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Historiografía

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Alegoría de la escritura de la historia de Jacob de Wit (1754). Una verdad casi
desnuda mantiene un ojo en el escritor de la historia. Atenea (sabiduría) a la
izquierda da consejos.

El término historiografía proviene de historiógrafo, y este del griego


ἱστοριογράφος historiográphos, de ἱστορία historía 'historia' y -γράφος gráphos, de
la raíz de γράφειν gráphein 'escribir'; que significa el que escribe (o describe)
la historia.12

La historiografía es el arte de escribirla,3 pero también es la ciencia que se


encarga de estudiar la historia.4 El énfasis en su condición de "arte" (τέχνη
tékhnē) o "ciencia" (ἐπιστήμη epistḗmē) es uno de los objetos de debate
metodológico más importante entre los historiadores, con abundante participación de
intelectuales que han reflexionado sobre ello, dada su posición central en la
cultura.5 Para una parte de ellos, ni siquiera puede hablarse de "historia" en
singular, puesto que la condición de relato de sus productos los convierte en
"historias" en plural.6 Para la mayor parte de los historiadores contemporáneos, en
cambio, es irrenunciable7 la condición científica de la historia, o al menos la
aspiración a tal condición ("ciencia en construcción"8), e incluso está muy
extendida la visión que no percibe ambos rasgos (ciencia y arte) como estrictamente
incompatibles sino como complementarios.9

Las diferentes disciplinas que sirven para el estudio historiográfico se agrupan


con el nombre de «ciencias y técnicas historiográficas» (paleografía -que incluiría
la epigrafía y papirología-, documentación o ciencias documentales, sigilografía,
diplomática, codicología, numismática, etc.).10

Al especialista en historiografía se le denomina historiógrafo11 o historiador.12


Índice

1 Historiografía como meta-historia


2 Fuentes historiográficas y su tratamiento
3 Historiografía como producción historiográfica
4 Historiografía y perspectiva: el objeto de la historia
4.1 Sesgos temporales
4.2 Sesgos metodológicos: las fuentes no escritas
4.3 Sesgos espaciales
4.4 Sesgos temáticos
4.4.1 Ciencias auxiliares o afines de la historia
4.4.2 Géneros historiográficos
4.5 Corrientes historiográficas: el sujeto de la historia
4.5.1 Agrupaciones de historiadores
5 Historiografía como ciencia
6 Historia de la historia
6.1 Antigua Grecia
6.2 Antigua Roma
6.3 Edad Media
6.4 Edad Moderna
6.5 Historiografía española medieval y moderna
6.5.1 Las crónicas
6.5.2 Siglo XVI
6.5.3 Siglo XVII
6.5.4 Otros géneros historiográficos
6.5.5 Al-Andalus
6.5.6 Los cronistas de Indias
6.6 Ilustración
6.7 Siglo XIX: la historia, ciencia erudita
6.8 Siglo XX
6.8.1 La historia, entre el positivismo y el ensayismo
6.8.2 La Escuela de Annales
6.8.2.1 Alternativas a Annales
6.8.2.2 Tercera generación de Annales: "nueva historia" o "nueva
historia cultural"
6.8.3 La historiografía francesa repiensa su Revolución
6.8.3.1 Un subgénero: las conmemoraciones
6.8.4 Historiografía anglosajona
6.8.5 Historiografía italiana
6.8.6 Historiografía alemana
6.8.7 Los hispanistas
6.8.8 Historiografía española contemporánea
6.9 Historia excéntrica. Falsear la historia
7 Véase también
8 Referencias
9 Bibliografía
10 Enlaces externos

Historiografía como meta-historia


Véanse también: Metodología, Historiología y Ciencias históricas.

Si la historia es una ciencia cuyo objeto de estudio es el pasado de la humanidad,


cuestión en que la mayoría pero no todos los historiadores concuerdan, se tiene que
someter al método científico, que aunque no pueda ser aplicado en todos los
extremos de las ciencias experimentales, sí puede hacerlo a un nivel equiparable a
las llamadas ciencias sociales.

Un tercer concepto confluyente a la hora de definir la historia como fuente de


conocimiento es la «teoría de la historia», que puede llamarse también
«historiología» (término acuñado por José Ortega y Gasset).13 Su papel es estudiar
«la estructura, leyes y condiciones de la realidad histórica»,14 mientras que la
«historiografía» es, a la vez: el relato mismo de la historia, el arte de
escribirla, y el estudio científico de sus fuentes, productos y autores.15

Es imposible acabar con la polisemia y la superposición de estos tres términos,


pero simplificando al máximo se puede definir:

la historia como los hechos del pasado,


la historiografía como la ciencia de la historia,
la historiología como su epistemología.

La filosofía de la historia es la rama de la filosofía que concierne al significado


de la historia humana, si es que lo tiene. Especula un posible fin teleológico de
su desarrollo, o sea, se pregunta si hay un diseño, propósito, principio director o
finalidad en el proceso de la historia humana. No debe confundirse con los tres
conceptos anteriores, de los que se separa claramente. Si su objeto es la verdad o
el deber ser, si la historia es cíclica o lineal, o existe la idea de progreso en
ella, son materias ajenas a la historia y la historiografía propiamente dichas, que
trata esta disciplina. Un enfoque intelectual que tampoco contribuye mucho a
entender la ciencia histórica como tal es la subordinación del punto de vista
filosófico a la historicidad, considerando toda la realidad como el producto de un
devenir histórico: ese sería el lugar del historicismo, corriente filosófica que
puede extenderse a otras ciencias, como la geografía.

Una vez despejada la cuestión meramente nominal, queda para la historiografía por
tanto el análisis de la historia escrita, las descripciones del pasado;
específicamente de los enfoques en la narración, interpretaciones, visiones de
mundo, uso de las evidencias o documentación y métodos de presentación por los
historiadores; y también el estudio de estos mismos, a la vez sujetos y objetos de
la ciencia.

La historiografía, más llanamente, es la manera en que la historia se ha escrito.


En un amplio sentido, la historiografía se refiere a la metodología y a las
prácticas de la escritura de la historia. En un sentido más específico, se refiere
a escribir sobre la historia en sí.
Fuentes historiográficas y su tratamiento
Artículos principales: Fuente documental y Método histórico.

Para investigar e interpretar las sociedades, los historiadores recurren a fuentes


históricas, es decir, a testimonios escritos o materiales, que permiten reconstruir
los acontecimientos históricos.16

Es importante distinguir la materia prima del trabajo de los historiadores (fuente


primaria) de los productos semielaborados o terminados (fuente secundaria e incluso
fuente terciaria). Una fuente primaria procede directamente de la época que se está
investigando, o lo que es lo mismo, tienen que haber sido producidos paralela y
contemporáneamente a los hechos.16 Son los testimonios de primera mano, es decir,
las leyes, los tratados, las memorias, etc. Una fuente secundaria se ha elaborado
con posterioridad al periodo estudiado. Fuentes secundarias son libros, artículos,
mapas, etc., que reelaboran información obtenida con fuentes primarias.16

Igualmente es importante denotar la diferencia entre fuente y documento y el


estudio de las fuentes documentales: su clasificación, prelación y tipología
(escritas, orales, arqueológicas); su tratamiento (reunión, crítica, contraste), y
el mantener el respeto debido a las fuentes, fundamentalmente con su cita fiel. La
originalidad del trabajo de los historiadores es un asunto delicado.
Historiografía como producción historiográfica
Archivo de Indias, delante de la catedral de Sevilla
Enterramiento de la cultura nazca

Historiografía es equivalente a cada parte de la producción historiográfica, o sea:


al conjunto de escritos de los historiadores acerca de un tema o período histórico
concreto. Por ejemplo, la frase «es muy escasa la historiografía sobre la vida
cotidiana en el Japón en la era Meiji» quiere decir que hay pocos libros escritos
sobre tal cuestión porque hasta el momento no ha recibido atención por parte de los
historiadores, no porque su objeto de estudio sea poco relevante o porque haya
pocas fuentes documentales que proporcionen documentación histórica para hacerlo.17

También se utiliza el vocablo historiografía para hablar del conjunto de


historiadores de una nación, por ejemplo, en frases semejantes a esta: «La
historiografía española abrió sus brazos y sus archivos desde los años 1930 a los
hispanistas franceses y anglosajones, que renovaron su metodología».

Es necesario diferenciar los dos términos usados más arriba: «producción


historiográfica» y «documentación histórica», aunque en muchos casos coincida que
los historiadores utilizan como documentación histórica precisamente la producción
historiográfica anterior.

Por ejemplo: además de un conjunto de documentos archivísticos de la Casa de


Contratación de Sevilla que se produjeron quizá solo para llevar una
contabilidad;18 o de algún material arqueológico que se halle en una excavación en
Perú, y que se depositó sin intención de que nadie lo encontrara; un historiador
americanista tendrá que utilizar la Brevísima relación de la destrucción de las
Indias, que fue escrita por Bartolomé de las Casas con un afán histórico indudable,
además de con un propósito de la defensa de un interés o su propio punto de
vista.19 Con eso último vemos otra insalvable característica de la historia que la
peculiariza como ciencia: ningún historiador, por muy objetivo que pretenda ser, es
ajeno a sus propios intereses, ideología o mentalidad ni puede sustraerse a su
punto de vista particular. Como mucho puede intentar la intersubjetividad, es
decir, tener en cuenta la existencia múltiples puntos de vista. Para el caso que
nos sirve de ejemplo, contrastar las fuentes de Bartolomé de las Casas con las
demás voces que se oyeron en la Junta de Valladolid, entre las que destacó la de su
rival Juan Ginés de Sepúlveda, o incluso con la llamada «visión de los vencidos»,20
que raramente se conserva, pero a veces sí, como ocurre con la Nueva Crónica y Buen
Gobierno del inca Guaman Poma de Ayala21

La reflexión sobre la posibilidad o imposibilidad de un enfoque objetivo lleva a la


necesidad de superar la oposición entre objetividad (la de una inexistente ciencia
"pura" que no se contamine con el científico) y subjetividad (implicada en los
intereses, ideología y limitaciones de éste) con el concepto de intersubjetividad,
que obliga a considerar la tarea del historiador, como la de cualquier científico,
como un producto social, inseparable del resto de la cultura humana, en diálogo con
los demás historiadores y con la sociedad entera.
Historiografía y perspectiva: el objeto de la historia

La historia no tiene más remedio que seguir la tendencia a la especialización que


tiene cualquier disciplina científica. El conocimiento de toda la realidad es
epistemológicamente imposible, aunque el esfuerzo de un conocimiento transversal,
humanístico, de todas las partes de la historia, es exigible a quien verdaderamente
quiera tener una visión correcta del pasado.

Así pues la historia debe segmentarse no solo porque el punto de vista del
historiador esté contaminado de subjetividad e ideología, como habíamos visto, sino
porque necesariamente debe optar por un punto de vista, al igual que un científico,
si quiere observar su objeto, debe optar por utilizar un telescopio o un
microscopio (o, de forma menos grosera, qué tipo de lente va a aplicar). Con el
punto de vista se determina la selección de la parte de la realidad histórica que
se toma como objeto, y que sin duda dará tanta información sobre el objeto
estudiado como sobre las motivaciones del historiador que estudia. Esa visión
sesgada puede ser inconsciente o consciente, asumida con más o menos cinismo por el
historiador, y es distinta para cada época, para cada nacionalidad, religión, clase
o ámbito en el que el historiador quiera situarse.

