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CAPITULO I

LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES

A. GENERALIDADES

1. NOCIÓN DEL ACTO JURÍDICO. Acto jurídico es la manifestación1 unilateral o bilate-


ral de voluntad ejecutada con arreglo a la ley y destinada a producir un efecto jurídico
que puede consistir en la creación, conservación, modificación, transmisión, transfe-
rencia o extinción de un derecho. Son tales la tradición, la compraventa, el
testamento, el pago, la emancipación, la repudiación de una herencia, la
ocupación.
Lo que constituye en su esencia al acto jurídico es ser un acto voluntario
ejecutado con la mira de producir un efecto jurídico.
En esto se diferencia del hecho jurídico propiamente tal y del acto ilícito
(delito y cuasidelito): aquél también produce efectos jurídicos, pero no por
obra de la voluntad humana sino de la naturaleza. Así ocurre con la muerte
o el nacimiento de una persona, la avulsión, la formación de isla. El acto
ilícito, aunque voluntario, no ha sido ejecutado con la mira de producir un
efecto jurídico; no es éste el fin perseguido por su autor. Los efectos jurídi-
cos que de este acto derivan, en vez de tender a realizar ese fin, tienden a
reparar o hacer cesar el daño que ese mismo fin produjo y, en consecuencia,
son siempre contrarios a la voluntad del agente.
El acto jurídico no deja de ser tal porque su autor, al ejecutarlo, no haya
tenido el propósito o la intención de producir el efecto jurídico que le es
propio. Lo es aunque éste no haya previsto y ni siquiera conocido las conse-
cuencias jurídicas que de él emanan. Lo que caracteriza al acto jurídico no es
tanto que se realice precisamente con ese objeto como que por su naturaleza
o, mejor dicho, por disposición de la ley, esté destinado a producir efectos
jurídicos. Así, la caza y la pesca no dejan de ser actos jurídicos, si el cazador o
el pescador se apropia de la presa, aunque éste cace o pesque por mero

1 Creemos, con C OVIELLO (Doctrina General de Derecho Civil, versión española de la cuarta
edición italiana, pág. 344), que es preferible decir manifestación y no declaración de voluntad,
porque así quedan comprendidos aún los casos en que la voluntad no necesita darse a conocer a
otra persona, como ocurre en el testamento, y aquellos en que la voluntad se expresa por meros
hechos.

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2 DE LOS CONTRATOS

placer y sin pensar siquiera en la adquisición del dominio. Esto es, por lo
demás, lo que ocurre siempre: quien ejecuta un acto jurídico no lo hace con
el propósito de producir tal o cual efecto jurídico, sino para obtener un fin
práctico determinado, generalmente de orden económico. Quien compra o
toma en arrendamiento una cosa no lo hace para que se produzcan los
efectos propios de estos contratos, sino porque le es necesaria, y si el efecto
jurídico se produce, es porque el fin práctico perseguido por su autor se
logra mediante un acto a que la ley reviste de eficacia jurídica2.

2. ACTOS UNILATERALES Y BILATERALES. Los actos jurídicos, atendiendo al número


de voluntades que precisan para generarse, se dividen en unilaterales y bilaterales.
Son unilaterales los que sólo requieren una voluntad para generarse, es
decir, aquellos en que basta la manifestación de voluntad de un individuo
para que produzcan el efecto que les es propio: el testamento, la repudiación
de una herencia o legado, la ocupación, el reconocimiento de un hijo natural,
el recurso judicial que interrumpe una prescripción, la confesión en juicio, la
ratificación de un acto anulable o del ejecutado por un mandatario extralimi-
tando sus facultades, la aceptación del beneficio de una estipulación a favor de
otro, la renuncia de una prescripción cumplida.
Los actos jurídicos unilaterales son simples si emanan de una sola perso-
na, como el testamento y los demás ya citados, y colectivos si emanan de varias
personas cuyos intereses son los mismos, como el reparto de dividendos
acordado por una junta de accionistas de una sociedad anónima, el recono-
cimiento de un hijo natural hecho por ambos padres a la vez, la renuncia de
un derecho poseído en común hecha por todos sus titulares3. La circunstan-
cia de que en el acto intervengan dos o más personas no le quita su carácter
de unilateral. Esta clasificación, como dijimos, no se hace atendiendo al
número de personas que intervienen en él, sino al número de voluntades
que es indispensable para su generación: dicho reparto puede ser decidido
por un solo accionista, para el reconocimiento de un hijo natural basta la
sola voluntad del padre o madre que reconoce, la renuncia de un derecho
requiere únicamente la voluntad de su titular.
Los actos unilaterales no degeneran en bilaterales por el hecho de que
deban ser autorizados por un tercero –tal sucede con los de las mujeres casa-
das o de los menores, que deben ser autorizados por sus maridos, padres o
curadores, según el caso– o aprobados por la autoridad pública –como ocurre
con las fundaciones, cuyos estatutos deben ser aprobados por el Presidente
de la República–, porque en ambos casos no hay sino una sola voluntad, la
del autor del acto. La del representante interviene para completar la de

2 CLARO SOLAR, Explicaciones de Derecho Civil chileno y comparado, tomo XI, Nº 680, pág. 7; DE
RUGGIERO, Instituciones de Derecho Civil, tomo I, versión española de la 4a. edición italiana, pág. 249;
COVIELLO, obra citada, pág. 343.
3 D EMOGUE, Traité des obligations en général, tomo I, Nº 16 in fine, pág. 36 y Nº 16 ter, pág. 40;
CLARO SOLAR, obra citada, tomo XI, Nº 681, pág. 8; COVIELLO, obra citada, versión española de la 4a.
edición italiana, págs. 345 y 346; DE RUGGIERO, obra citada, tomo I, versión española de la 4a. edición
italiana, pág. 250; ENNECCERUS, K IPP Y WOLFF, Tratado de Derecho Civil, Parte General, volumen II,
versión española de la 39a. edición alemana, pág. 71, Nº 3.
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 3

aquél y la de la autoridad es un requisito exigido por consideraciones de


interés público: constituye un acto administrativo que, respecto del acto a que
se refiere, es una formalidad del mismo4.
Son actos jurídicos bilaterales los que no pueden existir sin el acuerdo de
dos o más voluntades, aquellos que, para generarse, requieren la concurren-
cia de las voluntades de dos o más personas; la de un solo individuo sería
incapaz de crearlos. Tales son la tradición, el pago efectivo, la novación,
todos los contratos.

