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La Pandemia y Sus Metáforas - 'La Semanal' - Cultura - La Jornada
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Jueves, 9 de abril de 2020
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La enfermedad colectiva y sus múltiples variantes ponen en evidencia las fortalezas y debilidades de la sociedad y los Estados para
registrarlas, narrarlas y hacerles frente. En este brillante ensayo se presentan algunos de los derroteros que ha seguido el arte, sobre
todo la literatura y el cine, para re exionar, a lo largo de la historia, sobre el poder in nito de una ín ma criatura que somete tanto al
cuerpo como al alma.
Sólo basta un microbio para derrumbar a un Imperio. En sus crónicas de la Guerra del Peloponeso, Tucídides sugiere que el ejército
más letal en el cerco espartano a Atenas en el siglo V AC no tenía lanzas ni espadas, sino el tamaño de una bacteria. En el
hacinamiento de población amurallada tras las puertas de la ciudad, el virus mató a un tercio de los habitantes incluyendo a su líder,
el legendario Pericles. Según el relato, la visión de esos cerros de cuerpos incinerados hizo huir a las tropas espartanas que no sabían
si aquello era una advertencia divina para expulsarlos o si los dioses se habían puesto de su lado para ganar la guerra.
Faltaban más de dos milenios para que se tomara la primera fotografía de un virus, ese dios iracundo y universal que, como el de los
monoteísmos, no tuvo rostro ni nombre pero se adjudicó cada tragedia posible. En todo caso, en aquel primer relato epidémico, el
discurso del mito venció al cientí co, igual que lo hizo en las pandemias medievales o en la conquista del Nuevo Mundo. La respuesta
automática hacia las enfermedades colectivas nunca es volverlas ciencia sino metáfora. Se les reviste con discursos tremendistas,
justicieros, románticos o simplemente falsos que, en la cima de la ironía, nuestra era digital dio en llamar “virales”: un minuto en
redes comprueba que las mentiras y el miedo son de contagio inmediato.
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09/04/2020 La pandemia y sus metáforas / 'La Semanal' - Cultura - La Jornada
La enfermedad
EnPUBLICIDAD y sus metáforas y en su secuela, El sida y sus metáforas, Susan Sontag fue más lejos que nadie en laSUSCRIPCIONES
COMERCIAL indagación de
esta curiosa condición de las culturas, ansiosas siempre por convertir a los males del cuerpo en relatos, personajes, dramas con causa
y efecto. En el linaje de Sontag está la Anatomía de la melancolía de Robert Burton, en donde las enfermedades de la carne se
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diagnostican mediante el estado del alma, una veta romántica
Jueves,que
9 deen México
abril ha interesado a Roger Bartra. No basta con observar la
de 2020
descomposición de la carne y sus efectos sociales: hay que explicarla, ordenarla, darle cause narrativo, aliento épico y forma estética.
Contar cuentos sobre ella, destilar lecciones morales y, en muchos casos, inventarse un enemigo. No por casualidad, el léxico militar
abreva tanto del argot de los virus, y viceversa. En más de una guerra se ha hablado de los contrarios como de bacterias resilientes y
más de una enfermedad se ha combatido equiparándola con un ejército a vencer.
Un ejemplo de esto está incrustado en nuestra propia historia. El Nuevo Mundo forjó relatos literarios de su propia pandemia en el
Códice Florentino o los Anales Tlatelolcas, tan duraderos como el Decamerón o los Cuentos de Canterbury lo fueron para las grandes
pestes del medioevo. Estos relatos escritos del cocoliztli –enfermedad, plaga, mal– que fueron las epidemias de viruela, sarampión o
salmonela que devastaron a la población mexicana durante la conquista, coinciden con el relato de Tucídides sobre la plaga ateniense;
en ambas, la infección fantasmal viene de fuera y es un síntoma de la otredad tóxica del invasor. Desde entonces hasta la cobertura
mediática del Covid-19, seguimos contándonos la misma historia: la de la muerte extranjera que desciende de barcos, aviones,
migrantes o murciélagos.
