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Campesinos Labradores Produccion Diversi
Campesinos Labradores Produccion Diversi
labradores, producción diversificada y mercado interno en la sociedad de
Buenos Aires colonial (siglos XVII y XVIII)
Mauro Luis Pelozatto Reilly[1]
La relación entre la ganadería y la producción agrícola constituye una problemática
económica y social que sin dudas ha sido desarrollada por la historiografía colonial
rioplatense. Sin embargo, creo que no es una discusión cerrada, y que el tema merece seguir
siendo investigado en base a diferentes fuentes de archivo y bibliografías. A su vez, hay
períodos de nuestra historia colonial que no han sido tan desarrollados como otros. En el caso
de las características de la producción triguera y su relación con las unidades productivas y
los diferentes grupos sociales del ámbito rural, se nos presentan dos períodos principales
desde la óptica de los especialistas: la primera mitad del siglo XVII y la segunda del XVIII. El
objetivo de este ensayo consiste, por un lado, en hacer un repaso de las principales fuentes
bibliográficas que se hicieron en torno a una problemática en particular: el papel de la
agricultura y de los labradores en la campaña rioplatense y su lugar en los establecimientos
más orientados a la actividad pecuaria (conocidos en el litoral rioplatense como estancias).
Por otro lado, expondré mis conclusiones elaboradas en base a datos extraídos de fuentes
pertinentes para el estudio del desarrollo de dicha actividad y los productores en la misma
región sobre un período poco analizado en lo que a estas cuestiones se refiere (primera mitad
del siglo XVIII).
En lo que corresponde al primer punto, me gustaría hacer una primera aclaración que
considero importante: los estudios académicos dedicados a la ganadería vacuna son mucho
más abundantes que los especializados en el trigo, así como también no es demasiado lo
escrito sobre pequeños y medianos labradores. Aquí me parece adecuado retomar algunas
ideas planteadas en ensayos anteriores. En primer lugar, la de seguir desarrollando nuevos
enfoques como el que busca establecer una visión de mayor complementariedad entre la
actividad agrícola y la ganadería, en contraposición a la visión tradicional que nos mostraba un
espacio rural estrictamente dividido entre las chacras trigueras y las estancias de cría[2]. En
segundo término, pensar en que las fuentes disponibles como inventarios, tasaciones de
bienes, censos rurales y descripciones oficiales de las autoridades, deben ser miradas desde
otra perspectiva, e ir más allá del intento por reconstruir los espacios de producción y sus
características productivas (cantidad y diversidad de ganado, mano de obra, extensión
territorial, etc.), y buscar acercarse a las condiciones de vida y trabajo de los diversos grupos
sociales, sobre todo los pequeños pastores y labradores[3]. Justamente parto de la idea de
que existieron múltiples realidades en lo que se refiere a las características de los espacios
productivos y de los grupos sociales que interactuaban en torno a los mismos, en el marco de
una economía diversificada que respondía a múltiples mercados coloniales[4], lo cual puede
apreciarse al analizar los establecimientos y las condiciones de trabajo de los campesinos.
Desde hace ya algunas décadas a esta fecha, se han venido desarrollando investigaciones
enmarcadas principalmente en el campo de la historia económica y social, desde una
perspectiva local y regional. La visión renovada sobre los establecimientos productivos y la
sociedad agraria rioplatense ha sido planteada desde comienzos de la década del 90 del siglo
pasado por autores como Raúl Fradkin, quien por ese entonces en el marco de un debate
historiográfico, planteó aspectos muy interesantes, que a mi parecer deben seguir
profundizándose por los especialistas: en primer lugar, que el término ‘‘estancia’’ ya no puede
1
ser concebido como algo homogéneo, sino que las fuentes y estudios más recientes nos
muestran una campaña amplia y heterogénea en lo que respecta a los establecimientos
productivos, tirando por la borda la imagen extremadamente polarizada del espacio rural, y
que el ‘‘estanciero’’ ya no se entiende como un terrateniente o latifundista[5]; a su vez, la
necesidad de tener en cuenta la existencia de diferencias microregionales que tuvieron
mucho que ver con la configuración de los espacios sociales de producción y sus
orientaciones mercantiles; por último, una producción triguera concentrada en manos de
medianos y pequeños labradores, muy móviles y que vivían en diversas situaciones en
relación al acceso a la tierra y los mercados[6].