3. CONCEPTO DE LA CONVENCIÓN. Los actos jurídicos unilaterales se denominan


actos jurídicos simplemente. Esta expresión tiene, pues, un doble sentido: uno
amplio, que comprende toda manifestación de voluntad destinada a producir un
efecto jurídico, y uno restringido, que comprende los actos jurídicos unilaterales.
Los actos jurídicos bilaterales se denominan convenciones. La convención es,
según esto, la manifestación bilateral de voluntad ejecutada con arreglo a la ley y
destinada a producir un efecto jurídico, que puede consistir en la creación, conserva-
ción, modificación, transferencia o extinción de un derecho. En otras palabras, todo
acuerdo de las voluntades de dos o más personas destinadas a producir cual-
quier efecto jurídico5. Su nombre, que viene de venire cum (venir, tratar jun-
tos), indica que sólo existe mediante el concurso de dos o más voluntades.
Poco importa el objeto del acuerdo. Consista en la creación, la conserva-
ción, la modificación, la transferencia o la extinción de un derecho, el acto
será convención si se ha generado mediante una manifestación bilateral de
voluntad. Son convenciones tanto la tradición, que transfiere un derecho,
como la novación, que extingue obligaciones, y los contratos, que las crean,
pues todas ellas precisan la concurrencia de las voluntades de dos personas,
a lo menos.
Es, pues, erróneo decir que sólo es convención el acuerdo de voluntades
destinado a extinguir obligaciones, Prueba de ello es que hay numerosísimas
manifestaciones bilaterales de voluntad que no extinguen obligaciones y que
no por eso dejan de ser convenciones, pues nacen del acuerdo de voluntades.
Tales son las prórrogas de plazo acordadas entre el deudor y acreedor, las
estipulaciones que modifiquen la tasa del interés convenido, que cambien el
lugar señalado para el cumplimiento de una obligación o que alteren la
manera de ejercer una servidumbre, etc.

4. DEFINICIÓN DEL CONTRATO. Si el acuerdo o concurso de voluntades tiene por


objeto crear obligaciones, recibe el nombre específico de contrato. Podemos
definirlo como la convención generadora de obligaciones o bien el acuerdo de las

4 DEMOGUE , obra citada, tomo I, Nº 16 bis, pág. 37; C LARO SOLAR, obra citada, tomo XI, Nº 681,
págs. 8 y 9.
5 PLANIOL Y R IPERT, Traité Pratique de Droit Civil Français, tomo VI, Nº 13, pág. 16; JOSSERAND, Cour
de Droit Civil Positif Français, tomo II, 3a. edición, Nº 13, pág. 8; GAUDEMET, Théorie Générale des
Obligations, pág. 21; CLARO SOLAR, obra citada, tomo XI, Nº 681, pág. 8; P LANIOL, Traité Elémentaire de
Droit Civil, tomo II, 10a. edición, Nº 994, pág. 341; BONNECASE, Précis de Droit Civil, tomo II, Nº 186,
pág. 216; DEMOGUE , obra citada, tomo I, Nº 22, pág. 65.
4 DE LOS CONTRATOS

voluntades de dos o más personas destinado a crear obligaciones6. Así lo reconoce


nuestro Código Civil, cuando en el art. 1438 dice que “contrato o convención
es un acto por el cual una parte se obliga para con otra a dar, hacer o no
hacer alguna cosa”.
Entre nosotros, sólo son contratos las convenciones que crean obligacio-
nes. El acto jurídico que no las crea, aunque sea bilateral, no lo es. La tradi-
ción, por ejemplo, es una convención, porque requiere el concurso de las
voluntades del tradente y del adquirente; pero no es contrato, porque no crea
obligaciones. Otro tanto cabe decir de la solución o pago efectivo, de la
remisión.
De lo dicho resulta que el contrato es un acto jurídico, porque lo genera la
voluntad humana y está destinado a producir efectos jurídicos; es un acto
bilateral o convención, porque, para generarse, requiere el concurso de las
voluntades de dos o más personas, y es una clase especial de convención, porque
sólo tiene por objeto crear obligaciones.

5. DIFERENCIAS ENTRE EL CONTRATO Y LA CONVENCIÓN. No es, pues, lo mismo


contrato que convención7, a pesar de que los arts. 1437 y 1438 del C. C., al
señalar las fuentes de las obligaciones y al definir el contrato, respectivamen-
te, han hecho sinónimas ambas expresiones, toda vez que hablan de contrato o
convención. La convención es el género y el contrato, la especie.
Todo acuerdo de voluntades, cualquiera que sea su objeto, ya consista en
crear, modificar, conservar, transferir o extinguir un derecho, es convención.
Sólo es contrato la convención creadora de obligaciones. Todo contrato es
necesariamente una convención; pero no toda convención es contrato. Por
esto, en una acepción más restringida, la voz convención se emplea para refe-
rirse a los actos jurídicos bilaterales que no tengan por objeto crear obligacio-
nes.
El Código identificó ambas expresiones porque el contrato es la más fre-
cuente de las convenciones y porque prácticamente la distinción entre con-
trato y convención no tiene mayor importancia, pues uno y otra se rigen por
las mismas reglas generales8.

6 G AUDEMET, obra citada, pág. 21; PLANIOL , obra citada, tomo II, 10a. edición, Nº 944, pág. 341;
BONNECASE, obra citada, tomo II, Nº 186, pág. 217; D E PAGE, Traité Elémentaire de Droit Civil belge, tomo
II, Nº 447, pág. 385; PLANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 13, pág. 17; JOSSERAND, obra citada,
tomo II, 3a. edición, Nº 13, pág. 9; D EMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 22, pág. 66; GIORGI, Teoría de las
obligaciones en el derecho moderno, tomo III, versión española, págs. 5 y 6, págs. 19 y 20.
El art. 1321 del C. C. italiano de 1942 define el contrato diciendo que es el acuerdo de dos o
más partes para constituir, reglar o extinguir entre ellas un vínculo jurídico patrimonial. Definición
análoga contiene el art. 1133 del C. C. de Venezuela de 1942.
DE RUGGIERO, obra citada, tomo II, versión española de la 4a. edición italiana, págs. 255 a 259,
estima, por eso, que no puede limitarse el concepto de contrato, como lo hacen nuestro Código y
el francés, a sólo el acuerdo de voluntades generador de obligaciones.
ENNECCERUS, KIPP Y WOLFF, obra citada, Derecho de las obligaciones, volumen II, pág. 141, estiman
asimismo que el contrato puede crear, extinguir o modificar obligaciones.
7 En sentido contrario: DE PAGE, obra citada, tomo II, Nº 447, pág. 385; DE RUGGIERO , obra
citada, tomo II, versión española de la 4a. edición italiana, pág. 258.
8 CLARO S OLAR, obra citada, tomo XI, Nº 681, pág. 9; D E P AGE, obra citada, tomo II, Nº 447, pág.
385; COLIN Y CAPITANT, Cours Elémentaire de Droit Civil Français, tomo II, 8a. edición, Nº 8, pág. 9.
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 5

