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Lo que nadie aún ha dicho
pudiera comprenderlo.
Casualidad o no, en aquel 2016, el mal llamado «rey de la efedrina», porque otros El Tribunal Oral Federal Nº 4 de San Martín condenó
narcos traficaron más kilos a México, había intentado armar cartas bombas. Así lo este viernes a Mario Segovia, conocido como el “Rey
de la efedrina”, a la pena de 14 años de prisión por
reveló Encripdata el 17 de junio de 2020: «Segovia le ordenó a un contacto paraguayo
ser considerado coautor del delito de contrabando
comprar por Internet explosivos a una empresa canadiense. Él debía entregárselos a una agravado de sustancias que pudieran...
mujer que viajaría de Asunción a Buenos Aires. Ella debía pasárselos a un tercer cómplice
en la terminal de micros de Retiro. Alguien armaría tres artefactos en forma de carta,
sobre y libro. Alguien más, finalmente, se los daría en mano a Segovia en la cárcel».
Alertado por aquellos, el juez federal Federico Villena abrió una investigación paralela
el 14 de octubre de ese año en la Argentina, ordenó intervenir el teléfono desde el que
hablaba Segovia y descubrió que Matías Agustín Segovia, hijo del narco, había
hackeado el mail de Salomón para hacerse pasar por ese funcionario público:
de otra manera, Securesearch Inc, la proveedora canadiense, nunca hubiera aceptado
mandar un sombre bomba, un libro bomba y una carpeta bomba, a alguien que no
perteneciera a un gobierno.
En aquel momento, una fuente recordó ante Encripdata que alguien había enviado en
2008 una bomba a quien llevaba adelante la «ruta de la efedrina». El explosivo lo dejó en
la casa de la fiscal Marisa De Virgilio, pero estaba destinado al juez Federico
Faggionatto Márquez.
Eso fue lo más cerca que estuvo la Argentina de tener su propio Theodore Kaczynski, el
«Unabomber» estadounidense.
Siguió hablando por teléfono. Ya no era necesario mantener ese código casi indescrifrable.
Pero esas escuchas telefónicas dejaron en evidencia, una vez más, que las cárceles, antes
que lugares de reinserción social, son potenciadores de delincuentes: si en la calle no se
conocían, adentro se hacían amigos. Encripdata pudo saber que Segovia se comunicaba,
por caso, con el colombiano David Sarría Ortíz, de la operación Luis XV; Ignacio Actis
Caporale, alias «Ojitos», traficante de Rosario como él; y José María Nuñez
Carmona.
Al condenado por el caso Ciccone, le pedía consejos: «Al margen del quilombo que tuviste,
¿cómo estás para blanquear guita?».
– Vamos a hacer 10, 15 palos cada uno para amortiguar las pérdidas y colgamos los
guantes.
Mientras tanto, afuera de la cárcel, los detectives fueron detrás de otros miembros del
clan: además del jefe y su hijo, «caminaron» al hermano Hernán Jesús Segovia, el
cuñado Gonzalo Rodrigo Ortega y dos cómplices, Miguel Ángel Morel y Ezequiel
Hernán Bergara.
Creer o reventar, esas pruebas las encontraron los días previos al revisar la
basura que tiraban en el tacho de la cuadra. El martes, entonces, tras cinco años de
investigación, los policías federales arrestaron a los cómplices de Segovia antes de que
fuera realmente demasiado tarde.
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Agustín Ceruse
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