Estas líneas fueron seguidas por varios autores que se adentraron en el estudio de los
campesinos, la producción agrícola y su relación con las estancias, entendidas no como
grandes dominios sino como unidades de producción ganadera de distintas características.
Para el siglo XVII, se destaca la obra de Rodolfo González Lebrero, quien utilizando
documentación similar a la que usé para mis publicaciones y exposiciones (sucesiones,
inventarios de chacras y estancias, tasaciones de bienes, testamentarias, etc.), pudo
reconstruir minuciosamente a las unidades productivas de Buenos Aires de la primera mitad
de aquella centuria. Puntualmente hablando de lo agrícola, este historiador identificó la
presencia de estas actividades a partir de la presencia de instrumental característico como las
tahonas (6 de 14 establecimientos clasificados como ‘‘estancias’’ las tenían, es decir, un para
nada despreciable 42,9%, mientras que en las ‘‘chacras’’ la relación fue de 10 sobre 19, un
52,6%), y los percheles (que solo se encontraron en las tierras dedicadas al trigo, aunque en
un 63,15% de ellas), u otros elementos como los molinillos manuales (se hallaron 3 entre las
posesiones de los chacareros)[7]. Otro indicador de la presencia de agricultura en las
explotaciones rurales es constituido por los animales directamente vinculados a esta rama de
la economía agropecuaria: bueyes y caballos. En cuanto a los primeros, tuvieron un
importante peso numérico en las estancias (71%) y en las chacras (68%), siendo importantes
por su papel como ‘‘carreteros’’ y ‘‘de arada’’, es decir, que se los utilizaba tanto para el
transporte comercial como para los trabajos del trigo. Respecto a los equinos, tenían más
variantes que los anteriores: eran animales de transporte, carga, servicio y también aptos para
la molienda. Además, se destacaron fuertemente en los lugares de cría (en el 71% de los
mismos), mientras que su existencia en las chacras no era tan relevante pero innegable (42%)
[8]. De esta manera, pese a la falta de una fundamentación bien elaborada para el recorte
cronológico y la cantidad de fuentes utilizadas (González Lebrero tomó solamente los
inventarios de 33 establecimientos para el período 16021640), la investigación de este autor
fue lo suficientemente consistente como para demostrar la existencia de trabajos agrícolas en
una buena cantidad de estancias con ganadería diversificada.
2
Plano del reparto de tierras realizado por Juan de Garay tras la fundación de Buenos Aires
(1583), que conformaron los primeros establecimientos productivos.
Por su parte, Juan Carlos Garavaglia se encargó, años más tarde, de seguir la metodología
implementada por el historiador anterior, aplicándola a los establecimientos de la segunda
mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX. Tomando una muestra mucho más amplia (281
inventarios para la categoría de vecinos criadores de ganado), pudo hallar agricultura en las
estancias: entre los instrumentos agrícolas se destacan las azadas (presentes en el 56% de
los casos), aunque no se trataba de una herramienta con posibilidades de ser empleada
únicamente en la producción de cereales; mientras que otros utensilios más específicos de
esta actividad como los arados u hoces, además de las existencias de trigo registradas
también fueron de considerable relevancia (en un 63% de las tierras aparece al menos uno de
esos tres indicadores)[9].
Tomando como referencia los indicadores y fuentes trabajados por ambos especialistas,
también nos encontramos con un panorama parecido al siglo XVII y la segunda mitad del
XVIII. Considerando los datos de los establecimientos que criaban animales en diferentes
medidas (tanto chacras como estancias), me he encontrado con que había entre las unidades
productivas una mayoría en donde se complementaban ambas actividades. Sobre un total 72
3
establecimientos, en 51 coexistían la cría de ganados y las prácticas agrícolas (70, 8%)[10], lo
cual puede confirmarse con la aparición de diversas especies de ganado e implementos
característicos de la siembre y la cosecha como hoces, arados, azadas, rastrillos, tahonas,
carretas, bestias de trabajo y carga, etc. Teniendo en cuenta estas cifras, no resulta difícil
pensar en que productores de distintas características fueran parte de una economía
agropecuaria diversificada. Estos rasgos pueden apreciarse en casos como el de Marcos
Espinosa, un mediano estanciero de La Matanza, que en el momento de su muerte (1747)
contaba con 93 bovinos, 81 yeguas, 14 caballos, 7 bueyes mansos, 3 vacas lecheras, una
mula y un arado usado[11]. Y también en ejemplos de criadores más grandes como Matías
Ferreyra, vecino de Arrecifes que en 1753 contaba con herramientas de labranza, 6 esclavos,
36 equinos, 4 yeguas madrinas mansas, 2 potros, 1.000 vacas, 100 terneras, 800 ovejas, 116
yeguas de vientre, 30 mulas, 10 potros y 20 bueyes mansos[12].