La inevitable pérdida que supone la segmentación, se compensa con la confianza en


que otros historiadores harán otras selecciones, siempre sesgadas, que deben
complementarse. La pretensión de conseguir una perspectiva holística, como pretende
la historia total o la historia de las Civilizaciones, no sustituye la necesidad de
todas y cada una de las perspectivas parciales como las que se tratan a
continuación:
Sesgos temporales
Artículos principales: Cronología, Arcontología, Tiempo histórico, Tiempo geológico
y Periodización.

Los sesgos temporales van desde las periodizaciones clásicas Prehistoria, Edad
Antigua, Edad Media, Edad Moderna o Edad Contemporánea, hasta las historias por
siglos, reinados, etc. La periodización clásica (ver su justificación en «División
del tiempo histórico») es discutible tanto por la necesidad de periodos de
transición y solapamientos, como por no representar periodos coincidentes para
todos los países del mundo (por lo que ha sido acusada de eurocéntrica).
El punto de vista eurocéntrico: ¿nos perturba un mapa «boca abajo»?

Los anales fueron uno de los orígenes de la fijación de la memoria de los hechos
históricos en muchas culturas (véase en su artículo y más abajo en Historiografía
de Roma). Las crónicas (que ya en su nombre indican la intención del sesgo
temporal) son usadas como reflejo de los acontecimientos notables de un periodo,
habitualmente un reinado (véase en su artículo y más abajo en Historiografía de la
Edad Media e Historiografía española medieval y moderna). La arcontología sería la
limitación del registro histórico a la lista de nombres que ocupaban determinados
cargos de importancia ordenados cronológicamente. De hecho, la misma cronología,
disciplina auxiliar de la historia, nace en muchas civilizaciones asociada al
cómputo del tiempo pasado que se fija en la memoria escrita por los nombres de los
magistrados, como ocurría en Roma, donde era más corriente citar un año por ser el
de los cónsules tal y cual. En el Antiguo Egipto, la datación del tiempo se hizo
por años (Piedra de Palermo), años, meses y días de reinado del faraón (Canon Real
de Turín), o dinastías (Manetón). Es muy significativo que en las culturas no
históricas, que no fijan mediante la escritura la memoria de su pasado, es muy
frecuente no plantearse la duración concreta del tiempo pasado más allá de unos
pocos años, que pueden ser incluso menos que los que dura una vida humana.22 Todo
lo que ocurre fuera de ello sería «hace mucho tiempo», o en «tiempo de los
antepasados», que pasa a ser un tiempo mítico, ahistórico.23

El tratamiento cronológico es el más usado por la mayor parte de los historiadores,


pues es el que corresponde a la narración convencional, y el que permite enlazar
las causas pasadas con los efectos en el presente o futuro. No obstante, se emplea
de distinta manera: por ejemplo, el historiador siempre tiene que optar por un
tratamiento sincrónico o diacrónico de su estudio de los hechos, aunque muchas
veces hacen sucesivamente uno y otro.

El tratamiento diacrónico estudia la evolución temporal de un hecho, por


ejemplo: estudiaría la formación de la clase obrera en Inglaterra a lo largo de los
siglos XVIII y XIX)
El tratamiento sincrónico se fija en las diferencias que el hecho histórico
estudiado tiene al mismo tiempo pero en diferentes planos, por ejemplo: compararía
la situación de la clase obrera en Francia e Inglaterra en la coyuntura de la
revolución de 1848 (ambos ejemplos están tomados de E. P. Thompson)24

Periodos o momentos especialmente atractivos para los historiadores terminan


convirtiéndose, por la intensidad del debate y el volumen de la producción, en
verdaderas especialidades, como la historia de la guerra civil española, la
historia de la Revolución francesa, la soviética o la americana.

También son de consideración las diferentes concepciones del tiempo histórico, que
según Fernand Braudel van desde la larga duración al acontecimiento puntual,
pasando por la coyuntura.
Sesgos metodológicos: las fuentes no escritas
Prehistoria
Edad de Piedra Edad de los Metales
Paleolítico Mesolítico Neo-
lítico Edad del Cobre Edad del Bronce Edad del Hierro
P. Inferior P. Medio P. Superior Epipa-
leolítico Proto-
neolítico
Artículos principales: Arqueología y Paleontología.

Para el caso del periodo prehistórico, la radical diferencia de fuentes y método


(así como la división burocrática de las cátedras universitarias) la hacen ser una
ciencia muy distante de la que hacen los historiadores, sobre todo cuando tales
fuentes y método se prolongan, dando primacía al uso de las fuentes arqueológicas y
el estudio de la cultura material en periodos para los que ya hay fuentes escritas,
hablándose entonces no de la Prehistoria, sino propiamente de la arqueología con
sus propias periodizaciones arqueología clásica, arqueología medieval, incluso
arqueología industrial. Menor diferencia puede hallarse con el uso de las fuentes
orales en lo que se conoce con el nombre de historia oral. No obstante, hay que
recordar lo ya dicho (véase más arriba sesgos temporales) sobre la primacía de las
fuentes escritas y lo que éstas determinan la ciencia historiográfica y la propia
conciencia de la historia en su protagonista —que es toda la humanidad—.
Sesgos espaciales

Como la historia continental, historia nacional, historia regional o la historia


local. El papel de la historia nacional en la definición de las propias naciones es
innegable (para España, por ejemplo, desde las Crónicas medievales hasta la
historia del Padre Mariana (véase nacionalismo, nación española). Puede también
verse, en este mismo artículo (historia de la historia), cómo se agrupan
separadamente los historiadores por nacionalidad, además de por época o tendencia.

La geografía dispone de conceptos no más potentes pero sí menos arbitrarios, que


han permitido edificar la prestigiosa rama de la geografía regional. La historia
local es sin duda la de más fácil justificación y validez universal, siempre que
supere el nivel de la simple erudición (que al menos siempre servirá como fuente
primaria para obras de mayor ambición explicativa).
Sesgos temáticos

Son los que darían paso a una historia sectorial, presente en la historiografía
desde muy antiguo, como ocurre con
Las Vidas de artistas de Vasari

la historia política, reducida a historia evenemencial o categorizada en la


historia de las instituciones, la historia de los sistemas políticos, la historia
del Derecho o la historia militar;
la historia económica, a veces hermanada con la historia social, que no
obstante, puede también entenderse como historia del movimiento obrero o una más
universal historia de los movimientos sociales;
la historia de la Iglesia, tan antigua como ella misma, o la historia de las
religiones, nacida por la necesidad de hacer su estudio comparado;
la historia del arte, con precedentes en la Antigüedad clásica con la
valoración de su producción artística y la de su pasado, pero establecida
propiamente en el Renacimiento y sobre todo con el Neoclasicismo;
más reciente que éstas, pero englobándolas en cierto modo, la historia de las
ideas, que puede incluir las creencias, las ideologías o la historia de la ciencia
y de la técnica y con ellas subdividirse hasta el infinito: la historia de las
doctrinas económicas, la historia de las doctrinas políticas...

Una manera de preguntarse cuál es el objeto de la historia es elegir qué merece ser
conservado en la memoria, cuáles son los hechos memorables. ¿Lo son todos, o lo son
solo los que cada historiador considera trascendentales? En la lista anterior
tenemos las respuestas que cada uno puede dar.

Algunas de estas denominaciones encierran no una simple parcelación, sino visiones


metodológicas opuestas o divergentes, que se han multiplicado en el último medio
siglo. La historia es hoy más plural que nunca antes, escindida en multitud de
especialidades, tan fragmentada que muchos de sus ramas no se comunican entre
ellas, sin ver sujeto ni objeto común:

la microhistoria, que se interesa en la especificidad de los fenómenos sociales


desde una perspectiva que ha sido comparada con la lupa de aumento;
la historia de la vida cotidiana, que desde una selección similar del objeto,
abre después el campo de visión buscando la generalización;
la historia desde abajo, centrada en los grupos sociales desfavorecidos,
invisibilizados en la mayor parte de los registros históricos habituales;
la historia de las mujeres o los llamados estudios de género, como muchas
historias transversales, que a veces pueden englobarse como historia de las
minorías, o disgregarse temáticamente como la historia de la sensibilidad, la
historia de la sexualidad, etc.;
modificaciones de la historia económica como la cliometría o la historia de la
empresa;
la historia cultural, que registra un nuevo impulso tras varios decenios;
la historia del tiempo presente, creada en los años 1980 y que se interesa en
las grandes rupturas de nuestra época;
la climatología y la genética junto a otras disciplinas, se están dejando notar
más recientemente en el debate historiográfico, a través de la historia ambiental o
ecohistoria, los cada vez más utilizados estudios de genética poblacional;

James Frazer, autor de La rama dorada (1890-1922), un clásico de la antropología


que cambió la manera de ver la historia

la historia natural para referirse no solo a la geología y la paleontología


sino también a muchas otras Ciencias Naturales —las fronteras entre el campo al que
se refiere este término y el de la prehistoria y la arqueología son imprecisas, a
través de la paleoantropología—, así como la Cosmología, y que se pretende
actualizar con la denominada Gran Historia.

Ciencias auxiliares o afines de la historia


Artículo principal: Disciplinas afines usadas en Historia

La fragmentación del objeto histórico puede inducir, en algunas ocasiones, a una


limitación muy forzada de la perspectiva historiográfica. Llevada a un extremo, se
puede reducir la historia a la ciencia auxiliar de la que se sirve para encontrar
explicación a los hechos del pasado, como la economía, la demografía, la
sociología, la antropología, la ecología, la geografía, etc.

En otras ocasiones, la limitación del campo de estudio produce realmente un género


historiográfico:
Géneros historiográficos

Puede señalarse que hay géneros historiográficos que participan de la historia pero
pueden llegar a alejarse más o menos de ella: un extremo lo ocuparían los terrenos
de la ficción que ocupa la novela histórica, cuyo valor desigual no empaña su
importancia. Otro extremo lo ocuparían la biografía y un género anejo, sistemático
y extraordinariamente útil para la historia general como es la prosopografía.
Vinculada con la historia desde el comienzo del registro escrito, una de las
principales preocupaciones a la hora de fijar los datos fue lo que hoy llamamos
arcontología (listas de reyes y dirigentes).
Clío, la musa de la historia, por Pierre Mignard (1689)
Corrientes historiográficas: el sujeto de la historia
Artículo principal: Sujeto histórico

De una manera más declarada, las corrientes historiográficas suelen explicitar su


metodología de forma combativa, como el providencialismo de origen cristiano (no
hay que olvidar, que además de la tradición historiográfica griega de Heródoto o
Tucídides, el origen de la historiografía occidental está fuertemente unida a la
historia sagrada), o el Materialismo histórico de origen marxista (que triunfó en
los ambientes intelectuales y universitarios europeo y americano a mediados del
siglo XX d. C., quedando adormecido al menos desde la caída del muro de Berlín).25

A veces las etiquetación de las corrientes es obra de sus detractores, con lo que
los historiadores en ellas encasillados pueden o no estar conformes con la manera
en que quedan definidos. Tal cosa podría decirse del mismo providencialismo, pero
sería más propio para corrientes más modernas, como el positivismo, la historia
evenemencial (de los acontecimientos), etc.

