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MOCHILA

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Marina Arias

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X
Arias, Marina
Mochila. - 1a ed. - La Plata : Club Hem Editores, 2014.
186 p. ; 20x14 cm. - (Sinfonia Emergente; 4)

ISBN en trámite

1. Narrativa Argentina. I. Título


CDD A863
Fecha de catalogación en trámite

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Primera edición junio 2014


La Plata - Argentina - Indoamérica
Este es un trabajo impulsado por Club Hem Editorxs
Serie Sinfonía Emergente

Fotografía de tapa: Matías Adhemar


matoadhemar@hotmail.com // FB: matias.adhemar

Fotografía de solapa: Luciana Demichelis


FB: fayutavos
C orrección y edición: Francisco Magallanes
Diseño de tapa e interiores: Club Hem Editorxs por Agustina Magallanes
agustinamagallanes@gmail.com
Dirigen esta colección: Club Hem Editorxs por Francisco Magallanes y Leonel Arance
franciscomagallanes@hotmail.com // leoarance@hotmail.com
Agente de prensa: Club Hem Editorxs por Leonel Arance
Contacto: (221) (15) 409-9275
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Calle 124 n 602. La Plata. Argentina Tel.: (221) 424-7389
PRÓLOGO

Fue una tarde de invierno del 2003. Nos encontramos


con Marina Arias en la sede del IUNA que quedaba en el
edificio de la Aduana. En un cuaderno anillado me pasó
una serie de relatos donde se incluía una nouvelle titu-
lada “Para qué sirve un traje de neoprene”. Comencé a
leerlo en el Costera que me llevaba de regreso a La Pla-
ta. El colectivo estaba lleno. Viajé parado y sin embargo
durante esa hora y media me acompañaron Christian y
Mariana, esa errática, joven y encantadora pareja ficcio-
nal. Fue así que aquellas hojas anilladas se transforma-
ron en el primer libro de una colección de ficción que se
publicó en la Editorial de la Universidad de La Plata. Es

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que la escritura de Marina Arias captura, cada frase te
lleva a la otra, es de lectura compulsiva. Y lo digo en pre-
sente, pese a que la anécdota es de hace once años, por-
que su habilidad no es circunstancial sino imperecedera.
Ahora es el momento de “Mochila”. “Mochila” se iba a ti-
tular “La ventaja de una mochila desmontable”. Me gus-
taba ese título porque invitaba al lector a que se pregun-
tara si realmente hay o no alguna ventaja en llevar una
mochila desmontable. Aún por ejemplo no logro tomar
una posición precisa en torno a la utilidad de un traje de
neoprene. Aquella nouvelle y ésta trabajan en una zona
donde las certezas –por suerte– sirven de muy poco.
En “Mochila” vuelven a aparecer Christian y Mariana.
Ya no tienen la vida por delante o sí, porque se acaban de
chocar con su propia vida. Son como fantasmas o mejor
aún: imágenes fluctuantes proyectadas en una pared. Es
que estos personajes de Marina Arias viven en constan-
te desfasaje. Les pasaba en “Neoprene”, al no animarse
a besarse y les pasa, aunque en un sentido distinto, en
“Mochila”. El desfasaje aquí se da entre lo que son y lo
que quieren ser, entre lo que son y lo que pensaban que
iban a ser. Marina Arias sabe retratar mejor que nadie
cómo los caminos de cada una de nuestras existencias
están llenos de atajos. Si alguna vez nos dijeron que to-
dos los caminos conducen a Roma, “Mochila” nos dice –o

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quizás nos recuerda– que no había chances de que Roma
se pareciera en algo a lo que nos habían contado.
Hay también en “Mochila” un cuidadoso trabajo de
montaje. Marina Arias escribe con palabras, pero crea
un sistema de imágenes, de reenvíos visuales que dotan
a la novela de tridimensionalidad. El narrador nos lleva
de un espacio a otro en un mismo párrafo, viaje textual
que se ve acentuado en una especie de desdoblamiento
del narrador.
Hace poco Marina Arias me comentaba que quería
hacer entender a sus estudiantes la importancia de ro-
bustecer al narrador, que en algún momento pudieran
escribir no solo sin esconder el artificio ficcional, sino so-
bre todo haciendo explícito que lo que se cuenta es, jus-
tamente un artificio. La lectura de “Mochila” es el mejor
ejemplo para entender esto y también un relato que in-
terpela sagazmente a los lectores. Lean “Mochila” y en-
tenderán por qué.

Ulises Cremonte

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Nosotros, los de entonces,

nunca fuimos los mismos.


PRIMERA PARTE
Uno

L a tercera noche en Los Cayos Christian sueña con


Mariana. Con la Mariana de hace quince años. La
última que él vio. Están en su casa de Morón. Ella se
ríe y se lleva un cigarrillo a la boca, y se vuelve a reír.
Después se levanta la remera, le muestra las tetas y se
muerde el labio de abajo. Pero en el sueño mismo Chris-
tian se da cuenta de que no es una provocación. Es el
gesto de “qué hambre, chabón”, de la Mariana de hace
quince años.
Christian abre los ojos y espera cinco minutos antes
de ir al baño. Desde que la médica le recetó rivotril, Inés
no se despierta ni que le bailen un malambo en la cabeza
pero Sofi va a abrir los ojos en cualquier momento porque

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ya deben ser como las siete. Y lo último que quiere es que


desde la camita de al lado su hija le descubra la erección
debajo del piyama.
El sol recién se está asomando detrás de las palmeras
que rodean la zona de las piletas. En un rato los sen-
deros van a ser invadidos por sesentonas envueltas en
pareos y parejas de gringos empujando carritos de bebés
ultralivianos. Pero por ahora al único ser humano que
Christian ve desde la ventana de su habitación es a la
gordita de las dos amigas. Tiene puesto un jogging de
acetato y de un brazo le cuelga una mochila de mano que
parece a punto de explotar. Le está hablando a alguien
que a Christian le queda tapado por el quincho en el que
se cambian las toallas de la pileta pero que adivina no
puede ser nadie más que alguna de sus dos amigas.
Ayer cuando Christian estaba pidiendo una pizza para
Sofi en la barra de la pileta, la gordita se le acercó desde
la punta y le dijo que ella también era argentina. Se lo
dijo emocionada, como si fueran los únicos dos compa-
triotas en todo el hotel. Después le contó que había viaja-
do con dos amigas y señaló con la cabeza hacia una mesa:
las amigas resultaron ser dos pendejas divinas que po-
drían haber estado en una foto de parador de Punta del
Este o de Pinamar. Christian se preguntó cómo entraba
la gordita en ese cuadro mientras la gordita, sin que él le

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preguntara nada, le contaba que con sus amigas estaban


un poco aburridas porque en el hotel no había nada para
hacer a la noche. Que igual al día siguiente se iban al
mausoleo del Che en Santa Clara. Que el operador turís-
tico que les había tocado había dicho que las excursiones
por la isla eran la única manera de conocer la Cuba de
verdad. Christian pensó que lo que de verdad necesitaba
conocer la gordita era un cubano. O un canadiense. O un
argentino que no fuera él. Algún tipo. Con urgencia. Pen-
só que con esas dos amigas la gordita nunca debía ligar
nada. También pensó que tenía que convencer a Inés de
hacer una excursión.
Christian siempre quiso ver la Cuba verdadera. Por
eso cuando Inés le contó que en una agencia de viajes
tenían en oferta un paquete diez noches en Los Cayos
all inclusive+tres noches en La Habana con desayuno se
entusiasmó. Porque además estaba harto de terminar to-
dos los veranos pasando una semana en el mismo apart
de la costa repitiendo la misma justificación inverosímil:
que de acuerdo a la ecuación precio-calidad era la mejor
opción. Aunque a Inés lo único que le dijo fue que le pa-
recía bien. Para Inés lo importante era que el hotel de
Los Cayos tenía club kids y que a las cinco de la tarde
había clases de acqua gym en la pileta. No tener enci-
ma a Sofi todo el día y tener el mismo cuerpo que a los

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Marina Arias

veinte son las únicas dos cosas que parecen interesarle a


Inés últimamente. La fundación de biotecnología donde
trabajan juntos desde que volvieron a Buenos Aires para
ella ya no es más que un lugar al que llega con él en el
auto pasadas las diez, y del que sale minutos antes de las
cuatro para buscar a Sofi en el colegio, dejarla en casa
con Rosa y correr al gimnasio. El sexo también parece
tomárselo como un trabajo que tiene que cumplir dos ve-
ces por semana. A veces Christian se pregunta si Inés se
estará tomando ese trabajo con otro. Pero enseguida se
responde que no.
En el principio, cuando eran dos biólogos recién recibi-
dos y con toda una beca por delante, él creyó que en Ho-
landa había resuelto todo, que por fin había superado lo de
Mariana y que esa mujer que milagrosamente correspon-
día a su enamoramiento siempre le iba a parecer perfecta.
Siete años después, cuando decidieron buscar un em-
barazo, hacía tiempo que ni siquiera se preguntaba si
Inés todavía le gustaba. También hacía tiempo que de
Mariana se acordaba muy pocas veces.
En esa época se levantaba de madrugada y daba vuel-
tas por la casa. Hasta que finalmente prendía la compu-
tadora. Siempre terminaba en alguna página porno. Se
justificaba pensando que era la única manera de poder
responder estoicamente a las demandas del calendario

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de fecundación que Inés le recordaba todas las mañanas.


Lo de las páginas porno nunca se lo dijo a nadie.
Ni siquiera imagina que pueda estar siendo contado
en estas páginas.

Tampoco Mariana imagina que en estas páginas se va


a contar cómo siguió su vida. Ni que Christian anoche
soñó con ella.

Ninguno de los dos tiene idea de que dentro de un par


de capítulos, después de dieciséis años, van a volver a
saber uno del otro.
Por ahora Mariana está tomando mate en la casita de
Villa Luro en la que vive con sus dos hijos desde que el
mayor empezó la secundaria. Está esperando que el pa-
dre del menor pase a dejarle algo de la mensualidad an-
tes de irse a ver a Vélez a Rosario. Cualquier otro sábado
a esta hora Mariana estaría durmiendo. Pero no quiso
arriesgarse a que Dani se gastara la plata o se la presta-
ra a alguno de los amigos. El lunes tiene que pagarle al
dueño el alquiler sí o sí.

Mientras tanto, a Christian todavía le quedan cinco


días en Los Cayos.
Ya probó tres veces con meterse en el mar y ahogarse.

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Pero el Caribe es como una pileta: no se pone hondo lo


suficientemente rápido. Las tres veces terminó saludan-
do a Sofi que lo miraba desde la orilla y salió del agua lo
más rápido que pudo.
Caribe de mierda.
Y ahora encima soñó con Mariana.

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Dos

E l animador de rastas reprime un bostezo y sonríe


mientras les abre la puerta del salón en el que se
sirve el desayuno continental.
Anoche, durante la animación para chicos a la que Sofi
lo obliga a acompañarla a diario, Christian lo vio en una
mesa apartada del bar de la pileta chamuyándose a dos
chicas canadienses que ya debían andar por el cuarto
mojito.
Se pregunta si el cansancio del tipo será por haber he-
cho ida y vuelta los setenta kilómetros hasta el pueblo
donde viven todos los cubanos que trabajan en el hotel.
En seguida se responde cómo puede ser tan pelotudo.
Lo saluda con un gesto mínimo de la cabeza, y deja

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pasar a Sofi y a su mujer. El animador de rastas le gui-


ña un ojo a Sofi con simpatía y con carpa le mira el culo
a Inés. Inés no se da cuenta. Parece ser la única mu-
jer del hotel que no se da cuenta de esas cosas. El resto
de las huéspedes están innegablemente calientes con el
animador de rastas. Y con el mozo alto. Y con el gordito
que da clases de salsa. Y con el barman bizco. Christian
piensa que ése debe ser el secreto de la alegría de los
cubanos –“ma´qué socialismo ni socialismo; si hasta el
Che Guevara mientras hacía una revolución e intentaba
otras dos se las arregló para tener seis hijos, más uno su-
puesto que no reconoció”–. Esto último Christian lo leyó
en internet cuando Inés le confirmó que había pagado el
cincuenta por ciento del viaje; entró buscando el tipo de
cambio y terminó leyendo La Guerra de Guerrillas en
Wikipedia.
La isla del bufete está rodeada de gente que se apre-
tuja para servirse fiambre, huevos revueltos y panceta
frita. Christian distingue a todos los argentinos: son los
que no dicen ni permiso ni gracias; algunos, increíble-
mente, se sirven cucharadas de un tacho con algo que
parece carne guisada. En la punta hay una frappera con
una botella de champán. La botella está por la mitad.
Christian piensa que debe haber quedado abierta de la
cena de anoche. Pero entonces un inglés que más que

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una persona parece una morsa afiebrada se sirve una


copa hasta el borde y vuelve a su mesa tratando de man-
tener el equilibrio con tres platos humeantes. Y Chris-
tian piensa que más que por la carga debe ser porque
probablemente ésa no sea su primera copa de la mañana.
Para tomar alcohol los turistas ingleses no parecen tener
límite. Zaida, la mucama que les estaba terminando la
habitación cuando llegaron del aeropuerto, entre otras
cosas les contó que muchos se orinan en la cama. Que
por eso los colchones tienen nylon protector, no porque
haya tantas criaturas alojadas. Cuando Zaida se fue de
la habitación feliz con sus cinco dólares de propina, Inés
hizo que Christian diera vuelta los colchones de las dos
camas mientras Sofi insistía en preguntar que quería de-
cir “orinar”.
Todas las mañanas después del desayuno, los ingleses
se instalan con un vaso térmico lleno de cerveza en algu-
na reposera lindera a la pileta. Algunos también cargan
un libro de la biblioteca del hotel.
Inés no dejó que Christian trajera el libro de Paul Aus-
ter que estaba leyendo en Buenos Aires; dijo que a la
vuelta iban a tener que cargar muchos regalos y no que-
ría pagar sobrepeso en el avión. Por eso el segundo día él
fue hasta donde le dijeron que funcionaba la biblioteca.
Lo atendió una chica mulata de veintipocos que apoyó

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Marina Arias

sobre la mesa una caja llena de libros con las tapas aja-
das por el sol y el agua, y se puso a buscar con él. Las
tetas de la chica tensaban el logo de la cadena hotelera
estampado en la remera; aunque lo único que había en la
caja eran bestsellers en inglés de autores absolutamente
desconocidos, Christian se hubiera quedado toda la ma-
ñana revolviendo con ella. Pero la chica, sin perder la
sonrisa, le hizo entender que tenía que cerrar la oficina
para ir a abrir el ciber. Entonces Christian manoteó un
libro cualquiera y se fue rápido.
Todavía no lo abrió, ni lo va a hacer en el resto de su
estadía en El Cayo.
En Villa Luro, Mariana tampoco va a abrir el Horósco-
po Chino que le pasó Jimena la semana pasada. Al me-
nos no ahora: acaba de escuchar la moto de Dani subien-
do a la vereda.
–Qué hacés –lo saluda a través de la reja de la ventana.
Después se pone a buscar las llaves por el comedor,
donde todavía no sacó las sábanas del sofá-cama en el
que duerme todas las noches. Finalmente las encuentra
debajo de la mesita de la computadora.
–Otra vez el gato éste del orto –dice mientras gira la lla-
ve en la cerradura y forcejea con el picaporte–. ¿Cuándo
te lo vas a llevar, chabón?
–¿A dónde querés que me lo lleve? Mi vieja no lo quiere

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allá ni en pedo. Además Facu lo adora. ¿No está dur-


miendo con él ahora? Seguro.
Mariana le pasa un mate con cara de resignación:
–¿Cuánto tienen hasta Rosario? ¿En la camioneta del
Tuca, van?
–No, vamos en uno de los bondis de La Pandilla, al final.
El Tuca se pegó un palo contra un taxi y la camioneta
está en el taller.
–Boludo, tengan cuidado, no se metan en ningún bardo, eh.
–¿Qué?¿Cuándo me metí en un bardo yo?
Mariana frunce la boca. Dani hace ruido con la bombi-
lla y le devuelve el mate:
–¿Y vos qué onda hoy? ¿Vas a hacer alguna con Jimena?
–No, ayer me llamó Lelé para hacerme acordar que hoy
en el salón tenemos un quince. Boludo, hablé con tu vie-
ja para pedirle que se quedara con Facu; lo tiene que
ir a buscar directamente al club a las ocho, ¿no te dijo
nada?
–Sí, me dijo. ¿Pero después vas a hacer alguna?
–¿Me estás cargando, boludo? Si me tengo que quedar
hasta el desayuno.
Dani abre la alacena, saca un paquete de galletitas y
empieza a comerse una.
–Bueno, ¿conseguiste la guita o no? –le dice Mariana
mientras le saca el paquete de la mano y lo vuelve a
guardar.

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Marina Arias

–Sí, tomá.
Dani hunde la panza y mete la mano en uno de los bol-
sillos delanteros del jean. A los tirones saca un puñado
de billetes arrugados y se lo da a Mariana. Mariana saca
los tres de cien, acomoda el resto en un fajo, lo dobla al
medio y lo vuelve a meter en el bolsillo de Dani.
–A ver, buscá a ver si no encontrás algo más –dice Dani
girando el cuerpo hacia ella.
–Qué forro que sos –dice Mariana–. Y mirá que igual to-
davía me debés dos gambas. Oíme, no podés seguir vi-
viéndola a tu vieja así, Dani. ¿Te pusiste a buscar laburo?
–Más bien que estoy buscando, boluda. Dejé mi teléfono
en todos los clubes y canchitas de la zona. Pasa que a los
pendejos se les empezó a dar por el tenis, por lo de Del
Potro y toda esa gilada. Y los que siguen queriendo jugar
al fútbol se van a las escuelas grosas como la de Maran-
goni y esa mano, viste. Las escuelitas de por acá están
para atrás.
–Capaz tenés que dejarte de joder y no buscar sólo de
profe. Trasca ni título tenés.
Dani revolea los ojos y Mariana lo descubre:
–En serio te lo digo, cualquier día de estos tu vieja te va
a poner los puntos.
Salen juntos a la vereda, Dani patea la moto y le pre-
gunta:

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–¿Y? ¿Te abriste el facebook, ya?


Mariana niega con la cabeza.
–No seas boluda, tiene razón Nahuel: el mail ya fue. De-
cile que te muestre cómo se usa y vas a ver que es una
pelotudez.
Mariana asiente sin ganas y lo despide con la mano.
Dani acelera y baja a la calle por la salida de autos del
vecino.
Mariana lo sigue con la vista hasta que dobla en la
esquina y se va arando.
Después se mete en la casa. Guarda la plata en la lata
de los aritos y prende la PC.
Va a buscar la página de facebook y la va a mirar un
rato. Pero no va crear el suyo. Para que se decida faltan
unas cuantas páginas. Porque Mariana intuye que el fa-
cebook le va traer una mochila de cosas de las que no
quiere saber nada.