Además, existen otras metodologías y perspectivas de análisis sobre la cuestión de la
producción agrícola y los grupos sociales vinculados. Una alternativa posible consiste en
concentrarse en los campesinos, sus condiciones de vida y de trabajo, su relación con las
estancias, el acceso a la tierra y la producción triguera. En este punto, resulta interesante traer
a colación el debate entablado entre el artículo elaborado por Ricardo Salvatore y Jonathan
Brown, y la postura de Jorge Gelman. Centrándose en la estancia de Las Vacas (Banda
Oriental), ambas investigaciones llegaron a distintas conclusiones sobre una problemática
central: las hábitos laborales y condiciones de vida de los trabajadores rurales. En el primero
de los ejemplos mencionados, los investigadores plantearon que la producción de la estancia
respondía a las fluctuaciones en la demanda del mercado externo, lo cual generaba que las
tareas de los peones no fuesen estables, sino más bien estacionales, lo cual queda de
manifiesto cuando se ve que los asalariados abandonaban el establecimiento una vez que
recibían su primer pago[13]. Por otra parte, proponen a la ausencia de disciplina laboral que
tenían los campesinos como un rasgo fundamental, ya que los mismos tenían una amplia
capacidad de movimiento y libertad en la campaña, además de disponer de alternativas
económicas como el robo de ganados (para la extracción de cueros, la producción de carne
salada, etc.) y la labranza en sus propias explotaciones de poca monta[14]. Tomando otra
postura, Jorge Gelman sostiene que más que las fluctuaciones externas, la mano de obra era
inestable por la estacionalidad de la demanda de trabajadores marcada por el calendario de la
producción agrícola. Por ejemplo, en los meses de verano, cuando se llevaba a cabo la
cosecha, las unidades productivas más orientadas a los cereales atraían a los peones por los
sueldos superiores y en plata, y por otra parte, hay que tener en cuenta que muchos de éstos
conchabados eran a su vez pequeños labradores que tenían la necesidad de reincorporarse a
sus tierras para trabajar en las tareas más demandantes[15]. Asimismo, descarta la idea de
que los ‘‘gauchos’’ fueran producto de su propia voluntad tendiente al ocio y el cuatrerismo,
sino que más bien su movilidad era una reacción ante la persecución de los hacendados y las
autoridades, que buscaban mantenerlos sujetos a los trabajos en las estancias y al control de
las instituciones coloniales[16], punto que no fue lo suficientemente fundamentado por el
autor.
De hecho, autores como Garavaglia se encargaron de demostrar lo planteado por Gelman
sobre el papel de los peones como labradores independientes, los cuales tuvieron un
importante peso en la campaña del siglo XVIII. Estudiando la distribución de la población en
Buenos Aires colonial, encontró que había una considerable superioridad de los pequeños y
medianos campesinos por sobre el resto de los sectores sociales: sobre un total de 281
inventarios analizados, 236 correspondían a productores de estas características (84%), los
4
cuales además concentraron el 43% de los bienes en dinero, mientras que los grandes
propietarios representaron un 16% que manejaba un 57% de la riqueza total registrada por las
fuentes[17]. Al mismo tiempo, diferencia entre agricultores y labradores (pequeños
trabajadores que dependían casi exclusivamente de la mano de obra familiar) de agricultores
(aquellos que podían disponer de peones y esclavos)[18], aclarando que la clasificación
realizada es sólo analítica, ya que no se podía hacer una diferenciación tajante entre
productores pecuarios o agrarios, o entre labradores y pastores (pequeños productores de
ganado)[19]. En otro trabajo, demostró la existencia de un importante grupo de campesinos no
propietarios de la tierra, dentro de los cuales había tanto productores ganaderos como
cerealeros, y quienes complementaban ambas actividades[20]. Éstos, a su vez, eran aquellos
que accedían a la tierra mediante diferentes vínculos personales y económicos con los
propietarios (agricultores como hacendados), como fueron el peonaje, el arrendamiento (el
campesino accedía a una porción de tierra a cambio del pago de una renta) y la agregación
(relación no escrita según la cual el terrateniente daba tierras a cambio de trabajo) [21].