Interpretar la historiografía como parte del ambiente intelectual de la época en


que surge es siempre necesario. Toda producción cultural es dependiente del modelo
cultural existente, llámese a esto la moda, del estilo o el paradigma dominante en
arte o filosofía; y es evidente que el registro de la historia es una producción
cultural. La deconstrucción, el pensamiento débil o la posmodernidad, conceptos de
finales del siglo XX d. C., han sido la incubadora de la presente deconstrucción de
la historia, que para algunos solo es una narración.26 Una buena manera de
distinguir la interpretación de la historia que tiene una corriente historiográfica
es preguntarse a qué considera sujeto histórico o el protagonista verdadero de la
historia.
Agrupaciones de historiadores

Grupos de historiadores que comparten metodología (y se autopromocionan


conjuntamente con el potente mecanismo publicación-cita) surgen a veces en torno a
revistas, como la francesa Escuela de Annales (ver en este mismo artículo), la
inglesa Past and Present o la italiana Quaderni Storici; grupos de investigación o
las propias cátedras universitarias, que son la cúspide de la reproducción de las
élites historiográficas, a través del clientelismo y el reconocimiento entre pares
(peer review).
Artículo principal: Revista de historia
Historiografía como ciencia
Historia de la historia
Ban Gu

La aparición de la historia es equivalente a la de la escritura, pero la conciencia


de estudiar el pasado o de dejar para el futuro un registro de la memoria es una
elaboración más compleja que las anotaciones de los templos sumerios.27 Las estelas
y relieves conmemorativos de batallas en Mesopotamia y Egipto ya son algo más
aproximado.

El resto de las civilizaciones asiáticas alcanzan la escritura y la historia a su


propio ritmo, compilan sus fuentes teológicas en forma de libros sagrados - en
ocasiones con partes históricas (la Biblia hebrea) o sofisticaciones cronológicas
(los Vedas hindúes)- registran sus propios Anales y finalmente su propia
historiografía, particularmente la china,28 que tiene su Heródoto en Sima Qian
(Memorias históricas, 109 a.C.–91 a.C.) y alcanzó una definición clásica de
historia tipificada y oficial, con el Libro de los Han de Ban Gu (siglo I d. C.),
que fijó un modelo repetido sucesivamente por los historiadores de los períodos
siguientes en veinticinco "historias tipificadas", hasta 1928, en que apareció la
última de tan monumental serie.29
Véase también: Interpretaciones de la historia de China

En la América precolombina, fuera de la civilización maya no hay textos de ningún


modo comparables. Tanto en ese caso como en el del África subsahariana, las fuentes
orales han sido tradicionalmente prioritarias. Son muy recientes (segunda mitad del
siglo XX d. C.) los intentos de construir una historiografía africana.30 Aun así
hay algunos casos excepcionales, como las bibliotecas de manuscritos de Tombuctú,
conectadas con viajeros y conquistadores magrebíes, algunos de origen andalusí como
León el Africano, conocido autor de Historia y descripción de África y de las
extraordinarias cosas que contiene (1526).31

No obstante, el desarrollo y variedad que ha alcanzado la historiografía en la


Civilización Occidental es de un nivel distinto a todas ellas.
Antigua Grecia
Artículo principal: Historiografía griega
Heródoto y Tucídides, opuestos en una doble herma del Museo Arqueológico Nacional
de Nápoles

Los primeros cronistas griegos, que se interesaron sobre todo en los mitos de
origen (los logógrafos), practicaban ya el recitado de acontecimientos. Su
narración podía apoyarse en escritos, como era el caso de Hecateo de Mileto
(segunda mitad del siglo VI d. C. a. C.). En el siglo V d. C. a. C., Heródoto de
Halicarnaso se diferencia de ellos por su voluntad de distinguir lo verdadero de lo
falso; por ello realiza su "investigación" (etimológicamente: "historia"). Una
generación después, con Tucídides, esta preocupación se transforma en espíritu
crítico, fundado sobre la confrontación de diversas fuentes orales y escritas. Su
Historia de la guerra del Peloponeso puede ser vista como la primera verdadera obra
historiográfica.

Los continuadores del nuevo género literario de Heródoto y Tucídides fueron muy
numerosos en la Grecia Antigua y pueden contarse entre ellos Jenofonte (autor de la
Anábasis), Posidonio, Ctesias, Apolodoro de Artemisa, Apolodoro de Atenas,
Aristóbulo de Casandrea (ver literatura griega e historiografía helenística)

En el siglo II d. C. a. C., Polibio, en su Pragmateia (traducido también como


"Historia"), tratando quizá de escribir una obra de geografía, aborda la cuestión
de la sucesión de los regímenes políticos para explicar cómo su mundo ha entrado en
la órbita romana. Es el primero en buscar causas intrínsecas al desarrollo de la
historia más que evocar principios externos. En esas alturas del periodo
helenístico, la Biblioteca y el Museo de Alejandría representaban la cumbre del
afán griego por preservar la memoria del pasado, lo que implica su valoración como
herramienta útil para el presente y el futuro.
Antigua Roma
Véase también: Historiografía romana

La civilización romana dispone, a semejanza de los griegos Homero y Hesiodo, de


mitos de origen que recogió Virgilio poetizados en la Eneida como un elemento del
programa ideológico diseñado por Augusto. También al menos desde la República,
mantuvo un cuidado especial por la recopilación de hechos en Anales, la legislación
escrita y los archivos vinculados al sagrado de los templos. Hasta las guerras
púnicas la recopilación de los principales sucesos acaecidos estaba a cargo de los
pontífices, en forma de crónicas anuales.

La primera obra histórica completa latina es Los Orígenes de Catón (siglo III d. C.
a. C.).

El contacto de Roma con el mundo mediterráneo, primero Cartago, y sobre todo


Grecia, Egipto y Oriente fue fundamental para ampliar la visión y utilidad de su
género histórico. Los historiadores (sean romanos o griegos) acompañarán en las
campañas militares a los ejércitos, con el declarado fin de preservar su memoria a
la posteridad, recopilar información de utilidad y justificar sus acciones. La
lengua culta, el griego, se utilizará para este género a la par que la más sobria
latina.

Salustio, el Tucídides romano, escribe De Coniuratione Catilinae (la Conjuración de


Catilina, de la que es contemporáneo, 63 a. C.). Realiza un relato extenso de las
causas lejanas de la conjuración, así como de la ambiciones de Catilina, retratado
como un noble degenerado y sin escrúpulos. En Bellum Ingurthinum (guerra de Yugurta
rey de los númidas, 111 a. C. a 105 a. C.), denuncia un escándalo colonial.
Historiae era su obra más ambiciosa y madura, conservada parcialmente, que abarcaba
en cinco libros los doce años transcurridos desde la muerte de Sila en el 78 a. C.
hasta el 67 a. C. No es la precisión histórica lo que le interesa, sino la
narración de unos hechos con sus causas y consecuencias, así como la posibilidad de
esclarecer el desarrollo del proceso de la degeneración en que la República se vio
inmersa. Aparte del individuo, el objeto de su observación se centra en las clases
sociales y las facciones políticas: idealiza un pasado virtuoso, y detecta un
proceso de decadencia que atribuye a los vicios morales, a la discordia social y al
abuso del poder por parte de las distintas facciones políticas.

Julio César con su Commentarii Rerum Gestarum, acerca de dos de las más grandes
acciones bélicas que llevó a cabo: la guerra de las Galias (58 a. C.-52 a. C.) (De
Bello Gallico) y la guerra civil (49 a. C.-48 a. C.) (De Bello Civili).

Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.), con los 142 libros de Ab Urbe Condita, divididos en
grupos de diez libros que se conocen con el nombre de "décadas", que se han perdido
en su mayor parte, escribe una gran historia nacional, cuyo único tema es Roma
("fortuna populi romani") y cuyos únicos actores son el Senado y el pueblo de Roma
("senatus populusque romanus" o SPQR). Su propósito general es ético y didáctico;
sus métodos fueron los del griego Isócrates del siglo IV d. C. a. C.: es el deber
de la historia decir la verdad y ser imparcial, pero la verdad debe presentarse con
una forma elaborada y literaria. Utiliza como fuente a los primeros analistas y a
Polibio, pero su patriotismo le lleva a deformar la realidad en detrimento de lo
exterior y a un escaso espíritu crítico. Es historiador de gabinete, no viaja ni
conoce personalmente los escenarios de los hechos que describe.

Publio Cornelio Tácito (55-120 d. C.), el gran historiador del Imperio bajo los
Flavios, es sobre todo un investigador de las causas.

La nómina de historiadores de época romana es extensísima, tanto en lengua latina


(Plinio el Viejo, Suetonio...)32como en griega (Estrabón, Plutarco).

En la decadencia de Roma, el cristianismo vendrá a dar un cambio metodológico


radical, introduciendo el providencialismo de Agustín de Hipona. Es ejemplo Orosio,
presbítero hispano de Braga (Historiae adversum paganus).
Edad Media
Véase también: Historiografía cristiana
Véase también: Historiografía eclesiástica medieval
Beda el Venerable

La historiografía medieval se escribe principalmente por hagiógrafos, cronistas,


miembros del clero episcopal cercanos al poder, o por monjes. Se escriben
genealogías, anales áridos, listas cronológicas de acontecimientos sucedidos en los
reinos de sus soberanos (anales reales) o sucesión de abades (anales monásticos);
vidas (biografías de carácter edificante, como las de los santos merovingios, o más
tarde de los reyes de Francia), e historias que cuentan el nacimiento de una nación
cristiana, exaltan una dinastía o, al contrario, fustigan a los malvados desde una
perspectiva religiosa. Esta historia, de la que son muestra Moisés de Corene
(Historia de Armenia, siglo V d. C.), Isidoro de Sevilla (Etimologías e Historia
Gothorum, siglo VII d. C.), Beda el Venerable (Historia eclesiástica del pueblo
inglés, siglo VIII d. C.), Pablo el Diácono (Historia gentis Langobadorum, siglo
VIII d. C.), Eginhardo (Vita Karoli Magni, siglo IX d. C.) o Néstor el Cronista
(Primera crónica rusa, siglos XI al XII); es providencialista, de inspiración
agustinista, e inscribe las acciones de los hombres en los designios de Dios. Hay
que esperar al siglo XIV d. C. para que cronistas como el francés Froissart o el
florentino Matteo Villani se interesen por el pueblo, gran ausente de la producción
de este periodo.
Véase también: Literatura musulmana#Biografía, historia y geografía

El egipcio Ibn Abd al-Hakam escribió Futuh Misr wa’l-Maghrib ("Conquistas de Egipto
y del Magreb"), donde recopila las fuentes de los siglos VII al IX. Otros
historiadores árabes medievales fueron Al-Jahiz, Al-Hadani y Al-Masudi (a quien se
comparaba con Heródoto). De familia andalusí emigrada, el tunecino Ibn Jaldún
(finales del siglo XIV d. C. comienzos del XV) ha sido muy valorado por como
precedente de la filosofía de la historia y sus planteamientos innovadores en los
terrenos de la economía y sociología de su Al-Muqaddimah ("Prolegómenos" o
"Introducción" a su obra, planteada como una historia universal).

Para la historiografía española, tanto cristiana como musulmana, véase su sección.