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Tres

D e lo que Inés no quiere saber nada es de perderse


un día de all inclusive arriba de un micro sólo para
ver la tumba del Che Guevara. Durante la cena, cuando
bostece y frunza la cara fastidiada, Christian va a deci-
dir no volver a insistir con la propuesta y le va a decir
que vaya a acostarse tranquila, que él se queda acom-
pañando a Sofi en la mini-disco. Piensa que lo único que
quiere Inés es clavarse su rivotril y olvidarse del mundo
hasta mañana; y él, aunque ni siquiera lo piense, lo úni-
co que quiere es no verle la cara a ella hasta mañana.
Pero entonces extrañamente Inés va a decir que esta no-
che se tomaría un mojito en el bar de la pileta. Así que se
sientan los dos a unos metros de donde Sofi salta a la par

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Marina Arias

de otros nueve chicos instados por una animadora culona


que sobre un regaetton les grita: “el último en sentarse
es de lúser: el per-de-dor”.
Christian mira para otro lado. En una mesa está el ca-
nadiense de los tatuajes con el animador gordito y el de
rastas jugando a las cartas. El canadiense ése se mueve
por el hotel como si estuviera alojado de toda la vida y
los animadores lo tratan como si fueran muy amigos. Al
principio Christian creyó que lo debían conocer de otra
temporada. Hasta que lo vio al canadiense retirando
cuatro cervezas del bar del lobby. El animador de rastas
y el gordito estaban esperando detrás del giftstore. El
gordito estaba diciendo algo por lo bajo y el de rastas
asentía con un gesto duro. Cuando el canadiense se les
acercó con los cuatro vasos, de golpe sonrieron y lo reci-
bieron con un coro de festejos. El canadiense no pareció
darse cuenta de nada.
Tampoco ahora parece darse cuenta de que a sus espal-
das la mulata tetona de atención al cliente le está dicien-
do algo por señas al animador de rastas. Pero entonces
el canadiense se da vuelta y la agarra de una muñeca.
La chica sonríe y lo abraza por la espalda. Después se
sienta en la cuarta silla de la mesa y cruza una mirada
rápida con el barman. El animador de rastas se levanta.
Cuando pasa junto a Christian le palmea un hombro y le

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guiña un ojo a Inés. Inés le sonríe apenas y se mira las


uñas. Christian señala los dos vasos vacíos en la mesa y
pregunta si quiere otro. Inés contesta que no.
Entonces el regaetton se corta de golpe, la culona grita
que empieza el show time y los chicos salen corriendo
detrás de ella hacia el anfiteatro. Inés se levanta rápido.
Pero Christian distingue el solero rayado a la cabeza del
grupito: Sofi avanza decidida detrás de la culona. Por un
segundo el cuerpo de Christian alcanza a recordar esa
euforia infantil. Entonces su mente piensa que el anfi-
teatro queda ahí nomás. Y que la nena ya tiene seis años.
Le dice a Inés que la deje, total ellos van detrás. Inés
levanta su pañuelo de seda del respaldo de la silla y se
cubre los hombros. Él acerca las dos sillas a la mesa y
deja que Inés baje primero los tres escalones hasta el
sendero de madera apenas iluminado por las luces insta-
ladas entre las plantas.
Christian piensa que la noche sería perfecta si no tu-
viera al lado a Inés.
Aunque no le gustaría estar solo. Y se vuelve a acordar
de que después de tantos años, anoche soñó con Mariana.
Piensa cómo sería estar ahí con ella.
Mariana parodiando al animador en la clase de salsa.
Mariana bardeando a los ingleses en la pileta. Mariana
borracha noche tras noche. Mariana a los besos con cada

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Marina Arias

uno de los animadores. Y con todos. Mariana sonriéndole


desde la almohada con el maquillaje de los ojos corrido.
Estar con Mariana sería un infierno.
El anfiteatro está lleno. Guiados por la culona, los chi-
cos de la mini-disco se están terminando de sentar en las
primeras filas.
Entonces Christian siente un frío en la boca del estó-
mago: el solero rayado no está.
Camina hacia el escenario sin dejar de mirar al grupi-
to, convencido de que de golpe va a distinguir a Sofi cerca
de la culona.
No está.
Sofi no está.
Inés lo mira espantada y se abre paso entre la gente
que sigue llegando.
Un animador anuncia por el micrófono que el show de
hoy es un homenaje a Queen y Christian empieza a sen-
tir que es una cámara que está registrando todo eso que
no le puede estar pasando a él. Tiene que ver el solero
rayado. No puede ser que no lo vea.
Pero no lo ve.
Avanza y retrocede por los senderos que llevan a las
distintas áreas del hotel. Y que no están bien ilumina-
dos. All inclusive de mierda. Viaje de mierda. Padre de
mierda.

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MOCHILA

El frío en la boca del estómago ya le está oprimiendo el


pecho.
Su mundo explotó.
Nada va a volver a tener sentido.
Entonces las ve aparecer en la punta del sendero que
lleva a la pileta: Inés la trae a upa y le está hablando
despacito al oído. Sofi abraza la cintura de su mamá con
las piernas y descansa la cabeza contra su cuello.
Inés lo mira y le sonríe aliviada.
Estar sin Inés sería un infierno.

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Cuatro

– Estas medialunas están mortales –dice Mariana con


la boca llena mientras con un dedo se saca el delinea-
dor de un lagrimal–.
–Guarda que la madre de la nena es re-bicha y capaz que
las tiene contadas, nena –Lelé espía por el ojo de buey–.
Al final no entendí: te gastaste un montón de plata en
esas botas, ¿y ahora qué vas a hacer?
–¿No son lo más? –dice Mariana levantando un pie–. Con
lo que me dio Dani y lo que saquemos acá voy a re-llegar
para lo del alquiler. Espero que se pongan con la propina;
hasta me estoy bancando los perros que me tira el baboso
de la mesa del fondo. ¿Quién es, el tío de la pendeja?
–Es el padre, ¿podés creer?

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Marina Arias

Mariana abre el horno y saca una asadera con media-


lunas rellenas:
–Cualquiera, Lelé, ¿por qué no está en la mesa principal,
entonces?
–Debe haber mar de fondo, ¿no viste que en la torta no se
quisieron poner juntos para la foto?
A Mariana se le cae una medialuna al piso. La levanta,
le acomoda el queso más o menos mal y la pone en la fuen-
te. Después se limpia la mano contra el pantalón.
–Estoy quemada, Lelé, ¿cuántos pendejos quedan toda-
vía?
Lele vuelve a mirar por el ojo de buey:
–Siete.
–Buen, entonces llevamos esto a la mesa y nos vamos.
Avisale a George, que yo voy a saludar a la madre. Medio
botoxeada la mina, ¿no? A la hija le hizo una fiestita del
orto pero se ve que guita tienen.
–Mejor hagamos al revés, nena –dice Lelé y le da una pal-
madita en la espalda. –Vos andá a hablar con Jorge.
Mariana asiente. Abre la puerta de la cocina y camina
arrastrando los pies hacia una barra detrás de la que hay
un tipo con un peluquín de un color de pelo imposible.
–George, Lelé y yo nos queremos ir –dice Mariana mien-
tras se encarama sobre la barra–. En la cocina dejamos
todo joya. Quedan sólo las bandejas de la mesa, ¿te copás?

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MOCHILA

El tipo se lleva una mano al peluquín:


–Bueno, vayan que yo cierro; que se arregle Lita mañana.
Mariana le tira un beso y sigue hacia la puerta.
Sale a la calle, enciende un cigarrillo y fuma mirando
hacia la esquina.
Siempre que termina de atender una fiesta siente que
lo que tiene que hacer es mandar ese trabajo a la mier-
da. Odia ser moza. Los únicos recuerdos buenos son de
aquella semana en Puerto Pirámides, cuando lo hizo por
primera vez en aquel bar. Aunque no está segura de si
en realidad aquello le parece lindo sólo por haber esta-
do con Christian. Christian. Estar con Christian. Con el
careta de Christian del que no sabe nada hace quince
años. ¿O dieciséis? Nahuel tiene quince y la última vez
que él llamó por teléfono desde Holanda ella ya estaba
embarazada. Así que quince. O dieciséis. Como sea, de-
masiado tiempo para andar gastando medio segundo en
acordarse de él o en resumir aquel viaje inverosímil que
emprendieron juntos desde Buenos Aires.
Por la puerta de vidrio aparece Lelé. Le da su mochila
y un billete.
–No lo puedo creer… Garroneros de mierda –dice Maria-
na y se guarda el billete en un bolsillo.
–¿Cómo vas a hacer con lo del alquiler?
–Le voy a tener que pedir otra vez al Chavo.

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Cinco

A los cinco meses de conocer al Chavo en un recital


de Los Caballeros de la Quema, a Mariana le dio
positivo un evatest. No había sido un embarazo buscado.
Tampoco evitado. El Chavo había insistido con que se
podían cuidar con las fechas y con acabar afuera. Ma-
riana protestaba pero siempre accedía a que no usaran
forro. Secretamente, y aunque en aquel entonces no lo
reconoció ni tampoco lo va a reconocer en esta novela,
quería probar si podía quedar embarazada. Tenía la fan-
tasía de ser estéril. Para cuando cumplieron veintiuno
Jimena ya se había tenido que hacer dos abortos. Ella
se había arriesgado tanto como su amiga. Y sin embargo
nunca había sufrido ni un atraso. Eso que siempre ha-

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Marina Arias

bía sido una especie de bendición, al conocer al Chavo se


había vuelto una sombra. El Chavo trabajaba desde los
quince y a los veintiséis estaba por poner con un amigo
su propia ferretería. Había superado su rollo con la mer-
ca, tenía una familia que lo adoraba y estaba ansioso por
fundar la propia. Parecía la posibilidad de tener lo que
ella nunca había tenido. Así que de golpe Mariana sospe-
chó que no iba a poder tener hijos. Porque su historia no
podía terminar como una novelita. Por eso el embarazo
la alegró. Muy en el fondo, porque lo que le dijo enton-
ces a Jimena fue que era un garrón. Lo mismo le dijo
a Christian, cuando él la llamó desde Holanda. La res-
puesta de Christian fue un largo silencio que ella sintió
como una trompada en el estómago. Finalmente le dijo
que el hermano necesitaba el teléfono y le cortó.
Un año después Nahuel era un bebé que la miraba
limpiar el departamentito del fondo de la casa de los pa-
dres del Chavo desde el bebesit que le había pasado la
hermana mayor de Jimena. El Chavo todavía le parecía
el marido ideal. Sobre todo porque el dolor por Christian
se había ido transformando en el convencimiento de que
ese careta no era para ella. Y porque todavía faltaban
tres años para que se decidiera a cursar quinto en la noc-
turna del barrio, donde iba a conocer a Julio.
Julio tenía cerca de cuarenta, la titularidad de las
horas de Historia de la nocturna y una mujer a la que

44
MOCHILA

adoraba. Aunque de esto último Mariana no se enteró


ni se va a enterar nunca; no de que Julio fuera casa-
do, sino de que estaba verdaderamente enamorado de
su mujer. Prefirió pensar que era un cagón. A sus vein-
ticinco no podía percibir la ambigüedad de un tipo que
estaba atravesando la crisis de la mediana edad. Mucho
menos podría haberlo comprendido. Por eso Julio decidió
que la única manera de cogérsela era inventando una
separación inminente. Y aunque Mariana intuyó desde
el primer café que eso no iba a suceder nunca, hizo volar
por los aires su proyecto de familia con el Chavo: le pidió
perdón llorando y le contó todo.
Todavía hoy no puede explicar por qué hizo tamaña
pelotudez.
De lo que está segura es de tener la culpa del reviente
en el que se volvió a convertir entonces la vida del Chavo.
Un reviente breve, eso sí: al año y medio su ex conoció a
Patri, juró que lo de las drogas esta vez se había termi-
nado, reencauzó su vida con un embarazo nuevo y limitó
sus desbordes a alguna que otra gira de cuarenta y ocho
horas de las que vuelve jurando que esta vez sí que fue
última.
Cuando el Chavo se juntó con Patri, Mariana tuvo que
alquilar en otro lado y empezó a dejar a Nahuel en un
jardín maternal: Jimena le había conseguido un lugar en
el grupo de encuestadores en el que ella se ganaba unos

45
Marina Arias

pesos mientras cursaba las últimas materias de Ciencias


de la Comunicación. El trabajo consistía en subirse a una
camioneta en Constitución y bajarse en alguna localidad
del segundo cordón del conurbano para encuestar a los
transeúntes sobre la imagen de una lista de políticos. La
mayoría de los datos que Mariana y Jimena volcaban en
sus planillas eran inventados. Sospechaban que el resto
de los pibes del grupo hacía lo mismo y que a la supervi-
sora no le importaba más que entregar diariamente y an-
tes de las cuatro de la tarde un pilón de planillas llenas.
Con lo de las encuestas y la cuota que el Chavo le siguió
pasando puntualmente Mariana fue tirando. Hasta que
Jimena logró entrar como pasante en un canal de televi-
sión y Mariana empezó a bajar de la camioneta sola todas
las mañanas. Probablemente la ausencia de la sensatez de
Jimena haya sido lo que la hizo descuidarse: una mañana
en Rafael Calzada la supervisora la pescó llenando la pla-
nilla en una calle desierta con un churro en la boca. Para
su sorpresa, la mujer la echó inmediatamente. Durante
ese año y medio Mariana había estado absolutamente en
negro. Pero ni se le cruzó la idea de consultar a un aboga-
do. Lo que hizo fue mandar a la supervisora a la mierda y
volverse a su casa en colectivo.
Hasta que unos meses después consiguió el trabajo de
moza en el salón fue el Chavo quien pagó el alquiler y le

46
MOCHILA

prestó plata sabiendo que a pesar de sus promesas nunca


se la iba a poder devolver.
Por eso ahora Mariana va a volver a su casita de Villa
Luro a dormir tranquila. Porque cuando se levante al me-
diodía lo va llamar al Chavo y está segura de que él le va a
dar plata a pesar de que desde hace tiempo le pasa direc-
tamente una mensualidad a Nahuel. Como en los últimos
dieciséis años, Mariana piensa que el Chavo va a ser quien
le saque las papas del fuego.
Esta vez se equivoca. Pero parecería que lo intuye. Por-
que otra vez en las últimas horas, y después de mucho
tiempo, se acuerda de Christian y de cómo desapareció de
su vida dejándole al Chavo el papel protagónico masculino.

47
Seis

C hristian se enteró que Mariana estaba embarazada


a los dos días de que su tutor de beca le presentara
a Inés en el comedor del laboratorio de la Universidad de
Amsterdam.
El tutor era un progresista entusiasta, orgulloso de
estar a cargo de los pocos becarios latinos de la facul-
tad y de conocer unos cuantos modismos en español. Los
modismos eran fruto de un viaje por México que había
hecho a los veinte años, así que Christian no entendía
prácticamente ninguno de sus chistes. Pero cada vez que
el tutor soltaba un “chinga”, un “pinche” o un “wey” adi-
vinaba el intento de comicidad y le respondía con una
risa muda.

49
Marina Arias

Al notar su desconcierto ante una gracia del tutor,


y a lo dos minutos de conocerla, con una mirada había
incitado a Inés a hacer lo mismo. Inés le había sonreí-
do agradecida. A Christian esa complicidad le había re-
sultado extrañamente familiar: de golpe se había dado
cuenta de cuánto extrañaba a Mariana. Por eso la había
estado llamando hasta encontrarla. Pero antes de poder
decírselo, Mariana le soltó de un tirón la noticia de su
embarazo. Y antes de que pudiera reaccionar, le colgó.
Aturdido, soltó el tubo del teléfono y se apoyó en la pa-
red. Entonces apareció Inés por la escalera y le preguntó
si no quería tomar un café en la esquina.
No es necesario detenerse demasiado en este momento
tranquilo y previsible del relato. Baste con decir que Inés
guardó una servilleta de aquel café durante años. Que
a los tres meses los dos dejaron los cuartos que tenían
asignados en la universidad para mudarse a un mono-
ambiente en los suburbios de la ciudad. Que de una pa-
red del PH en el que ahora viven en Colegiales cuelga un
primer plano de Inés al pie de la Torre Eiffel en el que
le está guiñando sensualmente un ojo a la cámara. Que
en un viaje a Buenos Aires consiguieron fecha en el Re-
gistro Civil. Que de otra pared del PH cuelga un tríptico
de fotos del primer año de Sofi. Que en la terraza tienen
deck con parrilla y que desde que tienen un 0 km lo guar-
dan en el garage de la otra cuadra.

50
MOCHILA

Hace años que Christian tiene la certeza de que la his-


toria con Mariana no es más que una precuela de su vida.
Alguna vez marcó el número de la casa de la madre pero
colgó antes de que alcanzara a llamar.
Una tarde se encontró con Jimena en el subte, y cuando
después de contarle sobre su trabajo en el canal, Jimena
intentó ponerlo al tanto de la vida de Mariana, le dijo que
tenía que bajar en esa estación y casi se tiró del vagón.
Después tuvo que dejar pasar dos subtes hasta poder
volver a subirse.
Jimena, la flaquita de morral que había tratado de
convencerlo durante toda la secundaria para que se me-
tiera en el centro de estudiantes, ahora era una señora
con las uñas hechas por una manicura.
La Mariana que él había conocido ya no existía. El
Christian que había estado enamorado de Mariana,
tampoco.
Aunque dentro de algunos capítulos y antes del final
de esta historia se va a convencer de lo contrario.

51
Siete

C hristian empuña las dos valijas y camina hacia la


cola del detector de metales donde Inés lo está es-
perando con Sofi a upa y cara de fastidio, la misma cara
que tuvo durante los tres días en La Habana. A Chris-
tian también lo saturó el acoso permanente; caminar por
la Habana Vieja sin detenerse demasiado a mirar nada
para no dar lugar a ofertas de guiarlos, llevarlos a un
paladar, mostrarles una tienda con mejores precios, cual-
quier cosa con tal de sacarles una propina. No se relaja-
ron en ningún momento y Sofi no hizo más que empeo-
rar el humor de ambos. Por eso, para Christian estar en
Buenos Aires y tener que ir al laboratorio dentro de ocho
horas es un alivio. También es un alivio que Inés haya

53
Marina Arias

decidido tomarse un par de días más para desarmar las


valijas y preparar todo lo que necesita Sofi para empezar
las clases.
Mañana, cuando le cuente sobre el viaje a Tato, el te-
sorero de la fundación, se va a sentir un pelotudo por
no haberlo pasado mejor. Antes, dentro de tres horas,
cuando Sofi por fin esté dormida en su cuarto, va a evo-
car el sueño con Mariana para acabar lo antes posible;
Inés habrá sido la que insista con que necesitan echarse
un buen polvo pero él va a intuir que el orgasmo de ella
será fingido, entonces para qué gastarse. Quizá por todo
esto, aunque de todo esto no le va a contar a Tato ni a
nadie, y a pesar de que cuando Tato le insistió con que te-
nía que abrirse un facebook –“no sabés lo que es, mucho
mejor que el msn, mañana me voy a encontrar con una
amiga de mi hermana que estaba buenísima, man, si te
llama Fabiana no atiendas porque estoy con vos en una
reunión”– se limitó a mirarlo con desinterés y hasta con
un dejo de desaprobación, a la madrugada, en lugar de
masturbarse con las chicas de muyzorras.com va a abrir
una cuenta de gmail que no incluya su nombre, se va re-
gistrar en facebook y va a incluir en su perfil el nombre
de su escuela secundaria. Así va a dar con el grupo “yo
fui al Echeverrancho de Morón”, y se va sumar sin dema-
siado entusiasmo.

54
MOCHILA

Inmediatamente después del click va a sentir un hormi-


gueo por todo el cuerpo: entre las personas que quizás co-
nozca le va a aparecer Mariana. Y una fotito de su cara jun-
to a la de un adolescente y un nene apenas mayor que Sofi.
Pero para eso todavía falta también que Mariana haya
abierto su propio facebook, después de hablar con Patri
y darse cuenta de que la única que puede hacer que el
Chavo se rescate es ella.

55
MOCHILA

Ocho

M ariana camina las seis cuadras hasta su casa con


lo ojos entrecerrados. El cuarto par de anteojos de
sol que se compró en el kiosco de Tita también resultó
una garompa: se le desarmó en las manos mientras se
despedía de Lelé en la esquina del salón. Lelé se le rió
y dijo que eso le pasaba por pijotera, que cuándo iba a
entender que era más negocio comprarse lentes en la óp-
tica. Mariana sonrió y le dijo por qué no se iba dos sema-
nitas a la mierda. Después dejó caer los anteojos al lado
del cordón y empezó a caminar.
Abre tratando de hacer la menor cantidad de ruido po-
sible con la llave. Va hasta la puerta cerrada del dormi-
torio y comprueba que del otro lado se escuchen los ron-

57
Marina Arias

quidos de Nahuel. Deja la mochila en el piso, se desliza


en el sofá-cama y se tapa como puede con dos camperas.
Inmediatamente se queda dormida.
Lo que la despierta es “Esa estrella era mi lujo” en la
versión desafinada y con los tonos cambiados de la guita-
rra de Nahuel que suena desde la cocina. Por la luz que
entra a través de la persiana supone que ya es mediodía.
Cuando Nahuel llega al estribillo del tema se le suma
otra voz. Una voz de pibita. Mariana se saca las campe-
ras de encima de un tirón y se levanta.
–Qué hacés, má –le dice Nahuel sin levantar la vista de
la guitarra.
–Hola… –dice Mariana mirando a la pibita que tiene la
cabeza apoyada en el hombro de su hijo.
–Qué tal… –dice la pibita mientras se incorpora sin apu-
ro y se acomoda el corpiño debajo del pullover.
–¿Viene tu viejo a buscarte? –pregunta Mariana buscan-
do la mirada de Nahuel y tratando de sonar lo más can-
chera posible.
–No –dice Nahuel sin dejar de tocar la guitarra.
–¿Hoy no ibas a almorzar con él a lo de tus abuelos?
¿Qué, te vas en bondi directamente para allá?
–No, má. No arreglé nada al final.
Nahuel empieza a probar tonos con la primera frase
de “Todo un palo”.

58
MOCHILA

–¿Pero hablaste con él? –insiste Mariana.