Los datos elaborados por quien esto escribe, correspondientes a la primera mitad del siglo
XVIII, resultan ser bastante compatibles con los expuestos para la segunda parte de la
centuria. Los padrones de la campaña bonaerense (1726, 1738 y 1744) nos muestran una
mayoría de campesinos (prácticamente la mitad), que en muchos casos eran al mismo tiempo
labradores y criadores, que no tenían propiedad sobre la tierra y que accedían a la misma
como peones, agregados, arrendatarios o como asentados en tierras realengas. Asimismo, no
se puede marcar una diferencia estricta entre establecimientos dedicados exclusivamente a la
ganadería y otros que sólo producían cereales. De hecho, lo único que podemos afirmar es
que si bien existieron las unidades productivas mayoritariamente agrícolas y otras más bien
dedicadas a la cría, predominó una economía rural de tipo ‘‘mixto’’ y de producción pecuaria
diversificada (donde convivían haciendas de todas las especies), sobre todo en el caso del
grupo que me interesa describir en este artículo (pequeños y medianos campesinos) como
bien muestran algunos de los cuantiosos casos disponibles: en 1738, por ejemplo, el sargento
Juan Esteban Hernández, vivía en tierras de chacra que no eran de su propiedad, en donde
criaba vacunos y caballos además de practicar la agricultura[22]; ese mismo año, el vecino de
Luján, Diego López, era propietario de sus tierras pero éstas no aparecen clasificadas ni como
para ganadería ni para agricultura, aunque se registraron en ellas esclavos, vacas y yeguas
de cría[23]. En el registro siguiente (1744) Lorenzo González, un campesino empadronado en
el pago de Arroyo del Medio, estaba trabajando sobre tierras ajenas, pero a su vez poseía
carretas y criaba ganado mayor y menor[24]; misma situación la de Pedro Zeyes, vecino del
pago de Tala, definido como ‘‘labrador que cuidaba algunos ganados’’[25]. Por otra parte, vale
la pena marcar que los grandes hacendados no son tan importantes para discutir la relación
entre la agricultura y las estancias, ya que si bien éstos también producían cereales, eran los
productores más especializados que había en cría de mulas y vacunos para responder a las
demandas de distintos mercados coloniales (envío de mulares al Alto Perú minero, novillos
para el abasto de carne local, cueros para exportar, piezas de grasa y sebo consumidas en
varias regiones, etc.)[26], mientras que en el caso de los campesinos de poca monta, era más
normal encontrarse con múltiples condiciones de vida y trabajo: pequeños productores
independientes, los cuales a su vez podían acceder a la tierra como agregados o
arrendatarios, y que en determinados momentos del año se prestaban como peones
asalariados en las siembras y cosechas de trigo[27].
Simultáneamente, habría que considerar que otra manera de apreciar la presencia de este
producto en los establecimientos es a través del análisis de los rendimientos de la producción
5
y las discusiones en torno a las actividades productivas, por lo general entabladas por las
autoridades coloniales. En este sentido, el cabildo tenía un papel relevante, en cuestiones
como el registro de la producción de trigo o calcular cuánto se necesitaba para abastecer a la
población de la jurisdicción[28]. También puede verse cómo el ayuntamiento se encargaba de
tomar medidas contra problemas como el crecimiento del consumo local por sobre las
existencias de trigo, las actividades fraudulentas y especuladoras por parte de tahoneros y
panaderos (dueños de los molinos que monopolizaban la producción de panificados, y
vendedores de pan en las ferias mercantiles, respectivamente), el control de pesos y medidas,
entre otras cosas[29]. En el otro período más trabajado por los especialistas, es decir la
primera parte del siglo XVII, hay trabajos como el de González Lebrero que describen al
mercado local del trigo y sus distintas problemáticas, destacándose obviamente la falta de
estos productos fundamentales para la dieta de los porteños, ante lo cual las autoridades
aplicaban prohibiciones y regulaciones. Empero, el autor destaca la relación entre los
miembros del municipio y la actividad comercial, dentro de la cual estaba la producción de
trigo y el control del mercado del pan, por lo que en muchas oportunidades representaban a
sus propios intereses[30]. A la hora de estudiar la producción y el mercado del trigo desde la
óptica del cabildo, como lo he venido haciendo últimamente como parte de mi tesis de
posgrado, es preciso tener en cuenta que estamos frente a una institución política
multifacética, cuyas funciones eran muchas y muy variadas, desde la obras públicas, los
servicios indispensables como el abasto de carne y otros productos como el pan y la harina,
las cuestiones impositivas hasta la administración de justicia en primera instancia, además de
funcionar como una verdadera corporación en donde se veían representados los intereses de
la élite y podían apreciarse las tensiones entre sus miembros[31].