Edad Moderna
Véase también: Historiografía moderna

Durante el Renacimiento, el humanismo aporta un gusto renovado por el estudio de


los textos antiguos, griegos o latinos, pero también por el estudio de nuevos
soportes: las inscripciones (epigrafía), las monedas (numismática) o las cartas,
diplomas y otros documentos (diplomática). Estas nuevas ciencias auxiliares de la
época moderna contribuyen a enriquecer los métodos de los historiadores: en 1681
Dom Mabillon indica los criterios que permiten determinar la autenticidad de un
acta por la comparación de fuentes diferentes en De Re Diplomática. En Nápoles, más
de doscientos años antes, Lorenzo Valla al servicio de Alfonso V de Aragón había
conseguido demostrar la falsedad de la pseudo-Donación de Constantino. Giorgio
Vasari con sus Vidas de artistas nos ofrece a la vez una fuente y un método
historiográfico para la historia del Arte.

En esta época la historia no se diferencia de la geografía ni siquiera de las


ciencias naturales. Se dividía en dos partes: la historia general (la que hoy
llamaríamos historia) y la historia natural (ciencias naturales y geografía). Este
sentido amplio de historia se explica por la etimología del término (ver
Historia#Etimología).

La cuestión de la unidad del reino que plantean las guerras de religión de Francia
en el siglo XVI d. C. dan origen a trabajos de historiadores que pertenecen a la
corriente llamada historia perfecta, que muestra que la unidad política y religiosa
de la Francia moderna es necesaria, al derivarse de sus orígenes galos (Etienne
Pasquier, Recherches de la France). El providencialismo de autores como Bossuet
(Discurso sobre la historia universal, 1681), tiende a devaluar la significación de
cualquier cambio histórico.

En paralelo, la historia se muestra como instrumento de poder: se pone al servicio


de los príncipes, desde Maquiavelo y Guicciardini hasta los panegiristas de Luis
XIV, entre los que se cuenta Jean Racine.
Historiografía española medieval y moderna

No era esto ninguna novedad, y la historiografía española es quizá el ejemplo más


completo de un secular esfuerzo por mantener la continuidad de la memoria escrita
del pasado, que tan buen servicio dio desde las Crónicas medievales que
justificaban la Reconquista, para afianzar el poder de los reyes en los distintos
reinos cristianos.
Estoria de España de Alfonso X, XIII
Las crónicas

Para Asturias, León y Castilla se encadenan sucesivamente en un conjunto muy


completo, que comienza realmente con dos crónicas redactadas en territorio
andalusí:

la Crónica bizantina-arábiga (741) y la Crónica Mozárabe (754), que preceden a


una crónica perdida del reinado de Alfonso II y establecen su continuidad con las
de Alfonso III a finales del siglo IX d. C. (Crónica Albeldense, Crónica Profética,
Crónica Rotense y Crónica Sebastianense);
la de Sampiro (del reinado de Bermudo II, cercana al año 1000);
las del siglo XII d. C. (Crónica Silense en torno al 1110, la de Pelayo, obispo
de Oviedo, la Crónica de Emperador Alfonso VII y la del monje anónimo de Nájera,
estas tres de finales del siglo);
las del reinado de Fernando III el Santo (Chronicon mundi de Lucas, obispo de
Tuy, Crónica latina de los Reyes de Castilla de Juan, obispo de Osma y De rebus
Hispaniae del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada);
las de Alfonso X el Sabio (Estoria de España, editada por Ramón Menéndez Pidal
con el título de Primera Crónica General, y la Grande e General Estoria);
llegando a las del siglo XIV d. C., en que destacan las Crónicas de Pedro López
de Ayala (Crónica del rey don Pedro, la de Enrique II, la de Juan I y la inacabada
de Enrique III), más sobrias y pegadas a los hechos que las contemporáneas
europeas, aunque su fin primordial fuera la autojustificación de su autor,
Canciller de Castilla, que también compuso un Rimado de Palacio donde describe a
sus contemporáneos.

En el siglo XV d. C. la recopilación cronística se multiplicó:

Suma de crónicas de España, de Pablo García de Santa María (hasta 1412);


Crónica de Juan II (sobre hechos de 1406 a 1434) por Álvar García de Santa
María (h.1370-1460), hermano de Pablo; es reanudada con el nombre de Crónica del
Halconero por Pedro Carrillo de Huete, siendo refundida por Lope de Barrientos);
Alfonso Martínez de Toledo (Arcipreste de Talavera) escribió en 1443 una
Atalaya de las Crónicas;
la Crónica de Álvaro de Luna (1453) es atribuida a Gonzalo Chacón;
Diego de Valera escribe la Crónica abreviada de España o Crónica Valeriana
(1482), que concluye en el reinado de Juan II, el Memorial de diversas hazañas para
el de Enrique IV (1486-1487) y la Crónica de los Reyes Católicos (hasta 1488).33

En los otros reinos cristianos peninsulares, la literatura cronística es algo más


tardía, pero produce la primera historia general de España en una lengua romance:
el Liber regum, redactado entre 1194 y 1211 en aragonés, que cuenta la historia de
los distintos reinos cristianos desde los orígenes míticos de la historia
peninsular.34 El Condado de Aragón produce en 851 la Passio beatissimarum birginum
Nunilonis atque Alodie. Y del posterior reino contamos con los Anales de San Juan
de la Peña, del siglo XII d. C., que fueron copiados en la Crónica homónima. Del
mismo siglo data una Breve historia ribagorzana de los reyes de Aragón.35 También
se produjo allí la Estoria de los godos (1252 o 1253), primera versión en lengua
vernácula de la Historia de rebus Hispaniae.

Para la Corona de Aragón, tras las Gesta veterum Comitum Barcinonensium et Regum
Aragonensium36 (iniciada el siglo XII d. C. y continuada hasta el XIV), se destacan
el Llibre dels feits o Crónica de Jaime I el Conquistador; la Crónica de San Juan
de la Peña o de Pedro el Ceremonioso; la de Ramón Muntaner, que cubre el periodo
1207-1328, incluyendo la famosa expedición de los almogávares, en la que participó;
y la de Bernat Desclot Llibre del rei En Pere d'Aragó e dels seus antecessors
passats (segunda mitad del siglo XIII d. C.).

Completan el panorama peninsular la Crónica de los Reyes de Navarra (1454) del


Príncipe de Viana (compuesta para justificar su aspiración al trono) y los Annales
Portugaleses Veteres (987-1079).
Siglo XVI
Bartolomé Leonardo de Argensola

Después de la unificación de los Reyes Católicos, ya en la Edad Moderna, continúa


explícitamente con esa misma función la monumental Historia de España del Padre
Mariana (De Rebus Hispaniae libri XX, 1592, aumentada a treinta libros en su propia
traducción al castellano en 1601), célebre por otro lado por su defensa del
tiranicidio en De Rege et regis institutione escrita para la educación de Felipe
III. Otros cronistas del siglo XVI d. C. son Florián de Ocampo y Ambrosio de
Morales (continuando este la Crónica General en cinco libros iniciada por aquel);
Jerónimo Zurita (Anales de la Corona de Aragón) y Esteban de Garibay (Compendio
historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España).
Siglo XVII

La historiografía barroca incluye fantasiosas manipulaciones históricas, como los


plomos del Sacromonte o los falsos cronicones de Ramón de la Higuera y Antonio
Lupián Zapata. Fray Prudencio de Sandoval continúa la crónica de Ocampo y Morales y
redacta una Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V; Pedro de Salazar y
Mendoza un Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, y Bartolomé
Leonardo de Argensola los Anales de Aragón.

A finales del siglo XVII d. C., la reflexión sobre la historiografía misma surge en
España como necesidad derivada de la acumulación de tan ingente corpus cronístico,
siendo su primer intento la Noticia y juicio de los más principales historiadores
de España, de Gaspar Ibáñez de Segovia, Marqués de Mondéjar (publicado tras su
muerte en 1708).
Otros géneros historiográficos

Otros géneros historiográficos también se cultivan desde la Edad Media, como el


tratamiento de una figura aislada (ciclo de el Cid), y ya en el siglo XV d. C. las
memorias (Leonor López de Córdoba, circa 1400), la biografía (El Victorial de
Gutierre Díez de Games, Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán) y la
relación de un hecho puntual, como el Libro del paso honroso de Suero de Quiñones,
de Rodríguez de Lena. Los libros de viajes como el de Pedro Tafur o el de Ruy
González de Clavijo (que fue embajador ante Tamerlán), proporcionan informaciones
muy valiosas.
Al-Andalus

Muhammad al-Razi realiza (en la primera mitad del siglo X d. C. de la era


cristiana, IV de la Hégira) la primera historia general de la península ibérica,
Ajbar Mutuk al-andalus que continuaron otros al-Razi: su hijo Ahmad (llamado en
castellano el moro Rasis) y el de éste (Isa ben Ahmad). Esta historia se divulgó en
los reinos cristianos con el nombre de Crónica del moro Rasis y se utilizó por
Jiménez de Rada.

Aríb de Córdoba, secretario de al-Hakam II, escribió una Crónica de su gobierno, y


en el mismo reinado Muhammad al-Jusaní (muerto en 361/971) el Kitáb al-qudá bi-
Qurtuba, historia de los cadíes (jueces) de Córdoba.

En época de Almanzor se escribe una historia controladísima, como es la de Ibn


Asim, significativamente titulada al-Ma´atir al-camiriyya (Gestas amiríes), obra
que solo conocemos por referencias.

Entre los historiadores del siglo XI d. C. (V de la Hégira), la edad de oro


coincidente con la descomposición del califato y los reinos de taifas, sobresalen
los cordobeses Ibn Hazm (Fisal o Historia crítica de las religiones, sectas y
escuelas) e Ibn Hayyán (Muqtabis el Matín).

En el siglo XIII d. C., el alcireño Ibn Amira escribió la Kitab Raih Mayurqa (Libro
del reino de Mallorca).37

Ya fuera del periodo de presencia musulmana en Al-Andalus completa la


historiografía islámica clásica Al-Maqqari, con su Nafh al-Tib (siglos XVI-XVII),
que reúne muchas fuentes anteriores. Las fuentes musulmanas son, en general, peor
conocidas, e incluirían las posteriores a la Reconquista, como la poco conocida
Historia de Ibn Idhari (siglo XVI d. C.).38
Los cronistas de Indias
Trabajo inca. Ilustración de la Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guamán
Poma de Ayala, 1616

Las primeras obras de historia de América, desde las relaciones del mismo Cristóbal
Colón, su hijo Hernando y muchos otros descubridores y conquistadores como Hernán
Cortés o Bernal Díaz del Castillo (Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva
España), tienen un claro carácter justificativo. La aportación en sentido contrario
de Bartolomé de las Casas (Brevísima relación de la destrucción de las Indias) fue
tan trascendental que dio origen a la polémica de los justos títulos, en que le dio
réplica Juan Ginés de Sepúlveda; e incluso a la llamada Leyenda negra al divulgarse
por toda Europa como propaganda antiespañola. La visión de los indígenas, que
vieron sus documentos y cultura material saqueados y destruidos, fue posible por
algunos casos excepcionales, como el inca Felipe Guamán Poma de Ayala.