–No. Lo estuve llamando ayer y tenía el celular apagado.
Al final llamé a la casa y Patri me dijo que está de viaje.
–¿Y cuándo vuelve?
–Yo qué sé, má. Lo único que me dijo Patri es que está
de viaje.
–¿De viaje de qué?
–Má… –Nahuel revolea los ojos dando la charla por ter-
minada. Se levanta, le da a la pibita un beso en los labios
y la arrastra de una mano hacia el comedor.
En realidad la pibita no es una pibita: es Vera, la no-
via de Nahuel desde hace siete meses y medio.
Pero Mariana todavía quiere que siga siendo una pibi-
ta de la que no quiere saber demasiado.
Se frota los ojos y pone la pava al fuego. Después em-
pieza a buscar el inalámbrico y va al comedor.
–¿Tu vieja sabe que estás acá? –le pregunta a la pibita
sin mirarla y en tono de reproche.
–Má, Vera llegó hace un rato –dice Nahuel como si le
hablara a alguien más chico que él–. Son las dos. ¿Te
comiste que había dormido acá? –mira a la pibita, y Vera
se pone apenas colorada.
–¿Cómo las dos, ya? ¿Y tu hermano? ¿Dónde está el ina-
lámbrico, me cago en la hostia?
–Hablá bien, má, ¿qué te hacés la gallega? Facu llamó

59
Marina Arias

que se iba con la abuela al shopping. Va a volver tipo


seis, relajá.
Mariana sigue buscando el inhalámbrico hasta que lo
encuentra entre las sábanas de la cucheta de Nahuel.
Cuando pasa por la cocina hacia el patiecito donde tiene
conectado el lavarropas amaga con pegarle en la cabeza
con el aparato. Nahuel se cubre exageradamente con los
dos brazos y se ríe.
Mariana también se ríe. Y se siente de dieciocho. Como
se siente todo el tiempo: una piba de dieciocho a quien el
espejo y la mirada de una pibita como esta Vera le re-
cuerdan que está atrapada en el cuerpo de una señora de
treinta y nueve.
Prende un cigarrillo, lee en su celular el número de la
casa del Chavo y lo marca en el teléfono. Al tercer lla-
mado alguien descuelga del otro lado pero no dice nada.
–¿Lauti? –Mariana se esfuerza en imitar los modos de
adulto dulce–. Habla la mamá de Nahuel, pasame con
tu mami.
–Gudy… ancucú, gudy –balbucea el nene del otro lado en
un claro intento por contar algo.
–Ah… Pasame con mami, Lauti.
–Ancucú bos… gudy…. jesi –insiste el nene.
–Sí, sí, Lauti, ¿tu mami está ahí?
Mariana levanta la vista hacia la cocina y dice en voz
más alta:

60
MOCHILA

–No puedo creer que está pelotuda deje atender al nene


que habla como el orto.
–Estoy acá en el otro teléfono, Mariana –dice Patri
cortante.
Mariana se tapa la boca.
–Lauti te estaba contando Toy Storie III, quería terminar
de escuchar lo que te decía.
En la línea se hace un largo silencio.
–¿Qué necesitás, Mariana? –dice finalmente Patri.
–Quería hablar un tema con el Chavo, Patri –dice Mariana
en el tono más amable del que es capaz–. ¿Está por ahí?
–No. Está de viaje, ya le dije a Nahuel ayer cuando llamó.
–Sí, me dijo Nahuel, ¿pero no volvió?
–No.
–¿Y de viaje a dónde se fue?
–Mariana, me parece que a esta altura eso no es proble-
ma tuyo, ¿no te parece?
Que Patri le dé una respuesta tan lógica hace que Ma-
riana desconfíe. Patri no es una persona lógica. Mucho
menos alguien que ande poniendo ese tipo de límites con
ella. Entró en la vida del Chavo sabiendo que era un per-
sonaje secundario. A los treinta y cinco, cuando lo conoció
en la tornería en la que trabajaba como administrativa, lo
único que parecía importarle era tener un hijo. Para eso el
Chavo era un tipo adecuado, y quizás por eso Patri nunca

61
Marina Arias

pareció molestarse por vivir a la sombra del fantasma de


Mariana. En el fondo son como una gran familia.
Por eso inmediatamente le dice en tono enérgico:
–¿Qué está pasando, Patri? ¿Dónde está el Chavo?
Y entonces Patri suelta todo. Una pendeja que hizo un
par de promociones para Caterpillar. Menor, sí. Casi se-
guro. Se la cruzó una vez que lo fue a buscar al Chavo al
depósito de Lope de Vega. Pinta de merquera, sí. No, el
nombre no lo sabe. Sí, seguro que ya la debe estar buscan-
do alguien. Tres días. El celular lo tiene apagado, obvio.
Patri suena más enojada que preocupada.
Así es que inmediatamente Mariana prende la com-
putadora y le pide a Nahuel que la ayude a abrir su
facebook: el Chavo es un enfermo de las redes sociales y
capaz que ahí encuentra alguna punta.
Sabe que ella es la única persona que puede hacer que
el Chavo se rescate.
Ni se imagina que gracias al ciberespacio también va
a rescatar a Christian. Lo va a rescatar de la vida serena
que él planificó durante los últimos dieciséis años para
volver a abducirlo en el caos de la suya.

62
Nueve

C uando Christian se recupera del impacto de ver la


fotito de Mariana se sonríe. Que Mariana le aparez-
ca como una persona que quizás conozcas le resulta pa-
radojal. ¿La conoce? ¿La conoció realmente alguna vez?
En el principio habían sido cuatro años compartiendo
una división y un grupo de amigos, hasta que una tar-
de de febrero en que estaba intentando prepararla para
rendir Física y Biología de Tercero para que pasara de
año sintió la certeza de estar enamorado de ella.
Las dos Matemáticas él las había dado por perdidas
cuando en el recuperatorio de diciembre, al recoger las
hojas de los bancos, la profesora encontró la caricatura.
En la caricatura la profesora estaba en cuatro patas y

63
Marina Arias

tenía una tabla de logaritmos asomándole del culo. La


profesora hizo un bollo con la hoja, la tiró en el cesto y
se guardó la pila de exámenes en la cartera. Mariana
salió al pasillo y contó muerta de risa que la tipa era
tan boluda que no se había dado cuenta de nada. Pero
Christian había alcanzado a ver el dibujo desde la ven-
tana que daba al pasillo mientras Mariana, en lugar de
terminar de resolver los cuatro problemas planteados, se
esmeraba en esa tarea: la melenita lacia era inconfun-
diblemente la de la profesora y la caligrafía del globito
que decía “¡ah… cómo me gusta!” era inconfundiblemen-
te la de Mariana. Por eso nunca había estado del todo
convencido de que el No Alcanzó Dedicación Insuficiente
(NDI) que Mariana había sacado en el examen se hubie-
ra debido exclusivamente a su catastrófico desempeño
curricular. También sospechaba que después de aquella
caricatura la profesora no iba a aprobar a Mariana ni el
día del arquero. Por eso en febrero la convenció de dejar
las dos Matemáticas como previas y dedicarse a full a
Biología y a Física.
El esfuerzo había sido inútil porque Mariana había
terminado reprobando las dos. Pero a él le había servido
para darse cuenta de que Mariana le importaba mucho
más que cualquier amiga. Y para masturbarse todas las
noches recreando a su gusto cada una de las anodinas

64
MOCHILA

escenas de estudio que fueron protagonizando en casa


de Mariana.
Mariana repitió, y tres meses después abandonó la
escuela.
Christian sospechó que el ser una visita en Quinto du-
rante los recreos y el comprobar cómo el grupo se había
acostumbrado rápidamente a un nuevo liderazgo, para
peor el de Pamela Arcucci, su archienemiga, había sido
demasiado para su orgullo. Lo que dijo Mariana era que
había decidido empezar a laburar y rendir todo libre
para no estar perdiendo más el tiempo en ese colegio de
mierda. Textualmente así se lo anunció una mañana en
el buffet: con aires de superada y un dejo de desdén hacia
sus propios quehaceres como estudiante.
Seis años después Mariana seguía sin aprobar ni una
sola materia de las que le habían quedado, él se recibía
de biólogo, y emprendían juntos aquel viaje hasta Puerto
Pirámide al final del que pensó que el tiempo para ellos
ya había pasado. Que lo habían perdido leyendo aquel
Manual de Física en lugar de coger hasta que les tembla-
ran las piernas. Y en varias películas europeas de las que
Mariana salió puteando y que él tampoco terminó de en-
tender. En una pizza de Las Cuartetas. Y en muchas de
Ugi’s. Pero sobre todo lo habían perdido en una infinidad
de mates infernales en los que Mariana siempre hablaba

65
Marina Arias

de algún tipo nuevo que había conocido en Cemento y


con el que había terminado curtiendo en cualquier lado.
Después Christian pensó que todo eso que había pen-
sado al final del viaje a Pirámide habían sido sólo justifi-
caciones de un cagón: sus ganas de acostarse con Maria-
na seguían intactas. Pero entonces la voz de Mariana a
11.000 kilómetros de distancia le dijo que estaba emba-
razada y le cortó.

Sí, definitivamente persona que quizás conozcas es
una gran definición de su relación con Mariana.
Cuando clickea para enviar la solicitud siente el men-
tón de Inés sobre un hombro y la pregunta:
–¿Quién es?
Christian nunca le contó a Inés su historia con Ma-
riana. Al principio porque le pareció una descortesía ha-
blarle de otra mujer. Después porque pensó que Inés iba
a malinterpretar el relato. Con los años la historia pudo
haber sido una anécdota inofensiva. Pero para entonces
Inés y él ya no se contaban casi nada.
Por eso puede contestarle tranquilamente:
–Una amiga de Jimena, mi compañera de la secundaria.
Y sonreírse con amargura porque, después de todo,
ahora ésa es la verdad.
Inés no tiene ningún interés en saber más: dice que es

66
MOCHILA

tardísimo y se vuelve a la cama. Christian apaga la note-


book. Cruza el pasillo, se apoya en el marco de la puerta
de Sofi y la mira dormir.
Mientras tanto, Mariana enciende la computadora y
les grita por cuarta vez a Facu y a Nahuel que apaguen
la Play y se metan en la cama. Que ya son más de las
once de la noche y que mañana no se van a poder levan-
tar ni con un guinche. Facu pregunta qué es un guinche.
Mariana le dice que se deje de preguntar pelotudeces y
se acueste de una puta vez. Después entra en su facebo-
ok: el Chavo no respondió su solicitud de amistad así que
lo único que sigue pudiendo ver es el Homero Simpson
babeado de Duff que tiene en la foto del perfil. Abre la
casilla de mails y le vuelve a mandar uno con el asunto
“COMUNICATE URGENTE, CHABÓN”. Entonces en la
bandeja de entrada descubre el aviso de la solicitud de
amistad de Christian.

Mariana sonriendo intrigada y clickeando inmediata-
mente el link para aceptarlo. Mariana mirando la foto
que Christian eligió para su perfil: un plano medio a con-
tra luz en el que sólo puede reconocerlo alguien que lo
conozca. Mariana pensando que el boludo sigue siendo
el mismo paranoico de siempre. Y sonriéndose de nuevo.
Mariana decidiendo que al parecer está más bueno que

67
Marina Arias

a los veintipico. No como el Chavo, que se volvió medio


cónico y tiene los dientes limados por la merca. Mariana
dictaminando que Christian debe seguir siendo un care-
ta del orto. Y preguntándose por qué carajo la habrá que-
rido contactar: se acaba de acordar de la última vez que
hablaron por teléfono. Entonces busca en todas las ven-
tanas cómo borrar la aceptación que acaba de activar. Se
arrepiente de no haber prestado más atención cuando
Nahuel le explicó cómo se usa el facebook. Y de haberlo
mandado a dormir hace quince minutos. Porque ahora
Nahuel ronca y hasta dentro de siete horas Mariana no
tiene a quién preguntarle cómo eliminar a Christian de
sus amigos.
Después de dieciséis años no le queda otra que estar
de nuevo ligada a él por una noche.
Eso es lo que cree ahora, mientras apaga la compu y se
tira en el sofá-cama aunque no tenga sueño. No sabe que
el mensaje que le va a mandar Christian mañana desde
el laboratorio y que ella va a leer recién cuando vuelva
de pagarle el alquiler al dueño la va a hacer cambiar de
opinión.
Lo único que puede hacer esta noche es repasar la his-
toria entre ambos para volver a convencerse de que es
una novela terminada. Aunque no va a poder evitar vol-
ver a preguntarse qué hubiera sido de ellos si en lugar

68
MOCHILA

de gastarse la última noche de aquel viaje hasta Puerto


Pirámide en una reflexión nostálgica, imposible entre
dos pibes de veintitrés años y absolutamente impostada,
hubieran hecho lo que verdaderamente querían: coger
hasta que les temblaran las piernas.

69
Diez

N
Delete.
ena! Tantos años!
(absolutamente gay)

Ey! Cómo andás, tanto tiempo?


(“¿Ey”? ¿Qué soy, Fito Páez?)
Delete.
Holaaaaaaa.
¡¡¡Deleeeeeeeete!!!!

Christian se agarra la cabeza y apoya los codos en el


escritorio. Hace una hora que está intentando escribir
un mensaje para Mariana, desde que llegó a la fundación
y prendió la máquina. En el escritorio de enfrente, Tato

71
Marina Arias

toma un sorbo de café y le pregunta en qué anda. Chris-


tian abre la boca para mentirle que está redactando el
paper nuevo para los alemanes. Pero de golpe se escucha
diciendo:
–Encontré a una ex en el facebook.
Tato se arrastra con la silla hasta quedar hombro a hom-
bro con él.
–¿A verla? –se entusiasma–. Uy, está medio castigada
pero debe haber estado buenísima. ¿Vos te levantaste a
esa mina, man? ¿El de gorrita es el novio?
–Es el hijo, pelotudo.
Tato lo mira sorprendido: Christian jamás usa palabras
como ésa.
–Deben ser los dos hijos, calculo –dice Christian incómo-
do por haber perdido durante un segundo su acostum-
brada compostura–. No sé, hace como quince años que
no sé nada de ella.
–¿La vas a ver?
–No. Ayer a la noche no sé por qué le mandé la solicitud
de amistad y parece que me aceptó. Ahora no sé qué es-
cribirle. Pero si no le escribo va a pensar que no le quiero
escribir. Todo por hacerte caso a vos con esta porquería
del facebook.
–Dejame a mí, man –dice Tato mientras lo cuerpea un
poco con el hombro.

72
MOCHILA

Christian nunca va a poder explicar por qué pero deja


que Tato se instale frente al teclado.

Hola, linda. No sé qué pasó que no supimos nunca más


nada más del otro. Pero es una alegría haberte encontra-
do en el ciberespacio. Un beso enorme.

–Poné “cariños” en lugar de “un beso enorme”.


– “¿Cariños?” ¿Qué sos? ¿Una tía solterona, man?
–Y lo de “nunca más nada más” está todo mal redactado.
–Uy, dejate de joder, ni que fuera el paper nuevo para
los alemanes.
–Bueno, dale. Mandáselo así como está.

73
Once

M ariana le da un beso a Facu en la cabeza y un em-


pujoncito para que se apure a subir la escalina-
ta de la entrada de la escuela. Cuando Facu llega a la
puerta, se da vuelta torpemente por culpa de la cantidad
de ropa que lleva puesta debajo del guardapolvo y de la
mochila gigante, y se vuelve a despedir con la mano. Ma-
riana saluda con una sonrisa a la secretaria que acaba
de abrir la puerta. La secretaria la mira y sin responder
a su saludo le dice algo a Facu. Algo que por la dureza
de sus gestos Mariana adivina como una reprimenda por
llegar cuarenta y cinco minutos tarde.
Como siempre, la que se quedó dormida fue ella. A las
ocho la despertó un golpecito insistente en el hombro: era

75
Marina Arias

Facu que ya se había lavado los dientes y se había ves-


tido para la escuela. El guardapolvo lo tenía mal prendi-
do. Mariana preguntó qué hora era mientras saltaba del
sofá hecho cama; al acostarse había decidido que por una
noche quería dormir cómoda. Facu le dijo que no sabía.
Mariana pensó una vez más que tenía que comprarle un
relojito digital y dejar de insistir con que aprenda a leer
las agujas del de la cocina. Después de todo, su hijo tiene
sólo siete años. Ella no se acuerda a qué edad aprendió la
hora. Viendo lo imposible que le resulta a Facu sospecha
que debe haber sido de más grande. Pero como la madre
se murió en el 99, con el padre no se habla desde el 2008,
y el hermano se tomó el palo a Brasil hace mil años, no
tiene a quién preguntarle esas cosas de las que no tiene
memoria propia. Con el hermano cada tanto se hablan
por teléfono. Una vuelta intentó que la ayudara a recons-
truir algo que no puede dictaminar si es un recuerdo, un
sueño o el recuerdo de un relato que la madre le repetía
cuando era chica: ella decidida a irse de su casa con un
bolsito lleno de muñecos y escoltada por su perra Colita,
una lenta caminata hasta la esquina y la aparición de la
madre desesperada que la había abrazado y la había lle-
vado de vuelta a upa; a veces a Mariana le parece recor-
dar que lo que hizo la madre fue darle un pellizcón en el
brazo y llevarla de vuelta a la rastra. Por eso le preguntó

76
MOCHILA

al hermano si se acordaba cómo había sido esa historia.


El hermano se le cagó de risa y le preguntó si se estaba
garchando a un psicólogo que andaba perdiendo el tiempo
en preguntarse boludeces. Mariana lo mandó a la mierda
y el hermano se dedicó a contarle cómo les había tirado
huevos desde el balcón a los putos que habían salido a
festejar el 3 a 1 de Fluminense contra Boca. Mientras lo
escuchaba Mariana se prometió no volver a preguntarle
ninguna cuestión trascendental en su puta vida.

Antes de que la secretaria termine de cerrar la puerta


de la escuela, Mariana se escucha gritar el nombre de
su hijo. Facu retrocede desde el hall y la mira intrigado.
Mariana le tira un último beso y le grita:
–Suerte en la prueba de matemáticas, mi amor.
–Fue el viernes, má... –dice Facu y mira a la secretaria
avergonzado.
–Bueno: suerte en la nota, entonces.
Mariana se ríe y busca inútilmente la complicidad de
la secretaria. En puntas de pie espía cómo cruza Facu el
hall hasta que la secretaria le cierra la puerta en la cara.
Si el origen de Nahuel –probar si podía quedar emba-
razada– es bastante insólito, el de facu lo es aún más.
En la tercera cita con Dani, el profesor de la escuelita
de fútbol de Nahuel, y cuando ya tenía claro que no sólo

77
Marina Arias

lo aventajaba en siete años sino también en unas cuan-


tas neuronas, decidió que con ese pibe le iba a dar un
hermano a Nahuel. Tenía claro que no podía esperar a
enamorarse de alguien para hacerlo. Y tenía más claro
todavía que pasara lo que pasara con su vida no quería
que Nahuel fuera hijo único. “Para muestra sobra un bo-
tón” es una de las pocas máximas con las que Mariana
ha adherido siempre. Y siempre pensó que el noventa
por ciento de los mambos de aquel joven Christian con
una mujer –o sea: ella– fueron culpa de esa condición.
Aunque Mariana no lo piensa en estos términos, lo que
piensa textualmente es “los hijos únicos son unos ego-
céntricos del orto”.
Christian jamás va reconocerse como un egocéntrico
del orto. Entre otras cosas porque ser hijo único lo obligó
a preocuparse toda la vida por su madre. Si su padre no
se hubiera muerto de un linfoma cuando él tenía diez
años tal vez su historia hubiera sido otra. Pero la rea-
lidad es que nunca pudo pensar exclusivamente en él:
hasta en la seguridad de haberse enamorado de Inés en
Ámsterdam a veces sospecha que influyó la seguridad
del beneplácito materno cuando la conociera en Buenos
Aires. Y así fue: su madre e Inés encajaron a la perfec-
ción. Se hablan por teléfono tres veces por semana. Los
sábado por medio Sofía duerme con la abuela. Y cada fin

78
MOCHILA

de año se van los cuatro a la casa de Villa Gesell. Recibir


cada año así, con un asado y dos paquetes de estrellitas
para Sofi en la casa en la que pasó todos los febreros
de su infancia, cuando su padre todavía estaba sano, a
Christian lo deprime un poco. Y el que las estadías sean
tan cortas, espaciadas y similares además le provoca la
sensación de un montaje durativo de su vida.
Pero más se deprimió el año en que se quedaron en
Buenos Aires y reservaron mesa en un restaurante.
Nunca lo atendieron tan rápido en su vida: a las once
y media estaban los cuatro subiendo al auto de nuevo.
Seguramente los mozos tenían familiones esperándolos
para el brindis. El familión de Inés siempre los invita a
Tres Arroyos pero en los diez años desde que volvieron
de Holanda la madre de Christian siempre encontró una
excusa para no ir. Christian sospecha que la verdad es
que no podría soportar la certeza de haberse equivocado
al pelearse con sus dos hermanas y quedarse sin familia
de origen.

Haberse quedado sin familia de origen es el otro mo-


tivo por el que Mariana quiso tener más de un hijo: ego-
centrismo del orto. Pero eso no lo va a reconocer nunca.
Mucho menos ahora, mientras le hace un fuck you a
la secretaria sabiendo que del otro lado de la puerta

79
Marina Arias

la mujer ya no puede verla y piensa que no va a hacer


tiempo a bañarse si quiere llegar a horario a encontrar-
se con Jimena; mientras le preparaba la leche a Facu
arregló por mensajito para tomar un café antes de que
su amiga entre al canal.