Las fuentes del cabildo permiten acercarse a sus intereses en relación a la actividad agrícola,
a las características de sus intervenciones y a algunas descripciones de los actores y grupos
sociales de la campaña que participaban en el proceso de producción y comercio. Sus actas
nos muestran a un órgano muy activo en lo que respecta a la intervención sobre la economía
y los mercados, destacándose cuestiones como el abasto de carne, las vaquerías y recogidas
de ganado, los acuerdos de precios y fijación de aranceles, la producción y comercialización
de cueros (ajustes), el nombramiento de autoridades para el control de la población y el
trabajo rural (alcaldes de la Hermandad, comisionados, etc.), la regulación de los pesos y
medidas de los distintos productos, entre otras tantas problemáticas de interés comunal[32].
En lo que respecta a las medidas sobre el trigo y los grupos sociales relacionados, vale la
pena destacar que se dieron en una medida mucho menor que para los mercados de la
ganadería vacuna, al menos durante el período en el cual me especialicé y que es distinto al
trabajado por los autores citados. Dentro de las intervenciones capitulares, se destacan los
registros de cosechas, el control de las mismas: A comienzos de 1741, el procurador general
presentaba ante el cabildo un memorial en el cual se prohibía la saca de trigo y granos para
fuera de la jurisdicción para que no se experimentara la escasez de fines del año anterior, la
cual llevó a que se llegara a vender la fanega de trigo a 10 pesos[33]. En 1744 se mandó al
alguacil mayor, su teniente y demás ministros a que celen por las cosechas de trigo[34]. A
fines de ese mismo año, se informaba que el gobierno municipal había resuelto mandar 100
hombres armados o más en las fronteras para la seguridad del vecindario y de la recogida del
mencionado cereal[35]. En 1750 se registraron en el pago de Cañada de la Cruz 44 fanegas
de trigo y otros 10 sacos que sumaban aproximadamente otras 20 fanegas más[36]. Además,
se tuvo noticias de que Baltasar del Castillo, vecino de Buenos Aires, había comprado en
Escobar hasta 100 fanegas, las cuales aparentemente condujo hacia la ciudad de Buenos
Aires[37].
Además de embargar el cabo de Luján las mencionadas fanegas, se mandó que se
6
prohibiera a los pulperos a comprar trigo o cualquier especie para revender. Con dicho fin, se
adelantaron caudales para los cosecheros[38] Pese a que los ejemplos encontrados fueron
pocos en relación a otros temas económicos y sociales, vemos la activa participación de la
sala capitular mediante las prohibiciones, controles de existencias y designación de
funcionarios para celar por el bienestar de las tierras y cosechas, y así garantizar la
importancia del abasto local de trigo, harina y pan. La importancia de este tema no puede
negarse, sobre todo cuando contamos con datos tan representativos como cuando los
cabildantes expresaron en 1721 que eran necesarias entre 15.000 y 16.000 fanegas para el
abasto anual [39], algo para nada despreciable si tenemos en cuenta que la población total de
ese entonces apenas superaba los pocos miles de habitantes. Esto nos permite saber algo
sobre los patrones de consumo de la población local de aquel entonces, que se impusieron
tanto en los hábitos alimenticios de los porteños de la ciudad como en los campesinos (junto
con la carne).