6. DIFERENCIAS ENTRE EL CONTRATO Y LA OBLIGACIÓN. Tampoco debe confundirse


el contrato con la obligación, como lo ha hecho el art. 1438 que, al definir
aquél, ha definido más bien la obligación, porque es en ella, y no en el
contrato, en donde el deudor debe dar, hacer o no hacer algo. El contrato es
el acto jurídico creador de obligaciones, y la obligación es la necesidad jurídi-
ca en que el deudor se halla de dar, hacer o no hacer alguna cosa, la obliga-
ción nace del contrato y éste, del acuerdo de voluntades. El contrato es la
fuente de la obligación; ésta, su efecto o consecuencia10. Todo contrato crea
obligaciones, en tanto que no toda obligación nace necesariamente de un
contrato, pues hay otros hechos que también las generan (arts. 1437). La
obligación es todo vínculo jurídico, cualquiera que sea su origen, que coloca
a una persona en la necesidad de realizar una prestación o una abstención,
mientras que el contrato es el acuerdo de voluntades para crear ese vínculo.

7. CARACTERÍSTICA ESENCIAL DEL CONTRATO. Para que haya contrato, basta que
exista un acuerdo de voluntades de dos o más personas que genere obligacio-
nes. Nada más exigen los arts. 1437 y 1438.
No es necesario, como creen algunos11, que los contratantes tengan inte-
reses opuestos. Basta recordar que la sociedad es un contrato, no obstante
que los intereses de los socios, aunque distintos no son opuestos, pues todos
convergen al mismo fin12.
No es necesario tampoco que el contrato sólo deba crear obligaciones y
que éstas sean de efectos transitorios o temporales, de modo que no serían
contratos aquellos actos, como el matrimonio, las capitulaciones matrimonia-
les, la sociedad, el contrato colectivo de trabajo, que, a más de crear obliga-
ciones, dan origen a un estado o situación jurídica permanente. La ley no
contempla tal exigencia; por el contrario, la rechaza abiertamente, pues al
matrimonio (art. 102), a la sociedad (art. 2053) y al contrato colectivo de
trabajo (art. 3º del C. del T.) los define y considera como contratos. Por lo
demás, la distinción entre contratos que crean obligaciones de efectos transi-
torios o temporales y contratos que generan un estado o situación permanen-
te carece de todo interés práctico; siendo patrimoniales, unos y otros se rigen,
por lo general, por las mismas reglas. Creemos, pues, con Josserand, que la
expresión contrato debe darse a todo acuerdo de voluntades generador de
obligaciones, cualesquiera que sean los intereses de las partes, la intervención
que les haya cabido en su formación y la extensión y duración de los efectos a
que dé origen13.

9 Nota omitida por el autor en el texto original.


10 DE PAGE, obra citada, tomo II, Nº 443, pág. 377 y Nº 477, pág. 385.
11 D EMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 16 bis, pág. 37; CLARO SOLAR, obra citada, tomo XI, Nº 681,
pág. 9.
12 DE PAGE, obra citada, Nº 447, pág. 386; PLANIOL Y R IPERT, obra citada, tomo VI, Nº 13, pág. 18.
13 JOSSERAND, obra citada, tomo II, 3a. edición, N os. 14 y 15, págs. 9 y 10. En el mismo sentido
DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nos. 22 y 23, págs. 65 y 66.
6 DE LOS CONTRATOS

8. IMPORTANCIA DEL CONSENTIMIENTO EN LOS CONTRATOS. La piedra angular sobre


que descansa el contrato es el consentimiento, esto es, el acuerdo de las voluntades
de dos o más personas sobre un objeto jurídico. El contrato consiste esencialmente
en un acuerdo de voluntades destinado a crear obligaciones; sin él no lo hay.
Todo contrato, cualquiera que sea el número de obligaciones que engendre,
impóngalas a ambas partes o sólo a una, supone necesariamente ese acuerdo.
De ahí que sean partes en el contrato quienes concurran a él con su voluntad:
sólo a ellos obliga y aprovecha (art. 1545). Los demás quedan ajenos al con-
trato; son terceros a su respecto: no les afectan las obligaciones que crea ni les
aprovechan los derechos que genera14.

9. CONTRATOS COLECTIVOS. Hay, sin embargo, casos en que la ley, por conside-
raciones de interés general, admite que quienes no han prestado su consenti-
miento queden ligados con un contrato celebrado por otros. Es lo que ocurre
en el contrato colectivo, que puede definirse como el que afecta a todos los miem-
bros de un grupo o colectividad determinada, aunque no hayan consentido en él, por el
solo hecho de formar parte de dicho grupo o colectividad 15.
Si se exigiere la unanimidad, seguramente el contrato fracasaría; nunca
faltaría uno que se opusiere a su celebración. Para obviar este inconveniente,
la ley acepta que estos contratos puedan celebrarse con la voluntad de la
mayoría de los interesados. Esta voluntad es obligatoria para todos, inclusive
para la minoría16.
Tales son:
1º El convenio judicial de acreedores, que puede versar sobre cualquiera de
los objetos a que se refiere el art. 146 de la ley de quiebras y que se conside-
ra aceptado cuando cuenta con el consentimiento del fallido y reúne en su
favor los votos de los dos tercios de los acreedores concurrentes que repre-
senten las tres cuartas partes del total pasivo con derecho a voto, excluidos
los acreedores que menciona el art. 148 de la misma ley. Aprobado definiti-
vamente el convenio, será obligatorio para todos los acreedores comprendi-
dos en él, inclusive los inasistentes y los que votaron en contra (art. 159 de
la ley de quiebras. Lo dicho sólo reza con el convenio judicial. El convenio
extrajudicial requiere la unanimidad de los acreedores (art. 138, Nº 1º, de la
ley de quiebras).
2º Las asociaciones de canalistas que quieran gozar de los beneficios esta-
blecidos por la ley Nº 2.139, de 20 de noviembre de 1908. Según el art. 21 de
esta ley, las comunidades de agua que estaban organizadas en esa fecha
pueden modificar sus estatutos para el efecto de constituirse en tales asocia-
ciones por acuerdo de la junta de socios tomado por mayoría de votos,