Mariana sabe que Jimena es la otra única persona


además del Chavo a quien puede pedirle lo que le falta
para llegar a juntar el alquiler. También sabe que re-
unirse con ella no es ninguna garantía de que lo vaya a
conseguir. No porque a Jimena no le guste prestar plata
sino porque detrás de su apariencia de productora de te-
levisión palermitana y exitosa, se esconde la hippie que
alguna vez soñó con hacer comunicación comunitaria.
Con Jimena cualquier cosa es posible: desde que por con-
sejo de alguien del canal acabe de meter todo su sueldo
en un plazo fijo y no tenga un peso de efectivo, hasta que
se lo haya gastado todo en editar la revista cooperativa
de un pibe que conoció en la calle. También es posible
que el encuentro se corte abruptamente antes de que lo-
gren llegar hasta el cajero electrónico de la vuelta: Ji-
mena sufre algo que Mariana y todo el mundo conoce
como ataques de pánico, aunque su amiga le aclaró mil
veces que su psicóloga se niega a ponerle un rotulo de ese
tipo a su malestar. Mariana se pregunta para qué gasta

80
MOCHILA

plata Jimena con esa mina desde hace quince años si ni


siquiera le sirve para saber cómo carajo se llama lo que
le pasa, ni mucho menos para evitar correr a la farmacia
más cercana a tomarse la presión cada vez que siente
que esta vez sí, esta vez lo que siente es de verdad, esta
vez lo que está teniendo es un ataque al corazón.
Pero hoy, por suerte para Mariana, Jimena parece te-
ner un buen día y saldo suficiente en la cuenta. Durante
los veinte minutos que les lleve tomarse un café antes
de ir hasta el cajero va a plantear todo tipo de hipótesis
sobre Christian y su aparición en el facebook de Mariana,
no porque sea un tema tan importante sino porque es una
novedad y el hablar por teléfono a diario hace que entre
ellas esas cosas no abunden. Eso es lo que a Mariana más
la desorienta: que cuando Jimena está bien le parezca
la persona más aplomada del mundo. Y que dos minutos
después pueda convertirse en un ser desquiciado.
Mariana sostiene que la culpa de todo la tiene el pro-
grama en el que su amiga trabaja desde hace diez años.
Que Jimena está limada por los chimentos, las planillas
de rating y los caprichos de la idiota de la conductora. El
otro día, por ejemplo, la llamó por el handie a las cuatro
de la mañana para que alguien fuera inmediatamente
a buscar los rayban que se acababa de olvidarse en un
boliche. Hace bastante que Jimena logró no ocuparse

81
Marina Arias

personalmente de ese tipo de cuestiones. De lo que tuvo


que ocuparse fue de localizar al notero de la ronda noc-
turna para pedirle que fuera a rescatar los anteojos, y
de mandarlos en un taxi a la casa de la conductora. Y de
aguantarse las puteadas del pibe, que estaba de guardia
en el edificio del gato del momento exactamente en la
otra punta de la ciudad. Al día siguiente, cuando la con-
ductora descubrió que no tenían las imágenes del gato
entrando a su departamento con uno de los delanteros de
San Lorenzo que sí tenía el programa de la competencia,
le gritó a Jimena que eran todos una manga de inútiles,
y se encerró en el camarín. Jimena le estuvo hablando
una hora a través de la puerta para convencerla de que
saliera a hacer el programa.
Así son los días de Jimena.

Todo esto Christian no lo sabe.


Aquella vez que se encontró con Jimena en el subte,
cuando ella le nombró el programa que estaba produ-
ciendo y le preguntó si lo conocía, él asintió enfática-
mente: no tenía la menor idea de qué programa era pero
tenía la cabeza ocupada en encontrar la manera de huir
antes de que le contara cualquier cosa de Mariana. En su
defensa hay que decir que en ese entonces la conductora
y el programa de Jimena todavía no eran famosísimos
como ahora.

82
MOCHILA

Christian e Inés miran poca televisión: series de mé-


dicos, documentales de Nacional Geographic, algún pro-
grama político de opinión. Hace unos meses Inés se en-
ganchó con Mad Men. Así que contrató HBO para ver la
temporada que se está estrenando. A Christian también
le gusta esa serie. Aunque a veces le parece que más que
una visión crítica sobre la consolidación del american
way of life lo que produce la serie es una fascinación es-
tética estupidizante.

Mariana ni siquiera sabe de la existencia de Mad Men.


Su consumo televisivo se reduce a media hora nocturna
de algún canal de aire y a las cosas que le hace ver Na-
huel por youtube: algunas veces, peleas entre famosos
que pasaron en el programa de Jimena.

Christian e Inés nunca perderían el tiempo viendo


un programa de chimentos como ése. Así que Christian
jamás leerá el nombre de Jimena entre los créditos.
Por eso seguirá pensando que Jimena se dedica al pe-
riodismo de investigación como soñaba cuando termi-
naron la secundaria. Hasta dentro de algunas páginas.
Hasta que Mariana le escriba por facebook cómo puede
ser que siga viviendo en un tupper: “ese programa del
orto se ganó una parva de Martín Fierros, uno subió

83
Marina Arias

a recibirlo Jimena y todo, ¿cómo puede ser que no la


hayas visto, nene?”.

Después Mariana se va a dar cuenta de que el mensaje


se lo escribió en el muro y se va a querer matar porque
para entonces Jimena también se habrá hecho amiga de
Christian y también lo habrá leído.
Pero una vez más no habrá podido evitar la tentación
de buscar la complicidad de Christian para destrozar a
su mejor amiga; la próxima vez tendrá que chequear con
Nahuel que lo que está haciendo es mandar un mensaje
privado. Y con Jimena hará lo que hace cada vez que le
pasan estas cosas: hacerse la boluda. A veces se pregun-
ta cuántas cagadas más puede aguantar el cariño que
Jimena le tiene y se quiere matar. Después siempre se le
cruza otra cosa por la cabeza y se olvida.

Lo que Christian no va a poder aguantar cuando vea


en su muro el comentario de Mariana sobre Jimena va a
ser la risa. Para entonces ya habrán pasado cuatro días
desde que él le mandó el primer mensaje por facebook,
el mensaje que redactó Tato, y dos desde que Mariana le
contestó:
Boludoooooooo!!!! Cómo andás, tantos añosssssssssssss?

84
MOCHILA

Habrán pasado todos esos días porque antes de res-


ponderle, Mariana se ocupó de hacer volver al Chavo
con Patri, de sobrevivir a un cumple de los del colegio de
monjas y de conseguirle laburo a Dani, de mandar a la
mierda a la madre de Vera en la segunda reunión por el
viaje de egresados de Nahuel. Y de pensar cómo contes-
tar ese mensaje raro de Christian.

85
Doce

1) Hacer volver al Chavo con Patri:


Después de pasar por el negocio del dueño a pa-
garle el alquiler, Mariana, además del mensaje de Chris-
tian (“¿y a éste chabón qué le picó? ¿con los años se puso
gavilán?”) encontró un mail del Chavo en el que le decía
que estaba en un hotel de San Cristóbal. Que no sabía
cómo carajo se había metido en esa caravana. Que se le
había terminado la guita y que la pendeja (no aclaraba
qué pendeja, por eso Mariana se dio cuenta que suponía
que ella ya estaba al tanto de todo) se había tomado el
palo. Entonces Mariana marcó el celular del Chavo y él
por fin lo atendió:
–Soy yo, Chavo.

87
Marina Arias

–Ya lo sé, flaca, me sale tu número en el identificador.


–Ah... Escuchame: agarrás el auto y te volvés ya para tu
casa.
–No puedo, se me cae la jeta con Patri, flaca.
–No seas pelotudo. Yo ahora la llamo y le aviso que es-
tás yendo para ahí. Decime una cosa, ¿la pendeja no es
menor, o sí?
–No, diecinueve tiene.
Mariana siente que le vuelve el alma al cuerpo. Espe-
ra que el Chavo termine de decir que es una recontra-
mierda, que si Patri le cambió la cerradura tiene toda la
razón, que cómo lo va a mirar a los ojos a Lauti, pobrecito
Lauti, Lauti me debe odiar.
–Lauti no entiende nada, si tiene dos años, Chavo, no te
enrolles –lo corta impaciente–. Andá para tu casa, que-
rés, que está todo bien. Pero tenés que volver con el gru-
po de la parroquia, chabón, ponete media pila. Si no un
día la vas a pudrir posta.
–Sí, flaca, ya lo sé.
Mariana sabe que el Chavo ya lo sabe, y también sabe
que lo único que va a hacer el Chavo es volver a ser un
marido y un ex ideal durante unos meses.
Varios meses.
Y a esta altura con eso le alcanza.

88
MOCHILA

2) Sobrevivir a un cumple de los del colegio de monjas


y conseguirle laburo a Dani:
Al día siguiente tiene que trabajar en el salón de cinco
a ocho. Nahuel protesta porque por quedarse con Facu
va a tener que faltar a una reunión del Centro. Mariana
le dice que se deje de hinchar las pelotas, que al Centro
no le va a pasar nada por prescindir de su presencia por
un día. Nahuel le dice que al Centro no, que al partido,
porque justo es una asamblea crucial para cagar a los
troskos. Mariana no le contesta. En el trayecto hasta el
salón va pensando de dónde le salió un hijo militante,
si a ella siempre le chupó un huevo todo. De golpe se
acuerda de Jimena convocando a una marcha por el ase-
sinato de Walter Bulacio. Y de que el único de toda la
división que finalmente había ido era Christian. Ella a
último momento en lugar de subirse al micro se había
quedado en la puerta de la escuela apretando con un pibe
del vespertino.
El colegio de monjas queda sólo a una cuadra y el gru-
po llega todo junto directo de la escuela diez minutos an-
tes del horario pautado. Los varones empiezan a correr
por el salón y las nenas practican una coreografía de un
programa de tele. Entonces llama George para avisarle
que Pepo le acaba de mandar un sms diciendo que re-
nuncia porque le salió un trabajo como reemplazo en la

89
Marina Arias

obra de una vedetona para las vacaciones de invierno.


“¿Vos podés creer que la gente sea tan cachivache?”,
agrega casi desesperado. Mariana le dice que no se pre-
ocupe. Que ella va a organizar juegos de varones contra
mujeres para zafar. Y que conoce a un pibe que podría
llegar a reemplazar a Pepo.
Cuando la madre de la del cumpleaños se despida con
los brazos llenos de paquetes y sin dejarle un centavo
de propina, Mariana además de desearle a la mina una
sarta de cosas irreproducibles, va a pensar un momento
y después le va a mandar un sms a Dani diciendo que la
llame apenas pueda.

3) Mandar a la mierda a la madre de Vera en la segun-


da reunión por el viaje de egresados de Nahuel:
Mariana arranca con mala onda de entrada: la re-
unión es otra vez en la casa de Vera. Ella no soporta
que su hijo esté de novio, cosa que la madre de Vera
se encarga de recordarle con cada uno de sus chistosos
“consuegra” (“consuegra las pelotas, la concha de tu ma-
dre…”). Pero Mariana soporta todavía menos que la ma-
dre de Vera tenga la casa impecable, que la vez anterior
les haya ofrecido muffins recién horneados (¡y que hasta
les hubiera podido pegar granas multicolores con meren-
gue!), que hoy vaya a lucir su melenita impoluta como si

90
MOCHILA

hubiera llegado recién de la peluquería y el maquillaje


impecable… Todo eso habiendo salido del ministerio en
el que trabaja como asesora tan sólo tres horas antes de
que Mariana toque el timbre del chalet, retroceda hasta
la vereda y destroce la colilla de su cigarrillo con el taco
de la bota.
La madre de Vera se hace llamar “Luli”. Mariana nun-
ca pudo saber cuál es su nombre, si Luciana, Lucila, Luz
–a veces se consuela con que en realidad se debe llamar
“Luján”– pero no soporta ese apodo en una mujer que
evidentemente tiene por lo menos su misma edad. Por
eso le dice simplemente “Negri”. Como hace ahora.
–Negri… ¿cómo estás? –Mariana le da un beso y encara
para el living en el que, apretujados alrededor de una
mesa ratona en la que hay dos botellas de seven up casi
vacías y un montón de vasos usados, está el resto de los
padres. Porque, como siempre, Mariana llegó cincuenta
minutos tarde. Por eso, y también como siempre, el resto
de los padres la miran con mala cara.
–Bueno, llegó mi consuegra –dice Luli mientras entra
detrás de Mariana como si fuera necesario anunciarla.
Mariana saluda y se sienta en el apoyabrazos de un sofá.
–Entonces estamos todos de acuerdo –dice una madre a
la que Mariana bardeó en un acto de Tercer Año porque
insistía en guardar un lugar libre en las primeras filas.

91
Marina Arias

“No da para reservar lugares”, habían sido sus palabras


mientras levantaba el programa del acto que la mina ha-
bía puesto sobre el asiento con ese propósito y se ponía
a leerlo.
–¿De acuerdo con qué? –pregunta Mariana mientras con
un gesto de la mano rechaza la bandeja con brownies que
le está ofreciendo Luli.
–Con contratar el viaje con Travel que incluye el rafting
y el hard trekking –le contesta la misma madre y el resto
asiente.
–¡¿Perdón?! ¿Y cuándo decidieron hacerlo con una em-
presa? La vez pasada habíamos hablado de llevarlos de
campamento al Bolsón más para fin de año, así no hace
tanto frío.
–Sabés que pasa, Mariana… –dice la madre de Maxi, el
mejor amigo de Nahuel hasta que Nahuel se puso de novio
con Vera– que los chicos quieren hacer lo que hacen todos
los chicos: los boliches, las excursiones, todas esas cosas. Lo
del campamento fue una idea que vos tuviste, pero bueno,
viste cómo son los chicos con estas cosas.
–¿Qué chicos? Yo le conté a Nahuel y está re-copado con ha-
cer un viaje de egresados diferente, hasta estuvimos viendo
para alquilar un par de carpas estructurales por internet.
–Mariana… –dice Luli en un tono amabilísimo– Nahue
me pidió que te explicara que todos quieren contratar el

92
MOCHILA

viaje con Travel; se ve que a él le da no sé qué decírtelo.


Y acá estuvimos pensando que en lugar de medio libera-
do a Nahue le podemos dar uno. Total, Javier y Romina
consiguieron remontar el almacén, así que pueden pa-
gar el viaje de Yani entero –Luli mira al resto buscando
aprobación y la consigue.
–Primero: no le digas “Nahue” a mi hijo; se llama “Na-
huel”, Na-huel, ¿entendés? Le puse Nahuel para que lo
llamen Nahuel. Segundo: ¿de dónde sacaron que el padre
de Nahuel y yo no se lo podemos pagar? –Mariana enfati-
za las palabras “el padre de Nahuel” –. Y tercero…
Piensa un segundo y decide no decir “¿vos te pensás
que yo me voy a creer que mi hijo te va a andar pidiendo
a vos que me digas algo, forra?”.
–… y tercero, ¿qué carajo es hard trekking? ¿No se dan
cuenta de que les están vendiendo cualquiera?
Se hace un silencio incómodo. Una madre se sirve un
vaso de seven up. Otro padre carraspea y mira la panta-
llita de su celular. Alguien pregunta dónde es el baño y
sale del living.
–Bueno, entonces, si ya tienen todo cocinado, nada –dice
Mariana mientras se levanta–. Yo me tengo que ir. Avi-
sen cuándo y adónde hay que ir a llevar la primera cuota.
Suelta un saludo general con la mano y encara para
la puerta.
Luli la sigue agitada:
–¿No querés llevarle unos brownies a Facu en una ser-

93
Marina Arias

villetita?
Mariana aprieta el picaporte, mira hacia el living y en
voz baja le dice:
–¿Sabés qué Luli? ¿Por qué no te vas dos semanitas a la
mierda?
Y antes de que la otra alcance a decir nada, abre la
puerta y se va contenta.

94
Trece

D espués de mandar el mensaje redactado por Tato,


Christian intentó trabajar en el paper para los
alemanes; la traductora le había avisado que si no se lo
mandaba antes del martes no se lo iba a poder termi-
nar para la fecha de presentación. Pero en todo el día
no pudo avanzar más que cuatro párrafos: escribía dos
palabras y volvía a entrar a su facebook.
A las seis de la tarde apagó la máquina contrariado,
no por su improductividad textual sino porque Mariana
no le había contestado. ¿No habría visto su mensaje o
no le habría importado? Por el momento podía quedarse
con la primera opción, después de todo habían pasado
solamente ocho horas. Si en la Mariana actual quedaba

95
Marina Arias

algo de la que él había conocido, ocho horas no era una


cantidad de tiempo significativo. Siempre lo había exas-
perado la capacidad de Mariana para ignorar los relojes
y dedicarse a cuestiones intrascendentes.
Una vuelta se había pasado la tarde del domingo estu-
diando con una lupa el tatuaje del pecho de Lenny Kra-
vitz en una foto de una revista y copiándolo en un papel.
Christian había intentado convencerla para ir al Centro
Cultural Recoleta a ver una muestra de fotoperiodismo.
Después, de ir hasta la panadería a comprar facturas.
Más tarde había propuesto que fueran hasta la pizzería
de la avenida a comer una grande de muzza.
Finalmente, a las nueve de la noche se había ido a su
casa cerrando la puerta con más fuerza de la habitual.
Hasta el día de hoy Christian sigue detestando a Lenny
Kravitz. Dice que es porque está comprobado que antes
de hacerse famoso trabajaba en una sala de ensayo y le
robó todo a otros músicos. Pero cuando una vez Tato le
preguntó qué músicos, repitió “otros músicos” y cambió
de tema.
Are you gonna go my way y la puta que lo parió.
Se sobresaltó y miró el reloj: por estar pensando pe-
lotudeces iba a llegar tarde a buscar a Inés. La había
dejado todo el día sin auto con esa sola condición.
Llegó a la puerta del gimnasio después de cruzar la

96
MOCHILA

ciudad casi como si manejara una ambulancia. Inés es-


taba charlando en un grupito de gente. Con un gesto
hacia el auto le indicó que la esperara un momento. En
el grupito Christian distinguió a un tipo alto y entreca-
no parecido a Pablo Echarri. Cuando Inés finalmente se
despidió, el tipo le estampó en la mejilla un beso dema-
siado afectuoso.
A Inés siempre le encantó Pablo Echarri.
Así que durante los siguientes tres días Christian se
olvidó de Mariana y del facebook.

97
Catorce

¿ “Hola, linda”?
Mariana no puede despegar los ojos de las palabras
en la pantalla.
Christian haciéndose el banana.
Increíble.
–Dale, má… que tengo que mandar la gacetilla de la
toma de mañana –dice Nahuel mientras sale del baño
con una toalla en la cintura y secándose la cabeza con
otra.
Se para detrás de Mariana y se saca la toalla de la
cara:
–¿Quién es? –pregunta señalando la foto de Christian
con el mentón.
Marina Arias

–Un compañero de la secundaria.


–¿Qué compañero?
La secundaria de Mariana es algo que ocurrió siete
años antes de que naciera Nahuel. O sea que para él es
la prehistoria. Ni siquiera tiene muy claro que fue ahí,
en una escuela pública, que se conocieron Mariana y Ji-
mena. Jimena es la mejor amiga de su mamá y punto.
Aunque le resulta raro verla tomando mate en la mesita
enclenque de la cocina de su casa: una cheta de Palermo,
forrada en plata. No puede imaginarse que alguna vez su
mamá y Jimena parecieron iguales, uniformadas por la
rebeldía adolescente. Tampoco sabe que tenían proyectos
parecidos hasta que la vida se encargó de reencauzarlas
de acuerdo a la clase social de la que provenían y que la
vagancia de Mariana no hizo más que seguir la corriente
natural de su destino.
Nahuel insiste:
–¿Qué compañero, má?
–Nadie, Nahuel, un compañero que no veo hace mil años.
Y dejá de leerme por arriba del hombro que sabés que me
revienta.
Se da vuelta:
–Y hablando de cosas que me revientan: ¿qué le estuvis-
te diciendo a la madre de Vera? Cuando vuelvas vamos a
hablar vos y yo, eh.

100
MOCHILA

Nahuel hace como si todo lo último no lo hubiera escu-


chado y sigue mirando la pantalla.
–Qué foto más chota puso en el perfil ¿Se van a juntar?
Mariana vuelve a mirar la foto. La pregunta de Nahuel
es la que no se quiere hacer. Porque aunque al terminar
de leer el mensaje banana de Christian el gesto que hizo
fue su característico “qué hambre, chabón”, después se le
escapó una sonrisa y se le iluminaron los ojos.