Pareciera que nuestra idea de la sociedad como cuerpo u organismo uniforme, sólo admite su enfermedad como tal si ésta es causada
por un agente externo. En dos thrillers sobre epidemias del Hollywood de postguerra, Panic In The Streets (Elia Kazan, 1950) y The
killer that stalked New York (Earl McEvoy, 1950), se descubre que los pacientes cero se infectaron durante un viaje a Cuba –la primera–
o por ser de origen eslavo –la segunda–, lo que lleva a la policía a interrogar a armenios, checos y polacos de la ciudad. Era el albor de
la Guerra fría. La idea del mundo occidental como un cuerpo sano, atlético y libre al que había que vacunar contra las bacterias
orientales comenzaba a ser popular, y aunque otros subgéneros como la invasión extraterrestre o los brotes zombi jugaron también
un papel ideológico, la idea de un virus que se contrae por accidente, se incuba en silencio y se propaga en epidemia era, y es, más
aterradora.
Esa tendencia, que en días recientes explotó en redes sociales, ha sido reelaborada varias veces en la pantalla. Nos engañaríamos si
pensáramos que el séptimo arte, al ser un medio de la modernidad que nació a la par del psicoanálisis o la penicilina, es menos
mitológico o barroco en su tratamiento de plagas y enfermedades sociales. Todo cineasta abreva en tradiciones narrativas que son
más antiguas que el celuloide y suelen estar más emparentadas con las infecciones románticas de Burton que con la ciencia médica.
Incluso tres películas industriales y medianas como Contagio (2011) de Steven Soderbergh, Epidemia (1995) de Wolfgang Petersen o
Virus (2013) de Kim Sung-Su resucitan hoy en la conversación si sus discursos maniqueos sirven para canalizar ansiedades colectivas
como la descon anza hacia gobiernos y farmacéuticas, teorías de conspiración o la xenofobia. No es casualidad que en sus tramas, las
células infectadas procedan de Hong Kong, la República del Congo y el sudeste asiático, respectivamente.
A diferencia de experiencias virales recientes como la gripe aviar, la española de 1918, la del SARS o el VIH, la pandemia de coronavirus
tiene lugar en un entorno en donde los mensajes virtuales se contagian con una rapidez igual o mayor a la del virus mismo, y
magni can sus efectos a través de la desinformación. ¿Hay algo que podamos aprender del cine epidémico, ese subgénero irregular, a
veces amarillista o ramplón? ¿Hay sucedáneos fílmicos que estén al nivel de esos tres libros mayores, uno de crónica –Diario del año
de la peste (1722) de Defoe– y dos novelas alegóricas como La peste (1947) de Camus y Ensayo sobre la ceguera (1995) de Saramago?
¿Puede ser el cine una suerte de Decamerón que, en la reclusión del contagio, sirva para contar nuestras virtudes y miserias?
Aunque no está situada en ninguna epidemia histórica, la de Corman y Poe es tan alegórica o más que la de Bergman al recrear la
psicosis de un mundo en el que las infecciones no se atribuyen a causas médicas sino metafísicas. La encarnación de la muerte en
ambos casos como un personaje de aspecto humano, con diálogos y albedrío, alimenta la vieja fantasía de las epidemias como
herramientas de voluntades superiores y vengativas, enviadas con propósitos claros para restaurar un orden o castigar un vicio. No es
un discurso que se haya extinguido: a la menor provocación se sigue echando mano de ello para evangelizar desde el púlpito que cada
quien profese. Basta leer el reciente artículo de Mario Vargas Llosa, “Regreso al medioevo”, para notar que la tentación por politizar la
salud pública sigue siendo irresistible.