Por último, me gustaría manifestar la necesidad de más investigaciones sobre este campo de
nuestra historia colonial, además de la falta de estudios dedicados a problemáticas más
puntuales como el almacenamiento y distribución de trigo, las características del proceso de
elaboración de harinas y panificados, la evolución de los precios y las transacciones
comerciales, la vinculación entre los funcionarios coloniales y los mercaderes tahoneros, la
relación entre los distintos grupos sociales que representaban a los productores de cereal, las
formas de acceso a la tierra, la complementación con la ganadería sus condiciones materiales
de vida, sus conductas alimenticias (en las cuales el tema desarrollado en este escrito tuvo
mucho que ver). También creo necesario profundizar en períodos descuidados por nuestra
disciplina, como sobre el que me encuentro investigando en esta etapa de mi carrera, o los
años inmediatamente anteriores al mismo (fines del siglo XVII). En cuanto a la metodología y
las fuentes, siempre es lo más conveniente complementar descripciones con estadísticas y
cuantificaciones, sistematizando correctamente la información que nos brindan valiosos
documentos como las actas municipales, sucesiones, inventarios, padrones, entre otras.
Asimismo, podrían agregarse otras fuentes pertinentes, como por ejemplo una de las más
utilizadas por los especialistas en el tema, como lo son los diezmos que se cobraban sobre el
producto agrícola.
………
Créditos de imagen
Plano del reparto de tierras realizado por Juan de Garay tras la fundación de Buenos Aires
(1583), que conformaron los primeros establecimientos productivos. Fuente: Archivo General
de la Nación Argentina. Imagen: Fundación Wikimedia.
Fuentes y bibliografía
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AGN, Sala IX, Archivo del Cabildo, 1923.
AGN, Tribunales, Sucesiones, legajos n° 3859, 5335, 5336, 5337, 5338, 5671, 5672, 5870,
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………….
NOTAS
[1] Profesor en Historia egresado de la Universidad de Morón (UM) y Especialista en Ciencias
Sociales con mención en Historia Social egresado de la Universidad Nacional de Luján
(UNLu). Se desempeña como docente en la Universidad de Morón y la Universidad Nacional
de La Matanza (UNLaM). Ha realizado varias exposiciones y publicaciones sobre cuestiones
9
vinculadas al desarrollo de la ganadería vacuna, sus distintos mercados y la intervención de
las autoridades coloniales.
[2] PELOZATTO REILLY, Mauro Luis (2016). ‘‘Ganadería y sociedad en el Río de la Plata
colonial. Una cuestión abierta’’, en Sociedad Indiana. Historia social de los mundos indianos,
p. 2.
[3] PELOZATTO REILLY, Mauro Luis (2016). ‘‘La sociedad colonial bonaerense desde una
mirada crítica sobre la historiografía de los espacios productivos y sus fuentes’’, en Sociedad
Indiana. Historia social de los mundos indianos, p. 4.
[4] HALPERÍN DONGHI, Tulio (2010). Historia contemporánea de América Latina. Buenos
Aires, Alianza Editorial, pp. 4042.
[5] FRADKIN, Raúl (1993). ‘‘La historia agraria y los estudios de establecimientos productivos
en Hispanoamérica colonial: una mirada desde el Río de la Plata’’, en FRADKIN, Raúl
(Comp.). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos
(I). Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 2627.
[6] Ibídem, pp. 28 y 31.
[7] GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo Eduardo (1993). ‘‘Chacras y estancias en Buenos Aires a
principios del siglo XVII’’, en FRADKIN, Raúl (Comp.). La historia agraria del Río de la Plata
colonial. Los establecimientos productivos (II). Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
pp. 7273.
[8] Ibídem, p. 87.
[9] GARAVAGLIA, Juan Carlos (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia
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[10] Archivo General de la Nación (AGN), Tribunales, Sucesiones, legajos n° 3859, 5335,
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8417.
[11] AGN, Tribunales, Sucesiones, 5672.
[12] AGN, Tribunales, Sucesiones, 5870, pp. 67.
[13] SALVATORE, Ricardo y BROWN, Jonathan (1993). ‘‘Comercio y proletarización en la
Banda Oriental tardocolonial: la estancia de Las Vacas, 17911805’’, en FRADKIN, Raúl
(Comp.). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos colectivos
(I). Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 9395.
[14] Ibídem, pp. 111112.