101
Quince

U n mes después Christian está esperando a Mariana


desde hace cuarenta minutos, como si no hubieran
pasado los dieciséis años que deschavan las pronuncia-
das entradas de su frente; hace mucho que no se mira
tan de cerca en un espejo como lo está haciendo ahora
en uno de los aparadores de la Giralda; se quiere ma-
tar, mañana mismo va a pedir un turno en el schawnek
de la esquina de la fundación. Disimuladamente trata
de peinarse todo para adelante. Muchísimo peor: parece
San Francisco de Asís. No: es la versión humana de Gar-
gamel de los Pitufos. Con las dos manos se peina rápido
todo para atrás de nuevo. Eligió sentarse de frente a la
puerta para que la llegada de Mariana no lo tome por

103
Marina Arias

sorpresa. Eso lo obligó a darse vuelta cuatro veces para


llamar al mozo. Al final el tipo se acercó con cara de fas-
tidio, como si fuera la cuarta vez que lo atendía. Chris-
tian pensó que el maltrato profesado por los mozos de la
Giralda no había cambiado en esos dieciséis años. Esa
comprobación, extrañamente, lo hizo sentir bien.
Cuando se arriesgó a proponerle a Mariana por qué no
se juntaban, después de un inagotable y agotador ida y
vuelta de mensajes de facebook que se había convertido
en el eje de sus días, no había dudado sobre cuál tenía
que ser el lugar.
En todos esos años, aunque nunca lo había decidido
conscientemente, había evitado volver a pisar La Giralda.
Unas vacaciones de invierno, después de llevar a Sofi
a ver una obra de títeres en el Complejo La Plaza, Inés
había propuesto ir allí a tomar su famoso chocolate con
churros. Pero Christian había contestado que a Sofía no
le iba a gustar el chocolate –“no es rico como el nesquik,
Sofi”– y por lo bajo le había dicho a Inés que era un re-
ducto de fumones. Probablemente lo del chocolate de La
Giralda Inés lo habría sacado de la Guía Oleo. Pero al fi-
nal ella siempre se dejaba llevar por el criterio de Chris-
tian. Sobre todo tratándose de una salida por la calle
Corrientes, un circuito que tenía entendido que él había
frecuentado antes de irse a Holanda por la beca, y al que

104
MOCHILA

ella sólo había ido dos o tres veces, todas para llevar a
Sofi al teatro; por lo demás decía que la zona, llena de es-
pectáculos montados para el público del interior y arte-
sanos de paños ambulantes, le resultaba absolutamente
deprimente. Por eso había asentido y había aceptado ir a
un Mc Donalds de camino a casa. Como siempre.
Claro que Christian había frecuentado la calle Co-
rrientes. Infinidad de veces había acompañado a Maria-
na a la Giralda en pleno bajón. Siempre bajón de porro,
por supuesto: nunca en su vida había visto a Mariana en
un estado remotamente parecido a una depresión.
Enojada, furibunda, rabiosa y todas las variantes ex-
presivas de la bronca, sí.
Pero bajoneada, jamás.

Mariana nunca llora delante de otros. No lo hizo ni


siquiera en el velorio de su madre. Si hubiera estado
acompañada por Christian quizá no podría haberse
aguantado. Es que él había sido el testigo incómodo de
sus idas y vueltas. La madre poniéndole candado al te-
léfono y sin hablarle durante semanas cuando se en-
teró que había repetido. Mariana pidiéndole al padre
mudarse a su casa. Y llorando en la falda de su madre
cuando finalmente asumió que aunque el padre le de-
cía siempre que por supuesto, cuando quieras mi amor,

105
Marina Arias

jamás la iba a llevar a vivir con él y su mujer. Maria-


na imitando burlonamente a una novia de su hermano.
Y la madre riéndose compinche. Después, negándose a
darle plata para viajar hasta el centro. Mariana con el
pelo recién teñido de azul y buscando con una mirada
hosca la aprobación de su madre. La madre desapro-
bando su audacia con un gesto de los labios, pero con un
brillo de orgullo en los ojos.
Christian siempre se había llevado bien con la madre
de Mariana y sabía que en el fondo madre e hija se ado-
raban.
Por eso Mariana no habría podido aguantarse el llanto
si lo hubiera visto entrar en aquella casa velatoria.
Pero para entonces de Christian ni siquiera sabía si
seguía a 11.000 kilómetros de distancia. Ella estaba re-
cién separada del Chavo. Y el Chavo se portó como siem-
pre. La ayudó a atender a los conocidos que se fueron
acercando en el transcurso del velorio. Se ocupó de que
a la mañana siguiente Nahuel fuera al jardín como si
nada. Fue a buscar su hermano a Ezeiza. Y cuando por
fin volvieron de dejar el cuerpo de la madre en un nicho
del Cementerio de Morón –Mariana hubiera querido en-
terrarla de una vez pero en ese momento no había lugar–
le dio un blister de rohypnol.
Mariana piensa que lo mejor que le pudo pasar fue que

106
MOCHILA

el infarto fulminante de su madre la encontrara cerca


del Chavo: el careta de Christian nunca hubiera podido
conseguirle pastas sin receta; encima seguro que habría
intentado disimular su incapacidad diciéndole que el
consumo de sedantes sin control médico era peligroso.

Pero toda esta historia para Mariana ahora es una pe-


lícula que no siente haber vivido.
Pasaron más de doce años.
Nahuel no tiene ni un solo recuerdo de su abuela.
A Mariana lo que le hace sentir un nudo en la gargan-
ta es ya no poder recordar su voz. Por eso trata de no
pensar nunca en eso. Como no pensó en Christian duran-
te todos estos años. Hasta que empezaron con los men-
sajes en ese puto facebook. Ahora sospecha que cuando
termine de caminar esta cuadra que le falta para entrar
a la Giralda y se encuentre con los ojos de Christian, el
cinismo no va a poder seguir conteniéndole la emoción.
Mariana empuja la puerta de vidrio de La Giralda y
entra en una escena cumbre de esta historia. Es en cá-
mara lenta y tiene música incidental. “You are beautiful”
de James Blunt, por ejemplo. Aunque en la cabeza de
Mariana suena “Shoud I stay or shoul I go”. Y en la de
Christian, “Loser” de Beck.

107
Marina Arias

Christian levantando la vista de su pocillo vacío y ob-


servando a Mariana antes de que ella lo descubra. Ma-
riana soltando la puerta a sus espaldas e intercambian-
do una mirada con un morocho de barba sentado junto
a la ventana. Christian pensando que es la misma de
siempre. Y comprobando que Mariana sigue logrando
romper su decisión enunciativa de evitar las malas pa-
labras: porque está más linda que nunca la hija de puta.
Un segundo después Mariana le sonríe y avanza hacia
su mesa.
Durante los próximos siete capítulos y hasta decirle
la verdad, Christian se va a preguntar una y otra vez
qué lo llevó a hacer lo que está a punto de hacer; tamaña
forrada –y de nuevo no va a encontrar una palabra tan
precisa en el registro impoluto con el que suele manejar-
se–. Porque dentro de tres minutos, cuando Mariana le
pregunte si se casó, le va a contestar que no y mientras
llame al mozo con una mano increíblemente decidida le
va a preguntar qué quiere tomar.
A Mariana más que la respuesta lo que le va a encan-
tar es el gesto de Christian. “Además de algunas chapas
parece que perdió un par de taras”, va a pensar mien-
tras le contesta que una birra bien fría, que eso quiere,
y enseguida sonríe y le dice que lo está gastando, que ni
en pedo, un cortado en vasito; aunque no puede evitar

108
MOCHILA

relojear una Quilmes Imperial que el mozo le lleva al


morocho de la ventana.
Mariana no quiere tomar alcohol en este rencuentro
con Christian. No por decisión propia sino porque se lo
prometió a Nahuel:
–Má… si te interesa ese Christian ponete las pilas. Mirá
que si se da cuenta como escabiás va a salir huyendo– le
dijo Nahuel sin sacar la vista del monitor de la compu-
tadora.
A Mariana se le escapó una sonrisa: nadie la había vis-
to tomar tanto y tantas veces como ese Christian. Sobre
todo en aquel viaje hasta Puerto Pirámide que podría
haber sido el inicio de su vida juntos pero no fue más que
el final de una novela.
A Nahuel eso no se lo dijo. Lo que hizo fue asentir,
darle un coscorrón cariñoso y decirle que no se olvidara
de buscar a Facu en el club, que ella antes de las nueve
iba a estar de vuelta.
Ahora mira otra botella que pasa en una bandeja y
siente la boca reseca. Pero Nahuel siempre le saca la fi-
cha. Y ella como madre será un bardo, pero un bardo con
palabra.
El gesto de Christian para llamar al mozo no fue por
decisión sino por urgencia para cambiar de tema. Apenas
se escuchó negar la existencia de Inés supo que se estaba

109
Marina Arias

metiendo en algo que no podía terminar bien. También


supo que no podía hacer otra cosa: del otro lado de la me-
sita de mármol Mariana lo miraba como nadie lo había
mirado en dieciséis años. Como nadie más podía mirarlo.
Con esa extraña mezcla de complicidad y sadismo que de
golpe se le revelaba como lo único auténtico, lo único que
podía querer.
Mariana empezó a relatarle su vida con una familiari-
dad que podía prescindir de las explicaciones y los moti-
vos. Aunque no de los detalles.

Por eso a las nueve menos cuarto siguen en la Giralda.


Por una de las ventanas se logra un ángulo que per-
mite ver las caras de los dos: Mariana gesticulando am-
pulosamente y soltando una palabra detrás de la otra.
Christian asintiendo. Con la sonrisa dibujada y los ojos
de un adolescente.

110
Dieciséis

– Sí, boluda, nos re-colgamos, y en un tiro me fijé la


hora y me quise matar.
–.......
–No me habla.
–.......
–Pasa que como yo llegué acá tipo diez no pudo ir a bus-
car a la pibita a coro.
–.......
–Habrá ido la madre, Jime, yo qué sé, vos siempre pre-
guntando pelotudeces. Además, ¿qué onda, boluda? ¿Es
el guardaespaldas, mi hijo? Que se curta. A la edad de
ella vos y yo íbamos y veníamos solas a cualquier hora. Y
trasca, en el Sarmiento. Buen, pero pará que te cuento:
no se casó, boluda.

111
Marina Arias

–.......
–Un flash: como si nunca nos hubiéramos dejado de ver.
–.......
–Está… como más chabón, ¿entendés?
–.......
–No, boluda. Igual a mí no me daba para ir a ningún lado,
¿no te estoy diciendo que tenía que estar acá a las nueve?

Christian enrolla un puñado de fideos con el tenedor y


se lo lleva a la boca. Mientras mastica, disimuladamente
observa a Inés que está tratando de enseñarle por enési-
ma vez a Sofi a usar la cuchara para ayudarse. Sofi trata
de morder la bola de fideos pero se le cae en el plato. Las
dos se ríen. Sofi lo mira como habilitando a que se burle
de su torpeza y él siente un nudo en la garganta.
Le acaricia la cabeza y toma un trago de agua sin dejar
de mirar a Inés a través de la copa.
Desde que llegó, a las diez menos cuarto, ya mencionó
tres veces detalles de la mentira que vino repasando en
el auto desde el centro: un after office con Tato y un par
de amigos suyos que trabajan por Plaza San Martín para
despejarse un poco después de la corrida que habían te-
nido con el paper para los alemanes y antes de meterse
a full con la siguiente etapa de la investigación. La men-
tira la inventó Tato. El otro día, cuando Inés ya se había

112
MOCHILA

ido a buscar a Sofi, Christian le pidió que lo cubriera.


Había decidido no decirle a Inés que se iba a encontrar
con Mariana. Aunque todavía no tenía en claro por qué.
Tato se tomó su misión con mucho entusiasmo; Christian
sospecha que le encantó que de pronto él tampoco fuera
un tipo tan honesto. Tato se tomó su misión con tanto
entusiasmo que hasta le escribió los nombres de las mu-
jeres y los hijos de sus dos amigos en un papel e insistió
con que se los memorizara. Christian leyó el papel un
par de veces, después de todo Tato era el que sabía de
esas cosas. Hasta que reaccionó, le dijo que era un pelo-
tudo, rompió el papel en pedacitos y los tiró por uno de
los inodoros de la fundación.
Hoy Tato estuvo todo el día diciéndole a Inés “Ine, la
reunión de hoy es de machos, sorry”. Hasta que lo agarró
en la cocina y le dijo que la cortara.
De todos modos, Inés no pareció sospechar nada. Tam-
poco preguntó nada las tres veces en que Christian, des-
de que llegó a la casa, citó fragmentos de una conversa-
ción ficticia en un bar irlandés que se encargó de ir a ver
ayer cuando salió de la fundación.
Christian perdió la cuenta de las veces en que Tato
lo usó de coartada con su mujer. Ahora se arrepiente de
habérselo contado a Inés todas las veces. Es que la infi-
delidad de Tato le resultaba algo ajeno e incomprensible.

113
Marina Arias

Y siempre daba pie a conversaciones con Inés en las que


terminaban riéndose de la inmadurez del tesorero de la
fundación y de la inagotable capacidad de negación de
su mujer. Además, casi siempre después se echaban un
buen polvo.
Por eso Christian había previsto que Inés intuye-
ra algo raro en esa salida con Tato y lo bombardeara
a preguntas. De verse acorralado, había decidido decir
que todo era un invento del tesorero para salir con una
amante nueva. Que no le había dicho la verdad porque
había pensado que el embarazo de siete meses de su mu-
jer iba a hacer que esta vez ella no le encontrara ninguna
gracia al asunto. Que había tenido miedo de que incre-
para a Tato. O peor: que no dijera nada pero empezara a
odiarlo y el clima de trabajo que habían logrado en esos
cinco años se pudriera.
Pero Inés sigue abocada a enseñarle a Sofi a usar la
cuchara.
Así que Christian puede dedicarse a pensar en Ma-
riana.
Y a planear cómo va a hacer para ir a comer a su casa
el viernes, tal como quedaron cuando se despidieron en
la esquina de la Giralda.
Lo único que sabe es que va a ser mejor prescindir de
la ayuda de Tato.

114
MOCHILA

Diecisiete

– Cualquiera, Dani. Habíamos quedado los viernes fi-


jos, no me podés salir con esto ahora –Mariana suel-
ta la perilla del horno y el horno se apaga–. Puta madre
–dice mientras busca la caja de fósforos arriba del spar
que tiene una capa de grasa y pelusa de años.
–Boluda, perdoname –dice Dani desde el comedor. Está
completando una planilla de excel en la computadora–.
Pero cuando el Tuca me avisó que iba a sacar las entra-
das no me di cuenta que el ocho caía viernes.
–Sí, boludo, vos te pensás que yo me voy a creer que hu-
bieras dejado de ir a ver a Maiden porque te tocaba estar
con Facu… –dice Mariana mientras enciende un fósforo
y lo acerca al mechero del horno.
Después grita hacia el dormitorio:
115
Marina Arias

–Facu, apagá la Play ya y andá a bañarte, es la cuarta


vez que te lo digo.
Desde el domitorio llegan protestas monosilábicas de
Facu.
–Pero si Jorge ayer me dijo que el salón hoy se lo habían
alquilado sin ningún servicio –dice Dani sin dejar de mi-
rar varias veces la pantalla y el teclado antes de apretar
alguna letra con uno de sus dos dedos índices–. Así que
te podés quedar con Facu lo más bien.
–Ese no es el punto, boludo. El punto que si quedamos
en algo, quedamos en algo –Mariana vuelve a soltar la
perilla y vuelve a putear porque la llamita se volvió a
apagar–. Aparte yo hice planes contando con que Nahuel
no estaba y Facu se iba con vos.
–¿Ah, sí? –de golpe Dani suena interesado–. ¿Qué pla-
nes?
–Qué carajo te importa, boludo –salta Mariana.
Pero como le pasa siempre con Dani, inmediatamente
se pone a darle explicaciones:
–Va a venir a comer un compañero de la secundaria que
me encontré por facebook.
–Al final me diste bola y abriste el facebook, forrita…
–El facebook lo abrí porque el Chavo andaba de gira y
Patri no… –empieza a explicar Mariana.
Y como le pasa siempre con Dani, inmediatamente salta:

116
MOCHILA

–¡Pero qué te tengo que andar dando explicaciones,


boludo!
Se asoma hacia el dormitorio y grita más fuerte:
–¡Dale, Facundo!
–Con razón te pusiste a cocinar... ¿Fue tu noviecito este
chabón? –Dani sigue completando la planilla a una velo-
cidad que hace que Mariana sienta ganas de pegarle.
–¡Qué-teim-por-ta! –silabea mientras frota otro fósforo
contra la caja–. ¡Y salí de mi computadora!
–Es mía también, ¿o te olvidaste que fue mi vieja la que
nos prestó la tarjeta?
–Sí, pero las cuotas las terminé de pagar yo, y vos te lle-
vaste el equipo de música, ¿te acordás? ¿Qué es lo que
estás haciendo tan concentrado, además?
–Las planillas del Gran DT que hacemos entre los pibes.
Mariana hace su gesto de “qué hambre”:
–Cuándo vas a dejar de perder el tiempo en pelotudeces…
–¿“Pelotudeces”? El campeonato anterior el Tuca se ganó
nueve gambas con esta pelotudez, querida.
–Igual mejor que vayas arrancando, ¿no se te va a hacer
tarde para el recital?
–No, tengo que ir para lo del Tuca a las nueve, recién.
Porque los de la banda soporte parece que son unos
muertos así que vamos a ir para ver directo a Maiden.
–¡La concha de la lora, esta mierda se apagó otra vez!–
Mariana cierra el horno de un portazo.

117
Marina Arias

–A ver, dejame a mí –dice Dani levantándose de la com-


pu–. Che, ¿pero por qué querés meter la carne en el hor-
no tan temprano?

118
MOCHILA

Dieciocho

“ Temprano. Si le digo a Mariana que tiene que ser tem-


prano lo puedo manejar perfectamente”, se dio ánimo
Christian aquella noche después del encuentro en la Gi-
ralda cuando Inés fue a la cocina a poner los platos en re-
mojo y gritó que se había hecho cualquier hora, “vamos,
Sofi, un beso a papá que te leo un capítulo de Dylan Kifki
y a dormir”.
Lo que no se imaginó fue que el horario iba a resultar-
le lo más fácil de manejar de la comida en lo de Mariana.

Cuando llega, a las siete, Mariana le da un beso rápido


en la mejilla, le saca la botella de vino de las manos y
mientras lo hace pasar al comedor, en un tono que suena
más resignado que culposo, dice:
119
Marina Arias

–Dani: Christian; Christian: Dani.


Desde la mesita de la computadora Dani extiende el
brazo de una forma extraña que Christian no puede imi-
tar, así que el saludo se trunca a mitad de camino y pro-
voca un silencio incómodo. Christian busca la mirada de
Mariana que revolea los ojos hacia el techo sin que Dani
la vea. Después grita hacia el dormitorio:
–Facundo, apagá ése televisor y vení a saludar.
–¿”Televisor”? Boluda, ¿qué es esa palabra del año del
orto? –se burla Dani buscando la complicidad de Chris-
tian que no puede evitar una sonrisa.
Facundo sale del dormitorio en medio de una carcajada.
–¿Por qué no se van a cagar los tres? –dice Mariana rién-
dose a su vez.
Entonces Christian piensa que Mariana una vez más
y después de dieciséis años se las ingenió para que él no
sea el protagonista exclusivo de una escena de su vida. Y
lo que es más increíble: una vez más se las ingenió para
que a él no le esté molestando del todo.
Facundo se estira para que Christian le dé un beso en
la mejilla y le dice hola.
–Christian es un amigo mío de hace muchos años, Facu–
le explica Mariana mientras lo abraza por los hombros.
–Ya sé, má. Si estuviste toda la semana hablando con
Jimena de él.

120
MOCHILA

Mariana se ríe nerviosa y le da un golpecito seco en la nuca:


–Andá a lavarte las manos que en seguida vamos a co-
mer, mi amor.
Después se mete en la cocina.
–¿Te ayudo? –pregunta Christian que no sabe dónde ponerse.
–No, pero vení, haceme compañía mientras saco la carne.
Cuando están juntos frente a la mesada, Mariana le
dice por lo bajo:
–Este larva de Dani se instaló acá hace como tres horas,
pero en un toque se va a ir porque tiene el recital de Mai-
den. No te jode a vos, ¿no?
Christian piensa un segundo qué le conviene contestar
para quedar bien. Al final decide no parecer tan com-
prensivo como a los veinte:
–Pensé que íbamos a estar solos...
La cara de decepción de Mariana le confirma que se
equivocó:
–Sí, supuestamente Facu se iba con Dani pero como toca
Maiden… Igual pensé que te iba a gustar conocerlo. Pero
cierto que a vos nunca te gustaron los chicos, ¿no?
Christian la mira.
Tiene ganas de gritarle que le encantan los chicos. So-
bre todo le encanta Sofi, a la que no sabe por qué carajo
decidió ocultar cuando ella en la Giralda le preguntó –y
la pregunta fue más una afirmación que otra cosa, quizá

121
Marina Arias

por eso él sintió que no le quedaba otra que mentirle– si


no había tenido hijos en todos esos años.
Mariana y la puta que la parió; si se apura todavía
puede llegar a tiempo para ir a comer con Sofi a Mc Do-
nalds, en una de esas escapadas padre-hija que le hacen
sentir que la vida vale la pena.
Entonces Mariana le da la espalda y se inclina a bus-
car algo en el cajón de la heladera.
Y los ojos de Christian ven otra cosa que vale la pena.

