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La cultura de Nicaragua está marcada histórica, social, económica -también religiosamente-

por la mujer. Por la madre. Por la madre, símbolo aglutinador de este pueblo, siempre en
busca de su identidad nacional. ¿Qué hay detrás de este símbolo clave? ¿Una visión
matriarcal o machista? ¿Cuál es la situación socioeconómica de la mujer nicaragüense?
¿Cómo se vive el machismo en esta sociedad en transición?

Una difícil situación económica

La altísima participación revolucionaria que muestra la mujer nicaragüense tiene mucho que
ver con su notable participación económica. Su injerencia en la vida económica del país
-desde la época precolombina hasta el presente- la sitúa fuera de los límites estrechos del
hogar. Aun cuando la tradición (española, católica) le designa un lugar hogareño, pasivo, de
dependencia y "decoro', la realidad que la rodea le ha exigido otra respuesta., La historia la ha
empujado a una toma de posiciones y decisiones que -partiendo de lo económico- ha
ampliado su participación social y política ". (Margaret Randall. "Todas estamos despiertas").

Los datos para poder analizar la participación económica de la mujer nicaragüense aparecen
poco sistematizados aún. Constamos sólo con los más esenciales. En 1950 un 14% de la
población, económicamente activa (PEA) estaba compuesta por mujeres. En 1970 había
aumentado al 21.9% y en 1977 al 28.6% (Banco Central de Nicaragua, julio 1978).
Actualmente, la Población Económicamente Activa (PEA) de las áreas urbanas está formada
en un 40% por mujeres. (Encuesta de hogares de Nicaragua. INEC 1981). Teniendo en
cuenta que más de la mitad de los nicaragüenses viven en zonas que se consideran áreas
urbanas y que el servicio doméstico -al que tantas mujeres se dedican aún- no está incluido
en estos censos, esta cifra tiene sólo un valor indicativo y queda por debajo de la realidad. De
las zonas campesinas se carece de datos. A nivel nacional y a partir de los incrementos
producidos entre 1970 y 1977, se podría calcular en un 35%.

Si comparamos estas cifras con el porcentaje global de mujeres incorporadas al proceso


productivo en América Latina -el 20% de la PEA latinoamericana es femenina-, las cifras
nicaragüenses son extraordinariamente altas. De esa gran participación laboral, ¿podemos
deducir que la mujer tiene una participación significativa en el proceso productivo?
Ciertamente, no. "Si analizamos el tipo de trabajo que realiza la mujer, vemos que un alto
porcentaje de ellas está en realidad subempleado y que otro porcentaje está dedicado al
servicio doméstico, tarea que, por cierto, no es productiva y que tendrá que ser regulada y
limitada en el futuro", decía el Comandante Tomás Borge en el discurso en celebración del 5o.
aniversario de AMNLAE.

En Managua, las mujeres representan el 70% de los trabajadores de servicios domésticos y le


55% de los comerciantes (principalmente, vendedoras ambulantes y mercaderas o
"vivanderas"), pero sólo el 14% de los trabajadores industriales. A nivel nacional, el 57.7% de
la PEA femenina se dedica a actividades comerciales, según datos de AMNLAE.

La mujer en el sector urbano marginal


Las principales actividades productivas en este sector son de tipo informal: pequeños
comercios, servicios de reparación de zapatos, relojes, autos, ventas ambulantes o en los
mercados... El desempleo y subempleo son fenómenos muy frecuentes en este ambiente".

La pobreza de las familias obliga a varios de su miembros a trabajar. Gran parte de las
mujeres económicamente activas proceden de este sector. Venden comida, ropa, verduras,
en su casa, en las calles, en una ventecita, en el mercado, lavan o planchan la ropa de alguna
familia, confeccionan ropa interior que luego venden a una vecina que la venderá en el
mercado...La realidad es que la mayoría de las veces la mujer no trabaja sólo por aportar un
ingreso a la familia, sino que es ella quien mantiene económicamente el hogar.

Aunque sería necesario analizar más a fondo las causas de esta desintegración familiar, la
realidad del subdesarrollo explica mucho. Cuando el hombre busca el trabajo y no lo
encuentra, cuando fracasa en el subempleo con el que sobrevive, se desespera y sólo halla
olvido en el alcohol. Sin poder asumir ninguna responsabilidad en el hogar, abandona a la
mujer y a los hijos. En otros casos, es la misma mujer la que lo echa de la casa -"sólo sirve
para beberse el sueldito"-, porque le pega a ella y a los hijos y no aporta más que problemas.
A menudo este abandono del hogar es sólo momentáneo, pero convierte al hombre, desde
ese momento, en un "huésped" de su propia casa más que en un miembro de la familia o en
su mismo jefe.

La mujer se convierte entonces en el pilar de la familia. Es la que garantiza no sólo la


identidad y el afecto sino también la supervivencia física, de sus hijos. Desde pequeñas, se
educa a las niñas para esta realidad: encontrarán el sentido de su vida en los hijos, porque en
el hombre no se puede confiar. Se estima que un 50% de las parejas nicaragüenses viven en
concubinato. No es un problema moral ni tampoco de libre elección. Viven así porque existen
muy pocas posibilidades de que la relación sea duradera.

La mujer en el sector campesino

Casi la mitad de la población nicaragüense vive en el campo, en una situación de aislamiento


y marginalidad que contrasta notablemente con la del sector urbano más marginal. La vida de
la mujer campesina es muy dura. En el mundo campesino están generalmente muy definidas
cuáles son las tareas de la mujer y cuáles las del hombre. La mujer es responsable de la casa
y del cuidado de los hijos. Y el hombre, del trabajo productivo en el campo o del cuidado de
los animales, si es ganadero. La ayuda de la mujer se concentra en tareas específicas: la
producción de queso, de cuajada...

Aunque también existen bastantes casos, el machismo campesino se expresa menos en el


abandono del hogar, porque el trabajo de la tierra limita la movilidad del hombre. Tiene su
mejor expresión en la marginalidad de la mujer dentro de la familia, de la casa. El hombre
ejerce allí su papel de jefe en todos los sentidos. "Cuántas veces llegamos a una casa
campesina, en donde la mujer no hablaba con nosotros porque estaba sólo en la cocina...",
recordaba el Comandante Jaime Wheelock en su discurso durante el Primer Encuentro de
Obreros Agrícolas en abril d e1983.

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