14 PLANIOL , obra citada, tomo II, 10a. edición, Nº 946, pág. 343.
15 BONNECASE, obra citada, tomo II, Nº 569, pág. 487; JOSSERAND, obra citada, tomo II, 3a. edición,
Nº 35, pág. 26.
16 PLANIOL , obra citada, tomo II, 10a. edición, Nº 946, pág. 343; PLANIOL Y RIPERT , obra citada,
tomo VI, Nº 26, pág. 32; JOSSERAND, obra citada, tomo II, 3a. edición, Nº 35, pág. 26; COLIN Y
CAPITANT, obra citada, tomo II, 8a. edición, Nº 10, pág. 12.
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 7

aunque aquéllos establezcan otra mayoría para la reforma. Las comunidades


de agua que no se regían por estatutos formados por los comuneros, tam-
bién pueden constituirse en tales asociaciones si así lo acuerda la mayoría de
los interesados, que represente más de la mitad de los derechos de agua.
3º Los acuerdos entre una sociedad anónima y los tenedores de bonos o “debentu-
res” emitidos por ella con arreglo a la ley Nº 4.657, de 25 de septiembre de 1929.
Tales acuerdos, si son adoptados en la forma y por la mayoría que prescriben
los arts. 47 a 59 de esa ley, serán obligatorios para todos los tenedores de
bonos de la emisión correspondiente.
4º El sindicato industrial. Según el art. 382 del C. del T., la organización del
sindicato deberá ser acordada por el 55%, a lo menos, de los obreros de la
empresa a que se refiere, y obtenida la personalidad jurídica del sindicato, se
considerarán sindicalizados todos los obreros de la misma empresa, fábrica o
industria y sujetos, por lo mismo, a sus estatutos y a las obligaciones que ellos
impongan o que el directorio del sindicato acuerde.
5º El contrato colectivo de trabajo, de que tratan los arts. 17 a 23 del Código
del Trabajo, que es obligatorio tanto para los obreros pertenecientes al sindi-
cato que lo pactó como para los que ingresen a él con posterioridad a la
celebración del contrato (arts. 17 y 20 de ese Código), y cuyas estipulaciones
pasan a ser cláusulas obligatorias o parte integrante aún de los contratos
individuales que se celebren durante la vigencia del contrato colectivo (art.
18 del C. del T.).

10. DOMINIO DEL CONTRATO. El dominio del contrato es vastísimo: tiene cabida
en el Derecho Público, en el Derecho Internacional y en el Derecho Privado.
Los contratos administrativos desempeñan un papel de primer orden en la
Administración Pública. Los tratados son verdaderos contratos entre Estados.
Unos y otros están sujetos, en principio, a las mismas reglas que rigen los
contratos en el Derecho Civil.
Pero el campo más fecundo del contrato es el Derecho Privado, en donde
no sólo tiene aplicación en materia patrimonial sino también en el derecho
de familia. El matrimonio (art. 102) y la adopción (art. 1º de la ley Nº 5.343,
de 6 de enero de 1934, sobre adopción) son contratos, puesto que nacen de
un acuerdo de voluntades que genera obligaciones17.
Entre estos contratos creadores de derechos y obligaciones de familia y los
contratos meramente patrimoniales hay, sin embargo, una diferencia funda-
mental: los contratantes no pueden alterar ni modificar los efectos que les
atribuye la ley, ni señalarles una duración distinta de la que ésta les fija, ni
pactar otros contratos que los contemplados expresamente por la ley. Son

17 JOSSERAND, obra citada, tomo II, 3a. edición, Nº 16, pág. 12; PLANIOL Y RIPERT , obra citada,
tomo VI, Nº 24, pág. 30; D EMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 23 ter, pág. 76; C OLIN Y CAPITANT, obra
citada, tomo II, 8a. edición, Nº 10, pág. 11; ENNECCERUS, KIPP Y WOLFF, Tratado de Derecho Civil, Parte
General, volumen II, versión española de la 39a. edición alemana, pág. 70, Nº 2.
GIORGI, obra citada, tomo III, versión española, Nº 7, pág. 21, cree que estos contratos no
pueden calificarse de tales en el sentido riguroso de la palabra.
8 DE LOS CONTRATOS

contratos en cuanto nacen del consentimiento de las partes, quienes tienen


plena libertad para celebrarlos o no; pero una vez pactados, sus efectos y
duración se imponen a ellas imperativamente18. De ahí que muchos autores
los consideren como una institución.
El dominio verdaderamente propio del contrato son las relaciones patri-
moniales, en especial las relativas a los derechos personales o créditos, por-
que en lo referente a los derechos reales, el papel de la voluntad es más
limitado: las partes no pueden alterar a su arbitrio la organización de la
propiedad, ni crear derechos reales no establecidos por la ley19.
El contrato, por consiguiente, puede engendrar obligaciones de valor
pecuniario o patrimonial y de mero carácter moral20 y no solamente las pri-
meras, como han sostenidos algunos21. Se hallan en el segundo caso el matri-
monio, la adopción, el contrato por el cual se prohíbe la publicación de la
fotografía de uno de los contratantes para evitar el ridículo a que tal publica-
ción pudiere dar origen, y la convención creadora de una corporación; esta
convención es un contrato, pues impone obligaciones a sus autores, pero sus
fines son meramente morales y no pecuniarios.

11. COSAS QUE SE DISTINGUEN EN UN CONTRATO. En cada contrato se distinguen


las cosas que son de su esencia, las que son de su naturaleza, y las puramente
accidentales (art. 1444).
De estas tres cosas, en realidad, sólo son requisitos constitutivos del con-
trato las de su esencia, porque sólo ellas son elementos necesarios para la
existencia o perfeccionamiento del contrato. Las cosas de su naturaleza y las
puramente accidentales son efectos del contrato, son las consecuencias que de
él derivan por disposición de la ley –cosas de la naturaleza– o por voluntad de
las partes –cosas accidentales22.
Las cosas de la esencia pueden ser comunes a todo contrato –tales son las
que enumera el art. 1445– o particulares a una determinada especie de con-
trato.

1º COSAS DE LA ESENCIA. Son cosas de la esencia de un contrato aquellas sin las


cuales o no produce efecto alguno o degenera en otro contrato diferente (art. 1444).
Estas cosas son los elementos indispensables para que el contrato se
forme. Son, además, las que le dan su fisonomía propia y lo diferencian de