Oficialmente el cargo de Cronista de Indias se inicia con la documentación reunida


por Pedro Mártir de Anglería que se pasa en 1526 a Fray Antonio de Guevara,
Cronista de Castilla; y con Juan Gómez de Velasco que hace lo propio con los
papeles del cosmógrafo mayor Alonso de Santa Cruz, a los que suma el cargo de
cronista. Antonio de Herrera es nombrado Cronista Mayor de Indias en 1596, y
publica entre 1601 y 1615 la Historia general de los hechos de los castellanos en
las islas y Tierra Firme del mar Océano, conocida como Décadas. Antonio de León
Pinelo (criado en Lima, que había recopilado las Leyes de Indias), Antonio de Solís
y Pedro Fernández del Pulgar cubrieron el cargo durante el siglo XVII d. C.. En el
siglo XVIII d. C. la institución se refunda con la creación de otras dos, muy
importantes para el mantenimiento de la memoria y la historiografía española: la
Real Academia de la Historia y el Archivo General de Indias. Aún tuvo tiempo de
destacar la figura de Juan Bautista Muñoz (Historia del Nuevo Mundo, que no
completó).
Ilustración
Véase también: Historiografía del siglo XVIII

En el siglo XVIII d. C., tuvo lugar un cambio fundamental: los planteamientos


intelectuales de la Ilustración de una parte, y de otra el descubrimiento de la
alteridad en otras culturas ajenas a la europea (el exotismo, el mito del buen
salvaje), suscita un nuevo espíritu crítico (aunque de hecho, son parecidas
circunstancias a las que se podían ver en Heródoto). Se ponen en cuestión los
prejuicios culturales y el universalismo clásico.

El descubrimiento de Pompeya renueva el interés por la Antigüedad clásica


(Neoclasicismo) y proporciona materiales que inauguran una naciente ciencia de la
arqueología. Las naciones europeas alejadas del Mediterráneo buscan sus orígenes
históricos en mitos y leyendas que a veces se inventan (el Ossian de James
Macpherson, que simuló haber encontrado al Homero celta).

También se interesan en las costumbres nacionales los franceses Fenelon, Voltaire


(Historia del imperio de Rusia bajo Pedro el Grande y El siglo de Luis XIV, 1751) y
Montesquieu, que teoriza sobre ello en El espíritu de las leyes. En Inglaterra,
Edward Gibbon escribe su monumental Historia del Declive y Caída del Imperio romano
(1776-1788), donde hace de la precisión un aspecto esencial del trabajo del
historiador.
El padre Flórez, iniciador de La España Sagrada

Los límites de la historiografía del siglo XVIII d. C. son la sumisión a la moral y


la inclusión de juicios de parte, con lo que su objeto permanece limitado.

En España destaca la España Sagrada del padre agustino Enrique Flórez, recopilación
de documentos de historia eclesiástica, expuesta con criterio ultraconservador
(1747 y continuada tras su muerte hasta el siglo XX d. C.) y la Historia crítica de
España del jesuita desterrado Juan Francisco Masdeu; desde una perspectiva más
ilustrada tendríamos al regalista Melchor Rafael de Macanaz, al crítico Gregorio
Mayans y Siscar (uno de sus discípulos, Francisco Cerdá y Rico, intentó emular a
Lorenzo Valla discutiendo la veracidad del medieval voto de Santiago), y más
avanzado el siglo al propio Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan Sempere y Guarinos,
Eugenio Larruga y Boneta (Memorias políticas y económicas), y el espléndido
documento recopilatorio que es el Viaje de España de Antonio Ponz. Intermedio entre
ambas tendencias se encuentra el caso de Juan Pablo Forner, casticista en su famosa
Oración apologética por España y su mérito literario (1786) y reformista en otras
obras, publicadas después de su muerte.
Siglo XIX: la historia, ciencia erudita
Véase también: Historiografía contemporánea

Es un periodo rico en cambios, tanto en la manera de concebir la historia como en


la de escribirla.

En Francia se la considera como una disciplina intelectual distinta de otros


géneros literarios desde el comienzo del siglo, cuando los historiadores se
profesionalizan y fundan los archivos nacionales franceses (1808). En 1821 se crea
la Ecole nationale des Chartes, primera gran institución para la enseñanza de la
historia.

En Alemania, esta evolución se había producido antes, y estaba presente en las


universidades de la Edad Moderna. La institucionalización de la disciplina da lugar
a vastos corpus que reúnen y transcriben sistemáticamente las fuentes. El más
conocido es Monumenta Germaniae historica, desde 1819. La historia gana una
dimensión de erudición, pero también de actualidad. Pretende rivalizar con las
demás ciencias, sobre todo con el gran desarrollo que están teniendo estas. Theodor
Mommsen contribuye a dar a la erudición las bases críticas, en su Römische
Geschischte (Historia de Roma) 1845-1846, además de colaborar en el citado
Monumenta Germaniae historica y Corpus Inscriptionum Latinarum.

En Francia, desde los años 1860, el historiador Fustel de Coulanges escribe la


historia no es un arte, es una ciencia pura, como la física o la geología. Sin
embargo la historia se implica en el debate de su época y está influida por las
grandes ideologías, como el liberalismo de Alexis de Tocqueville y François Guizot.
Sobre todo, se deja influir por el nacionalismo e incluso el racismo. Coulanges y
Mommsen trasladan al debate historiográfico el enfrentamiento de la guerra
francoprusiana de 1870. Cada historiador tiende a encontrar las cualidades de su
pueblo (el "genio"). Se fundan las grandes historias nacionales.
Michelet, el historiador de la Revolución francesa

Los historiadores románticos, como Augustin Thierry y Jules Michelet, manteniendo


la calidad de la reflexión y la explotación crítica de las fuentes, no recelan de
explayarse en el estilo y la mantienen como un arte. Los progresos metodológicos no
impiden contribuir a las ideas políticas de su tiempo. Michelet, en su Historia de
la Revolución francesa (1847-1853), contribuye igualmente a la definición de la
nación francesa contra la dictadura de los Bonaparte, así como al revanchismo
antiprusiano (murió poco después de la batalla de Sedán). Con la III República, la
enseñanza de la historia se conforma como un instrumento de propaganda al servicio
de la formación de los ciudadanos, y continuará siéndolo durante el siglo XX d. C..

Otro de los fundadores de la historiografía en el siglo XIX d. C. fue Leopold Von


Ranke, que era muy crítico con las fuentes usadas en historia. Estaba en contra de
los análisis y las racionalizaciones. Su adagio era escribir la historia tal como
fue. Quería relatos de testigos visuales, enfatizando sobre su punto de vista.
Importantes historiadores alemanes del siglo XIX d. C., que no participaron de su
pretensión de objetividad, fueron Johann Gustav Droysen (fijó el concepto de
helenismo) y Heinrich von Treitschke (de importante actividad política, que acuñó
el lema antisemita ¡Los judíos son nuestra desgracia!). Hans Delbrück desarrolló la
historia militar.

El papel epistemológico de la ciencia de la historia se ve sujeto a los grandes


esquemas intelectuales que se construyen a partir de corrientes filosóficas como el
positivismo y el historicismo. El historicismo es dominante entre los seguidores de
Ranke en Alemania, con un acusado componente idealista: las ideas son las raíces
del proceso histórico al encarnarse en hombres o instituciones. El positivismo es
dominante en Francia (Coulanges, Hippolyte Taine), donde la historiografía es más
analítica que narrativa, evitando explicaciones trascendentales y buscando en la
misma naturaleza de las cosas la explicación última de los hechos. En Inglaterra se
produjo una síntesis ecléctica y moderada de positivismo e historicismo (lord
Acton, John B. Bury, ambos catedráticos de Cambridge).39

La propuesta de Wilhelm Dilthey de separación de campos entre las ciencias


naturales, objetivas; y las ciencias del espíritu, subjetivas, situaba a la
historia entre estas. Su deseo era superar tanto el eruditismo entendido como mero
coleccionismo de hechos individuales, como el recurso a métodos de ciencias ajenas
a la historia, por lo que optaba por leyes psicológicas para garantizar el carácter
científico de la interpretación de los acontecimientos.

Hegel y Marx introducen el cambio social en la historia. Los historiadores


anteriores se habían centrado en los ciclos de auge y decadencia de gobernantes y
naciones. Una nueva disciplina emergente aporta el análisis y la comparación a gran
escala: la sociología. Desde la historia del arte, estudios como el de Jacob
Burckhardt sobre el Renacimiento se convierten en la referencia para entender los
fenómenos culturales. La arqueología pone en contacto el mito con la realidad
histórica, tanto en Egipto como en Mesopotamia y Grecia (Heinrich Schliemann en
Troya, Micenas y Tirinto, y más tarde Arthur Evans en Creta); todo ello en un
ambiente romántico y aventurero que se va depurando para hacerse científico, aunque
no desaparece, como prueba la tardía aportación de Howard Carter (Tutankamón) y la
imagen popular de los arqueólogos que perpetúa el cine (Indiana Jones). La
antropología aplicada a la explicación de los mitos produjo el monumental trabajo
de James George Frazer (La rama dorada), a partir del cual la historiadores
pudieron replantearse su punto de vista sobre la relación de las sociedades humanas
de todas las épocas con la magia, la religión e incluso la ciencia.
Menéndez y Pelayo, con su visión tradicionalista de la aportación española a la
cultura, es el más destacado ejemplo de la historiografía erudita en España.

Durante el siglo XIX d. C., España mantiene al menos su patrimonio documental con
la creación de la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico Nacional, pero no se
distingue por una gran renovación de su historiografía que, aparte del arabismo de
Pascual de Gayangos o de la historia económica de Manuel Colmeiro, aparece
escindida entre una corriente liberal (Modesto Lafuente y Zamalloa, Juan Valera), y
otra tradicionalista, cuya cumbre, el erudito y polígrafo Marcelino Menéndez y
Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles), es una digna continuación de la
tradición que nace con san Isidoro y pasa por la Historia del padre Mariana y por
la España sagrada del padre Flórez.
Siglo XX
Véanse también: Historiografía contemporánea y Organizaciones de historia.

La historia va asentándose como una ciencia social, una disciplina científica


implicada en la sociedad. A principios del siglo XX d. C., la historia había
adquirido una dimensión científica incontestable, un papel destacado en la
educación y una estructura institucional sólida. A las Academias, los departamentos
universitarios y las revistas especializadas, se fueron añadiendo las asociaciones
profesionales, como la American Historical Association, fundada en 1884.
La historia, entre el positivismo y el ensayismo

Instalada en el mundo de la enseñanza, erudita, la disciplina se influencia por una


versión empobrecida del positivismo de Auguste Comte. Pretendiendo objetividad, la
historia limita su objeto: el hecho o acontecimiento aislado, en el centro del
trabajo del historiador, se considera como la única referencia que responde
correctamente al imperativo de objetividad. Tampoco se ocupa de establecer
relaciones de causalidad, sustituyendo por retórica el discurso que se pretendía
científico.

Simultáneamente y en contraste, se desarrollan disciplinas anejas que tienden a la


generalización, como historia cultural o la historia de las ideas, con Johan
Huizinga (El otoño de la Edad Media) o Paul Hazard (La crisis de la conciencia
europea) entre sus iniciadores. Ensayistas como Oswald Spengler (La decadencia de
Occidente) y Arnold J. Toynbee (Un estudio de la Historia) en famosa controversia,
publican profundas reflexiones sobre el concepto mismo de civilización que junto
con la Rebelión de las Masas o España invertebrada de José Ortega y Gasset se
divulgaron extraordinariamente, al ser el reflejo del pesimismo intelectual de
entreguerras. Más cercano al método del historiador, y no menos profundo, es el
trabajo de sus contemporáneos el belga Henri Pirenne (Mahoma y Carlomagno), o el
australiano Vere Gordon Childe (padre del concepto Revolución neolítica).