Dos horas más tarde, cuando Mariana lo acompañe


hasta el auto decepcionada porque se esté yendo tan
temprano, Christian va a alcanzar a pensar que haberse
quedado por su culo fue un error.
Porque la inclusión de Dani en la cena finalmente re-
sultó lo menos sorpresivo.
Apenas terminaron de acomodarse en la mesa –Dani
en la punta del lado de la compu porque insistía con se-
guir completando su planilla de costado, Mariana en la
cabecera del lado de la cocina para poder ir y venir la
veces que fueran necesarias, y Christian enfrentado a los
ojos curiosos de Facu– se escuchó una llave en la cerra-
dura de la puerta. Y dos voces masculinas en medio de
una conversación.
–No lo puedo creer –dijo Mariana como para sí mientras

122
MOCHILA

se asomaba al pasillo–.¿Qué hacen acá ustedes dos?


–Hola, má… –dijo una de las voces.
Christian sintió un escalofrío: ¿dónde fueron a parar
los años que pasaron para que el garrón que le anunció
Mariana por teléfono a 11.000 kilómetros de distancia se
haya convertido en el dueño de esa voz de barítono?
–Flaca… –saludó la otra voz.
Christian no necesitó escuchar a Nahuel diciendo
“pasá, pá, un toque, dale” para darse cuenta de que no
podía tratarse de otro que del Chavo.
–¿No te quedabas a dormir allá? –dijo Mariana–. ¿No se
quedaba con vos hoy, Chavo?
–Sí, flaca, pero habló por teléfono con la novia y entonces
se quiso venir para el barrio, viste que un pelo de con…
–Chavo… –lo cortó Mariana–. Está Christian, mi compa-
ñero de la escuela, ¿te acordás?
–Uy, el famoso Christian –dijo el Chavo entrando al co-
medor –. Un gusto, che
–agregó mientras le daba la mano.
Que el Chavo hubiera escuchado mucho sobre él a
Christian lo hizo sentir una mezcla de alegría y orgullo.
Pero eso se le pasó en cuanto vio la manera con la que
el Chavo y Mariana se saludaron: con la confianza y el
cariño que sólo pueden ser el resultado de haber compar-
tido capítulos de la vida mucho más trascendentes que
su novelita con Mariana.

123
Marina Arias

Por eso no le molestó tanto que Nahuel le insistiera


a su padre con que se sentara a morfar algo hasta con-
vencerlo. Ni que Mariana pareciera inexplicablemen-
te contenta cuando fue a la cocina a buscar dos platos
más. Ni encontrarse de golpe en medio de una acalorada
conversación sobre fútbol que le resultó absolutamente
incomprensible, ni tratar de ocultar su desconocimiento
dándole la razón a Facu para que de paso Mariana pen-
sara que es un tierno, que lo hizo para apoyar al nene. Ni
sentirse el convidado de piedra cuando Nahuel empezó a
contar sobre la toma de la escuela y terminó discutiendo
con su madre, su padre y su ex padrastro.
Nada de eso le importa.
Porque después de ver el saludo entre el Chavo y Ma-
riana, Christian no puede dejar de pensar que se perdió
la parte más importante de la película y que desde donde
la está agarrando le va a parecer malísima.
Por eso cuando Mariana lo acompaña al auto está con-
vencido de que quedarse por su culo fue un error.
Pero entonces, mientras saca la llave del auto del bol-
sillo, Mariana le dice que la perdone, que ella había pla-
neado otra cosa, que el viernes que viene va a ser distin-
to. Después lo besa.
Y a Christian le gusta que su lengua sea confianzuda
pero no cariñosa.

124
Diecinueve

I nés lo esperó para comer.


Inés, que cada vez que él por algún motivo vuelve más
tarde de las diez nunca le deja ni siquiera una nota, ni
una mísera nota, sólo una fuente dentro del horno o del
microondas, y a veces ni siquiera eso, sino que tiene que
improvisar algo rápido con lo que encuentra en la hela-
dera, esta noche lo esperó para comer.
La puta que lo parió.
Christian la ve a través de la puerta vidriada del co-
medor y mientras vacía sus bolsillos en la mesita del ves-
tíbulo se mete rápido en la boca un beldent polar.
El aliento a vino es lo de menos, después de todo las
inauguraciones suelen estar patrocinadas por alguna bo-

125
Marina Arias

dega y ésa es la historia que finalmente inventó con ayu-


da de Tato: la muestra de esculturas de la nueva mujer
de un posible padrino para la fundación en una galería
inexistente. Una galería de San Telmo, había completa-
do Christian. “Mejor decile en la Boca, que ahí Inés no va
a querer ir ni en pedo”, había corregido Tato, y Christian
lo había mirado asombrado: para esas cosas el tesorero
era brillante. La Boca había resultado clave: al escuchar
el nombre del barrio Inés había dicho que Estela se iba
a las siete y que no quería andar llamando a la sobrina
de Meche para que cuidara a Sofi un día de semana. Que
mejor fuera solo. Por un segundo Christian había sospe-
chado que lo que más le importaba a Inés era no faltar al
gimnasio y a su charlita diaria con el falso Pablo Echa-
rri, pero enseguida había hecho a un lado la idea: él era
el turro que estaba inventando una historia para poder
encontrarse con otra mina. Pobre Inés.
Ahora Inés escucha el ruido de las llaves de Christian
contra la mesita. Entonces levanta la vista y con la cara
iluminada por la televisión, le sonríe.
A Christian se le aflojan las piernas.
El aliento a vino es lo de menos.
Está convencido de que Inés le va sentir en la boca
el gusto a Mariana. Siente como si la lengua le latie-
ra; “una versión patética del corazón delator de Poe”,

126
MOCHILA

alcanza a pensar antes de llegar hasta Inés y darle un


beso. Un beso corto. Y cariñoso.
Se siente el hijo de puta más grande del mundo.
Una hora después, cuando Inés se clava medio rivotril
y dice que se va a la cama, y mientras termina de aco-
modar los platos en la pileta, Christian está pensando
de nuevo en Mariana. Y en que vivir sin Inés es algo a lo
que podría acostumbrarse. O que podría también acos-
tumbrarse a la corriente alterna de sentirse un hijo de
puta.
Entonces se asoma al cuarto de Sofi a mirarla dormir.
Como todas las noches.
Pero esta noche se sienta en el borde de la cama y le
acaricia la frente.
A los treinta cuando se encontró con Jimena en aquel
subte y su primer impulso fue no saludarla, no sólo por
no querer enterarse nada de Mariana sino por eso que
le pasa con toda la gente que no ve hace mucho –la sos-
pecha de que el otro no se va a acordar de él y el temor
a confirmarlo– sentía que tenía toda la vida por delante
para resolver el inexplicable sinsabor que hacía que le
costara volver a dormir cuando se despertaba de madru-
gada, y que a la mañana siguiente, mientras desayunaba
con Inés y con Sofi, siempre volvía a parecerle el recuer-
do de un mal sueño. Ahora que los cuarenta lo esperan

127
Marina Arias

ahí nomás, a veces siente la extraña seguridad de que en


su historia los papeles se repartieron hace rato. Y de que
a él sólo le quedó el de tranquilo insatisfecho.
Por suerte, existe Sofi.

Mariana está acostumbrada a que su vida sea una co-


media coral. Por eso para cuando el auto de Christian dio
vuelta en la esquina ya estaba interrogando al Chavo so-
bre qué estaba pasando con Patri que se había quedado
a cenar ahí lo más choto y ni siquiera le había mandado
un mensajito:
–Nada, flaca. Patri se fue con Lauti a la casa de los pa-
dres –le contestó el Chavo arrastrando un poco las pala-
bras por la cantidad de vino que había tomado durante
la cena.
Mariana le hizo un gesto de que esperara y gritó hacia
el dormitorio:
–Ponete el pijama y acostate que ahora voy darte un
beso, Facu.
Después acercó su silla a la del Chavo:
–¿Cómo que se fue a la casa de los padres? ¿Cuándo?
–El día que te atendí el celu cuando volví ya no estaban
en casa. Después me mandó un mensaje diciéndome que
estaban ahí y que por ahora no la llamara.
Desde el pasillo se asomó la cabeza de Nahuel:

128
MOCHILA

–Ma… me voy a lo de Vera –dijo y siguió hacia la puerta.


–Pará, Nahuel, son las diez de la noche, mañana tenés
todo el día para verla, dejate de joder.
Después preguntó hacia el domitorio:
–¿Ya estás en la cama, Facu?
–Sí, má –contestó Facu con voz de dormido.
–Ahí voy.
–No, má, no puedo esperar hasta mañana –dijo Nahuel
desde la puerta–. Vuelvo en un rato.
–Nahuel… –empezó a protestar Mariana pero el ruido de
la llave le hizo asumir que Nahuel ya estaba en la calle.
–Este pibe está pelotudo con esa pibita. Después a la ma-
ñana no se puede levantar, ¿a vos te parece que vaya a
la casa a esta hora? –dijo buscando el apoyo del Chavo.
–Dejalo, yo era igual. Y vos también, ¿o qué, eras una
carmelita descalza, vos? –le dijo el Chavo con suspicacia.
Mariana se lo quedó mirando.
Sus dieciséis pasaron hace veintitrés años.
Pero se acuerda.
Entre otras cosas se acuerda de que cuando tenía esa
edad, cualquier cosa que hubiera ocurrido veintitrés
años antes, para ella era algo ajeno, algo que sólo podía
ser un párrafo de la última unidad del Ibáñez, una uni-
dad que la Fichetti no había llegado a dar pero que ella
igual había tenido que estudiar de memoria para rendir

129
Marina Arias

Historia en diciembre y arañar un cuatro.


Y también se acuerda perfectamente de una cuenta
que sacaba entonces: “en el dos mil voy a tener veintio-
cho”. “La vida resuelta”, pensaba los días en que no sabía
por qué pero estaba contenta. “La vida acabada”, los días
en que lo único que quería hacer era encerrarse a escu-
char a The Cure.
Ahora tiene diez años más todavía, y no siente ningu-
na de esas dos cosas. Quizás por eso lo que le contestó al
padre de su hijo mayor fue:
–No me rompas las pelotas, Chavo; si sabés que yo a esa
edad era un bardo.
El Chavo soltó una carcajada. Y sacudió la cabeza has-
ta que se le terminaron las ganas de reírse.
–No sé qué voy a hacer si Patri no vuelve –dijo enton-
ces–. ¿Faso no tenés, no?
–No, pero si querés hoy quedate que yo me tiro un col-
chón con los chicos –dijo Mariana.
Se levantó y abrió la puerta entornada del dormitorio.
–Oia –dijo dándose vuelta de nuevo hacia el Chavo–. El
guacho de Facu se durmió sin que yo le dé el beso de las
buenas noches, podés creer.

130
Veinte

U na hora después Mariana está acostada en el col-


chón que guardan debajo del de Nahuel y que tiró
al lado de la cama de Facu.
No va a dormir bien.
No por no hacerlo en su sofá-cama, ni por los ronqui-
dos del Chavo del otro lado de la puerta, ni porque a la
mañana la cama de Nahuel siga intacta.
No puede dormir porque no puede sacarse a Christian
de la cabeza.
No puede decidir si lo que le gusta es Christian o la
fantasía de volver veinte años para atrás.
El viernes que viene se tiene que acostar con él. Sí o sí.
Porque si hay algo en lo que ella confía para decidir
cosas es en eso.

131
Marina Arias

Además no aguanta más la intriga por saber cómo la


tiene.
Pero antes de llegar al viernes y tener sexo con Chris-
tian de una vez, Mariana va a tener que resolver un par
de escenas:
1)Encarnar a una madre furiosa con Luli porque
Nahuel durmió en su casa y no le avisó –un papel que
disfrutó muchísimo, sobre todo cuando la otra, descono-
ciendo que en realidad a las once y media Nahuel había
mandado un sms al celular de Mariana pero que ella lo
había encontrado recién a la mañana ya que el aparato
se había apagado por falta de batería, se disculpó por
tercera vez y dijo que no sabía cómo se le había pasado
una cosa tan importante, pero que le juraba que nunca
iba a volver a suceder.
2)Componer una desinteresada consejera de Patri e
ir a verla con una sorpresita para Lauti, una sorpresita
elegida a la apuradas en el kiosco de la esquina de los
padres de Patri, sólo para convencerla de que el Chavo
es lo mejor que le puede pasar en la vida –la actuación
peligró cuando Patri deslizó un “si es tan bueno, vos por
qué te separaste” pero entonces Mariana señaló a Lauti
que estaba jugando al lado de la mesa y preguntó “quién
le corta el pelo que lo tiene tan lindo”, sabiendo perfecta-
mente que lo hace el Chavo con la misma máquina que

132
MOCHILA

usa él, y Patri dijo “el Chavo, con la misma máquina que
usa él”, y se sonrió fascinada con su hijo, y entonces dijo
que sí, que se lo deja re-lindo el Chavo, es un genio el
Chavo. Y Mariana sintió un coro imaginario vivando su
participación.
3) Hacer de moza correcta e insignificante en el salón
de George quien para el gusto de Mariana debería de-
jar de reírse con las ocurrencias insólitas de Dani como
animador, como la nueva de poner a todos los chicos a
mirarlo a él intentando hacer jueguito con una pelota;
ella no tiene más ganas de hacerse cargo de la líneas
argumentales de la vida de Dani pero intuye que, como
siempre, va a terminar pudriendo todo.
4) Hablar de Christian con Jimena por teléfono duran-
te horas como cuando eran adolescentes y el único pibe
del que jamás hablaban era Christian.

Christian por su parte va a intentar resolver otra cosa


antes del viernes.
Serle infiel a Inés con Mariana es salirse del relato que
escribió para vivir tranquilo. Pero desde que se metió en
esa mierda del facebook no puede conjugar los verbos de
la historia con Inés en otro tiempo que no sea el pasado.
Pasado perfecto, pero pasado. El siguiente capítulo po-
dría tener los verbos en futuro.

133
Marina Arias

El problema no es que piense que Mariana no vaya a


ser su coprotagonista.
Lo que no sabe es en manos de qué género puede caer
su vida.
Serle infiel a Inés con Mariana puede ser el principio
de una comedia indie con final sensato, una romántica
pochoclera con final feliz… o un melodrama al mejor es-
tilo de La Película de la Semana, si Sofi queda entrama-
da por el despecho de Inés. Porque si de algo está seguro
Christian es de que él es un boludo e Inés va a terminar
enterándose de todo.
Igual cuando el jueves encuentre el mensaje de Ma-
riana: ¿cómo hacemos al final mañana, Chris? inmedia-
tamente le va a responder: te paso a buscar por tu casa
a las siete.

134
Veintiuno

C uando Christian toca el timbre por tercera vez, fi-


nalmente la guitarra se detiene y la voz de Nahuel
grita desde el comedor “¿quién es?”.
–Christian –dice Christian aguantándose las ganas de
subirse al auto e irse.
–Ah, ya voy… –dice Nahuel y Christian nota su apuro
por llegar a la puerta y abrirle.
Enseguida nota también, como notó la otra noche, que
cuando se dirige a él el pibe evita el slang y las malas
palabras que usa para comunicarse con sus padres y con
el resto de su entorno, como si con eso pudiera ocultar la
diferencia de clase entre ellos:

135
Marina Arias

–Pasá, por favor –dice colgándose del picaporte y hacién-


dose a un lado–. Mi mamá está llegando, me pidió que te
avise que la esperes.
Christian entra y se queda al lado de la puerta. Na-
huel lo mira. Christian nota por primera vez que tiene
los mismos ojos de Mariana. Nahuel lo sigue mirando.
Entonces se da cuenta de que si no avanza un poco por el
pasillo el pibe no puede cerrar la puerta.
–Perdón… –dice mientras da dos pasos largos hacia
adentro.
–Le dije mil veces a mi mamá que hay que cambiar esta
puerta por una que abra para el otro lado…
–¿Pero de eso no se tiene que hacer cargo el dueño? Bah,
digo, ¿porque ustedes alquilan, no? –dice Christian arre-
pentido de haber sonado tan al tanto de sus vidas.
–Sí, por eso, lo que hay que hacer es exigirle al dueño que
la cambie. Pero mi mamá siempre se olvida de decirle,
viste cómo es…
–Un cuelgue, sí –completa Christian la frase.
Nahuel se ríe.
Para Christian esa complicidad espontánea es una sor-
presa. Una sorpresa que le gusta. Por eso cuando Nahuel
camina hacia la cocina y le pregunta si quiere un mate,
acepta y lo sigue.
El mate que le da Nahuel está lavado y frío. Después el

136
MOCHILA

pibe agarra la guitarra y empieza a probar tonos.


–¿Qué bandas te gustan a vos? –pregunta sin levantar los
ojos de la guitarra.
Christian intuye que su respuesta puede hacer que Na-
huel le pierda la simpatía. Y lo que es peor: el respeto.
Porque sabe que su consumo musical es bastante polémi-
co: Sabina, Alejandro Sanz, Ismael Serrano... En realidad
si lo piensa un poco lo que escucha depende de lo que Inés
deja puesto en el auto o el equipo ¿Cuánto hace que no
elije un CD suyo? Por eso, trata de evadir la pregunta:
–No sé, no escucho mucha música de ahora…
–¿Y de tu época?
Christian siente las palabras “tu época” como una trom-
pada pero se recupera rápido porque se da cuenta que de
ahí puede sacar una respuesta digna para Nahuel.
De chico seguía bastante a Fricción –dice, tratando de
que se note que está citando a una banda de culto.
–Coleman es un bobo… –dice Nahuel frunciendo la nariz
y Christian piensa que acaba de entrar en la lista de Na-
huel de adultos no interesantes.
Pero un segundo después el pibe levanta la vista:
–Pero Samalea es re-grosso, la primera formación de Fric-
ción me cabe. El otro día encontré en youtube un video que
están en un programa de tele, ¿querés que te lo muestre?

137
Marina Arias

A lo quince minutos, cuando Mariana llega de la casa


de Lelé con el pelo recién teñido de color borravino,
Christian y Nahuel están con las caras casi pegadas al
monitor de la computadora y siguiendo el ritmo de una
canción que satura los parlantitos.
Necesita repetir dos veces “hola” antes de que la escu-
chen y levanten la vista.
Entonces en la cara de Christian alcanza a notar fas-
tidio por la interrupción. Un fastidio fugaz que para
cualquiera, incluido Christian, es imperceptible, pero
que ella conoce perfectamente, y que por primera vez,
en lugar de resultarle un indicio de que Christian es un
obsesivo de mierda, le resulta encantador.
La risa de Nahuel la hace volver a la realidad:
–¡Qué te hiciste en la cabeza, má! –dice mientras Chris-
tian corre la silla hacia atrás y ella le estampa un beso a
cada uno en la mejilla.
–La boluda de lelé me hizo la cabeza para probar. Igual
con un par de lavados se me va –dice Mariana incómoda
mientras se toca el pelo.
–Te queda lindo –dice Christian mientras se levanta–.
Me hace acordar a cuando te lo teñiste de violeta.
–¿Queeé? ¿Usaste el pelo violeta, vos? –dice Nahuel fas-
cinado–. ¿Cuándo?
–Nene, yo también fui joven, ¿qué te pensabas? –dice
Mariana.

138
MOCHILA

–¿Y vos te dejabas cresta o chapas largas ? –le pregunta


Nahuel a Christian.
–No –se apura a contestar Mariana–. Éste fue un amar-
go toda la vida.
Christian acusa el golpe con un gesto burlón y le dice
a Nahuel:
–Lo que pasa es que tu mamá era una viva, no sabés…
Una vuelta se le dio por usar jabón para pararse el fle-
quillo; a la madrugada nos agarró un chaparrón y volvió
con el sobretodo lleno de lamparones blancos.
–Callate, eso fue tu culpa que no quisiste esperar en el
centro hasta que parara la lluvia, no me hagas acordar
–Mariana cruza los brazos y apoya la cadera en la pa-
red–. Todo porque tu vieja se iba a preocupar si se des-
pertaba y no estabas, mirá si no sería nabo, Nahuel…
Nahuel los observa con una sonrisa dibujada mientras
se siguen chicaneando usándolo a él como excusa. Hasta
que su celular emite el sonido de un nuevo sms. Cuando
lo lee se pone serio y se mete en su dormitorio escribien-
do un mensaje.
Entonces Christian busca los ojos de Mariana y Ma-
riana los de Christian.

