleció en 1993 a los 86 años y Jonas Salk falleció en 1995 a los 80
años. Cuando ellos murieron, la polio era una enfermedad del pasado, relegada
a los libros de historia gracias a su incansable investigación.

Un legado de servicio
Ni Jonas Salk ni Albert Sabin patentaron sus vacunas, a pesar de que de
haberlo hecho se hubieran vuelto increíblemente millonarios. El 12 de abril de
1955, el Dr. Salk apareció en televisión y el periodista Edward R. Murrow le
preguntó quién era dueño de la patente de la vacuna de polio que él había
inventado. Salk respondió: “Bueno, yo diría que el pueblo. No hay una patente.
¿Acaso se puede patentar el sol?”. Al no obtener ganancias de sus vacunas,
tanto el Dr. Salk como el Dr. Sabin ayudaron a que las vacunas no fueran caras
y estuvieran a disposición de todo el mundo.

La generosidad y el ingenio de estos dos médicos inspiraron a toda una


generación. En 1983, el Dr. Sabin fue diagnosticado con parálisis ascendente.
Irónicamente, el hombre que había hecho tanto para salvar a otros de la
parálisis sufrió parálisis durante dos años. Después de su diagnóstico, el
Chicago Tribune escribió sobre su situación y publicó la dirección de su casa,
sugiriendo que el público le escribiera transmitiendo sus buenos deseos y
agradeciéndole por toda su obra.

Más de 100.000 personas escribieron al Dr. Sabin. Los niños de la escuela local
lo ayudaron a contar las cartas y responderlas. La esposa del Dr. Sabin explicó:
“Cuando yo le leía las cartas, lloraba… Todos le agradecían… Cuando le leía
esas cartas, apenas podía seguir adelante”. El Dr. Sabin le dijo al periódico:
“No puedo explicarles lo que siento (con las cartas). Me hace sentir que lo que
hice valió la pena. Uno siempre duda si lo que hizo con su vida realmente fue
valioso… La gente lo olvida. Pero estas cartas… Mientras viva, estas cartas me
transmitirán una sensación de calidez”.

Estos dos investigadores cambiaron el mundo y merecen ser recordados.

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