No obstante, la principal transformación de la historia de los acontecimientos


viene de aportes exteriores: Por un lado el materialismo histórico de inspiración
marxista, que introduce la economía en las preocupaciones del historiador. Por otro
lado, la perturbación causada en la historiografía por los desarrollos políticos,
técnicos, económicos o sociales que conoce el mundo, sin olvidar los conflictos
mundiales. Nuevas ciencias auxiliares aparecen o se desarrollan considerablemente:
arqueología, demografía, sociología y antropología, bajo la influencia del
estructuralismo.
Marc Bloch.
Tumba de Fernand Braudel.
La Escuela de Annales

En torno a la revista Annales d’histoire économique et sociale, fundada por Lucien


Febvre y Marc Bloch en 1928, surgió na corriente de pensamiento (la llamada escuela
de Annales) que agrandó el campo de la disciplina al solicitar la confluencia de
otras ciencias, en particular la sociología; y más genéricamente transformó la
historia ampliando su objeto más allá del acontecimiento e inscribiéndola en la
larga duración (longue durée). Tras el paréntesis de la segunda guerra mundial,
Fernand Braudel continúa la revista y recurre por primera vez a la geografía, la
economía política y la sociología para elaborar su tesis de economía-mundo (ejemplo
clásico es El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempo de Felipe II).

El papel del testimonio histórico cambia: permanece en el centro de las


preocupaciones del historiador, pero ya no es el objeto, sino que se le considera
como un útil para construir la historia, útil que puede ser obtenido en cualquier
dominio del conocimiento. Una constelación de autores más o menos próximos a
Annales participan de esa renovación metodológica que llena las décadas centrales
del siglo XX d. C. (Georges Lefebvre, Ernest Labrousse).

La visión de la Edad Media cambia completamente tras una relectura crítica de las
fuentes, que tienen su mejor parte justo en lo que no mencionan (Georges Duby).

Privilegiando la larga duración al tiempo corto de la historia de los


acontecimientos, muchos historiadores proponen repensar el campo de la historia
desde Annales, entre ellos Emmanuel Le Roy Ladurie o Pierre Goubert.
Alternativas a Annales

Otros historiadores franceses, fuera de Annales, Philippe Ariès, Jean Delumeau y


Michel Foucault, este último en las fronteras de la filosofía, describen la
historia de los temas de la vida diaria, como la muerte, el miedo y la sexualidad.
Quieren que la historia escriba sobre todos los temas, y que todas las preguntas se
respondan.

Desde una orientación completamente opuesta (la derecha católica), Roland Mousnier
realizó una aportación decisiva a la historia social del Antiguo Régimen, negando
la existencia de lucha de clases e incluso de estas mismas, en beneficio de lo que
describe como una sociedad de órdenes y relaciones clientelares.40
Peter Burke
Tercera generación de Annales: "nueva historia" o "nueva historia cultural"
Artículos principales: Nueva historia e Historia cultural.
"Nueva historia" es la denominación, popularizada por Pierre Nora y Jacques Le Goff
(Hacer la Historia, 1973), que designa la corriente historiográfica que anima la
tercera generación de Annales. La nueva historia trata de establecer una historia
serial de las mentalidades, es decir, de las representaciones colectivas y de las
estructuras mentales de las sociedades.

También ubicada dentro de la tercera generación de la escuela de Annales, la


corriente historiográfica denominada "nueva historia cultural" comienza en 1966 y
aún persiste en la actualidad. Tiene como claro referente la nueva historia
antropológica, rama de la antropología, cuyos máximos exponentes del tema fueron
Bronislaw Malinowski y Clifford Geertz. Al igual que las dos primeras generaciones
de Annales, esta corriente maneja la interdisciplinariedad con otras ciencias
sociales; además de contar con la antropología, también cuenta con la colaboración
de sociólogos, psicólogos, lingüistas, etc.

Entre sus representantes más significativos están Peter Burke, Roger Chartier,
Robert Darnton, Patrice Higonnet, Lynn Hunt, Keith Jerkins y Sarah Maza. Su objeto
de estudio se centra en las culturas a lo largo de la historia, entendiéndose por
"culturas" según la definición de Clifford Geertz en su método de la "descripción
densa", a la dimensión simbólica de la acción como un conjunto de significados
heredados y expresados simbólicamente en los hábitos de la vida cotidiana. La
historia cultural considera que todas las sociedades del pasado han tenido cultura,
sin hacer juicios de valor en considerar a unas mejores o peores que otras. Otro
principio clave de esta corriente historiográfica, es aplicar el concepto de la
"otredad", es decir, ver al "otro" desde "el otro" a las demás culturas. Consideran
que no existe una cultura homogénea, sino que hay "subculturas" insertas a su vez,
dentro de otras culturas, civilizaciones o regiones. La cultura, es concebida como
la tradición recibida y modificada por quienes la han heredado, y que a su vez, han
hecho una "construcción simbólica" de las sociedades.41
La historiografía francesa repiensa su Revolución
Artículo principal: Debate historiográfico sobre la Revolución francesa

Se ha dicho que cada generación tiene derecho a reescribir la historia.42 En el


ámbito académico, la revisión de las formas de entender el pasado forma parte de la
tarea del historiador profesional. Hasta qué punto esa revisión se plantea
científicamente, como un falseamiento de las certidumbres anteriormente
establecidas (Karl Popper) y no pseudocientíficamente, como haría lo que se
denomina de forma peyorativa revisionismo historiográfico es algo de difícil
evaluación. Una prueba de toque sería detectar si el revisionista es un outsider
del mundo académico, que se dedica al uso político de la historia, cosa que por
otra parte es vicio común: la historia siempre se ha usado como arma en la
transformación social, y los medios académicos no han sido nunca una excepción. En
historiografía, ciencia social, es difícil ver si nos encontramos ante un cambio de
paradigma como los que estudió Thomas Kuhn para las ciencias experimentales
(Historia de las revoluciones científicas), fundamentalmente porque nunca hay un
consenso tan universalmente compartido como para entender que la desviación de él
sea una revolución.43

Una de las grandes polémicas revisionistas (en el buen sentido) vino con el segundo
centenario de la Revolución francesa (1989). Autores de tendencia estructuralista,
cercanos a Annales (François Furet o Denis Richet), sintetizaron los estudios de
las décadas de 1970 y 1980 en lo que pretendía ser un nuevo paradigma
interpretativo alternativo al marxista que había dominado la historia social del
periodo: Albert Soboul, Jacques Godechot, y más recientemente Claude Mazauric,
Michel Vovelle o Crane Brinton (Anatomía de la Revolución). Lejano de ambas
tendencias, Simon Schama y los nuevos narrativistas hacen una historia cultural de
lo político y muy narrativa, anti-estructuralista y de tintes tendencialmente
conservadores (iniciada por Richard Cobb ya en la década de 1970). También mantiene
distancia frente a la nouvelle Histoire Politique de René Rémond. Arno Mayer se
lamenta de que la revisión haya dado cancha a un uso político de la historia en el
que se condenan a priori las revoluciones como inherentemente perversas.44
Un subgénero: las conmemoraciones
Logo oficial del bicentenario

Por otra parte el uso de la historia para celebrar acontecimientos que cumplen años
"redondos" (centenarios, decenarios, etc.) es una ocasión de lucimiento profesional
para los historiadores, de acercamiento de la disciplina al gran público y de
coartada para distintos tipos de justificaciones. El bicentenario de Estados Unidos
(1976) había sido un precedente difícil de superar en cuanto a impacto mediático y
coste económico. Las últimas que recordamos para España fueron la de la guerra
civil española (1976, con la innovadora exposición del Palacio de Cristal de los
Jardines del Retiro comisariada por Javier Tusell; 1986, cincuentenario que se
aprovechó también para recordar particularmente a Antonio Machado, y García Lorca
con la izquierda en el poder; 1996; 2006, con los debates sobre la memoria
histórica), Carlos III (1988, en emulación de la paralela preparación del
bicentenario francés), el Quinto Centenario del Encuentro entre dos Mundos (1992),
Cánovas (1998), el Año Quijote (2005). Existe incluso una Sociedad Estatal de
Conmemoraciones Culturales, que mantiene una apretada agenda.45

Sin necesidad de conmemorar algo más concreto que su propia intemporalidad, pero
con el mismo afán justificativo (en el que tiene milenios de ventaja) la Iglesia
católica española ha realizado el conjunto de exposiciones más notable: Las edades
del hombre,46 repaso temático de asuntos religiosos ilustrado sucesivamente con
distintos soportes histórico-artísticos exquisitamente seleccionados y expuestos
(libros, música, escultura...) itinerante por las catedrales de Castilla y León,
que en sí mismas ya justificaban la visita. El mismo formato y comisario tenía
Inmaculada, que conmemoraba el 150 aniversario del dogma (Catedral de la Almudena,
Madrid, 2006) y que sirvió para compensar la reciente inauguración del edificio, de
gusto y decoración discutidos. Inspirada en ellas se realizó por el gobierno
navarro la exposición Las Edades de un Reino (Pamplona 2006, coincidiendo con la
del centenario de San Francisco Javier en Javier).
Historiografía anglosajona

Los Estados Unidos son muy pródigos en la experimentación de nuevos enfoques


metodológicos, como

el cuantitativismo de la cliometría o new economic history (nueva historia


económica) norteamericana, de Robert Fogel y Douglass North, premios Nobel de
economía de 1993 (de los pocos historiadores que han recibido el Premio Nobel, con
los de literatura de Theodor Mommsen y Winston Churchill).
los case-studies (desde los años 1970). Un case study es un método particular
de investigación cualitativa. Más que utilizar grandes bases de datos y rígidos
protocolos para examinar un número limitado de variables, este método implica un
examen longitudinal de un caso: un solo hecho. La historia se acerca al método
experimental.47
la llamada World History (desde los años 1980), que compara las diferencias y
semejanzas entre regiones del mundo y llega a nuevos conceptos para describirlas
(considera a Arnold J. Toynbee un precursor).

También es destacable el papel de Estados Unidos como receptor de intelectuales


europeos antes y después de la segunda guerra mundial, como fue el caso de Mircea
Eliade, el mayor renovador de la historia de las religiones o historia de las
creencias (Lo sagrado y lo profano, El mito del Eterno Retorno).

Pero las principales aportaciones de los historiadores ingleses, que disponen de


publicaciones comparables a Annales (Past and Present) están en el centro de la
corriente principal de producción historiográfica, para el caso de esta revista, de
tendencia marxista, entre los que figuran autores de la talla de E. P. Thompson,
Eric Hobsbawm, Perry Anderson, Maurice Dobb, Christopher Hill, Rodney Hilton, Paul
Sweezy, John Merrington... que en modo alguno debemos entender como una tendencia
unitaria, pues, tras los años de la segunda guerra mundial y su posguerra (en que
muchos de ellos funcionaron como el Grupo de historiadores del Partido Comunista de
Gran Bretaña) fueron alejándose entre sí y de las posiciones marxistas ortodoxas,
dando origen a lo que se ha venido en llamar tendencia marxiana. Las polémicas
entre ellos y con autores no marxistas, como H. R. Trevor-Roper, se hicieron
merecidamente famosas.

