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Leer es comprender y no ver. Allí donde creemos comprender un significado, la letra se desvía
invitando al ojo a una deriva plástica. ¿Qué es un texto, entonces? Una diferencia, una alteridad:
otro. Para decirlo con Emmanuel Levinas [. . .]: un rostro.
Antes de leer, existe ese cara a cara con la letra y sus líneas. No se trata entonces (sólo) de
comprender, sino de mirarnos a los ojos. Reconocernos en la más radical extrañeza, si fuera
necesario. El discurso, la figura –o lo figural– se manifiesta.
Cara a cara indescifrable, intraducible. Como aquello que vemos en medio de ensueños. Silencioso
encuentro del que sostiene la mirada a los ojos vacíos de un fantasma.
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