18 PLANIOL Y RIPERT , obra citada, tomo VI, Nº 24, pág. 30; DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 23
ter, pág. 76; COLIN Y CAPITANT, obra citada, tomo II, 8a. edición, Nº 10, pág. 11; ENNECCERUS, KIPP Y
WOLFF, Tratado de Derecho Civil, Parte General, volumen II, versión española, pág. 289.
19 P LANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 25, pág. 31; C OLIN Y C APITANT, obra citada, tomo II,
8a. edición, Nº 10, pág. 11 in fine.
20 DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 5, pág. 8 y Nº 23, pág. 68.
21 D E RUGGIERO, obra citada, tomo II, versión española, pág. 13. Este criterio ha prevalecido en
el C. C. italiano de 1942: según el art. 1321 de este C., el contrato es el acuerdo de dos o más partes
para constituir, reglar o extinguir entre ellas un vínculo jurídico patrimonial.
22 ENNECCERUS , KIPP Y WOLFF, Tratado de Derecho Civil, Parte General, volumen II, versión españo-
la, pág. 290; G IORGI, obra citada, tomo III, versión española, Nº 37, pág. 47; COVIELLO, obra citada,
versión española, pág. 355.
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 9

los otros. De ahí que su omisión o alteración acarree o la ineficacia del


contrato o su transformación en otro diferente. Las partes no pueden, por
lo mismo, alterarlas o suprimirlas; ésta es una de las limitaciones que tiene
la autonomía de la voluntad (Nº 14)23.
En la compraventa, por ejemplo, son cosas de su esencia la cosa y el
precio. Si falta el precio no hay venta, y si el precio consiste en otra cosa y no
en dinero, habrá permuta. Igualmente, si en el arrendamiento no hay precio,
podrá haber comodato, pero en ningún caso arrendamiento. El contrato de
sociedad sin participación en los beneficios y pérdidas no es tal: será otro
contrato o no habrá ninguno, según las circunstancias (arts. 2055 y 2086).

2º C OSAS DE LA NATURALEZA. Son cosas de la naturaleza de un contrato las que,


no siendo esenciales en él, se entienden pertenecerle sin necesidad de una cláusula
especial (art. 1444).
A diferencia de lo que ocurre con las cosas de la esencia, las de la
naturaleza no son necesarias para la formación del contrato y para que éste
adquiera su fisonomía propia; el contrato existe aun sin ellas. Pueden, pues,
omitirse sin que el contrato pierda su eficacia o degenere en otro diferente.
Estas cosas se subentienden en el contrato por el solo ministerio de la ley,
le pertenecen sin necesidad de una cláusula especial. No es, por tanto, me-
nester que las partes las estipulen24. Estipularlas es, en realidad, inútil y, a
veces, peligroso, porque mientras más cláusulas tenga un contrato más posibi-
lidad hay de que se susciten discusiones en su interpretación y ejecución.
En la compraventa es cosa de la naturaleza del contrato la obligación de
sanear la evicción y los vicios redhibitorios: no es necesario estipularla, por-
que la ley la subentiende, y puede faltar sin que por eso deje de haber
compraventa. Lo mismo ocurre con la obligación del porteador o del fletante
de responder de las pérdidas, faltas o averías que sobrevengan a las mercade-
rías transportadas; se trata de una obligación de la naturaleza y no de la
esencia del contrato de transporte o fletamento, que las partes pueden, por
tanto, modificar y aun suprimir. Así lo ha fallado la Corte Suprema25.

3º COSAS ACCIDENTALES. Son cosas accidentales a un contrato aquellas que ni esen-


cial ni naturalmente le pertenecen, y que se le agregan por medio de cláusulas especiales
(art. 1444).
Las cosas de la esencia y de la naturaleza de un contrato forman parte del

23 D E R UGGIERO, obra citada, tomo I, versión española, págs. 252 y 253; C OVIELLO, obra citada,
versión española, págs. 354 y 355; ENNECCERUS, K IPP Y WOLFF, Tratado de Derecho Civil, Parte General,
volumen II, versión española, pág. 290.
24 Véanse los autores citados en la nota precedente.
25 Rev., tomo 27, 2a. parte, sec. 1 a., pág. 724. Este mismo tribunal había fallado anteriormente
que siendo de la esencia del contrato de transporte la obligación de entregar las mercaderías
transportadas a la persona a quien van dirigidas, las partes no pueden celebrar pactos que tiendan
a dejarla sin cumplimiento, por cuyo motivo carece de valor la cláusula por la cual el porteador se
desliga de toda responsabilidad por las pérdidas totales o parciales que sufran las mercaderías
durante el viaje: Rev., tomo 23, 2a. parte, sec. 1a. , pág. 400 (Corte Suprema).
10 DE LOS CONTRATOS

mismo sin necesidad de estipulación; las accidentales, sólo cuando se estipu-


lan. Mientras la estipulación de las partes es necesaria para suprimir las cosas
de la naturaleza del contrato, tratándose de las accidentales, esta estipulación
es necesaria para incorporarlas a él. Estas cosas forman parte del contrato
cuando así lo convienen aquéllas.
Tales son: el señalamiento del lugar, forma y época del pago del precio, la
estipulación de la solidaridad y de la indivisibilidad cuando la ley no las ha
establecido, el pacto comisorio en un contrato unilateral, el pacto de intere-
ses en el mutuo, las modalidades a que las partes subordinen la existencia o el
cumplimiento de sus obligaciones (condición, plazo, modo, etc.)26.

B. LA AUTONOMIA DE LA VOLUNTAD27

12. CONCEPTO. En materia contractual, la voluntad es soberana; es ella la que


dicta el derecho. El contrato nace del acuerdo de voluntades, y es este acuer-
do el que, salvas ciertas restricciones impuestas por razones de orden público
o de moral o con el propósito de proteger a los incapaces, determina con
entera libertad los efectos que el contrato ha de producir y la extensión y
duración del mismo. En esto consiste el principio de la autonomía de la voluntad,
principio básico de nuestro derecho contractual y admitido, por lo demás,
universalmente.
La autonomía de la voluntad es, según esto, la libertad de que gozan los particu-
lares para pactar los contratos que les plazcan, y de determinar su contenido, efectos y
duración.

13. CONSECUENCIAS DE ESTE PRINCIPIO. En virtud de esta autonomía, los particu-


lares pueden pactar toda clase de contratos, sean o no de los especialmente
reglados por la ley; combinar unos y otros entre sí; atribuir a los contratos que
celebren efectos diferentes de los que les atribuye la ley y aun modificar su
estructura, por ejemplo, estipulando un pacto comisorio en un contrato uni-
lateral, subordinando la existencia de un contrato consensual al otorgamien-
to de una escritura (arts. 1802 y 1921 del C. C.) o convirtiendo en bilateral un
contrato que por su naturaleza es unilateral; alterar, modificar y aun suprimir
las obligaciones que son de la naturaleza de un contrato; determinar el conte-
nido del contrato, principalmente su objeto, y la extensión y efectos de los
derechos y obligaciones que engendre; fijar su duración; señalar las modali-
dades que han de afectarles; determinar, entre las legislaciones de los diver-
sos Estados, aquella por la cual ha de regirse el contrato, etc.28.

26Véanse los autores citados en la nota 23.


