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El Mundo

Massimo Pigliucci
27-Junio-2017

La receta definitiva para ser feliz: céntrate


sólo en lo que puedas controlar

"Dios, concédeme la serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para
cambiar las cosas que puedo cambiar y sabiduría para reconocer la diferencia". Ésta es
la Plegaria de la serenidad, escrita originalmente por el teólogo americano Reinhold
Niebuhr cerca de 1934, y utilizada frecuentemente en Alcohólicos Anónimos y
organizaciones similares. No es sólo un paso fundamental para recuperarse de una
adicción, sino también la receta para una vida feliz, entendiéndose como tal una
vida de serenidad a la que se llega aceptando conscientemente y con calma lo que
nos depara.

El sentimiento de trasfondo de esta plegaria es muy antiguo, y ya aparecía en


manuscritos budistas del siglo VIII, así como en la filosofía judía del siglo XI. La
versión más antigua que recuerdo, sin embargo, es la del filósofo estoico Epicteto.
Activo en la Roma del siglo II, y después en Nicópolis, en el oeste de Grecia, Epicteto
decía que somos responsables de determinadas cosas, pero que hay otras de las que
no se nos puede hacer responsables. Las primeras incluyen nuestro juicio, nuestros
impulsos y nuestros deseos, nuestras aversiones y nuestras facultades mentales en
general; entre las segundas figuran el cuerpo, las posesiones materiales, nuestra
reputación y nuestro estatus; en una palabra, todo aquello que no podemos controlar...
Si uno tiene la idea correcta de lo que realmente le pertenece y lo que no, nunca podrá
ser forzado a nada ni encontrará obstáculos en su camino, nunca culpará ni criticará a
nadie, y todo lo que haga será de forma voluntaria. No tendrá un solo rival, nadie podrá
herirle y será inmune a cualquier tipo de daño.

Yo lo llamo la promesa de Epicteto: si realmente comprendes la diferencia entre lo


que está y lo que no está bajo tu control, y actúas de manera acorde, serás
psicológicamente invencible, e inmune a los vaivenes de la fortuna.

Algo que, por supuesto, es mucho más fácil de decir que de hacer. Requiere una
gran práctica del mindfulness, o plena conciencia. Pero puedo asegurar por
experiencia propia que funciona. El año pasado, por ejemplo, estaba en Roma
trabajando, casualmente, en un libro sobre estoicismo. Un día a última hora de la tarde
me dirigía a la parada del metro junto al Coliseo. En cuanto entré en el abarrotado
vagón, noté que me costaba avanzar mucho más de lo habitual. Un tipo joven bloqueaba
el paso delante de mí, sin que yo pudiera entender por qué. Pero entonces, un segundo
demasiado tarde, me di cuenta. Mientras mi atención estaba puesta en él, su compinche
había metido la mano en mi bolsillo delantero izquierdo, había cogido mi cartera, y salía
del vagón, seguido inmediatamente por su cómplice. Las puertas se cerraron, el metro
arrancó, y yo me vi sin dinero, sin carné de conducir, y teniendo que cancelar y volver a
solicitar unas cuantas tarjetas de crédito.
Antes de empezar a practicar el estoicismo, esto me habría supuesto una mala
experiencia, y no hubiera reaccionado bien. Me habría desanimado, estaría irritable
y enfadado. Este mal humor habría continuado el resto de la noche. Más aún, el trauma
del episodio, aun y tratándose de un ataque leve, me habría durado días, y habría
alternado de manera destructiva entre la ira y el lamento.

Pero llevaba practicando el estoicismo un par de años. Así que mi primer


pensamiento fue la promesa de Epicteto. No podía controlar a los ladrones de Roma,
ni dar marcha atrás y cambiar lo que había sucedido. Sin embargo, sí que podía aceptar
lo que había pasado y archivarlo como referencia para el futuro, concentrándome en su
lugar en pasármelo bien durante el resto de mi estancia. Después de todo, no había
sucedido nada trágico. Reflexioné sobre ello. Y funcionó. Por la noche me reuní con
mis amigos y les conté lo que había pasado, y procedí a disfrutar de la película, la cena,
y la conversación. Mi hermano estaba alucinado de que me tomara las cosas con tal
ecuanimidad y que estuviera tan tranquilo. Pero éste es precisamente el poder de
interiorizar la dicotomía estoica del control.

Y su eficacia no se limita a las pequeñas inconveniencias de la vida, como el


episodio que os acabo de describir. James Stockdale, piloto de caza en la guerra de
Vietnam, fue derribado y pasó siete años y medio en la cárcel de Hoa Lo, donde fue
torturado y a menudo confinado en una celda de aislamiento. Agradece a Epicteto el
haber sobrevivido a esa durísima experiencia, al haber aplicado inmediatamente la
dicotomía del control a su situación extrema como cautivo. Esto no sólo salvó su vida,
sino que le permitió coordinar la resistencia desde dentro de la prisión, en su posición
como oficial de mayor rango.
La mayoría de nosotros nunca nos encontraremos en la situación de Stockdale,
pero una vez que se empieza a prestar atención, la dicotomía del control tiene
infinitas aplicaciones en el día a día, y todas ellas tienen que ver con algo crucial:
cambiar nuestros objetivos de resultados externos a logros interiores.

Pongamos que estás preparando tu currículo para un posible ascenso en el trabajo. Si


tu meta es conseguir esa promoción, podrías llevarte un chasco. No hay garantía de que
lo consigas, porque el resultado no está (enteramente) bajo tu control. Aunque es cierto
que puedes influir en él, también depende de una serie de variables ajenas a tu
esfuerzo, incluyendo la potencial competencia de otros empleados, o que quizás no le
caigas bien a tu jefe, por incomprensible que esto sea.

Por eso tu objetivo debería ser interno: si adoptas el pensamiento estoico, podrías
elaborar conscientemente el mejor currículo posible, y después prepararte
mentalmente para aceptar cualquier resultado con serenidad, sabiendo que a veces
el universo estará a tu favor, y otras no. ¿Qué ganas poniéndote ansioso respecto a algo
que no controlas?¿O enfadándote por un resultado que no has provocado tú?
Simplemente estás causando que la situación te haga daño, comprometiendo tu
serenidad y tu felicidad.

No se trata de aceptar cualquier cosa que pase. Después de todo, ¡acabo de decir que
tu objetivo debería ser presentar el mejor currículo posible! Pero algo que caracteriza
a las personas sabias es la aceptación de que las cosas no siempre van como
queremos. En ese caso, lo mejor es recoger los pedazos, y continuar hacia adelante.
¿Quieres ganar un partido de tenis? Está fuera de tu control. Pero jugar el mejor
partido de tu vida sí que lo está. ¿Quieres que tu pareja te ame? Está fuera de tu
control. Pero puedes elegir diferentes formas de mostrarle tu amor, y eso está bajo
tu control. ¿Quieres que un partido en concreto gane las elecciones? Está fuera de tu
control (¡salvo que seas Vladimir Putin!). Pero puedes elegir comprometerte con el
activismo político, y puedes votar.

Estos aspectos de tu vida están bajo tu control. Si consigues que tus objetivos sean
interiores, nunca culparás ni criticarás a nadie, y no tendrás un solo rival, porque lo
que hace otra gente está más allá de tu control, y por ello no es algo por lo que
sulfurarse. El resultado será una actitud de calma ante los vaivenes de la vida, que será
así más serena.

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