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A pesar de que el conocimiento académico está más abierto y disponible que nunca, pareciera imposible pensar en una enfermedad
como una mera infección y no como símbolo o síntoma de algojusqu'à
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más. De hecho, la par
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médica contra el VIH sólo empezó a ganarse
una vez que se luchó en público contra el estigma social de ser un “cáncer de los putos.” Para entonces, la pandemia ya había cobrado
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09/04/2020 La pandemia y sus metáforas / 'La Semanal' - Cultura - La Jornada
miles de vidas,
PUBLICIDAD algunas de ellas rescatadas para el cine en Filadel a (1993), Todo sobre mi madre (1999) o 120 latidos por
COMERCIAL minuto (2017),
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que sin ser cine epidémico invitan a asomarnos a los abismos de dos contagios simultáneos: el del virus y el del prejuicio.
Cuando
un voltea a las epidemias históricas o imaginarias, como el brote italiano de cólera en Muerte en Venecia (Lucino IMPRESA
narrador
Jueves, 9 de abril de 2020
Visconti, 1971) o la inventada por Elio Petri para su versión libre de Todo modo (1976), la novela de Leonardo Sciascia. Como variantes
modernas del Decamerón –adaptado por Pasolini en 1971–, las películas de Visconti y Petri tienen lugar en una Italia en la cual las
clases acomodadas se refugian de la muerte infecciosa en centros de poder amurallados: un castillo, un centro de convenciones, un
hotel de lujo a pie de playa. Al igual que en Bergman o Corman, no abordan los contagios desde la medicina ni la sociología; son marco
para alegorías sobre la búsqueda de ideales decadentistas –pienso en Tadzio, ese ángel de la muerte–, o metáforas políticas.
Incluso una curiosidad como El año de la peste (1979) de Felipe Cazals, con todo y sus carencias de producción, es hábil para
diagnosticar al México de su época, en el que el virus más nocivo no era la plaga bubónica sino la burocracia política, la corrupción
sanitaria y el control de la información. Ubicada en un futuro inmediato a los años setenta, el guión co-escrito por García Márquez y
Juan Arturo Brennan reelabora el magní co Diario del año de la peste de Daniel Defoe, trasladando la peste del Londres de 1664 al
Distrito Federal de José López Portillo. Ejercicio con altibajos pero de buen interés, la de Cazals puede verse como una precursora
latinoamericana para Ceguera (Fernando Meirelles, 2008), versión lmada del Ensayo sobre la ceguera de Saramago, quizá la distopía
más potente, lúcida y perdurable en la literatura de n de siglo. Aunque es alegórica en un sentido similar a El séptimo sello, sustituye
a la moral cristiana por la ética civil como el orden superior que se ve amenazado por el brote epidémico y la psicosis colectiva.
La especulación de futuros en donde se ha sobrevivido a una pandemia permite un diagnóstico de nuestros males presentes y, en
algún caso, atisbos de esperanza. A veces ésta toma la forma de cciones puras como la de Gilliam, que para trazar su alegoría echa
mano de viajes en el tiempo y teléfonos que comunican entre dimensiones. No es el caso de Niños del hombre, en donde un virus de
transmisión femenina clausura la posibilidad de engendrar, lo que convierte al futuro en una línea que se adelgaza progresivamente y
que conduce a la extinción. En un afortunado giro del discurso, la única mujer que desarrolla inmunidad y logra embarazarse es Kee,
una migrante africana.
Si, como ha previsto Zizek, la pandemia de Covid-19 lograse replegar al capitalismo global, obligando a las sociedades civiles a
inventar formas de convivencia más solidarias, sanas y limpias, en el futuro habrá que voltear una y otra vez a este cine epidémico
para seguir re ejándonos en sus relatos, sean éstos distopías, alegorías o crónicas. En la construcción de ese futuro –que pasa, dicho
de paso, por la reconstrucción de los sistemas de salud pública– habría que echar mano de ese párrafo que Nietzsche escribió en
Aurora (1881): “Pensad en la enfermedad. Calmad así la imaginación del inválido de modo que no deba, como hasta ahora, sufrir más
por pensar en la enfermedad que por la enfermedad. Eso, creo, sería algo, sería mucho”; quizá para eso sirva contarnos la historia de
nuestras pandemias: no para curarlas, pero al menos para conocernos mejor a través de ellas.
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