27Las ideas expuestas en este párrafo son las mismas que expusimos en nuestra conferencia
“El contrato dirigido”, que se publica en la obra Las actuales orientaciones del Derecho, Editorial
Nascimento, Santiago de Chile, 1942, pág. 11.
28 DE PAGE , obra citada, tomo II, Nº 462, pág. 401; PLANIOL Y RIPERT , obra citada, tomo VI, Nº 14,
pág. 19; D EMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 27, pág. 81; C LARO S OLAR, obra citada, tomo XI, Nº 749,
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 11

De ahí que las leyes relativas a los contratos sean, por lo general, supletorias
de la voluntad de las partes; sólo se aplican en el silencio de éstas29. Y que la
misión del juez, en caso de litigio, sea interpretar o restablecer esa voluntad, pero
no crearla, ni mucho menos sustituirla por la suya30.

14. LIMITACIONES DE ESTE PRINCIPIO. Esta autonomía no es, sin embargo, abso-
luta; tiene sus limitaciones. Desde luego, las partes no pueden alterar o modi-
ficar las cosas que son de la esencia del contrato que pacten, pues, de hacerlo,
éste o no produciría efecto alguno, o degeneraría en otro diferente (art.
1444)31; no podrían, por ejemplo, estipular una compraventa o un arrenda-
miento sin precio. No pueden tampoco estipular nada que vaya contra las
prohibiciones legales, el orden público o las buenas costumbres; tales estipulaciones
serían nulas absolutamente por ilicitud de objeto o de causa, según las cir-
cunstancias (arts. 10, 1461, 1466, 1467 y 1682)32.

15. FUNDAMENTO DE ESTE PRINCIPIO. El principio de la autonomía de la volun-


tad es la aplicación en materia contractual de las doctrinas liberales e indivi-
dualistas proclamadas por la Revolución Francesa y que alcanzaron su mayor
auge durante el siglo pasado. Si los derechos son meras facultades que la ley
reconoce existir en el individuo y la libertad es la base de toda actividad
humana, es lógico que aquél pueda obrar como mejor le plazca, no siendo,
naturalmente, contra el orden público o las buenas costumbres.
Consecuencia de ello es que la voluntad debe ser limitada sólo en casos
extremos, y que en materia contractual la intervención legislativa debe redu-
cirse al mínimo, porque siendo el contrato el resultado del libre acuerdo de
las voluntades entre personas colocadas en un perfecto pie de igualdad jurídi-
ca, no puede ser fuente de abusos ni engendrar ninguna injusticia.
Esta teoría da tal importancia a la voluntad que, según ella, numerosas
disposiciones legales no serían sino la interpretación de la voluntad tácita o
presunta de los interesados. Así, la sociedad conyugal sería el régimen matri-
monial tácitamente adoptado por los cónyuges que no han pactado capitula-

pág. 113; ENNECCERUS, KIPP Y WOLFF, obra citada, Derecho de obligaciones, volumen I, versión española,
pág. 141, Nº 2, y volumen II, versión española, pág. 1.
El art. 1322 del reciente C. C. italiano reconoce a las partes el derecho de determinar con toda
libertad el contenido del contrato dentro de los límites legales y de las normas corporativas y de
pactar aun aquellos contratos que la ley no regle, siempre que tiendan a la realización de intereses
dignos de ser protegidos por el ordenamiento jurídico.

29 D E PAGE , obra citada, tomo II, Nº 462, pág. 402; PLANIOL Y R IPERT, tomo VI, Nº 27, pág. 33;
DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 27, pág. 84.
30 DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 27, pág. 83; PLANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 14,
pág. 20.
31 PLANIOL Y RIPERT , obra citada, tomo VI, Nº 17, pág. 24.
32 P LANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 17, pág. 24; DE PAGE, obra citada, tomo II, Nº 462,
pág. 402.
12 DE LOS CONTRATOS

ciones matrimoniales, la sucesión abintestato, el testamento presunto del di-


funto33.

16. CRÍTICAS A ESTE PRINCIPIO. Estas exageraciones, unidas a las transformacio-


nes económicas y sociales de los últimos tiempos, han provocado severas
críticas en contra de este principio.
No sólo se ha negado a la voluntad toda fuerza creadora de obligaciones y
se ha sostenido que la ley debe considerar únicamente la voluntad declarada,
cualquiera que haya sido la voluntad real o interna, pues da mayores seguri-
dades a los terceros34, sino que el principio mismo de la autonomía ha sido
atacado en sus fundamentos.
No es efectivo, se dice, que un contrato no pueda engendrar injusticias, ni
que ambos contratantes se encuentren en el mismo pie de igualdad. Segura-
mente será así si se considera la igualdad jurídica; pero si se atiende a la
igualdad real, efectiva, ella casi nunca existe. Generalmente es uno de los
contratantes quien impone las condiciones del contrato, a las cuales el otro se
limita a adherir. Así sucede en los llamados contratos de adhesión, que hoy día
representan tal vez la parte más considerable de la vida contractual. Aun en
los contratos cuyas condiciones son libremente discutidas siempre uno de los
contratantes suele beneficiarse más que el otro, porque de ordinario los con-
tratos se celebran bajo la presión de necesidades más o menos imperiosas.
¿Quién podría sostener que el obrero y el patrón discuten las condiciones del
contrato de trabajo en un pie de perfecta igualdad económica y material y en
idénticas circunstancias de vida?
Se dice también que, por sobre los intereses particulares, está el interés de
todos, de la colectividad, interés que los individuos, al contratar, no siempre
tienen en vista. Dejarlos, pues, en absoluta libertad, para obrar como les
plazca, puede ser motivo de perturbaciones económicas y aun sociales, que es
deber del poder público prevenir y evitar35.

17. DEFENSA DE LA LIBERTAD CONTRACTUAL. Aunque reconocemos la justicia de


estas críticas, no creemos que deban exagerarse y llegar al extremo de procla-
mar como régimen conveniente el de la supresión de la libertad contractual.
Desde luego, no se ha demostrado prácticamente que este régimen sea el
mejor, por el contrario, en la propia Rusia soviética, cuna del comunismo, la
legislación ha ido evolucionando y los códigos vigentes reconocen una cierta
libertad en las transacciones privadas36. Es que en verdad la libertad contrac-
tual es indispensable para el desarrollo del comercio y para el progreso

33 DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 27, pág. 83 in fine; P LANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI,
Nº 14, pág. 21.
34 DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 30, pág. 86 y Nº 32, pág. 88; PLANIOL Y RIPERT , obra citada,
tomo VI, Nº 15, pág. 22.
35 P LANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 15, pág. 23; DE PAGE, obra citada, tomo II, Nº 463,
pág. 404; DEMOGUE, obra citada, tomo I, Nº 28, pág. 84; CLARO SOLAR, obra citada, tomo XI, Nº 749,
pág. 115.
36 ELIACHEVITCH, T AGER Y NOLDE, Traité de Droit Civil et Commercial des Soviets, tomo II, Nº 29,
pág. 55.
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 13

económico y material de los pueblos, pues no sacrifica el interés privado,


que es el gran acicate de la producción. Es, por lo demás, el complemento
obligado de un régimen económico y político que, como el nuestro, reco-
noce la propiedad privada y la libertad de trabajo (art. 10, Nos. 10 y 14, de la
C. P. del E.)37. Pero como nadie puede desconocer que la libertad absoluta
tiene los inconvenientes apuntados, creemos también que el legislador debe
adoptar las medidas necesarias para evitar los abusos y las injusticias que
puedan derivarse de los contratos y para proteger a aquel de los contratan-
tes que se halle en situación de inferioridad con respecto al otro. Hay sí que
procurar que tales medidas sean bien estudiadas, lo que, por desgracia, no
ocurre, a fin de que no se conviertan en trabas de tal naturaleza que dificul-
ten o hagan imposible el comercio jurídico.

