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Marina Arias
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Arias, Marina
Mochila. - 1a ed. - La Plata : Club Hem Editores, 2014.
186 p. ; 20x14 cm. - (Sinfonia Emergente; 4)
ISBN en trámite
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que la escritura de Marina Arias captura, cada frase te
lleva a la otra, es de lectura compulsiva. Y lo digo en pre-
sente, pese a que la anécdota es de hace once años, por-
que su habilidad no es circunstancial sino imperecedera.
Ahora es el momento de “Mochila”. “Mochila” se iba a ti-
tular “La ventaja de una mochila desmontable”. Me gus-
taba ese título porque invitaba al lector a que se pregun-
tara si realmente hay o no alguna ventaja en llevar una
mochila desmontable. Aún por ejemplo no logro tomar
una posición precisa en torno a la utilidad de un traje de
neoprene. Aquella nouvelle y ésta trabajan en una zona
donde las certezas –por suerte– sirven de muy poco.
En “Mochila” vuelven a aparecer Christian y Mariana.
Ya no tienen la vida por delante o sí, porque se acaban de
chocar con su propia vida. Son como fantasmas o mejor
aún: imágenes fluctuantes proyectadas en una pared. Es
que estos personajes de Marina Arias viven en constan-
te desfasaje. Les pasaba en “Neoprene”, al no animarse
a besarse y les pasa, aunque en un sentido distinto, en
“Mochila”. El desfasaje aquí se da entre lo que son y lo
que quieren ser, entre lo que son y lo que pensaban que
iban a ser. Marina Arias sabe retratar mejor que nadie
cómo los caminos de cada una de nuestras existencias
están llenos de atajos. Si alguna vez nos dijeron que to-
dos los caminos conducen a Roma, “Mochila” nos dice –o
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quizás nos recuerda– que no había chances de que Roma
se pareciera en algo a lo que nos habían contado.
Hay también en “Mochila” un cuidadoso trabajo de
montaje. Marina Arias escribe con palabras, pero crea
un sistema de imágenes, de reenvíos visuales que dotan
a la novela de tridimensionalidad. El narrador nos lleva
de un espacio a otro en un mismo párrafo, viaje textual
que se ve acentuado en una especie de desdoblamiento
del narrador.
Hace poco Marina Arias me comentaba que quería
hacer entender a sus estudiantes la importancia de ro-
bustecer al narrador, que en algún momento pudieran
escribir no solo sin esconder el artificio ficcional, sino so-
bre todo haciendo explícito que lo que se cuenta es, jus-
tamente un artificio. La lectura de “Mochila” es el mejor
ejemplo para entender esto y también un relato que in-
terpela sagazmente a los lectores. Lean “Mochila” y en-
tenderán por qué.
Ulises Cremonte
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Nosotros, los de entonces,
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Dos
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sobre la mesa una caja llena de libros con las tapas aja-
das por el sol y el agua, y se puso a buscar con él. Las
tetas de la chica tensaban el logo de la cadena hotelera
estampado en la remera; aunque lo único que había en la
caja eran bestsellers en inglés de autores absolutamente
desconocidos, Christian se hubiera quedado toda la ma-
ñana revolviendo con ella. Pero la chica, sin perder la
sonrisa, le hizo entender que tenía que cerrar la oficina
para ir a abrir el ciber. Entonces Christian manoteó un
libro cualquiera y se fue rápido.
Todavía no lo abrió, ni lo va a hacer en el resto de su
estadía en El Cayo.
En Villa Luro, Mariana tampoco va a abrir el Horósco-
po Chino que le pasó Jimena la semana pasada. Al me-
nos no ahora: acaba de escuchar la moto de Dani subien-
do a la vereda.
–Qué hacés –lo saluda a través de la reja de la ventana.
Después se pone a buscar las llaves por el comedor,
donde todavía no sacó las sábanas del sofá-cama en el
que duerme todas las noches. Finalmente las encuentra
debajo de la mesita de la computadora.
–Otra vez el gato éste del orto –dice mientras gira la lla-
ve en la cerradura y forcejea con el picaporte–. ¿Cuándo
te lo vas a llevar, chabón?
–¿A dónde querés que me lo lleve? Mi vieja no lo quiere
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–Sí, tomá.
Dani hunde la panza y mete la mano en uno de los bol-
sillos delanteros del jean. A los tirones saca un puñado
de billetes arrugados y se lo da a Mariana. Mariana saca
los tres de cien, acomoda el resto en un fajo, lo dobla al
medio y lo vuelve a meter en el bolsillo de Dani.
–A ver, buscá a ver si no encontrás algo más –dice Dani
girando el cuerpo hacia ella.
–Qué forro que sos –dice Mariana–. Y mirá que igual to-
davía me debés dos gambas. Oíme, no podés seguir vi-
viéndola a tu vieja así, Dani. ¿Te pusiste a buscar laburo?
–Más bien que estoy buscando, boluda. Dejé mi teléfono
en todos los clubes y canchitas de la zona. Pasa que a los
pendejos se les empezó a dar por el tenis, por lo de Del
Potro y toda esa gilada. Y los que siguen queriendo jugar
al fútbol se van a las escuelas grosas como la de Maran-
goni y esa mano, viste. Las escuelitas de por acá están
para atrás.