Cada autor debe verse a través de su posición personal, como los norteamericanos
John Lukacs, Gertrude Himmelfarb, Peter Gay (perspectiva psicológica) o Immanuel
Wallerstein (del campo de la historia económica y social, que ha desarrollado un
concepto de sistema mundial en la línea de Fernand Braudel); los británicos Steven
Runciman (medievalista imprescindible para las Cruzadas), E. H. Carr o Lawrence
Stone; los canadienses Donald Creighton o Bruce Trigger (etnohistoriador y
arqueólogo); o los ya citados Arno Mayer, Richard Cobb, Crane Brinton o Simon
Schama.
Historiografía italiana

En torno a la revista Quaderni Storici, un grupo de historiadores italianos


desarrolló a partir de finales de siglo XX d. C. una innovadora extensión de la
historia social que denominaron Microhistoria (Giovanni Levi, Carlo Ginzburg). Con
alguna aproximación a este método, Carlo M. Cipolla hace sobre todo una historia
económica de gran envergadura, así como reflexiones metodológicas interesantes (la
parodia Allegro ma non troppo).
Historiografía alemana

La introspección de los intelectuales alemanes ante su papel frente al nazismo y


los distintos grados de responsabilidad de la nación, el pueblo o las clases
dirigentes alemanas sobre las dos guerras mundiales y el convulso período de
entreguerras que presenció el surgimiento del nazismo fue objeto de la atención de
historiadores de muy distintas tendencias, como Gerhard Ritter Hans-Ulrich Wehler o
Karl Dietrich Bracher. La denominada polémica de los historiadores de los años
ochenta entre el filósofo Jürgen Habermas (que sostenía la presencia constante del
nazismo) e historiadores como Ernst Nolte y Joachim Fest (quienes pretendían tomar
distancia frente a "ese pasado que no pasa" analizando cuestiones tan espinosas
como el Holocausto desde una perspectiva que a sus oponentes parecía casi
justificadora, equiparando nazismo y comunismo) presidió la década de los ochenta,
previa a la reunificación alemana de 1989.48
Los hispanistas
Artículo principal: Hispanismo

La disponibilidad de materia prima documental en los archivos españoles atraen a


profesionales formados en las universidades europeas o norteamericanas, en una
especie de fuga de cerebros al revés que renovó la metodología y las perspectivas
de los historiadores españoles.

Maurice Legendre fue uno de los iniciadores del hispanismo francés a través de la
Casa de Velázquez, siguiéndole una impresionante nómina: Marcel Bataillon (con su
imprescindible Erasmo en España), Pierre Vilar (Cataluña en la España Moderna y su
breve pero influyente Historia de España), Bartolomé Bennassar (modelo de cómo la
historia local puede integrarse en la corriente central de la historiografía de
vanguardia con su Valladolid en el siglo de oro),49Georges Demerson, Joseph Pérez
(autoridad para las Comunidades, la Inquisición, los judíos...), Jean Sarrailh
(ejemplo de síntesis de una época con La España ilustrada de la segunda mitad del
siglo XVIII d. C.)...

El hispanismo anglosajón tiene como uno de sus decanos a Gerald Brenan (observador
de El laberinto español desde su atalaya en las Alpujarras), secundado por una
lista no menos impresionante que la francesa: Hugh Thomas (durante mucho tiempo el
autor más citado de su especialidad con Spanish Civil War), John Elliott (que con
El Conde-Duque de Olivares ha dado muestra de cómo puede una biografía reflejar una
época), John Lynch, Henry Kamen, Ian Gibson (irlandés nacionalizado español, autor
de imprescindibles biografías de los gigantes culturales del siglo XX d. C.), Paul
Preston, Gabriel Jackson, Stanley G. Payne, Raymond Carr, Geoffrey Parker, Edward
Malefakis...
Historiografía española contemporánea
Archivo de la Guerra Civil en Salamanca

Entretanto, las universidades españolas se vacían por la guerra civil y el exilio


interior y exterior. A la mitad del siglo XX d. C. podía contemplarse repartido por
todo el mundo un nutrido grupo de individualidades: Ramón Menéndez Pidal, Américo
Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Julio Caro Baroja, José Antonio Maravall, Jaume
Vicens Vives (a quien se debe entre otras aportaciones, la creación del Índice
Histórico Español en 1952), Antonio Domínguez Ortiz, Luis García de Valdeavellano,
Ramón Carande y Thovar...

En la posguerra se crea el CSIC, en cuyo organigrama se incluyen departamentos de


historia. La requisa de papeles por el bando vencedor con fines represivos y su
concentración permitirán el funcionamiento de una sección del Archivo Histórico
Nacional en Salamanca especializada en la guerra civil española (desde 1999
denominado Archivo General de la Guerra Civil Española). Fue centro de una polémica
que trascendió el ámbito de lo historiográfico para entrar completamente en el
ámbito de lo político, muy intensa entre 2004 y 2006, por la devolución a la
Generalidad de Cataluña de los originarios de esta institución y de otras catalanas
(los llamados papeles de Salamanca), que se puede considerar como parte de la
polémica simultánea en torno a la llamada recuperación de la memoria histórica.50

En la segunda mitad del siglo XX d. C. se produce una intensa renovación


metodológica en todas las ramas de la ciencia histórica, y se multiplican los
departamentos universitarios. Algunos historiadores vuelven del exilio, donde se
habían mantenido como referentes de una forma de hacer historia no sometida a
censura, es el caso de Manuel Tuñón de Lara, preocupado por la reflexión
metodológica (materialismo histórico) a la vez que mantiene una postura militante
en política. Es de destacar la labor efectuada, también en Francia, por la
editorial Ruedo Ibérico, cuyos libros se distribuían de forma semiclandestina, así
como de algunas en México (Fondo de Cultura Económica).

Hay una división clara entre una minoría de historiadores conservadores (Luis
Suárez Fernández, Ricardo de la Cierva) y una mayoría abiertos a las nuevas
tendencias, que no forman una corriente historiográfica unida. Ver Gonzalo Anes,
Julio Aróstegui, Miguel Artola, Ángel Bahamonde, Bartolomé Clavero, Manuel Espadas
Burgos, Manuel Fernández Álvarez, Emiliano Fernández de Pinedo, Josep Fontana,
Jordi Nadal, Gabriel Tortella, Javier Tusell, Julio Valdeón Baruque...

Son reseñables las figuras destacadas en campos de estudio concretos: la de


Francisco Tomás y Valiente y Alfonso García-Gallo en la historia del Derecho, la de
Emilio García Gómez en el arabismo, la de Guillermo Céspedes del Castillo en
americanística, la de Antonio García y Bellido y Antonio Blanco Freijeiro en la
arqueología, las de Pedro Bosch Gimpera, Luis Pericot, Juan Maluquer o Emiliano
Aguirre en la prehistoria (la de este último vinculada al inicio del excepcional
yacimiento de Atapuerca, cuyo estudio es continuado por Juan Luis Arsuaga, Eudald
Carbonell y José María Bermúdez de Castro que han puesto a la prehistoria española
en el centro de la atención mundial).
Véase también: Estudios de historia del arte en España
Historia excéntrica. Falsear la historia
No puede dejarse de referir lo que podría llamarse la historia excéntrica, o
alejada del "consenso" o campo central del trabajo de los historiadores
"oficiales". Siempre ha habido literatura semejante, y podría recordarse un ejemplo
notable, como Ignacio Olagüe y su libro La Revolución islámica en Occidente, que
pretendía probar la inexistencia de invasión árabe en el siglo VIII d. C., y que
obtuvo algún eco en los años 1960 y 1970.51

En la actualidad el debate en torno a la Segunda República Española, la Revolución


de octubre de 1934 y la Guerra Civil Española, que afecta incluso a cuestiones tan
aparentemente peregrinas como qué fecha tomar como comienzo de ésta,52 está
llenando los estantes de los supermercados con una literatura que algunos llaman
revisionismo histórico, por paralelismo con el negacionismo del Holocausto. La
necesidad de que determinadas afirmaciones o negaciones historiográficas sean
objeto de sanción penal es objeto de debate.53

No es la española la única historiografía que debe enfrentarse con la


excentricidad: el caso más llamativo de los últimos años ha sido seguramente el de
la atribución del descubrimiento de América al almirante chino Zheng He.54

Sobrepasar la frontera de la historia excéntrica es entrar de lleno en el fraude


histórico, en el que hay egregios precedentes: desde la Donación de Constantino
(que justificó el poder temporal de los papas) a los Protocolos de los Sabios de
Sión (que alimentaron el antisemitismo y están en el origen de la Conspiración
Judeomasónica). El caso reciente más estrafalario (sin llegar al éxito de los
anteriores, por lo que como mucho se puede comparar a los intentos fallidos de
falsificar la historia, como los plomos del Sacromonte), es el de los famosos (y
falsos) Diarios de Hitler publicados por la revista Stern en 1983, con los que un
historiador tan serio como Trevor Roper fue engañado o se dejó engañar. El último
en desvelarse, de momento, es el de los documentos falsificados e introducidos en
archivos británicos que sustentaron los libros donde Martin Allen revelaba extrañas
conspiraciones durante la Segunda Guerra Mundial.55

La utilización de la historiografía para falsear la historia es tan antigua como la


propia disciplina (habría que remontarse al menos hasta Ramsés II y la batalla de
Kadesh), pero en el siglo XX d. C. la capacidad que alcanza el Estado y los medios
de comunicación de masas (llamados cuarto poder) permitieron a los regímenes
totalitarios jugar con la posibilidad de cambiar la historia, no solo hacia el
futuro, sino hacia el pasado. La novela 1984 de George Orwell (1948) es un
testimonio de lo verosímil que esto resultaba. Las fotografías retocadas fueron una
especialidad no solo de Stalin contra Trotsky, sino del mismo Francisco Franco con
Hitler.56 El propio Winston Churchill tenía claro, incluso desde la democracia, que
"La historia será amable conmigo, porque tengo la intención de escribirla".57 La
reflexión acerca de si la historia es escrita por los vencedores es una tarea más
propia de los filósofos de la historia.

Lo cierto es que en historia todo cambia, nada es permanente, y mucho menos su


ocultamiento, como prueba el debate sobre la subasta al alza de malignidad entre
izquierdas y derechas, que aún dará para muchos libros como el de Stéphane Courtois
(El libro negro del comunismo, 1997) y su respuesta El libro negro del capitalismo.
Véase también

Ver el portal sobre Historia Portal:Historia. Contenido relacionado con


Historia.

Archivística
Arqueología
Documentación
Historia cultural
Historia natural
Historia universal
Gran Historia
Historia de las ideas
Historia e historiografía
Historia evenemencial
Larga duración (historiografía)
Tiempo histórico
Tiempo geológico
Historia de América
Edad Media
Historia y teoría de la Arqueología
Estudio de la Historia del Arte
Acontecimiento
Coyuntura
Fernand Braudel
Fuente histórica
Método histórico
Historiología
Ciencias Históricas

Referencias

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.


«historiografía». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.


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Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. «historia».


Diccionario de la lengua española (23.ª edición).

Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. «grafo».


Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
Tournikiotis, Panayotis. Prefacio a La historiografía de la arquitectura moderna,
Reverte, 2001, ISBN 8482113437, p. 17.
La expresión "arte de la historia" es muy abundante en la bibliografía ([1]),
aunque el uso de una expresión tan equívoca es muy variado, y no siempre se hace en
el sentido de designar la denominación o calificación de la disciplina
historiográfica o el saber histórico en sí.
La denominación ciencia histórica es muy abundante en la bibliografía ([2] [3])
Louis Althusser enunció la peculiar condición científica de la historia de forma
explícita: la ciencia de la historia es una ciencia, pero no como las otras (La
Soledad de Maquiavelo, p. 151).
John Burrow, Historia de las historias (desde Heródoto al siglo XX d. C.), glosado
por Carlos García Gual «El estilo de los historiadores.» El País, 17/07/2010:

Un género que se enfrenta a la dura y efímera realidad para indagar su sentido


y reflejarla (Tucídides se presentaba como un austero "notario") con rigor y
precisión. Pero cada gran historiador tiene su voz y su mirada, aunque intente dar
una versión desapasionada -sine ira et studio- de cuanto selecciona y transmite lo
que cree preciso "salvar del olvido para el futuro" (Heródoto). En toda
historiografía late esa apuesta por el relato objetivo, pero es inevitable el
acento propio, un estilo subjetivo y una impronta personal. Algunos historiadores
fueron grandes escritores; pero incluso los de plumas más grises tienen su estilo
propio (y, de propina, su valor literario).

La historia no fue nunca una ciencia exacta, sino un método para recobrar y
reflejar el pasado. No una epistéme, sino una téchne, como se decía en griego. Y se
articula como una serie de "historias".
Jacques Le Goff cita a Raymond Aron que a su vez desarrolla la teoría de Max Weber
en Pensar la historia: Modernidad, presente, progreso, pg. 91. Jerzy Topolski
Definiciones generales de la materia de la historia (como ciencia), en Metodología
de la historia, p. 53, cita a E. Bernheim, R. G. Collingwood, R. Aron, M. Bloch, J.
Huizinga, L. Febvre, E. Callot y otros.
Pierre Vilar, repetido por Manuel Tuñón de Lara y citado por José Luis de la Granja
Sáinz, Alberto Reig Tapia y Julio Aróstegui en Tuñón de Lara y la historiografía
española, p. 177.
Isabel Gallardo, en José Deleito y Piñuela y la renovación de la historia en
España, pp. 117 y ss. cita a J. Kaerst, Berr, Curtius, Mommsen, Benedetto Croce,
Villari, Gabriel Monod, L. Bordeau, Camille Jullian, G. Desdevises du Dézert,
Albert Sorel, Lacombe, etc. Véase también Historia#Historia como ciencia
«Sociedad Española de Ciencias y Técnicas Historiográficas». Archivado desde el
original el 25 de octubre de 2016. Consultado el 24 de marzo de 2018.
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.
«historiógrafo». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.
«historiador». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
José Ortega y Gasset (1928): La «Filosofía de la historia» de Hegel y la
historiología. En Obras completas (volumen IV). Madrid: Taurus, 2005. ISBN 84-306-
0592-4.
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.
«historiología». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.
«historiografía». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
Álvarez Rey, L.; Aróstegui Sánchez, J.; García Sebastián, M.; Gatell Arimont, C.;
Palafox Gamir, J.; Risques Corbella, M. (2013). «Las raíces históricas de España».
Historia de España. España: Vicens Vives. p. 36. ISBN 9788431692582.
De hecho, hay bibliografía sobre el tema: Harold BOLITO: Japón Meiji. Madrid: Akal,
1991. ISBN 84-7600-718-3. Un breve acercamiento accesible en: Mauro BONIFAZI:
Japón: revolución, occidentalización y milagro económico.
El Archivo de Indias es accesible en:[4]
La obra de Las Casas es accesible en CiudadSeva.com
Miguel LEÓN-PORTILLA, 1973.
Puede consultarse en internet el libro de Guamán Poma con sus verdaderamente únicas
ilustraciones en la página de la Biblioteca Nacional danesa: [5]
Claude Lévi Strauss analiza desde el punto de vista antropológico el significado de
estas nociones del tiempo, también desde una perspectiva diacrónica y sincrónica;
véase artículo de Regina MARTÍNEZ CASAS (2003): De la orilla de la eternidad
informacional a la atemporalidad del ritual.
El tiempo totémico y el tiempo del sueño o de los antepasados de los aborígenes
australianos: «A la manera de los primitivos, trascender lo real», consultable en
Universitat Pompeu Fabra:[6] (enlace roto disponible en Internet Archive; véase el
historial, la primera versión y la última).
THOMPSON, E. P.: La formación de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona: Crítica,
1963-1989.
Hay un grupo internacional de historiadores interesados por la renovación del
paradigma materialista, muy activo en torno a Carlos Barros, de la Universidad de
Santiago de Compostela (con la presencia de Bartolomé Clavero y muchos otros) que
organiza congresos y la página web Historia a Debate:[7]
Una reflexión de Rafael Vidal sobre La Historia y la Posmodernidad:[8]
No obstante, son muy sofisticados desde muy antiguo, como se encargó de divulgar el
clásico de Samuel Noah KRAMER (1965-1974) La historia empieza en Sumer. Valencia:
Círculo de Lectores. ISBN 84-226-0555-4, una magnífica introducción a la historia
para todos los públicos, como también lo es, para Egipto, la equivalente obra de
CERAM Dioses, Tumbas y Sabios
En el artículo Interpretaciones de la historia de China se habla de la particular
filosofía de la historia de la historiografía china tradicional, que incluye el
concepto de ciclo dinástico, y fue sustituida por la interpretación materialista en
la moderna República Popular. Otros intelectuales chinos no marxistas, como Hu Shih
y Ray Huang, han desarrollado teorías de integración de la civilización china y la
occidental en una moderna y única civilización mundial.
China primitiva, en Historia Universal: El País: Salvat, tomo 3, Madrid: Salvat
Editores. ISBN 84-345-6232-4
Entre los que pueden citarse a Joseph Ki-Zerbo o a Cheik Ant Diop.
NAVIA (mayo de 2006): Timbuctú, la nostalgia de un sueño, National Geographic, pgs.
44-71
María del Carmen PÉREZ ROYO; y María Luisa RAMOS MORELL: «Historiografía romana»,
en Latín: lengua y literatura. COU. Sevilla: Ediciones La Ñ, 1996. Ed. electrónica
accesible en: [9]
Una página web de referencia para la historia de la literatura, en este caso para
la prosa bajomedieval.
Antonio UBIETO ARTETA (1982): Historia de Aragón. Literatura medieval I. Zaragoza,
Anubar, pág. 36.
Antonio PÉREZ LASHERAS (2003): «La historiografía aragonesa y el Derecho foral», en
La literatura del reino de Aragón hasta el siglo XVI d. C.. Zaragoza, Ibercaja-
Institución «Fernando el Católico» (Biblioteca Aragonesa de Cultura, 15), ISBN 84-
8324-149-8, pp. 100-104.
Gesta veterum comitum Barcinonensium et Regum Argonensium scripta c. an̄um 1290 a
quodam monacho Rivipullensi. Editor Petr de Marca, 1688. Juan Francisco Masdeu la
cita junto a otras editadas por Pierre de Marca como Accessere gesta Comitum
Barcinonensium, etc. Parisiis 1688 (pg. 487 de Historia crítica de España y de la
cultura española, Imprenta de Sancha, 1795). La obra de Morales Moya incluida en la
bibliografía (que forma parte de la Enciclopedia de historia de España de Miguel
Artola, 1993), y de la que provienen la mayor parte de los datos españoles de este
artículo, da para esta obra el título de Gestas veterum Comitatum Barcinonensium et
Regum Aragonensium.
Texto citado por cronistas posteriores, pero considerado perdido hasta hace poco:
el año 2001 el profesor Muhammad ben Mamar identificó un único ejemplar (26
páginas) en una biblioteca de Tinduf, que ha sido traducido por Guillem Rosselló-
Bordoy y Nicolau Roser. National Geographic, marzo de 2009, pg. 8.
Una página web de referencia para la historiografía andalusí:[10]. Y otra, que
incluye toda su literatura:[11].
Debate intelectual en la historiografía, en Artehistoria.
Es célebre su polémica con el historiador soviético y marxista Boris Porchnev a
propósito de estas tesis. Roland MOUSNIER: Furores campesinos, 1968.
Duda de Lutyk, Marta; Busts de Evans, Silvia (2006). Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad Nacional de Cuyo, ed. Los historiadores y sus textos. Tomo III:
siglos XX-XXI: Las nuevas historias. Centro Universitario, Parque General San
Martín, Mendoza, Argentina.: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de Cuyo. p. 254. ISBN 978-950-774-116-6.
La cita es atribuible a distintos autores, aquí la atribuyen a Pierre Nora[12]
(enlace roto disponible en Internet Archive; véase el historial, la primera versión
y la última).
Luis Guillermo JARAMILLO ECHEVERRI y Juan Carlos AGUIRRE GARCÍA: La Controversia
Kuhn-Popper en torno al progreso científico y sus posibles aportes a la enseñanza
de las ciencias Archivado el 4 de noviembre de 2006 en la Wayback Machine..
Arno MAYER: The Furies: Violence and Terror in the French and Russian Revolutions
Princeton University Press, 2002. ISBN 0-691-09015-7. Hay traducción castellana:
Las Furias. El comentario se localiza en la introducción.
Página de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.
La página de la Fundación Las Edades del Hombre, que desde noviembre de 2006 exhibe
Kirios en Ciudad Rodrigo: [13]
Los autores más conocidos de este método son Robert Stake y Jan Nespor (véase
Wikipedia en inglés [14])
Alberto Buela, citando a Javier Esparza, en La relación con el pasado Archivado el
12 de febrero de 2009 en la Wayback Machine. [15]
Bartolomé BENNASSAR: Valladolid au siècle d'or. Une ville de Castille et sa
campagne au XVe. siècle. París-La Haya: Mouton, 1967. Considerado un clásico de
síntesis regional histórica en el espíritu de Annales, siguiendo el método de
integración de distintas disciplinas iniciado por Fernand Braudel.
Una cronología de las vicisitudes de los Papeles de Salamanca, en El Mundo.
Y aún más recientemente, incluyendo reflexiones provenientes del campo de la
genética de poblaciones: Antonio PULIDO PASTOR: La revolución islámica en Occidente
(01/10/2006) [16].
El texto completo del libro de Olagüe puede consultarse en una web islamista: [17]
Pío MOA (2006): 70 aniversario del comienzo de la guerra civil, en Libertad
Digital:[18] Archivado el 14 de octubre de 2007 en la Wayback Machine.
Timothy GARTON ASH La necesidad del debate histórico. La libertad de expresión en
Europa vive atenazada por leyes bienintencionadas que pretenden condicionar lo que
se dice y recuerda sobre los episodios más siniestros de nuestra historia, El País,
19/10/2008.
Gavin MENZIES (2005): 1421: el año en que China descubrió América. España:
Debolsillo, 2005. Aparecido en inglés en 2002. El autor, marino de formación e
"historiador" autodidacta mantiene una web oficial: [19], y sus detractores también
contestan por la red: [20]. Hay artículos en la Wikipedia en castellano sobre la
Hipótesis de 1421, y en inglés también éste sobre el autor.
Marcelo JUSTO: La Historia reescrita con papeles falsos (enlace roto disponible en
Internet Archive; véase el historial, la primera versión y la última)., ABC, 7 de
mayo de 2008
Las famosas fotos de la entrevista Hitler-Franco en Hendaya (1940) encontradas en
el archivo de la Agencia Efe y divulgadas en octubre de 2006:[21]

Artículo Archivado el 26 de septiembre de 2007 en la Wayback Machine. de Juan


Bolea en El Periódico de Aragón, citando varias de las célebres mixtificaciones de
imágenes históricas.

Bibliografía
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incorrecto (ayuda).

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