18. EL CONTRATO DIRIGIDO38. Es precisamente en este sentido que se orienta la


tendencia legislativa actual. Para emplear una expresión feliz de Josserand,
vivimos hoy día bajo el régimen del contrato dirigido, es decir, del contrato
reglamentado y fiscalizado por los poderes públicos en su formación, ejecu-
ción y duración. A un régimen de economía dirigida no puede convenir sino
un contrato dirigido; de lo contrario, aquélla no podría marchar. Los contra-
tos son los vehículos jurídicos de la circulación y distribución de las riquezas.
A esto contribuyeron causas políticas y económicas: el desarrollo de las
ideas socialistas, la formación de grandes grupos económicos (sociedades,
carteles, trusts) que han eliminado la libre concurrencia y obligado al público
consumidor a aceptar las condiciones impuestas por ellos, y muy especialmen-
te la crisis producida a raíz de la guerra de 1914, que evidenció la impotencia
de la economía liberal para una adecuada circulación y distribución de las
riquezas, con su consecuencia ineludible: la depreciación monetaria.
En presencia de tales hechos, los poderes públicos hubieron de interve-
nir y el Estado empezó a dirigir la economía. Convencido de que las iniciati-
vas particulares eran incapaces de asegurar el correcto funcionamiento de
las actividades económicas, tomó a su cargo la dirección de estas actividades
y entró a intervenir de lleno en la vida contractual misma. Si las riquezas
circulan y se distribuyen mediante los contratos, para dirigir la economía, es

37 PLANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 16, pág. 23; CLARO SOLAR, obra citada, tomo XI,
Nº 749, pág. 116.
38 Véanse, sobre esta materia: RIPERT , Le régime démocratique et le droit civil moderne, Nos. 92 a 104,
págs. 177 a 204 y Nos. 137 a 166, págs. 269 a 325; JOSSERAND, obra citada, tomo II, 3a. edición, Nº 15
bis, pág. 11 y Nos. 403 a 405 bis, págs. 223 a 228; J OSSERAND, “Apercu général des tendences actuelles
de la théorie des contrats”, artículo publicado en la Revue Trimestrielle de Droit Civil, tomo 36, año
1937, pág. 1; JOSSERAND, “La transformation du droit des obligations et des contrats depuis la
promulgation du Code Civil Français”, estudio publicado en Le Droit Civil Français, Livre-Souvenir des
journées du Droit Civil Français (Montreal, 31 août - 2 septembre 1934), pág. 29; JOSSERAND, “La
“publicisation” du contrat”, estudio publicado en Introduction a l’étude de Droit Comparé, Recueil
d’Etudes en l’honneur d’Edouard Lambert, tomo III, año 1938, pág. 143; GAUDIN DE LAGRANGE, La crise du
contrat et le rôle du juge; MORIN, La loi et le contrat; la décadence de leur souveraineté, y las siguientes
memorias de prueba: HERNÁN PARADA COBO, Algunos aspectos de la transformación social del Derecho Civil,
Imprenta El Imparcial, Santiago de Chile, 1938, Capítulo III, secciones 1a. y 2a.; EDUARDO MARZI
ESCOBAR, Decadencia de la libertad contractual, Talleres Gráficos “El Tamaya”, Ovalle (Chile), 1942.
14 DE LOS CONTRATOS

forzoso dirigir las relaciones contractuales, sea prohibiendo las que se esti-
man nocivas, fomentando las que se consideran beneficiosas, reglando el
comercio de tal o cual producto o actividad, dictando medidas protectoras en
favor de aquellos que, por su inferioridad económica, están más expuestos a
sucumbir, o señalando las condiciones de precio, duración, circunstancias y
demás en que han de celebrarse los contratos para obtener las finalidades
económicas que el Estado conceptúe convenientes.
De este modo, como dice Josserand39, el contrato, fenómeno privado e
individual, pasó a ser un fenómeno social, cuya existencia y efectos interesa-
ban por igual a quienes lo habían convenido y al Estado.
Manifestaciones de la tendencia que hemos expuesto son el desarrollo
creciente de la lesión en la vida contractual, la admisión del abuso del dere-
cho en los contratos y la teoría de la imprevisión, que autoriza al juez para
destruir o modificar aquellos contratos cuya ejecución llega a ser ruinosa para
una de las partes a causa de circunstancias posteriores extraordinarias e im-
previstas al tiempo de su celebración40.

19. DERECHO COMPARADO. Esta evolución –que constituye una prueba más de
que el derecho, como que es el trasunto real de la vida, debe adaptarse a las
necesidades sociales y no éstas a él– es un fenómeno universal, que se observa
tanto en los países democráticos como en los totalitarios.
Son numerosas la leyes dictadas en Estados Unidos de Norteamérica, en
Italia, Bélgica, Alemania y otros países destinadas a fijar los precios de venta
de ciertos artículos, la cantidad en que éstos pueden exportarse o importarse
o los salarios que deben pagarse en ciertas industrias, a controlar las operacio-
nes de cambio internacional, etc. En Francia se han dictado asimismo leyes
de moratoria, otras que suspenden el ejercicio de las acciones judiciales con-
tra cierta categoría de deudores, que prorrogan los contratos vigentes, que
autorizan para reajustar el precio del arrendamiento de los predios rústicos o
que lisa y llanamente rebajan las rentas de arrendamiento en los contratos ya
pactados, que fijan el precio de venta de ciertos productos y otras, como la
conocida ley Failliot, de 21 de enero de 1918, que autorizó a los tribunales
para decretar la resolución de los contratos de arrendamiento de locales
comerciales pactados antes del 5 de agosto de 191441.