–Capaz tenés que dejarte de joder y no buscar sólo de
profe. Trasca ni título tenés.
Dani revolea los ojos y Mariana lo descubre:
–En serio te lo digo, cualquier día de estos tu vieja te va
a poner los puntos.
Salen juntos a la vereda, Dani patea la moto y le pre-
gunta:
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Tres
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Delete.
ena! Tantos años!
(absolutamente gay)
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villetita?
Mariana aprieta el picaporte, mira hacia el living y en
voz baja le dice:
–¿Sabés qué Luli? ¿Por qué no te vas dos semanitas a la
mierda?
Y antes de que la otra alcance a decir nada, abre la
puerta y se va contenta.
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Catorce
¿ “Hola, linda”?
Mariana no puede despegar los ojos de las palabras
en la pantalla.
Christian haciéndose el banana.
Increíble.
–Dale, má… que tengo que mandar la gacetilla de la
toma de mañana –dice Nahuel mientras sale del baño
con una toalla en la cintura y secándose la cabeza con
otra.
Se para detrás de Mariana y se saca la toalla de la
cara:
–¿Quién es? –pregunta señalando la foto de Christian
con el mentón.
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ella sólo había ido dos o tres veces, todas para llevar a
Sofi al teatro; por lo demás decía que la zona, llena de es-
pectáculos montados para el público del interior y arte-
sanos de paños ambulantes, le resultaba absolutamente
deprimente. Por eso había asentido y había aceptado ir a
un Mc Donalds de camino a casa. Como siempre.
Claro que Christian había frecuentado la calle Co-
rrientes. Infinidad de veces había acompañado a Maria-
na a la Giralda en pleno bajón. Siempre bajón de porro,
por supuesto: nunca en su vida había visto a Mariana en
un estado remotamente parecido a una depresión.
Enojada, furibunda, rabiosa y todas las variantes ex-
presivas de la bronca, sí.
Pero bajoneada, jamás.
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–.......
–Un flash: como si nunca nos hubiéramos dejado de ver.
–.......
–Está… como más chabón, ¿entendés?
–.......
–No, boluda. Igual a mí no me daba para ir a ningún lado,
¿no te estoy diciendo que tenía que estar acá a las nueve?
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usa él, y Patri dijo “el Chavo, con la misma máquina que
usa él”, y se sonrió fascinada con su hijo, y entonces dijo
que sí, que se lo deja re-lindo el Chavo, es un genio el
Chavo. Y Mariana sintió un coro imaginario vivando su
participación.
3) Hacer de moza correcta e insignificante en el salón
de George quien para el gusto de Mariana debería de-
jar de reírse con las ocurrencias insólitas de Dani como
animador, como la nueva de poner a todos los chicos a
mirarlo a él intentando hacer jueguito con una pelota;
ella no tiene más ganas de hacerse cargo de la líneas
argumentales de la vida de Dani pero intuye que, como
siempre, va a terminar pudriendo todo.
4) Hablar de Christian con Jimena por teléfono duran-
te horas como cuando eran adolescentes y el único pibe
del que jamás hablaban era Christian.
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guna que otra vez los sigue y todo, aunque siempre con
delay: su primera reacción infaltablemente es enojarse
con Jimena como una nena.
Por eso, después de cerrar la heladera de un portazo,
lo que va a hacer Mariana es buscar el teléfono. Lo va a
buscar con la vista en la cocina. Después, revolviendo en
el desorden del living-comedor. Al final va a entrar enfu-
recida al dormitorio y lo va a encontrar detrás de una de
las patas de la cama de Facu.
–Qué pendejos… –va a murmurar mientras marca el nú-
mero de Jimena.
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SEGUNDA PARTE
Uno (futuro perfecto y simple)
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Dos (pretérito indefinido e imperfecto)
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Hasta que una de las veces del otro lado del vidrio re-
conoce la cara de Jimena.
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Por esos días Nahuel habla con Vera más aún que lo
de costumbre y se ríe bastante menos. Mariana cree que
están empezando a dejarse. Christian sospecha que lo
que les pasa es otra cosa. Pero no dice nada.
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actitud, ¿entendés?
Christian la miró entre intrigado y desconfiado.
–Si se siente en banda capaz que se manda un moco –dijo
Mariana.
–Mariana, ¿no te parece que con lo del embarazo ya te-
nés bastante quilombo? Vos ahora lo que tenés que hacer
es llevar a Vera a la casa y hablar con la madre.
–La madre de Vera es una forra. ¿Escuchaste que les dijo
que no se preocuparan, que ella se iba a ocupar de todo?
–¿Y no te parece que eso es lo mejor?
–No, no me parece. ¿Vos crees que yo no hice lo mejor con
Nahuel?
Christian baja la mirada: hace rato que entendió que
la existencia de Nahuel no terminó siendo la ruina del
proyecto de vida de Mariana, como había dictaminado
hace dieciséis años cuando a once mil kilómetros Maria-
na le dio la noticia del garrón.
Todo lo contrario.
Y no por algún tipo de altruismo maternal pedorro ni
porque Nahuel pueda llegar más lejos en la vida que su
madre en una suerte de revancha dinástica: las conclu-
siones de Christian sobre la historia de Mariana están
lejos de un alegato antiabortista y además sospecha que
a Nahuel ascender socialmente le va a resultar tan im-
posible como a ella.
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