139
MOCHILA

Veintidós

Y ahora están a medio desvestir en una habitación del


hotel alojamiento de la manzanita. Christian dejó
que Tato le mostrara entusiasmado un sinfín de opciones
en internet durante todo el día, pero ya tenía decidido
que ese hotel alojamiento que a los veinte Mariana y él
veían desde el tren, cuando a los dos les resultaba inal-
canzable, a Mariana porque era un telo re-careta y a él
porque Mariana le resultaba inalcanzable, era la esceno-
grafía precisa para estar juntos por primera vez.
Se saltearon el capítulo previo en un bar, las insi-
nuaciones y las vueltas de Christian antes de soltar
el necesario “¿vamos?”, porque Christian sigue siendo

141
Marina Arias

Christian, y aunque en la impaciencia de Mariana por


primera vez Christian podría haber reconocido un dejo
de ternura, Mariana sigue siendo Mariana.
Los dos se imaginaron más de una versión de esta es-
cena crucial y se conocen demasiado, por eso el guión
al que sienten que tienen que ajustarse por momentos
resulta ridículo. Como cuando Christian toma la cara
de Mariana entre sus manos y la besa con una solemni-
dad excesiva para después bajar hasta sus tetas. O como
cuando Mariana intenta meter la mano por entre el cie-
rre de la bragueta y el elástico del boxer sin mirar lo que
está haciendo y lo único que logra de Christian es un ges-
to contenido de dolor, entonces retrocede y deja que él se
saque el jean mientras ella termina de bajarse el suyo, y
los dos miran para abajo porque saben que si cruzan una
mirada no van a poder sostener la impostura necesaria
para que pase de una vez lo que tiene que pasar.
Entonces Mariana se tira rápido boca arriba en la
cama para que Christian no alcance a notarle la celulitis,
y no puede evitar mirarse en el espejo del techo: su pelo
desparramado sobre la sábana como el de las minitas de
la tapa de un disco de los setenta que cuando era chica
todavía andaba dando vueltas por su casa.
Si Christian estuviera mirando lo mismo que Mariana
pensaría que lo que parece Mariana es la Venus de Boti-

142
MOCHILA

celli; en otra situación probablemente se lo diría, y le diría


cómo puede ser que ni le suene el cuadro, que es uno de
los más lindos del Renacimiento, y Mariana entonces le
respondería que si le está diciendo gorda se puede ir dos
semanitas a la mierda, y pensaría que es verdad que tiene
que aflojar un toque con la birra.
Pero Christian sigue de pie y lo que ve en el espejo de
la pared es que todavía tiene las medias perfectas hasta
la mitad de las pantorrillas, como si hubiera empezado a
vestirse para ir a la fundación y en la cabecera de la cama
estuviera Inés hojeando el diario. Entonces se desliza so-
bre Mariana para sacarse de la cabeza ese flashback do-
méstico y empezar a coger de una vez por todas.
“La previa del sexo es un invento del star system. Eso
hace que la sobrevaloremos y nadie admita que es un mo-
mento espantoso”, es lo último que piensa Christian antes
de empezar a moverse dentro de Mariana y dejar de pen-
sar pelotudeces.
Veinte minutos después hasta siente ganas de cantar lo
que suena en los parlantes de la cabecera de la cama: una
canción de Lionel Richie que ya a los doce, cuando todos
se la grababan de Radio Horizonte empezada, él catalogó
de cursi, comercial y berreta. Pero acaba de acabar con
Mariana y eso le hace ver todo color de rosa.
Hasta su torso reflejado en el espejo del techo ahora

143
Marina Arias

no le parece tan insignificante, un torso insignificante


que para peor desde hace un tiempo desemboca en una
pancita inocultable. En una época Inés le insistió con que
saliera a correr o que sacara carnet de pileta en el club
al que iban con Sofi a maternatación. Un tiempo des-
pués, cuando a él se le ocurrió que podía anotarse en el
gimnasio con ella, Inés le dijo que no lo veía haciendo
aerosalsa. Eso fue hace dos años, mucho antes de ver
al falso Pablo Echarri charlando con ella en la puerta.
Christian supone que al falso Pablo Echarri le debe gus-
tar bailar. Eso le hace pensar que puede ser gay. Aunque
también le parece recordar que hace rato que Inés deci-
dió cambiar de clase; tiene que empezar a prestar más
atención a las cosas que le cuenta Inés. Y lo que tiene
que hacer ahora es dejar de pensar en esas cosas y seguir
disfrutando del pospolvo con Mariana. “El pospolvo está
invisibilizado por culpa del porno. Eso hace que la gente
lo subestime”, se escucha diciéndole a Mariana que se ríe
mientras se incorpora apenas para apagar el cigarrillo
en el cenicero de su lado.
Ella también se siente bien. Hace años que no sien-
te ganas de quedarse recostada sobre el brazo del otro
después de coger ni las de ir por un segundo polvo en lo
inmediato. Cada cambio de ritmo y de posición fueron los
justos y necesarios, como si antes de empezar hubieran

144
MOCHILA

acordado una coreografía efectiva.


Siente que coger con Christian fue casi tan bueno como
una buena paja.
Se acurruca más contra él y le da un beso en el cuello.
Pero Christian mira el contador del turno en la pared
y susurra:
–¿Vamos yendo, Mari?

Ahora son las once y Mariana, después de insistirle a


Nahuel con que le dijera a qué hora pensaba volver y de
recibir un “tarde, má” por toda respuesta, está cerrando
la heladera de un portazo porque encima alguien se ter-
minó la botella de cerveza por la mitad en la que viene
pensando desde que asumió que la ida del telo era el fi-
nal de la cita con Christian.
Mientras se vestía en el baño se le había ocurrido que
lo que le pasaba al boludo era que tenía hambre. Y has-
ta se había sonreído por haber descubierto el verdadero
motivo de tanto apuro: enfermito de la higiene, a Chris-
tian jamás se le ocurriría pedir una hamburguesa o una
pizzeta en un telo.
Pero apenas cruzaron el portón de salida, después de
que el conserje le devolviera la tarjeta en una bandejita
llena de caramelos de leche, y mientras ella hacía la bro-
ma obligada sobre estos últimos, Christian le preguntó si

145
Marina Arias

le convenía agarrar Juan B. Justo.


Entonces ella le contestó que no tenía la más puta idea
–“sabés que siempre fui un cuelgue para esas cosas, bo-
ludo”– y se dedicó a mirar por la ventanilla; a hacerse la
que miraba por la ventanilla, en realidad, esperando a
que él le preguntara si le pasaba algo.
Pero Christian no le preguntó nada. Lo que hizo fue
prender la radio y manejar rápido, pasando entre los au-
tos de un modo que a Mariana le resultó llamativamente
arriesgado por tratarse de él. Giró apenas la cabeza y le
preguntó si tenía que madrugar. Él asintió y preguntó
cómo había terminado lo de Jimena, si se había calenta-
do mucho por lo que ella había escrito en el muro de su
facebook sobre el programa. Entonces en un tono para
dejarle claro que en ese preciso momento no estaba dis-
puesta a establecer ninguna complicidad con él, le con-
testó:
–Jime nunca se calienta conmigo, es una amiga de fierro.
Eso, además de una chicana para dejar mal parado a
Christian, es una verdad: Mariana puede criticar hasta
el mínimo detalle de la vida de Jimena a sus espaldas
pero sabe que desde hace dieciséis años, cuando Chris-
tian dejó de formar parte del elenco estable de su vida,
es la única persona que la conoce verdaderamente y la
única habilitada para darle consejos –hasta incluso al-

146
MOCHILA

guna que otra vez los sigue y todo, aunque siempre con
delay: su primera reacción infaltablemente es enojarse
con Jimena como una nena.
Por eso, después de cerrar la heladera de un portazo,
lo que va a hacer Mariana es buscar el teléfono. Lo va a
buscar con la vista en la cocina. Después, revolviendo en
el desorden del living-comedor. Al final va a entrar enfu-
recida al dormitorio y lo va a encontrar detrás de una de
las patas de la cama de Facu.
–Qué pendejos… –va a murmurar mientras marca el nú-
mero de Jimena.

Christian en cambio teclea su celular sin murmurar


nada. Está mal estacionado a media cuadra de lo de Ma-
riana y con la luz interior encendida porque la calle es
muy oscura. No podía dejar pasar más tiempo antes de
mandarle un sms a Inés avisándole que se le hizo más
tarde de lo que pensaba pero que ya está yendo. Tendría
que haberlo hecho en el hotel antes de salir. Pero cuando
fue al baño se dio cuenta de que no tenía el celular en el
bolsillo derecho del jean como siempre; al llegar a lo de
Mariana lo había apagado y cambiado a uno de la cam-
pera de cuero, y entonces ese gesto que le había hecho
sentir que tenía la situación controlada hizo imposible
mandarle un sms a Inés a escondidas. Flor de pelotudo:

147
Marina Arias

no iba a poder volver a meterse en el baño con la cam-


pera sin que Mariana sospechara algo. Y hace diecisiete
páginas, cuando después de diecisiete años se dieron el
segundo beso de lengua de sus vidas, Christian decidió
que por ahora no quiere que Mariana sepa la verdad.
No porque haya creído que eso iba a impedir que Ma-
riana se acostara con él: Mariana nunca tuvo problema
con esas cosas; al contrario, por momentos Christian
piensa que saber de la existencia de Inés le habría pro-
vocado todavía más ganas de coger con él, y cada vez que
le vuelve esa sospecha trata de pensar en otra cosa.
Por lo que Christian no quiere que Mariana se entere
de la verdad todavía es porque está convencido de que
el haber evitado un final feliz para su historia de hace
dieciséis años por considerarlo un lugar común no sólo
los dejó sin tener sexo: también les quitó la posibilidad
de un epílogo cool al mejor estilo Reality Bites para des-
pués poder seguir cada uno con su vida. Por eso, antes de
protagonizar con Mariana una película que podría llegar
a terminar como El príncipe de las mareas –una película
que fueron a ver juntos en el ´91 y que los dos tildaron
de mierda lacrimógena inverosímil porque no podía exis-
tir un tipo tan cagón como el personaje de Nick Nolte,
pero que hace unos meses hizo que a Christian le costara
dormirse después de engancharla una noche en el cable–

148
MOCHILA

necesita revivir el clima de aquel relato en el que el único


oponente era la histeria de Mariana, un relato en el que
es imposible incluir una mujer y una hija; con la existen-
cia de Facu, Nahuel y dos ex maridos la estructura ya
está en el límite de lo que puede soportar sin romper las
reglas del género.
Christian sabe que no va a poder sostener su engaño
más que durante un par de capítulos. Y entonces verá si
hay otro tipo de historia esperando a que Mariana y él
la protagonicen. Aunque sospecha que una secuela con
final esperanzador como Antes del atardecer sólo puede
ocurrir en la ficción.
Ése es el otro motivo por el que Christian quiere pro-
longar esta inofensiva comedia de enredos todo lo posi-
ble. Pero Christian es un pésimo mentiroso. Por eso en el
auto sintió que tenía que dejar a Mariana en su casa lo
más rápido posible.
También por eso, cuando un sábado a las seis de la tar-
de Inés le muestre en el resumen de la cuenta corriente
los gastos en el hotel alojamiento, mientras piense en la
manera más dolorosa de matar a Tato –“en serio, man,
te ponen otra cosa en el débito, no te calientes por llevar
efectivo”– en lugar de mostrarse tan convencido como
ella de que se trata de un error del banco, a lo único que
va a atinar es a decir:

149
Marina Arias

–Me dejé en el auto los papeles para el Ministerio que


Albanesi me pidió que mire para el lunes. Sofi, ¿no me
acompañás al estacionamiento?
Y a continuación va a cometer el acto más irracional
de su vida.
Pero para eso todavía faltan tres semanas. Ahora
Christian todavía piensa que puede pilotear la situación.
Ahora está dentro de su auto mal estacionado concentra-
do en escribir el sms para Inés. Ahora también, lo sobre-
saltan dos golpecitos en la ventanilla del acompañante.
Es Nahuel que levanta una mano como despidiéndolo.
Tiene el pelo recién lavado y peinado hacia atrás, y la mi-
rada de un cachorrito abandonado en medio de una ruta.
Christian no puede evitar bajar el vidrio y preguntarle si
lo puede acercar a algún lado. Mientras Nahuel se aco-
moda en el asiento, Christian termina de mandarle el
sms a Inés tratando de mostrarse despreocupado.
Pero se da cuenta de que el chico se dio cuenta.
Que esto sea sólo un detalle narrativo trunco en princi-
pio es una concesión de un Nahuel agradecido por no ha-
ber tenido que tomarse el bondi hasta el local del partido
y sin espacio en la cabeza para más preocupaciones que
las que están teniendo con Vera. Quince minutos des-
pués y gracias a una conversación sobre las inminentes
elecciones en la ciudad en la que para los dos fue agrada-

150
MOCHILA

ble ir desplegando los mismos argumentos en contra del


candidato de la derecha, la concesión de Nahuel se habrá
transformado en negación. El chabón es copado. Mi vieja
está copada. Para qué andar buscándole el pelo al huevo.
Por eso antes de bajarse del auto va a abrazarle una
mano con la suya y le va a decir:
–Pasá por casa cuando quieras, eh.
Christian va a asentir con una sonrisa y se va a despedir
con dos bocinazos cortos.
Para él también el viaje fue revelador. Nahuel y él pa-
recen congeniar tanto que si en aquel viaje a Puerto Pi-
rámide Mariana y él se hubieran acostado, ahora podría
sospechar si no es hijo suyo.
Pero no es el caso.
Y además, aunque políticamente Nahuel esté en las
antípodas del Chavo, es su calco físico.
Por otra parte este no es un libro de Isabel Allende. Es
sólo una novela que en su segunda parte –algo en lo que
va a entrar después de gastar 349 caracteres con espa-
cios en mostrar la vanidad insufrible con la que Mariana
siempre interpretó e interpretará cualquier actitud de
Christian– se va a volver bastante más fortuita.
La única explicación para la afinidad entre Christian
y Nahuel es y será la fortuna: algo que siempre resulta
inverosímil.

151
Marina Arias

–Es eso, boluda, a ver, ¿por qué va a ser si no?


–….
–Pero no, Jimena, Christian no es de esos forros, además
si él ya sabía que yo tengo más batallas que Mambrú.
–….
–No. Eso ni a ganchos. Christian es incapaz de hacer una
cosa así.
–….
–Por lo único que se puede haber puesto así es por lo
que te digo. Pero ya se va a dar cuenta de que no soy la
misma.

152
SEGUNDA PARTE
Uno (futuro perfecto y simple)

“ Entonces Christian, frente a uno de los acantilados de


la Península desde el que alcanzaban a ver la caleta,
abrazó a Mariana y decidió dejar a Inés para empezar
una vida con ella. De vuelta en Buenos Aires, Inés le
confesó que hacía meses que estaba saliendo con el falso
Pablo Echarri”.
(Fotos del futuro mediato al compás de una cancion-
cita cantada con desgano por una adolescente globalofó-
bica y millonaria; títulos mezclados con chistes y tomas
fallidas de las escenas)

155
Dos (pretérito indefinido e imperfecto)

“ Entonces, una mañana en que estaba desayunando


con Sofi en el comedor del hostel, Christian sospechó
que el amor no le iba a alcanzar contra la seguridad que
había alcanzado con Inés, sobre todo al notar la sonrisa
con la que Mariana le estaba deseando un buen día al
dueño hipón del lugar mientras terminaba de llegar a la
mesa”.
(Funde a negro; títulos en roll sobre filmación del cum-
pleaños de dieciocho de Mariana, la imagen se congela
en un plano casual de Christian mirándola antes de que
apague las velas; suena One de U2)

157
MOCHILA

Tres (presente del indicativo)

C hristian sale del cuartito de la estación de servicio


donde está la caja y se queda guardando la tarjeta
de débito en la billetera.
Levanta la vista y mira la escena como si estuviera
en el cine.
Facu está provocando a Nahuel para que lo corra al-
rededor del auto. Pero Nahuel, acodado sobre una de
las ventanillas traseras, lo único que hace cada tanto
es amagar con tirarle una patada a ciegas sin dejar de
acariciar la cabeza de Vera que dentro del auto está
recostada contra la puerta. Vera tiene cara de descom-
puesta y a Sofi sobre las piernas. Contra la otra venta-
nilla duerme Dani con la boca abierta. A unos metros

159
Marina Arias

del auto y sentada en un tronquito, Mariana fuma ti-


rando el humo con fuerza hacia el cielo.
Empieza a cruzar el playón desierto. Una ráfaga de
viento frío le llena los ojos
de polvo y le infla la espalda de la camisa. Mete las ma-
nos en los bolsillos del jean y apura el paso. No ve la hora
de llegar a Viedma para poder comprar ropa de abrigo.
Ropa de abrigo para todos. Excepto Facu –quien antes
de salir de su casa, y mientras Mariana le gritaba que
se apurara, cargó en una bolsa de Coto sus dos buzos
de polar y varios de los chalecos de lana que le tejió su
abuela– ninguno tiene lo mínimamente necesario para ir
a la Patagonia a fines de abril. Apenas tomaron la ruta
3, Christian decidió cederle su sweater a Vera y su cam-
pera a Mariana que ahora levanta hacia él una mano
tapada por el puño de cuero, y le sonríe.
Christian le devuelve la sonrisa levantando las cejas
con picardía.
A pesar de que sabe que lo que están haciendo es un
delirio, y de haber manejado toda la noche casi sin parar,
está contento. A las dos de la mañana cuando cargó en
una de las entradas de Azul estaban todos dormidos y se
sentó a tomar un café contra el ventanal del servicentro.
La última llamada perdida de Inés en su celular era de
la una y media. La distancia que lo separaba de Buenos

160
MOCHILA

Aires había empezado a teñir todo de una irrealidad que


por fin le permitió marcar el número de su casa: ya no
tenía miedo de que escuchar la voz de Inés rompiera el
encanto y le hiciera darse cuenta de que lo que tenía que
hacer era pegar la vuelta inmediatamente.
El tono con el que Inés le preguntó cuándo tenía pensa-
do volver le hizo sospechar que ya se había clavado un ri-
votril. Tomar pastillas a Inés le da un poco de culpa; ade-
más de tranquilizarla le producen un efecto no buscado:
se torna excesivamente comprensiva. Así que Christian
en lugar de sincerarse, y tratando de sonar como la perso-
na más sensata del mundo, le dijo que en un par de días,
y que Sofi estaba chocha con esa escapada padre-hija.
Después le mandó un beso y cortó.

Más difícil le había resultado explicarle el plan del


viaje a Sofi, y sobre todo quién era esa gente que a él lo
trataban como a un pariente pero que a ella no sólo no la
habían visto nunca sino que ni siquiera parecían haber
sabido de su existencia hasta un rato antes. Y además,
¿dónde estaba el huevokinder que le había prometido?
Ésa había sido la excusa deforme de Christian para que
su hija se subiera al auto –“a los kioscos del barrio se les
terminaron, mi amor, vamos a buscar uno más lejos”–.
Para Sofi un huevokinder era un huevokinder. Por eso

161
Marina Arias

había accedido contenta. Lo del faltante en los kioscos no


se lo había creído en ningún momento. Y Christian era
perfectamente consciente de esto último. Pero con que su
hija se dejara llevar a lo de Mariana le alcanzaba.
Porque de golpe, ante el inminente descubrimiento
de todo por parte de Inés, y por ende de Mariana, nece-
sitaba que ella y Sofi se conocieran. Como si juntar su
pasado y su futuro –porque whatever: Mariana nunca
dejará de ser el eje de su historia y Sofi el elemento más
prometedor de su porvenir– le bajara dos cambios a ese
presente que estaba a punto de volverse inmanejable y lo
transformara en anecdótico.
El huevokinder para Sofi, y otro para Facu, los termi-
nó comprando en la estación de servicio de la autopista.

162
Cuatro

D urante las tres semanas que siguieron a la primera


vez que Mariana y él se acostaron, Christian pasó
por la casita de Villa Luro hasta convertirse en una pre-
sencia previsible y esperada. Mientras Inés lo creía en
un curso intensivo de compresión de textos en alemán
–“tengo que entender mínimamente lo que pone la tra-
ductora en los papers, amor”– había ayudado a Facu ha-
cer deberes de Matemática y a Nahuel a redactar alguna
que otra gacetilla del centro.
Varias veces había esperado a Mariana en la puerta
del salón de Jorge, hundido en el asiento –porque a pesar
de que sabía imposible que alguien de su entorno pasara
por esa calle insignificante de Villa Luro no podía evitar

163
Marina Arias

ponerse paranoico– y tratando al mismo tiempo de di-


simular la intención de esconderse –porque quienes sí
podían aparecer en cualquier momento caminando eran
Dani, Nahuel, el Chavo o incluso Facu con la abuela.
Apenas estacionaba reclinaba el asiento hacia atrás
como si no diera más del cansancio y cerraba los ojos.
Pero ante el pálpito tan inexplicable como infalible de
que cerca del auto estaba pasando algún ser humano se
incorporaba automáticamente para ver. Inmediatamen-
te se decía que era un forro y volvía a apretar los ojos con
fuerza.
Todas las veces igual.