20. LEGISLACIÓN CHILENA. Nuestro país también experimentó esta evolución.


Fueron numerosas las leyes dictadas para regular o dirigir las relaciones con-
tractuales. Podemos señalar las siguientes:
1º El Código del Trabajo que, en lo concerniente al contrato de trabajo,
dictó una reglamentación minuciosa acerca de la edad de los obreros y
empleados, de la duración del trabajo, del feriado, de la forma y época del

39 Cours de Droit Civil Positif Français, tomo II, 3a. edición, Nº 15 bis, pág. 11.
40 JOSSERAND, obra citada, tomo II, 3a. edición, Nº 404, pág. 224; DE PAGE, obra citada, Nº 463,
pág. 404; P LANIOL Y RIPERT, obra citada, tomo VI, Nº 18, pág. 25.
41 J OSSERAND, obra citada, tomo II, 3 a. edición, Nº 405, pág. 226; PLANIOL Y RIPERT, obra citada,
tomo VI, Nº 25, pág. 27.
LOS CONTRATOS. NOCIONES GENERALES 15

pago del salario o sueldo, de la duración del contrato de las causales de


expiración del mismo, de las indemnizaciones a que tienen derecho el obrero
y el empleado, etc. Para asegurar la eficacia de toda esta reglamentación, el
art. 575 del Código del Trabajo declaró irrenunciables los derechos otorga-
dos por las leyes del trabajo.
2º La ley 7.295, publicada en el Diario Oficial del 22 de octubre de 1942, y
cuyo texto definitivo se fijó por decreto de 30 de septiembre de 1942, señaló
el procedimiento para fijar el sueldo vital de los empleados particulares y
dispuso que ninguno de estos empleados podría percibir una remuneración
inferior a él y estableció la forma de reajustar anualmente este sueldo.
3º La ley Nº 4.694, de 27 de noviembre de 1929, que fijó el límite del
interés convencional en los contratos de mutuo de dinero y de depósito
irregular.
4º La ley Nº 6.844, de 4 de marzo de 1941, que dispuso que el monto
líquido anual de las rentas de arrendamiento de los inmuebles destinados en
todo o parte a la habitación, y a que se refiere la misma ley, no podrá exceder
del 7% del avalúo fiscal.
5º El decreto ley Nº 48, de 20 de junio de 1932, complementado por el
decreto ley Nº 271, de 23 de julio de 1932, que estableció la moratoria para
diversas clases de obligaciones.
6º La ley Nº 5.107, de 19 de abril de 1932, que sometió a control las
operaciones de cambio internacional y las exportaciones y prohibió la expor-
tación de oro por toda persona, a excepción del Banco Central de Chile.
7º La ley Nº 5.394, de 6 de febrero de 1934, modificada por la ley
Nº 5.713, de 4 de octubre de 1935, que facultó a la Junta de Exportación
Agrícola –después Instituto de Economía Agrícola– para fijar los precios del
trigo, de la harina y del pan.
8º La ley sobre impuesto a los alcoholes y bebidas alcohólicas, cuyo texto
definitivo se fijó por decreto Nº 1.000, de 24 de marzo 1943, señaló las normas
con arreglo a las cuales podía hacerse el comercio del vino y demás bebidas
alcohólicas y las cantidades en que uno y otras podían ser expendidos.
9º El decreto ley Nº 520, de 30 de agosto de 1932, que creó el Comisariato
General de Subsistencias y Precios, organismo que podía fijar el precio de
venta de los artículos de primera necesidad y de uso o consumo habitual en
todo lo referido a alimentos, vestuarios, calefacción, alumbrado, transporte,
productos medicinales y materias primas de dichas especies y servicios, y que
el Presidente de la República declarara tales.

21. RESULTADO Y APRECIACIÓN DE ESTA TENDENCIA. De lo expuesto fluye que el


contrato moderno dejó de ser en muchos casos un acto libremente pactado
por los contratantes, toda vez que la ley regula imperativamente sus condi-
ciones en términos que aquéllos no pueden eludirlas. Es cierto que conser-
van su libertad de contratar o no; pero esta libertad es sólo para pactar el
contrato, porque si lo pactan, las más de las veces no pueden hacerlo como
les plazca, sino en las condiciones legales: se puede vender o no vender
trigo, pero si se vende debe hacerse al precio fijado por el Instituto de
Economía Agrícola; se puede contratar o no un empleado, pero si se le
16 DE LOS CONTRATOS

contrata no se le puede pagar un sueldo inferior al vital. Como dice Ripert,


“el legislador sustituye así al libre contrato del C. C. una forma que es semi-
contractual y semilegal, en la cual la declaración de voluntad sólo es necesa-
ria para reconocer la sumisión de una de las partes a la situación impuesta
por la ley”42.
Cualesquiera que sean las opiniones que se tengan en materia política o
económica, forzoso es reconocer que esta intervención legislativa en las rela-
ciones contractuales es saludable, siempre que, como dice Josserand43, tienda
a organizar el contrato racional y equitativamente. Los poderes públicos no
pueden mirar con indiferencia los contratos que celebren los particulares por
las repercusiones que producen en la economía general, y porque las causas
antes anotadas conducen a veces a injusticias atroces sobre todo en los contra-
tos relativos al trabajo humano y a los artículos de primera necesidad. Si el
contrato es un fenómeno social, si cada día es mayor la dependencia del
individuo respecto de la colectividad en que vive, es incuestionable el dere-
cho del Estado de proteger a los débiles y para evitar que el contrato sea
fuente de abusos o de lucros indebidos.
Pero, al mismo tiempo, el legislador no debe olvidar que el contrato tiene
por base la fe jurada, la palabra empeñada y que hay conveniencia en que
ésta se cumpla. El respeto a los compromisos contraídos es una de las bases
de nuestra civilización y lo que diferencia al hombre de nuestra época del de
las sociedades primitivas. Son, por eso, censurables las medidas destinadas a
destruir o modificar los contratos vigentes y sólo podrían justificarse en casos
de extrema necesidad. Tales medidas conducen poco a poco a formar la
conciencia de los deudores de que nada importa ligarse por una obligación,
pues ésta, cualquier día, podrá eludirse fácilmente. Se destruye así la confian-
za y, con ella, la seguridad jurídica.
Creemos, pues, en resumen que si es aceptable que el legislador dirija la
vida contractual, procurando por medio de disposiciones imperativas o prohi-
bitivas o de una reglamentación adecuada el equilibrio y la justicia en las
relaciones contractuales, son, en cambio, absolutamente inaceptables aque-
llas medidas que tiendan a desorganizar el contrato, destruyendo o modifican-
do los compromisos válidamente contraídos o permitiendo al deudor desli-
garse de ellos con facilidad. “Organización y socialización del contrato, sí,
dice Josserand; desorganización y anarquía contractual, no”44.

42 Le régime démocratique et le droit civil moderne; Nº 153, pág. 303.


43 Obra citada, tomo II, 3a. edición, Nº 405 bis, pág. 227.
44 Obra citada, tomo II, 3a. edición, Nº 405 bis, pág. 228.

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