[15] GELMAN, Jorge Daniel (1993). ‘‘Nuevas perspectivas sobre un viejo problema y una
misma fuente: el gaucho y la historia del Río de la Plata colonial’’, en FRADKIN, Raúl
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(Comp.). La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos colectivos
(I). Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 136137.
[16] Ibídem, p. 138.
[17] GARAVAGLIA, Juan Carlos (1999). Op. Cit., pp. 148150.
[18] Ibídem, p. 312.
[19] Ibídem, p. 300.
[20] GARAVAGLIA, Juan Carlos (1993). ‘‘Las ‘estancias’ en la campaña de Buenos Aires. Los
medios de producción (17501850)’’, en FRADKIN, Raúl (Comp.). La historia agraria del Río
de la Plata colonial. Los establecimientos colectivos (II). Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, pp. 156157.
[21] FRADKIN, Raúl (1993). ‘‘Producción y arrendamiento en Buenos Aires del siglo XVIII: la
hacienda de la Chacarita (177984)’’, en FRADKIN, Raúl (Comp.). La historia agraria del Río
de la Plata colonial. Los establecimientos colectivos (II). Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, p. 64; MAYO, Carlos (2004). Estancia y sociedad en la pampa (1740
1820). Buenos Aires, Editorial Biblos, pp. 7374.
[22] Academia Nacional de la Historia (ANH). Documentos para la Historia Argentina. Tomo X.
Padrones de la ciudad y campaña de Buenos Aires (17261810). Padrón de 1738, p. 309.
[23] Ibídem, p. 312.
[24] ANH, Documentos…, Padrón de 1744, p. 553.
[25] Ibídem, p. 560.
[26] HALPERÍN DONGHI, Tulio (1993). ‘‘Una estancia en la campaña de Buenos Aires,
Fontezuela, 17531809’’, en FRADKIN, Raúl (Comp.). La historia agraria del Río de la Plata
colonial. Los establecimientos productivos (I). Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
p. 48; BIROCCO, Carlos María (1996). ‘‘Historia de un latifundio rioplatense: las estancias de
Riblos en Areco, 17131813’’, en Anuario de estudios americanos, Tomo LIII, I, pp. 7399;
GARAVAGLIA, Juan Carlos (1999). Op. Cit., pp. 216218; PELOZATTO REILLY, Mauro Luis
(2015). ‘‘La ganadería colonial rioplatense en un período de transición: de las vaquerías
tradicionales a las estancias de cría. Una caracterización de las prácticas y los
establecimientos productivos desde la década de 1720’’, ponencia presentada en II Jornadas
de estudiantes y graduados de Historia, Universidad Nacional de General Sarmiento.
[27] FRADKIN, Raúl (2000). ‘‘El mundo rural colonial’’, en TANDETER, Enrique (Dir.). Nueva
historia argentina. Tomo II: la sociedad colonial. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, p. 267.
[28] GARAVAGLIA, Juan Carlos (1999). Op. Cit., p. 253.
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[29] GARAVAGLIA, Juan Carlos (1991). ‘‘El pan de cada día: el mercado del trigo en Buenos
Aires, 17001820’’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘‘Dr.
E. Ravignani’’, Tercera Serie, núm. 4, pp. 711.
[30] GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo Eduardo (1995). ‘‘Producción y comercialización del trigo
en Buenos Aires a principios del siglo XVII’’, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana ‘‘Dr. E. Ravignani’’, Tercera Serie, núm. 11, pp. 1213.
[31] FRADKIN, Raúl y GARAVAGLIA, Juan Carlos (2009). La Argentina colonial. El Río de la
Plata entre los siglos XVI y XIX. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, pp. 153154.
[32] PELOZATTO REILLY, Mauro Luis (2014). ‘‘El Cabildo, la ganadería y el abasto local en el
litoral rioplatense, 17231750´´, en Actas de las Quintas Jornadas de Historia Regional de La
Matanza, Universidad Nacional de La Matanza, pp. 230244.
[33]AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (AECBA), Serie II, Tomo VIII, p.
252.
[34] Ibídem, p. 465.
[35] Ibídem, p. 620.
[36] AGN, Sala IX, Archivo del Cabildo, 1923.
[37] Ibídem.
[38] Ibídem.
[39] GARAVAGLIA, Juan Carlos (1999). Op. Cit., p. 253.
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