Hasta que una de las veces del otro lado del vidrio re-
conoce la cara de Jimena.

Christian exagera un gesto de sorpresa, abre la puerta


y baja del auto rápido. La abraza con demasiada euforia
y le pregunta cómo está sin terminar de soltarle las ma-
nos. Después se rasca la cabeza y suelta un “qué loco,
Jime, venir a encontrarnos acá”.
Jimena lo mira divertida.
Entonces Christian se da cuenta de que con esa misma
expresión estuvo siguiendo todos sus movimientos.
Y entiende: Jimena está ahí a instancias de Mariana.

164
MOCHILA

Por supuesto: avisarle a él, a Mariana no le pareció


importante.
El gag que acaba de improvisar es ridículo. Tan ridí-
culo que barre con la impostura que los dos hubieran in-
tentado sostener en cualquier otra situación. Y con los
veintidós años que pasaron desde aquella tarde en la
puerta de la escuela en la que Christian dijo que creía
que Mariana le gustaba un poco y Jimena le contestó que
un poco no, que estaba hasta las manos.
Por eso, después de subirse al auto y de relatarle con
lujo de detalles el último ataque de la conductora de su
programa, Jimena se sintió habilitada a soltar un monó-
logo sobre lo que piensa de toda esta historia:
“Cuando éramos pendejos vos te enroscabas con bolu-
deces discursivas porque no te animabas a arrinconarla
contra una pared. Y eso era lo que tendrías que haber
hecho: arrinconarla. Arrinconarla para ver si así se le
ordenaban un par de ideas en la cabeza, que era lo que
necesitaba. Vos lo que necesitabas era mandar al cara-
jo un par de cosas. Por algo ella te gustaba, ¿no? Todos
estábamos seguros de que ustedes iban a terminar jun-
tos. Hasta la perra de Pamela Arcucci, sí. Es que uste-
des eran como una parejita de comedia yanki: el nerd
y la popular. Y eran lo único que le daba algún sentido
a esos cinco años en los que estábamos actuando como

165
Marina Arias

un grupo inseparable intuyendo que seis meses después


de terminar la escuela ni siquiera nos íbamos a saludar
cuando nos cruzáramos en el tren. Ahora con la mano
ésta del facebook todos simulamos cariño e interés por
reencontrarse, pero lo único que queremos saber es si
a los otros les fue mejor. Si hasta Pamela Arcucci me
mandó una solicitud de amistad con un mensaje super
cariñoso. Como si nada. Como si nunca me hubiera pues-
to a toda la división en contra al final de Quinto. Todo
para que vea que se casó, tiene dos pibes y le encanta ser
una diseñadora gráfica alternativa. Lo último que hizo
fue el logo de unas botas de lluvia que se venden por in-
ternet. Obvio que le chusmié todo el facebook, ella debe
haber hecho lo mismo con el mío. ¿Sabés cómo le debe
haber encantado comprobar que hoy por hoy ni siquiera
tengo novio? No nos escribimos nunca más pero yo siem-
pre me fijo lo que sube: el otro día en el muro puso algo
sobre que estaba trabajando con la notebook en un Star-
bucks. Sí, se ve que sigue siendo la misma pelotuda. ¿Te
acordás en Tercero, cuando los abuelos le habían traído
esas Nike de mierda de Estados Unidos, cómo estaba de
agrandada? Qué imbécil, por Dios. Bueno, pero me fui de
tema: yo lo que te quería decir es lo que creo sobre vos
y Mariana. Me acuerdo que en primer año de la facu un
profesor explicó esa cuestión de lo dionisíaco y lo apo-

166
MOCHILA

lineo y yo pensé en ustedes. Ah, nada, una pavada: lo


dionisíaco es el descontrol y lo apolineo es lo armónico,
fijate después en Wikipedia. ¿Podés prender el aire un
toque? Pero sabés qué: a esta altura no estoy tan segura
de que la complementariedad sea buena. Porque es como
seguir buscando que un otro te complete. Mejor bajo la
ventanilla, ¿es este botón? Nadie te puede completar,
¿entendés? Sí, no sé, me agarró como un sofocón. No es
nada, debe ser la presión. Sabés que hace unos años yo
estuve por guardar óvulos para que cuando encontrara
con quién no fuera tarde, entendés. No debe ser nada,
¿no? Sí, tenés razón es eso: es que el día está pesado.
Qué enfermita que soy, ¿no? ¡Já, já! Ahora estoy pensan-
do en una inseminación. Tendría que hacermelá afuera,
porque acá si no tenés pareja no podés, ¿viste? El tema
es que para eso tendría que viajar en avión. ¿A qué hora
terminaba Mariana?¿Habrá alguna farmacia por acá?
Me siento mal.
A las ocho de la noche Christian deja a una Jimena
más avergonzada que agradecida en la puerta de su de-
partamento. Una hora antes le mandó a Mariana un sms
que decía:

toy c Jimena en la guardia d la Suizo. haceme acordar


q te reviente.
TQM

167
Marina Arias

“El boludo puso ‘TQM’, como si tuviéramos cator-


ce años”, va a ser la única reflexión de Mariana sobre
toda la situación. Pero el mensaje además le va a hacer
revivir el malestar que le producía en la escuela el que
Christian y Jimena compartieran cierto código del que
ella quedaba afuera.
No sabrá responderse en qué estaba pensando cuando
le pareció que tomar una cerveza los tres juntos para re-
cordar viejos tiempos era una buena idea y nunca más va
a promover un cruce entre Jimena y Christian.
Además va a estar inconfesablemente molesta con su
amiga durante unos cuantos días.
Así que el ataque de pánico en el auto de Christian es
la última escena de este libro en la que aparecerá alguna
mención a Jimena.
Christian, por su parte, después de preguntarle un par
de veces a Mariana por ella y de recibir como respuesta
una evasiva cortante, tampoco va a volver a pensar en
ella. Porque lo que le dijo en el auto le resultó sospe-
chosamente epifánico. Y lo último que quiere es alguna
revelación de ese tipo: está teniendo sexo con Mariana
y por el momento los únicos descubrimientos que le in-
teresan son los de esa clase. Es como un adolescente al
acecho del mínimo momento a solas con la novia: tocarle
una teta por entre la ropa, apoyarla contra la mesada,

168
MOCHILA

conseguir tres lamidas detrás de la puerta después de


pedir un rato por favor. Cualquier cosa le viene bien. Ma-
riana sobreactúa falsos llamados a la compostura en voz
baja. Pero está tan encantada como él con esa urgencia
que descargan cada vez que Nahuel, harto de estar ha-
ciéndose el distraído en el livingcomedor, se lleva a Facu
a jugar a la pelota.
Las pocas veces en que tienen la casa para ellos du-
rante algo más que un ratito, hacen el amor despacio,
escuchando un cd que Christian armó con temas de los
ochenta que bajó de taringa y que al cumplirse una se-
mana del primer encuentro en el telo de la manzanita
le llevó a Mariana de regalo junto con un tofi blanco. En
un papelito pegado en la tapa había escrito el nombre
de las canciones e intérpretes. Mariana leyó la lista con
atención. Le dijo que era un cursi y que Spandau Ballet
siempre había sido una garcha.
Pero después le hizo sexo oral como nunca.
Christian siempre llega a lo de Mariana con un pa-
quete que deja en la mesada de la cocina sin decir ni
una palabra. Son empanadas, fiambres o alguna comida
de rotisería que picotean de parados, sin abrir del todo
el envoltorio y que más tarde Nahuel devora frente a la
pantalla de la computadora o mientras escucha a Vera
del otro lado del teléfono.

169
Marina Arias

Por esos días Nahuel habla con Vera más aún que lo
de costumbre y se ríe bastante menos. Mariana cree que
están empezando a dejarse. Christian sospecha que lo
que les pasa es otra cosa. Pero no dice nada.

170
MOCHILA

Cinco

F acu, después de ocho años siendo hijo de Mariana,


está acostumbrado a que en cualquier momento
pase cualquier cosa: por eso cuando Christian entró a su
habitación con Sofi y le dijo que era su hija, lo único que
hizo fue ofrecerle un trago de su coca cola y preguntarle
si quería jugar al Mil Millas que el propio Christian le
había regalado un par de días antes.
Mariana exigió unas cuántas explicaciones más, des-
pués de llamarlo a la cocina con un gesto y de entornar
un poco la puerta. Christian se abrazó a su cintura, cerró
los ojos y dijo que le iba a contar todo.
Entonces escucharon la llave girando en la cerradura
y vieron entrar a Nahuel con una Vera desencajada por
el llanto.
171
Marina Arias

Y la Mariana novia engañada fue desplazada de un


codazo por la Mariana madre:
–¿Qué pasó, Nahuel? –preguntó avanzando hacia la
puerta.
–Má… tenemos que hablar con vos –dijo Nahuel en un
tono que a Mariana le hizo intuir por dónde venía la
cuestión.
Un cariñoso “qué hacés, Chris” de Nahuel dejó en claro
que él estaba habilitado a escuchar el problema y hasta a
participar de la solución.

Ahora están todos en su auto a casi mil kilómetros de


Buenos Aires.
Todos más Dani.
Porque cuando Nahuel iba por la parte de la reacción
de Luli ante lo mismo que acababan de contarles a Ma-
riana y a Christian, escucharon la moto frenando justo
antes de dar contra la puerta.
Los cuatro casi saltaron de las sillas.
–Y a este pelotudo qué le pasa ahora… –dijo Mariana
mientras se levantaba.
Antes de abrir se dio vuelta, levantó un dedo y les dijo
a Nahuel y Vera:
–Ustedes no se preocupen porque va a estar todo bien.
Dani entró como una tromba y a los gritos empezó un

172
MOCHILA

relato en el que Christian alcanzó a entender que venía


del salón. Que era un grupo del bilingüe y lo habían es-
tado bardeando desde el principio, pero que el del cum-
pleaños lo había terminado de sacar cuando se colgó del
“feliz cumpleaños” del biombo y le tiró todo al carajo. Que
encima el pendejo hijo de puta se le había seguido riendo
en la cara y le había gritado que lo levantara, que para
eso le pagaban. Que todos se habían reído más fuerte
todavía. Y que el pendejo había insistido canchero “dale,
juntalo, ¿qué esperás?”. Que entonces a él se le había
ido todo a negro, y que cuando reaccionó tenía una mano
apretando el cuello de la camisa del pendejo y la otra fre-
nada por algo que resultaron ser los brazos de la madre
que le gritaba que parara. Loco de mierda, pará. Que
entonces vio que el pendejo temblaba como una hoja y
le salía sangre por la nariz. Que por un segundo pensó
que todavía podía soltarlo, disculparse y seguir con la
animación.
–Qué voy a hacer, boluda… –dijo Dani agarrándose la
cabeza–. La mina me va a denunciar y cuando mi vieja
se entere me va a echar a la mierda.
–Sos un enfermo, Dani, cómo podés hacer una cosa así. Y
yo soy una imbécil, nunca te tendría que haber llevado a
laburar al salón. Nunca. ¿A George lo viste?
–No, boluda, si salí cagando al toque, ni la mochila alcan-

173
Marina Arias

cé a manotear. Pero la mina ésta le debe haber avisado


porque ya me llamó tres veces.
Mariana buscó su celular en la mesada: ella también
tenía una llamada perdida de George.
–No sabés lo que fue, boluda, me volvieron loco.
–Sí, ya sé –dijo Mariana.
Y mirando a Christian, agregó:
–Los pendejos del bilingüe son unos demonios, posta.
Christian hizo un gesto de no poder creer lo que acaba
de escuchar.
Vera se sonó la nariz tratando de no hacer ruido. Na-
huel la abrazó de atrás y apoyó el mentón en su hombro.
Dani se apretó más la cabeza:
–Soy un forro, me quiero morir.
Mariana llamó a Christian a la cocina con la cabeza.
–Yo nunca te conté –dijo tratando de que no la escu-
charan en el comedor–. Pero Dani está medio detonado.
Cuando nos separamos se intentó matar.
–¿Cómo que se intentó matar?
–Sí, se tomó una parva de pastillas del botiquín de la
madre.
–¿Y cómo se salvó?
–Me llamó al toque y en la salita le hicieron un lavaje
de estómago. Igual al final parece que las pastillas eran
anticonceptivas. Pero ése no es el tema. El tema es la

174
MOCHILA

actitud, ¿entendés?
Christian la miró entre intrigado y desconfiado.
–Si se siente en banda capaz que se manda un moco –dijo
Mariana.
–Mariana, ¿no te parece que con lo del embarazo ya te-
nés bastante quilombo? Vos ahora lo que tenés que hacer
es llevar a Vera a la casa y hablar con la madre.
–La madre de Vera es una forra. ¿Escuchaste que les dijo
que no se preocuparan, que ella se iba a ocupar de todo?
–¿Y no te parece que eso es lo mejor?
–No, no me parece. ¿Vos crees que yo no hice lo mejor con
Nahuel?
Christian baja la mirada: hace rato que entendió que
la existencia de Nahuel no terminó siendo la ruina del
proyecto de vida de Mariana, como había dictaminado
hace dieciséis años cuando a once mil kilómetros Maria-
na le dio la noticia del garrón.
Todo lo contrario.
Y no por algún tipo de altruismo maternal pedorro ni
porque Nahuel pueda llegar más lejos en la vida que su
madre en una suerte de revancha dinástica: las conclu-
siones de Christian sobre la historia de Mariana están
lejos de un alegato antiabortista y además sospecha que
a Nahuel ascender socialmente le va a resultar tan im-
posible como a ella.

175
Marina Arias

La existencia de Nahuel produce en Mariana un efecto


mucho más importante: entretenerla. Y Christian em-
pieza a sospechar que ése es el secreto de la felicidad.
Por eso, esa pregunta de Mariana, más la culpa por
haberle ocultado la existencia de Sofi y seguirle ocultan-
do la de Inés –“igual ya me vas a explicar de dónde cazzo
salió esta hija y por qué no me dijiste que la tenías, eh”–
hicieron que Christian, el mismo Christian que toda su
vida colgó el pantalón sobre la silla antes de meterse en
la cama, el mismo Christian que a veces no puede dormir
pensando en el corralito y en que hoy de nuevo sus aho-
rros están adentro de un banco, aceptara la propuesta
repentina de Mariana de subir a todos al auto e irse a
Puerto Pirámide como hicieron los dos solos hace dieci-
séis años.

176
Seis

A hora Christian está terminando de cruzar el playón


desierto de la estación de servicio de Mayor Burato-
vich hasta Mariana.
Ella lo abraza y le frota la espalda. Después señala con
el mentón hacia el auto y dice:
–Es un bombón, la nena.
Christian asiente sin abrir los ojos.
–Boludo, no puedo más de la intriga –Mariana lo suelta,
relojea hacia Facu y Nahuel que siguen tonteando al cos-
tado del auto y le dice en voz un poco más baja:
–¿Quién es la madre? Contame todo, dale.
Christian carraspea.
E intenta resumirle sus verdaderos últimos dieciséis

177
Marina Arias

años con la menor cantidad de adjetivos posible y como si


él no fuera más que un narrador omnisciente.
La cara de Mariana va pasando de la intriga al des-
concierto.
–Sos un hijo de puta –es lo único que dice cuando él se
calla ante un “papi” de Sofi que encaramada sobre Vera
está intentando sacar la cabeza por la ventanilla.
Después camina rápido hasta el auto y se mete en el
asiento del acompañante.
A través del parabrisas Christian la ve ayudando a su
hija a pasarse hacia adelante. Sin dejar de hablarle, la
peina despacio con los dedos y le pone otro chaleco más
de la bolsa de Coto de Facu. Vera baja del auto y empie-
za a cruzar el playón hacia los baños. Nahuel le patea a
Facu por única vez la latita con la que el hermanito estu-
vo tratando de tentarlo para jugar al fútbol y la alcanza
de una corrida. En el asiento de atrás Dani se despierta
sobresaltado y pregunta algo. Sofi y Mariana se ríen.
Entonces Mariana descubre los ojos de Christian y se
vuelve a poner seria.
Y Christian sonríe. Porque sabe que en Mariana eso
no es indicio de enojo sino de otra cosa: por primera vez,
y gracias a engañarla, parece que logró ganarse su res-
peto.

178
MOCHILA

Siete

T res horas después, cuando salen de una multitienda


de Viedma todos con abrigos nuevos y caminan hacia
la costanera, Dani se le acerca, y tratando de que Mariana
no escuche, le dice:
–Che, loco, gracias. Y no te enrosques por la cara de orto de
Mariana. Se hace la conchudita porque no le blanqueaste
antes lo de que tenías una hija, pero vas a ver que al toque
se le pasa.
Mariana hace detener a Sofi a quien lleva de la mano, y
estirando el cuello, dice:
–Dejá de boquear, Dani, porque te subo a un micro ya y te
mando de vuelta a Villa Luro. Posta.
Dani baja la vista y a Christian se le escapa una sonrisa.

179
Marina Arias

–Y vos no sé de qué te reís… –le dice Mariana y se le


acerca para que Sofi no la escuche –. ¿Le avisaste a tu
mujer por lo menos, o capaz que a vos también te puede
estar buscando la yuta?
–Má… –dice Nahuel volviendo de la esquina de una co-
rrida–. Vera tiene ganas de vomitar otra vez.
Mariana suspira y suelta la mano de Sofi. Acelera el
paso y ayuda a Vera a descargar el estómago a los pies
de un sauce. Sofi y Facu miran la escena con curiosidad.
Nahuel, Dani y Christian, con cara de asco.
Cuando Vera termina, Mariana le da una palmadita
en la espalda, llama a Nahuel con un gesto impaciente y
vuelve hasta Christian:
–Si no arrancamos ya, vamos a terminar durmiendo en
aquel pueblo del orto, ¿cómo se llamaba?
–San Antonio Oeste –contesta Christian.
–Cierto… –dice Mariana como haciendo memoria.
Christian la interrumpe:
–Y el chabón de la camioneta que te garchaste ahí se
llamaba Patricio, de eso también me acuerdo.
–Boludo, ahora me vas a hacer una escena por esa pelo-
tudez de hace mil años. Vos, que me re-cagaste durante
estos últimos meses. ¿Por qué no me dijiste que estabas
casado, eh?
Christian se la queda mirando.

180
MOCHILA

Para Mariana el único problema es que él no le haya


dicho la verdad.
Ni siquiera se le cruza la posibilidad de que esté ena-
morado de su mujer.
Pero por ahora Christian va a tratar de negar la esen-
cia de Mariana para poder seguir adelante con el viaje.
Por unos pocos días.
Hasta que Nahuel y Vera puedan pensar qué quieren
hacer sin que Luli les queme la cabeza.
Hasta que Dani se tranquilice para afrontar lo que
hizo en el salón.
Hasta que Sofi empiece a extrañar a su mamá, y Facu
a la play station.
Porque la segunda parte de esta historia, además de
inverosímil, es corta: una seguidilla de complicaciones
inofensivas durante este viaje que termina con Christian
sospechando que Mariana se le va a seguir escapando.
Tenerla del todo le resulta tan imposible como hace
veinte años.
Por momentos el tramo de su vida en que Mariana era
sólo un recuerdo, y a veces ni siquiera eso, le va a parecer
protagonizado por un doble suyo que nunca terminó de
creerse el papel.
Por momentos va a sentir exactamente lo contrario.
De este segundo viaje con ella sólo le quedará alguna
que otra anécdota.

181
Marina Arias

Como cuando vieron a tres chicas gringas bajando


en la entrada del camping del ACA y a Mariana la
impactaron las mochilas gigantes que cargaban. En-
tonces él le explicó la ventaja de una mochila desmon-
table: “las partes que no necesitás las llevas adentro
desarmadas, ¿entendés?”. Después agregó como para
sí que esa frase se podía aplicar para la vida. Mariana
le contestó desde cuándo se las daba de filósofo. “Lo
único que te faltaba, boludo”, alcanzó a decirle antes
de perder el equilibrio por la risa y caerse para atrás
del guardarrail.
De este segundo viaje a Christian le quedará alguna
que otra anécdota como ésa, y un puñado de fotos en
el celular:
Facu y Sofi haciéndole cuernitos a Dani con un fondo
de mar turquesa.
La silueta a contraluz de Nahuel y Vera abrazados
en la playa.
Un primer plano de Mariana tirándole un beso a la
cámara.
Y otro en el que está haciéndole un fuck you.

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